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Traducción de: Le Roux, Patrick, ““Transferts culturels” et historiogaphies

provinciales”. In: Dialogues d’histoire ancienne, vol. 40, n° 1. 2014, pp. 276-298.

Traductor: Agustín Moreno, 2022.

Para uso exclusivo interno en el curso de Diplomatura “Sociedad y cultura en el mundo


romano entre los siglos II a.C. y II d.C. Una mirada al debate sobre la romanización”.
Universidad Nacional de Salta.

“Transferencias culturales” e historiografías provincias1

Los imperios antiguos, especialmente el Imperio romano, por el hecho mismo de su


crecimiento territorial, se toman enseguida por lugares y períodos de encuentros, de
contactos y de cambios culturales ejemplares o privilegiados. El primer impulso es
entonces acoger espontáneamente y con beneplácito la idea de que la noción de
“tranferencias culturales” [transferts culturels] ha sido pensada para ser aplicada a la
historia grecorromana y, más ampliamente, a aquella de las expansiones antiguas. Que
sean historiadores, arqueólogos, historiadores del arte, filólogos, todos los especialistas
de los mundos antiguos comprenderían intuitivamente toda la riqueza heurística de este
filón aún inexplorado, a pesar de su “invención” hace más de veinticinco años ya.2
François Villeneuve lo expresa con claridad en 2002: la Antigüedad puede ser definida
sin riesgo de error como una época de “transferencias culturales”.3 Esta es seguramente
la pregunta: la respuesta es sin embargo tributaria de las concepciones que el historiador
o el especialista se hace de su campo de investigación, de sus particularidades y de los
instrumentos metodológicos a los que pretende recurrir.
Para darse cuenta de la importancia de las novedades epistemológicas, el historiador
está obligado a remitirse a las condiciones de su elaboración. Tratándose de las
“transferencias culturales”, no es un azar si es en los Annales. Économies, Sociétés,
Civilisations (AESC, hoy Annales. Histoire, sciences sociales) que el programa y sus métodos
de aplicación han sido finalmente sistematizados y fijados.4 El espíritu del artículo se
identifica sin ambigüedad, poniendo además de relieve la ambición de eliminar las
barreras de las historias nacionales, incluso de “desnacionalizarlas” Los autores se
ubican resueltamente en la estela de una “historia total”: las mezclas, los contactos, las
relaciones, los mestizajes construyen allí un horizonte de expectativa. Dado que las

1 Este texto tiene por origen la conferencia dada en el ENS Ulm el 14 de mayo de 2013 (ver el sitio de internet
Savoir-ENS). Se trata de un texto de libre reflexión de un historiador de la Antigüedad que pretende pedir
prestado a los especialistas de otras disciplinas y de otros períodos materiales y conceptos para el provecho
de sus investigaciones.
2 Espagne y Werner 1987. Espagne y Werner 1988.

3 Villeneuve 2003, p 213. Ver también Couvenhes y Legras 2006, p. 5, que ofrecen la cita exacta.

4 Espagne y Werner 1987.

1
transferencias suponen un movimiento, un desplazamiento e igualmente una recepción,
el proceso implica notar y perfilar identidades de partida como identidades de llegada
para evaluar el efecto de transferencia. Esto que podría aparecer como una contradicción
en los términos es explicado por la necesidad de tener en cuenta los contextos. Sigue
siendo legítimo interrogarse sobre los sentidos de los términos “transferencias” y
“culturales” que no son inmediatamente descifrables ni inteligibles. Las reticencias
persistentes salen a la luz cuando se trata de introducirlos en historia y en la
historiografía, con mayor razón cuando se trata de la Antigüedad. La actitud crítica es
necesaria y un buen método no importa cual sea el tema, el asunto o el léxico. No se trata
aquí de hipercrítica, sino de “duda metódica”5 y de renovación de nuestros trabajos.
¿Qué podría esperar el historiador de épocas romanas de la aplicación del sintagma
nominal “transferencias culturales”? ¿Permite pensar mejor los objetos históricos que
atañen a las sociedades de la Antigüedad romana y la manera de dar cuenta de ese
pasado? ¿Responde a las exigencias de una epistemología fundada sobre el pasaje de la
duda a un inventario renovado, partiendo de la deconstrucción para desembocar sobre
una reconstrucción historiográfica enriquecida? ¿Las “transferencias culturales” pueden
erigirse en paradigma historiográfico sin importar el periodo estudiado ni la cultura a la
que se refieran? ¿Cómo y en qué medida un historiador especialista en los tiempos
antiguos puede encontrar allí su alimento?
Antes de decidir, si es que debe haber una decisión, conviene plantear la cuestión de
una aclimatación del “concepto” y del método para fundamentar su adopción en el
contexto de las historias provinciales romanas. Es indispensable igualmente validar la
noción en relación con los términos ya en uso y familiares, porque ha sido retomado por
toda una corporación, lo que plantea la pregunta sobre las condiciones mismas de una
emergencia de la nueva expresión y sobre la evolución que ella traduce. En fin, ¿las
“transferencias culturales” son susceptibles de responder a las expectativas de los
historiadores de las provincias romanas a la luz de un reexamen disciplinario y
conceptual devenido obligatorio? ¿Podríamos hablar de nueva metodología a propósito
suyo o de nuevos puntos de vista, lo que no sería despreciable? ¿Es necesario adaptar la
noción a los pasados antiguos al final de un camino crítico legítimo y constructivo? El
punto de partida es en este sentido la situación efectiva de la historiografía del Imperio
romano más que la de las “transferencias culturales” mismas.

I. El Imperio romano y sus provincias: una revisión necesaria

Las tradiciones académicas –y no el espíritu científico– visten la historiografía de una


“verdad” tranquilizadora pues ellas enmascaran así las incertidumbres y las fragilidades
de trabajos muy a menudo poco durables, a causa de la imposibilidad misma de restituir

5Menciono aquí, en el cuadro de un discurso del método, la feliz fórmula retomada por Joyeux, 2003. Es
bien cuestión entonces de método y no de “totalidad”.

2
el pasado tal como fue bajo alguna forma que sea, con mayor razón su totalidad. El
recurso a la epistemología de las disciplinas está poco extendido entre los “que se
dedican a la Antigüedad” que mantienen como límite infranqueable el tiempo cuando
la erudición reina ubicaba los mundos griegos y romanos en los primeros palcos, porque
ella definía la evolución “científica” por la ganancia de conocimientos, la única legítima
y garantía de la objetividad científica. La historia es incontestablemente una ciencia
cognitiva. Sin embargo, este estatuto no excluye que deba tener sentido –no sería
cuestión aquí del “sentido de la historia”–, ni que la inteligibilidad del pasado y la
reflexión sobre los contenidos humanos de los hechos en significaciones varias sean
objetivos imprescriptibles para los historiadores.
1. Erudición e historia están estrechamente asociadas. La construcción razonada de
cualquier fragmento del pasado implica el pasaje del documento al relato que resulta de
una interpretación o traducción cualquiera sean la o las tablas de lectura a las que el
historiador recurra.
Vestida con su coraza erudita, la historia antigua no pudo permanecer impermeable
a los debates y cambios teóricos que son el destino de disciplinas, incluidas allí las
“científicas”, en el sentido de la física o de las matemáticas. Las investigaciones
anticuarias han podido pretender por mucho tiempo ignorarlas en el nombre del rigor y
de la objetividad de las disciplinas fundadoras, a saber la filología, la epigrafía, la
arqueología proveedora de realia, y de nuevas “ciencias” reunidas bajo el nombre de
arqueología razonada y metódica. A pesar de la participación de un “romanista” en el
grupo de Estrasburgo,6 a pesar de las nuevas generaciones posteriores que adhirieron a
las elecciones historiográficas de AESC,7 una dicotomía incluso un corte apareció sobre
el plano de referencias epistemológicas, ideológicas incluso militantes y culturales en los
dominios de la historia antigua. Los partidarios de la tradición erudita y metódica han
tenido cada vez más la competencia de especialistas formados en la lingüística y
sensibles a las técnicas de análisis de las lenguas, de los discursos o aún atentos a los
aportes de la filosofía y del psicoanálisis. La historia griega ha mostrado la vía con el
grupo de EHESS y de las personalidades tales como Jean-Pierre Vernant, Pierre Vidal-
Naquet, después François Hartog o con los trabajos de Marcel Detienne. La historia
romana ha pisado los talones y, fuera de toda etiqueta o escuela, conviene citar a Paul
Veyne, Claude Nicolet, Jean Andreau o Yan Thomas.8
Progresivamente, las disciplinas anticuarias han sido confrontadas a interrogaciones,
venidas muy generalmente del exterior, sobre el carácter científico y la veracidad de las
historias que ellas permiten contar o formular por escrito. Allí donde los aportes de las
investigaciones eran lo esencial, ha sido necesario también pensar en términos de límites
pues todo no era posible. A pesar de opiniones y de ideas que son más difíciles de
modificar, la arqueología y sus documentos no tienen una verdad inmediata mayor que

6 Ver, por ejemplo, Delacroix, Dausse y Garcia 2002, p. 110.


7 Ibid., p. 168-177 sobre la evolución y sus tendencias globales.
8 Le Roux 2003, p. 302-304 en particular.

3
los textos de autores antiguos, historiadores o no. Las estructuras y los objetos
arqueológicos son por así decir mudos y son testimonios parciales e incompletos en su
conservación, incluso librados al azar. Ellos exigen que el arqueólogo o el historiador
llene sus vacíos, interprete los datos a pesar de su fragilidad y de las incertitudes de los
contextos, que no se develan que caso por caso. Para hacer hablar la documentación
histórica cualquiera sea, pero más aún la documentación relativa a la Antigüedad, se ha
vuelto habitual proponer esquemas que permitan reubicar los hechos en una serie
ordenada. Se piensa indispensable construir “modelos”. Como lo subrayaba Max Weber,
los “modelos”, independientemente de los nombres que se le den, “tipo ideal”,
“concepto”, “estructura”, “sistema” o simplemente “modelo”, son simplificaciones
(Paul Veyne dice “racionalizaciones”) y entonces fuentes de errores a corregir y a
erradicar sin cesar. Es en ese sentido que los métodos históricos obedecen a modas y que
hoy “modelización” o “identidades” tienen el favor de las investigaciones. Hay más. La
reducción de las lagunas pasa por la comparación. Sin embargo, el recurso a este
enfoque, aparentemente de buen método, genera numerosas preguntas sobre las que
habrá que volver. ¿Qué deconstrucción, en estas condiciones, concierne al Imperio
romano?9
2. El Imperio romano, a pesar de las apariencias y de las certitudes extendidas, no
corresponde a ninguna definición ni modelo comprobados. Incluso si es difícil de
admitir, en virtud de un rigor historiográfico que cada uno defienda sinceramente, que
no hay un Imperio romano sino Imperios romanos interrogados a través de prismas
nacionales, los trabajos y las mutaciones de los discursos los atestiguan. Naturalmente,
si esto es así no es por caprichos ni por falta de imaginación de los especialistas a escala
internacional. El Imperio romano en tanto que realidad histórica es inasible en su
totalidad, lo que induce miradas variadas en función de criterios múltiples.
El Imperio romano no puede ser abordado más como una “esencia“ histórica provista
de características inmutables. No puede ser percibido como una necesidad de la historia
humana. Si, entonces, no es un momento admirable de la humanidad tomado por la
civilización, permanece profundamente marcado por parámetros identitarios que han
contribuido, entre otros, al éxito de la “romanización”. Siguiendo esta lectura tácita y
dominante aún hoy, el Imperio romano es el soporte de una “romanidad” finalizada con
la extensión generalizada de la ciudadanía romana bajo Caracalla y perpetuada gracias
a esta decisión única y digna de admiración por su anticipación aparente. El imperio de
Romano está entonces dotado, según sus aduladores, de una base territorial soberana,
claramente identificable en sus fronteras “nacionales” estabilizadas y gobernado por una
monarquía centralizada y administrativamente estructurada sin ser “burocrática”, salvo,
según una vulgata, al fin de la época imperial. En una perspectiva historiográfica

9Mi propósito está aquí inspirado también por un trabajo inédito que presenté por invitación de G. Traina
en su semanario del jueves 21 de febrero de 2013 e intitulado: “¿Podemos definir el Imperio romano?”. El
punto de partida de ello es la obra de nuestro colega J. Richardson, 2008. Yo espero poder publicar este texto
una vez que haya tenido el tiempo de ponerlo a punto.

4
compartida por diversas naciones europeas, el Imperio romano era en su apogeo un
Estado nacional comparable con las monarquías francesas o europeas de época
“modernas”.
El modelo se ha desgastado y se desgasta cada vez más rápido. El Imperio romano se
corresponde, viendo de cerca, con una fase histórica muy larga y compleja, evolutiva y
marcada por una construcción a lo largo del tiempo. Ni la “soberanía”, ni el modelo del
Estado moderno, ni la noción de territorio limitado por las fronteras intangibles se
ajustan. El imperio no era tampoco una monarquía soluble en el absolutismo de Luis
XIV en Versalles o en los despotismos ilustrados que siguieron. Con toda objetividad, el
período histórico que se designa como el Imperio romano es hoy pasado y exótico, lo
que no quiere decir que no tenga interés ni sea portador de datos aprovechables que
encuentran hoy aún un eco, solo un eco.
3. Las provincias romanas no son en nada comparables a naciones contemporáneas.
Sin embargo, después del siglo XIX, la Galia no ha cesado de ser asimilada a Francia,
Britania a Inglaterra, Germania a Alemania, la península ibérica a España (¡Mala suerte
para Portugal!), África y Mauritania a los Estados magrebíes. Estas identificaciones
enmascaran mal reivindicaciones identitarias en nombre del “genio de los pueblos”
querido para Jules Michelet y de una “invención” maquillada del Imperio romano fuente
y expresión de cualidades nacionales de cada etnia. El poder romano no fue más una
república parlamentaria, fue ella “ciceroniana”. Las provincias no deberían aparecer
como instituciones representativas, ni instancias participativas que daban a los notables
acceso a las decisiones concernientes al conjunto de los provinciales y que implican
“políticas” provinciales cuyos contenidos no son jamás abordados y definidos.
Conviene subrayar aún que las renovaciones historiográficas del último medio siglo
no han sido extrañas a los interrogantes y cuestionamientos de hoy. El distanciamiento
con respecto al modelo del Estado Nación ha beneficiado las recientes puestas en
cuestión, incluso si estas no son fuente de unanimidad y son, por la fuerza de las cosas,
parciales. Estas observaciones llaman a una reflexión fundamental para el historiador, la
que no desemboca en una respuesta simple y evidente: cómo garantizar que,
principalmente para los periodos lejanos, uno pueda romper con una escritura de la
historia, considerada sin decirlo como que va de suyo, exclusivamente inspirada por el
presente que uno proyecta espontáneamente sobre el pasado, sin ánimo de retorno.10
Siendo esta la situación, muy rápidamente expuesta, ¿en qué medida el recurso a la
noción de “transferencias culturales” sería susceptible de responder a las nuevas
expectativas historiográficas de los especialistas en historia romana y de satisfacer las
exigencias necesarias de rigor metodológico y conceptual?

10La cuestión de relaciones entre los “presentes” (que para el historiador son realidades tangibles y no un
momento fugitivo e inasible sin verdad propia como en física post-eisnteniana pero igualmente
contextualizada como por esta) y los “pasados” es central: un matiz es inmediatamente necesario, el rechazo
de leer en un presente los pasados no prejuzga los beneficios de una lectura cruzada que permanece, según
los registros, en parte posible y aclaradora sin ser restrictiva.

5
II. “Transferencias culturales” y “aculturaciones”

Dentro de este espíritu, el programa de las “transferencias culturales” parecía juntar


la crítica historiográfica en curso: él se nutre, sin decirlo, de la lectura de Race et histoire
de Claude Lévy-Strauss.11 De inmediato, los “inventores” del sintagma nominal se
separan de la concepción de Émile Durkheim y no reivindican las culturas como
endógenas, sino como exógenas y sometidas a interacciones continuas.12 Ninguna
cultura es pura, ni está exenta de contactos con otra. Ellas están vivas y no fijas. La
aculturación, concepto quizá creado a fines del siglo XIX por el antropólogo
estadounidense John W. Powell, es así ubicado en el corazón mismo de las
“transferencias culturales”.13 Con verdad, no es sorprendente que los historiadores de
las provincias romanas hayan estado interesados por las “transferencias” y les hayan
reservado una acogida favorable: la “helenización” y la “romanización” encontraban en
eco una prolongación para intentar ir más lejos en la comprensión de las construcciones
provinciales y planteaban la cuestión identitaria al mismo tiempo que aquella de los
fundamentos a la escala de las provincias o de las regiones. Sin embargo, el término o la
noción de “cultural” no va de suyo.
1. Lo “cultural” recela de numerosas ambigüedades. El término “cultura” apela a
diferentes acepciones, cuyo empleo se presta además a deslizamientos queridos o
involuntarios. En el sentido estricto, es el que contribuye a la formación, la educación y
la elevación del espíritu.14 La etnología y la antropología social le han conferido un
sentido más amplio: un conjunto de prácticas, de creencias, de usos, de costumbre, de
hábitos, de reglas, de maneras de actuar y de hacer que definen las relaciones en el seno
de grupos humanos. Esta concepción “totalizante” compite entre los historiadores con
las “mentalidades”, cuyo apogeo ya pasó y evoca los trabajos de Georges Duby, Jean
Delumeau, Jacques Le Goff y el famoso “De la cave au grenier” de Michel Vovelle.15 Los
historiadores y los arqueólogos, en particular especialistas de la Antigüedad, se
apoderaron de la noción de aculturación promovida por los etnólogos. ¿En calidad de
qué? El acento estaba ubicado sobre las “culturas” en el sentido amplio y sobre los
contactos y los desplazamientos como mecanismo de interacciones propios de estos
fenómenos. La noción de aculturación habla entonces de movimientos o de procesos
lentos y podría ser postulada cada vez que un evento o una acción de carácter histórico
produce las condiciones de encuentros renovados: en historia antigua, el esquema

11 Ver entre otras ediciones, Lévy-Strauss 1961.


12 Espagne y Werner 1987, p. 969-972 para una visión global de las definiciones. Sobre la concepción de É.
Durkheim, Cuche 2004, p. 23-26 y 50-52 con bibliografía. É. Durkheim privilegiaba el concepto de
civilización y utilizaba apenas “cultura”.
13 Cuche 2004, p. 53. Uno notará aquí que Dunand 2006, p. 121-140, pretende preservar “aculturación”

juzgado como más adaptado a las sociedades antiguas.


14 El latín colere del que procede el vocablo indica la acción de “filtrar”, de depurar y se aplica a la cultura de

los campos y al culto de las divinidades a las que se trata de honrar.


15 Conviene al citar a estos historiadores no descuidar las críticas que se les dirigieron: ver en particular

Lloyd, 1990.

6
simple, aceptado por la tradición académica, sería que el Oriente ha iniciado en un
momento dado un proceso de aculturación de los pueblos griegos (ver los orígenes
fenicios del alfabeto). Grecia, a su vez, ha comenzado y perseguido con el tiempo una
fase de aculturación de Roma (un símbolo, la cultura griega de Cicerón o de César). Esta
lectura descriptiva no anticipa las complejidades inherentes a las aculturaciones y sus
efectos más o menos fácilmente observables. Sobre este plano, la aculturación se suponía
que funcionaba de manera orientada, de una cultura superior hacia una cultura inferior,
es decir de una cultura “dominante” hacia la cultura “dominada” puesto que los griegos,
según la célebre fórmula de Horacio, habrían conquistado sobre este plano a sus
vencedores romanos.16
A pesar de una evidente preocupación por abrir el campo del análisis y de la reflexión,
las “transferencias culturales”, un poco del mismo modo que las “transferencias
tecnológicas” ya bien aclimatadas en el momento de la elaboración del programa de
Michel Espagne y Michael Werner,17 constituyen un objeto relativamente coherente y
definido, medido por el mismo rasero que una “Europa cultural” concebida como un
patrimonio común y estructurado. La idea, no exenta de riesgos de contradicciones,
reposa sobre el hecho que una cultura dada, aquí una cultura “nacional” (francesa,
alemana, inglesa o rusa), es identificable, aunque ella esté sujeta a los desplazamientos
y posea límites o conozca evoluciones conjeturales aleatorias o puntuales, datadas o
datables. Las transferencias implican un punto de partida identificado o identificable,
una cronología corta claramente precisada, acciones y actores, traficantes, receptores y
la observación de resultados demostrativos. En el ámbito del Imperio romano, las
“transferencias culturales” podrían tratar sobre la introducción de novedades
arquitectónicas aclimatadas en la parte helenófona, por ejemplo el anfiteatro,
monumento romano por excelencia y con él los juegos de gladiadores. La noción
parecerá pertinente también aplicada al estudio de discurso En honor a Roma de Elio
Arístides,18 particularmente en materia de lengua y de vocabulario político en sentido
amplio. Contrariamente, el método más bien que el modelo parece no apto para el
estudio de los campos tradicionales de las “aculturaciones” principalmente antiguas,
sobre todo porque este término mismo es objeto de nuevas reflexiones después de más
de veinte años. El paisaje metodológico e historiográfico ha cambiado después de los
años 80.
2. Modelizaciones y simplificaciones: ¿de qué se habla? Es necesario no abordar el
terreno de las definiciones solas, sino el de los métodos y de las evoluciones que están
ligadas a ellas si uno quiere medir los aportes conceptuales y su pertinencia, sobre todo

16 Horacio, Ep., II, 155-156: Graecia capta ferum victorem cepit et artes intulit agresti Latio.
17 Sobre el uso de la noción de “transferencias tecnológicas” en los contextos del desarrollo de los países del
tercer mundo a partir de los años 60 y de las relaciones internaciones (en 1972, un acuerdo S & T Agreement
sobre las transferencias oficializó los intercambios americano-soviéticos); ver, entre otros, más generalmente
J. H. Moore, “Échanges scientifiques et transferts de technologie”, Revue d’études comparatives Est-Ouest, 17,
1986, p. 9-19.
18 Cf. Éloges 1997, p. 15-120

7
porque la noción modelizada de “transferencias culturales” apela al recurso sistemático
a las comparaciones.
Las ciencias sociales y humanas son en adelante necesariamente confrontadas por la
exigencia de producir sentido, lo que no nace espontáneamente de los documentos ni de
su desciframiento y, menos aún, de los hechos recolectados ni de su clasificación neutra.
Como ya lo he precisado, el camino que se toma prestado es el de los modelos o, en el
mejor de los casos, de las “modelizaciones” más o menos elaboradas, lo que quiere decir
que el investigador crea sus propias tablas de interpretación y sus paradigmas de
referencia. Sobre este plano, las modas tienen una influencia y juegan el rol de
pasamanos como si ellas constituyeran, fundadas que estuvieran sobre el ambiente
“totalizable” de un presente vivido, la expresión elegida de un consenso o de una
opinión compartida por todos los seguidores de la disciplina. Hay casos donde el tipo
ideal weberiano parecía legítimamente aplicable a ciertos ámbitos de la Antigüedad. La
noción misma de imperialismo es útil a condición de situarla, como se debe, a medio
camino entre el modelo desfasado y la ideología. En esa perspectiva, parece que las
“transferencias culturales” recogen más descripciones y relatos de eventos
contextualizados bien datados que una “modelización”: un “pragmatismo” propio de
las disciplinas que recogen de las ciencias humanas tiende a llevarlo al término del
análisis. En efecto, en las historiografías en vigor, la puesta en cuestión de ciertos objetos
y de ciertos plazos obedece, conscientemente o inconscientemente, a una “moda del
momento”. Además –no es contradictorio, pero ello no clarifica siempre la tarea
programada–, resulta que las evoluciones de las preocupaciones y de las temáticas en
interés de ampliación y de renovamiento de los datos y de la comprensión global reposa
sobre la actualidad en la que se mueven los investigadores mismos. Se agrega la idea,
según yo no comprobada, de que el historiador de los mundos antiguos debe adaptar su
lenguaje al público contemporáneo para ser entendido y suscitar el interés de lectores
que, de otro modo, se apartarían de los tiempos antiguos y las lenguas antiguas.
El interés llevado a las culturas, a las identidades, a los contactos, pero también a los
imperios mantiene los lazos estrechos con una lectura global dominante en la historia
mundial en el siglo XXI, sabiendo que ha sido igual antes y que los siglos precedentes
aún hoy encuentran esta metodología en búsqueda de universalismo humanista y de
totalidad cuya legitimidad intelectual no está aquí en cuestión. Limitándonos al último
medio siglo, es fácil observar que las evoluciones historiográficas han sido inspiradas
por hechos juzgados característicos de la historia reciente: la historia provincial romana
ha sido profundamente influenciada por el pasaje de la colonización a la
descolonización, por los procedimientos y el espíritu de la construcción europea y
recientemente por la “mundialización”, de la cual el “Imperio grecorromano” sería,
según Paul Veyne, una manifestación precoz.19 La caída de la URSS, la posmodernidad
influencian igualmente sobre los temas y su tratamiento y participan de las renovaciones

19 Veyne 2005.

8
de los cuestionarios. Una ambición subyacente de esto es la elaboración de una Ciencia
del Hombre unificada y competente en el nombre de un ideal que no es además por
fuerza totalmente satisfactorio de un punto de vista intelectual.20 Agregamos que uno
tiende a asistir a un retorno de la historia portadora de “lecciones”, que conciernen cada
vez más a la “moral” y las construcciones sociales de hoy bajo pretexto de poner de
relieve las “identidades”, devenidas inasibles y, sin embargo, percibidas como
estructuralmente decisivas cuando se busca comprender el pasado. Ni rechazo, ni
anatema son evidentemente la apuesta, ni lo sería más que en virtud de la libertad del
historiador que escribe in fine la historia. Hace falta saber tomar la medida de los límites
para rodearlos, rechazarlos o… aceptarlos. Sobre este plano, las historias provinciales
romanas han sido confrontadas con proposiciones de modelos sucesivos diferentes de
las “transferencias culturales” a las que estas deben ser confrontadas.
3. De la “romanización” al “mestizaje” resumiría bien lo que pasó. Se ha utilizado
a veces el término de “inflación lexical” para describir una situación marcada por una
“evolución permanente” por desgaste o deslizamiento de sentido, como si lo esencial
residiera en la explicación ingeniosa más bien que en la comprensión meticulosa del
pasado. “Integración”, al menos en Francia, ha parecido un momento conducirla, pero
lo que parece una “fuga hacia adelante” ha recuperado, después de dos decenios, el
ritmo de las aceleraciones del tiempo vector de la información y de reacciones que ella
induce.
El inventario es conocido:21 romanización, asimilación, transculturación, sincretismo,
traducción, interpretación, mestizaje, creolización, hibridación constituyen lo esencial de
eso. Los proceses son fáciles de describir. Los vocablos se debilitan poco a poco a medida
que se connotan y se gastan, lo que viene a decir que ellos se desfiguran o se simplifican
en exceso al generalizarse. Lo real se borra en provecho de una abstracción o de un
boceto en el mejor de los casos. La disputa o la competencia entre especialistas no es
extraña al ritmo de las mutaciones lexicales. La romanización ha “padecido” sin duda
un reino sin reparto y, bajo la influencia de su contrario, la “resistencia”, de una falta de
crédito para eso que había devenido una tautología totalizante sin eficacia ni dimensión
heurística. La aculturación, en lo que le concierne, se ha visto reprochar el no tener en
cuenta, en el nombre de una aparente y contestable disimetría entre “dominante” y
“dominado”, fenómenos de retorno o de reacción. La aculturación tiene además
tendencia a fijar las culturas y las identidades culturales, lo que justificaría el matiz
positivo que le agregarían las “transferencias culturales”. La noción de “sincretismo” en
fin, sobre todo activa en el contexto de las historias religiosas, se expone a las mismas

20 A título personal, el camino trazado por C. Ginzburg en favor de la microhistoria me parece más pertinente
y mesurado: las totalidades identificables sustituidas a la totalidad imaginada abren campos de reflexión y
de investigación infinitamente ricos que puede dirigirse incluso a la epigrafía romana.
21 Uno puede dirigirse, entre otros trabajos, a Turgeon 2004, p. 53-69. Sin embargo, el inventario supera aquí

las meras transferencias, pero es notable y no llamativo que el vocabulario sea ampliamente compartido con
el de las historias provinciales romanas.

9
críticas: las apropiaciones o las yuxtaposiciones se harían siempre en la misma dirección
alrededor de un polo federador definido como una entidad o un sistema superior, que
se impone al inferior. En ese registro lexical, es visible que el otro solo es percibido a
través de mí, que él es traducido. Esta constatación da cuenta de la investigación de un
vocabulario que no excluiría al otro y prestaría atención a las diferencias sean cuales
sean.
Es bajo este punto de vista que conviene detenerse sobre los términos que solo han
emergido recientemente en nuestras disciplinas: mestizaje, creolización, hibridación. El
éxito del término “mestizaje” se debe a que parece abolir las fronteras y las identidades
cerradas u opacas al mismo tiempo que explicita las indistinciones. El vocablo no está
menos connotado e historiográficamente marcado. Reviste, en el contexto de la historia,
la colonización europea de matices negativos. Como se ha dicho también, 22 el mestizaje
no es la fusión y cada compuesto o entidad preserva una integridad difícil de asir y de
identificar. En fin, el mestizaje es un proceso constante para no decir permanente, ya sea
que se trate de cultura, psicología o identidad. Si todo es mestizaje, ¿el mestizaje puede
explicar algo? Es evidente que el éxito del término debe mucho a los interrogantes
presentes de las sociedades concernidas, las que están en búsqueda de una ética del
mestizaje como rehabilitación de lo que hace mucho apareció como una inferioridad casi
natural (el mestizo, el creol, el híbrido como inasibles según los criterios habituales y por
ello no normalizables). Lo que revela o subraya entonces el “mestizaje” no es otra cosa
que el carácter frágil, inestable y dinámico de las identidades, las que se construyen
permanentemente gracias a la relación con los otros sean quienes sean. La reflexión
desemboca sobre una cuestión fundamental de un punto de vista metodológico: ¿la
escala individual y la escala social pueden prestarse a evaluaciones únicas e idénticas?
La reflexión en forma de balance sobre los métodos y sus continuidades muestra que
la apertura a las otras ciencias humanas y sociales no induce automáticamente a
mutaciones y estados de ánimo nuevos o renovados de la investigación histórica. El
aporte de otras disciplinas es positivo si consiste en adaptar métodos y conceptos
susceptibles de hacer progresar la comprensión de sociedades del pasado a la vez
individualmente y colectivamente, las dos yendo a la par si el historiador no quiere
escribir una historia abstracta recortada de la vida real. Las globalizaciones o
modelizaciones tomadas prestadas de manera formal al pasado supuesto o al presente
tienden, contrariamente, a sumergir el pasado en el presente sin ánimo de retorno en
cualquier punto de la historia, y no solo antiguo. Se transforma en una ilustración
memorial y esquematizada del presente en el nombre de un pasado mal reconstruido.
La interpretación más que la traducción está en el centro del enfoque, con el fin de poner
la medida de los lectores del pasado como el ejemplo. Es ella la que analiza el asunto,
porque ella estructura, que el historiador lo quiera o no, el relato o la exposición de lo
que es la historia de las sociedades humanas en el tiempo.

22 Ver Turgeon 2004, p. 57-60.

10
III. Interrogar, comprender, interpretar.

Una condición previa parecía imponerse, puesto que ni la globalización ni el


empirismo convienen de otro modo que como momentos provisorios en una trama
metodológica inacabada. El historiador no olvida las “temporalidades” que son al
tiempo lo que las conjugaciones son a los verbos o las relaciones sociales a las divisiones
oficiales de la sociedad. Ellas vuelven a dar al pasado sus características
multidimensionales. En las ciencias de la Antigüedad, los tiempos de los arqueólogos no
son los de los eventos, del mismo modo que el tiempo social o el tiempo religioso no es
el de las instituciones, de las creencias, de la economía ni de la vida humana. Por esta
razón, las nociones de “conectividad” o de “interconexión”, cuyo uso es creciente a pesar
de todo, hacen abstracción de un contexto que impide que las relaciones espaciales
obedezcan verdaderamente a esta norma ciertamente interesante pero situada en la
prolongación de una forma de empirismo aleatorio bajo cubierta de lectura global del
Mediterráneo.23 La historia está ciertamente del costado de la diversidad, pero ella
conlleva una parte de realidad que no sabría entrar en las abstracciones o las teorías
modelizadas. La conclusión simple es que los vocablos del discurso de la historia deben,
a pesar de todos los préstamos posibles, ser en principio y principalmente una carga de
los historiadores en función de sus especialidades. La historiografía es un instrumento
de distanciación que solo juega su rol bajo este punto de vista.
1. Mutaciones y legibilidad son dos límites que expresan las dificultas del estudio
documental y los riesgos de deformaciones a los que el historiador está expuesto. La
legibilidad es lo contrario de la evidencia. Ella es la que se esconde bajo las ignorancias
inherentes a nuestra condición de historiador y que hace falta desalojar al menos
parcialmente para acumular los indicios sin los que no se puede decir nada. Lo esencial
es invisible e incita a la modestia, pero igualmente a una intensificación de la
imaginación.
El mosaico de Saint-Romain-en-Gal es ejemplar24 (fig. 1). Los personajes, que cumplen
sus ritos cultuales al pie de la columna coronada de una divinidad presentada bajo la
forma de una estatua en pie, ofrecen una escena que parece relativamente banal. Sin
embargo, el personaje divino no aparece descrito de la misma manera según los
especialistas: no se trata ni de Júpiter ni de un hombre. La cabellera, la ausencia de barba,

23 Horden y Purcell 2000 proceden en realidad a una inversión de Braudel donde el espacio empírico dicho
natural es substituido al tiempo largo. Las microrregiones constituyen sin embargo una noción que entra en
las problemáticas sugeridas aquí sin, no obstante, que uno pueda adherir totalmente a las conectividades
aleatorias, menos formidables de lo que parecía y privadas de eventos sin embargo numerosos que han
escanciado la historia de los espacios alrededor del Mediterráneo comprendida aquella de los sectores
alejados, pero que, según los autores, habrían participado de esas conexiones.
24 Mosaico descubierto en diciembre de 1825 en la viña de “La Chanterie”, transferido del Louvre al Museo

de Saint-Germain-en-Laye en 1935. Sobre la identificación de la divinidad y las cuestiones debatidas: Picard


1974, p. 127-137 y pl. XVI que contesta la interpretación inicial de G. Lafaye de un sacrificio a Ceres en el
comienzo de las cosechas; Hatt 1989, p. 186-187 reconocía, a causa de la rueda, a Rigani Cantismerta
compañera de Taranis. J. Lancha 1981, p. 215 y pl. CXVIa seguida G. Ch. Picard.

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el cuerpo envuelto en una vestimenta, la presencia de una mujer, el seno derecho
desnudo, cumpliendo a la izquierda un gesto de ofrenda en su dirección van en el
sentido de una entidad femenina cuya fiesta tenía lugar en junio.25 Nada permite en todo
caso leer la escena situada en un medio rural, que data del siglo III como muy temprano,
en un sentido de coexistencia o de fusión de elementos galos o célticos y romanos. La
idea misma de galorromano es tramposa, pues es prisionera de identidades que no
existían. Tres siglos después de la inclusión de espacios galos en el imperio, la lectura no
sabría limitarse a este dato “nacional” que va además al encuentro de fluctuaciones de
culturas que siguen conjeturas temporales. La estela egipcia de G. Iulius Valerius hijo
del soldado G. Iulius Severus de la legión II Traiana plantea cuestiones aún más
complejas dado que el origen mismo del documento no está comprobado, a saber,
Nicopolis. Su tipología evocaría más bien los monumentos de Térénouthius, al oeste del
Delta, pero ninguno de estos tiene una inscripción latina (fig. 2).26 Las representaciones
tomadas de la tradición provincial tales como el halcón Horus, el chacal, el grifo alado
con la pata posada sobre una rueda componen un cuadro sin paralelo verdadero a pesar
de los elementos identificables y por una parte bien catalogados.27 La aculturación o el
mestizaje no viene aquí al ánimo sino más bien la idea de un “bricolaje”, en el sentido
del Claude Lévy-Strauss del Pensée sauvage,28 ocasionado por la desaparición de un niño
y marcado por el estatuto militar del padre en servicio en la provincia. Uno no ve por
qué en este contexto, el dedicante se habría recortado del medio cultural y social que le
era familiar, lo que no implica ninguna reivindicación identitaria ni ninguna mutación
ligada a una “transferencia cultural” indescifrable y no necesaria aquí, pues sería
necesario suponer y probar una voluntad manifiesta del padre por utilizar
representaciones extranjeras en su ambiente cultural personal. La imposibilidad de
determinar con seguridad la proveniencia muestra aquí aún la fragilidad del enfoque
tradicional. Me contentaré, para limitar los ejemplos,29 con evocar aún el altar sacrificial

25 Picard 1974, p. 136-137 llega a proponer el solsticio de verano a partir de una identificación de la estatua
de Taranis. Ceres no parecía tampoco admisible, pero el objeto oval a su izquierda no es más identificable
con certeza como una rueda. N. Laubry vería allí una Fortuna: si es una antorcha lo que blande la diosa, la
identificación sería difícil de justificar. J. Lancha sugiere que también podría tratarse de Hécate, símbolo
aquí de fertilidad, la antorcha evocaría la búsqueda de Perséfone, pero la rueda no se adecúa. Lo que la
mujer que toma parte al rito tiene en la mano derecha es interpretado como una guirnalda o una cinta. Detrás
de ella, una cinta o un cofre. Los personajes estarían, según ciertas descripciones, descalzos, lo que no es
seguro. No es del lado de Roma ni del de la Galia que se encuentra el interés de la escena, sino del lado del
culto mismo que junta elementos juzgados dispares en ausencia de una tabla de lectura adaptada.
26 S. Waebens, en su tesis reciente e inédita, ha propuesto este origen de la estela. Agradezco a F. Kayser por

esta información y todas las otras que él me comunicó, sin las cuales no habría osado evocar este documento.
27 CIL, III, 6604. El personaje del niño está vestido con la hebilla de Harpócrates. Sería necesaria una

descripción detallada. Me limito a algunos elementos aquí al no poder presentar el cuadro completo con la
ayuda de una imagen.
28 Lévy-Strauss 1962.

29 El monumento de Cernunnos de Reims, el Mercurio de Lezoux cuya parte inferior está restaurada y la

inscripción del moritix de Londres (AE, 2002, 882, 2003, 1015b = RIB, 3014, 2008, 774), originaria de la ciudad
de los belovacos aportan ejemplos complementarios que son difíciles de incluir aquí por razones de espacio.

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de Marecos, Penafiel, al este de Porto en el norte de Portugal (fig. 3a-b).30 El monumento,
escrito sobre tres caras se lee línea por línea, de izquierda a derecha, y no, como se había
creído, cara por cara. El contenido así descifrado nos conduce a los sacrificios ofrecidos
el 9 de abril del 147 en un contexto agrícola por los cuidados del propietario de un fundus.
La ceremonia de primavera está claramente relacionada con las fiestas megalesias y el
culto a Cibeles. El monumento no tiene nada de extraño y no combina en nada las
expresiones culturales caracterizadas que resaltaría no sabemos qué tradición. El
contexto local colorea un culto perfectamente clásico y pertenece a un calendario oficial
sin marcar una distinción entre dos identidades que estarían en presencia y conservarían
sus caracteres propios, incluso si uno constata que Júpiter cohabita en las invocaciones
con Nabia, divinidad de origen local. Todos estos monumentos cotidianos o casi expresan
sobre todo la dimensión diversificada y multiplicada, al margen de los estereotipos, de
lenguajes locales y provinciales en el imperio. Los contornos se nos escapan y es azaroso
querer circunscribirlos con mayor razón en términos de transferencias culturales e
identidades persistentes, que nada sugieren.
Estos ejemplos chocan contra la vulgata fundada sobre la uniformización y la
unificación vinculada con fronteras de contornos delimitados y visibles. Desde que se
trata de provincias o de provinciales, un discurso esperado u obligado es el que pone de
relieve, porque sería indiscutible, los contactos que habrían dado lugar a “asimilaciones”
indicios de una “romanización” de buena ley rápida y favorable a una integración sin
resistencia. A la inversa, los testimonios que atestiguan préstamos dichos comprobados
y recíprocos, de las denominaciones mixtas, de las representaciones heterogéneas
incluso heteróclitas o juzgadas extranjeras conducen a la constatación o al diagnóstico
de una “aculturación” en curso. Los trabajos de los arqueólogos son entonces a menudo
llamados como refuerzo, lo que no tiene nada de sorprendente. Estos parecen aportar
fácilmente y materialmente confirmaciones de una alternancia entre fases activas y
propicias a las mutaciones interpretables por los vestigios y las construcciones, sobre
todo porque sus observaciones irían en parte al encuentro de la mirada de Estrabón,
quien describe el paso de la “barbarie” a la “civilización” principalmente en las
provincias occidentales. En el Oriente helenófono, el helenismo permanece triunfante,
pero la interrogación sobre el hecho de que la presencia del poder romano haya podido
modificar la situación del helenismo es hoy aún poco tenido en cuenta. Cuando uno mira
con atención, un doble error de perspectiva salta a los ojos: se trata primero del
pretendido “renacimiento indígena” a partir del siglo III, a continuación de evoluciones
del helenismo del cual nada muestra que deberían ser explicadas por la política
filohelena de Adriano. La ilusión de un “renacimiento” como la interpretación del
“panhelenismo” son debidas a una concepción historiográfica sobre todo “identitaria”
que quería que los “indígenas” como los griegos hayan sacado provecho del declive o

30 AE, 1994, 935.

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las debilidades de Roma para reafirmar sus tradiciones nacionales y su superioridad,
uno no sabe.
En cualquier caso, la noción de “transferencia cultural” levanta aquí la navaja de
Ockham, lo que quiere decir que se trata de un instrumento sin eficacia científica real.31
Las lógicas que hacen referencia son a la vez propias a esta documentación y fluctuantes,
pues subrayan que los ritmos temporales históricos no se reducen a los tiempos de la
política, de los poderes y de los Estados. Las sociedades, los modos de razonamiento, las
culturas son vivas e imbricadas en contextos que resultan de combinaciones infinitas en
la ausencia de división o de separación clara entre los individuos y los grupos sociales.
2. ¿Pero los cultos locales en Occidente? Una observación preliminar parecía
iluminadora y sorprendente a la vez: las evoluciones romanas, a pesar de la advertencia
sobre el riesgo del unilateralismo de la mirada, no son tomadas en cuenta según los
mismos parámetros se trate de la República y del Imperio. El criterio griego es exclusivo
para el primer periodo además como una unidad. En lo que concierne a las provincias a
partir de Augusto en Occidente, Vincent Damour ha puesto en evidencia correctamente
una “historiografía dividida” frente a la cuestión del culto de Marte en Galia Lionesa.32
El texto célebre de César en el libro VI sobre las equivalencias entre divinidades galas y
divinidades romanas ha parecido legitimar y resolver el problema. Se ha afirmado
rápido que César ofrece allí la clave de la interpretatio sin estar atento a que el vocablo no
es utilizado por el procónsul33 y que además el término se refiere a una explicación más
que a una “interpretación”.34 Solo en la Germania de Tácito uno encuentra interpretatio
como una noción de alcance general.35 Según esta lectura extendida, habría divinidades
“nacionales” indígenas que habrían sido clasificadas por asimilación a las divinidades
romanas, lo que demostraría las denominaciones complejas, los “sincretismos” y las
representaciones imaginadas o figuradas: las fuerza numinosas de los dos campos
competían en nombre de reflejos identitarios infranqueables y fronteras, de las cuales
uno no sabe bien qué fueron. Las reservas no son nuevas y John Scheid ya indicó que
leer las evoluciones religiosas desde el punto de vista de la “romanización” por medio
de asimilaciones supuestas conlleva más riesgos que ganancias reales.36

31 La navaja de Ockham (o aún de Occam) se aplica a las causalidades y a las explicaciones no necesarias:
Nadeau 1999, p. 584-585. Hablo aquí de historia antigua exclusivamente.
32 Damour 2003, p. 177-186. Él plantea de todos modos la cuestión de manera muy empírica con el objetivo

de desencriptar las transferencias a cualquier precio y a fin de proponer mecanismos que den cuenta de ello:
¿qué identificaría del Marte grecorromano y del Marte céltico y cómo comprenderlo? Él agrega que los
aportes de la arqueología, decisivos, deberían permitir responder, lo que plantea cuestiones difíciles de
lectura y de método que no son abordadas en el trabajo más que implícitamente. En fin, la insistencia sobre
la elección en función de objetivos políticos es interesante, pero es reductora y no legitima el término de
“transferencia cultural”, sobre todo porque la mirada se asienta solo en la función de la utilidad de las
divinidades.
33 Ver BG, VI, 17.

34 Sabiendo que la cuestión es complicada por la necesidad de agregar “Romana” u otro adjetivo enseguida.

35 Tacite, Germ., 43,3.

36 Scheid 1998, p. 132.

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A pesar de los esfuerzos reales y quizá coronados de un cierto éxito, los estudios
permanecen prisioneros de las mismas lógicas sobre todo cuando afirman separarse de
ellas. Es lo que llamaría construcciones del otro “anacrónicas” o “en el presente”, que
desembocan en una forma de confusión. En efecto, las “transferencias culturales” no
están siempre allí donde uno podría creer: están en nuestras propias interpretaciones y
traducciones de documentos principalmente latinos y griegos. Las obras en lenguas
antiguas solo hablan verdaderamente de ellas mismas en su lengua y su traducción
obedece a evoluciones historiográficas y culturales. Nadie traduce Plutarco como Amyot
incluso si el recurrir a esta edición resulta enriquecedor y si traducir es un deber de los
historiadores. Es necesario rever las referencias y los criterios y no creer que es suficiente
probar andando. La documentación nos enseña que más allá de los presupuestos más o
menos justificados ella solo toma sentido y color por ella misma y jamás conduce a
lecturas unitarias y unívocas. Se sabe que todo es en última instancia político, social,
cultural, religioso y material. Sin embargo, las inscripciones, los documentos
arqueológicos enseñan que no siempre hay posibilidad de seguir evoluciones
cronológicas claramente establecidas y que diversidad, multiplicidad de líneas y no de
fronteras, retornos evidentes o caminos imprevisibles balizan un territorio que se mueve.
Un paralelismo, no una comparación, es elocuente con los objetos que no generan en los
hechos “transferencias culturales”, sino “intercambios comerciales”. Un objeto ha sido
fabricado con un ánimo preciso. Su uso escapa a su fabricante y desafía quizá la simple
lógica: los contextos, las circunstancias, las interacciones, las dinámicas endógenas y los
fenómenos exógenos son un montón de “ardides” dispersados a lo largo del camino
hacia la lectura interpretativa. Las culturas tienen historias autónomas y obedecen a
razones que no son siempre racionales.
Cada uno sabe que, cuando se trabaja, se corre el riesgo de deformar o exagerar rasgos
observados. En fin, una hipótesis pronto se hace certitud, después un hecho comprobado
que uno agrega a otras hipótesis. No se trata de renunciar sino a seriar registros,
problemas objetivos de investigaciones que, en la fase de elaboración, se ubican como
naturalmente en las antípodas de la vulgarización o de la utilidad social.
3. En esta perspectiva, redescubrir las “provincias romanas” ofrece un programa de
actualidad historiográfica a condición de despojarse de su historia de metáforas, de
prejuicios, de modernizaciones abusivas y de identidades previas que nutren los
razonamientos bajo cubierto de un lenguaje común. ¿Cuál sería, siguiendo estas
orientaciones, el lugar de las transferencias culturales?
Conviene al historiador, se dice, amar su tema, pero a condición de no identificarse
con él y de no transformarlo en búsqueda de los orígenes o en memoria aduladora. Es
sin embargo inevitable que, según las regiones y los países, según los intereses de grupos
autónomos o particulares haya interferencias de carácter ideológico, memoria, afectivo
o, simplemente, debidas a intereses particulares. No es fácil para los arqueólogos hacer
abstracción de expectativas locales y de proyectos políticos de desarrollo en función de
la atracción turística de una región o de un sitio. El éxito reciente del término

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“imperialismo” bajo condición de lazo semántico con el imperio de Roma depara
trampas y callejones sin salida a partir del momento en que el concepto pertenece al
vocabulario del combate político moderno que le ha insuflado significaciones sin
detenerse en las diferencias con el imperialismo romano.
Una de las vías posibles no es seguramente negar el valor de los conceptos, lo que nos
reenviaría al empirismo del cual se ha notado que se agota rápido cuando se trata de
comprender y hacer comprender el pasado. El uso de herramientas intelectuales que
facilitan la síntesis solo es pertinente si no se pretende sustituir las realidades y las
sociedades provinciales estudiadas. El historiador de la Antigüedad está legítimamente
poco a sus anchas al comienzo en el ejercicio, porque las lagunas son grandes, los rasgos
tenues y su situación no es comparable desafortunadamente con la de Carlo Ginzburg
inventando la microstoria. No se trata tampoco de ceder a las sirenas de las Ciencias
Humanas consagradas a la búsqueda del Hombre universal que sería lo único
interesante. Todos los historiadores seguramente tienen algo que perder allí y la
disciplina con ellos, siendo entendido que no es cuestión sin embargo de repliegue
tímido. Las teorías de moda, llamadas poscoloniales o posmodernas, caen bajo el golpe
de estas críticas, porque ellas ponen de relieve los paradigmas, la modernidad y la moral.
El “mestizaje” como las “transferencias culturales” constituyen actualmente, lo hemos
visto, catalizadores: no pueden hacer las veces de explicación ni incluso de concepto
federador, pues solo se corresponden aproximadamente, incluso de muy lejos, a lo que
refleja la Antigüedad de tal modo como nosotros podemos conocerla en todo rigor. Cada
combinación no es un mestizaje y no resulta de una transferencia y nuestras lecturas
privilegian exageradamente lo exógeno sobre lo endógeno. En fin, en el mestizaje, los
rasgos no se mezclan, sino que preservan sus caracteres de partida que han permanecido
autónomos. El hecho cultural con sus ambigüedades, en fin, parece haber podido federar
por un tiempo las comprensiones de las sociedades del pasado. Pertenece a una fase de
construcción historiográfica pasada de moda de la que podemos pensar que ella
perdura, pero de la que vemos que ella es también revisable y revisada. Todas las
culturas, sean las que sean, son animadas por intercambios permanentes cuyas
evoluciones y resultados no son mensurables que caso por caso. El vocabulario deseado
y esperado no es por cita y son los historiadores de las provincias quienes deben hacerlo
emerger y vivir poco a poco al servicio de una historiografía siempre más consciente de
sus problemas y de sus dificultades, que nadie piense en negar sin por tanto hablar de
“crisis”.
La reflexión crítica presentada aquí ha sido la ocasión de interesarse por las
disciplinas históricas en lucha contra las mutaciones epistemológicas complejas a
propósito de “transferencias culturales”. Una primera constatación, que es compartida
después de algún tiempo por numerosos historiadores de otros periodos, es la de
amonestar como inadaptadas las “globalizaciones” o las “totalizaciones” como soporte
de explicaciones y de interpretaciones. La historiografía igualmente se revela más
indispensable que nunca y reforzada en su legitimidad. Ella debe acompañar la

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construcción histórica que no puede satisfacerse de conocimientos acumulados sin
importan lo ricos o inesperados que sean. La pluridisciplinariedad, en fin, definida como
el entrecruzamiento de métodos y de reflexiones variadas y originales, es una actitud
aún insuficientemente aplicada ante las imbricaciones, interpenetraciones y
combinaciones indefinidas que contienen los documentos y sus lógicas respectivas. Lo
distinguiría del uso conjugado de técnica documentales que se trata de acumular y no
en cruzar, de experimentar lo más posible no de federar a cualquier precio para dar un
sentido al conjunto. Los hechos y observaciones tomadas de excavaciones coexisten
mientras no se crucen y completen y solo se amplían aumentando el número de piezas
del rompecabezas. Una atención particular debería ponerse en lo que yo llamaría
“temporalidades” variadas por sus contenidos y sus ritmos y no en los tiempos
braudelianos. Los muros, los espacios habitados, las instituciones, los grupos y los
individuos, los objetos de los que se sirven, las ideas, las interacciones, etc. tienen
historias propias desde la perspectiva del tiempo y de la evolución. Todas estas
temporalidades compiten, a su manera, para fabricar historias que es necesario intentar
reconstruir haciéndolas emerger en el seno de relaciones multipolares redefinidas.
¿Es necesario sorprenderse en estas condiciones de que, contrariamente a lo admitido
sin un examen verdadero, la noción de “transferencia cultural” haya aparecido como
decepcionante y por así decir inaplicable al ámbito provincial romano? Retendremos sin
embargo que el programa metódico definido bajo estos términos contribuye a una
reflexión metodológica de conjunto e invita a poner más atención a los actores y a su rol
preciso por la develación de historias propias, a los resultados a menudo no esperados e
imprevistos devenidos comparables. Simplemente, los hechos culturales a los que las
transferencias se relacionan rondan unas pocas excepciones frente a lo que pueden
retener el interés de los especialistas de los mundos antiguos. Terminando un panorama
imperfecto y sin duda bastante banal, un punto llama aún la atención. Los ejemplos
tomados al azar en los documentos tienen todos ellos un lazo con el hecho religioso.
Viene a la mente que el politeísmo fue la fuente principal de la mezcolanza conservada
de las sociedades provinciales, porque era extraño a la mayor parte de las prevenciones
y de los prejuicios modernos sobre las relaciones entre los dioses y los individuos y las
comunidades: estas concernían indistintamente a todas las categorías humanas y
preservaban, al margen de las identidades supuestas o de las jerarquizaciones
instituidas, una infinita diversidad siempre en movimiento y siempre reconstruida
según ritmos que uno no sabría descifrar a costa de algunos conceptos, ni del
establecimiento arbitrario de fronteras.

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