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Reichsbürger: el nombre del complot

contra la democracia alemana


Daniel Kersffeld
6–8 minutos

23 de diciembre de 2022 - 02:58

. Imagen: DW

Como ocurrió en enero de 2021 con la toma del Capitolio en EE.UU., el 7 de diciembre
pasado un movimiento de extrema derecha se colocó en el centro de la escena política
internacional, esta vez en Alemania, la nación más desarrollada de Europa, pero
también una de las que más contrastes económicos y sociales evidencia.

El Estado alemán hizo uno de los operativos antiterroristas más grandes de los últimos
tiempos, revelando al mundo la existencia de una trama conspirativa a cargo del
movimiento Reichsbürger (“Ciudadanos del Reich”) en la que un grupo de
iluminados pretendió crear un ejército paralelo, asaltar el Parlamento, cortar el
suministro de la red eléctrica en todo el país y derrocar al Gobierno alemán.

El impacto político provocado por las revelaciones del complot sólo pudo ser superado
por el perfil y los antecedentes de varios de los veinticinco activistas arrestados. Fueron
los casos de Birgit Malsack-Winkemann, una jueza de 58 años y ex diputada de la
ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) y Rüdiger von Pescatore, un ex oficial
de las fuerzas armadas germanas, acusado de crear el ala militar del movimiento.

Sin embargo, entre los detenidos se destacó, sobre todo “Heinrich XIII”, un
aristócrata perteneciente a la Casa Reuss-Greiz y al que se considera como el
“cerebro de la operación”. El frustrado gobernante proviene de una familia nobiliaria
cuyos orígenes se remontan al siglo XII y que incluye a Guillermo II, el último
emperador alemán y rey de Prusia, obligado a abdicar en 1918.

En pocas horas, en Europa y en Estados Unidos, el movimiento Reichsbürger alcanzó


una popularidad inusitada para un colectivo que, hasta hace un par de semanas, era sólo
considerado como un actor marginal y sólo conocido por los analistas de seguridad y
expertos en terrorismo.

Pese a la novedad de los hechos, debe tenerse en cuenta que los orígenes de
Reichsbürger se remontan a los años ’70 del siglo pasado, cuando el abogado y activista
neonazi Manfred Roeder comenzó a difundir su ideología a través de métodos violentos
en un intento por revivir, tanto el nacionalsocialismo, como a la Alemania imperial
prenazi. Además de la negación del Holocausto, también se incorporó al credo ultra el
rechazo a los inmigrantes y extranjeros y, especialmente, al Gobierno alemán.
Pese a que se lo suele presentar como una unidad homogénea, Reichsbürger aun no
puede clasificarse como una organización: se encuentra poco estructurado y con
múltiples grupos autónomos. En todo caso, el punto de acuerdo entre todos es que no
reconocen al Estado alemán y rechazan a todas las instituciones y organizaciones
oficiales. Para ellos la Alemania posterior a la Segunda Guerra Mundial aun está bajo
ocupación por las potencias vencedoras, por lo que los actuales dirigentes políticos y
altos funcionarios estatales deberían ser juzgados por alta traición.

Desde una lógica conspirativa y antisemita, Reichsbürger considera a la actual


Alemania como resultado de un “complot sionista-francmasónico”. Son varios los
dirigentes que afirman que el gobierno alemán está controlado por fuerzas sionistas y
por el impacto político de un Holocausto que nunca habría ocurrido y que sólo sirve
para sustentar una “conspiración judía mundial”, que ya era popular en tiempos del
nazismo.

El desconocimiento del papel del Estado ha llevado a que los miembros de la


organización declaren inválido todo documento oficial, incentivando la creación de
nuevas identidades territoriales, licencias de conducir y títulos de propiedad, lo que
además promueve la delincuencia y el fraude. Pese a su rechazo a la administración
federal, Reichsbürger ha sido especialmente exitoso en su proceso de infiltración en
varias instituciones estatales como el ejército y la policía, lo que facilitó su acceso a
pertrechos militares. Existen denuncias de que desde 2010 se han perdido cientos de
armas y decenas de miles de municiones y explosivos del ejército alemán.

En cuanto a su ideología, Reichsbürger proviene de la vieja derecha


ultraconservadora y nacionalista, a los que se han sumado neonazis y revisionistas.
Y como herencia del covid 19, se les acercó el importante colectivo antivacunas
Querdenker (o “librepensadores”) con un rápido crecimiento y una metodología de
acción violenta.

Con un millar de activistas como “intelectuales orgánicos” que proporcionan dirección


política e ideológica, los informes de la inteligencia policial aseguran que el
movimiento tendría al menos 21 mil miembros activos, si bien analistas en seguridad
sospechan que también deberían ser contabilizados varios miles de contactos
periféricos.

Una vez que las llamativas particularidades del complot fueron reveladas por la prensa,
fue inevitable su discusión en la escena política alemana. Desde la derecha a la
izquierda, todos condenaron el intento de golpe de Estado. Aunque hubo también
críticas al gobierno por el manejo de la información y el inmenso operativo de seguridad
frente a un grupo minoritario del que, desde hacía semanas, se conocían sus planes.

Pese al sentido nacionalista del complot, fueron inevitables sus derivaciones


geopolíticas, también con una lógica conspirativa. Por un lado, por la familiaridad entre
los radicalizados alemanes y los ultras republicanos seguidores del grupo QAnon. Por
otro lado, por la supuesta complicidad con el gobierno de Putin dado que la esposa de
Heinrich XIII es de origen ruso.

Más allá de los debates políticos y la certeza de que era prácticamente imposible que
Reichbürger llevara adelante con éxito un golpe de Estado en Alemania, la opinión
pública mantiene su asombro en torno a la facilidad para la conformación de colectivos
de naturaleza extrema, pero también sobre las debilidades y fallas en las que se
sustentan hoy las democracias occidentales.

Aun frente a la toma del Capitolio en los días finales del gobierno de Donald Trump, es
preciso remarcar que en ese caso, lo que se invalidó fue el sistema de conteo de votos,
pero no la institucionalidad democrática, como si ocurrió en Alemania. Se trata, sin
duda, de la mayor consecuencia política de una conspiración fallida en sus objetivos,
pero exitosa en su amplia capacidad de cuestionamiento a un sistema político que
parece lucir agotado y sin capacidad de respuesta a nuevas demandas y desafíos. No
sólo en Alemania.  

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