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El discurso de la modernidad utiliza al realismo como una estrategia para afianzarse.

Esta
estrategia parte de la premisa de que el lenguaje, al ser transparente, representa la realidad
tal como es (Guerra 14).
Luego de revisar nuestras interpretaciones de Cómo me hice monja, El Gran Vidrio y
Nefando, podemos decir que los mecanismos propios de lo abyecto, la apropiación y el
realismo traumático se manifiestan en tales novelas a través de un conjunto de estrategias
discursivas que conforman una opacidad semántica que genera un efecto barroco, el cual
consiste en impedir que el lector entienda los relatos a partir de los parámetros del
paradigma monológico del lenguaje para, con base en ello, cuestionar la capacidad de dicho
sistema de signos para representar la realidad de manera objetiva (Lorenzano, 2009).
Cuando una parodia se combina con las estrategias de artificialización se produce un efecto
barroco, el cual consiste en provocar la incapacidad de aprehender al objeto parcial, así
como en la consecuente aparición del residuo semántico (Sarduy 411).

Es importante precisar que, a pesar de que tanto los textos de nuestro corpus como los del
corpus de Sarduy persiguen la misma finalidad, la cual consiste en realizar una crítica de la
modernidad al evidenciar el vacío epistemológico subyacente a toda lógica lingüística,
existe una diferencia entre los modos en que cada uno de estos conjuntos textuales consigue
su cometido. Esto pues, mientras los textos del corpus de Sarduy problematizan la lógica
lingüística a partir de recursos que operan tanto a nivel de la frase textual, como las
estrategias de artificialización y la parodia; como a nivel del discurso, como los gramas
sémicos y los gramas sintagmáticos, los textos de nuestro corpus realizan dicha
problematización con base en la utilización de lógicas no lingüísticas que operan tan sólo a
nivel del discurso a través de manifestaciones como lo abyecto, la apropiación, y la
conmoción (Guerra 55).

Dadas las constantes reapariciones de lo barroco en la literatura latinoamericana, Moraña


señala la necesidad de historiar sus actualizaciones sin considerar la reincidencia barroca
como mecánica supervivencia de lo lejano sino, más bien, como un retorno de lo reprimido
o, en otras palabras, como el resurgimiento de una problemática suprimida, invisibilizada, o
marginalizada por los discursos y las prácticas de la modernidad (59).

Según esta perspectiva, el alegoricismo discursivo del neobarroco interrumpe e interpela los
discursos modernos ya que dicha estética, al problematizar la lógica lingüística con base en
la proliferación y la saturación semántica, desnaturaliza “los mensajes seriados que la
modernidad administra dentro del plan homogeneizante y centralizador que se implanta” a
través de “las distintas etapas de modernización continental” (Moraña 70)

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