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A través de los años estamos viendo en el mundo las múltiples y crecientes

expresiones de nuevas intolerancias justificadas sobre prejuicios básicos como


son el racista, xenófobo, el de clase, religioso, político, sexista, homófobo entre
otros que niegan la integridad de las personas y ponen en un trajinar la
universalidad de los derechos humanos. Estos prejuicios alimentan la dinámica de
la agresividad, la violencia y el odio.
Los cambios sociales motivadas por la globalización neoliberal han creado un sin
número de razones inmejorables para alentar el crecimiento de los grandes
demonios escondidos bajo los hilos del voraz capitalismo. Ante situaciones como
la desregulación del mercado, la precarización del mercado laboral y los
movimientos migratorios de quienes buscan una vida mejor y más digna, las
sociedades de Bienestar han puesto en marcha una serie de mecanismos de
defensa para protegerse de todo lo que perciben que amenaza su orden social y
su seguridad.
Si desde una observación unipersonal cada quien es responsable de él o ella
misma, evitar la pobreza es una tarea eminentemente personal. Pero si la pobreza
se considera una injusticia social y los pobres son principalmente afectados de un
modelo económico que los ha condenado, las labores para afrontar tal situación
serán bien distintas. Disputan pues entre sí dos pensamientos encontradas, las
que devienen de sentimientos de lástima y compasión hacia las personas pobres y
las que tratan de eliminarlas o invisibilizarlas, culpabilizándolas. Es de atención,
por tanto, también estudiar en cuál de los dos hemisferios puede encontrarse en
estos momentos nuestra sociedad.
Los diferentes hechos violentos, de intimidación y delitos de segregación contra
grupos vulnerables, personas en riesgo o que realizan sus ejercicios de derecho
de libre opinión y expresión, nos indican las manifestaciones de intolerancia que
se ha instalado en el mundo. La preocupación por esta situación ha sido patente
en las alternativas que han tomado los Gobiernos democráticos y en las acciones
promovidas por diversos grupos o movimientos sociales que han surgido para
luchar contra las injusticias sociales y la intolerancia.
En los intentos que hacen los Estados de Bienestar de disminuir las desigualdades
brindando ayuda a las personas pobres, pero algunas veces estas ayudas se
perciben como algo humillante al estar supeditadas a una serie de requisitos y
condiciones. Es decir, en el caso de la regulación de poder acceder a las
prestaciones económicas otorgadas por el sistema de servicios sociales
emanados de los gobiernos, no sólo es necesario demostrar cuán pobre se es,
sino que también debe comprometerse con la utilización adecuada de los recursos
y ayudas recibidas y aceptar las contrapartidas exigidas en términos de conducta.
En ejemplo es como si alguien padeciera una enfermedad grave se le
condicionara el tratamiento al cumplimiento de determinados comportamientos o
como si a un adolescente conflictivo no se le diera el acceso a la educación por su
inadecuada conducta o la de sus figuras parentales.
Para ser más claros, las personas pobres no son un peligro ni una amenaza. La
verdadera amenaza para nuestra democracia está en seguir no reconociendo la
igual dignidad para todas las personas y en continuar dando un trato diferencial a
quienes “no se lo han ganado” o “desaprovechan las oportunidades”. Sabemos
que las situaciones de pobreza de grandes capas de la población tienen que ver
con la injusticia y con la desigualdad. Sabemos también que los logros del
maltrecho Estado de Bienestar no han conseguido erradicar la pobreza, la
desigualdad, ni los comportamientos aporófobos. ¿Cómo atajar entonces esa
escisión entre los “otros” y el “nosotros” que nos lleva al rechazo, al temor o incuso
al odio a las personas pobres? ¿Cómo garantizar los Derechos Humanos que
tanto predicamos?
Todas las acciones en contra de la aporofobia no serán posibles sin que se
implementen las condiciones que la hacen posible y la reproducen. La diferencia
analítica entre aporofobia y otras clases fobias como la xenofobia con las que
interactúa y se confunde, es un poderoso instrumento para el desarrollo de
políticas contra los diferentes tipos de intolerancia social presentes en nuestras
sociedades.
Si la “fobia” a las personas pobres es el resultado de la construcción social de la
pobreza y de los prejuicios y estereotipos que albergamos sobre las personas
pobres, su eliminación no puede pasar exclusivamente por mejorar las políticas
dirigidas a detectar, proteger y acompañar a las víctimas de los delitos de odio y a
penalizar a sus agresores. Con ser mucho, los cambios deben de ir mucho más
allá, deben orientarse a modificar las causas de la pobreza, a prevenirlas, y a
combatir la difusión interesada de los diversos mitos sobre las personas pobres
que han reavivado las políticas de los gobiernos.
Ese necesario y prontamente tomar acciones políticas que van desde lo ético y
político, que promueva una toma de conciencia colectiva que no normalice el
discurso económico dominante y y pueda ser capaz de ajustar los cambios
estructurales que ofrezcan no solo políticas de redistribución de la riqueza, sino
también políticas de reconocimiento de la dignidad humana para todas las
personas. Nos referimos al desarrollo de políticas orientadas por los Derechos
Humanos capaces de estar en todas las instituciones sociales y de
operacionalizarse en nuevas formas y mecanismos de inclusión e incorporación
social de carácter, que eviten las prácticas aporófobas y consideren lo que nos
tienen que decir las personas que sufren, las víctimas, sobre sus experiencias de
rechazo y desamparo y sus propuestas de emancipación. Escucharles y darles la
voz forma parte ineludible del reconocimiento de su igual dignidad .

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