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Mt 9, 32-38: Jesús sana toda enfermedad y toda dolencia

ALFERTSON CEDANO SAN MATEO 868 LECTORES


ACTUALIZADO EN.: JULIO 7, 2015

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Texto Bíblico

32 Estaban ellos todavía saliendo cuando le llevaron a Jesús un endemoniado mudo. 33 Y


después de echar al demonio, el mudo habló. La gente decía admirada: «Nunca se ha visto
en Israel cosa igual». 34 En cambio, los fariseos decían: «Este echa los demonios con el
poder del jefe de los demonios». 35 Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando
en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda
dolencia.
36 Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y
abandonadas, «como ovejas que no tienen pastor». 37 Entonces dice a sus discípulos: «La
mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; 38 rogad, pues, al Señor de la mies
que mande trabajadores a su mies».

Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)

Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículosRemigio

32 Después de haber dado de un modo maravilloso la vista a los ciegos, dio la palabra a un
mudo y la salud al que estaba poseído del demonio: en cuyo hecho se muestra Jesús como
Señor de todo poder y autor de todos los medios divinos. Ya lo dijo Isaías: “Entonces verán
los ciegos, oirán los sordos y hablarán los mudos” ( Is 35,5). Por eso se dice: «Salían ellos
todavía, cuando le presentaron un mudo endemoniado.»

En los que presentaron al Señor al mudo a fin de que le sanara, están representados los
Apóstoles y los predicadores, porque pusieron delante de los ojos misericordiosos de Dios,
al pueblo gentil con el objeto de que le salve.

32b «… le presentaron un mudo endemoniado.» Mudo estaba todo el pueblo gentil, porque
no podía abrir su boca para confesar la verdadera fe, ni para alabar a su Creador y porque
adorando a los ídolos mudos, se hizo semejante a ellos: estaba poseído del demonio
porque quedó muerto por su infidelidad y sujeto al imperio del demonio.

34 «Pero los fariseos decían: “Por el Príncipe de los demonios expulsa a los demonios.”»
Los escribas y fariseos negaban, siempre que podían, los milagros del Señor, e
interpretaban de maliciosa manera los que no podían negar, según aquello: “A causa de tu
gran fuerza, te mentirán tus enemigos” ( Sal 65,3).
35a «… proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando todo enfermedad y toda
dolencia.» Debe entenderse [del Reino] de Dios; porque aunque habla de las promesas
temporales, esto no constituye el Evangelio. De aquí es, que a la ley no se la llama
Evangelio; porque no prometía bienes celestiales sino temporales, a los que la observaban.

35b «… sanando todo enfermedad y toda dolencia.» Debe tenerse presente, que a los que
curaba exteriormente en el cuerpo, los curaba también interiormente en el alma: cosa que
no podía hacer nadie por su propio poder, sino por consentimiento de Dios.

36 «Y al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella…» Se mostró en esto el Señor


como un buen pastor y no como un pastor contratado. Esta es la razón que tenía para
compadecerse de ellos: «… porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen
pastor.» Eran maltratados por los demonios y por las diversas enfermedades y abatimientos
que los consumían.

37 Desde el momento en que el Hijo de Dios miró desde el Cielo a la tierra, a fin de
escuchar los lamentos de los que estaban encadenados ( Sal 101), comenzó a tomar
incremento la mucha mies que había; porque si no hubiera puesto sus ojos en la tierra el
autor de la salvación de los hombres, no se hubieran acercado éstos a la fe, por eso dijo a
sus discípulos: «”La mies es mucha y los obreros pocos.”»

38 Pequeño era el número de los Apóstoles en comparación de mies tan extensa. Y el


Salvador por esta razón exhorta a sus predicadores (esto es, a los Apóstoles y a sus
discípulos), a que todos los días pidan se aumente su número, por eso añade: «”Rogad,
pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies.”»

El Señor, dueño de la mies, aumentó los obreros de la mies cuando designó otros setenta y
dos, o cuando el Espíritu Santo descendió sobre los creyentes y formó multitud de
predicadores.

San Jerónimo

32 «Salían ellos todavía, cuando le presentaron un mudo endemoniado.»La palabra griega


cophos ( χωφος ) significa más bien sordo que mudo, pero es costumbre de la Escritura,
tomarla indiferentemente o por sordo o por mudo.

33 «Y expulsado el demonio, rompió a hablar el mudo. Y la gente, admirada, decía: “Jamás


se vio cosa igual en Israel.”» Porque así como los ciegos reciben la luz, así también se pone
expedita la lengua a los mudos, para que hablen y confiesen a aquel a quien antes
negaban. La admiración de las turbas representa la confesión de las naciones y la calumnia
de los fariseos nos da a conocer la actual infidelidad de los judíos.

35a «Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas…»Vemos
cómo el Señor predica el Evangelio indistintamente en las aldeas, en las ciudades y en los
pueblos, es decir, en los grandes y pequeños centros de población. Porque El no mira el
poderío de los nobles sino a la salvación de los creyentes, así se dice: que enseñaba en la
sinagoga, es decir, llenaba la misión que le había encomendado el Padre y satisfacía su sed
de salvar por medio de su palabra a los infieles.

35b «… proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando todo enfermedad y toda
dolencia.» Después de predicar y de enseñar curaba todas las tristezas y enfermedades,
con el objeto de persuadir con las obras a los que no había convencido con la palabra y por
esta razón se dice: “Curaba todo abatimiento y enfermedad”; con razón se dice de El: nada
le es imposible.

37 «Entonces dice a sus discípulos: “La mies es mucha y los obreros pocos.”» La mucha
mies significa la multitud de pueblos y los pocos operarios la escasez de maestros.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 32,1-3

32-33a «Salían ellos todavía, cuando le presentaron un mudo endemoniado.»No era mudo
de naturaleza, sino por obra del demonio. De ahí la necesidad que tuvo de que lo llevaran a
Jesús y la imposibilidad en que se encontraba de pedir por sí mismo o de suplicar a otros
que lo hicieran. No tenía voz por habérsela paralizado el demonio: por esta razón no le
exige Jesús la fe y le cura en seguida, por eso se dice: >«Y expulsado el demonio, rompió a
hablar el mudo.»

33b-34 «Y la gente, admirada, decía: “Jamás se vio cosa igual en Israel.”» El pueblo
estimaba a Jesús más que a todos los demás, no sólo porque curaba, sino porque curaba
con facilidad y prontitud todas las enfermedades, aunque fueran incurables. Esto era lo que
más irritaba a los fariseos. Porque no sólo era preferido antes que todos los que vivían en
Israel, sino incluso a todos los nacidos antes que El en Israel. Por esto los fariseos, movidos
por malos sentimientos, procuraran infamarle, según aquellas palabras: «Pero los fariseos
decían: “Por el Príncipe de los demonios expulsa a los demonios.”»

34-35a «Pero los fariseos decían: “Por el Príncipe de los demonios expulsa a los
demonios.”»¿Se puede decir locura mayor que la que ellos dijeron? Porque nadie puede
formarse la idea de que un demonio arroje a otro demonio, pues un demonio aplaude
siempre y no destruye nunca lo que otro hace. Y Cristo no sólo arrojaba a los demonios sino
que también limpiaba a los leprosos, resucitaba a los muertos, perdonaba los pecados,
predicaba el reino de Dios y conducía a los hombres al Padre; cosas todas que ni podía ni
quería hacer el demonio.

El Señor quiso refutar con sus acciones la acusación de los fariseos cuando decían: «”Por
el Príncipe de los demonios expulsa a los demonios.”», pues el demonio no se venga
haciendo bien a los que le ultrajan, sino haciéndoles daño. Y el Señor hace lo contrario;
puesto que no castiga, ni aun increpa a los que le afrentan y ultrajan, sino que los colma de
beneficios, por eso se dice: «Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus
sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando todo enfermedad y toda
dolencia.»: en cuyo proceder nos enseña, no a devolver a una acusación otra acusación,
sino a responder con beneficios. Aquel que después de ser acusado, deja de hacer el bien,
da a entender que hace el bien por el aplauso de los hombres, pero si hiciéremos
constantemente el bien a nuestros semejantes, sean quienes quieran, tendremos una
grandísima recompensa.

35b-36a «… sanando todo enfermedad y toda dolencia.» No consiste en esto solamente la


bondad de Cristo, sino que abriendo las entrañas de su misericordia para con aquel pueblo,
les manifiesta la solicitud que tiene para con ellos, según aquellas palabras: «Y al ver a la
muchedumbre, sintió compasión de ella…»

36b «… porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor.» Esta es la
condenación de los príncipes de los judíos, pues siendo ellos pastores se portaban como
lobos, porque no sólo no corregían al pueblo, sino además le perjudicaban cuanto podían
para utilidad propia, por eso el pueblo decía con admiración: “Jamás ha sucedido en Israel
una cosa parecida” y los fariseos, por el contrario: “arroja al demonio en nombre del príncipe
de los demonios”.

38 Jesús se declara abiertamente Señor de la mies. Si bien es cierto que manda a los
Apóstoles a segar la mies que ellos no sembraron, no los manda, sin embargo, a segar
mieses ajenas, sino a aquellas cuyas semillas sembró El mismo por medio de los profetas.
Pero no siendo más que doce los Apóstoles, exclamó: «”Rogad, pues, al Dueño de la mies
que envíe obreros a su mies.”». Y aun cuando El no aumentó el personal, lo multiplicó, sin
embargo, no en cuanto al número, sino en cuanto al poder que les dio.

El nos manifiesta cuán grande es la gracia, esto es, la de ser llamado a predicar
convenientemente la palabra de Dios, diciéndonos que a este fin debemos dirigir nuestras
súplicas. Nos hace mención en este pasaje de las palabras de Juan sobre el arca, el bieldo,
la paja y el grano

San Hilario, in Matthaeum, 9-10

33a «Y expulsado el demonio, rompió a hablar el mudo.» En este acontecimiento sigue todo
el procedimiento un orden natural: primero arroja el demonio y después recobran todas las
partes del cuerpo sus funciones.

32b «… le presentaron un mudo endemoniado.» Podemos ver también en el hombre sordo,


mudo y poseído del demonio, a todo el pueblo gentil (indigno de toda salvación), rodeado
por todas partes de toda clase de males y envuelto en todos los vicios del cuerpo.

Por el conocimiento de Dios se evita todo género de locas supersticiones y se encuentra la


vista, el oído y la palabra de salvación.

33b A la admiración de las turbas sigue inmediatamente la siguiente confesión: «”Jamás se


vio cosa igual en Israel.”», en cuyas palabras se demuestra el poder divino, que salvó a
aquel a quien la ley no pudo dar auxilio alguno.

38 «”Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies.”» Una vez concedida
en sentido místico la salud a las naciones, todas las ciudades y castillos quedan iluminados
por el poder y presencia de Cristo y limpios de todas las enfermedades dependientes de su
antigua postración. Tuvo el Señor compasión del pueblo atormentado por la violencia del
espíritu inmundo y agobiado por el peso de la Ley, porque aun no tenía pastor que le
volviera a la vigilancia del Espíritu Santo. El fruto de esta gracia era muy abundante y su
abundancia supera a las necesidades de todos los que lo desean, porque por grande que
sea la cantidad que cada uno tome, es aun mucha la que queda para dar y como hay
necesidad de gran número de operarios que lo distribuyan, nos manda que pidamos al
Señor de la mies que nos envíe gran número de distribuidores de este don del Espíritu
Santo, porque mediante la oración nos concede el Señor esta gracia.

Rábano

32b «… le presentaron un mudo endemoniado.» En sentido místico podemos decir, que así
como los dos pueblos, el judío y el gentil, estaban representados por los dos ciegos, así
también todo el género humano, en general, está representado por el hombre mudo y
poseído del demonio.

36b «… porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor.» Eran
maltratados por los distintos errores que profesaban y estaban agobiados, esto es,
entorpecidos e incapaces de levantarse porque aunque tenían pastores, era como si no los
tuviesen.

Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la IglesiaSanta Teresa del Niño


Jesús, Carta135

«Rogad al Dueño de la mies que mande obreros a su mies» (Mt 9,38)

Un día en el que pensaba qué podía hacer yo para salvar almas, una frase del Evangelio
me dio una viva luz. En otro tiempo Jesús dijo a sus discípulos enseñándoles los campos de
trigo ya maduro: «Alzad vuestros ojos y ved los campos, que blanquean ya para la siega».
(Jn 4,35), y un poco más adelante: «En verdad, la mies es abundante pero el número de
trabajadores es pequeño; pedid pues al señor de la mies que le mande trabajadores». ¡Qué
misterio! ¿Acaso Jesús no es todopoderoso? ¿Las criaturas no son de quien las ha hecho?
Entonces ¿por qué Jesús dice: «pedid, pues, al señor de la mies que le mande
trabajadores»? ¿Por qué?

¡Ah! Es que Jesús nos tiene un amor tan incomprensible que quiere que tomemos parte con
Él en la salvación de las almas. No quiere hacer nada sin nosotros. El creador del universo
espera la oración de una pobre y pequeñita alma para salvar a las demás almas rescatadas,
como ella, al precio de toda su sangre. Nuestra vocación no es ir a segar en los campos de
trigo maduro. Jesús no nos dice: «Bajad los ojos, mirad los campos e id a segarlos».
Nuestra misión [como carmelitas] es todavía más sublime. Estas son las palabras de
nuestro Jesús: «¡Levantad los ojos y mirad. Mirad cómo en mi cielo hay lugares vacíos, os
toca a vosotras el llenarlos; vosotras sois mis Moisés orando sobre el monte (Ex 17,8s).
Pedirme obreros y yo os los enviaré, no espero otra cosa que una plegaria, un suspiro de
vuestro corazón!»
Beato John Henry Newman: Presencia Invisible de Cristo

Sermón n. 21

“Viendo a la muchedumbre, sintió compasión, porque erraban como ovejas sin pastor” Mirad
a vuestro alrededor, hermanos: ¿por qué hay tantos cambios y luchas, tantos partidos y
sectas, tantos credos? Porque los hombres están insatisfechos e inquietos. ¿Y por qué
están inquietos, cada uno con su salmo, su doctrina, su lengua, su revelación, su
interpretación? Están inquietos porque no han encontrado…; todo esto todavía no les ha
llevado a la presencia de Cristo que es “la plenitud de la alegría y la felicidad eterna” (Sal.
15,11). Si hubieran sido alimentados por el pan de la vida (Jn 6,35) y probado el panal de
miel, sus ojos se habrían vuelto claros, como los de Jonatan (1Sm 14,27) y habrían
reconocido al Salvador de los hombres. Pero no habiendo percibido estas cosas invisibles,
todavía deben buscar, y están a merced de rumores lejanos…

Triste espectáculo: el pueblo de Cristo errante sobre las colinas “como ovejas sin pastor”.
En lugar de buscarlo en los lugares que siempre frecuentó y en la morada que estableció,
se atarean en proyectos humanos, siguen a guías extranjeros y se dejan cautivar por
opiniones nuevas, se convierten en el juguete del azar o del humor del momento y víctimas
de su propia voluntad.

Están llenos de ansiedad, de perplejidad, de celos y de alarma, “hechos bambolear y


llevados por todo viento de doctrina, por la astucia de los hombres y su propia astucia que
se equivoca en el error” (Ef 4,14). Todo esto porque no buscan el “Cuerpo único, el Espíritu
único, la única esperanza de su llamada, el único Señor, la fe única, el bautismo único, el
Dios único y Padre de todos” (Ef 4,5-6) para “encontrar el descanso de sus almas” (Mt
11,29).

Francisco, papaMensaje mundial de oración por las Vocaciones, 14-05-2014

1. El Evangelio relata que «Jesús recorría todas las ciudades y aldeas… Al ver a las
muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas
“como ovejas que no tienen pastor”. Entonces dice a sus discípulos: “La mies es abundante,
pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores
a su mies”» (Mt 9,35-38). Estas palabras nos sorprenden, porque todos sabemos que
primero es necesario arar, sembrar y cultivar para poder luego, a su debido tiempo,
cosechar una mies abundante. Jesús, en cambio, afirma que «la mies es abundante».
¿Pero quién ha trabajado para que el resultado fuese así? La respuesta es una sola: Dios.
Evidentemente el campo del cual habla Jesús es la humanidad, somos nosotros. Y la acción
eficaz que es causa del «mucho fruto» es la gracia de Dios, la comunión con él (cf. Jn 15,5).
Por tanto, la oración que Jesús pide a la Iglesia se refiere a la petición de incrementar el
número de quienes están al servicio de su Reino. San Pablo, que fue uno de estos
«colaboradores de Dios», se prodigó incansablemente por la causa del Evangelio y de la
Iglesia. Con la conciencia de quien ha experimentado personalmente hasta qué punto es
inescrutable la voluntad salvífica de Dios, y que la iniciativa de la gracia es el origen de toda
vocación, el Apóstol recuerda a los cristianos de Corinto: «Vosotros sois campo de Dios» (1
Co 3,9). Así, primero nace dentro de nuestro corazón el asombro por una mies abundante
que sólo Dios puede dar; luego, la gratitud por un amor que siempre nos precede; por
último, la adoración por la obra que él ha hecho y que requiere nuestro libre compromiso de
actuar con él y por él.

[…] 3. También hoy Jesús vive y camina en nuestras realidades de la vida ordinaria para
acercarse a todos, comenzando por los últimos, y curarnos de nuestros males y
enfermedades. Me dirijo ahora a aquellos que están bien dispuestos a ponerse a la escucha
de la voz de Cristo que resuena en la Iglesia, para comprender cuál es la propia vocación.
Os invito a escuchar y seguir a Jesús, a dejaros transformar interiormente por sus palabras
que «son espíritu y vida» (Jn 6,63). María, Madre de Jesús y nuestra, nos repite también a
nosotros: «Haced lo que él os diga» (Jn 2,5). Os hará bien participar con confianza en un
camino comunitario que sepa despertar en vosotros y en torno a vosotros las mejores
energías. La vocación es un fruto que madura en el campo bien cultivado del amor
recíproco que se hace servicio mutuo, en el contexto de una auténtica vida eclesial.
Ninguna vocación nace por sí misma o vive por sí misma. La vocación surge del corazón de
Dios y brota en la tierra buena del pueblo fiel, en la experiencia del amor fraterno. ¿Acaso
no dijo Jesús: «En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a
otros» (Jn 13,35)?

[…] Dispongamos por tanto nuestro corazón a ser «terreno bueno» para escuchar, acoger y
vivir la Palabra y dar así fruto. Cuanto más nos unamos a Jesús con la oración, la Sagrada
Escritura, la Eucaristía, los Sacramentos celebrados y vividos en la Iglesia, con la
fraternidad vivida, tanto más crecerá en nosotros la alegría de colaborar con Dios al servicio
del Reino de misericordia y de verdad, de justicia y de paz. Y la cosecha será abundante y
en la medida de la gracia que sabremos acoger con docilidad en nosotros. Con este deseo,
y pidiéndoos que recéis por mí, imparto de corazón a todos la Bendición Apostólica.

San Juan Pablo II, papaCatequesis, Audiencia general (29-04-1992)

2. El primer fundamento [del Sacramento de la Unción de Enfermos] se puede descubrir en


la solicitud y cuidado de Jesús por los enfermos. Los evangelistas nos relatan cómo, desde
el inicio de su vida pública, trataba con gran amor y compasión sincera a los enfermos y a
todos los demás necesitados y atribulados, que le pedían su intervención. San Mateo
atestigua que «sanaba toda enfermedad y toda dolencia» (Mt 9, 35).

Para Jesús esas innumerables curaciones milagrosas eran el signo de la salvación que
quería aportar a los hombres. Con frecuencia establece claramente esta relación de
significado, como cuando perdona los pecados al paralítico y sólo después realiza el
milagro, para demostrar que «el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar los
pecados» (Mc 2, 10). Su mirada, por consiguiente, no se detenía sólo en la salud del
cuerpo; buscaba también la curación del alma, la salvación espiritual.

3. Este comportamiento de Jesús pertenecía a la economía de la misión mesiánica, que la


profecía del libro de Isaías había descrito en términos de curación de los enfermos y de
ayuda a los pobres (cf. Is 61, 1 ss.; Lc 4, 18-19). Es una misión que, ya durante su vida
terrena, Jesús quiso confiar a sus discípulos, a fin de que socorriesen a los menesterosos y,
en especial, curasen a los enfermos. En efecto, el evangelista san Mateo nos asegura que
Jesús, «llamando a sus doce discípulos, les dio poder sobre los espíritus inmundos para
expulsarlos, y para curar toda enfermedad y toda dolencia» (Mt10, 1). Y Marcos dice de
ellos que «expulsaban a muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos y los
curaban» (Mc 6, 13). Es significativo que ya en la Iglesia primitiva no sólo se subrayara este
aspecto de la misión mesiánica de Jesús, al que se hallan dedicadas numerosas páginas de
los evangelios, sino también la obra confiada por él a sus discípulos y apóstoles, en
conexión con su misión.

4. La Iglesia ha hecho suya la atención especial de Jesús para con los enfermos. Por una
parte, ha suscitado muchas iniciativas de dedicación generosa a su curación. Por otra, con
el sacramento de la unción, les ha proporcionado y les proporciona el contacto benéfico con
la misericordia de Cristo mismo.

Ángelus (12-08-1990)

Entre las tareas del ministerio sacerdotal está la de la visita a los enfermos, a los cuales
proporciona consuelo moral y espiritual para ayudarles a soportar la prueba de la
enfermedad, y a superarla…

Constatamos constantemente en el Evangelio la atención especial de Jesús hacia los


enfermos. Es una característica de su actividad. “Jesús ―dice san Mateo― recorría todas
las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del
Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia” (Mt 9, 35). “Una numerosa multitud
afluía para oírle y ser curados de sus enfermedades” (Lc 5, 15).

A través de la compasión a los enfermos y a los que sufren, Jesús revelaba el amor divino,
que se inclina con piedad infinita sobre todas las miserias humanas. Al mismo tiempo
mostraba una compasión eficaz: no sólo manifestaba su simpatía, sino que procuraba la
curación. Él hacía ver que la omnipotencia divina se pone al servicio de los hombres,
realizando muchos milagros en favor de los enfermos.

Homilía, Ciudad de México, 07-05-1990

VIAJE APOSTÓLICO A MÉXICO Y CURAÇAO

El buen pastor no huye al momento de la prueba

[…] Ante la muchedumbre que le sigue, Jesús “sintió compasión de ella, porque estaban
vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor” (Mt 9, 36). El Señor, a diferencia de
los falsos líderes del pueblo, que como mercenarios huyen en el momento de la prueba, se
presenta comoel Pastor bueno y verdadero, porque está dispuesto a dar la vida por sus
ovejas. El testimonio supremo y la prueba mayor de Cristo como Buen Pastor es el dar la
vida pos sus ovejas: lo cual realiza en la cruz, en la que ofrece el sacrificio de sí mismo por
los pecados de todo el mundo. Esta cruz y este sacrificio son el signo que distingue radical y
transparentemente al Buen Pastor de quien no lo es, de quien sólo es mercenario.

La cruz y el sacrificio, amadísimos hermanos y hermanas, nos permiten distinguir entre el


Buen Pastor y los falsos pastores o mercenarios. A lo largo de la historia se han sucedido
no pocos “pastores” —líderes, caudillos, jefes, ideólogos y creadores de opinión o corrientes
de pensamiento— que han intentado “ pastorear ” y guiar al pueblo hacia paraísos
artificiales y hacia tierras prometidas de libertad, de bienestar, de justicia de realización
plena, queriendo prescindir de Dios y de su santa ley. Y uno tras otro, llegado el peligro
llegada la hora de la verdad en la marcha inexorable de la historia, se han ido demostrando
pastores falsos, servidores no de la verdad y del bien, sino de intereses particulares, de
ideologías y sistemas que se volvían contra el hombre.

Cristo, en cambio, como Buen Pastor sale al encuentro de la cruz, porque conoce a sus
ovejas y sabe que el sacrificio de sí es necesario para la salvación de ellas. Es necesario
que El ofrezca su vida por las ovejas. Sí. El Buen Pastor conoce sus ovejas y las ovejas le
conocen a El. Le conocen como a su Redentor.

En esta hora de la historia, en la que asistimos a profundas transformaciones sociales y a


una nueva configuración de muchas regiones del planeta, es necesario proclamar que
cuando pueblos enteros se veían sometidos a la opresión de ideologías y sistemas políticos
de rostro inhumano, la Iglesia, continuadora de la obra de Cristo, Buen Pastor, levantó
siempre su voz y actuó en defensa del hombre, de cada hombre y del hombre entero, sobre
todo de los más débiles y desamparados. Defendió toda la verdad sobre el hombre, pues,
“el hombre es el camino de la Iglesia”, como ya dije al inicio de mi pontificado.

La defensa de la verdad sobre el hombre le ha acarreado a la Iglesia, como le sucedió al


Buen Pastor, sufrimientos, persecuciones y muerte. La Iglesia ha tenido que pagar en la
persona de sus pastores, de sus sacerdotes, de sus religiosos y religiosas, de sus fieles
laicos también en tiempos recientes un precio muy alto de persecución, cárcel y muerte. Ella
lo ha aceptado en aras de su fidelidad a su misión y al seguimiento del Buen Pastor,
consciente de que “no es el discípulo mayor que su Maestro. Si a El lo han perseguido,
también a ellos los perseguirán” (cf. Jn 15, 20). Cristo, Buen Pastor, obedeciendo al Padre,
ofrece su vida libre y amorosamente por la redención de los hombres (cf. Ibíd., 10, 18).

Catequesis, Audiencia general (09-11-1988)

El sufrimiento tiene sentido a la luz de la Pasión de Cristo

7. […] Todos los que sufren pueden sentirse llamados a participar en la obra de la redención
realizada por medio de la cruz. Participar en la cruz de Cristo quiere decircreer en la
potencia salvífica del sacrificio que todo creyente puede ofrecer junto al Redentor. Entonces
el sufrimiento se libera de la sombra del absurdo, que parece recubrirlo, y adquiere una
dimensión profunda, revela su significado y valor creativo. Se diría, entonces, que cambia el
escenario de la existencia, del que se aleja cada vez más la potencia destructiva del mal,
precisamente porque el sufrimiento produce frutos copiosos. Jesús mismo nos lo revela y
promete, cuando dice: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. En
verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero
si muere da mucho fruto” (Jn 12, 23-24) ¡Desde la cruz a la gloria!

8. Es necesario iluminar con la luz del Evangelio otro aspecto de la verdad del sufrimiento.
Mateo nos dice que “Jesús recorría las aldeas… proclamando la Buena Nueva del reino y
sanando toda enfermedad y dolencia” (Mt 9, 35). Lucas a su vez narra que cuando
interrogaron a Jesús sobre el significado correcto del mandamiento del amor, respondió con
la parábola del buen samaritano (cf. Lc 10, 30-37). De estos textos se deduce que, según
Jesús, el sufrimiento debe impulsar, de forma particular, al amor al prójimo y al compromiso
por prestarle los servicios necesarios. Tal amor y tales servicios, desarrollados en cualquier
forma posible, constituyen un valor moral fundamental que “acompaña” al sufrimiento. Más
aún, Jesús, hablando del juicio final, ha dado particular relieve al concepto de que toda obra
de amor llevada a cabo en favor del hombre que sufre, se dirige al Redentor mismo: “Tuve
hambre, yme disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me
acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y
vinisteis a verme” (Mt 25, 35-36). En estas palabras se basa toda la ética “cristiana del
servicio, también el social, y la valoración definitiva del sufrimiento aceptado a la luz de la
cruz.

¿No se podía sacar de aquí la respuesta que, también hoy, espera la humanidad? Esa sólo
se puede recibir de Cristo crucificado, “el Santo que sufre”, que puede penetrar en el
corazón mismo de los problemas humanos más tormentosos, porque ya está junto a todos
los que sufren y le piden la infusión de una esperanza nueva.

Carta a los Jóvenes (31-03-1985)

CON OCASIÓN DEL AÑO INTERNACIONAL DE LA JUVENTUD

el «sígueme» de Cristo, precisamente en este sentido excepcional y carismático, se hace


sentir la mayoría de las vecesya en la época de la juventud; y, a veces, se advierte incluso
en la niñez.

Ésta es la razón por la que deseo decir a todos vosotros, jóvenes, en esta importante fase
del desarrollo de vuestra personalidad masculina o femenina: si tal llamada llega a tu
corazón, ¡no la acalles! Deja que se desarrolle hasta la madurez de una vocación. Colabora
con esa llamada a través de la oración y la fidelidad a los mandamientos. «La mies es
mucha» (Mt 9, 37). Hay una gran necesidad de que muchos oigan la llamada de Cristo:
«Sígueme». Hay una gran necesidad de que a muchos llegue la llamada de Cristo:
«Sígueme». Hay una enormenecesidad de sacerdotes según el corazón de Dios. La Iglesia
y el mundo actual tienen urgente necesidad de un testimonio de vida entregada sin reserva
a Dios, del testimonio de este amor esponsal de Cristo, que de modo particular haga
presente el Reino de Dios entre los hombres y lo acerque al mundo.

Permitidme pues completar aún las palabras de Cristo el Señor sobre la mies que es
abundante. Sí, es abundante la mies del Evangelio, la de la salvación… «pero los obreros
son pocos». Tal vez hoy se note esto más que en el pasado, especialmente en algunos
países, así como también en algunos Institutos de vida consagrada y similares.

«Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies» (Mt 9, 37), continúa
diciendo Cristo. Estas palabras, especialmente en nuestro tiempo, se convierten en un
programa de oración y acción en favor de las vocaciones sacerdotales y religiosas. Con
este programa la Iglesia se dirige a vosotros, jóvenes. Rogad también vosotros. Y si el fruto
de esta oración de la Iglesia nace en lo íntimo de vuestro corazón, escuchad al Maestro que
os dice: «Sígueme».

Benedicto XVI, papaÁngelus (03-07-2011)

[…] Cuando Jesús recorría los caminos de Galilea anunciando el reino de Dios y curando a
muchos enfermos, sentía compasión de las muchedumbres, porque estaban extenuadas y
abandonadas, como ovejas sin pastor (cf. Mt 9, 35-36). Esa mirada de Jesús parece
extenderse hasta hoy, hasta nuestro mundo. También hoy se posa sobre tanta gente
oprimida por condiciones de vida difíciles y también desprovista de válidos puntos de
referencia para encontrar un sentido y una meta a la existencia. Multitudes extenuadas se
encuentran en los países más pobres, probadas por la indigencia; y también en los países
más ricos son numerosos los hombres y las mujeres insatisfechos, incluso enfermos de
depresión. Pensemos en los innumerables desplazados y refugiados, en cuantos emigran
arriesgando su propia vida. La mirada de Cristo se posa sobre toda esta gente, más aún,
sobre cada uno de estos hijos del Padre que está en los cielos, y repite: «Venid a mí
todos…».

Jesús promete que dará a todos «descanso», pero pone una condición: «Tomad sobre
vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón». ¿En qué
consiste este «yugo», que en lugar de pesar aligera, y en lugar de aplastar alivia? El «yugo»
de Cristo es la ley del amor, es su mandamiento, que ha dejado a sus discípulos (cf. Jn 13,
34; 15, 12). El verdadero remedio para las heridas de la humanidad —sea las materiales,
como el hambre y las injusticias, sea las psicológicas y morales, causadas por un falso
bienestar— es una regla de vida basada en el amor fraterno, que tiene su manantial en el
amor de Dios. Por esto es necesario abandonar el camino de la arrogancia, de la violencia
utilizada para ganar posiciones de poder cada vez mayor, para asegurarse el éxito a toda
costa. También por respeto al medio ambiente es necesario renunciar al estilo agresivo que
ha dominado en los últimos siglos y adoptar una razonable «mansedumbre». Pero sobre
todo en las relaciones humanas, interpersonales, sociales, la norma del respeto y de la no
violencia, es decir, la fuerza de la verdad contra todo abuso, es la que puede asegurar un
futuro digno del hombre.

Mensaje (13-04-2008): Amor que apremia.

XLV Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones.

Al ver a la gente, sintió compasión de ellos, porque mientras recorría pueblos y ciudades,
los encontraba cansados y abatidos «como ovejas que no tienen pastor» (cf. Mt 9, 36). De
aquella mirada de amor brotaba la invitación a los discípulos: «Rogad, pues, al dueño de la
mies que envíe obreros a su mies» (Mt 9, 38), y envió a los Doce «a la ovejas perdidas de
Israel», con instrucciones precisas. Si nos detenemos a meditar el pasaje del Evangelio de
Mateo denominado «discurso misionero», descubrimos todos los aspectos que caracterizan
la actividad misionera de una comunidad cristiana que quiera permanecer fiel al ejemplo y a
las enseñanzas de Jesús. Corresponder a la llamada del Señor comporta afrontar con
prudencia y sencillez cualquier peligro e incluso persecuciones, ya que «un discípulo no es
más que su maestro, ni un esclavo más que su amo» (Mt 10, 24). Al hacerse una sola cosa
con el Maestro, los discípulos ya no están solos para anunciar el Reino de los cielos, sino
que el mismo Jesús es quien actúa en ellos: «El que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y
el que me recibe, recibe al que me ha enviado» (Mt 10, 40). Y además, como verdaderos
testigos, «revestidos de la fuerza que viene de lo alto» (cf. Lc24, 49), predican «la
conversión y el perdón de los pecados» (Lc 24, 47) a todo el mundo.

3. Precisamente porque el Señor los envía, los Doce son llamados «apóstoles», destinados
a recorrer los caminos del mundo anunciando el Evangelio como testigos de la muerte y
resurrección de Cristo. San Pablo escribe a los cristianos de Corinto: «Nosotros –es decir,
los Apóstoles– predicamos a Cristo crucificado» (1 Co 1, 23). En ese proceso de
evangelización, el libro de los Hechos de los Apóstoles atribuye un papel muy importante
también a otros discípulos, cuya vocación misionera brota de circunstancias providenciales,
incluso dolorosas, como el ser expulsados de la propia tierra por ser seguidores de Jesús
(cf. 8, 1-4). El Espíritu Santo permite que esta prueba se transforme en ocasión de gracia, y
se convierta en oportunidad para que el nombre del Señor sea anunciado a otras gentes y
se ensanche así el círculo de la comunidad cristiana. Se trata de hombres y mujeres que,
como escribe Lucas en el libro de los Hechos, «han dedicado su vida a la causa de nuestro
Señor Jesucristo» (15, 26). El primero de todos, llamado por el mismo Señor a ser un
verdadero Apóstol, es sin duda alguna Pablo de Tarso. La historia de Pablo, el mayor
misionero de todos los tiempos, lleva a descubrir, bajo muchos puntos de vista, el vínculo
que existe entre vocación y misión. Acusado por sus adversarios de no estar autorizado
para el apostolado, recurre repetidas veces precisamente a la vocación recibida
directamente del Señor (cf. Rm 1, 1; Ga 1, 11-12.15-17).

4. Al principio, como también después, lo que «apremia» a los Apóstoles (cf. 2 Co 5, 14) es
siempre «el amor de Cristo». Fieles servidores de la Iglesia, dóciles a la acción del Espíritu
Santo, innumerables misioneros han seguido a lo largo de los siglos las huellas de los
primeros apóstoles. El Concilio Vaticano II hace notar que «aunque la tarea de propagar la
fe incumbe a todo discípulo de Cristo según su condición, Cristo Señor llama siempre de
entre sus discípulos a los que quiere para que estén con Él y para enviarlos a predicar a las
gentes (cf. Mc 3, 13–15)» (Decr. Ad gentes, 23). El amor de Cristo, de hecho, viene
comunicado a los hermanos con ejemplos y palabras; con toda la vida. «La vocación
especial de los misioneros ad vitam –escribió mi venerado predecesor Juan Pablo II–
conserva toda su validez: representa el paradigma del compromiso misionero de la Iglesia,
que siempre necesita donaciones radicales y totales, impulsos nuevos y valientes» (Encl.
Redemptoris missio, 66).

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