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Texto Bíblico
18 Mientras les decía esto, se acercó un jefe de los judíos que se arrodilló ante él y le dijo:
«Mi hija acaba de morir. Pero ven tú, impón tu mano sobre ella y vivirá». 19 Jesús se
levantó y lo siguió con sus discípulos. 20 Entre tanto, una mujer que sufría flujos de sangre
desde hacía doce años, se le acercó por detrás y le tocó la orla del manto, 21 pensando que
con solo tocarle el manto se curaría. 22Jesús se volvió y al verla le dijo: «¡Ánimo, hija! Tu fe
te ha salvado». Y en aquel momento quedó curada la mujer. 23 Jesús llegó a casa de aquel
jefe y, al ver a los flautistas y el alboroto de la gente, 24 dijo: «¡Retiraos! La niña no está
muerta, está dormida». Se reían de él. 25 Cuando echaron a la gente, entró él, cogió a la
niña de la mano y ella se levantó. 26 La noticia se divulgó por toda aquella comarca.
§24-28; SC 167
En esta esperanza, unámonos a aquel que es fiel y sus promesas son verdad y justos sus
juicios. El que nos manda no mentir, no puede mentir. Para Dios nada es imposible, salvo el
mentir. Reanimemos, pues, nuestra fe en él y consideremos que todo esto le es posible. De
una palabra de su boca ha formado el universo y con una palabra suya lo puede aniquilar…
Hace todo lo que quiere. Nada de lo que ha decidido perecerá jamás. Todo está delante de
Él y nada se escapa a su providencia.
San HilarioComentario
El jefe [de la sinagoga] puede interpretarse como representante de la Ley de Moisés, que,
ruega en provecho de la multitud que ella había alimentado para Cristo, anunciándole la
espera de su llegada; pide al Señor devuelva la vida a una muerta… El Señor le prometió su
ayuda y para garantizársela, le acompaña. En primer lugar, la multitud de paganos
pecadores se salva con los apóstoles.
El don de la vida equivalía, en primer lugar a la elección predestinada por la ley, pero
previamente, en la imagen de la mujer, la salvación ha visitado los publicanos y a los
pecadores. Por eso, esta mujer confía en que acercándose cuando pase el Señor, será
curada de su flujo de sangre al tocarle el vestido… Ella se ha adelantado en la fe a tocar el
borde del vestido, es decir a alcanzar en compañía de los apóstoles el don del Espíritu
Santo que sale del cuerpo de Cristo a través del vestido. En un instante está curada. Así, la
salud destinada a una se hizo también a otra, a los que el Señor ha elogiado la fe y la
perseverancia, porque lo que estaba preparado para Israel fue acogido por todos los
pueblos…
La fuerza sanadora del Señor, contenida en su cuerpo, llegaba hasta el borde de sus
vestidos. En efecto, Dios no era divisible ni perceptible para ser encerrado en un cuerpo;
reparte sus dones en el Espíritu, pero no se divide en sus dones. Su fuerza se percibe por la
fe en todas partes, porque es para todos y no está ausente en ninguna parte. El cuerpo que
ha tomado no le ha disminuido su fuerza, pero su potencia tomó la fragilidad de un cuerpo
para él rescatarlo… El Señor entra posteriormente en la casa del jefe, es decir, en la
sinagoga…, y muchos se burlan de él. En efecto no han creído en un Dios hecho hombre;
se han reído al escuchar predicar la resurrección de entre los muertos. Tomando la mano
de la niña, el Señor ha devuelto a la vida a aquella cuya muerte no era ante Él más que un
sueño.
El Verbo tomó un cuerpo capaz de morir para que este cuerpo, participando del Verbo que
está por encima de todo…, fuera incorruptible gracias al Verbo que permanece en él, y a fin
de liberar de la corrupción a todos los hombres por la gracia de la resurrección. El Verbo,
pues, ofreció a la muerte el cuerpo que había tomado, como un sacrificio y una víctima sin
mancha alguna; y seguidamente anonadó a la muerte librando de la misma a todos los
hombres, sus semejantes, por la ofrenda de este cuerpo que los une.
Es justo que el Verbo de Dios, superior a todos, que ofrecía su propio templo, su cuerpo, en
rescate por todos, pagara nuestra deuda con su muerte. Unido a todos los hombres a través
de un cuerpo semejante al de ellos, es justo que el Hijo de Dios, incorruptible, revista a
todos los hombres de incorruptibilidad, según la promesa traída con su resurrección. Porque
la corrupción misma, implicada en la muerte, ya no tiene ningún poder sobre los hombres a
causa del Verbo que se había hecho una misma cosa con ellos por su cuerpo semejante al
de ellos.
La fe, es lo que hace que creamos desde el fondo del alma… todas las verdades que la
religión nos enseña, es decir, el contenido de la Escritura Santa y todas enseñanzas del
Evangelio; en fin, todo lo que nos es propuesto por la Iglesia. El justo verdaderamente vive
de esta fe (Rm 1,17), porque reemplaza a la inmensa mayoría de los sentidos de la
naturaleza. Transforma tanto todas las cosas que apenas los sentidos pueden servirle al
alma; por ellos sólo percibe apariencias engañosas; la fe le muestra las realidades.
El ojo le muestra a un pobre; la fe le muestra a Jesús (cf Mt 25,40). El oído le deja oír
insultos y persecuciones; la fe le canta: “Regocíjese y gózate de alegría” (cf Mt 5,12). El
tacto nos hace sentir los golpes recibidos; la fe nos dice: “alegraos de haber sido
considerados dignos de sufrir algo por el nombre Cristo” (cf Hch. 5,41). El gusto nos hace
sentir el incienso; la fe nos dice que el incienso verdadero “son las oraciones de los santos”
(Ap 8,4). Los sentidos nos seducen por las bellezas creadas; la fe piensa en la belleza
increada y tiene lástima de todas las criaturas que son nada y polvo al lado de aquella
belleza. A los sentidos les horroriza el dolor; la fe lo bendice como la corona esponsal que
se le une a su Amado, como la marcha con su Esposo, la mano en su mano divina. Los
sentidos se rebelan contra el insulto; la fe lo bendice: ” bendecid a los que os maldicen ” Lc
6,28)…; lo encuentra dulce porque es compartir la suerte de Jesús… Los sentidos son
curiosos; la fe no quiere conocer nada: tiene sed de sepultarse y querría pasar toda su vida
inmóvil al pie del tabernáculo.
La perícopa recoge dos escenas entremezcladas que nos son narradas por los tres
Sinópticos. La relación entre ellos resulta más complicada que de lo ordinario. Mateo, una
vez más, parece haber estilizado la historia prescindiendo de rasgos de tipo anecdótico que
no interesaban para la narración. La diferencia más grande entre los Sinópticos es que,
según Mateo, la niña ya había muerto cuando su padre —que era un “jefe” según su
versión, y jefe o presidente de la sinagoga, según la versión de Marcos y Lucas— se llega a
Jesús para pedirle ayuda (los otros dos Sinópticos dicen que estaba muy grave). ¿Qué ha
pretendido Mateo al introducir este cambio? ¿Poner más de relieve la magnitud del milagro?
Probablemente lo ha hecho, en el caso de haber sido él el responsable del cambio, por
razones teológicas: entre las obras que realizaría el Mesías, y como signo para reconocerlo,
figuraba también la resurrección de los muertos. Y antes de mencionar expresamente estos
signos (11,5) quiere adelantar ejemplos de todas y cada una de las obras que realizaría el
Mesías. Así quedaría más patente el mesianismo de Jesús.
A pesar de que Mateo ha abreviado la narración de Marcos, nos conserva dos detalles
sumamente interesantes porque recuerdan las costumbres judías. Uno se refiere a las
borlas que llevaba Jesús en el borde de su manto (v. 20). Todo judío piadoso las llevaba,
para que le evocasen los mandamientos del Señor (25,5; Núm 15,38ss). Jesús se adaptó a
las costumbres y modo de vestir de sus contemporáneos. El otro detalle nos lo ofrece con la
mención de los flautistas profesionales, que eran llamados para hacer el duelo más
solemne.
La finalidad del evangelista Mateo es clara. Ya nos ha dicho que Jesús es el vencedor de la
muerte (ver el comentario a 8,18- 22). El cuarto evangelio acentuará más este aspecto:
Jesús es la vida, la resurrección y la vida. Al enfrentarse con la muerte, en el caso presente,
Mateo nos presenta una parábola en acción: Jesús, que es la resurrección y la vida, es el
vencedor de la muerte, tiene poder sobre ella. Como Mesías es el portador del reino de
Dios, donde la muerte no es el estadio final del hombre, porque el reino de Dios significa la
vida, vida inextinguible o eterna, como la llama el cuarto evangelio. Desde este punto de
vista toda la vida de Jesús fue una parábola en acción: caminó hacia la muerte para
superarla en la resurrección. Desde la resurrección adquiere pleno sentido cuanto dijo e
hizo. Y desde la resurrección de Cristo adquiere su último sentido lo que él realizó durante
su ministerio terreno. Sólo teniendo esto en cuenta puede comprenderse la profundidad de
la afirmación de Jesús cuando, al referirse a la niña muerta, dijo que estaba dormida. En el
lenguaje bíblico la imagen del sueño significa que los muertos esperan ser despertados,
resucitados (Is 57,2; Dn 12,2; 1 Tes 4,13-14).
Algo parecido puede decirse del caso de la hemorroisa. El vencedor de la muerte puede
vencer la enfermedad. Quien puede lo más puede lo menos. Ni podemos leer
despectivamente una historia como ésta pensando que la acción de Dios se limita siempre y
exclusivamente al interior del hombre. Afecta al hombre en su totalidad. Y la ruptura que
nosotros hemos hecho en él —alma y cuerpo, como realidades tan distintas y distantes—
no responde a la mentalidad bíblica.
Otro motivo presente en estas dos historias es la fe. Fe en el poder de Jesús sobre la
muerte, como la que tiene Jairo (así llaman Marcos y Lucas al padre de la niña muerta). Fe
en el poder de Jesús sobre la enfermedad (como lo demuestra el caso de la hemorroisa).
Donde existe esta fe es donde se realiza el milagro- Y no es que Jesús sea un “milagrero”,
pero una cosa es clara: se le conocerá tanto mejor cuanto mejor sean conocidos sus
milagros.
¡Cuánto camino recorrido desde el momento en que Jacob eligió, para hacer un alto en el
camino, un lugar completamente ocasional y que más tarde habría de ser elevado al rango
de santuario nacional! En la época en que el escritor elohísta redacta este relato (los vv. 13-
16.19 son yahvistas y repiten a favor de Jacob las promesas hechas a Abraham y a Isaac),
el templo de Betel es considerado, en el reino del norte, como un centro de peregrinación
importante y con vitola de nobleza, puesto que fue fundado por el patriarca Jacob.
Al menos es lo que podemos decir al reconstruir la historia. Gn. 28, en efecto, constituye un
bello ejemplo de tradiciones fusionadas, unas pertenecientes a un santuario y las otras a un
clan nómada. Jacob debió de ser en su época un personaje importante, como lo demuestra
la existencia de tradiciones que sitúan su vida tanto en TransJordania como en Palestina
central (Betel). Es probable que una migración de este a oeste pusiera en relación al clan de
Jacob con la leyenda que se refiere a la fundación de Betel, leyenda piadosamente
conservada por los servidores del santuario.
Esta leyenda relataba que el dios El se había aparecido en sueños a un lejano antepasado,
el cual lo había visto descender a lo largo de lo que parece debían de ser las rampas de un
zigurat; se simbolizaba así la función del templo, que es la de ser lugar de encuentro entre
el cielo y la tierra, la puerta del cielo y la «casa-de-Dios» (Beth-El). Cuando el clan de Jacob
ocupó la Palestina central, identificó simplemente al dios El con su dios protector (el
«Omnipotente de Jacob») y atribuyó al patriarca la fundación del santuario. Jesús asimilará
en su persona la tradición de Betel, revelándose como la única puerta que da acceso al
cielo (Jn. 1, 51).
Salmo 90
El salmo da a conocer, en forma de oráculo, la protección que Dios dispensa a sus amigos.
Es oportuno para cantar el momento en que Jacob deja su patria para huir de la cólera de
Esaú.
Mateo 9,18-26.
¿Quién es este hombre y qué aporta de nuevo? Ciertamente, Yahvé manda en el mar y en
los vientos; es el Esposo enamorado que perdona la infidelidad de Israel. Pero, en la
persona de Jesús, se acerca al hombre, se hace hombre para establecer con la humanidad
una alianza definitiva, una alianza de vida. Y es que, como portador del perdón de Dios,
Jesús es la vida.
Por una parte, «despierta» a la jovencita que se había abandonado a la muerte; por otra,
salva a la mujer a quien la vida abandona poco a poco. Esta doble curación es, de hecho,
una parábola, una forma de descubrir el reino a través de los acontecimientos. Por una
parte, una mujer que sufre de hemorragias desde hace doce años y que se encamina
lentamente hacia la muerte, tanto más cuanto que se ve excluida de la sociedad a causa de
su enfermedad; por otra parte, una niña que acaba de nacer a la vida, pero que muere de
repente. Para una y otra, Jesús tendrá una eficaz palabra de vida.
Toda muerte parece absurda. Cuanto más la de una joven… Su padre había acudido a
Cristo: «¡Mi hija ha muerto!». ¿Hay una realidad que refleje de manera más clara lo absurdo
de la vida que el hecho de traer un hijo al mundo, educarlo y verlo morir tan joven?
¡Intolerable escándalo de un cuerpo que se queda sin vida en el momento mismo en que va
a ser capaz él mismo de engendrar vida! «Mi hija ha muerto»: en esta constatación, que no
consigue conjurar la fatalidad, está contenido todo el drama de nuestra existencia. Hemos
engendrado la vida y hemos dado lo mejor de nosotros mismos a nuestros hijos. Hemos
intentado dar cuerpo al amor, haciéndolo vivir en los gestos de todos los días. Hemos
intentado crear la justicia y la paz a nuestro alrededor, compartiendo, perdonando,
ayudando… Sí, somos todos padres apasionados por la vida, maravillados ante la obra de
nuestras propias manos y deseos, de nuestros intentos y de nuestras pasiones. Y henos
aquí enfrentados a lo inevitable, a lo irremediable: la muerte, en todos sus aspectos, parece
tener la última palabra. Ya pueden hablarnos de vinos nuevos; nada podrá ahogar esta
terrible
18 Así les estaba hablando, cuando se acercó un magistrado y se postró ante él diciendo:
“Mi hija acaba de morir,
pero ven, impón tu mano sobre ella y vivirá”.
19 Jesús se levantó y le siguió junto con sus discípulos.
Tras la discusión sobre el ayuno, Mateo presenta de improviso a Jairo, responsable del
culto sinagogal o uno de los miembros más prominentes de la comunidad judía (Mc Lc). Se
acerca a Jesús, se postra ante él y le manifiesta su problema y su dolor: “Mi hija acaba de
morir”. Con esta precisión, el evangelista exalta, por una parte, la fe de Jairo y, por otra,
magnifica el poder de Jesús no sólo sobre la enfermedad, sino sobre la misma muerte.
“Pero ven, impón tu mano sobre ella y vivirá”. Jairo tiene fe en el efecto salvador y
vivificador del contacto físico de Jesús. La “imposición de manos” es un gesto bíblico
cargado de significaciones muy diversas que brotan de contextos diferentes. En el Antiguo
Testamento, la imposición de manos puede ser un gesto de bendición (Gn 48,14-20), de
sustitución victimal (Lv 1,4; 3,2; 4,4) o de consagración para un ministerio en el pueblo de
Dios (Éx 29,10.15.19; Nm 8,10-14; 27,15-23; Dt 34,9).
20 En esto, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años se acercó por
detrás y tocó la orla de su manto.
21 Pues se decía para sí: “Con sólo tocar su manto, me salvaré”. 22 Jesús se volvió y, al
verla, le dijo: “¡Ánimo, hija; tu fe te ha salvado!”. Y se salvó la mujer desde aquel momento.
A causa de su enfermedad, la mujer que se acercó a Jesús era considerada impura según
la Ley y debía, por tanto, mantenerse aislada (Lv 15,19-27), de ahí su discreción al
acercarse por detrás, entre la gente. La mujer había oído lo que hacía Jesús. Su fe en él es
grande, pues piensa que con sólo tocar la orla de su manto alcanzará la salvación. No es
difícil recordar a este propósito la palabra de Habacuc: “He aquí que sucumbe quien no
tiene el alma recta, pero el justo por su fidelidad vivirá” (Hab 2,4).
El evangelista, para hablar de la sanación de la mujer, emplea el verbo fuerte “salvar”. Por
lo demás, Jesús lleva en su propio nombre la misión de “salvar”. Y salva cuando perdona
los pecados (Lc 7,50), cuando sana de una enfermedad (Mc 6,34), cuando libera del
demonio (Lc 8,36) y cuando levanta de la muerte (Mc 5,23).
Jesús, como judío piadoso y observante, llevaba en su manto las borlas o flecos ordenados
por la Ley. El fleco, con su hilo de color púrpura, servía para recordar el cumplimiento de los
preceptos de Dios y manifestar que Israel era un pueblo consagrado a Yahveh (Nm
15,38-41; Dt 22,12).
23 Al llegar Jesús a casa del magistrado y ver a los flautistas y la gente alborotando,
24 decía: “¡Retiraos! La muchacha no ha muerto; está dormida”. Y se burlaban de él.
25 Mas, echada fuera la gente, entró él, la tomó de la mano y la muchacha se levantó.
26 Y esta noticia se divulgó por toda aquella comarca.
Jesús llega a la casa del jefe y manda fuera a flautistas y plañideras, diciendo: “La
muchacha no ha muerto; está dormida”. Con esta palabra –que malamente los presentes
aprovechan para burlarse de él–, Jesús intenta tal vez disminuir la espectacularidad de lo
que va a suceder. El Nuevo Testamento llama frecuentemente “sueño” a la muerte (Mt
27,52; 1 Cor 11,30; 15,6; 1 Tes 4,13-15).
La tomó de la mano y la muchacha se levantó. Sin decir palabra alguna, con sólo el
contacto físico de Jesús, lleno de poder, la muchacha se levantó. Los verbos “dormir” y
“levantarse” son ya un anuncio de la resurrección de Jesús y de la resurrección espiritual
que el cristiano recibe en el bautismo (Ef 5,14).
La niña tenía doce años (Mc), igualando así el tiempo de enfermedad de la hemorroísa. La
gente se quedó llena de temor religioso y se divulgó la noticia del suceso por toda aquella
comarca. La resurrección de la hija de Jairo manifiesta la superioridad de Jesús sobre los
dos grandes profetas del Antiguo Testamento: Elías y Eliseo (1 Re 17,17-24; 2 Re 4,8-37).
Las narraciones de dos milagros aquí están intercaladas una en otra según la pauta de san
Marcos. La curación disimulada de la mujer acontece en medio de la aglomeración que se
había formado por el fallecimiento de la hija del dignatario. Para muchos pormenores se
tiene que consultar el relato de san Marcos (Mc 5,21-43); aquí se limita Mateo a unos pocos
rasgos principales.
18 Mientras les estaba diciendo estas cosas, se le acerca un dignatario, se postra ante él y
le dice: Mi hija acaba de morir; pero ven, pon tu mano sobre ella, y vivirá. 19 Jesús se
levantó, y lo iba siguiendo, acompañado de sus discípulos.
Antes hemos oído hablar de un centurión pagano, de un soldado, aquí se nos habla de un
judío, dignatario de la sinagoga que desempeña en el lugar el supremo cargo religioso y era
responsable del culto divino y del cuidado de la casa de Dios. Su hija acaba de fallecer. El
dolor lacerante le conduce a Jesús, a quien ruega confiadamente que la haga revivir. Será
suficiente que le imponga sus manos milagrosas. El Señor inmediatamente está dispuesto a
seguir al dignatario y se pone en camino con los discípulos. En vista de esta fe no parece
que todo se haya perdido en Israel.
20Y entretanto, una mujer, hemorroisa desde hacía doce años, acercándose por detrás, le
tocó el borde del manto;21pues decía para sí: Sólo con tocar su manto quedaré curada.
19Jesús se volvió y, mirándola, le dijo: ¡Ánimo, hija! Tu fe te ha salvado. Y quedó curada la
mujer desde aquel momento.
En medio de la aglomeración una mujer desgraciada consigue tocar por atrás el manto de
Jesús. Grande es su fe, aunque se manifieste en una acción casi mágica. Pero también es
aceptada por Jesús esta fe, esta confianza silenciosa, sencilla, que puede exteriorizarse con
un simple gesto. Sin embargo, en contraste con san Marcos, san Mateo muestra claramente
que la curación es obra de la palabra de Jesús, de su voluntad y de su palabra imperante.
No es la efusión mágica de la virtud curativa en el cuerpo enfermo. De este modo san
Mateo da una interpretación más espiritual al texto popular e ingenuo de san Marcos. San
Mateo previene el error de que Jesús sólo pudiera ser considerado como taumaturgo
dotado de poderes sobrenaturales.
Es importante hacerlo constar ya en los Evangelios. En cierto modo hay una virtud
reguladora entre los escritores sagrados, y la plena verdad solamente sale a luz en la visión
de conjunto de todos los informes.
Jesús hace resaltar que a la mujer la ha curado su fe. La fe siempre continúa siendo la
condición y el fundamento de la acción salvífica de Dios en el hombre. La fe puede
revestirse de distintas formas, ya sean primitivas sin desarrollar, ya sean refinadamente
espirituales. Siempre está en camino y en proceso de evolución, «partiendo de fe hasta
consumarse en fe» (Rom 1,17); es decir, desde la fe existente y arraigada hasta la fe
conocida cada vez más profundamente y vivida de forma más radical.
23 Cuando Jesús llegó a la casa del dignatario y vio a los flautistas y a la gente alborotando,
24 dijo: Retiraos; que la niña no ha muerto, sino que está durmiendo. Y se burlaban de
él.25Cuando echaron a la gente, entró él, la tomó de la mano, y la niña se levantó.26Y la
noticia del hecho se difundió por toda aquella comarca.
Las cosas tienen un aspecto muy distinto ante la mirada de Dios y ante la experiencia del
hombre. Sólo si nos ejercitamos en ver con la mirada de Dios, nos formamos el verdadero
concepto. Entonces la muerte también pierde su carácter horripilante.
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