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Universidad Tecnológica de Santiago

(UTESA)

Filosofía en Latinoamérica

Nombres: Matrículas:
Maxiely Magdalena Rosario Castillo 1-22-5576

Ashley Abreu Antigua 1-22-5116

Darky Alberto Ortiz Ortega 2-18-4524

Marilanda Estévez López 1-22-5010

Wanel Valdez Feliz 1-16-5020

Anthony Nolasco 1-22-5375

Iliana Mercedes Burgos Fajardo 2-16-4006

Fecha: 14 de diciembre de 2022


Filosofía Latinoamericana
La llevada a cabo en tierras de Hispanoamérica, Iberoamérica, o Latinoamérica, a partir de
la época de la conquista española hasta nuestros días. No quedan comprendidas con este
término, por tanto, las ideas filosóficas, si las hay, de las culturas precolombinas, maya,
azteca e inca, sobre todo. En la filosofía latinoamericana, así entendida, pueden
distinguirse tres grandes fases.
Primera época: siglos XVI, XVII y XVIII
Propia de la época colonial, se caracteriza por el predominio de la filosofía escolástica y la
presencia de una cierta corriente humanista, con la consecuente mezcla de ambas,
provenientes de la península ibérica, que España y Portugal imponen como cultura a las
colonias de sus respectivos imperios. Nace esta filosofía en los colegios de las órdenes
religiosas (franciscanos escotistas, dominicos y agustinos tomistas, jesuitas suarecianos
principalmente) y en las universidades que éstas regentan. Al final de este período se
presenta una ligera apertura hacia la modernidad.
La primera obra filosófica publicada en América es la Recognitio Summularum (México,
1554) acompañada de la Dialéctica resolutio, de Alonso Gutiérrez (1504-1584), luego fray
Alonso de Vera Cruz, religioso agustino; son tratados de lógica a los que sigue la Physica
speculatio (1557) del mismo autor. Se trata de obras que se inscriben en la filosofía
tomista de la escolástica. Filósofos notables de esta época son el dominico Tomás
Mercado (1530-1576) y el jesuita Antonio Rubio (1548-1615), autor de Commentarii in
Universam Aristotelis Dialecticam (1603), obra conocida como Lógica mexicana. Al
franciscano Alfonso Briceño (1590-1667), obispo de Nicaragua y luego de Caracas, se le
considera el filósofo de mayor importancia dentro de la corriente escotista y, por su
nacimiento en Santiago de Chile, el primer filósofo propiamente dicho del continente
americano.
A éstos hay que añadir un grupo de filósofos humanistas novohispanos, integrado
principalmente por el franciscano Juan de Zumárraga (1468/9-1548), el clérigo don Vasco
de Quiroga (1470/80-1565), fundador de los «hospitales-pueblo», el naturalista y filósofo,
protomédico de Felipe II, Francisco Hernández (que llega a México en 1570) y el dominico
Juan Ramírez († 1609), quienes, influidos por ideas humanistas procedentes de Erasmo,
Tomás Moro o J.L. Vives continúan la labor de la defensa de los derechos humanos de los
indios, iniciada por Francisco de Vitoria y Domingo de Soto, en España, y Bartolomé de Las
Casas (1484-1566) y Tomás de Mercado en México.

La filosofía de tendencia suareciana se difunde ampliamente durante el s. XVII por


diversos países iberoamericanos, por obra principalmente de los jesuitas Juan de Albiz
(1588-1650), Carlos de Sigüenza y Góngora (1645-1700), conocedor de las teorías de
Descartes, Gassendi, Galileo y Kepler, Juan Antonio Varillas, y sobre todo Diego Marín de
Alcázar († 1708), autor de tres obras filosóficas fundamentales: Curso trienal de filosofía,
Comentarios a los físicos de Aristóteles y Metafísica.
Los escritos de Juana Ramírez de Asbaje, conocida como sor Juana Inés de la Cruz (1651-
1695), monja jerónima erudita, poetisa y filósofa, se consideran representativos del
momento de transición de la escolástica a la modernidad: en ellos (sobre todo, en Primero
sueño y Respuesta a sor Filotea de la Cruz) ven los peritos reflejos filosóficos y discuten
sobre su ascendencia neoplatónica, escolástica, humanística o hasta hermética.
Con el s. XVIII, comienza el cambio hacia la filosofía moderna que empieza a llegar del
continente europeo, como objeto más bien de crítica al principio, pero que es ya filosofía
aceptada (que, a partir sobre todo de 1750, prevalecerá sobre la escolástica) en autores
como José de Aguilar (1652-1731), jesuita peruano, y Pedro Peralta y Barnuevo (1663-
1743), seguidor de Copérnico, Descartes y Gassendi, así como en José Elías del Carmen
Pereira (1760-1825), profesor de la universidad de Córdoba (Argentina), y Carlos María
González, ambos franciscanos seguidores de Descartes y de las nuevas ideas científicas. En
Ecuador destaca la actividad intelectual crítica de Eugenio Espejo (1747-1795), mestizo
nacido en Quito, médico que se adhiere a ideas ilustradas y liberales y se muestra en sus
escritos admirador de Bacon, Hobbes, Locke, Wolff, Grocio y Montesquieu, y decidido
opositor de las doctrinas escolásticas. El gran introductor de la filosofía moderna y, según
Gaos, de toda la filosofía en Nueva España, es el oratoriano Juan Benito Díaz de Gamarra y
Dávalos (1745-1783), nacido en Zamora (México). Sus viajes por Europa, en calidad de
procurador de su orden, le facilitaron el contacto directo con la filosofía moderna. En su
obra más conocida, Elementa recentioris philosophiae (1774, México) [Elementos de
filosofía moderna], plantea la renovación del pensamiento filosófico oponiéndose a la
escolástica. Se le considera un autor ecléctico y se atribuye una función de transición
entre la escolástica tradicional y la filosofía moderna. Una más directa oposición a la
filosofía tradicional presenta Silvestre Pinheiro Ferreira (1769-1840), oratoriano también,
quien introduce en Brasil la filosofía moderna francesa y el idealismo alemán, y el clérigo
secular Antonio Alzate (1737-1799), publicista y director del «Diario Literario de México»
(1768) y miembro de la Academia de Ciencias de París (1771), cuyos escritos científicos lo
constituyen en representante de la ciencia moderna y defensor de las ideas ilustradas.
En plena transición al período siguiente, a comienzos del s. XIX, la oposición a la
escolástica y a la enseñanza tradicional se renueva y radicaliza con la introducción del
sensualismo de Condillac y las doctrinas de los ideólogos franceses. Juan Crisóstomo
Lafinur (1797-1824), filósofo, poeta y periodista, obtiene en 1819 la cátedra de filosofía en
el Colegio de la Unión Sur (Argentina), enseña no ya en latín, sino en español, y sigue
decididamente a Descartes y Locke, y a los ilustrados franceses Condillac, Destut de Tracy,
d'Holbach, Helvetius y Cabanis; sus ideas renovadoras, expuestas principalmente en Curso
filosófico, le valieron el exilio en Chile. Juan Manuel Fernández Agüero (1772-1840),
clérigo español profesor de Ideología en la universidad de Buenos Aires, expresa en
Principios de Ideología (1824) su fidelidad a Destut de Tracy y su inclinación por el
materialismo. Le siguen en esta misma tendencia, y en el desempeño de la misma cátedra
de Ideología, su alumno, el médico argentino Diego de Alcorta (1801-1842) y Luis José de
la Peña (1794-1850), quien posteriormente (1830) enseña en Uruguay. En Cuba, las ideas
ilustradas se reafirman contra la filosofía tradicional de la mano del sensualismo y de los
ideólogos franceses: José Agustín Caballero (1762-1835), discípulo de Feijóo, favorece la
introducción de las ideas ilustradas en el Seminario de San Carlos, y manifiesta en su
Philosophia electiva (1797) su adhesión a Descartes, Locke y Condillac. En la misma
tendencia antiescolástica y pro ilustrada se sitúa el sacerdote Félix Varela (1788-1853),
discípulo del anterior, cartesiano, lockeano y sensualista, y defensor de ideas liberales. A
mediados del s. XIX, la influencia de los ideólogos franceses alcanza su punto máximo en
Cuba, con José Cipriano de la Luz y Caballero (1800-1862), vástago de una rica familia
criolla, miembro del clero, culto en letras y ciencias y decidido reformador de la enseñanza
universitaria, excesivamente tradicional hasta entonces por influjo de la escolástica; la
influencia persistente de sus ideas cristaliza de forma concreta con la creación del Colegio
San Salvador (1848), centro de formación de grandes personajes.

A estas ideas ilustradas y liberales no fueron ajenos los padres de la Independencia


Americana: Simón Bolívar (1783-1830), quien tuvo como maestro a Simón Rodríguez
(1771-1854), destacado ilustrado; el general Manuel Belgrano, de quien se afirma
haberlas introducido en Río de la Plata, y José Martí (1835-1895), iniciador de la
sublevación cubana. En grado máximo, sin embargo, hay que atribuirlas al llamado
«liberador intelectual de América», el venezolano, nacido en Caracas, pero redactor del
código civil chileno, Andrés Bello (1781-1865), quien combina sensualismo y positivismo
con romanticismo y espiritualismo, en una mezcla ecléctica denominada por J.D. García
Bacca «empirismo sensualista» y por otros «positivismo espiritualista»; su obra filosófica
más importante es Filosofía del entendimiento (póstuma, 1881).
Segunda época: siglo XIX, época de la emancipación americana
Tras el auge de las ideas ilustradas que comienza a mediados del siglo anterior, y en el
marco de la eclosión del pensamiento liberal en lo político, el eclecticismo ideológico
deriva hacia posiciones espiritualistas o más bien hacia un romanticismo ecléctico, muy en
consonancia con los movimientos nacionalistas. El movimiento surge, al parecer, en Brasil
coincidiendo con la llegada de Juan VI de Portugal y su corte a Río de Janeiro, que huye de
la invasión de Junot en España. Sus iniciadores son el capuchino Francisco Mont'Alverne,
su discípulo Gonçalves de Magalhães, médico, diplomático y filósofo, y Eduardo Ferreira
França, médico y filósofo, más sistemático y profundo que los anteriores: con ellos llega el
espiritualismo que Maine de Biran opone al sensualismo de Condillac, así como el
eclecticismo espiritualista de Cousin y Theodore-Simon Jouffroy, con influencias del
empirismo de la escuela escocesa, e ideas de Rosmini, Gioberti y Lammenais, además del
krausismo español, proveniente de Alemania (sobre todo en Perú y Argentina).
Este movimiento de liberación respecto de las ideas ilustradas se extiende por Argentina -
donde Esteban Echeverría (1805-1851) se apoya en las nociones de Volksgeisty de «razón
histórica»-, por Bolivia -donde Joaquín Mora (1783-1864) sigue preferentemente a
Malebranche y a la escuela escocesa- y por otros países, como Perú o México. En Ecuador,
Juan Montalvo, liberal profundo y revolucionario, opone a la abstracción de las ideas
ilustradas y el materialismo francés principios espiritualistas e ideas románticas.
Al final del período, lograda la independencia, se impone, desde 1830 a 1910 como
filosofía dominante, el positivismo filosófico (de Comte en combinación con ideas de
Spencer y Mill) como expresión del triunfo de los liberales sobre los conservadores -que
imponen una educación distinta de la que se inspiraba en la escolástica tradicional- el
cual, según se expresa Leopoldo Zea, es usado como «instrumento de la emancipación
mental de Hispanoamérica.
El positivismo, pues, que irrumpe hacia la segunda mitad del s. XIX, hace su aparición en
Brasil -cuya divisa, desde 1889, Ordem e Progresso, es fruto de inspiración positivista-,
país que rechazaba tanto el radicalismo francés como el conservadurismo tradicional. La
filosofía de Comte, importada a modo de nueva ideología propia de las capas altas de la
burguesía comercial e industrial, tiene sus iniciadores en Luis Pereira Barreto, médico y
agnóstico, y el matemático Benjamin Constant Botelho de Magalhães. Miguel Lemos y
Raimundo Teixera Mendes, y los hermanos Lagarrigue (Jorge 1854-1894; Juan Enrique
1852-1927, y Luis 1857-1949) -estos últimos en Chile- representan el punto máximo del
desarrollo de las ideas del positivismo de Comte que se orienta hacia la «religión de la
Humanidad»; la «Sociedad Positivista», fundada por ellos, perdura hasta el día de hoy.
En Argentina, las ideas positivistas -Comte, Spencer y Haeckel - llegan algo más tarde,
llevadas también de la mano de la clase comercial e industrial. Los iniciadores son el
jurista Juan Bautista Alberdi (1810-1884) y el escritor Domingo Faustino Sarmiento (1811-
1888), presidente de la República en 1868. El genuino representante del positivismo como
religión de la humanidad es, no obstante, José Alfredo Ferreira (1863-1936), profesor en la
Universidad de La Plata, que ocupa además cargos públicos y funda las revistas «La
Escuela Positiva» y «El Positivismo». Sus Ensayos de ética (1944) muestran influencias
spencerianas. La rama positivista más fiel a la primera filosofía de Comte -la de la ley de
los tres estadios- se difunde ahora entre científicos, antropólogos y psicólogos de
orientación spenceriana y darwinista. José Ingenieros (1877-1925), nacido en Palermo,
hijo de padres italianos que se trasladan a vivir a Buenos Aires, es el más conocido de los
positivistas de esta época.
En México, el positivismo arraiga entre las capas de la burguesía, deseosa ya de una
ideología propia. Gabino Barreda (1820-1881), médico, discípulo de Comte en París, autor
además de la Ley de Instrucción Pública del D. F. (que suprimió la filosofía), introduce
estas ideas en su país, rechazando el individualismo spenceriano e insistiendo en la
solidaridad y otros aspectos sociales. La misma orientación, de fidelidad al primer Comte,
y no al segundo, el de la mística de la humanidad, siguen el a veces considerado más
humanista que filósofo, Justo Sierra (1848-1912), también en México, así como Manuel
González Prada (1844-1918), en Perú, Eugenio María de Hostos y Bonilla, en Puerto Rico, y
Belisario Quevedo (1883-1921), en Ecuador.
El positivismo fue adoptado como filosofía (e ideología de la educación) en toda
Latinoamérica.
La filosofía krausista, importada de Francia, Bélgica y España por discípulos de los
krausistas Guillaume Tiberghien y Heinrich Ahrens, se instala en Argentina, a finales de
siglo, como ideología intermedia entre las ideas del conservadurismo católico y la
revolución ilustrada. Julián Barraquero (1856-1935) funda en principios krausistas la
regeneración moral de su país e introduce principios krausistas en la Constitución
argentina. Wenceslao Escalante (1852-1912), profesor de derecho en la Universidad de
Buenos Aires, es un acérrimo defensor de las ideas krausistas en sus Lecciones de filosofía
del derecho. Cuba y Brasil tuvieron también filósofos de esta tendencia: Teófilo Martínez
de Escobar, en La Habana, seguidor de Julián Sanz del Río, y Carlos Mariano Bueno Gãlvao,
en São Paulo. También llegan hasta Buenos Aires las ideas pedagógicas de la Institución
Libre de Enseñanza por mediación de Carlos Norberto Vergara (1857-1928), discípulo de
Francisco Giner de los Ríos y de Fröbel.

Tercera época: el siglo XX


Se caracteriza inicialmente esta época por una filosofía de transición que se presenta
inicialmente como una reacción contra el positivismo, una superación del mismo, y la
adopción luego de nuevas y diversas corrientes filosóficas que lo van sustituyendo:
espiritualismo, filosofía alemana, idealismo, existencialismo, marxismo, con las que se
insertan perspectivas filosóficas más o menos autóctonas; la filosofía latinoamericana
abandona su afán de liberarse de la antigua filosofía tradicional y universaliza y europeíza
su temática. Se producen también diversas aportaciones a la filosofía latinoamericana por
parte de filósofos exiliados españoles. A la última fase de la tercera época se la define
como una «mayoría de edad filosófica» de los países iberoamericanos (Alfonso Reyes).
Iniciador del espíritu antipositivista es el uruguayo José Enrique Rodó (1871-1917), quien
expresa en sus escritos - Ariel (1900), Motivos de Próteo (1909) y El mirador de Próspero
(1913)- una llamada a enfrentarse a la filosofía positivista y a preservar la propia
individualidad. La primera reacción filosófica antipositivista es el neokantismo, que se
expresa con la «vuelta a Kant», contemporánea de la del continente europeo, iniciada por
el argentino Rodolfo Rivarola (1858-1942); este retorno a la tradición filosófica europea
significa la recuperación de la metafísica frente al cientificismo fisiológico y sociológico del
positivismo spenceriano y el desarrollo del programa de Kant en lo tocante a la sociedad y
a las ciencias naturales. Siguen la orientación neokantiana Alejandro Korn (1860-1936),
médico que deja su profesión para dedicarse a la enseñanza de la filosofía en la
Universidad de Buenos Aires, donde funda la «Sociedad kantiana», y de La Plata (obras
suyas son La libertad creadora, 1922; Axiología, 1930) y Francisco Larroyo (n. 1912),
considerado introductor del neokantismo en México, creador del «Círculo de amigos de la
filosofía crítica», directamente influido por los neokantianos de la escuela de Baden, de
orientación axiológica (escribe, entre otras obras, La filosofía de los valores, 1936; La
lógica de las ciencias, 1937; La antropología concreta, 1963). Pertenecen a esta corriente
filosófica, que se desarrolla principalmente en las décadas de los treinta y los cuarenta,
Miguel Bueno, Guillermo Héctor Rodríguez y Juan Manuel Terán.
Influido por la filosofía kantiana, el idealismo alemán y, sobre todo, por Bergson (el
bergsonismno es, de hecho, una de las formas más extendidas en Iberoamérica de salir
del positivismo), abandona el peruano Alejandro Octavio Deústua (1849-1945), que por su
actividad pedagógica y académica mereció el título de «Patriarca de la nueva filosofía del
Perú», su inicial adhesión a la filosofía comtiana. Sus obras fundamentales, con las que
desarrolla una metafísica de la estética, son Las ideas de orden y libertad en la historia del
pensamiento humano (1922) y Estética general (1923). En la misma línea de influencia
bergsoniana -y de la filosofía francesa en general- y de oposición al positivismo se halla
Coriolano Alberini (1884-1960); su obra más conocida es Introducción a la axiogenia
(1919), y el ya mencionado Alejandro Korn y Eugenio Pucciarelli, entre otros. Al
positivismo se oponen, en México, los grupos de jóvenes escritores -que participarían
luego en la Revolución Mexicana- de la revista «Savia Moderna» (1906), la Sociedad de
Conferencias y el Ateneo de la Juventud (1909). Los filósofos de este último grupo se
oponen al positivismo con la concepción que ya puede denominarse espiritualismo y que
encuentra su fuente de inspiración en Bergson, Boutroux, Stirnery Nietzsche. Los
bergsonianos más relevantes son Antonio Caso y Andrade (1883-1946), inicialmente
comtiano, que rechaza el positivismo por considerarlo meramente orientado de manera
simple a un saber técnico –cuando la filosofía, a su entender, persigue objetivos, fines y
métodos distintos de los de la ciencia–, y cuya obra principal, La existencia como
economía, como desinterés y como caridad (1916), le acerca a Max Scheler, a Maine de
Biran e inclusive al personalismo de Emmanuel Mounier, y José Vasconcelos (1882-1959),
considerado uno de los mayores filósofos iberoamericanos, que opone al positivismo una
comprensión de la realidad a través de la experiencia estética.
En esta misma tendencia de oposición y rechazo del positivismo están Alberto Rougès
(1880-1945), profesor de la universidad de Tucumán, que desde el positivismo de su
tiempo, ya en decadencia, se adhiere a una filosofía espiritualista que se inspira
específicamente en Plotino y Bergson (Las jerarquías del ser y la eternidad, 1943); el
chileno Enrique Molina y Garmendía (1871-1956), fundador y rector de la Universidad de
Concepción y, en Brasil, Raimundo de Farias Brito (1862-1917), llamado la «conciencia
brasileña»; José Pereira da Graça Aranha (1868-1931), discípulo del anterior y Martins
Jackson de Figueiredo (1891-1928), en quien la filosofía de Bergson deriva hacia un
fideísmo místico.

Carlos Vaz Ferreira


El rechazo del positivismo se expresa también con la adopción del historicismo alemán: el
uruguayo Carlos Vaz Ferreira (1872-1958), psicólogo y filósofo, rector de la Universidad
Nacional de Montevideo, abandona su positivismo, mantenido inicialmente en sus
estudios de psicología experimental, para defender la necesidad de una filosofía centrada
en el estudio de la libertad y los valores.
A su vez, Eugenio Pucciarelli (1907-1987), médico argentino y profesor de filosofía en las
Universidades de Tucumán, la Plata y Buenos Aires, se remite al historicismo de Dilthey, y
Miguel Reale (n. 1910), profesor de la Universidad de São Paulo, en Brasil, hace de la
axiología y el historicismo, los puntos fundamentales de la personalidad humana. Obras
suyas son: Filosofia do direito, 1953; Horizontes do direito e da historia, 1966; O direito
como experiencia, 1968.

La fenomenología, ha tenido también sus seguidores: Francisco Romero (1891-1982),


nacido en Sevilla, pero emigrado en su infancia a Argentina, discípulo de Alejandro Korn,
profesor de la universidad de Buenos Aires y primer director de la «Biblioteca Filosófica»
de Ediciones Losada, historiador además de las ideas filosóficas de Iberoamérica, apoya su
antropologíaen la fenomenología y la axiologíade Hartmann, y hace de la intencionalidad,
el valor y la trascendencialos temas preferentes de su filosofía. Entre sus obras destacan
Filosofía de la persona (1944) y Filosofía de ayer y de hoy (1960). Las obras de Ernesto
Mayz Valenilla (n. 1925), profesor de la Universidad Simón Bolívar, revelan ya en sus
títulos la influencia de Husserl (Fenomenología del conocimiento, 1956) y la de Heidegger
(Ontología del conocimiento, 1960; Esbozo de una crítica de la razón técnica, 1974).
Cultivan también la fenomenología discípulos de F. Romero, como Aníbal Sánchez Reulet o
Alfredo Coviello, los peruanos Enrique Barboza o Manuel Argüelles, los argentinos Carlos
Cossío y Emilio Estiú, etc. En Risieri Frondizi (1910-1983), filósofo argentino, profesor en
las universidades de Tucumán y Buenos Aires, la fenomenología se convierte en un
«empirismo total». Gran conocedor de la filosofía anglosajona, divulga con su obra los
presupuestos del empirismo inglés; el yo no es una sustancia, sino una «estructura
funcional», y la tendencia a concebir los objetos como estructuras y funciones le lleva a la
consideración de los valores, con los que las cosas están siempre en relación, como
función de una situación concreta. De este historicismo surge, por lo demás, un cierto
relativismo ético. Sus obras más conocidas son El punto de partida del filosofar (1945),
Sustancia y función en el problema del yo (1952) y la conocidísima ¿Qué son los valores?
(1958).
Una línea parecida de renovación filosófica mantiene los filósofos que, a partir del primer
cuarto de siglo, ven en las ideas de Ortega y Gasset (quien realiza su primer viaje a
América en 1916) una nueva manera de rechazar la filosofía francesa aceptada y, en
concreto, el Bergson ismo, así como un estímulo para dirigir la reflexión filosófica hacia las
propias «circunstancias». Samuel Ramos (1897-1959), médico, agnóstico y profesor de
filosofía en la Universidad de México, rechaza el espiritualismo de su maestro Antonio
Caso por considerarlo excesivamente intelectualista, y se orienta hacia una antropología
filosófica centrada en los valores humanos y orientada hacia la propia realidad histórica y
geográfica. En su Hacia un nuevo humanismo (1940), urge la necesidad de un equilibrio
entre los valores racionales y los sensibles, situando por encima de todos ellos el valor
moral; en este nuevo humanismo, influye positivamente el raciovitalismo y el
perspectivismode Ortega, presentes también en El perfil del hombre y la cultura en
México (1934), obra en que -además de recurrir al psicoanálisis de Adler para analizar el
complejo de inferioridad que, según él, padece el alma mexicana ante lo occidental-
considera que toda filosofía surge de una cultura dada, de la realidad vital y de la
circunstancia en que se halla el individuo; en este caso, la circunstancia mexicana.

Ideas parecidas, y también una muy notable influencia de Ortega y Gasset y su sentido de
la historia, llevan a Leopoldo Zea (n.1912), profesor de la Universidad Nacional Autónoma
de México e historiador de la filosofía mexicana -tal como expresan algunos de los títulos
de sus obras principales: Entorno de una filosofía americana (1945), América como
conciencia (1953), La filosofía en México (1955), Latinoamérica en la encrucijada de la
historia (1981)-, a estudiar las condiciones de posibilidad de una auténtica cultura
latinoamericana que llene el vacío ideológico dejado por la cultura occidental tras la
Segunda Guerra mundial. El grupo «Hiperión», fundado precisamente por Zea en 1950,
constituido por Luis Villoro, Ricardo Guerra, Jorge Portilla y Emilio Uranga, a finales de los
cuarenta e inicios de los cincuenta, insistirá en estos ideales mexicanistas y americanistas.
Emilio Uranga escribe Análisis del Ser del mexicano con la pretensión de lograr una
ontología del ser mexicano; José Gaos (1900-1969), uno de los filósofos exiliados en 1939,
discípulo de Ortega, le objetará que, si acaso, ha de tratarse de una óntica. Pero también
Gaos impulsará a discípulos suyos hacia el estudio de la historia de las ideas en
Latinoamérica y el sentido de una posible incardinación nacional de la filosofía.
Las ideas orteguianas se renuevan y cobran nuevo empuje cuando, en 1939, y tras la caída
de la República española, América ofrece asilo a exiliados españoles republicanos, los
también llamados «transterrados»; hay filósofos destacados entre ellos pertenecientes a
las denominadas Escuela de Madrid, de herencia orteguiana, y Escuela de Barcelona
(además del ya mencionado José Gaos, están Eugenio Imaz, Juan David García Bacca,
Eduardo Nicol, Manuel Granell, Luis Recasens Siches, José Manuel Gallegos Rocafull, María
Zambrano, Jaume Serra i Húnter, Joaquín Xirau, Ramón Xirau, Wenceslao Roces y Adolfo
Sánchez Vázquez, etc.). Su aportación es históricamente importante para la cultura
latinoamericana: tradujeron colecciones enteras, fundaron instituciones, formaron
discípulos y produjeron obras respetables. Hubo entre ellos, además de orteguianos,
grandes conocedores de los clásicos y de las lenguas clásicas, historiadores e historicistas,
neokantianos, espiritualistas cristianos, fenomenólogos, existencialistas, heideggerianos,
lógicos, marxistas, etc.; la «generación del exilio» que enriqueció sensiblemente la
filosofía y la cultura iberoamericana, en especial la mexicana y cuyos miembros
compartían casi todos -con la excepción de algunos independientes- la característica
común de estar influidos por las ideas filosóficas de Ortega y la Institución Libre de la
Enseñanza.

A partir de los años cuarenta se difunde por los países de Latinoamérica, en especial
Argentina, Brasil y Chile, la corriente originariamente europea del llamado empirismo
lógico o positivismo lógico, ausente hasta este momento de los intereses filosóficos de
Sudamérica, pese al positivismo generalizado. Hacia 1967 aparece en México el grupo
«Crítica», al que pertenecen Fernando Salmerón, Luis Villoro, Alejandro Rossi y otros, y
que ha de ejercer un notable influjo en toda Latinoamérica. A la vez que sus componentes
criticaban la posibilidad de una filosofía de lo mexicano, requerían una filosofía capaz de
reflexionar sobre el lenguaje, la ciencia y la técnica, susceptible de recibir expresión en
lenguaje formal. Mario Bunge (n. 1919), profesor de física inicialmente y luego de filosofía
de la ciencia, en Buenos Aires y Canadá, es indiscutiblemente el representante más
notable de la tendencia a dar a la filosofía mayor rigor «científico» (inseparable de la
necesidad de exponerla mediante la lógica formal); toda su obra viene a ser una reflexión
filosófica sobre la ciencia. A sus muy conocidas obras, como La ciencia: su método y su
filosofía (1966) o La investigación científica (1969), se debe en buena parte la amplia
difusión que han tenido nociones tan fundamentales como, por ejemplo, la de que la
ciencia es un conocimiento metódico, verificable y revisable. Existe, además, un buen
número de lógicos, epistemólogos y filósofos del lenguaje en diversos países
iberoamericanos -Gerold Stahl (que acepta la lógica matemática, pero rechaza la filosofía
analítica), Armando Asti Vera, Alejandro Rossi, Eduardo García Máynez, Eli de Gortari,
etc.-, cuya importancia, en palabras de A. Guy «debería ser tenida en cuenta en Europa».
A Óscar Miró Quesada (n. 1919), que publica en 1946 el primer texto de esta materia en
América latina, se debe también la introducción de la filosofia analítica en Perú.

El existencialismo, derivado de la fenomenología de Husserl y la filosofía de la existencia


de Heidegger tiene en el filósofo argentino, Carlos Astrada (1894-1970), marxista luego, su
más conocido representante y difusor. El hegeliano Miguel Angel Virasoro (1900-1966),
profesor de la Universidad de Buenos Aires, identificando «ansiedad» existencial- que no
angustia- con impulso hacia el ser y a la libertad, se orienta hacia la trascendencia,
mientras que Alberto Wagner de Reyna (n. 1915), peruano, alumno de Hartmann,
Spranger, Heidegger y Romano Guardini, representa la versión cristiana del
existencialismo. La posibilidad de un nuevo humanismo que los planteamientos
existencialistas dejaban entrever interesó, en su momento, a muchos autores
iberoamericanos.
El marxismo teórico que, debido a la urgencia de los problemas reales de algunos países
sudamericanos arraiga con menos facilidad que el marxismo práctico, tiene sus
precursores -comienza como es normal en los países más industrializados- en los
argentinos Juan B. Justo (1865-1928) y Aníbal Ponce (1898-1938), con sus obras Educación
y lucha de clases y Humanismo burgués y humanismo proletario, y se muestra ya militante
en el fundador del Partido socialista peruano, José Carlos Mariátegui (1895-1930), el
«primer marxista iberoamericano». Surge como reacción a la filosofía espiritualista
cristiana y, en algunos países, como en México, como parte del proyecto de educación
socialista, asumido por el PNR a partir de 1934, y se ve reforzado luego con la llegada, a
partir de 1939, de exiliados españoles. Las traducciones de Wenceslao Roces (n. 1897) dan
a conocer la obra de Marx y Engels y las dos aportaciones filosóficas más relevantes
dentro de esta corriente la constituyen la obra de Eli de Gortari (1918-1979), nacido en
México (obras preferentemente sobre lógica y dialéctica), y la de Adolfo Sánchez Vázquez
(obras preferentemente sobre estética de la filosofía marxista, filosofía política, ética y
filosofía de la historia).

La filosofía marxista ha tenido cultivadores en otras naciones latinoamericanas, como Caio


Prado Júnior (1909-1986) y João Cruz Costa (1905-1986), en Brasil, Juan Nuño, en
Venezuela; Andrés Sánchez García, en Chile; Carlos Reyles, en Uruguay; Jaime Díaz
Rozzoto, en Guatemala; y Carlos Astrada -en su evolución del existencialismo al marxismo,
semejante a la de Sartre- y su discípulo Alejandro Llanos, en Argentina.

Pese a los diversos cambios de mentalidad filosófica, hechos con la intención de educar a
las nuevas naciones en formas de pensar no inspiradas en la tradición escolástica de las
colonias, la filosofía de inspiración cristiana es todavía vigente en las naciones
latinoamericanas, en las que el cristianismo permanece arraigado en las clases populares.
En forma de filosofía tradicional de fondo escolástico, pero preferentemente tomista, se
cultiva sobre todo entre los miembros pertenecientes al clero católico. Octavio Nicolás
Derisi (n. 1907), filósofo argentino, fundador de la Universidad católica de Buenos Aires y
de las revistas «Sapientia» y «Revista de Filosofía» profesa una rigurosa filosofía tomista
en la senda de Garrigou-Lagrange, Gilson o Maritain y defiende la existencia de una
«filosofía cristiana». Tomistas más eclécticos son Nimio de Anquín (1891-1970), Ismael
Quiles (n. 1906), jesuita, profesor de la Universidad del Salvador, y el peruano Víctor
Belaúnde (1883-1955). Tomista ecléctico es también José Rubén Sanabria, profesor de la
Universidad Iberoamericana de México, preferentemente orientado hacia la antropología
existencial y el personalismo (El enigma del hombre, 1966; Filosofía del hombre, 1987;
Historia de la filosofía cristiana en México, 1994).
Independiente de la escolástica, pero también de orientación cristiana, y muy relacionada
con corrientes de filosofía contemporánea, es la filosofía que puede denominarse
«espiritualismo agustiniano» de inspiración pascaliana (de la que A. Guy opina que en
estos países adquiere cierta idiosincrasia y originalidad), y cuyos representantes más
significados son Agustín Basave y Fernández del Valle (n. 1923), mexicano, que desarrolla
un humanismo teocéntrico inspirado en Zubiri; el catalán Luis Farré (n. 1902),
nacionalizado argentino, discípulo y ayudante de Rodolfo Mondolfo, en la universidad de
Tucumán, buen historiador de la filosofía y espiritualista de tendencia ecléctica, y Alberto
Caturelli (n. 1927), argentino, espiritualista cristiano -muy influido por Michele Federico
Sciacca, en especial por su concepto de «interioridad objetiva»-, profesor de la
Universidad de Córdoba y organizador del «Congreso mundial de Filosofía cristiana» de
1979, en Argentina.

Sin embargo, la verdaderamente filosofía cristiana original de los países latinoamericanos


es la denominada «filosofía de la liberación», que conjuga ideales cristianos de justicia y
libertad con la praxis revolucionaria como método para alcanzarlas. Es en realidad una
teología, y hasta una espiritualidad, que parte de una opción vital por los pobres, por el
individuo concreto injustamente instalado en una situación social de miseria y desamparo,
y que rechaza radicalmente la opresión del hombre llevada a cabo por el hombre. Sobre
esta ideología cristiana, que comparten numerosos miembros del clero iberoamericano y
que concuerda al parecer con los ideales evangélicos, nacida de las conferencias
episcopales de Medellín (1968) y Puebla (1979), algunos de sus promotores ejercen una
específica reflexión de tipo filosófico. Destaca entre ellos Gustavo Gutiérrez (n. 1928),
sacerdote peruano, profesor de la Universidad católica de Lima. En sus obras, Teología de
la liberación (1971), Liberación por la fe (1983), apunta hacia el hecho escandaloso de la
situación de los oprimidos que la iglesia no puede por menos que resolver. La liberación
que está en juego se desarrolla por la praxis de la superación de los conflictos
socioeconómicos a escala mundial, la implantación de una sociedad sin clases y la
reflexión cristiana que se inspira en la Biblia. También Leonardo Boff (n. 1938), brasileño
(Teología del cautiverio y de la liberación, 1978), y Enrique Dussel (n. 1934), argentino,
(Filosofía ética de la liberación, 1977), son nombres destacados que hay que añadir a esta
orientación, al igual que los de los jesuitas vascos Jon Sobrino e Ignacio Ellacuría, en el
Salvador. La teología de la liberación se integra en el marco más amplio de una filosofía de
la liberación -que se auto comprende como una filosofía típicamente latinoamericana y
remite al problema de si existe o no una autonomía intelectual y filosófica de América-, de
la que existen dos grandes corrientes. La primera la representan aquellos que la entienden
primordialmente como una pregunta filosófica por la identidad cultural de Latinoamérica
en cuanto resultado del encuentro de la cultura europea con las culturas indígenas (su
destrucción parcial y su integración en una nueva realidad cultural); supuesta esta
realidad característica, la liberación latinoamericana consistiría en la recuperación de la
identidad propia perdida. Defienden esta interpretación llamada «regionalista», por
ejemplo, los argentinos Rodolfo Kusch o Carlos Cullen. En segundo lugar, está la
interpretación denominada «universalista», que integra la noción de liberación
latinoamericana en el contexto más amplio de la liberación integral de la humanidad. En
esta corriente, defendida por ejemplo por el peruano Augusto Salazar Bondy o el
mexicano Leopoldo Zea, se acentúa más lo social y lo político que lo cultural, y el centro
de reflexión lo ocupa la historia universal, no sólo la sudamericana. En esta segunda
interpretación se sitúa también la mayoría de integrantes de la teología de la liberación.

HISTORIA Y EVOLUCIÓN DE LAS IDEAS FILOSÓFICAS EN AMÉRICA LATINA

En Iberoamérica la filosofía ha adquirido un carácter social impuesto por el desarrollo


histórico, cultural, económico y político de nuestro continente, cuyo advenimiento a la
civilización occidental es relativamente reciente. Así, cuando en América se inicia la
actividad filosófica, la filosofía tiene ya en Europa una historia que comprende más de
veinte siglos.

A finales del siglo XVI se inició una etapa de controversia doctrinal. Hay lucha ideológica
entre las órdenes religiosas y como una débil proyección del Renacimiento hacen su
aparición el platonismo y el neoplatonismo. La filosofía del siglo XVII es ajena a los avances
logrados en Europa. La política de España tiene aisladas a sus colonias de América y es
sólo en las últimas décadas de ese siglo cuando se advierten algunos indicios del
pensamiento moderno.

Para la segunda mitad del siglo XVIII, los jesuitas, originalmente enemigos de Descartes,
rectifican su opinión y propician el cambio intelectual a favor del modernismo.
Al terminar la primera mitad del siglo XIX los países de América habían logrado su
independencia política, sin embargo, persisten las ataduras que subordinan el
pensamiento de los latinoamericanos a su pasado colonial. En búsqueda de la
emancipación intelectual, es el venezolano Andrés Bello, el primero en declarar una
segunda independencia: la ideológica.

El idealismo y el positivismo aparecen en América Latina con cierto retraso.


La filosofía latinoamericana ha existido durante la colonia y en el siglo XIX, pero debemos
aclarar que esta filosofía no se realizó de manera exclusiva por los pensadores de aquellos
tiempos. Hubo intelectuales que reflexionaron filosóficamente, aunque su actividad
principal no era filosofar. Su labor filosófica estuvo siempre supeditada a intereses
religiosos o políticos.
Actualmente el ejercicio de la actividad filosófica en los países Iberoamericanos exige una
formación más profesional y técnica.

Durante las últimas décadas, las tendencias de mayor influencia en Latinoamérica han
sido:

1. La filosofía cristiana-Tomista
2. El Marxismo
3. El existencialismo
4. La filosofía analítica
5. El movimiento americanista

Sobre el movimiento americanista se presenta a continuación algunos conceptos


fundamentales.

Movimiento americanista

Desde 1842, cuando el argentino Juan Bautista Alberdi se planteó la interrogante sobre la
posibilidad de una filosofía latinoamericana auténtica, la mera pregunta ponía de
manifiesto una peculiaridad de nuestra filosofía, pues ésta es la única que se cuestiona a sí
misma y con ello ya tenemos una característica distintiva del pensamiento filosófico
iberoamericano.
Nuestra filosofía se caracteriza por su hondo contenido social. La política, la educación, la
moral, el derecho, la antropología y la religión, han proporcionado constantemente temas
de interés para la reflexión filosófica.

La dependencia   

El dominio ibérico en América implantó entre otras manifestaciones culturales una


manera de hacer filosofía acorde a los intereses de la colonización.
En las primeras décadas del siglo XIX, los pueblos americanos alcanzan su independencia
política, sin embargo, ésta no trae consigo la emancipación ideológica, pues el orden
intelectual, social y económico impuesto durante tres siglos de dominación no desaparece
de las nuevas nociones.
Los emancipadores latinoamericanos deseosos de cambiar la mentalidad colonial e
incorporar sus pueblos a la modernidad, hicieron suyo el pensamiento de otros pueblos
que lucharon y alcanzaron su plena independencia. Con este propósito buscaron, por
medio de la educación, eliminar desde sus raíces la cultura colonial, siguiendo los
lineamientos ideológicos de la filosofía positivista.
El positivismo se presenta, así como sel medio más apropiado para abolir por completo la
dependencia mental. Sin embargo, la implantación de esta doctrina no condujo a la
anhelada libertad ni propició el desarrollo para nuestros pueblos, pues la adopción de
modelos ajenos a la realidad social iberoamericana sólo condujo a nuevas formas de
subordinación.
La conciencia de esta dependencia, así como el interés por cambiar esa situación y
propiciar un orden acorde a la naturaleza de los iberoamericanos, habrán de ser el primer
paso para la superar la subordinación cultural de los pueblos americanos.

Filosofía de la liberación

Se ha dado el nombre de filosofía de la liberación al movimiento que durante los últimos


años se ha propuesto determinar la relación entre el pensar filosófico y la realidad
latinoamericana.
En esta filosofía el pensamiento debe unirse a la acción para eliminar toda manifestación
de dependencia y lograr la auténtica libertad.
Conviene señalar la compatibilidad de esta tendencia con otras doctrinas, siempre que su
aceptación no conduzca a una nueva subordinación ideológica.

Autores de la filosofía latino americana

Leopoldo Zea Aguilar (Ciudad de México, 30 de junio de 1912 - 8 de junio de 2004) fue


un filósofo mexicano, uno de los pensadores del latinoamericanismo integral en la
historia. Fue discípulo de José Gaos, quien lo llegó a conocer en la época en que estudiaba
tanto la carrera de Derecho como la de Filosofía y por las noches tenía que trabajar, así
Gaos lo apoyó para obtener una beca y se dedicara exclusivamente a la Filosofía. Se hizo
famoso gracias a las tesis de grado El positivismo en México (1945), con la que aplicó y
estudió el positivismo en el contexto de su país del mundo en transición de los
siglos XIX y XX. Con ello, inició la defensa de la integración americana, concebida por el
libertador y estadista, Simón Bolívar y le dio un significado propio, basado en la ruptura
con el imperialismo estadounidense y el neocolonialismo.
En sus planteamientos demuestra que los hechos históricos no son independientes a las
ideas y, en la misma forma, no se manifiesta en lo abstracto, sino como una simple
reacción a una determinada situación de la vida humana y popular.

En su idea de una Latinoamérica unida, defendió el pensamiento sobre el papel del


hombre en la región, aclarando que el descubrimiento de 1492 no fue sino
un encubrimiento en términos culturales y de saberes, producto del mestizaje ideológico
para la configuración de la identidad latinoamericana, cosa que expuso en el V centenario,
en 1992. Luego, estudió el análisis ontológico de Latinoamérica en los planos cultural y
geohistórico.
De origen humilde, trabajó en 1933 en la oficina de Telégrafos Nacionales para sufragar
los costos de su educación secundaria y universitaria.
Fue miembro de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) desde su
formación, como maestro y filósofo. Junto con Alí Chumacero, José Luís Martínez y Jorge
González Durán fundó la revista Tierra Nueva. En 1954 fue designado investigador de
tiempo completo del Centro de Estudios Filosóficos de dicha universidad. En 1947 fundó,
en la Facultad de Filosofía y Letras, el "Seminario sobre historia de las ideas en América".
En 1966 fue nombrado director de la facultad, cargo en el que se mantuvo hasta 1970.
Durante su periodo como director fundó el Colegio de Estudios Latinoamericanos en 1966;
más adelante fundaría el Centro Coordinador y Difusor de los Estudios
Latinoamericanos de la UNAM (1978).

Aportes

Su filosofía marcó su concepto de una América Latina unida; y no en la utopía, sino en la


realidad, en la lucha y renovación de un pueblo en demanda de dicho surgimiento, lo que
le abrió la puerta a otros estudiosos del tema en el futuro.
Uno de los puntos centrales de su filosofía, que se centra en una insistente y siempre
actual pregunta ¿Es posible hablar de una filosofía latino-americana?, es el "proyecto
asuntivo", que se basa en la necesidad de no olvidar el pasado colonizador que implica la
"asimilación de lo que ha sido" para poder ser "algo distinto" sin por ello "dejar de ser
quien se es". Este pasado, reconocido y aceptado, debe ser superado histórica y
filosóficamente con el objetivo de crear un pensamiento nuevo, una "filosofía sin más".
Fue comparado con diversas personalidades del mundo intelectual, político y
revolucionario, tales como Germán Arciniegas, quien fue su amigo; con José Gaos, quien
fue su maestro; con Víctor Raúl Haya de la Torre, con Andrés Bello, con Simón Bolívar y
con Domingo Faustino Sarmiento, entre muchos otros. Leopoldo Zea Aguilar, murió el 8 de
junio de 2004.

Enrique Domingo Dussel Ambrosini (n. 24 de diciembre de 1934, departamento de La


Paz, Provincia de Mendoza, Argentina) es
un académico, filósofo, historiador y teólogo argentino naturalizado mexicano.

Enrique Dussel es reconocido internacionalmente por su trabajo en el campo de la Ética,


la Filosofía Política, la Filosofía latinoamericana y en particular por ser uno de los
fundadores de la Filosofía de la liberación, corriente de pensamiento de la que es
arquitecto, habiendo sido también uno de los iniciadores de la Teología de la liberación.
Ha mantenido diálogo con filósofos como Karl-Otto Apel, Gianni Vattimo, Jürgen
Habermas, Richard Rorty, Emmanuel Lévinas y Adela Cortina. Su vasto conocimiento en
filosofía, política, historia y religión, plasmado en más de 50 libros y más de 400 artículos –
muchos de ellos traducidos en más de seis idiomas–, lo convierte en uno de los más
prestigiosos pensadores filosóficos americanos del siglo XX, que ha contribuido en la
construcción de una filosofía comprometida. Ha sido crítico de la modernidad, como era
histórica, apelando a un "nuevo" momento denominado transmodernidad. También ha
sido crítico del helenocentrismo, del eurocentrismo y del occidentalismo. Defiende la
postura filosófica que ha sido denominada bajo el rótulo de "giro descolonizador" o "giro
descolonial

Günter Rodolfo Kusch (Buenos Aires, 25 de junio de 1922 - 30 de septiembre de 1979) fue


un antropólogo y filósofo argentino. Obtuvo el título de Profesor de Filosofía de
la Universidad de Buenos Aires. Siguió su camino el poeta Kurt Dereck Kusch Sepúlveda,
estudiante de literatura en la prestigiosa Universidad de Magallanes, Perú. Realizó
profundas investigaciones de campo sobre el pensamiento indígena y popular americano
como base de su reflexión filosófica. Además, escribió varias obras teatrales y una amplia
colección de artículos y conferencias sobre estética americana. El tango fue uno de sus
temas predilectos.

Andrés de Jesús María y José Bello López (Caracas, 29 de noviembre de 1781-Santiago de


Chile, 15 de octubre de 1865) fue un filósofo, jurista, poeta, traductor, filólogo, ensayista,
político, diplomático y humanista venezolano, nacionalista chileno. Considerado como uno
de los humanistas mas importantes de América, hizo contribuciones en innumerables
profesiones del conocimiento.

En Caracas capitanía general de Venezuela fue maestro de simón bolívar y participó en el


proceso que llevó a la independencia venezolana Como parte del bando revolucionario
integró, junto con Luis López Méndez y Simón Bolívar, la primera misión diplomática a
Londres, ciudad en que residió entre 1810 y 1829.
En 1829 embarcó junto con su familia hacia chile, contratado por el gobierno de dicho
país, donde desarrolló grandes obras en el campo del derecho y las humanidades. En
Santiago alcanzó a desempeñar cargos como senador y profesor, además de dirigir
diversos periódicos locales. Como jurista, fue el principal impulsor y redactor del código
civil de chile, una de las obras jurídicas americanas más novedosas e influyentes de su
época. Bajo su inspiración y con su decisivo apoyo, en 1842 fue creada la universidad de
chile, institución de la cual se erigió en primer rector por más de dos décadas.
De entre sus principales obras literarias, destacan la Gramática de la lengua castellana
destinada al uso de los americanos (1847), obra de referencia aún hoy imprescindible para
los estudios gramaticales, los Principios del derecho de gentes, el poema «Silva a la
agricultura de la zona tórrida» y el ensayo Resumen de la Historia de Venezuela, entre
otras

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