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LENGUA CASTELLANA Y LITERATURA 2022-2023

COMENTARIOS V-VI-VII-VIII

1. TEXTO V. González, K., «Big Data: ¿revolución o amenaza?», El Independiente, 19/05/2017.


Hay un tema del que últimamente todo el mundo habla, algunos amigos y compañeros de
trabajo se han apuntado a cursos, o están intentando profundizar por su cuenta en este tema. Es el
futuro, una nueva revolución industrial, El Dorado del siglo XXI. Se trata del Big Data.
El concepto Big Data tiene que ver con la recolección, clasificación y análisis de grandes
cantidades de datos. El reto es gestionar un volumen enorme y muy variado a la mayor velocidad
posible. También, es una cuestión a tener en cuenta el valor de esos datos ya que son algo que se puede
transferir y utilizar. Con la ayuda de algoritmos pueden ayudar a predecir el compartimiento del
consumidor, adivinar tendencias en moda o preferencias de los individuos. Así, generamos millones
de datos diariamente, comprando en el supermercado con nuestra tarjeta de crédito, consultando en
internet cualquier duda, conduciendo un coche inteligente, comprando on line una raqueta o subiendo
una foto a una red social. ¿No les ha pasado que compran un artículo en internet, y, en la siguiente
consulta la web parece adivinar sus preferencias, o, que cuando compran un billete de avión la
aerolínea ya sabe tu destino?
El objetivo es aumentar la eficiencia en el proceso de toma de decisiones. Además de permitir
a los poderosos hacer negocio a costa de nuestra privacidad, existen otras aplicaciones más
beneficiosas para la sociedad en general: el big data puede ayudar a descubrir donde surgirá el próximo
brote de una enfermedad o a localizar a personas para mejorar una campaña de vacunación o a localizar
a heridos en una catástrofe como un terremoto.
Realmente, no es algo nuevo, a todo comerciante le ha interesado toda la vida conocer los
gustos o necesidades de sus clientes previamente para adaptar sus stocks y optimizar los ingresos. La
diferencia es que hoy en día estamos haciendo una confesión con cada uno de nuestros movimientos.
Lo malo es que no sabemos exactamente quién acumula esos datos. Y lo peor es que tampoco sabemos
exactamente para qué los va a utilizar. Quizás para mucha gente sea excitante, que lo es, y que las
utilidades sean infinitas, sin embargo, para mí, que estoy cerca de ser un analfabeto digital, me produce
cierta sensación de vértigo, de indefensión, de pérdida de control. Es como si lo supieran todo de uno,
como si estuviéramos desnudos. ¡Qué miedo! Suerte.

2. «Crueldad contra los animales», El País, 17/09/2022


La polémica ha vuelto al torneo del Toro de la Vega y muestra lo que cuesta erradicar la
crueldad con los animales en los festejos públicos. La controversia se produjo después de que el
Ayuntamiento de Tordesillas (Valladolid) acordara aplicar este año un nuevo reglamento que permitía
saetear al animal con arpones, lo que motivó que el Ministerio de Derechos Sociales se dirigiera a la
Fiscalía para instar la suspensión cautelar del festejo por maltrato animal. El Toro de la Vega, cuya
tradición se remonta al siglo XVI, es un torneo que hasta 2016 consistía en perseguir a caballo y
lancear a un toro hasta matarlo. Así pues, conseguía el premio quien le infligiera la herida mortal. Tras
años de agria disputa, el formato se modificó en 2016 en cumplimiento de la nueva normativa aprobada
por las Cortes de Castilla y León, con mayoría absoluta del PP, que prohíbe la muerte o la violencia
en este tipo de festejos taurinos.
En los años siguientes, el torneo se celebró sin herir ni matar al animal, pero este año el
Ayuntamiento de Tordesillas, gobernado también por el PP, autorizó un nuevo reglamento que
permitía usar arpones de ocho centímetros de largo, lo que no deja de ser, claro está, un instrumento
de tortura. El reglamento fue finalmente suspendido por el Tribunal Superior de Justicia de Castilla y
León a instancias del partido animalista PACMA, cuando la Fiscalía ya había desestimado suspender
el festejo al no ver indicios de delito. Esta discrepancia en la valoración revela que el marco jurídico
no es todo lo claro que debiera.
En una sociedad civilizada no resulta tolerable que se utilice el maltrato o el sufrimiento
animal como elemento de diversión. Sin embargo, estas vejaciones están inscritas en la sociedad, y no
solo en las fiestas populares, como lo demuestra la profusión de imágenes de extrema crueldad que se
difunden por las redes sociales en cuentas relacionadas con la caza. Es una incongruencia exigir a los
ciudadanos que traten bien a sus mascotas, como plantea la nueva ley de bienestar animal que se
tramita en el Congreso, y alentar o tolerar un tipo de actividades y espectáculo donde se practica un
maltrato evidente, aunque se invoque una tradición. Esto es aplicable a festejos como el bou embolat,
en el que se colocan bolas de fuego en los cuernos del animal, el bou al carrer o ciertos encierros

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taurinos en los que los animales acaban en un estado lamentable por los golpes que reciben y el estrés
al que son sometidos. En Cataluña se da la paradoja de que se prohibieron las corridas de toros, pero
se mantuvieron los encierros del bou embolat. Los ocho fallecidos y más de 20 heridos, algunos de
ellos menores, que se cuentan hasta este jueves entre los participantes han abierto otro debate en
Valencia sobre la seguridad de este tipo de encierros. A todo esto, «ningún arte que legitime la crueldad
vale la pena», escribió el psicólogo y ensayista Adam Phillips. En definitiva, cada vez es más necesario
un marco normativo más preciso que erradique el maltrato animal en los festejos populares.

3. Sánchez Mellado, L. «Por puta», El País, 16/11/2017


Tienes 18 años. Estrenas mayoría de edad. Eres oficialmente adulta. Con cuerpo de mujer
hecha y derecha, aunque en tu rostro y en tu mirada y en lo más hondo de tu seno, donde habita lo que
llamamos alma, puede que aún seas, lo serás siempre, la niña de los ojos de los tuyos. Pero tú te crees
muy mayor. Y capaz. Y libre. Lo eres, de hecho. Lo dice tu condición de ciudadana de pleno derecho.
Estamos en julio. Empieza tu primer verano de libertad absoluta. Te quieres comer el mundo. Te vas
a los Sanfermines. Bebes, bailas, te desmadras tanto o más que tus pares varones. Conoces a unos
chicos en la calle a las tantas de la noche. Altos, guapos, simpáticos como ellos solos. Hombres, ellos
sí, hechos y derechos que te sacan 10 años, 10 centímetros y mucho más que 10 kilos de envergadura
por barba. Os divertís juntos. Jijí, jajá, selfis, picos, morritos, morreos. Puede que te des el lote con
uno, o con varios, o con todos. Porque sí. Porque eres dueña de ti misma. Porque te da la gana y punto.
Se ofrecen a acompañarte al coche. De camino, te meten en un portal y te penetran por donde quieren
mientras se jalean, te graban en tal trance y se jactan de su hazaña ante sus colegas. Acaban, te roban
el móvil y te dejan tirada en la escalera. Les denuncias. Les enchironan. Lloran. Patalean. Piden
justicia. Dicen que son inocentes. Que tú consentiste. Que lo pasaste bomba, incluso. Pagan a un
detective para que te siga y demuestre en el juicio que no eres una santa y que después del episodio
estabas tan pancha. Entrabas, salías, vivías. Lo que no dicen es que, de cinco tíos como cinco Torres
del Oro, ni uno tuvo una neurona activa o una célula de humanidad para acabar con la orgía, aunque
tú se la hubieras pedido, como insinúan, casi de rodillas. Pero, claro, ellos son hombres y tienen sus
urgencias. Y tú eres muy suelta. Ya se ve en el informe del detective. Lo que te pasa, te pasa por algo.
Por puta.

4. Vicent, M., «Corderos», El País, 16/10/2022


En esta guerra entre Rusia y la OTAN en la que Ucrania solo pone los muertos no esperes que
de una y otra parte del conflicto se levanten millones de ciudadanos con gritos y pancartas dispuestos
a detener esta miserable tropelía como sucedió en las guerras del Golfo, en la de los Balcanes y en la
de Vietnam. Aquí ya no hay cabras que tiren al monte. Ahora todos somos ovejas pasivas y no hay
ninguna que se atreva a salirse del rebaño. Parece que la sociedad civil se ha quedado exangüe, sin
pulso. Existe la creencia de que hagas lo que hagas no va servir de nada, de modo que lo mejor es
quedarse en casa. Al menos los cerdos chillan cuando presienten que los van a sacrificar. Las ovejas,
no. Muchas veces en la carretera uno se cruza con un camión lleno de corderos hacinados que se
dirigen al matadero. Esta imagen podría ser el paradigma del tiempo en que vivimos. Durante la guerra
de Vietnam los jóvenes norteamericanos para expresar su rebeldía realizaban sentadas en los campus
de las universidades y llenaban el aire de voces y canciones airadas. Aquella cólera juvenil convirtió
el pacifismo en una nueva estética, hasta el punto que la última moda consistía en vestirse con los
harapos de los soldados vencidos o desertores que se vendían en los mercadillos de pulgas. La guerra
de los Balcanes y la del Golfo también obligó a cientos de miles de ciudadanos a cumplir con el deber
moral de manifestar su protesta en la calle. Puede que aquel sentimiento antibelicista sirviera de poco,
pero al menos uno sentía que la sociedad aún tenía capacidad de cólera frente a los señores de la guerra
y al brutal negocio de las armas. Pese a que hoy el conflicto entre Rusia y la OTAN atañe directamente
a nuestras vidas y al futuro de Europa, esta sangrienta destrucción sigue su curso ante el silencio de
los corderos cuyo destino todo el mundo sabe que es el matadero.

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