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Afroeuropa 3, 2 (2009) AFROEUROPA

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Copyright © 2008 All rights reserved REVISTA DE ESTUDIOS AFROEUROPEOS JOURNAL OF AFROEUROPEAN STUDIES REVUE DES ÉTUDES AFROEUROPÉENNES
ISSN: 1887-3456.

MÁS ALLÁ DEL MAR DE ARENA DE AGNÈS AGBOTON:


LA TRANSMISIÓN CULTURAL AFRICANA MATRILINEAL
PARA LA NUEVA GENERACIÓN DE AFRODESCENDIENTES EN ESPAÑA

Ana Zapata-Calle
University of Missouri-Columbia, USA

Más allá del mar de arena (2005) es una obra testimonial escrita por Agnès Agboton,
una escritora beninesa-española, donde de forma autobiográfica relata su propia vida, como
una mujer africana en la diáspora con residencia en España. En ella presenta, mediante su
experiencia vital, la unión de dos sociedades divididas geográficamente por un mar de arena,
el Sáhara, pero unidas culturalmente en una nueva generación mestiza biológica y
culturalmente. Este mestizaje cultural se refleja en la obra en todas las personas que
aparecen en ella, tanto africanas como occidentales, en un proceso de mestizaje constante.
La narradora usa como marco de su relato el diálogo con sus hijos, Didac y Axel, para
contarles su historia africana y que la puedan incorporar a la ya conocida occidental. En
realidad, este libro parece estar dedicado no solo a sus hijos, sino a los afrodescendientes
que viven en Europa por extensión, sobre todo a los jóvenes a los que el camerunés Inongo-
vi-Makomé llama “la segunda generación.” Según Makomé, “la segunda generación son
nuestros hijos que han crecido o que han nacido en nuestro exilio europeo. Su problema es
uno de los más graves al que nos enfrentamos pues son ciudadanos de ninguna parte, de
ningún lugar” (116). Agnès Agboton pone como ejemplo la recurrente cuestión de la identidad
de sus hijos, cuyo intento de respuesta acaba siempre en una imposibilidad de definirse y en
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una tensión que la autora refleja en su texto al reproducir la respuesta de uno de ellos: “‘Me
siento yo mismo y basta’, exclamaste un día, harto quizás de que te hicieran preguntas sobre
tus orígenes y pertenencias culturales” (140). La identidad de este “yo mismo” no se identifica
totalmente con la cultura del padre español, como tampoco lo hace con la de la madre
africana, sino que se proyecta como algo diferente y aislado. Igualmente, Diana Adesola
Mafe, mujer nigeriana residente de Canadá, explica su frustración al no sentirse ni de un lado
ni del otro, y ser siempre una extraña allá donde vaya: “A white man called me ‘nigger;’ a
black woman made me kneel. But both read me according to their own rigid ideas about
races, gender, and culture before quickly trying to put me in my ‘appropriate’ place” (283). La
creación de este espacio diferente, ni blanco ni negro, pero ambos al mismo tiempo, que
podríamos asociar al concepto del tercer espacio de Homi Bhabha, es uno de los propósitos
que mueven a Agnès Agboton a escribir Más allá del mar de arena. En este ensayo
intentaremos dilucidar con qué medios la autora se acerca a esta generación de jóvenes
afrodescendientes y les dota de un arma de resistencia de la cual no deben despojarse
aunque vivan en Europa: el legado cultural africano.
Uno de los problemas más graves que experimenta la segunda generación de
africanos en la diáspora es su complejo de inferioridad, potenciado, según Makomé, por la
exposición a la imagen negativa de África divulgada a través de los medios de comunicación
occidentales y a la consecuente vergüenza y rechazo de la africanidad de los jóvenes
afrodescendientes. Ante este fenómeno, la obra de Agboton está dirigida hacia estos jóvenes
que han perdido sus raíces o se avergüenzan de ellas, para mostrarles la dignidad de su
raza basada en su legado cultural.
Tanto el camerunés Inongo-vi-Makomé como la beninesa Agnès Agboton se dedican
entre otros trabajos a contar cuentos como labor educativa y didáctica por los colegios con la
convicción de que ellos, como africanos, tienen algo que aportar a la sociedad española,
especialmente a los niños afrodescendientes. Según Makomé, “[n]uestros hijos necesitan
modelos para inspirarse en ellos” (122). La propia autora se presenta como una mujer
preocupada por esta segunda generación y toma su trabajo de cuentacuentos con el
propósito de transmitir un mensaje a la sociedad, especialmente a los niños que viven entre
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dos aguas: “[m]e resulta interesante ver cómo me observan los niños y escuchar las
preguntas que me hacen los hijos de padres africanos, chinos o magrebíes que han nacido
ya aquí” (143). Al incorporar en su obra autobiográfica estas experiencias en los colegios,
muestra la evidencia de la diversidad española y de los posibles problemas de identidad de
estos niños y transmite la importancia de la transmisión colectiva de sus culturas de origen.
Entre otros casos, incorpora la anécdota de una niña negra que, al preguntarle la autora dos
veces por su procedencia, la niña no hace sino contestar que es del mismo pueblo español
donde reside, de Almacelles (144). Con esta anécdota se producen dos fenómenos: por un
lado, la falta de reconocimiento de los orígenes africanos de la niña y por el otro, la toma de
conciencia de la africana adulta de que ya no está hablando con una niña africana, sino con
una niña occidentalizada, aunque sea negra, que quizás desconozca sus propias raíces.
Este ensayo se organizará mostrando primero los objetivos que parece pretender la
autora al escribir el texto, lo que dará lugar a una reflexión sobre el género narrativo, la
autobiografía y el testimonio, que le sirven a Agnès Agboton como vehículo para transmitir su
mensaje social. Tras ello, se expondrá cómo la autora recupera la memoria histórica de su
pueblo para transmitírsela a sus hijos, los cuales tienen solo una vaga idea de la misma, o la
niegan o la desconocen, como le pasa a la niña de la anécdota anteriormente citada. Para
recuperar la historia de su pueblo, la autora no contará solo las fechas de la historia oficial
escrita desde Occidente, sino que se irán nombrando los nombres de las mujeres africanas
importantes en la vida de la protagonista y cómo ellas vivieron el transcurso de los cambios
políticos, además de exponer en qué han contribuido con su trabajo y su labor constante a la
transmisión y transformación de la cultura tradicional africana. Finalmente, se expondrá la
proclamación por parte de la autora de un matriarcado cultural africano y la necesidad de la
transmisión del legado cultural como arma de resistencia contra la invisibilidad de los
afrodescendientes en la diáspora occidental y de la mujer negra dentro y fuera de África en
particular.
Agnès Agboton siente un compromiso social hacia los afrodescendientes españoles,
especialmente hacia las mujeres. Así, con una voz maternal, como matriarca africana, se
dirige tanto a sus dos hijos en la esfera familiar como a los niños y niñas en los colegios a
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través de sus cuentos, y a todos los afrodescendientes y occidentales con su obra escrita. Su
labor de concienciación identitaria es persistente y Más allá del mar de arena como libro no
deja de cumplir la función de descolonizar las mentes de niños y adultos de todas las razas y
destruir la ideología patriarcal y los prejuicios racistas, mejorando la posición social y la
visibilidad de las mujeres afrodescendientes al ofrecer modelos a los que admirar y seguir.
Ante la problemática de estar frente a una generación afrodescendiente
desconocedora de sus raíces y con un grado alto de baja autoestima que le hace negar su
procedencia africana, Agboton va a responder en su libro con lo que Joyce Ann Joyce llama
“African-Centered Womanism,” uniendo dos concepciones culturales: el afrocentrismo que
abarca a todos los afrodescendientes, y la importancia de la mujer dentro de la cultura
africana, que valora el papel de esta sacándola de la invisibilidad a la que la somete el
sistema patriarcal occidental y africano en general.
La autora, para recuperar la memoria histórica de su pueblo africano, retoma la
tendencia estética del afrocentrismo que los afro-estadounidenses desarrollaron en los años
sesenta y setenta. Como explica Joyce Ann Joyce,

the Black Aesthetic emerges as the literary application of Afro-centricity, which includes the
responsibility of the African-centered literary critic to bring about social change … The African-
centered scholar’s emphasis on Africa as the beginning of humankind and on the Black race
as the first human beings attempts to destroy Black self-hatred and white superiority. (540)

Joyce, basándose en las ideas afrocentristas de Chancellor Wiliams y Mohn S. Mbiti,


expone cómo cada individuo no puede existir por sí solo, sino que se relaciona con el resto
de su comunidad retomando la estructura social de las comunidades tradicionales africanas,
vinculando así a los afrodescendientes en la diáspora con sus ancestros africanos, como un
vínculo fuerte frente a la supremacía occidental. De esta manera, para Agboton no se
presenta en ningún momento la cultura occidental como un modelo superior, como así lo
creen las mentes colonizadas, sino complementario, ofreciendo la cultura africana como
marco y fuente cultural que invita al afrodescendiente europeo a redescubrirse y redefinirse,
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a mirar hacia África como un miembro más de una familia amplia con su propia historia y
cultura.
En Más allá del mar de arena la autora va a intentar borrar los límites geográficos
rompiendo las fronteras geográficas mediante la recuperación del legado cultural africano
para ofrecérselo a sus hijos, en una realidad transnacional, para que se identifiquen tanto con
su familia africana como con la española. Así, la obra se introduce con un proverbio gun que
definirá la idea principal del texto: “La sonaja y el gong tienen distintos sones, pero juntos
acompañan la misma melodía” (11). La combinación musical se crea con dos instrumentos
muy diferentes que se oyen simultáneamente, como la cultura occidental y la africana en los
afrodescendientes, para crear una sola melodía sin que una actúe en detrimento de la otra.
Podría decirse que la autora apuesta por el proceso de transculturación propuesto por
Fernando Ortiz décadas atrás para la realidad cubana, pero para lograrlo, primero tiene que
producirse un proceso de reafricanización y, por ello, propone el afrocentrismo para
recuperar lo africano olvidado. Este mismo proceso de reafricanización se describe en Las
tinieblas de tu memoria negra del ecuatoguineano Donato Ndongo, mediante el adulto
innominado que mira hacia su niñez para recuperar su identidad africana relegada durante
muchos años, aunque la diferencia más general con Agnès Agboton es que ella nos ofrece
una perspectiva femenina.
La cuestión del mestizaje se problematiza al reflexionar sobre los conceptos de
“tolerancia” y de “integración.” El de “tolerancia” lo rechaza porque parece que una parte de
la sociedad tiene que soportar con resignación las diferencias culturales de otros grupos,
mientras que el de “integración” lo aprueba porque para ella es un proceso de dar y recibir
sin que ninguna de las partes pierda su identidad: “Mi integración no ha sido, como exigen
algunas voces, un proceso de pérdida de mis raíces, ni tampoco el olvido de los valores que
aprendí de pequeña. Muy al contrario. He ido uniendo lo que fui a los nuevos valores de la
sociedad en la que vivo, para poder así modelarme y renacer, sin dejar de ser la misma
persona” (96).
Las anécdotas y experiencias incorporadas por la autora sobre su propia vida como
mujer y como negra van dando pistas de otro de los objetivos que persigue Agnès Agboton
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cuando escribe su obra autobiográfica. Ella misma, casada con un hombre blanco y con dos
hijos mulatos, se quiere presentar como una madre para todos, como un modelo de
integración a seguir por los afrodescendientes, especialmente por las niñas y las jóvenes,
consciente de la problemática de la cuestión racial, pero también genérica. Por ello, escribe
para romper con la invisibilidad y el peso de los estereotipos que encierran a la mujer negra,
discriminadas doblemente por su raza y por su género. La recuperación de la historia de
ciertas mujeres notables africanas de su familia y de su labor como transmisoras culturales
será el arma de resistencia que la autora proponga para dotar a la mujer afrodescendiente de
dignidad y orgullo racial. En este sentido, la autora configura su texto con el ya nombrado
“African-Centered Womanism” proponiendo a la mujer como centro y vínculo conector entre
África y Occidente.
Más allá del mar de arena se construye conscientemente como una obra didáctica,
afrocentrista y matriarcal, movida por diversos objetivos, entre los que destacan dotar de una
identidad mestiza a los afrodescendientes españoles; conseguir la concienciación de raza y
la dignidad cultural heredada de África; buscar la visibilidad y liberación de la mujer negra al
exponer su importancia en el devenir histórico, y romper los estereotipos y complejos de
inferioridad del hombre negro, entre otros. Podemos intuir entonces que algunos de los datos
incluidos en su obra no se correspondan exactamente con la realidad autobiográfica de la
autora, sino que se adapten a la consecución de sus propósitos. De hecho, la inexactitud de
los datos se remarca en varias ocasiones en el texto, dominado también por los recursos de
la oralidad, en un ir y venir en el tiempo y en el espacio. Por ejemplo, al aludir la narradora el
día de su propio nacimiento, afirma no estar segura de la fecha (35). También deja
pendientes muchos misterios familiares sin resolver, como el de la relación de sus padres,
los motivos que la llevaron a separarse de su madre, o el tipo de relación que su padre
mantenía con su madrastra, a la que se describe mediante la distorsión de las visiones
febriles de una niña enferma. Todo ello dota al texto de un carácter de misterio y de
flexibilidad narrativa sin límites claros entre lo ficcional y lo real.
Doris Sommer, al tratar de definir las diferencias entre el género narrativo del
testimonio y el de la autobiografía explica que “mientras que los testimonios son de hecho
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discursos enraizados en una lucha lanzada desde posiciones que trasgreden el nivel
personal (de clase y/o etnia), la autobiografía sigue alimentando ‘una ilusión de singularidad’”
(citado en Sklodowska, 77). Aquí proponemos una simbiosis de estos dos géneros ya que, si
bien la narradora muestra su individualidad como modelo o heroína, también parece
presentarse como metáfora de una nación africana matriarcal tanto en el continente africano
como en España. Esto podría adaptarse a concepto de novela-testimonio que propone
Miguel Barnet donde la protagonista narra su vida en primera persona, en forma de
monólogo o diálogo, incluyendo los hechos sociales que marcan hitos en la cultura de un
país, utilizando recursos literarios pero sin eliminar el propósito documental (citado en
Fernández Olmos, 71). De esta manera, Agnès Agboton va a combinar su historia personal
con las fechas o fenómenos importantes que marcaron la evolución política y oficial de su
país. Es decir, que lo oficial y lo intrahistórico se combinan al unísono para hablar de la
historia de Benín, país de origen de la autora, a la vez que de la propia vida de la
protagonista.
El relato comienza con la apelación directa de una madre africana a sus hijos
afrodescendientes en España, en un diálogo de una narradora que se expresa en primera
persona y que durará hasta el final del libro. El objetivo principal, como hemos dicho, es
contarle a estos hijos suyos o a los jóvenes afrodescendientes por extensión, la importancia
de sus orígenes africanos en un tono maternal reconfortante. Agboton propone un orden
social que va a sustituir el patriarcado en el que se desenvuelve su padre, por el modelo del
matriarcado que va surgiendo en el transcurso del relato al narrar la historia y contribución
histórica de las mujeres del clan de los agasuvi, hasta llegar a ella misma. Para mostrar esta
transformación, se empieza narrando la base mítica de los orígenes de este clan cuyo
nombre se traduce por “hijos del leopardo,” al que la autora pertenece por vía paterna. Tras
un breve resumen de la historia de su clan y del arrebatamiento de su poder por parte de los
colonizadores franceses, Agnès Agboton intentará ubicar a sus hijos dentro de dicho clan, a
pesar de su mestizaje cultural al haber nacido de un padre blanco español.
El hecho de que Agboton comience su testimonio hablando de la base mítica de su
nación africana no es aleatorio. Lo que pretende mostrar en todo el libro no es solo su
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autobiografía desde su niñez hasta su momento contemporáneo, sino que, en su testimonio,


la autora recupera la historia no escrita de un clan importante de Benín, y con ella, la de toda
una nación personificada en ella misma. Agnès Agboton se propone como transmisora de la
experiencia de su familia anterior y posterior a la colonización francesa, la cual supuso la
usurpación del poder de su clan. Así, nos cuenta cómo su familia contaba con gran prestigio
entre los suyos antes de la colonización, y cómo los franceses mataron al patriarca, el abuelo
de Agnès Agboton, con los trabajos forzados, usurpando su poder y papel social. La autora
lleva una labor de recuperación de la memoria histórica de su pueblo africano recurriendo a
la oralidad, a las prácticas religiosas, a las recetas de cocina y a los misterios para los que la
autora aún no ha encontrado respuesta, quizás aludiendo metafóricamente a ciertas partes
de la memoria que nunca podrán recuperarse tras un periodo de olvido histórico, como el
sufrido por muchos africanos colonizados. De hecho, en el texto se ve cómo el padre de
Agnès ha olvidado parte de su tradición al haber absorbido plenamente la educación
francesa. Sera su propia hija y su yerno blanco quienes le harán valorar su propia tradición
africana despreciada anteriormente por él mismo como inferior. Esto explicaría que el texto
esté lleno de incógnitas en torno a la figura paterna, cuya vida está fragmentada por su
relación con dos mujeres diferentes y dos culturas en disputa.
Agnès Agboton presenta su vida como reflejo de una nueva etapa histórica tras la
independencia de Benín: “Mi nacimiento no fue fácil. Desconozco el día exacto, aunque en
mi partida de nacimiento se indique el 17 de enero de 1960. Faltaban seis meses para que
Dahomey consiguiera su independencia de Francia” (35). De nuevo, se hace evidente la
correspondencia entre la vida de la protagonista y el devenir de una nación independiente, ya
que incluso ambos nacimientos se producen casi simultáneamente. Para definir esta nueva
África en libertad, la narradora comienza a relatar su infancia refiriéndose a las lenguas
existentes en ese momento histórico y en las que ella se expresaba. Esto le sirve para
mostrar la pluralidad cultural de Benín y cómo la colonización, a pesar de sus esfuerzos, no
había podido erradicar la identidad lingüística, a pesar de haber impuesto el francés como
lengua oficial: “Yo hablaba gun, la lengua de mi padre, pero también miná, porque tengo una
abuela togolesa, y el yoruba de mi madre” (26).
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El siguiente paso será el de explicar los tres nombres que le pusieron al nacer: el de
circunstancias, el de reencarnación y el tercer nombre más personal, tradición de su pueblo.
Al explicar sus tres nombres, los cuales abarcarán concepciones religiosas y circunstanciales
no vinculadas con tradiciones occidentales, reafirma su africanidad, a pesar de haber sido
bautizada como católica sin consentimiento de los padres en el hospital donde nació. De sus
tres nombres, su nombre de circunstancias es el que más le gusta, Medenyonhua e na du alé
éton, reducido a una versión más corta, Medenyonhua, que significa “Quien sepa actuar
obtendrá de ello beneficios.” Tras explorar el origen de su nombre, explica cómo el
descubrimiento del mismo “despertó enseguida mi curiosidad. Quise saber más cosas sobre
mis orígenes” (28). Agnès Agboton se dispone a desglosar su nombre y, con él, una
identidad que la sitúa como miembro de una comunidad africana de la que se siente
orgullosa. Este orgullo quiere imponerse a las reacciones de vergüenza que muchos
afrodescendientes sienten en espacios occidentales. Kuukua Dzigbordi Yomekpe, una mujer
de Gana que vive en Estados Unidos, escribe en su ensayo “Musing of an African Women”
sobre un fenómeno que podría ser el mismo al que Agnès Agboton responde en su texto:

Claiming your name with all its baggage of ancestral memory brings a certain comfort that is
very cathartic … I can recall feelings of shame when called upon in class to enunciate my “full
name” or to tell my teachers what my middle initial, D, stood for. The teachers, also victims of
the colonizer’s brainwashing, didn’t make these feelings easier to deal with, ridiculing the
sound of my names.” (267-68)

El reconocimiento del nombre es la base de una identidad, así como la valoración de


la belleza del propio cuerpo y piel oscura. Por ello, la autora cuenta cómo cuando era
adolescente tenía envidia de su hermana porque era más clara que ella. Esta actitud
alienada hizo que se sorprendiera mucho cuando su marido, blanco y español, la prefirió a
ella entre todas las mujeres. Así, al reflexionar décadas después de su complejo de
inferioridad, explica acerca de la piel clara que “en el África subsahariana eso es casi un
símbolo de belleza,” rechazando “ese deseo de aclararse la piel que tanto daño ha hecho y
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hace todavía a las mujeres negras” (55). A diferencia de la mujer presentada por Franz
Fanon en su ensayo “The Woman of Color and the White Man,” cuyo único deseo es
blanquearse mediante el matrimonio con un hombre blanco, la narradora, a pesar de estar
casada con un europeo, apenas lo incorpora en su texto si no es para reivindicar y apoyar su
africanidad, el color negro de su piel, y toda la identidad cultural que ella representa. De
hecho, la narradora incluye fotos de su marido Manuel en el texto donde él mismo participa
de los rituales de la familia africana revirtiendo la idea del blanqueamiento.
Estructuralmente, en todo el relato se puede seguir un eje en torno al cual gira la vida
de la protagonista y mediante el que se organiza la línea narrativa del texto. Este eje es la
vida del padre de Agnès, Sébastien, desde que la concibe a ella, como su hija mayor, hasta
que este muere. El padre, como el Estado de Benín, era “fruto de la colonización, y estaba
dividido entre el peso de su linaje, que le envolvía de respeto en el ámbito tradicional, y la
educación que había recibido de sus maestros, que era ya una educación totalmente
francesa” (31). De hecho, el padre será uno de los encargados de reorganizar el sistema
educativo en el nuevo país independiente, donde estudiará su hija. El modelo de padre que
se propone es interesante porque, contrario a otros padres africanos que siguen modelos
patriarcales, este está volcado en darle a su hija la mejor educación posible para que sea
independiente, nunca la somete a que cargue con las labores de la casa e incluso le permite
vivir fuera del seno paterno para que siga avanzando en sus estudios.
Sin embargo, el texto no se centra en la relación que la narradora tiene con su padre,
que aquí interpretaríamos como el representante del Estado beninés, sino en su relación con
todas las mujeres que fueron importantes en la vida de este y que influyeron en la vida de
Agnès Agboton como transmisoras del legado cultural nacional. De esta manera podríamos
dividir el mundo de Agnès genéricamente como pueden dividirse los conceptos de Estado y
nación. El Estado estaría representado por el padre mientras que la nación quedaría
reflejada por todas las mujeres que tienen relación con él. No sabemos hasta qué punto
podríamos confiar en que los datos presentados por la narradora se correspondan fielmente
con el relato de su propia vida o altere estos datos para crear una metáfora de su nación
africana, pero lo cierto es que las relaciones entre las mujeres y el padre parecen
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corresponderse, como veremos, con la historia del país en cuanto a la relación del Estado
con su nación.
Como la propia autora expone, el clan gun y el colonizador occidental se instituyen
bajo una estructura patriarcal. Así, en el texto, todas las mujeres africanas que se incluyen se
mueven según la disposición de Sébastien, el padre de la narradora. La primera relación que
encontramos se da entre el padre y la madre de Agnès. La madre, Celestine o Fefè,
pertenece a un clan yoruba, matriarcal, mientras que el padre es gun y, por tanto, patriarcal.
Aunque no se explican las razones, se produce un conflicto entre clanes que prohíbe que la
pareja pueda casarse. Podríamos ver en esta relación inicial fracasada el choque entre los
dos sistemas: el matriarcado y el patriarcado; también parece sugerirse el choque entre dos
familias étnicamente diferentes en pugna por el poder y la narradora como fruto del mestizaje
cultural de dos culturas en conflicto. Como Agnès Agboton explica a sus hijos, “[v]uestra
abuela Fefè es yoruba, uno de los pueblos más conocidos y más brillantes de aquel rincón
de África. En cierto modo, también yo soy mestiza, como vosotros. Aunque en una sociedad
patrilineal … me considero gun” (30). La madre y el padre también presentan otra dicotomía:
África frente a Occidente. Ella va a casarse otra vez con un hombre polígamo, renunciando a
su matriarcado, a sus hijas, y abandonando los estudios proporcionados por el gobierno
colonial. Por otra parte, el padre va a desarrollarse profesionalmente dentro del sistema
educativo colonial identificándose con Europa y va a casarse con otra mujer también
occidentalizada. Como vemos, tanto el padre como la madre traicionan a sus culturas
originales para someterse a otras y alienarse a ellas. En la separación de los padres y su
evolución posterior, podemos ver la separación del África tradicional patriarcal, que va a
reforzar el sometimiento de la mujer, frente a un África occidentalizada que quiere desligarse
de toda la cultura africana.
Kuukua Dzigbordi Yomekpe, nombrada anteriormente, recordando las relaciones de
los clanes de sus padres desde la diáspora estadounidense, recuerda cómo su abuela
mulata rechazaba el matrimonio y la africanidad de su padre, aconsejándole a la nieta
europeizarse:
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“Maybe eventually some of that black will come off and you can start to look and act more like
your mom and me.” This would normally be followed by lectures of why my mother should
never have married my father, whose tribe was not Europeanized enough, topped off with how
none of us, may mother’s children, took any of that silky bronyi (white) hair that was in our
genes. (270)

Dentro de una sociedad patriarcal, no es de extrañar que la narradora cuente la


historia de la familia paterna con la que ha vivido, distanciándose de la materna. Aunque su
perspectiva será la de la resistencia, Agnès Agboton mira hacia el papel de las mujeres
dentro de la organización patriarcal y se deja influenciar por ellas, optando por recuperar y
reforzar las raíces africanas y el matriarcado al que su madre renunció, invirtiendo la idea del
blanqueamiento y la europeización buscada por el padre, y rechazando el mundo polígamo y
patriarcal al que se alienó su madre. La neoafricanización que la narradora propone es crítica
y selectiva.
Agnès Agboton no habla mucho de Celestine, su madre, con la que vivió muy poco
tiempo antes de instalarse en la casa familiar paterna. Al referirse a ella, la narradora habla
de la abuela Fefè como una mujer que “a veces me hizo sufrir cuando era una niña o una
adolescente” (29). La madre se presenta así como una presencia casi olvidada, invisible en
el relato, quizás como reflejo de la invisibilidad de la mujer dentro de una sociedad polígama.
De alguna manera, esta mujer que admite los designios de los clanes sin luchar por sus
derechos se percibe como víctima, pero no como un modelo a seguir. Primero es rechazada
por la familia Agboton, después cede la custodia de sus hijas, Agnès y Yolande, al clan gun
sin que la narradora, como niña, vea ninguna resistencia ni sufrimiento por parte de su
madre. Aunque los motivos del traspaso de las niñas no quedan claros, la narradora explica
con un tono de desapego que cuando su madre quería verlas, “la mujer tenía que mandar un
emisario para avisarnos, y nosotras salíamos fuera para que Fefè no entrase en casa. Debía
de ser una situación muy dura, aunque no tengo motivo alguno para pensar que aquello la
afectara de un modo extraordinario” (61). La voz narradora se distancia de este modelo de
mujer pasiva que acepta la opresión impuesta. Este distanciamiento de la narradora parece
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entrever el rompimiento con el modelo de mujer sometida en la sociedad tradicional africana


para construir uno nuevo con más fuerza y voluntad, ejemplo para las generaciones
posteriores, dispuesta a abrirse sus caminos y a no dejarse dominar.
Las mujeres que sirven de modelo a la narradora proceden la nación de los gun, a la
cual pertenece el clan Agboton. Este se presenta como una sociedad en constante
transformación que, a pesar de ser patriarcal en su origen y oficialmente, ya se había
desarrollado en su seno como una sociedad matriarcal influida por los cambios sociales y
políticos. La matriarca más señalada es la abuela paterna, con la que van a vivir las dos
hermanas en Porto-Novo, mientras que su padre trabaja como maestro destinado en un
poblado llamado Se. La narradora cuenta cómo un día “sin que nunca haya podido aclarar
las razones, Yoyo y yo fuimos a parar a casa de Navi, vuestra bisabuela, la madre de mi
padre.” Esta anciana había sido “esposa de un notable del reino de Hogbunu” (41). Con la
colonización, esta anciana perdió su posición social y su esposo murió. La narradora la
presenta como a una princesa valerosa, como a una heroína, que tras la colonización “tuvo
que criar a seis hijos sin la ayuda de su marido, y comenzó a vender pescado frito y arroz en
el mercado de Ahuangbo” (41). La abuela de Agnès Agboton se convierte en el centro de
toda la familia al faltar su esposo y por su longevidad es tratada por varias generaciones. De
hecho, a ella se la festeja y se la adora en la familia anualmente como a una matriarca dentro
del clan:

La abuela Navi no es una gun, es de estirpe miná, un pueblo que vive en lo que hoy es el
Togo, y al principio no fue muy bien recibida. Pero hoy es para los Abgoton toda una
institución. Vosotros habéis asistido alguna vez a su fiesta anual y habéis podido hablar con
ella a pesar de las dificultades de la lengua” (40).
De esta abuela, la narradora va a aprender mucho, incluyendo la gastronomía africana
de la que después se hará experta como cuenta en su testimonio, en el que incluso incluye
recetas de cocina trasmitidas por Navi. Como se afirma en el texto, “[l]as horas y horas que
pasé sentada a su lado ante el adokon, el fogón de terracota, son lo que me ha llevado
seguramente a escribir mis libros de cocina” (42). Para Agnès Agboton, las formas de cocinar
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reflejan los estilos de vida, “un reflejo del modo de pensar, de los valores de una sociedad
determinada” (44). Por eso, ella cocinará de forma mestiza en Barcelona décadas después
de aprender de su abuela el arte de cocinar, practicando su mestizaje culinario.
Su convivencia con su abuela Navi se va a ver interrumpida cuando a su padre le
destinen a Zumgbonu para crear una escuela. En esta localidad vivieron durante dos años a
cargo de una niñera, Zara, que “me hizo de madre durante ese tiempo” (50). Esta niñera era
la hija del jefe del poblado, una mujer también importante en su comunidad, con la que
desarrollaron fuertes lazos de cariño. Sin embargo, este espacio idílico de la aldea africana
se va a venir abajo para la niña cuando su padre se case con Geneviève. De nuevo, la
presencia del África tradicional en la casa que cuidó la niñera se ve sustituida por la nueva
esposa oficial y occidentalizada de Sébastien que se impone como la colonización. El efecto
de la llegada de la madrastra será para la niña “como cae el rayo sobre un árbol” (52). La
narradora la introduce en la narración con una sola frase aislada: “Luego, llegó Geneviève”
(52). La tensa convivencia con Genevière se veía paliada gracias a las constantes visitas de
la abuela materna de la narradora, Maman Adjatche, quien a pesar del enfrentamiento entre
las dos familias no dejó de visitar a sus nietas. De nuevo, en este episodio vemos la doble
dicotomía de la niñera frente a la nueva esposa, y la de la abuela materna frente a
Geneviève. Esta doble oposición parece mostrar el impacto de la colonización frente al África
tradicional y la usurpación de espacios.
Más tarde, otro desplazamiento laboral del padre hizo que la familia se instalara en
Malanhoui, un poblado a las afueras de Porto-Novo. Con estos traslados, la autora también
deja constancia de la geografía política de Benín, con los distintos pueblos y áreas del país,
como un reconocimiento a todas ellas conectadas por el mismo Estado. Concretamente en
Malanhoui suceden dos cosas que marcan a la narradora. En primer lugar, nace su hermana
Nadine, la primera hija de Geneviève y, en segundo lugar, se enferma gravemente teniendo
visiones en las que veía la imagen de Geneviève haciendo hechizos maléficos contra ella.
Ante esto, su padre, a pesar de haber sido educado por los occidentales, recurre a los
servicios de un sacerdote del vudú amigo de la familia, quien consiguió que mejorara
notablemente. Esta curación le servirá a la narradora para introducir el tema de la religión
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vudú y los métodos curativos empleados en la cultura africana tradicional de Benín contra las
brujerías maléficas y las enfermedades, como parte importante dentro de la etnia que está
describiendo. Esta experiencia despertará en ella su interés por recuperar las tradiciones
ancestrales y las prácticas curativas y religiosas del África ancestral.
Es interesante notar que las tensiones entre la madrastra y la hijastra van a hacer que
la narradora también se distancie al verla como peligrosa, practicante de brujerías maléficas.
Este enfrentamiento va a ser resuelto sacando a la adolescente del seno familiar. El nuevo
desplazamiento se produce en 1975, año que coincide con el golpe de Estado militar de
Benín con una orientación marxista-leninista. La narradora conecta este evento histórico con
la resolución dada a la mala relación con su madrastra y la ruptura de sus relaciones. Es
curioso que se haya hablado mucho de cómo en las dictaduras africanas se recurre a la
brujería para perpetuar el poder de los que lo ostentan. La presentación de la madrastra con
estas características podría ser una metáfora de la alianza entre el Estado dictatorial y los
practicantes de la brujería maléfica.
La narradora parte entonces hacia Costa de Marfil para estudiar allí bajo el tutelaje de
un amigo de su padre, Désiré Kété. Interactuando con su nueva familia de acogida, se hace
muy amiga de una de las hijas, Michou, y por sus estudios tiene la posibilidad de entrar en
contacto con un profesor de castellano que la llevará a conocer al que sería su esposo,
Manuel, muy interesado en las culturas africanas. A partir de este encuentro, la narradora
comienza a tomar mayor conciencia de su africanidad al compararla con la occidentalización
cultural de su pareja. Pero a la vez, ve como algo natural adaptarse a él, como se ha ido
adaptando sucesivamente a todos los cambios culturales y lingüísticos entre las distintas
etnias con las que ha convivido. Así, tras ser aceptado Manuel como esposo y tutor de la
joven, Agnès, una vez en Barcelona, igualmente expresa su afinidad con las mujeres de su
familia blanca: “Vuestra abuela Montserrat y vuestra tía Celia fueron para mí un refugio cálido
y bondadoso” (105). Estas dos mujeres blancas serán la vía de adaptación de la joven Agnès
a la vida en Barcelona y quienes le harán entender los nuevos códigos culturales que ella
combinará con los africanos. También, durante los primeros años viviendo en España, la
escritora estudia Filología Hispánica en una universidad de Barcelona, aprendiendo sobre la
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tradición oral y escrita del mundo hispano, por lo que también es conocedora y portadora de
la misma. De aquellos tiempos de estudio destaca su relación con otra mujer, su gran amiga
Monse Mateu.
Todo el relato se constituye como una alabanza a la mujer como fuerza
transformadora de la sociedad, centrándose especialmente en la abuela Navi como la
matriarca adorada en torno a la cual toda la historia y las transformaciones culturales se
explican. La propia autora expresa sus deseos de haber engendrado a una niña para
trasmitir su legado; al no ocurrir, opta por el apadrinamiento de una muchacha de Benín a la
que paga sus estudios y a la que visita cuando viaja a su país natal.
Analizando los modelos de vida de la narradora, nos damos cuenta de que en la vida
de Agnès Agboton solo hay tres hombres africanos que influyen en su vida como autoridades
y todos mueren en el relato. Estos hombres son su abuelo —el patriarca muerto por los
trabajos forzados en la época colonial antes de que ella naciera—, el brujo que logra salvarla
de una enfermedad —y que también muere sin dejarle su legado de conocimientos a nadie—
y su padre, cuyo funeral cierra el libro. Muertos estos tres hombres, a la narradora no le
quedan guías masculinos y ella misma duda del mantenimiento de sus lazos con África, pero
contrariamente a lo que ella esperaba, y sorprendida por ello, su familia africana le pide que
se convierta en guía de su comunidad tanto en África como en España, como sucesora de su
abuela Navi y de su padre.
En todo el relato se ve cómo la narradora desarrolla unos vínculos muy fuertes con el
padre desde niña, al que llega incluso a aconsejar de adulta situándose en un nivel de
autoridad superior a él. Es significativo que finalmente ella sea reconocida y asignada como
cabeza de la familia sin atender a la tradición patriarcal que debía haber elegido a uno de sus
hermanos hombres para ocupar el puesto de patriarca del clan. La narradora, como hermana
mayor en África y madre en España, hereda la función de preservar las tradiciones de su
clan y servir como guía, portadora de conocimientos y destinada a conservar, proteger y
comunicar las tradiciones de su comunidad, heredera del papel central de su abuela paterna.
Agnès Agboton se convierte sobre todo en su autobiografía en una matriarca de la
nueva nación mestiza de afrodescendientes españoles que, a diferencia de su padre que
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expresaba su repulsa hacia los franceses, es como un árbol protector que acoge a todo
aquel que quiera cobijarse en él independientemente de su raza: “Me gusta pensar que soy
un gran árbol, con las raíces hundidas en la tierra roja de Hogbonu y las ramas que se
levantan hacia el cielo azul del Mediterráneo” (105). La imagen de un árbol fundacional con el
que ella se identifica es el principio de una nueva forma de ver a la sociedad, una sociedad
heterogénea africano-europea que valora el papel de las mujeres en su función de transmitir
su cultura a las nuevas generaciones. La narradora se enorgullece que tener hijos mestizos,
a quien le dedica sus escritos, practica la cocina mestiza para su familia y ama con gran
intensidad tanto a su padre negro como a su marido blanco. Ella se presenta como la cabeza
de un mundo nuevo:

A veces pienso que vosotros dos, los hijos que he tenido con mi marido, un hombre blanco,
sois mi aportación a un nuevo mundo, a un mundo necesario, a un mundo imprescindible para
frenar esa locura que parece sumergirnos. Somos una familia, un grupo mestizo. En todos los
aspectos que el mestizaje puede adoptar. Y estoy orgullosa de ello. (19)

Más allá del mar de arena se escribe para presentar a través del testimonio de la
experiencia vital de una mujer africana casada con un español la posibilidad de un encuentro
pluricultural, pacífico y enriquecedor, sin necesidad de renunciar a las raíces de una u otra
cultura, sino de conocerlas y adaptarlas a las nuevas formas de vida creando una existencia
heterogénea.
A pesar de este proyecto ideal y casi utópico, Agnès Agboton no niega los problemas
que causa el racismo, los comentarios a los que ella, sus hijos o los inmigrantes se han
podido enfrentar, pero los lima y aminora, y propone como única solución potenciar el
mestizaje cultural, no la división. Expone además que el racismo no es unilateral, sino
también del africano hacia el europeo: “Yo también tuve que soportar muchas muestras de
racismo en Costa de Marfil, cuando me veían con un hombre blanco” (141). Ante esto, la
autora propone un conocimiento y entendimiento mutuos, ya que avisa de un peligro
inminente si no se lleva a cabo este entendimiento: “Mucho me temo, y todos los indicios me
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lo confirman, que el mundo corre cada vez más deprisa hacia el reino de las verdades
absolutas, sin matices. Y las verdades absolutas son la semilla de la incomprensión” (109).
Agnès Agboton propone a los afrodescendientes españoles, especialmente a las
mujeres, la transmisión de su cultura como arma de resistencia. Otras mujeres africanas
como la marroquí Touria Khannous, viviendo también entre dos mundos, proponen la
transmisión cultural oponiéndose al dogmatismo:

As a woman, I am mother’s daughter and a mother of daughters. I am a transmitter of culture.


The culture I transmit has been fought over and is itself evolving. Instead of being dogmatic, I
am goal-oriented. In other words, I approach the world not in terms of battles, but from the
perspective of the legacy I inherited and want to pass along. (280)

Igualmente, Agnès Agboton recupera su tradición y la transmite, tanto para reivindicar


la dignidad del africano en Europa como la de la mujer negra dentro y fuera de su
comunidad. Además, la autora apuesta por la recuperación de la tradición africana como
base o asidero fundacional de una nueva nación mestiza de afrodescendientes en España,
compuesta por afrodescendientes de orígenes diversos, pero unidos por la idea mítica del
África ancestral como fuente cultural. Agnès Agboton transmite este legado a través de sus
poemas, de sus cuentos, de su testimonio e incluso de sus libros de cocina, y se ofrece como
modelo o madre orgullosa de la nueva nación afro-española.
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