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TEMA 31 VALORACION CRITICA DEL PRINCIPIO DE CAUSALIDAD

Introducción

Nos referiremos primeramente al origen del término. El término griego "aitia" traducido por causa,

tuvo al inicio un sentido jurídico, significando acusación o imputación.

"Aiteo" significa acuso y "aitiaomai", pido. Algunos autores suponen que el término latino causa

procede del verbo "caveo", me defiendo, paro el golpe (contra alguien o algo), y hasta no me fío (de

alguien).

En ambos casos, el significado griego y el latino, vienen a indicar un sentido jurídico, si bien de

signo opuesto. En tales concepciones se puede observar de modo difuso un significado próximo a la

relación causal, es decir, al pasar de algo a algo. Ahora bien, el significado de causa, tal como se ha

interpretado con posterioridad, no obedece únicamente a tales significaciones. Desde una perspectiva ya

más filosófica, la noción de causa deja de tener sólo el sentido propuesto jurídicamente así, no sólo hay

imputación a alguien o a algo de algo, sino también, y de manera especial, producción de algo de acuerdo

con una cierta norma, o el acontecer algo según una cierta ley que rige para todos los acontecimientos de

la misma especie. Por todo ello, se planteó que la causa era el concepto explicativo de la realización del

efecto.

En otro orden de cosas, vemos que al tratar lo referido a la relación entre causa y efecto, dando

como resultado el fenómeno de la causalidad, por el hecho de la repetición, se trató de indagar qué cosas,

incluso qué principios últimos podían ser considerados como propiamente causas.

ACERCA DE LA NOCION DE CAUSALIDAD

Si bien podemos observar que en la actualidad el concepto de causa constituye el hilo de

articulación del conjunto de las ciencias, sin embargo, debemos anotar, que a diferencia de los conceptos

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como los de fuerza, movimiento, velocidad, etc..., éste no hace su aparición de modo común en los

escritos de los científicos; apareciendo en éstos de modo accidental y particular. Éste es un concepto que

tiene su uso preferente en el discurso metacientífico.

Por causalidad, causación, entendemos la relación entre un causante, operante, con su causado,

operado. Pero este concepto no se presenta de forma unívoca. Veámoslo. Ya una fugaz mirada histórica

muestra que han de verse en estrecha relación el concepto de causa con el del fundamento (razón), el de

causación con el de fundamentar o determinar, pues con frecuencia tales conceptos de ningún modo se

han distinguido suficientemente. La significación de las palabras griegas "arjé" y "aition" y del término

latino causa abarca mayormente ambas cosas. Por fundamento (razón) entendemos algo que fundamenta,

determina, debiendo advertirse que fundamentar y determinar, tomando las palabras en un sentido muy

amplio, significan lo mismo. Por eso se pone de manifiesto que la significación de la palabra

"fundamento" ya no puede definirse más de cerca, pues toda definición como un determinar o

fundamentar presupone ya el fundamento en el sentido de una determinación en general. Tal

determinación última o fundamental sólo puede mostrarse con ejemplos y distinguirse según eventuales

clases.

Entre los fundamentos hallamos los llamados fundamentos lógicos, y como "últimos" (o "primeros"

en la prioridad de fundamentación) encontramos los principios lógicos; ej, el principio de identidad. Éstos

no producen nada, sino que determinan, "condicionan" todo lo existente en el sentido de que sin esta

determinación nada puede existir: así todas y cada una de las cosas existentes son lo que son, a saber

idénticas. Hay además fundamentos (razones) matemáticos o formales que tampoco producen nada -en un

sentido dinámico, activo, operante-, pero a partir de ellos pueden obtenerse o formarse otras cosas, p.ej.,

desde la unidad por división se obtiene la multiplicidad. Y hallamos también fundamentos dinámicos,

activos, ponentes, desde los cuales algo se produce, se opera, se pone o cambia en su ser, o también se

suprime: tales fundamentos generalmente se llaman fundamentos reales y se identifican muchas veces

con la significación de la palabra causa, lo cual a su vez no es totalmente exacto.

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Así llegamos finalmente a un sentido de causa definible ya con exactitud: causa es un fundamento

real que pone algo en el ser (existencia), y la causación o causalidad es la posición de un ente, del efecto

(que a través de ello es) por obra de otro ente, la causa. En este sentido el concepto de causa coincide en

gran parte con el de "causa efficiens", con la causa motriz o eficiente de la filosofía orientada

aristotélicamente. Y así la causa como un tipo de fundamento (razón) puede distinguirse del "fundamento

en general", y en este sentido no puede hablarse con toda exactitud de fundamento (razón) y causa como

equivalentes, y establecer, p.ej, un principio de razón suficiente -mayormente lógico o matemático- y un

principio de causa (eficiente) suficiente.

Es decir, debemos distinguir entre la relación factual causa-efecto y el fundamento explicativo,

como dos modos de aproximación a la realidad diferentes. Retomando el hilo de esta cuestión y, para

hacer más explícito esto último, echaremos mano del análisis que hace Piaget del concepto de causalidad.

Para este autor, debemos estudiar el concepto de causa bajo un doble punto de vista, que él define como:

a) Concepto de causa en sentido restringido.

b) Concepto de causa en sentido amplio.

En el primer caso, con esta denominación se quiere reflejar el hecho de que un sujeto empuja o

atrae ejerciendo una fuerza o manifestando un poder sobre un paciente. Como se puede observar, esta

concepción está muy próxima al concepto de causa eficiente aristotélico, antes apuntado.

En el segundo sentido, describir la causa o las causas de un fenómeno, es aclarar cual es el motivo

del suceso. En el primer caso Piaget hace referencia a una relación entre entes que supone el orden

temporal histórico, a su vez, tales entes son sinónimo de dinamicidad. En el segundo Piaget quiere hacer

hincapié en una relación lógica que supone un orden atemporal, en la que a su vez los entes no gozan de

la cualidad de dinamicidad.

En todo caso se habla, p.ej. de causalidad física, biológica, psicológica, espiritual, económica,

histórica, etc... en un sentido más o menos emparentado. Ahora bien ¿podemos hallar en las causas y con

ello en la causalidad clases fundamentalmente diferentes?

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En la historia del término podemos distinguir tres acepciones, más o menos definidas: causalidad

transitiva (en la que la causa desaparece como tal después de causar su efecto), inmanente (en la que la

causa no desaparece como tal después de producir su efecto, sino que lo anima desde dentro, inhabita en

él); trascendente (ésta se halla esencialmente fuera de ellos, está sobre o tras ellos, rebasándolos y

superándolos, subsiste también en un determinado sentido esencial separada de ellos.

En los primeros estadios del pensamiento humano es donde hallamos con más frecuencia la

suposición de una causalidad inmanente. Eso es comprensible, pues la acción causal se presenta bajo la

forma de causalidad psíquica, del mismo modo que la causa inmanente es pensada en general como alma,

que inhabita en el cuerpo humano, viviente o vegetal, e incluso en el todo como un gigantesco viviente

corporal, y desarrolla y mueve el cuerpo vivo, el ser viviente, lo forma y rige "desde dentro".

Inmanente: Ya a principios de la filosofía griega los llamados "hilozoicos", Tales, Anaximandro,

Anaxímenes, parecen haber explicado todo el mundo de los cuerpos mediante las transformaciones de

una primigenia materia vivificada por un principio a manera de alma -agua, aire, lo "ilimitado"- y para

Heráclito el universo, que en esencia consta de las modificaciones del fuego originario, está penetrado y

movido por un sentido originario, el logos del mundo, que en sí mismo no cambia, es eterno y determina

legalmente el todo. Aristóteles explica la vida y operación de los seres vivos, de las plantas, de los

animales y de los hombres, por medio de la actividad configuradora de las formas anímicas de vida que

inhabitan en ellos; y Platón mismo habla de un alma del mundo que vivifica inmanentemente el todo del

mundo, que vive de manera unitaria. La concepción aristotélica es la que se ha impuesto y prolongado

durante gran parte de la historia de la filosofía a través de la escolástica hasta Leibniz, donde las

mónadas, a manera de almas, son el número dinámico, activo por sí mismo, del mundo de los cuerpos

que aparece en el espacio.

Trascendente: Podemos ver cómo los primeros filósofos trataron principalmente la causalidad como

causalidad transcendente. De hecho el deslinde entre filosofía y teología no fue tan drástico como las

interpretaciones positivistas de la historia de la filosofía dan a entender, como muestra, p.ej Werner

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Jaegger, en su libro La teología de los primeros filósofos griegos. Así por ejemplo, las dos fuerzas, amor

y odio, que según la doctrina de Empédocles unen o separan los cuatro elementos (fuego, agua, aire y

tierra), y con ello forman o destruyen mundos, sin duda no han de verse como fuerzas inmanentes -

inmanentes a la materia- de atracción y repulsión, sino como fuerzas causales trascendentes a los cuerpos;

p.ej, mítico-divinas, del mismo modo que el alma del hombre es una fuerza esencialmente superior al

cuerpo, la cual sólo transitoriamente, como castigo, está cautiva en el cuerpo. La razón o el espíritu en la

filosofía de Anaxágoras se entiende también como superior al mundo.

Aristóteles trata también la causalidad transcendente de la divinidad, puramente espiritual e

inmutable, eterna y supramundana, respecto del mundo, que es atraído por ella y aspira a ella sin

principio ni fin; y, en el fondo, incluso la de la suprema y más propia fuerza anímica del hombre, la

razón, que viene de fuera y es la única inmortal, o sea, lo que después se llamó "intellectus agens". Sin

duda tenemos aquí un resto del alma puramente espiritual de la filosofía platónica, la cual es concebida

allí como causa esencialmente transcendente y como cautiva en los cuerpos, pero no como operante a

manera de elemento perteneciente a la esencia. Ya Platón, en el Timeo, la había reducido en su

espiritualidad pura e inmortal a la mera fuerza de la razón.

En la tradición religiosa judía el Dios creador, omnipotente y eterno, es absolutamente trascendente

respecto del mundo que él ha creado de la nada. El cristianismo conserva esta clara causalidad

trascendente a pesar de la estrecha unión y compenetración de Dios con el mundo a través de la segunda

y tercera persona de la Trinidad divina. Esta doctrina, estrechamente entretejida con la filosofía platónica

o aristotélica, domina luego tanto la filosofía patrística como la escolástica, que incluso en la causalidad

intramundana, junto con causas inmanentes a manera de almas, establece también causas espirituales

trascendentes, ángeles, y sobre todo, siguiendo a Platón, considera el alma humana misma como fuerza

operante esencialmente subsistente, espiritual y superior al cuerpo, y en este sentido trascendente.

Sin duda en dependencia de esto, si bien con una formulación nueva, según doctrina de Descartes

no sólo Dios es absolutamente trascendente respecto del mundo y actúa siempre creando el mundo de la

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nada, sino que también el alma se une tan sólo tenuemente con el cuerpo, que en lo esencial está

determinado y funciona de manera mecánica. También según Leibniz Dios es creador trascendente al

mundo; y Kant mismo consideraba la "causalidad por libertad", o sea, una causalidad sin duda

transcendente, como la más fundamental, si bien sólo puede asegurarse en forma práctico-postulatoria,

por la vivencia de la ley moral.

Bien, una vez vistas muy someramente, los tipos de causalidad inmanente y trascendente haremos

hincapié sobre todo en el tipo de causalidad que aquí hemos denominado transitiva.

EVOLUCION DE LAS NOCIONES CAUSALES FISICAS

Hasta el siglo XVI la institución fundamental en cuanto a la ciencia física se refiere fue Aristóteles,

de modo que preponderaron el estudio y la explicación aristotélica de las causas.

ARISTÓTELES

Con este autor se va a producir el primer examen crítico de la causalidad, de manera que el

concepto de causa va a ser aplicado tanto a la materia como a la forma, tanto al principio del cambio y

del reposo, como al fin al que tiende la acción. Por medio de esta aplicación del concepto, la doctrina

aristotélica va a poder justificar y fundar la propia posibilidad de la ciencia y del quehacer científico.

Toda vez que Aristóteles entiende por ciencia, un conocimiento de los primeros principios y causas de las

cosas, y es, por ende, un conocimiento universal en el más alto grado.

Aristóteles afirmaba que todo cambio, incluidos los que se están llevando a efecto en cualquier

lugar, tiene cuatro causas, las ya tan conocidas: causa material, aquello de lo cual algo surge o mediante

lo cual llega a ser; causa eficiente, que es el principio del cambio; formal, que es la idea o el paradigma y

es como la esencia en que "es antes de haber sido", y la causa final o el fin, la realidad hacia la cual algo

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tiende.

Con esta cuádruple respuesta causal, Aristóteles, pues, quiere colmar toda cuestión que se traiga a

colación en relación al problema del cambio en física y en general dar una explicación completa de los

procesos naturales.

Veamos el siguiente ejemplo a modo de aclaración de los tipos de causa anteriormente

mencionados:

En el caso de una estatua, por ejemplo, la causa material de su existencia sería el mármol; la causa

eficiente, la fuerza ejercida sobre éste por los instrumentos del escultor; la causa formal, la forma

idealizada del objeto final, presente desde el principio en el espíritu del escultor; mientras que la causa

final consiste en un aumento del acceso a los objetos bellos por los miembros de la sociedad griega.

Participan, por tanto, en la producción de algo, varias causas y no una sola. Sin embargo, en

Aristóteles las cuatro causas suelen fusionarse en dos. Así por ejemplo, los teóricos aristotélicos, cuando

se considera la física, sólo toman en cuenta dos de ellas: las causas formales y las causas finales. Si bien

la causa final parece gozar de una mayor preponderancia sobre las demás, ya que viene a ser el bien de la

cosa, y la causa final, como tal, puede considerarse como el bien por excelencia. Como hemos dicho

Aristóteles entiende que todo conocimiento del cambio es un conocimiento fundado en el conocimiento

de las causas. Pero no debemos interpretar la máxima aristotélica (que afirma, que todo cuanto acontece

tiene razón de ser en algo, o bien, que todo lo que se mueve lo hace por razón de algo, proponiendo que,

en rotundidad, no puede darse movimiento alguno sin causa que los produzca) de forma mecanicista,

dando preponderancia a la causa eficiente, ya que este esquema causal es propio de la ciencia moderna. Si

bien es cierto que los cambios bruscos se le achacan a las causas denominadas eficientes, también lo es

que dichas alteraciones así concebidas, no eran tomadas en cuanto a la hora de realizar explicaciones más

profundas del cambio y de la naturaleza de éste. Así Aristóteles cuando afirma que cuanto ocurre, ocurre

por algo, se está refiriendo a la noción de substancia. Hay que indicar que la relación causa-efecto no es

en el pensamiento antiguo una mera relación. Lo que hace que una cosa tenga la posibilidad de producir

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otras no es en tal pensamiento tanto el hecho de ser causa como el hecho de ser substancia. Así ser

substancia significa ser principio de las modificaciones, tanto de las propias como de las ejecutadas sobre

otra substancia. De forma que las cuatro causas aristotélicas pueden ser consideradas como los diversos

modos en que se manifiestan las substancias en cuanto substancias. Por tanto, en la medida en que el

movimiento siempre exige una causa, que explique de forma coherente el devenir de la sustancia,

Aristóteles pone en liza su teoría de las causas diciendo que éstas pueden ser extrínsecas (producen los

movimientos violentos, dichas fuerzas violentan el estado natural de las cosas) e intrínsecas (producen los

movimientos naturales). Los movimientos naturales se deben a un principio interno del cambio. Es decir,

el estado de las cosas siempre remite al portador del cambio, al sujeto. En este tipo de cambios se

convierten en centrales las causas formales y finales como motores internos del cambio. Para terminar,

pues, esta breve exposición de la teoría de las causas de Aristóteles decir que la teoría del movimiento en

Aristóteles es teleológica, siendo que la finalidad del movimiento es siempre la del restablecimiento del

orden universal.

Posteriormente, durante el Renacimiento se renueva el interés por la concepción de causa final.

Pero a comienzos de la época moderna, fue cobrando fuerza la idea de causa eficiente; desde este prisma

en vez de querer explicar las cosas en sí mismas, se va a intentar dar razón de las variaciones de estado y

de desplazamientos en el espacio, de acuerdo con leyes que se puedan expresar en el lenguaje

matemático. El ejemplo más destacado al respecto es Galileo. Con él la física moderna renuncia a

explicar la naturaleza ontológica del cambio: simplemente da una razón mensurable del cambio. Para un

autor como Zubiri, este nuevo planteamiento significa el olvido de la noción de causa. Según él, no

solamente no es la idea de causa la que dió origen a la ciencia moderna, sino que ésta tuvo su origen en el

exquisito cuidado con que eliminó aquélla.

GALILEO

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A partir de Galileo, las sensaciones de color, tacto, sonido, van a dejar de formar parte de lo que se

considera realidad en Aristóteles. Por el contrario, a partir de ese momento no se puede pensar en la

realidad de alguna cosa sin atender a su forma, tamaño, peso, localización espacio-temporal, etc... Así

podemos decir que se pasa del ámbito de los sentidos al de la razón matemática convirtiéndose la

naturaleza en un campo de relaciones mensurables. De esta manera se elude lo que fuera un problema

para la antigüedad: las propiedades intrínsecas de las cosas, otorgando preponderancia a las extrínsecas.

Véase que con Galileo la matemática va a ser considerada la ciencia que se ajusta a la naturaleza,

idea que supone un cambio metodológico fundamental. Este cambio metodológico viene representado por

un cambio en el tipo de preguntas a las que la ciencia intenta responder. Así mientras que Aristóteles y el

pensamiento científicos hasta entonces intentaban responder a la pregunta por el porqué del cambio, o el

para qué de éste, la ciencia moderna, y esto es lo que queremos subrayar, intenta responder al cómo de

ese cambio. Para Galileo el objetivo básico de la ciencia reside en el hallazgo de lo verdadero, teniendo

por paradigma de la verdad, la verdad matemática. Para Galileo el científico debía contentarse, pues, con

preguntarse acerca del cómo de las cosas, malversando su método, si además se creyera con derecho a

preguntar acerca del porqué debido a que las esencias y las causas primeras son incognoscibles para el

hombre que con su intelecto sólo puede aspirar a legislar los fenómenos. En definitiva el científico deberá

dedicarse a considerar los efectos de los fenómenos y su relación. Con todo, bajo esta perspectiva,

Galileo se dedicó a la tarea de formular dos leyes, una para el denominado movimiento natural (la ley de

caída de graves), y otra para el movimiento violento (la ley de la trayectoria parabólica de los proyecti-

les). Además sentó las bases de las leyes mecánicas, por un lado, el principio de relatividad, por otro, y el

sistema inercial.

De esta manera, después de Galileo y Kepler, toda verdadera explicación científica debía ser de

naturaleza mecánica, desplanzándose así el anterior paradigma aristotélico. Como dice T.S. Kuhn: "Las

únicas formas admisibles eran las formas y las posiciones de los corpúsculos últimos de la materia. Todos

los cambios de posición o de alguna cualidad, como el color o la temperatura debían ser comprendidos

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como el resultado de un impacto físico de un grupo de partículas sobre otro ... Las causas eficientes de

Aristóteles (empujar o atraer) dominaban ahora la explicación del cambio".

DESCARTES

Con Descartes y la introducción del nuevo paradigma mecánico, se va a entender el movimiento

como producto de la transmisión por impulsos o contactos entre los cuerpos. A partir de ahora, el

universo mecánico se va a concebir como un conjunto de partes en movimiento, conjuntamente a la

materia. Para Descartes, pues, el movimiento no es más que un modo en la materia. La materia para

Descartes se vería investida así de una cierta de movimiento que, y esto es lo importante, que no aumenta

ni disminuye nunca, aunque haya, algunas veces, más o menos en alguna de sus partes. De modo que el

siguiente paso que debemos realizar, consiste en preguntarnos por la causa primera o última que

fundamente las posteriores tesis de la conservación de la cantidad de movimiento a través de sus leyes

básicas. Para Descartes Dios es la causa que produjo todos los movimientos que se dan en el mundo y que

ahora y por siempre, se conservan. En Descartes se dan, pues dos causas del movimiento. Dios y las leyes

físicas. Dios crearía en este caso la materia y el movimiento, conservando, ambos a su vez; es decir, que

Dios crearía y conservaría el universo. Por ello, dirá Descartes que un cuerpo transmite a otro el

movimiento mismo, pero no su causa. Como se puede deducir, el universo de Descartes es un universo

totalmente pasivo, en donde los cuerpos se comunican e intercambian sus correspondientes cantidades de

movimiento, y en donde la suma total de todas las cantidades de movimiento es constante siempre, de

aquí que se conciba su funcionamiento de manera similar al de una máquina.

Aparte de Dios, están para Descartes las leyes de la física; pero es claro que tales leyes devienen a

partir del hecho de la inmutabilidad divina. Las leyes físicas serán las causas secundarias y particulares de

los movimientos que notamos en los cuerpos.

Enumeraremos tres de sus leyes del movimiento:

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1) Cada cosa permanece en el estado en que se encuentra; así, la que alcanza una vez el movimiento

continúa moviéndose siempre.

2) Todo movimiento es en sí mismo recto, y por eso las cosas que se mueven circularmente tienden

a desviarse del centro del círculo que describen.

3) Si un cuerpo encuentra otro más fuerte, no pierde nada de su movimiento; más, si tropieza con

uno más débil, pierde otro tanto del movimiento que comunica a éste. Para explicar lo que podría ser una

de las primeras formulaciones de la ley de la conservación de la energía, Descartes acudirá a la

inmutabilidad de la acción de Dios, que consiste en conservar el mundo con la misma cantidad de

movimiento con la que lo creó.

El tratamiento que hace Descartes de estas leyes es puramente matemático. Así, p.ej, la masa es

expresada por un número; la velocidad por un número y una dirección. Con ello Descartes despoja el

viejo concepto de masa de todo elemento que no sea matemático.

Un problema que al que se va a enfrentar Descartes respecto de las leyes físicas es el que se plantea al

preguntarse: ¿En qué se fundamentan éstas? Éste se convierte en un problema de alcance para Descartes

si consideramos que para que la aplicación de leyes matemáticas a los procesos naturales hemos de

suponer que éstos son de carácter regular. Pero, para Descartes, no existe ningún fundamento

cognoscitivo por el que podamos afirmar que la naturaleza sea regular. Si nuestro conocimiento de los

procesos naturales está basado en la experiencia, el principio de la regularidad sólo puede estar basado en

el de la inducción, el cual se asienta justamente en el principio de uniformidad o regularidad. Para

resolver este problema, Descartes recurrirá a la teoría de que si la acción de Dios es constante, la

naturaleza ha de serlo también. Así, podemos acceder al conocimiento de la naturaleza al contar con la

inmutabilidad de Dios.

NEWTON

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La nueva mecánica, fue su máxima figura, construyendo el sistema de la mecánica clásica se

fundaba esencialmente en la resurrección de una idea de los atomistas griegos, los cuales sostenían que

los átomos, una vez en movimiento, continuaban moviéndose uniformemente y sin necesidad de motor, a

menos que chocaran contra otros átomos. La experiencia cotidiana favorece sin ningún género de dudas

la creencia contraria de que los cuerpos no se mueven sino mientras están sometidos a la acción de un

motor. Partiendo de esta idea se hacía del todo imposible decir que existiese pudiera darse el movimiento

en el vacío o más sencillamente se negaba la existencia de éste. Los experimentos en neumática de

Torricelli (1643) y la invención de la bomba de aire por Otto von Goericke en 1654 demostraron la

existencia de éste, dando un golpe mortal a la filosofía aristotélica.

Newton fue muy criticado, acusándosele incluso de suponer su trabajo un paso hacia atrás con respecto al

planteamiento de Descartes, al postular una atracción a distancia (fuerza de la gravedad) entre los

cuerpos, prefiriéndose durante algún tiempo todavía la explicación del movimiento de los planetas dada

por Descartes, que si bien admitía la hipótesis heliocéntrica concordaba mejor con la teoría aristotélica de

la inexistencia del vacío y por ende que la causación se realizaba por contacto (teoría que considera que

cada planeta se halla en el centro de un vórtice o torbellino, sumido en un fluido espacial que todo lo

llena. La rotación del vórtice, más rápida en el centro que en la periferia, da al planeta su movimiento de

rotación. Los vórtices locales de los diversos planetas se encuentran en un vórtice mayor, con el sol en el

centro, que los arrastra a todos, alrededor del astro rey).

LA RECUPERACION DE LA NOCION DE CAUSA EN SENTIDO AMPLIO

Debido al precedente newtoniano, los científicos del siglo XVIII habrían podido introducir una

nueva fuerza para cualquier especie de fenómenos (magnéticos, etc..). Pero las fuerzas newtonianas eran

tratadas frecuentemente por analogía con las fuerzas de contacto. Especialmente en los dominios más

nuevos de la física, la electricidad, el magnetismo, el estudio del calor, etc... la explicación se ha elevado

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ampliamente, a través de todo el siglo XVIII en éstos términos. Sin embargo, a lo largo del siglo XIX, el

cambio en el tratamiento de los fenómenos (al hacerlos sólo susceptibles de explicación matemáticas) que

había comenzado en la mecánica, invadió gradualmente todo el campo de la física. Cuando se dió el visto

bueno a las ecuaciones de Maxwell para los campos electromagnéticos y se hubo reconocido que ellas

mismas no podían derivarse de las estructuras de un éter mecánico, entonces la lista de las formas que la

física podía emplear en una explicación, comenzó a aumentar. De ello ha resultado, además, en el siglo

XX una revolución en la explicación física. Podemos decir que mientras que el concepto de causa en

sentido restringido ha sido parte muy importante de la física de los siglos XVII y XVIII, su importancia

ha decrecido en el siglo XIX y casi ha desaparecido en el siglo XX. Si bien la física moderna es

semejante a la aristotélica en la estructura causal de sus argumentos, las formas que figuran en la

explicación física hoy son radicalmente diferentes a las ideas de la física de la antigüedad, de la Edad

Media o incluso de la física del siglo XVII y XVIII. El desarrollo de nuevas formas de explicación en las

ciencias se debe fundamentalmente a tres destructores desarrollos que se produjeron a comienzos del

siglo XX: la relatividad, la teoría de los quanta y la teoría eléctrica de la materia. Cada uno de esos

desarrollos provocó la crisis de los conceptos básicos (espacio, tiempo y materia) que la ciencia había

considerado durante mucho tiempo como no necesitados de análisis. La definición clásica de éstos

permitía dibujar un cosmos más o menos estable susceptible de una explicación causal mecánica, de

forma que si todo efecto era producto de una causa (entendiéndose el efecto como una mera

redistribución de partículas materiales), una vez hubiéramos identificado esa causa podíamos predecir que

ante una causa igual se produciría el mismo efecto. Así la tarea de ciencia consistía en revelar las

relaciones existentes entre los fenómenos. Estas relaciones podían ser complejas y difíciles de

desentrañar; pero los científicos no tenían dudas serias acerca de la naturaleza y la objetividad de los

fenómenos entre los cuales se establecían aquellas relaciones.

En este sentido, se puede afirmar que en la realidad experimental actual se produce una

concurrencia de determinados fenómenos que actúan y alteran con mayor o menor intensidad el

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funcionamiento de la ley causal. De tal manera que la descripción teórica exacta de un fenómeno físico,

será el resultado de la combinación de una ley causal y una ley aleatoria. Así por ejemplo la ley de

causalidad se ve alterada fundamentalmente desde que se ha desechado la teoría que consideraba al átomo

como el constitutivo último de la materia. Lo que resultó revolucionario para la ciencia en dos aspectos

fundamentales al menos: 1) bien podía suceder que aunque los elementos últimos de la materia fueran

otros que el átomo, a estos le fuera aplicable directamente las propiedades que hasta ahora se pensaban

cualidades de la materia (extensión, duración, etc...). Pero se demostró que estos nuevos elementos no

respondían normalmente a las características antes mencionadas, y que si así lo hacían sólo era de forma

estadística. 2) Se demostró también la imposibilidad de prever el comportamiento de las partículas

subatómicas mediante la aplicación directa de la mecánica de Newton. Había que aplicar una nueva

mecánica cuántica. Uno de los desarrollos de ésta dió lugar al famoso principio de incertidumbre de

Heisenberg, que ha abierto un profundo debate en la ciencia y la filosofía sobre si puede mantenerse en la

investigación científica la idea de un determinismo restringido en la naturaleza o no.

Con ello pasamos al último punto de nuestra exposición:

LA CRÍTICA FILOSÓFICA AL PRINCIPIO DE CAUSALIDAD.

Si bien en este apartado se repetirán cuestiones que se han visto a lo largo de la perspectiva

evolutiva del concepto de causalidad, desde esta entrada se afrontaran los problemas planteados desde

una perspectiva teórica. Abordaremos este tema integrando los planteamientos teóricos de filósofos

como Kant y Hume a la discusión contemporánea, de modo que se haga más claro el ámbito de

problemas tratados.

La discusión actual de los problemas relacionados con el concepto de causalidad, considerada

históricamente, se mueve en el campo entre Kant y Hume y se basa en la crítica común a estos

pensadores contra la concepción metafísica de la causalidad. Ésta había interpretado las interrelaciones de

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la realidad afirmando que, en ellas, substancias separadas operan entre sí de tal manera que de una causa

se sigue con necesidad un efecto.

Aquí se apoya la objeción escéptica de Hume contra la rectitud de las actividades de nuestro

entendimiento. Partiendo de la distinción de dos tipos fundamentales de relaciones, la que se da entre

representaciones (toda afirmación que es intuitiva o demostrativamente cierta)y la que se da entre hechos,

él localiza el problema de la causalidad en el ámbito de las relaciones de hechos y elimina de la investi-

gación la pregunta de la vinculación lógica de representaciones según causa y efecto (razón y

consecuencia). Nosotros unimos de os hechos en la relación causa y efecto si hemos experimentado su

interrelación durante cierto tiempo. Suponemos entonces fuerzas ocultas entre ellos, la cuales deben

garantizar la necesidad de esta unión. Pero precisamente esto se muestra como una suposición metafísica

sin fundamento alguno. Pues ni de una causa podemos deducir lógicamente el efecto, ya que entonces nos

hallaríamos en el ámbito de las representaciones y de su relación razón-consecuencia y no necesitaríamos

ya de la experiencia. Ni en la dimensión de la experiencia podemos garantizar que a la supuesta relación

entre hechos corresponda la observación futura. Si nos atenemos estrictamente a lo observable, entonces

nos falta la visión de las relaciones internas de fuerzas, que nosotros interpolamos como causa y efecto.

Con ello las relaciones entre hechos se establecen sólo de acuerdo con las tres formas de enlace, la del

contacto en el espacio y el tiempo y la de semejanza. La crítica de Hume a la concepción metafísica de la

causalidad consiste, pues, en negar el enlace de hechos por medio de fuerzas ocultas, pero admitiendo la

relación observable entre ellos.

Kant asume positivamente esta crítica, en cuanto distingue entre el ámbito de lo experimentable

para nosotros como fenómeno, y el ámbito de los pensable, de las cosas en sí (númeno). Según él el

enlace causal no puede entenderse por pura razón, sin que sólo puede establecerse en la experiencia. Con

todo da otro giro a la crítica de Hume. La causación no puede explicarse por la "frecuente agregación" de

impresiones en la percepción, es decir, por asociación. Esto significaría seguir solamente la sucesión de

fenómenos, que se dan sin regla en la intuición.. De todos modos, de aquí podrían lograrse enunciados de

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la percepción, que en forma hipotética afirman una interrelación subjetiva de representaciones, p.ej., si un

cuerpo ha estado bajo la luz del sol durante suficiente tiempo, se calienta. De experiencia, en cambio,

puede hablarse solamente si mediante el concepto se logra introducir una regla en esta sucesión, por lo

cual ella queda enlazada objetivamente. Semejante enunciado de experiencia establece en forma

asertórica: El sol es por su luz causa de calor.

Pero ¿cómo llegamos a poner una relación necesaria bajo la experiencia? Si descartamos la

suposición de la antigua metafísica, con su construcción de fuerzas ocultas, por quedar desenmascarada

como un mero númeno, entonces la solución ya no puede buscarse en el ámbito de las cosas, sino

solamente en nuestro saber. Contra Hume se atiene, Kant a la persuasión inmediata de un enlace

necesario, pero, contra la metafísica, ya no lo busca en las cosas mismas. La pregunta por las condiciones

de posibilidad del enlace causal apunta a una previa y necesaria forma lógica del juicio, que nos obliga a

ordenar nuestras representaciones según causa y efecto. En la categoría de la causalidad conoce Kant

aquel concepto del entendimiento que garantiza la unidad sintética a priori de nuestra experiencia de cara

a la sucesión temporal.

Aplicado a los fenómenos sensibles, tal concepto puede explicarse de la siguiente manera como

regla o principio de la causalidad: lo que sólo puede existir como efecto, tiene su causa. Si finalmente se

busca de nuevo una fundamentación para este principio de causalidad, aquélla no puede hallarse en la

percepción, experiencia o costumbre, pues éstas han de estar fundadas ya por la causalidad. Más bien, la

forma idéntica consigo mismo de este principio, muestra que él debe fundamentarse y esclarecerse a sí

mismo. Pero ¿en qué medida este principio formal puede ser fructífero en la sensibilidad? Como regla

general para la constitución de una experiencia, no dice nada sobre ella bajo el aspecto del contenido.

Con el principio posibilita un progresar del conocimiento de acuerdo con esa regla, que permite hallar las

leyes especiales de causalidad y con ello señala a los fenómenos su lugar determinado en el tiempo.

La diferenciación a veces poco exacta en Kant entre la ley o el principio general causalidad, que

pertenece a la dimensión filosófica de la fundamentación, y la búsqueda de leyes especiales de

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causalidad, propia de las ciencias particulares y de la experiencia cotidiana, mueven a teóricos como

Stegmüller o Bunge a intentar delimitar claramente un concepto de causalidad.

Para la teoría de la ciencia orientada de cerca a la experiencia, los problemas que constituyen el

concepto de causalidad se presentan, por orden, de tal manera que tiene la primacía la pregunta por el

concepto de causa, por el de ley de causalidad y por el de explicación causal. Sólo si estos conceptos se

distinguen y responden satisfactoriamente, puede edificar sobre ellos la formulación de un principio de

causalidad. Para ello es necesario que precisemos lógicamente lo que en el lenguaje cotidiano de manera

ambigua llamamos relación de causa-efecto. la imprecisión de nuestra manera de hablar usual se muestra

si delimitamos entre sí las diversas significaciones de la frase: "A es la causa de E". El lenguaje cotidiano

parte de que como causa de un suceso sólo viene en cuestión un hecho que llame especialmente la

atención. Frente a esto ha de resaltarse que deben incluirse "todas las condiciones relevantes". "Entran

aquí no sólo las condiciones que precisamente cambian, las cuales llaman especialmente nuestra atención,

sino también las condiciones o los procesos constantes, sin los cuales no podría producirse el suceso en

cuestión".

Además usamos la palabra "causa" en situaciones prácticas. En el uso ordinario del lenguaje nos

basta con destacar como causa aquel momento que es suficiente para lograr un resultado apetecido o

evitar otro indeseado. Planteamos esta pregunta desde el ángulo de visión del especialista de una

disciplina, y recibimos una respuesta diferente según la perspectiva bajo la cual la abordamos. En el

lenguaje cotidiano la pregunta se presenta como relativa a contextos pragmáticos. Pero lógicamente

hablando no podemos, en cambio, renunciar a entender la causa de un suceso como la "totalidad de las

condiciones antecedentes", "en virtud de las cuales E puede explicase en forma deductivo-nomológica".

Hume mismo no pudo deshacerse totalmente en esto de la terminología equívoca del lenguaje

cotidiano, sino que entendió la relación causa-efecto en el sentido de un nexo causal singular, sin recurrir

a la totalidad de las condiciones marginales relevantes. Además dejó de hacer otra distinción que

confluye en nuestra inteligencia usual de la relación causal. "Reducir solamente a los precedentes hechos

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relevantes un suceso que debe explicarse no basta todavía para una deducción; más bien, de la

interrelación observable ha de distinguirse todavía la afirmación de leyes causales generales, las cuales

permiten por primera vez la conclusión de que la relación constatada hic et nunc -por ser una relación

universalmente válida- ha de conducir a este resultado. Con ello hemos elaborado los elementos que

permiten subsumir el concepto de explicación causal bajo aquel otro concepto más general de explicación

que Hempel-Oppenheim han precisado en su modelo. Según este concepto, un suceso explanandum E

sólo puede deducirse si los permite el explanans, que consta de las hipótesis de ley G1 ... Gn y de las

condiciones antecedentes relevantes A1 ... A2.

Pero ¿Qué distingue el concepto especial de explicación causal del general de explicación

científica? Stegmüller desarrolla todas las notas de diferenciación a base de la ley de causalidad, que así

elabora él a partir del concepto general de ley. Tres criterios se muestran como suficientes para lograr un

concepto viable de ley de causalidad y, derivándolo de allí, de explicación causal. Primeramente hay que

determinar de qué tipo de leyes se trata en el concepto de explicación causal. Entre las dos posibilidades,

las leyes estrictamente deterministas, que no admiten ninguna excepción, y las regularidades estadísticas,

parece más razonable asumir solamente las deterministas, pues la inclusión de leyes estadísticas

significaría una ampliación general de ley, con lo cual carecería de interés.

Esto nos permite ya fijar el concepto de ley de causalidad como una ley estrictamente determinista.

Ahora bien, para el concepto de explicación significaría una reducción demasiado fuerte si en él se

admitieran exclusivamente leyes deterministas. Con ella tal concepto se restringiría en una forma

impracticable. Pero si se parte de que en él debe asumirse por lo menos una de las leyes estrictas, puede

describirse como deductivo-nomológico. Si en segundo lugar, preguntamos por la forma de concepto de

estas leyes usadas en el concepto de explicación, en principio podrían utilizarse formas de expresión

cualitativas, comparativas o cuantitativas.

La afirmación cotidiana de la causalidad se conforma con enlaces cualitativos y comparativos, p.

ej., del siguiente tipo: "El comer alimentos más dulces produce sed" y "cuanto más profundo es el lago

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tanto más despacio se calienta". La ciencia moderna en cambio exige una cuantificación de las

afirmaciones causales, para poderlas comprobar con precisión métrica. Parece oportuno por tanto reforzar

el concepto de explicación causal en el sentido de una exigencia de formas cuantitativas de ley.

Una tercera diferenciación tiende a la "forma de tiempo" de las leyes usadas. La alternativa que se

plantea aquí consiste en decidirse por la admisión de la simultaneidad en el enlace de causa y efecto, o en

aceptar solamente su posteridad. Stegmüller se decanta por la segunda opción, ya que se atiene mejor al

concepto de causa hasta aquí delineado, y del que resultan solamente "leyes de procesos".

Desde esta diferenciación de la ley de causalidad a partir del concepto general de ley, se posibilita

también una determinación ulterior del concepto general de explicación causal en el horizonte de la

explicación científica en general. Stegmüller la define de la siguiente manera: "Una explicación causal es

una explicación deductivo-nomológica, para la cual se requiere por lo menos una ley determinista,

cuantitativa de proceso, y cuyo suceso antecedente no es posterior al suceso explanandum".

Ahora bien independientemente de la tarea de una precisión lógica del concepto de explicación

causal, se presenta la necesidad de someter a una comprobación analítica aquella afirmación del lenguaje

usual según la cual "todo suceso tiene una causa". La ampliación de la afirmación de una explicabilidad

causal a todos los sucesos, constituye el contenido de la formulación de un principio causal o de determi-

nismo. Pero con ello debemos entrar en la ulterior aclaración de qué tipo de explicación causal se va a

hacer uso, pues esta puede ser débil o fuerte. Stegmüller se decanta por un tipo de explicación causal

fuerte, ya que de otra manera llegaríamos a la afirmación de una explicabilidad general de sucesos a base

de leyes en general, desapareciendo las determinaciones específicamente causales.

Stegmüller se plantea la pregunta de qué posibilidades de acreditación pueden concederse a tal

principio de determinismo, bajo cualquier formulación, y muestra tres posibilidades. O lo concebimos

como una formulación meramente tautológica: todo efecto tiene una causa. Para Stegmüller esta

formulación del principio carecería de transcendencia, pues nada dice en cuanto al contenido. O lo

entendemos como una intuición necesaria que incluye un progreso cognoscitivo, y en ese caso nos

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movemos en un saber sintético a priori, que Stegmüller rechaza como metafísico. O la última posibilidad,

que escoge Stegmüller, en la que sólo queda ver en él un enunciado empírico, que une una afirmación

universal (ley) con otra existencial (caso). Pero tal afirmación no puede verificarse ni falsearse

empíricamente. Por tanto, sólo podría servir como hipótesis pragmática para el proceso de investigación,

que sólo puede confirmarse en la medida en que de hecho se hallan explicaciones causales en el progreso

científico.

Por otra parte Mario Bunge va a proponer el principio de determinación o determinismo en sentido

amplio como indispensable para la investigación científica. Mas aún, para Bunge, a diferencia de las

hipótesis científicas, la hipótesis filosófica del determinismo en sentido amplio, es irrefutable. Para

Bunge, el principio de determinación no es una ilusión metafísica, sino un supuesto previo de la

investigación científica. Hay que señalar que para este autor el principio de determinación es más amplio

que el de determinismo, de forma que dentro de este principio quedarían englobadas las leyes

deterministas. Lo importante en este autor es que abogando por el principio de determinación va incluir

dentro de éste, tanto las explicaciones causales (determinismo estricto) como no causales (explicaciones

estadísticas. La causalidad en Bunge vendrá a ser una clase más de determinación; no siendo ésta la única

fuente de novedad y cambio. En definitiva, para este autor, el principio de causalidad, aunque es una

clase limitada del principio de determinismo en sentido amplio, entra a forma parte del motor filosófico

de la investigación científica. Así, su campo de acción se reduce a constituirse como hipótesis de trabajo,

pues como dice Bunge: también vale como primera aproximación, pues de esa forma se halla algo que

puede sernos útil en el desarrollo de la investigación, al menos y a veces, una acausalidad que responde a

un modo más productivo y fructífero de determinación.

Bunge de se va a apartar pues de la interpretación puramente empirista o conjuncionista de la causa;

como la que defiende que las hipótesis causales son identificables con la tesis de una determinación

estricta. Bunge defiende, por una parte, que la causa es una producción real, a la vez no admite que las

hipótesis causales sean identificables con la tesis de una determinación estricta.

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Recapitulando, diremos que para Bunge la causación tiene un alcance operativo limitado, y que el

principio de causación ocupa un espacio dentro del concepto más amplio de determinación (determinismo

en sentido amplio). En cualquier caso, para este autor, los fracasos que experimenta el principio causal en

determinados acontecimientos no van a significar el fracaso del determinismo en sentido amplio, ni

tampoco, pues, la desintegración del entendimiento racional.

Para terminar diremos que por lo que hemos visto a lo largo de este tema el problema de la

causalidad y de su explicación sigue abierto dentro la teoría moderna, aunque planteado en términos dife-

rentes a los de la metafísica.

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