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El contenido del término “modernidad” se utiliza comúnmente para contrastar

esa época con la antigüedad y la edad media, mientras que el significado del
término “moderno” cambia dependiendo del contraste que uno quiera hacer.
Por ejemplo: los historiadores suelen utilizar el término “moderno” para
significar eventos del siglo XIX, tales como la revolución industrial, el
nacimiento del capitalismo, la institución de la democracia representativa como
paradigma de sistema político o la urbanización.
Por su cuenta, los filósofos utilizan usualmente el término “moderno” para
significar el período de tiempo iniciado aproximadamente en el siglo XVI, el cual
desacreditaba a la filosofía escolástica y contenía movimientos intelectuales
como el Renacimiento, la Reforma Protestante y la Contrarreforma,
continuando hasta el siglo XVII, siglo al cual se le ha bautizado con el nombre
de “La Era de la Razón”, y culminando en el siglo XVIII con la Ilustración.
*[1] Este trabajo es una adaptación del trabajo de R. Ariew (2014: 114-26) para
los propósitos de esta entrada al blog.  

El cogito y la modernidad
Es un lugar común acreditar a Descartes como el padre de la modernidad. En
efecto: pocos historiadores de las ideas negarían que fue Descartes quien fijó
la agenda de la incipiente filosofía moderna. Numerosos elementos de las
célebres Meditaciones pueden ser etiquetadas con el adjetivo de “moderno”, de
manera que sirvan para contrastar con tesis de corte escolástico. Entre estos
elementos se encuentran el uso radical del escepticismo como herramienta
para refutar al escéptico y unir nuevamente la epistemología y la filosofía de la
ciencia, estrategia que produjo una filosofía de la ciencia basada en la
epistemología; y el uso del cogito como primer principio del conocimiento (M. F.
Burnyeat 1981: 138).
Descartes era consciente de que su cogito se rastreaba desde San Agustín.
Con todo, Descartes se desmarcó de San Agustín alegando que él, a diferencia
de San Agustín, utiliza el cogito para probar que los seres humanos somos
substancias inmateriales y, por ende, inmortales. Empero, la estrategia que
Descartes se atribuye a sí mismo no es del todo suya. En efecto: el apologeta
francés Jean de Silhon hizo uso del cogito para fundamentar la existencia de
Dios y, así, probar la inmortalidad del alma. En este contexto, es curioso que el
uso del cogito no haya sido diseñado para fines modernos (sea lo que eso
signifique), sino para defender el status quo, a saber, la existencia de Dios y
la inmortalidad del alma.
 

¿Moderno?
Los elementos comúnmente considerados modernos como el cogito o la
negación de las causas finales como explicación científica (por poner un
ejemplo paradigmático) no son tan modernos: por un lado, tenemos que el uso
del cogito en el siglo XVII es la evolución del cogito agustiniano; y, por otro,
tenemos que Ockham ya negaba que las causas finales pudiesen tener algún
papel explicativo en los eventos naturales. En contraposición a Ockham, de
hecho, modernos de segunda generación como G. W. Leibniz y Robert
Boyle reintrodujeron las causas formal y final en el quehacer científico.
El surgimiento de la filosofía moderna y el desvanecimiento de la filosofía
escolástica, entonces, no pueden ser explicados señalando simplemente una
doctrina o conjunto de doctrinas aparentemente novedosos. Al mismo tiempo,
si uno quiere entender el término “moderno” en filosofía, hay que prestar
atención a cambios sociales e institucionales, así como a la tendencia (tal vez
inaugurada por Descartes) de hacer filosofía en lengua vernácula y al inicio de
las sociedades científicas. Filósofos modernos como Descartes comenzaron a
ingeniar sistemas filosóficos contrapuestos a las enseñanzas escolásticas y
al tradicional método de hacer comentarios a las obras de Aristóteles. Por
su cuenta, la segunda generación de filósofos modernos ya se veía a sí misma
en la encrucijada entre la filosofía cartesiana y la filosofía escolástica,
junto con el neo-epicureísmo del cura católico Pierre Gassendi. Al paso del
tiempo, las discusiones filosóficas se llevaban a cabo teniendo como telón de
fondo los desacuerdos entre empiristas y racionalistas, teniendo siempre en
mente el trabajo de Descartes, Locke y Hume. Para el arribo de Kant a la
historia de la filosofía, el término “escolástica” ya no refería a la obra de San
Alberto Magno, San Buenaventura o Santo Tomás de Aquino, sino al
de Christian Wolff.

La filosofía de los siglos XVII y XVIII constituye el punto de partida del pensamiento
moderno en su conjunto. Empieza examinando la veracidad de los contenidos de
nuestra conciencia con métodos estrictamente científicos por medio de la razón
autónoma, y sobre esta base desarrolla el sistema de nuestros conocimientos. Surgen
así, por una parte, el racionalismo de Descartes, Spinoza, Leibniz y Wolff, y, en otra
dirección, el empirismo de Bacon, Hobbes, Locke, Berkeley y Hume. Ambas corrientes
de oensamiento se unen en la ilustración. Esta etapa culmina y queda definitivamente
superada con la figura de Kant y con su crítica de la razón. Por su parte, el giro
trascendental kantiano sitúa los problemas filosóficos en un nuevo plano de reflexión y
señalará los derroteros del pensamiento posterior.

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