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Mediterráneo antiguo”
La obra del primer Tolomeo condicionó tres siglos de la historia de Egipto. En
efecto, Tolomeo I sentó las bases de una nueva grandeza egipcia que su inmediatos
sucesores desarrollaron y preservaron. Esta política se asentó sobre una fuerte autoridad
y control burocrático de Egipto y una simbiosis entre el núcleo egipcio y las posesiones
exteriores. Los primeros tolomeos emprendieron una obra centralizadora, culminada
con bastante éxito que reactivó las estructuras tradicionales del país, creó otras de corte
griego con la finalidad de reforzar la autoridad y riqueza de los reyes. Hubo ciertamente
recuperaciones, como la independencia, si bien bajo una dinastía de origen macedonio,
pervivencias en los terrenos administrativo, social y económico e indudables
innovaciones, una de ellas, y no la menor, fue la creación de una poderosa flota de
combate que habría de dominar los mares del Mediterráneo durante buena parte del
siglo III. Así frente a la imagen que a veces percibimos de un Egipto interior, centrado
en el Valle del Nilo, interesado en Nubia, a veces en Asia, y poco comprometido en el
Mediterráneo, los lágidas nos ofrecen un Egipto plenamente inmerso en el Mediterráneo
de su tiempo donde el reino se ha convertido en la potencia naval hegemónica.
Durante este período el reino Lágida ofrecía la imagen de un conjunto bien
organizado y estable. Su núcleo estaba formado por el propio Egipto que, sino fue
siempre completamente fiel, si estaba bien situado y era, además, rico. Alrededor de
este núcleo se creó un imperio que, en una serie de anillos o círculos, tenía como uno de
sus objetivos principales defender Egipto por todos sus flancos y mantener su seguridad
e integridad. Un primer anillo, el llamado círculo interno, estaba formado por la
Cirenaica, la Celesiria y la isla de Chipre. Cirenaica se ocupó muy pronto, ya en 321,
además de separar el valle del Nilo de Cartago (y vigilar a esta última potencia),
controlaba y cerraba el oeste del Egeo a cualquier amenaza naval que pudiera proceder
de esta zona (quizá fuera esta su función principal antes que frenar a Cartago, bastante
inoperante en esta área). Celesiria fue sometida por Tolomeo I finalmente en 301. Su
posesión, vital para los lágidas, aseguraba firmemente la defensa de Egipto y aseguraba
las comunicaciones egipcias con Asia Menor, frente a Seleucia del Pieria, el puerto de la
Antioquía seléucida. Celesiria separaba a Egipto de Asia y evitaba que los seléucidas
pudieran alcanzar Egipto por vía terrestre. Chipre poseía una posición estratégica y sus
recursos naturales de primera importancia. Sencillamente defendía todo el Delta e
impedía que cualquier flota enemiga alcanzara el núcleo del reino. De hecho, después
de la muerte de Filométor y la pérdida de las posesiones en el Egeo y la retirada
tolemaica subsiguiente, Chipre se convirtió en verdadera fortaleza militar y la base
naval más importante y el estratego de Chipre llevó el título de navarco a partir de
entonces. El núcleo del imperio lágida estaba formado, pues, por Chipre, Cirenaica y
Celesiria que constituían con el propio Egipto un conjunto coherente e indispensable.
Todos estos territorios del círculo interno poseían una serie de características comunes:
estaban cerca de Egipto y con buenas comunicaciones en relación con él, en ellos sólo
circulaba y era acuñada moneda tolemaica y estaban controlados por funcionarios de la
monarquía. Y este núcleo interno del imperio, dotado de guarniciones, estrategos,
funcionarios y tributos con un alto grado de flexibilidad, fue tenazmente defendido.
Más allá de este anillo interno se extendió todo un círculo externo de posesiones
que servían también a los intereses lágidas y a la protección del reino. En el Egeo se
controlaron numerosas islas donde subsiste, al menos hasta mediados del siglo III, una
Liga de nesiotas bajo el dominio de los tolomeos. En la costa de Asia Menor el poder
lágida se extiende por la Jonia, desde Éfeso a Halicarnaso, Licia, Cilicia y Panfilia y
además de algunos enclaves en Tracia y el Helesponto. La línea externa del imperio
poseía también gobernadores, guarniciones, funcionarios financieros, pero la
administración tendía a actuar a través de las ciudades, faltan muchos de los
funcionarios conocidos en el anillo interno, no circulaba ni era acuñada la moneda
tolemaica, el tributo real era una parte poco importante de la que estaba sometida los
ciudadanos.
La potencia egipcia que habría de perdurar más de un siglo se basaba en realidad
en la simbiosis, en la relación entre su núcleo y las posesiones exteriores. Este imperio
tenaz y costosamente establecido y sostenido aportaba grandes ventajas a Egipto y a la
dinastía lágida.
En primer lugar prestigio y respeto. La política egea devolvía brillo e importancia
en el seno de la opinión pública griega, la gloria sin los cuales era impensable
sobrevivir. Era la misma política de grandeza de la que formaban parte fiestas como los
Tolemaida, pensados para igualarse a los Juegos Olímpicos, las procesiones, las
fundaciones en el exterior como en Atenas donde se construye el gimnasio de los
tolomeos (obra de Tolomeo III), o el embellecimiento de la capital, Alejandría, con el
Museo, la Biblioteca, el Faro, etc. Se trataba de un factor psicológico, intangible, que a
nosotros nos puede parece secundario pero que para ellos, que eran grecomacedonios y
que veían al Egeo como centro del mundo, constituía un elemento de una importancia
suma que tenía una enorme trascendencia en la vida política.
Esta fuerte flota, sobre la que descansaba buena parte de la defensa de Egipto, se
asentaba sobre el número, calidad y tipo sus naves producto de una rápida adaptación e
invención y desarrollo técnico, el mando y la composición de la tripulación, la
capacidad del Estado lágida para mantenerla, la posesión de una serie de bases navales
en el Mediterráneo, la amplitud de las operaciones navales y el control de importantes
zonas de recursos naturales y materias primas estratégicas como la madera y los metales
de Siria y Chipre y la tradición de unos grandes astilleros.
Tolomeo II abrió una nueva fase en el desarrollo naval lágida. El combate con otros
reyes como Lisímaco o los Antigónidas hizo que la flota egipcia desarrollara barcos
cada vez más grandes para hacer frente a los verdaderos mastodontes antigónidas.
Filadelfo disminuyó el número de los cinco a diecisiete y basó su flota en tipos más
pesados (Ateneo.5.203 D). Así, poco después de su muerte, en 246, la armada egipcia
poseía un número gigantesco de pesados barcos de línea: diecisiete de la clase cinco,
cinco de la seis, treinta y siete de la siete, treinta nueves, catorce onces, dos doces,
cuatro treces, un veinte y dos treintas, clases estas dos últimas, como veremos,
verdaderamente imponentes. Los barcos pesados formaban un tercio del total, un
porcentaje extraordinario. Los barcos más pequeños sumaban unos doscientos
veinticuatro y junto a los trirremes y cuadrirremes se habían incluido trihemiolías (un
“dos y medio”) y hemiolías (un “uno y medio”). Esta flota revela no sólo una
impresionante capacidad económica, constructiva y organizativa sino también una
enorme capacidad de adaptación, innovación y desarrollo técnico. Las naves de guerra
de Tolomeo II superaban con mucho la armada de su predecesor, las cerca de doscientas
de la flota antigónidas, las doscientas unidades de la flota cartaginesa y las doscientas
ochenta y una unidades romanas del año 208. Y las sobrepasaba no sólo en número sino
también en capacidad a cualquiera otra flota, ya que los grandes tipos a partir de la clase
cinco suponían un tercio del total. Dicho de una manera sencilla, sus trescientos treinta
y seis buques de combate formaron la flota más grande que conoció la Antigüedad por
lo que, quizá durante este reinado, cabe fechar el momento álgido de la flota tolemaica.
Después de los dos primeros tolomeos las informaciones sobre la flota lágida
son cada vez más raras, pero, con todo, pueden indicar que ha descendido desde
Filopator a un nivel inferior. En 219, en el curso de la Cuarta Guerra Siria, Antíoco III
captura en Tiro únicamente con cuarenta naves y al año siguiente el navarco lágida
Perigenes dispone de treinta naves de guerra y más de cuatrocientas de transporte. Sin
embargo no parece que se puede hablar de un descenso importante hasta la muerte de
Tolomeo IV en 204/3. Con todo, la competición con otros poderes continuó impulsando
la construcción de barcos gigantescos: la carrera culminó en el reinado de Tolomeo IV
(221-203) con la construcción de un cuarenta. Su botadura cierra esta segunda fase de
desarrollo naval tolemaico. Parece probable que la referencia conocida a la flota lágida
se refiera únicamente a la flota de alto bordo del Mediterráneo y excluya las flotillas del
Nilo y del Mar Rojo por lo que al conjunto total de la flota habría que sumar los
efectivos que operaban en estas zonas.
Como decíamos, la flota operaba en tres frentes: el Mar Rojo hacia el Océano
Índico, el Nilo y el Mediterráneo oriental El Egeo es el sector principal desde el punto
de vista militar y el sitio donde tienen lugar los grandes enfrentamientos. La flota
intervino también notablemente en el Norte del Egeo y en la propia Grecia continental.
En el Nilo existe una flota fluvial encargada de proteger la navegación fluvial, de
reprimir agitaciones y de vigilar la posibles amenazas que pudieran tener origen en
Nubia. Los lágidas contaron asimismo con una escuadra en el Mar Rojo, posiblemente
bastante pequeña y compuesta en gran medida trirremes que protegía el comercio en la
zona y la llegada de especias, productos aromáticos y elefantes para el ejército. Y,
aunque nos centremos en el Mediterráneo, no podemos olvidar siquiera referirnos a su
política en otras zonas. En el siglo III se enviaron expediciones en Nubia hasta la cuarta
catarata, negociaron con los nabateos y fundaron emporios en el Mar Rojo como
Filotera, Berenice o Tolemaida que tenían como objetivo favorecer el comercio con
África, Arabia y la India, por ejemplo, los elefantes. Sin embargo, a diferencia de otros
períodos de la historia egipcia, los lágidas no tuvieron ambiciones territoriales en Nubia
y las relaciones con el reino meroítico del sur parecen haber sido bastante pacíficas.
El trirreme, el barco de guerra que desbancara a hacia finales del siglo VI a los
pentecónteros y birremes de la época arcaica, dominó el período clásico y es,
probablemente el barco de guerra mejor conocido de la Antigüedad. El trirreme era un
barco de tres bancos horizontales superpuestos, el superior de los cuales sobresalía unos
sesenta centímetros sobre un pescante por la borda del costado de la nave. Poseía una
eslora de 36,8 m, una manga de 3,6 m. Si calado era probablemente de noventa
centímetros. La relación 1:10 entre manga y eslora era la mejor para obtener la máxima
velocidad y la eslora era aproximadamente la máxima que se podía construir en madera
para evitar deformaciones o ruptura de la quilla la cual, siempre que era posible, se
sacaba a seco y se guardaba en una dársena cubierta. Desplazaba unas cuarenta y cinco
toneladas en total de las que los remeros suponían el mayor peso, un tercio
aproximadamente.
Para proteger a los remeros, especialmente los del banco superior, se dispuso la
cubierta, de modo que eran barcos catafractos o acorazados los que disponían de ella,
frente a los que carecían de ella que se denominaban afractos. Para proteger aún más la
nave se adaptaron una serie de manteletes portátiles en la cubierta. No llevaban
barandilla a lo largo de los costados de la cubierta. El trirreme era, en definitiva, un
buque de guerra mucho más rápido que cualquiera otra nave, quizá el más rápido a remo
jamás construido y su habilidad técnica no se superó hasta el siglo XVI.
Hasta la muerte de Alejandro los nuevos tipos cuatro, cinco y seis son los únicos
que se construyen y no se avanza por encima de la clase seis. Además, los nuevos tipos
tardaron largo tiempo en imponerse. Atenas disponía en 330/29 de trescientas noventa y
dos trirremes, solamente dieciocho cuatros y ningún cinco y en 325/24 contaba con siete
cincos y cincuenta cuatros y pensaba en 323 construir cuatros hasta alcanzar la cifra de
doscientos (IG.II 1627, lin24; IG II 1629, lin. 801-811; D.S.16.89.5). Sí parecen que
gozaron de mayor popularidad en el mundo fenicio ya que Diodoro dice que en el 351
las ciudades fenicias tenían muchas quinquerremes (D.S.16.44.6).
Las denominaciones de estos primeros tipos, cuatro, cinco y seis, y los que luego
siguieron hasta la clase cuarenta, han provocado un amplio debate en la investigación
moderna. Como punto de partida cualquier explicación debe basarse en dos
imposibilidades comprobadas:
Ello nos permite avanzar en una triple dirección: el tipo de barcos tiene que ver
con la distribución de los remeros y no se refiere al número de hileras o bancos
horizontales de cada buque sino que se relaciona con el número de remeros que bogan
en cada hilera vertical, lo necesariamente implica que, con sólo tres niveles
horizonteles, en alguno o todos los niveles varios remeros iban sentados en el mismo
banco y manejaban el mismo remo. Por último, como no es posible más de tres filas
horizontales ni más de ocho remeros por remo los tipos por encima de clase
veinticuatro, quizá por encima del dieciséis, debían ser diferentes a las clases por debajo
de estas dos cifras.
A partir de aquí, para definir el tipo concreto y las dimensiones de cada clase, es
necesario establecer el número de niveles horizontales (entre uno y tres) y distribuir los
remeros en cada uno de las hileras verticales. Así podríamos interpretar el quinquirreme
como un 2/2/1, esto es, un buque con tres hileras horizontales con dos remeros en cada
remo de la hilera superior, dos en la hilera media y uno en la inferior.
Los nuevos tipos no se hacen comunes hasta la última parte del siglo IV y se
debe a Diádocos, los sucesores de Alejandro, la generalización de los mismos, que
comienzan a suponer un importante porcentaje sobre los trirremes. Tolomeo I,
adelantándose a la propia Atenas, construyó numerosos cuatros y cincos. El siguiente
impulso fue dado por Demetrio, el hijo de Antígono, unos de los grandes innovadores
de la Antigüedad en la técnica armamentística. Demetrio desarrolló, en primer lugar, las
clases sietes (hepteres), nueve y diez. De esta manera disponía, en 315, noventa cuatros,
diez cincos, diez seises, y siete de la clase siete, tres nueves y diez del tipo diez, además
de un buen número de trirremes y barcos menores (D.S.20.40). Su rival, Tolomeo I, no
disponía de barcos mayores que cuatros y cincos y fue derrotado por los grandes buques
de Demetrio. Después de 315, al menos en 301, Demetrio construyó buques de las
clases once, doce y trece (Plu.Dem.31.1) y en 288 naves de los tipos quince y dieciséis
(Plu.Dem.20.4 y 43.4-5).
Entre finales del siglo IV y principios del III tuvo lugar otra innovación como
fue la construcción de llamado Leontóforo por Lisímaco. El Leontóforo fue construido
para hacer frente a los quinces y dieciséis de Demetrio y era un barco gigantesco, un
ocho con mil seiscientos remeros. Tal número para un ocho es prácticamente imposible,
ya que sería un barco con una eslora imposible de maniobrar. Por ello es posible
explicar el Leontóforo como un buque de tipo catamarán, esto es, compuesto por dos
cascos unidos con una gigantesca cubierta, con hileras horizontales de cincuenta remos
y cuatro remeros manejando cada remo Esto nos daría doscientos remeros en cada
hilera, cuatrocientos en cada uno de los cuatro costados del catamarán, ochocientos en
cada casco y mil seiscientos en total. El Leontóforo pasó a formar parte de la flota de
Tolomeo II que fue dueña indisputada de los mares a partir de la muerte de Lisímaco.
Antígono construyó dieciochos antes de 258 y Tolomeo II veintes y treintas. Tal carrera
en la construcción de mastodontes se culmina a finales del siglo III en el reinado de
Tolomeo IV (221-203) cuando el lágida botó un gigantesco cuarenta (Ateneo.5. 203 E-
204 B; Plu.Dem.43), el barco más grande que se construyera en la Antigüedad. El
cuarenta medía ciento veintinueve metros de largo y debía ser un gigantesco catamarán
con dos cascos y tres hileras de remeros por cada costado con veinte remeros en cada
línea vertical o bien un 8/7/5, o bien un 7/7/6. Los remos más largos alcanzaban los
diecisiete metros y cincuenta centímetros. El cuarenta contaba con cuatro mil remeros,
cuatrocientos marineros y dos mil ochocientos cincuenta soldados. Hay que decir que el
cuarenta nunca entró en combate y Plutarco lo consideraba un barco muy inseguro,
posiblemente con él llegaron a sobrepasarse las posibilidades técnicas de la Antigüedad.
Posiblemente todas las naves por encima de la clase dieciséis (tipo dieciocho,
veinte, treinta y cuarenta) fueran catamaranes gigantescos. Es posible también que al
menos estos catamaranes poseyeran tres palos, artemón, mayor y mesana, con lo que
estaríamos ante otra de las grandes contribuciones del período helenístico. Finalmente,
el catamarán era un tipo de barco ideal para disponer sobre el puente catapultas debido a
su estabilidad.
Para dar repuestas a estas dificultades, durante el siglo IV, apareció la hemiolía,
el uno y medio, un barco ligero y rápido capaz de luchar contra la piratería. Al principio
se interpretó como un birreme pero parece mejor entenderlo como un buque de un solo
nivel con dos y un remeros en cada remo según fueran dispuestos en la proa o la popa
del barco. De este modo era posible abatir el aparejo durante una persecución y estibarlo
en el puente precisamente el espacio que dejaban libres los únicos remeros que bogaban
a proa. Hacia 300 a.C. los rodios pusieron en servicio la trihemiolía, desarrollo de la
hemiolía y nave muy eficaz que redujo considerablemente la piratería. La trihemiolía
era una hemiolía con dos niveles y llevaba una tripulación de ciento cuarenta y cinco
hombres contando al trierarco y veinticuatro hombres de marinería. El número de
remeros pudo ser de ciento veinte, sesenta por cada costado de la nave. Este tipo de
barco fue también incluido en las flotas tolemaicas.
Sin duda alguna los nuevos tipos pesados eran más largos que la trirreme,
llevaban más remeros y eran más robustos y fuertes. El aumento de los remeros por
banco requería efectivamente una aumento de la manga, se conseguía un muy pequeño
aumento de la velocidad y una disminución de la aceleración. Eran barcos con mucha
manga (la cubierta se ensanchó y alargó) y poco puntal, y, por lo tanto, menos veloces
que el trirreme lo que les hubiera dejado inermes ante sus espolones. Sin embargo, a
finales del siglo IV se inventó un sistema de contrarrestar al espolón: el empleo de
catapultas. En efecto, la razón última de la construcción de estos nuevos tipos no se
debía a la falta de remeros entrenados ni a la necesidad de aumentar la energía potencial
en el golpe de espolón, sino a la necesidad de dotar a los nuevos barcos de amplias
plataformas para situar catapultas que requerían un notable espacio en el puente para
lanzar y alcanzar al enemigo a gran distancia. Las catapultas en cubierta contrarrestaron
eficazmente los espolones de los buques ligeros, dicho de manera sencilla: había nacido
la artillería naval (D.S.20.45.7; Plu.Dem.21).
Por debajo del navarco se situaban los comandantes de varias naves, que
nosotros llamaríamos comandantes de escuadras, flotas o flotillas. Éstos pueden ser de
variada naturaleza: el comandante de una escuadra sin límite temporal en guerra o paz
en un sector del Mediterráneo, un comandante con mando temporal en flota para una
campaña o guerra subordinado o no al general que manda la campaña, o un general con
poderes especiales que mande también una flota o bien, de una manera más simple, un
comandante de escuadrón dentro de una flota mandada por otro comandante o
almirante.
A finales del siglo III estas grandes fortalezas flotantes desaparecieron en favor
de buques más pequeños y las flotas que combatieron a partir del siglo II llevaban como
buques más grandes quinquerremes y cuadrirremes y poseían un gran número de buques
menores como trirremes y trihemiolías.
Las razones de esto son variadas y algo mejor conocidas para el Egipto
tolemaico: el enorme coste de la flota hizo insostenible tal carrera naval y el
mantenimiento del número y capacidad de los tipos más pesados, a lo que hay sumar la
crisis del estado egipcio y los enfrentamientos dinásticos que disminuyeron las
posibilidades financieras de la flota y la presencia egipcia en el exterior y el hecho de
que los otros dos grandes poderes se retiraron también del Mediterráneo: los antigónidas
ocupados en Grecia y los Seléucidas preocupados por la desintegración de su imperio.
Tras la caída de ingresos y del control de materias primas por la pérdida del imperio
mediterráneo, la dureza de la fiscalidad provocó revueltas campesinas y bandidaje
endémico e incluso movimientos independentistas. Incapaces de imponerse con una
superioridad aplastante, débiles para apaciguar todos los conflictos, los lágidas
multiplicaron sus concesiones a favor sobre todo al sacerdocio egipcio, el más
influyente sobre la población indígena, que se presenta a los ojos como su representante
organizado. Solución coyuntural y contradictoria que no resuelve el fondo del problema
de la miseria campesina y debilita aún más a la monarquía, reduciendo sus ingresos y
reforzando a un sector privilegiado de dudosa lealtad. Como resultado de esta crisis la
política exterior egipcia se retrae y Egipto apenas interviene en el Egeo. En este
contexto, Antíoco III da el primer gran golpe al imperio egipcio, en la Quinta Guerra
siria arrebata a Egipto las posesiones egeas y Celesiria. En el 196 no le quedan a Egipto
más que Chipre, Tera, algunas plazas en Grecia oriental y la Cirenaica, una
considerable reducción de prestigio, soldados e ingresos, pero la pérdida de la Celesiria
resulta fatal: Egipto queda prácticamente indefenso. Finalmente Roma se anexionó la
Cirenaica en 96 y Chipre en 58.
En definitiva, en los últimos años del siglo III, tocaban a sus fin dos siglos
prodigiosos y apasionantes de inventos y desarrollos técnicos en el terreno de la
construcción naval, siglos que no deben ser vistos como de crisis y decadencia sino
como el despliegue de Grecia. Entonces a la flota tolemaica aún le quedaban ciento
cincuenta años de historia y, tras un período obscuro, la propia vida y muerte de
Cleopatra VII no dejan de poner un digno cierre a tres centurias de apasionante historia.