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El Cuerpo Vestido y La Construccion de La Identidad en Las Narrativas Autobiograficas Del Siglo de Oro (Monografias A) (Encarnacion Juarez Almendros)
El Cuerpo Vestido y La Construccion de La Identidad en Las Narrativas Autobiograficas Del Siglo de Oro (Monografias A) (Encarnacion Juarez Almendros)
Colección Támesis
SERIE A: MONOGRAFÍAS, 224
EL CUERPO VESTIDO Y
LA CONSTRUCCIÓN DE LA
IDENTIDAD EN LAS NARRATIVAS
AUTOBIOGRÁFICAS
DEL SIGLO DE ORO
EL CUERPO VESTIDO Y
LA CONSTRUCCIÓN DE LA
IDENTIDAD EN LAS NARRATIVAS
AUTOBIOGRÁFICAS
DEL SIGLO DE ORO
TAMESIS
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ÍNDICE GENERAL
Ilustraciones .........................................................................................................vi
Agradecimientos .................................................................................................vii
Introducción ..........................................................................................................1
Glosario ............................................................................................................203
Obras citadas ....................................................................................................207
Índice.................................................................................................................227
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ILUSTRACIONES
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AGRADECIMIENTOS
Quiero agradecer al National Endowment for the Humanities por la beca que me
permitió participar en 1993 en un Summer Seminar for College Teachers, titulado
Spanish Autobiography in the European Context, dirigido por el Profesor Ran-
dolph Pope, semilla inicial del presente proyecto, y por el NEH Summer Stipend
que financió la investigación de un capítulo del presente libro en 1999. Quiero
también reconocer el año de excedencia (2002–2003) que me concedió la Uni-
versity of Notre Dame y que me permitió avanzar notablemente en la finalización
del presente proyecto. Agradezco en particular, al Institute for Scholarship in the
Liberal Arts, al College of Arts and Letters, al Hersburgh Library y al Departa-
mento de Romance Languages and Literatures, por el apoyo financiero e infraes-
tructural que ha facilitado mi investigación. Agradezco al Liverpool University
Press su permiso para usar material publicado en el volumen 74 del Bulletin of
Hispanic Studies (1997) en el capítulo sobre Alonso de Contreras e igualmente a
Indiana University por su autorización para incluir en el capítulo 9 material de ‘La
mujer militar en la América colonial: el caso de la Monja Alférez,’ que apareció
en los números 10 y 11 del Indiana Journal of Hispanic Literatures en 1997. Por
último quiero agradecer al Art Resource por el suministro y autorización de las
fotos que ilustran este libro.
Mi más sincera gratitud por la lectura y los comentarios de varias secciones del
libro a mis amables colegas Emilie L. Bergmann, Edward H. Friedman, Kristine
Ibsen, Randolph D. Pope e Isis Quinteros. A Nancy Márquez, mi leal amiga, le agra-
dezco su eficiente elaboración del Índice. Por último, les doy las gracias eternas a
mi esposo Robert, compañero fiel, fuente de confianza y paciente ayudante de mi
investigación, y a mis queridos hijos Kirk y Leonor por su cariño y fe.
La autora y los editores agradecen al Institute for Scholarship in the Liberal Arts of
the University of Notre Dame por su apoyo financiero en la publicación de este
libro.
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Introducción
Propósitos y metodología
Los multivalentes aspectos de las vestiduras son fundamentales para la con-
formación de las diferentes subjetividades autobiográficas. En el presente
libro considero la representación verbal de la ropa como un sitio donde
confluyen la dialéctica entre el sujeto escindido en busca de una unidad
ficticia y la del individuo enfrentado a las estructuras y discursos que lo
configuran.
En mi análisis tengo en cuenta los diversos valores económicos, sociales y
discursivos de las vestiduras en su realidad histórica, como significado mate-
rial del referente literario. También considero que la construcción del sujeto
es un proceso de apropiación creativa de los objetos y del mundo (Montrose
1986, ‘Renaissance’ 9; Roche 2000, A History 6).
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INTRODUCCIÓN 3
INTRODUCCIÓN 5
poder atraer así la mirada masculina. Como consecuencia, las mujeres se con-
vierten en objetos pasivos de los hombres, activos portadores de la mirada.
Justina, paradójicamente usa la decoración de su cuerpo para ganar control de
sí misma. Ciertamente manipula su aspecto para atraer a los hombres pero al
mismo tiempo la pícara se convierte en una figura de basilisco, una metáfora
del deseo, que envenena y ataca la mirada de sus víctimas por el poder de su
propia mirada. Por su parte, Catalina de Erauso cruza las barreras de la divi-
sión genérica por medio del vestido. Efectivamente, a los quince años se
escapa de un convento y cambia su hábito de monja por el traje masculino que
adopta para el resto de su vida. En su narrativa transgenérica Catalina supera
diversas y complejas situaciones y retos con el propósito de perfeccionar el
arte de transformarse y pasar por hombre. A través del vestido masculino la
protagonista adquiere la categoría universal y una conciencia del yo que le
garantiza la autoridad y el derecho de hablar.
En los apartados 10, 11 y 12 estudio las Vidas de tres soldados, Alonso de
Contreras, Miguel de Castro y Diego Duque de Estrada, que adoptan la ropa
para mostrar sus éxitos y sus más profundas frustraciones. Alonso de Con-
treras cuenta la historia de un hombre que se construye a sí mismo y cuya
progresiva separación de sus orígenes humildes se expresa en sus vestimen-
tas. A lo largo de su vida observamos sus esfuerzos y estrategias por alcan-
zar diferentes puestos a pesar de los obstáculos sociales. La preocupación por
sus apariencias, así como por la adquisición de símbolos de prestigio y
estatus, acompaña la evolución humana, social y económica del protagonista.
El traje en la Vida de Duque de Estrada responde, principalmente, a las
demandas del grupo privilegiado en el que nace y crece. Sin embargo, en su
apología del yo, las extravagantes prendas, disfraces y hábitos institucionales
que viste funcionan para cubrir sus sentimientos de inferioridad, vergüenza,
culpabilidad e impotencia. A través de estas manipulaciones sartoriales crea
una imagen de sí mismo llena de dignidad, orgullo e inocencia que lo exo-
nera de sus crímenes. Por último, Miguel de Castro proyecta su conflicto
interno entre deseos subversivos y caóticos y su adherencia a la autoridad
masculina e institucional por medio de negociaciones de la indumentaria. La
inestabilidad de la personalidad del joven Castro, que se puede explicar a
través de la teoría psicoanalítica, se revela en el texto en numerosos actos de
desafío cuando se desnuda para satisfacer sus deseos sexuales que alternan
con actos de sumisión cuando viste a sus superiores o se coloca la librea de
los sirvientes.
Los protagonistas de estas narraciones invierten un gran esfuerzo y refle-
jan una gran preocupación por su aspecto, bien sea por el placer del artificio
característico del gusto barroco o por el intento de buscar la autenticidad
personal. Lo cierto es que las apariencias son el locus y el nexo de variados
conflictos y discursos en la construcción del yo pre-moderno. Por medio de
ellas los diversos escritores expresan sus ansiedades privadas y las compleji-
dades morales, económicas y sociales del momento que les tocó vivir. En su
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INTRODUCCIÓN 7
1
Existen numerosos trabajos recientes que analizan el tema de las ropas en diversas
obras del Siglo de Oro y en particular en el teatro hispano clásico. Con la conciencia de
que dejo sin nombrar estudios valiosos, recuerdo los trabajos de Ashcom 1960, Bravo
Villasante 1976, Gingras 1985, Miguel Herrero 1945, 1948, M. Joly 1977, Martínez Latre
1994, Oriel 1994 y Romera Navarro 1934. Sobre la documentación de la moda española
en los siglos XVI y XVII son de gran utilidad los textos de Ruth M. Anderson 1979, His-
panic Costume 1480–1530, la Historia del traje de Dalmau y Soler 1947, y los exhausti-
vos estudios documentales de Carmen Bernis, en particular su obra más reciente, El traje
y los tipos sociales en El Quijote (2001).
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1
Ronald F. E Weissman, ‘The Importance of Being Ambiguous’ 269.
2
Véase Hans Ulrich Gumbrecht, ‘Cosmological Time’ 318–19.
3
Así explica Greenblatt el fenómeno: ‘there is considerable empirical evidence that
there may well have been less autonomy in self-fashioning in the sixteenth century than
before, that family, state and religious institutions impose a more rigid and far-reaching
discipline upon their middle-class and aristocratic subjects. Autonomy is an issue but not
the sole or even the central issue: the power to impose a shape upon oneself is an aspect
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of the more general power to control identity – that of others at least as often as one’s own’
(Renaissance 1).
4
Refiriéndose al problema del control cultural en términos de la formación del sujeto
Anthony Cascardi afirma que existe otro tipo de auto control como resultado de la
internalización de la autoridad en el sujeto moderno, según las premisas que expone
Baltasar Gracián (‘The Subject of Control’ 237).
5
‘Retrospective prose narrative written by a real person concerning his own existence,
where the focus is his individual life, in particular the story of his personality’ (On
Autobiography 4).
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AUTOBIOGRAFÍA 13
6
La autobiografía de Leonor de Córdoba está publicada por Manuel Serrano y Sanz,
Apuntes para una biblioteca de escritoras españolas desde el año 1401 al 1833, 2 vols.
(Madrid: Sucesores de Rivadeneyra, 1903 y 1905. Ed. facsímil, Madrid, 1975). La de
Teresa de Cartagena, Arboleda de los enfermos y Admiraçión operum Dey, por Hutton
Lewis J. (Madrid: Anejos de la Real Academia Española, 1967). Ha sido traducida al
inglés por Dayle Seidenspinner-Núñez, The Writings of Teresa de Cartagena (Cambridge:
Boydell, 1998). Véanse los estudios de Juárez (‘Autobiografías de mujeres’ y ‘The
Autobiography’).
7
Entre los numerosos trabajos sobre la autobiografía espiritual escrita por mujeres se
encuentran los de Electa Arenal y Stacey Schlau (1989, 1990), Darcy Donahue (1989),
Kristine Ibsen (1999), Kathleen A. Myers (1993), Carole Slade (1995), Ronald E. Surtz
(1995), Sherry Velasco (2000) y Alison Weber (1990).
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8
La mayoría de los estudiosos del género señalan la mezcla de elementos ficticios e
históricos en estas obras. Los estudios y colecciones más conocidos de las autobiografías
históricas del Siglo de Oro son los de M. Serrano y Sanz, Randolph Pope, José María de
Cossío, Margarita Levisi y Nicholas Spadaccini y Jenaro Talens. Consúltense además
Beverly S. Jacobs Life and Literature in Spain; L’Autobiographie dans le monde hispanique;
L’Autobiographie en Espagne; José Romera, et al (eds), Escritura Autobiográfica y Rainer
H. Goetz, Spanish Golden Age Autobiography.
9
No es mi intención exponer aquí las características de la novela picaresca que ya han
sido estudiadas por numerosos expertos. Recuérdense los estudios clásicos de Claudio
Guillén, ‘Toward a Definition of the Picaresque’ y ‘Genre and Countergenre: The
Discovery of the Picaresque’ en Literature as a System. Entre otros muchos, están también:
Bataillon, Novedad; Maravall, La literatura picaresca; Ayala, ‘Formación del género
“novela picaresca” ’; Rico, La novela picaresca; Lázaro Carreter, ‘Para una revisión;’
Sobejano, ‘El coloquio’ y, más recientemente, Rey Hazas, La novela picaresca; Dunn,
Spanish Picaresque y Jauralde Pou, La novela picaresca. Las heroínas picarescas han sido
estudiadas por Friedman, The Antiheroine’s Voice. Véanse más adelante las referencias
bibliográficas específicas para los textos analizados.
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AUTOBIOGRAFÍA 15
19; ‘Golden Age’ 1988, 115). Por nuestra parte creemos, de acuerdo con
Gómez Moriana, que la autobiografía es un discurso más entre la multitud de
discursos de la sociedad que la produce, lo cual supone que un entendimiento
más completo de la individualidad expuesta en esos textos debe incorporar
un entendimiento de los discursos sociales y del contexto cultural (‘Narra-
tion’ 1988, 44). El análisis del discurso de la ropa inscrito en el texto nos
ofrece información adicional tanto en el aspecto individual como social de
los sujetos de las autobiografías áureas.
En el pacto autobiográfico de Lejeune se insiste en el principio de sinceri-
dad del enunciador, en la capacidad de los destinatarios de verificar los
hechos, así como en el requisito de que el autor, narrador y protagonista sean
la misma persona. Ahora bien, según Gusdorf, la autobiografía es una cons-
trucción artística y la verdad de los hechos se subordina a la verdad individual
de la persona que dialoga consigo misma. Por eso su significación hay que
encontrarla más allá de la verdad o falsedad. Es sin duda un documento de
una vida pero también una obra de arte, y esta función artística y literaria es
de mayor importancia que la histórica u objetiva (‘Conditions’ 1980, 38, 43).
Por su parte, Spadaccini y Talens afirman que la ‘vida’ o el relato no existe
fuera del texto. El yo es un signo vacío que se refiere a su propio discurso más
que a una realidad externa. Sólo tiene sentido a través de la inscripción en el
discurso como referente y referido, es decir, asume su realidad a través del
lenguaje: ‘Through the act of enunciation not only does the subject construct
itself and the world as object, but thanks to a series of textual elements, it lo-
cates the text in a context which it also constructs’ (‘Introduction’ 1988, 11).
En efecto, el texto construye al individuo y este texto es a su vez construido
por el contexto. Del mismo modo Darío Villanueva cree que ‘la autobiografía
como género literario posee una virtualidad creativa, más que referencial’
(poiesis/mimesis) y que dentro de los géneros literarios, la autobiografía
vendría a representar la función del estadio del espejo (‘Realidad’ 1993, 23).
Se debe cuestionar el pacto de comunicación sincera entre el autor y el lec-
tor por múltiples razones. La sinceridad es relativa en el sentido que toda rela-
ción autobiográfica es una construcción retórica donde el autor explica su
situación presente a través de la reconstrucción del pasado. No en vano los
críticos del género lo describen por medio de sus diferentes figuras retóricas
dominantes: la prosopopeya para Paul de Man, la metáfora para James Olney,
el apóstrofe para Angel Loureiro y la paradoja para Darío Villanueva. Aparte
del subjetivismo y visión parcial en la reconstrucción de una vida, lo que Sán-
chez Blanco llama ‘un juego trágico de disfraz, ocultación y disimulo’ (‘El
marco’ 1986, 130), y de la incapacidad de conocerse a sí mismo, como ha
mostrado el psicoanálisis, hay que tener en cuenta que el sujeto se forma tam-
bién a través de la relación con los otros, dentro y fuera del texto.
Ciertamente en la autobiografías del Siglo de Oro la concepción del yo se
liga más al contexto social, se define por la relación del sujeto con los otros
y con Dios (Sánchez Blanco 129–130; Molino 135). Por un lado, el discurso
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10
El hibridismo y las relaciones intertextuales de estas obras han sido notados por
muchos críticos, entre otros Esteban, ‘Introducción’ 12; Levisi, Autobiografías 45–56 y
‘Las aventuras’ 136; Molino, ‘Stratégies’ 133; Pereira, ‘Soldadesca’ 355; Pope, La
autobiografía 237–8; Rima de Vallbona, ‘Introducción’ 8–9; R. López, ‘Autobiografías’
284 y Spadaccini y Talens, ‘Introduction’ 31. Para los elementos autobiográficos en las
novelas picarescas véase McGrady, Mateo Alemán; Haley, Vicente Espinel; Spadaccini y
Zahareas, así como Carreira y Cid, en la introducción de sus respectivas ediciones,
estudian el caso del Estebanillo González.
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AUTOBIOGRAFÍA 17
11
Sobre la función del autor en estas obras, véanse los trabajos de Spadaccini y Talens
(‘Introduction’ 30–1) y Friedman (‘The Picaresque’ 120–21).
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1
Citado por Appadurai 3.
2
En esta sección he resumido las ideas de Appadurai 25–38.
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la abundancia del dinero en los tratos: ‘De modo, que qualquiera mercader
caudaloso trata el día de hoy en todas partes del mundo, y tiene personas, que
en todas ellas le correspondan, den crédito y fe á sus letras, y las paguen,
porque han menester dineros en todas ellas.’3 Las novedades introducen
desorden e invenciones en los trajes que alteran los usos nacionales a partir
de la época de Felipe II. Las pragmáticas, mientras intentan preservar el orden
tradicional, documentan al mismo tiempo el vestido de la época pues insertan
meticulosas descripciones de telas, piezas, adornos lujosos, joyas y forma de
los vestidos que se prohíben (o se permiten). También contribuyen a la cons-
trucción del género sexual y de la diferenciación social, que implica la
discriminación de las mujeres y de los grupos menos valorados.
A partir de 1590, las pragmáticas muestran la obsesión por el reconoci-
miento de las personas y de su calidad social así como las ambigüedades
inherentes a la indumentaria. Por ejemplo, se prohíbe frecuentemente el estilo
de las tapadas y el uso de los velos pues, aunque la costumbre de ocultarse
con el manto hace superfluos muchos de los adornos y apoya la decencia
femenina al cubrir el rostro, pecho y manos, con tal disfraz se teme que las
mujeres puedan burlar la vigilancia masculina.4 A las prostitutas no se les
permite mostrar ciertas ropas o lujos en público y a veces se las marca con
prendas de colores o tejidos distintivos (Lalinde 599–600; Perry 1978, ‘Lost’).
En las Ordenanças reales de Castilla, recopiladas por Alonso Díaz de
Montaluo, nuevamente glossados por Diego Pérez (Salamanca, 1560, cols.
160–1), se lee que ‘todas las mancebas de los clerigos . . . trayan agora, y de
aqui adelante cada vna dellas por señal vn prendedero de paño bermejo tan
ancho como tres dedos encima de las tocas publico, y continuamente’ (citado
por Woods 1979, 593). Con referencia a los hombres, preocupa sobre todo
regular el cuello (premática de 1593).
La legislación apoya las divisiones sociales a través de la regulación de
distintivos infamantes o racialmente discriminatorios y de las posesiones y
consumo ostentoso de los símbolos de las altas clases, que además de la ropa
incluyen coches, carrozas, lacayos (premáticas de 1578 y 1593), muebles y
adornos interiores de las casas (premática de 1600). Por ejemplo, en las Cor-
tes de Madrid de 1588 se presenta una petición para que se prohíba el uso de
los coches tirados por cuatro caballos a los grupos menos poderosos, entre
otras razones ‘por la ocasion que han dado para que los que no los pueden
sustentar, usen de tantas y tan diversas invenciones’ (Sempere 88). Las leyes
intentan contener un exceso de consumo no visto en los siglos anteriores, al
3
Suma de tratos, y contratos, lib. 4, cap. 3. Citado por Sempere y Guarino 72.
4
La controversia de los velos en España es mencionada por Cruz (‘Sexual Enclosures’
139), Perry (Gender 150–51) y Tomlison y Welles (‘Picturing’ 75–6). El libro de Leon
Pinelo, Velos antiguos i modernos en los rostros de las mujeres, sus conveniencias i daños
(Madrid: Juan Sánchez, 1641) testimonia la preocupación social por esta prenda. El velo
despierta una polémica similar en Italia (Hunt 223).
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5
Restauración política de España, Disc. I, cap. 13, 113.
6
Conservación de Monarquías, y Discursos políticos sobre la gran Consulta que el
Consejo hizo al Señor Rey Don Felipe III. Disc. 35, 525 (Sempere 108–10). Consúltese
también Domínguez Ortiz, Orto, 80.
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arengas en contra del lujo forman el fondo del mito de la Edad de Oro, usado
por escritores como Cervantes y Quevedo, para contrarrestar una imagen
nacional de España frugal y fuerte en contraste con la suntuosidad de los ene-
migos (moros) o con la debilidad y feminización infiltradas a través de las
novedades en el presente.7 Es obviamente un discurso que emana de la crisis
histórica.
La crítica moralizante se asienta en la contradicción del papel de la moda
en la cultura renacentista que muestra al mismo tiempo culpabilidad sexual y
su subversión. En este periodo las vestiduras expresan los pecados del orgu-
llo (riqueza y rango) y de la vanidad por su sensualidad y belleza. Pecados
que, tanto religiosos, como pensadores y moralistas, se dedican a denunciar
con descripciones tan detalladas y vívidas que uno empieza a sospechar su
propio deleite (Wilson 1981, 21).
Lina Rodríguez Cacho (1989) examina la reacción en moralistas y escrito-
res satíricos españoles frente a esta situación histórica en la que el desarrollo
del lujo, la moda y el consumo afecta a todos los estamentos y condiciones
sociales (195). La obsesión por controlar las apariencias se convierte en un
tópico frecuente en los sermones y en la literatura satírica de los siglos XVI
y XVII.8 Numerosos frailes y religiosos acusan en confesionales y en trata-
dos específicos la preocupación por los vestidos, basándose en razones ético-
religiosas que arrancan desde San Agustín. Esta actitud ascética cristiana se
basa en la dicotomía cuerpo/alma y en el desprecio de bienes y placeres
temporales y corporales en favor de la salvación del alma. En esta tradición
hay que destacar la influencia de Erasmo de Rotterdam y ‘de la filosofía neo-
estoica que llevó a criticar toda valoración de la apariencia sobre el ser’ (196).
La crítica recae especialmente en el carácter erótico del atavío femenino y en
los intentos de controlar la sexualidad femenina a través de las apariencias
honestas. En la misma línea se colocan los conocidos discursos de Juan Luis
Vives y Fray Luis de León.9
7
Véanse Miguel de Cervantes, Don Quijote I, 11 y Francisco de Quevedo, ‘Epístola
satírica y censoria.’
8
De acuerdo con Rodríguez Cacho, los textos son muy abundantes. Entre ellos
la estudiosa destaca los sermones de Fray Francisco de Osuna, Norte de los estados;
Fray Diego de Yepes, Discurso de varia historia; Fray Hernando de Talavera, primer
arzobispo de Granada, De vestir y de calzar. Tractado provechoso que demuestra cómo
en el vestir e calzar comúnmente se cometen muchos pecados y aun también en el comer
y en el bever (finales del XV, ed. por NBAE, vol. 16); Fray Tomás de Trujillo,
Reprobación de trajes (Estella, 1563) y Bartolomé Jiménez Patón, Reforma de trages
(Baeza, 1638).
9
Véanse los Coloquios de Erasmo (NBAE, vol. 21); Juan Luís Vives, Introducción y
camino para la sabiduría en Obras, ed. Cervantes de Salazar (Alcalá: Juan de Brócar,
1546), fol. VI r.; Fray Luís de León, La perfecta casada, cap. XII.
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10
En su examen de los coloquios satíricos Rodríguez Cacho confirma que la crítica
suntuaria es sólo un motivo en algunos (Aula de cortesanos de Cristóbal de Castillejo;
Murmuración de vicios de Antonio de Segovia – ambos de 1547 – y en los Diálogos de
philosophía moral de Pedro de Mercado publicado en Granada en 1558). Forma el centro
de todo un diálogo en los Coloquios satíricos de Antonio de Torquemada (1553).
11
Juan Luís de Vives afirma que ‘Andan el día de hoy más que nunca las cosas tan al
revés que viniendo los hombres a ser locos, estiman más al vestido que al que le trae’
(Introducción fol. VI r.; citado por Rodríguez Cacho 197)
12
Antonio de Segovia, Murmuración de vicios (Valladolid: F. Fernández de Córdoba,
1547) 10 v., citado por Rodríguez Cacho 201.
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Aproximaciones teóricas
Teoría de la imitación
En conexión con los cambios sociales y económicos, muchos teóricos han
explicado el fenómeno de la moda en la Europa pre-moderna a través de la
teoría de la imitación. En un ensayo de 1904 Georg Simmel propuso la
denominada más tarde ‘trickle-down theory,’ cuyo funcionamiento describe
Grant D. McCracken: ‘Subordinate social groups, following the principle
of imitation, seek to establish new status claims by adopting the clothing of
superordinate groups. Superordinate social groups, following the principal of
differentiation, respond by adopting new fashion. Old status markers are for-
saken, abandoned to the claims of subordinate groups, and new ones are
embraced’ (‘The Trickle-Down’ 1985, 39). Esta teoría postula que los avan-
ces de la burguesía la capacitan para imitar la vestimenta de los estratos supe-
riores, imitación que fuerza al grupo en el poder a cambiar frecuentemente su
aspecto para mostrar su superioridad y distinción: ‘every higher set throws
aside a fashion the moment a lower set adopts it’ (‘Fashion’ 318). Por otro lado
el economista Thorstein Veblen creó los conceptos del consumo vicario
[vicarious consumption], o competitividad entre la nobleza por medio de la
ostentación de las libreas de sus sirvientes y del lujo de sus mujeres, y el de
la ociosidad conspicua [conspicuous leisure], manifestada a través de la ropa
y de los recursos económicos. Para Veblen, los flujos y cambios de la moda
son motivados por la misma necesidad del consumo ostentoso de los ricos:
‘this principle of novelty is another corollary under the law of conspicuous
waste’ (The Theory 127). Más recientemente, McCracken ha revisado la teoría
de la imitación y concluye que lo que empuja la compleja dinámica social de
la moda, que involucra, más que a dos grupos a grupos intermedios, es más
bien el movimiento hacia arriba. El acto negativo de disociación por parte de
un grupo más alto de un estilo de ropa con connotaciones simbólicas peyora-
tivas de las clases subordinadas precede al acto de imitación (‘The Trickle-
Down’ 40, 47). Gilles Lipovetsky, como Simmel, acepta la idea de que la
moda se impone jerárquicamente e implica un movimiento doble de imitación
desde abajo y de distinción desde arriba, pero propone que hay que resaltar
también su importante función de legitimar la individualidad y la búsqueda de
la novedad como tal (The Empire 36, 41). La moda da lugar a la manifesta-
ción del gusto personal, especialmente en los altos niveles aristocráticos,
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APROXIMACIONES TEÓRICAS 27
donde faltaría la necesidad de competir por el estatus social. Así pues, además
del hecho de que la clase alta consume y derrocha para atraer la admiración
y envida de otros (postulados de Veblen), hay que tener en cuenta los objeti-
vos estéticos de la moda, es decir, la aspiración al refinamiento, elegancia y
belleza, objetivos que, de acuerdo con Pierre Bourdieu, son parte del capital
simbólico de los superiores. El cambio en la moda tiene que ver más con una
nueva relación entre el yo y los otros y con un deseo de afirmar la propia
personalidad. Esta legitimación de la conciencia individual subjetiva está
relacionada con la proliferación de autobiografías y retratos en la época
(Lipovetsky 1994, 44–6).
En resumen, la teoría de la imitación es una visión desde arriba que asume
una envidia y aspiración de las clases inferiores a emular a los superiores
para adquirir prestigio e incluso entrada en el grupo privilegiado. Hunt, sin
embargo, critica esta teoría por no haber tenido en cuenta el papel de la
diferenciación social y de las relaciones de clases y la capacidad de ciertos
grupos no-conformadores de desafío y agresión (Governance 54, 56). La
independencia de los grupos sociales y su conciencia de tal se vislumbra en
ocasiones en los textos clásicos de nuestra literatura. Piénsese en las críticas
del aspecto de Melibea por parte de las criadas y prostitutas o el orgullo de
clase que muestra Teresa Panza al defender su forma de vestir y sus costum-
bres. Por otro lado, es innegable que la emulación de las apariencias es un
recurso que acompaña el deseo de medra de muchos de los personajes de
las novelas picarescas y de la autobiografías del XVII. En estas obras se
patentiza la estrecha conexión entre diferencias sociales y aspecto. Para los
protagonistas de las autobiografías examinadas en este libro, las vestimentas
son síntomas de su voluntad de progreso y evidencia de sus fracasos y reali-
zaciones personales. Ann Hollander (1978) explica que de hecho el cambio
de apariencias antecede a las transformaciones personales por ser más seguro
que la expresión directa en acción o palabras: ‘Obviously, if dress expresses
status, not only actual rank but also the desire for change in rank may be safely
expressed in clothing, if not in speech or action. If dress also expresses other
kinds of classification – age, sex, occupation – obviously a change of clothes
comes before or instead of any possible change in circumstances’ (355). La
transformación externa es más segura por el hecho de ser más profunda, más
evocativa y más ambigua.
APROXIMACIONES TEÓRICAS 29
1
La cita de Bakhtin que ofrece Ivanov procede de P. N. Medvedev, Formal’nyi metod v
literaturovedenii. Kriticheskoe vvedenie v sotsiologicheskuiu poetiku (Leningrado, 1928) 16.
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2
Para las marcas sartoriales de las prostitutas, consúltese Perry, ‘ “Lost Women” ’ 204.
Lope de Vega testimonia en El caballero de Olmedo la promulgación de una pragmática
que prescribe la distinción de moros y judíos en el siglo XV a través del vestido.
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APROXIMACIONES TEÓRICAS 31
pasado una gran mayoría de su tiempo. Es decir, los símbolos de estatus son
una expresión de un modo de vida que, al ser reconocido por otros, requieren
formas específicas de tratamiento social (The Presentation 304).
Bourdieu muestra como el gusto estético une a todos los individuos que son
productos de condiciones similares de existencia y los distingue de otros
grupos. A través del gusto se afirman las diferencias sociales (Distinction 56).
El gusto de la clase superior, que se siente como natural y se convierte en la
norma, y el rechazo y aversión a otros estilos de vida, son barreras fuertes de
separación de grupos sociales. Bourdieu concluye que la ostentación en el
consumo y posesiones materiales sirve para subrayar la posición del indivi-
duo en el espacio social: ‘objectively and subjectively aesthetic stances adop-
ted in matters like cosmetics, clothing or home decoration are opportunities
to experience or assert one’s position in social space, as a rank to be upheld
or a distance to be kept’ (Distinction 57). Hay que recordar que la palabra
‘gusto’ tiene un significado restringido a los sabores culinarios a principios
del XVII (Covarrubias). No es una coincidencia que esta palabra adquiera el
significado actual, el que usa Bourdieu, gracias a las modas que se introducen
precisamente en este mismo siglo: cubiertos de mesa, desarrollo del arte culi-
nario y refinamiento de los modales en la mesa. Estos cambios crean distin-
ciones sociales y subrayan la importancia del concepto del gusto. Aún más, el
buen gusto en la época pre-moderna no se restringe sólo a las virtudes socia-
les o a las apariencias externas sino que afecta profundamente al individuo
preocupado más que nunca por definirse a sí mismo (Flandrin 1989, 27, 307).3
Es obvio que el acto de vestir ciertas ropas prestigiosas debe ir acompañado
por otra serie de maneras, conductas y gustos que formen un todo armónico
de distinción personal. Es precisamente la ausencia del gusto y comporta-
miento los que revelan el fraude y la falta de autenticidad en algunos de los
personajes de las autobiografías incluidas en este estudio.
Teoría psicoanalítica
Junto a sus significados sociales y culturales, los signos de la vestimenta
pueden también estudiarse como síntomas de la psicología y personalidad de
los individuos. Carl Flügel (1976) en su The Psychology of Clothes afirma que
de los tres propósitos que cumple la ropa, decoración, modestia y protección,
el principal motivo que empuja al ser humano a su adopción es el del placer
de la decoración, mientras que las manifestaciones de modestia se deben más
3
Durante el siglo XVI y XVII el discurso de los buenos modales se encauza y codifica
a través de numerosos manuales de cortesía que ofrecen modelos de conducta. Estos
manuales definen las apariencias adecuadas al rango y condición de los individuos. Sobre
el tema, véase Revel, ‘The Uses of Civility;’ Roche, A History 201–202 y Greenblatt,
Renaissance 162.
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4
Según Koda estas piezas indumentarias son simples abstracciones del cuerpo (136).
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APROXIMACIONES TEÓRICAS 33
5
Lemoine-Luccioni sigue muy de cerca los conceptos lacanianos. Véase ‘The Meaning
of the Phallus’ en Lacan, Feminine Sexuality 74–85.
6
Sobre las diferencias entre los conceptos de organismo y cuerpo (imaginario),
consúltese Henry Sullivan, Don Quixote 9–10. Sullivan detalla esta diferencia en su
comunicación ‘Renaissance Dissection and the Transubstantiation of the Species: Lacan’s
Distinction Between the Body and the Organism,’ presentada en la Renaissance Society of
America and Arizona Center for Medieval and Renaissance Studies Joint Annual Meeting
(abril 11–13, 2002, Scottsdale, Arizona).
7
Wilson alude al concepto de polución que desarrolla Mary Douglas.
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Teorías materialistas
Las teorías semiológicas y psicológicas interpretan la ropa como símbolos
ideológicos y culturales y como síntomas de la psicología de los individuos.
Estas aproximaciones, que arrancan de la lingüística saussuriana, mantienen
la bipartición estructuralista del significante y significado y circunscriben la
ropa en el término de lo virtual y de la representación. El materialismo de las
vestiduras o queda fuera de análisis como el de Barthes o se elimina por com-
pleto, ya que para estos críticos queda borrosa la antinomia lengua/materia,
puesto que todo es lengua (Lemoine-Luccioni 12).
Otras alternativas teóricas se enfocan en la materialidad misma de los
objetos culturales y de las cosas que rodean al individuo y que colaboran en
la creación de la subjetividad. En el siglo XVII se introduce en Europa la idea
del fetiche como la religión del África occidental que adora la materia terres-
tre de por sí, sin ninguna trascendencia, y que se instala en la modernidad
europea en el marxismo y en el psicoanálisis.8 El concepto de fetichismo
elaborado por Karl Marx y por otros teóricos marxistas del fetichismo reivin-
dica la importancia de la materialidad de las cosas frente a las explicaciones
semiológicas que ignoran la realidad del significado y se enfocan en explicar
los significantes alejados de la materia que representan.9 Marx presenta una
idea materialista y fenomenológica del sujeto humano concebido como un ser
sensible, activo, objetivo y deseante: ‘To say that man is a corporeal, living,
real, sensuous, objective being with natural powers means that he has real,
sensuous objects as the objects of his being and of his vital expression, or that
he can only express his life in real, sensuous objects.’10 Marx enfatiza la
corporeidad del ser humano y sus deseos de objetos materiales. A través de
los objetos reales fuera de nosotros (muebles, vehículos, ropas, joyas, etc.)
8
Para la evolución histórica del discurso del fetichismo en Europa consúltese William
Pietz 129–143.
9
Sobre las lecturas semiológicas del fetichismo, véase el resumen de Pietz que ilumina
la postura de Lévi-Strauss, Roland Barthes, Jean Baudrillard, Jacques Derrida y Louis
Althusser. Según Pietz, en las doctrinas de estos teóricos, el concepto de materialidad o se
reemplaza con el puro significante o se abstrae en heterogeneidad y contingencia, como lo
que queda fuera de códigos preexistentes. Sus postulados superan la dualidad entre forma
y contenido y la necesidad de la dialéctica, ya que todas las esencias se reducen a
apariencias y todas las apariencias a los reflejos mutuos de las capas de prácticas sociales
o discursos (‘Fetichism’ 120–29).
10
Karl Marx, Early Writings, (trad.) Rodney Livingstone and Gregor Benton (New
York: Vintage, 1975), citado por Pietz 144 (sus cursivas). Las ideas centrales de esta
sección sobre el materialismo y el fetichismo están basadas en los trabajos de William
Pietz, Peter Stallybrass y Peter Pels.
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APROXIMACIONES TEÓRICAS 35
11
Sobre las alteraciones corporales que produce la ropa, véase el prólogo de Philippe
de Montebello, director del Metropolitan Museum of Art de Nueva York, al libro de Koda,
Extreme Beauty.
12
Stallybrass elabora la interrelación entre los seres humanos y la ropa y el papel
fundamental de las vestiduras como repositorios de la memoria social en ‘Worn Worlds,’
‘Marx’s Coat’ y en su libro escrito en colaboración con Ann Rosalind Jones, Renaissance
Clothes.
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13
Según Horn y Gurel (159) esta idea la desarrolla George Herbert Mead en su teoría de
la interacción simbólica (Mind and Society, Chicago: University of Chicago Press, 1934).
14
Jones y Stallybrass analizan extensamente estas ideas en Renaissance Clothing.
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APROXIMACIONES TEÓRICAS 37
15
Pienso concretamente en los conceptos de ‘estructuración’ de Anthony Giddens (The
Constitution), el de habitus de Pierre Bourdieu (Outline of a Theory) y la idea de
resistencia elaborada por Paul Smith (Discerning). Estos conceptos son la base de la
definición que ofrece Louis Montrose sobre el proceso de formación del sujeto: ‘it shapes
individuals as loci of consciousness and initiators of action, endowing them with
subjectivity and with the capacity for agency; and, on the other hand, it positions,
motivates, and constrains them within – it subjects them to – social networks and cultural
codes, forces of necessity and contingency, that ultimately exceed their comprehension or
control’ (New Historicisms 414–15, sus cursivas).
16
Sobre el argumento de acción o subversión frente al orden dominante (subversion/
containment) consúltese el ya mencionado estudio de Montrose, ‘New Historicisms.’ En
su ensayo, tras revisar los postulados de Foucault, Greenblatt y Raymond Williams, el
estudioso concluye que la ideología es una noción heterogénea e inestable y que las
posiciones subordinadas y dominantes son dinámicas y en continuo proceso de cambio
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Los teóricos de la ropa han indicado las tensiones y dialécticas que en ella
se cruzan en la formación de nuestra subjetividad. La ropa es una metáfora
del yo que funciona como un medio de comunicación y de auto-situación
social. Kurt W. Back (1985), afirma que el estilo en el vestir es una combina-
ción de expresión personal y de normas sociales y que la ropa, como forma
de comunicación, ocupa un lugar especial, el más cercano metafórica y
literalmente al ser, al yo: ‘it covers what is to be private and shows the world
the presentation a person wants to make’ (7). Para Davis, la identidad es algo
más amplio que los símbolos de clase o estatus social; es ‘any aspect of self
which individuals can through symbolic means communicate with others, in
the instance of dress through predominantly non-discursive visual, tactile, and
olfactory symbols, however imprecise, and elusive these may be’ (Fashion
16). Según Stone, las apariencias establecen las identificaciones necesarias
para la comunicación social. El proceso de identificación, implica identifica-
ción del otro e identificación con el otro. La identidad se establece como
consecuencia de dos procesos, aposición y oposición: ‘Identity is intrinsically
associated with all the joinings and departures of social life’ (94, sus cursi-
vas).17 La identidad también se coloca en el eje del valor (calificativo social)
y de la actitud personal. Las apariencias tienen un carácter reflexivo, pues las
identificaciones de otros son siempre complementadas por las identificacio-
nes del yo, o por nuestra propia respuesta a nuestra apariencia: ‘By appearing,
the person announces his identity, shows his value, expresses his mood, or
proposes his attitude’ (Stone 101, sus cursivas). Esta expresión del yo debe ser
al mismo tiempo validada por otros de una forma coincidente para que las
apariencias tengan sentido (101–102). La idea de que el desarrollo del
concepto del yo se obtiene por medio del reflejo en la actitud de los otros coin-
cide con el concepto del estadio del espejo de Lacan. La opinión de los demás
contribuye a la creación de nuestra imagen corporal, imagen que incluye
nuestra vestimenta. Cuando se usa positivamente, la ropa ayuda a formar
nuestros sentimientos de auto-aceptación, respeto y estima. También sirve
como un mecanismo de defensa de ansiedades, frustraciones y traumas (Horn
y Gurel 143–150; Squicciarino 1998, 38).
No hay duda que la personalidad se objetiva en la máscara externa de
estatus e insignias aceptada y valorizada por los otros. Hay que recordar que
durante los siglos XVI y XVII, con el avance de la urbanización y de la
economía monetaria, empieza a conceptuarse el honor, más que en un atributo
heredado, en uno adquirido, de acuerdo con la virtud o realizaciones per-
sonales. Por eso la subjetividad necesita ser constantemente reproducida en
APROXIMACIONES TEÓRICAS 39
18
Squicciarino afirma que el fenómeno del vestido como espectáculo mantiene ‘una
caracterización dialéctica, ambivalente, propia de la existencia humana, esa “seducción del
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límite”, ese “ser y no ser” del que habla G. Simmel e implica la simultánea y conflictiva
presencia del “disfraz” (yo ideal) y de la desnudez (yo real), dicotomía que se manifiesta
simbólicamente en el juego alusivo de ocultamiento y revelación propio del atavío’ (190).
Sobre la forzada teatralidad de las apariencias en las cortes renacentistas, consúltese
Greenblatt (Renaissance 162). Butler comenta que el uso de la ropa son actos (performative
acts) en los que se espera la uniformidad y se demanda la conformidad de conductas en
los sujetos (Bodies 122).
19
‘Dress, then, comes easily to serve as a kind of visual [textual] metaphor for identity
and, as pertains in particular to the open societies of the West, for registering the culturally
anchored ambivalences that resonate within and among identities’ (Fashion 25).
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II
Fueme tam bien en el officio que, al cabo de quatro años que lo usé, con
poner en la ganancia buen recaudo, ahorré para me vestir muy
honrradamente de la ropa vieja, de la qual compré un jubón de fustán
viejo y un sayo raydo de manga trançada y puerta, y una capa, que avía
sido frisada, y una espada de las viejas primeras de Cuéllar
(Lázaro de Tormes)
1
Rainier Goetz subraya los rasgos típicos que comparte La vida del Lazarillo con las
autobiografías modélicas: título (La vida); intención de contar una vida completa en la que
se ha alcanzado un objetivo; dedicatoria a un narratario y deseo de alcanzar fama y honor
por medio del relato de sus hazañas (130–132). Dino S. Cervigni (1980) ya había señalado
las similitudes entre el Lazarillo y la Vita de Benvenuto Cellini y las obvias conexiones
entre la autobiografía renacentista y la narrativa picaresca. Consúltese también Domingo
Ynduráin (1992), ‘El renacimiento’ 481.
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2
El tema de la pobreza en relación con las novelas picarescas lo tratan Maravall
(‘Pobres y pobreza’ 1981); A. Sánchez (‘Lázaro’ 1997); Cruz (Discourses 1999) y
Maiorino (At the Margins 2003).
3
Sobre la criminalidad en las ciudades europeas pre-modernas consúltese el libro de
Michael Weisser 1979, Crime and Punishment, en particular el capítulo tres. Véase
también Alan Hunt, Governance 112.
4
Sobre el tema de la aspiración social en las obras picarescas véase Maravall (‘La
aspiración’ 594). J. H. Elliot, Sieber y Cavillac estudian los cambios sociales y económicos
en este periodo.
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Molho ‘Cinco’ 1977, 92; Querillac, ‘Ensayo’ 1982, 64–5; Sieber, ‘Literary
Continuity’ 1995, 144). Esta nueva estimación individual pervive junto a ideas
morales y estructuras sociales de más antigua raigambre. Tal tensión entre la
aristocracia, interesada en preservar el estatus quo y el sector más progresivo
de la burguesía resulta en las ambigüedades y en la gran preocupación por el
aspecto externo que forman el fondo histórico conflictivo que se trasluce en
las obras barrocas (Beverley, ‘On the Concept’ 1992, 225; Elliot, ‘Concerto
Barroco’ 1987, 28; Molho, ‘Cinco’ 93). Marcel Bataillon indica que ‘las
preocupaciones de apariencia, de honor externo y de distinciones sociales
penetra toda la materia picaresca’ (citado por Maravall, ‘La aspiración’ 1976,
598). Ahora bien, la ambición y la imitación necesitan medios económicos
que compren y sostengan el ascenso, más la asimilación y la aceptación en el
estrato superior. Es lo que Maravall llama ‘mejorar de costumbres’ (‘La
aspiración’ 603). De ahí que la necesidad de adquirir dinero para poder
disfrutar de los privilegios vedados sea también otro motivo fundamental en
los relatos picarescos.
El clima de los nuevos tiempos se refleja en esta narración en primera
persona cuyo personaje marginado, Lázaro de Tormes, ofrece el modelo ‘de
la figura literaria fundada sobre la absoluta y enérgica voluntad de su con-
ciencia de ser y de querer perseverar en el conato de ser quien es’ (A. Castro,
Hacia Cervantes 1967, 166). La afirmación de la propia experiencia y de su
concepto de logro personal consiste en un aprendizaje, reconocimiento y
apropiación de los medios a su disposición, entre ellos la mejora de su
aspecto, que le garanticen estabilidad existencial en su propio estado, acep-
tado sin rebeldía. La trayectoria del personaje es una evolución desde la
carestía básica hacia la capacidad de auto suficiencia.
La vida de Lazarillo de Tormes constituye el prototipo del característico
género autobiográfico del siglo XVII. Para muchos críticos es una obra
fundamental en la formación de la novela picaresca, la cual toma forma en la
conciencia de los lectores en el momento en que aparece el Guzmán de Alfa-
rache en 1599. Claudio Guillén, que acepta las influencias mutuas entre las
autobiografías históricas y las ficticias (Literature 1971, 87), indica que el
rasgo característico del discurso seudo-autobiográfico es el uso del lenguaje
como instrumento de disimulación o ironía, como una forma de insertar toda
la narración en la perspectiva doble del esconderse y revelarse (Literature 82;
Ruffinatto, ‘Introducción’ 2001, 85–6). En este sentido las novelas picarescas
siguen la dinámica de todas las narraciones del yo en la que el autobiógrafo,
en su propósito apologético, se muestra y se cubre al mismo tiempo. En rela-
ción con esta dinámica el uso de las vestiduras en las narraciones personales
subraya las complejidades del ser.5
5
Para gran parte de la crítica de La vida de Lazarillo el propósito principal del narrador
es justificar su ‘caso’ de deshonor a Vuestra Merced, objetivo que determina la perspectiva
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de toda la obra (Rico, Lázaro Carreter, Shipley). Otros estudiosos creen que el principal
objetivo de Lázaro es simplemente explicar cómo pudo superar terribles condiciones de
supervivencia y alcanzar un cómodo estado final de integración social y auto control
(Casa, Carrasco, Carey, García de la Concha, Goetz, Woods e Ynduráin). Ruffinatto
comenta que las dos interpretaciones son consecuencia de la ambigüedad del texto. Ambas
coexisten en la narración, según se entienda desde la perspectiva del destinador o del
destinatario (Introducción 70). Sobre los distintos niveles de significación, interferencias
irónicas del autor, técnicas retóricas y otras estratagemas para convencer y engañar al
narratario y a los lectores véanse, entre otros, los trabajos de Bell, Ferrer-Chivite, Fiore,
E. Friedman, Guillén, Jaén, Long-Tonelli, López de Abiada, Mancing, Sabat de Rivers,
Sieber, Shipley y Zimic. Todas mis citas de La vida de Lazarillo provienen de la edición
de Ruffinatto.
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6
Se ha señalado también que en Toledo ambos, como el autor, pueden esconder
orígenes étnicos no aceptados por su sociedad, de ahí la irónica insistencia del escudero en
la limpieza (Castro, Hacia Cervantes 165; Cruz, Discourses 31; Ferrer-Chivite ‘Lazarillo’
1983, 269; Shipley ‘The Critic as . . . Resting’ 1982, 109–110).
7
Sobre las circunstancias históricas y sociales de los escuderos en el siglo XVI véase
el estudio de Redondo (‘Historia’).
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que no partía sus ojos de mis faldas, que a aquella sazón servían de plato’
(186). Su aspecto hace su cuerpo vulnerable a la justicia – leyes en contra de
los ‘pobres estranjeros’ (190) – y facilita su apresamiento por uno de sus
representantes, el alguacil que le echa ‘mano por el collar del jubón’ (209).8
El protagonista aprende en sus vivencias en la ciudad junto al escudero que
una presentación aceptable de sí mismo, sin la fantasía y presunción del amo,
es una condición necesaria para ser alguien y para obtener empleo. Es por eso
que a partir del Tratado III Lázaro incrusta en su aspecto corporal las exigen-
cias sociales.
Su inclusión activa en el orden patriarcal se marca primero con la adquisi-
ción de unos zapatos que le provee su cuarto amo, el fraile de la Merced, en
el Tratado IV, que aluden a su iniciación sexual, a su mayor independencia y
a su mejora material (Colahan y Rodríguez 1999, 221; López de Abiada 1990,
75) y revelan el desarrollo personal del protagonista.9 Pero es a partir del
momento en que Lázaro se puede vestir a sí mismo que logra crearse un nicho
particular en la sociedad. En efecto, en el Tratado VI el mozuelo, después de
trabajar cuatro años como aguador al servicio de un capellán, logra ahorrar lo
suficiente para comprarse un traje de ropa usada, sentirse con él ‘un hombre
de bien’ y, finalmente, abandonar el trabajo para buscar mejor oficio. Así lo
narra Lázaro:
Fueme tam bien en el officio que, al cabo de quatro años que lo usé, con
poner en la ganancia buen recaudo, ahorré para me vestir muy honrrada-
mente de la ropa vieja, de la qual compré un jubón de fustán viejo y un sayo
raydo de manga trançada y puerta, y una capa, que avía sido frisada, y una
espada de las viejas primeras de Cuéllar. (233)
8
Hay que notar que un poco antes Lázaro menciona que ‘la halda del sayo’ del
escudero le sirve de paño de manos (180).
9
La doble significación de los sintagmas ‘zapatos,’ ‘romper zapatos’ y ‘trote’ ha sido
ampliamente explicada por la crítica. Consúltense los trabajos de Sieber, Language 45–58;
Bussell y Walsh 1988; Ferrer-Chivite; López de Abiada ‘Alusiones’ 1990; Rico 2000, ed.
Cátedra, 111–12, notas 8 y 9 y Shipley ‘Otras cosillas’ 1996.
10
El fondo socio-económico de La vida del Lazarillo lo ha estudiado recientemente
Maiorino, en su libro At the Margins of the Renaissance.
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Disclaimer:
Some images in the printed version of this book
are not available for inclusion in the eBook.
despedirse del capellán’ (Introducción 84). Por su parte Sieber (1978) piensa
que ‘Lazarillo perceives the squire as a model to be imitated’ y por eso com-
pra una réplica del vestuario del escudero (Language 79).
A mi parecer Lázaro no imita la ropa del escudero, sólo incluye piezas
comunes tanto en el atuendo de individuos de clases más bajas como en los
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11
En las láminas 22 y 23 del mismo libro de Bernis se puede ver la similitud del traje
de los caballeros y de los criados.
12
Sieber se basa en la indicación de Carmen Bernis de que los ‘jubones de fustán de
Milán’ tenían rellenos de lana fina (Indumentaria 94). Sin embargo la narración no nos
informa que el jubón de Lázaro fuera de Milán.
13
Se han conservado muy pocos tejidos de la época pre-moderna y, aún menos,
vestiduras completas. La documentación que tenemos procede mayormente de inventarios,
descripciones verbales, esculturas y representaciones pictóricas. Para hacerse una idea de
la textura, calidad, color y complicada hechura y confección de los trajes remito a las
magníficas fotos de telas y prendas conservadas de los siglos XVII y XVIII en el libro de
Hart y North, Fashion in Detail 1998.
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verse ‘en hábito de hombre de bien’ (233), hay que entenderla dentro del
contexto de su propia experiencia y capacidad económica. Redondo calcula
el precio de la ropa que compró Lazarillo teniendo en cuenta su alto costo en
la época y las posibles ganancias y ahorros del aguador para concluir que ‘Il
est donc fort vraisemblable qu’il ait utilisé toutes ses économies pour se
procurer les vêtements en questions et l’épée’ (‘A propos’ 1998, 495, nota 18).
Es obvio que el protagonista viste el mejor traje que ha tenido nunca y eso se
traduce inmediatamente en un sentimiento nuevo de valor personal. Aunque
Lázaro asimile la hipócrita actitud de su amo no intenta pasar por quien no es,
ni menos copiar el traje y gestos del escudero del que expresamente se siente
separado, como testimonia: ‘Dios es testigo que oy día, quando topo con
alguno de su hábito con aquel passo y pompa, le he lástima’ (189). Su vesti-
menta expresa simplemente su situación de relativa independencia financiera
pero ni lo destacaría del aspecto corriente de tantos como él ni mucho menos
lo haría sentirse avergonzado de sus actividades manuales. Cuando el prota-
gonista de las novelas picarescas del XVII intenta imitar las apariencias de los
superiores y pasar por quien no es, como es el caso de Pablos en La vida del
Buscón, el ridículo acto provoca una risa y escarnio que no aparece en La vida
de Lazarillo.
La ropa usada caracteriza la identidad del personaje hasta el final de su
Vida. En su oficio real de pregonero, íntimamente relacionado con el comer-
cio de ropa vieja y posiblemente principal fuente de su vestuario,14 aún recibe
‘las calças viejas que dexa’ (238) el Arcipreste a través de su mujer.15 ‘En la
cumbre de toda buena fortuna’ (243) la imagen externa de Lázaro armoniza
su condición social, economía y aspecto. Las apariencias del amo y del criado
responden a un orden estamental y, dentro de ese orden, cada uno de los
personajes usa las ropas para expresar sus convicciones y deseos íntimos.
En la comercial Toledo Lázaro se contenta con aceptar el juego de los
comportamientos sociales, que equipara el ‘provecho’ con las ganancias
14
Así lo documenta Woods en el siguiente fragmento de las Ordenanzas de Sevilla:
Algunos de los dichos pregoneros se visten y cobijan y arrean y se atauian de algunas ropas
o armas o otras cosas que les son dadas a vender: y porque esto es en gran daño y perjuyzio
dela dicha cibdad y de su republica. Mando que ninguno ni alguno delos dichos pregoneros
no vsen ni se aprouechen ni se vistan ni atauien ni cobijen ni arrean en manera alguna de
ninguna ni algunas cosas que se les fueren dadas para vender: saluo que las tengan bien
tratadas sobre sus braços o enlas manos o enlos tableros y tiandas [sic]. (Ordenanças de
Seuilla. Recopilacion delas ordenãças dela muy noble y muy leal cibdad de
Seuilla . . . Fecha por mãdado de los muy altos . . . reyes y señor do Fernãdo y doña Ysabel.
Sevilla, 1527, fol. 133v., citado por Wood 584).
15
Anteriormente había comentado el escudero que el pagar a los criados con ‘un
sudado jubón o rayda capa o sayo’ era típica costumbre de ‘canónigos y señores de la
yglesia’ o de ‘caballeros de media talla’ (202–3). Para Sieber, en el Tratado VII las calzas
‘function as signs of Lazarillo’s final dishonor’ (Language 84).
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materiales y no con la virtud moral, como única forma de medrar. Sus vesti-
dos de segunda mano atestiguan su ambiguo estado final en el que además del
salario de su trabajo recibe los regalos frecuentes del Arcipreste que lo
mantienen en el mundo tradicional de obligaciones de los subordinados
(Maiorino 2003, 80–6). Con estas prendas Lázaro hereda las conductas
instituidas, se fabrica su subjetividad y se integra en la comunidad. El empuje
individual se ahoga irremisiblemente al final. No obstante, la novelita
anónima provee un modelo de afirmación personal precisamente por dar voz
y vestido a los ignorados.
Es indiscutible que La vida de Lazarillo ofrece un patrón estructural, una
forma más compleja de creación de identidad y unos tópicos esenciales para
las narrativas autobiográficas de principios del XVII. Sieber informa que a
finales del XVI la obra se reimprime como un apéndice a un manual titulado
Galateo, de Giovanni della Casa pues ambos libros, – en particular el episo-
dio del escudero –, ofrecen recomendaciones para ganar honor y privilegio en
la corte (147–51). Es decir, se percibe como uno de tantos manuales de
cortesía que se pusieron de moda por el interés que muestran algunos indivi-
duos con medios económicos por crearse una apariencia y aprender unos
manierismos para ser aceptados en los círculos privilegiados (Greenblatt,
Renaissance 144). También es cierto que estos manuales de etiqueta, como la
autobiografía de Lázaro, intentan conservar las diferencias estamentales
(Revel 1989, 190–1). La conciencia de la posibilidad de cambio de condición
será explorada más tarde por los protagonistas de la Atalaya y de El Buscón
y se hará realidad en personajes históricos como Alonso de Contreras.
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Guzmán de Alfarache y la
vestimenta del hombre nuevo
1
La compleja personalidad de Guzmán ha sido señalada por numerosos críticos, entre
ellos Brancaforte, Guzmán 1–22; Cavillac, Gueux 315–24; Cros, Protée 356–63; Johnson,
Inside 4–5 y Rico, La novela 59–91.
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posturas teóricas entiendo por un lado que las diferentes situaciones existen-
ciales del Pícaro pre-determinan el significado suntuario y, por otro, que dentro
del intercambio simbólico social cada acto específico de manipulación de su
aspecto constituye una expresión individual del protagonista que muchas veces
subvierte la tendencia al monologismo de la ideología dominante. Ahora bien,
los actos de auto-investidura [utterances] pueden ser marginalizantes y libera-
dores al mismo tiempo, como apunta Peter Hitchcock: ‘The utterance is riddled
by the consciousness and political unconscious of the speaker, the social
overdeterminations therein, expected or misperceived audience response,
double-talk as well as double voicing, and most important, the immediate
social context in which the utterance is (re)produced’ (Dialogics 7).
Guzmán es un sujeto resquebrajado que vive y experimenta el mundo a
través de su cuerpo y de su ropa. En la alternancia entre el desnudo y el ves-
tido el protagonista muestra la división interna del ser así como el proceso
continuo y acumulativo de asimilación de múltiples discursos y situaciones
existenciales que intervienen en la creación de la identidad. Con el traje se
define y es definido y a través de los actos de vestirse proyecta su rechazo del
puesto social que le ha sido asignado y de las aprobadas conductas morales.
A lo largo de su vida aprende que todas las apariencias son construcciones
arbitrarias que no responden a esencias o definiciones de identidades estables
y que las superficies corporales se pueden conformar a imágenes internas o
externas del ser. Para el Pícaro todo es una representación donde los papeles
son intercambiables, según los medios que cada uno posee para pagar el dis-
fraz que cubre una realidad básica: el hecho de que todos somos hombres con
una misma carne mortal y además miembros de un ‘cuerpo místico, igual con
todos en sustancia, aunque no en calidad’ (268).2 Según proclama el narrador
‘el hábito no hace al monje’ y la única diferencia entre los humanos consiste
sólo en la representación externa del ‘más o menos tener’ (266, 273). De esta
conciencia de artificialidad de la organización social surge la índole subver-
siva de la obra que, como Michel Cavillac (1980) indica, desvaloriza el
axioma aristocrático del determinismo de la sangre (‘Mateo’ 391). Guzmán,
por su cambio constante de papeles, por su rechazo de la desigualdad esen-
cial entre ricos y pobres, por su denuncia de la injusticia de la abyección social
del desnudo y desahuciado y por su cuestionamiento de la legalidad del grupo
en el poder destruye la estabilidad y la normalidad del orden establecido. En
la política del vestido se inscribe la actuación subversiva del actor, así como
las reflexiones del narrador muchas veces en conformidad a un imaginado
orden.3
2
Cito siempre por la edición de Francisco Rico.
3
Anne Cruz observa que el potencial subversivo de la novela se diluye en sus aspectos
cómicos (Discourses 114–115). Carroll Johnson cuestiona la estabilidad moral del
narrador en su libro Inside Guzmán de Alfarache.
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4
Se ha conectado su aspiración con las preocupaciones de la clase de los mercaderes
en la que se coloca el autor Mateo Alemán. Para el tema véanse los trabajos de Cavillac,
‘Mateo Alemán’ 380–401, Gueux 322–4, Pícaros 139 y ‘Para una relectura’ 379–411.
Véase también Manuel Montalvo, ‘La crisis.’ Para Teresa Brennan (1996) la fuerza vital
que manifiesta el Pícaro es típica de todos los que necesitan moverse para sobrevivir y que
‘tienen más que ganar del trastorno de identidades y de ideas’ (Esencia 9, 11).
5
Benito Brancaforte (1980) ya señala el desdoblamiento del pícaro (Guzmán 93–137).
Deleuze explica el concepto de ‘monad’ según Leibniz: ‘The One specifically has a power
of envelopment and development, while the multiple is inseparable from the folds that it
makes when it is enveloped, and the unfoldings when it is developed’ (23). Deleuze explica
que la conceptuación de la materia primaria o secundaria durante el Barroco forma una
especie de ‘texturology’ (115). De ahí que se use profusamente el discurso sartorial para
su explicación: ‘If primary or “naked” matter [moles] is the requirement for having a body,
secondary or “clothed” matter [massa] is, in a broad sense, what fills the requirement, that
is, the organism inseparable from a crowd of monads’ (114). El autor añade: ‘secondary
matter is clothed, with “clothed” signifying two things: that matter is a buoyant surface, a
structure endowed with an organic fabric, or that it is the very fabric or clothing, the texture
enveloping the abstract structure’ (115).
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6
En mi opinión no existe ninguna redención moral de Guzmán sino una decisión
forzada de arrimarse a los ‘buenos’ cuando el no hacerlo supone una sentencia de muerte
o de separación del cuerpo social. El resultado final del viaje vital de Guzmán divide a la
crítica. Según Francisco Rico y Michel Cavillac lleva a una conversión que determina el
punto de vista de toda la obra. Para Maravall (La literatura picaresca 1986, 430) y para
muchos otros estudiosos, entre los que se incluyen Brancaforte, Cruz y Jonhson, el Pícaro
no se arrepiente y el viaje circular a Sevilla lleva a la misma fuente de degradación. (Véase
Cavillac (Pícaros 98) para un resumen de la controversia.)
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Era blanco, rubio, colorado, rizo, y creo de naturaleza, tenía los ojos
grandes, turquesados. Traía copete y sienes ensortijadas. Si esto era propio,
no fuera justo, dándoselo Dios, que se tiznara la cara ni arrojara en la calle
semejantes prendas. Pero si es verdad, como dices, que se valía de untos y
artificios de sebillos, que los dientes y manos, que tanto le loaban, era a
poder de polvillos, hieles, jabonetes y otras porquerías, confesárate cuanto
dél dijeres y seré su capital enemigo y de todos los que de cosa semejante
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tratan; pues demás que son actos de afeminados maricas, dan ocasión para
que dellos murmuren y se sospeche toda vileza, viéndoles embarrados y
compuestos con las cosas tan solamente a mujeres permitidas (121–2).
engañan, todos van a su propio interés). Ahí las cubiertas son espejismos que
prometen cumplir los deseos y las necesidades del sujeto pero que cubren
realidades diferentes a las imaginadas y que nunca rellenan el hueco: ‘Tenía tra-
zadas muchas cosas: ninguna salió cierta, antes al revés y de todo punto contra-
ria. Todo fue vano, todo mentira, todo ilusión, todo falso y engaño de la
imaginación, todo cisco y carbón, como tesoro de duende’ (251). En ese mundo
el crujir de los huesos debería haberle revelado que la tortilla que come en la
primera venta eran ‘dos semipollos . . . disfrazados’ (183) y que la dureza y
sabor de la ternera en la venta de Cantillana denunciaba la carne de muleto
(1a, I, 5). Los cuadrilleros tampoco lo habrían confundido por un paje ladrón
si hubieran observado con más calma sus señas corporales (192). La desapari-
ción de su capa en el segundo mesón, poco después de dejar Sevilla, coincide
con su toma de conciencia (‘en aquel punto me pareció haber sentido una
nueva luz [248]’) de que los signos son confusos y engañosos, y que la bús-
queda del placer es un deseo insaciable que siempre choca con una realidad
inconstante: ‘La vida del hombre milicia es en la tierra: no hay cosa segura ni
estado que permanezca, perfecto gusto ni contento verdadero, todo es fingido
y vano’ (184).
El motivo del desnudamiento del protagonista a la salida del hogar es un rito
de pasaje frecuente en otras narrativas autobiográficas (El Buscón y las Vidas de
Catalina de Erauso y Alonso de Contreras) que representa el corte de vínculos
familiares, el comienzo de su autonomía individual y su introducción en el
ámbito patriarcal. La ropa ofrece un lugar de seguridad que simbólicamente
recuerda la protección maternal de un mundo hostil y frío, ‘the mother
is . . . associated with clothes from a very early age,’ afirma Carl Flügel (The
Psychology, 82). La inexplicable desaparición de su capa va unida a sentimien-
tos de pérdida y de vergüenza, de algo que no se va a recuperar jamás.7 Crea un
momento de confusión sin retorno que lo impulsa hacia el incierto futuro ‘sentí
mucho volver sin capa, habiendo salido con ella . . . Hícelo punto de honra, que
habiendo tomado resolución en partirme fuera pusilanimidad volverme’ (250).8
En fin, en su primer despojamiento Guzmán siente su profunda soledad y el dolor
de enfrentarse a la incertidumbre del vivir: ‘Vime desbaratado, engolfado, sin
saber del puerto, la edad poca, la experiencia menos, debiendo ser lo más’ (248).
La instalación en su nueva realidad ocurre de forma gradual e inversa a su
progresivo desnudamiento camino de Madrid. Ya al tercer día de su salida
cuando no tiene para pagar la posada, el huésped desea quitarle el sayo ‘que
era de buen paño’ (253). Después cambia la capa protectora por una varita
que apenas lo sostiene y que simboliza la fragilidad de sus propias fuerzas:
7
Para Carroll Johnson la pérdida de su capa resulta ‘in a concomitant loss of honor’
(Inside 56).
8
En relación con la experiencia del actor el narrador introduce apropiadamente aquí la
alegoría del Descontento cubierto con la ropa engañosa del Contento, que esconde
desgracias y sufrimientos (1a, I, 7).
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‘busqué una cañita que llevar en la mano. Parecióme que con ella era llevar
capa; pero ni me honraba ni abrigaba tanto’ (251). El original sentimiento de
valor personal basado en su aspecto y en anteriores experiencias del yo infan-
til mimado y cuidado (‘Parecióme que por mi persona y talle todos me favo-
recieran’ [250]), se va perdiendo conforme Guzmán vende poco a poco su
ropa para sustentarse hasta ingresar desnudo en la corte:
9
Henri Guerreiro analiza estos capítulos en su artículo ‘Honra, jerarquía.’
10
Sobre el significado del ‘cuerpo místico’ véase Rico (ed. Guzmán 268, nota 14).
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11
Sobre el espíritu burgués y mercantil que informa el libro consúltense Juan Carlos
Rodríguez (Teoría 1990, 7) y los trabajos de Cavillac y Montalvo ya citados.
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Disclaimer:
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are not available for inclusion in the eBook.
12
Lynn Enterline en The Tears of Narcissus examina la representación de la masculinidad
en textos pre-modernos a través de procesos de crisis y de inestabilidad (14–36).
13
Kahn resume en su artículo los postulados feministas de Adrienne Rich (Of Woman
Born: Motherhood as Experience and Institution 1977); Dorothy Dinnerstein (The Mermaid
and the Minotaur: Sexual Arrangements and Human Malise 1976); y Nancy Chodorow (The
Reproduction of Mothering: Psychoanalysis and the Sociology of Gender 1979) que
proclaman el papel fundamental de la madre en la formación de la identidad. Sobre los
diferentes posiciones freudianas y psicoanalíticas de la función de la madre en el desarrollo
de la identidad consúltese el libro de Madelon Sprengnether, The Spectral Mother.
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rechazo de tal acercamiento. La mujer desnuda, sin los vestidos que la solidifi-
can y determinan, responde a la representación tradicional del cuerpo femenino
asociado con la naturaleza y con las efusiones corporales. De hecho, el afloja-
miento de ‘los cerraderos del vientre’ (303) del ama podría entenderse también
como una referencia velada a la bajada incontrolable de flujos menstruales. Estos
derrames son marcas de polución que colocan a la mujer en un estado interme-
dio entre la infancia y la adultez y que producen una reacción de rechazo y de
amenaza (Grosz, Volatile 1994, 205; Kristeva, Powers 1982, 71). Los desechos
corporales, o la marca de abyección, se relacionan en la Atalaya con la mujer y
con la impotencia y feminización del protagonista, es decir, con su desnudo.
Los zapatos que el fraile da a Lazarillo sugieren la iniciación sexual del
niño a través de reticencias y sentidos simbólicos. Es obvio que Alemán man-
tiene un diálogo con su predecesor al insertar a continuación del episodio
gatuno el tema de los zapatos nuevos que el amo ha prometido comprar a
Guzmán (‘mañana te compraré unos zapatos’ [306]) y que el sirviente nunca
recibe (‘mi ama le debió de contar algunos males de mí, . . . que sin ellos me
quedé’ [306]). El hecho de que el amo niegue a Guzmán disfrutar los nuevos
zapatos se puede conectar con la interpretación de Johnson (1978) para el que
los celos de la figura paternal del amo lo impulsan a eliminar al criado–hijo
que se ha asomado a la intimidad de la mujer–madre y que muestra deseos de
competir con él (Inside 187). En la Atalaya, el inquietante incidente nocturno
es mucho más complejo que la iniciación sexual de Lazarillo en el prototipo
pues apunta a profundos problemas psíquicos en el desarrollo de la masculi-
nidad. Guzmán se asoma a su sexualidad a través de la visita del cuerpo ances-
tral y espectral de la madre, con el poder de provocarle el deseo y de llenarlo
de sentimientos de horror y vergüenza.
Las conflictivas emociones de Guzmán en su inicial confrontación con la
mujer caracterizan su frustrante carrera sexual y social. En sus ritualistas
encuentros con lo femenino se repite el mismo mensaje: Guzmán no es un
objeto de deseo erótico sino un ser abyecto y rechazado. ‘Abjection is there-
fore a kind of narcissistic crisis,’ afirma Julia Kristeva en su tratado Powers of
Horror (14, sus cursivas), y en los momentos de perturbación narcisista del
protagonista, en los que se desmorona el objeto de sus deseos, se representa el
dolor de su falta más arcaica.14 Una forma de compensar su resquebrajamiento
íntimo es invistiéndose del falo simbólico del vestido, de ahí que los avatares
de sus varias relaciones amorosas estén ligadas a sus adquisiciones o pérdidas
suntuarias.
Para Guzmanillo, ‘roto y despedazado’ (314), el robo es la única forma de
apropiación activa de la riqueza, el material con que puede vestir su poten-
cialidad masculina y su reconocimiento social en el sistema patriarcal. Esta
14
Kristeva comenta que ‘The abject is the violence of mourning for an “object” that
has always already been lost’ (Powers 15).
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15
Es el caso de Alonso de Contreras, como veremos más adelante. William L. Howarth
comenta que la autobiografía de Cellini es una dramatización de ‘his growing talent’
(‘Some principles’ 1980, 101).
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‘un herreruelo, calzones, ropilla, dos camisas y unas medias de seda, como si
todo se hubiera hecho para mí . . . aunque estaba bien tratado el paño no era
fino’ (319), pero imprescindible para su inserción en la sociedad. Los momen-
tos de ruptura, separación e inclusión social del protagonista estimulan a
menudo las meditaciones del narrador sobre el poder de la ropa de despertar
un juicio instantáneo en los demás, ‘esta diferencia tiene el bien al mal vestido,
la buena o mala presunción de su persona, y cual te hallo tal te juzgo’ (318) y
sobre la falta de correspondencia entre el aspecto y la situación social, econó-
mica y moral del sujeto: ‘Suelen decir vulgarmente que aunque vistan la mona
de seda, mona se queda . . . Bien podrá uno vestirse un buen hábito, pero no
por él mudar el malo que tiene; podría entretener y engañar con el vestido, más
él mismo fuera desnudo. Presto me pondré galán y en breve a ganapán’ (319).
Este pasaje testimonia las multivalentes funciones de la ropa, tales como la
de individualizar, mostrar o esconder la identidad y la de generar complejas
emociones. Guzmán al entrar a Toledo ajusta el traje usado recién adquirido
para realizar su doble proyecto de avance personal y de pasar desapercibido:
‘al cuello del herreruelo le hice quitar el tafetán que tenía y echar otro de otra
color. Trastejé la ropilla de botones nuevos, quitéle las mangas de paño y
púselas de seda, con que a poca costa lo desconocí todo’ (320).16 El nuevo
vestido también estimula su virilidad y sus deseos eróticos.
En la construcción de su masculinidad Guzmán necesita modelos. En
Toledo lo haya en un gentilhombre que ve atravesando en su mula la plaza de
Zocodover, camino de la corte, ‘tan bien aderezado, que me dejó envidioso’
(320). La gran admiración y el intenso deseo de Guzmán por poseer el atrac-
tivo aspecto del caballero (‘el vestido del hombre me puso codicia’ [321]) se
refleja en la detallada recreación de su imagen:
16
En la Segunda Parte encontramos un episodio inverso cuando Guzmán reconoce en
la ropa de Alejandro Bentivoglio su vestido robado y transformado (603–4).
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17
Don Quijote nota que Cardenio es una persona principal por su ropa. Entre las piezas
de su atuendo nombra sus ‘calzones, al parecer de terciopelo morado’ (I, xxiii), prenda
similar a la del caballero del Guzmán. La tela de raja, al contrario de lo que anota Rico
(321, nota 11) podía ser de gran calidad y precio. Para los diferentes tipos de tejidos de la
época véase Bernis, El traje 2001, 276–80.
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estaban muchas damas y galanes. Pero yo me figuré que era el rey de los
gallos y el que llevaba la gala, y como pastor lozano, hice plaza de todo el
vestido, deseando que me vieran y enseñar aun hasta las cintas, que eran del
tudesco. Estiréme de cuello, comencé a hinchar la barriga y atiesar las pier-
nas. (322)
18
Carroll Johnson ya había notado la similaridad de esta tinaja con el útero (Inside 188).
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volver a ser acogido por los brazos del padre (‘quisiera volver a ser uno de los
mercenarios de la casa de monseñor’ [436]), por otro busca una emancipación
difícil de conseguir. En realidad la doctrina del libre albedrío (‘Libre albedrío
te dieron . . . Tú te fuerzas a dejar lo bueno y te esfuerzas en lo malo’ [437])
dicta el sometimiento del sujeto inmerso en un mundo ciudadano de relacio-
nes sociales cuya guía es la ideología moral y política que normaliza las con-
ductas aceptables en el orden patriarcal y jerárquico. El sirviente se construye
como resultado de negociaciones en las relaciones de poder. Su traje, pago
material que lo fija y lo hace sujeto en la escala social, viste también al supe-
rior. Según Guzmán el vestido que los señores ofrecen a sus criados ‘es dádiva
recíproca, trueco y cambio que corre, visten ellos el cuerpo a los que revisten
el suyo de vanidad’ (491). Esta simbiosis textil en la que la ropa del paje fun-
ciona para extender el poder social y sexual del amo se observa cuando el pro-
tagonista pasa a servir en Roma al embajador de Francia como bufón y
alcahuete.
Efectivamente, observamos que el esmerado traje que recibe en su oficio
de alcahuete (‘pajecitos pulidetes, cual yo era’ [503]; ‘yo traía sin sosiego a
mi amo y él a mí hecho un Adonis pulido, galán y oloroso, por mi buena soli-
citud’ [505]) no despierta en Guzmanillo el intenso sentimiento erótico y de
auto-suficiencia que sintió cuando se compró el traje elegante en Toledo. En
realidad la conciencia de vestir bien para negociar los asuntos sexuales de su
amo disminuye su reconocimiento social y lo avergüenza íntimamente:
La pena que yo tenía era verme apuntar el bozo y barbas y que sin rebozo
me daban con ello en ellas. Y como a los pajes graciosos y de privanza toca
el ser ministros de Venus y Cupido, cuanto cuidado ponía en componerme,
pulirme y aderezarme, tanto mayor lo causaba en todos para juzgarme y,
viéndome así, murmurarme.
Yo procuraba ser limpio en los vestidos y se me daba poco por tener
manchadas las costumbres, y así me ponían de lodo con sus lenguas. (505)
a los demás: ‘Que todo yo era un bulto de lodo, sin descubrírseme más de los
ojos y dientes, como a los negros, porque me sucedió el caso en lo muy
líquido de una embalsada que se hacía en medio de la calle. . . . Que así como
así se quedó el vestido mojado y entrapado en cieno’ (543). Su repulsiva
metamorfosis es tan completa que ni la oscuridad de la noche puede ampa-
rarlo pues, cuando Guzmán sale por fin de su escondite, su olor ahuyenta a la
gente y atrae a los perros que le ladran y muerden: ‘Salí encubierto, sin ser
conocido y a paso largo, huyendo de mí mismo, por la mucha suciedad y mal
olor que llevaba. Mas éste no pudo disimularse; porque por donde pasaba iba
dando señal’ (543). El lodo y la fetidez han borrado las cubiertas que disimu-
laban su vulnerabilidad y lo denuncian como monstruoso objeto de risión. La
suciedad del pícaro es lo prohibido, lo vergonzoso y lo envilecido que
amenaza el orden.
Esta suciedad debe de ser excluida para preservar el sistema pues, como
explica Mary Douglas (1966), la polución corporal representa el más amplio
modelo de la polución del cuerpo político (Purity and Danger 2–5). La enlo-
dada librea de Guzmán, en un sistema en el que la simbiosis entre sirviente-
señor se expresa en términos textiles (‘Que real y verdaderamente la muestra
del paño del amo son sus criados’ [560]), daña la imagen pública del embaja-
dor de Francia que considera el accidente una mancha personal, como le
explica al paje: ‘ninguna cosa hoy hay en el mundo más perjudicial ni más
notada que cualquier pequeña flaqueza en una persona pública. Porque, como
tengamos obligación los de mi calidad a vestirnos como queremos parecer, a
pena de parecer como nos quisiéremos vestir, hace muy grande mancha cual-
quiera muy pequeña salpicadura’ (551). También daña al criado. En la caída
en las aguas oscuras y lodosas de lo femenino Guzmán pierde la llave para
entrar en la casa de su amo: ‘metí la mano en un faltriquera para sacar la llave
y no la hallé’ (544); es decir, pierde la protección del embajador, el sustituto
paterno. El embajador está dispuesto a eliminar la parte de sí mismo que se
presenta como abyecta para poder sustentar su ilusión de grandeza y poder. A
su vez, el abandono del amo ahonda en el protagonista la herida de falta y
desamparo: ‘esta fue para mí una muy grande pesadumbre’ (545). Hay que
tener en cuenta que el señor no sólo viste al criado (lo hace sujeto) sino que
mantiene la memoria y la huella de esta relación aun cuando el sujeto parece
despegarse de ella. Guzmán experimenta durante su servicio al cardenal y al
embajador las tensas relaciones del poder con ambivalentes afectos anímicos
de sometimiento y rebeldía. De ahí que el sentimiento de liberación que siente
al dejar a sus amos nunca es total pues se acompaña por una resistencia a per-
der ataduras, por un sentirse hijo pródigo y por la necesidad de ser aceptado
en el grupo. Las estructuras permanecen y la cadenilla de oro que el embaja-
dor regala a Guzmán (‘doytela para que siempre que la veas tengas memoria
de mí’ [569]) funciona como un emblema recordatorio de los lazos jerárqui-
cos. Estos sentimientos de desamparo y desarraigo íntimo crean una gran difi-
cultad en el protagonista-narrador para auto-definirse ontológicamente. Sus
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caídas son momentos de revelación en los que la fragilidad del ser se presenta
desnuda, sin guardas ni defensas: ‘Quedé tan avergonzado, tan otro yo por
entonces, tan diferente de lo que antes era, cual si supiera de casos de honra
o si tuviera rastro della. . . . Entonces vi mi fealdad. En aquel espejo me
conocí’ (559).
Ahora bien, el reconocimiento de Guzmán de su propia fragilidad interna
ilumina también su concepción de una humanidad que comparte una corpo-
ralidad abocada a la vejez y a la muerte (554) y un cieno de fragilidades
ontológicas. Todos somos unos ‘montones de polvo’ (555). Las vestiduras y
ornamentos son aditivos de las circunstancias externas y de la voluntad propia
que lleva a construcciones artificiales del ser. Tanto el Guzmán que escribe
desde la atalaya de su presente en las galeras, como el que actúa en sus
diferentes instancias de auto-hacerse, reconocen la arbitrariedad de las cons-
trucciones del sujeto. Por eso el narrador considera la recreación de su vida
(y la de los demás) una pura invención ‘todo yo era mentira, como siempre’
(557). En otra ocasión comenta ‘todo yo era embeleco’ (682).
Guzmán está convencido que las imágenes del yo son manipulables e imi-
tables. Para el protagonista la pérdida o cambio de atuendos desestabilizan
sus anclajes identitarios. Por ejemplo, cuando Sayavedra le roba sus baúles
con los materiales suntuarios que lo han situado y construido durante el
periodo de su servicio al embajador de Francia, el despojo lo coloca en un
especie de limbo: ‘Sentí aquel golpe de mar con harto dolor, como lo sintie-
ras tú cuando te hallaras como yo, desvalijado, en tierra estraña, lejos del
favor y obligado a buscarlo de nuevo y no con mucho dinero ni más vestido
del que tenía puesto encima y dos camisas en el portamanteo’ (570–1). Del
mismo modo, cuando en Bolonia reconoce uno de sus perdidos trajes en el
ladrón Alejandro Bentivoglio, no sólo siente la pérdida económica de un
vestido valioso (‘tenía puesto un jubón mío de tela de plata y un coleto adere-
zado de ámbar, forrado en la misma tela, todo acuchillado y largueado con
una sevillanilla de plata y ocho botones de oro, con ámbar al cuello’ [604])
sino también la usurpación de algo mucho más íntimo: ‘Cuando se lo conocí
a puñaladas quisiera quitárselo del cuerpo, según sentí en el alma que pren-
das tan de la mía hubiesen pasado en ajeno poder contra mi voluntad’ (604).
El traje es el alma y el ser de Guzmán y su mayor ahínco consistirá en alcan-
zar o en recobrar la imagen deseada.
El hecho es, como Guzmán comprueba en el fracasado pleito por recupe-
rar sus ropas en Bolonia, que en una sociedad en la que los poderosos son
incapaces de vestir al desnudo y de transformar las relaciones del poder, ya
que su ropaje de superioridad se asienta en la existencia de los pobres, al
desnudo sólo le queda el recurso de su ingeniosidad y capacidad para apro-
piarse de los signos fálicos del poder patriarcal. El deseo de disfrutar de los
restringidos privilegios es común, afirma el narrador, todos ‘cuantos hoy
viven, . . . van buscando sus acrecentamientos’ (628). Para Guzmán, cada
uno en cualquier estado procura valer más y todos van a su interés. Solo los
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Johnson alude a su homosexualidad latente en este episodio (Inside 206).
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Para los vestidos de paño y seda que resgatábamos, teníamos roperos cono-
cidos a quien lo dábamos a buen precio, sin que perdiésemos blanca del
costo. Y una vez entregados, ya sabían bien que aquellos eran bienes cas-
trenses, ganados en buena guerra y que los habían de disfrazar para que
nunca fuesen conocidos, o su daño. . . . La ropa blanca tenía buena salida,
por la buena comodidad que se ofrecía las noches en el baratillo; ganábase
de comer honrosamente y de todo salíamos bien. (854)
20
Para una descripción de los trajes de galeotes y cautivos consúltese Carmen Bernis
(El traje 451–60).
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es incluso más difícil que convenza a los lectores ya precavidos de las acu-
saciones anteriores del narrador que opina que los ‘ladrones de bien’ son los
que ‘viven sustentados en su reputación, acreditados con su poder y favore-
cidos con su adulación, cuyas fuerzas rompen las horcas y para quien el
esparto no nació ni galeras fueron fabricadas, ecepto el mando en ellas’
(676). El descubrimiento de la nueva luz es sin duda el resultado de su exclu-
sión forzada de la comunidad y de la eliminación de su autonomía física, el
mayor ataque a su dignidad personal. El ostracismo equivale a la muerte
social, como expresa Axel Honneth (1992) en su ensayo sobre la teoría del
reconocimiento titulado ‘Integrity and Disrespect’ (192). La cumbre de sus
miserias coincide con su completa abyección, (‘¿Ves aquí, Guzmán, la cum-
bre del monte de las miserias, adonde te ha subido tu torpe sensualidad?’
[889]), y su conversión con la adhesión sin reservas a la ideología del orden
estamental. Su conversión incluye el congraciarse con Dios, el más alto
exponente en la escala jerárquica y el asumir su estado de subalterno sin
remedio:
21
Para el concepto de dignidad humana en relación con el reconocimiento social
consúltese el ensayo de Honneth (1992).
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1
El gran peso de los modelos literarios, así como la disensiones de ellos en El guitón
han sido cuidadosamente señalados por Manuel Criado de Val, José Miguel Oltra,
Fernando Cabo Aseguinolaza y Emilio Moratilla. Es más difícil asegurar la presencia de
El Buscón al desconocerse con seguridad las fechas de redacción y propagación de la
novelita de Quevedo, sin embargo Oltra apunta ciertas concomitancias entre las dos
autobiografías (‘Los modelos’ 73). Estas concomitancias, según Cabo Aseguinolaza,
podrían ser causadas porque ambas obras comparten el mismo espíritu paródico hacia el
Guzmán (‘El Guitón’ 385). En mi análisis uso la edición de Fernando Cabo Aseguinolaza
de donde provienen todas la citas. También, para ser consistente con esta edición, adopto
la grafía Onofre en lugar de Honofre.
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Stallybrass y Hunt, como ya hemos visto. Teniendo en cuenta este marco con-
ceptual que apunta a una interrupción entre la interioridad y la exterioridad
podemos ver que la autobiografía de Onofre Caballero muestra precisamente
una identidad desdoblada entre una conciencia que, según el protagonista,
queda oculta y separada de la imagen externa que proyecta. En la obra su con-
cepto íntimo del yo ni cambia ni se hace problemático. Se identifica con la
vergüenza del villano pobre, socialmente rechazado, cínico y sin inquietudes
morales. Al contrario, su aspecto sufre positivas transformaciones cada vez
que se apodera de las marcas simbólicas para mejorar su posición. Su deseo
de medrar a través de la alteración de las apariencias afianza uno de los ras-
gos fundamentales del personaje pícaro según han señalado José Antonio
Maravall (La literatura 1986, 554) y Cabo Aseguinolaza (ed. El guitón 261,
n. 58), y según queda demostrado en mi análisis del Lazarillo y Guzmán.
Onofre está convencido que la capa externa formada por su cara, su cuerpo
vestido y sus modales forman una barrera protectora e impenetrable que
impide a los demás asomarse a su verdadero yo. Sin embargo, en el texto la
división entre el exterior e interior del personaje no es tan neta sino que fluye
y se influye mutuamente, de forma análoga a lo que ocurre con los recipien-
tes y las sustancias que contienen, pues, según observa Claudio Guillén,
‘Hollow objects can contain hidden substances, and a puzzling, ever-changing
relationship between container and contained, as well as between the trad-
itional divided soul and body’ (Literature 306).
Al personaje de González le falta la tensión que debería plantear un indi-
viduo de clase baja que rechaza, cuestiona y altera el orden establecido. Sus
deseos de cambiar sus circunstancias parecen seguir mecánicamente un
patrón más que surgir de un dilema interiorizado, de ahí que el personaje nos
produzca la impresión de haberse construido con poca profundidad. La super-
ficialidad de su caracterización, – expresada en sus nombres, disfraces, gro-
tescas hazañas e insaciable vientre –, se refleja en numerosos signos y objetos
diseminados a lo largo de la narración que representan el vacío, lo insubstan-
cial y lo engañoso. En efecto, los torreones de su pueblo (72), el ferreruelo
que esconde desnudez (191), el portamanteo vacío (157), la bolsa sin dinero
(188), el dedal encontrado (158, 160), los zapatos desechados y hediondos
(186), la chimenea oscura (170), la habitación cerrada y vacía (172–173) y el
arca (173), son objetos materiales que tienen en común el ser huecos o super-
fluos. Todos ellos reflejan el carácter vacuo y poco elaborado del propio
Guitón.
Onofre plantea desde el principio de su narración la incapacidad de ofrecer
un sentido unificado de su persona. Tampoco ofrece metas que informen su
vida, como se puede vislumbrar en sus palabras: ‘el lugar que yo he alcan-
zado tiene tan poco de alto que antes creo llegué a él por calamidad mía que
por la ajena’ (72). El narrador afirma que su vida no está determinada por sus
orígenes y que el contarla desde el principio no lleva necesariamente a enten-
der su personalidad ‘porque yo soy tal, que quien más adelgazare mi origen
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2
Cabo Aseguinolaza observa que parte de la intención autorial en la novela es la sátira
antivillanesca: ‘Honofre es un campesino y, por ello, se ve descalificado tanto en sus
pretensiones de promoción social como en su actividad de narrador;’ de ahí su extraña
postura defensiva (‘El Guitón’ 383). Sobre la negativa perspectiva urbana y aristocrática
del villano y sobre las barreras para su ascenso social véase el estudio de Noël Salomon,
Lo villano en el teatro del Siglo de Oro (56–60; 654–60).
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Para Onofre queda evidente que el sustentar las apariencias equivale a ser
algo, porque los marginados no cuentan, y que la pérdida del vestido encu-
bridor equivale a una muerte social.
El concepto de oquedad define el tipo de personaje de esta narración per-
sonal. El ‘ferreruelo’ plantea la idea de un contenedor vacío que se refuerza
en otros motivos en la obra. Por ejemplo, en el capítulo diez, el guitón pro-
cura robar gallinas de un convento de teatinos. Descubierto por un fraile es
encerrado en una habitación sin salida en espera de la justicia. Para evitarla,
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Onofre se esconde en una chimenea donde permanece por dos días. El inte-
rior de la chimenea es oscuro y lleno de tizne y humo hasta tal punto que
cuando un fraile buscando al ladrón se asoma a ella no ve al escondido. Esa
chimenea hueca no deja percibir nada en su espacio interior de la misma
manera que la capa del guitón oculta su interioridad. Y es que lo sucio y los
desechos de la sociedad ni sirven ni se ven. Sin embargo, a pesar de la nega-
ción de la existencia de los marginados éstos, como Onofre en la chimenea,
permanecen presentes aunque no visibles, y actúan socavando el orden social,
aquí representado por la comunidad de los teatinos pues, a última hora, el pro-
tagonista acaba escapando el control de la institución y hurtando sus gallinas.
De forma muy similar a la ideología del Guzmán, para el guitón el mante-
ner la imagen externa es también fundamental para sustentar su honra, ‘por-
que ésta es la sangre de la vida humana. Mientras ésta vive, el hombre vive.
Si muere, mayor muerte es vivir que morir’ (196). La tragedia del pícaro con-
siste en darse cuenta de la invalidez del puesto social que recibe al nacer. Se
entiende la razón por la que abogue a toda costa salirse de él e incorporarse
en la comunidad de una forma más provechosa a través de representaciones
conformadoras que ahogan y niegan el concepto del ser íntimo. Por eso el
narrador aconseja a todos hacer como él, ‘hurtar el cuerpo del juicio del
vulgo’ (196).
Convencido de la invalidez de contentarse con su asignada condición el
protagonista se ve impulsado a conseguir la honra social de manera ilegal, lo
que aumenta paradójicamente su degradación moral. Onofre mejora el arte de
la usurpación a través de una astuta estafa en la que explota a la mayoría de
oficiales y mercaderes de la corte y se hace fulminantemente rico: ‘Víneme a
hacer rico en menos de un mes, porque tuve para alquilar aposento, comprar
vestidos y recibir escribientes’ (198). El dinero así ganado se traslada inme-
diatamente en ostentación pues, cuando se viste de gala, el narrador asegura:
‘quien me viera me juzgara por hijo de Almirante, con mucha espada dorada,
mucha calza de obra, cadena de oro y trencillo a lo de Cristo es de Dios’ (199).
La abundancia le hace desear alturas mayores, ya que ahora no sólo piensa en
casarse ricamente y perpetuar su nombre, sino también en ‘fundar mayoraz-
gos y andar en coche con barahúnda de pajes, máquinas de lacayos y abun-
dancia de escuderos’ (200). Aún más, su ambición y su fantasía de gloria le
lleva a cometer un hurto de alta escala en el que alterando una provisión real
intenta apropiarse de los impuestos del estado: ‘cobrar la renta de los Millones
de un año de Castilla la Vieja’ (201), y a pensar seriamente en su inclusión en
la nobleza: ‘Yo me vendía por Guzmán o Pimentel según mi pensamiento’
(201). Sin embargo, tan rápido como su ascenso es su caída, pues el estafador
es descubierto, encarcelado y sentenciado a muerte de la que a duras penas se
salva por cohecho.
Aunque la caída del guitón no parece tener el tremendo impacto que tienen
los fracasos de Guzmán y de Pablos es, obviamente, un castigo del autor por sus
atrevimientos. En efecto, Cabo Aseguinolaza señala que la novela de Gregorio
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Diéronme una caja con hilo negro y hilo blanco, seda, cordel y aguja,
dedal, paño, lienzo, raso y otros retacillos, y un cuchillo; pusiéronme
una espuela en la pretina, yesca y eslabón en una bolsa de cuero,
diciendo:
–Con esta caja puede ir por todo el mundo sin haber menester amigos
ni deudos; en ésta se encierra todo nuestro remedio
(La vida del Buscón)
1
En mi análisis uso su edición de La vida del Buscón de la que cito siempre. Sobre las
fechas de la redacción y de posteriores reelaboraciones de la obra consúltense Alfonso Rey,
‘Más sobre la fecha del Buscón’ y Gonzalo Díaz Migoyo, ‘Las fechas del Buscón.’
2
Para Edwin Williamson este conflicto explica las contradicciones y ambivalencias del
libro (59). Por otro lado Paul J. Smith añade que estas contradicciones y paradojas se
explicarían también porque Quevedo escoge una forma, la autobiográfica, que no le
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funciona para su práctica socio-ideológica: ‘The hidden contradiction of the Buscón is that
the literary practice it employs fails to coincide with the social practice it claims none the
less to represent’ (‘The Rethoric’ 1987, 105; Writing 1988, 115). La disparidad entre
Quevedo y Pablos no impide sin embargo, como demuestra Roger Moore (1994) en su
artículo ‘Autobiography,’ que haya numerosas referencias de la vida y la experiencia del
autor en la seudo-autobiografía.
3
Numerosos críticos de La vida del Buscón han señalado que las manipulaciones del
autor debido a su ideología conservadora son las causantes principales del fracaso de
Pablos. Véanse por ejemplo, Cavillac, ‘Para una relectura’ 408; Cros, Ideología 1980, 78,
81; Maravall, La literatura 384 y ‘La aspiración’ 618; Molho, ‘Cinco’ 99; Rico, La novela
1973, 128; Vilanova, ‘Quevedo’ 141, 145 e Ynduráin, El Buscón 1996, 44. Díaz Migoyo
explica la incongruencia de la perspectiva del narrador como un último engaño en una
cadena, ya que el viejo Pablos siente la misma vergüenza de siempre y ‘quiere, ahora como
entonces, hacerse pasar por lo que no es; pero ahora que ya no puede dejar de ser lo que es,
quiere hacerlo a base, justamente, de exponer de modo aparentemente desvergonzado – sin
vergüenza (aparente) – la naturaleza de esa pasada vergüenza’ (Estructura 1978, 171–2).
P. J. Smith (Quevedo 1991), Arellano (2000), así como Jauralde Pou (2001),Vaíllo (1995) y
Cabo Aseguinolaza (1993) en sus respectivas ediciones resumen el aparato crítico sobre La
vida del Buscón.
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4
Alfonso Rey (2003) en la ‘Presentación’ del libro Estudios sobre el Buscón llama la
atención sobre este documento (13). La carta se puede leer en el Epistolario de Quevedo
publicado por Astrana Marín y en la edición de las Obras Completas de Quevedo de
Felicidad Buendía (vol. 2 Obras verso 961–962).
5
Sobre las pragmáticas emitidas a principios del siglo XVII en España y sus frecuentes
revisiones véase arriba Sección I, 2, 21–23.
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designate rank, the laws provoked an intense interest in fashion and a desire
to transgress the codes, both in a process of prestigious imitation and as an act
of rebellion’ (205).6 En España el problema de la moda lo constatan escrito-
res contemporáneos como Fernández Navarrete que se queja de las noveda-
des y de los cambios de costumbres: ‘Aunque el daño de hacerse costosos
vestidos es tan grande como se ha dicho, es mayor el de la mutabilidad de los
usos, no habiendo en los españoles traje fijo, que dure un año’ (Conservación
520). Los comentarios de visitantes extranjeros a España en la época corro-
boran la preocupación de la apariencia en conexión con la aspiración social.
Por ejemplo, Barthelemy Joly testimonia que ‘El español es de tal modo dado
a lo exterior, que padecerá todo lo que sea preciso en privado y en secreto con
tal de que no sea excluido del visible fasto que señala su atavío . . . lle-
van . . . todo encima en cuanto a adornos visibles de sus personas, en lo que
ponen su principal objeto en este mundo’ (citado por Díez Borque 1990, 42).
El mismo visitante, refiriéndose a los escuderos, describe el problema que
estamos estudiando: su apetencia de pertenecer al estatus más favorecido y las
técnicas de imitación para lograrlo (45).7
En la obra de Quevedo se proyectan también los viejos tópicos literarios
conectados con una tradición ético-religiosa que condena el afán de engala-
narse, así como los postulados de Erasmo que critican la valoración de las
apariencias sobre otros conceptos de honra individual (Rodríguez Cacho 193,
196–7). De hecho, Antonio Vilanova (1982) encuentra marcados paralelismos
entre La vida del Buscón y el coloquio erasmiano Ementita nobilitas. Así lo
explica el crítico: ‘la idea de que el mejor medio de que dispone un plebeyo
ambicioso y sin fortuna para medrar y ascender socialmente, es trasladarse a
un lugar donde no le conozcan, asumir un nombre supuesto y una falsa iden-
tidad, usurpar la indumentaria y los modales de la clase social elevada, y,
valiéndose de un disfraz, hacerse pasar por un caballero, aparece por vez pri-
mera en el coloquio erasmiano Ementita nobilitas’ (153). De forma semejante
a la doctrina cristiana se representa la estoica en La vida del Buscón en el
axioma de la afirmación de Pablos al final de la obra: ‘nunca mejora su estado
quien muda solamente de lugar, y no de vida y costumbres’ (226). Según Anth-
ony Zahareas esta aserción moral recuerda la recomendación senequista de
valorar los cambios internos sobre los externos y es fundamental para expli-
car La vida del Buscón (‘The Historical’ 1984, 433). De todas formas, lo que
más parece irritar a los conservadores en la época es el hecho de que la moda
o cambios excedan al ‘orden natural establecido por Dios’ (Rodríguez Cacho
198) y, dentro de este orden, se incluye la desigualdad estamental, es decir, la
6
Sobre las leyes suntuarias en Europa consúltense Daniel Roche (The Culture 1994,
49–50) y el estudio de Alan Hunt (1996).
7
Sobre la ostentación usurpadora de vestidos y adornos véase también Maravall que
ofrece otros testimonios contemporáneos (La literatura 551–60).
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idea de que cada persona tiene un lugar asignado en la sociedad con el que
debe conformarse. En conclusión, la obra de Quevedo refleja a través del
discurso de la ropa los argumentos morales que condenan la estimación del
aspecto externo junto a los cambios económicos. También rechaza el remedo
del vulgo que crea inestabilidad en el orden tradicional y supone un peligro
para los estamentos superiores.
Teniendo en cuenta estos argumentos se puede aclarar el uso de las vesti-
mentas en La vida del Buscón en relación con el deseo de medra del prota-
gonista. El tema abunda a lo largo de la narración, pero predomina con
especial intensidad en los capítulos quinto y sexto del Libro Segundo, y en los
primeros cuatro del Libro Tercero, cuando Pablos encuentra a don Toribio
Rodríguez Vallejo Gómez de Ampuero y decide seriamente llevar a cabo sus
planes de hacerse caballero. En el Libro Primero, Pablos expone sus bajos
orígenes por nacer en una familia conversa y criminal. En la descripción de
sus padres hay que notar ya el uso de un vocabulario que en su sentido literal
está conectado con actividades que envuelven tejidos. Así, afirma que es hijo
de un barbero ‘tundidor de mejillas y sastre de barbas’ (55) y de una madre
mal vestida, pobre, no cristiana, vieja y medio bruja, ‘que vivía de adornar
hombres y era remendona de cuerpos,’ ‘zurcidora de gustos’ y ‘tejedora de
carnes’ (58, mis cursivas). A pesar de que Pablos decide no seguir el oficio de
sus padres por haber siempre ‘pensamientos de caballero desde chiquito’ (58),
sin embargo, no se puede despojar de la mancha de vileza ni de las enseñan-
zas que hereda. Si sus progenitores en busca de beneficio manipulan otros
cuerpos como si fueran telas, Pablos lo hará del suyo propio para otro tanto,
especialmente a través de la ropa y de los cambios de identidad.
La aspiración del pícaro de subir de categoría social tiene una trayectoria
en la novela que alcanza el punto culminante cuando, con el nombre de don
Filipe Tristán, intenta seducir a doña Ana en el capítulo siete del Libro
tercero.8 De muchacho, mientras vive como estudiante-criado en Segovia y
después en Alcalá de Henares al servicio de don Diego Coronel, mantiene su
identidad familiar, pues todos lo conocen y aún es muy joven para movilizarse
independientemente. Segovia y Alcalá de Henares formarían, como indica
Philippe Berger (1974), un mundo cerrado para el protagonista: ‘Cela ne
l’empêche pas d’occuper une place stable de serviteur, mais son existence est
ici toute tracée’ (7). El traje que adopta mientras tanto es el traje talar, de
origen eclesiástico, típico de estudiantes y de hombres de letras, que consiste
en ‘sotana y manteo’ (88). De ahí el que Alonso Ramplón, su tío paterno, lo
presente como ‘maeso en Alcalá’ (135) y un corchete amigo de Ramplón lo
confunda con un sacerdote. El sayón largo y oscuro es un símbolo que repre-
senta la profesión de un grupo social que tiende, como indica Lalinde, a
8
‘Trayectoria’ es la palabra preferida por Cabo Aseguinolaza frente a ‘evolución’ que
implica un desarrollo psicológico del personaje (Prólogo 36).
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9
Sobre los orígenes conversos de don Diego Coronel véanse los artículos de Johnson
(‘El Buscón’ 1978) y de Redondo (‘Del personaje’ 1977). Ettinghausen a su vez resalta La
vida del Buscón como la novela de un converso (‘Quevedo’). Por otro lado el asunto de la
afinidad étnica y la disparidad económica entre don Pablos/don Diego lo trata Molho en ‘El
pícaro de nuevo’ (1985, 215–17) y en ‘Cinco lecciones’ (1977, 113–14).
10
Cabo Aseguinolaza aclara en la nota 50 de la misma página que ‘órgano en cajas de
lata para papeles’ se refiere a “los tubos de metal donde los soldados llevaban las fes (o fees)
– informes, certificaciones – de sus servicios de armas,” y que constituían uno de los
elementos más característicos de la apariencia del soldado pretendiente.’
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reducidos a un sólo atributo que los caracteriza: ‘el rosariazo del ermitaño’ y
‘la espada del soldado’ (127, mis cursivas). Objetos que se convierten en
emblemas vacíos pues han perdido el equivalente entre significante y signifi-
cado debido al engaño de ambos, evidente para el lector y para el protago-
nista, ya que Pablos, experto en trazas, descubre en seguida la artimaña del
soldado y, poco después, una vez burlado, la del ermitaño. Por último, es
importante notar que aquí, como más adelante en la narración, los cambios de
identidad raramente ayudan a los personajes a pasar por otros.
Después de esta experiencia no es de extrañar que el protagonista pruebe
por primera vez una suplantación de categoría al llegar a Segovia. En Alcalá
Pablos se había disfrazado dos veces, una como tullido con su capa liada a la
pierna y otra de enfermo moribundo, pero lo hizo como reacción espontánea
y breve para escapar el castigo debido a sus travesuras. Pero en Segovia
Pablos cree que, gracias al cambio físico operado en él al hacerse más adulto
y al hecho de ir ‘bien vestido’ (131) con su manteo cubridor, puede pasar por
‘un gran caballero’ (132). Así se lo declara a un hombre que observa la comi-
tiva de desnudos procesados que acompaña su tío verdugo Alonso Ramplón.
La fantasía se rompe pronto cuando el tío lo reconoce y lo abraza pública-
mente llenando al sobrino de una profunda vergüenza que se aumenta con la
grosera cena en su casa. Como consecuencia, Pablos renuncia visceralmente
de sus orígenes familiares, es decir rechaza su infame puesto social recibido
por herencia, aunque al mismo tiempo, por herencia, obtiene también la única
posibilidad de salir de él. De hecho, los trescientos ducados que le deja su
padre le ofrecen un reducido poder de adquisición que le permitirá más tarde
moldear de una forma más efectiva su apariencia. Es precisamente este acto
de separación de su clase el que, de acuerdo con McCracken, suele preceder
el acto de la imitación (‘The Trickle-Down’ 47). Así, estos incidentes en Sego-
via lo fuerzan a marchar a la corte, donde nadie lo conoce, con el propósito
de ‘colgar los hábitos en llegando y de sacar vestidos nuevos cortos al uso’
(140). Es decir, planea mejorar su fortuna en un lugar nuevo usando de su
ingenio, ya demostrado en Alcalá, pero sobre todo, a través de la manipula-
ción externa de su aspecto para lograr las ventajas simbólicas de alguien más
en consonancia con la moda de la corte y con sus aspiraciones.
Aunque el dinero va a ser fundamental para llevar a cabo sus planes, otra
circunstancia ayuda al pícaro a idear su mayor traza: su relación con don
Toribio al que conoce camino a Madrid. Es a partir de su encuentro con el
caballero que el enfoque en las ropas y en las apariencias se intensifica en los
que van a constituir los episodios centrales del libro, cuando Pablos ensaya
diferentes cambios de identidad que le conducen al intento de su introducción
a la hidalguía. La idea, que culminaría sus antiguos deseos de honor, va apa-
reciendo posible al hablar con el paupérrimo hidalgo don Toribio con cuyos
avisos, afirma Pablos, ‘abrí los ojos a muchas cosas’ (149). Efectivamente,
don Toribio le presenta la corte como el paraíso de los sin linaje, donde los
hidalgos caídos en desgracia y otros allegados pueden mantenerse si usan bien
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Madrid era una gran concentración urbana y centro de atracción de multitud de
personas que buscaban mejorar su vida. El corazón vital de la aglomeración lo constituía el
rey y la elite que le rodeaba, la cual, gracias a las ostentaciones públicas del poder, sentaba
las normas y provocaba también la emulación. Véase Maravall (La literatura 554).
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The new bodily canon, in all its historic variations and different genres,
presents an entirely finished, completed, strictly limited body, which is
shown from the outside as something individual. That which protrudes,
bulges, sprouts, or branches off (when a body transgresses its limits and a
new one begins) is eliminated, hidden, or moderated. All orifices of the
body are closed. The basis of the image is the individual, strictly limited
mass, the impenetrable façade. The opaque surface and the body’s ‘valleys’
acquire an essential meaning as the border of a closed individuality that
does not merge with other bodies and with the world. All attributes of the
unfinished world are carefully removed, as well as all the signs of its inner
life. (320)
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de tanta gravedad, que obra y se mueve con el aire de una estatua animada.
Los que se le han aproximado aseguran que cuando le han hablado jamás le
han visto cambiar de asiento ni de postura; que les recibía, les escuchaba y les
respondía con una misma cara, no moviéndose en todo su cuerpo más que los
labios y la lengua’ (Díez Borque 153).
Además de la separación social que se consigue en la obra a través de la
ropa, existe otra connotación de tipo moral. Según Carl Flügel, ciertas vesti-
duras hechas con materiales gruesos, de estructuras sólidas y colores oscuros
tienen un simbolismo ético. Dan la impresión de seriedad de carácter y dedi-
cación (The Psychology 75). El cubrir completamente el cuerpo (fuente de
pasiones malignas) ofrece una dimensión ascética. La protección física de las
telas gruesas (como las viejas armaduras) se extiende inconscientemente a la
esfera moral. El apoyo y la presión de las prendas ajustadas puede simbolizar
un firme control sobre uno mismo mientras que las sueltas y desgarbadas se
asocian con una vida disoluta e inmoral. Aun más, estas vestiduras serias y
tiesas se conectan con la masculinidad y el poder: ‘Both stiffness and tight-
ness, are, however, liable to be over-determined by phallic symbolism. The
stiff collar, for example, which is the sign of duty, is also the symbol of the
erect phallus, and in general those male garments that are most associated
with seriousness and correctness are also the most saturated with a subtle
phallicism’ (The Psychology 76–7).
En La vida del Buscón la desnudez y los harapos de los caballeros hebenes
representan su laxitud moral y su impotencia. Los expuestos cuerpos inno-
bles, indisciplinados, magullados y sucios de Pablos y sus amigos asoman
rebeldes por los rotos de su deslucido ropaje y muestran un interior no armó-
nico lleno de pasiones y vicios. Son cuerpos quebrantados que se intentan
cubrir con retazos. Si el cuerpo vestido debe corresponder con el puesto que
toca a cada individuo en la sociedad, al roto y deslucido le pertenece el último
estrato. Como consecuencia, las aspiraciones de los personajes al imitar el
aspecto del rango privilegiado representan no sólo una trasgresión social
ilegal y engañosa, sino también un acto inmoral y agresivo que rompe la
armonía del universo basada en la desigualdad estamental. Aún peor, son una
empresa inútil e imposible pues, según la catadura que ofrecen, no pueden
tener éxito. Por ejemplo, cuando varios mendigos y estudiante pobres descu-
bren y acusan a don Toribio de un acto inmoral, – el pedir porción doble en
la sopa de San Jerónimo –, la figura que describen se corresponde con su inno-
ble comportamiento más que con la apariencia de un hidalgo: ‘¡Miren el todo
trapos, como muñeca de niños, . . . con más agujeros que una flauta y más
remiendos que una pía y más manchas que un jaspe y más puntos que un libro
de música!’ (167). El supuesto noble luce como un harapiento más entre el
grupo de pobres.
De la misma forma que en La vida del Buscón los cuerpos aparecen inno-
bles, con sangre manchada y corrupta como la de Pablos, y como restos y
sobras de la sociedad, las ropas están igualmente devaluadas de su valor
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original, pues ya tienen una larga historia de uso y formas.12 Don Toribio ase-
gura que ‘no hay cosa en todos nuestros cuerpos que no haya sido otra cosa
y no tenga historia’ (147). Puesto que lo que visten se equipara con el cuerpo,
las ropas se personalizan, por eso los trozos que se usan para remendarlas
remedian y curan tanto al vestido como al cuerpo. Así, los retazos sirven ‘para
acomodar jubones incurables, ropillas tísicas, y con dolor de costado de los
caballeros’ (153, mis cursivas). A través de esta curiosa metamorfosis las
ropas adquieren las enfermedades de los cansados cuerpos y, en consecuen-
cia, al mismo tiempo que se remiendan y se tapan los agujeros de sus vesti-
dos los destituidos caballeros aspiran a sanar su dolencia social. De hecho, la
ausencia total de vestidura se identifica con una grave enfermedad que aísla
totalmente al personaje de la comunidad. Cuando esto ocurre, la solución es
guardar cama hasta que se pueda reparar, como hace don Lorenzo Íñiguez del
Pedroso ‘que por falta de harapos se estaba, quince días había, en la cama, de
mal de zaragüelles’ (153). Los pedazos de viejas telas son materiales que
remedian y honran a la comunidad.
Ya que la vestimenta, símbolo de honor y prestigio, cobra más importancia
que el cuerpo, pues a última hora es la que les da vida social, el cuerpo, como
resultado, debe adaptarse a ella. Es por eso que Magazo, uno de los cofrades,
aparenta ser soldado y tullido para acomodarse a las piezas de que dispone:
‘traía valona por no tener cuello, y unos frascos por no tener capa, y una
muleta con una pierna liada en trapajos y pellejos por no tener más de una
calza’ (154).13 Cuando Pablos, después de una especie de rito de iniciación,
viste el traje que los cofrades le fabrican de su viejo hábito estudiantil, al uso
de la corte, obtiene una apariencia similar a la de sus compañeros. Acontece
que, al tener el cuello abierto, por roto, recibe el consejo de que, en presencia
de otros, se mueva en diferentes ángulos ‘como la flor del sol con el sol’ (158)
para mostrar siempre el lado correcto del cuello. La nueva indumentaria pre-
senta un cuerpo de apariencia mezclada, impuro, como su linaje. El lado acep-
table es incompleto y requiere un esfuerzo grandioso, y a última hora ineficaz,
de parte del buscón que debe estar siempre alerta y esconder la miseria y los
agujeros en su intento de adaptarse a la norma del grupo que aspira imitar.
12
Con referencia a estos fragmentos de tela vieja Georges Güntert (1980) comenta que
en la obra ‘a la inútil tentativa de dar forma a una materia regastada se opone la
transformación auténtica llevada a cabo a nivel del texto’ (24).
13
El área semántica que apunta la desintegración del cuerpo y de las ropas es profusa
en el capítulo último del Libro II y en el primero del Libro III. Paul J. Smith afirma que
estas imágenes reflejan el estilo fragmentado de la novela: ‘The would-be noblemen
stitching together their shreds of cloth might be seen as analogues of Quevedo himself as
textual tailor, sewing together the literary fragments he has poached from
elsewhere . . . The world “text” itself derives from the Latin “tegere”, “to weave” ’
(Quevedo 34). Pero esas imágenes también arrancan de la tradición burlesca carnavalesca
que apunta Bakhtin.
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14
En relación con las leyes inglesas que facilitaban la práctica de marcar a los
vagabundos y pícaros Hunt (1996) comenta que: ‘Branding was not simply a coercive
means of imposing recognizability; it was also about an old and pervasive conception of the
legibility of character. It was widely held that the nature and character of individuals could
be read from physical characteristics and in particular from physiognomy . . . branding
provided a ready means of conveying this information to others’ (131). Consúltese también
Squicciriano El vestido habla 1998, 56.
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1
Sobre la incoherencia y falta de perspectiva del personaje véase Francisco Rico (La
novela picaresca 119). Consúltense además Peter Dunn (Spanish Picaresque 1993,
234–9); Edward Friedman (‘Man’s Space’ 1985, 116); José Miguel Oltra (La parodia
1985, 165–78) y Antonio Rey Hazas (‘La compleja’ 1983, 90–1). En relación con los
elementos estilísticos y estructurales del texto son importantes los trabajos de Bruno
Damiani, ‘Aspectos estilísticos’ y ‘Aspectos barrocos;’ Joseph Jones, ‘Hieroglyphics’ 1975
y Paloma López de Tamargo, ‘Cuadro’ 1986.
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que amenaza solicitar o destruir su propio deseo: ‘As a metaphor for desire,
the basilisk is an equivocal figure: it poisons, as Pliny notes, both by the power
of its gaze and by attacking the gaze of its victim’ (1977, 207). De una forma
similar, en su confrontación con los hombres, el cuerpo sexuado de la heroína
asume un papel agresivo, ya que lo muestra como un anzuelo para atraer a sus
víctimas masculinas a las que, devolviéndoles su mirada, burla, ridiculiza y
castra. Su cuerpo engalanado es también un lugar de auto placer. La joven
coloca su persona y vestidos al servicio de sus propios deseos de medra y, al
reducir a los oponentes masculinos a meros fantoches con intereses económi-
cos y sexuales, transpone al otro sexo el valor tradicionalmente asignado al
cuerpo de una prostituta, violando así la norma.2
La protagonista afirma su propio placer y consigue un relativo poder sobre
los hombres a través de la ostentación de su cuerpo vestido. Freud, en su
ensayo ‘Instincts and Their Vicissitudes’ (1964) explica que el voyerismo y el
exhibicionismo comparten una misma finalidad libidinosa pues ambos impul-
sos son una transformación activa o pasiva del instinto primario auto-erótico
de mirarse a sí mismo: ‘The only correct statement to make about the scopo-
philic instinct would be that all the stages of its development, its auto-erotic,
preliminary stage as well as its final active or passive form, co-exist alongside
one another’ (130). La indumentaria se conecta con estas actividades libidino-
sas en el sentido de que, según afirma Flügel, la función original de la ropa es
despertar el interés sexual y simbolizar los órganos genitales (The Psychology
26). Por otro lado Alan Hunt señala que en la ropa se desplazan las ansiedades
de las relaciones genéricas de cada momento, sexo, familia y autoridad (Gover-
nance 215). El hecho es que las mujeres, al estar despojadas del poder econó-
mico y político, necesitan crearse su estatus social y su identidad genérica a
través de la visibilidad. En fin, el aspecto externo de la mujer ha sido un lugar
lleno de tensiones entre el exhibicionismo sexual y la modestia (Flügel, The
Psychology 20), entre la ostentación del consumo lujoso y la regulación social
y moralizante de tal consumo (Hunt, Governance 220–1) y entre la aceptación
de las normas prescritas del género y la resistencia o subversión a las reglas.
En este periodo histórico en el que nuevos tipos de relaciones sociales convi-
ven con instituciones jerárquicas tradicionales se acepta la muestra pública de
la riqueza en la clase pudiente, necesaria para consolidar su estatus social,
mientras que la ostentación de la indumentaria de las mujeres se relaciona fre-
cuentemente con la insustancialidad y carácter engañoso del género femenino.
No obstante, Hunt apunta que las mujeres han usado tradicionalmente la ropa
en una compleja combinación de conformidad y trasgresión, como medio de
expresión personal y también de resistencia: ‘given the denial of access to other
2
La etimología latina de la voz prostituta, de prostiuere, ‘exponer en público’
(Corominas, Breve diccionario 1973, 479), sugiere precisamente el principal rasgo
constitutivo de Justina, el de exponer su cuerpo a la mirada pública.
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Llevaba un rosario de coral muy gordo, . . . Mis cuerpos bajos, que servían
de balcón a una camisa de pechos, labrada de negra montería, bien ladrada y
mal corrida. Cinta de talle, que parecía visiblemente de plata. Una saya
colorada con que parecía cualque pimiento de Indias o cualque ánima de car-
denal. Un brial de color turquí sobre el cual caían a plomo, borlas, cuentas y
sartas, con que iba yo más lominhiesta y lozana que acémila de duque con sus
borlas y apatusco. Un zapato colorado, no alpargatado, que en mis tiempos
no se nos entraba a las mozas tanto aire por los pies. Mis calzas de Villacastín,
algo desavenidas con la saya, porque ella se subía a mayores. (162)3
Las prendas del vestuario de Justina son ciertamente las corrientes en una
aldeana: cuerpos bajos, camisa de pechos, saya colorada y corta (Bernis, El
traje 381–92). Ahora bien, es un traje de cierto lujo por incluir un brial, o un
vestido de una sola pieza abierto por delante de la cintura para abajo para
enseñar la falda interior, con abundantes guarniciones (cinta que parecía de
plata, borlas, cuentas, sartas).4 En una época en la que impera el negro y las
líneas austeras en la corte española, que enfatizan la gravitas del estamento
superior, el colorido estridente de la ropa de Justina subraya su baja condición
y sugiere su falta de escrúpulos morales. De hecho tradicionalmente en la
cultura occidental la gente que responde al color más que a la línea se ha
considerado menos respetuosa, más instintiva y primitiva.5 Es obvio que su
descotada camisa, el color rojo del gran rosario, de su saya y de sus zapatos,
los profusos ornamentos y las expuestas partes del cuerpo forman un conjunto
3
Todas las citas del texto provienen de la edición de Bruno Damiani.
4
El brial según Covarrubias es una palabra anticuada a principios del XVII. Para esta
pieza del vestuario de Justina consúltense el diccionario de la RAE de 1726 y Dalmau y
Soler, Historia del traje 1947, vol. 2, 221, 283.
5
Me baso en los comentarios de Leonard Shlain en Art and Physics: Parallel Visions
in Space, Time, and Light (New York: William Morrow, 1991, 171) citado por Charles
Riley en Color Codes 1995, 6.
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6
Bergler interpreta los intercambios de miradas envidiosas entre mujeres como una
agresión inconsciente hacia la autoridad de la madre (Fashion 110).
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7
Sobre el tema de la escisión femenina consúltese también Felicity Edholm 1992,
154–7.
8
Sobre el misoginismo de la obra y la prostitución de Justina consúltense Rey Hazas,
‘La compleja’ y Anne Cruz, ‘Sexual Enclosure’ 149–152.
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9
Claude Allaigre y Rene Cotrait (1979), así como Nina Cox Davis (1996) apuntan esta
técnica de deshumanización y animalización del hombre en su análisis del fisgón, figura
que aparece en el Libro Primero, Capítulo Primero y que introduce el tema de la lucha de
sexos en la obra.
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autores de una moda y un gusto en la época por tal tipo de prosa (‘Aspectos
estilísticos’ 129):10
10
No queda duda que López de Úbeda conocía personalmente a Quevedo, siendo
ambos miembros de la corte en Valladolid. Marcel Bataillon señala que la figura de
Perlícaro al comienzo de La Pícara Justina es una caricatura de Francisco de Quevedo
(Pícaros y picaresca 32–4).
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11
El Diccionario de la Real Academia Española de 1817 define el término ojimel como
una ‘composición que se hace de miel y vinagre.’ A mi parecer, en el contexto de la
explicación que da Justina, el apodo se relaciona con la función de mirón del fullero.
12
Según Bataillon esta mascarada a lo ‘pícaro’ se inserta en una obra que ya es de por
sí una compleja ‘ficción-mascarada’ y refleja la costumbre en esta época de usar disfraces
de tipos de baja clase social en saraos y fiestas de la corte (Pícaros 156). Sobre el motivo
del disfraz en la obra consúltese el artículo de Damiani ‘Disfraz en La pícara Justina.’
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13
Sobre el tema de la vanidad femenina consúltense J. Berger (Ways 51) y el artículo
de Felicity Edholm, ‘Beyond the Mirror’ 1992.
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anatomista que busca ojear y estudiar su propio cuerpo, muestra una intensa
fascinación por sí misma pero al mismo tiempo esta escena subraya el límite
del conocimiento propio y de su independencia. Aunque parece darle la
espalda al control masculino, mantiene la sombra de su penetrante mirada que
sexualiza su construcción. También subraya la estrategia del velarse, aquí
concretizada en los cedazos que se interponen a la visión del otro y en su
maquillaje.
La escena representa figurativamente las actividades sexuales entre el
vecino tabernero y Justina, ya que hay una evidente relación entre vista–agu-
jero con la penetración sexual. Si se piensa que la mirada de los ojos del
vecino se comparan con esmeriles, piezas de artillería pequeña, es decir con
tiros penetrantes y agresivos, como eyaculaciones, y que la apertura de la
pared de su cuarto son una indudable figuración vaginal queda claro el
metafórico acto de la copulación. Aunque Justina coloca cedazos en los agu-
jeros, literalmente telas para filtrar polvos, en un intento de tamizar el pro-
yectil de la mirada fálica, aun no puede evitar el movimiento viril de la
penetración ya que el tabernero ‘cernía mucho por verme’ (220). Cerner sig-
nifica separar una materia reducida a polvo de sus impurezas, observar, llover
menudo y andar con afectación moviendo el cuerpo a uno y otro lado. Todas
esas acciones se pueden conectar sin dificultad con la actividad masculina de
fisgonear, o de penetrar e imponerse a la mujer, tan importante en el discurso
de La pícara Justina.
El episodio además resalta que el locus del placer para Justina se encuen-
tra en ella misma. Por eso la vemos a menudo mirándose reflejada en los
ojos–espejo de los demás. Simone de Beauvoir conecta esta actitud con la
falta de autonomía y objetivación de las mujeres en el sistema patriarcal (The
Second Sex 1974, 699–712). Mientras se maquilla y se viste, Justina, ensi-
mismada ante el espejo, se enfrasca en la construcción de una verdadera mas-
carada que busca la aprobación del otro. Este impulso creativo nos lleva
últimamente a considerar la problemática central de la escritura autobiográ-
fica. Ann Hollander comenta que el reflejo de nosotros mismos que nos
devuelve el espejo es siempre distorsionado y que tanto los autorretratos como
la meditación autobiográfica obedecen más a un impulso creativo y ‘self-
congratulatory’ (392) ya que en estos actos creativos ‘to learn the truth is
somehow secondary to creating a truth’ (393). Así pues, el resultado de la
acción de Justina pintándose ante el espejo ejemplifica la incapacidad del
conocimiento propio y muestra las coberturas que siempre se ofrecen a los
demás. Tanto el vecino escondido, los otros personajes masculinos y, por
supuesto, nosotros mismos como lectores, intentamos asir su historia y su
cuerpo, que sólo nos deja ver parcialmente, mientras que engalana de colores
y adornos el discurso de su auto-construcción. La escena podría explicarse
también a otro nivel: ¿no es ésta la misma treta del autor vistiéndose de Jus-
tina en un acto de travestismo donde a nosotros, lectores voyeristas, nos deja
tenuemente vislumbrar su transformación? La misma narradora corrobora
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14
La problemática de la visión y de la mujer velada en el cine la estudia Mary Ann
Doane (1989) en su ensayo ‘Veiling over Desire.’
15
Sobre la identificación entre el autor varón y la protagonista véase también Luz
Rodríguez (‘Aspectos’ 1979–1980, 172) y el artículo de Friedman (‘Man’s Space’ 1985)
16
La función transgresiva de Justina la han señalado además de Krebs (243–4), Rey
Hazas (‘Precisiones’ 182), Marcia Welles (‘The pícara’ 1989, 66) y Nina Cox Davis (154).
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17
Por ejemplo, en la iglesia hace reverencias vacías, para seguir la norma: ‘el mayor
cuidado que yo tenía en cuantas reverencias hacía, era ver si salían buenas y conforme a
un molde de reverencias que a mí me había dado una dama mesonera . . . hice como fiel
christiana’ (308).
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III
PREFACIO
1
Reproduzco aquí mi artículo titulado ‘La mujer militar en la América colonial: el caso
de la Monja Alférez’ (Indiana Journal of Hispanic Literature 1997) con leves cambios y
con permiso de la editorial. Desde la fecha de su publicación han aparecido nuevas
ediciones y traducciones – véanse entradas bibliográfica en ‘Obras citadas.’ Entre los más
recientes estudios críticos destacan los de Mary Elisabeth Perry, Ignacio Tellechea (1992)
y Sherry Velasco (2000).
2
Al no existir el autógrafo de la autobiografía no se puede afirmar categóricamente que
Catalina de Erauso fuera la autora de ella. Rima de Vallbona considera que ‘en la base del
texto de Vida i sucesos subyace el original autógrafo de Catalina de Erauso (o el relato oral
de sus aventuras hecho por ella misma)’ (8). De acuerdo con Vallbona, ya he mostrado en
otra ocasión (‘Señora Catalina . . .’) que el texto ofrece características comunes a
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autobiografías similares del período y que además muestra una coherencia interna destinada
a contestar la pregunta que el obispo de Guamanga le hace cuando la protagonista le
confiesa su sexo: ‘quién era, i de donde, hijo de quién i todo el curso de mi vida, i causas i
caminos por donde vine a parar allí’ (110). Para un examen detallado de toda la controversia
en relación con la autoría de este texto véase la Introducción de Rima de Vallbona a su
edición de Vida i sucesos. En este trabajo siempre cito por esa edición.
3
Curiosamente la primera autobiografía española se escribe por una mujer, Doña
Leonor López de Córdoba, a principios del siglo XV. Sobre la autobiografía española antes
del siglo XIX véase el trabajo de Pope. Sobre las autobiografías de soldados son
importantes los estudios de Levisi y Ettinghausen.
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4
Vallbona ofrece una síntesis sobre las opiniones en torno a la autenticidad de la obra
en la Introducción a su edición (6–11). Las reacciones escépticas de la crítica hacia Vida i
sucesos son similares a la acogida que recibieron muchas otras autobiografías de mujeres
vestidas de hombre. Según Jelinek (1987), la crítica, o bien le ha negado la capacidad
literaria a la autobiógrafa (como ha sucedido en el caso de Catalina de Erauso), o bien los
hechos narrados han sido considerados demasiado fantasiosos e increíbles (59–60).
5
En esta misma línea se coloca Loureiro que afirma:
Si consideramos que el sujeto se constituye por medio de una doble sujeción (de institu-
ciones y disciplinas, y a su autoconsciencia) podemos considerar la autobiografía no
como el acto de reproducción o de autoconstitución de un sujeto sino como el lugar privi-
legiado en que esa doble sujeción se manifiesta y por la cual, al mismo tiempo, al sujeto
lo hacen y se hace. Y esta concepción de la autobiografía debería prestar atención a las
disciplinas o instituciones sociales, políticas, religiosas, etc., que ‘constituyen’ al sujeto,
a las formas de autosujeción y también a otras formas de (auto) constitución a través de
las cuales el poder se ejercita de manera más insidiosa y sutil, como lo son toda concep-
ción de la escritura y de la lectura y, en particular, toda concepción de la autobiografía.
(‘Direcciones’ 44)
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6
Publicados por Vallbona en el Apéndice n° 2 de su edición (131–3).
7
Merrim estudia la evolución de la leyenda de Catalina de Erauso en relación con el
gusto barroco por lo maravilloso y lo bizarro.
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8
Aparecen, entre otras menciones, en la relación de fray Gaspar de Carvajal
(1504–84), que acompañó a Orellana en su viaje por el río Amazonas.
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9
Menéndez Pidal 1969, 199–203. Se puede leer en numerosas versiones y ediciones.
Hay una traducción al inglés en la edición bilingüe de Flores 2–7. Menéndez Pidal afirma
que se conocen centenares de versiones del romance por todo el territorio español y
europeo, y que es conocido por los judíos sefarditas de diversas partes del mundo (203).
Slater estudia la manifestación del romance en Brasil. Existe una historia similar en China
que Hong Kingston desarrolla en The Woman Warrior (1976).
10
Debo este dato a la amabilidad de la profesora Mary Elisabeth Perry que me ha
subministrado también copias de grabados de moriscas en su atuendo tradicional por
Chistoph Weiditz (Das Trachtenbuch des Christoph Weiditz, Berlin and Leipzig: von
Walter de Gruyter, 1927, orig. 1531–32).
11
Entre las más conocidas se cuentan Inés Suárez, compañera de Valdivia en la
conquista de Chile, María de Estrada que combatió junto a Cortés y Doña Isabel Barreto
que capitaneó una expedición marítima de España a las Filipinas. Sobre el tema consúltense
Martínez Pumar (1988), Henderson (1978), Bermúdez (1987), Knaster (1977), Muriel
(1992) y Boxer (1975).
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El personaje
El objetivo del relato está relacionado con el arte dramático pues consiste en
demostrar el perfeccionamiento progresivo de la destreza particular que se
plantea al comienzo del discurso: ¿cómo hacerse un hombre y cómo repre-
sentar ese papel a la perfección? En este sentido, la autobiografía de la Monja
Alférez encaja dentro del tipo de narraciones que William Howarth titula
‘autobiografías como drama,’ cuyo principal ejemplar es la Autobiografía de
Benvenuto Cellini. Estas narraciones del yo se asemejan a los autorretratos
anamórficos, en los cuales el artista pinta la imagen distorsionada que le
ofrece su reflejo en un espejo cóncavo. Sólo usando unas lentes convexas se
puede observar la figura normal. Es decir, el pintor sugiere dos posibilidades
de la realidad; dramatiza y personifica varias nociones que al espectador le
toca interpretar (95). Del mismo modo, en los relatos autobiográficos que
comparten este principio dramático, el autor observa su vida como una repre-
sentación teatral, donde el énfasis recae en la acción y en el personaje, no en
las ideas. El autobiógrafo es generalmente un artista que al mismo tiempo
mantiene una profesión pública, como la del soldado, y que representa
muchos papeles tras los que su exacta identidad es a menudo un misterio (98).
A la luz de las observaciones de Howarth, creemos que la maestría que Cata-
lina de Erauso cultiva en su Vida consiste en superar una serie compleja de
situaciones y retos con el propósito de perfeccionar el arte de convertirse y de
pasar por hombre. La protagonista representa diversos papeles contradicto-
rios: monja y soldado, héroe y criminal, seductor y traidor, tahúr espadachín
y diestro mercante. Estos cambios, junto al hecho de alternarse en el discurso
12
Fuera de España ocurría lo mismo: ‘Oral tradition and written texts must have
provided the initial idea, and gave the women models to follow. The interplay between
myth and reality as well as the important aspect of role-playing is clearly demonstrated in
the fact that many actresses who played trouser-roles on the stage preferred to dress in
men’s clothing in their daily lives. The other side of this, is that several former cross-
dressers took to the stage’ (Dekker y van de Pol 101).
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13
‘Anamorphic art thus puts the stability of the viewer’s position in question – there is
no sure ground on which to stand to view “correctly.” Instead all seeing, and everything
seen, is revealed as radically contingent, depending upon the angle from which we look,
the instrument through which we gaze. And Lacan’s name for this is travesty’ (citado por
Garber 155, de Jacques Lacan, The Four Fundamental Concepts of Psycho-Analysis, trad.
Alan Sheridan (NY: W. W. Norton, 1981, 104, 107).
14
Incluso en una película reciente, The Ballad of Little Jo (escrita y dirigida por
Maggie Greenwald, 1993), se dramatiza un similar penoso aprendizaje de la protagonista
para convertirse y vivir como hombre.
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Los motivos que la impulsaron a este cambio son comunes a los declara-
dos por muchas de estas mujeres: un gran deseo de libertad e independencia,
negadas a su sexo.15 La Monja afirma en su narración que ‘era mi inclinación
andar i ver mundo’ (52), y también que tenía vocación natural a la milicia,
como le declara a Pedro de la Valle más tarde en Roma.16 Para poder realizar
sus más íntimos impulsos vitales, se ve forzada a renunciar a todas las nor-
malizaciones externas que la encasillan en su categoría genérico-sexual. Su
familia le presenta modelos compartimentados: de ocho hermanos, los cuatro
varones siguen el ejemplo militar de su padre, capitán del ejército, mientras
que las cuatro hermanas ingresan en la vida contemplativa. Catalina de Erauso
prefiere seguir el canon patriarcal vigente y rechaza el patrón de la búsqueda
de la madre protectora (la Virgen María o Santa Teresa) que dominaba el espí-
ritu de muchos conventos (Arenal y Schlau). Comienza con su fuga la
búsqueda del padre, no sólo eligiendo la misma profesión, sino aceptando la
protección de las instituciones patriarcales: la Iglesia y el Ejército. En el
período del convento el padre – el poder – es una figura omnipresente, ya que
impone las reglas de identidad y la posición de la mujer, pero inimitable.
Como mujer tiene que romper con él para poder seguirlo.17
El 19 de marzo de 1600, la novicia abandona el convento y permanece en
un bosquecillo detrás del edificio por tres días. Allí, ejecuta el rito de inicia-
ción a su nueva personalidad, corte de cabellos y cambio de vestidos, que
marca el comienzo de su nueva existencia. El ritual constituye todo un acto
simbólico de castración femenina corriente en narraciones similares.18 A par-
tir de ese momento y durante los tres siguientes años, Catalina explora su
reciente identidad mientras trabaja de paje en un espacio geográfico cercano
a su ciudad natal. Entonces se da cuenta que para conseguir la independencia
que desea es fundamental crear al perfecto varón. Con ese objetivo necesita
cuidar de sus apariencias para pasar desapercibida, y poseer la independencia
económica que le provee el dinero, o el trabajo. Es por eso que el tema del
vestido, el del dinero y el del trabajo se inscriben con frecuencia en esta parte
de la narración.
15
Por ejemplo Nadezha Durova (1783–1866), otra mujer soldado rusa, a pesar de la
distancia temporal y geográfica, manifiesta también en su diario su temprana vocación y
el rechazo de las funciones que se le asignaran por ser niña, huyendo como Catalina muy
joven de su casa familiar para, disfrazada de soldado, emular la carrera militar de su padre
(Zirin 106).
16
Así lo afirma Pedro de la Valle que la conoció personalmente y que describe a
Catalina de Erauso en una carta fechada en 1626 (publicada por Vallbona 127–8).
17
Sobre el tema de la nostalgia del padre en narraciones modernas es interesante el
ensayo de Ellen Friedman (1993), ‘Where Are the Missing Contents?’
18
Perry comenta que ‘in contrast with other heroines of this period, Catalina de Erauso
made a complete and total renunciation of her femaleness’ y que es ésta la cualidad que la
convierte en un rebelde sexual legendario (Gender 1990, 128).
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19
Jelinek (1987), que examina un grupo de autobiografías de disfrazadas en inglés
observa que ‘none even hints at any sexual interest in other women; they brag about flirting
with other women only to prove how good their disguise is or how well they can fool
people by acting like a man’ (61).
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Poco después del altercado, en un duelo, mata sin saber a su propio hermano
y a otro más, y, como siempre, la resolución es la huída.
El asesinato de su hermano está justificado moralmente por no saber la pro-
tagonista con quién luchaba, ya que ha sido requerida en ayuda de su amigo
para participar en un desafío doble y éste acontece en la más completa oscu-
ridad. Sea este suceso real o imaginado, adquiere en la obra un lugar privile-
giado pues, a pesar del error, parece haber sido un intento subconsciente de
desplazar al hermano mayor en su puesto de prestigio en relación al padre y
a la sociedad. De esta manera, la muerte del hermano, se hace así necesaria,
como las otras pruebas, en la carrera masculina del alférez.20 Al igual que sus
aventuras amorosas estos sucesos, considerados fantasiosos, consiguen, junto
con los más históricos, demostrar su valía como hombre y probarse digna de
tal categoría excediéndose en todos los aspectos que forman el mundo mas-
culino.
América
Catalina de Erauso, con ambiciones de ganancias personales y vida en conti-
nuo asalto, sin paz, salpicada de crímenes y continuamente perseguida, ofrece
también un aspecto cotidiano del conquistador, que se encubre tras la fachada
del heroísmo de las relaciones y crónicas de la colonia. Su vida a salto de mata
muestra los azares, contratiempos y peligros del colonizador aventurero en el
Nuevo Mundo.
Cuando la joven decide marchar a América lo hace impulsada por los mis-
mos motivos de tantos otros españoles, buscando aventuras, riqueza, libertad,
cambio de vida. Allí, como se observa en la autobiografía, su actitud coincide
con el poder masculino, pues actúa como cualquier soldado español que con-
quista y se apodera de la tierra americana, superando incluso la grandeza de
los Andes. Desde el punto de vista social, pertenece a la clase superior. Pro-
viene de una familia acomodada vasca, es español recién llegado y ‘varón.’
En el discurso este privilegio la salva a veces de situaciones arriesgadas, pero
sobre todo, se entrevé un orgullo de superioridad racial en su tratamiento de
otros, especialmente de mujeres indianas, como ocurre en el episodio del
Capítulo VII. Como negociante, toma los productos de la tierra y trafica con
ellos, ayudada de llamas e indios. Con excepción del intenso período de su
participación en la guerra, sus deseos de mejora económica van tomando
mayor envergadura en la narración. A partir del capítulo VII, la disfrazada
abandona la frontera india y se mueve alrededor de zonas ricas en comercio
y minas, Potosí, la ciudad de la Plata, las Charcas, la Paz, Cuzco y Guan-
cavélica, entre otros lugares, donde se gana la vida como arriero, cuando no
está huyendo de la justicia.
20
Le debo esta sugerencia al profesor Pope.
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21
‘This is writing that conquers. It will use the New World as if it were a blank,
“savage” page on which Western desire will be written’ (The Writing of History xxv–xxvi,
citado por Montrose, ‘The Work’ 182).
22
Véase el Apéndice 5 incluido en la edición de Vallbona.
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10
1
Reproduzco aquí con algunos cambios y con permiso de la editorial mi artículo
‘Alonso de Contreras: política del vestido y construcción del sujeto autobiográfico en el
Barroco,’ publicado en el volumen 74 del Bulletin of Hispanic Studies.
2
La autobiografía se publicó por primera vez en 1900 por Manuel Serrano y Sanz en
el tomo XXXVII del Boletín de la Academia de la Historia con el título ‘Vida del Capitán
Alonso de Contreras, Caballero del Hábito de San Juan. Natural de Madrid, escrita por él
mismo.’ Para las ediciones y traducciones posteriores véase el estudio de Margarita Levisi,
Autobiografías del Siglo de Oro (93–4, nota 1). En el presente trabajo utilizo la edición de
Henry Ettinghausen, Alonso de Contreras, Discurso de mi vida, de la cual provienen todas
las citas y referencias.
3
Para el estudio de esta obra me han sido de gran utilidad los trabajos de Rafael
Benítez Claros, ‘Una pica por Contreras. (Notas a una biografía [sic] mal entendida);’ José
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4
Sobre este tema es interesante el ensayo de John Beverley (1992), ‘On the Concept
of the Spanish Literay Baroque’ que, entre otras cosas, examina cómo el dinero interrumpe
las jerarquías tradicionales del estatus y privilegio social, produciendo una ‘crisis de
representación’ (221).
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5
Véase Georg Simmel, ‘Fashion’ (1971, 299).
6
Marjorie Garber, en su libro Vested Interests se pregunta: ‘Was “self-fashioning” – the
“forming of a self” – that achievement so consistently claimed as one of the chief
distinguishing features of the Renaissance, in fact at the mercy of fashion? Of clothing?’ (32).
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El aventurero vive por años en esa zona fronteriza del Mediterráneo donde
llega a familiarizarse con la lengua, la cultura, las costumbres y el aspecto
exótico de sus habitantes. Generalmente el escritor no reseña el estilo ni la
manera de vestir de la época, excepto cuando los individuos vestidos con-
trastan con la imagen interna que él considera la apariencia habitual o normal.
Así, en el capítulo cinco, cuando desembarca en la isla de Estampalia, entre
los habitantes que salen a su encuentro le choca la apariencia de las mujeres:
7
Pope ya hizo referencia a este hecho: ‘Contreras se admira a sí mismo en el recuerdo’
(153).
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social, o bien al desposeído por la autoridad del papel que representa. Además,
el estar desnudo despoja al individuo de su humanidad, de su civilización, lo
hace más primitivo, lo animaliza. Es por esta razón que con la desnudez se iden-
tifican en el texto a los rufianes y a los condenados, a los azotados y a los de
clases superiores que reciben un castigo por transgredir las normas. Sin ropa el
cuerpo humano pierde su individualidad. El cuerpo desvestido no habla, se con-
vierte en algo común. La vestidura, como asegura Hollander, es ‘the only thing
that gives – has always given – that shapeless and meaningless nakedness its
comprehensible form’ (447). Contreras hace explícito el valor social que se
conecta con la apariencia externa en un episodio del capítulo siete que acontece
en Badajoz. Allí, y a causa de un malentendido, un Corregidor va a prenderlo y
lo encuentra durmiendo junto a Isabel de Rojas en una posada, sin ropa. Así
explica el suceso: ‘En suma, llegó al mejor sueño y, como los hombres parecen
diferente[s] desnudos que vestidos, comenzó a tratarme como a rufián, y para
llevarme a la cárcel era necesario vestirme. Después que lo hube hecho le dije
“Señor Corregidor, mientras no conoce vuesamerced a las personas no las agra-
via.” Y díjele quién era’ (147). Es obvio que el soldado, desnudo, no tiene iden-
tificación ni categoría y se siente vulnerable, pues no lleva ninguna marca que
le consiga la respuesta apropiada en los otros. Una vez vestido da por sentado
que el atuendo le confiere automáticamente la dignidad y autoridad de su cargo
y por lo tanto el respeto social. Ligada a este sentimiento, se puede explicar su
obsesión por la ropa en el Discurso.
La península le aporta el prestigio de los grados militares, pero el mar le
trae la sustancia económica. Así, en 1604, después de pasar al servicio del
virrey de Sicilia, el duque de Feria, Contreras vuelve a las actividades maríti-
mas, con cuyas ganancias puede comprarse por primera vez un caballo, el
símbolo más directo del caballero: ‘Con lo que me tocó de esta presa me enca-
balgué, que estaba sobrado’ (149). La seguridad económica se transforma en
seguridad personal, que a la vez se traduce en la calidad de las personas que
atrae y es por eso que se observa una evolución en la clase social de sus aman-
tes. En Levante la quiraca, ni siquiera cristiana, no aporta nada a la relación,
sólo recibe sus frutos. Después, Isabel de Rojas, la prostituta, aporta dinero,
ropas y, aunque infame, una profesión. En Sicilia el alférez reformado aspira
a compañías amorosas de más alto valor y, como consecuencia, se casa con
una señora española, ‘hermosa y no pobre’ (157), viuda de un oidor que le
introduce en una clase social superior. Con este matrimonio el protagonista se
acerca al fausto y modales que conlleva tal rango, como afirma cuando se
dirige a su enamorada: ‘Señora, yo no podré sustentar coche ni tantos criados
como tiene vuesamerced, aunque merece mucho más’ (157). El respeto y
admiración que le ofrece a su señora, entre otras cosas por la clase que repre-
senta, es sumo, aunque la relación, como todas las de Contreras, acabe de
nuevo desastrosamente pues el alférez la mata al sorprenderla acostada con su
mejor amigo. De alguna forma al soldado siempre se le frustran sus intentos
de formar un hogar, lo cual subraya su personalidad desarraigada.
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Contreras cree que los elementos externos son los que crean a la persona
con la condición de seguir los pasos necesarios para lograrlo. En su autobio-
grafía lo vemos convertirse en pícaro (73), soldado, ermitaño, rey de los
moriscos, correo de a pie, peregrino, caballero y capitán.
Donde mejor se patentiza el proceso de la auto-construcción de identidad
es en el episodio de vida eremítica. De vuelta a la corte en 1608 para conse-
guir un nuevo ascenso Contreras se siente perdido e impotente. No sólo no
recibe el respeto y el premio que su dedicación militar merece, sino que su
enojo es objeto de burlas (161). Aún lleva demasiadas lastras de su humilde
condición para ser tomado en serio. Su hastío y frustración es tal que decide
hacerse ermitaño. Para llevar a cabo su decisión obtiene en primer lugar el
atuendo adecuado: ‘Compré los instrumentos para un ermitaño: cilicio y
disciplinas y sayal de que hacer un saco, un reloj de sol, muchos libros de
penitencia, simientes y una calavera y un azadoncito’ (161) y completa su fla-
mante personalidad con un nuevo nombre, fray Alonso de la Madre de Dios.
Que conoce muy bien la importancia social del sayal marrón, el hábito que
escoge, es innegable. Como indica Ernest Crawley, el vestido sagrado se ha
conectado en el occidente con la toga y la túnica clásica y con colores sobrios,
vestimenta que divide las funciones sociales naturales de las sobrenaturales
(‘Sacred Dress’ 139). La ropa da al clérigo un carácter de divinidad y tiene un
poderoso atractivo psíquico, pues ‘the dress is accordingly regarded not as an
expression of the personality of the wearer, but as imposing upon him a super-
personality’ (141). Es por esto que el protagonista del Discurso está conven-
cido que si lo hubieran dejado, con su hábito, libros de devoción y siguiendo
un ritual de comidas y piedad, ‘estuviera harto de hacer milagros’ (164). Del
mismo modo que su hábito de soldado y el aplicar las normas consiguientes
le acarrean ganancias, prestigio y pretensiones en la corte, ahora se atreve a
ganar pretensiones en el cielo. El fenómeno se explica porque la identidad del
protagonista se encuentra en lo que hace y en lo que parece, que es lo que
importa en esta autobiografía de principios del XVII. Es bien sabido que hasta
el siglo XVIII la introspección o el intentar exponer la evolución interna de la
personalidad son preocupaciones que no tienen cabida aún en este género. No
es pues tan crucial el hecho de no convencernos de su sinceridad religiosa.
Contreras representa en su vida, con el disfraz adecuado, diferentes papeles
que corresponden a sus necesidades del momento y a sus estados anímicos.
Con la ropa de ermitaño busca un escape de los compromisos de los negocios
mundanos y su decisión de alejarse del mundo por un tiempo forma un parén-
tesis, un respiro al torbellino de su vida. Después de todo, una vez que viste
el hábito, se coloca de hecho en otra dimensión humana que no necesita tanto
de previas serias intenciones de cambio.
Apartado de la sociedad por siete meses, la restitución a su vida social y a
su identidad de soldado ocurre cuando le fuerzan a abandonar su retiro por
falsas acusaciones en conexión con su relación con los moriscos y a vestir
las ropas elegantes de su profesión: ‘mandaron que me quitase el hábito de
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8
Contreras está a cargo del galeón La Concepción de la armada de Filipinas cuando la
nave se escolla y hunde ‘a vista de toda la armada’ (199). Esta humillación y falta de
control frente a elementos y circunstancias que van más allá de su destreza son frecuentes
en la autobiografía: esperas y desatenciones en la corte, traiciones de amantes, derrotas,
hundimiento del galeón, envenenamientos (192, 195), terremotos (230), caballo salvaje
(246). De hecho, los baches que Contreras sufre en su carrera y en su vida humanizan su
Discurso y exaltan aún más sus logros.
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del individuo de clase inferior con la conciencia del que conoce los intercam-
bios económicos y su derecho de recibir la remuneración por un trabajo bien
hecho.
Contreras, ya maduro, no piensa más en las aventuras de corso sino que
le preocupa su futuro económico y social. El conseguir una encomienda que le
alivie de tales preocupaciones para la vejez es ahora su objetivo tras ser armado
caballero en Malta ‘con todas las solemnidades que se requiere . . . gozando
todas las encomiendas, dignidades, que hay en la Religión y gozan todos los
caballeros de justicia’ (227). En este punto culminante acaba la primera redac-
ción de la autobiografía en octubre de 1630.
Cuando en 1633 Contreras agrega en Palermo una parte al texto que acabara
en 1630 tiene ya cincuenta y un años y, al servicio del virrey de Nápoles, el
conde de Monterrey, ha ejercido algunos trabajos administrativos, como
el gobierno de Nola y Aguila. En esta adición el autobiógrafo relata un
episodio que señala su nueva actitud conservadora. En efecto, durante una
erupción del Vesubio que destruye Nola (230–2), lugar que gobierna
Contreras, éste se conduce heroicamente pero le interesa también salvar sus
baúles: ‘Y a mí me trajeron de Nola dos baúles de vestidos, que todo lo demás
de una casa se perdió, y fue dicha el no perderse los baúles también’ (233). El
experimentado militar ahora procura conservar sus posesiones, sus ropas y su
categoría. Una vez que ha subido ciertos escalones se porta, a última hora,
como un señor con poder que incluso se permite regalar vestidos usados y
dinero a sus súbditos (237). Aunque apoya a los pobres ya no se iguala a ellos,
pues se coloca en un puesto intermedio entre la clase privilegiada y la despo-
seída. Como gobernador, trata de impartir la justicia que le permite su posición,
conseguida con sus esfuerzos, pero aún se somete a otros señores e institucio-
nes por encima de él, el conde de Monterrey y la Orden (239–40). Hay que apre-
ciar, como Contreras mismo sin duda aprecia, la gratificación que supone
alcanzar un puesto de esta condición para un individuo de su ascendencia.
Aunque Contreras de gobernador se retrata como un hombre con autoridad,
justicia y sagacidad, le falta claramente el refinamiento y las convenciones de
los altos círculos, hecho que le acarrea enemistades con los caciques del lugar.
Estas artificiosidades las aprende en la corte de Nápoles, donde el virrey lo
nombra capitán de una compañía de caballos corazas (240), y donde lo vemos
instalado en la corte virreinal como miembro importante. Ahí participa
gustosamente en las grandezas de sus embajadas, en el recibimiento y lujoso
alojamiento de visitas prestigiosas, en el despliegue de carrozas, celebración
de fiestas y comedias, muestras de fuegos artificiales y derroche de dinero
(242–3). En estas solemnidades las ropas, joyas y adornos tienen un papel
marcadamente político, pues ostentan los signos de rango social y, de esta
manera, ritualizan el poder. Junto a este importante papel socio-político, en
las procesiones y otras celebraciones cortesanas se refleja también la indivi-
dualización de la ropa, es decir la moda, que cumple una función de ‘psychic
gratification through competitive display’ (Simon-Miller, ‘Commentary’ 1985,
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¡Qué sería menester de galas para este día que yo, con ser pobre, saqué mi
librea de dos trompetas y cuatro lacayos, todos de grana, cuajados de
pasamanos de plata, tahalíes y espadas doradas y plumas, y encima de los
vestidos gabanes de lo mismo; mis caballos, que eran cinco con sus sillas,
dos con pasamanos de plata y todos con sus pistolas guarnecidas en los
arzones! Saqué unas armas azules, con llamas de plata, calcillas de gamuza
cuajadas de pasamano de oro, y mangas y coleto de lo mismo, un monte de
plumas azules y verdes y blancas encima de la celada, y una banda roja
recamada de oro, cuajada, que, a fe, podía servir de manta en una cama.
(241)
9
Es cierto que la concisión de la obra obedece también a la estructura autobiográfica
que sigue Contreras y otros soldados, la del memorial de servicios (Levisi, Autobiografías
141), aunque Francisco Sánchez Blanco cree que sigue el modelo de la institución de la
confesión general (‘El marco institucional’ 134).
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11
1
Aunque el texto afirma que Castro nació en 1593, hay muchas razones para dudar de
esa fecha, según explican Antonio Paz y Meliá y José María de Cossío en sus respectivas
ediciones. Véase también Margarita Levisi (Autobiografías 190).
2
Su educación, y la capacidad de escribir su autobiografía, se evidencia en el hecho de
que Miguel de Castro lleva los libros y las cuentas de los capitanes a quienes sirve y es
recomendado por su entendimiento, en particular porque ‘escribía razonablemente’ (627).
3
Existe un manuscrito autógrafo de la obra de Castro en la Biblioteca Nacional sin
título, pues le faltan las primeras hojas. Paz y Meliá lo titula Vida del soldado español
Miguel de Castro (1593–1611) y José María del Cossío Autobiografía de Miguel de
Castro. Cito siempre por la edición de José María de Cossío.
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y paternales, aunque ocasionalmente Castro deje ver una relación con sus amos
mucho más tensa y cruel, como afirma cuando decide dejar al capitán Fran-
cisco de Cañas: ‘jamás me había dado cosa que fuese de consideración, ni me
trataba como en razón, ni conforme debía’ (560).
El escritor está muy cercano a los hechos vividos y le falta la perspectiva
distanciada del narrador maduro, de ahí la minuciosidad del examen de su
temprana juventud. La poca distancia temporal entre el tiempo de la enuncia-
ción y el referente justifica en parte los defectos que se le han achacado a la
obra: desequilibrio de la composición, lenguaje fragmentado, prolijidad,
monotonía, incoherencia del yo y enfoque en unas hazañas privadas, que no
parecen tener gran proyección en el futuro (Cossío 1956, XVII; Cabo Ase-
guinolaza, ‘Realidad’ 1992, 590). En efecto, el autobiógrafo usa diferentes
recursos estilísticos sin lograr armonizarlos ni desarrollar un estilo propio.
Según los críticos, la obra sigue los modelos culturales-literarios de la poesía
lírica amorosa (Levisi 212, 216), de las comedias de capa y espada y, posi-
blemente, del género picaresco (Cossío XXVI; Levisi 200–1; Pope 1974,
196). El autor inserta también los discursos mercantiles, legales, médicos,
religiosos y, especialmente, el militar. Los diferentes estilos muestran su
diversa posición valorativa de los asuntos tratados (Levisi, Autobiografías
212). Sus paralelismos con las narraciones picarescas son abundantes: narra-
ción en primera persona, orígenes humildes del protagonista, abandono de su
familia a muy temprana edad, servicio a varios amos, relación de sus
picardías, tretas, burlas y pequeños robos, su posicionarse en la facción de los
desposeídos, su relación ambigua con el poder y, por supuesto, su énfasis en
el discurso sartorial. Estas concordancias se explican, o bien porque los pro-
tagonistas humildes de ambos tipos de narraciones reflejan ‘ambientes o
situaciones que existen en la realidad’ (Levisi 201), o bien porque tanto la
autobiografía ficticia como la histórica siguen los mismos patrones para la
expresión del yo, como ya hemos apuntado en la introducción. Por otro lado,
el énfasis en la narración de sus asuntos amorosos y de peleas de espada en
situaciones no militares tiene que ver con sus preocupaciones personales, pero
también con un propósito de entretener al estilo de las comedias al uso, según
afirma Castro ‘como en el discurso de adelante contaré; que es materia para
notar y reir, y como una comedia’ (529). Por eso su visión subjetiva y exage-
rada del yo sigue el estilo de los personajes del escenario. Por ejemplo, el pro-
tagonista, en sus salidas nocturnas para visitar a su amante, se pinta como los
héroes dramáticos, vestido de espada, capa y sombrero (557), cuando nos
informa que no es hasta 1610 que adquiere por primera vez una espada (600,
604), que a sus diecinueve años lleva sólo ‘una daga y un broquelejo’ (572–3)
y que es mejor amante que espadachín (596–7). Hay que tener en cuenta estas
intenciones autoriales de auto-defensa y alabanza para entender los aspectos
ficitios del héroe y de los eventos.
Para Fernando Cabo Aseguinolaza la fragmentación del lenguaje en La vida
de Castro es una empresa fallida a la hora de expresar el yo: ‘Un mosaico
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heterogéneo, en fin, que nunca logra el resultado de una imagen coherente del
sujeto de la enunciación, ni siquiera del objeto del discurso’ (‘Realidad’ 591).
A mi parecer, el estilo fraccionado no ofrece una coherencia del yo porque el
sujeto no la ha encontrado – es demasiado joven y está demasiado cerca de
los episodios que narra – y la forma lingüística del texto refleja el proceso de
esa búsqueda. La división del sujeto explica también los dos tipos de narra-
ción que alternan en la obra según el asunto tratado. Uno linear, rápido, lleno
de eventos, fechas, nombres y lugares en relación con las empresas masculi-
nas y la institución militar a la que el joven pertenece. Otro lento, repetitivo
y circular cuando trata sus relaciones amoroso-sexuales y sus burlas y resis-
tencia a la autoridad. Los dos modos expresan la respuesta de Castro entre la
llamada de la obligación y la búsqueda del placer. La dialéctica del sujeto
entre las demandas de la vida pública y la valoración de su vida emocional y
privada se simbolizan en la obra a través de su colaboración en la investidura
y mantenimiento del poder frente a sus alternativos desnudamientos volunta-
rios o forzados de tales ropajes. Sólo al final de la obra, el discurso y el
protagonista parecen encontrar un equilibrio cuando en Malta el joven Castro
entra como novicio en la Congregación de los Congregados de Nuestra Señora
de la Asunción de los Padres de la Compañía de Jesús. Allí, rodeado de caba-
lleros y preocupado más por los asuntos políticos y por sus posibilidades de
medra, se injerta de pleno en la esfera social masculina.
Para explicar el debate identitario del protagonista en sus vaivenes de acep-
tación y rechazo del ropaje de la autoridad me ha parecido oportuno aplicar
la teoría psicoanalítica. Esta metodología nos ayuda a entender la división del
sujeto autobiográfico a nivel psíquico entre sus anárquicos deseos y su con-
formación al grupo a través de la adopción de prácticas sociales e institucio-
nales.4 En mi análisis destaco en particular el uso de la ropa como una práctica
cultural, relacionada con la creación del cuerpo social e individual, que refleja
el conflicto del protagonista.
Según Freud, durante el estadio pre-edípico de la más temprana infancia se
desarrollan los impulsos libidinosos y el deseo inconsciente de la unión sexual
con la madre. Es la figura del padre y su miedo a ser castrado por él lo que
fuerza al infante a abandonar sus deseos incestuosos, separarse de la madre y
someterse al padre que simboliza todas las formas de autoridad social y reli-
giosa (Eagleton, Literary Theory 1983, 155–6). La prohibición del padre se
interioriza en lo que Freud llama el ‘superego.’ Al mismo tiempo, al identifi-
carse con el padre y a través de la represión de sus culpables deseos el niño
adquiere su género y se introduce en el papel simbólico de la masculinidad,
es decir se crea su ‘ego’ o su identidad sexual, familiar y social. El fenómeno
4
La aplicación de esta teoría para explicar la creación de la individualidad en el pasado
la defienden, entre otros teóricos, Anne Cruz (1996) en su ensayo ‘Feminism,
Psychoanalysis, and the Search for the M/Other in Early Modern Spain’ y Cynthia
Marshall (2002), en ‘Psychoanalyzing the Prepsychoanalytic Subject.’
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mismo oscila entre dos tiempos, el día y la noche y dos espacios, el público
del palacio y el privado de la casa de la cortesana, es decir entre las esferas
masculinas y las femeninas.
En la teoría de Lacan el deseo, equivalente al vacío estructural del sujeto,
funciona a través de sustituciones y desplazamientos y define la trayectoria
del placer y de la libertad en relación con el poder y la Ley (Ragland-Sullivan,
Jacques Lacan 304). En la autobiografía de Castro queda claro que el impulso
principal que mueve al protagonista es la búsqueda de gratificación sexual, de
ahí la insistencia en contarnos sus numerosas relaciones amorosas. Además
del relato prolijo de sus tres años de amoríos con la cortesana española Luisa
de Sandóval en Nápoles, Castro nos narra su tumultuosa y trágica relación con
la viuda Virgilia a sus quince años (493–9), su amor a distancia con una
doncella enrejada (502), sus desahogos sexuales esporádicos con diferentes
cortesanas (502, 503, 527), su enamoramiento de la esclava Mina o Inés (508)
sus relaciones con una burguesa casada (533) y, finalmente, con Catalina
Sánchez de Luna (620), a los que se podría añadir algunos atisbos de contac-
tos homoeróticos con sus amigos Antonio y Quevedo. Las amantes están
asociadas en el texto con la marginación, la rebeldía y la ilegalidad, pues son
esclavas, prostitutas que siguen al ejército, cortesanas que negocian alrededor
de presidios y palacios y muchachas que huyen de la casa del padre en busca
de libertad, arriesgando literalmente su vida.5 En sus relaciones con estas
mujeres, que no se someten a la norma patriarcal, Castro busca con ahínco la
perdida primigenia unión con la madre. Ragland-Sullivan comenta que el
intento de recuperar la unidad del yo pre-social a través del placer es de por
sí una verdadera subversión del sujeto (271). No hay duda que a través de sus
amoríos Castro se salta las reglas y afirma su individualidad.
En efecto el anhelo de goce fuerza al protagonista a enfrentarse y a burlar
la autoridad, lo cual a su vez le crea una gran ansiedad que le insta a debatirse
con frecuencia entre sus obligaciones morales y sociales y su pasión erótica.
Para el joven su ardor erótico es un impulso incontrolable que le lleva a buscar
el goce a pesar de los impedimentos y castigos de su amo y de su propia auto-
censura. Castro describe tal impulso como ‘el afición de que estaba oprimido
y que me tenía vendados los ojos del entendimiento’ (551), o como algo que
lo perturba, ‘yo tan ajeno de mí’ (551).
La dialéctica del personaje entre su acatamiento del deber social y sus
subversivos impulsos se manifiesta en su vaivén entre el vestirse y el desnu-
darse. Por vestirse entiendo no sólo su aceptación de las ropas normativas que
lo sitúan en específicos casilleros sociales (hombre joven, soldado, paje, ayu-
dante de cámara, novicio), sino también su colaboración en el mantenimiento
5
Así testimonia el abierto deseo de una joven casada: ‘me pedía que procurase sacalla
de la sujeción de sus suegros, estorbo de sus gustos, para poder con él corresponder y pagar
mi afición y rendir el amoroso y deseado efecto y aplacar su ardiente llama’ (533).
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Después se levanta a las diez, dos horas antes de mediodía, o poco antes, y
sólo con las chinelas, camisa y una ropa; sale al camarín, donde está ya el
útil puesto y arrimado a una silla, en el cual se sienta y está un medio cuarto
de hora sin vestirse, parlando o con los gentiles hombres de cámara y
camarero, o con los médicos y maestro de ceremonias, que suelen hallarse
allí, o con el barbero u otra suerte de gentes que suelen entretenelle, y les
vale más que a otros que lo sirven mejor. [. . .] pero al vestille y desnudalle
dos [pajes de guardia] han de asistir y dos gentiles hombres de cámara, de
cuatro, los dos y el camarero y los dos ayudas de cámara, y luego pide de
vestir, y le da el gentil hombre que le toca de guardia aquel día la camisa,
habiéndole curado primero el retorio el cirujano. [. . .] Dadas las calzas por
el gentil hombre, el paje de cámara le calza las medias de las
calzas; . . . Puestas la calza y todo esto, el zapatero entra a calzalle los
zapatos . . . Después de calzado le dan de lavar: un paje de los de guardia
le lleva la bacía y el jarro del agua, e hincando la rodilla en tierra le empieza
a echar el agua. El ayuda de cámara lleva en una salva la cajeta del jabón y
el limón cortado y mondado, y lo da al gentil hombre, y dél lo toma Su
Exc.a. [. . .] Luego, los gentiles hombres le quitan la ropa de levantar al
Conde y le atacan las calzas. Luego le dan un coletillo de armar y luego las
reliquias que trae al cuello y el cordón o correa de San Agustín, todo con-
ducido del ayuda de cámara a los gentiles hombres, los cuales se lo ponen;
luego, la ropilla; luego, la pretina y espada; luego, el camarero le pone la
capa. (603–604)
y como todos, o los más, iban tan rotos y desarrapados, y muchos sin
camisas, los patrones, movidos de lástima, les daban lo que podían, que
fueron muchos a sus soldados cada uno alguna camisa vieja, para que se
refrescase y se limpiase el cuerpo de los piojos; y como los vestidos de
muchos dellos, como digo, eran tan rotos y desarrapados por cada parte les
parecía un pedazo blanco de la camisa, que parecían pías (491–2).
Más tarde, al servicio de sus dos capitanes, Castro viste la ropa vieja,
modesta y desprovista de aderezos costosos que recibe de sus señores, como
cualquier otro criado. El protagonista afirma que entra al servicio del capitán
Antonio del Haya, ‘porque . . . aunque tenía vestido con que podía pasar, no
con que hacer muda’ (492) y que mejora su apariencia con un modesto ‘ves-
tido de paño de matelica’ (502). Su ropa de soldado, a pesar de ser humilde,
aun le confiere una superioridad y libertad que no disfrutan las mujeres. Por
eso usa su traje como salvoconducto de Virgilia, su primera amante, a la que
ayuda a escapar de la casa paterna disfrazada de soldado: ‘subíme al aposento,
y un vestido que yo tenía de raja, se lo vestí y un sombrero mío, medias, zapa-
tos, un cuello de lechuguilla del capitán, una espada y su vestido, y otro que
ella trajo más, que tenía en una arca, y cuatro camisas suyas y otras cosas de
sus vestidos echo un lío’ (494).6 El vestido usado de los superiores se trans-
forma y se devalúa para ajustarse a la clase del criado. Es lo que ocurre cuando
Castro hereda la ropa del capitán de la Haya tras su muerte, despojada de
guarniciones costosas: ‘Mandó se diesen . . . a mí sus vestidos, ansí de seda,
paño, y de cualquier suerte, como ropa blanca, en efecto, todo lo que era cosa
6
El caso de Virgilia, el de otras dos mujeres que escapan más adelante también con la
ayuda de Castro, así como el de las prostitutas y cortesanas que, o siguen a los soldados
en los movimientos de las compañías, o habitan y viven alrededor de los presidios o
estacionamientos militares, son testimonio fehaciente de la movilidad y relativa libertad de
un grupo de mujeres en la época, como ya hemos hecho constar en relación con el caso de
la Monja Alférez.
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del adorno y vestido de su persona, fuera de oro macizo, como decir cadena,
botones, cintillo, que no se entendía en la manda. La espada que traía ordina-
riamente, botas, zapatos, medias, lienzos, cuellos, ligas, sombreros, esto sí’
(516, mis cursivas). Estas prendas depreciadas del amo se ajustan a la cate-
goría del criado, que, a pesar del rebajamiento del atuendo, se ufana de lucir-
las al asegurar que estaba ‘tan bien puesto como cualquiera de mi estado’
(560). En otro regalo suntuario de su segundo amo, el capitán Cañas, el
muchacho constata las transformaciones, intercambios económicos y ajustes
que sufrían las diferentes prendas al ser pasadas de unos a otros:
7
El autor se complace en relatar este periodo durante el que desaparecen las empresas
militares y el movimiento geográfico. Más que un héroe militar, el capitán Cañas, privado
del virrey, se presenta como un hombre influyente y un modelo de cortesanía para otros
nobles que ‘toman su parecer en cosas de gobierno, estado y cortesanos, trajes, usos y
ejercicios’ (526–7).
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170 ENCARNACIÓN JUÁREZ ALMENDROS
sombreros de copa baja y ala ancha, tahalíes, ferreruelos, cuellos de valona, calzones y botas altas.
Disclaimer:
Este grupo de elegantes visten trajes de moda hacia la segunda y tercera década del XVII:
8
Véase especialmente la sección ‘Docile bodies’ (135–69).
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en carnes, como mi madre me parió, y con una cuerda dió detrás de mí a azo-
tazos. . . . Y más hizo, que con la rabia y cólera que tenía me tomó con ambas
manos del miembro y tiró tan recio, que yo pensé que de aquella vez me
dejaba sin aparejo’ (550). Los castigos no logran que Castro deje de confron-
tar metódicamente las reglas del capitán Cañas, al contrario, la ansiedad del
soldado por liberarse de las constricciones de la sede física y simbólica del
poder patriarcal se patentiza en los redundantes actos de luchas de ingenio
entre amo y criado. El amo obstruyendo las salidas del palacio y el criado
escapando del edificio por medio de escalas, agujeros, tejados, puertas y lla-
ves, en búsqueda del espacio privado, íntimo e ilegítimo de la casa y de los
brazos de la cortesana. Su rebeldía también se expresa en sus desnudamien-
tos ritualistas al ir a visitar a la amante: ‘Cuando venía, casi siempre venía sin
meterme las medias, sino descalzo y enchancletados los zapatos, y algunas
veces sólo con los calzones de lienzo y jubón, y lo demás debajo el brazo;
pero al ir, nunca dejaba de llevar todo el vestido, capa, y todo, por lo que podía
subceder’ (586). En otra ocasión, a la puerta de la casa de Luisa, mientras
espera que le abra, comenta: ‘Aquella noche llamé dos o tres veces, pasó como
solía y me desnudaba juntamente. Tanto llamé y estuve esperando . . ., ya se
despierta, mas ahora hasta que me había desnudado todo en camisa y des-
calzo, sólo cubierto con el herreruelo, y los vestidos y calzado en tierra, hecho
un montón, para, como abriese, aboacallo y metello dentro, y no tener que
desnudarme allá’ (589).
Hay que tener en cuenta que, paralela a la conciencia de auto-creación a
través de las apariencias y de la capacidad de movimiento espacial de los pro-
tagonistas de estas autobiografías, la noción del espacio privado es otro con-
cepto moderno que se equipara con el surgimiento de la subjetividad. Castro
constata en sus minuciosas descripciones del palacio virreinal de Nápoles la
falta de cuartos privados en estas grandes mansiones. De la misma forma que
los servidores vestían en sus libreas los mismos colores del superior, también
compartían las habitaciones con el amo o entre ellos. El palacio es un espa-
cio masculino y público donde ocurren frecuentes reestructuraciones y cam-
bios de aposentos para acomodar el flujo de nuevos señores y visitantes. Es
decir, es un espacio en continuas negociaciones de separación y diferencia.
Gracias a estos habituales desplazamientos, el espacio privado, como la sub-
jetividad, se convierte en algo elusivo y difícil de localizar en este periodo,
como comenta Patricia Fumerton con referencia a la sociedad inglesa de la
misma época: ‘the incessant segmentation and recession of rooms, “houses,”
service, stuff, and eating habits – all of which accelerated towards the end of
the sixteenth century – record a privacy whose resident identity was forever
elusive, unlocatable’ (citado por Roberts 1998, 32). La voluntaria decisión del
protagonista de encontrar un lugar más íntimo donde se despoja de las nor-
mas, lugar al que tradicionalmente han sido relegadas las mujeres, se equipara
con la creciente noción de su propia subjetividad, que se expresa en el mismo
acto de escribir su vida.
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9
Para Jacques Lacan en el orden simbólico el falo no se refiere al órgano biológico
sino que es un significante de la diferenciación sexual, un signo de orden jerárquico que
representa la ley social. Sobre el concepto consúltense Lacan, ‘The Signification of the
Phallus’ y Feminine 79–80; Ragland-Sullivan, ‘Seeking the Third Term’ 1989, 63; y
Jacqueline Rose, ‘Introduction II’ 1985, 42.
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12
1
Ettinghausen, basándose en las afirmaciones del narrador, apunta al menos tres
diferentes etapas de escritura: Las partes I–V se redactarían antes de su llegada a Italia en
1614; las partes VI–XIV serían compuestas en su mayor parte en Fraumberg en 1630,
mientras que las partes XV–XIX se redactarían entre 1630 y 1645. El crítico observa que
la coherencia de la obra indica posteriores revisiones y limas (43).
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2
Cito siempre por la edición de Henry Ettinghausen.
3
Para el tema del doble valor de la ropa consúltese Jones y Stallybrass 5–6. Sobre el
argumento de acción y subversión frente al orden dominante (subversion/containment)
véase el artículo de Louis Montrose (1992), ‘Hew Historicisms.’ En este ensayo el
investigador explica los conceptos básicos de Foucault y de Greenblatt en relación con la
definición del poder: la habilidad del orden dominante de generar la subversión, es decir
que el poder implica siempre resistencia, y la inescapabilidad de la sujeción de los sujetos
(402–403).
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4
Para los conceptos de culpabilidad y vergüenza consúltese el libro de Helen M. Lynd,
On Shame and the Search for Identity 1958, 21–2.
5
Otro acto dialógico, el desdoblamiento entre el narrador y el protagonista, se observa
especialmente en el momento de la escritura de los últimos capítulos de la autobiografía
cuando Duque de Estrada, envejecido, enfermo y forzadamente desengañado de sí mismo,
escribe como acto de recuperación de su antiguo yo, del soldado vistiendo un ostentoso
traje, imagen que persiste bajo el tosco hábito del fraile.
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6
Estos capítulos iniciales siguen la estructura y los temas convencionales del género
autobiográfico: genealogía, nacimiento, orfandad, infancia, educación, injusticias en la
escuela y violencia rebelde del niño, pronósticos, vocación y deseo de aventuras, salida
temprana de casa y acontecimiento clave que provoca una toma de conciencia y un cambio
en la vida del héroe. Aunque su origen hidalgo coloca al joven Duque en una situación
privilegiada también sufre con su cuerpo los dolores e humillaciones característicos de los
otros relatos del yo. Es azotado y maltratado en la escuela a sus nueve años (92) y a sus
once él mismo ataca y provoca la muerte a otro niño. Terrible violencia al cuerpo que plaga
las narraciones tanto de nobles como de ínfimos pícaros.
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Por último, el narrador, sitúa la fuga en una fecha clave en relación con la
Virgen María, prototipo de la madre eterna y universal que el protagonista
elige como su protectora ‘Fue esta dichosa noche a los 8 de setiembre, . . . año
1613, que si nací día de su gloriosa Ascensión, renací día de su glorioso naci-
miento cobrando la libertad’ (155). El aura sacralizada del evento se intensi-
fica al presentar a las tres madres, la adoptiva, la biológica y la sagrada, unidas
a través de un mismo vestido en el esfuerzo de dar vida al hijo. En efecto, el
traje que su madre adoptiva escoge llevar a la cárcel, es el lujoso de boda de
la difunta madre de Duque bajo el cual, además de los instrumentos que faci-
litan el escape-parto – nótense las obvias connotaciones al vientre materno –
viste un hábito de penitencia que promete llevar el resto de su vida si el hijo
sale salvo. En el cumplimiento de tal promesa coloca el vestido de boda a una
estatua de la Virgen y transfiere de esta forma a la madre sagrada la respon-
sabilidad del cuidado del joven. Con estos recursos el protagonista convierte
su escape prácticamente en un milagro de Nuestra Señora, donde él ocupa una
posición de elegido al que se le ofrece una nueva oportunidad de redimir su
vida. En fin, el narrador nos ha distraído de nuevo de la verdadera causa de
sus infortunios y nos ha involucrado en una progresiva composición de sí
mismo que lo exculpa. El aspecto inocente del joven atravesando pueblos y
despertando simpatía y admiración, el tormento a manos del judío que nos
produce lástima y, por último, el renacimiento milagroso de la tumba-cárcel,
por la intercesión de las tres madres (tres Marías), sigue sin duda un modelo
cristológico que exalta su inocente persecución así como su valor personal.
En la construcción inicial de sí mismo, el autobiógrafo nos presenta su con-
formación ideológica y corporal a las prácticas discursivas de su estamento.
Por otro lado demuestra también su capacidad de respuesta individual a sus
circunstancias y a los otros, al crearse, por medio de la manipulación del
lenguaje corporal y sartorial, una persona que lo redime del crimen que carga
su conciencia.
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El vestido de la incertidumbre
En la construcción progresiva de su identidad Duque de Estrada cubre las
transiciones entre sus diferentes etapas con vestidos que representan sus
momentos de incertidumbre. El ejemplo más característico de este recurso lo
hallamos en el traje negro de peregrino que usa cuando, en su huída de la pri-
sión de Toledo, se dirige hacia Barcelona e Italia. La función del hábito es el
hacerlo pasar desapercibido entre otros caminantes pero su significado es
ambiguo pues, al mismo tiempo que cubre, descubre su identidad. También
exterioriza su penitencia y su duelo. Así describe la vestidura talar:
híceme una sotana de bayeta de Sevilla, muy frisada, forrada de tafetán, con
la esclavina de lo mismo muy pespunteada, con la manga a la frailesca, que
por ella, como también por las faltriqueras de los calzones, se veía un calzón
y jubón de tela de oro y negro. Llevaba atravesado al cuello un rosario de
azabache de Francia, con infinitas labores y figuras, y un Niño Jesús en
cueros sobre una muerte de oro macizo con diamantes, prenda de la burlada
monja, con un gran sombrero que salía sobre la capa, una roseta, guantes y
regalillo negro, con bota justa y chinela picada y un cuello escarolado con
antojos guarnecidos de plata de manera que hacía una extraña figura de
mortuorio. Acompañaba a esto un bordón muy delgado y labrado, negro,
que llevaba un paje que allí recibí, vestido también de luto. (164)8
7
Además de la escapada de España, Duque de Estrada huye en siete ocasiones más
(262, 273, 278, 282, 300, 307, 366).
8
Para el significado de estas prendas de ropa consúltese el Glosario incluido al final
del libro.
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9
Duque lo confirma más adelante cuando flirtea con las hijas del virrey de Cataluña
‘hice al punto que se horadase y cosiese [la moneda que las muchachas le arrojan] encima
de la rosa de mi sombrero, que subía un dedo de la copa’ (170).
10
Así se lee en la pragmática de 1623: ‘En quanto a trages y vestidos, prohibimos a
hombres y mugeres, sin distinción alguna, el uso de oro y plata en tela y guarnición, dentro
y fuera de casa en todo cualquier género de vestidos, aunque sean jubones, manteos, ropas
de levantar, almillas, bohemios y otros, aunque sean de camino’ (citada por Dalmau y Soler
1947, 305).
11
Desde su llegada a Génova Duque tiene conciencia de esta nueva etapa en su vida,
‘ya parece que vivía nueva vida’ (176).
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El vestido de la heroicidad
El traje con el que más se identifica Duque de Estrada es el militar. En efecto,
desde que se alista como soldado el 24 de septiembre de 1614 el protagonista
se apega al uniforme marcial con el que alcanza sus mayores cimas de éxito
y reconocimiento social. Con este uniforme crea al héroe bélico, imagen que
aún mantiene en los últimos años de su vida cuando ingresa en una orden reli-
giosa y se autodenomina ‘fraile injerto en soldado’ (490). El narrador cons-
truye su heroicidad durante tres intervalos existenciales en los que participa
en hazañas bélicas. El primero se extiende de 1614 a 1621, mientras reside en
Nápoles bajo el gobierno consecutivo de los virreyes conde de Lemos y duque
de Osuna. El segundo intervalo ocurre durante su estancia en Palermo a par-
tir de 1623, protegido por el virrey de Sicilia. Por último, en 1630 interviene
en las confrontaciones centroeuropeas de la Guerra de los Treinta Años junto
al general Barradas, donde se destaca en la famosa batalla de Lutzen (411–22),
obteniendo como resultado los puestos de capitán de caballos y de goberna-
dor del castillo de Fraumberg (435).
El traje de soldado realza sus méritos personales y lo coloca en una insti-
tución que le sirve de nicho y plataforma identitaria en Europa. Su interven-
ción en las empresas militares del bloque católico, además de garantizarle
protección, le traen recompensas económicas que facilitan su movilidad e
independencia e incrementan su capacidad de ensalzar su figura. Inicialmente
el ostentoso atuendo militar ‘cargado de galas y plumas’ (188) describe la
imagen del joven fogoso de sus primeros cinco años de soldado en Nápoles.
En ese tiempo participa en jornadas navales, fanfarronea de su capacidad
bélica y de su masculinidad, y afirma que se dedica a ‘lucir mis galas y pes-
car damas’ (193). La vestimenta del miles gloriosus no se distingue por su lujo
sino por su exagerada exhibición de plumas y colores que extienden el
pequeño cuerpo del joven aguerrido y agranda su potencia viril proyectada en
esas plumas. Es decir, como nos recuerda Flügel, a través de la ropa, se con-
sigue una extensión del cuerpo y un incremento del sentimiento de poder,
vigor y ‘steadiness in our bearing’ (The Psychology 34). Su sombrero emplu-
mado y sus ‘calza entera y cuellos abiertos’ (201), siguen la última moda
española y forman un gallardo conjunto que le granjea en la ciudad virreinal
‘el título de más galán’ (201). El bizarro vestido manifiesta el ansia de osten-
tación y braveza en la concepción del yo juvenil. La extravagancia de su
aspecto exagera su protagonismo en la milicia e incluso excede las expecta-
ciones del protocolo usual, como ocurre cuando es enviado con una embajada
a Ragusa en 1616. En ella su vistosa ropa (‘un vestido encarnado, blanco y
oro, y una montaña de plumas de las mismas colores, y mis cabos y tahalí bor-
dado, con cabestrillo y algunas joyas de diamantes’ [215]), que se compara
con los colores de un papagayo (‘parecíamos jaula grande de papagayos’
[215]), traiciona su propio concepto del traje adecuado para un hombre inte-
ligente y serio en la posición de embajador. La ropa chillona, aunque despierta
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Hice para esta ocasión un vestido de raso carmesí forrado en rica tela de oro
fino, riza con ocho guarniciones de oro y botones de oro en medio, y todo
el calzón largueado de pasamanos sobre pestaña de raso picado, y entre
estas guarniciones, que descubría, tafetán blanco y la tela de oro. El jubón
era de lo mismo, a la tudesca, abiertas las mangas, guarnecidas de muchas
12
Muestran también su conciencia de escritor con el deber de divertir al lector. Véase
su explicación del origen de la guerra (372), de la conjura del general Wallestain y su
descripción personal (422–8); el relato de la vida y carrera de don Baltasar Marradas
(428–34); la detalladísima descripción de ‘las suntuosas fiestas de la Serenísima Infanta de
España [doña María, hija de Felipe III] que vino a casarse con Ferdinando III, Rey de
Hungría y de Bohemia’ (382–400); y la erupción del Vesubio (401–408).
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trencillas y puntas de oro, con los mismos aforros de tafetán y tela de oro;
y por ser todo partido en fajas, descubría a partes la almilla de tela de oro
y una riquísima camisa abotonada de oro, y tres órdenes de puntas de Flan-
des y bandas, de valor de cincuenta escudos, que de éstas tenía seis. Llevaba
un coleto de ante fino, tal que pocos había sus iguales en Alemania, cuyo
valor era de cien escudos, y éste guarnecido de oro sobre pestaña de raso,
con fajas muy anchas y en el pecho muchos alamares de oro y botones
gruesos con perlas y rubíes sobre la misma pestaña. El ferreruelo era
del mismo raso carmesí, forrado en la misma rica tela de oro, con vein-
tiséis guarniciones sobre la misma pestaña, que casi se cubría todo; el
sombrero, con muchas plumas, rojo y guarnecido su aforro como el vestido;
dos joyas de diamantes, una en él y otra en el pecho en una gruesa
cadena, y el tahalí de ante recamado, y con él una espada y daga de mucha
invención y labor; botas blancas, espuelas doradas, guantes de ante
guarnecidos de oro; como se ve en un retrato que envié a mi hija [a contin-
uación describe el bizarro caballo blanco que monta y su rica guarnición]
(435–6).
El traje carísimo, que sigue más la moda alemana, está lleno de ornamen-
tos y de joyas, es un fulgor de rojo y oro sobre blanco que simboliza al más
alto momento de poder y gloria del protagonista. Esta cima de su éxito se
representa figurativamente en el estar montado en un caballo tan adornado
como el caballero: ‘En este caballo, igual a mi desvanecimiento, subí’ (436).
En su investidura social, como ocurre en la descripción de los otros impor-
tantes personajes, su cara y su cuerpo desaparece. Ya no se hace tanto énfasis
en la agilidad corporal, atractivo físico y galanuras del adulto joven. Lo que
queda en este crucial momento de su madurez es pura ropa, joyas y plumas.
La misma ostentosidad de los retratos de los grandes que inscribe en su texto.
En conclusión, hemos visto como la evolución desde el aspecto de papa-
gayo de su temprana juventud hasta el oro relumbrante de su vestido de
capitán-castellano a sus cuarenta y un años representa la evolución progresiva
del personaje heroico cuyo ‘magnífico atavío’ final lo coloca a la altura del
aspecto de los poderosos.
Disclaimer:
Some images in the printed version of this book
are not available for inclusion in the eBook.
con el Duque de Osuna, ansioso de ser aceptado por el virrey y con la inten-
ción de conseguir una modesta paga por sus servicios militares, cambia su
talante de soldado arrojadizo, por un traje de colores sobrios con adornos
elegantes, de acuerdo con la gravedad de la situación. Escribe que se presentó
ante la autoridad ‘quieto, grave y modesto como hombre casado, y vestido,
aunque galán, honestamente’ (210). Ahora bien, junto a estos actos de some-
timiento el autor usa recursos que colocan al protagonista en el centro de aten-
ción y grandeza y que lo equiparan a la calidad de los superiores. Peter Burke,
en su artículo ‘L’homme de tour,’ señala el impacto y el importante papel de
las cortes en relación con las modas, y el hecho de que para atraer la atención
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del superior los súbditos ‘mieux valait être bien habillé, et même magnifi-
quement’ (150). Si Duque de Estrada ofrece sumisión al superior a través de
los atuendos del protocolo palaciego (‘quise hablar al Duque y para hacerlo
me puse un vestido de raso negro, acuchillado, forrado en tafetán cabellado,
y sobrepestaña de raso cabellado, una rica guarnición de oro y negro de doce
fajas, y el ferreruelo con veinte guarniciones y un monte de plumas negras y
cabelladas’ [225]), también se eleva a sí mismo al equiparar su carácter apa-
sionado y su temerario arrojo con el del virrey y al conseguir una relación
íntima con el señor, representada en su cercanía corporal: ‘me recibió con
abrazarme . . . y aquella noche fui admitido en la tabla o mesa del Duque
(261). Más adelante afirma: ‘me hacía dormir en su aposento desde Tolón,
comunicando muchas cosas importantes hasta que se dormía’ (261).
El mismo recurso de elevarse a la altura del superior se observa cuando en
1628 sirve al príncipe de Transilvania, Bethlen Gabor, con ‘el título de gen-
tilhombre de su cámara y maestro de ceremonias y lenguas’ (339). Los rega-
los de vestidos y joyas costosas de los príncipes (‘el Príncipe me dio un corte
de vestido de brocado, capa, calzón, ropilla y jubón con guarniciones de oro
para él, que valía trescientos escudos . . . [y la Princesa] tres plumas pequeñas
del tocado de la cabeza, dobles, blanca, encamada y turquina, con una rosa de
diamantes’ [348–9]) constatan su irremediable posición de subordinado. El
etnógrafo Marcel Mauss ha demostrado que no existe ningún regalo gratis y
que los ciclos creado por el regalo y la responsabilidad de devolverlo ‘engage
persons in permanent commitments that articulate the dominant institutions’
(ix). Por mucho que el protagonista se sienta halagado por los favores que
recibe de los señores, el hecho es que, según Mauss, ‘the unreciprocated gift
still makes the person who has accepted it inferior, particularly when it has
been accepted with no thought of returning it’ (65). Duque contrarresta su
estado de vasallo al resaltar su propia superioridad al príncipe por ser hidalgo
español con mejores refinamientos cortesanos (346) y por tener mayor capa-
cidad viril. De hecho el maestro de ceremonias llega a suplantar a su amo en
el favor sentimental de su esposa. En efecto, debido a la enfermedad de Beth-
len Gabor, el español lo sustituye en el baile con la princesa e incluso sugiere
mantener relaciones sexuales con ella a través del lenguaje figurativo del
cuerpo y de las ropas. Así lo testimonia en una ocasión en la que la acompaña
de caza: ‘Aquí llegó mi favor o fortuna a descalzar a la Princesa, porque,
llevando una bota justa de cordobán muy sutil, corriendo una liebre con sus
damas, se hizo mal en un pie’ (360–1). Para aliviarla el protagonista le des-
calza su bota, le pone con su lengua su saliva y le besa el pie (361). La narra-
ción del evento se acompaña de un diálogo picante y eróticamente tenso en el
que afirma que sus deseos tienen altos pensamientos. Cirlot (1962) constata
que la liebre es un símbolo de lascivia y fecundidad (132–3). Por otro lado la
acción de calzarse y descalzarse se ha usado tradicionalmente para represen-
tar el acto sexual, mientras que el pie y el calzado apretado pueden simboli-
zar los genitales masculinos y femeninos. Teniendo en cuenta el sentido
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13
Sobre estos simbolismos consúltese mi artículo ‘Travestismo, transferencias,
trueques e inversiones en las aventuras de Sierra Morena’ en el que incluyo bibliografía
sobre el tema.
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construcción del yo. En estos estados de indigencia, Duque adquiere los hábi-
tos de la clase media ilustrada, de estudiante y de preceptor de jóvenes hidal-
gos (monsieur Arlé, sobrino del rey de Francia y después Bethlen Gábor,
príncipe de Transilvania), que le aseguran la supervivencia.
La imagen juvenil del espadachín impulsivo se va poco a poco transfor-
mando con la edad pero complementa la intención creativa y apologética de
Duque de Estrada que, a través de sus diferentes imágenes, va creando a un
hombre completo y extraordinario que experimenta intensamente las vicisitu-
des de su época.
14
Esta conversión no convence tampoco a Ettinghausen (‘Introducción’ Comentarios 38).
15
Ettinghausen en su ensayo ‘Vida y autobiografía’ ha cotejado la información que
Duque de Estrada ofrece de este periodo con los datos de los archivos de la Orden y
concluye que el autobiógrafo ofrece una versión mucho más positiva que la realidad.
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Conclusión
El objetivo de este estudio ha sido exponer a través del análisis del discurso
sartorial el proceso de la creación de la individualidad en representativos tex-
tos autobiográficos de principios del siglo XVII. En estas narraciones los auto-
res han proyectado una imagen ilusoria del yo en su intento de representar
subjetividades integradas. Ahora bien, esta construcción se hace a través del
lenguaje, cuya fundamental ambigüedad refleja también la indeterminación del
sujeto. La ambigüedad lingüística se plasma especialmente en los símbolos
culturales, como los incluídos en el lenguaje de la ropa, verdaderos mediado-
res entre la realidad interna y externa, y entre los procesos de experiencia pri-
maria y secundaria de los individuos (Schwab, ‘Subject’ 1984, 464–7).
En los relatos personales examinados los cambios de vestidos acompañan
las específicas circunstancias de los personajes en términos de su posición
social y geográfica, de su nivel económico, de su profesión y de su diferen-
ciación sexual. También reflejan sus más íntimos debates, así como sus
esfuerzos, luchas, fracasos y éxitos. Es decir, en estas obras, el lenguaje de la
ropa expresa que la construcción de la identidad es un proceso continuo y fle-
xible a lo largo de la vida. En las vestiduras se incrusta el hecho de que los
sujetos son productos de su tiempo y de su circunstancia histórica. Pero tam-
bién afloran en ellas la aportación individual a las pautas recibidas, los pro-
yectos personales y los específicos sentimientos y crisis existenciales. En fin,
el discurso de la ropa compone el entramado de hilos y materiales de tejidos
particulares que exhiben y cubren al mismo tiempo las complejidades de la
individualidad.
En las novelas picarescas la manipulación de la ropa acompaña la resolu-
ción de cada uno de los protagonistas de mejorar de condición. Lo cierto es
que en estas autobiografías ficticias los deseos de los protagonistas de adqui-
rir las vestiduras de los privilegiados chocan con obstáculos institucionales y
con los designios últimos de los autores que les impiden el avance deseado.
En el conflictivo proceso entre la voluntad individual de manipular de forma
provechosa las apariencias y las diferentes circunstancias que se lo impiden
se crean abigarradas y específicas identidades.
Mateo Alemán amplifica al extremo la técnica paradigmática que presenta el
Lazarillo en el Tratado Tercero. El rico lenguaje suntuario de la Atalaya expresa
la fragmentación íntima, las inquietudes morales y la inestabilidad de la cons-
trucción genérica sexual de Guzmán de Alfarache. El análisis psicoanalítico de
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CONCLUSIÓN 199
CONCLUSIÓN 201
Glosario
204 GLOSARIO
Coleto: Prenda militar de cuero con una función protectora que se vestía encima
del jubón (Bernis, El traje 97). En los textos examinados los valentones
usan coletos de ante.
Corpiño: Para dar a los torsos femeninos las mismas superficies lisas y duras que
el verdugado, se utilizan corpiños de cuero, tablillas y cartones (Bernis, El
traje 214).
Cuello escarolado: Cuellos de lechuguilla no almidonados, típicos de modestos
hidalgos (Bernis, El traje 343–4).
Cuello de lechuguilla: Grandes cuellos moldeados (abiertos) en ondas y
almidonados que aislaban la cabeza del resto del cuerpo. Alcanzan su
máxima exageración a los comienzos del XVII (Bernis, El traje 179). Estos
cuellos pasan de moda a partir de su prohibición por Felipe IV en 1623
(ib. 185).
Chapín: Calzado de mujeres con tres o cuatro corchos (Covarrubias).
Chinelas: Un género de calzado, de dos o tres suelas, sin talón (Covarrubias).
Escarpín: Una funda de lienzo que se pone sobre el pie, debajo de la calza
(Covarrubias).
Falda: Lo que cuelga del vestido que no se pega al cuerpo, como las faldas del
sayo (Covarrubias).
Faltriquera, faldriquera: La bolsa que se inserta en la falda del sayo
(Covarrubias).
Gabán: Prenda del traje de camino para cubrir, más holgada que el capote
(Bernis, El traje 34).
Gorgueras: Adornos del cuello y pecho de la mujer (Covarrubias).
Greguescos: Un nuevo tipo de calzones o valones que los soldados empiezan a
usar a finales del siglo XVI (Bernis, El traje 102).
Gualdrapas: Lo que cuelga de la ropa, mal compuesto, desaliñado y sucio
(Covarrubias).
Herreruelo: Prenda larga de cubrir, más corta que el manteo, usada en el traje
cortesano y de estudiantes (Bernis, El traje 120).
Jervigillas, servillas: zapatillas de cordován, calzado ligero de criadas
(Covarrubias).
Jubón (agujeteado): Vestido justo y ceñido, que se pone sobre la camisa y se ataca
con las calzas (Covarrubias).
Librea: Vestidos para criados para distinguirlos de los demás (Covarrubias).
Ligas: Atapierna, cenogil o jarretera, que también se llama ligabamba
(Covarrubias). Sujetaban bajo las rodillas las medias que se llevaban con
calzones y se adornaban con unos flecos llamados rapacejos (Bernis, El
traje 169).
Manguito: Las mujeres de camino llevan las manos metidas dentro de manguitos
(Bernis, El traje 49). En el siglo XVII hombres y mujeres hicieron uso de
manguitos, con frecuencia de costoso material (Dalmau y Soler 257).
Manteo: Cobertura de clérigos y estudiantes. Prenda larga que llega por encima
de los tobillos (Bernis, El traje 120).
Medias: Medias calzas (Covarrubias).
Montera: Cobertura de cabeza que usan los monteros o cazadores (Covarrubias).
La montera rural usada por los villanos difiere en forma (Bernis, El traje
426).
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GLOSARIO 205
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abyección 55, 59, 67, 72, 75, 84, 85, 102 arrebozo 105, 203
acción 27, 37, 37n, 38n, 40, 46, 54, 57, artilugios 43
65, 68, 72, 78, 82, 83, 85, 90, 111, ascenso social 45, 90, 90n, 93, 144, 145,
113, 118, 120, 122, 128, 134, 140, 148, 156, 160
144, 147, 150, 151, 160, 168, 177, Ashcom, B. B. 7n, 133
177n, 183, 192, 194, 200 aspecto 27, 48, 49, 51, 52, 57–59, 61, 69,
adorno 1, 22, 23, 58, 98, 98n, 105, 118, 70, 73, 75, 80, 81, 102, 105, 117,
122, 150, 158, 159, 169, 185, 191, 121, 145, 152, 155–157, 171, 182,
196 183, 187, 189, 190, 194, 199
Alemán, Mateo 1, 16n, 17, 54–86, 92, cambio o manipulación del 26, 55, 58,
198–200 68, 89, 92, 101, 110, 117, 188
aljubas 157, 203 corporal o físico 49, 90, 149, 152, 155
Allaigre, Claude 118n cuidado del 84
almilla 83, 185n, 190, 203 de los pícaros 50
anamórfico 200 de los pudientes o poderosos 51, 105,
arte anamórfico 134–135 106, 190
Anderson, Ruth M. 7n diferencias sociales y 27, 52, 69, 97,
anonimia 23, 39, 44, 46, 111, 155 106, 148, 169, 178
antojos 184, 203 erótico 110, 139
apariencia 2, 3, 5, 6, 17, 20, 21, 23, 24, exótico 151
31n, 33, 34n, 38, 39, 40n, 44–58, externo o exterior 2, 45, 78, 88, 91, 99,
65, 68, 71, 80, 86, 89–92, 97, 98, 100, 103, 112, 114, 147, 149, 151,
100–103, 106, 108, 110, 113, 116, 152, 155
124, 134, 136, 145, 148, 151–155, femenino 59
160, 165, 168, 171, 172, 177, 180, miserable o sucio 75, 168
183, 185, 187, 189, 190, 196, 198, natural 104
201 ostentación o extravagancia del 80,
apropiación de la 5, 103 186
de las mujeres 5, 151 atavío 24, 40n, 98, 112, 123, 147, 162,
del poder 78 183, 190
física o externa 12, 31, 152, 153 autobiografía 1–5, 11–17, 20, 27–29, 31,
imitación de la 5, 27, 52, 103 33, 37, 39, 43–45, 43n, 47, 53, 59,
manipulación/control de la 5, 27, 44, 68, 68n, 82, 87–90, 94, 95, 111,
85, 89, 179, 180, 201 112, 123, 128n, 129–132, 134,
personal 21, 23 139n, 140–149, 154, 157–168,
apetito 150, 165 171–180, 193–195, 198–201
apología 6, 13, 17, 179, 180, 196 seudo-autobiografía 96, 96n
Appadurai, Arjun 19–20, 21 auto-construcción 61, 80, 122, 132, 154,
apropiación 2, 5, 44, 45, 56, 67, 78, 79, 201
103, 124, 173, 178, 201 construcción retórica 15, 17
Arellano, Ignacio 96n auto defensa 13, 73, 163
Arenal, Electa 13n, 129, 136 auto placer 114
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228 ÍNDICE
Ávila, Teresa de 2, 13, 129 calzones 68, 69, 70, 70n, 83, 100, 128,
Ayala, Francisco 14n 155, 169, 170, 172, 184, 185, 189,
192, 203
Back, Kurt W. 38 calzón largueado 189, 203
Bakhtin, Mikhail 5, 28–29, 54, 72, 104, camisa 48, 61, 68, 69, 77, 83, 100, 102,
109n 105, 115, 149, 167, 168, 169, 172,
banda 159, 160, 177, 188, 190, 191, 196, 190, 203
203 capa (prenda de vestir) 43, 47, 48, 49, 51,
Barthes, Roland 28–29, 34, 148 52n, 54, 60, 60n7, 61, 66, 81, 82,
basilisco 6, 113, 124 92, 93, 101, 102, 103, 105, 108,
basquiña 80, 128, 151, 203 109, 118, 119, 120, 152, 156, 162,
Bataillon, Marcel 14n, 45, 119n10, 163, 167, 169, 171, 172, 180, 181,
120n12, 123 184, 187, 192
Beauvoir, Simone de 122 capote 69, 70, 80, 83, 155, 203
Bell, A. 46n Carey, Douglas 46
Benítez Claros, Rafael 144n, 146 Carlyle, Thomas 3, 17–18
Bentivoglio, Alejandro 69n, 77 carnaval 66, 75, 199
Berger, John 116, 117, 121n carnavalesco 5, 66, 97, 104, 108n
Berger, Philippe 99 Carrasco, Felix 46n
Bergler, Edmund 32, 71, 116, 116n Carrasco, Hazel G. 87
Bermúdez, Suzy 133n Carreira, Antonio 16n
Bernis Madrazo, Carmen 7n, 51, 51n, 69, Casa, Frank P. 46n
70, 70n, 83n, 115, 195 Casa, Giovanni della 53
Beverley, John 44, 45, 146n Cascardi, Anthony J. 12n
Blau, Herbert 25, 30, 35, 47, 94 Castiglione, Baltasar 183
Blunt, Alison 142 castigo 74, 75, 85, 86, 88, 93, 101, 109,
bonete 47, 48, 58, 83, 157, 203 110, 111, 153, 166, 171, 172, 181
borceguíes 157, 203 castración 57, 71, 72, 78, 82, 120, 165
Bosco 103, 104 castración femenina 116, 136
bota justa 184, 192, 203 Castro, Américo 45, 47
Bourdieu, Pierre 21, 27, 30, 31, 37, 37n, Castro, Miguel de 6, 162–174, 200–201
39, 178 Cavillac, Michel 44, 44n, 54, 55, 56, 56n,
Boxer, C. R. 133n 57n, 59, 62, 63n, 96
Brancaforte, Benito 54n, 56n, 57, 57n Cellini, Benvenuto 43n, 68, 134
Bravo Villasante, Carmen 7n, 133 Certeau, Michel de 142
Brennan, Teresa 56n Cervantes, Miguel de 24
brocado 23, 192 Cervigni, Dino S. 43n
Brunel, Antoine de 105 Chodorow, Nancy 65
Bubnova, Tatiana 70 Cid, Jesús Antonio 16n
Buendía, Felicidad 97n Cirlot, Juan Eduardo 66, 75, 192
Burke, Peter 191 ciudadano 21, 73
Burkhardt, Jacob 11, 88 Civil, Pierre 105
Bussell, Thompson 49n Cixous, Hélène 3
Butler, Judith 38n, 40n, 85, 171 clase(s) social(es) 21, 44, 90, 95, 98, 104,
112, 120n, 131, 149, 153
Cabo Aseguinolaza, Fernando 87, 87n, código 2, 17, 27, 29, 30, 33, 34n, 37, 111,
88, 89, 90n, 91, 93, 95, 96n, 99n, 148, 178
100n, 163 de honor 194, 196
Calvet, Rosa 14n de la ropa, del vestido, o sartorial 2, 29,
calzas 32, 48, 51, 52n, 61, 102, 105, 115, 30, 111
118, 119, 142, 167, 203 estético 30
atacadas 102, 105, 203 semiológico, 27
con cuchilladas 105, 203 Colahan, Clark 49
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ÍNDICE 229
coleto 69, 70, 77, 152, 159, 190, 204 Derrida, Jacques 3, 34n
competitive display 158 desengaño 178, 195, 196
complexión 47, 94 deseo 6, 17, 20, 27, 32–36, 39, 44, 52, 54,
conformidad 30, 40n, 55, 114, 124, 183 56, 57, 60, 65–67, 69, 71–77, 80,
Conley, T. 160 82, 85, 89, 90, 95, 99–101, 103,
construcción retórica véase auto- 111, 113–114, 116, 132, 134, 136,
construcción 139, 141, 142, 146, 161, 164–166,
consumo 19–25, 26, 31, 36, 97, 114 171, 174, 192, 198–199, 201
extravagante 188 anárquico o caótico 6, 164, 201
vicario 26 de medra 27, 44, 78, 89, 90, 99, 114
contaminación 79, 80 del Otro 33, 116, 165
Contreras, Alonso de 6, 13, 53, 60, 68n, erótico 67, 69, 72, 81, 166
95, 110, 144–161, 175, 176, 197, frustrado 71
200, 201 impuro 75
convenciones 33, 83–85, 176, 195 incestuoso 164
conversión 57n libidinoso 74, 164
Corominas, Joan 46, 51, 114n locus del 33
Coronel, Diego 99, 100n, 110 reprimido 66
corpiño 105, 204 sexual 6, 71, 139
cortesano 159, 178, 183, 190–97 subversivo 6
Cossío, José María de 14n, 145, 162n, desheredado 88
163 desnudo 32–33, 35, 44, 46, 55, 57, 59, 61,
Cotrait, René 118 63, 65–67, 69, 72, 77, 80, 81, 86,
Covarrubias, Sebastián 31, 51, 115, 184 101, 105, 109, 120, 149, 152, 153,
Craik, Jennifer 97 171, 181, 182, 200, 201
Crawley, Ernest 154 desnudamiento 60, 75, 85, 124, 164,
Criado de Val, Manuel 87n 172, 183, 184, 199
Croce, Benedetto 176 desnudez 40n18, 57, 59, 65, 75, 89,
Cros, Edmond 54, 96 102, 106, 149, 153, 160
Cruz, Anne J. 7, 22n, 44–48, 55–57, 91, desnudez existencial 75, 201
117, 121, 164 desnudo femenino 65
cuello de lechuguilla 107, 168, 204 despojo 68, 77, 78, 80, 147, 181, 199, 201
cuello escarolado 184–85, 204 de las ropas 57, 59, 201
cuerpo 1–49 despojamiento 60
canon corporal 5, 104 Díaz Migoyo, Gonzalo 95, 96n
cuerpo contaminado 79–80 Díez Borque, José María 98, 106
cuerpo desnudo 32–35, 46, 55–88 Dinnerstein, Dorothy 65n
cuerpo social 164 discurso
cuerpos innobles 106 autobiográfico 3, 201
Culler, Jonathan 3, 30 legislativo 21–23
chapín 113, 204 moralizante 23–25
chinelas 167, 204 sartorial 19–26, 37, 54, 56n, 65, 82, 94,
163, 188, 193, 198
Dalmau, R. 7n, 115n, 185n satírico 23–25
Damiani, Bruno M. 112, 115n, 118, disfraz 15, 22, 40n, 55, 82, 98, 120, 120n,
120n 123, 154, 156
Davis, Fred 29–30 de peregrino 156, 175
Davis, Nina Cox 118, 123n de pícaro 120
decoraciones 6, 17–49, 94, 145–149, 168, de soldado 136n, 168
176–78, 196–99, 201 disimulo, arte del 109–110
Dekker, Rudolf M. 132, 134n, 139 distinción 2, 3, 26, 30, 31, 45, 51, 167
Deleuze, Gilles 56, 56n5, 75, 119 Doane, Mary Ann 123n
De Man, Paul 3, 15 Domínguez Ortiz, Antonio 19, 23n, 36
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230 ÍNDICE
Donahue, Darcy 13n ficción 3, 11, 12, 13, 16, 85, 105, 111,
Douglas, Mary 33n, 76 120n, 132, 145
Dugaw, Dianne 133 Fiore, Robert 46n
Dunn, Peter 14n, 112n Flandrin, Jean-Louis 31
Duque de Estrada, Diego 6, 13, 175–197, Flores, Angel 133n
201 Flügel, Carl 31–32, 35, 60, 106, 114, 186
Durova, Nadezha 136n Foucault, Michel 37, 37n, 54, 61, 130,
171, 177n
Eagleton, Terry 16, 28, 164, 165, 169, 171 Freud, Sigmund 66, 74, 78, 85, 114, 164
Eco, Umberto 16, 28 Friedman, Edward H. 7, 14n, 17n, 46,
economía 19, 21, 36, 38, 52, 72, 82, 140, 112, 113, 123n
185 Friedman, Ellen G. 136n
Edholm, Felicity 117n, 121n
Edipo, complejo de 165 gabán 159, 204
drama de 65, 165, 173 Garber, Marjorie 132, 134, 135, 148n
estadio pre-edípico 65, 164 García de la Concha, Victor, 46n
triángulo edípico 81 García-Page, Mario 14n
El Cortesano 183 Gayangos, Pascual de 176
El Saffar, Ruth 149–150 Giddens, Anthony 37, 37n, 160
Elliot, John H. 146 Gingras, Gerarld L. 7n
Enterline, Lynn 65, 65n Goetz, Rainier 14n8, 43, 43n, 46n
Erasmo de Rotterdam 24, 98 Goffman, Erving 30
Erauso, Catalina de 4, 6, 13, 17, 60, Gómez-Moriana, Antonio 7, 15, 16, 96
128–143, 175, 197, 200, 201 González, Gregorio 87–94, 199
escarpín 169, 204 gorgueras 105, 204
Esteban, Ángel 16 Green, Otis 176, 193
estigma 54, 200 Greenblatt, Stephen 11, 11n, 12, 20, 31n,
estructuralismo; teorías estructuralistas 28 37n, 40n, 44, 53, 88, 150, 177n
ética comercial 150 Greenwald, Maggie 135
etiqueta 29, 30, 53, 150 greguescos 105, 109, 119, 191, 204
etopeya 88 Grosz, Elisabeth 67, 171
Ettinghausen, Henry 16, 100, 129, 129n3, gualdrapas 78, 204
131, 144n, 145n, 146, 175, 176n, Guattari, Felix 119
177, 177n, 195, 195n Guerreiro, Henri 62n
exhibición 32, 113, 161, 186, 188, 189, Guillén, Claudio 14n, 45, 46n, 88, 89
196 Gumbrecht, Hans Ulrich 11n
exhibicionismo 5, 32, 71, 114, 116 Güntert, Georges 108n
exhibicionista 47, 70, 116 Gurel, Lois M. 18, 36n, 38
exterioridad 89 Gusdorf, Georges 12, 13, 15
gusto 6, 20, 26, 30, 31, 36, 119, 121,
falda 49, 105, 115, 151, 199, 204 131n, 159, 177, 178, 183, 185, 196
falo 32, 67, 68, 71, 72, 81, 117, 174, 174n
faltriquera, faldriquera 76, 79, 100, 184, hábito
204 de caballero 156, 161, 200
Fausto-Sterling, Anne 171 de la Orden de San Juan 144, 150
Felipe III 189n de la Orden de Santiago 181
Felipe IV 105, 107, 142, 157, 185 habitus 37n, 39
fenomenología 3 Haley, George 16n
Fernández, James D. 130–131 harapos 47, 78, 105–108
Fernández Navarrete, Pedro 23, 98 Hart, Avril 51n
Ferrer-Chivite, Manuel, 46n, 48n, 49n Haye, Amy de la 18, 19, 29
ferreruelo 89, 92, 170, 181, 190, 192 Heilbrun, Carolyn 129
fetichismo 32, 34 Herrero, Javier 43–46
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ÍNDICE 231
232 ÍNDICE
ÍNDICE 233
orden 19, 21, 22, 23, 25, 28, 46, 51, 52, poder 4, 30, 37, 57, 61, 65, 67, 68, 75–80,
54, 55, 73, 76, 79, 84, 93, 98, 99, 85, 86, 97, 101, 103n, 106, 110,
109, 127, 146, 174n, 201 112–124, 130, 136, 146–149,
dominante 37, 37n, 177, 177n 156–158, 160, 163, 164, 166–169,
edípico 65 171, 173, 177n3, 186, 189, 194,
establecido 4, 55, 89 196, 199–201
patriarcal 21, 59, 65, 73, 89, 199 de la ropa 27, 69
simbólico 33, 47, 165, 169, 174, 174n económico 51, 114, 146
Ordenanças reales de Castilla 22 falta de 46
ordenanzas suntuarias 44 véase suntuario grupo en el 26, 55, 92
Oriel, Charles 7n grupo menos poderoso 22
Ortega y Gasset, José 145, 145n, 147 instituciones del 132, 178
ostentación 20, 23, 26, 31, 33, 37, 57, 62, marcas o signos del 85, 105, 110, 171,
68, 70, 80, 81, 90–93, 97, 98n, 173
103n, 110, 114, 123, 160, 171, 176, masculino 78, 85, 141, 142, 199
177, 183, 185, 186, 188, 189, 201 patriarcal 61, 77, 86, 120, 157, 172
Osuna, duque de 186, 190, 191 poderoso 154
Otro 4, 33, 56, 63, 75, 78, 116, 135, 137, poderosos 51, 77, 85, 105, 147,
151, 152, 165 190
político 61
padre 56, 58, 59, 62, 65, 72, 73, 78, 80, relaciones de 38n, 73, 76, 77, 84, 112
94, 99, 100, 101, 115, 136, 136n, ropas del
137, 139, 141, 149, 157, 164–166, sexual 73, 112–124
173, 180 simbólico 21
figura paternal 58, 59, 67, 164 símbolo del 65, 173, 195
ley del padre 3, 162–174 social 73
reglas patriarcales 47 polainas 128, 155, 205
sistema patriarcal 46, 67, 122 polución 33, 33n, 67, 76
pasamanos (de plata) 159, 189, 205 Pope, Randolph 7, 14n, 16n, 129n, 141n,
Pelerson, Jean-Marc 145n 145n, 146, 147, 152n, 163, 176
Pels, Peter 34n, 35, 47 portamanteo 69, 77, 89, 205
Pereira, Carlos 16n pragmáticas 21, 22, 97, 97n
Pérez de Montalván, Juan 133 Pratt, Mary Louise 160
Perry, Mary Elisabeth 22, 22n, 23, 30n, pretina 95, 100, 162, 167, 205
128n, 133n, 136n procesión 158, 159, 177
pestañas 189, 190, 192, 205 prosopografía 88
pícara 6, 112, 113, 117–120, 123, 124, prostituta 22, 27, 30n, 81, 113, 114, 114n,
199 121, 152, 153, 166, 168n
pícaro 5, 50, 55, 56n, 57n, 59, 63–65, psicoanálisis 3, 15, 34, 63
70, 71, 73, 76, 78, 79, 82, 85, 89,
90, 92–94, 97, 99, 101, 109–111, Querillac, René 45
120, 120n, 123, 127, 154, 180n, Quevedo, Francisco de 24, 87n, 88,
199, 200 95–111, 119n, 166, 175, 199
pícaro de cocina 62
picaresca 1, 5, 7, 13, 14, 39, 43n, 127, Ragland-Sullivan, Ellie 165, 166, 174n
131, 163, 194 raja 69, 70, 70n, 168, 205
ficción, novela picaresca 1, 5, 7, 13, reconocimiento 21, 22, 30, 45, 61, 67, 73,
14n, 16, 17n, 25, 27, 34, 44, 44n, 77, 82, 85n, 111, 147, 179, 184,
45, 52, 87, 111, 112, 117, 127, 186, 194
171, 198 teoría del 84
Pietz, William 34n Redondo, Agustin 48n7, 52, 66, 100n
plumas 33, 69, 70, 81, 121, 159, 177, 186, regalo 19, 36, 53, 83, 113, 187, 192
188, 190, 192, 194, 201 suntuario 169
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234 ÍNDICE
representación 1, 2, 14, 17, 28, 29, 33, 34, sartorial 28, 30n, 32, 47, 57, 61, 96, 177,
47, 55, 65n, 67, 88, 97, 100, 104, 182
110, 111, 112, 113, 118, 120, 121, código 2, 29
134, 147, 148, 189, 199 discurso 19–26, 37, 54, 56n, 65, 82, 94,
resistencia 37, 37n, 47, 76, 83, 97, 112, 163, 188, 193, 198
114, 124, 146, 149, 164, 177, estratagemas 179
177n, 197, 200 manipulaciones 6
Revel, Jacques 31n, 53, 183 recursos 5
Rey, Alfonso 95n, 97n Sartre, Jean Paul 3
Rey Hazas, Antonio 14n, 112, 112n, saya, sayuelo 68, 113, 115, 116, 119, 205
117n, 121, 123n sayal 144, 154, 205
Rich, Adrienne 65n sayo 43, 48, 49, 49n, 51, 52n, 60, 62, 118,
Rico, Francisco 14n, 43, 46n, 49n, 54n, 205
55n, 57n, 62n, 70n, 96n, 112n Schlau, Stacey 13n, 129, 136
Riley, Charles 115n Schwab, Gabriele 198
rito, ritual 29, 46–48, 67, 79, 103, 135, semiología; teorías semiológicas 27–31,
136, 154, 158–160, 165, 167, 172, 96, 148
201 Sempere y Guarinos, Juan 22, 22n, 23n
casero 47 ser, el 3, 4, 13, 24, 45, 46, 55, 56, 61, 62,
de iniciación 108, 136 63, 65, 77, 93, 116, 127, 199, 201
de pasaje 60 Serrano Poncela, Segundo 176
del poder 160, 167 Serrano y Sanz, Manuel 13n, 14n, 144n,
diario 165 176
purificante/de limpieza 66, 68 servicio, servir 19, 48, 49, 51, 61–64, 72,
suntuario 47 73, 76, 77, 79, 83–85, 90, 91, 99,
Roberts, Sasha 173 100, 114, 128, 137, 147, 153, 157,
Roche, Daniel A. 2, 31n, 98n, 104 158, 163, 165, 168, 169, 171–173,
Rodríguez, Alfred 49 176, 185, 188, 190, 193
Rodríguez, Juan Carlos 63n cortesano 197
Rodríguez, Luz 123n militar 131, 142, 150, 191
Rodríguez Cacho, Lina 24–25, 98 servidumbre 57, 59, 83
Roma 58, 72, 73, 75, 79, 136, 142, 175, servil 58
194 servilismo 63, 169
Romera, José 14n Sevilla 21, 56, 57, 57n, 58, 60, 79, 81, 82,
Romera Navarro, M. 7n, 133 83, 184
Roncero López, Victoriano 222 sexualidad 65–67, 72, 80, 123, 171
ropa 6, 55, 98, 109, 186, 200 femenina 24, 25, 66, 123
del poder 120, 199 masculina 123
manipulación de la 118, 198 Shipley, George 46n, 48n, 49n
usada 49, 52, 62, 81, 102 Sicilia 153, 186, 188, 194
vieja 43, 49, 51, 52, 118, 168 Sieber, Harry 44n, 45, 46n, 49n, 50, 51,
ropilla 62, 64, 69, 119, 128, 162, 167, 51n, 52n, 53, 146, 147
169, 192, 205 signo 17, 21, 27–29, 31, 35, 57, 58, 60,
Rose, Gillian 142 72, 84, 88, 90, 91, 97, 103, 104,
Rose, Jacqueline 143n 111, 147, 151, 155, 158, 160, 171,
Ruffinatto, Aldo 45, 46n, 49 173, 174n, 183, 189, 199, 200
corporal 120, 123, 199
Sabat de Rivers, Georgina 46n de diferenciación 47
Salomon, Noël 90 de la ropa 27–29, 31
Sánchez, Ángel 44n de nobleza 157
Sánchez, Francisco 13 de ostentación 62, 68
Sánchez-Blanco, Francisco 15, 131, 159 de resistencia 83
Sandoval, Sancho de 97 del poder véase poder
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