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La teoría y la literatura:
Adorno lee a Beckett 1
William Díaz
Profesor Departamento de Literatura
Universidad Nacional
*
Al referirse a las relaciones entre Beckett y Adorno parece
obligado hoy en día aclarar algo que podría conducirnos a un
malentendido. Según el mejor biógrafo de Beckett, éste no estaba
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Este texto es una reelaboración de la tesis de grado para la maestría en Literatura
Europea en el Queen Mary and Westfield College, de la Universidad de Londres (1999).
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Para hacer justicia a Beckett, hay que decir también que estas
opiniones y la drástica descalificación de la interpretación de Adorno
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La anécdota es relatada por James Knowlson en Damned to Fame. The Life of Samuel
Beckett (1996, 478-479). En febrero de 1961, editorial Suhrkamp organizó un homenaje
a Beckett, en el que Adorno leyó apartes de lo que luego sería “Versuch das Endspiel zu
verstehen” (“Tentativa por entender Fin de partida”). Cuenta Siegfred Unseld, director de
la editorial entonces, que Beckett se disgustó un poco con Adorno, y que durante la
conferencia le susurró al oído a Unseld irónicamente: “¡Este es el progreso de la ciencia
que los profesores pueden anticipar con sus errores!” (citado por Knowlson 1996, 479).
El ensayo de Adorno al que nos referimos fue publicado en el segundo volumen de Notas
a la Literatura, en 1964.
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Ejemplos de esta interpretación son: Pronko (1962), Kern (1987) y Gray (1993).
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Esta es la descripción del escenario que da Beckett en la obra: “Interior desnudo. Luz
gris. Atrás, a izquierda y derecha, muy arriba, dos ventanas pequeñas, cortinas abajo. Al frente a la
derecha, una puerta. Colgado cerca de la puerta, con la cara contra la pared, un retrato. Al frente a
la izquierda, tocándose, cubiertos con una sábana vieja, dos cubos de la basura. En el centro, en un
sillón con ruedecillas, cubierto con una sábana vieja, HAMM. Quieto junto a la puerta, sus ojos fijo
en HAMM, CLOV. Rostro muy rojo” (Beckett 1990, 92). Las dos ventanas del fondo serían
las órbitas de los ojos del cráneo imaginario, y Hamm, en el centro, representaría su
conciencia.
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De ello se ha ocupado la crítica posterior. Remitimos al lector a algunos estudios
interesantes de la obra de Beckett, en las que tales posturas son rebatidas, como los de
Klaus Birkenhauer (1976), Leo Bersani (1993) y Harold Bloom (1994). El primero
alterna la biografía con algunas observaciones críticas desde la perspectiva del formalismo.
El segundo despliega la hipótesis de que el impulso creativo de Beckett se puede formular
en términos de una búsqueda consciente del fracaso, que se llevaría a cabo por medio del
empobrecimiento del lenguaje. Y el tercero, a pesar de poner demasiado énfasis —como
ha ocurrido con los últimos trabajos de Bloom— en sus críticas a los estudios culturales
norteamericanos, desarrolla una interesante relación entre Beckett y Schopenhauer, y
plantea la interesante hipótesis de que la obra de Beckett es una “mala lectura” de Proust.
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la vida. Se ha dicho, por ejemplo, que “el tema del teatro de Beckett
es el mismo de sus narraciones: la condición humana, el hombre”
(Mayoux), y que “todos los personajes de Beckett esperan a Godot,
cada uno a su modo, y aquél no llegará jamás. Puesto que Godot
aliviaría los males que les aquejan y tal solución es en sí misma una
imposibilidad en un mundo absurdo” (Karl 13). Estas tesis, que
son insostenibles al confrontarlas con las obras mismas, tienen
además el inconveniente de fundarse en una noción de la crítica
que considera que su misión es descifrar directamente los símbolos
que un autor despliega en sus obras. Su modo de proceder consiste
en trasladar una cualidad formal, como la supuesta ausencia de
sentido en las obras de Beckett, al campo simbólico, de modo que
las obras devienen construcciones filosóficas de validez universal
arropadas con el velo transitorio de la forma literaria. Pretendemos
demostrar en los siguientes párrafos que estas premisas conducen
por lo general al fracaso, y que la suposición fácil de que el valor de
Beckett yace en su capacidad para presentar la universalidad de la
condición humana de un modo artístico es muy poco responsable.
Las anteriores fueron las interpretaciones a las que Beckett se opuso
constantemente. Sin embargo, un estudio académico no puede
justificar el recelo de Beckett hacia la crítica y el comentario de sus
obras con la decepción que estas interpretaciones debían causarle.
La razón yace en que en ese recelo hay, sobre todo, motivos estéticos
y no simplemente personales. Tales motivos pueden condensarse
en una afirmación de Adorno en su Teoría Estética:
La fundada negativa [de Beckett] [...] a ofrecer aclaraciones de sus supuestos
símbolos, es fiel a una tradición estética que por lo demás ha sido denun-
ciada. Entre la negatividad del contenido metafísico y el oscurecimiento del
estético reina una relación, no una identidad (1970, 517).
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[...]
HAMM: ¿Y el sol?
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Es interesante contrastar estas afirmaciones con las de Karl, para quien Beckett “se
encuentra más próximo a Proust, Céline, Sartre, Camus y Ionesco, así como a escritores
experimentalistas como Robbe-Grillet y Natalie Serraute, que a los novelistas ingleses de
los últimos cien años. Sólo muestra cierta afinidad con Joyce, y tal vez con Dickens, y ello
menos por el contenido que por ciertos patrones y técnicas que se repiten en sus obras”
(1966, 8). Lo que Karl no puede reconocer es que esos “patrones y técnicas” no son
contingentes, sino que determinan las obras mismas. En cambio, parece sugerir que lo que
un autor trasmite a otro son “contenidos”, es decir, ciertas ideas abstractas que circulan
independientemente, y que, de tiempo en tiempo, se encarnan en la forma de las obras
particulares. Al parecer, Karl pasa por alto las afirmaciones de Beckett en su ensayo sobre
En busca del Tiempo Perdido (1931), que pueden aplicarse a su propia obra:
Proust no comparte la superstición de que la forma no es nada y el contenido
es todo, ni que el ideal de una obra maestra sólo puede ser comunicada en una
serie de proposiciones absolutas y monosilábicas. Para Proust, la cualidad del
lenguaje es más importante que cualquier sistema estético. De hecho, nunca
intenta disociar la forma del contenido. Una es concreción de la otra, la
revelación de un mundo (Beckett 1970, 88).
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Sólo debe uno notar la imposibilidad, por parte de alguien que participó
en la guerra, de contar historias sobre ella en la forma en la que uno solía
contar sus aventuras. [...] Nociones como “leer un buen libro” son arcai-
cas. La razón de esto no yace en la desconcentración de los lectores, sino
también en el contenido y su forma. Pues contar una historia implica
tener algo especial que decir, y ello es precisamente lo que impide el mun-
do administrado, la estandarización y el eterno siempre-igual (1974, 42).
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Esta descomposición del yo, que puede explicarse a través de los análisis materialistas
de la desintegración de la experiencia moderna de Benjamin y Adorno, fue también
percibida por Beckett en la obra de Proust. En su ensayo de 1932, Beckett escribía que
“las criaturas de Proust” son “víctimas y prisioneras” del tiempo: “No hay escapatoria de
ayer porque ayer nos ha deformado, o ha sido deformado por nosotros. [...] No estamos
simplemente más cansados por ayer, somos otros, no somos más lo que fuimos antes de la
calamidad de ayer” (1970, 12-13).
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El “genio maligno” es la figura que utiliza Descartes como primer paso para la
demostración de la existencia del cogito en sus Meditaciones metafísicas. Para no ser afectado
por el hábito, que ha preformado sus nociones de la realidad, Descartes imagina que
“cierto genio o espíritu maligno, no menos astuto y burlador que poderoso, ha puesto su
industria toda en engañarme; pensaré que el cielo, el aire, la tierra, los colores, las figuras,
los sonidos y todas las demás cosas exteriores no son sino ilusiones y engaños [...]; me
consideraré a mí mismo como sin manos, sin ojos, sin carne, sin sangre” (Descartes 69).
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de ella, es una imagen, son palabras, es un cuerpo, no soy yo, sabía que
no sería yo, no estoy fuera, estoy dentro, en algo, estoy encerrado, el
silencio está fuera, fuera, dentro, no hay más que aquí, y el silencio fuera,
nada más que esta voz, y el silencio en torno, no hacen falta paredes, las
necesito, muy gruesas, necesito una prisión, estaba en lo cierto, para mí
solo (1966, 260).
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Hasta ahora hemos hecho algunas referencias a las
interpretaciones “existencialistas” de Beckett y hemos dicho que la
de Adorno se oponía a ellas —aunque el mismo Beckett no lo haya
percibido así—. Sin embargo, cabe preguntarse acerca de la validez
de estas reflexiones de Adorno, y de la obra misma de Beckett en
un presente en el que el panorama académico y cultural parece tan
diferente del de las décadas de 1950 y 1960. Para responder a esta
cuestión, es necesario referirse en primer lugar a la historia de la
recepción de la obra de Beckett.
Doce años después de su muerte, Samuel Beckett ha sido
marcado con el estigma de los clásicos. Su obra, junto a la de Proust,
Joyce y Kafka hace parte del canon literario del siglo XX. Muchas
compañías teatrales han montado sus obras, de modo que lo que su
nombre representa se ha convertido, por decirlo en un lenguaje muy
en boga, en parte del capital de los campos culturales occidentales.
Sin embargo, por este mismo hecho ha sido incorporado a la cultura
afirmativa. Hoy en día, sus obras parecen defender justamente
aquello a lo que se oponían treinta años atrás: la valoración
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Tal es el caso de muchas adaptaciones cinematográficas que toman la fábula de la
obra, y la ponen a funcionar en las condiciones de la vida contemporánea (piénsese, por
ejemplo, en West Side Story, que es una adaptación libre de Romeo y Julieta, en el ambiente
—bastante edulcorado, por lo demás— de las bandas juveniles de los años 60). Al hacerlo,
ellas presentan como eternos los valores transitorios de la vida burguesa, y refuerzan su
ideología. Sin embargo, la técnica opuesta tiene el mismo efecto. Cuando un artista trata
de “reproducir” con la mayor exactitud posible el espíritu de tiempos pasados,
reconstruyendo las condiciones “originales” en las que fueron hechas las obras, el prejuicio
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en el que se basa es que tales condiciones son reproducibles, esto es, que no tienen
limitaciones temporales. Un ejemplo de ello es la reconstrucción de teatro El Globo de
Londres, en el que se representan a menudo las obras de Shakespeare con vestuario
“original”, hecho a mano, y siguiendo al pie de la letra las reglas del teatro isabelino. Un
gesto que la industria cultural ha promocionado como un homenaje al escritor más
importante de la tradición inglesa. Estos dos extremos sirven para dejar en claro que ni la
mera actualización de las condiciones pasadas, ni su simple adaptación directa son suficientes
para apropiarse el espíritu de las obras.
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Hay que hacer justicia a Bourdieu y decir que sus postulados han servido para hacer
descender al arte y la literatura del abstracto nivel de las formas puras y eternas, y del arte
por el arte, al contexto más real de las relaciones sociales. Sin embargo, peca por exceso
cuando afirma, por ejemplo, que “el objeto propio de una ciencia del arte, de la literatura
o de la filosofía no puede ser más que el conjunto de los dos espacios inseparables, el de los
productos y el de los productores [...] que son como dos traducciones de la misma frase” (223.
Las cursivas son nuestras). A pesar de su interés por las mediaciones sociales, Bourdieu
tiende a identificar, sin mediación alguna, las obras con sus productores, y de ese modo
corre el peligro de caer en un fácil determinismo sociológico.
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Obras citadas
Adorno Theodor. Noten zur Literatur. Frankfurt am Main:
Suhrkamp, 1974.
_______ “Versuch, das Endspiel zu verstehen”. Noten zur Literatur.
Adorno, Gretel y Tiedemann, eds. Frankfurt am Main: Suhrkamp, 1965.
_______ Ästhetische Theorie. Frankfurt am Main: Suhrkamp, 1970.
_______ Kulturkritik und Gesellschaft I. Prismen. Ohne Leitbild.
Frankfurt am Main: Suhrkamp, 1977.
Barker, Roland. “Waiting for Godot”. Critical Essays on Samuel
Beckett. Lance St. John Butler, ed. Hants: Scholar Press, 1993.
Beckett, Samuel. El innombrable. Barcelona: Lumen, 1966.
_______ Malone muere. Barcelona: Lumen, 1968.
_______ Molloy. Barcelona: Círculo de Lectores, 1969.
_______ Proust and Three Dialogues with Georges Duthuit. London:
John Calder, 1970.
_______ The Complete Dramatic Works. London: Faber and Faber,
1990.
Bersani, Leo. “Beckett. Inhibited Reading”. Arts of Impoverishment.
Beckett, Rothko, Resnais. Cambridge, Mass.: Harvard University Press,
1993.
_______ Balzac to Beckett. Center and Circumference in French Fiction.
New York: Oxford University Press, 1970.
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