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En 1891 regresó a Ginebra, donde fue profesor de sánscrito y, entre 1907 y 1910, de gramática
comparada y de lingüística general. Fueron sus discípulos C. Bally y A. Séchehaye quienes
publicaron su Curso de lingüística general (1916), una síntesis de sus tres últimos años como
profesor extraída a partir de los apuntes de clase.
A pesar de que la repercusión de dicha obra no fue inmediata, sí resultó decisiva para el
desarrollo de la lingüística en el siglo XX. A sus lecciones se deben una serie de distinciones
fundamentales, tales como la de lengua (sistema ideal y social) y habla (realización concreta,
individual), pero sobre todo su definición de signo como entidad psíquica formada por un
significante y un significado, los cuales serían inseparables.
En efecto, la relación de significación debe pensarse a partir de una teoría del valor, es decir,
que la posibilidad de remitir a algo fuera del lenguaje dependerá del sistema total de la lengua y
de la relación formal de los términos entre sí. Esta idea está en la base del estructuralismo,
teoría lingüística que conoció un gran auge en Francia durante las décadas de 1950 y 1960.
Eugenio Caseriu