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Sentido
Fracaso Éxito
Desesperación
Caso 14
Vino a verme un hombre de cuarenta años, y me dijo que si podía encontrarle un buen
hogar a su criatura, “si se necesitara”. Cuando le pregunté qué quería decir con: “si se
necesitara”, rompió en sollozos. Respondió que su esposa estaba embarazada, pero que
tenía un cáncer inoperable y los médicos habían diagnósticado que moriría antes de que
naciera el niño.
Figura 10. Modificación de actitudes en situaciones de fracaso y éxito
Sentido
Fracaso Éxito
Confrontar Frustración
al destino, existencial, duda del
desesperación en el sentido.
sufrimiento.
Desesperación
Caso 15
Una madre llegó al centro de asesoramiento, sin hacer cita, acompañada de una chica
físicamente desproporcionada. “¿Tiene usted alguna preocupación con la jovencita?”,
pregunté ingenuamente. Inmediatamente la pequeña agarró un cenicero y lo arrojó contra
la pared, gritando. “¡Yo no soy una jovencita!”. Le sugerí a la madre que permaneciera en
la sala de espera, y a ella la llevé al consultorio, le pedí que se sentara y le dije: “Eres tú la
que tiene una gran preocupación, pero la compartiremos como hermanas. Si quieres
guardar una parte de ti, está bien. Pero por favor, cuéntame algo y veremos qué podemos
hacer”.
Lo que me dijo, desgarraba el corazón. Tenía dieciocho años, pero había dejado de
crecer. Se había sometido a una operación, una punción de espina y largas estancias en
hospitales, pero los doctores sospechaban que había algo mal en su hipófisis. Se cansaba
con facilidad, tenía pocas defensas contra las enfermedades y, en general, estaba harta de
que la confundieran con una niña. La escuela era un problema; la mamá trataba de ayudarla
para que concluyera la secundaria mediante clases privadas, peros sus afecciones
frecuentes se lo impedían. Después de que vació su corazón, llamé a la madre, quien no
pudo añadir nada, excepto que no sabía cómo podría vivir su hija con su anormalidad.
Me volví hacia la joven y le dije: “Tengo que disculparme por haberte confundido
con una niña, pero no podía saber tu edad real. Esto también va por las demás personas.
Espero que aprendas a perdonarlos, porque nadie es culpable si no lo hace a propósito.
Pero ahora me gustaría preguntarte algo. Si la primera impresión que te causa alguien, a
veces cambia después de que llegas a conocerla, ¿qué es mejor, que esta primera impresión
no sea tan buena y descubras más tarde las verdaderas cualidades de la persona, o que la
primera sea buena y la decepción venga después?
“No”, dijo la chica, “es mejor si la persona tiene mejores cualidades de que parece
en principio”.
“¿Ves?”, proseguí, “eso es lo que sucede contigo. Al principio te ves como una niña,
pero cuando uno te trata, resulta evidente que eres una joven juiciosa, con una mente
madura y aguda. No das la primera impresión de un adulto, pero la segunda es
enormemente mejor y siempre será una sorpresa para las personas que conozcas. Por
ejemplo, cuando yo trato a alguien generalmente tengo que pensar en algo especial para la
segunda entrevista, si quiero mejorar su primera impresión. Tú puedes hacer esto sin
ningún esfuerzo”. La chica rió y dijo: “Es cierto, siempre sorprendo a la gente cuando me
hablan como a una niña y les contesto con unas cuantas palabras sofisticadas”.
La joven se dio cuenta durante nuestra plática, de que su habilidad para asombrar a
la gente se hallaba en la falsa impresión que daba al principio. Esto hizo más tolerable su
frustración.
Expandimos esta línea de pensamiento. Podría sorprender más, si aumentaba su
vocabulario y conocimiento. La información bien fundada, viniendo de alguien
aparentemente de doce años, estaba dirigida a impresionar a la gente, aún después de que
se aclara el error. El humor de la chica cambió, cuando pensó en la aceptación y
reconocimiento que recibiría, porque hasta entonces siempre se sintió excluida.
Junto con la madre, exploramos las posibilidades educativas. Finalmente, decidimos
probar cursos por correspondencia que enviaban material a estudiantes a intervalos y
corregían los ejercicios escritos. Con este método, los periodos de enfermedad y debilidad
no pondrían en peligro su progreso educativo. Cuando se despidió, la chica enfatizó con una
sonrisa que ahora sí podía dirigirme a ella como “jovencita” y no me estaría burlando,
realmente sentía así. Pocos días después, me envió por correo un pequeño paquete
conteniendo un cenicero con un saludo.
Aquí, también vislumbrar un sentido ayudó a encontrarle una actitud positiva a una
situación inalterable. El apoyo que podamos dar, con frecuencia se basa en cosas
aparentemente pequeñas, pero no debemos olvidar que la desesperación también está
cimentada en algo particularmente pequeño.
Al enfrentarnos a lo inevitable creyendo que no hay sentido en nada, caminamos
sobre hielo delgado. Un ligero cambio de actitud nos lleva a terreno más firme.
Si podemos continuar modificando actitudes con un poquito de humor, una sonrisa
y una visita más amplia, la estabilidad se vuelve alcanzable. Los verdaderos héroes en la
vida no son los vencedores, sino los vencidos que encuentran un rayo de esperanza. Los
pacientes que pueden reconciliarse con la debilidad de una manera positiva y a veces
humorística, muestran lo que la gente es capaz de hacer.
La logoterapia considera tan trascendentes las actitudes positivas hacia el destino
inevitable, que conservan una importancia especial entre los valores humanos. Frankl ve
tres que nos ayudan a conducir una plena de sentido: de creación (lo que hacemos física y
mentalmente), de experiencia (lo que experimentamos en la naturaleza, el arte, las
relaciones humanas), y los de actitud (enfrentarse a lo inevitable). Podemos hacerles frente
enojados o calmados; heroicamente o lamentándonos, siendo un buen ejemplo, u horrible
para otros. Aquí se halla la oportunidad para que vean el sentido las personas que sufren.
En la medida que soportemos nuestro sufrimiento, determinaremos su valor. El lugar de las
dos historias es la parte superior izquierda del cuadrante, en la figura 9. El destino forzó a
los protagonistas al “fracaso”, pero los valores de actitud transformaron su sufrimiento en
logro.
También se pueden obtener los valores de actitud, en el cuadrante superior derecho
de la figura 9. Las actitudes positivas pueden ser importantes en situaciones de buena
suerte y éxito.
Imagínense dos vehículos en una carretera, ambos en la misma situación. De
repente uno cae en una zanja. El chofer no está herido, pero el coche tiene pérdida total.
Ahora la situación ha cambiado, uno de ellos ha perdido su automóvil, pero el otro puede
continuar su camino.
En el continuo horizontal, el primer conductor está en el lado del “fracaso”
(desgracia) y el otro, en el del “éxito” (buena suerte). Ambas situaciones están
determinadas por el “destino”, más allá del control personal.
Por supuesto, el propio sufrimiento importa más que el de los otros; sin embargo,
los tiempos de abundancia han llevado a la gente con “buena suerte”, a encontrar sentido
con cambio de actitud. La generación joven de nuestro tiempo, de familias ricas, ven sentido
de demostraciones; algunas veces, aun siendo arrestados por causa de otros, cuyo destino
contrasta agudamente con el suyo.
En el caso de los dos choferes, el primero es afectado por su propio sentimiento; el
segundo, por el infortunio del otro, lo que oscurece su propia situación. Uno es desafiado a
encontrar una actitud positiva en lo sucedido; ver el daño como una especie de cuota de
aprendizaje. Esto conecta el accidente con el sentido y lo ayuda a aceptarlo. El otro
conductor, en esta situación contrastante, también está desafiado a encontrar una actitud
positiva. Su coche está intacto y puede usarlo para llevar al otro a la policía o al hospital;
ayudarlo a reponerse del shock y confortarlo.
Si el primero estuviera inconsolable por la pérdida de su coche, o el segundo
prosiguiera su camino sin tratar de auxiliarlo, ambos demostrarían una gran falta de
responsabilidad y pasarían por encima de los sentidos y valores inherentes a tales
situaciones.
La mejor actitud frente a un sufrimiento inevitable, se enfoca en el concepto de
“heroísmo”; la mejor actitud hacia la buena fortuna en el concepto de “humanismo”.
Quienes sufren deben enfrentarse a un destino que podría haber sido más afortunado.
Aquellos que han sido bendecidos con buena fortuna, deben atender al destino de otra
gente, que podría haber sido el de ellos.
Enfrentarse al propio sufrimiento no siempre es primero. En el conflicto de razas,
por ejemplo, dependería de los blancos (del lado del “triunfo”) adoptar una actitud positiva
hacia los negros, como iguales, antes de esperar que (del lado de la “derrota”) encuentren
actitudes positivas al ser negros en una sociedad blanca.
Debemos darnos cuenta de que ambos valores de actitud ayudan a encontrar
sentido en nuestras propias vidas, pero también de que afectan fuertemente a otros. Una
actitud heroica hacia nuestro sufrimiento, favorece indirectamente a otros a través del
ejemplo. La bondad desinteresada apoya directamente. Las actitudes positivas en
situaciones de sufrimiento, ganan admiración, y aquellas en posición de buena fortuna,
logran agradecimiento.
Yo califico la modulación de actitudes en el cuadrante del sentido y el éxito, de la
figura 10, como un “valor generalizado de actitud”. Aunque Frankl no usa ese término, creo
que estoy dentro del marco de la logoterapia al añadir el sentido de la ayuda, al del
sufrimiento. Solo pueden ayudar los que están en posición de hacerlo; los ricos, a los
pobres; los saludables, a los enfermos; los inteligentes, a los incultos; los fuertes, a los
débiles.
Los médicos y los psicólogos están en posición del segundo conductor. Deben
encontrar actitudes significativas y reponderles a sus clientes, al percibirlos no solo como
gente enferma, arruinada o inestable, sino como seres humanos cuyo sufrimiento es
también su problema.
Muchas personas buscan asesoramiento porque no pueden vivir con el sufrimiento.
Sin embargo, algunas que no “pueden vivir con su buena fortuna”, también necesitan
ayuda. He aquí dos ejemplos.
Caso 16
Una señora de alrededor de los treinta años, se sometió a un chequeo completo porque se
sentía malhumorada y apática. Cuando el doctor le dijo que el examen mostraba que estaba
en perfecta condición física, ella tuvo una reacción inesperada. Si estaba sana y nadie podía
ayudarla, sería mejor que se suicidara. El médico la envió a nuestro centro de asesoría.
La mujer no pudo dar ninguna razón para justificar su actitud negativa. “Soy una
persona acomodada”, dijo, “pero no disfruto de la vida”. “¿Siempre ha tenido recursos?”,
pregunté. Pensó un poco, luego me dijo que había tenido que interrumpir sus estudios
cuando sus padres se divorciaron. Encontró un empleo sin importancia. Fue ambiciosa y se
esforzó asistiendo a clases nocturnas para terminar secundaria. Entró a la administración
pública, trabajó concienzudamente durante años hasta alcanzar el más alto nivel disponible
en el cargo que se desempeñaba, y se jubiló.
“¿Fue en ese tiempo en que apareció su apatía?”, pregunté. Admitió que podría ser
así. “Entonces lo que necesita es una nueva meta”, me atreví a decir. “Toda su vida ha sido
ambiciosa, ha alcanzado su objetivo y ya no puede avanzar, pero tiene mucha energía
mental como para permanecer inactiva, necesita retos, nuevas áreas de acción. Tener
dinero no es suficiente, permanecer ocioso, no satisface a la naturaleza humana”.
Inmediatamente respondió: “Tiene usted razón, lo que necesito es una meta. Ahora que lo
ha dicho sé que es verdad. Yo pensé que analizando mi niñez, descubriría mis dificultades
desde el divorcio de mis padres…”. Las dos nos reímos y se rompió el hielo.
Para una mujer que había alcanzado la cima de su carrera, era difícil encontrar un
objetivo. Solo saber que no podía ser despedida, frenaba su motivación.
Esta es una oportunidad para realizar un valor de actitud generalizado. “Usted está
parada en la cima de una montaña”, le dije, “pero la vista hacia el valle la deprime porque
está acostumbrada a mirar hacia arriba. Sin embargo, otros vagan por el pie de la montaña
y no pueden encontrar el camino hacia arriba. ¿Estaría dispuesta a bajar y guiarlos? Sentir
que usted es importante para otros le daría satisfacción y volvería a mirar hacia arriba”.
Comprendió de inmediato. “Sé lo que me está diciendo”, dijo, “todo este tiempo he
pensado en mí misma”. Se levantó y prometió: “Volveré, y usted estará satisfecha
conmigo”.
Efectivamente regresó, cansada, pero radiante y llena de planes. Había ofrecido, en
donde trabajó, un curso gratis para principiantes como preparación para la prueba de
administración pública y recibió una respuesta tan positiva, que apenas pudo manejar la
tarea. Ahora proyectaba ofrecer cursos similares en educación adulta. “Gracias a Dios
aceptaron mi propuesta”, sonrió. Y luego añadió; “usted tenía razón. Tengo una meta y he
aprendido que se tiene que incluir a otros, si queremos que nuestras actividades tengan
sentido”.
Recuperó la confianza. Su apatía y depresión se esfumaron. En este caso tuve suerte,
porque no es frecuente que un paciente entienda y coopere durante la terapia, tan de
buena gana como ella lo hizo. Incluir a otros en el éxito propio, es darle a esta suerte un
sentido más profundo y curarse. Hacer esto, a menudo encuentra resistencia.
Caso 17
Un estudiante se pasó una hora contándome acerca de sus promedios, sus rápidos avances
y el bien remunerado empleo de medio tiempo, que le permitía vivir con holgura. Haría una
carrera muy brillante. Eso era el centro de su pensamiento.
Le pregunté por qué había venido a verme. Me vio con desilusión. “¿Tampoco usted
quiere oír lo que he hecho?”, murmuró, “tampoco usted… bien, mejor me voy”.
Le pedí que se quedara. Me di cuenta de que necesitaba que alguien lo oyera. Ahí
estaba, orgulloso y aislado con sus éxitos, incapaz de conectar su posición teórica en la
cumbre, con el sentido práctico.
Durante horas traté de hacerle comprender que su inteligencia y conocimiento solo
tendrían fruto si los aplicaba significativamente, ya fuera en el trabajo, con una meta, o para
él. La segunda alternativa, construiría especialmente puentes con los otros a quienes él tan
urgentemente necesitaba. “Usted busca oyentes”, le dije, “pero lo que realmente necesita,
son personas que lo vean con todos sus talentos, y le hagan saber que son buenos sus
logros”. “No necesito agradar a otros”, respondió. “Ellos tiene que hacer sus propios
esfuerzos para tener tanto éxito como yo, cada quien para su santo”.
Esta actitud bloqueaba su orientación de sentido, y envenenaba su vida
potencialmente feliz. Continuó con su resistencia, por lo que la terapia fue estancándose.
Un día tuve una charla muy interesante con un trabajador del Cuerpo de Paz, que
había estado en Sudamérica. Me explicó qué expertos se necesitaban y cuáles problemas
tenían que resolverse. Invité al estudiante a unírsenos. El hombre, nos habló de las enormes
demandas de maestros, técnicos, ingenieros, artesanos, médicos y trabajadores sociales.
Cada día se enfrentaban a diferentes situaciones; problemas de distribución, dificultades
climáticas, revueltas políticas y peligros sanitarios. Tenían que pensar en nuevas ideas para
lograr algo, frente a la desconfianza de la población. El muchacho, por su parte, habló de
sus estudios y de su vaga sensación de frustración. Después de escucharlo, el empleado del
Cuerpo de Paz exclamó: “¡Realmente necesitamos gente como tú! ¡Haz tu examen y únete
a nosotros, podrás usar tu aguda mente y cuando trabajes todo el día, sabrás al menos para
qué estás viviendo!”.
Después de esto, no oí del estudiante por un largo tiempo. Le di otra cita, pero llamó
para cancelarla. Dijo que no tenía tiempo, porque había empezado a estudiar portugués y
era justo antes de su examen. No hice preguntas, pero saqué conclusiones y estoy contenta
de que hubiera reaccionado tan positivamente al ser necesitado por otros y dirigir sus logros
hacia una meta significativa.
El éxito por sí mismo, no es éxito, la felicidad como un fin en sí misma, no es felicidad.
Deben ser compartidos con otros, si han de jugar un papel satisfactorio en la salud física de
una persona. La figura 11 indica que la crisis de sentido de hoy (derecha inferior) está
directamente afectada por la actitud general de nuestra sociedad, de no ayudar a otros
(derecha superior). La frustración existencial y dudas del sentido de la vida, pueden hacerse
a un lado abriéndose a otros.
Sentido
Encadenando la
DISMINUYENDO HOY buena suerte al
sentido =
Presteza para ayudar Trabajar
P
A
R el uno
A
Fracaso Éxito
L
E contra
L
O
Frustración existencial el otro
y dudas sobre el
AUMENTANDO HOY
sentido de vida =
Pensamiento
egocéntrico
Desesperación
El paralelo entre la frustración existencial, tan extendida hoy, y las aterradoras
egocentricidades y despreocupación por los demás, muestran que el sentido de vacío y
preocupación por otros, trabaja el uno contra el otro. El valor en el sufrimiento, contra la
desesperación, la preocupación por otros, trabaja contra el vacío –estas relaciones tienen
que volverse parte de nuestros conceptos psicoterapéuticos, si no vamos a detenernos en
correcciones superficiales−.
La siguiente historia, muestra que en momentos terapéuticos decisivos, nuestra
preocupación por los otros puede activarse en contra del vacío de la propia vida de uno.
Caso 18
Una mujer de edad media, trató varias veces de suicidarse. Sufría a intervalos una depresión
endógena. Tomaba medicamentos durante la fase depresiva, pues era la única forma de
reducir los síntomas. Poco a poco fue aumentando la dosis para que fuera efectiva y
finalmente necesitó una cantidad tan grande, que no pudo comprarla. Al detener la
medicación, la depresión regresó con toda su fuerza. No vio otro camino y tomó una
sobredosis de pastillas para dormir. Su marido estaba vigilándola de cerca y pudo salvarla a
tiempo. La hospitalizaron, su fase depresiva terminó y tuvo nuevas esperanzas, hasta que
después de unos meses otra depresión la condujo a más medicamentos. Su desesperación
era más por sentir que la vida no tenía razón de ser, que por las recaídas. No podía romper
el círculo vicioso.
Era poco lo que podía hacer, las fases endógenas y su adicción estaban conectadas
tan íntimamente, y ella tan dependiente de su organismo que funcionaba muy mal, que
toda terapia fallaba. Entonces decidí apelar a una sola cosa: reducir el peligro de suicidio, y
empecé por dialogar con ella.
Fragmentos del dialógo terapéutico:
80 80
70 70
60 60
50 50
40 40
30 30
20 20
10 10
0 0
En realidad, la vejez es notable por la oportunidad de expandir el espíritu; lo que las
fases previas de la vida no ofrecen. La figura 12, fue sugerida por Kazimierz Popielski,
profesor de la Universidad de Lublin, Polonia, quien señala que el recién nacido está
físicamente bien desarrollado, pero la capacidad del espíritu existe solo como un potencial.
Durante los primeros treinta años se expanden todas las dimensiones; en los veinte años
siguientes, permanecen bastante constantes, aunque el cuerpo y la psique declinan
lentamente, mientras que el espíritu sigue ampliándose aun después de los cincuenta años,
si no lo impiden las circunstancias o la enfermedad. A menos distancia entre cuerpo y
psique, son más importantes las ganancias en el desarrollo espiritual, que puede
permanecer activo hasta una edad muy avanzada.
Estos son los regalos de la vejez: fuerza del espíritu, sustentada en una filosofía
madura de la vida; una rica orientación de sentido, basada en la búsqueda y la lucha de toda
una vida; una estructura de valores, segura, construida con experiencias personales y el
recuerdo de una vida abundante y única. Éstas son las tranquilas bendiciones de la edad
avanzada, desafortunadamente perdidas a menudo por las actitudes negativas hacia la
vejez.
No podemos convencer a los pacientes mayores de fijarse metas en la vida y hacer
esfuerzos para alcanzarlas. La mayoría se han logrado o son inalcanzables; el lapso de vida
que queda es incierto. Tenemos que hacerlos conscientes de los tesoros que han acumulado
en su dimensión espiritual, y distraer su atención de la decadencia física y las pérdidas
psicológicas funcionales (memoria, rapidez de comprensión, flexibilidad de pensamiento,
asimilación de nuevas impresiones), hacia el crecimiento espiritual, siempre disponible.
Saber que todavía hay posibilidades de poner en práctica sus capacidades, asegura la salud
psíquica de los que van envejeciendo, al cancelar los sentimientos de límites finales. La
gente joven que aún está moldeando su vida, podría aprender de la madura si no
despreciara con arrogancia o piedad, a aquellos que han vivido largamente y están más
cercanos a su destino final.
Los pacientes mayores necesitan el reconocimiento de que tienen mucho que dar, y
sus terapeutas, si surgiera la ocasión, podrían voltear la situación y pedir ayuda. Algunas
veces esto es suficiente para aclarar un nuevo sentido y así quitar el aguijón del sufrimiento.
La vida es autorreguladora, y solo podemos ayudar un poco. No podemos ni
debemos hacer más, porque nadie sabe qué sucedería si pudiéramos asumir la regulación
por completo.
El segundo caso especial de sufrimiento se refiere a la “disonancia noética”, que se
refiere a la “disonancia cognoscitiva” de León Festinger.
La frustración existencial, como se ha mostrado, se caracteriza por el vacío interior,
falta de metas adecuadas, y motivación para alcanzarlas. Puede suceder que las metas y la
motivación estén presentes, pero interfieran circunstancias externas. “La disonancia
cognoscitiva” se refiere a una selección que repentinamente resulta impracticable. Estas
personas tienen una orientación hacia sentido y meta, saben lo que quieren, pero sus
manos están atadas y observan importentes cómo se evaporan sus oportunidades. Cuanto
mayor sea su orientación hacia el sentido, más grande será su “disonancia noética” después
de la decepción, lo que termina en sufrimiento inevitable. Regresando a los anteriores
casos: ¿qué sucedería si el niño de la mujer víctima de cáncer, muriera; si la joven retrasada
en su crecimiento, no pudiera terminar los cursos por correspondencia; si al servidor
público no se le permitiera dar clases extras; si el estudiante no fuera aceptado en el Cuerpo
de Paz, o si el marido de la mujer deprimida se divorciara de ella?
Algunas metas pueden reemplazarse, otras no. Además, no todo el mundo tiene la
flexibilidad para cambiarlas. El psicoterapeuta puede sugerir nuevas, y quizás similares,
pero hay límites. Algunas veces es posible cambiar el interés dentro de tres valores: de
valores creativos de acciones, ahora limitados por el destino, a valores contemplativos
experienciales; si estos no son posibles, a mayor énfasis en valores de actitud. La guía
gradual hacia una nueva actitud básica de vida puede ser más efectiva que una búsqueda
febril de metas sustitutas, que no pueden reemplazar lo que se perdió. Podemos insinuar
que los pacientes aceptan, con la pérdida de un objetivo, la reestructuración del concepto
completo de sus vidas. Este enfoque puede comprometer más su cooperación que los
intentos de disminuir las metas perdidas, o hacerlas zonas reemplazables.
Los enfermos desesperados, probablemente las defendería y se quedarán fijos en
ellos.
La pérdida de una meta importante de vida tampoco debe ser acallada, o
permanecerá sin expresarse detrás de cada palabra o pensamiento. Esta debe integrarse en
un contenido de sentido. Nunca es tan importante el sentido en la mente de la persona,
como después de una pérdida severa. Los pacientes cuyos objetivos de vida han errado el
camino, confrontarám abiertamente al terapeuta con esta pregunta: ¿qué sentido le queda
a mi vida? No podemos evadir la respuesta, o alegar que no somos la persona adecuada
para consultar.
El psicólogo debe encontrar una respuesta; el psicoterapeuta debe poder enfrentar
al paciente, tan abiertamente como lo requiere la respuesta. La meta no representa el
sentido de la vida, y la pérdida de una meta no significa insensatez. Un objetivo puede ser
alcanzable o no, ambas posibilidades estuvieron presentes alguna vez, pero el sentido de la
vida siempre está disponible. Si pudiéramos alcanzarlo, cualquier vida más allá no tendría
razón de ser para nosotros. El sentido de la vida no es asequible ni inasequible, no es
repetible ni reemplazable, se halla en su persecución. Podemos darle sentido a algo dentro
de nosotros o en el mundo exterior, pero de hecho, es la proyección de la búsqueda y de la
voluntad humana.
Ningún sufrimiento puede derrotarnos si estamos preparados para buscarle sentido,
no es concebible ninguna pérdida sin la posibilidad de, por lo menos un sentido, esa es la
respuesta que debemos dar a aquellos que buscan nuestra asesoría.
La logoterapia nos enseña a “decir sí a la vida, a pesar de todo”, título del primer
libro de Frankl, después de haber sido liberado del último campo de concentración, y es lo
que sus alumnos tenemos que hacer, por nosotros mismos y por nuestros pacientes.