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La cuestión del significado y el sufrimiento

La mayoría de las escuelas de psicoterapia pretenden reducir la totalidad humana a unas


cuantas reglas. La logoterapia, por otro lado, trata de aplicar todas sus reglas a la totalidad
humana. Esto requiere que entre a áreas que la psicoterapia general considera más allá de
su incumbencia.
Un área, más allá de nuestra comprensión, es el sufrimiento inevitable e
inexplicable. La logoterapia trata con la gama entera de los problemas humanos. Desde
aquellos que podemos cambiar, hasta los que no. Su preocupación es reconfortar, su meta
es encontrar “la mejor ayuda posible”, su empatía es para los pacientes que son conducidos
a darse cuenta que el sufrimiento no es sin sentido.
Una ilusión actual es que todo puede corregirse. La gente obesa, haciendo dieta; la
débil, habilitándose para tener buena condición y salud; los viejos yendo a centros de
rejuvenecimiento; los tímidos, desinhibiéndose para ser audaces; los malos estudiantes,
preparándose para mejorar; y los padres, asistiendo a cursos para comprender a sus hijos.
La palabra mágica de la terapia del comportamiento, “entrenamiento”, ha producido una
fe ingenua de que todo lo desagradable puede corregirse. La capacitación puede lograr
mucho, pero encontramos que lo inevitable va más allá de ella. Pero que eso, se ve como
una falla personal y una injusticia del destino. Esta es una falacia peligrosa. Una psicoterapia
mecanicista está propensa a prescribir programas de capacitación para cualquier problema,
y si este no es resuelto, culpa a los participantes. Pocas psicologías prestan atención a los
inevitable, a reconfortar donde no puede “curar”.
Nos rebelamos contra el destino, pero hemos olvidado cómo aceptarlo. Una vez
asistí a una junta de padres, para tratar el problema de que las clases de inglés tenían que
suspenderse durante medio año, porque todos los profesores disponibles estaban
enfermos. Asistieron alrededor de cien padres y las sugerencias variaban; desde hacer
peticiones al ministerio de educación, hasta manifestaciones a través de la ciudad, pero
ninguno pensó en ofrecerse a enseñar a los niños. Mi propuesta de formar grupos de
aprendizaje en la tarde, con padres que supieran inglés, fue escuchada con incredulidad.
Nadie estaba listo para hacer algo más que protestar. Yo estaba alarmada: ¿cómo iban los
niños a afrontar problemas y encontrar soluciones significativas, si sus padres no eran
capaces de hacerlo?
Otra ilusión, es nuestra idea de que todo puede comprarse. La “danza alrededor del
becerro de oro” terminó en un desastre, esto no ha cambiado en el siglo veinte. Peor que
la sobreevaluación de las cosas materiales, es la devaluación de los inmaterial, aquello que
no puede comprarse. Una madre recibe la visita de su hijo, que le lleva un costoso ramo de
flores. El ramo puede comprarlo ella misma, pero no la presencia de su hijo. El sentimiento
que crea esta fina distinción se ha perdido en gran parte.
La gente que no ha aprendido a aceptar el destino, que cree que puede conseguir
casi todo por un precio, probablemente se va a desesperar cuando se enfrente a un
sufrimiento inevitable. En tal crisis sólo tres posibilidades están abiertas:
 La fe y la creencia en Dios.
 Empatía y comprensión de la gente que la rodea.
 Su propia realización.

La fe en Dios ha sido sacudida de la vida de mucha gente y el apoyo interpersonal,


más aún. Así, el descubrimiento personal de sentido permanece como el último criterio
decisivo, podamos o no, sobreponernos a una crisis interna. La gente a la que recurrimos
en tal caso, ha pasado del ministro y de la familia, al psicoterapeuta.
En nuestra soledad buscamos en extraños lo que ya no podemos encontrar en una
fe firme, o en gente cercana a nosotros. Los psicoterapeutas, que son esta “última
esperanza”, no se pueden permitir decir: “yo no puedo ayudar aquí, esta va más allá de mi
campo de competencia”. En donde falla el conocimiento científico, la humanidad debe
hacerse cargo. En los límites de la comprensión, la empatía debe encontrar palabras.
Los terapeutas que se limitan a lo que es curable, practican su profesión, pero fallan
en su vocación. En particular, mis colegas más jóvenes están satisfechos con establecer
programas de terapia para corregir y capacitar. Por ejemplo, cuando padres desesperados
llaman a un centro de asesoramiento psicológico, porque su hija adulta se ha involucrado
en un culto peligroso, los terapeutas suelen decir: “Su hija, obviamente no sufre, y ustedes
ya no pueden influir, así es que la terapia no tiene objeto. Si ella está en peligro, no pueden
evitarlo”. Esto es cierto, y una plática con los padres no cambiará la situación. Sin embargo,
tiene que hacerse la pregunta de si los psicólogos deben abandonarlos con su
desesperación, o pueden ayudarlos en su sufrimiento. Los padres podrían ver que, aún en
esta crisis, el sentido se halla en la madurez a la que su hija nunca llegaría sin tal experiencia.
La práctica psicológica actual, en su mayoría no toma en cuenta la dimensión del
espíritu humano, ni el área de la piedad. Los psicólogos modernos conocen su profesión,
pero no tienen compasión. En nuestro mundo industrializado, de anuncios de neón y
aparadores centelleantes, tiene muy poco espacio la compasión. ¿Quién piensa en los miles
de personas que se suicidan cada año porque no pueden soportar su soledad? A menudo
es gente mayor olvidada, que sufre, a la que nadie quiere hablar ni escuchar. ¿La psicología
solo existe para determinar coeficientes intelectuales cuestionables y para alterar patrones
de comportamientos corregibles? ¡Qué tarea sería para la psicología ayudar a los pacientes
a soportar su sufrimiento –mental, psicológico, físico− cuando es inevitable y el destino
debe ser aceptado!
Si un joven ha quedado cuadrapléjico después de un accidente de tráfico, por
supuesto que la ayuda médica es importante. Pero después de que se ha hecho todo lo
posible, el paciente se encuentra con el problema de que en adelante estará atado a una
silla de ruedas. La psicología puede contribuir en gran parte, ayudando a encontrar la fuerza
necesaria para enfrentar su destino, en lugar de ser destruido por él.
La autocompasión no es saludable, los psicoterapeutas deben librar a los enfermos
de ella, y reemplazarla con actitudes nuevas y positivas hacia su aflicción. Necesitan saber
lo que son las actitudes positivas, y esto conduce a la cuestión del sentido y a la logoterapia.
Frankl ha demostrado que el éxito no equivale a sentido, ni el fracaso a
desesperación (ver Vida significativa, p.11). Él ilustra esto en su famosa “cruz”.
Figura 9. Relación entre éxito y sentido

Sentido

Fracaso Éxito

Desesperación

El “éxito” conlleva oportunidades afortunadas, riqueza, salud, buena educación, y


condiciones favorables de vida, en tanto que el “fracaso” incluye falta de oportunidades,
pobreza, mala salud y condiciones de vida deplorables.
La frustración existencial actual y la crisis de sentido se hallan en el cuadrante entre
el éxito y la desesperación. La gente que está, o podría estar bien pero no siempre disfruta
la vida, se encuentra aburrida, irritable y harta, no le encuentra sentido a su vivir. La
investigación estadística ha mostrado que en las sociedades ricas, 20 por ciento de la
población cae en este grupo.
El cuadrante del éxito-desesperación se localiza en la parte derecha inferior de la
figura 9. El desaliento causado por la miseria y un sufrimiento genuino, se encuentra entre
la desesperación y el fracaso (izquierda inferior). Cualquier cambio hacia la parte inferior de
la cruz, contribuirá a la estabilidad psicológica y la felicidad interna, sin importar en donde
se halla la persona, en el continuo del éxito-fracaso.
Para explorar la conexión entre sentido y sufrimiento, veamos los dos cuadrantes
superiores, primero el que está entre fracaso y sentido (superior izquierdo). La investigación
logoterapéutica se ha enfocado hacia los esfuerzos para transformar el sufrimineto en logro
humano, a través de una actitud positiva que da fuerza y gana admiración. Empieza con la
creencia de que se puede enfrentar el sufrimiento más severo, si se percibe el sentido detrás
de él. Por ejemplo, una madre que entra en una casa que se está incendiando, para sacar a
su hijo, no se quejará de sus severas quemaduras. En cambio, peleará furiosamente contra
el destino si debido a un accidente causado por descuido, sufre algunas mucho más ligeras.
Suponiendo que el sufrimiento inevitable puede soportarse si se le ve algún sentido,
la logoterapia trata de conectarlo con uno que el paciente pueda aceptar y esto, no siempre
es fácil.

Caso 14
Vino a verme un hombre de cuarenta años, y me dijo que si podía encontrarle un buen
hogar a su criatura, “si se necesitara”. Cuando le pregunté qué quería decir con: “si se
necesitara”, rompió en sollozos. Respondió que su esposa estaba embarazada, pero que
tenía un cáncer inoperable y los médicos habían diagnósticado que moriría antes de que
naciera el niño.
Figura 10. Modificación de actitudes en situaciones de fracaso y éxito

Sentido

Ver el sufrimiento Encadenar


en conexión con el buena suerte
significado. con sentido.

Fracaso Éxito

Confrontar Frustración
al destino, existencial, duda del
desesperación en el sentido.
sufrimiento.

Desesperación

Le prometí que lo haría y preguntó si yo también le diría esto a su esposa, porque


también ella se preocupaba por el futuro del niño. Le pedí que se reunieran conmigo al día
siguiente.
Este caso ilustra cuán insignificante se vuelve la cuestión de competencia frente a lo
inevitable. Los psicólogos no se dedican a buscar hogares para infantes, pero a mí no se me
preguntó como psicóloga, sino como ser humano.
Al día siguiente les pedí que me contaran acerca de su vida juntos. Tenían seis años
de casados, siempre habían estado cercanos, aún más, cuando se enteraron de la
enfermedad de ella.
Cuando terminaron, hubo una pausa. Entonces les dije algo como esto: “Señor y
señora X, los felicito de todo corazón. Ustedes han mostrado en su corta vida compartida
tanto amor mutuo y valor, como muy pocos después de una experiencia de treinta o
cuarenta años de matrimonio. Cientos de parejas vienen a nuestro centro de
asesoramiento, y lo que escucho son disputas triviales cargadas de egoísmo y desconfianza
mutua. Rara vez se relacionan dos personas tan felizmente como lo han hecho ustedes. Es
algo de lo que hay que estar orgullosos, porque lo que importa no es cuánto tiempo
conviven, sino cuán intesamente llenan sus vidas con respeto y amor. Si sumo las horas de
armonía, de muchos matrimonios duraderos, el total difícilmente se acercará a los seis años
que ustedes han vivido felizmente juntos. Nadie puede quitarles eso”.
Los ojos del hombre estaban húmedos; ella tocó mi mano y me dijo: “No me siento
infeliz por el destino que pronto nos separará, estoy preocupada por mi marido. Tengo
miedo que se derrumbe cuando esté solo”. “Pero señora X”, repliqué, “usted le dejará algo
que le fortalecerá, una tarea de la que él es responsable: el hijo de su amor. Cuando usted
ya no esté, será suficientemente fuerte para apoyarlo y educarlo bien”. El esposo se
arrodilló frente a ella y solamente prometió encontrar la fuerza para dirigir y cuidar al
pequeño, mientras lo necesitara. Dejaron nuestro centro de asesoría, serena y
confiadamente. Meses después, el bebé fue un regalo que despertó sus más profundas
emociones, especialmente porque todo salió bien.
Lo útil en este discurso logoterapéutico, no fue el “consuelo”, difícilmente puede
haberlo para una persona que se enfrenta a la muerte. Aquí lo importante fue encontrar
algún sentido conectado con los dos problemas que pesaban sobre ellos. ¿Por qué la
felicidad de estar juntos tenía que terminar tan repentinamente, y qué sucedería después
de la muerte de la esposa? Si una corta vida de casados les habría traído más felicidad que
a muchos, en un matrimonio largo, entonces el tiempo es menos importante que el
contenido. Los seis años conservan su sentido, aun cuando terminen abruptamente. La
mujer sabe que con el hijo, dejará a su marido una tarea pero, sobre todo, un apoyo para
ayudarlo en su pena: el nacimiento del niño antes de su fallecimiento, es un poderoso
legado de su mutuo amor, que trasciende la muerte. La tragedia de lo inevitable se suaviza
por la conciencia de una vida plena.
Por supuesto, no en todos los casos se trata de ayudar a los muribundos. A menudo,
las personas deben continuar viviendo con el sufrimiento.

Caso 15
Una madre llegó al centro de asesoramiento, sin hacer cita, acompañada de una chica
físicamente desproporcionada. “¿Tiene usted alguna preocupación con la jovencita?”,
pregunté ingenuamente. Inmediatamente la pequeña agarró un cenicero y lo arrojó contra
la pared, gritando. “¡Yo no soy una jovencita!”. Le sugerí a la madre que permaneciera en
la sala de espera, y a ella la llevé al consultorio, le pedí que se sentara y le dije: “Eres tú la
que tiene una gran preocupación, pero la compartiremos como hermanas. Si quieres
guardar una parte de ti, está bien. Pero por favor, cuéntame algo y veremos qué podemos
hacer”.
Lo que me dijo, desgarraba el corazón. Tenía dieciocho años, pero había dejado de
crecer. Se había sometido a una operación, una punción de espina y largas estancias en
hospitales, pero los doctores sospechaban que había algo mal en su hipófisis. Se cansaba
con facilidad, tenía pocas defensas contra las enfermedades y, en general, estaba harta de
que la confundieran con una niña. La escuela era un problema; la mamá trataba de ayudarla
para que concluyera la secundaria mediante clases privadas, peros sus afecciones
frecuentes se lo impedían. Después de que vació su corazón, llamé a la madre, quien no
pudo añadir nada, excepto que no sabía cómo podría vivir su hija con su anormalidad.
Me volví hacia la joven y le dije: “Tengo que disculparme por haberte confundido
con una niña, pero no podía saber tu edad real. Esto también va por las demás personas.
Espero que aprendas a perdonarlos, porque nadie es culpable si no lo hace a propósito.
Pero ahora me gustaría preguntarte algo. Si la primera impresión que te causa alguien, a
veces cambia después de que llegas a conocerla, ¿qué es mejor, que esta primera impresión
no sea tan buena y descubras más tarde las verdaderas cualidades de la persona, o que la
primera sea buena y la decepción venga después?
“No”, dijo la chica, “es mejor si la persona tiene mejores cualidades de que parece
en principio”.
“¿Ves?”, proseguí, “eso es lo que sucede contigo. Al principio te ves como una niña,
pero cuando uno te trata, resulta evidente que eres una joven juiciosa, con una mente
madura y aguda. No das la primera impresión de un adulto, pero la segunda es
enormemente mejor y siempre será una sorpresa para las personas que conozcas. Por
ejemplo, cuando yo trato a alguien generalmente tengo que pensar en algo especial para la
segunda entrevista, si quiero mejorar su primera impresión. Tú puedes hacer esto sin
ningún esfuerzo”. La chica rió y dijo: “Es cierto, siempre sorprendo a la gente cuando me
hablan como a una niña y les contesto con unas cuantas palabras sofisticadas”.
La joven se dio cuenta durante nuestra plática, de que su habilidad para asombrar a
la gente se hallaba en la falsa impresión que daba al principio. Esto hizo más tolerable su
frustración.
Expandimos esta línea de pensamiento. Podría sorprender más, si aumentaba su
vocabulario y conocimiento. La información bien fundada, viniendo de alguien
aparentemente de doce años, estaba dirigida a impresionar a la gente, aún después de que
se aclara el error. El humor de la chica cambió, cuando pensó en la aceptación y
reconocimiento que recibiría, porque hasta entonces siempre se sintió excluida.
Junto con la madre, exploramos las posibilidades educativas. Finalmente, decidimos
probar cursos por correspondencia que enviaban material a estudiantes a intervalos y
corregían los ejercicios escritos. Con este método, los periodos de enfermedad y debilidad
no pondrían en peligro su progreso educativo. Cuando se despidió, la chica enfatizó con una
sonrisa que ahora sí podía dirigirme a ella como “jovencita” y no me estaría burlando,
realmente sentía así. Pocos días después, me envió por correo un pequeño paquete
conteniendo un cenicero con un saludo.
Aquí, también vislumbrar un sentido ayudó a encontrarle una actitud positiva a una
situación inalterable. El apoyo que podamos dar, con frecuencia se basa en cosas
aparentemente pequeñas, pero no debemos olvidar que la desesperación también está
cimentada en algo particularmente pequeño.
Al enfrentarnos a lo inevitable creyendo que no hay sentido en nada, caminamos
sobre hielo delgado. Un ligero cambio de actitud nos lleva a terreno más firme.
Si podemos continuar modificando actitudes con un poquito de humor, una sonrisa
y una visita más amplia, la estabilidad se vuelve alcanzable. Los verdaderos héroes en la
vida no son los vencedores, sino los vencidos que encuentran un rayo de esperanza. Los
pacientes que pueden reconciliarse con la debilidad de una manera positiva y a veces
humorística, muestran lo que la gente es capaz de hacer.
La logoterapia considera tan trascendentes las actitudes positivas hacia el destino
inevitable, que conservan una importancia especial entre los valores humanos. Frankl ve
tres que nos ayudan a conducir una plena de sentido: de creación (lo que hacemos física y
mentalmente), de experiencia (lo que experimentamos en la naturaleza, el arte, las
relaciones humanas), y los de actitud (enfrentarse a lo inevitable). Podemos hacerles frente
enojados o calmados; heroicamente o lamentándonos, siendo un buen ejemplo, u horrible
para otros. Aquí se halla la oportunidad para que vean el sentido las personas que sufren.
En la medida que soportemos nuestro sufrimiento, determinaremos su valor. El lugar de las
dos historias es la parte superior izquierda del cuadrante, en la figura 9. El destino forzó a
los protagonistas al “fracaso”, pero los valores de actitud transformaron su sufrimiento en
logro.
También se pueden obtener los valores de actitud, en el cuadrante superior derecho
de la figura 9. Las actitudes positivas pueden ser importantes en situaciones de buena
suerte y éxito.
Imagínense dos vehículos en una carretera, ambos en la misma situación. De
repente uno cae en una zanja. El chofer no está herido, pero el coche tiene pérdida total.
Ahora la situación ha cambiado, uno de ellos ha perdido su automóvil, pero el otro puede
continuar su camino.
En el continuo horizontal, el primer conductor está en el lado del “fracaso”
(desgracia) y el otro, en el del “éxito” (buena suerte). Ambas situaciones están
determinadas por el “destino”, más allá del control personal.
Por supuesto, el propio sufrimiento importa más que el de los otros; sin embargo,
los tiempos de abundancia han llevado a la gente con “buena suerte”, a encontrar sentido
con cambio de actitud. La generación joven de nuestro tiempo, de familias ricas, ven sentido
de demostraciones; algunas veces, aun siendo arrestados por causa de otros, cuyo destino
contrasta agudamente con el suyo.
En el caso de los dos choferes, el primero es afectado por su propio sentimiento; el
segundo, por el infortunio del otro, lo que oscurece su propia situación. Uno es desafiado a
encontrar una actitud positiva en lo sucedido; ver el daño como una especie de cuota de
aprendizaje. Esto conecta el accidente con el sentido y lo ayuda a aceptarlo. El otro
conductor, en esta situación contrastante, también está desafiado a encontrar una actitud
positiva. Su coche está intacto y puede usarlo para llevar al otro a la policía o al hospital;
ayudarlo a reponerse del shock y confortarlo.
Si el primero estuviera inconsolable por la pérdida de su coche, o el segundo
prosiguiera su camino sin tratar de auxiliarlo, ambos demostrarían una gran falta de
responsabilidad y pasarían por encima de los sentidos y valores inherentes a tales
situaciones.
La mejor actitud frente a un sufrimiento inevitable, se enfoca en el concepto de
“heroísmo”; la mejor actitud hacia la buena fortuna en el concepto de “humanismo”.
Quienes sufren deben enfrentarse a un destino que podría haber sido más afortunado.
Aquellos que han sido bendecidos con buena fortuna, deben atender al destino de otra
gente, que podría haber sido el de ellos.
Enfrentarse al propio sufrimiento no siempre es primero. En el conflicto de razas,
por ejemplo, dependería de los blancos (del lado del “triunfo”) adoptar una actitud positiva
hacia los negros, como iguales, antes de esperar que (del lado de la “derrota”) encuentren
actitudes positivas al ser negros en una sociedad blanca.
Debemos darnos cuenta de que ambos valores de actitud ayudan a encontrar
sentido en nuestras propias vidas, pero también de que afectan fuertemente a otros. Una
actitud heroica hacia nuestro sufrimiento, favorece indirectamente a otros a través del
ejemplo. La bondad desinteresada apoya directamente. Las actitudes positivas en
situaciones de sufrimiento, ganan admiración, y aquellas en posición de buena fortuna,
logran agradecimiento.
Yo califico la modulación de actitudes en el cuadrante del sentido y el éxito, de la
figura 10, como un “valor generalizado de actitud”. Aunque Frankl no usa ese término, creo
que estoy dentro del marco de la logoterapia al añadir el sentido de la ayuda, al del
sufrimiento. Solo pueden ayudar los que están en posición de hacerlo; los ricos, a los
pobres; los saludables, a los enfermos; los inteligentes, a los incultos; los fuertes, a los
débiles.
Los médicos y los psicólogos están en posición del segundo conductor. Deben
encontrar actitudes significativas y reponderles a sus clientes, al percibirlos no solo como
gente enferma, arruinada o inestable, sino como seres humanos cuyo sufrimiento es
también su problema.
Muchas personas buscan asesoramiento porque no pueden vivir con el sufrimiento.
Sin embargo, algunas que no “pueden vivir con su buena fortuna”, también necesitan
ayuda. He aquí dos ejemplos.

Caso 16
Una señora de alrededor de los treinta años, se sometió a un chequeo completo porque se
sentía malhumorada y apática. Cuando el doctor le dijo que el examen mostraba que estaba
en perfecta condición física, ella tuvo una reacción inesperada. Si estaba sana y nadie podía
ayudarla, sería mejor que se suicidara. El médico la envió a nuestro centro de asesoría.
La mujer no pudo dar ninguna razón para justificar su actitud negativa. “Soy una
persona acomodada”, dijo, “pero no disfruto de la vida”. “¿Siempre ha tenido recursos?”,
pregunté. Pensó un poco, luego me dijo que había tenido que interrumpir sus estudios
cuando sus padres se divorciaron. Encontró un empleo sin importancia. Fue ambiciosa y se
esforzó asistiendo a clases nocturnas para terminar secundaria. Entró a la administración
pública, trabajó concienzudamente durante años hasta alcanzar el más alto nivel disponible
en el cargo que se desempeñaba, y se jubiló.
“¿Fue en ese tiempo en que apareció su apatía?”, pregunté. Admitió que podría ser
así. “Entonces lo que necesita es una nueva meta”, me atreví a decir. “Toda su vida ha sido
ambiciosa, ha alcanzado su objetivo y ya no puede avanzar, pero tiene mucha energía
mental como para permanecer inactiva, necesita retos, nuevas áreas de acción. Tener
dinero no es suficiente, permanecer ocioso, no satisface a la naturaleza humana”.
Inmediatamente respondió: “Tiene usted razón, lo que necesito es una meta. Ahora que lo
ha dicho sé que es verdad. Yo pensé que analizando mi niñez, descubriría mis dificultades
desde el divorcio de mis padres…”. Las dos nos reímos y se rompió el hielo.
Para una mujer que había alcanzado la cima de su carrera, era difícil encontrar un
objetivo. Solo saber que no podía ser despedida, frenaba su motivación.
Esta es una oportunidad para realizar un valor de actitud generalizado. “Usted está
parada en la cima de una montaña”, le dije, “pero la vista hacia el valle la deprime porque
está acostumbrada a mirar hacia arriba. Sin embargo, otros vagan por el pie de la montaña
y no pueden encontrar el camino hacia arriba. ¿Estaría dispuesta a bajar y guiarlos? Sentir
que usted es importante para otros le daría satisfacción y volvería a mirar hacia arriba”.
Comprendió de inmediato. “Sé lo que me está diciendo”, dijo, “todo este tiempo he
pensado en mí misma”. Se levantó y prometió: “Volveré, y usted estará satisfecha
conmigo”.
Efectivamente regresó, cansada, pero radiante y llena de planes. Había ofrecido, en
donde trabajó, un curso gratis para principiantes como preparación para la prueba de
administración pública y recibió una respuesta tan positiva, que apenas pudo manejar la
tarea. Ahora proyectaba ofrecer cursos similares en educación adulta. “Gracias a Dios
aceptaron mi propuesta”, sonrió. Y luego añadió; “usted tenía razón. Tengo una meta y he
aprendido que se tiene que incluir a otros, si queremos que nuestras actividades tengan
sentido”.
Recuperó la confianza. Su apatía y depresión se esfumaron. En este caso tuve suerte,
porque no es frecuente que un paciente entienda y coopere durante la terapia, tan de
buena gana como ella lo hizo. Incluir a otros en el éxito propio, es darle a esta suerte un
sentido más profundo y curarse. Hacer esto, a menudo encuentra resistencia.

Caso 17
Un estudiante se pasó una hora contándome acerca de sus promedios, sus rápidos avances
y el bien remunerado empleo de medio tiempo, que le permitía vivir con holgura. Haría una
carrera muy brillante. Eso era el centro de su pensamiento.
Le pregunté por qué había venido a verme. Me vio con desilusión. “¿Tampoco usted
quiere oír lo que he hecho?”, murmuró, “tampoco usted… bien, mejor me voy”.
Le pedí que se quedara. Me di cuenta de que necesitaba que alguien lo oyera. Ahí
estaba, orgulloso y aislado con sus éxitos, incapaz de conectar su posición teórica en la
cumbre, con el sentido práctico.
Durante horas traté de hacerle comprender que su inteligencia y conocimiento solo
tendrían fruto si los aplicaba significativamente, ya fuera en el trabajo, con una meta, o para
él. La segunda alternativa, construiría especialmente puentes con los otros a quienes él tan
urgentemente necesitaba. “Usted busca oyentes”, le dije, “pero lo que realmente necesita,
son personas que lo vean con todos sus talentos, y le hagan saber que son buenos sus
logros”. “No necesito agradar a otros”, respondió. “Ellos tiene que hacer sus propios
esfuerzos para tener tanto éxito como yo, cada quien para su santo”.
Esta actitud bloqueaba su orientación de sentido, y envenenaba su vida
potencialmente feliz. Continuó con su resistencia, por lo que la terapia fue estancándose.
Un día tuve una charla muy interesante con un trabajador del Cuerpo de Paz, que
había estado en Sudamérica. Me explicó qué expertos se necesitaban y cuáles problemas
tenían que resolverse. Invité al estudiante a unírsenos. El hombre, nos habló de las enormes
demandas de maestros, técnicos, ingenieros, artesanos, médicos y trabajadores sociales.
Cada día se enfrentaban a diferentes situaciones; problemas de distribución, dificultades
climáticas, revueltas políticas y peligros sanitarios. Tenían que pensar en nuevas ideas para
lograr algo, frente a la desconfianza de la población. El muchacho, por su parte, habló de
sus estudios y de su vaga sensación de frustración. Después de escucharlo, el empleado del
Cuerpo de Paz exclamó: “¡Realmente necesitamos gente como tú! ¡Haz tu examen y únete
a nosotros, podrás usar tu aguda mente y cuando trabajes todo el día, sabrás al menos para
qué estás viviendo!”.
Después de esto, no oí del estudiante por un largo tiempo. Le di otra cita, pero llamó
para cancelarla. Dijo que no tenía tiempo, porque había empezado a estudiar portugués y
era justo antes de su examen. No hice preguntas, pero saqué conclusiones y estoy contenta
de que hubiera reaccionado tan positivamente al ser necesitado por otros y dirigir sus logros
hacia una meta significativa.
El éxito por sí mismo, no es éxito, la felicidad como un fin en sí misma, no es felicidad.
Deben ser compartidos con otros, si han de jugar un papel satisfactorio en la salud física de
una persona. La figura 11 indica que la crisis de sentido de hoy (derecha inferior) está
directamente afectada por la actitud general de nuestra sociedad, de no ayudar a otros
(derecha superior). La frustración existencial y dudas del sentido de la vida, pueden hacerse
a un lado abriéndose a otros.

Figura 11. Tendencia sociológica en la búsqueda del sentido

Sentido
Encadenando la
DISMINUYENDO HOY buena suerte al
sentido =
Presteza para ayudar Trabajar
P
A
R el uno
A
Fracaso Éxito
L
E contra
L
O
Frustración existencial el otro
y dudas sobre el
AUMENTANDO HOY
sentido de vida =
Pensamiento
egocéntrico
Desesperación
El paralelo entre la frustración existencial, tan extendida hoy, y las aterradoras
egocentricidades y despreocupación por los demás, muestran que el sentido de vacío y
preocupación por otros, trabaja el uno contra el otro. El valor en el sufrimiento, contra la
desesperación, la preocupación por otros, trabaja contra el vacío –estas relaciones tienen
que volverse parte de nuestros conceptos psicoterapéuticos, si no vamos a detenernos en
correcciones superficiales−.
La siguiente historia, muestra que en momentos terapéuticos decisivos, nuestra
preocupación por los otros puede activarse en contra del vacío de la propia vida de uno.

Caso 18
Una mujer de edad media, trató varias veces de suicidarse. Sufría a intervalos una depresión
endógena. Tomaba medicamentos durante la fase depresiva, pues era la única forma de
reducir los síntomas. Poco a poco fue aumentando la dosis para que fuera efectiva y
finalmente necesitó una cantidad tan grande, que no pudo comprarla. Al detener la
medicación, la depresión regresó con toda su fuerza. No vio otro camino y tomó una
sobredosis de pastillas para dormir. Su marido estaba vigilándola de cerca y pudo salvarla a
tiempo. La hospitalizaron, su fase depresiva terminó y tuvo nuevas esperanzas, hasta que
después de unos meses otra depresión la condujo a más medicamentos. Su desesperación
era más por sentir que la vida no tenía razón de ser, que por las recaídas. No podía romper
el círculo vicioso.
Era poco lo que podía hacer, las fases endógenas y su adicción estaban conectadas
tan íntimamente, y ella tan dependiente de su organismo que funcionaba muy mal, que
toda terapia fallaba. Entonces decidí apelar a una sola cosa: reducir el peligro de suicidio, y
empecé por dialogar con ella.
Fragmentos del dialógo terapéutico:

Señora X: ¿Por qué no me dejan morir? ¿Cuál es el propósito de todo? Esto


no es vida, siempre esta tistreza sin salida, con excepción de cuando tomo pastillas,
que hacen que después todo parezca aún más desesperanzador.
E.L.: Señora X, suponga que repentinamente tiene la idea de vivir en
Hamburgo en lugar de en Munich, ¿Haría sus maletas, se despediría y se mudaría?
Señora X: (Sorprendida) Yo… no, mi hijo va aquí a la escuela, mi marido
trabaja aquí… ¡No estoy sola en el mundo!
E.L.: Correcto, señora, eso es lo que no debe olvidar nunca, suceda lo que
suceda. Su vida es parte de la base de existencia de otra gente a su alrededor. Por
eso no se mudaría a Hamburgo, y por eso no puede desechar su vida, aunque en
ocasiones parece tener poco sentido. Por lo menos para su familia no es así. Usted
no está sola en el mundo.
Señora X: A decir verdad, no pienso en mi familia cuando me siento mal.
E.L.: Sus problemas son el centro de sus pensamientos y quiere deshacerse
de ellos, pero no piensa en una solución que beneficie a los que están cerca de usted.
Trate de revertir ese pensamiento, y por su propia voluntad alivie su sufrimiento
para salvar a otros de tenerlos.
Señora X: ¿Usted quiere que yo tome mis problemas voluntariamente?
E.L.: Mírelos de esta manera, señora. Si su vida le parece vacía cuando está
mal, pero decide soportarla pacientemente por el bien de su hijo quien necesita una
madre, y por el de su marido, quien sufriría por su suicidio, entonces no carece de
sentido. Usted sabe por qué y por quiénes vivirla. ¿Tiene esto sentido?
Señora X: (Pensativamente) Así lo creo. Usted está hablando de la
responsabilidad hacia mi familia. Ahí sí, realmente he fallado.
E.L.: También su familia está sufrimiendo. Su marido e hijo no pueden
disminuir su sufrimiento, pero ¡usted sí puede aliviar el de ellos!
Señora X: Esto es cierto. Qué extraño, en el hospital siempre pensaba en qué
desdichada era porque ni siquiera se me permitía morir. Estoy empezando a ver que
otros, gente inocente, sufre por mi causa. Mi marido está desesperado… No volveré
a hacerlo. Por lo menos trataré de ahorrarle a mi familia el sufrimiento.

No todas las aflicciones psicológicas pueden corregirse terapéuticamente. Algunas


deben simplemente soportarse. Y cuando más conozcamos un “para qué”, más podremos
hacerlo. Debemos tener una razón, una persona que nos importe, una tarea a realizar, algo
por lo que valga la pena sufrir. Aquí un método terapéutico se encuentra con un antiguo
principio ético porque, como comprendió mi paciente, no estamos solos en este mundo, y
el bienestar propio puede ser nuestro principal propósito en la vida. El bienestar en un
vacío, separado de relaciones interpersonales, es nada.
Dos causas especiales de sufrimiento son: la edad avanzada, y lo que llamaré
“disonancia noética”.
La edad avanzada no es un sufrimiento en sentido estricto, sino una parte natural
de la vida. Pero la ilusión de que todo se puede comprar con dinero, ha impulsado técnicas
ingeniosas diseñadas para posponer, o al menos esconder, la vejez. Esto solo desestabiliza
a las personas cuando finalmente se ven confrontadas con el ineludible hecho de que, a
pesar de todos los esfuerzos en contra, han llegado a la ancianidad.
Muchos se rebelan contra este destino y nuestra sociedad, en lugar de hacerla
atractiva, apoya tal revuelta, en parte por ganancias económicas, hasta que la capitulación
provoca una catástrofe.
Los complejos pueden manufacturarse. Es arriesgado estereotipar a mujeres de más
de cincuenta años en la televisión, como deprimidas e insatisfechas porque no están en la
plena floración del círculo amoroso. Y tampoco ayuda si el abuelo es presentado como fuera
de contexto y desaprobando la moral relajada de sus nietos.
Figura 12

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En realidad, la vejez es notable por la oportunidad de expandir el espíritu; lo que las
fases previas de la vida no ofrecen. La figura 12, fue sugerida por Kazimierz Popielski,
profesor de la Universidad de Lublin, Polonia, quien señala que el recién nacido está
físicamente bien desarrollado, pero la capacidad del espíritu existe solo como un potencial.
Durante los primeros treinta años se expanden todas las dimensiones; en los veinte años
siguientes, permanecen bastante constantes, aunque el cuerpo y la psique declinan
lentamente, mientras que el espíritu sigue ampliándose aun después de los cincuenta años,
si no lo impiden las circunstancias o la enfermedad. A menos distancia entre cuerpo y
psique, son más importantes las ganancias en el desarrollo espiritual, que puede
permanecer activo hasta una edad muy avanzada.
Estos son los regalos de la vejez: fuerza del espíritu, sustentada en una filosofía
madura de la vida; una rica orientación de sentido, basada en la búsqueda y la lucha de toda
una vida; una estructura de valores, segura, construida con experiencias personales y el
recuerdo de una vida abundante y única. Éstas son las tranquilas bendiciones de la edad
avanzada, desafortunadamente perdidas a menudo por las actitudes negativas hacia la
vejez.
No podemos convencer a los pacientes mayores de fijarse metas en la vida y hacer
esfuerzos para alcanzarlas. La mayoría se han logrado o son inalcanzables; el lapso de vida
que queda es incierto. Tenemos que hacerlos conscientes de los tesoros que han acumulado
en su dimensión espiritual, y distraer su atención de la decadencia física y las pérdidas
psicológicas funcionales (memoria, rapidez de comprensión, flexibilidad de pensamiento,
asimilación de nuevas impresiones), hacia el crecimiento espiritual, siempre disponible.
Saber que todavía hay posibilidades de poner en práctica sus capacidades, asegura la salud
psíquica de los que van envejeciendo, al cancelar los sentimientos de límites finales. La
gente joven que aún está moldeando su vida, podría aprender de la madura si no
despreciara con arrogancia o piedad, a aquellos que han vivido largamente y están más
cercanos a su destino final.
Los pacientes mayores necesitan el reconocimiento de que tienen mucho que dar, y
sus terapeutas, si surgiera la ocasión, podrían voltear la situación y pedir ayuda. Algunas
veces esto es suficiente para aclarar un nuevo sentido y así quitar el aguijón del sufrimiento.
La vida es autorreguladora, y solo podemos ayudar un poco. No podemos ni
debemos hacer más, porque nadie sabe qué sucedería si pudiéramos asumir la regulación
por completo.
El segundo caso especial de sufrimiento se refiere a la “disonancia noética”, que se
refiere a la “disonancia cognoscitiva” de León Festinger.
La frustración existencial, como se ha mostrado, se caracteriza por el vacío interior,
falta de metas adecuadas, y motivación para alcanzarlas. Puede suceder que las metas y la
motivación estén presentes, pero interfieran circunstancias externas. “La disonancia
cognoscitiva” se refiere a una selección que repentinamente resulta impracticable. Estas
personas tienen una orientación hacia sentido y meta, saben lo que quieren, pero sus
manos están atadas y observan importentes cómo se evaporan sus oportunidades. Cuanto
mayor sea su orientación hacia el sentido, más grande será su “disonancia noética” después
de la decepción, lo que termina en sufrimiento inevitable. Regresando a los anteriores
casos: ¿qué sucedería si el niño de la mujer víctima de cáncer, muriera; si la joven retrasada
en su crecimiento, no pudiera terminar los cursos por correspondencia; si al servidor
público no se le permitiera dar clases extras; si el estudiante no fuera aceptado en el Cuerpo
de Paz, o si el marido de la mujer deprimida se divorciara de ella?
Algunas metas pueden reemplazarse, otras no. Además, no todo el mundo tiene la
flexibilidad para cambiarlas. El psicoterapeuta puede sugerir nuevas, y quizás similares,
pero hay límites. Algunas veces es posible cambiar el interés dentro de tres valores: de
valores creativos de acciones, ahora limitados por el destino, a valores contemplativos
experienciales; si estos no son posibles, a mayor énfasis en valores de actitud. La guía
gradual hacia una nueva actitud básica de vida puede ser más efectiva que una búsqueda
febril de metas sustitutas, que no pueden reemplazar lo que se perdió. Podemos insinuar
que los pacientes aceptan, con la pérdida de un objetivo, la reestructuración del concepto
completo de sus vidas. Este enfoque puede comprometer más su cooperación que los
intentos de disminuir las metas perdidas, o hacerlas zonas reemplazables.
Los enfermos desesperados, probablemente las defendería y se quedarán fijos en
ellos.
La pérdida de una meta importante de vida tampoco debe ser acallada, o
permanecerá sin expresarse detrás de cada palabra o pensamiento. Esta debe integrarse en
un contenido de sentido. Nunca es tan importante el sentido en la mente de la persona,
como después de una pérdida severa. Los pacientes cuyos objetivos de vida han errado el
camino, confrontarám abiertamente al terapeuta con esta pregunta: ¿qué sentido le queda
a mi vida? No podemos evadir la respuesta, o alegar que no somos la persona adecuada
para consultar.
El psicólogo debe encontrar una respuesta; el psicoterapeuta debe poder enfrentar
al paciente, tan abiertamente como lo requiere la respuesta. La meta no representa el
sentido de la vida, y la pérdida de una meta no significa insensatez. Un objetivo puede ser
alcanzable o no, ambas posibilidades estuvieron presentes alguna vez, pero el sentido de la
vida siempre está disponible. Si pudiéramos alcanzarlo, cualquier vida más allá no tendría
razón de ser para nosotros. El sentido de la vida no es asequible ni inasequible, no es
repetible ni reemplazable, se halla en su persecución. Podemos darle sentido a algo dentro
de nosotros o en el mundo exterior, pero de hecho, es la proyección de la búsqueda y de la
voluntad humana.
Ningún sufrimiento puede derrotarnos si estamos preparados para buscarle sentido,
no es concebible ninguna pérdida sin la posibilidad de, por lo menos un sentido, esa es la
respuesta que debemos dar a aquellos que buscan nuestra asesoría.
La logoterapia nos enseña a “decir sí a la vida, a pesar de todo”, título del primer
libro de Frankl, después de haber sido liberado del último campo de concentración, y es lo
que sus alumnos tenemos que hacer, por nosotros mismos y por nuestros pacientes.

Tomado del 3er módulo del diplomado: Aplicaciones del humanismo.


Elizabeth Lukas (I. Col. De logoterapia, abril, 2007).

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