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Profesor: Lic.

Mauro Escobar Basavilbaso


COMO SE ORGANIZA EL TERRITORIO ARGENTINO
Para pensar en la organización del territorio argentino, es necesario indagar en los
comienzos de su formación territorial. Lo anterior, implica pensar, para su análisis en
diferentes fuentes que proceden de otros campos de las ciencias sociales; para poder
reconstruir lo hoy denominamos: “Argentina”.
En este sentido, buscaremos en esta materia reconstruir el modo que se llegó a formar
un recorte territorial con nombre propio, y que ocupa un lugar en el mapa político del
mundo.
De esta forma, los estados son resultado de un proceso de construcción histórica en el
que intervienen diversos factores, muchos de ellos cambiaron sus delimitaciones
territoriales, también varias veces sus límites se definen por conflictos con otros estados,
o surgen como consecuencia del desmembramiento.
Entonces cuando pensemos en Argentina, no solo pensemos en la figura del mapa
actual, que sería una síntesis de aquellos procesos. Si no, pensar en una
construcción/organización hecha a través del tiempo en la que tienen implicancias
factores históricos, políticos, económicos y sociales. La geografía (en este caso),
recupera diferentes para pensar en la «arista espacial» de la organización del nuestro
país.
En la figura 1 (ver figura 1) puede verse el proceso de lo anterior: ¿Qué intereses
políticos, económicos y sociales influyeron para ver la configuración del actual territorio?
Aquellas y otros interrogantes irán surgiendo a lo largo de la cursada que iremos
disipando en principio desde la virtualidad, y quizá quién sabe en una instancia
presencial.
Figura 1: Integración del patrimonio territorial argentino 1810, 1910 y en 1986

Fuente: Balmaceda y De Marco, 1992.

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En este primer encuentro los invito a pensar en lo anteriormente expuesto, y a leer el
siguiente texto, cuya autora es Carla Lois

El mapa deseado
Historia y geografía. ¿Cuánto hay de verdad y cuánto de mito en
la idea generalizada de que la Argentina siempre perdió
territorios? Una experta analiza los hechos que delinearon su
forma actual.

Dos épocas. “Carte de la ConfédérationArgentine”, reproducido en un libro de 1867

No sorprende escuchar en una charla de café, en una conversación en el


colectivo o incluso en un aula universitaria que alguien afirme
indignado que la Argentina siempre perdió territorios. A veces, esa
afirmación se apoya en algunos datos históricos; entonces tal vez
mencionen el laudo arbitral del presidente estadounidense Rutherford
B. Hayes que, luego de la guerra de la Triple Alianza, dirimió la disputa
por el Gran Chaco dividiendo casi en partes iguales los territorios
reclamados por la Argentina y Paraguay. Por supuesto, en ese caso, se
mencionará que todo lo que quedó bajo dominio paraguayo debía haber
sido argentino. Y así se construye un discurso de derrota y de pérdida
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sobre la base de un supuesto derecho sobre algo que nunca se tuvo y
que, además, otros Estados también disputaron. Cuando escasea la
información o se ignoran detalles de la historia territorial, se saca el as
de la manga: las Malvinas. ¿Quién se atrevería a discutir que las
Malvinas “fueron, son y serán argentinas”, como nos enseñaba el
eslogan de la dictadura en tiempos de la guerra, sin temer a ser tildado
de vendepatria? ¿Quién se detiene a pensar que esa efímera “posesión”
de las islas (que consistió en la presencia de algunos comandantes y
gobernadores enviados por el gobierno de la provincia de Buenos Aires
desde 1820 y hasta que el gobernador Luis Vernet capituló ante el
desembarco británico en 1833) ocurrió cuando la República Argentina
como tal todavía no existía?

Y, por si hiciera falta, algunos llevarán el rencor de las pérdidas


territoriales casi al origen mismo y sostendrán que esta “pequeña”
Argentina es lo que quedó del inmenso Virreinato del Río de la Plata.
Este es uno de los mitos territoriales más perdurables. Para que sea
eficaz es necesario desconocer (u omitir decir) el complejo proceso de
desarticulación del imperio hispánico en América, donde la implosión
de cuatro virreinatos fue el puntapié inicial para la configuración de
ocho estados nacionales nuevos en apenas unas décadas.

Pero, se sabe, los discursos victimizantes son muy eficaces,


aglutinadores y movilizantes. La idea de que la Argentina siempre
perdió territorios, ya sea por los arbitrajes de límites con los países
vecinos como por la invasión de potencias extranjeras, se mantiene
firme en el imaginario colectivo. En pleno conflicto bélico por las
Malvinas, la revista Gente publicó en una doble página una secuencia
de diez mapas en la que representaba la supuesta contracción de la
silueta del territorio argentino desde los tiempos virreinales hasta el

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momento de la Guerra de Malvinas bajo un título que arengaba –“Lo
que nunca debe volver a suceder”–, como si en la capacidad de retener
el control de las islas que la Argentina había conquistado, hubiera
residido la oportunidad de alterar el curso infausto del destino marcado
por ese histórico desmembramiento territorial.

Ahora bien: los invito a mirar los mapas oficiales (es decir, los que el
Estado reconoció como válidos) del territorio argentino a lo largo de la
historia para contrastarlo con esta narrativa de desmembramiento y
pérdidas territoriales. Cuando la Constitución Nacional de 1853
sancionó la conformación de la Confederación Argentina, el mapa de la
Argentina no se extendía más allá del Río Negro. Apenas incluía los
territorios de las trece provincias que se reunieron en la ciudad de
Paraná para dar forma al nuevo estado, y en 1860 se sumó Buenos
Aires. ¿Cómo fue que creció ese mapa pequeño hasta el nuevo mapa
oficial de la Argentina que aparece en la página web del Instituto
Geográfico Nacional?

En 1875 esa silueta de la Confederación Argentina que no iba más allá


del Río Negro conoció una primera adición: la Patagonia. La Comisión
que preparaba los materiales que la delegación argentina llevaría a la
Exposición Universal de Filadelfia de 1876 encargó a Arthur von
Seelstrang y A. Tourmente del Departamento de Ingenieros un mapa
mural de la República Argentina. Ese mapa por primera vez
incorporaba la Patagonia con una línea continua y así configuraba una
forma cartográfica muy parecida a los contornos actuales. Esta
operatoria cartográfica coincidía, por cierto, con la discusión de
diversos proyectos políticos y militares para avanzar sobre los
territorios indígenas de la Patagonia.

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El segundo momento de intervención sobre el mapa oficial tuvo lugar
durante el primer gobierno peronista y consistió en la incorporación del
Sector Antártico. Tampoco se trató solamente de una estrategia gráfica:
la gestión de esa nueva imagen se inscribía dentro de un conjunto
variado de políticas públicas tales como la creación del Instituto
Antártico Argentino, la instalación de bases científicas, la organización
de expediciones polares y la incorporación de este temario a la currícula
escolar. A su vez, en 1947, el Servicio Estadístico Nacional (más tarde,
INDEC), en ocasión del levantamiento del Cuarto Censo Nacional,
incluyó por primera vez la jurisdicción denominada “Sector Antártico
e Islas del Atlántico”.

En este momento, además, se consolidó la tendencia de control y


vigilancia legal sobre la producción y publicación de mapas. En 1940,
un nuevo decreto amplió la restricción de la publicación cartográfica
que ya estaba vigente para los materiales educativos (y que requería la
autorización previa): todas las obras que incluyeran mapas de la
Argentina y pretendieran inscribirse en el registro Nacional de
Propiedad Intelectual debían contar con la aprobación del Instituto
Geográfico Militar (desde 2009, Instituto Geográfico Nacional). Y otro
decreto de 1946 definitivamente prohibió la publicación de mapas de la
República Argentina “a) que no representen en toda su extensión la
parte insular del territorio de la Nación; b) que no incluyan el sector
Antártico sobre el que el país mantiene soberanía; y c) que adolezcan
de deficiencias o inexactitudes geográficas, o que falseen en cualquier
forma de la realidad, cualesquiera fueran los fines perseguidos con tales
publicaciones”.

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El tercer momento de modificación del mapa oficial de la Argentina,
situado en torno a la Guerra de Malvinas (1982) y al conflicto por las
islas del canal de Beagle (1984), sucede en un contexto de contienda
bélica y de negociaciones diplomáticas por los territorios insulares.
Aunque el litigio del Beagle databa de principios del siglo XX (casi al
mismo tiempo que la Argentina instalaba un observatorio
meteorológico en las islas Orcadas del Sur en 1904) y aunque el Estado
argentino formalizó su reclamo de soberanía sobre estas islas en 1925,
este tema estuvo prácticamente ausente de la currícula escolar hasta
mediados de la década de 1940. Las islas Picton, Lennox y Nueva
(implicadas en la disputa sobre el canal de Beagle) habían sido
mencionadas en un solo texto escolar en 1930 hasta que en los manuales
primarios de 1950 empezaron a aparecer intermitentemente en la
bibliografía escolar y quedaron definitivamente instaladas en los libros
publicados a partir de 1976 y sin duda al menos hasta la resolución final
del diferendo en 1985. Un poco más curioso es el caso de las islas
Georgias del Sur: reclamadas por el Estado argentino por primera vez
en 1928, las islas nunca fueron ocupadas por la Argentina ni tampoco
jamás reivindicadas por España, pero aparecen en libros de educación
primaria y secundaria en el mismo paquete de islas australes
“usurpadas” por países extranjeros (un paquete al que se agregarían las
islas Sandwich del Sur en la década de 1940).

Si bien es cierto que cada uno de los tres momentos en que la silueta
cartográfica del mapa logotipo de la Argentina ha sido intervenida está
marcado por particularidades específicas y propias, la cuestión
principal es que los tres están estrechamente vinculados con situaciones
militares.

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En el primer caso (1875-1910), la llamada “Campaña al Desierto”,
encabezada por el general Julio Argentino Roca en 1879, parece haber
gravitado más allá de la cuestión estrictamente de la expedición militar
al sur de la provincia de Buenos Aires y norte de la Patagonia para
extender la línea de fortines a expensas de los territorios indígenas
(considérese que el general en cuestión asumió la presidencia de la
República en 1880 y luego otra vez en 1898).El segundo momento
(1941-1955) coincide con el ascenso a la presidencia de un militar de
carrera, el general Juan Domingo Perón. Durante sus dos primeras
presidencias formalizó el reclamo del sector antártico en un momento
en que la Antártida se instalaba en la agenda política internacional. El
tercer momento (1980) coincide no sólo con el único conflicto bélico
que la Argentina mantuvo contra un país extranjero en todo el siglo XX,
sino con una sucesión de gobiernos militares de facto.

En todos los casos la adición de piezas al rompecabezas del mapa


político de la Argentina se ha articulado con políticas de ocupación
(efectiva o simbólica) de territorios con la penetración del discurso
territorial legitimador de esa agenda política en la currícula escolar y
con el soporte legislativo que garantizaba la eficacia comunicativa de
esa nueva silueta.

Más recientemente (podría ser un cuarto momento, aunque todavía es


muy temprano para evaluar su impacto), la ley Nº 26.651 sancionada
en 2011 determina la obligatoriedad del uso del llamado “mapa
bicontinental” (en el que la parte continental y el sector antártico
reclamado por el Estado argentino se representan en la misma escala)
en todos los niveles educativos, y se elimina el recuadro lateral en que
el sector antártico aparecía más pequeño. Distintas voces favorables a

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esta medida aducen que de este modo se conocerá “la verdadera
extensión del territorio argentino”, sin mencionar que la Argentina
suscribe al Tratado Antártico que congela todo reclamo de soberanía
sobre las tierras australes.

Si se compara el mapa de la Confederación Argentina de Víctor Martin


de Moussy de 1865 (que en su tiempo había sido reconocido como la
representación cartográfica fundante de una geografía nacional) con el
mencionado “mapa bicontinental” de 2011, la expansión cartográfica es
innegable y contradice todos los lugares comunes acerca de la pérdida
sistemática de territorios: mientras que antes de la década de 1940, el
territorio argentino no alcanzaba los 2.800.000 km2, los mapas actuales
afirman que ocupa 3.761.274 km2.

Tal vez ya es momento de revisar esas narrativas, porque mientras se


sigan imponiendo políticas cartográficas que, más que contribuir al
análisis crítico de los argumentos del Estado apunten a instalar una
imagen inexacta sobre la geografía política de la Argentina, no sólo será
imposible desmontar la historia territorial tendenciosa y victimizante
que ya conocemos, sino que será inviable pensar la gestión territorial
que los procesos actuales requieren.

Carla Lois es geógrafa, doctora en Historia (UBA) e investigadora


adjunta en el Conicet.

21/01/2015 - Clarín.com Revista Ñ Ideas

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