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Darwin o la evolución de la felicidad

A pesar de haber revolucionado al mundo como pocos hombres lo consiguieron,


Charles Darwin (1809-1882) jamás creyó que lo suyo fuese para tanto: ni valoró en
exceso los méritos de su momumental libro "The origin of species" (El origen de las
especies) que lo pondría a la altura de científicos como Nicolás Copérnico (1473-
1543) e Isaac Newton (1643-1727), ni creyó haber dado una estocada mortal a Dios.
En cambio, se mostró sorprendido por el éxito cosechado y se limitó a perseguir ese
estado tan valioso que, según él mismo afirmaba, tanto beneficia a la evolución: la
felicidad.
En su libro "Autobiography" (Autobiografía, 1876), explicó: "Este libro (El origen
de las especies) desde el principio disfrutó de un tremendo éxito. La primera y
corta edición integrada por 2.250 ejemplares se vendió en su totalidad el mismo día
de la publicación, y una segunda edición de 3.000 ejemplares poco después. Hasta
la fecha se han vendido en Inglaterra 16.000 ejemplares. Puede considerarse una
gran venta. Ha sido traducido a prácticamente todos los idiomas europeos, incluso
a lenguas como el español, el bohemio, el polaco y el ruso. También ha sido
traducido al japonés y es objeto allí de numerosos estudios. ¡Incluso ha aparecido
un ensayo en hebreo sobre el libro, en el que se demuestra que la teoría estaba ya
presente en el Antiguo Testamento! Las reseñas fueron asimismo muy numerosas.
Durante un tiempo coleccioné todo lo que aparecía sobre él y sobre mis libros
relacionados: la cantidad asciende (excluyendo reseñas en periódicos) a 275, pero
al cabo de un tiempo dejé correr el intento, desesperado. Han aparecido
posteriormente muchos ensayos y libros; y en Alemania aparece cada uno o dos
años un catálogo o bibliografía sobre el tema. No me cabe duda de que, en
conjunto, mi obra se ha visto alabada con exceso".
Más adelante, Darwin dice con humildad: "Mis costumbres son metódicas, lo que
ha resultado muy útil para mi línea de trabajo en concreto. Además, he tenido la
gran suerte de no tener que ganarme el pan. Incluso la enfermedad, pese a haber
aniquilado varios años de mi vida, me ha evitado las distracciones de la vida social
y la diversión. Por lo tanto, mi éxito como hombre de ciencia, haya sido el que haya
sido, ha venido determinado, según puedo entender, por unas cualidades y
condiciones mentales complejas y variadas. De entre ellas, las más importantes han
sido el amor por la ciencia, la ilimitada paciencia para reflexionar largamente sobre
cualquier tema, la laboriosidad en la observación y la recolección de datos, y una
buena cantidad de inventiva así como de sentido común. Con las moderadas
habilidades que poseo, resulta realmente sorprendente que haya influido de un
modo tan considerable en las creencias de los científicos sobre algunos importantes
puntos".
A la hora de hablar sobre Darwin, grandes personalidades de la historia dejaron
constancia de la admiración y el respeto que el científico británico había despertado
en ellos. Así por ejemplo, el filósofo y economista alemán Karl Marx (1818-1883)
comentó en 1861: "El libro de Darwin es muy importante y me sirve de base en
ciencias naturales para la lucha de clases en la historia. Desde luego que uno tiene
que aguantar el crudo método inglés de desarrollo. A pesar de todas las
deficiencias, no sólo se da aquí por primera vez el golpe de gracia a la teología en
las ciencias naturales sino que también se explica empíricamente su significado
racional".
Cuando Darwin falleció, el pedagogo y ex presidente de la Argentina, Domingo
Faustino Sarmiento (1811-1888) declaró: "He sido invitado por el Círculo Médico
para dar en su nombre testimonio solemne de respeto y admiración a uno de los
más grandes pensadores contemporáneos, al observador más profundo, al
innovador más reflexivo y tranquilo, al más humilde y honrado expositor, y para
decirlo todo, a Darwin, muerto a la edad de setenta y tres años de la vida más
laboriosa, dotando a la ciencia de libros cada vez más profundos, como si temiera
llevarse consigo el secreto de sus últimos estudios, no obstante dejar el siglo lleno
de su nombre".
Por su parte, científicos evolucionistas del siglo XX también dijeron lo suyo. El
mundialmente reconocido biólogo alemán Ernst Mayr (1904-2005) explicó en
"Populations, species and evolution" (Poblaciones, especies y evolución, 1970):
"Darwin movió las bases del pensamiento occidental y desafió ciertas ideas
mundialmente aceptadas. Sin embargo, la importancia de sus logros fue
gradualmente reconocida. Hasta hace cincuenta años, el nombre de Darwin no se
destacaba mucho; nadie lo leía. A pesar de la ignorancia de la mayoría, ahora es un
boom. Cada vez más personas desean saber qué es lo que Darwin realmente dijo".
Stephen Jay Gould (1941-2002), célebre biólogo y paleontólogo estadounidense
dijo en "Ever since Darwin" (Desde Darwin, 1977): "Una famosa historia victoriana
informa de la reacción de una dama aristocrática a la principal herejía de su época:
'Confiemos en que lo que dice el señor Darwin no sea cierto; pero, si es verdad,
confiemos en que no se sepa de manera general'. Los profesores continúan
relatando esta historia como una humillación hilarante de los delirios de clase. Sin
embargo, deberíamos rehabilitar a aquella dama como una aguda analista social y,
al menos, como una profetisa menor. Porque lo que el señor Darwin dijo es,
efectivamente, cierto".
En el mismo sentido se expresó el etólogo británico Richard Dawkins (1941) en
"The extended phonotype" (El fenotipo extendido, 1982): "Los organismos
vivientes han existido sobre la Tierra, sin nunca saber por qué, durante más de tres
mil millones de años, antes de que la verdad, al fin, fuese comprendida por uno de
ellos. Un hombre llamado Charles Darwin. Para ser justos debemos señalar que
otros percibieron indicios de la verdad, pero fue Darwin quien formuló una
relación coherente y valedera de por qué existimos".
Asimismo, el filósofo estadounidense Daniel Dennett (1942), que en algunos
aspectos está enfrentado a Gould, reconoció no obstante en "Darwin's dangerous
idea" (La peligrosa idea de Darwin, 1996): "Casi nadie es indiferente a Darwin, y
nadie debería serlo. La teoría de Darwin es una teoría científica, pero no sólo eso.
Los creacionistas que se oponen tan amargamente tienen razón en una cosa: la
peligrosa idea de Darwin penetra más profundamente en el entramado de nuestras
creencias fundamentales de lo que muchos de sus refinados apologistas han
admitido hasta ahora".
Naturalmente, el darwinismo generó un grave problema a los fervorosos y
testarudos afiliados a la derecha religiosa, quienes -sin que se les mueva un
músculo de la cara- afirman que los seres vivos son demasiado complejos como
para haberse creado por los mecanismos evolutivos propuestos por Darwin, por lo
que sugieren la inevitabilidad de la existencia de un diseñador inteligente. Los
creacionistas -así se autodenominan los miembros de esta secta- también afirman
que el planeta Tierra tiene sólo seis mil años y fue creado por Dios en seis días; que
Noé trasladó en su arca a los dinosaurios, los que no se extinguieron hasta hace
poco y es posible que haya algunos vivos; y que las razas del mundo son el
resultado de la Torre de Babel. Lo más grave de todo esto es que, semejantes
disparates son avalados por el 42% de la población estadounidense.
A propósito de esto -y como una acotación al margen-, es recomendable la lectura
de "A history of the world in 10½ chapters" (Una historia del mundo en 10
capítulos y medio, 1997) del novelista británico Julian Barnes (1946), quien en la
primera parte de su libro traza con fina ironía una visión de la historia del arca de
Noé desde el punto de vista de una carcoma, un insecto de la familia de los
coleópteros que vive en las grietas superficiales de la madera, dañándola del mismo
modo que otros insectos de aspecto humano -muy ornamentados ellos- dañan a la
inteligencia.
Como asegura el matemático argentino Leonardo Moledo (1947) en su breve
ensayo "Papá mono" (2006): "Ni la Iglesia Católica ni los reaccionarios
creacionistas norteamericanos se equivocan: el darwinismo le da a la religión una
estocada mortal". No en vano se pretendió en Estados Unidos eliminar de los libros
de texto escolares las teorías evolucionistas para sustituirlas por la pseudo ciencia
creacionista.
El propio Darwin se mostraba cuidadoso por el odio oscurantista proveniente de la
religión que su obra pudiese despertar. En otro pasaje de su "Autobiografía"
afirmó: "Debo decir que la imposibilidad de concebir que este grandioso y
maravilloso universo surgiera por casualidad, me parece el principal argumento en
defensa de la existencia de Dios. Pero nunca he sido capaz de determinar si este
argumento tiene validez real. En mis fluctuaciones más extremas, nunca he sido un
ateo en el sentido de negar la existencia de un dios. Creo que, en general, pero no
siempre, agnóstico sería la descripción más correcta de mi estado mental. La
ciencia no tiene nada que ver con Jesucristo, excepto en la medida en que la
costumbre de la investigación científica hace al hombre cauteloso en lo que a
admitir la evidencia se refiere".
Está claro que Darwin siguió puntillosamente los consejos de su amigo, el abogado
y geólogo Charles Lyell (1797-1875), quien le había advertido encarecidamente que
se cuidara de involucrarse en controversias, ya que estas rara vez servían de nada y
provocaban una triste pérdida de tiempo y humor. Sobre todo teniendo en cuenta
los nefastos antecedentes de la Iglesia Católica en cuanto a su tradicional postura
ante la ciencia.
Darwin era un científico feliz y siempre creyó que su teoría contribuiría a cimentar
la felicidad como un valor biológico superior al sufrimiento. Para él, la proclividad
a la felicidad era la mejor manera de favorecer la evolución del hombre. A pesar de
los fundamentalismos religiosos...

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