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TEORÍA DE LA LOCURA

Teoría de la locura. La movilidad de las nociones de cordura y locura a partir de


Winnicott.

Ya no hay locos, amigos, ya no hay locos. Se murió aquel manchego, aquel estrafalario
fantasma del desierto y… ni en España hay locos, todo el mundo está cuerdo. Terrible,
monstruosamente cuerdo. Oíd… esto, historiadores… filósofos… loqueros.
León Felipe
En la teoría de la locura de Winnicott los conceptos de cordura y locura no son
compartimentos estancos, sino más bien caminos de ida y vuelta, o mejor, viajeros en
tránsito. Para este autor, «la locura está relacionada con la vida cotidiana», de modo
que concibe –sin nombrarlo así– una suerte de locura sana, sin desatender la locura
patológica, técnicamente denominada psicosis, que debuta cuando un individuo
pretende imponer a otro su propia visión del mundo. Su contrapunto lo ofrece la
capacidad de riqueza psíquica. Esta movilidad se sustenta sobre el eje integración, no
integración, desintegración del self.
Winnicott desplaza el par cordura-locura hacia sus extremos, hasta establecer la
noción de huida hacia la cordura como un rasgo de enquistamiento patológico y la
de huida hacia la locura como un estado transitorio de enfermedad, que incluso llama
–con su proverbial sentido paradójico– de «enfermedad normal», como en el caso de
la preocupación maternal primaria. Su teoría de la locura, basada en el modelo
transicional, se condensa en el siguiente dictum: «En verdad que somos pobres si solo
estamos cuerdos».
La palabra locura abarca un arco de tensión en cuyos extremos se encuentran la genialidad (la creatividad
inventiva o artística) y la enfermedad mental (la psicosis stricto sensu). En un determinado segmento
hablamos de «estar loco» o de «hacer locuras» como de algo que va desde lo creativo y lúdico hasta lo
original y sublime; de actos de conducta que implican una creatividad que en su máxima expresión presentan
características o rasgos de genialidad. En el otro polo, hablamos también de «estar loco» o de «hacer locuras»
en función del grado de alteración o caos psíquico que presenta la persona. En su sentido patológico, el
término locura (de incierta etimología), ha servido para nombrar ciertos comportamientos propios del
llamado loco, lunático, demente, alienado…, o más recientemente, enfermo mental o psicótico. Para dirimir la
naturaleza del término locura –y por ende, el sustantivo loco–, se precisa conocer el contexto de una conducta
o comportamiento humano: la locura como rasgo de genialidad o como síntoma de patología psíquica.
Si, como dice Winnicott la «locura está relacionada con la vida cotidiana», esto
es, con la salud, la idea de locura, al igual que la de cordura, exige valorar la
movilidad del par cordura-locura, en tanto que la proclive tendencia del
observador «psi» hacia lo estático disuelve y opaca la capacidad para discriminar
el sentido de una conducta determinada para un contexto dado. Se propone, en
lugar de este encuadre fijo y limitado, un enfoque móvil, que en la salud se
manifiesta por un equilibrio dinámico que permite un balance fluido de un estado
a otro, de la integración a la no-integración. Por contra, en la locura patológica el
equilibrio se fractura y deja de ser continuo produciéndose el desequilibrio, el
derrumbe o la desintegración. La idea de movilidad de la cordura y de la locura
nos acerca con mayor solicitud a rastrear las múltiples variantes de la conducta
humana y los frecuentes trasiegos de frontera entre cordura y locura, aunque ello
suponga, paradójicamente, un incremento de incertidumbre y una menor certeza
en aras de una mayor verosimilitud. La psiquiatría (desde la nosología de
Kraepelin hasta el último manual del DSM de la American Psychiatrics
Association), a diferencia de la literatura (véase Shakespeare, Cervantes, Tolstoi,
Kafka, Melville y otros), ha caído en la tela de araña de lo clasificatorio sin tener
en cuenta el borde esméril que la propia realidad posee, a todas luces más real
que la que cualquier disciplina «psi» ofrece. Por tanto, es tarea de la
psico(pato)logía (1) la de rescatar lo psíquico de la sedicente nosología
psiquiátrica, entendiendo que lo que realmente está en juego entre la cordura y la
locura es la capacidad de riqueza psíquica.
El modelo paradójico: el espacio transicional
Cuando se tiene a mano una teoría de los fenómenos transicionales
es posible mirar con ojos nuevos muchos problemas antiguos
Donald Winnicott
La idea de la paradoja es central en el pensamiento de Winnicott. La paradoja es una figura de pensamiento
cuya expresión envuelve una contradicción en tanto que confronta dos elementos contrapuestos. Para este
autor, la paradoja debe ser aceptada, no resuelta. En su libro Realidad y juego (1971), es donde formula su
tesis de forma más acabada: «Mi contribución consiste en pedir que la paradoja sea aceptada, tolerada y
respetada, y que no se la resuelva. Es posible resolverla mediante la fuga hacia el funcionamiento intelectual
dividido, pero el precio será la pérdida del valor de la paradoja misma» (2). Cuando se tolera y respeta la
paradoja –la tensión entre opuestos– se otorga al pensamiento un carácter dialéctico, un movimiento que
origina y sostiene una tercera tópica: el espacio potencial o transicional. Y esto es lo central en su
pensamiento: lo dialéctico, lo dinámico, el movimiento que inscribe lo vivo. Lo transicional, piedra de toque
de la teoría winnicottiana, es un modo de funcionamiento psíquico que no se rige por categorías lógicas, sino
por la paradoja, que implica precariedad frente a la rigidez de la certeza. Y, por tanto, riqueza de
significación: riqueza psíquica.
Para Winnicott, lo importante es la experiencia de la vida; es decir, sin experiencia no hay vida. A su vez, sin
cualidades ambientales, esto es, sin paradoja, no hay experiencia. De ahí la importancia en su teoría de
los objetos y fenómenos transicionales, de la zona intermedia de experiencia o espacio transicional. El juego
paradójico inscribe un deslizamiento continuo de paradojas. Para Winnicott, en un primer tiempo de la
paradoja, «el bebe no existe», es decir, depende totalmente del cuidado materno. El bebé se encuentra es una
situación de dependencia absoluta. En un segundo tiempo, la paradoja de lo «creado de nuevo», el bebé en su
omnipotencia cree que el mundo es creado por él, que es parte de mí, hasta que la madre lo desilusiona y le
ayuda a ingresar en la realidad, donde percibe que el mundo es distinto de mí. Una dialéctica paradojal (el
bebé no existe y además cree que el mundo es creado por él), que finalmente «acepta, pero no resuelve» en
el espacio transicional, el espacio de significación de los objetos.
Winnicott fija la arquitectura de su pensamiento en el espacio transicional, en una tercera tópica que
determina la abolición del registro binario (interno/externo, subjetivo/objetivo, etc.), y que forja la zona
intermedia de la experiencia compartida entre el individuo y el medio. Un espacio potencial, que no es la
realidad externa ni la realidad interna, sino que participa de ambos mundos, y que configura el espacio del
juego, del soñar y de la experiencia cultural. La paradoja de lo «creado de nuevo» (created anew), donde lo
dado es el sostén de lo creado, fundamenta un movimiento (propio/ajeno, tradición/vanguardia, etc.) que se
resuelve en una mutua fecundación que es fuente del progreso humano. La capacidad psíquica para soportar
paradojas, que permite sostener el movimiento subjetivo entre los estados de integración y de no
integración del individuo, y que impulsa su creatividad y su gesto espontáneo, certifica la riqueza potencial
de la persona humana y, por tanto, deviene en la clave de la vida y la salud del individuo (3), cuando se siente
vivo y real.
Winnicott contrapone la dinámica de la paradoja frente al estatismo de la certeza. La paradoja implica
fragilidad frente a la rigidez de la certeza. Su modelo paradójico cuestiona la existencia de una verdad
racional única y absoluta, indiscutible, y propone un arco de tensión donde se soportan los contrarios, lo
diferente, sin dogmatismos ni exclusiones. Subvierte tanto la racionalidad lineal propia de la fenomenología
como la lógica binaria que opone pares confrontados (locura-cordura, sano-enfermo, bueno-malo, vida-
muerte, etc.), para someterlos a su contradicción sin forzar resolverla. Winnicott parte del continuum entre lo
normal y lo patológico que señala Freud, pero a diferencia de éste (que
opone consciente e inconsciente, pulsión de vida y pulsión de muerte), y de Klein (posición esquizo-
paranoide y posición depresiva, envidia y gratitud), alzaprima la contradicción complementaria de
los fenómenos transicionales de la naturaleza humana.
Para este autor, la paradoja es un indicador de que una capacidad psíquica se ha establecido en el desarrollo
emocional del infans. Su punto de partida lo ubica cuando el bebé usa el objeto transicional que modula lo
interno-externo y regula la presencia-ausencia materna. La transicionalidad salva la discontinuidad entre
objetivo/subjetivo, interno/externo, propio/ajeno del pensamiento dualista, donde la realidad no es disputada.
De este modo la paradoja adquiere especial relevancia en la simbolización de lo psíquico. La cohesión de su
tensión interna es lo que produce la calidad de significación, y todo intento de resolverla implica una caída en
la racionalización o intelectualización que determina la pérdida de su riqueza psíquica. Tolerar la paradoja,
esto es, la aceptación de los contrarios, fomenta la creatividad y el crecimiento. Por lo que considera que las
creencias locas o lúdicas son determinantes en la vida humana.
La materia prima: el factor ambiental
La locura está relacionada con la vida cotidiana
Donald Winnicott
La teoría de locura de Winnicott es amplia y abarcativa y no se circunscribe únicamente a la tradicional
oposición entre locura y cordura sino que también atiende, diferenciado del par anterior, el vínculo entre
locura y salud. Este vínculo es, a su vez, un espacio transicional, escenario fundamental del interjuego
integración/no integración –la capacidad negativa de Keats–, cuyo elán es el equilibrio dinámico; en otras
palabras, la paradoja locura-salud. Esta última entendida como el segmento que va desde el gesto
espontáneo hasta la riqueza psíquica, su expresión más certera. En la conferencia «Los casos de enfermedad
mental» (1963), tras aludir a la psicosis, añade: «Además, la locura está relacionada con la vida cotidiana.
En la locura en vez de la represión encontramos, a la inversa, los procesos de instauración de la personalidad
y de diferenciación del self. Esta es la materia prima de la locura» (4). En el mismo trabajo añade que más allá
de los factores hereditarios, «el factor ambiental tiene una especial significación en la etiología de la locura»
(el subrayado es nuestro) (5).
En la concepción winnicottiana, la primordialis materia de la locura corresponde al factor ambiental, a «la
vida cotidiana». Y de forma más precisa cabe decir que es inherente al papel de la madre en el cuidado
infantil, a su capacidad de sostener al bebé en las primeras etapas de la vida –el paso de la dependencia
absoluta a la dependencia relativa–, a su provisión ambiental: a la madre como ambiente facilitador. En
cierto modo, Winnicott sitúa el déficit –cuyo gradiente va desde la falla natural o confiable hasta la falla
severa o caótica– de la función materna en el núcleo de la locura de su bebé, en el segmento que va desde la
tolerancia de una madre suficientemente buena hasta la injerencia de una madre caótica. La falla gradual (o
confiable) de la madre permite la evolución del infans y facilita el crecimiento del niño, mientras que la falla
imperativa (o severa) impide y dificulta la capacidad de crecimiento del verdadero self y, en consecuencia, de
su gesto espontáneo.
El fracaso en el desarrollo emocional temprano, donde no fructifica el paso de la ilusión a la desilusión y
prevalece la omnipotencia; donde el bebé no se refleja en el rostro de su madre; donde no hay un adecuado
balance en la integración/no integración del yo (esto es, de fortaleza yoica); donde no hay una capacidad para
soportar paradojas; donde no se despliega una capacidad para jugar y, por ende, de crear el mundo; donde no
hay identificaciones cruzadas (o empatía), ni capacidad de preocuparse por el otro; donde el
falso self patológico eclipsa al verdadero self y anula su gesto espontáneo; donde –en consecuencia–
predomina la pobreza psíquica (frente a la riqueza psíquica), todo ello, en su grado extremo, denota locura.
En suma: para Winnicott, locura no equivale (necesariamente) a psicosis; aunque el punto de encuentro entre
ambas acontece cuando alguien exige que se acepte como objetiva su subjetividad, esto es, cuando un
individuo trata de imponer a otros su propia visión del mundo. En su modelo paradójico, locura y cordura
(excesivas) pueden ser sinónimos, así como cierto grado de locura puede ser una forma de salud.
En el artículo «La psicosis y el cuidado del niño» (1952), Winnicott afirma que la psicosis es una enfermedad
generada por un déficit ambiental. Una idea que retoma en «La Psicología de la locura: una contribución
psicoanalítica» (1965), un trabajo preparado para la Sociedad Psicoanalítica Británica, donde (a partir de su
tesis del miedo al derrumbe) establece su teoría de la locura. Escribe: «En mi artículo “La psicosis y el
cuidado del niño” que produje en 1952, me sorprendí a mí mismo al afirmar que la esquizofrenia es una
enfermedad generada por una deficiencia ambiental, o sea, una enfermedad que depende más que la
psiconeurosis de determinadas anormalidades del ambiente. Cierto es que hay asimismo poderosos factores
hereditarios en algunos casos de esquizofrenia, pero debe recordarse que desde una perspectiva puramente
psicológica los factores heredados son ambientales, o sea, externos a la vida y la experiencia de la psique
individual. En dicho artículo yo me aproximaba más a una enunciación sobre la locura de lo que pretendo
hacer aquí y ahora» (los subrayados son nuestros) (6).
En este sentido es determinante el criterio que Winnicott sostiene en «La creatividad y sus orígenes»
de Realidad y juego (1971), su último libro, donde apunta: «Tiene su importancia para nosotros que en el
plano clínico no encontremos una clara línea de separación entre la salud y el estado esquizoide, o aun entre
aquella y la esquizofrenia plena. Si bien reconocemos el factor hereditario en esta última y nos mostramos
dispuestos a admitir que las perturbaciones físicas aportan su contribución en determinados casos, miramos
con suspicacia cualquier teoría que separe al sujeto de los problemas de la vida corriente y de los
universales del desarrollo individual en determinado ambiente. Advertimos la importancia del medio, en
especial al comienzo del mismo de la vida infantil del individuo, por lo cual realizamos un estudio específico
del ambiente facilitador, en términos humanos, y en términos de crecimiento humano en la medida en que la
dependencia tiene significado» (el segundo subrayado es nuestro) (7).
Si bien las causas de la locura pueden ser de tres órdenes –biológicas, psicológicas y sociales; incluso todas
ellas a la vez, y aun con distinta incidencia y penetración–, la locura y la cordura tan sólo son discernibles por
la conducta o el tipo de actuación de cada sujeto para un contexto dado, pues, como bien señala Castilla del
Pino, «no reconocemos una enfermedad por las causas, sino por los signos». Toda conducta humana, incluida
la psicótica entraña un determinado tipo de actuación del sujeto, no únicamente del organismo. A tal punto
que sin el análisis de la denominada conducta psicótica, el campo de estudio psico(pato)lógico de la misma
quedaría abolido a favor de las tesis biológicas, en tanto que alzapriman las alteraciones metabólicas del
cerebro sobre el devenir biográfico del sujeto psicótico (8), lo que ha derivado en la creación de inventarios y
en la catalogación ateórica de síntomas. Así pues, la consideración psico(pato)lógica parte de la relación
sujeto-objeto: donde «sujeto es todo aquello que actúa (que hace, no que simula que hace, como un robot) y
objeto (per se, animado o inanimado; o el propio sujeto) todo aquello sobre lo que el sujeto actúa». Como
Castilla del Pino afirma, «el organismo humano tiene vida; el sujeto biografía», y ello en virtud de la
propiedad de la reflexividad (la posibilidad que el hombre posee de tomarse a sí mismo como objeto; en una
parte o en la totalidad de sí mismo); es decir, la reflexividad hace sujeto al organismo humano. En
consecuencia, el estudio «psi» de la naturaleza humana exige la atención complementaria e integradora entre
el análisis neurobiológico del organismo y el análisis de la existencia con conciencia de sí misma y de su
actuación en los contextos o situaciones que la realidad ofrece, esto es, de la continuidad existencial como
proceso evolutivo dentro del desarrollo emocional humano.
En este punto es oportuno destacar el carácter procesual de la naturaleza humana tanto en la salud como en la
locura. Apoyados en la conceptualización de Karl Jaspers sobre el desarrollo esquizofrénico, todo proceso de
existencia se va consolidando y construyendo de una manera paulatina entre el sujeto y su mundo. Como
apunta en su libro Genio artístico y Locura. Strindberg y Van Gogh (9), al reflexionar sobre la obra de Van
Gogh: «Toda obra sigue siendo al mismo tiempo camino». En el caso de la locura hay un movimiento
continuo que sigue una dirección única (o pudiera seguirla) hacia la desintegración. A su vez, en ese
segmento, existen tres tipos de paradas o de progresión por fases que Jaspers sistematizó como cambios
temporales; a saber: brote, fase y estado reactivo. En cuanto al brote existe cierta similitud con
el derrumbe winnicotiano pues origina, y originó, un cambio permanente. Las fases parecen, al menos en
cierta medida, pseudodefensas frente a la descompensación psicótica que podrían manifestarse como
un estado de caos organizado, campo también estudiado por Winnicott. En buena medida podría decirse que
son interregnos, o impasses en el sentido de estasis o estancamientos. Los estados reactivos recogen lo
traumático que proviene del exterior; en otras palabras: las fallas ambientales que si bien están en el afuera,
tienen una matización muy personal configurada desde el adentro. En el artículo «La psicología de la locura:
una contribución psicoanalítica» de 1965, Winnicott dice: «Parece improbable que haya alguna locura que
corresponda enteramente al presente» (10), aserto que encaja con la noción procesual de la locura, y de la vida
como desarrollo.
De la locura sana: la vida creativa
El bebé crea el pecho, a la madre y al mundo
Donald Winnicott
En la locura sana, el individuo crea su propia visión del mundo y la comparte con los demás. La locura sana,
por así decir, precisa de dos tiempos: uno, el acto de creación del propio mundo; dos, la capacidad de
compartirlo con otros individuos. Tener mundo propio supone construir una identidad, y ésta debe ser
atendida y enriquecida durante el proceso vital del individuo. Vivir es ser creativo, y ser creativo supone estar
vivo. Frente a la vida rige la no vida, esto es, la desvitalización, la apatía, la futilidad, el aburrimiento. La
creatividad surge del verdadero self e impulsa al gesto espontáneo, supone actuar movido por las propias
motivaciones y no como reacción a impulsos o mecánicamente. Es por ello que Winnicott diferencia entre
la actividad motivada y la actividad reactiva, y considera que para que «uno sea y sienta que es» la primera
debe predominar sobre la segunda. Tener una dicción propia –un gesto espontáneo– implica tener
una capacidad creadora, lo que permite llevar una vida creativa.
El proceso creativo del individuo, en sus primeras etapas de la vida, precisa de un acompañante primordial: la
madre (o persona sustituta). La madre permite la ilusión de que su hijo cree «el pecho, a la madre y al mundo»
(11) y con sus fallas moderadas lo desilusiona gradualmente. Así, el individuo humano, en su proceso de
desarrollo emocional, se inscribe en la paradoja de lo «creado de nuevo», donde se fecundan mutuamente las
aportaciones creativas entre la madre y el hijo dentro del espacio transicional creado por ambos. Winnicott, a
diferencia de Freud y Klein, considera que la creatividad es primaria; y diferencia entre la creatividad
primaria o personal (esencial o corriente) y la creatividad artística (sofisticada). Por creatividad Winnicott
entiende la actividad básica de todo ser humano: la acción de crear (o mejor: de crearse a sí mismo), no la
creación acabada. Su interés por la capacidad creadora se expresa en la capacidad de jugar, que es la base
del vivir y de la salud.
Crear implica jugar y denota estar vivo, lo supone el logro de la madurez y, por tanto, de la salud. En «Vivir
creativamente» (1970), Winnicott expone su idea de la creatividad humana en un ejercicio de creatividad
personal, como ejemplo de lo que quiere expresar: «Podría buscar la palabra creatividad en el Oxford English
Dictionary e investigar lo que se ha escrito sobre el tema en Filosofía y Psicología, y a continuación servir
todo eso en una bandeja. Podría incluso aderezarlo de tal modo que ustedes exclamaran: “¡Qué original!”.
Personalmente soy incapaz de seguir ese plan. Necesito hablar del tema como si nadie antes se hubiera
ocupado de él, con lo que, por supuesto, mis palabras pueden parecer ridículas. Pero creo que ustedes verán
en ello la necesidad que tengo de asegurarme de que mi tema no terminará por eclipsarme. Establecer las
concordancias entre todo lo que se ha dicho sobre la creatividad me mataría. Es evidente que
para sentirme creativo debo luchar sin pausa, y eso tiene la desventaja de que para describir una simple
palabra como amor tenga que partir de cero. (Tal vez partir de cero sea lo adecuado.) Volveré sobre el tema al
hablar de la diferencia entre la vida creativa y el arte creativo» (12). Todo arte creativo parte de una vida
creativa, pero una vida creativa no necesariamente culmina en un arte creativo. Una obra de arte, sea un
objeto (pintura o escultura) perdurable, o una actividad (performance o instalación) efímera, en última
instancia remiten a la vida creativa de su autor. En este sentido, Winnicott continúa diciendo: «El plan del
universo ofrece a todos la posibilidad de vivir creativamente. Vivir creativamente implica conservar algo
personal, quizá secreto, que sea incuestionablemente uno mismo. A falta de otra cosa, pruebe con la
respiración, algo que nadie puede hacer en su lugar. O tal vez usted es usted mismo cuando le escribe a su
amiga o cuando manda cartas a The Times o a New Society, presumiblemente para que alguien las lea antes de
tirarlas» (13). No es de extrañar que este autor, pediatra además de psicoanalista, establezca como
paradigmático del vivir el acto de respirar, el fenómeno inaugural de la vida.
Todo acto de creación implica cierto grado de locura, por cuanto supone asumir un estado de no integración,
de incertidumbre, donde el acto creador de la persona, esto es, su gesto espontáneo y original fundamentan
su estar vivo y sentirse real. El poeta John Keats, en una carta dirigida a sus hermanos George y Tom Keats
datada en 1817, lo expresa del siguiente modo: «Llamo capacidad negativa a la de un hombre que es capaz de
existir en medio de las incertidumbres, los misterios, las dudas, sin nada sensible que pueda ser captado tras el
acto y la razón». Esta capacidad negativa es la que permite sostener la paradoja y la incertidumbre, la que
auspicia y propicia la próspera locura. En la conferencia «Este feminismo» (1965), Winnicott comenta:
«Porque la certidumbre y la cordura son terriblemente aburridas. Por supuesto que la locura también lo es,
pero hay algo que la mayoría de las personas pueden tolerar en cierta medida: la incertidumbre» (14). Con
un adecuado balance entre integración/no integración, el individuo sano oscila desde la creatividad
primaria o personal hasta la genialidad. Winnicott parte de un criterio que atiende el movimiento entre
estados de integración, no integración y desintegración, superando la dialéctica reduccionista del
convencional par locura-cordura. Según este autor hay estados emocionales intermedios, como ciertos estados
de cordura (que denomina: la huida hacia la cordura), esto es, que oscilan hacia un exceso de rigidez
mecánica y de total certidumbre que no implican salud; o, por el contrario, ciertos estados de locura (que
denomina: la huida hacia la locura), un estado de locura adaptativa y, por ende, transitoria, como la que les
ocurre a las madres embarazadas, la preocupación maternal primaria. Un proceso que se considera
una enfermedad normal de las madres, que denota salud. Asimismo describe ciertos estados
de desintegración, también móviles y fluctuantes, donde se inscriben los estados esquizoides, los
trastornos borderline, y las denominadas psicosis esquizofrénicas. Esta última es, stricto sensu, la locura
patológica o psicosis.
Espigando diversos artículos comprobamos que Winnicott no se detiene a estudiar al genio, ya que no se
interesa especialmente por los estados extremos, sino más bien por las potencialidades y capacidades del
individuo sano. Por «el impulso creador mismo», concepto derivado de las nociones de evolución
creadora, duración y élan vital de Henri Bergson (15), uno de los filósofos que más han influido en su
pensamiento. Winnicott escribe: «Cuando el psicoanálisis trató de encarar el tema de la creatividad perdió
de vista en gran medida el aspecto principal. El escritor analítico tomó quizá una personalidad destacada en
las artes creadoras y trató de efectuar observaciones secundarias y terciarias, pero hizo caso omiso de todo lo
que se pudiera llamar primario. Es posible tomar a Leonardo da Vinci y hacer comentarios muy importantes e
interesantes sobre la relación entre su obra y ciertos sucesos que se desarrollaron en su infancia. Se puede
hacer mucho en materia de entrelazamiento de su obra con sus tendencias homosexuales. Pero estas y otras
circunstancias del estudio de grandes hombres y mujeres soslayarían el tema que se encuentra en el centro de
la idea de la creatividad. Resulta inevitable que tales estudios de los grandes hombres tiendan a irritar a los
artistas y a las personalidades en general»; y sigue: «Es posible que esas investigaciones, que nos sentimos
tentados a efectuar, resulten irritantes porque dan la impresión de que están llegando a alguna parte, de que
pronto podrán explicar por qué ese hombre fue grande y esa mujer hizo tanto, pero la dirección de la
investigación es errónea. Se deja a un lado el tema principal, el del impulso creador mismo. La creación se
interpone entre el observador y la creatividad del artista» (los subrayados son nuestros) (16).
En un sentido diacrónico, Winnicott, desde sus primeros escritos de la década de los cuarenta se muestra
como uno de los adalides en la defensa de los aspectos éticos de la medicina, frente a prácticas eminentemente
agresivas como el electroshock y la lobotomía, y se pronuncia con frontal rechazo y desacuerdo con ellas, a
las que denomina «disparos en la oscuridad». En 1943, al comienzo de sus primeras formulaciones teóricas,
en una carta dirigida al director de la revista médica The Lancet, fechada el 10 de abril de 1943, Winnicott
escribe: «Sostengo la opinión de que la locura común es una afección estrechamente asociada al genio y a un
particular talento y a una personalidad de excepcional valor; por lo tanto, me inquieta, naturalmente,
enterarme de que se efectúan tratamientos que impiden en forma absoluta una plena recuperación, aunque
ellos puedan dar origen, en una cierta proporción de casos, a un vuelco hacia la cordura» (el subrayado es
nuestro) (17). Lo hace en pleno auge y consideración de las investigaciones y prácticas de la neurocirugía,
donde las técnicas físicas como el electroshock y la lobotomía alcanzan un gran predicamento tras la Segunda
Guerra Mundial. Winnicott se sitúa frente a ellas en defensa de la creatividad primaria del individuo y, por
ende, de su libertad.
A diferencia de Freud, que habla a de etapas (oral, anal, genital…) y de la creatividad como actividad
sublimada, y de Klein, que habla de posiciones (esquizo-paranoide y depresiva) y de la creatividad derivada
de la pulsión de muerte, Winnicott parte del estudio de las capacidades inherentes y potenciales del individuo
en su desarrollo emocional temprano, a partir de la capacidad esencial: la capacidad creadora. Habla de
la capacidad –siempre implementada con el ambiente facilitador– de jugar, la capacidad de preocuparse por
el otro, la capacidad para creer, la capacidad para estar a solas o la capacidad para la fe del científico, que
reside en la duda. En «El concepto de individuo sano» (1967), Winnicott escribe: «De modo que debemos
preguntarnos: ¿a quiénes de entre todas estas personas que se desempeñan satisfactoriamente a pesar de lo que
llevan consigo (genes, fallas ambientales tempranas y experiencias desdichadas) incluiremos entre los sanos?
Debemos tener en cuenta que de este grupo forman parte muchas personas desagradables que, impulsadas por
la angustia, alcanzan logros excepcionales. Tal vez sea difícil convivir con ellas, pero lo cierto es que hacen
avanzar al mundo en diversas áreas de la ciencia, el arte, la filosofía, la religión o la política. No me
corresponde dar la respuesta, pero debo estar preparado para esta legítima pregunta: ¿qué decir de los genios
de este mundo?» (18). La capacidad creadora, expresada a través del gesto espontáneo del individuo y su
corolario, la riqueza psíquica, es el fundamento de la vida creativa.
De la locura patológica: las psicosis
Si un adulto nos exige nuestra aceptación de la objetividad de sus
fenómenos subjetivos discernimos o diagnosticamos locura.
Donald Winnicott
Históricamente, al loco se le ha llamado demente, alienado, enajenado, enfermo mental o psicótico. En la
antigüedad, la locura se asociaba al pensamiento mágico y a lo sobrenatural; posteriormente, al loco se lo
encerró en los asilos o manicomios, hasta que en el siglo XX tuvo lugar la gran revolución de la locura: de un
lado, por el psicoanálisis, en tanto que plantea que la locura tiene sentido; del otro, por la psicofarmacología,
pues al introducir los neurolépticos en 1952 varió radicalmente la evolución y el pronóstico de los trastornos
psicóticos, entre cuyos grandes cuadros se encuentran los bipolares y la esquizofrenia. Desde un punto de
vista psicodinámico la locura es una forma de existencia, es un proyecto imaginario. De ahí que Castilla del
Pino haya dicho que «La locura es la forma más personal de vivir. El loco vive según él. Hace su vida» (19),
esto es, el loco «disloca». Su forma de entender o de interpretar el mundo consiste en hacer su mundo interno,
externo. Lo hace propiedad de la realidad empírica o cotidiana. Así, el delirio, que es el síntoma que define a
las psicosis, es una interpretación errónea de la realidad a la que se dota de certidumbre. Supone una
interpretación de la realidad que se ofrece como verdadera e irreductible, siendo que los valores de verdad o
falsedad rigen para la denotación, mientras que los valores de verosimilitud (verosímil/inverosímil) rigen para
la connotación o interpretación de la realidad. La locura patológica implica imponer la propia visión del
mundo. Lejos de suponer una aportación creativa a la vida, supone una imposición empobrecedora de la
propia vida y de la circundante. Jaspers postuló que «sin delirio no hay locura», esto es, locura patológica.
Por contra, de la locura sana, el viejo sabio Maimónides estableció que «sin locura el mundo sería lúgubre».
En la locura patológica, la denominada técnicamente psicosis, el sujeto quiere imponer su visión del mundo a
los demás, es decir, trata de someter a los demás a sus conjeturas y designios. Winnicott aborda en su obra
una definición de locura ceñida a la noción clásica, y lo hace en su principal ensayo, «Objetos transicionales y
fenómenos transicionales» (1951), que más tarde abre su libro Realidad y juego (1971), en el que plantea
la zona intermedia de experiencia a la cual contribuyen la realidad interior y la vida exterior, y que vulnera
el sello de la locura. Escribe: «Yo afirmo que existe un estado intermedio entre la incapacidad del bebé para
reconocer y aceptar la realidad, y su creciente capacidad para ello. Estudio, pues, la sustancia de la ilusión, lo
que se permite al niño y lo que en la vida adulta es inherente al arte y la religión, pero que se convierte en el
sello de la locura cuando un adulto exige demasiado de la credulidad de los demás, cuando los obliga a
aceptar una ilusión que no les es propia. Podemos compartir un respeto por una experiencia ilusoria, y si
queremos nos es posible reunirlas y formar un grupo sobre la base de la semejanza de nuestras experiencias
ilusorias. Esta es una raíz natural del agrupamiento entre los seres humanos». Poco después, en el mismo
trabajo, define más específicamente el sello de la locura: «Si un adulto nos exige nuestra aceptación de la
objetividad de sus fenómenos subjetivos discernimos o diagnosticamos locura» (20).
La clínica de Winnicott es esencialmente la clínica de la locura, o stricto sensu, de las psicosis. Una clínica
que engloba la esquizofrenia, lo esquizoide, lo borderline y otras patologías graves. En conjunto son unas
afecciones cuya etiología se sitúa en el factor ambiental, esto es, en la falta de un sostén adecuado en la etapa
de la dependencia absoluta de la primera infancia. Aunque en la obra de Winnicott el artículo «La psicosis y
el cuidado del niño» (1952) es inaugural respecto de su teoría de la locura, otros dos trabajos correlativos, los
titulados «El miedo al derrumbe» (circa 1963) y «La psicología de la locura: una contribución psicoanalítica»
(1965), centran esencialmente su aportación al tema, si bien está presente en otros muchos escritos de su
amplia bibliografía. En la conferencia «Variedades de psicoterapia» (1961), se apoya en un feliz aforismo de
su colega John Ryckman para describir sus propias ideas: «La locura es la incapacidad de encontrar a alguien
que nos aguante» (21), que más tarde reformula en el siguiente dictum: «En verdad que somos pobres si solo
estamos cuerdos».
Sabido es que Winnicott a lo largo de toda su trayectoria profesional se mantuvo en el ejercicio de la pediatría
y el psicoanálisis, lo que de forma natural le condujo a ejercer la psiquiatría infantil. Su vivo interés por el
mundo infantil y su creciente estímulo por el psicoanálisis le llevó a supervisar con Melanie Klein a mediados
de la década de los años treinta, para alejarse paulatinamente de sus postulados teóricos a favor de su propia
teoría del desarrollo emocional temprano. En su visión del mundo infantil rechaza la teoría kleiniana,
básicamente en tres de sus conceptos centrales: la pulsión de muerte, la posición esquizo-paranoide y la
envidia. En uno de sus primeros trabajos, «Pediatría y psiquiatría» (1948), Winnicott desmiente al bebé
kleiniano y la supuesta correlación entre locura e infancia. Escribe: «A menudo se me ha dicho que la idea de
que los locos son como los bebés, o como niños pequeños, sencillamente es falsa. ¿Me permiten que deje muy
claro que no insinúo que los locos se comporten como niños en mayor medida que los neuróticos se parecen a
niños mayores? Los niños sanos no son neuróticos (aunque pueden serlo) y los bebés normales no están locos.
La relación entre la Pediatría y la Psiquiatría es mucho más sutil que todo esto»; y añade: «La teoría que les
propongo consiste en que en el desarrollo emocional de todo niño interviene una serie de procesos
complicados, y que la falta de completud o de progreso de tales procesos predispone al trastorno mental o al
colapso [brote psicótico]» (el subrayado es nuestro) (22).
En el citado «La psicosis y el cuidado del niño» (1952), Winnicott afirma que la esquizofrenia es una
enfermedad generada por una deficiencia ambiental, lo que hace extensivo a todas las patologías del espectro
de las psicosis. Poco después, en «Aspectos metapsicológicos y clínicos de la regresión dentro de la situación
psicoanalítica» (1954), escribe: «Al estudiar un grupo de locos, hay que distinguir entre aquellos cuyas
defensas se hallan en un estado caótico y aquellos que han sido capaces de organizar una enfermedad.
Seguramente, en caso de aplicar el Psicoanálisis a la psicosis, dicho tratamiento tendrá mayores
probabilidades cuando se trate de una enfermedad muy organizada» (23). Winnicott atiende el abordaje de la
locura clínica, esto es, las distintas formas (y grados) de las psicosis, en función del grado de organización de
las defensas.
En la década de los sesenta, Winnicott establece su teoría de la locura. Lo hace a partir de su tesis formulada
en «El miedo al derrumbe» (circa 1963), que corresponde a un derrumbe ya vivido. Por miedo al
derrumbe (el término breakdown responde a la doble imagen de fractura y de caída), Winnicott entiende el
miedo a la agonía original que determina una amenaza de aniquilamiento y la subsiguiente organización
defensiva del paciente como cuadro clínico. Obedece a una falla ambiental o trauma acontecido en la etapa de
la dependencia absoluta. Esta experiencia emocional no es accesible al recuerdo ni a la palabra, pero puede
repetirse en la transferencia. Representa el temor a que suceda en el futuro lo que ya tuvo lugar en el pasado.
El miedo al derrumbe es el miedo a un derrumbe ya experimentado, cuando el yo todavía es inmaduro como
para poder elaborar el trauma. Una experiencia de locura «que ya tuvo lugar» pero que no fue experimentada
porque en ese momento «no había bebé», no había un psiquismo capaz de integrar esta experiencia. El miedo
al derrumbe enlaza sin solución de continuidad con la idea del miedo a la locura, el miedo al vacío y el miedo
a la muerte.
En «La psicología de la locura: una contribución psicoanalítica», trabajo preparado para la Sociedad
Psicoanalítica Británica, en octubre de 1965, formula su concepto de miedo a la locura. Escribe: «En este
momento estoy enfrascado en la idea de que la teoría psicoanalítica tiene algo que aportar con respecto a la
teoría de la locura, o sea, la locura que se presenta clínicamente ya sea bajo la forma del miedo a la locura, o
como alguna otra especie de manifestación insana. Trataré de enunciar esto, aunque termine comprobando
que solo estoy enunciando algo que es (psicoanalíticamente) obvio» (24). Y destaca la importancia del estudio
de los pacientes borderline para el estudio de las psicosis. Escribe: «Importa enunciar este hecho: el estudio
psicoanalítico de la locura, sea cual fuere el significado de esta, se realiza principalmente sobre la base del
análisis de los llamados casos fronterizos. No es probable que los progresos en la comprensión de la psicosis
provengan del estudio directo de enfermos muy gravemente quebrantados por la locura. Así pues, la labor
actual de los analistas está sujeta a la crítica de que lo que es válido para un caso fronterizo puede no serlo
para un caso de derrumbe o de locura organizada. De todos modos, por el momento es preciso trabajar en lo
que se pueda como desarrollo natural de la aplicación de la técnica psicoanalítica a los aspectos más
profundamente perturbados de la personalidad de nuestros pacientes» (25).
El modelo epistémológico de Carlos Castilla del Pino del tema de la locura parte de una consideración
psico(pato)lógica, entendida esta como el continuum entre la psicología y la psicopatología, es, a nuestro
juicio, el modelo más acabado para la intelección de la locura en su vertiente patológica. En su teoría de la
locura despliega una concepción sobre el sujeto humano y su capacidad de enloquecer. En primer lugar,
concibe que, por una parte, el organismo humano tiene vida –en tanto ser vivo, como especie–, mientras que
el sujeto tiene biografía. A su vez, el sujeto mantiene relaciones con la realidad –realidad en su sentido
pragmático, como situación, como contexto–, y también relaciones consigo mismo, mediante la propiedad de
la reflexividad: la posibilidad que posee el individuo humano (a diferencia del resto de las especies animales)
de tomarse a sí mismo como objeto, bien en parte o en su totalidad. Este desdoblamiento permite comprender
muchos procesos de la mente humana y, entre estos, la psicosis. Por tanto, dice Castilla del Pino, que «es
plausible suponer que hay una disposición en el hombre, y sólo en el hombre, para la locura, intrínsecamente
suya, que ha de hacerse derivar de la genuina condición estructural de la mente humana» (el subrayado es
del autor) (26). En consecuencia, mediante la reflexividad, el sujeto puede reconocerse como tal; o no, esto es,
fantasear hasta la certidumbre de que no se es uno sino otro.
Huida hacia la locura (flight to madness)
Si el hombre fuese por un momento consciente de su locura, dejaría de estar loco
G. K. Chesterton
Winnicott describe la Huida hacia la locura (flight to madness), como un estado psíquico de sensibilidad
intensificada, esto es, una capacidad especial de la madre (que puede ser observado también en el padre o en
los padres adoptantes), que comienza antes del nacimiento y dura algunas semanas después del parto, en el
que concentra todos sus intereses para adaptarse a las necesidades del bebé. Una locura transitoria, esto es, de
carácter reversible, que implica el cuidado corporal y la elaboración imaginativa de la relación con su hijo, en
el que la madre se adapta a la vulnerabilidad de su bebé. De este modo ejerce una función yoica auxiliar por
identificación o empatía con su hijo. Lo define como «la disposición y la capacidad de la madre para
despojarse de todos sus intereses personales y concentrarlos en el bebé».
El concepto lo acuña en 1956, en un artículo con el mismo título, publicado en Escritos de Pediatría y
Psicoanálisis. Lo califica como un estado de enfermedad normal, una suerte de locura transitoria de la madre
(a la que denomina la madre loca frente a la madre caótica o nociva) necesaria para el cuidado del bebé. Este
estado corresponde a una disposición natural de la madre de repliegue emocional transitorio, que no exige
conocimiento ni formación al respecto. Este estado de sensibilidad exaltada lo equipara a un estado de
disociación o de trastorno esquizoide durante la etapa de la dependencia absoluta que cursa con restitutio ad
integrum o total recuperación. Ferenczi preludia este concepto cuando afirma que la madre no debe oponerse
a ser «temporalmente parasitada» en relación con la gestación y crianza de su hijo. Lo presenta el año que es
nombrado presidente de la British Psycho-Analytical Society, tanto por su prestigio psicoanalítico y su
reputación como pediatra clínico, como por su posición equidistante y amortiguadora de las tensiones
surgidas entre los seguidores de Anna Freud y Melanie Klein. Por este tiempo, tras su formación anterior con
Melanie Klein, encuentra un gran estímulo en los trabajos de Anna Freud y en los de los adalides de la
psicología del yo en relación con las etapas más precoces de la vida infantil y de la configuración de la
personalidad, claves para la edificación de sus concepciones teóricas.
En «Preocupación maternal primaria» (1956), el artículo donde presenta el concepto, Winnicott muestra
claramente su campo de intervención: el estudio del papel de la madre en la crianza del niño. Sostiene que
debe rescatarse el estudio de la madre de lo que es puramente biológico. Para ello, Winnicott sitúa el estado
de preocupación maternal primaria en la base del estudio del desarrollo emocional infantil, ya que toda
interferencia en la relación madre-hijo determina una «distorsión temprana de la línea de la vida» del bebé, de
su continuidad existencial. Escribe: «Mi tesis es que en la fase más precoz estamos tratando con un estado
muy especial de la madre, una condición psicológica que merece un nombre, como puede ser el
de preocupación maternal primaria. Sugiero que la literatura psicoanalítica no ha rendido tributo suficiente a
una condición psiquiátrica muy especial de la madre acerca de la cual deseo decir lo siguiente: Gradualmente
se desarrolla y se convierte en un estado de sensibilidad exaltada [o mejor: intensificada] durante el embarazo
y especialmente hacia el final del mismo. Dura unas cuantas semanas después del nacimiento del pequeño. No
es fácilmente recordado por la madre una vez que se ha recobrado del mismo. Iría aún más lejos y diría que el
recuerdo que de este estado conservan las madres tiende a ser reprimido». Y sigue: «Este estado organizado
(que sería una enfermedad si no fuese por el hecho del embarazo) podría compararse con un estado
de replegamiento o de disociación, o con una fuga o incluso con un trastorno a un nivel más profundo, como
por ejemplo un episodio esquizoide en el cual algún aspecto de la personalidad se haga temporalmente
dominante. Me gustaría encontrar una buena forma de denominar este estado y proponerla para que se tuviese
en cuenta en todas las referencias a la fase más precoz de la vida del pequeño. No creo que sea posible
comprender el funcionamiento de la madre durante el mismo principio de la vida del pequeño sin ver que la
madre debe ser capaz de alcanzar este estado de sensibilidad exaltada, casi de enfermedad, y recobrarse luego
del mismo. (Utilizo la palabra enfermedad porque una mujer debe estar sana, tanto para alcanzar este estado
como para recobrarse de él cuando el pequeño la libera. Si el pequeño muriese, el estado de la madre se
manifestaría repentinamente en forma de enfermedad. La madre corre este riesgo)» (27).
En otro de sus trabajos más importantes, «Deformación del yo en términos de un verdadero y un falso self»
(1960), Winnicott alude a su trabajo sobre la preocupación maternal primaria. Y lo resume así: «En mi
escrito titulado Primary Maternal Preoccupation (1956) procuro desarrollar el tema del papel materno,
apuntando que la mujer normal que queda embarazada adquiere poco a poco un elevado grado de
identificación con su hijo. La identificación se va desarrollando durante el embarazo, alcanza su punto
culminante cuando la mujer está de parto y luego desaparece paulatinamente durante las semanas y meses que
siguen al alumbramiento. Esta cosa saludable que les ocurre a las madres presenta implicaciones tanto
hipocondríacas como de narcisismo secundario. Esta orientación singular de la madre hacia su hijo no
depende solamente de su propia salud mental, sino que también se ve afectada por el medio ambiente. En los
casos más sencillos, el hombre, respaldado por una actitud social que es por sí misma una evolución de su
función natural, se enfrenta a la realidad externa por cuenta de la madre, logrando que para ella resulte seguro
y sensato permanecer temporalmente volcada hacia dentro, concentrada en sí misma. El diagrama de esta
circunstancia se parece al de una persona o familia paranoide. (Aquí viene a la memoria la descripción que
hizo Freud [1920] de la vesícula viviente con su estrato cortical receptivo…)» (el subrayado es nuestro) (28).
Y en otro texto de esta misma época, en «La relación inicial de una madre con su bebé» (1960), apunta: «La
forma en que la madre normal supera este estado de preocupación por el bebé equivale a una suerte de
destete» (29).
En la conferencia «El recién nacido y su madre» (1964), publicada en Los bebés y sus madres, dice: «Es mi
tesis que las madres, a menos que estén psiquiátricamente enfermas, se orientan hacia su tarea especializada
durante los últimos meses del embarazo, y se recuperan gradualmente en el curso de las semanas y meses
posteriores al parto. He escrito mucho sobre esto, denominándolo preocupación maternal primaria. En ese
estado, las madres adquieren la capacidad de ponerse en el lugar del bebé, por así decirlo. Esto significa que
desarrollan una impresionante capacidad para identificarse con el bebé, lo cual les permite satisfacer las
necesidades básicas de este en una forma que ninguna máquina puede imitar, y que ninguna enseñanza puede
abarcar» (30). Y tres años después, en «El concepto de individuo sano» (1967), Winnicott destaca la
importancia del ambiente suficientemente bueno desde el principio de la vida del bebé. Escribe: «Resulta útil
postular que el ambiente suficientemente bueno comienza con un alto grado de adaptación a las necesidades
individuales del bebé. Por lo general, la madre puede proveer esa adaptación a causa de que se encuentra en
un estado especial, que yo lo he denominado preocupación maternal primaria. A este estado se le conoce
también por otros nombres, pero aquí estoy utilizando mi propio término descriptivo» (31).
Finalmente, en la conferencia «La madre de devoción corriente» (1966), compilada en el libro Babies and
their Mothers, dice: «Pero la naturaleza ha decretado que los bebés no eligen a sus madres. Simplemente
llegan, y las madres tienen tiempo para reubicarse, para descubrir que, por unos meses, su Oriente no está en
el este sino en el centro (¿o tal vez un poco descentrado?). Yo sugiero, como ustedes saben, y supongo que
todo el mundo está de acuerdo, que corrientemente la mujer entra en una fase (de la que corrientemente se
recupera durante las semanas y los meses que siguen al nacimiento del bebé) en la cual, en gran medida, ella
es el bebé y el bebé es ella. No hay nada místico en esto. Después de todo, ella fue un bebé alguna vez, y tiene
en sí el recuerdo de haber sido un bebé; también tiene recuerdos de haber sido cuidada, y estos recuerdos la
ayudan o interfieren en sus propias experiencias como madre» (el primer subrayado es nuestro) (32).
Huida hacia la cordura
–Así es –aseguró el doctor Warner imperturbable–, la locura generalmente es incurable.
–Lo mismo pasa con la cordura –dijo el irlandés estudiándole con ojos tristes.
G. K. Chesterton
La huida hacia la cordura (flight to sanity) expresa la dificultad de algunas personas para aceptar
temporalmente cierto estado de no integración que les impulsa a un bloqueo defensivo: a mostrar una severa
rigidez en su comportamiento, a desplegar una conducta repetitiva, mecánica, estereotipada, eso es, un
falso self patológico. Es por ello que Winnicott especifica que la huida hacia la cordura no equivale a salud,
sino que implica rigidez y disposición mecánica, esto es, una carencia de vivacidad personal. Frente al
adecuado balance entre integración/no integración el individuo se conduce de forma automática, sin soltura ni
espontaneidad alguna, lo que denota falta de salud. En «El concepto de individuo sano» (1967), en el epígrafe
titulado «La huida hacia la cordura», lo expresa así: «Debemos recordar que la huida a la cordura no equivale
a la salud. La salud es tolerante con la mala salud: de hecho, le resulta provechoso estar en contacto con la
mala salud en todos sus aspectos, especialmente con la enfermedad llamada esquizoide, y también con la
dependencia» (el subrayado es nuestro) (33).
Esta expresión parece fundamentarse, aunque con otro sentido, en la de huida hacia la realidad, acuñada por
Nina Searl en 1929. Un concepto sobre el que Winnicott, en su trabajo «La defensa maníaca» (1935),
replantea en calidad de huida de la realidad interna más que de la fantasía. Más tarde, en una nota a pie de
página de «Desarrollo emocional primitivo» (1945), señala que «a través de la expresión artística nos es dado
esperar mantenernos en contacto con nuestros selves primitivos, de donde emanan los sentimientos más
intensos e incluso unas sensaciones terriblemente agudas, y lo cierto es que la mera cordura equivale a
pobreza» (el subrayado es nuestro) (34). A esta pobreza psíquica contrapone la riqueza psíquica, que se
fundamenta en que «la vida merece la pena ser vivida».
En «Aspectos metapsicológicos y clínicos de la regresión dentro de la situación psicoanalítica» (1954),
describe este estado psicológico: «En un grupo de pacientes psicóticos habrá unos que clínicamente se hallen
en estado de regresión y otros que no. En modo alguno es cierto que los primeros estén más enfermos. Desde
el punto de vista del psicoanalista puede resultar más fácil encargarse del caso de un paciente que se halle en
crisis que el de un paciente en parecido estado, pero que se halle en fuga hacia la cordura»; y añade: «Hace
falta mucho valor para entrar en crisis, pero puede que la alternativa consista en una huida hacia la cordura,
condición que es comparable a la de defensa maníaca contra la depresión. Afortunadamente, en la mayoría de
casos las crisis se producen dentro de la sesión analítica o se ven limitadas y localizadas de manera que el
ambiente social del paciente pueda absorberlas o hacerles frente» (35). Winnicott describe una suerte de
exaltación de la cordura como contrapunto a la desintegración psicótica, donde el precio es un
empobrecimiento extremo de la espontaneidad a costa de evitar el colapso o brote psicótico. Entre Caribdis
(la huida hacia la cordura) y Scila (el brote psicótico), el individuo opta por su realidad más precaria, por
repetitiva y estereotipada, evitando caer en la desintegración propia de la locura psicótica.
Dos años más tarde, en el artículo «Preocupación maternal primaria» (1956), Winnicott comenta la dificultad
de ciertas madres para hacerse cargo de sus hijos, madres que lejos de entrar en una locura temporal de
atención focalizada hacia su hijo, caen en un cierta huida hacia la cordura. Sostiene que en el estado
de preocupación maternal primaria, ciertas madres que carecen de esta capacidad de locura se orientan hacia
otros intereses personales en vez de focalizar su atención en el cuidado de su hijo. Escribe: «Ciertamente, hay
muchas mujeres que son buenas madres en todos los demás aspectos y que son capaces de llevar una vida rica
y fructífera pero que no pueden alcanzar esta enfermedad normal que les permite adaptarse delicada y
sensiblemente a las necesidades del pequeño en el comienzo; o bien lo consiguen con uno de sus hijos pero no
con los demás. Tales mujeres no son capaces de preocuparse de su propio pequeño con exclusión de otros
intereses, de una forma normal y temporal. Puede suponerse que en algunas de estas personas se produce
una huida hacia la cordura. Ciertamente, algunas de ellas tienen otras preocupaciones muy importantes que
no abandonan fácilmente o que tal vez no sean capaces de abandonar hasta haber tenido sus primeros bebés»
(36). La idea de la huida hacia la cordura de Winnicott es precursora del concepto actual de normopatía, que
Joye McDougall, en su libro Plaidoyer pour une certaine anormalité (1978), describe como la patología de la
norma. El normópata es otro, es falso self. En su estudio, Winnicott nos habla de lo inauténtico del falso self y
del caos organizado; Joyce McDougall lo caracteriza como psicosis compensadas. El individuo normopático
se conduce siempre dentro de las normas, vive por delegación, se transforma en una copia: es lo que (se
supone que) debe ser. Es un tipo de persona que carece de iniciativa y que hace lo que se espera de él. Salvo
en otra variante, el caso de Bartleby, el escribiente de Herman Melville, cuando reiterativamente responde:
«Preferiría no hacerlo».
Coda final: «No nos esforcemos por no ser locos. Somos y dejamos de serlo, muchas veces en la vida. Lo que
hemos de evitar es instalarnos en la locura o en la normalidad», Castilla del Pino, Aflorismos.
Javier Lacruz Navas y Diana Hidalgo
Zaragoza, enero de 2012
Notas
(1) Acogemos el término acuñado por el psiquiatra Carlos Castilla del Pino en tanto que establece un continuo
entre la psicología y la psicopatología (y por ende, la psiquiatría), a partir de la psicodinámica freudiana.
Véase: Castilla del Pino, Carlos, Introducción a la Psiquiatría. Problemas generales. Psico(pato)logía, vol. I,
Madrid, Alianza Editorial, 1993.
(2) Winnicott, Donald, Realidad y juego (1971), Barcelona, Gedisa, 1971, p. 14.
(3) Lacruz, Javier, Donald Winnicott: vocabulario esencial, Zaragoza, Mira, 2011, p. 332.
(4) Winnicott, Donald, «Los casos de enfermedad mental» (1963), en El proceso de maduración en el
niño, Barcelona, Laia, 1981, p. 269.
(5) Ibíd., p. 269.
(6) Winnicott, Donald, «La Psicología de la locura: una contribución psicoanalítica» (1965), en Exploraciones
psicoanalíticas I, Paidós, Buenos Aires, 1991, pp. 153-154.
(7) Winnicott, Donald, Realidad y juego, Barcelona, Gedisa, 1971, pp. 94-95.
(8) Castilla del Pino, Carlos, Celos, locura, muerte, Madrid, Temas de hoy, 1995, pp. 175-239.
(9) Jaspers, Karl, Genio artístico y Locura. Strindberg y Van Gogh, Barcelona, Acantilado, 2001, pp. 224-
226.
(10) Winnicott, Donald, «La Psicología de la locura: una contribución psicoanalítica» (1965),
en Exploraciones psicoanalíticas I, Paidós, Buenos Aires, 1991, p. 152.
(11) Winnicott, Donald, «Melanie Klein: Sobre su concepto de envidia», en Exploraciones psicoanalíticas
II, Buenos Aires, Paidós,1991, p. 199.
(12) Winnicott, Donald, «Vivir creativamente», en El hogar, nuestro punto de partida, Buenos Aires, Paidós,
2001, p. 50.
(13) Ibíd., p. 53.
(14) Winnicott, D., «Este feminismo» (1965), en El hogar, nuestro punto de partida, Buenos Aires, Paidós,
2001, p. 232.
(15) Lacruz, Javier, «La evolución creadora de la naturaleza humana. La influencia de H. Bergson en D.
Winnicott» (febrero de 2011), revista digital: El gesto espontáneo.
(16) Winnicott, Donald, Realidad y juego (1971), Barcelona, Gedisa, 1971, p. 98.
(17) Carta dirigida al director de la revista médica The Lancet (10.04.43), en Exploraciones Psicoanalíticas
II, Buenos Aires, Paidós,1991, p. 297.
(18) Winnicott, D., «El concepto de individuo sano» (1967), en El hogar, nuestro punto de partida, Buenos
Aires, Paidós, 2001, p. 41.
(19) Castilla del Pino, Carlos, Aflorismos, Barcelona, Tusquets, 2011, p. 166.
(20) Winnicott, Donald, «Objetos transicionales y fenómenos transicionales» (1951), Realidad y
juego, Barcelona, Gedisa, 1971, p. 19.
(21) Winnicott, Donald, «Variedades de psicoterapia» (1961), en El hogar, nuestro punto de partida, Buenos
Aires, Paidós, 2001, p. 127.
(22) Winnicott, Donald, «Pediatría y psiquiatría» (1948), en Escritos de pediatría y psicoanálisis, Barcelona,
Laia, 1981, p. 222.
(23) Winnicott, Donald, «Aspectos metapsicológicos y clínicos de la regresión dentro de la situación
psicoanalítica» (1954), en Escritos de pediatría y psicoanálisis, Barcelona, Laia, 1981, p. 389.
(24) Winnicott, Donald, «La psicología de la locura: una contribución psicoanalítica», en Exploraciones
psicoanalíticas I, Paidós, Buenos Aires, 1991, p. 148.
(25) Ibíd., 152.
(26) Castilla del Pino, Carlos, Celos, locura, muerte, Madrid, Temas de hoy, 1995, pp. 175-239.
(27) Winnicott, Donald, Escritos de pediatría y psicoanálisis, Barcelona, Laia, 1981, p. 407-408.
(28) Winnicott, Donald, «Deformación del yo en términos de un verdadero y un falso self», en El proceso de
maduración en el niño, Barcelona, Laia, 1981, p. 178.
(29) Winnicott, Donald, «La relación inicial de una madre con su bebé» (1960), en La familia y el desarrollo
del individuo, Buenos Aires, Hormé, 1980, p. 30.
(30) Winnicott, Donald, «El recién nacido y su madre» (1964), en Los bebés y sus madres, Barcelona, Paidós,
1990, pp. 56-57.
(31) Winnicott, Donald, «El concepto de individuo sano» (1967), en El hogar, nuestro punto de
partida, Buenos Aires, Paidós, 2001, p. 28.
(32) Winnicott, Donald, Los bebés y sus madres, Barcelona, Paidós, 1990, pp. 22-23.
(33) Winnicott, Donald, En «El concepto de individuo sano» (1967), en El hogar, nuestro punto de
partida, Buenos Aires, Paidós, 2001, p. 40.
(34) Winnicott, Donald, «Desarrollo emocional primitivo» (1945), en Escritos de pediatría y psicoanálisis,
Barcelona, Laia, 1981, p. 210.
(35) Winnicott, Donald, «Aspectos metapsicológicos y clínicos de la regresión dentro de la situación
psicoanalítica» (1954), en Escritos de pediatría y psicoanálisis, Barcelona, Laia, 1981, p. 389.
(36) Winnicott, Donald, «Preocupación maternal primaria» (1956), en Escritos de pediatría y psicoanálisis,
Barcelona, Laia, 1981, p. 408.
Bibliografía
Castilla del Pino, Carlos, Introducción a la Psiquiatría. Problemas generales. Psico(pato)logía, vol. I,
Madrid, Alianza Editorial, 1993.
Castilla del Pino, Carlos, Celos, locura, muerte, Madrid, Temas de hoy, 1995.
Castilla del Pino, Carlos, Aflorismos, Barcelona, Tusquets, 2011.
Jaspers, Karl, Genio artístico y Locura. Strindberg y Van Gogh, Barcelona, Acantilado, 2001.
Lacruz, Javier, «La evolución creadora de la naturaleza humana. La influencia de H. Bergson en D.
Winnicott» (febrero de 2011), revista digital: El gesto espontáneo.
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