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Política del síntoma, política del trauma.

Lo profesional
también es político // Lila María Feldman
Publicada en 24 de julio de 2022
Hace ya algunos años, la conversación e interlocución con Diego Sztulwark, me llevaron a escribir
y publicar en este mismo medio diversos artículos en torno a lo que Diego denominó “Política del
Síntoma”. Incluso participamos de una mesa, en la AAPPG, institución de tradición psicoanalítica,
para intercambiar sobre ese tema. Podría decir hoy que aquel fue un modo más de enlazar política y
psicoanálisis, una de las preguntas que animaban el trabajo de pensamiento era la siguiente: ¿Qué
tiene el psicoanálisis de político? Y otra de ellas era: ¿cuál es la potencia cognitiva y política del
síntoma?

Algunas de esas preguntas e inquietudes habían aparecido para mí tiempo antes, de la mano de un
manojo de textos que di en llamar la serie de la revuelta, también publicados aquí, en las páginas de
Lobo Suelto.

Hoy, algunos años después, algunos textos después, nos encontramos con un conjunto de grupos y
colectivos de trabajadorxs del campo de lasalud mental, en torno a ¿nuevas? batallas e
interrogantes. Puedo narrarlo de diferentes maneras, incluso hay dos textos de autoría colectiva que
hablan de ello (Acerca de los abusos y violencias en el campo psicoanalìtico, parte I y II). Puedo
decir que lo que nos impulsa a escribir, a discutir, por cierto mucho a lo largo de estos días, son los
silencios y complicidades en nuestro campo profesional, respecto de prácticas abusivas y violentas
dirigidas a pacientes, alumnxs y colegas.

Es tiempo de ampliar la pregunta por el síntoma, pregunta que aún resuena –parece- para muchxs de
nosotrxs. La política del síntoma como puesta en discusión y combate de lo neoliberal, y toda su
corriente normativizante, adaptacionista, colonizante de las subjetividades. Porque –en cambio- no
resuena tanto la pregunta por el trauma y sus políticas en el campo de la salud mental. Entonces
diría: ¿Cuál es la potencia cognitiva y política del trauma? ¿Cuál es su potencia desarticulante del
mando neoliberal y también de lo patriarcal, régimen de opresión por excelencia? no sólo el trauma
que ocurre por fuera de nuestro campo e ingresa en él en busca de asistencia, tratamiento y alivio-
sino el trauma que ocurre dentro del mismo- en nuestras propias aulas, consultorios, instituciones.
De esos traumas se habla menos, se habla poco, se calla bastante, se silencia un montón, se traman
complicidades destinadas a su eliminación, sanción y olvido. Llamativa paradoja, ya que lo propio
de nuestro campo es el trabajo con lo reprimido, con los silencios, con los diversos modos en que
retorna lo traumático, generando tantos sufrimientos. 

Me quiero detener en esa idea: política del trauma. Es decir, ¿qué hacemos con los traumas que nos
conciernen? ¿consideramos que se trata de situaciones aisladas y singulares, excepciones que les
tocan a algunas pocas personas? Sabemos que ocurren a la vista de todos, no únicamente ahora sino
ya hace mucho, y que no se trata de situaciones de excepción. El trauma no es personal o individual,
es personal y colectivo, daña a quien lo padece en nombre propio y a todo un tejido social, sus
destinos varían de acuerdo a lo que suceda con él: no es lo mismo que se lo aloje y nombre a que se
lo acalle, ignore o reprima. En torno al trauma se despliegan determinadas políticas. El trauma es el
efecto de un daño que una persona ejerce en otra, pero lo traumático también se sostiene y expande
en sus condiciones de posibilidad y sus condiciones de impunidad. Quienes abusan y violentan no
son únicamente personajes marginales sino que, muchas veces, son los hijos sanos (y hegemónicos)
de nuestro campo profesional. Quienes silencian siguen siendo mayoría.

La historia de nuestro país cuenta con valiosas y dolorosas experiencias en cuanto a políticas del
trauma. Los organismos de Derechos Humanos, con su política de Memoria, Verdad y Justicia. La
Ley de Salud Mental (26657) y la creación del Órgano de Revisión, instaurando y colocando en
primer plano la perspectiva de Derechos en nuestro campo, frente a las prácticas manicomiales que
los vulneraron y aún vulneran, porque esa batalla no ha terminado. Un presidente democráticamente
elegido que ha pedido perdón en nombre del Estado Argentino, por los crímenes de la última
dictadura cívico-eclesiástico-militar, que lo ha implicado. Son algunos ejemplos y marcas históricas
con las que contamos. Los feminismos y sus arduas batallas y conquistas abrieron y siguen abriendo
caminos. El Ni una menos, Thelma Fardin y el Mirá como nos ponemos, también ampliaron el
coraje y el valor de narrar, ampliaron el territorio de lo narrable. Construyeron políticas de la
palabra y la acción en torno a las violencias y abusos patriarcales. En otros países, por ejemplo en
Finlandia, la Sociedad Psicoanalítica (SPY) pide muy recientemente disculpas en una declaración
pública, por su participación o contribución a la estigmatización y sufrimiento en personas
pertenecientes a minorías sexuales y de género. En nuestro país las llamadas “terapias de
conversión” también generan estragos. Más cerca, o incluso dentro del psicoanálisis, perviven las
prácticas hegemónicas estigmatizantes, y repetidoras de conceptos que ya deberían ser obsoletos,
patologizantes, por ejemplo, de diversidades. 

Tenemos mucho camino por delante en cuanto a la política del trauma. Algunas alzamos la voz, nos
agrupamos, conversamos en instituciones y con referentes de nuestro campo, recibimos pedidos de
ayuda y escucha, son incontables los relatos de abusos y violencias ejercidos en instituciones de
salud mental, consultorios privados, etc. Pero quiero señalar además, ya que la política del síntoma
ha generado afortunadamente y sigue generando mucho interés en compañerxs y colegas, que es
tiempo de poner en valor la pregunta y el trabajo de pensamiento en torno a la política del trauma y
las acciones visibles o no visibles que genera, es tiempo de discutir la cofradía que confina el
trauma al silencio y el amparo de la complicidad; es tiempo de discutir la falta o déficit de
regulaciones con las que aún no contamos, para nuestro ejercicio profesional. 

El psicoanálisis ha dedicado libros, páginas, congresos, horas y horas a hablar de trauma. Sabemos
que el trauma necesita de –al menos- dos tiempos, y sabemos que lo que se hace con el trauma
importa. El trauma retorna y reclama elaboración, memoria, reparación, reclama ser alojado,
nombrado, reclama ser pensado tanto en sus dimensiones singulares e individuales como colectivas.
El trauma en nuestro campo nos implica, nos demanda, lo sepamos o no, lo nombremos o no. De
nuestra política del trauma también somos responsables.

IMAGEN: Un alambre de voz de Claudia B. Greco

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