Está en la página 1de 4

HISTORIA DE LA MASCARADA TRADICIONAL COSTARRICENSE

Antecedentes Prehispánicos
Las máscaras siempre han tenido un papel importante en la cultura y las tradiciones
costarricenses. Si nos remontamos al periodo prehispánico ya los pueblos aborígenes
elaboraban y utilizaban máscaras con diversos propósitos. Ellos las confeccionaban con
materiales como arcilla, madera, ramas y hojas, piedra volcánica, barro, oro, plata, cerámica y
jadeíta. Una vez listas las coloreaban y decoraban con pigmentos naturales. Estas máscaras
se hacían con rasgos animales y grotescos; cuernos, grandes colmillos, deformaciones,
facciones de felinos, venados, murciélagos, serpientes, ranas, lagartijas, monos, aves y otros,
propios de su medio natural y significativas de su cultura.

El primer uso era durante los ritos fúnebres, aquí se podían emplear de dos maneras; la
primera de ellas cuando quien dirigiera el culto mortuorio la usase para cumplir un roll de
importancia, para así adquirir un poder superior y poder guiar al fallecido hacia el otro mundo.
La segunda función le es otorgada al difunto; la máscara era amarrada a su rostro con el fin
de identificar su roll dentro de la tribu y como culto hacia algún dios. Los chamanes y caciques
hacían uso especial de las máscaras como parte de sus ritos, éstas les otorgaban la fuerza
generadora de la naturaleza ya que quien la portara se consideraba cambiado en el personaje
que encarna.

Este aspecto se mantiene en la actualidad con las mascaradas a un nivel más de ocultismo y
poder, los enmascarados pueden bailar, correr, golpear con lo chilillos, beber y ser admirados
por el resto del pueblo, al tener sus rostros ocultos podían hacer lo que quisieran sin ser
identificados.

Las máscaras también tenían otro uso en las ocasiones festivas, donde se realizaban cantos
y danzas. Los portadores adquirían un carácter sagrado, poderoso, el resto de asistentes a la
ceremonia debían tratar con respeto a estas personas. La más famosa y que se ha logrado
preservar hasta la fecha, no sin algunos cambios, es el Juego de los Diablitos, de la
comunidad Boruca. La actividad tiene cabida entre el 31 de diciembre y el 2 de enero de cada
año, en donde los participantes se disfrazan para la celebración e interpretan danzas, cantos,
teatro,

artesanía y, posterior a la conquista, una “burla” a los fuertes pero torpes españoles
(representados a través de la figura del toro) contra los ágiles y astutos aborígenes. Este uso
es el más importante, el que siembra las bases de las mascaradas actuales y que, luego de la
conquista española, empezó a transformarse y mezclar culturas, técnicas y materiales hasta
llegar a lo que conocemos hoy en día.

“La fiesta transcurre durante tres días. En un principio, el toro lleva la ventaja sobre los
Diablitos, pero al final, la victoria es de estos, quienes sacrifican al invasor y distribuyen sus
partes (originalmente se refería a las fálicas, pero en los últimos años, esto se disimula), lo
que se podría vincular e interpretar con antiguos ritos a la fecundidad, al proveerse de
alimento para continuar la procreación, en un mundo mestizo. Los indígenas la llaman “fiesta”
o “juego” y de hecho en ella se reúnen diversos elementos festivos: teatro, danza, juego,
artesanía, comida y bebida, relato, canto e instrumentos musicales, máscara y disfraz.”
(Chang, 2007:26)

Primeras Mascaradas Costarricenses


La primera mascarada como tal nace en Cartago durante las celebraciones en honor a la
Virgen de los Ángeles, Patrona de Costa Rica, el 2 de agosto de 1824. Rafael “Lito” Valerín
era un artesano de la zona, quien desarrolló a la primera “Giganta”: máscara sobre un
armazón de madera para darle la sensación de gran tamaño.

““Lito” Valerín, nacido en 1824, trabajaba desde tiempos en la talla de jícaros para hacer
marionetas, instrumentos musicales como guitarras, violines, bandolinas, marimbas y,
también, arreglaba sombreros. Él tocaba todos los instrumentos a oído. Don Lito era devoto a
la Virgen de los Ángeles y colaboraba en los quehaceres de la Iglesia. Un día, en el templo
católico, encontró un baúl, en donde había unas máscaras de cabezas de origen español. Por
temor a ser visto, cerró dicho objeto. Sin embargo, en una esquina del lugar en la que se
encontraba, vio otra de esas cabezas e interpretó esto como un mensaje de la Virgen. Con
esa cabeza hizo un cuerpo con un armazón de madera y “así confeccionó una “Giganta”.”
(Avelino Martínez y Guillermo Martínez, 2007:63)

Luego de eso combinó su técnica para elaborar máscaras a base de papel desechable,
engrudo y cedazo, con la tradición de los “Mantudos”: personas que se envolvían en mantas
de colores con agujeros para los ojos y nariz. Rafael confeccionó de este modo varias
máscaras y gigantas que eran utilizados en las festividades religiosas de la zona. “Estos
payasos contribuyeron a dar un carácter lúdico a las fiestas en honor a la Virgen de los
Ángeles y, posteriormente, estos mantudos fueron apropiados por los habitantes de otras
localidades de la región y pasaron a ser un atractivo en las festividades patronales de distintos
poblados del Valle Central, donde el arte de elaborar mascaradas ha sido conservado en
pocas localidades, donde hay personas, que aunque en la mayoría de los casos tienen otros
oficios, son reconocidos por su habilidad en la confección de mascaradas o de payasos como
se les llama comúnmente.” (Chang, 2007:44)

Su hijo, Jesús Valerín, preservó la tradición y dedicó su vida a la fabricación profesional de


mascaradas, modeladas con arcilla, papel, yeso y alambre. Avelino y Guillermo Martínez
(2007) explican que “A partir de 1910, con el terremoto de Cartago, desaparecieron las
mascaradas. En 1912, para levantar los ánimos a raíz de dicho fenómeno, Jesús Valerín
organizó el primer carnaval en Cartago con todas las máscaras que poseía. Luego, con esa
mascarada se hicieron

las fiestas agostinas en la plaza de la Basílica y en la iglesia en el barrio Asís de Cartago.” En


su vejez y como acto de preservación de las mascaradas, Jesús Valerín les vendió los moldes
a los hermanos Pedro y Manuel Freer, quienes conservaron la tradición y la llevaron por
primera vez a las fiestas de San José, en Zapote. De ahí surgen otros artesanos que se
dedican al arte de la confección de mascaradas y las llevan a diversas zonas del país.

Continuando el sentido de burla heredado de los aborígenes, las primeras mascaradas


buscaban representar a figuras de autoridad en un plano humillante y pintoresco; la mujer
española encopetada y acaudalada, el diablo (también llamado Cuijén o Pisuicas), la muerte
(Ñata, Ñatica o Calaca), el policía y el campesino. Los locales encontraban divertido ver a
estas figuras de poder corriendo y bailando por las calles, con sus cabezas enormes y
vestidos de mantas. Esas cinco figuras destacan como los "Mantudos" más tradicionales, pero
poco a poco se fueron creando otras máscaras que representaban tanto a personajes
destacados del pueblo (el obispo, el borracho, la cocinera), como a leyendas o tradiciones
costarricenses: la Segua, el Cadejo, el Padre sin Cabeza, la Llorona, la Tulevieja, la Mica,
entre otros. En la actualidad, algunos mascareros realizan sus obras inspiradas en personas
reconocidas a nivel nacional o internacional (deportistas, presidentes, periodistas, etc.) y en
personajes de la cultura popular; músicos, dibujos animados, personajes de series o películas,
por nombrar unos ejemplos. Sin embargo, muchos artesanos no están de acuerdo con esto,
ya que dicen que las figuras populares carecen del sentido de tradición y pertenencia
autóctona del tico.

Cantones y artesanos mascareros


Al expandirse la tradición de las mascaradas destacan ciertos cantones y artesanos. Por
ejemplo en Escazú destaca el nombre de Santiago Bustamante Guerrero, creador de la
primera máscara del cantón, Pedro Arias, el llamado “maestro de los mascareros nacionales”
por organizar mascaradas en diferentes comunidades para transmitir su arte y difundir la
tradición. Su hijo Armando Arias y sus nietos Pedro Arias Madrigal y Gerardo Arias Montoya
heredaron el oficio de don Pedro Arias, que junto a Marvin Chamorro, Raúl Fuentes y Enrique
Barboza conforman a los mascareros más destacados de esa zona. Aserrí se convierte en
otro cantón importante, en donde destaca el Encuentro Nacional de Mascaradas, oficiado el
día Nacional de la Mascarada Tradicional Costarricense (31 de Octubre). En este pueblo
William Fallas, Jorge Corrales, Alonso Murillo y Francisco Murillo sobresalen por su oficio. El
último de ellos es reconocido a nivel internacional por su constante lucha para preservar la
tradición cultural y la esencia de la mascarada. En Cartago es donde nace la mascarada, a los
nombres que conforman la historia de esta tradición podemos sumar a Guillermo Martínez,
Premio Nacional de Cultura Tradicional 2008. En Barva de Heredia los mascareros más
importantes son Francisco Montero, Luis Fernando "Bombi" Vargas, Miguel Moreira, Damaris
González y Carlos Salas, el primer mascarero de la zona. Otros puntos relevantes donde la
tradición mascarera ha tenido impacto son San Antonio de Desamparados y Alajuelita.
Bibliografía

Chang-Vargas, Giselle. (2007). Máscaras, Mascaradas y Mascareros. Imprenta Nacional, San José,
Costa Rica.Jiménez-Chanto, Mauricio. (2016). Identidad Visual de la Feria Nacional de la Mascarada
en Barva de Heredia. Proyecto de Graduación para Bachillerato. Universidad Creativa.

LEYENDAS DE COSTA RICA

Leyendas de Costa Rica, conjunto de tradiciones folclóricas de Costa Rica que se componen
en su mayoría por relatos de almas en pena, magia o cultura indígena, unidos por la
presencia constante de la religiosidad que caracteriza al pueblo costarricense, en su mayoría
católico.

Los más populares exponentes de estas leyendas son el Cadejos, la Cegua y la Llorona, que
así mismo se encuentra en otros países hispanoamericanos, principalmente Centroamérica.

Sin embargo, se dan también los relatos de El Padre sin Cabeza (o Fraile sin Cabeza), La
Carreta sin Bueyes, la Tulevieja, y leyendas locales sobre los duendes, presentes en diversas
culturas.

Elías Zeledón recolectó en sus Leyendas costarricenses un total de noventa y seis


narraciones, entre las que se incluyen variaciones de las anteriormente descritas y otras de
carácter regional o religioso(católico o indígena), entre las cuales la más importante narra la
aparición de Nuestra Señora de los Ángeles(Santa Patrona de Costa Rica), también conocida
como la Virgen de los Ángeles, o más afectuosamente por parte del pueblo costarricense,
como La Negrita(por ser la imagen de piedra oscura, y ser encontrada por una mulata, Juana
Pereira).

Otras de las leyendas importantes son las del Puente de Piedra, las de la Virgen de Ujarrás, y
las de las diversas apariciones de almas en pena, siendo la más conocida la de la Monja del
Vaso del Hospital San Juan de Dios.

También podría gustarte