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EL SANTO DEL NARANJO

Estaba el rico en el patio de su casa, a la sombra de un coposo naranjo.

Tan tranquilo tomaba mates con semitas, cuando paró en sus puertas un

forastero, muy pililo y milagriento. Puso sus hilachentas alforjas en el suelo y,

con el sombrero en la mano, dijo:

-Güenos días le dé Dios, patrón... Favorézcame con un trabajito.

-No tengo trabajo; andate.

-De cualquier cosita, patrón.

-Ya te hi dicho que no tengo. Andate.

-Aunque sea pa espantar los loros de su chacra, patrón...

-Ya tengo muchachos pajareros. ¡Que te vas te hi dicho!

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-Ta bien, patrón... Bienhaiga con mi suerte tan desabrida...

El pobre levantó sus alforjas del suelo y se las acomodó sobre los

hombros. Se caló su sombrerito roto, por donde asomaban sus cabellos

enredados, y se dispuso a seguir camino, más triste que la noche... Echó una

última mirada al patio de la casa rica y se solazó viendo y mirando el naranjo

cargadito de naranjas que amarilleaban... Se dejó estar un momento y ya dijo:

-¡Qué lindo santo haría yo del tronco de ese naranjo!

El rico pensó: "Quién como yo tuviera un santo para lucirse con él...".

Levantó su voz y se dejó decir:

-¡A ver!... Denle un plato de comida a este pobre artesano, que tiene

hambre -y mientras le servían al forastero una sabrosa carbonada, le

preguntó-: ¿Vos sabís hacer santos?

-Santos grandes y chicos, y como si estuvieran hablando, patrón.


Volvió a pensar el rico: "Quién como yo tuviera un santo bendecido para

lucirse con él..."

-Denle más comida a este pobre hombre y un rico postre de

descarozados... Y decime: ¿qué herramientas necesitáis para hacer el santo?

-Por ahora me dará tan solamente un hacha, patrón.

-A ver, denle tabaco para que fume este buen artesano. Y esta noche que

me le sirvan una buena cena y le tiendan cama para que se quede a dormir

aquí. Mañana le alcanzan un rico desayuno y le preparan un hacha afilada pa

que comience su trabajo. Por hoy, que descanse, que bastante maltrecho ha

llegado el pobre.

El forastero, después de almorzar a lo rey, durmió su linda siestita en una

cuja blanda y descansó hasta que lo llamaron a cenar. Comió y comió hasta

que la huata se le puso como un tambor. A los quejidos se fue a dormir. Al

otro día, bien tardecito se levantó y ya le sirvieron un desayuno de achuritas

aliñadas, y después de unos buenos tragos de vino, se fue a su tarea.

Hachazos van y hachazos vienen, como al cabo de tres horas el pobre naranjo

comenzó a quererse ladear... En eso se hicieron las doce y lo llamaron al

almuerzo.

Comió asado, carbonadas y guisos, todo bien regado con dos litros de

vinito añejo. Como había quedado medio hinchado, tuvo que dormir su buena

siesta para deshincharse... Ya era bastante tardecito cuando volvió a la función

de los hachazos, A eso del anochecer el pobre naranjo se vino al suelo. Se vino

al suelo el naranjo y corrieron mil naranjas pintonas por el patio...

Llegó el patrón y vido tanto daño, pero medio se consoló pensando:

"Quién como yo tuviera un santo bendito para lucirse con él..."


-¿Qué otras herramientas necesitáis para la hechura del santo?

-Una linda azuela, mi patrón, y un serrucho y una lima.

-A ver, tráiganle a este fino maestro esas herramientas. ¡Y no me le

hagan faltar la comida ni el buen trato para que trabaje con gusto! -y se fue el

patrón.

El fino artesano cenó más que otro poco esa noche. Tomó sus dos litros

de vino y se acostó, muy acalorado. Durmió como un bendito. Ya alto el sol, le

dio por levantarse y se desayunó con un asado jugosito. Bebió pichanga y muy

después se fue a su trabajo. Ahí estuvo a los pujidos... El día se le fue en

sacar las ramas con azuela y hacha. Llenó el suelo de astillas grandes y chicas.

En eso estaba, cuando llegó el patrón a curiosear.

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-¿Ydiay? -preguntó-. ¿Cómo va ese santo?

-Por ahora va tronco no más, mi patronato. Mañana le iremos viendo las

formas.

-Así será -contestó el patrón-. A ver, sírvanle al maestro santero esas

empanadas que hi mandado hacer y después el charquicán y las humitas

picantes. Y no me le hagan faltar buen vino añejo, de ese que le tengo

reservado al señor cura...

Se fue el patrón al comedor y el santero a la cocina. Allí, arrimado a la

negra cocinera, se comió el maestro todo lo que le sirvieron y le sobró espacio

para dos litros de vino, del reservado para el señor cura.

Esa noche le contó a la negra cocinera unos chascarros tan pícaros y

graciosos que ella le hizo una señita...

Al otro día el buen artesano se levantó bien tardecito. Se entró a la cocina


y como a eso de las diez pudo terminar su desayuno de achuras con mucho

vino. Al fin se determinó a trabajar y esta vez fue con azuela. Llenó el patio de

astillas. Luego se hicieron las doce y ganó la cocina. La negra cocinera le

preparó potajes que él había pedido en voz bajita. Chunchules doraditos,

matambre adobado, pasteles con mucho huevo, aceitunas, picadillo de lomo y

ají, y ¡bien jugosos! Se relamía el artesano, chupando el frito que le corría

hasta el codo... Después de todo esto, un quirquincho asado con adobos. Pan

calientito, recién sacado del horno, y dos litros de vino del más elegido de la

bodeguita casera. "Hi comió y bebió, dijo por fin el maestro. Agora, después de

una buena siestita, la voy a trabajar de lo lindo." Y se fue a dormir la siesta.

A eso de las cuatro se levantó a los aprestos... Se escupió las manos,

empuñó su azuela labradora, pero lo distrajo la negra cocinera, trayéndole

matecitos dulces con sopaipillas rebozadas en almíbar. Tomó sus buenos

mates el artesano y como a la hora ya pudo seguir con su trabajo.

A eso del anochecer le cayó el patrón.

-¿Ydiay? ¿Cómo va saliendo ese santo? -es que preguntó.

-Ya está con ganitas de ir tomando las formas, mi patrón. Para mañana

podremos distinguirle algo así como brazos y piernas.

-Ta güeno -dijo el amo-. Cuidá que no te vaya a salir ladiao.

-¡Mis santos salen derechitos, mi patrón; no se le dé cuidao!

-Así me gusta -contestó el rico, y se arrimó a la cocina a encargarle a la

cocinera que lo cuidara bien al artesano pero al ver esa mesa, tendida con más

potajes que los que le servían a él, se quedó más que callado.

Se fue el patrón. Cenó el artesano de buena mano. Sesos le dieron y bien

condimentados. Luego, un asado de punta de espalda y patas aliñadas con


mucho ají, pimienta, vinagre y albahaca. Unos ñoques con mucho queso y

conserva de tomate, y al fin una sopita de verdura con presas de pollo. Para

asentar, un litro de mistela y copitas de aguardiente. De postre, quesillo de

cabra y dulce de membrillo. A eso de medianoche, y a pedido de la cocinera,

contó unos chascarros medio verdositos. Ya era la una de la madrugada, y

para no molestar el sueño de los patrones, llevaron un brasero con brasas al

cuarto de la cocinera y siguió él contando chascarros.

Después del desayuno volvió a su trabajo el maestro, pero enseguidita se

le hicieron las doce y tuvo que almorzar. Como quedó medio pesao del

almuerzo, se fue a dormir su buena siesta; pero a la tarde trabajó con gusto y

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provecho. Luego del mate con buñuelos volvió a seguir su labor, pero ya

manejó el formón con mano maestra. En eso se le allegó el patrón.

-¡Ydiay! -preguntó en llegando.

-¡Va saliendo, patrón! -aseguró el santero.

-Y a todo esto, ¿qué santo es el que vas a hacer?

-El que usté elija, patrón. Si quiere le hago un San Roque con perro y

todo.

-No -respondió el rico-. El santo de mi devoción es San Antonio, aunque

también venero a San Francisco y a Santo Domingo.

-Ta bien, patrón. Veremos a quien sale más parecido y entonces usté le

pone el nombre que le caiga.

El patrón miró al bulto por delante, al costado y por atrás. "¡Uh!..." , no

más dijo, y se fue como queriendo pensar...

Al otro día, por ser domingo, la cocinera le dio un almuerzo de chanchito


asado al horno, con más adobos que otra cosa. Lengua de ternera y ubre de

vaca. Ensalada de lechugas con tomates, rebanaditas de pepino, y aceitunas

prensadas, todo bien condimentado. De postre, descarozados hervidos y

alfajores. Mucho vino añejo y una botellita de anisado. La patrona, que se

arrimó por la cocina y vido tanta comida, se llevó las manos a la cabeza y atinó

a decir: "¡Jesús!", y se fue dando un coletazo.

A la tarde jugó al naipe el pulido artesano con la negra cocinera, mientras

tomaban mate de leche con sopaipillas remojadas en miel. Unos tragos de

anisado para entonarse y seguir mejor la suerte de las cartas. A la noche, una

cena ligera de un chivito asado, un locro y un guiso de menudos de ave. Por

ser domingo, dos litros de vino y unos traguitos de coñaque. Postre de pasas

de moscatel, higos, nueces y orejones elegidos. A eso de la medianoche, lo

invitó a su cuarto la negra cocinera, con brasas, para tomar matecitos con

semitas. Allí principió él a contarle el lindo y novedoso cuento de Los tres picos

de amor.

Día lunes, por ser lunes, amaneció medio enfermo el artesano. Dolor de

cintura tenía, por un pasmo frío que lo había flechado. No pudo levantarse,

pero la cocinera lo mejoró con unas buenas friegas en la espalda de injundia

de gallina. Luego le dio unos vahos de ruda y carqueja. Se fue mejorando el

enfermo y más con una cazuela que le llevó la negra a la cama. La morenita

ama de llaves se arrimó a preguntar por la salud del maestro enfermo y le

aplicó unos parches en las sienes y una cataplasma de afrecho caliente al

pecho. También le sobó la frente con grasa de víbora.

A la hora de la cena tenía hambre el pobre artesano enfermo. Le trajeron

comida liviana. Api con leche, sopita de arroz, un locrito con poca grasa y
condimento, y espesado de harina con leche. Nada de vino, ni frutas ácidas.

Después de esta cenita vino la ama de llaves, y con la cocinera a porfía, le

recetaron, una un sudor de vino hervido y la otra unas friegas de grasa de

víbora en el pecho. Allí se trenzaron a discutir las dos y se acaloraron, y ya

salieron a relucir hasta los cueritos al sol de cada una. Palabras van, palabras

vienen, el pobre artesano se enteró de guardadas cosas y hasta de andanzas

del patrón y de la patrona. El enfermo las calmó y supo quedar bien con las

dos, sin ladear preferencias. La ama de llaves le dio la friega al pecho con

grasa de víbora... "Ayayita, que me acostilla...", le decía el maestro a la

morenita, largando grititos entre risadas. "Véanlo al regalón", le contestaba la

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llavera, refregándole, con más ganas el pecho. La negra cocinera se empacó,

pero él, para abuenarla, se tragó el sudor de vino hervido. Le envolvieron la

cabeza con trapos y se sentó en la cama. Como para olvidar lo triste de sus

dolencias, siguió con el cuento de Los tres picos de amor. La ama de llaves a

un lado y la cocinera al otro, lo escuchaban embelesadas. Así estuvieron hasta

que cantó el gallo anunciando la madrugada.

El martes, por ser martes, ya se mejoró un poco el artesano. Después del

desayuno hizo mención de levantarse, pero tanto la cocinera como la ama de

llaves se lo prohibieron. Se aguantó el pobre y tuvo que quedarse entre las

cobijas. A las doce le trajeron entre las dos un almuerzo livianito. Un pollo

asado y pichones de paloma. Verduras cocidas con aceitunas aliñadas. Presitas

de corderito y hasta pescado de la laguna. Como estaba enfermo, le

suspendieron el vino, pero la ama de llaves le trajo media botella de coñaque

de la alacena del amo. Esa tarde, como la cocinera tuviera que lavarle toda la
ropa, aprovechando que estaba en cama, la buena de la llavera se vino a

hacerle compañía toda la tarde. Le cebó matecitos a la cabecera; le trajo

galletitas y bizcochos de los mejores, y él, agradecido, le siguió contando el

cuento de Los tres picos de amor. La ama de llaves se moría de risa,

escuchando las pícaras andanzas de un enamorado que supo tener sus tres

amores a un tiempo. Cuanto más avanzaba él, más se interesaba ella, y ya se

le sentó en la cama para oírlo mejor...

Esa noche, como ya se sintiera sano con tanto remedio, le dieron firme de

cenar para que pudiera cumplir con su trabajo al otro día. Asado con cuero y

alón de chioque que habían boliado esa mañana, y una sopa de charqui con

ajos y cebollas. Volvió el vino, pero del bueno de la alacena del patrón, que le

trajo la ama de llaves, con más un postre de peras hervidas y un lindo terrón

de chancaca de Arequipa. Cinco tragos de coñaque y ¡a seguir con el cuento de

Los tres picos de amor. La cocinera, que ya le había lavado toda su ropa,

medio se quiso enojar por ciertas preferencias y algunos descubrimientos que

hizo.,. Él la supo calmar con un chascarrito y siguieron con el cuento. A

medianoche cebaron mate con tortitas con chicharrones. Ya muy avanzada la

madrugada, se fue primero la cocinera a su cuarto. La ama de llaves siguió

embelesada oyendo el cuento de Los tres picos de amor...

El miércoles ya le puso el hombro al trabajo. Despuesito del desayuno, se

afanó con el formón, dele que dele. Trabajaba un poquito y retrocedía para

mirar su obra; avanzaba de nuevo y ya estaba con el martillo, pin y pon...

En eso se le acercó la niñera con una guagua del patrón en los brazos. El

maestro le dijo:

-¡Quién juera hijo del patrón!


-¿Para qué? -preguntó la rubiecita.

-¡Para dormirme en sus brazos, mi niña!...

-Mírenle el antojo... -y se alejó, con risitas.

Al rato llegó la hora de las doce. A la cocina fue a dar el maestro. La

cocinera estaba con resentimientos...

-¿Hasta qué hora se quedó la pícara de la ama de llaves en tu pieza? -

preguntó la muy celosa.

-Si se jue al ratito después que vos...

-¡La muy... tal por cual! ¡Pero adonde va a ir conmigo al hombro!

Otras escaramuzas siguieron, pero él supo calmarla.

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Guiso de lomo de guanaco y perdiz martineta en vinagre, con cebollitas y

ajises en escabeche. Tortita de verduras, menuditos de chancho, poliada, y,

pare de contar... El postre y la bebida la trajo la ama de llaves. Dulce de

camote y guindas en almíbar. Media botella de coñaque y dos tragos de

ginebra. Antes de irse a dormir su siesta, apaciguó a la cocinera y a la linda

llavera, que estaban propasándose en palabras. A eso de las cuatro recomenzó

su obra, y cuando lo invitó la cocinera a tomar mate, no quiso. Encarnizado

andaba con el santo, tomando medidas nuevas. A eso del anochecer le cayó el

patrón. Medio serio venía.

-¿Ydiay?... ¿Cómo va ese santo?

-¡Ay, patrón... ¿Sabe que nos hamos equivocao?... ¡El santo se nos ha

vuelto batea! Batea le haré, poh, patrón. Linda será y no perderá ni gota de

agua.

-¡Uh! -no más alcanzó a decir el patrón, y se fue hablando fiero por lo
bajo en un blanquiar de ojos.

Se arrimó a la cocina y ordenó a la cocinera que le mermara la comida al

maestro, pero la negra lo entendió al revés. Esa noche le sirvió gran tortilla

frita de huevos de ñandú con cebollitas, como le gustaba a él. Zapallitos

rellenos y choclos recién cortados, cutriaco gordo y espeso y torta con

chicharrones. El postre lo trajo la ama de llaves. Un panal de miel y harina

tostada con otro poquito de coñaque y giñebra. Esa noche seguía el cuento de

Los tres picos de amor, pero a la cocinera, de un redepente, le vino un borujón

de rabia y se fue a su cuarto. La ama de llaves se quedó sólita con el maestro.

Al otro día volvió a trabajar la sierra, el hacha y la azuela. Tanto trabajó el

hombre que cuasi se olvida de almorzar. La linda llavera lo mandó llamar con

la rubiecita de la niñera. Como la cocinera estaba enojada, no le dio el

almuerzo, pero la ama de llaves le trajo de la alacena del patrón, arrollao,

chorizos, morcillas calentadas y huevos pasados por agua. Unas tajadas de

pan de huevo y un litro de pichanga. Hasta se rieron de la negra cocinera que

andaba tan jetona y les blanquiaba los ojos.

Después de su buena siesta, volvió el pulido artesano a su trabajo.

Achicándose iba el tronco del pobre naranjo a fuerza de tanto sacarle astillas

por todos lados. A la hora del mate, la jovencita niñera le trajo manjar blanco

y huevos chumbos. "Gracias, mi niña le dijo él. Vaya esta noche a mi cuarto,

que le contaré el lindo cuento de Los tres picos de amor..." "¿Se cree que no

voy a ir?..." , le contestó ella, alejándose. Siguió él, tan serio, con su trabajo.

Dele azuela y dele serrucho. El patrón cayó, medio ladiao, con cara avinagrada

y componiéndose el pecho:

-¿Ydiay? ¿Y ese santo que se volvió batea, cómo va?


-¡Ay, patrón!... ¿Sabe que nos hamos vuelto a equivocar? ¡El tronco del

naranjo no quiso ser santo ni quiso ser batea! Mortero será, mi patrón... Un

lindo mortero.

-¡Juh!... -alcanzó a decir el patrón. Hizo rayas con el pie en el suelo y se

fue más ladiao y tirando balazos, mientras le relampagueaba la mirada...

A la hora de la cena, la negra cocinera seguía enojada. La morocha ama

de llaves trajo jamón, arrollado y presitas de chancho en escabeche, de la

alacena del patrón. La niñera rubia se apareció con chocolate, chancaca de

Arequipa, manteca conservada en vejiga de vaca, y manojos de dulces y

confites de la patrona. Los tres comieron y se rieron con miradas entendidas.

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Luego se fueron al cuarto del artesano y él siguió con el cuento de Los tres

picos de amor. "¡Qué bonito!", decía la niñera. Se quedaron hasta la

madrugada, oyéndolo...

Al otro día siguió el santero con su obra. Con cuchilla trabajaba ahora y

con tanta fineza lo hacía que causaba admiración.

A la hora de las doce lo llamó al almuerzo la niñera. Dulces de la patrona

y de los niños y queso de San Luis le dio. Patay, guindado y pastillitas de

menta, de postre. A la tarde trabajó el artesano y hasta con papel de lija pulía

su obra.

Al anochecer se le vino de golpe el patrón:

-¿Ydiay? ¿En qué va parando el santo, la batea y el mortero?

-¡Ay, patrón!... ¿Sabe que nos hamos vuelto a equivocar otra vez?... No

parará en mortero, sino en mano de mortero, mi patrón, y será una mano

como no se ha visto otra.


-¡Güeno! ¡Güeno! ¡Güeno! ¡Hacete esa mano!... Se retiró más ladiao que

nunca y hablando sonseras retorcidas. Esa noche, la ama de llaves, que estaba

enferma, le mandó unos ricos fiambres de la despensa, con la niñera. La

rubiecita le trajo dulcecitos en el seno y él la convidó a su cuarto para acabarle

de contar el cuento de Los tres picos de amor. Pasada la medianoche, ella

seguía embelesada con tan lindas palabras.

Al otro día, más trabajó el artesano, y no bien acabó de almorzar ya volvió

a su tarea con más porfía que nunca. Era él quien se apuraba. A la caída de la

tarde se le vino el patrón:

-¿Ydiay?...

-¡Ay, patrón!... ¿Sabe que nos hamos güelto a equivocar?

-¡Uh!... ¡Uh!...

-El santo se nos convirtió en batea, la batea en mortero, el mortero en

mano de majar y la mano de majar... en estaca. Pero será la reina de las

estacas, patrón... Mañana se la dejo bien pulidita y lista para que la use en lo

que sea de su agrado.

-Voy a pensarlo, chey... ¿Para mañana has dicho?

-Pa mañana, mi patroncito.

-Hasta mañana, entonces.

-Que le vaya bien, patrón.

Se fue a la cocina, pero la cocinera casi se lo come. Tomó rumbo a la ama

de llave, pero casi lo araña.

-¿A qué hora se fue de su cuarto, anoche, la muy... santita de la niñera?

-Tempranito, moza.

-¡Sí, tempranito!... Después de pasarse la noche con usté.


Triste el maestro por tanta desavenencia, ganó su cuarto. Al rato le cayó

la niñera con más dulces de los niños y cuajada fresquita, manjar blanco y

arroz con leche. Quiso oír el fin del cuento de Los tres picos de amor, y él se lo

terminó de contar con toda la gracia que tenía. Le gustó a la niñera el cuento y

se quedó hasta la madrugada con el artesano, pero a la salida de su cuarto la

esperaban la cocinera y la ama de llaves y araron el patio con ella. Hasta los

patrones se levantaron, y la pobre señora tuvo que taparse los oídos para no

oír lo que se gritaban unas con otras...

De mañanita ya se levantó el maestro sin pensar más que en su obra y se

puso a pulir su hechura. Primero con lima y luego con arenilla.

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-¡Ya está! -se dijo, en el momento que se le aparecía el patrón, muy

resoluto, acompañado por dos altos mocetones.

-¿Te dejaste decir que ya estaba?

-Sí, mi patrón. Aquí le presento la mejor y más pulida estaca de naranjo

que en el mundo ha sido. La tomó el patrón y dijo:

-Yo supe tener un naranjo, el mejor del pueblo. A su sombra tomaron

mate mis agüelos, mis padres y yo mismo...

-No me diga más, patrón. Tomando mate a su reparo estaba usté cuando

yo me paré en estas altas puertas. Lindo era el naranjo ¡y tan coposo!

-Me dijiste: "Qué lindo santo haría yo de su tronco..."

-Fueron mis palabras, patrón. Y me puse en trabajos.

-Dormiste a lo rey, comiste a lo rico y...

-La verdá, patrón.

-¡Y bajo el techo de mi casa te avanzaste con las polleras!


-¿...?

-...La cocinera..,, la ama de llaves y... ¡hasta la jovencita de la niñera!...

-¡Ay, patrón!...

-Y el santo que yo iba a hacer bendecir por el señor obispo...

-¡Se nos convirtió en batea, patrón!...

-Y la batea en mortero...

-Y el mortero en mano de majar, patrón.

-Y siguió reduciéndose, hasta parar en... estaca.

-Pero ¡qué estaca, patrón!

-Linda es. Y tanto, que te has de aguantar, porque te la vamos a perder

por... ¡donde no te quepa!

Jesús del Ande y su mano

medio a medio lo partieron...

Media Res triunfó en la Vida,

Media Res penó en Infierno.

Con una fuercita y otra

él hizo sus maravillas.

¡Qué cosas no le cantara

si en entero se lucía!

Avancen medias palabras

para promediar sus hechos,

que es de mirar y no creer

tan imposibles sucesos...

La de los siete quintales,

por un medio manejada,


de cada tajo que dio

¡levantó mil algaradas!

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Es de medieros pensar

en que haya mitad que pueda

con el medio de unas fuerzas

labrar hazañas completas.

Medio más medio hacen uno,

según rezan sabias cuentas.

¡Hay unos medios que valen

por uno, entre suma y resta!

Una y dos son las palabras

que, para cantar, me dieron...

Una y dos son altas glorias

cuando se le canta a un medio.

-¿Procede bien quien se burla

de un partido y sus hazañas ?

-No, mi niña, y yo retiro

a tan burlescas palabras.

Era de verlo delgado

por tajo que lo mediaba,

pero, delgadito y todo,

¡al Diablo me lo achicaba!

Aquí se acaba el compuesto,

entre lo medio y lo entero,


que en palabras sin medida

¡los versos son sin gobierno!...

(Tonada que un cantor sanjuanino

compuso, entre queriendo quedar bien

y burlarse de Media Res.)

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