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8º AÑO LECTURAS (continuación)

NOMBRE………………………………………………………………………………………

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El perro vagabundo (Carlos Pezoa Véliz)

Flaco, lanudo y sucio. Con febriles

ansias roe y escarba la basura;

a pesar de sus años juveniles,

despide cierto olor a sepultura.

Cruza siguiendo interminables viajes

los paseos, las plazas y las ferias;

cruza como una sombra los parajes,

recitando un poema de miserias.

Es una larga historia de perezas,

días sin pan y noches sin guarida.

Hay aglomeraciones de tristezas

en sus ojos vidriosos y sin vida.

Y otra visión al pobre no se ofrece

que la que suelen ver sus ojos zarcos;

la estrella compasiva que aparece

en la luz miserable de los charcos.

Cuando a roer mendrugos corrompidos

asoma su miseria, por las casas,

escapa con sus lúgubres aullidos


entre una doble fila de amenazas.

Allá va. Lleva encima algo de abyecto.

Le persigue de insectos un enjambre,

y va su pobre y repugnante aspecto

cantando triste la canción del hambre.

Es frase de dolor. Es una queja

lanzada ha tiempo, pero ya perdida;

es un día de otoño que se aleja

entre la primavera de la vida.

Lleva en su mal la pesadez del plomo.

Nunca la caridad le fue propicia;

no ha sentido jamás sobre su lomo

la suave sensación de una caricia.

Mustio y cansado, sin saber su anhelo,

suele cortar el impensado viaje

y huir despavorido cuando al suelo

caen las hojas secas del ramaje.

Cerca de los lugares donde hay fiestas

suele robar un hueso a otros lebreles,

y gruñir sordamente una protesta

cuando pasa un bull-dog con cascabeles.

En las calles que cruza a paso lento,

buscan sus ojos sin fulgor ni brillo


el rastro de un mendigo macilento

a quien piensa servir de lazarillo.

3
En el fondo del lago
Diego Dublé Urrutia

Soñé que era muy niño, que estaba en la cocina


escuchando los cuentos de la vieja Paulina.
Nada había cambiado: el candil en el muro,
el brasero en el suelo y en un rincón oscuro
el gato, dormitando. La noche estaba fría
y el tiempo tan revuelto, que la casa crujía...
Se escuchaba a lo lejos ese rumor de pena
que sollozan las olas al morir en la arena,
y a intervalos más largos esos vagos aullidos
con que piden auxilio los vapores perdidos.
Nosotros, los chiquillos, oíamos el cuento
sentados junto al fuego, y como entrara el viento
por unos vidrios rotos, su frente medio cana,
la vieja se cubría con su charlón de lana.

Era un cuento muy bello:


Tres príncipes hermanos
que se fueron por mares y países lejanos
tras la bella princesa que la mano de una hada
en un lago sin fondo mantenía encantada.
El mayor, que fue al norte, no regresó en su vida;
el otro, que era un loco, pereció en la partida;
y el menor, que era un ángel por lo adorable y bello,
llegó al fondo del lago sin perder un cabello...
Allá abajo, en el fondo, vio paisajes divinos,
castillos encantados de muros cristalinos
y en un palacio inmenso, de infinita belleza,
encerrada y llorando, vio a la pobre princesa.
Se encontraron sus ojos, se adoraron al punto
y lo demás fue cosa de poquísimo asunto,
pues al verlos tan bellos como el sol y la aurora,
el hada, que era buena, los casó sin demora.

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-Así acabó la historia de aquella noche... El gato


se despertó gruñendo, desperezóse un rato
y se durmió de nuevo. Zumbó las ventolina
en el cañón, ya frío, de la vieja cocina...
Se levantó un chicuelo y sin hacer ruido
enhollinó la cara de otro chico dormido...
Yo, me quedé soñando con el príncipe amado
por la bella princesa, con el lago encantado
y también con los tristes y apartados desiertos
donde duermen los huesos de los príncipes muertos.

4
Del trópico
Ruben Darío
Qué alegre y fresca la mañanita!
Me agarra el aire por la nariz:
los perros ladran, un chico grita
y una muchacha gorda y bonita,
junto a una piedra, muele maíz.

Un mozo trae por un sendero


sus herramientas y su morral:
otro con caites y sin sombrero
busca una vaca con su ternero
para ordeñarla junto al corral.

Sonriendo a veces a la muchacha,


que de la piedra pasa al fogón,
un sabanero de buena facha,
casi en cuclillas afila el hacha
sobre una orilla del mollejón.
Por las colinas la luz se pierde
bajo el cielo claro y sin fin;
ahí el ganado las hojas muerde,
y hay en los tallos del pasto verde,
escarabajos de oro y carmín.

Sonando un cuerno corvo y sonoro,


pasa un vaquero, y a plena luz
vienen las vacas y un blanco toro,
con unas manchas color de oro
por la barriga y en el testuz.

Y la patrona, bate que bate,


me regocija con la ilusión
de una gran taza de chocolate,
que ha de pasarme por el gaznate
con la tostada y el requesón.

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