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IZQUIERDO RÍOS, Francisco

1950 Cuentos del tío Doroteo. Lima: Ediciones Selva.


En este libro se han omitido los siguientes cuentos:
“Doña Margarita, sus rosas y el duende” y “El ruido”, aparecen en
“Cuentecillos” del libro Sinti, el viborero; “El valle de Jelach” aparece en El árbol
blanco.
tÍo DorotEo

D
barco.
esde aquella brumosa tarde invernal en que tío Doroteo se embarcó en el
Callao, en un buque chino, no sé nada de él.
— ¿A dónde vas, tío Doroteo? —le pregunté, cuando subía la escala del

— Voy a dar una vuelta al mundo, sobrino —me contestó el viejo.


La esposa y los dos hijos de tío Doroteo han muerto hace tiempo. Pero,
últimamente, el viejo ha tenido la gratísima suerte de recibir la visita de la Diosa
Fortuna; se sacó el premio gordo de la lotería. Con ese dinero está viajando por
todo el mundo. En caso semejante yo haría lo mismo… ¡Gran Viejo! Fuerte como
un roble y generoso como un río. En la sala de mi casa, en un lugar preferente y
en un marco dorado, como grato recuerdo, tengo su retrato; allí está el viejo, con
su cabello rebelde, hirsuto, sus ojillos vivaces y sus negros bigotes puntiagudos
como cola de gato.
Me dejó un grueso legajo de papeles. “Son unos pequeños apuntes”, me dijo
al dármelos. “Tú verás lo que haces con ellos”. Mucho trabajo me ha costado,
por cierto, descifrar la letra en forma de soga de tío Doroteo; empero, después de
un año de ardua y constante labor, en la que hice uso hasta de lupa, he logrado
comprender una mínima parte de lo que escribió ese noble y risueño viejo, la
misma que doy a la publicidad en el presente libro. En el resto de papeles que
queda y conservo bajo llave en un cajón de mi escritorio, como he podido observar
a ojo de buen cubero, hay material para dos o más volúmenes; espero contar con
tiempo para dedicarme a la tarea de descifrarlo. Por hoy, basta con este pequeño y
original libro, donde tío Doroteo nos ofrece su alma, con aroma de pueblo.
258 CuENtos DEl tÍo DorotEo

El luCEro y la luNa

E s una noche de luna llena en Chachapoyas, ciudad de la vertiente oriental


andina del Perú, próxima a la selva. La noche parece la encantada página de
un cuento, con esa luna, redonda, con los eucaliptos que el viento mueve
en las huertas claras de luz con la honda emoción de ensueño que palpita en las
calles, en los patios, en los tejados, en los húmedos jardines ocultos…
Junto a la luna, brilla vívidamente, como una lágrima, un lucero. No hay nadie
en la ciudad que haya dejado de fijarse en esa estrella singular. Sobre todo, bajo el
frutecido manzano de un patio, una niñita linda como flor de tuna, sentada en la
falda de su abuela, no se cansa de mirarla, apuntándola con el dedo.
—Ese lucerito, abuelita, es el niño de la luna —balbuceaba encantadoramente,
la chicuela.
—Ese lucero —le dice a la anciana, acariciándole suavemente con la mano la
cabecita de trenzas rubias—, brilla junto a la luna, hijita, porque, seguramente,
algún hombre rico de la ciudad se va a casar en estos días…
Así es. Cuando algún hombre rico se va a morir aparece también en el cielo una
nube negra con forma de ataúd…
FraNCIsCo IzquIErDo rÍos 259

El gobErNaDor DE bagua y El Pájaro “quIéN quIéN”1

E l de Bagua regresaba a su pueblo de un lugar cercano. Como siempre,


armado hasta los dientes: escopeta a la espalda, revólver al cinto, filudo
puñal en la vaina de cuero… con sombrero de paja alón, pañuelo rojo al
cuello, polainas. Tenía unos grandes y retorcidos bigotes como cola de zorra.
El gobernador de Bagua iba aquella tarde hondamente satisfecho de sí mismo,
de lo que era, cuando, de pronto, oyó que desde un bosquecillo del camino
preguntaban: “¿Quién quién?”.
El gobernador se paró y despectivamente dijo: “¿Quién más ha de ser? ¡El
gobernador de Bagua!”.
—Pssshhh… —le respondieron del bosque.
—¡Carachupa! —gritó, furioso, el gobernador de Bagua. ¿Quién se atreve a
burlarse mí?
Y diciendo esto cogió su escopeta y disparó hacia el bosque, ante lo cual volaron
de él un montón de pájaros quien quienes, los que iban profiriendo una lluvia de
“Pssshhh… Pssshhh… Pssshhh…”.
El gobernador de Bagua siguió su camino, indignado, pronunciando amenazas
y haciendo disparos.

1 El quién quién es un pájaro que tiene la particularidad de emitir en su canto las palabras
de su nombre, así como al final de él, la interjección de desprecio pssshhh. Es de color
verde y amarillo. Vive en los pequeños bosques de la sierra peruana. (Véase “El señor
cura de la Jalca y el pájaro quién quién” en este mismo libro).
260 CuENtos DEl tÍo DorotEo

la bola DE quEso

E ra un mediodía caluroso, en un valle de la vertiente oriental de los Andes del


Perú.
Un viejo zorro miraba desde el bosque la hacienda. Hacía tiempo que no
comía. Moríase de hambre y de debilidad, el pobre.
¡Las gallinas!... Allí estaban las muy regalonas andando, airosas, por el pasto.
Pero él no tenía fuerzas para cogerlas.
Un enorme toro rumiaba echado bajo un ramoso guabo próximo.
El zorro se fijó, de repente, en las criadillas del toro y exclamó en voz alta:
—¡Pardiez! ¡Qué hermosa bola de queso!
Y se fue acercando, a rastras, hacia el voluminoso toro. Este que había oído
la exclamación del zorro y se dio cuenta de sus intenciones, se hizo el dormido,
murmurando socarronamente: “¡Acércate, viejo lindo, acércate!”.
El zorro, varias veces, olió y tocó con la pata el objeto de su deseo. El toro no
se movía, pero estaba mirando de reojo al raposo… Hasta que cuando el raposo se
preparó a dar el mordisco, el toro se levantó y le propinó una feroz patada con las
dos patas juntas, arrojándole lejos, como un ovillo, por el aire.
El zorro, después de un rato, se levantó y se internó en el bosque, con las
costillas rotas, quejándose de dolor, de su vejez y de su suerte.
El toro se quedó riendo en el pasto.
FraNCIsCo IzquIErDo rÍos 261

los lIClIs y DIos

E n los verdes campos serranos hay lagunas blancas que, a la distancia, parecen
maravillosos espejos; a orillas de esas lagunas viven en parejas los extraños
liclics que, cuando alguien pasa por allí, bien vuelan por encima de él
lanzando chillidos agudos, bien se paran, no muy lejos, a levantar sistemáticamente
las cabezas al cielo. Son aves del tamaño de un pollo, de pecho níveo y cuerpo gris.
A veces salen a las lagunitas que la lluvia deja en las plazuelas de los pueblos y las
gentes sencillas toman como mal agüero, como aviso de muerte o de cualquier
otra fatalidad… ¡Ay, si llegan a volar por sobre una choza, lanzando sus chillidos
característicos!; los moradores se estremecen de miedo, sobre todo los padres de
familia. Y no dejan, pues; de producir inquietud, cuando en los caminos se oyen
sus chillidos a través de la niebla, reino fantástico por donde vuelan.
Por la particularidad que tienen de alzar las cabezas hacia el firmamento, las
gentes dicen que señalan el lugar donde se encuentra Dios. Los niños que, ya en sus
andanzas vagabundos, ya cuando van a las chacras o a cortar leña, se encuentran
estas aves, les preguntan como si fuesen personas y con toda seriedad:
“liclics, ¿dónde está Dios?”.
Y los liclics alzan, graciosamente, las cabezas al firmamento.
262 CuENtos DEl tÍo DorotEo

Pájaros quE hablaN

E n los valles de la vertiente oriental andina del Perú, viven unos pájaros que
hablan. Andan en pareja: macho y hembra. Y cantan, generosamente, por
las tardes.
— ¡Jesucristo murió…! —dice el macho.
—¡Sí, señor, en la Cruz…! ¡Sí, señor, en la Cruz…! —le responde la hembra.
Así, al menos, lo interpretan los campesinos, convencidos de que “las cosas de
Dios” deben saberlas todos los seres de la naturaleza.
FraNCIsCo IzquIErDo rÍos 263

El vENaDIto DE oro

S iempre este pueblo de la alta cumbre de los Andes, que parece formar parte del
paisaje del cielo, me produce una sensación de hondo misterio. Más en este
turbio amanecer en que, por entre la niebla que lo envuelve, se distinguen
borrosamente sus chozas, sus árboles y óyese aflorar, como de un reino fantástico,
el canto de sus gallos y el balido de sus carneros.
Es un pueblo antiquísimo, anterior a los Incas y su gente es netamente indí-
gena. Se llama Paclas.
El sol asoma por sobre la cordillera y a través de la fina niebla como una in-
mensa lágrima de fuego.
Mama12Feliciana, la más anciana de Paclas, recoge agua en un cántaro de barro
del pozo abierto en medio del pueblo. A su alrededor se recortan, dentro de la
niebla, las siluetas de vacas, caballos que pastan y las líneas de cercos de piedras
de las huertas.
—Buenos días, taita Doroteo.
—Buenos días, mama Feliciana.
—Vienes al pozo, taita23Doroteo.
—Sí, mama Feliciana. Vengo, casualmente, porque la he visto, para que me
cuente usted si es cierto que este pozo tiene madre3.4

1 Mama es un vocablo quechua que significa “señora, doña, anciana, madre”. También
es antepuesto este vocablo al nombre de algunos santos y vírgenes; así dicen: “Mama
Asunta” (Virgen de la Asunción). En la ciudad de Chachapoyas hay una iglesia de “Mama
Asunta”.
2 Taita es otro vocablo quechua, que significa “don, señor, anciano, padre”. Es antepuesto,
asimismo, a nombres de santos y a la palabra Dios; así dicen: “Taita Dios”.
3 Madre. En algunos pueblos del Perú creen que ciertas cosas, ciertos lugares (río, cerro, mina,
árbol), así como las enfermedades y los fenómenos atmosféricos tienen una “madre” –ser
misterioso: animal o con personificación humana–, que los cuida, defiende u origina.
264 CuENtos DEl tÍo DorotEo

— Sí taitay4.5Cierto taitay… Es un venadito de oro.


—¿Venadito de oro?
—Sí, taitay. Yo lo he visto en el amanecer de un viernes. Vine a recoger agua,
cuando lo vi salir del pozo, brillante brillante; saltando y alzando el rabito como
un becerro corrió por la pampa, luego volvió a entrar en el pozo… Me quedé
asombrada… Lindo venadito, taitay. Sale solo en las madrugadas de los viernes de
cada semana y del 25 de diciembre, Pascua del Niño Dios… Y solo pueden verlo las
gentes buenas, sin pecados, como yo.

4 Taitay es una derivación cariñosa de taita.


FraNCIsCo IzquIErDo rÍos 265

la garza sabIa

Y o amo a la selva —decía don Abertano Santos, viejo cauchero de la selva


amazónica, natural de Cajamarca—, la quiero como a una mujer. Puedo
decir que en ella me hice hombre, he aprendido a ser hombre…

Claro que la vida allí es dura, pero todo depende de acostumbrarse. Quien ha
vivido en la selva, nunca la olvida. Tiene cosas que parecen de cuento… Sus lluvias
torrenciales que sacuden los árboles y tumban las frutas; las crecientes de sus
ríos que infunden pánico. Sus noches cargadas de espesas esencias vegetales. Sus
celajes. Sus gentes, siempre alertas a todo peligro. La selva es un mundo distinto,
extraordinario… Pero lo que más admiro en ella es a una garza, cuya cualidad
maravillosa no sé si le viene de instinto o de inteligencia.
A ver, ¿qué piensan ustedes de ello? Sí, en la selva hay cosas que el entendimiento
humano no puede comprender. Por ejemplo, hay un árbol, el hitil, que nos quema
la cara, el cuerpo si no se lo saluda; una víbora que, para bañarse en los ríos,
deposita su veneno sobre una hoja en la orilla y lo vuelve a tragar después. Pero,
todo esto no es tan sorprendente como lo de la garza. ¿Cómo aprendió este animal
a hacer lo que hace? Yo, sinceramente, no puedo explicarme; me confundo. Hay un
árbol llamado catahua, este árbol tiene una resina blanca lechosa, que es veneno;
la garza pica, rompe, la corteza de este árbol y se embadurna el pico con la resina,
luego va al remanso de un río o a un lago y deslíe el veneno en el agua, moviendo
el pico dentro de ella, los peces toman esa agua y se se atontan, lo que aprovecha
la garza para engullirlos. En esa forma hace abundante la pesca, que lleva aun a sus
polluelos. Ahora, díganme, ¿quién enseñó a la garza que la resina de la catahua es
venenosa y sirve para pescar? No cabe duda de que esa garza es la Garza Sabia en
el mundo de las garzas.
266 CuENtos DEl tÍo DorotEo

El CErro DE aNgaIsa

E n las pampas de las afueras, los ganados, hocicos en alto, olfatean el húmedo
cosmos.
Ha llovido fuerte en la vieja ciudad de Moyobamba.
En los árboles frutales de las huertas cantan, alocadamente, los pájaros; las
gallinas, con los cuerpos esponjados, escarban bajo los troncos.
Un diluvio de luz solar envuelve a la ciudad y de esta se levanta un cálido y
grato aroma.
Los perros miran, asombrados, el cielo claro desde los patios.
Hasta las paredes y ventanas de las casas muestran señales de la lluvia.
Las aguadoras, descalzas, van a los pozos con cántaros de barro en la cabeza.
Doña Abela López teje un sombrero de paja en el balcón de su casa, de donde
se divisa el ancho panorama de los cerros de la Cordillera Oriental, bañados por el
oro de luz solar, al otro lado del río Mayo. El río zigzaguea como un camino rojizo
por entre el bosque alfombrado de flores.
De tiempo en tiempo, un vientecillo cargado de vahos olorosos mueve los
árboles y desordena la cabellera de doña Abela y de Aladino, su pequeño hijo, que
junto a ella lee un viejo libro de cuentos.
—Mamá, dicen que entre estos cerros hay uno que tiene corazón de oro.
—Es el Cerro de Angaisa.
—Dicen que nadie puede llegar a este sitio.
—Es un cerro encantado. Tiene la forma de un morro.
—Pero no se lo puede ver.
—Algunos lo han visto. Como es encantado, cambia de sitio o desaparece.
Muchos han ido a ese cerro y cuando estaban por llegar, de repente, comenzaba a
FraNCIsCo IzquIErDo rÍos 267

llover menudo y el cerro desaparecía o cambiaba de lugar; se hallaban cerca de él,


cuando inesperadamente lo veían más lejos, o a la izquierda o a la derecha, o ya
no lo veían. Todos los que han ido han regresado sin hallarlo. Los españoles tenían
allí un molino de piedra donde molían oro…
Y Aladino, apoyado en la baranda del balcón, mira con profundidad soñadora
esos cerros de la Cordillera Oriental, donde, según la leyenda, se encuentra el Cerro
Encantado de Angaisa.
268 CuENtos DEl tÍo DorotEo

mama jashI y los zorzalEs

N o hacía mucho que había llovido torrencialmente, por cuyo motivo entré en
la choza de mama Jashi. Esa choza se alzaba, solitaria, al borde del camino,
en la escarpada falda de la cordillera. El sol de la media mañana alumbraba,
con encendido brío, a través de los vapores que se levantaban del valle —abismo
verde oscuro— y de las altas montañas. Los pájaros cantaban, con alegría infinita,
en las plantas en el cerco de piedras que rodeaba la vivienda de mama Jashi y en
los chamborros5,6húmedos de lluvia, del patio. La vieja, sentada en el umbral de
la choza, hilaba como siempre su porción de lana en el huso, mirando de rato en
rato, con sus ojos opacados por el tiempo, el paisaje maravilloso. Junto a ella, las
gallinas se sacudían, preparábanse a salir nuevamente al campo, mientras un largo
y flaco perro bostezaba con el hocico sobre los pies de la anciana.
Mama Jashi vivía sola, cuidando su chacrita de papas y criando unos cuantos
chanchos, gallinas y ovejas. El viajero que pasaba por allí sólo veía el humo de su
cocina y olía el débil ladrido de su perro, pero no veía a ella. Mama Jashi hacía
pensar en una bruja, o en la “Madre de la Montaña” de los cuentos populares.
De pronto, dos zorzales lanzaron, al unísono, sus claros silbidos en la copa de
un chamborro del patio diminuto. “Siú siú siú siu sií…”.
—Ay, taitay —exclamó la anciana, rompiendo su hermetismo, ante mi
entusiasmo por el cristalino canto de los pájaros—, antes estos pajaritos de Dios
cantaban otra laya, más lindo…
—¿Cómo cantaban, mama Jashi?
—“Artículos de la fe son catorce…Artículos de la fe son catorce…”. Eso decían,
clarito, en su canto, taitay. Tiempos cambian, pues… Ahora cantan: “Siu siu siu
siu…”, que quiere decir, taitay, que los mozos de hoy solo piensan en amoríos, en
fiestas, en ociosidades…
Hasta los zorzales se han dado cuenta, pues, que las gentes de ahora no son
como las de otros tiempos…

5 Chamborro (chamburo) es un arbusto parecido al papayo; produce una baya combustible.


FraNCIsCo IzquIErDo rÍos 269

El hItIl


Trabajen negros… ¡Trabajeeeennn…!”.
Gritaba Antolín Picsha desde el camino. Y las negras avispas producían ante
esas palabras mágicas un sordo rumor dentro de sus panales, que colgaban
de las ramas de altos árboles como blancas campanas.
— Trabajen negros… ¡Trabajeeeennn…!
Y las negras avispas producían un sordo rumor, como si en verdad, se pusieran
a trabajar en este momento.
La mañana era bella, diáfana y fresca. El sol desparramaba con profusión sus
rayos. Un ligero viento pasaba, de cuando en cuando, moviendo los árboles. El
camino era como una cinta de plata tendida a lo largo del bosque enmarañado.
Antolín Picsha iba esa mañana a cortar leña en la selva, cuando descubrió los
panales de las avispas negras. Entonces, se puso a pronunciar las palabras que
hacían trabajar a aquellas.
— Trabajen negros… ¡Trabajeeeennn…!
Algunas avispas salían a las bocas de los panales y andaban por el borde de ellas,
con las alas extendidas, mientras otras volaban por las ramas en flor.
Antolín Picsha estuvo largo rato entretenido en esa alegre travesura, después
de lo cual siguió su camino.
Pretina al hombro, viejo machete al cinto, con raído sombrero de paja, iba por
el camino escuchando placentero el canto del pájaro flautista, cazando mariposas,
cogiendo flores. Por momentos le asustaba el sonoro vuelo de alguna ave grande o
una pintada víbora que, veloz, cruzaba el sendero junto a él; y gozaba, en cambio,
ante un vivaracho conejo blanco que, viéndole, huía moviendo las orejas por los
tupidos herbales…
En uno de esos parajes entró a cortar leña. Después de haber juntado algunos
palos secos, se internó más en el bosque que iba a cortar a una rama caída, cuando
dio un salto y cuadrándose con el machete en alto, saludó:
270 CuENtos DEl tÍo DorotEo

—Buenos días, señor Hitil.


¿Qué pasaba? ¿Estaba loco Antolín? No. Había descubierto entre los árboles
al terrible hitil; ¡el árbol que quema! Y antes de que le hiciera daño, se apresuró
a saludarlo con el respeto debido. Pues este árbol de la selva produce fuertes
quemaduras en el cuerpo a la persona que no saluda. Por eso, Antolín Picsha,
cuadrándose como un militar, le hizo presente sus respetos; ahora hasta podría
tocarlo, sin temor a ser quemado.
Luego, con toda seriedad, para mayor seguridad, le dijo:
—Tú, Antolín Picsha; yo, Hitil.
Es otro secreto, pues inmediatamente de saludar al hitil17hay que darle nuestro
nombre, tomando uno, en cambio, el de él; así el árbol queda más contento…

1 El hitil es un árbol no muy grande, con hojas menudas, corteza casi roja cubierta de gránulos.
La “quemazón” que produce, debido, desde luego, a alguna sustancia cáustica que contiene, es
con fiebre alta. El enfermo padece, por lo menos, una semana, lapso en el que tiene que curarse
tomando baños, todas las mañanas, de cocimiento de hojas de papayo, de zanahorias o de
paico… Para evitar todas esas molestias, las gentes aconsejan que, en el mismo instante que el
hitil quema a alguien, este debe hacer el simulacro de ahorcarse con una débil soga que colgará
de una rama del mismo árbol, exclamando: “Yo, Hitil… Yo, Hitil” y dando al árbol, en cambio,
su nombre, e inmediatamente después de haberse trozado la soga, con el pedazo de esta en el
cuello, debe, a todo correr y sin voltear el rostro atrás, regresar a su casa. Dicen que en esa forma
es anulado el poder mágico de aquel árbol de mal genio.
FraNCIsCo IzquIErDo rÍos 271

El Pájaro holgazáN

F ría y brumosa noche de luna.


Un viento huracanado pasa bramando en los techos, en los eucaliptos
y nogales de las huertas, arrastrando jirones de niebla que parecen
fantasmas…
Jimbi, poblacho andino, oculto bajo los gigantescos eucaliptos y nogales, tirita
de frío.
Los silbidos angustiosos de los shihuines18cruzan la noche como hondazos por
todas partes.
—¡Holgazanes! —exclamaba taita Belisho ante el canto de esos pájaros. Ahora
que hace frío se acuerdan de construir su casa. Mañana van a dormir todo el
día…
—Así es —recalca tío taita Orencio—. Solo cuando llueve o hace frío se acuerdan
de fabricar su nido los muy quellas2…9“¡Mañana voy hacer mi casa!... ¡Mañana voy
hacer mi casa!”, gritaban los tunantes, pero apenas raya la bella aurora olvidan su
promesa…
—Para ellos todo es mañana y nunca llega esa mañana.
—Sí, pues, taita Belisho. Lo correcto sería que sin estar avisando, calladitos, se
pusieran a hacer sus nidos.
Pero los condenados gritan mundo lleno y después no hacen nada… Bulla,
bulla, luego nada…

1 El shihuín es un pájaro nocturno de la sierra de plumaje terroso, que no tiene nido y que
solo, según la leyenda, piensa construirlo cuando siente el frío de la noche o la inclemencia
de la lluvia. Entonces, afirman las gentes que dice en su canto: “¡Mañana voy a hacer mi
nido! ¡Mañana voy hacer mi nido!”. Pero que cuando llega el día olvida su promesa. Chupa
la sangre a los ganados a la altura de las orejas, afán en que vaga toda la noche, hasta el
amanecer. En la selva hay un pájaro semejante al que conocen con el nombre de Cacho.
2 Quella es un vocablo quechua que significa “haragán, perezoso”.
272 CuENtos DEl tÍo DorotEo

—Muchos hombres, taita Orencio, son como los shihuines. Prometen una
cosa y no la cumplen. Aquí, en Jimbi, hay hombres que hasta ahora no tienen ni
casa…
—Así es. Fabián capa, por ejemplo; hasta ahora no acaba de techar su casa; hace
tiempo que se encuentra en esa condición y ya se va a caer. Solo cuando llueve se
lamenta él también…
—Ese Fabián es igualito al shihuín holgazán…
Y los dos viejos ríen, sentados en el poyo de la casa de taita Belisho; lugar
donde acostumbran reunirse por las noches a conversar y fumar.
FraNCIsCo IzquIErDo rÍos 273

la CIuDaD ENCaNtaDa

E n los tiempos en que habitaban los animales y los monos movían los tornos
para que hilasen las viejas —me contaba mi abuela—, había en la selva, arriba
del río, una ciudad más grande y más bonita que esta, en la que vivimos, y
del mismo nombre. Ahora se halla sepultada por una inmensa laguna.
En el centro de la laguna hay un enorme ojo negro; en la orilla situada al norte,
un toro de oro que brama sin cesar y en la que queda hacia el lado sur, una chocita
de paja que echa humo todos los días y todas las noches, donde vive una vieja
bruja.
Nadie ha podido ni puede llegar a ese lugar. Solo una vez, un cazador llamado
José Milín llegó hasta los bosques de las afueras. Pero, cuando estuvo mirando
el mágico sitio, se desató, de pronto, una fuerte tempestad con rayos, truenos,
viento y lluvia. La selva se oscureció completamente. José Milín a duras penas
consiguió regresar al pueblo y murió a los pocos días.
La laguna es blanca como la luna. Antes, como te digo, Doroteo, había allí
una hermosa ciudad con grandes edificios y huertas frutales. ¡Era un paraíso! Los
animales domésticos, cuando tenían hambre, pedían que comer a sus dueños; los
pavos y las gallinas gritaban a voz en cuello: “¡Quiero maíz!... ¡Quiero maíz!”; y los
gatos, desde los tejados: “¡Quiero carne!... ¡Quiero carne!”.
Los monos salían del bosque y voluntariamente se prestaban a mover los
tornos para que las viejas hilasen algodón. “Buenos días mama vieja —les decían—.
Ya estoy aquí para mover tu torno”.
—Buenos días, hijo, —respondían aquéllas. Te estaba esperando.
Y dándoles de comer bien, les despedían al anochecer.
Todo era felicidad en la antigua Saposoa; nadie tenía rencor a nadie y nadie
hacia daño a nadie.
Empero, una de esas tranquilas mañanas apareció en la ciudad un hombre
extraño; alto, con el brazo derecho más largo que el otro y la pierna izquierda más
274 CuENtos DEl tÍo DorotEo

larga que la otra. Estaba vestido de fierro negro, de pies a cabeza; solo se le veían los
ojos. Con una roja espada en la mano más larga, se paseaba por la ciudad llenando
de pánico a la gente. A un hombre que se le acercó, de un tajo, le cortó la cabeza…
Dormía en una cueva de la orilla del río, donde guardaba encadenada y desnuda a
una mujer blanca como la espuma.
La gente, creyéndolo demonio, huyó de la noche a la mañana y vino a
establecerse en este lugar. La ciudad fue sepultada, pues, por una inmensa laguna,
en cuyo centro hay un enorme ojo negro, en la orilla situada al norte un toro de
oro y en la que queda hacia el lado sur, una chocita de paja que echa humo todos
los días y todas las noches, donde vive una vieja bruja.
FraNCIsCo IzquIErDo rÍos 275

El DuENDE

E l Ocol, en el camino de Huayabamba a Chachapoyas, el viejo Froylán Cushi,


después de colocar su quipe en el suelo, dijo a su nieto Coto:
—Espérame un momentito.
Y entró en el bosque a satisfacer una necesidad biológica.
Coto se sentó junto al quipe a esperar a su abuelo.
Ya era tarde. El camino se ensombrecía. Abuelo y nieto venían de Huayabamba,
trayendo chancaca, en dirección al pueblo de Molinopampa, de donde eran.
Cansado de esperar, el muchacho llamó al viejo y no obtuvo respuesta.
—¡Taita Froyláaaannn…!
Nada.
Se dirigió al sitio donde había entrado el viejo y este no se encontraba allí.
Volvió a gritar… ¿Qué podía haberle sucedido? El bosque era espeso, lleno de
maraña, de espinas; su abuelo de ninguna manera podía haberse internado
más.
Coto empezó a inquietarse y a tener miedo. Llamaba con desesperación a su
abuelo, pero solo le contestaba el eco. Y, ya, la noche oscurecía completamente el
bosque y el camino; las luciérnagas comenzaban a encender sus pequeñas lámpa-
ras de oro y una que otra ave perturbaba la soledad con su ronco canto.
En esto, aparecieron en el camino, con rumbo a Huayabamba, dos hombres a
quienes el muchacho contó lo que le estaba sucediendo. Esos hombres resolvieron
pernoctar en la choza que había en el lugar, como para, al mismo tiempo, buscar al
desaparecido anciano. A golpe de machete lo buscaron en el bosque, alumbrados
por un tizón que llevaba Coto, pero sin resultado, no encontraron ningún indicio.
Entonces, aquellos hombres pensaron que, sin lugar a dudas, el duende había
raptado al viejo Froylán; y tuvieron miedo.
276 CuENtos DEl tÍo DorotEo

Amanecieron en la choza, junto a la fogata, sin dormir. Apenas rayó el alba


regresaron a Molinopampa, acompañando a Coto; y avisaron al pueblo y a las
autoridades sobre aquella misteriosa desaparición. Ese mismo día —Ocol no
está muy lejos de Molinopampa— los pobladores de ese lugar, en masa, con sus
autoridades a la cabeza, fueron en busca de don Froylán Cushi. Y después de dos
días de esforzada lucha con la maraña, encontraron al viejo en una pampa, en
el fondo del bosque, muerto, despojado de la camisa, con la espalda surcada de
cardenales; junto a él había una rama que, al parecer, sirvió de látigo a ese “alguien”
que le azotó hasta matarlo. Se quedaron espantados. ¿Cómo estaba allí don Froylán
Cushi, en esa condición? ¿Lejos del camino?
—¡El duende! ¡Taititu! ¡El duende! —exclamaron todos, persignándose.
Felizmente eran muchos. En una especie de hamaca que hicieron con sus
ponchos, cargaron el cadáver de don Froylán, pero cuando estaban saliendo del
bosque al camino, oyeron en el fondo de aquel una extraña carcajada, burlona,
sarcástica, que les hizo temblar y estremeció los ramajes… “Ja, ja, jaííí… Ja, ja,
jaííí…”.
—¡El duende! ¡Taititu! ¡El duende! —volvieron a exclamar, llenos de miedo,
aquellos hombres.
Quipe es un vocablo que significa “atado, envoltorio”.
FraNCIsCo IzquIErDo rÍos 277

El tuhuayo y la luNa

H ermosa noche de luna llena tiende su red de plata sobre la selva… En la


pequeña hacienda —maravilloso oasis de luz— duermen los ganados bajo
los sombrosos árboles del pan.
—En mi vida de maestra rural —me cuenta la viejecita en la puerta de la choza—
estuve una época en la tribu de los witotos, quienes me pedían continuamente que
les relatara ejemplos; ellos llaman así a los cuentos. Yo les complacía refiriéndoles
la vida de nuestro señor Jesucristo y, una que otra vez, algo de nuestros héroes.
Y yo también, por mi parte, en una ocasión, les pedí que contaran algo; entonces,
el indio más viejo de la tribu me relató lo siguiente: “Había una viejecita que tenía
una ahijada, quien vivía con ella; en las noches de luna veía la anciana que ‘una
claridad’ llegaba al cuarto de su ahijada y que, una vez adentro, se convertía en un
joven apuesto y buen mozo. Intrigada, como es natural, la vieja quiso descubrir
aquel misterio. Uno de esos días, muy temprano, cogió en su huerta unos cuantos
huitos110verdes y, al anochecer, cuando salía la luna, se colocó junto a la puerta
del cuarto de su ahijada y cuando entraba, como de costumbre, ‘la claridad’ en
forma de un chorro de luz por la puerta ligeramente entreabierta, aquella le pasó
su mano llena de la sustancia del huito y corrió a su habitación. Al día siguiente,
la vieja anduvo con cierto disimulo por todo el pueblo, tratando de ver qué joven
tenía la cara manchada de negro, pues ella creía que era algún mozo del lugar
que, por arte de hechicería, entraba en esa forma en el cuarto de su ahijada. Usted
sabe, Doroteo, que el huito verde produce una mancha negra que se adhiere a la
piel con tal consistencia que, solo después de algunos meses, sale con la misma
piel que se desprende. Pero, la anciana no encontró a nadie con esa sustancia y,
¡caso raro!, cuando por la noche apareció la luna, una luna hermosa como la de
ahora, vieron con asombro, por primera vez, los hombres, que tenía una mancha
oscura. La claridad que entraba en el cuarto de la ahijada de la anciana era, pues,
la misma luna”.

1 Huito es el nombre de la Jagua, árbol de la selva, de fruto como un huevo de ganso.


278 CuENtos DEl tÍo DorotEo

“¡Tuhuayóooo… Tuhuayóooo…!”.
Desde hacia rato seguía brotando el grito estridente de un pájaro en la orilla
boscosa del río Amazonas, que parecía ir como una invectiva, en dirección a la
luna.
—Ese es, pues, el pájaro tuhuayo —prosiguió la anciana maestra—, cuyo canto,
como usted oye, Doroteo, es semejante a la palabra tuhuayo que quiere decir: “tu
fruto”; huayo, en quechua, significa “fruto”… Ese pájaro, según los witotos, es el
hijo de la luna en la ahijada de la vieja de nuestro cuento, y la mancha oscura que
ostenta el astro nocturno es la sustancia del huito que usó aquella para descubrir
al misterioso galán.
En la orilla boscosa del Amazonas sigue brotando el grito del tuhuayo…
mientras que en la pequeña hacienda —maravilloso abismo de luz— rumian sus
sueños los ganados bajo los viejos árboles del pan.
FraNCIsCo IzquIErDo rÍos 279

la Paloma ENCaNtaDa

E l sol esplendía suavemente en la límpida mañana, en Saposoa, ciudad de la


selva. Los ciruelos y marañones de la huerta se estremecían de gozo infinito,
y una que otra mariposa, como niña del aire, se paseaba por los ramajes.
En la huerta, a pesar de la belleza y diafanidad de la mañana, había un silencio
maravilloso: la naturaleza ofrece siempre tales momentos que hacen soñar al
hombre en cosas extrañas y fantásticas, en cuentos de hadas.
Yo era niño… estaba jugando bajo la sombra de un frondoso marañón florecido,
mientras mi abuela, una viejecita de cabello blanco, hilaba algodón en la puerta
de la cocina.
“Uúuuu… Uúuuu… Uúuuu…”.
Cantó, de pronto, una paloma en el cerco de la huerta. Su canto había llenado
de emoción extraña a la huerta: temblaba en el aire, en las flores, en los ramajes
y sobre todo en mi corazón… Me levanté… Tuve miedo, inspirado por el mismo
ambiente de cristalina soledad y principalmente por ese canto. Corrí junto a mi
abuela.
“Uúuuu… Uúuuu… Uúuuu…”.
Cantó, nuevamente la paloma sobre el cerco… ¿Por qué me daba miedo ese
canto? ¿Por qué me llenaba de profunda emoción extraña?
La viejecita, que también había oído el canto de la paloma y habíase dado cuenta
de mi inquietud, dejando de hilar, me relató: “Oye, Doroteo, esa paloma que canta en
el cerco es la Rosalinda. Hace tiempo existía en el pueblo una muchacha bonita, tan
bonita como la flor del agua1,11que se llamaba Rosalinda y su madrastra, en cambio, era
fea, con cara de bonsapo2.12Esta aborrecía de muerte a su hijastra; le tenía envidia…
1 La flor de agua crece en las piedras sobresalientes de los riachuelos y quebradas de la
selva; es una flor blanca como la nieve y de grato e intenso aroma, que se percibe desde
grandes distancias.
2 En la selva llaman Bonsapo a un sapo grande y feo.
280 CuENtos DEl tÍo DorotEo

Entonces, la pérfida se valió de una bruja para que transformara a Rosalinda en


piedra; pero, la bruja, compadecida y encantada de su hermosura, la transformó
en paloma, tan bonita como la ves… Y esa es la paloma que, de cuando en cuando,
canta en las huertas del pueblo, por eso su canto en vez de alegrar entristece…”.
FraNCIsCo IzquIErDo rÍos 281

El juDÍo ErraNtE

A sustadas llegaron de la chacra a casa mis tías Defilia y Edelmira, con las caras
pálidas, los ojos desorbitados y los vestidos mojados, como si les hubiera
dado una lluvia torrencial.
—¡El judío Rante!
—¡El judío Rante!
Exclamaban excitadas.
—Sí —decía mi tía Defilia—. Un hombre blanco, barbón, con ojos azules, salió
de repente del bosque, junto al platanal y nos quiso agarrar.
—Un hombre alto —agregó mi tía Edelmira—, con sombrero de paja grande,
mochilita a la espalda y con botas. ¡El mismo judío Rante!
—No hablaba una sola palabra.
—Solo nos quería agarrar. Corrimos asustadas.
—Nos escapamos de sus manos.
—Hemos venido corriendo hasta acá.
—Nos siguió hasta el vado y se quedo allí, cuando nosotras, sin quitarnos las
ropas, nos arrojamos al río, cruzándolo a nado.
—Se quedó mirándonos.
—Y nos despidió todavía moviendo la mano. Después entró de nuevo en el
bosque.
—Para nuestra fatalidad, nadie había allí en ese momento. Todo era silencio.
—Hemos tenido mucho miedo.
—¡Ay, taita Diosito, se estremece mi cuerpo!
282 CuENtos DEl tÍo DorotEo

—¿Ha tenido mochilita de veras? —preguntó mi abuela, que con gran interés
escuchaba el relato de sus hijas.
—Sí, mamá.
—Una mochilita vieja, casi verde.
—Entonces, el mismo judío Rante ha sido, porque solo el judío Rante lleva
esa mochilita, donde guarda un realimedio que nunca se acaba. Maldito judío,
está pagando su pecado; ¡bien hecho! Por no haber querido que nuestro señor
Jesucristo descansara un ratito en el corredor de su casa, cuando el Señor subía
con la pesada cruz el monte Calvario… ¡Bien hecho! Anda y anda por toda la Tierra,
día y noche, con su realimedio en la mochila, ese es su castigo, así tiene que vivir
hasta que se acabe el mundo. Con ese realimedio compra en los pueblos algo que
comer, pero otra vez encuentra en su mochila el realimedio. Hace tiempo que pasó
por este pueblo, cuando yo era pequeñita todavía, y ve, ahora, otra vez se animó
el condenado; muchos le vieron pasar al amanecer, por las afueras, así como dicen
ustedes: con una mochilita, barbón, un sombrero grande y botas. Para él no hay
ningún obstáculo, los barrancos, los ríos, los mares, los pasa de un salto. ¡Pobre
judío! Andar…, andar es su castigo.
Como un rayo corrió la noticia de que en el bosque se les había aparecido el
judío errante a mis tías. Y todos tenían miedo en el pueblo.
FraNCIsCo IzquIErDo rÍos 283

El sEñor Cura DE la jalCa y El Pájaro “quIéN quIéN”

E n los pequeños bosques de los caminos serranos vive el quién quién,


pájaro de plumaje verde azulado en las alas y amarillo en el pecho. En su
canto parece que dijera “quién quién”, circunstancia de la cual se origina
su nombre; tiene, asimismo, la particularidad de su canto, un sonoro e insolente
“Pssshhh…”.
Las gentes afirman que de ese modo se burla de los viajeros. Muchos de estos,
que no conocen aquel pájaro, creen que es un ser fantástico que les pregunta su
nombre y luego se burla de ellos.
Bueno…, ese es el caso que le sucedió al señor cura de La Jalca, reverendo
Platón Tuesta, cuando una mañana neblinosa estaba yendo de este pueblo a otro
en afanes de su ministerio. No hacía mucho que Platón había obtenido su grado
sacerdotal y fue destinado inmediatamente a la parroquia de La Jalca, apartado
lugar de la Cordillera Amazonense. El ambiente soledoso, cubierto de niebla y
frígido, como todo lugar de cordillera, influía en su personalidad, deprimiendo su
ánimo. Además, la parroquia no le era favorable económicamente.
El curita Platón no estaba contento en La Jalca. En las noches de luna, cuando
desde la puerta de su vieja mansión contemplaba a la pálida gitana de los cielos,
sus ojos se llenaban de gruesos lagrimones…
Con esa clase de espíritu, afectado mucho más por el paisaje de aquella mañana
sombría, iba el cura Platón por el camino, jinete en una mula ni muy gorda ni
muy flaca, con un gran sombrero de paja, un gran poncho cordellate que ocultaba
completamente su sotana, iba ensimismado en sus pensamientos, engolfado en
sus tristezas, al distraído paso de su mula —la que, conociendo el desgano de su
amo, caminaba engullendo a gusto porciones de yerba de aquí y de allá—, cuando
de pronto oyó que desde un tupido bosquecillo preguntaban: “¿Quién quién?”.
El curita, atolondradamente, contestó: “Yo soy el señor cura de La Jalca”. Y paró su
mula.
284 CuENtos DEl tÍo DorotEo

Luego, para remate de males, salió del mismo bosquecillo, como un chorro, el
despectivo: “Pssshhhhh…”.
El curita Platón creyó que alguien estaba burlándose de él. Desmontó, se puso a
observar el bosquecillo y descubrió, con gran sorpresa, que era un pájaro el que así
hablaba, el lindo quién quién. Entonces, el señor cura, lleno de honda decepción,
de tremendo desconsuelo, cogiendo a su mula de la rienda, se sentó en una piedra
del camino y rompió a llorar amargamente, convencido de que hasta los pájaros le
menospreciaban en este mundo…
¡Pobre señor curita de La Jalca!
FraNCIsCo IzquIErDo rÍos 285

taIta CashI

“ Sí, Doroteo, hace mucho tiempo que yo he encontrado en la falda de una de


las montañas de esta cordillera una barra de oro, muy pesada que ni siquiera
pude moverla… Una madrugadita andaba, pues, por esa montaña en busca
de troncos de cascarilla para vigas de esta mi casita que por esa época estaba
construyendo, cuando al pasar junto a una peña de gentiles vi arrimado a una
piedra un trozo que parecía palo, era bien amarillo ese trozo, y de lo que estaba
pasando volví por curiosidad y corté el trozo con mi puñal, ante lo cual el trozo
sonó fino y se desprendieron de él unas pequeñas astillas brillantes como el sol.
Recogí esas astillitas. Mi corazón saltaba de alegría como pájaro al amanecer; no
había, no sabía qué hacer, Doroteo. Traté de alzar el trozo, pero no pude ni un
poquito. Entonces, le saqué más astillas raspándole con mi puñal, luego regresé al
pueblo, donde, como yo no estaba muy seguro que eran de oro, mostré esas astillas
a muchas personas sin contarles dónde las había encontrado, pero nadie supo
decirme con seguridad lo que eran. Taita Rufino Culqui, que había sido cauchero
y estuvo en la hermosa Iquitos, me dijo que parecían oro, que brillaban igual a
un anillo que tenía guardado en su baúl. Me aconsejó que fuera a mostrarlas en
la ciudad de Lamud a algún comerciante. En Lamud mostré esas astillas a taita
Rumualdo Silva, comerciante celendino con varias tiendas, quien me las recibió y
después de echarles no sé qué cosa de una botellita, que salía como humo, me dio
veinte soles y se quedó con las astillitas.
—¿Dónde has encontrado esto, taita Cashi? —me preguntó don Rumualdo,
con gran interés que trataba de disimular.
Le conté todo.
—Debes volver a ese sitio —me dijo— y traer el trozo en astillas, si no lo puedes
hombrear. Por lo que traes te daré otros veinte soles y además un tarro de pólvora
para tu escopeta. No es oro, taita Cachi, no es oro. Cobre es. Yo necesito cobre para
remendar mi perol…
286 CuENtos DEl tÍo DorotEo

Te irás con mi muchacho Cleto, si es muy pesado el trozo lo traen en pedazos,


como ya te he dicho… tomarás un trago, taita Cashi.
Y don Rumualdo me dio dos copas seguidas de aguardiente.
Llevó a Cleto a un cuarto y le recomendó bastante no sé qué cosas, en
secreto.
Salimos, después que taita Rumualdo nos hizo comer en su propia mesa y
nos dio varias latas de sardinas y una botella de aguardiente, como fiambre. Al
día siguiente partimos de este pueblo a la montaña. Anda y anda, anda y anda,
llegamos por fin al sitio donde había dejado la barra de oro, pero ¡ay, amito!,
ya no estaba allí, había desparecido. Solo se veía junto a la piedra un pequeño
hueco en la tierra, como la barra era pesada le había agujereado, pues, un poco.
La buscamos por todas partes y no la encontramos. Pensé, entonces, que alguien
podría haberla llevado, aunque no había más pisadas de gente que las mías en
ese lugar. Me quedé desconsolado, Doroteo.
Por la noche, en sueños, se me presentó un gentil1 bien viejito, y me dijo:
13

‘Cashi, esa barra que encontraste fue de oro y era para ti, solo para ti. Has debido
traerla a tu casa, aunque sea en pedazos’.
Yo hice mal, pues, pues en decir a don Rumualdo lo que había hallado. Por
mi ignorancia, taita Rumualdo es un comerciante rico y ambicioso. Taita Dios no
favorece a gente ambiciosa”.
Así terminó su relato taita Cashi en aquella noche lluviosa que pasé en su casa
en el serrano pueblo de Cuémal. En los ojos del viejo había un fulgor extraño…
Afuera, la lluvia y el viento doblegaban a los eucaliptos y a los álamos.

1 En los pueblos de vertiente oriental andina del Perú llaman “gentiles” a las momias de
los hombres de civilizaciones milenarias, así como también “purumachos” (“hombres
muy viejos”) y “Agüelos” (abuelos). Muchas necrópolis antiguas hay a lo largo de las
peñas de esa cordillera.
FraNCIsCo IzquIErDo rÍos 287

braulIo CullamPE

E l padre Benito Flores iba, una tarde calurosa, de Copallín a Bagua Chica, se
moría de sed. En el trayecto pasó junto a una chacra donde carnosas papayas
maduras que colgaban de sus troncos como senos de mujer incitaron más
su sed. El padre desmontó, entonces, amarró su caballo a un huarango del camino
y entró en la chacra. Y se tiró un hartazgo de papayas.
Salía, cuando se encontró con un tigre que rugía ferozmente. El padre Benito
pego un salto y corriendo trató de salir por otro lado de la chacra, pero se dio de
bruces con una gran serpiente que no le mostraba buena cara. Se fue por uno y
otro lado, pero ya encontraba un perro enorme, ya un toro furioso o un zarzal
espeso.
El padre Benito no podía explicarse lo que sucedía. Asustado y desesperado, se
recogió al centro de la chacra.
En estas circunstancias, Braulio Cullampe, su sacristán en el pueblo de Copallín,
que le vino siguiendo y espiándole por los matorrales, se presentó.
—¿Qué le pasa, padrecito? — le dijo, taimadamente.
—No puedo saber qué diablos sucede, Braulio. Quiero salir y un tigre, una
víbora o un perro me impiden el paso. No sé cómo has entrado tú.
—Así, como entró su señoría… Es el imite,1 padre Benito. Todas las chacras
14

tienen esa planta. Los campesinos guardan así sus chacras y propiedades. Ladrón
que entra no puede salir, el imite se transforma en fiera, en zarzal y le cierra el
paso. En esta mi chacra, porque ha de saber usted, padrecito, que esta es mi
chacra, también he sembrado yo esa planta. A lo mejor usted ha estado robando…
que no creo.
1 En los pueblos de la zona de Bagua creen en el arbusto llamado imite, que se transforma
en zarza, en fiera, en cualquier animal, que gusta de comer carne. Y que, para mantenerlo
contento, tiene una mujer que dormir, periódicamente, en las noches, junto a él. ¡Vaya
con los antojitos del tal imite!
288 CuENtos DEl tÍo DorotEo

—He comido papayas. La sed, pues, Braulio. La sed… Ahora, tú me sacarás.


—Así nomás no, padre. Tiene usted que sufrir un castigo.
—¿Castigo?
—Sí, padre. Tiene usted que recibir veinticinco latigazos. Solo así, el imite
consentirá en que usted salga. Ese es el secreto. Así que con todo sentimiento,
pues, padrecito…, usted disculpará…
Y sin más ni más, Braulio Cullampe se remangó y preparó la gruesa soga de
cuero que llevaba, ante lo cual el cura no tuvo otro remedio que acceder. Se alzó la
sotana. Y Braulio Cullampe le sonó una cueriza de veinticinco latigazos, con todas
sus fuerzas, sin hacer caso de sus lamentos.
El padre Benito siguió su camino, humillado, corriendo, pensando que su
sacristán se había vengado. Este, en cambio, regresó satisfecho de haberse cobrado
algo siquiera de la ofensa que el padre Benito le venía infligiendo desde hacia
tiempo con la Eludia, su mujer.
FraNCIsCo IzquIErDo rÍos 289

la sErPIENtE DE PIEDra

C ae una lluvia blanca, menuda, en el pueblo de Yambrasbamba,1 a través de 15

cuya transparencia como de cristal se divisa todo el paisaje azul oscuro del
valle.
Mientras cae la lluvia, el viejo Esteban Cosgot, en el corredor de su casa, donde
él y yo estamos sentados en un trozo de nogal, me relata: “Hace tiempo, mucho
tiempo, existía el pueblo de Yambra en la falda de ese cerro oscuro que ves allí,
Doroteo. Sus habitantes vivían felices, dedicados al trabajo del campo y a la caza, se
morían solo de puro viejos, no había enfermedades como ahora. Pero uno de esos
días apareció en los bosques una serpiente inmensa, con pintas blancas y rosadas,
con enorme cabeza como de caballo, una gran boca roja con afilados dientes y
unos ojos azules como el cielo. Atraía a las gentes cuando las miraba; tenía un
imán, pues, en los ojos… Era tan grande, como ese eucalipto de la huerta.
Cuando caminaba producía un ruido como de tempestad, iba quebrando
arbustos, todo lo que encontraba a su paso. Su canto era parecido al relincho del
caballo…
Esa serpiente estaba acabando a los yambrinos. No había día en que no tragase
un hombre, una mujer, un niño, en los caminos, en las afueras del pueblo. Solo
se alimentaba de seres humanos… Los yambrinos no sabían qué hacer, creían que
esa serpiente era el mismo diablo…
Empero, una mañana, mama Conshe, una viejecita legañosa, que apenas
andaba apoyándose en un bastón, reunió a las gentes en la plazuela y les dijo:
‘Anoche he soñado que iba a mi chacra, cuando, de pronto, salió del bosque la
1 Yambrasbamba es capital del distrito del mismo nombre, en la provincia de Bongará,
departamento de Amazonas; se encuentra cerca de la Selva. Junto a este pueblo, fuera de
la serpiente de piedra de nuestro relato, existen en el sitio denominado Potropampa varias
columnas de piedra, especie de obeliscos, semienterradas; una de ella con jeroglíficos y
una figura de serpiente, se halla enclavada en la plazuela del pueblo, a donde la llevaron,
según cuentan, el año 1910, con doce yuntas. Son restos de una civilización milenaria.
290 CuENtos DEl tÍo DorotEo

serpiente y me dijo que no le tuviera miedo, que quería hablar conmigo. Me


encargó, entonces, que les manifestara que ella está dispuesta a abandonar estos
lugares, siempre que todos los martes de cada semana, durante un año, le demos
una criatura para que calme su sed de sangre humana. Y que las criaturas deben
ser colocadas en la piedra que hay en el camino real, junto al riachuelo’.
Un sentimiento de horror conmovió a las gentes. ¿Cómo iban a dar a sus hijos
a la serpiente? Pero la vieja astuta, guiñando un ojo, les dijo que no se asustaran,
que ella tenía ya el secreto para deshacerse de esa maldita alimaña. Mama Conshe
era una gran hechicera, una bruja finísima, Doroteo, como ya no hay en estos
tiempos.
La anciana volvió a entrevistarse, en sueños, con la serpiente y le avisó que el
pueblo había aceptado su propuesta.
Y por la mañana del primer martes, cuando estaba saliendo el sol, mama
Conshe, con un muñeco de trapo a la espalda y un hombre que llevaba una gran
olla de zapallo con leche hirviendo, se fue a cumplir su promesa. Una vez llegados
al sitio convenido, la vieja mañosa hizo regresar al hombre, colocó el muñeco en
la piedra y, escondiéndose tras de esta, se puso a imitar el lloro de una criatura. La
serpiente salió del bosque y se dirigió a engullir al fingido niño; la vieja, entonces,
se levantó y, sacando fuerzas de donde no tenía, le tiró la olla hirviente a la boca,
hablando no sé que palabras de brujería… La serpiente se chicoteó un rato, luego
quedó transformada en piedra.
Esa es la serpiente de piedra que has visto, Doroteo, en el camino, casi enterrada,
junto a la quebrada de Yambra”.
FraNCIsCo IzquIErDo rÍos 291

El Cholo marCElo

L as piedras, las rocas de la inmensa bajada de Huancachaca absorbían el


terrible castigo del sol y lo devolvían al ambiente, produciendo más calor.
Manuel Trauco, en recia mula cargada de alforjas, descendía esa pendiente
que parece llevar al fuego central. Iba a Chachapoyas, a San Pablo, lugar donde
tenía una tienda de comercio. Detrás caminaba, arreando dos bestias de carga,
Marcelo Vacalla, cholo sanpablino.
El mediodía se encontraba encerrado en un círculo de fuego, de soledad, de
silencio. Los cactus, como centinelas resignados, hacían guardia de trecho en
trecho. No había pasajeros, ni de ida ni de vuelta; en los caminos se produce,
a veces, este fenómeno, a pesar de que por él iban aquellos es muy trajinado
por su condición de camino real que une diferentes pueblos con la ciudad de
Chachapoyas. Los pájaros también habían huido, se encontrarían en los valles
floridos. Solo oíase, abajo, el refrescante rumor del río.
Trauco y Marcelo iban callados, con el ansioso deseo de llegar lo más pronto al
fondo de la bajada, donde espumeaba el río y mojarse en él las sienes caldeadas y
descansar un rato bajo la sombra de los grandes árboles. Las bestias también parecían
tener esa ansia febril, caminaban a paso rápido, quejándose, quejándose.
Sobre un cactus estalló, de repente, la “risa” sarcástica de una chicua,
conmoviendo el remanso de soledad.
El cholo Marcelo se santiguó. Pensó: “Cuando la chicua se ríe es porque algo
malo está en viaje; si fuera para que llueva, cantaría…”.
Y sintió que amargaba la coca que iba masticando. ¡Mal presagio! Pero no dijo
nada a su patrón.
Un poco más abajo, batiendo las alas y “riendo” más fuerte, la chicua cruzó el
camino por encima de ellos y se perdió en la escarpa.
Esto era ya el colmo. Marcelo no puedo contenerse.
292 CuENtos DEl tÍo DorotEo

—Patrón —gritó—. ¡Nos va a pasar algo malo!


—¿Por qué?
—¡La chicua!
—¡Qué chicua ni que chicua, hombre! Apresurémonos para llegar al río
—contestó malhumorado Manuel Trauco.
El cholo Marcelo no dijo nada, pero en su corazón temblaba el miedo como
azogue.
El río corría abajo, golpeando con el látigo de sus aguas frescas las piedras y los
flancos de las rocas. Allí había árboles, agua y alegría. ¿A qué hora llegarían a ese
hermoso paraje?
—¡Maldita bajada! —apostrofó Marcelo, arrojando un salivazo verde de coca.
Huancachaca es una bajada fabulosamente inmensa. Allí parece como que la
tierra se hubiese partido en dos. Cerros acá, cerros allá, en este lado y al otro
lado. Parece como que nunca se acabaría de bajar o de subir. El camino se pliega y
repliega, como una fantástica cinta métrica.
¿A qué hora llegarían al río? Faltaba aún mucho. Tenían por delante mucha
tierra que andar.
Los cascos de las bestias y los llanques del cholo sonaban, con golpe seco, en
los menudos guijarros del camino. ¡Chac, chac, chac…! ¡Monótono viajar!
Manuel Trauco, espoleando su mula, se alejó un poco del arriero, pero este
temeroso del peligro que presentía, procuraba no quedarse rezagado, arreaba con
insistencia las bestias.
Una ráfaga de viento fresco acarició, de pronto, a Manuel Trauco. Era ya el río.
Jinete y mula se estremecieron de contento. Junto al puente, la bestia se asustó
y retrocedió, bufando. La mula no quería pasar el oscuro puente. Manuel Trauco,
en vez de apearse, hincó con cólera las espuelas en el vientre del animal y este,
parándose en dos patas, reculó violentamente, pisando en el borde debilitado del
camino estrecho, el que se desprendió llevándose al abismo a mula y jinete.
El cholo Marcelo apareció, en ese preciso instante, en la negra boca del camino,
que se abre entre las rocas del cerro, y solo pudo ver a su patrón que caía al río.
Corrió hacia el puente; abajo, en las aguas, se debatían Manuel Trauco y la
mula, desapareciendo luego en la impetuosa y espumosa corriente.
—¡Pobre, patroncito! Por eso estaría tan alegre anoche —solo pudo decir el
cholo y se quedó mirando, como un tonto, el abismo.
FraNCIsCo IzquIErDo rÍos 293

la boa maNsa

H abía llovido como llueve en la Selva torrencialmente.


Las copas de los árboles estaban inclinadas al este, hacia donde arreció el
aguacero.
El sol irrumpió con fuerza totalitaria, después de la lluvia, rompiendo con es-
cándalo el vidrio de los cielos.
El río Huallaga, con relampagueo de luces en el lomo, zigzagueaba como una
serpiente por entre sus boscosas riberas.
Gruesas gotas del aguacero temblaban en los árboles, a través de los cuales los
rayos solares se quebraban en mil colores. Pájaros de brillosos plumajes decían sus
cantos diáfanos.
La hacienda, llena de luz, con su pasto verde, con aislados árboles del pan,
ganados dispersos y humeante choza al medio, era como un oasis de cálido afecto
humano dentro del círculo opresor de la Selva.
Gallinas, pavos, patos, tortugas fraternizaban en el amplio patio de la choza
cenicienta, junto a una planta de tumbo,1 espesa y enredada en una armazón
16

de palos, cuyos frutos carnosos y oblongos, pendientes de sus huatos,217lucían,


lavada por la lluvia, su fina piel mate en proceso de madurez.
Don Rafael Bazán, el hacendado, separándose un poco de mí, lanzó un silbido
característico, ante lo cual, salió del bosque una gigantesca boa y, pesadamente,
por entre los árboles del pan, caballos y vacas, se vino hacia nosotros.
Pegué un grito, asustado y eché a correr hacia la casa. Don Rafael soltó una
carcajada y me dijo:
—No corra, hombre. Es mi boa.
1 El tumbo es una planta trepadora de la Selva. Produce unas grandes bayas oblongas,
muy agradables.
2 En la Selva llaman huato al pedúnculo de la fruta.
294 CuENtos DEl tÍo DorotEo

Regresé cuando vi que don Rafael daba palmaditas en la cabeza a la serpiente.


Yo no cabía en mi asombro.
—Ha debido usted decirme —le expresé.
—Perdóneme, Doroteo. Quise jugarle una broma. Es una boa mansa. Mi boa.
Se llama Nora. Es una vieja camarada en la hacienda. ¿No es así, mi querida
Nora? —y don Rafael acariciaba en la cabeza al oscuro ofidio—. Hace algún tiempo
—prosiguió el viejo— que esta boa se aproximaba a la casa y andaba libremente
por el pasto, sin atacar a los animales. Entonces, comencé a darle trozos de carne.
La boa fue haciéndose mi amiga. Hasta el extremo de seguirme como un perro… Y
aquí la tiene usted, a sus órdenes. Ha hecho migas también con los chanchos, con
las gallinas. Yo la toco, la acaricio, como usted ve… Lo que puedo asegurarle, sí, mi
querido amigo —me dijo, sonriendo— es que pocos hombres, o quizá ninguno, en
el mundo se gasta el lujo de tener una boa igual…
—Desde luego —le respondí—. Ni los deslumbrantes príncipes de la India.
Fuimos a la casa seguidos por la enorme serpiente y Rosenda, la cocinera, le dio
su ración de carne correspondiente al mediodía, que la boa engulló a prisa, yendo
luego a dormir la siesta junto a un grueso árbol.
FraNCIsCo IzquIErDo rÍos 295

El hombrE DE PIEDra quE haCE llovEr

E ntre la vieja ciudad de Moyobamba y el pueblo de La Calzada, en la Selva


Alta del Perú, a orillas del camino, hay “un hombre de piedra que hace
llover”. Está sin cabeza. Algunas personas sostienen que los conquistadores
españoles lo decapitaron en la creencia de que interiormente era hueco y hallábase
lleno de oro y otras que fue un hombre de La Calzada, convencido de que ese ídolo
era el causante de la continuas lluvias torrenciales que azotaban a dicha zona.
Junto a un pequeño cerro —desordenado hacinamiento de pedrones que,
al decir de muchos, es artificial, pues creen que fue una fortaleza de los indios
mayurunas— está aquel ídolo. Al frente, en medio de la llanura, se levanta, como
un raro capricho geológico, el gigantesco morro de La Calzada, con forma de volcán
apagado, dando la impresión de un sombrío cíclope que velara por la antigua
ciudad de Moyobamba.
Bosque compacto de enormes y corpulentos almendros y de otros árboles
rodea al morro y se desparrama sin fin por la llanura. En el camino arenoso que
horada este bosque, donde de trecho en trecho hay arroyos de agua bien fría que
salen de morro adentro, se asolean, generalmente después de las lluvias, víboras
de toda clase, color y tamaño.
En este bosque, seguramente, los indios mayurunas —“hombres del río” (del
quechua, mayu ‘río’ y runa ‘hombre’)— cazaban con cerbatanas paujiles, tucanes y
huacamayos para confeccionar sus coronas con las brillantes plumas de esas aves.
Y estos mismos indios, que adoraban al árbol, al río y a la víbora fueron los que
tallaron ese ídolo de piedra a la vera del camino.
El ídolo apenas tiene los lineamientos de un hombre. Todo aparece en él como
difuminado, como algo que es y no es. Las manos terminan, se juntan como en
un afán de ocultar su desnudez, en la región del sexo.
Allí, en ese detalle, casualmente, reside el secreto de su leyenda. El pueblo
afirma que “el hombre de piedra tiene vergüenza de su desnudez”, sentimiento
que debe ser respetado por todos.
296 CuENtos DEl tÍo DorotEo

—Nadie debe reírse del hombre de piedra. Puede vengarse haciendo llover
—dicen con temor las gentes.
El viajero, al pasar junto a ese ídolo, debe adoptar una seriedad absoluta. No
burlarse de él ni hacer comentario humorístico alguno. Aun debe procurar no
mirarlo.
¡Cuántos viajeros sufren terribles tempestades por no respetar al hombre de
piedra! Por su imprudencia…
Los niños, sobre todo, se burlan del hombre de piedra, le silban socarronamente.
Razón por la cual, los padres, al pasar junto a él, cuidan en forma especial a sus
hijos.
—Una vez, cuando era muchacho —me contaba don Martín Llaja, viejecito de
Moyobamba, que es como un relicario de leyendas—, iba con mi tío de Moyobamba
a La Calzada. Al pasar junto al hombre de piedra, mi tío me cogió de la mano y
me recomendó que no mirara al ídolo y sobre todo que no me riera... Pasamos
corriendo, pero yo, de todos modos, lo mire de reojo y sonreí… Quien le dice,
Doroteo, de un momento a otro, el cielo se volvió negro y a la entrada del pueblo
de La Calzada nos alcanzó una fuerte tempestad, con truenos, rayos, viento y
lluvia… Apenas pudimos llegar a nuestro hospicio… ¡El hombre de piedra se había
vengado!
FraNCIsCo IzquIErDo rÍos 297

la mujEr DEl oso

— Yo he sido comerciante, vendedor ambulante de baratijas y como tal he


viajado por muchos pueblos del Perú, preferentemente por los de la Sierra Oriental,
por esa Sierra Oriental cuyos cerros llegan hasta la orilla de la selva misteriosa,
donde hay y suceden cosas que parecen de cuento —dijo Félix Cantalicio a sus
amigos y prosiguió—: en Huacamay, pueblecito ubicado pues entre los Andes y la
Selva, existía hace tiempo, mucho tiempo, una muchacha llamada Zenaida Pilco,
que fue mujer de un oso. Sí, mis queridos amigos, así como suena: ¡la mujer de
un oso! Zenaida era la más bella mujer del pueblo y, por consiguiente, el personaje
más conocido, más que el alcalde, el juez, el gobernador. Todos los jóvenes estaban
enamorados de ella y acosábanla como abejas a una flor, pero la muchacha no les
hacía caso.
Sin embargo, de un momento a otro, desapareció. Nadie sabía nada de ella.
Sus familiares decían que había ido una tarde por agua y no regresó. En efecto,
pedazos de su cántaro de barro fueron encontrados entre las piedras de la orilla del
río. Se decía que pudo haber sido raptada por uno de sus pretendientes, que pudo
haberse fugado a la Selva o que huyendo de alguien se arrojo al río, ahogándose.
O que el diablo, que estaría también enamorado de ella, se la había llevado. En
fin, una serie de cosas cada cual más fantástica. Nadie estaba en lo cierto. Lo que
sucedió fue que había sido raptada por un oso. En Huacamay, abundan los osos. A
diario se encuentran en las pampas y en las faldas de los cerros ganados muertos
y a medio comer por aquellas fieras.
Cuando Zenaida fue por agua al río, el oso que estaba siguiéndole los pasos,
saltó del bosque y se la llevó. Se la llevó lejos, a un cerro azul que se ve desde el
pueblo y la hizo subir a un árbol alto, tan alto, de donde ella no podría bajar.
El oso construyó en el ramaje del árbol una choza con palos y hojas y allí tuvo
prisionera a la bella Zenaida. Un cautiverio de años y años. Zenaida, desde la copa
del árbol, veía su pueblo, veía el humo de las cocinas, oía el eco melodioso de las
campanas de la iglesia que llamaban a misa y al santo rosario. El oso le llevaba
298 CuENtos DEl tÍo DorotEo

comida robando en las cocinas del pueblo. Zenaida tuvo un hijo, mitad “cristiano”
la parte superior y de oso la parte inferior. Marcos Oso, este nombre puso Zenaida
a su hijo, fue creciendo y conociendo la historia de su madre, muchas veces había
ido a observar el pueblo, desde las afueras. Hasta que un día aprovechando la
ausencia del oso padre, Marcos Oso bajo del árbol a su madre y se marcharon
al lugar, a donde llegaron al anochecer. Zenaida pensó que era mejor dirigirse al
señor cura; así lo hicieron. Encontraron al cura sentado en el ancho y penumbroso
corredor de su casa contigua a la iglesia, haciendo tiempo para ir a celebrar el
santo rosario, era este un viejecito bonachón, que casi toda su vida la estaba
pasando en Huacamay. Zenaida se arrojó, llorando, a sus pies, le contó su historia
y le pidió asilo. El cura recordó, entonces, a aquella muchacha Zenaida Pilco que
muchos años atrás tenía locos a los hombres de Huacamay con sus encantos y
que desapareció misteriosamente. Les hizo entrar en la sala, donde a la luz de la
lámpara se dio cuenta de que Zenaida estaba semidesnuda, muy avejentada, con
el rostro surcado de arrugas y el cabello blanco y que su hijo era mitad hombre
y mitad oso. El señor cura se santiguó y les roció con agua bendita, extrayéndola
del cántaro que tenía en un rincón. Se compadeció de ellos y les amparó en su
casa. Les compró vestidos. Zenaida se convirtió en su sirvienta y Marcos Oso en
su sacristán; para ocultar las patas peludas de este, le hizo usar botas; asimismo le
prohibió severamente que se juntara con los niños del lugar, porque con su fuerza
descomunal podría causarles daño. Marcos, de un puñetazo, era capaz de tumbar
una puerta. Tanto que, cuando solo apretaba la mano a una persona al saludarla,
le producía agudo dolor. Le decían Marcos, el forzudo. El cura explicaba al pueblo
la presencia de esa gente en su casa diciendo que eran unos vagabundos de la
Selva. Y en lo que respecta al oso viejo, este ante la fuga de Zenaida y de su hijo
enloqueció, andaba gruñendo y matando a hombres y animales que encontraba
a su paso, hasta que fue liquidado a balazo limpio en la plazuela de Huacamay,
cuando, desesperado, entró en pleno día en el pueblo. El señor cura, con el pretexto
de aprovechar su grasa y piel, lo hizo llevar a su casa, donde Zenaida y Marcos Oso
enterráronlo bajo un eucalipto de la huerta y le pusieron una cruz como si se
tratara de un mismo “cristiano”…
Si esto ha sido verdad o no, yo no les puedo decir —expresó Félix Cantalicio
a sus amigos—. Les he relatado tal como me contó la vieja Etelvina Inga, en
Huacamay, una noche de luna, en el patio de su casa.
FraNCIsCo IzquIErDo rÍos 299

avENtura

A l anochecer atracó la lancha en el pequeño puerto, después de haber bajado


por el río y entrado en el lago por un estrecho y largo brazo de agua.
Todos los pasajeros se dirigieron a la casa-hacienda.
Alberto Tictic no pudo darse cuenta del ambiente que le rodeaba. Sus padres lo
llevaron a dormir apenas terminaron de comer, pese a que la noche era hermosa,
con una luna llena como inmenso globo de plata.
Empero, cuando amaneció, el muchacho deslizóse de la cama y salió al patio.
Cuál no fue su sorpresa, al frente había un cerezal compacto, cuyos frutos maduros,
en su continuidad, formaban como una ancha sábana de coral. Cerca, por entre
los plátanos de amplias hojas, el lago aparecía como un espejo bruñido por el
amanecer. En los guabos cantaban millares de pájaros salvajes y raros. Al otro lado
del cerco de alambre, se abría un verde prado, donde alzábanse, dispersos, algunos
árboles y pastaba escaso número de ganados.
Debajo del cerezal escarbaban gallinas y entre ellas un pavo real desparramaba
el iris de su plumaje, así como mostraban los suyos no menos bellos un papagayo
y un tucán, con pico grande, sobre unos travesaños prendidos en la pared del
corredor.
Alberto Tictic, niño serrano que había sido llevado recientemente por sus
padres a la Selva, estaba asombrado, maravillado de todo lo que veía… Luego, se
sintió atraído por las cerezas rojas. Tomo un delgado palo y se dirigió a coger las
frutas… Pica que pica y las cerezas caían una tras otra… caían… De pronto, una
víbora verde se desprendió del cerezal, se desenroscó en el suelo perezosamente,
abrió la boca y sus ojos titilaron como gotitas de lluvia ante los rayos del sol.
Alberto Tictic se quedó mirando a la víbora con placer… iba a cogerla, cuando
doña Brunilda, la mujer del hacendado, que al mismo tiempo que preparaba
el desayuno venía fijándose en las actividades del muchacho, le gritó desde la
cocina:
—¡Cuidado, es una cascabel!
300 CuENtos DEl tÍo DorotEo

Todos saltaron de los dormitorios, entre ellos los padres del niño. Y con gran
alharaca mataron a la víbora.
Sus padres condujeron a Alberto Tictic a la sala, y le dieron de beber agua para
calmarle el susto. Pero él era el único que no estaba asustado, solo había en sus
ojos un misterioso fulgor de aventura.

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