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D
barco.
esde aquella brumosa tarde invernal en que tío Doroteo se embarcó en el
Callao, en un buque chino, no sé nada de él.
— ¿A dónde vas, tío Doroteo? —le pregunté, cuando subía la escala del
El luCEro y la luNa
1 El quién quién es un pájaro que tiene la particularidad de emitir en su canto las palabras
de su nombre, así como al final de él, la interjección de desprecio pssshhh. Es de color
verde y amarillo. Vive en los pequeños bosques de la sierra peruana. (Véase “El señor
cura de la Jalca y el pájaro quién quién” en este mismo libro).
260 CuENtos DEl tÍo DorotEo
la bola DE quEso
E n los verdes campos serranos hay lagunas blancas que, a la distancia, parecen
maravillosos espejos; a orillas de esas lagunas viven en parejas los extraños
liclics que, cuando alguien pasa por allí, bien vuelan por encima de él
lanzando chillidos agudos, bien se paran, no muy lejos, a levantar sistemáticamente
las cabezas al cielo. Son aves del tamaño de un pollo, de pecho níveo y cuerpo gris.
A veces salen a las lagunitas que la lluvia deja en las plazuelas de los pueblos y las
gentes sencillas toman como mal agüero, como aviso de muerte o de cualquier
otra fatalidad… ¡Ay, si llegan a volar por sobre una choza, lanzando sus chillidos
característicos!; los moradores se estremecen de miedo, sobre todo los padres de
familia. Y no dejan, pues; de producir inquietud, cuando en los caminos se oyen
sus chillidos a través de la niebla, reino fantástico por donde vuelan.
Por la particularidad que tienen de alzar las cabezas hacia el firmamento, las
gentes dicen que señalan el lugar donde se encuentra Dios. Los niños que, ya en sus
andanzas vagabundos, ya cuando van a las chacras o a cortar leña, se encuentran
estas aves, les preguntan como si fuesen personas y con toda seriedad:
“liclics, ¿dónde está Dios?”.
Y los liclics alzan, graciosamente, las cabezas al firmamento.
262 CuENtos DEl tÍo DorotEo
E n los valles de la vertiente oriental andina del Perú, viven unos pájaros que
hablan. Andan en pareja: macho y hembra. Y cantan, generosamente, por
las tardes.
— ¡Jesucristo murió…! —dice el macho.
—¡Sí, señor, en la Cruz…! ¡Sí, señor, en la Cruz…! —le responde la hembra.
Así, al menos, lo interpretan los campesinos, convencidos de que “las cosas de
Dios” deben saberlas todos los seres de la naturaleza.
FraNCIsCo IzquIErDo rÍos 263
El vENaDIto DE oro
S iempre este pueblo de la alta cumbre de los Andes, que parece formar parte del
paisaje del cielo, me produce una sensación de hondo misterio. Más en este
turbio amanecer en que, por entre la niebla que lo envuelve, se distinguen
borrosamente sus chozas, sus árboles y óyese aflorar, como de un reino fantástico,
el canto de sus gallos y el balido de sus carneros.
Es un pueblo antiquísimo, anterior a los Incas y su gente es netamente indí-
gena. Se llama Paclas.
El sol asoma por sobre la cordillera y a través de la fina niebla como una in-
mensa lágrima de fuego.
Mama12Feliciana, la más anciana de Paclas, recoge agua en un cántaro de barro
del pozo abierto en medio del pueblo. A su alrededor se recortan, dentro de la
niebla, las siluetas de vacas, caballos que pastan y las líneas de cercos de piedras
de las huertas.
—Buenos días, taita Doroteo.
—Buenos días, mama Feliciana.
—Vienes al pozo, taita23Doroteo.
—Sí, mama Feliciana. Vengo, casualmente, porque la he visto, para que me
cuente usted si es cierto que este pozo tiene madre3.4
1 Mama es un vocablo quechua que significa “señora, doña, anciana, madre”. También
es antepuesto este vocablo al nombre de algunos santos y vírgenes; así dicen: “Mama
Asunta” (Virgen de la Asunción). En la ciudad de Chachapoyas hay una iglesia de “Mama
Asunta”.
2 Taita es otro vocablo quechua, que significa “don, señor, anciano, padre”. Es antepuesto,
asimismo, a nombres de santos y a la palabra Dios; así dicen: “Taita Dios”.
3 Madre. En algunos pueblos del Perú creen que ciertas cosas, ciertos lugares (río, cerro, mina,
árbol), así como las enfermedades y los fenómenos atmosféricos tienen una “madre” –ser
misterioso: animal o con personificación humana–, que los cuida, defiende u origina.
264 CuENtos DEl tÍo DorotEo
la garza sabIa
Claro que la vida allí es dura, pero todo depende de acostumbrarse. Quien ha
vivido en la selva, nunca la olvida. Tiene cosas que parecen de cuento… Sus lluvias
torrenciales que sacuden los árboles y tumban las frutas; las crecientes de sus
ríos que infunden pánico. Sus noches cargadas de espesas esencias vegetales. Sus
celajes. Sus gentes, siempre alertas a todo peligro. La selva es un mundo distinto,
extraordinario… Pero lo que más admiro en ella es a una garza, cuya cualidad
maravillosa no sé si le viene de instinto o de inteligencia.
A ver, ¿qué piensan ustedes de ello? Sí, en la selva hay cosas que el entendimiento
humano no puede comprender. Por ejemplo, hay un árbol, el hitil, que nos quema
la cara, el cuerpo si no se lo saluda; una víbora que, para bañarse en los ríos,
deposita su veneno sobre una hoja en la orilla y lo vuelve a tragar después. Pero,
todo esto no es tan sorprendente como lo de la garza. ¿Cómo aprendió este animal
a hacer lo que hace? Yo, sinceramente, no puedo explicarme; me confundo. Hay un
árbol llamado catahua, este árbol tiene una resina blanca lechosa, que es veneno;
la garza pica, rompe, la corteza de este árbol y se embadurna el pico con la resina,
luego va al remanso de un río o a un lago y deslíe el veneno en el agua, moviendo
el pico dentro de ella, los peces toman esa agua y se se atontan, lo que aprovecha
la garza para engullirlos. En esa forma hace abundante la pesca, que lleva aun a sus
polluelos. Ahora, díganme, ¿quién enseñó a la garza que la resina de la catahua es
venenosa y sirve para pescar? No cabe duda de que esa garza es la Garza Sabia en
el mundo de las garzas.
266 CuENtos DEl tÍo DorotEo
El CErro DE aNgaIsa
E n las pampas de las afueras, los ganados, hocicos en alto, olfatean el húmedo
cosmos.
Ha llovido fuerte en la vieja ciudad de Moyobamba.
En los árboles frutales de las huertas cantan, alocadamente, los pájaros; las
gallinas, con los cuerpos esponjados, escarban bajo los troncos.
Un diluvio de luz solar envuelve a la ciudad y de esta se levanta un cálido y
grato aroma.
Los perros miran, asombrados, el cielo claro desde los patios.
Hasta las paredes y ventanas de las casas muestran señales de la lluvia.
Las aguadoras, descalzas, van a los pozos con cántaros de barro en la cabeza.
Doña Abela López teje un sombrero de paja en el balcón de su casa, de donde
se divisa el ancho panorama de los cerros de la Cordillera Oriental, bañados por el
oro de luz solar, al otro lado del río Mayo. El río zigzaguea como un camino rojizo
por entre el bosque alfombrado de flores.
De tiempo en tiempo, un vientecillo cargado de vahos olorosos mueve los
árboles y desordena la cabellera de doña Abela y de Aladino, su pequeño hijo, que
junto a ella lee un viejo libro de cuentos.
—Mamá, dicen que entre estos cerros hay uno que tiene corazón de oro.
—Es el Cerro de Angaisa.
—Dicen que nadie puede llegar a este sitio.
—Es un cerro encantado. Tiene la forma de un morro.
—Pero no se lo puede ver.
—Algunos lo han visto. Como es encantado, cambia de sitio o desaparece.
Muchos han ido a ese cerro y cuando estaban por llegar, de repente, comenzaba a
FraNCIsCo IzquIErDo rÍos 267
N o hacía mucho que había llovido torrencialmente, por cuyo motivo entré en
la choza de mama Jashi. Esa choza se alzaba, solitaria, al borde del camino,
en la escarpada falda de la cordillera. El sol de la media mañana alumbraba,
con encendido brío, a través de los vapores que se levantaban del valle —abismo
verde oscuro— y de las altas montañas. Los pájaros cantaban, con alegría infinita,
en las plantas en el cerco de piedras que rodeaba la vivienda de mama Jashi y en
los chamborros5,6húmedos de lluvia, del patio. La vieja, sentada en el umbral de
la choza, hilaba como siempre su porción de lana en el huso, mirando de rato en
rato, con sus ojos opacados por el tiempo, el paisaje maravilloso. Junto a ella, las
gallinas se sacudían, preparábanse a salir nuevamente al campo, mientras un largo
y flaco perro bostezaba con el hocico sobre los pies de la anciana.
Mama Jashi vivía sola, cuidando su chacrita de papas y criando unos cuantos
chanchos, gallinas y ovejas. El viajero que pasaba por allí sólo veía el humo de su
cocina y olía el débil ladrido de su perro, pero no veía a ella. Mama Jashi hacía
pensar en una bruja, o en la “Madre de la Montaña” de los cuentos populares.
De pronto, dos zorzales lanzaron, al unísono, sus claros silbidos en la copa de
un chamborro del patio diminuto. “Siú siú siú siu sií…”.
—Ay, taitay —exclamó la anciana, rompiendo su hermetismo, ante mi
entusiasmo por el cristalino canto de los pájaros—, antes estos pajaritos de Dios
cantaban otra laya, más lindo…
—¿Cómo cantaban, mama Jashi?
—“Artículos de la fe son catorce…Artículos de la fe son catorce…”. Eso decían,
clarito, en su canto, taitay. Tiempos cambian, pues… Ahora cantan: “Siu siu siu
siu…”, que quiere decir, taitay, que los mozos de hoy solo piensan en amoríos, en
fiestas, en ociosidades…
Hasta los zorzales se han dado cuenta, pues, que las gentes de ahora no son
como las de otros tiempos…
El hItIl
“
Trabajen negros… ¡Trabajeeeennn…!”.
Gritaba Antolín Picsha desde el camino. Y las negras avispas producían ante
esas palabras mágicas un sordo rumor dentro de sus panales, que colgaban
de las ramas de altos árboles como blancas campanas.
— Trabajen negros… ¡Trabajeeeennn…!
Y las negras avispas producían un sordo rumor, como si en verdad, se pusieran
a trabajar en este momento.
La mañana era bella, diáfana y fresca. El sol desparramaba con profusión sus
rayos. Un ligero viento pasaba, de cuando en cuando, moviendo los árboles. El
camino era como una cinta de plata tendida a lo largo del bosque enmarañado.
Antolín Picsha iba esa mañana a cortar leña en la selva, cuando descubrió los
panales de las avispas negras. Entonces, se puso a pronunciar las palabras que
hacían trabajar a aquellas.
— Trabajen negros… ¡Trabajeeeennn…!
Algunas avispas salían a las bocas de los panales y andaban por el borde de ellas,
con las alas extendidas, mientras otras volaban por las ramas en flor.
Antolín Picsha estuvo largo rato entretenido en esa alegre travesura, después
de lo cual siguió su camino.
Pretina al hombro, viejo machete al cinto, con raído sombrero de paja, iba por
el camino escuchando placentero el canto del pájaro flautista, cazando mariposas,
cogiendo flores. Por momentos le asustaba el sonoro vuelo de alguna ave grande o
una pintada víbora que, veloz, cruzaba el sendero junto a él; y gozaba, en cambio,
ante un vivaracho conejo blanco que, viéndole, huía moviendo las orejas por los
tupidos herbales…
En uno de esos parajes entró a cortar leña. Después de haber juntado algunos
palos secos, se internó más en el bosque que iba a cortar a una rama caída, cuando
dio un salto y cuadrándose con el machete en alto, saludó:
270 CuENtos DEl tÍo DorotEo
1 El hitil es un árbol no muy grande, con hojas menudas, corteza casi roja cubierta de gránulos.
La “quemazón” que produce, debido, desde luego, a alguna sustancia cáustica que contiene, es
con fiebre alta. El enfermo padece, por lo menos, una semana, lapso en el que tiene que curarse
tomando baños, todas las mañanas, de cocimiento de hojas de papayo, de zanahorias o de
paico… Para evitar todas esas molestias, las gentes aconsejan que, en el mismo instante que el
hitil quema a alguien, este debe hacer el simulacro de ahorcarse con una débil soga que colgará
de una rama del mismo árbol, exclamando: “Yo, Hitil… Yo, Hitil” y dando al árbol, en cambio,
su nombre, e inmediatamente después de haberse trozado la soga, con el pedazo de esta en el
cuello, debe, a todo correr y sin voltear el rostro atrás, regresar a su casa. Dicen que en esa forma
es anulado el poder mágico de aquel árbol de mal genio.
FraNCIsCo IzquIErDo rÍos 271
El Pájaro holgazáN
1 El shihuín es un pájaro nocturno de la sierra de plumaje terroso, que no tiene nido y que
solo, según la leyenda, piensa construirlo cuando siente el frío de la noche o la inclemencia
de la lluvia. Entonces, afirman las gentes que dice en su canto: “¡Mañana voy a hacer mi
nido! ¡Mañana voy hacer mi nido!”. Pero que cuando llega el día olvida su promesa. Chupa
la sangre a los ganados a la altura de las orejas, afán en que vaga toda la noche, hasta el
amanecer. En la selva hay un pájaro semejante al que conocen con el nombre de Cacho.
2 Quella es un vocablo quechua que significa “haragán, perezoso”.
272 CuENtos DEl tÍo DorotEo
—Muchos hombres, taita Orencio, son como los shihuines. Prometen una
cosa y no la cumplen. Aquí, en Jimbi, hay hombres que hasta ahora no tienen ni
casa…
—Así es. Fabián capa, por ejemplo; hasta ahora no acaba de techar su casa; hace
tiempo que se encuentra en esa condición y ya se va a caer. Solo cuando llueve se
lamenta él también…
—Ese Fabián es igualito al shihuín holgazán…
Y los dos viejos ríen, sentados en el poyo de la casa de taita Belisho; lugar
donde acostumbran reunirse por las noches a conversar y fumar.
FraNCIsCo IzquIErDo rÍos 273
la CIuDaD ENCaNtaDa
E n los tiempos en que habitaban los animales y los monos movían los tornos
para que hilasen las viejas —me contaba mi abuela—, había en la selva, arriba
del río, una ciudad más grande y más bonita que esta, en la que vivimos, y
del mismo nombre. Ahora se halla sepultada por una inmensa laguna.
En el centro de la laguna hay un enorme ojo negro; en la orilla situada al norte,
un toro de oro que brama sin cesar y en la que queda hacia el lado sur, una chocita
de paja que echa humo todos los días y todas las noches, donde vive una vieja
bruja.
Nadie ha podido ni puede llegar a ese lugar. Solo una vez, un cazador llamado
José Milín llegó hasta los bosques de las afueras. Pero, cuando estuvo mirando
el mágico sitio, se desató, de pronto, una fuerte tempestad con rayos, truenos,
viento y lluvia. La selva se oscureció completamente. José Milín a duras penas
consiguió regresar al pueblo y murió a los pocos días.
La laguna es blanca como la luna. Antes, como te digo, Doroteo, había allí
una hermosa ciudad con grandes edificios y huertas frutales. ¡Era un paraíso! Los
animales domésticos, cuando tenían hambre, pedían que comer a sus dueños; los
pavos y las gallinas gritaban a voz en cuello: “¡Quiero maíz!... ¡Quiero maíz!”; y los
gatos, desde los tejados: “¡Quiero carne!... ¡Quiero carne!”.
Los monos salían del bosque y voluntariamente se prestaban a mover los
tornos para que las viejas hilasen algodón. “Buenos días mama vieja —les decían—.
Ya estoy aquí para mover tu torno”.
—Buenos días, hijo, —respondían aquéllas. Te estaba esperando.
Y dándoles de comer bien, les despedían al anochecer.
Todo era felicidad en la antigua Saposoa; nadie tenía rencor a nadie y nadie
hacia daño a nadie.
Empero, una de esas tranquilas mañanas apareció en la ciudad un hombre
extraño; alto, con el brazo derecho más largo que el otro y la pierna izquierda más
274 CuENtos DEl tÍo DorotEo
larga que la otra. Estaba vestido de fierro negro, de pies a cabeza; solo se le veían los
ojos. Con una roja espada en la mano más larga, se paseaba por la ciudad llenando
de pánico a la gente. A un hombre que se le acercó, de un tajo, le cortó la cabeza…
Dormía en una cueva de la orilla del río, donde guardaba encadenada y desnuda a
una mujer blanca como la espuma.
La gente, creyéndolo demonio, huyó de la noche a la mañana y vino a
establecerse en este lugar. La ciudad fue sepultada, pues, por una inmensa laguna,
en cuyo centro hay un enorme ojo negro, en la orilla situada al norte un toro de
oro y en la que queda hacia el lado sur, una chocita de paja que echa humo todos
los días y todas las noches, donde vive una vieja bruja.
FraNCIsCo IzquIErDo rÍos 275
El DuENDE
El tuhuayo y la luNa
“¡Tuhuayóooo… Tuhuayóooo…!”.
Desde hacia rato seguía brotando el grito estridente de un pájaro en la orilla
boscosa del río Amazonas, que parecía ir como una invectiva, en dirección a la
luna.
—Ese es, pues, el pájaro tuhuayo —prosiguió la anciana maestra—, cuyo canto,
como usted oye, Doroteo, es semejante a la palabra tuhuayo que quiere decir: “tu
fruto”; huayo, en quechua, significa “fruto”… Ese pájaro, según los witotos, es el
hijo de la luna en la ahijada de la vieja de nuestro cuento, y la mancha oscura que
ostenta el astro nocturno es la sustancia del huito que usó aquella para descubrir
al misterioso galán.
En la orilla boscosa del Amazonas sigue brotando el grito del tuhuayo…
mientras que en la pequeña hacienda —maravilloso abismo de luz— rumian sus
sueños los ganados bajo los viejos árboles del pan.
FraNCIsCo IzquIErDo rÍos 279
la Paloma ENCaNtaDa
El juDÍo ErraNtE
A sustadas llegaron de la chacra a casa mis tías Defilia y Edelmira, con las caras
pálidas, los ojos desorbitados y los vestidos mojados, como si les hubiera
dado una lluvia torrencial.
—¡El judío Rante!
—¡El judío Rante!
Exclamaban excitadas.
—Sí —decía mi tía Defilia—. Un hombre blanco, barbón, con ojos azules, salió
de repente del bosque, junto al platanal y nos quiso agarrar.
—Un hombre alto —agregó mi tía Edelmira—, con sombrero de paja grande,
mochilita a la espalda y con botas. ¡El mismo judío Rante!
—No hablaba una sola palabra.
—Solo nos quería agarrar. Corrimos asustadas.
—Nos escapamos de sus manos.
—Hemos venido corriendo hasta acá.
—Nos siguió hasta el vado y se quedo allí, cuando nosotras, sin quitarnos las
ropas, nos arrojamos al río, cruzándolo a nado.
—Se quedó mirándonos.
—Y nos despidió todavía moviendo la mano. Después entró de nuevo en el
bosque.
—Para nuestra fatalidad, nadie había allí en ese momento. Todo era silencio.
—Hemos tenido mucho miedo.
—¡Ay, taita Diosito, se estremece mi cuerpo!
282 CuENtos DEl tÍo DorotEo
—¿Ha tenido mochilita de veras? —preguntó mi abuela, que con gran interés
escuchaba el relato de sus hijas.
—Sí, mamá.
—Una mochilita vieja, casi verde.
—Entonces, el mismo judío Rante ha sido, porque solo el judío Rante lleva
esa mochilita, donde guarda un realimedio que nunca se acaba. Maldito judío,
está pagando su pecado; ¡bien hecho! Por no haber querido que nuestro señor
Jesucristo descansara un ratito en el corredor de su casa, cuando el Señor subía
con la pesada cruz el monte Calvario… ¡Bien hecho! Anda y anda por toda la Tierra,
día y noche, con su realimedio en la mochila, ese es su castigo, así tiene que vivir
hasta que se acabe el mundo. Con ese realimedio compra en los pueblos algo que
comer, pero otra vez encuentra en su mochila el realimedio. Hace tiempo que pasó
por este pueblo, cuando yo era pequeñita todavía, y ve, ahora, otra vez se animó
el condenado; muchos le vieron pasar al amanecer, por las afueras, así como dicen
ustedes: con una mochilita, barbón, un sombrero grande y botas. Para él no hay
ningún obstáculo, los barrancos, los ríos, los mares, los pasa de un salto. ¡Pobre
judío! Andar…, andar es su castigo.
Como un rayo corrió la noticia de que en el bosque se les había aparecido el
judío errante a mis tías. Y todos tenían miedo en el pueblo.
FraNCIsCo IzquIErDo rÍos 283
Luego, para remate de males, salió del mismo bosquecillo, como un chorro, el
despectivo: “Pssshhhhh…”.
El curita Platón creyó que alguien estaba burlándose de él. Desmontó, se puso a
observar el bosquecillo y descubrió, con gran sorpresa, que era un pájaro el que así
hablaba, el lindo quién quién. Entonces, el señor cura, lleno de honda decepción,
de tremendo desconsuelo, cogiendo a su mula de la rienda, se sentó en una piedra
del camino y rompió a llorar amargamente, convencido de que hasta los pájaros le
menospreciaban en este mundo…
¡Pobre señor curita de La Jalca!
FraNCIsCo IzquIErDo rÍos 285
taIta CashI
‘Cashi, esa barra que encontraste fue de oro y era para ti, solo para ti. Has debido
traerla a tu casa, aunque sea en pedazos’.
Yo hice mal, pues, pues en decir a don Rumualdo lo que había hallado. Por
mi ignorancia, taita Rumualdo es un comerciante rico y ambicioso. Taita Dios no
favorece a gente ambiciosa”.
Así terminó su relato taita Cashi en aquella noche lluviosa que pasé en su casa
en el serrano pueblo de Cuémal. En los ojos del viejo había un fulgor extraño…
Afuera, la lluvia y el viento doblegaban a los eucaliptos y a los álamos.
1 En los pueblos de vertiente oriental andina del Perú llaman “gentiles” a las momias de
los hombres de civilizaciones milenarias, así como también “purumachos” (“hombres
muy viejos”) y “Agüelos” (abuelos). Muchas necrópolis antiguas hay a lo largo de las
peñas de esa cordillera.
FraNCIsCo IzquIErDo rÍos 287
braulIo CullamPE
E l padre Benito Flores iba, una tarde calurosa, de Copallín a Bagua Chica, se
moría de sed. En el trayecto pasó junto a una chacra donde carnosas papayas
maduras que colgaban de sus troncos como senos de mujer incitaron más
su sed. El padre desmontó, entonces, amarró su caballo a un huarango del camino
y entró en la chacra. Y se tiró un hartazgo de papayas.
Salía, cuando se encontró con un tigre que rugía ferozmente. El padre Benito
pego un salto y corriendo trató de salir por otro lado de la chacra, pero se dio de
bruces con una gran serpiente que no le mostraba buena cara. Se fue por uno y
otro lado, pero ya encontraba un perro enorme, ya un toro furioso o un zarzal
espeso.
El padre Benito no podía explicarse lo que sucedía. Asustado y desesperado, se
recogió al centro de la chacra.
En estas circunstancias, Braulio Cullampe, su sacristán en el pueblo de Copallín,
que le vino siguiendo y espiándole por los matorrales, se presentó.
—¿Qué le pasa, padrecito? — le dijo, taimadamente.
—No puedo saber qué diablos sucede, Braulio. Quiero salir y un tigre, una
víbora o un perro me impiden el paso. No sé cómo has entrado tú.
—Así, como entró su señoría… Es el imite,1 padre Benito. Todas las chacras
14
tienen esa planta. Los campesinos guardan así sus chacras y propiedades. Ladrón
que entra no puede salir, el imite se transforma en fiera, en zarzal y le cierra el
paso. En esta mi chacra, porque ha de saber usted, padrecito, que esta es mi
chacra, también he sembrado yo esa planta. A lo mejor usted ha estado robando…
que no creo.
1 En los pueblos de la zona de Bagua creen en el arbusto llamado imite, que se transforma
en zarza, en fiera, en cualquier animal, que gusta de comer carne. Y que, para mantenerlo
contento, tiene una mujer que dormir, periódicamente, en las noches, junto a él. ¡Vaya
con los antojitos del tal imite!
288 CuENtos DEl tÍo DorotEo
la sErPIENtE DE PIEDra
cuya transparencia como de cristal se divisa todo el paisaje azul oscuro del
valle.
Mientras cae la lluvia, el viejo Esteban Cosgot, en el corredor de su casa, donde
él y yo estamos sentados en un trozo de nogal, me relata: “Hace tiempo, mucho
tiempo, existía el pueblo de Yambra en la falda de ese cerro oscuro que ves allí,
Doroteo. Sus habitantes vivían felices, dedicados al trabajo del campo y a la caza, se
morían solo de puro viejos, no había enfermedades como ahora. Pero uno de esos
días apareció en los bosques una serpiente inmensa, con pintas blancas y rosadas,
con enorme cabeza como de caballo, una gran boca roja con afilados dientes y
unos ojos azules como el cielo. Atraía a las gentes cuando las miraba; tenía un
imán, pues, en los ojos… Era tan grande, como ese eucalipto de la huerta.
Cuando caminaba producía un ruido como de tempestad, iba quebrando
arbustos, todo lo que encontraba a su paso. Su canto era parecido al relincho del
caballo…
Esa serpiente estaba acabando a los yambrinos. No había día en que no tragase
un hombre, una mujer, un niño, en los caminos, en las afueras del pueblo. Solo
se alimentaba de seres humanos… Los yambrinos no sabían qué hacer, creían que
esa serpiente era el mismo diablo…
Empero, una mañana, mama Conshe, una viejecita legañosa, que apenas
andaba apoyándose en un bastón, reunió a las gentes en la plazuela y les dijo:
‘Anoche he soñado que iba a mi chacra, cuando, de pronto, salió del bosque la
1 Yambrasbamba es capital del distrito del mismo nombre, en la provincia de Bongará,
departamento de Amazonas; se encuentra cerca de la Selva. Junto a este pueblo, fuera de
la serpiente de piedra de nuestro relato, existen en el sitio denominado Potropampa varias
columnas de piedra, especie de obeliscos, semienterradas; una de ella con jeroglíficos y
una figura de serpiente, se halla enclavada en la plazuela del pueblo, a donde la llevaron,
según cuentan, el año 1910, con doce yuntas. Son restos de una civilización milenaria.
290 CuENtos DEl tÍo DorotEo
El Cholo marCElo
la boa maNsa
—Nadie debe reírse del hombre de piedra. Puede vengarse haciendo llover
—dicen con temor las gentes.
El viajero, al pasar junto a ese ídolo, debe adoptar una seriedad absoluta. No
burlarse de él ni hacer comentario humorístico alguno. Aun debe procurar no
mirarlo.
¡Cuántos viajeros sufren terribles tempestades por no respetar al hombre de
piedra! Por su imprudencia…
Los niños, sobre todo, se burlan del hombre de piedra, le silban socarronamente.
Razón por la cual, los padres, al pasar junto a él, cuidan en forma especial a sus
hijos.
—Una vez, cuando era muchacho —me contaba don Martín Llaja, viejecito de
Moyobamba, que es como un relicario de leyendas—, iba con mi tío de Moyobamba
a La Calzada. Al pasar junto al hombre de piedra, mi tío me cogió de la mano y
me recomendó que no mirara al ídolo y sobre todo que no me riera... Pasamos
corriendo, pero yo, de todos modos, lo mire de reojo y sonreí… Quien le dice,
Doroteo, de un momento a otro, el cielo se volvió negro y a la entrada del pueblo
de La Calzada nos alcanzó una fuerte tempestad, con truenos, rayos, viento y
lluvia… Apenas pudimos llegar a nuestro hospicio… ¡El hombre de piedra se había
vengado!
FraNCIsCo IzquIErDo rÍos 297
comida robando en las cocinas del pueblo. Zenaida tuvo un hijo, mitad “cristiano”
la parte superior y de oso la parte inferior. Marcos Oso, este nombre puso Zenaida
a su hijo, fue creciendo y conociendo la historia de su madre, muchas veces había
ido a observar el pueblo, desde las afueras. Hasta que un día aprovechando la
ausencia del oso padre, Marcos Oso bajo del árbol a su madre y se marcharon
al lugar, a donde llegaron al anochecer. Zenaida pensó que era mejor dirigirse al
señor cura; así lo hicieron. Encontraron al cura sentado en el ancho y penumbroso
corredor de su casa contigua a la iglesia, haciendo tiempo para ir a celebrar el
santo rosario, era este un viejecito bonachón, que casi toda su vida la estaba
pasando en Huacamay. Zenaida se arrojó, llorando, a sus pies, le contó su historia
y le pidió asilo. El cura recordó, entonces, a aquella muchacha Zenaida Pilco que
muchos años atrás tenía locos a los hombres de Huacamay con sus encantos y
que desapareció misteriosamente. Les hizo entrar en la sala, donde a la luz de la
lámpara se dio cuenta de que Zenaida estaba semidesnuda, muy avejentada, con
el rostro surcado de arrugas y el cabello blanco y que su hijo era mitad hombre
y mitad oso. El señor cura se santiguó y les roció con agua bendita, extrayéndola
del cántaro que tenía en un rincón. Se compadeció de ellos y les amparó en su
casa. Les compró vestidos. Zenaida se convirtió en su sirvienta y Marcos Oso en
su sacristán; para ocultar las patas peludas de este, le hizo usar botas; asimismo le
prohibió severamente que se juntara con los niños del lugar, porque con su fuerza
descomunal podría causarles daño. Marcos, de un puñetazo, era capaz de tumbar
una puerta. Tanto que, cuando solo apretaba la mano a una persona al saludarla,
le producía agudo dolor. Le decían Marcos, el forzudo. El cura explicaba al pueblo
la presencia de esa gente en su casa diciendo que eran unos vagabundos de la
Selva. Y en lo que respecta al oso viejo, este ante la fuga de Zenaida y de su hijo
enloqueció, andaba gruñendo y matando a hombres y animales que encontraba
a su paso, hasta que fue liquidado a balazo limpio en la plazuela de Huacamay,
cuando, desesperado, entró en pleno día en el pueblo. El señor cura, con el pretexto
de aprovechar su grasa y piel, lo hizo llevar a su casa, donde Zenaida y Marcos Oso
enterráronlo bajo un eucalipto de la huerta y le pusieron una cruz como si se
tratara de un mismo “cristiano”…
Si esto ha sido verdad o no, yo no les puedo decir —expresó Félix Cantalicio
a sus amigos—. Les he relatado tal como me contó la vieja Etelvina Inga, en
Huacamay, una noche de luna, en el patio de su casa.
FraNCIsCo IzquIErDo rÍos 299
avENtura
Todos saltaron de los dormitorios, entre ellos los padres del niño. Y con gran
alharaca mataron a la víbora.
Sus padres condujeron a Alberto Tictic a la sala, y le dieron de beber agua para
calmarle el susto. Pero él era el único que no estaba asustado, solo había en sus
ojos un misterioso fulgor de aventura.