Está en la página 1de 66

El azul de la noche

(Antología)

Georg Trakl

(·)

ACéFALA
AL NIÑO ELIS

Elis, cuando el mirlo llame en el oscuro bosque


será tu ocaso.
Tus labios beben la frescura de piedra de la fuente azul.

Si tu frente sangra suavemente


olvida las antiguas leyendas
y el oscuro significado del vuelo de los pájaros.

Pues tú entras con suaves pasos en la noche


que cuelga repleta de púrpuras uvas,
y el azul hace más bello el movimiento de tus brazos.

Un espino resuena
allí donde tus ojos se colmaron de luna.
Oh, hace tanto tiempo, Elis, que has muerto.

Tu cuerpo es un jacinto
en el que un monje hunde sus dedos de cera.
Una negra gruta es nuestro silencio,
de la que sale a veces un manso animal
y deja caer lentos los pesados párpados.

Gotas de negro rocío ya caen sobre tus sienes,


el último oro de estrellas extinguidas.
EL SOL

Todos los días emerge el sol amarillo sobre la colina.


Hermoso es el bosque, el oscuro animal,
el hombre; pastor o cazador.

Rojizo asoma el pez en el estanque verde.


Bajo el cielo redondo
el pescador navega silencioso en su barca azul.

La uva y el trigo maduran lentamente.


Cuando el día en silencio declina
un bien y un mal están dispuestos.

Cuando llega la noche


el caminante levanta despacio sus pesados párpados;
y el sol irrumpe desde su abismo tenebroso.
LOS CUERVOS

Hacia el oscuro rincón se lanzan


al mediodía los cuervos con áspero graznido.
Sus sombras a la cierva rozan de seguido,
y a veces se les ve reposar malhumorados.

Oh, cómo rompen la parda quietud


en la que yace la tierra sembrada,
como mujer embelesada en su presentimiento.
Y puede oírse la discusión de sus gruñidos

por una carroña que husmean en alguna parte;


pero de pronto enfilan el vuelo hacia el norte,
y se van perdiendo cual fúnebre cortejo
estremeciendo de placer los aires.
LA JOVEN CRIADA
(A Ludwig von Ficker)

En el pozo, al caer la tarde,


se la ve como hechizada
sacando agua, en el crepúsculo.
Cubos que suben y bajan.

Pájaros revolotean entre las hayas


y ella una sombra parece.
Ondea su cabello rubio
mientras las ratas gritan en el patio.

Y acariciada por la ruina


baja los párpados inflamados.
Hierba seca y arruinada
se tiende bajo sus pasos.

El silencio entra en el cuarto


y el patio queda desierto.
En el saúco ante la ventana
un mirlo silba y se queja.
Su rostro plateado en el reflejo
le es extraño en la penumbra,
pálida eclipsa en el espejo
del que la espanta su pureza.

Como en un sueño un mozo canta


desde lo oscuro, ella oye y el dolor la hiela.
El rubor gotea en la oscuridad.
Y un viento del sur agita la puerta.

Por la noche sobre áridas praderas


se engaña con sueños febriles.
El viento gruñe en aquellos prados
y la luna espía desde los árboles.

Las estrellas pronto palidecen


y ella yace rendida de pena,
con sus blancas mejillas de cera.
Un olor de tierra podrida se siente.

Susurro de caña en el pantano


y ella de frío se encoge.
Lejos canta un gallo. Sobre el charco
duro y gris vibra el amanecer.
4

Ya resuenan golpes en la fragua,


ella pasa aprisa por la puerta.
Rojo encendido, el mozo eleva el martillo,
y ella, como muerta, mira de soslayo.

Como en un sueño la hiere una risa


y ya en la fragua tiemblan sus pasos,
encogida y tímida frente a esa risa
tan tosca y dura como aquel trabajo.

Y los destellos vuelan por el cuarto,


y ella con un gesto de delirio
intenta agarrar las chispas salvajes
y así cae aturdida al suelo.

Débil, tendida en el lecho


despierta con dulce temor
y mira su sucia cama
toda cubierta de luz dorada,

las resedas en la ventana


y el radiante cielo azul.
El viento que a la ventana trae
el sonido tenue de una campana.

Sombras se deslizan sobre la almohada,


lenta se oye la hora del mediodía.
Ahora respira pesadamente,
su boca es como una herida.

En la tarde, lienzos ensangrentados,


nubes sobre bosques callados,
todo envuelto en lino negro.
Los gorriones pían por los campos.

Y toda blanca, ella, yace en lo oscuro.


Un arrullo bajo el techo es exhalado.
Como carroña en la maleza oscura
las moscas revolotean sobre su boca.

Suena irreal en el pardo caserío


una música de violines y danza,
va su rostro en vilo por la aldea,
su cabello por desnudas ramas.
ROMANCE EN LA NOCHE

Solitario bajo el cielo estrellado


camina atravesando en silencio la medianoche.
El niño despierta trastornado por los sueños,
su rostro gris se desvanece ante la luna.

La desquiciada con el pelo suelto llora


mirando fijo tras la reja de la ventana.
Más allá, en el lago van girando
los amantes en su dulce paseo.

El asesino sonríe pálido ante el vino.


El horror a la muerte consume a los enfermos.
La monja herida y desnuda reza
ante la cruz del Salvador.

La madre dormida susurra una canción.


El niño mira tranquilo la noche,
los ojos llenos de verdad.
Suenan risas en el prostíbulo.

En el sótano a la luz de una vela


con blanca mano pinta el muerto
un silencio que sonríe en la pared.
El durmiente sigue murmurando.
EN EL ROJO FOLLAJE LLENO DE GUITARRAS

En el rojo follaje lleno de guitarras


ondean los cabellos dorados de las muchachas
junto a la cerca donde reposan los girasoles.
Por entre las nubes avanza un carro de oro.

Mudos en la quietud de la sombra


los mayores se abrazan estúpidamente.
Los huérfanos cantan las vísperas con dulzura.
Y las moscas zumban entre nieblas amarillas.

En el arroyo lavan mujeres todavía,


las sábanas colgadas ondean en el aire.
La pequeña que a mí tanto me agrada
viene cuando se va la luz del día.

Gorriones se lanzan del cielo tibio


hacia tétricos agujeros verdes.
Un olor de pan y áspero romero
es para el hambriento ilusión de alivio.
MÚSICA EN MIRABELL
(Segunda versión)

Una fuente canta. Las nubes detenidas


blancas y suaves en el azul resplandeciente.
Pensativos y en silencio van los hombres
por el antiguo jardín al atardecer.

El mármol de los antepasados se ha vuelto gris.


Una bandada de pájaros roza la lejanía.
Un fauno con ojos muertos mira
hacia las sombras que se deslizan en la oscuridad.

Roja la fronda del viejo árbol desciende


y por la ventana abierta entra en espirales.
Un fulgor de fuego arde en la habitación
y pinta los turbios fantasmas del miedo.

Entra en la casa un blanco forastero.


Un perro se lanza por pasillos abandonados.
La criada apaga la luz de la lámpara,
el oído percibe sonidos de sonatas nocturnas.
OTOÑO EN COLOR / (MÚSICA EN MIRABELL)
(Primera versión)

La fuente canta. Las nubes se alzan


blancas y suaves en el espacio celeste;
los hombres callados y pensativos van
por el jardín azul de la tarde.

El mármol de los ancestros se ha vuelto gris.


Una bandada de pájaros cruza la lejanía.
Un fauno con ojos muertos mira
las sombras que se deslizan en la oscuridad.

Rojas caen las hojas del viejo árbol


y entran girando por la ventana abierta,
fuegos oscuros encienden la habitación,
sombras aparecen, como fantasmas.

Niebla opalina se extiende sobre la hierba,


una nube de olores marchitos y palidecidos;
en la fuente brilla como un cristal verde
la luna creciente en el aire helado.
MELANCOLÍA DE LA TARDE

– El bosque que se extiende moribundo –


Hay sombras que como setos lo rodean.
Los ciervos salen temblando de sus guaridas,
mientras un arroyo muy suave se desliza

y va siguiendo helechos y piedras antiguas


y fulgura como plata entre la espesura.
Pronto se le oye en negros pasadizos –
Tal vez ya brillan estrellas a lo lejos.

Inmenso parece el campo sombrío,


dispersas aldeas, el pantano, el estanque,
y algo que parece ser un fuego.
Un frío resplandor corre por las calles.

Se presiente en el cielo un movimiento,


una multitud de pájaros salvajes que migra
hacia tierras distintas y bellas.
Agita y calma las cañas el viento.
CREPÚSCULO DE INVIERNO
(A Max von Esterle)

Negro cielo de metal.


Cruzan en roja tormenta
la noche, los cuervos hambrientos
sobre los parques lívidos.

Un rayo de luz se congela en la nube;


y ante las maldiciones de Satán
se giran, regresan y bajan
siete en número augural.

Podrida, dulce y seca


carne siegan ya sus picos.
Casas mudas inquietantes;
y luz en la sala de teatro.

Iglesia, puente y hospital


terribles siluetas entre las luces.
Ondean, linos ensangrentados,
las velas por el canal.
RONDEL

Ya se ha ido el oro de los días,


los colores pardos y azules de la tarde:
murieron las flautas dulces del pastor;
los colores azules y pardos de la tarde
ya se ha ido el oro de los días.
MUJER BENDECIDA

Caminas rodeada de tus mujeres


y con frecuencia sonríes nerviosamente:
días de inquietud se aproximan.
La amapola se marchita, blanca, en el seto.

Tan hermoso como tu vientre hinchado


el vino madura, dorado, en la colina.
Lejos brilla el espejo del estanque
y resuena la guadaña por los campos.

Rueda el rocío en los arbustos,


rojas van deslizándose las hojas.
Para saludar a su querida esposa
llega a ti un moro, moreno y tosco.
LA HERMOSA CIUDAD

Viejas plazas llenas de sol y de silencio.


Como bordadas sobre el fondo azul y oro
pasan las monjas, de prisa, como en un sueño,
bajo las hayas sofocadas de silencio.

Desde el pardo resplandor de las iglesias


imágenes puras de la muerte que nos miran,
hermosos escudos de príncipes antiguos.
Coronas que brillan en las iglesias.

Corceles que se levantan de la fuente.


Garras floridas que los árboles nos tienden.
Los niños que juegan dominados por sus sueños
allí en la suave tarde junto a la fuente.

Muchachas de pie ante las puertas


miran con timidez hacia los colores de la vida.
Tiemblan sus labios húmedos
y siguen esperando en las mismas puertas.

Un revuelo tembloroso de campanas,


compases de marcha, gritos de mando.
Forasteros escuchan en las gradas.
Alto en lo azul: el sonido del órgano.
En tonos claros los instrumentos cantan.
A través de la espesura de los jardines
remolinos de risa de bellas mujeres.
Jóvenes madres que suavemente cantan.

Secretamente respira en floridas ventanas


aroma de brea, incienso y lila.
Párpados cansados, fulguran plateados
por entre las flores de las ventanas.
EN UNA HABITACIÓN ABANDONADA

Una ventana, arreglos de flores,


adentro suena un órgano.
En el tapiz una danza de sombras,
un corro de extraños movimientos.

Llamas agitan los arbustos,


mosquitos en nube bailan.
Lejos las guadañas cortan el campo
y una vieja fuente que canta.

¿De dónde viene este aire que me acaricia?


Golondrinas hacen señales delirantes.
Fluyen en silencio hacia lo infinito
los lejanos bosques dorados.

Fulguran las llamas entre las flores.


La loca rueda embelesa
en el tapiz amarillento.
Desde la puerta alguien mira hacia dentro.

Huele a incienso dulce y a pera,


se oscurecen el cristal y el cofre.
La frente ardiente se inclina lentamente
ante las blancas estrellas.
LA TARDE DE TORMENTA

¡Oh, las horas rojas de la tarde!


En la ventana abierta se balancean temblorosas
las hojas de la vid enredadas en el azul,
fantasmas del miedo anidan allí dentro.

El polvo baila en el hedor de las alcantarillas.


Ráfagas de viento estremecen los cristales.
Una tropa de caballos salvajes
fustigada por rayos de nubes deslumbrantes.

El espejo del estanque se rompe en pedazos.


Gritan las gaviotas en los marcos de las ventanas.
Un jinete de fuego galopa en la colina
y en el bosque se rompe en llamas.

Vociferan los enfermos en el hospital.


El plumaje de la noche vibra azulado.
Ruge y destella de repente
la lluvia sobre los tejados.
MUSA DE LA TARDE

La sombra y el oro de la torre de la iglesia vuelven


a la ventana de las flores.
La frente ardiente se apaga en calma y silencio.
Una fuente se desliza en la oscuridad de las ramas
del castaño,
allí piensas: ¡esto es bueno! en doloroso agotamiento.

El mercado está vacío de frutos del verano y de


guirnaldas.
La negra pompa de las puertas es armoniosa.
En un jardín resuena el toque de un aire melodioso,
donde los amigos después de comer se han encontrado.

El alma escucha con gusto los cuentos de hadas.


El trigo segado en la tarde murmura alrededor.
En las cabañas la vida dura es paciente y silenciosa;
la lámpara del establo ilumina a la vaca adormecida.

Pronto lo párpados embriagados de aire caen


y se abren suavemente a estrellas de signos extraños.
Endimión surge de la oscuridad de los viejos robles
y se inclina sobre el agua triste.
SUEÑO DEL MAL

Se desvanece el sonido de una campana de muerte –


Un amante despierta en habitaciones oscuras,
la mejilla bajo estrellas que titilan en la ventana.
Velas, mástiles y cuerdas relampaguean en el río.

Un monje, una embarazada entre la multitud.


Resuenan guitarras; brillan los abrigos rojos.
Los castaños se marchitan en un resplandor dorado;
y el negro domina la triste pompa de la iglesia.

El espíritu del mal mira desde pálidas máscaras.


Una plaza oscurece horrible y tenebrosa;
por la tarde un murmullo sobre las islas crece.

En el vuelo de las aves van leyendo el signo fatal


los leprosos que se pudren en la noche.
Hermanos en el parque se miran estremecidos.
CANCIÓN ESPIRITUAL

Signos, como un raro bordado


dibujan las flores que se agitan.
El aliento de Dios sopla azul
en la estancia del jardín,
entra con alegría.
En la parra silvestre se alza una cruz.

Escucha cómo en la aldea se han alegrado,


un jardinero al muro acicala,
un órgano suena suavemente,
mezcla sonido y fulgor dorado,
sonido dorado.
El amor bendice el pan y el vino.

Las muchachas también han entrado


y el gallo canta hasta el anochecer.
Una reja podrida se entreabre
y entre hileras y coronas
trenzadas de rosas
María descansa blanca y suave.

El mendigo allí en la antigua piedra


como muerto recita la oración.
Tranquilo desde la colina viene un pastor
y un ángel canta entre los árboles
a los niños que en el sueño entran.
EN OTOÑO

Los girasoles resplandecen en la valla,


silenciosos los enfermos se sientan bajo el sol.
En el campo las mujeres cantando se afanan,
llegan hasta allí las campanas del convento.

Leyendas lejanas te cuentan las aves,


resuenan en ellas las campanas del convento.
El violín suena suavemente desde el patio.
Hoy están pisando las negras uvas.

Entonces el hombre se muestra feliz y sereno.


Hoy están pisando las negras uvas.
Los cuartos mortuorios están abiertos
y los pinta hermosos el sol lento.
AL ANOCHECER MI CORAZÓN

Al atardecer se oye el grito de los murciélagos.


Dos caballos negros saltan en la pradera.
El arce rojo susurra.
Ante el caminante aparece la pequeña taberna del camino.
Delicioso es el sabor del vino joven y las nueces.
Delicioso es tambalearse ebrio en el bosque que oscurece.
A través del negro ramaje suenan campanas dolorosas.
Ya sobre el rostro gotea el rocío.
LOS CAMPESINOS

Frente a la ventana resuenan lo verde y lo rojo.


En un cuarto bajo y lleno de humo,
sirvientes y sirvientas se sientan a la mesa,
escancian el vino y reparten el pan.

En el profundo silencio del mediodía


de vez en cuando se oye una parca palabra.
Toda en sí misma vibra la tierra labrada
y se ensancha el cielo lejano y plomizo.

Destellan impetuosas las brasas del hogar


y zumba en redor un enjambre de moscas.
Las sirvientas escuchan calladas y retraídas
y en sus sienes la sangre palpita con fuerza.

Ávidas miradas se encuentran de soslayo


si una niebla animal llega a la habitación.
Monótono recita un sirviente la oración
y un gallo canta debajo de la puerta.

De nuevo en el campo. Un temor los rodea


en medio del estruendoso rumor del trigo,
cuando a uno y otro lado blanden la guadaña
en un ritmo fantasmal y oscilante.
LAS ÁNIMAS
(A Karl Hauer)

Los hombrecillos, las mujercitas, la gente triste,


esparcen hoy flores azules y rojas
sobre tumbas tenuemente iluminadas.
Como pobres marionetas actúan ante la muerte.

¡Oh! como llenos de miedo y humildad parecen,


como sombras están detrás de negros arbustos.
En el viento de otoño llora el no-nacido.
Y se van viendo luces que se pierden.

Los suspiros de los amantes se oyen entre las ramas


y el cuerpo de la madre y su niño se descomponen.
La danza en círculo de los vivos parece irreal,
y se dispersa extrañamente con el viento de la tarde.

Confusa es su vida, enturbiada por fatales plagas.


Apiádate, Señor, del tormento y el dolor de las mujeres,
y de estos lamentos de muerte sin esperanza.
Los solitarios vagan en silencio por el gran salón de las
estrellas.
MELANCOLÍA

Sombras azuladas y esos ojos oscuros


que al pasar me miran hondamente.
Sonidos de guitarras acompañan el otoño
que en el jardín se disuelve en pardas cenizas.
Las oscuras pesadumbres de la muerte
preparan sus delicadas manos de ninfa.
De pechos opulentos beben descarnados labios
y en la piel dorada del niño sol
ondulan húmedos rizos.
SUAVE / (MELANCOLÍA)

Un viento negro retumba en el campo de rastrojos.


De la tristeza florecen tonos violetas,
un círculo de pensamientos envuelve con sus nubes al
cerebro.
Asteres que han muerto se inclinan contra la cerca
y girasoles ennegrecidos y arruinados,
todos disueltos en carmines y azules extraños.
Un sonido de campanas tiembla a través de las resedas
que han muerto en ramilletes negros.
Y nuestras frentes bajo la sombra de la reja
se hunden suavemente en colores azulados
con los girasoles ennegrecidos y arruinados
y junto a los asteres muertos e inclinados.
ALMA DE LA VIDA

Muriendo se oscurece suavemente el follaje,


su inmenso silencio habita en el bosque.
Ya se extiende fantasmalmente la aldea.
Susurra en ramas negras la boca de la hermana.

Pronto desaparecerá el solitario,


tal vez un pastor por los oscuros caminos.
Un animal silencioso sale del recinto de los árboles,
mientras los párpados se ensanchan ante lo divino.

Hermoso el río azul va descendiendo,


nubes aparecen en la tarde;
también en silencio angelical el alma.
Las formas efímeras se desvanecen.
OTOÑO TRANSFIGURADO

En esplendor, así termina el año


con vino dorado y frutos del huerto.
Un silencio maravilloso rodea los bosques
y acompaña los pasos del solitario.

Entonces el campesino dice: ¡Qué bondad!


¡Campanas de la tarde, largas y suaves,
alegrad nuestra alma hasta el final!
Y una banda de aves saluda al pasar.

Es el tiempo cálido del amor.


Bajando en la barca por el río azul
van surgiendo imágenes bellas...

Todo se apaga en quietud y silencio.


JUNTO AL BOSQUE
(A Karl Minnich)

Castaños rojos. En silencio van los viejos


hacia la silenciosa tarde. Hermosas hojas se marchitan
suavemente.
En el cementerio el mirlo juega con el primo muerto,
La rubia maestra camina con Angelen.

Se ven imágenes de pureza y muerte desde las ventanas


de la iglesia;
pero su fondo sangriento resulta demasiado lúgubre y
dolorido.
La puerta está cerrada hoy. El sacristán tiene la llave.
En el jardín la hermana habla amistosamente con los
fantasmas.

En viejas bodegas el vino se madura, se hace dorado.


Dulce olor de manzanas. No muy lejos brilla la alegría.
A los niños les gusta oír cuentos en la larga noche.
También la dulce locura muestra a veces lo dorado,
lo verdadero.

El azul fluye cubierto de resedas; luz de velas en las


habitaciones.
Al pobre su casa espera bien preparada.
Un solitario destino va por la orilla del bosque;
aparece la noche, el ángel del reposo, en el umbral.
EN INVIERNO

El campo resplandece blanco y frío.


El cielo luce inmenso y solitario.
Las grajillas sobrevuelan el estanque
y los cazadores del bosque descienden.

Un silencio habita en las negras copas de los árboles.


Un resplandor de fuego sale de las cabañas.
A veces un trineo resuena en la lejanía.
y la luna gris asciende lentamente.

Un ciervo se desangra suavemente a la orilla del campo


y los cuervos chapotean en charcos ensangrentados.
Tiemblan las cañas erguidas y amarillas.
Escarcha, humo, un paso en la arboleda vacía.
EN UN VIEJO ÁLBUM

Siempre regresas, melancolía,


dulzura del alma solitaria.
Un día dorado arde hasta el final.

El paciente se inclina humildemente ante el dolor,


sonoro de armonía y dulce delirio.
¡Mira! Está oscureciendo.

Vuelve otra vez la noche y se lamenta un mortal


y otro comparte la pena.

Estremeciéndose bajo las estrellas del otoño


cada año más baja se inclina la cabeza.
METAMORFOSIS
(Segunda versión)

A través de jardines enrojecidos por el fuego del otoño:


Una vida dura se muestra en calma.
Las manos del hombre llevan oscuros racimos de vid,
mientras el dulce dolor se hunde en su mirada.

Al atardecer: cruzan pasos por la tierra oscura


avivados por el rojo silencio de las hayas.
Un animal azul se inclina ante la muerte
y una túnica vacía se descompone horriblemente.

Hombres juegan tranquilos frente a una taberna,


un rostro ebrio se ha hundido entre la hierba.
Frutos de sauco, silbidos suaves y ebrios,
aroma de resedas, lo femenino se enciende.
METAMORFOSIS
(Primera versión)

La frescura del otoño: una habitación vestida de gris.


Aparece la alegría, una vida dura.
Las manos del hombre llevan vides doradas
y en sus ojos tranquilos desciende Dios en silencio.

En la tarde, alguien deambula por la tierra.


El rojo silencio de los robles cubre el camino
y siempre van cayendo hojas de sus ramas.
En su negra vestidura el alma tiene frío.

Hombres juegan tranquilos frente a la taberna.


De la boca desciende la amargura.
Frutos de sauco, silbidos dulces y ebrios,
un animal salvaje sigue en silencio al solitario.
PEQUEÑO CONCIERTO

Un rojo indescriptible te estremece –


A través de tus manos brilla el sol.
Sientes tu corazón loco de alegría
preparándose en silencio para la función.

Los campos amarillos fluyen al mediodía.


Apenas oyes el canto de los grillos,
los segadores blanden con fuerza la guadaña.
Como niños silenciosos son los bosques dorados.

En el pantano verde arde lo putrefacto.


En calma están los peces. El aliento de Dios
despierta suaves resonancias entre los vapores.
Las ondas anuncian la curación de los leprosos.

El espíritu de Dédalo flota entre sombras azules,


un aroma de leche entre las ramas de los avellanos.
El violín del maestro se escucha todavía,
los gritos de las ratas en el patio vacío.

En la taberna de horrible papel tapiz


florecen colores fríos y violetas.
En la oscura reyerta las voces se apagan,
Narciso en el acorde final de la flauta.
HUMANIDAD

La humanidad expuesta ante gargantas de fuego,


un redoble de tambores, las oscuras frentes de los soldados.
Pasos de sangre entre la niebla; negro vibra el acero,
desesperación, noche en los tristes cerebros:
Aquí la sombra de Eva, la cacería y el rojo dinero.
Luz que atraviesa las nubes, La Última Cena.
Un suave silencio vive en el pan y el vino
y son doce aquellos los reunidos.
De noche gritan entre sueños bajo las ramas de los olivos.
Santo Tomás pone su mano en el rastro de la herida.
EL PASEO

En la tarde la música pasa silbando por el bosque.


Serios espantapájaros giran en los trigales.
Matorrales de sauco se sacuden por el camino;
una casa parpadea extraña y difusa.

En el aire dorado hay olor a tomillo,


una piedra tiene un número afortunado.
Los niños juegan a la pelota en un prado,
y luego, un árbol comienza a dar vueltas sobre ti.

Sueñas: la hermana peina su pelo rubio,


y una carta te escribe un amigo lejano.
En lo gris se alza un granero amarillo y torcido
y entonces flotas ligero y embelesado.

El tiempo se escapa. ¡Oh dulce Helios!


Oh imagen dulce y clara en el estanque de los sapos;
un Edén se hunde maravillosamente en la arena.
Verderones acuna un arbusto en su regazo.

Un hermano tuyo muere en una tierra encantada


y tus ojos te miran con brillos de acero.
En el aire dorado hay olor a tomillo.
Un niño prende fuego en la aldea.

Los amantes brillan de nuevo entre mariposas


y juegan alegres sobre la piedra y su número.
Los cuervos revolotean sobre un manjar hediondo
y tu frente se petrifica entre la hierba.

Un ciervo muere suavemente entre las espinas del arbusto.


Se desliza hasta ti un claro día de la infancia,
el viento gris que extraviado deambula
disipando olores marchitos en el crepúsculo.

Una vieja canción de cuna te infunde un gran miedo.


Junto al camino, una mujer amamanta piadosamente
a su hijo.
Caminando en sueños escuchas su fuente manar.
Un canto sagrado cae de las ramas de los manzanos.

El pan y el vino bendicen el trabajo duro.


Tu mano plateada busca frutos a tientas.
La difunta Raquel va por la tierra labrada.
Las verduras saludan con delicados gestos.
Bendito también florece el vientre de las pobres muchachas,
que soñando están allí junto al viejo pozo.
Solitarias y alegres por silenciosos caminos
van sin pecado las criaturas de Dios.
DE PROFUNDIS

Hay un campo de rastrojos donde cae una lluvia negra.


Hay un árbol enrojecido que está allí solo.
Hay un viento que susurra entre chozas vacías.
Qué triste atardecer.

A la vera del caserío


la dulce huérfana recoge aún escasas espigas.
Sus ojos redondos y dorados pacen en el crepúsculo
y su seno anhela al esposo celestial.

De regreso a casa
los pastores encontraron el dulce cuerpo
podrido en el espino.

Una sombra soy lejos de oscuras aldeas.


Silencio de Dios
bebí en la fuente del bosque.

Un frío metal golpeo mi frente.


Las arañas buscan mi corazón.
Hay una luz que se apaga en mi boca.

De noche me encontré en un brezal,


cubierto de inmundicia y polvo de estrellas.
En los avellanos
suenan de nuevo ángeles cristalinos.
TROMPETAS

Bajo los sauces despojados, donde juegan niños morenos


y las hojas van a la deriva, suenan trompetas. Fúnebre
escalofrío.
Banderas escarlatas pasan a través del luto del arce.
Jinetes a lo largo de campos de centeno, molinos vacíos.

En la noche cantan los pastores y los ciervos entran


en el círculo de sus fuegos, la antigua tristeza de los bosques,
los bailarines resaltan sobre un muro negro;
banderas escarlatas, risas, delirio, trompetas.
CREPÚSCULO

En el patio, hechizado por la blancura del crepúsculo,


se deslizan a través del otoño los delicados enfermos.
En sus redondas miradas de cera se reflejan tiempos
dorados,
llenos de ensueños, reposo y vino.

Su enfermedad se encierra como un fantasma.


Las estrellas esparcen una blanca tristeza.
En lo gris, lleno de engaños y campanas agitadas,
seres horribles se dispersan en la confusión.

Esperpentos, figuras informes, se escabullen, se agachan


y revolotean por negros caminos que se entrecruzan.
¡Oh! tristes sombras en las paredes.

Los demás huyen por arcadas cada vez más oscuras;


y en la noche se arrojan entre lluvias de sangre,
entre vientos estelares, como ménades furiosas.
ALEGRE PRIMAVERA

Junto al arroyo que vuelve a fluir hacia los campos


recién sembrados,
se agita todavía la caña seca del año pasado.
En lo gris ya se deslizan inesperados sonidos,
un soplo de estiércol caliente pasa de largo.

Los amentos del sauce cuelgan suaves en el viento.


Un soldado canta su triste canción en un sueño.
Una franja de juncos caídos suelta un susurro apagado,
hay un niño de contornos finos y agraciados.

Allí los abedules, el espino negro


y sus formas que se disuelven entre el humo.
Un verde claro emerge junto a lo podrido
y los sapos se han dormido entre los puerros tiernos.

Amo verdaderamente a la ruda lavandera.


El oleaje del cielo todavía lleva crestas doradas.
Un pequeño pez pasa, brilla y se desvanece;
un rostro de cera se pierde entre los alisos.

En los jardines las campanas suenan larga y suavemente;


un pajarito canta como loco.
La joven semilla se abre en silencio y en éxtasis,
y las abejas aún recolectan con seria diligencia.

Ven ya, amor, al trabajador cansado;


un cálido rayo desciende a su choza.
El bosque se extiende a través de la tarde áspera y pálida
y los capullos estallan alegres de vez en cuando.

¡Qué enfermo parece todo lo que está naciendo!


Un aliento febril rodea una aldea;
pero un espíritu sutil llama desde las ramas
y abre y agita el pensamiento.

Una fuente brota y se desliza muy suavemente


y el no nacido se ocupa sólo de su reposo.
Los amantes se abren hacia su estrella
y su aliento fluye dulce a través de la noche.

Tan dolorosamente bueno y verdadero es lo que vive;


y en silencio una vieja piedra te toca:
¡En verdad! Siempre estaré contigo.
¡Oh boca! que tiembla a través del sauce de plata.
SUBURBIO ENTRE VIENTO ALPINO

Por la tarde el lugar yace oscuro y desolado,


el aire está impregnado de un hedor terrible.
El estruendo de un tren desde el arco del puente -
y los gorriones revoloteando sobre arbustos y cercas.

Chozas agazapadas, caminos enmarañados,


en los jardines descuido y caos,
a veces, un lamento surge de la convulsión sofocante,
y entre una multitud de niños vuela un vestido rojo.

Un coro de ratas chilla amorosamente entre la basura.


En cestas las mujeres llevan entrañas,
una vil procesión llena de inmundicia y sarna
avanza desde el crepúsculo.

Y un canal de repente arroja sangre espesa


del matadero al río quieto.
El viento que baja de las montañas inflama los escasos
arbustos
y lentamente el río arrastra sus pardos despojos.

Un susurro que se ahoga en un sueño turbio.


Surgen de los desagües formas inciertas,
tal vez recuerdos de vidas pasadas
que van subiendo y bajando con los vientos cálidos.

Resplandecientes alamedas emergen de las nubes,


llenas de hermosos coches, osados jinetes.
Entonces ves un barco que se hunde en los acantilados
y a veces mezquitas color de rosa.
LAS RATAS

La blanca luna de otoño brilla en el patio.


Sombras extrañas caen desde el borde del tejado.
Un silencio total en las ventanas vacías;
entonces las ratas aparecen suavemente

y pasan chillando de aquí para allá


despidiendo tras ellas un vapor horrible
que las persigue desde las letrinas
y donde la luz de la luna vibra fantasmal.

Y como locas chillan de avidez


invadiendo la casa y el granero,
repletos de fruta y cereal.
Un viento helado aúlla en la oscuridad.
ENSOMBRECIMIENTO
(Primera versión)

La tragedia del mundo va como un espanto por la tarde.


Mosquitos huyen por los oscuros jardines desiertos.
Pequeños destellos vuelan sobre el estiércol quemado,
dos durmientes vacilantes y grises regresan al hogar.

Un niño corre por el prado marchito


y colma de luz sus ojos negros.
Gotas de oro caen sin brillo de los arbustos.
Un viejo gira tristemente en el viento.

En la noche de nuevo sobre mi cabeza


Saturno en silencio dirige un destino miserable.
Un árbol, un perro retrocede en el camino
y el cielo de Dios tiembla negro y deshojado.

Un pececillo se desliza rápido por el arroyo;


y toca suavemente la mano del amigo muerto
y se alisan con ternura su frente y su túnica.
Una luz despierta sombras en las habitaciones.
ENSOMBRECIMIENTO
(Segunda versión)

En la taberna soñando al atardecer,


en jardines desolados y quemados por el otoño
la muerte ebria pasa en silencio y saluda,
en una jaula oscura un tordo canta.

De tal azul un niño sonrosado emerge


con sus ojos negros llenos de alegría.
Gotas de oro caen sin brillo de ramas débiles
pero el viento juega en el follaje rojo.

Brilla Saturno. El arroyo murmura en la oscuridad


y la mano azul del amigo se agita suavemente
y se alisan en silencio su frente y su túnica.
Una luz despierta sombras en el sauco.
SUSURRADO EN LA TARDE

Un sol de otoño, tímido y sutil,


y el fruto cae del árbol.
El silencio colma las habitaciones azules
durante toda la tarde.

Sonidos de metal agonizante;


y un animal blanco que se derrumba.
El canto áspero de jóvenes morenas
vuela con las hojas que caen.

La frente sueña los colores de Dios,


siente las suaves alas de la locura.
Sombras rondan por la colina
rodeadas de negra podredumbre.

Crepúsculo lleno de paz y vino;


rumor de guitarras tristes.
Dulce lámpara interior
a la que vuelves como en un sueño.
SALMO
(A Karl Kraus)

Hay una luz que el viento ha extinguido.


Hay una taberna que un ebrio abandona en la tarde.
Hay una viña quemada y negra con agujeros llenos de
arañas.
Hay un cuarto blanqueado con leche.
El demente ha muerto. Hay una isla de los mares del sur
para recibir al dios del sol. Los tambores resuenan.
Los hombres ejecutan danzas de guerra.
Las mujeres contonean las caderas entre enredaderas y
flores de fuego,
cuando el mar canta. Oh nuestro paraíso perdido.

Las ninfas han abandonado los bosques de oro.


Alguien sepulta al extranjero. Comienza entonces una
lluvia flameante.
El hijo de Pan aparece en la figura de un caminero
que duerme al medio día sobre el asfalto ardiente.
Hay niñas en un patio vestidas con desgarradora pobreza.
Hay salas llenas de sonatas y acordes.
Hay sombras que se abrazan ante un espejo ciego.
En las ventanas del hospital se calientan los convalecientes.
Un barco blanco remonta el canal cargado de plagas
sangrientas.
La hermana extraña aparece de nuevo en los angustiosos
sueños de alguien.
Tendida entre los avellanos juega con las sombras.
El estudiante, tal vez un doble, la sigue con la vista desde
la ventana.
Detrás de él está su hermano muerto, o tal vez baja por
la vieja escalera de caracol.
En la oscuridad de los castaños palidece la figura del joven
novicio.
El jardín está en el ocaso. Los murciélagos revolotean en
el claustro.
Los hijos del portero dejan de jugar y buscan el oro
del cielo.
Acordes finales de un cuarteto. La pequeña ciega corre
temblando por la avenida,
y después su sombra va a tientas por muros fríos, rodeada
de cuentos y leyendas sagradas.

Hay un bote vacío que al anochecer desciende por el canal.


En las tinieblas del viejo asilo, las ruinas humanas se
desmoronan.
Los huérfanos yacen muertos junto al muro del jardín.
De oscuras habitaciones salen ángeles con las alas
manchadas de barro.
Gusanos gotean de sus párpados amarillentos.
La plaza de la iglesia está en penumbra y silencio, como
en los días de la infancia.
Las vidas pasadas andan con pies de plata
y las sombras de los condenados descienden a las aguas
suspirantes.
En su tumba el mago blanco juega con sus serpientes.

Silenciosos sobre el calvario se abren los ojos dorados de


Dios.
CANCIONES DEL ROSARIO

A LA HERMANA

A donde vas llega el otoño y la tarde,


ciervo azul que se oye bajo los árboles,
estanque solitario al anochecer.

Suave se oye el vuelo de los pájaros,


la melancolía sobre el arco de tus ojos.
Suena tu pequeña sonrisa.

Dios ha abierto tus párpados.


Busca estrellas en la noche, niña de Viernes Santo,
el arco de tu frente.

CERCANÍA DE LA MUERTE

La tarde ha ido a las oscuras aldeas de la infancia.


El estanque bajo los sauces
se llena con suspiros viciados de melancolía.

El bosque que en silencio baja los ojos castaños,


de las manos huesudas del solitario
cae la púrpura de sus días de éxtasis.
Oh la cercanía de la muerte. Oremos.
Esta noche se desatan sobre tibias almohadas,
amarillos por el incienso, los lánguidos miembros de
los amantes.

AMÉN

Algo pútrido se desliza por la habitación en ruinas;


sombras sobre papel tapiz amarillo; en espejos oscuros
se curva la tristeza de marfil de nuestras manos.

Perlas rojizas corren a través de los dedos muertos.


En el silencio
se abren los azules ojos de amapola de un ángel.

Azul es también la tarde,


la hora de nuestra muerte, la sombra de Azrael,
que oscurece un jardín.
CREPÚSCULO ESPIRITUAL
(Segunda versión)

Silencioso a la orilla del bosque


aparece un oscuro ciervo;
el viento de la tarde muere suavemente en la colina,

enmudece el lamento del mirlo,


y las dulces flautas del otoño
callan entre los juncos.

Sobre una nube negra


atraviesas ebrio de amapolas
el estanque nocturno,

el cielo estrellado.
Siempre resuena la voz de luna de la hermana
en la noche espiritual.
EN LA COLINA / (CREPÚSCULO ESPIRITUAL)
(Primera versión)

Silencioso a la orilla del bosque


un oscuro animal aparece;
el viento de la tarde muere tranquilamente en la colina,

pronto enmudece el lamento del mirlo,


y las flautas del otoño
callan entre los juncos.

Con espinas de plata


la escarcha nos golpea,
moribundos sobre las tumbas nos inclinamos,

arriba, las nubes azules se deshacen;


de la negra ruina
surgen radiantes los ángeles de Dios.
NACIMIENTO

Montañas: negrura, silencio y nieve.


Rojos descienden del bosque los cazadores;
oh, el musgoso mirar del venado.

El silencio de la madre; bajo negros abetos


se abren las manos adormecidas,
cuando derruida la fría luna aparece.

Oh, el nacimiento del hombre. En la noche


murmura el agua azul en lo profundo de las rocas;
y suspirando descubre su imagen el ángel caído,

alguien pálido despierta en una habitación sofocante.


Dos lunas
brillan en los ojos de la anciana de piedra.

Ay, el grito de la parturienta. Con su ala negra


la noche roza la sien del niño,
nieve que suave cae de una nube púrpura.
ESPANTO

Me vi andando por habitaciones desiertas.


Las estrellas danzaban, locas, sobre el fondo azul,
en los campos los perros ladraban con fuerza,
y un viento salvaje sacudía las copas de los árboles.

Y de pronto: silencio. El tenue resplandor de la fiebre


hace que flores venenosas broten de mi boca,
y desde las ramas cae, como desde una herida,
el rocío, pálido y reluciente, y cae, y cae como sangre.

Del engañoso vacío de un espejo


surge, como aproximándose lentamente
entre el espanto y la oscuridad, un rostro: ¡Caín!

El terciopelo de la cortina susurra muy suavemente,


a través de la ventana la luna mira al vacío,
y heme aquí, a solas con mi asesino.

También podría gustarte