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DESARROLLO TEMARIO RELIGIÓN CATÓLICA

DOMINIO 1: BÍBLICO

1.1.- La Palabra de Dios.

1.1.- Explicar conceptos bíblicos básicos y las relaciones entre ellos: inspiración,
revelación, canon, verdad/inerrancia.
* Inspiración: es el concepto teológico según el cual las obras y hechos de seres
humanos íntimamente conectados con Dios, sobre todo las Escrituras del Antiguo y
Nuevo Testamento, recibieron una supervisión especial del Espíritu Santo, de tal
manera que las palabras allí registradas expresan, de alguna manera, la revelación de
Dios. Ej.: “La Iglesia reconoce que todos los libros de la Biblia, con todas sus partes,
son sagrados y canónicos, en cuanto que, escritos por inspiración del Espíritu Santo,
tienen a Dios como autor y como tales han sido confiados a la Iglesia” (Dei Verbum
11).
* Revelación: En religión y teología, la revelación divina consiste en revelar, descubrir
o hacer algo obvio a través de comunicación activa o pasiva con alguna entidad
sobrenatural. Según con la tradición judeocristiana la revelación puede originarse
directamente a partir de una deidad o a través de algún agente de la misma, como un
ángel.
* Canon: El canon bíblico es el conjunto de libros de la historia del pueblo judío que
la tradición judeocristiana considera divinamente inspirados y que por lo tanto
constituyen la Biblia. El canon bíblico cristiano está constituido por los cánones del
Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento. Existen diferentes opiniones respecto a
la canonicidad de distintos libros de la Biblia como lo son los llamados libros
Deuterocanónicos, algunas religiones los consideran apócrifos.
* Verdad/ Inerrancia: En la teología cristiana, la inerrancia de la Biblia es una doctrina
que consiste básicamente en la falta de error o de fallas en las Sagradas Escrituras, las
que, al ser inspiradas por Dios mismo, siempre dicen la verdad, y no se equivocan

1.2.- Identificar los temas centrales asociados a los diferentes libros que componen
la Biblia
ANTIGUO TESTAMENTO.
GENESIS: La creación; el pecado; penuria y promesa de redención.
EXODO: Salida de Egipto; recepción de la ley mosaica.
LEVITICO: Leyes en cuanto al sacerdocio y los sacrificios.
NUMEROS: Israel en el desierto.
DEUTERONOMIO: Últimas palabras de Moisés a Israel.
JOSUE: Conquista de Canaán (cumplimiento de la promesa).
JUECES: Inconstancia de Israel; paciencia y fuerza de Dios.
RUT: Linaje de Cristo preservado y Dios obrando en una gentil.
I SAMUEL: Reino hebreo establecido bajo Saúl y David.
II SAMUEL: Reinado de David.
I REYES: Reinado de Salomón y división del reino.
II REYES: El reino dividido, degenerado y destruido.
I CRONICAS: Historia del reino hebreo, especialmente bajo David.
II CRONICAS: Reinado de Salomón y división del reino.
ESDRAS: Regreso del cautiverio; reconstrucción del templo.
NEHEMIAS: Reconstrucción de los muros de Jerusalén.
ESTER: Liberación del pueblo por la providencia de Dios.
JOB: Cuando el sufrimiento humano es permitido por Dios.
SALMOS: Alabanzas, oraciones.
PROVERBIOS: Consejos sabios sobre la vida práctica.
ECLESIASTES: Búsqueda de la felicidad y propósito de la vida.
CANTARES: Poema de amor.
ISAIAS: Exhortaciones al arrepentimiento y profecías mesiánicas.
JEREMIAS: Advertencias sobre el cautiverio; profecías mesiánicas.
LAMENTACIONES: Lamentación por la destrucción de Jerusalén.
EZEQUIEL: Visiones sobre la destrucción de Jerusalén.
DANIEL: Cautivos en Babilonia; La soberanía de Dios.
OSEAS: Justicia y amor de Jehová.
JOEL: La venida del Señor; derramamiento del Espíritu Santo.
AMOS: Predicciones del castigo y restauración de Israel.
ABDIAS: Predicción del castigo de Edom.
JONAS: Amor de Dios por el pecador y falta del mismo en Jonás.
MIQUEAS: Predicción de la destrucción de Samaria y Judá.
NAHUM: Predicción de la destrucción de Nínive.
HABACUC: Predicción de la invasión a Judá.
SOFONIAS: Predicción de la destrucción y restauración de Judá.
HAGEO: Exhortación urgente a reconstruir el templo.
ZACARIAS: Reconstrucción del templo y predicciones mesiánicas.
MALAQUIAS: Corrupción e indiferencia religiosa y advertencias.

NUEVO TESTAMENTO.
MATEO: Jesucristo cumple las profecías del A.T.
MARCOS: Las obras del Salvador.
LUCAS: La historia de Jesucristo en forma ordenada.
JUAN: Jesús es el Cristo el Hijo de Dios.
HECHOS: Establecimiento de la Iglesia y sus primeros días.
ROMANOS: Justificación por fe.
I CORINTIOS: La doctrina de la cruz y su aplicación social.
II CORINTIOS: Defensa del apostolado de Pablo.
GALATAS: Constitución de la libertad en Cristo.
EFESIOS: La Iglesia gloriosa.
FILIPENSES: El gozo cristiano.
COLOSENSES: La preeminencia de Cristo.
I TESALONICENSES: La segunda venida de Cristo.
II TESALONICENSES: Predicción de la apostasía.
I TIMOTEO: Rechazar a los falsos maestros.
II TIMOTEO: La sana doctrina.
TITO: La obra del evangelista.
FILEMON: Orientaciones sobre el trato entre siervo y amo.
HEBREOS: Superioridad de Cristo sobre el Antiguo Pacto.
SANTIAGO: La religión práctica.
I PEDRO: Fuerza y ánimo en medio de persecuciones.
II PEDRO: El peligro de las falsas enseñanzas.
I JUAN: El amor, obediencia a Dios y fidelidad a la doctrina.
II y III JUAN: Condenación a falsos maestros y advertencias.
JUDAS: Advertencia contra falsos maestros.
APOCALIPSIS: La victoria de Cristo y el cristiano fiel.

1.3.- Distinguir cuáles son los dos modos a través de los que se entrega la Verdad
Revelada.
Dios «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad»
(1 Tim 2, 4), es decir, de Jesucristo. Es preciso, pues, que Cristo sea anunciado a todos
los hombres, según su propio mandato: «Id y haced discípulos de todos los pueblos»
(Mt 28, 19). Esto se lleva a cabo mediante la Tradición Apostólica. (Catecismo de la
Iglesia Católica # 74)
La Tradición Apostólica es la transmisión del mensaje de Cristo llevada a cabo, desde
los comienzos del cristianismo, por la predicación, el testimonio, las instituciones, el
culto y los escritos inspirados. Los Apóstoles transmitieron a sus sucesores, los obispos
y, a través de éstos, a todas las generaciones hasta el fin de los tiempos todo lo que
habían recibido de Cristo y aprendido del Espíritu Santo. (Catecismo de la Iglesia
Católica # 75-79, 83, 96-98)
La Tradición Apostólica se realiza de dos modos: con la transmisión viva de la Palabra
de Dios (también llamada simplemente Tradición) y con la Sagrada Escritura, que es el
mismo anuncio de la salvación puesto por escrito. (Catecismo de la Iglesia Católica #
76)
76 La transmisión del Evangelio, según el mandato del Señor, se hizo de dos maneras:
- Oralmente: "los Apóstoles, con su predicación, sus ejemplos, sus instituciones,
transmitieron de palabra lo que habían aprendido de las obras y palabras de Cristo
y lo que el Espíritu Santo les enseñó";
- Por escrito: "los mismos Apóstoles y los varones apostólicos pusieron por escrito
el mensaje de la salvación inspirados por el Espíritu Santo" (DV 7).

1.4.- Establecer las diferencias de la Verdad revelada a través de la Tradición y de


las Sagradas Escrituras.
La tradición apostólica es la historia cristiana, de seguimiento de la biblia, es la
información histórica que le falta a la biblia, es oral y escrita. Son los miles de hechos
históricos de la obra de nuestro Señor Jesucristo que no menciona la biblia. Desde los
sacramentos que instituyó hasta la veneración de la Virgen María. Así como la
institución del papado obispado sacerdocio por nuestro Señor Jesucristo.
La tradición muestra muchas cosas que no vienen en la biblia. Que los evangelistas no
escribieron en ella. Por decir así el cincuenta por ciento de la historia cristiana y obra
de Cristo viene reseñada en la biblia y más del 60 por ciento de la información cristiana
está en la tradición apostólica e histórica.
La tradición apostólica son costumbres humanas (1) la Palabra es revelación de Dios.
La tradición apostólica se centra en el desarrollo de una cultura, en cambio la Palabra
es transversal y universal, pudiendo ser adoptada por todos los que lo deseen.
Las sagradas escrituras es LA BIBLIA, es la palabra de Dios que se escribió.
El cristianismo se inició con los apóstoles de Jesús y ellos empezaron a evangelizar sin
biblia en mano, ya que aún no se escribían los libros del Nuevo Testamento. Entonces
esa doctrina de los apóstoles se ha venido transmitiendo de generación en generación
hasta nuestros días. Es por eso la tradición apostólica, lo que no se escribió en la Biblia
pero que los apóstoles de Jesús fueron testigos. Y éstos a su vez transmitieron a sus
sucesores.

1.5.- Organizar los principales acontecimientos en la historia de la Salvación


presentes en la Biblia, comprendiendo la lógica que subyace a este ordenamiento.
Desde el principio, Dios se manifiesta a Adán y Eva, nuestros primeros padres, y les
invita a una íntima comunión con Él. Después de la caída, Dios no interrumpe su
revelación, y les promete la salvación para toda su descendencia. Después del diluvio,
establece con Noé una alianza que abraza a todos los seres vivientes. (Catecismo de la
Iglesia Católica # 54-58 y 70-71)
Dios escogió a Abram llamándolo a abandonar su tierra para hacer de él «el padre de
una multitud de naciones» (Gn 17, 5), y prometiéndole bendecir en él a «todas las
naciones de la tierra» (Gn 12,3). Los descendientes de Abraham serán los depositarios
de las promesas divinas hechas a los patriarcas. Dios forma a Israel como su pueblo
elegido, salvándolo de la esclavitud de Egipto, establece con él la Alianza del Sinaí, y
le da su Ley por medio de Moisés. Los Profetas anuncian una radical redención del
pueblo y una salvación que abrazará a todas las naciones en una Alianza nueva y eterna.
Del pueblo de Israel, de la estirpe del rey David, nacerá el Mesías: Jesús. (Catecismo
de la Iglesia Católica # 54)
La plena y definitiva etapa de la Revelación de Dios es la que Él mismo llevó a cabo
en su Verbo encarnado, Jesucristo, mediador y plenitud de la Revelación. En cuanto
Hijo Unigénito de Dios hecho hombre, Él es la Palabra perfecta y definitiva del Padre.
Con la venida del Hijo y el don del Espíritu, la Revelación ya se ha cumplido
plenamente, aunque la fe de la Iglesia deberá comprender gradualmente todo su alcance
a lo largo de los siglos.

1.6.- Relacionar las verdades del credo apostólico con textos bíblicos.
Cada Domingo proclamamos con gozo el Credo durante la celebración de la Eucaristía.
Así lo hemos hecho por muchos siglos. En este tiempo de tanta confusión con iglesias
y sectas apareciendo como un mercado religioso, es importante descubrir que lo que
los católicos creemos es la fe de siempre, es el Credo de la Biblia.
• Creo en Dios. "Nuestro Dios es el único Señor" (Deuteronomio 6,4;Mc 12,29)
• Padre Todo Poderoso. "Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios"
(Lucas 18,27).
• Creador del Cielo y la Tierra. "En el comienzo de todo, Dios creó el cielo y la
tierra"(Génesis 1,1).
• Creo en Jesucristo. "El es el resplandor glorioso de Dios, la imagen misma de lo que
Dios es" (Hebreos 1,3).
• Su unico Hijo. "Pues Dios amo tanto al mundo, que dio a su Hijo Unico, para que todo
aquel que crea en él no muera, sino que tenga vida eterna" (Juan 3,16).
• Nuestro Señor. "Dios lo ha hecho Señor y Mesías" (Hechos 2,36).
• Que fue concebido por obra y gracia del Espiritu Santo. "El Espíritu Santo vendrá
sobre ti, y el poder del Dios altísimo descansará sobre ti como una nube. Por eso, el
niño que va a nacer será llamado Santo e Hijo de Dios" (Lucas 1,35).
• Nacio de Santa Maria Virgen. "Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el
Señor había dicho por medio del profeta: ‘la Virgen quedará encinta y tendrá un hijo,
al que pondrá por nombre Emmanuel´ (que significa "Dios con nosotros")" (Mateo
1,22-23).
• Padecio bajo el poder de Poncio Pilato. "Pilato tomó entonces a Jesús y mandó
azotarlo. Los soldados trenzaron una corona de espinas, la pusieron en la cabeza de
Jesús, y lo vistieron con una capa de color rojo oscuro" (Juan 19,1-2).
• Fue crucificado. "Jesús salió llevando su cruz, para ir al llamado ‘lugar de la Calavera´
(o que en hebreo se llama Gólgota). Allí lo Crucificaron, y con él a otros dos, uno a
cada lado. Pilato mandó poner sobre la cruz un letrero, que decía: ‘Jesús de Nazaret,
Rey de los judíos" (Juan 19,17-19).
• Muerto y sepultado. "Jesús gritó con fuerza y dijo: -¡Padre en tus manos encomiendo
mi espíritu! Y al decir esto, murió (Lucas 23,46). Después de bajarlo de la cruz, lo
envolvieron en una sábana de lino y lo pusieron en un sepulcro abierto en una peña,
donde todavía no habían sepultado a nadie (Lucas 23,53).
• Desendio a los infiernos. "Como hombre, murió; pero como ser espiritual que era,
volvió a la vida. Y como ser espiritual, fue y predicó a los espíritus que estaban presos"
(1Pedro 3,18-19).
• Al tercer dia resucito de entre los muertos. "Cristo murió por nuestros pecados, como
dicen las Escrituras, que lo sepultaron y que resucitó al tercer día" (1Corintios 15, 3-4).
• Subio a los cielos, y esta sentado a la derecha del Padre Todopoderoso. "El Señor
Jesús fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios" (Marcos 16,19).
• Desde ahi ha de venir a juzgar a vivos y muertos. "El nos envió a anunciarle al pueblo
que Dios lo ha puesto como juez de los vivos y de los muertos" (Hechos 10,42).
• Creo en el Espiritu Santo. "Porque Dios ha llenado con su amor nuestro corazón por
medio del Espíritu Santo que nos ha dado" (Romanos 5,5).
• Creo en la iglesia que es una. "Para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo
en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has
enviado".(Jn 17,21; Jn 10,14; Ef 4,4-5)
• Santa. "La fe confiesa que la Iglesia... no puede dejar de ser santa(Ef 1,1). En efecto,
Cristo, el Hijo de Dios, a quien con el Padre y con el Espíritu se proclama ´el solo
santo´, amó a su Iglesia como a su esposa(Ef 5,25). Él se entregó por ella para
santificarla, la unió a sí mismo como su propio cuerpo y la llenó del don del Espíritu
Santo para gloria de Dios" (Ef 5,26-27). La Iglesia es, pues, "el Pueblo santo de Dios"
(1 Pe 2,9), y sus miembros son llamados "santos" (Hch 9, 13; 1 Co 6, 1; 16, 1).
• Catolica. "Y yo te digo que tu eres Pedro, y sobre esta piedra voy a construir mi iglesia;
y ni siquiera el poder de la muerte podrá vencerla" (Mateo 16,18). Posee la plenitud
que Cristo le da(Ef 1,22-23).Es católica porque ha sido enviada por Cristo en misión a
la totalidad del género humano (cf Mt 28, 19)
• Y Apostolica. El Señor Jesús dotó a su comunidad de una estructura que permanecerá
hasta la plena consumación del Reino. Ante todo está la elección de los Doce con Pedro
como su Cabeza (cf. Mc 3, 14-15); puesto que representan a las doce tribus de Israel
(cf. Mt 19, 28; Lc 22, 30), ellos son los cimientos de la nueva Jerusalén (cf. Ap 21, 12-
14). Los Doce (cf. Mc6, 7) y los otros discípulos (cf. Lc 10,1-2) participan en la misión
de Cristo, en su poder, y también en su suerte (cf. Mt 10, 25; Jn 15, 20). Con todos estos
actos, Cristo prepara y edifica su Iglesia.2 Tim 2,2
• Creo en la comunion de los Santos. "Después de esto, miré y vi una gran multitud de
todas las naciones, razas, lenguas y pueblos. Estaban en pie delante del trono y delante
del Cordero, y eran tantos que nadie podía contarlos" (Apocalipsis 7,9).
• El perdon de los pecados. "A quienes ustedes perdonen los pecados, les quedarán
perdonados" (Juan 20,23).
• La resurreccion. "Cristo dará nueva vida a sus cuerpos mortales" (Romanos 8,11).
• Y la vida eterna. "Allí no habrá noche, y los que allí vivan no necesitarán luz de
lampara ni luz del sol, porque Dios el Señor les dará su luz, y ellos reinarán por todos
los siglos" (Apocalipsis 22,5).
• AMEN. "Así sea. ¡Ven, Señor Jesús!" (Apocalipsis 22,20).

1.7.- Inferir el sentido simbólico de algunos textos de la Sagrada Escritura.


LENGUAJE POÉTICO: Un lugar privilegiado del simbolismo es el lenguaje poético,
y como una parte considerable de la Biblia está constituida por textos poéticos, resulta
claro que el simbolismo ocupa en ella un sitio de primordial importancia. La Biblia,
dice Maurice Cocagnac, es capaz de utilizar todas las formas de simbolismo para
expresar las bellezas de la creación y las miserias de una humanidad inquieta y muchas
veces pervertida.
Los relatos antiguos, los mensajes proféticos y los escritos sapienciales han sabido
utilizar, además, lo que a veces se ha definido como la parte débil del símbolo: su
ambivalencia. Las cosas hablan, pero pueden sugerir realidades divergentes, positivas
o negativas. El agua, por ejemplo, entraña un poder multiforme de simbolización: por
una parte, quita la sed y brota de la fuente que siembra la vida a su paso; por la otra, es
una fuerza que irrumpe, inunda y destruye. Como elemento de vida o de muerte, es
también indeterminada en su simbolismo, hasta que una u otra de sus virtualidades se
actualiza en la fuente de agua viva o en las lluvias torrenciales del diluvio. Lo mismo
sucede con los otros grandes símbolos cósmicos: la luz ilumina pero también encandila
y enceguece; el fuego calienta en el hogar pero arde y consume con furia en el incendio;
el vino alegra el corazón pero bebido con exceso embriaga y lleva a la locura; el amor
es fecundo pero la pasión desbordada puede ser mortal.
El viento es otro fenómeno rico en significados simbólico. Ante todo, es el soplo que
hace posible la respiración, de manera que el último suspiro abre las puertas de la
muerte. Transferido a Dios, es el aliento vital y la potencia de vida por excelencia, que
renueva todas las cosas (Sal 104.30) y hasta reanima los huesos calcinados(Ez 37.1-
14). Ese soplo del Señor da la vida, y su efecto no es solamente la corriente de vida
orgánica, sino también la actividad consciente, la inteligencia y el amor. De ahí la
potencia del Ruaj ,esa energía divina que interviene en la Biblia de distintas maneras y
que en el Nuevo Testamento se manifiesta con rasgos personales y se llama Espíritu
Santo. También es interesante señalar la presencia del elemento simbólico en la
celebración de la Eucaristía. Este sacramento ha sido objeto de una larga reflexión
cristiana y de numerosos debates. Católicos y protestantes no siempre están de acuerdo,
porque los primeros insisten en afirmar la presencia «real» de Cristo en el pan y el vino
ofrecidos y consagrados, y los otros se inclinan más bien a considerar la Cena como un
acto «simbólico». Una vez más se opone lo «simbólico» a lo «real» como los dos
términos de una antinomia, cuando en realidad son tan esenciales uno como el otro.
Lenguaje Metafórico: A veces el carácter metafórico de una expresión se pone en
evidencia de inmediato. Cuando el salmista invoca a Yahvé llamándolo «mi Roca» o
«mi Luz» o cuando el profeta declara que «el Señor ha puesto su mano» sobre él, es
obvio que están empleando un lenguaje metafórico.[2] Pero otra veces el trasfondo
metafórico de una expresión pasa desapercibido: se ha producido el fenómeno que los
lingüistas llaman «lexicalización» y la metáfora ha quedado de tal modo incorporada al
sistema de la lengua que ya nadie (o casi nadie) advierte su presencia.
La presencia de estos dos términos («el Señor es mi luz» «el Señor es mi Roca») ha
llevado a definir la metáfora como una sustitución: «La metáfora (metáfora), dice
Aristóteles, consiste en dar a una cosa un nombre que pertenece a otra cosa,
produciéndose así la transferencia (epiforá) del género a la especie, o de la especie al
género, o de la especie a la especie, o con base en la analogía»
Enunciado metafórico: Otra forma que pueden asumir las metáforas podría
caracterizarse como «enunciado metafórico». Si se examina, por ejemplo, el mensaje
escatológico de Juan el Bautista tal como lo refieren los evangelios sinópticos
(especialmente Mateo y Lucas), se ve de inmediato que casi en su totalidad está
expresado por una serie de metáforas: “raza de víboras; produzcan el fruto de una
sincera conversión; el hacha ya está puesta a la raíz de los árboles; el árbol que no
produce fruto será cortado y arrojado al fuego; el juez tiene en su mano la horquilla y
se apresta a limpiar su era; recogerá el trigo en el granero y quemará la paja en el fuego
inextinguible.” La autenticidad de la conversión se manifiesta en los «frutos» que
produce; las imágenes del «hacha» y de la «horquilla» se refieren al juicio de Dios; la
separación de buenos y malos se asimila al trabajo del agricultor en la era, cuando
separa la paja del grano. En todos estos casos, hay semejanzas y diferencias,
sustituciones y desplazamientos de sentido. Pero sería inútil tratar de reducirlo todo al
esquema «A es B» o «A en lugar de B» porque los términos que permiten dar su
verdadero sentido a las metáforas (conversión, juez, juicio de Dios) se entremezclan de
forma tan inextricable con las expresiones metafóricas que es imposible reducir el
proceso a un esquema tan claro y distinto. La metáfora está en el enunciado completo
y no en una de sus partes.
Los tropos: metáfora, metonimia y sinécdoque:
El marco cultural de las metáforas. Hay metáforas que se encuentran en las culturas
más diversas con significados más o menos parecidos. Así, cuando David dice a Saúl:
¿A quién persigues? ¡A un perro muerto, a una pulga! (1 S 24.15), la metáfora puede
ser traducida al castellano sin inconveniente (cf. 1 S 17.43; 2 S 3.8; 9.8; Is 56.11; Sal
59.7,15; Mt 7.6; Flp 3.2; Ap 22.15).
La Biblia menciona con frecuencia al león, tanto en sentido positivo como negativo.
Dios es comparado a un león por su poder y justicia; la tribu de Judá es como un
cachorro de león (Gn 49.9), y el mismo Cristo es llamado León de Judá (Ap 5.5). Pero,
en sentido contrario, también se identifica al demonio con un «león rugiente» que «anda
buscando a quien devorar» (1 P 5.8).

1.8.- Asociar determinados hechos presentados en la Biblia con su sentido


soteriológico.
RECORDEMOS: ¿QUE ES SOTERIOLOGICO?
SOTERIOLOGIA: Doctrina referente a la SALVACION en el sentido de la Religión
cristiana.
Es la rama de la Teología que estudia la salvación y proviene del griego
SALVACION: El cristianismo acepta la Salvación como la liberación de la esclavitud,
del pecado y de la condenación, resaltando en la vida eterna con Dios, dentro de su
reino. Cristo hace que se le denomine Salvación.
Hechos presentados en la Biblia con su sentido soteriológico. “Debemos entender que
la obra entera por la cual los hombres son salvados de su estado natural de pecado y de
ruina, y son transportados al reino de Dios y hechos herederos de la felicidad eterna, es
de Dios, y únicamente de Él. ‘La salvación es de Jehová’ (Jonás 2:9)”
Todos los cristianos tienen una soteriología.
Los cristianos en teoría estamos de acuerdo en la verdad de que somos salvados sólo
por fe, sólo en cristo, sólo para la gloria de Dios y sólo por gracia. Digo en teoría,
porque en la práctica la historia es distinta debido a conceptos errados que manejan
muchas personas.
Por ejemplo: algunos dicen creer que la salvación es solo por gracia, pero en realidad
no creen ni interpretan correctamente lo que dice la Biblia sobre la gracia de Dios. Por
la fe en Jesús, y por tanto en Su obra, somos librados del justo castigo que merecemos
(Romanos 3:25-26). También estamos de acuerdo en que hay un cielo y un infierno, y
en varios otros puntos de nuestra fe. Sin embargo, la Biblia habla mucho más sobre
cómo Dios salva a pecadores. Prácticamente toda la Palabra está llena de información
al respecto. La soteriología importa porque Dios importa. Un cristiano ama realmente
a Dios porque el amor ha sido derramado en Su corazón (Romanos 5:5). Ama a Dios
porque Él le ha amado primero (1 Juan 4:10). Cuanto más ama a Dios, más lo quiere
conocer y amarlo. Dios es aquello que Su alma desea por encima de todo lo demás
(Salmos 63:1).
Este Dios único y glorioso se ha revelado en la forma en que Él salva a pecadores. En
la manera en que Él nos salva, nos muestra atributos de Él (Su justicia, santidad,
sabiduría, omnipotencia, misericordia, etc.) y rasgos de Su gloria.
Por tanto, la soteriología importa porque Dios importa.Es por eso que la soteriología es
una parte esencial del conocimiento cristiano, y cuanto más sólida y bíblica es nuestra
soteriología y reconocemos la verdad, más vamos a vivir como Dios quiere que
vivamos ya que todo lo que Dios nos ha revelado en Su Palabra es con este fin (2
Timoteo 3:16-17).
El impacto de la soteriología en nuestras vidas.
La soteriología afecta cada área de nuestras vidas porque el verdadero evangelio afecta
cada área de nuestras vidas2). Un conocimiento profundo, no solo en nuestras mentes,
sino en nuestros corazones, de cómo obra la gracia de Dios, tiene un gran impacto en
la forma en que vivimos la vida cristiana
“Cuanto más contemplamos a Dios y cómo Él nos salva, nuestros corazones son llenos
de agradecimiento”
Cuanto más contemplamos a Dios y cómo Él nos salva, nuestros corazones son llenos
de agradecimiento, crecemos en humildad, estamos más aptos para toda buena obra y
descansamos más en Su amor y Soberanía. Vivimos para Su gloria y con un gozo más
sólido.
El apóstol Pablo, dirigido por el Espíritu Santo, nos enseña:
“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda
bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes
de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en
amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo,
según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual
nos hizo aceptos en el Amado” (Efesios 1:3-6). Dios nos salva para que le alabemos en
agradecimiento… ¿Y cómo vamos a hacer eso si no conocemos y admitimos lo que Él
ha revelado en Su Palabra sobre cómo Su gracia obra en nuestras vidas? ¿Cómo
agradeceremos a Dios y confiaremos más en Él, si no sabemos todo lo que Él quiere
que sepamos que hizo por nosotros y por lo cual necesitamos agradecerle?

Lecturas Bíblicas relacionadas


Jonás 2:9 Reina-Valera 1960 (RVR1960)
9 Más yo con voz de alabanza te ofreceré sacrificios; Pagaré lo que prometí. La
salvación es de Jehová. M
Romanos 3:25-26 Reina-Valera 1960 (RVR1960)
25 a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar
su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados,
26 con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el
que justifica al que es de la fe de Jesús.
Romanos 5:5 Reina-Valera 1960 (RVR1960)
5 y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.
1 Juan 4:10 Reina-Valera 1960 (RVR1960)
10 En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él
nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.
Salmos 63:1 Reina-Valera 1960 (RVR1960)
Dios, Dios mío eres tú; De madrugada te buscaré; Mi alma tiene sed de ti, mi carne te
anhela, En tierra seca y árida donde no hay aguas,
Juan 17:3 Reina-Valera 1960 (RVR1960)
3 Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo,
a quien has enviado.”

1.9.- Reconocer diferentes acontecimientos de la Biblia como hitos de la Historia


de Salvación.

HISTORIA DE LA SALVACIÓN. LÍNEA DEL TIEMPO


Línea de tiempo con la Historia de la Salvación. Podemos encontrar los
acontecimientos salvíficos recogidos en el texto bíblico desde Abraham hasta el
nacimiento de Jesús.
ETAPA DE LOS PATRIARCAS

Dios llama a Abraham, el primero de los patriarcas, para pedirle que deje su país y se
dirija a la tierra que Él le mostrará. Abraham fue padre de Isaac, Isaac fue padre de Esaú
y Jacob. Jacob tuvo 12 hijos que dieron origen a las 12 tribus de Israel. Algunos clanes
o tribus descendientes de los patriarcas tuvieron que emigrar a Egipto para sobrevivir.

ESCLAVITUD EN EGIPTO. ÉXODO. ETAPA DE LA CONQUISTA

Los israelitas permanecieron en Egipto 400 años. Al principio, los israelitas vivían
pacíficamente, pero más tarde fueron hechos esclavos por el faraón de Egipto y
utilizados como mano de obra para la construcción de las grandes obras públicas. De
todos los israelitas Dios escogió a Moisés, y desde una zarza ardiente le comunicó que
debería liberar al pueblo de la esclavitud de Egipto. Así, guiado por Moisés el pueblo
fue liberado, celebraron la primera Pascua y caminaron por el desierto durante 40 años
hasta llegar a la tierra prometida. En el monte Sinaí, Dios le entregó a Moisés los 10
Mandamientos, con los que se sellaba la Alianza de Dios con su Pueblo. Al llegar a la
tierra prometida, los israelitas la encontraron ocupada. Dios eligió a Josué como sucesor
de Moisés, y lo puso al frente del pueblo. Después de muchos años de luchas se logró
la conquista. El pueblo se dividió en 12 tribus y Dios eligió a los Jueces para
conducirlas.

1.10.- Vincular episodios bíblicos con los personajes que intervinieron en ellos.

Antiguo Testamento
Noé: Noé fue el constructor de la enorme arca que salvó a seres humanos y a animales
de la destrucción cuando un diluvio global cubrió la tierra.
Abraham: Patriarca del pueblo israelita, Abraham dejó su tierra natal y llevó a su
familia y a sus pertenencias a una tierra desconocida que Dios le prometió que algún
día pertenecería a sus descendientes. Su hijo Isaac nació cuando Abraham tenía 99 años
de edad.
Sara: Como esposa de Abraham, Sara dio a luz a Isaac cuando ella tenía 90 años de
edad.
Isaac: Heredero del patrimonio de Abraham, Isaac recibió el legado familiar de esperar
el cumplimiento de las promesas de Dios. Se casó con Rebeca, quien dio a luz a Jacob
y a Esaú.
Jacob: Hijo de Isaac, Jacob engañó a su hermano mellizo Esaú quitándole el derecho
de primogenitura, y más tarde cambió su nombre por Israel. Las doce tribus de Israel
provienen de Jacob con sus esposas Raquel y Lea.
José: Como hijo favorito de Jacob, José se convirtió en víctima de los celos de sus
hermanos. Estos simularon su muerte y lo entregaron como esclavo rumbo a Egipto,
donde tiempo después llegó a ocupar una posición de poder y de influencia. Su familia
extendida se trasladó más tarde a Egipto por causa de una hambruna, y vivieron allí
durante muchos años.
Moisés: Fue criado en un hogar egipcio después de que su madre lo escondiera al nacer
en un canasto que colocó en el río. Con el tiempo, después de varias confrontaciones
con el faraón sacó a los israelitas de Egipto. Los guió a la Tierra Prometida, les dio los
Diez Mandamientos, y les enseñó las leyes de Dios.
Aarón: Era hermano de Moisés, y fue el primer sumo sacerdote de Israel. Ayudó a
Moisés a hablar ante el faraón, haciendo uso de su gran elocuencia.
Josué: Josué, uno de los líderes más confiables de Moisés, fue quien guió a los israelitas
para entrar en la Tierra Prometida, después de la muerte de Moisés.
Rahab: Una prostituta que vivía en Jericó. Escondió a dos israelitas que habían entrado
a espiar la ciudad antes de conquistarla. Hizo un acuerdo con ellos para que no la
mataran cuando invadieran, y más tarde se integró al campamento israelita. Rahab fue
ancestro de Jesús.
Gedeón: Dios usó a un hombre tímido llamado Gedeón para guiar a un ejército
verdaderamente pequeño para derrotar a una nación enemiga, los madianitas. De este
personaje bíblico toma su nombre nuestra organización.
Sansón: Sansón era conocido por su larga cabellera, su fuerza extraordinaria, y su
debilidad por las mujeres hermosas. Fue usado por Dios para defender a su pueblo
contra los filisteos, pero finalmente encontró su fin cuando se enamoró de una mujer
que lo engañó para que le revelara el secreto de su fuerza.
Rut: Otra mujer ancestro de Jesús, su historia nos enseña sobre la lealtad, la fe, y el
amor.
Samuel: El profeta Samuel ungió a los dos primeros reyes de Israel, y también sirvió
como su consejero.
Saúl: Saúl, primer rey de Israel, se levantó desde sus orígenes sencillos para gobernar
a su pueblo. Sin embargo, se volvió cada vez más desconfiado de un joven llamado
David, y más tarde se suicidó durante una batalla.
David: Cuando niño era pastor de ovejas, y al crecer llegó a ser uno de los reyes más
famosos y queridos de Israel. Componía canciones, era guerrero, y es de quien las
Escrituras dicen que fue “un hombre conforme al corazón de Dios”. David también fue
ancestro de Jesús.
Salomón: Uno de los hijos de David, Salomón tuvo reputación en toda la región por su
extraordinaria sabiduría, riqueza, y poder. También llevó a cabo la construcción del
primer templo de Israel.
Ester: Ester, una mujer judía, ganó un concurso especial (aunque no se presentó
voluntariamente) y se convirtió en reina de Persia. Su historia de valentía y de lealtad
es el sustento de la celebración de Purim en la tradición judía.
Jonás: Como profeta del reino de Israel, Jonás es conocido porque lo tragó un pez
cuando trataba de huir y evitar lo que Dios le había mandado a hacer.
Daniel: Siendo joven Daniel fue llevado al exilio en Babilonia, donde lo entrenaron
para servir en la corte real. Una de sus principales características era su inquebrantable
voluntad de no comprometer sus convicciones religiosas para satisfacer las leyes
babilonias. Daniel también se hizo famoso por interpretar sueños y ascendió hasta ser
una de las personalidades más importantes en la corte.

Nuevo Testamento
Jesucristo: De principio a fin, este libro se ocupa del hombre llamado Jesús. La razón
esencial por la que fue escrito es explicar quién fue, de dónde vino, y porqué necesitas
conocerlo. Su historia transformará tu manera de ver tu vida y tu futuro.
María: La madre de Jesús era del linaje del rey David y vivía en Nazaret. Estaba
comprometida para casarse con José, cuando quedó embarazada por el Espíritu Santo.
Juan el Bautista: Juan era primo de Jesús y sirvió como profeta preparando al pueblo
para la llegada del Cristo. El ministerio público de Jesús comenzó cuando Juan lo
bautizó en el río Jordán. Mateo 3:1
Mateo: El autor del primer libro en el Nuevo Testamento era cobrador de impuestos en
Capernaúm, y uno de los discípulos cercanos a Jesús.
Pedro: Igual que varios de los discípulos, Pedro era pescador de oficio. Él y su hermano
Andrés habían sido discípulos de Juan el Bautista. Cuando vino Jesús, Pedro reconoció
que era el Mesías y decidió seguirlo. Más adelante Pedro se convertiría en uno de los
discípulos íntimos de Jesús y una figura clave en la iglesia primitiva.
Juan: Autor del cuarto Evangelio, hijo de Zebedeo, pescador en el Lago de Galilea, y
hermano de Jacobo, también uno de los apóstoles. Pedro, Jacobo y Juan conformaron
el círculo íntimo de los amigos de Jesús, aunque a Juan le correspondió la distinción de
ser “el discípulo a quien Jesús amaba”.
Judas Iscariote: Judas, también un apóstol, es principalmente recordado por su acto de
traición. Por treinta piezas de plata arregló entregar a Jesús a los principales sacerdotes
en Jerusalén.
María Magdalena: Fue una de las mujeres más cercanas a Jesús en los años de su
ministerio. Después de que Jesús la liberó de siete demonios, María se convirtió en su
discípula, viajó con él y le brindó apoyo. Ella fue testigo de su muerte y fue el primer
testigo de su resurrección.
Herodes: Se mencionan varios reyes judíos de nombre Herodes, y cada uno de ellos
tuvo una parte en la historia: desde la matanza de los infantes cuando nació Jesús, la
decapitación de Juan el Bautista, hasta el juicio de Jesús y el del apóstol Pablo.
Pablo: Judío, nacido en Tarso, originalmente se llamaba Saulo y en el libro de Hechos
aparece primero como el testigo del apedreamiento de Esteban. Entonces se convirtió
en un fanático perseguidor de los cristianos. Después, camino a Damasco, se encontró
con Cristo y su vida cambió de manera radical. Muchos de los libros del Nuevo
Testamento fueron escritos por Pablo, como cartas a las iglesias que él había fundado.
Lucas: El autor del tercer Evangelio probablemente era de origen gentil, instruido en
la cultura griega, médico de profesión, compañero de Pablo en varias ocasiones, y un
amigo leal que permaneció con él cuando otros lo habían abandonado.
Priscila: Mujer hospitalaria y generosa, Priscila fue una de las primeras cristianas
misioneras. Ella y su esposo Aquila eran originarios de Roma, pero viajaban
extensamente y hablaban acerca de Jesús.
Timoteo: Nativo de Listra (la actual Turquía), Timoteo fue amigo, compañero, y colega
de misión del apóstol Pablo. Cuando Pablo estuvo preso esperando sentencia, pidió a
Timoteo que viniera a estar con él.

1.11.- Reconocer el aporte histórico y el rol protagónico en la Historia de


Salvación de determinados personajes bíblicos (Abraham, Moisés, Josué, David,
Salomón, entre otros).
ABRAHAM: Abraham fue el padre de Ismael e Isaac, considerándosele según la
tradición bíblica ser el fundador del judaísmo. Jacob, hijo de Isaac y nieto de Abraham,
tuvo doce hijos que fundaron las doce tribus de Israel. ... Judíos, cristianos y
musulmanes perciben en Abraham al Padre de los Creyentes. Abraham (Ibrahim) (en
hebreo: ‫ב ָרהָ םאַ‬,
ְ Avraham; en árabe ‫اﺑراھﯾم‬, Ibrāhīm), originalmente Abram, es el
primero de los tres Patriarcas del Judaísmo. Su historia es contada en todos los textos
sagrados de las religiones abrahámicas y juega un papel importante como ejemplo de
fe en el judaísmo, cristianismo e islam.
La narrativa bíblica gira en torno a los temas de la posteridad y la tierra. Abraham es
llamado por Dios a dejar la casa de su padre, Taré, y establecerse en la tierra dada
originalmente en Canaán, pero que ahora Dios le promete a Abraham y su
descendencia. Se presentan varios candidatos que podrían heredar la tierra después de
Abraham, pero todos son rechazados en favor a Isaac, su hijo con su media-hermana
Sara. Abraham compra una tumba (la Tumba de los Patriarcas) en Hebrón para ser la
tumba de Sara, estableciendo así su derecho a la tierra; en la segunda generación su
heredero Isaac contrae matrimonio con una mujer de sus propios parientes, excluyendo
así a los cananeos de cualquier herencia. Abraham, tiempo después, contrae matrimonio
con Cetura y tiene seis hijos más, pero en su muerte, cuando es enterrado al lado de
Sara, es Isaac quien recibe "todos los bienes de Abraham", mientras los otros hijos
reciben solo "regalos".3
La historia de Abraham no puede ser relacionada con exactitud a ningún tiempo
específico, aunque es ampliamente reconocido que la Era Patriarcal, junto al Éxodo y
el periodo de jueces, es una construcción literaria tardía que no se relaciona con ningún
periodo específico de la Historia.4[fuente cuestionable] Una hipótesis sostiene que
fue compuesta en el periodo Persa temprano (finales del siglo VI a.C.) como
resultado de las tensiones entre terratenientes judíos que habían permanecido en Yehud
durante el cautiverio de Babilonia y trazaron su derecho de tierra a través de su "padre
Abraham", y los exiliados que regresaron que basaron sus demandas en Moisés y la
tradición del Éxodo.5[fuente cuestionable]
MOISES: Moisés(‫ ) מֹ שֶׁ ה‬Según la Biblia era hijo de Amram y su mujer Jokébed . Es
definido por la Torá (el texto sagrado del judaísmo) como el hombre encomendado por
el Dios Hashem (Yahvé) para liberar al bíblico pueblo hebreo de la esclavitud en Egipto
y como su máximo profeta y legislador.
Para el judaísmo, Moisés es el hombre encomendado por Dios para liberar al pueblo
hebreo de la esclavitud en Egipto y conducir el Éxodo hacia la Tierra prometida, siendo
por ello el primer profeta y legislador de Israel. Moisés. Significado del nombre
Moisés: Moisés es un nombre propio masculino que proviene del hebreo aunque
también puede tener ascendencia egipcia cuyo significado es 'El que es salvado de las
aguas Moisés'.
JOSUE: A Josué se le conoce mejor como el segundo al mando de Moisés, quien
toma el mando y conduce a los israelitas a la tierra prometida después de la muerte de
Moisés. Josué es considerado como uno de los más grandes líderes militares de la biblia
por liderar los siete años de la conquista de la tierra prometida, y a menudo se presenta
como un modelo para el liderazgo y una fuente de aplicación práctica sobre cómo ser
un líder efectivo. Veamos su vida desde una perspectiva bíblica. Como un líder militar,
Josué sería considerado uno de los mayores generales de la historia humana, pero sería
un error reconocer la victoria de Israel exclusivamente a la habilidad a Josué como un
general militar. La primera vez que vemos a Josué es en Éxodo 17, en la batalla contra
los amalecitas. Éxodo 17:13 nos dice que Josué "deshizo a Amalec y a su pueblo" y,
por lo tanto, estamos tentados a concluir que la pericia militar de Josué salvó la
situación. Sin embargo, en este pasaje vemos que ocurre algo extraño. En el
versículo 11, leemos: "Y sucedía que cuando alzaba Moisés su mano, Israel prevalecía;
mas cuando él bajaba su mano, prevalecía Amalec".
Finalmente, los brazos de Moisés se cansaron tanto, que tuvieron que traer una piedra
para que se sentara y Aarón y Hur sostuvieron sus manos. Por consiguiente, vemos en
esta historia que Josué prevaleció porque Dios les dio la batalla.
Lo mismo puede decirse de las victorias militares en la tierra prometida. El Señor había
prometido una victoria segura y la entregó de manera convincente. La única excepción
es en la batalla de Hai (Josué 7). Hay varias cosas a tener en cuenta acerca de este
incidente. Israel pecó contra Dios acerca del "anatema" (Josué 7:1). Dios había
ordenado a los israelitas que destruyeran todo lo que era anatema (Josué 6:17), y Acán
había guardado para sí parte del botín de la batalla de Jericó. A causa de esto, Dios los
juzgó y no les dio la victoria en Hai. Otra cosa a tener en cuenta, es que no hay ningún
mandato explícito de parte de Dios para ir en contra de Hai. La finalidad de poner estas
dos historias de batalla una al lado de la otra, es para mostrar que cuando Dios establece
el programa y la agenda, hay victoria, pero cuando el hombre establece el programa y
la agenda, se produce el fracaso. Jericó fue la batalla del Señor; Hai no lo era. Dios
redimió la situación y, en definitiva, les dio la victoria, pero no hasta después de que
les diera la lección.
Otra prueba de las cualidades de liderazgo de Josué, se puede ver en su fe sólida en
Dios. Cuando los israelitas estaban a punto de entrar a la tierra prometida en Números
13, Dios le ordenó a Moisés que enviara a doce personas para espiar la tierra, uno
por cada una de las tribus de Israel. A su regreso, diez informaron que la tierra, aunque
era abundante tal como el Señor lo había prometido, estaba ocupada por guerreros
fuertes y valientes que habitan en grandes ciudades fortificadas. Además, los nefilim
(gigantes desde la perspectiva de los israelitas) estaban en la tierra. Josué y Caleb fueron
los dos únicos que instaron al pueblo a tomar la tierra (Números 14:6-10). Aquí vemos
una cosa que diferenció a Josué (y Caleb) del resto de los Israelitas; ellos creían en
las promesas de Dios.
No estaban intimidados por el tamaño de los guerreros o la fortaleza de las ciudades.
Más bien, ellos conocían a su Dios y recordaban cómo Él había tratado a Egipto, la
nación más poderosa de la tierra en ese momento. Si Dios se pudo hacer cargo del
poderoso ejército egipcio, sin duda Él podía ocuparse de las diferentes tribus cananeas.
Dios recompensó la fe de Josué y Caleb al eximirlos de la muerte que toda la generación
de israelitas sufriría en el desierto. Vemos la fidelidad de Josué en el acto de consagrar
obedientemente al pueblo antes de la invasión de la tierra prometida y nuevamente
después de la derrota en Hai. Pero nada más evidente es la fidelidad de Josué expuesta
al final del libro que lleva su nombre, cuando se reúne con el pueblo una última vez y
narra las hazañas de Dios a favor de su pueblo. Después de aquel discurso, Josué
exhorta a la gente a abandonar sus ídolos y permanecer fieles al pacto que Dios hizo
con ellos en el monte Sinaí, diciendo: "Y si mal os parece servir al Señor, escogeos hoy
a quién sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres, cuando estuvieron al
otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi
casa serviremos al Señor" (Josué 24:15).
La principal lección que podemos sacar de la vida de Josué, es que Dios es fiel a Sus
promesas. Dios le prometió a Abraham que sus descendientes habitarían en la tierra y,
bajo Josué, Dios trajo al pueblo a la tierra que Él había prometido que les daría. Este
hecho completó la misión de redención que Dios comenzó con Moisés al sacar a Israel
de Egipto. También es una tipología que apunta a la redención final que Jesús trae a la
comunidad de fe. Al igual que Moisés, Jesús nos liberó de la servidumbre y la esclavitud
del pecado, y, al igual que Josué, Jesús nos llevará a la tierra prometida y al reposo
eterno (Hebreos 4:8-10).
DAVID: El profeta Samuel es enviado por Dios para ungir a David como sucesor de
Saúl. Al profeta hebreo Samuel, que además supo ser un juez y militar, se le atribuye
en la Biblia haber sido quien en nombre de Dios elige al primero de los reyes del Reino
Unido de Israel, Saúl, y luego hace lo propio con su sucesor David.
David perteneció a la familia de Isaí, de la tribu de Judá. Según 1 Samuel 16:11 y 17:12,
era el menor de los ocho hijos de Isaí y, como era costumbre en esos tiempos, el menor
era el más postergado y al que se le daban las tareas pastoriles. Tres de sus hermanos
mayores fueron soldados del rey Saúl.
Rey israelita que gobernó el Reino de Israel en su primer período y se destacó por su
valentía y por la unificación del mismo y la anexión de otros territorios Sucedió al Rey
Saúl y fue el segundo monarca del Reino de Israel que conseguiría un hito en la
historia del pueblo israelí que fue la unificación del territorio, y más tarde, supo
expandirlo hasta llegar a sumar ciudades como Petra, Samaria, Jerusalén y Damasco,
entre otras, Cristianos, judíos e islamistas admiran y veneran a este rey por la
importancia que supo desplegar en su tiempo y también por la influencia religiosa de
su figura en estas religiones. Cabe destacarse, que en el idioma hebreo, el nombre David
significa “el amado”, “el elegido de Dios”.
El Reino de Israel aparece muy referenciado en la Biblia y se lo divide en dos períodos,
por un lado, el llamado reino unido y conocido formalmente como Reino
de Israel en el que gobernaron Saúl primero, luego David y finalmente su sucesor e hijo
Salomón.
Mientras que el segundo período se caracteriza por la ruptura del reino inmediatamente
anterior y que solo contó con la parte norte del primer Reino.
Finalmente este reino sería conquistado y destruido por el imperio asirio.
El profeta Samuel es enviado por Dios para ungir a David como sucesor
de Saúl Al profeta hebreo Samuel, que además supo ser un juez y militar, se le atribuye
en la Biblia haber sido quien en nombre de Dios elige al primero de los reyes del Reino
Unido de Israel, Saúl, y luego hace lo propio con su sucesor David.
David nació en una tribu de Judá, en la ciudad de Belén durante el año 1040 A.C., en
tanto, reinó entre los años 1010 y 1003 A.C. en Judá, y luego entre este último año y el
año 970, en el que fallece, reinó en Israel.
Mientras vivía con su numerosa familia, llegó hasta su casa el profeta Samuel enviado
por Dios y fue allí que fue ungido como el futuro rey, al ver Dios en él una
predisposición especial. La leyenda cuenta que David se destacó desde pequeño por su
gran coraje y valentía, incluso se le atribuye un hecho muy valeroso siendo aún un niño,
haber salvado a un corderito de las garras de un gran oso.
Lo mismo había hecho con una oveja liberándola de las garras de un león. Su padre se
llamaba Jesé y David se ocupaba de atender las ovejas propiedad de su papá.
Cuando nació David, Saúl, ya llevaba diez años en el poder. Atento a las condiciones
de David es que Jehová envía a Samuel a la casa de Jesé para buscar al heredero de
Saúl. Luego que pasen uno a uno los hijos de Jesé ante los ojos de Samuel y de pensar
que cada uno era el elegido hasta que Dios lo desestimaba, llega el momento en que
Jesé le dice que quedaba el más joven que estaba afuera cuidando a las ovejas, era
David, el elegido…
Salomón: Como el tercer y último monarca del reino unido de Israel (es decir, antes de
la separación del territorio israelita en los reinos de Judá e Israel).3 Hijo del rey David,
Salomón logró reinar sobre un extenso territorio durante casi cuatro décadas, 4
posiblemente entre los años 965 y 928 a.C.5
Durante el reinado de Salomón se construyó el primer Templo de Jerusalén y a él se
le atribuye la autoría de los textos bíblicos titulados Libro de Eclesiastés, Libro de
los Proverbios y Cantar de los Cantares.
1.12.- Interpretar sentido actual de pasajes bíblicos (como ilumina la lectura
bíblica, hechos, acontecimientos de la actualidad).

Existen principios para interpretar la Biblia y poder relacionar sus pasajes bíblicos
con la actualidad.
La Biblia es la Palabra de Dios y la base de las creencias cristianas. Precisamente por
eso es vital que interpretemos la Biblia de manera correcta. Creemos en “el libre
examen”, pero no en “la libre interpretación”. “El libre examen” es el derecho y el deber
de todo el mundo de leer y estudiar la Biblia. “La libre interpretación” es el derecho de
todo el mundo de interpretar la Biblia como sea, como si todas las interpretaciones
fuesen igualmente válidas. Pues, no es así; se puede interpretar la Biblia bien o mal, y
para interpretarla bien, hay que conocer y respetar una serie de principios. ¿Cuáles son
esos principios? Pues, aquí van diez principios básicos:
1. La interpretación de la Biblia es una tarea espiritual: Ya que la Biblia no es un
libro cualquiera, sino la Palabra de Dios escrita, aunque hay que usar la mente, la
inteligencia, para interpretarla bien, no se trata de un ejercicio meramente intelectual,
sino también de una tarea espiritual. Conviene una actitud de reverencia, humildad y
fe. Y conviene orar antes, durante y después del trabajo de interpretar la Biblia.
2. Hay que empezar buscando el sentido más natural: Normalmente, ¡la Biblia
significa lo que parece significar! No hay que buscar otro significado distinto del
significado más natural, a no ser que exista alguna razón de peso para hacerlo. Algunas
de las excepciones a esta regla son: (1) Cuando lo que parece significar contradice el
resto de la Biblia; (2) Cuando lo que parece significar no tiene ningún sentido; y: (3)
Cuando el lenguaje no es literal, sino metafórico (etc.). Pero hay que empezar buscando
el sentido más natural de cada texto o pasaje.
3. Cada parte de la Biblia debe ser interpretada a la luz de toda la Biblia: Aunque
los sesenta y seis libros que componen la Biblia fueron escritos por unas cuarenta
personas diferentes, en lugares diferentes, a lo largo del milenio y medio entre Moisés
y el apóstol Juan, en otro sentido hay un solo Autor divino de toda la Biblia. Por eso, y
sin negar las características propias de cada autor humano, hay en la Biblia una
coherencia interna que refleja la coherencia de Dios mismo. En la Biblia hay paradojas
y aparentes contradicciones, pero no puede haber contradicciones en el sentido de
afirmaciones o enseñanzas totalmente incompatibles entre sí, porque si las hubiera,
serían contradicciones dentro del ser de Dios. A la hora de interpretar cualquier parte
de la Biblia, debemos tener en cuenta la Biblia como un todo.
4. Hay que interpretar cada texto dentro de su contexto histórico: Cada libro de
la Biblia fue escrito por un autor humano en particular (o por más de uno, como en el
caso de Salmos y Proverbios), en un lugar en particular, en un momento de la historia
en particular y con un propósito en particular. Por lo tanto, sería irresponsable pretender
interpretar un pasaje bíblico sin tener en cuenta estos factores. Por eso tenemos que
hacernos preguntas como: (1) ¿Quién escribió esto?; (2) ¿Cuándo lo escribió?; (3) ¿Para
quién(es) lo escribió; (4) ¿En qué circunstancias lo escribió?; (5) ¿Con qué intención o
propósito lo escribió?; y: (6) ¿Cómo lo entenderían aquellos primeros oyentes o
lectores?
5. Hay que interpretar cada texto dentro de su contexto literario: Si conoces el
programa de ordenador Google Earth y si sabes cómo funciona, sabrás que de ver el
planeta en su totalidad te puedes ir acercando a tu continente, a tu país, a tu ciudad, a
tu barrio, a tu calle ¡y hasta a tu casa! Ahora, imagínate que lo hicieras al revés; que
empezaras fijándote en tu casa, luego en tu calle, luego en tu barrio, luego en tu ciudad,
etc. Pues, eso sería como analizar un texto bíblico en su contexto literario. Por ejemplo,
si el texto fuese Juan 3:16, empezarías fijándote en el contexto inmediato: Juan 3:16-
21; luego te alejarías un poquito y mirarías Juan 3:16 como un versículo clave en la
sección de Juan 3:1- 21; luego te fijarías en el capítulo entero, y después en esa sección
del Evangelio según Juan: Juan 2:12 – Juan 4:54; y así, sucesivamente. ¿Ves la
diferencia entre el contexto histórico y el contexto literario? Es importante tener en
cuenta ambos contextos.
6. Hay que tener en cuenta el tipo de lenguaje de cada texto.: En la Biblia hay
diferentes tipos de lenguaje. Por ejemplo, hay lenguaje narrativo, metafórico, poético,
profético y apocalíptico. Y hay todo tipo de figuras del lenguaje: (1) Símiles
(comparaciones explícitas): “¿No es mi palabra como fuego –declara el Señor– y como
martillo que despedaza la roca?” (Jer. 23:29); (2) Metáforas (comparaciones
implícitas): “Lámpara es a mis pies tu palabra” (Sal. 119:105); (3) Parábolas (metáforas
más extensas): El buen samaritano; (4) Alegorías (metáforas más extensas y más
complejas): El Sembrador y las cuatro tierras; etc. Son algunos ejemplos de los
diferentes tipos de lenguaje que se encuentran en la Biblia, y hay que reconocerlos para
interpretarlos correctamente.
7. Hay que tener en cuenta las palabras de conexión.: Me refiero a esas palabras,
muchas veces pequeñas y (aparentemente) sin mucha importancia, que hacen de puente
entre dos frases, versículos, párrafos, secciones, etc. Con respecto a las palabras de
conexión, existen dos peligros opuestos: (1) Darles más importancia de la que tienen;
y: (2) Pasar por alto la importancia que sí pueden tener. Entre las muchas palabras de
conexión que encontramos en la Biblia están las siguientes: “porque”, “por lo tanto”,
“entonces”, “si”, “pues”, etc. En no pocas ocasiones estas palabras son parte de la clave
para la correcta interpretación del texto.
8. Hay que interpretar los textos menos claros a la luz de otros más claros.: No
toda la Biblia es igualmente clara al intérprete. Es verdad que la Biblia es clara en sí
misma, pero no siempre nos resulta tan clara a nosotros: (1) Porque nuestras mentes
están afectadas por las consecuencias de la Caída; y: (2) Por la distancia (histórica,
geográfica, cultural, etc.) entre el texto y nosotros. El apóstol Pedro habló de las cosas
“difíciles de entender” en los escritos de Pablo (2 P. 3:15 y 16). (¡Gracias, Pedro!) Pues,
debemos interpretar los textos más difíciles a la luz de otros más fáciles de entender, y
no al revés. Un ejemplo sería: Mateo 16:18. Otros textos que arrojan luz sobre este texto
(muy discutido) son: 1ª de Corintios 3:11; Efesios 2:20; Hebreos 6:1-2; 1ª de Pedro 2:4-
8. Estos textos aclaran el tema de sobre qué fundamento se edifica la Iglesia.
9. Hay que tener en cuenta la versión original de cada texto: Las Biblias que
usamos son traducciones de las lenguas originales, ¡y a veces son traducciones de otras
traducciones! Hay muchas versiones de la Biblia que son muy fiables, pero creemos en
la inspiración de los documentos originales. Y hay bastantes ocasiones cuando el
original nos puede ayudar a interpretar la Biblia correctamente. Pero hay dos
problemas: (1) No tenemos acceso a los originales; y: (2) Hay pocos expertos en las
lenguas originales. Pero, por parte positiva: (1) Existen versiones de la Biblia muy fieles
a los originales; (2) Existen tantos manuscritos de la Biblia (¡miles!) que podemos tener
mucha confianza en las (buenas) Biblias que usamos; y: (3) Existen cada vez más
ayudas comentarios bíblicos, diccionarios bíblicos, Biblias interlineales, etc. que nos
pueden acercar más al texto original.
10. Hay que tener en cuenta la dimensión cristológica: A pesar de las
características concretas de cada libro, hay un solo mensaje principal a lo largo de toda
la Biblia: ¡Cristo, el evangelio, la salvación! El Antiguo Testamento apunta hacia el
Cristo que va a venir y el Nuevo Testamento apunta hacia el Cristo que ya vino. Y hay
que tener en cuenta esta dimensión cristológica a la hora de interpretar cualquier parte
de la Biblia. Hay que evitar dos peligros: (1) El peligro de no ver a Cristo donde está;
y: (2) El peligro de creer ver a Cristo donde quizás no esté.

1.13-. Asociar textos bíblicos con la vida cotidiana (aportes a la vida personal y
comunitaria de la Biblia, cómo interpela la Biblia la vida personal y comunitaria).
La lectura e interpretación de la Sagrada Escritura tienen por principal finalidad
aprehender la intimidad de Dios y su voluntad (“conocer” en sentido bíblico), puesto
que Dios por la Palabra se ex-pone, ofreciéndose en amistad. La meditación y oración
con la Sagrada Escritura tienen por principal finalidad entrar en diálogo con la Palabra
eterna del Padre, Jesucristo, quien con sus enseñanzas y acciones se convierte en
principio de vida y sentido pleno de la existencia. La respuesta que Dios espera del
creyente es la entrega de la propia vida por la fe; entonces, la vida divina comunicada
al creyente, se hace en éste vida eterna (cfr. Jn 20,30-31).

1.14- Relaciona los fundamentos teológicos de la creación con las explicaciones


científicas sobre el origen del universo.
Relación entre la doctrina teológica de la creación y las teorías biológicas de la
evolución
Teoría de la evolución: La publicación del "Origen de las Especies" de Darwin en 1859
supuso la consolidación de una visión de la naturaleza que ya se venía fraguando desde
hacía más de un siglo gracias a la gran cantidad de datos reunidos por los naturalistas.
La concepción fijista de las especies fue siendo sustituida a lo largo del siglo XVIII y
XIX por otra de tipo transformista. Esta última postulaba que todas las especies
existentes provenían, mediante diversas transformaciones, de otras más primitivas y
comunes y, por tanto, no habían permanecido siempre en sus formas actuales como se
pensaba entonces.
La novedad aportada por Darwin fue la descripción de un mecanismo que explicaba de
una manera sencilla y verosímil el modo en el que esas transformaciones se producían.
Lo que parecía haber conseguido era dar cuenta de la variedad que observamos en la
naturaleza, así como de su creciente complejidad, con el único recurso de leyes
naturales fáciles de comprender. El mecanismo, basado en pequeñas variaciones al azar
más la acción de la selección natural, fue considerado por algunos como el
descubrimiento que permitía liberar a la biología de las manos de la teología y
convertirla en una ciencia del mismo rango que otras ya consolidadas como la física.
La propuesta de Darwin parecía ofrecer una explicación del grado de complejidad
alcanzado por los seres vivos sin necesidad de recurrir a la finalidad. Esta constituía la
base para los argumentos entonces más empleados de la existencia de Dios.
La propuesta de Darwin no sólo afectaba a las diferentes especies animales, sino que
también alcanzaba al hombre. Darwin proponía que el hombre tenía también
antecesores comunes con el resto de los seres vivos. Esto último fue lo que más
polémica causó. Se desencadenó entonces un debate del que todavía no hemos visto el
final.
Inicialmente la reacción de los cristianos, en general, fue de rechazo. Las causas de
dicho rechazo procedían del tipo de racionalidad filosófica imperante en ese momento
y de la aparente incompatibilidad de lo que proponía la nueva teoría con lo que narran
las Sagradas Escrituras sobre el origen del mundo, de la vida y, en particular, del
hombre. No obstante, hubo pensadores que no veían incompatibilidad entre la nueva
ciencia y la fe. Por ejemplo, Newman menciona la hipótesis de Darwin en una de sus
cartas diciendo que no encontraba en ella nada contrario a la religión.
El mecanismo darwiniano pasó por distintas fases en cuanto a su grado de aceptación
por parte la comunidad científica. El mismo Darwin llegó a considerar que no era el
único mecanismo causante de la evolución. A lo largo del siglo XX se consiguió hacer
una síntesis de las propuestas darwinistas con los principios de la genética descubiertos
por Méndel también en la segunda mitad del siglo XIX. A mediados del siglo XX la
"Teoría Sintética de la Evolución", que unía las aportaciones de Darwin y Mendel,
dominaba completamente el ámbito académico y científico. Los nuevos hallazgos de la
genética y la bioquímica han reforzado las líneas generales de la teoría sintética aunque
también se han abierto nuevos interrogantes y desafíos que, no obstante, no parecen
amenazar lo sustancial de la actual teoría de la evolución.
Nadie discute en el ámbito científico lo que ya se llama "el hecho" de la evolución, es
decir, que todas las especies animales, incluido el hombre, no han existido siempre
como las observamos sino que proceden de otras anteriores por evolución o
transformación. Hoy los biólogos están en condiciones, y la genética moderna está
ayudando a hacerlo, de confeccionar un árbol de la vida donde poder colocar desde los
primeros seres vivos existentes hace aproximadamente tres mil quinientos millones de
años, hasta las especies existentes en nuestros días. Estas últimas, lógicamente, estarían
en las ramas extremas del árbol. En la actualidad se sigue debatiendo sobre los
mecanismos de la evolución, sobre el papel de la selección natural, o la necesidad de
completar la teoría sintética con nuevos elementos que expliquen algunas de las
incógnitas actuales. Pero el cuadro general evolutivo es aceptado por prácticamente
toda la comunidad científica.
Evolución y cristianismo: En cuanto a la relación de las teorías evolutivas con la fe
cristiana se puede decir que se han dado cuatro posiciones básicas por parte de los
cristianos:
1. Incompatibilidad entre la fe revelada y las afirmaciones de la ciencia.
2. Compatibilidad entre fe y ciencia ya que ambas pertenecen a esferas del
conocimiento que son completamente independientes.
3. Los datos de la ciencia actual no sólo no son incompatibles con la fe sino que la
refuerzan y ofrecen elementos para una confirmación científica de tesis propias de la
fe.
4. Ciencia y religión se mueven en ámbitos metodológicos distintos y autónomos
pero existe armonía entre ambas.
Estas posiciones son la consecuencia del modo de ver la relación de Dios con el mundo
y con el hombre. La primera posición –incompatibilidad- depende de una interpretación
literalista de la Sagrada Escritura, es decir, surge como resultado de considerar que la
Biblia ofrece datos de carácter científico sobre el mundo y la aparición del hombre.
Este tipo de lectura es la que ha llevado a muchos protestantes norteamericanos al
creacionismo fundamentalista, al comienzo del siglo XX, y al llamado "Creacionismo
Científico" a partir de los años 70. Para ellos la fe y el marco presentado actualmente
por la ciencia son irreconciliables. Esta posición ha sido también defendida desde el
lado de la ciencia por algunos que, ya desde la publicación del "Origen de las especies",
vieron en sus tesis una alternativa a las explicaciones basadas en la noción de creación.
En este caso, en el que se defiende la incompatibilidad, unos niegan la evolución,
mientras que los otros niegan la acción creadora de Dios, o lo que es equivalente, a Dios
mismo.
La segunda opción, compatibilidad desde la completa independencia, ha sido también
defendida tanto por creyentes como por científicos no creyentes. Esta es, por ejemplo,
la posición del famoso científico agnóstico Stephen Jay Gould, conocida como "Non-
overlapping magisteria" (NOMA). También el conocido biólogo Francisco Ayala
defiende una posición semejante. Aunque esta tesis puede parecer correcta porque no
ve incompatibilidad entre ciencia y religión, en realidad aísla nuestra experiencia del
mundo, a la que hoy en día contribuyen de una manera decisiva las ciencias, de nuestro
conocimiento de Dios. Este enfoque separa completamente a la creación, que queda
recluida en el ámbito de la fe subjetiva, de la evolución. En realidad esta posición es
equivalente a la deísta, que pone a Dios en el pasado y deja el presente en manos de los
procesos naturales y fuera del alcance de la acción divina. El problema es que si Dios
no es necesario para explicar el presente, ponerlo en el pasado acaba siendo una opción
basada en preferencias subjetivas o de fe, pero no sustentada por argumentos
verdaderamente racionales.
La tercera opción es la que defienden los partidarios del nuevo movimiento conocido
como "Diseño Inteligente". Para ellos los recientes descubrimientos de la ciencia, en
particular de la bioquímica, ofrecen evidencia empírica de la existencia de un diseño
inteligente. Aunque en general no se pronuncian sobre la naturaleza de esa inteligencia,
está claro que apuntan, algunos a veces lo dicen de manera explícita, a que dicha
inteligencia es la divina. El problema de esta opción no es que defiendan que los
procesos y estructuras de la naturaleza remitan a una inteligencia creadora. El peligro
que encierra esta posición es el opuesto al de la anterior y consiste en ver a Dios
implicado categorialmente en la creación, es decir, se concibe a un Dios que interviene
directamente en las transformaciones del mundo natural, las mismas transformaciones
que son objeto de estudio de las ciencias. Se da aquí un problema de carácter metódico
al no distinguir adecuadamente la actividad del Creador del nivel de la acción propia
de los agentes creados.
En las posiciones comentadas hasta el momento hay dos problemas fundamentales. El
primero tiene que ver con el tipo de lectura que se hace de la Sagrada Escritura. El otro
tiene que ver con el tipo de racionalidad imperante en la cultura de la época en la que
nacen las teorías evolutivas. En el siglo XVIII y XIX el paradigma de ciencia natural
es la mecánica. El éxito de esta física llevó a que en el ámbito filosófico también se
impusiera lo que se podría calificar como filosofía mecánica. Una de las consecuencias
del dominio de este tipo de racionalidad fue el desprestigio y olvido de la metafísica.
Esta carencia hizo que muchos pensadores vieran en el darwinismo una doctrina que,
por fin, haría innecesario el recurso a Dios para explicar el mundo. Es decir, se vio la
creación y la evolución como alternativas incompatibles.
En realidad en algunos de los grandes pensadores cristianos de la época patrística, y
también medieval, se puede ver no sólo la no existencia de incompatibilidad entre
evolución y creación sino que incluso se consideran complementarias. Sirva como
ejemplo este texto de S. Agustín: «El universo fue creado en un estado no totalmente
completo, pero fue dotado de la capacidad de transformarse por sí mismo desde la
materia informe a un orden verdaderamente maravilloso de estructuras y formas de
vida». Otros padres como S. Atanasio, S. Basilio y S. Gregorio de Nissa hablan también
de la creación como un acto divino que se despliega en el tiempo. En la época medieval
San Buenaventura y Santo Tomás mantienen la misma perspectiva.
El debate provocado por la publicación del "Origen de las especies", cuya raíz ya se ha
apuntado, ha llevado, en el ámbito católico, a volver en la filosofía a las inspiraciones
de fondo de los pensadores cristianos mencionados, en particular, a una metafísica
realista de inspiración Tomista. El debate también provocó que la Iglesia estableciera
magisterio en relación con la interpretación de los textos Bíblicos. Se ha podido
desarrollar así una teología de la creación en la que las teorías evolutivas no solamente
no son incompatibles con la fe sino que están en buena armonía con ella. Dicha teología
de la creación sí se enfrenta a doctrinas filosóficas evolucionistas que apoyándose en
las teorías evolutivas defienden principios materialistas y ateos. Por tanto la teología de
la creación pone límites a las consecuencias de carácter filosófico que legítimamente
pueden extraerse de dichas teorías.
Veremos ahora las consecuencias más importantes de la doctrina teológica de la
creación en los puntos destacados anteriormente como conflictivos: en la interpretación
del génesis y en la propia noción de creación.

Evolución y doctrina teológica de la creación Evolución y génesis


En relación con la narración de la creación contenida en los primeros capítulos del
Génesis hay que tener en cuenta que su lectura debe hacerse a la luz del conjunto de la
revelación y, en último término, a la luz de la plenitud de la revelación contenida en el
Nuevo Testamento en el que Jesucristo es la clave de interpretación de toda la Sagrada
Escritura.
Por otra parte, el mensaje que se trasmite en la Biblia está orientado principalmente a
la relación del hombre con Dios, y secundariamente del hombre con el mundo. El
mensaje bíblico, también cuando se expresa en términos cosmológicos, es de carácter
teológico y antropológico. Las ciencias ofrecen una perspectiva distinta: se centran en
las trasformaciones materiales que ocurren en el mundo físico. Olvidar esta distinción
tiene graves consecuencias porque lleva a considerar que la ciencia es la única que tiene
autoridad para hablarnos de lo que es el mundo. Esto ha llevado a desarrollar otros
ámbitos de la teología en detrimento de la teología de la creación. La teología de la
creación es muy importante porque de un Dios que no tiene una relación real con el
mundo se llega, al final, a una fe que se convierte en mero sentimentalismo. Es
importante encontrar la identidad entre un Dios creador y el Dios de la salvación. Esto
evita caer en una religión de la superstición o fideísta. Por eso el cristianismo se
considera "religio vera".
De acuerdo con los criterios exegéticos establecidos por el magisterio, y lo dicho
anteriormente, se podría resumir el mensaje teológico y antropológico contenido en las
narraciones yahvista y sacerdotal del Génesis en los siguientes puntos:
• Todo lo que existe depende de un único Dios.
• Lo creado tiene como origen el Logos, su Palabra, y no una especie de emanación
("y dijo Dios").
• Lo creado es distinto de Dios, expresa un proyecto libre suyo que se despliega en
el tiempo con orden y gradualmente, participando este proyecto de la bondad y
perfección divina.
• El hombre y la mujer se asemejan a Dios más que ninguna otra criatura y su
creación se presenta como un nuevo acto divino rodeado de una especial solemnidad y
trascendencia (triple bará).
• Dios se empeña en la creación del hombre con una acción que indica la donación
de su propio espíritu. Hombre y mujer están llamados a una especial intimidad con
Dios, pero una relación en la que el ser humano es libre y responsable de sus propias
acciones.
• La creación no nace en un contexto de lucha o conflicto entre fuerzas contrarias
sino como acto de la voluntad creadora de Dios.
• Pertenece a la verdad originaria la creación de hombre y mujer a imagen y
semejanza de Dios. El hombre no procede enteramente de ninguna de las realidades
creadas previamente, no es el fruto de un proceso necesario sino que Dios actúa de una
manera directa pero sirviéndose de materia preexistente.
• Existencia de una prueba originaria. Caída moral con consecuencias para todo el
género humano: en la relación con uno mismo, del hombre con la mujer y del hombre
con Dios. Hay como una herida de origen.
• En relación con el ser humano se destaca la dependencia especial que éste tiene
para con Dios. Dicha relación se interpreta como una creación directa del alma. En estos
puntos nada hay que se oponga o entre en contradicción con lo que dice la ciencia sobre
la evolución. Incluso, teniendo en cuenta los géneros literarios, se invita a pensar en
una "creación evolutiva" y se rechaza una "evolución creativa" como defienden las
doctrinas de carácter materialista.
DOMINIO 2: TEOLOGÍA FUNDAMENTAL.

2. La manifestación de Dios en la Historia Humana.

2.1. Explicar las consecuencias de que el hombre y la mujer fueran creados a


imagen y semejanza de Dios.
Se fundamenta en la Biblia. De hecho, en las primeras páginas leemos: “Dios creó al
hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Gn 1, 27).
¿Qué cosa significa: ¿Dios nos ha creado a su imagen? Él ha querido que cada uno de
nosotros manifieste un aspecto de su esplendor infinito; Él tiene un proyecto sobre cada
uno de nosotros; cada uno de nosotros está destinado a entrar, por un itinerario que es
propio, en la eternidad feliz.
La criatura es imagen de Dios por el hecho de que participa de la inmortalidad –no por
su naturaleza, sino como don del Creador. La orientación a la vida eterna es lo que hace
al hombre el correlativo creado por Dios. La dignidad del hombre no es algo que se
impone a nuestros ojos, no es mensurable ni se puede cualificar, escapa a los parámetros
de la razón científica o técnica; sin embargo, nuestra civilización, nuestro humanismo,
no han progresado sino en la medida en que esta dignidad ha sido universal y
plenamente reconocida siempre más personas” (Card. Joseph Ratzinger, Discurso al
Consejo Pontificio para la Pastoral de la salud, 28 de noviembre 1996). ¿En qué modo
el ser a imagen de Dios implica la dignidad del hombre? El fundamento de la auténtica
y plena dignidad, ínsita en cada hombre, está en su ser creado a imagen y semejanza de
Dios. “La dignidad de la persona humana se radica en la creación a imagen y semejanza
de Dios.
Dotada de alma espiritual e inmortal, de inteligencia y de libre voluntad la persona
humana está ordenada a Dios y llamada, con su alma y su cuerpo, a la felicidad eterna”
(Compendio del Catecismo, n. 358). Tal dignidad así fundamentada, distingue al
hombre esencialmente de todos los demás seres creados (por eso se habla de diferencia
ontológica en el plano del ser y no sólo en el plano funcional del actuar- entre los seres
humanos y el resto del mundo). La Biblia pone en evidencia esta diferencia ya desde
las primeras páginas, cuando afirma que Dios, después de haber creado las cosas de
este mundo, dice: “Y Dios vio que era cosa buena” (Gn 1, 26), pero, después de haber
creado al hombre, exclama: “Dios vio cuanto había hecho, y he ahí que, era algo muy
bueno” (Gn 1, 31). ¿También el cuerpo participa de tal imagen de Dios? Sí, el mismo
cuerpo, como parte intrínseca de la persona, participa desde su creación de la imagen
de Dios. En la fe cristiana: es el alma que es creada a imagen de Dios; pero, porque el
alma es la forma substantialis del cuerpo, la persona humana en su totalidad posee la
imagen divina en una dimensión tanto espiritual como corpórea; el hombre non tiene
su cuerpo, sino que es también su cuerpo; el hombre es considerado en su totalidad, en
su unidad; es espíritu encarnado, es decir alma que se expresa en el cuerpo y cuerpo
que es informado por un espíritu inmortal; la corporeidad es por tanto esencial a la
identidad personal; la afirmación de la resurrección del cuerpo, al fin del mundo, hace
entender cómo el hombre exista también en la eternidad, después de la muerte, como
persona física y espiritual completa. La fe cristiana afirma por tanto claramente la
unidad del ser humano y comprende la corporeidad como esencial a la identidad
personal sea en esta vida como en la otra. ¿Por qué la imagen de Dios se manifiesta
también en la diferencia de sexos? Porque el ser humano existe solamente como varón
o como hembra, y esta diferencia sexual, lejos de ser un aspecto accidental o secundario
de la personalidad, es un elemento constitutivo de la identidad personal. Por tanto
también la dimensión sexual pertenece al ser imagen de Dios. Hombre y mujer son
igualmente creados a imagen de Dios, aun cuando cada uno lo es en forma propia y
peculiar.
Por esto la fe cristiana habla de reciprocidad y complementariedad entre los sexos.
Creados a imagen de Dios, los seres humanos están llamados al amor y a la comunión.
Porque esta vocación se realiza en modo peculiar en la relación unitivo-procreativa
entre marido y mujer, la diferencia entre hombre y mujer es un elemento esencial en la
constitución de los seres humanos hechos a imagen de Dios. “Dios creó al hombre a su
imagen; a imagen de Dios lo creó; macho y hembra los creó.” (Gn 1, 27; cfr. Gn 5, 1-
2). Según la Escritura, por tanto, la imago Dei se manifiesta, desde el inicio, también
en la diferencia entre los sexos. “La sexualidad ejercita una influencia sobre todos los
aspectos de la persona humana, en la unidad de su cuerpo y de su alma. Esa concierne
particularmente la afectividad, la capacidad de amar y de procrear, y, en modo más
general, la actitud para establecer relaciones de comunión con los otros” (Catecismo de
la Iglesia Católica, n. 2332). Los roles atribuidos a uno y otro sexo pueden variar en el
tiempo y en el espacio, pero la identidad sexual de la persona no es una construcción
cultural o social. Pertenece al modo específico en que existe la Imago Dei. Esta
especificidad sexual es reforzada por la Encarnación del Verbo. Él ha asumido la
condición humana en su totalidad, asumiendo un sexo, pero llegando a ser hombre en
ambos sentidos del término: como miembro de la comunidad humana y como ser de
sexo masculino (CTI, n. 34). Además la encarnación del Hijo de Dios y la resurrección
de los cuerpos al final de los tiempos extienden también a la eternidad la identidad
sexual originaria de la Imago Dei. ¿Todos perciben la ley natural? “A causa del pecado,
la ley natural no siempre y no por todos es percibida con igual claridad e inmediatez”
(op. cit. n. 417). Por esto Dios “ha escrito sobre las tablas de la Ley cuanto los hombres
no lograban leer en sus corazones” (San Agustín).

2.2.- Identificar las ideas fundamentales de la visión antropológica cristiana.


Una primera serie de textos bíblicos a examinar está constituida por los primeros tres
capítulos del Génesis.
Ellos nos colocan «en el contexto de aquel ‘‘principio´´ bíblico según el cual la verdad
revelada sobre el hombre como ‘‘imagen y semejanza de Dios´´ constituye la base
inmutable de toda la antropología cristiana». En el primer texto (Gn 1,1-2,4), se
describe la potencia creadora de la Palabra de Dios, que obra realizando distinciones en
el caos primigenio. Aparecen así la luz y las tinieblas, el mar y la tierra firme, el día y
la noche, las hierbas y los árboles, los peces y los pájaros, todos «según su especie».
Surge un mundo ordenado a partir de diferencias, que, por otro lado, son otras tantas
promesas de relaciones. He aquí, pues, bosquejado el cuadro general en el que se coloca
la creación de la humanidad. «Y dijo Dios: Hagamos al ser humano a nuestra imagen,
como semejanza nuestra... Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de
Dios le creó, hombre y mujer los creó» (Gn 1,26-27). La humanidad es descrita aquí
como articulada, desde su primer origen, en la relación de lo masculino con lo
femenino. Es esta humanidad sexuada la que se declara explícitamente «imagen de
Dios». La segunda narración de la creación (Gn 2,4-25) confirma de modo inequívoco
la importancia de la diferencia sexual. Una vez plasmado por Dios y situado en el jardín
del que recibe la gestión, aquel que es designado —todavía de manera genérica— como
Adán experimenta una soledad, que la presencia de los animales no logra llenar.
Necesita una ayuda que le sea adecuada. El término designa aquí no un papel de
subalterno sino una ayuda vital.
El objetivo es, en efecto, permitir que la vida de Adán no se convierta en un enfrentarse
estéril, y al cabo mortal, solamente consigo mismo. Es necesario que entre en relación
con otro ser que se halle a su nivel. Solamente la mujer, creada de su misma «carne» y
envuelta por su mismo misterio, ofrece a la vida del hombre un porvenir. Esto se
verifica a nivel ontológico, en el sentido de que la creación de la mujer por parte de
Dios caracteriza a la humanidad como realidad relacional. En este encuentro emerge
también la palabra que por primera vez abre la boca del hombre, en una expresión de
maravilla: «Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne» (Gn 2,23).
En referencia a este texto genesíaco, el Santo Padre ha escrito: «La mujer es otro ‘‘yo´´
en la humanidad común. Desde el principio aparecen [el hombre y la mujer] como
‘‘unidad de los dos´´, y esto significa la superación de la soledad original, en la que el
hombre no encontraba ‘‘una ayuda que fuese semejante a él´´ (Gn 2,20). ¿Se trata aquí
solamente de la ‘‘ayuda´´ en orden a la acción, a ‘‘someter la tierra´´ (cf Gn 1,28)?
Ciertamente se trata de la compañera de la vida con la que el hombre se puede unir,
como esposa, llegando a ser con ella ‘‘una sola carne´´ y abandonando por esto a ‘‘su
padre y a su madre´´ (cf Gn 2,24)». La diferencia vital está orientada a la comunión, y
es vivida serenamente tal como expresa el tema de la desnudez: «Estaban ambos
desnudos, el hombre y su mujer, pero no se avergonzaban uno del otro» (Gn 2, 25).
De este modo, el cuerpo humano, marcado por el sello de la masculinidad o la
femineidad, «desde ‘‘el principio´´ tiene un carácter nupcial, lo que quiere decir que es
capaz de expresar el amor con que el hombre-persona se hace don, verificando así el
profundo sentido del propio ser y del propio existir».
Comentando estos versículos del Génesis, el Santo Padre continúa: «En esta
peculiaridad suya, el cuerpo es la expresión del espíritu y está llamado, en el misterio
mismo de la creación, a existir en la comunión de las personas ‘‘a imagen de Dios´´».
En la misma perspectiva esponsal se comprende en qué sentido la antigua narración del
Génesis deja entender cómo la mujer, en su ser más profundo y originario, existe «por
razón del hombre» (cf 1Co 11,9): es una afirmación que, lejos de evocar alienación,
expresa un aspecto fundamental de la semejanza con la Santísima Trinidad, cuyas
Personas, con la venida de Cristo, revelan la comunión de amor que existe entre ellas.
«En la ‘‘unidad de los dos´´ el hombre y la mujer son llamados desde su origen no sólo
a existir ‘‘uno al lado del otro´´, o simplemente ‘‘juntos´´, sino que son llamados
también a existir recíprocamente, ‘‘el uno para el otro... El texto del Génesis 2,18-25
indica que el matrimonio es la dimensión primera y, en cierto sentido, fundamental de
esta llamada. Pero no es la única. Toda la historia del hombre sobre la tierra se realiza
en el ámbito de esta llamada. Basándose en el principio del ser recíproco ‘‘para´´ el otro
en la ‘‘comunión´´ interpersonal, se desarrolla en esta historia la integración en la
humanidad misma, querida por Dios, de lo ‘‘masculino´´ y de lo ‘‘femenino´´». La
visión serena de la desnudez con la que concluye la segunda narración de la creación
evoca aquel «muy bueno» que cerraba la creación de la primera pareja humana en la
precedente narración. Tenemos aquí el centro del diseño originario de Dios y la verdad
más profunda del hombre y la mujer, tal como Dios los ha querido y creado. Por más
trastornadas y obscurecidas que estén por el pecado, estas disposiciones originarias del
Creador no podrán ser nunca anuladas.
El pecado original altera el modo con el que el hombre y la mujer acogen y viven la
Palabra de Dios y su relación con el Creador. Inmediatamente después de haberles
donado el jardín, Dios les da un mandamiento positivo (cf Gn 2,16) seguido por otro
negativo (cf Gn 2,17), con el cual se afirma implícitamente la diferencia esencial entre
Dios y la humanidad. En virtud de la seducción de la Serpiente, tal diferencia es
rechazada de hecho por el hombre y la mujer. Como consecuencia se tergiversa también
el modo de vivir su diferenciación sexual. La narración del Génesis establece así una
relación de causa y efecto entre las dos diferencias: en cuanto la humanidad considera
a Dios como su enemigo se pervierte la relación misma entre el hombre y la mujer.
Asimismo, cuando esta última relación se deteriora, existe el riesgo de que quede
comprometido también el acceso al rostro de Dios. En las palabras que Dios dirige a la
mujer después del pecado se expresa, de modo lapidario e impresionante, la naturaleza
de las relaciones que se establecerán a partir de entonces entre el hombre y la mujer:
«Hacia tu marido irá tu apetencia, y él te dominará» (Gn 3,16). Será una relación en la
que a menudo el amor quedará reducido a pura búsqueda de sí mismo, en una relación
que ignora y destruye el amor, reemplazándolo con el yugo de la dominación de un
sexo sobre el otro. La historia de la humanidad reproduce, de hecho, estas situaciones
en las que se expresa abiertamente la triple concupiscencia que recuerda San Juan,
cuando habla de la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la
soberbia de la vida (cf 1 Jn 2,16). En esta trágica situación se pierden la igualdad, el
respeto y el amor que, según el diseño originario de Dios, exige la relación del hombre
y la mujer.
Recorrer estos textos fundamentales permite reafirmar algunos datos capitales de la
antropología bíblica. Ante todo, hace falta subrayar el carácter personal del ser humano.
«De la reflexión bíblica emerge la verdad sobre el carácter personal del ser humano. El
hombre —ya sea hombre o mujer— es persona igualmente; en efecto, ambos, han sido
creados a imagen y semejanza del Dios personal».10 La igual dignidad de las personas
se realiza como complementariedad física, psicológica y ontológica, dando lugar a una
armónica «uni-dualidad» relacional, que sólo el pecado y las ‘‘estructuras de pecado´´
inscritas en la cultura han hecho potencialmente conflictivas. La antropología bíblica
sugiere afrontar desde un punto de vista relacional, no competitivo ni de revancha, los
problemas que a nivel público o privado suponen la diferencia de sexos. Además, hay
que hacer notar la importancia y el sentido de la diferencia de los sexos como realidad
inscrita profundamente en el hombre y la mujer. «La sexualidad caracteriza al hombre
y a la mujer no sólo en el plano físico, sino también en el psicológico y espiritual con
su impronta consiguiente en todas sus manifestaciones». Ésta no puede ser reducida a
un puro e insignificante dato biológico, sino que «es un elemento básico de la
personalidad; un modo propio de ser, de manifestarse, de comunicarse con los otros, de
sentir, expresar y vivir el amor humano». Esta capacidad de amar, reflejo e imagen de
Dios Amor, halla una de sus expresiones en el carácter esponsal (de esposos) del
cuerpo, en el que se inscribe la masculinidad y femineidad de la persona.

2.3. Relacionar e identificar conceptos de antropología cristiana con algunas


manifestaciones culturales.
El objetivo de la antropología cultural consiste en descubrir las características de los
grupos humanos, analizando sus modelos típicos de comportamiento, distinguiendo sus
rasgos primarios o secundarios para comprender la estabilidad, la evolución y los
cambios de una configuración cultural, fruto de una experiencia colectiva única. Los
modelos de comportamiento característicos de un grupo humano pueden captarse por
medio de símbolos, que se transmiten de una generación a otra, como portadores de
valores e inspiradores de obras inmateriales y materiales.
Al proceder de la acción humana, los modelos de comportamiento constituyen al mismo
tiempo un cuadro que condiciona la acción de los miembros de un grupo para el futuro.
La venida del Espíritu Santo en Pentecostés (cf. Hch 2, 1 -11) pone de manifiesto la
universalidad del mandato evangelizador: pretende llegar a toda cultura. Manifiesta
también la histórica el don de la purificación y de la plenitud. Todos los valores y
expresiones culturales que puedan dirigirse a Cristo promueven lo auténtico humano.
Lo que no pasa por Cristo no podrá quedar redimido. (Santo Domingo, Conclusiones
228)
Por nuestra adhesión radical a Cristo en el bautismo nos hemos comprometido a
procurar que la fe, plenamente anunciada, pensada y vivida, llegue a hacerse cultura.
Así, podemos hablar de una cultura cristiana cuando el sentir común de la vida de un
pueblo ha sido penetrado interiormente, hasta «situar el mensaje evangélico en la base
de su pensar, en sus principios fundamentales de vida, en sus criterios de juicio, en sus
normas de acción» (Juan Pablo II, Discurso inaugural, 24) y de allí «se proyecta en el
ethos del pueblo... en sus instituciones y en todas sus estructuras» (ib., 20).
Esta evangelización de la cultura, que la invade hasta su núcleo dinámico, se manifiesta
en el proceso de inculturación, al que Juan Pablo II ha llamado «centro, medio y
objetivo de la Nueva Evangelización» (Juan Pablo II, Discurso al Consejo Internacional
de Catequesis, 26. 9. 92): Los auténticos valores culturales, discernidos y asumidos por
la fe, son necesarios para encarnar en esa misma cultura el mensaje evangélico y la
reflexión y praxis de la Iglesia. La Virgen María acompaña a los apóstoles cuando el
Espíritu de Jesús resucitado penetra y transforma los pueblos de las diversas culturas.
María, que es modelo de la Iglesia, también es modelo de la evangelización de la
cultura. Es la mujer judía que representa al pueblo de la Antigua Alianza con toda su
realidad cultural. Pero se abre a la novedad del Evangelio y está presente en nuestras
tierras como Madre común tanto de los aborígenes como de los que han llegado,
propiciando desde el principio la nueva síntesis cultural que es América Latina y el
Caribe. (Santo Domingo, Conclusiones 229).
2.4.- Reconocer algunas referencias magisteriales sobre la persona humana,
precisando aspectos centrales de su contenido.
Comisión teológica internacional. Dignidad y derechos de la persona humana (1983)
También la dignidad de la persona humana se presenta hoy de modos diversos. Algunos
ponen esa dignidad en la autonomía absoluta del hombre sin relación alguna al Dios
transcendente, más aún niegan la existencia de Dios creador, Padre providente. Otros
reconocen ciertamente el peso y el valor intrínseco del hombre y su autonomía relativa,
y también el honor que hay que prestar a las libertades personales, pero ponen el
fundamento último de estas cosas en la relación con la suprema transcendencia divina,
aunque la entiendan de modos diversos. Finalmente, otros ponen principalmente la
fuente y la significación de la prestancia del hombre, al menos después del pecado, en
la incorporación a Jesucristo el Señor, perfectamente Dios y Hombre.
El Magisterio Romano supremo de la Iglesia católica propugna con fuerza, en nuestros
días, la doctrina sobre la dignidad de la persona humana y sobre los derechos humanos
en muchos documentos. Recuérdense la predicación y la acción constantes de los
Romanos Pontífices Juan XXIII (Pacem in terris), Pablo VI (Populorum progressio)
Juan Pablo II (Redemptor hominis, Dives in misericordia, Laborem exercens, las
alocuciones de los viajes pastorales en el mundo entero).
También debe prestarse mayor atención a la doctrina del Concilio ecuménico Vaticano
II, sobre todo en la Constitución pastoral Gaudium et spes n. 12ss sobre la dignidad
humana, n. 41 sobre los derechos humanos etc. El nuevo Código de Derecho Canónico,
promulgado el año 1983, que es como el último acto del Concilio Vaticano II[8], trata
especialmente «De los deberes y derechos de todos los fieles» (cánones 208-223) en la
misma vida de la Iglesia.
En esta actual predicación apostólica aparecen dos vías principales y complementarias.
La primera que puede llamarse ascendente, pertenece principalmente al derecho natural
de gentes, fundado en razones y argumentos, pero confirmado y elevado por la
revelación divina en virtud del evangelio. Desde este punto de vista, el hombre aparece
no como objeto e instrumento, del que uno pueda usar, sino como fin intermedio, cayo
bien debe buscarse por sí mismo y, en último término, por Dios. Está, en efecto, dotado
de alma espiritual, razón, libertad, conciencia, responsabilidad, participación activa en
la sociedad. Las relaciones entre los hombres deben conducirse de manera que esta
dignidad humana fundamental sea respetada en todas las personas, la justicia y la
benignidad sean unánimemente custodiadas y, en cuanto sea posible, se satisfagan las
indigencias de todos. Otra vía de la actual predicación apostólica sobre los derechos
humanos puede llamarse descendente. Pues muestra el fundamento y las exigencias de
los derechos humanos a la luz del Verbo de Dios que desciende a la condición humana
y al sacrificio pascual para que todos los hombres sean dotados de la dignidad de hijos
adoptivos de Dios y para que sean, a la vez, actores y beneficiarios de una más alta
justicia y de la caridad. Un estudio especial de este fundamento cristológico de los
derechos humanos se hará en las tesis inmediatamente siguientes que resumen la luz y
la gracia de la teología de la historia de la salvación. Baste recordar aquí cómo el
principio de reciprocidad afirmado en tantas doctrinas religiosas y filosóficas como
fundamento de los derechos recibe en la predicación de Cristo un sentido cristológico:
«Sed, por tanto, misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso...; como queréis
que os hagan los hombres, hacedles también vosotros semejantemente» (Lc 6, 36 y 31).

2.5.- Relacionar Creación y Escatología en el contexto de la historia de la salvación.


El horizonte histórico salvífico de la creación en el Concilio Vaticano II: Aquí
aprovecho los resultados de una investigación anterior. El Concilio Vaticano II habla
de la creación, para expresar la creación divina, pero también la obra creativa del
hombre, es decir, la colaboración que el hombre presta a la realización y
perfeccionamiento del plan de salvación, iniciado ya en la creación. Allí hay una nueva
perspectiva en el tratamiento del tema, dinámica y teológica, insertada en el contexto
del proyecto unitario de Dios. Como los temas de la asamblea conciliar son muy
concretos y específicos en sus diversos documentos, la oportunidad de hablar de la
creación es cuando se necesita realizar una fundamentación teológica. Esta se hace,
sobre todo, al hablar de la naturaleza y misión de la Iglesia, de la persona y del trabajo
humano (en particular de los laicos), de la relación del hombre con los bienes creados
o, directamente, de la consistencia última de las cosas. Se pueden encontrar, entre los
textos, reflexiones sobre la condición creatural de la persona humana, del mismo
Creador y sobre la ubicación de la creación en el plan de Dios, especialmente de su
relación con la realización de la salvación que se ha dado en Jesucristo. Todo esto es de
primera importancia, aunque no sea lo más explícitamente destacado, pues el tema de
mla creación no es directamente abordado en sí mismo en la asamblea conciliar. Parece,
al menos desde un análisis terminológico, que la reflexión o fundamentación teológica
se ha quedado a medio camino, o que es una tarea pendiente. Siempre en los textos, el
tema de la creación es un tema concernido por otros. De allí resulta esa dimensión
antropológica del pronunciamiento del Concilio, que se preocupa especialmente por
iluminar el trabajo y la vida humana en el contexto amplio del plan de Dios y del
misterio de la creación como trasfondo. Evidentemente, el tema necesita una mayor
clarificación teológica, y por sí mismo, no solo de paso. La relación, creación y
salvación aparece como importante en esta fundamentación, pero insuficientemente
abordada. El Concilio aborda la creación desde otros temas y no por sí misma; ahora
bien, su perspectiva fundamental es soteriológica. El aporte del Concilio se caracteriza
en que el concepto de creación se esclarece, en efecto, a la luz del pecado que afecta a
la condición creatural, la salvación que la recrea, y la consumación del designio
salvífico que la lleva a su plenitud; en definitiva a la luz del proyecto total de Dios sobre
el mundo y la historia. Es de suma importancia, en este punto, el establecer el aporte a
la comprensión del concepto de revelación que ha entregado el Concilio. Ella nos
permite apreciar lo que el Concilio comprende por plan de Dios. El plan de Dios no es
algo que se distinga radicalmente de su propia revelación, las palabras del texto son
significativas, junto a esta auto-revelación divina, se ubica la manifestación de su
voluntad misteriosa: que todos puedan llegar, por Cristo y el Espíritu, a la participación
de la naturaleza divina, a la comunión personal con Dios. Es a la luz de esta intimidad,
que es expresada como amistad y compañía, que debe mirarse el proyecto divino. Para
la argumentación conciliar su presupuesto fundamental es la unidad del proyecto de
salvación que tiene etapas y dimensiones, pero hay una coherencia entre ellas,
claramente destacada. Este proyecto divino, que siempre tiene un sentido global, y que
está orientado a la salvación, encuentra su plenitud en Jesucristo. Un esquema de este
plan o economía puede ser el siguiente:
a) la creación, fundación y conservación del mundo por el amor de Dios, por el
misterio de la elección y convocación;
b) la esclavitud, herida, caída del mundo por el pecado, servidumbre de la
corrupción;
c) la redención, salvación, regeneración, liberación, elevación, transformación por
la obra del Hijo;
d) la consumación, santificación, renovación de toda criatura, glorificación,
perfeccionamiento.

Es el mismo Dios el Creador, Redentor y Santificador. Este proyecto divino se orienta


a la filiación, ya que el hombre está llamado a ser hijo de Dios. Ya desde antiguo, la
revelación bíblica destacaba la relación entre creación y salvación.

2.6. Explicar atributos básicos de Dios como: Creador, Misericordioso y


Providente.
A) Creador: de todas las cosas (Génesis 1:1; Salmo 24:1). Nada de lo que existe llegó
a existir por sí solo, y ningún proceso (como la evolución) creó nada. Como Creador,
Dios hizo todo según su plan perfecto para revelarse y reflejarse a sí mismo en la
creación. La creación luego fue empañada por la caída del hombre al pecado, pero aun
la creación caída todavía testifica al poder y genio de Dios (Génesis 3:17-18; Romanos
1:19-20). La creación habla de los atributos de Dios aunque “no hay lenguaje ni
palabras ni es oída su voz” (Salmo 19:1-3). Más allá de ser el Creador, Dios es eterno,
es decir que no tuvo principio y no tendrá fin. Su existencia es de un ser que es inmortal
e infinito (Deuteronomio 33:27; Salmo 90:2; 1 Timoteo 1:17). En diferencia al hombre
quien vacila de un día al otro, Dios es inmutable y como no cambia quiere decir que es
absolutamente fidedigna y confiable (Malaquías 3:6; Números 23:19; Salmo 102:26-
27). La mente de Dios es incomprensible para la humanidad. Los pensamientos de Dios
no son nuestros pensamientos, ni sus caminos son nuestros caminos (Isaías 55:8). Son
mucho más altos que los nuestros a tal extremo de hacerlo a Él inescrutable, insondable,
misterioso, y más allá de nuestra capacidad de comprenderlo por completo (Isaías
40:28; Salmo 145:3; Romanos 11:33-34). Dios es único; Él es uno solo y no hay otro
(Isaías 45:6), y tan solo Dios es digno de nuestra adoración y devoción (Deuteronomio
6:4). Dios es totalmente soberano en toda la vida y en toda circunstancia. Sus planes y
propósitos son firmes y nadie puede detenerlo ni decirle, “¿Qué haces?” (Job 9:12;
Salmo 93:1; 95:3; Jeremías 23:20). Dios es espíritu, que quiere decir que es invisible
(Juan 1:18; 4:24). Dios es trino, siendo igual de presente en el Padre, el Hijo, y el
Espíritu Santo. No es tres Dioses, sino un Dios en tres Personas, cada una la misma en
sustancia e igual en poder y gloria. Dios es verdad, dirá siempre la verdad y, a diferencia
del hombre, Él no puede mentir (Salmo 117:2; 1 Samuel 15:29).

B) Misericordia: La misericordia es señal del poder y majestad de Dios, ya que tiene


piedad de todos porque todo lo puede, y utiliza su poder perdonando y ejerciendo la
misericordia. Es parte de la benignidad de Dios, en cuanto que aparta de las criaturas
que se entregan a Él la miseria de las mismas, y las eleva a una elevada participación
en su vida divina, según la capacidad de cada uno. Se asocian la ternura y la amabilidad
supremas. "La misericordia es el atributo de Dios que lo dispone a ser activamente
compasivo." Debido a que la justicia de Dios quedó satisfecha en Jesús, Él es libre de
mostrarse misericordioso con aquellos que eligen seguirle. Nunca se acabará, ya que es
una parte de la naturaleza de Dios. La misericordia es la manera en que Dios desea
relacionarse con la humanidad. Y lo hace así, a menos que la persona elija despreciar o
ignorar a Dios, momento en el cual la justicia se convierte en el atributo prominente.
La recompensa del bien y el castigo del mal no es obra sola de la justicia divina, sino
también de su misericordia, ya que premia por encima de los merecimientos (el ciento
por uno) y castiga menos de lo necesario.
C) Providente: La santidad de Dios significa la absoluta pureza moral; no puede pecar
ni tolerar el pecado (Éxodo 25:11; Josué 24:19; Salmo 5:4; Isaías 6:3; Lucas 1:49;
Santiago 1:13; Apocalipsis 4:8)
La raíz etimológica del vocablo ¨Santo¨ es separado, apartado. Dios está separado del
hombre en naturaleza y carácter. Dios es perfecto, el hombre imperfecto; Dios es
divino, el hombre humano; Dios es moralmente perfecto, el hombre es pecaminoso.
Cuando los serafines describen el resplandor del que se sienta en el trono, exclaman:
¨Santo, Santo, Santo, Jehová de los ejércitos¨ (Isaías 6:3).
Se dice que el hombre santifica a Dios cuando lo honra y reverencia como ser divino
(Números 20:12; Levítico 10:3; Isaías 8:13) Cuando le afrentan al violar sus
mandamientos, se dice que ¨profanan¨ su nombre, lo cual es lo opuesto de santificarlo
(Mateo 6:9). Sólo Dios es Santo en sí mismo. El vocablo ¨santo¨ aplicado a sus personas
u objetos es un término que expresa una relación con Jehová, o sea que una determinada
persona u objeto ha sido separado o apartado para servir a Dios.

2.7.- Relacionar la condición del ser humano de creatura de Dios con algunos
atributos de Dios.

CREADOR – TODOPODEROSO. De todos los atributos divinos, sólo la omnipotencia


de Dios es nombrada en el Símbolo: confesarla tiene un gran alcance para nuestra vida.
Creemos que esa omnipotencia es universal, porque Dios, que ha creado todo (cf. Gn
1,1; Jn 1,3), rige todo y lo puede todo; es amorosa, porque Dios es nuestro Padre (cf.
Mt 6,9); es misteriosa, porque sólo la fe puede descubrirla cuando "se manifiesta en la
debilidad" (2 Co 12,9; cf. 1 Co 1,18). "Todo cuanto le place, lo realiza" (Sal 115, 3)
Las Sagradas Escrituras confiesan con frecuencia el poder universal de Dios. Es
llamado "el Poderoso de Jacob" (Gn 49,24; Is 1,24, etc.), "el Señor de los ejércitos", "el
Fuerte, el Valeroso" (Sal 24,8-10). Si Dios es Todopoderoso "en el cielo y en la tierra"
(Sal 135,6), es porque Él los ha hecho. Por tanto, nada le es imposible (cf. Jr 32,17; Lc
1,37) y dispone de su obra según su voluntad (cf. Jr 27,5); es el Señor del universo,
cuyo orden ha establecido, que le permanece enteramente sometido y disponible; es el
Señor de la historia: gobierna los corazones y los acontecimientos según su voluntad
(cf. Est 4,17c; Pr 21,1; Tb 13,2): "El actuar con inmenso poder siempre está en tu mano.
¿Quién podrá resistir la fuerza de tu brazo?" (Sb 11,21). "Te compadeces de todos
porque lo puedes todo" (Sb 11, 23).
Dios es el Padre todopoderoso. Su paternidad y su poder se esclarecen mutuamente.
Muestra, en efecto, su omnipotencia paternal por la manera como cuida de nuestras
necesidades (cf. Mt 6,32); por la adopción filial que nos da ("Yo seré para vosotros
padre, y vosotros seréis para mí hijos e hijas, dice el Señor todopoderoso": 2 Co 6,18);
finalmente, por su misericordia infinita, pues muestra su poder en el más alto grado
perdonando libremente los pecados.
La omnipotencia divina no es en modo alguno arbitraria: "En Dios el poder y la esencia,
la voluntad y la inteligencia, la sabiduría y la justicia son una sola cosa, de suerte que
nada puede haber en el poder divino que no pueda estar en la justa voluntad de Dios o
en su sabia inteligencia" (Santo Tomás de Aquino, S.Th., I, q. 25, a.5, ad 1). El misterio
de la aparente impotencia de Dios.
La fe en Dios Padre Todopoderoso puede ser puesta a prueba por la experiencia del mal
y del sufrimiento. A veces Dios puede parecer ausente e incapaz de impedir el mal.
Ahora bien, Dios Padre ha revelado su omnipotencia de la manera más misteriosa en el
anonadamiento voluntario y en la Resurrección de su Hijo, por los cuales ha vencido el
mal. Así, Cristo crucificado es "poder de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad
divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte
que la fuerza de los hombres" (1 Co 2, 24-25). En la Resurrección y en la exaltación de
Cristo es donde el Padre "desplegó el vigor de su fuerza" y manifestó "la soberana
grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes" (Ef 1,19-22).
Sólo la fe puede adherir a las vías misteriosas de la omnipotencia de Dios. Esta fe se
gloría de sus debilidades con el fin de atraer sobre sí el poder de Cristo (cf. 2 Co 12,9;
Flp 4,13). De esta fe, la Virgen María es el modelo supremo ella creyó que "nada es
imposible para Dios" (Lc 1,37) y pudo proclamar las grandezas del Señor: "el Poderoso
ha hecho obras grandes por mí; su nombre es Santo" (Lc 1,49).
"Nada es, pues, más propio para afianzar nuestra fe y nuestra esperanza que la
convicción profundamente arraigada en nuestras almas de que nada es imposible para
Dios. Porque todo lo que (el Credo) propondrá luego a nuestra fe, las cosas más grandes,
las más incomprensibles, así como las más elevadas por encima de las leyes ordinarias
de la naturaleza, en la medida en que nuestra razón tenga la idea de la omnipotencia
divina, las admitirá fácilmente y sin vacilación alguna" (Catecismo Romano, 1,2,13).

LA PROVIDENCIA DE DIOS. Es fácil identificar la Sabiduría de Dios con su


maravillosa Providencia. La Providencia de Dios dispone y dirige todo para su propio
Honor y Gloria y para la felicidad y bien de mi alma.
Toda su creación contribuye de alguna manera a mi bien. Miro el sol y descubro que
contribuye a mi bienestar cuando pinta las flores de varios colores para mi placer, seca
el barro para hacer platos, derrite la nieve para que los ríos tengan agua, evapora el agua
a las nubes para que llueva sobre los campos y praderas. Su Providencia no sólo guía
el camino de las galaxias sino que también determina la vida y la muerte de una bacteria
en una gota de agua.
Lo ha creado todo y a todos por una razón, desde los ángeles hasta las gotas de rocío.
Todo sin excepción lo ha visto y lo regula hasta el más mínimo detalle.
Cada situación en mi vida, incluso la más dolorosa, es ordenada por Su Providencia
para mi bien.
Su Providencia es tan inmensa y tan poderosa que, aunque se encarga de toda la
creación, abarca cada pequeño detalle de mi vida, hasta los cabellos sobre mi cabeza.
Su Providencia me cubre totalmente y no puedo moverme o vivir sin ella.
Dios mantiene el universo entero en perfecto orden para mi beneficio y placer y sin
embargo Él busca descanso y placer en mi alma.
Se hace cargo de todo lo mío como si fuera la única criatura creada por Él. Cada faceta
de mi vida es importante para Él. Nada es demasiado pequeño para Su interés o
demasiado grande para Su Poder.
Nada escapa a Su Providencia porque sostiene toda la creación, animada e inanimada,
en Sus manos, trabajando y arreglándolo todo para el bien de mi alma.
Su Providencia se extiende a los sufrimientos en mi vida, incluso los más dolorosos,
pues Él pesa cada dolor en la balanza de Su Misericordia, acomodando a mis hombros
la cruz que mejor puedo llevar.
La acción providencial de Dios está presente en cada evento humano, en mi vida, en mi
país, en todo el mundo.
Todo lo que pasa es un mensaje de su cuidado providencial e interés. Su Providencia
me protege de la libertad de Sus criaturas al permitir el mal y transforma ese mal en
algún bien para aquellos que Lo aman.
Su cuidado providencial alcanza a las situaciones dolorosas y difíciles de mi vida, y por
más incomprensible que parezca, las transforma para mi bien.
Su Providencia me da la oportunidad de levantarme luego de cada caída, con humildad
y con mayor confianza en Su fortaleza.
Me ayuda a escoger lo correcto en el momento correcto, pero se queda a mi lado por si
tomo la decisión equivocada.
El Padre dispone y dirige todo para Su propio honor y Gloria y para mi bien. Su
Providencia arregla el orden con el que Lo debo glorificar, la imagen de Jesús se vuelve
más brillante en mi alma y la debo reflejar al Padre de vuelta.
El Padre ve a Jesús y mi alma comparte más y más la vida de Dios. Jesús me recordó
esto cuando dijo: "Es para glorificar a Mi Padre que ustedes deben dar mucho fruto"
(Jn. 15:8). "Todo lo mío es Tuyo (Padre), y todo lo que tienes es mío, y en ello Me
glorificas" (Jn.17:10).
Todo lo que pasa en mi vida está ordenado o permitido por su Providencia para mi bien.
Tal vez no entienda por qué algunas cosas ocurren, pero mi contemplación de Su
Providencia me asegura que puedo confiar en Él en la oscuridad y saber que se encarga
de mí como una madre cuida de su hijo.
Conoce mis necesidades, dificultades y deseos. Escucha cada uno de mis lamentos y ve
cada una de mis lágrimas. Su Providencia me rodea completamente y, aunque no vea
el final del camino, no debo temer porque "Su Providencia amanece antes del
atardecer". Oración: Sabio y Misericordioso Padre, tu Providencia me rodea y me dirige
con cariñosa preocupación. Me das la humildad necesaria para ponerme completamente
en tus manos.

LA MISERICORDIA DE DIOS. El Padre me mostró Su Misericordia cuando envió a


Su Hijo para construir el Puente entre Su Santidad y mi miseria.
Su Amor acoge mis debilidades y me perdona. Modela mi alma con amor y ternura
cuando peco al darme una conciencia para discernir mi ofensa.
Perdona y cancela todas mis deudas cuando ve mi pena y escucha los quejidos de mi
amor arrepentido.
No es suficiente para Él perdonar mis pecados cuando me arrepiento: Cubre mis heridas
con la Preciosa Sangre de Su propio Hijo y hace de mi alma algo hermoso.
Quiere enterrar mis pecados y la carga de mis debilidades en el océano de Su
Misericordia para que no quede rastro de ellos.
Miro el universo -vasto e inmenso- y aun así, con respecto a Su misericordia veo que
es infinita.
Sólo tengo que decir "lo siento" con sinceridad para que Él dirija hacia mí todo Su
perdón y compasión. Su misericordia es atraída a mi miseria como un imán y envuelve
mi alma como un escudo protector.
Sin importar lo horrendo que pueda ser el pecado, Su Misericordia alcanza tiernamente
como un acto de pena y contrición.
Su Misericordia es tan grande que nunca podré comprender su alcance ni su tamaño.
Su Misericordia está limitada sólo por mi falta de confianza.
Me ha revelado su propia vida íntima al crearme a Su imagen y semejanza y luego ha
elevado esa semejanza al compartir su propia naturaleza en el Bautismo.
Soy el receptor de la Misericordia de Dios, y la mejor manera de mostrarle mi gratitud
por eso es siendo misericordioso con mi hermano.
Encuentro difícil perdonar y olvidar, así que absorbo algo de Su misericordia al recordar
que Dios es el primero en llegar a mí cuando Lo he ofendido. No me recuerda mi
pecado, tampoco mis ofensas, Su Misericordia es vasta e infinita.
Se coloca ante mí con gran compasión y sana todas mis imperfecciones con Sus
perfecciones, mis debilidades con Su fuerza, mi frialdad con Su amor, mis frustraciones
con Su paz y mi oscuridad con Su luz.
Al darme cuenta de mis propias debilidades y al contemplar Su Misericordia entiendo
la miseria y las imperfecciones de los otros. No hay otro atributo en el que pueda
participar, que imprima la imagen de Jesús en mi alma tan rápidamente como la
Misericordia.
Cuando soy misericordioso, me parezco a Jesús, la perfecta imagen de la Misericordia
y el Padre llena mi alma con gracias y devuelve misericordia por misericordia.
DIOS ES AMOR. San Juan no afirma que Dios tiene amor sino que es Amor (1 Jn.
4:16). Puedo amar en varios grados, pero con Dios es diferente. Pensar en Dios es
pensar en amor, llenarse de amor es llenarse de Dios.
Es difícil para mi mente finita comprender que lo que poseo es a Él.
Cuando amo a alguien le deseo todo lo bueno, agradable, placentero, duradero y
hermoso. La cantidad de estas cosas buenas que le desee dependerá del grado de amor
que inspira estos deseos. Una cosa es segura, al margen del grado, el amor desea
difundirse al buscar y procurar el bien de los otros.

2.8.- Explicar algunas cualidades del hombre nuevo, que surgen del amor de Dios.
1. El hombre nuevo es alguien que se encuentra con Dios. La plena realización del
hombre no puede lograrse sin el ejercicio y desarrollo de la plenitud del ser. El hombre
ha sido creado con necesidades espirituales de comunicación y devoción con lo
absoluto, Dios. Sin vida espiritual no hay hombre nuevo. Cuando San Pablo escribe sus
cartas de la cautividad pone de manifiesto esta realidad. Tras las rejas de la injusticia y
de la opresión no destila odio sino amor, y le pide a los hermanos de la iglesia de Filipo
que tengan un pensamiento positivo. Los carceleros son conquistados por la vida y la
fe del encarcelado; esto es posible porque además de estar preso San Pablo está en
Cristo, y de esa relación con Cristo surge su poder espiritual... Su propia experiencia
personal le muestra al apóstol que es imposible concretar la novedad de vida sin el
previo encuentro con Dios. Su experiencia de conversión, que lo había transformado de
perseguidor en proclamador del Evangelio, así lo atestigua. Ese primer encuentro no es
sino un peldaño en la escalera del crecimiento espiritual: “Estando persuadido de esto,
que el que comenzó en vosotros la buena obra la perfeccionará hasta el día de
Jesucristo”.
2. El hombre nuevo es alguien que ora. Jesucristo es el hombre nuevo, el modelo de
humanidad, y en su vida terrenal fue un hombre de oración. No tomó decisiones
importantes sin previamente entregarse a largos períodos de oración. Antes de
comenzar su ministerio pasó cuarenta días en oración en el desierto; no escogió a sus
discípulos hasta después de largo tiempo en oración, y como sabía que su ministerio
habría de culminar con la muerte de cruz y no ignoraba cuán dura habría de ser esa
prueba, se preparó adecuadamente en oración.
Si el segundo Adán, Hombre Nuevo, Imagen de Dios y Hombre Perfecto oró para
recibir de Dios el poder necesario con que encarar su difícil ministerio, ¿cómo
pretendemos nosotros alcanzar la meta del hombre nuevo sin una adecuada vida de
oración? Si Jesús oró intensamente hasta descubrir la voluntad de Dios para ajustarse
a ella, ¿cómo pretender concretar en nosotros el hombre nuevo sin antes buscar la
voluntad de Dios para nuestras vidas sino insistiendo en nuestra propia voluntad? Si
Jesús oró por amor al Padre para gozarse en comunión con él, ¿cómo pretender alcanzar
la novedad de vida sin colocar a Dios en el pináculo de nuestra vida afectiva? Jesucristo
es nuestro modelo: nos conduce necesariamente a una vida de oración.
La oración es la respiración de la vida espiritual del hombre nuevo. Por cuanto hemos
sido creados a imagen y semejanza de Dios, la oración es inherente al hombre, quien
intuye lo Trascendente y se siente impulsado a comunicarse con el Creador.
Psicológicamente hablando, la oración es el hambre psíquica de una humanidad
diferente, el hambre de hombre nuevo. La oración es el resultado de nuestra
comprensión de lo que somos y del ansia por alcanzar lo que debemos ser mediante la
gracia de Dios.
3. El hombre nuevo es una persona moral. Ya hemos comentado que en la Biblia el
concepto de hombre nuevo aparece siempre dentro de un contexto ético-moral. El
concepto de hombre como imagen de Dios - semejante al de hombre nuevo -, presupone
la moralidad inherente a la humanidad, según la intención original de Dios. Por cuanto
es un ser perfecto, Dios es un ser moral, y su imagen en el hombre también debe ser
moral para que éste sea plenamente hombre. Jesús, en el contexto ético del Sermón de
la montaña, nos dice: “Sed hombres como Dios es Dios”, es decir, sed morales como
Dios es moral. Ser moral (perfecto), es ser hombre. En la Epístola a los Efesios, después
de tres capítulos sobre la unidad de la Iglesia aparecen otros tres capítulos referidos a
la práctica de la vida cristiana. En Efesios 4:12–13, 22–24, hay una serie de reflexiones
sobre el hombre nuevo enmarcadas por principios de la ética cristiana. (Los dos
siguientes capítulos de Efesios se ocupan de la familia cristiana y de la lucha que el
creyente tiene que librar contra las fuerzas del mal).
He dicho que moralismo no es lo mismo que moralidad. Los moralismos son relativos,
pero la moralidad es absoluta porque tiene que ver con la esencia del ser humano. La
moralidad no consiste solamente en someterse a las leyes humanas porque, a la luz de
Jesucristo, éstas pueden ser injustas. La moralidad tampoco consiste en someterse a las
costumbres de una denominación religiosa - algunas de las cuales tienen mucho
legalismo y poco amor -, sino en someterse al imperativo moral del Evangelio grabado
en nuestra propia naturaleza como imagen de Dios. Recuerdo un matrimonio amigo,
por cierto buenos creyentes, que conocí hace algunos años en Francia; habían viajado
a su país de origen casi un año antes que nosotros. Recuerdo que la señora trajo a casa
una cajita con aretes y collares y le dijo a mi esposa: “Te dejo todo esto que he usado y
aprecio mucho porque no puedo llevarlos a mi país; en mi iglesia yo sería motivo de
escándalo, si los usara; como no quiero ser piedra de tropiezo para mis hermanos, te los
regalo”. Es evidente que esta amiga no creía que fuera pecaminoso usar esos adornos,
pues no contribuían ni a la moralidad ni a la inmoralidad; pero el moralismo de su
congregación la estaba obligando a actuar en forma inauténtica, a presentarse en forma
diferente de lo que desearía a la luz de su comprensión del Evangelio. Tengo mucho
respeto por cualquier cristiano que deja de comer o de beber o de utilizar determinadas
vestimentas por causa de una convicción religiosa, aun cuando no comparta su idea. Lo
que resulta muy lamentable es que un cristiano renuncie a sí mismo, a su convicción
cristiana, sin estar convencido de que el imperativo viene de Dios. Una comunidad
religiosa puede convertirse en un grupo psíquicamente enfermo y enfermante. El
hombre nuevo es alguien que toma en serio la moralidad y no se somete a los
moralismos humanos. Mucho más grave es la simulación y la hipocresía. Por ese
camino difícilmente se arribe a la concreción del hombre nuevo. La moralidad se basa
en el amor y no en el temor. “Si me amáis, guardad mis mandamientos”, dice el Señor.
El amor es la dinámica de la moralidad del hombre nuevo. El Evangelio no es un nuevo
legalismo. Las listas de pecados que presenta San Pablo cuando anuncia que los que
practican tales cosas no heredarán el Reino de Dios, no tienen nada de original; listas
similares había en su tiempo redactadas por filósofos anticristianos. Uno es cristiano no
porque se porte bien, pero se porta bien porque es cristiano. El Nuevo Testamento
procura una vida moral, pero la vida moral no nos convierte en hombres nuevos. Es la
lealtad a la persona de Jesucristo y nuestra fe en él lo que nos hace cristianos y nos
permite imitarlo como modelo de humanidad. Cuando el hombre sea capaz de vivir en
amor no necesitará caminar con muletas morales. “El amor”, afirma San Pablo, “no
hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor”.
Uno de los grandes problemas contemporáneos es la terrible crisis moral que embarga
al mundo. La sociedad inmoral en que vivimos hace necesario que los cristianos
luchemos con firmeza por un nuevo orden moral. La moralidad personal y social es
indispensable. La moralidad es un ingrediente fundamental del hombre nuevo y de la
nueva humanidad.
4. El hombre nuevo es alguien que se compromete con la dimensión social del
evangelio. El hombre nuevo, si bien madura a través de una experiencia individual, no
es individualista; se expresa en comunidad. La renovación del hombre es parte de la
renovación de toda la humanidad; en mi renovación se renueva parte de la humanidad
y debo procurar la plena realización humana para los demás.
El cristianismo no es una ideología; es una manera de encarar la vida a partir del
encuentro con Jesucristo y la comunión con él. Tampoco es un sistema, humanista; es
una valoración realista del hombre a la luz del precio que Jesús pagó por cada ser
humano en la cruz del Calvario.
Habiendo interpretado fielmente a Jesucristo, San Pablo no podía aceptar la inferioridad
de algunos seres humanos y la superioridad de otros por razón de sexo, raza, status
socio-económico o político. Analicemos brevemente la evolución de su reflexión
teológico según el orden cronológico de sus epístolas. En Gálatas afirma que toda
persona que ha sido bautizada en Cristo ha sido revestida de Cristo y, por lo tanto, “ya
no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos
vosotros sois uno en Cristo Jesús”. Esta afirmación, dirigida a las iglesias de la zona
central de lo que hoy es Turquía, es muy semejante a la que hace posteriormente a la
Iglesia de Corinto, en el centro de Grecia. La esclavitud era moneda corriente en la
antigüedad greco-romana, y entre los convertidos al cristianismo había muchos
esclavos que, al igual que cualquier otro esclavo en cualquier tiempo, ansiaban su
libertad. El apóstol sabe que Jesucristo llama al esclavo y, al convertirlo, lo hace libre.
Todo creyente es un esclavo de Cristo por lo tanto no debe hacerse esclavo de los
hombres. En el capítulo doce de 1 Corintios, San Pablo reflexiona sobre la Iglesia como
cuerpo de Cristo: cada cristiano es un miembro del cuerpo, vivificado por el Espíritu
Santo. Los que se integran al Cuerpo de Cristo se encuentran en una nueva situación
que va más allá de raza y status: “Porque por el sólo Espíritu fuimos todos bautizados
en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber
de un mismo Espíritu”. Su esquema de reflexión no cambia en las epístolas de la
cautividad; lo que cambia es su estrategia. No debemos olvidar que Efesios,
Colosenses, Filipenses y Filemón son cartas escritas por un hombre preso en una cárcel
romana. Tampoco debemos olvidar que el imperio romano era el principal promotor de
la horrible institución de la esclavitud - el fracaso de Espartaco había mostrado la
dificultad para vencer el monolítico orden establecido que estaba deshumanizando a
buena parte de la población -.
Para comprender la estrategia de San Pablo en función de la humanización del hombre
según el modelo de Jesucristo, es indispensable que nos ubiquemos en el contexto del
siglo I. No sólo los esclavos eran deshumanizados, también lo eran las esposas y los
hijos; al referirse a los deberes del padre de familia y a los derechos de la esposa y de
los hijos, San Pablo estaba haciendo una revolución. El esclavo es incluido, en ambas
epístolas, como un miembro de la familia y entra en la misma relación de deberes y
derechos que los demás familiares. La epístola a Filemón trata únicamente el problema
de la esclavitud. Onésimo, el esclavo, se convierte en hijo espiritual de San Pablo y en
hermano de Filemón, su antiguo amo. Un esclavo fugado podía ser legalmente torturado
hasta la muerte para el escarmiento de los demás esclavos. Pero cuando las leyes
humanas son injustas el cristiano tiene que ir más allá de ellas. San Pablo le pide a
Filemón que reciba a Onésimo como a un hermano en Cristo y se compromete a pagar
todo lo que aquél le haya robado, si es que Filemón insiste en cobrar la deuda.
Uno puede imaginar la profundidad de la fe del esclavo que vuelve a la casa de su
antiguo opresor con la seguridad de que éste - que también ha sido ganado para Cristo
bajo el ministerio del apóstol -, ha de recibirlo no ya como esclavo sino como a un
hermano en Jesucristo. El hecho de que la Carta se haya conservado hasta el día de hoy
es prueba evidente de que Filemón aceptó a Onésimo como a un hermano en Cristo. Si
le hubiera dado muerte se habría cuidado de destruir el documento. Este documento fue
tan valioso que la iglesia primitiva no consideró a los esclavos como seres inferiores.
Según la tradición eclesiástica, Onésimo se destacó como un gran líder cristiano y llegó
a ser obispo.

2.9.- Relacionar los principales aspectos de la sexualidad humana con la dimensión


ontológica.

Ser humano, amor, sexualidad. Para entrever el sentido en que cabe sostener que el ser
humano se identifica con el amor o está destinado a transformarse en él, basta advertir
lo que he desarrollado otras veces. A saber, que todo su «contexto» es de amor:
+ Nace del amor, del Amor divino infinito que lo crea en cooperación estrechísima con
el amor humano de sus padres.
+ Está destinado al amor: a amar a Dios y a las personas creadas, ya en esta tierra,
tornándose cada vez más feliz; y, con semejante preparación, a amar definitivamente al
Amor de los amores durante la eternidad sin término y plena de dicha.
+ Y, por lo mismo, crece, se perfecciona como hombre, como persona, gracias al
amor… Por todo lo cual, puede afirmarse sin reparos que la persona humana es,
participadamente, amor.
Con el adverbio participadamente quiero insinuar, entre otras cosas, que, considerado
en sí y por sí, no todo lo que el hombre realiza es, en su sentido más propio, un acto de
amor: no lo es el comer, el pasear, el ver la televisión o leer un libro…
Sin embargo, todas y cada una de esas acciones pueden —¡y deben!— convertirse en
amor. ¿Cómo?: en cuanto, al hacerlas buscando el bien de los otros, el amor las in-
forma y, como consecuencia, las transforma: cuando como, paseo, trabajo o descanso
movido por el amor —para consolar a un hijo mientras charlamos, preparar mejor las
clases pensando en mis alumnos, reponer fuerzas para volver a la tarea con más bríos,
recuperarme de un enfado con el fin de no «aguar el ambiente» al volver a casa…—,
tales actividades llegan a ser, en sentido real, aunque derivado, actos de amor.
(No solo por «rizar el rizo», sino para hacerlo más comprensible, el que in-formar
equivalga a transformar puede verse bien, por ejemplo, en la asimilación de la comida:
lo que era, pongo por caso, pulpa de mango o de naranja, cuando lo come y asimila un
chico o una chica, se transforma en carne, músculos, tendones… humanos.
Algo similar, no idéntico, sucede con las actividades que realizamos. Por ejemplo, al
levantarnos de un asiento en un autobús por deferencia hacia una señora o una persona
de edad —y no simplemente porque hemos llegado a la parada—, el gesto físico se
trans-forma en un acto de delicadeza respecto a esa otra persona; por el contrario, si
uno —¿una?— se pone en pie para ver mejor el escaparate de la tienda de modas, ese
movimiento se transforma en un acto de… [ponga cada cual lo que le evoque y parezca
más conveniente], pero no propiamente de amor).
• Asimismo, la sexualidad comienza a percibirse en todo su esplendor y maravilla
cuando desvelamos y ponemos en primer término su íntima y natural conexión con el
amor. Y es que, para unos ojos que sepan mirarla con limpieza, superando los
estereotipos degradados que circulan en el ambiente, la sexualidad se revela de entrada
como el medio más específico, como el instrumento privilegiado, para introducir,
manifestar y hacer crecer el amor entre un varón y una mujer precisamente en cuanto
tales, en cuanto personas sexuadas.
De ahí, justamente, su importancia y relevancia en el conjunto de la existencia humana.
Y también de ahí la tristeza del proceso de trivialización que ha experimentado en los
últimos tiempos. Banalización que, al alejarla de su profundo significado y de su
excelencia, constituye tal vez uno de los principales problemas —teoréticos y vitales—
que «la cuestión del sexo» plantea a nuestros contemporáneos. Pues, al no advertir
apenas la sublimidad de que esa sexualidad goza, algunos tienden a tratarla como un
objeto más de bienestar y consumo.
Muy a menudo me veo obligado a explicar, con profunda pena, que, para bastantes de
los que hacen del fin de semana nocturno el ámbito primordial de su diversión —que a
la par es el objetivo por excelencia de su vida: vivir para divertirse—, las relaciones
sexuales, excesivamente frecuentes a lo largo de esas veladas, son un simple producto
del aburrimiento y del correspondiente afán de distracción. Que un buen número de
jóvenes, con los matices que serían del caso para los chicos y las chicas, sin ignorar del
todo la profunda lesión que generan en su ser al utilizar de ese modo la propia
sexualidad, la sitúan sin embargo en la misma línea de los demás instrumentos de recreo
o entretenimiento, como una especie de «añadido» a su persona, del que podrían
disponer a placer, y no como algo que la configura intrínsecamente y en su totalidad.
Lo que suelo exponer de una manera una tanto burda y desgarrada, pero gráfica y
significativa: para ellos es como un refresco más o como un helado… «solo que a lo
bestia»: cumple una misión parecida —el pasatiempo, la huida del tedio, un cierto
disfrute—, pero, al menos en su imaginación e inicialmente, con mucha mayor eficacia
e intensidad que esos otros «productos».
Lo expresa con singular acierto C. S. Lewis en El diablo propone un brindis. En mitad
del discurso, el diablo mayor se queja de la pobreza de las motivaciones que llevan al
hombre actual a hacer el mal. Y apunta especialmente al uso «mediocremente malvado»
del sexo:
«Sería vano, empero, negar que las almas humanas con cuya congoja nos hemos
regalado esta noche eran de bastante mala calidad […]
Después ha habido una tibia cacerola de adúlteros. ¿Han podido encontrar en ella la
menor huella de lujuria realmente inflamada, provocadora, rebelde e insaciable? Yo no.
A mí me supieron todos a imbéciles hambrientos de sexo caídos o introducidos en
camas ajenas como respuesta automática a anuncios incitantes, o para sentirse
modernos y liberados, reafirmar su virilidad o "normalidad", o simplemente porque no
tenían nada mejor que hacer. A mí, que he saboreado a Mesalina y Casandra, me
resultaban francamente nauseabundos».
Todo lo cual, como sugería, no puede sino ir en detrimento de la posibilidad de apreciar
y valorar la sexualidad humana, pues los títulos de su grandeza derivan de su cercanía
a lo que es el hombre en cuanto persona (a saber, amor participado) y a al origen de
cada ser humano (una relación exquisita de amor mutuo… vigorizada por el Amor
creador de todo un Dios, con el que cooperan los padres en la procreación o co-creación
de cada hijo).
La sexualidad: ser y obrar: En los párrafos que preceden, al apuntar sobre todo al
ejercicio de la sexualidad humana y su nexo con el amor, he dejado de lado algo tanto
o más importante y en cierto modo previo: la condición sexuada de todo sujeto humano,
su índole de varón o mujer.
Me gustaría exponer un par de ideas al respecto.
• El estudio sobre la persona que realizamos al hilo del libro antes citado, nos permitió
extraer una doble conclusión: antes que nada, que el obrar sigue al ser, y el modo de
obrar al modo de ser; o, con otras palabras, que, para actuar de determinado modo,
cualquier realidad debe estar conformada o «confeccionada» de una manera muy
particular, tener un ser que permite y, en su caso, provoca o «sugiere», ese tipo de
actividades; además, aunque esto no fue tratado con tanto detenimiento, que ese modo
de ser se encuentra básicamente ordenado a la operación u operaciones que le son más
propias —«esse est propter operationem», que dirían los latinos: «el ser se orienta (u
ordena) al obrar»—; por poner ejemplos sencillos y no excesivamente profundos, las
aves tienen alas para volar, y los peces aletas para nadar; de manera análoga y más
propia, refiriéndonos a la persona humana y hablando con rigor, todo su ser, con los
elementos en los que se concreta, está encaminado hacia el amor inteligente.
Bajo este prisma, y como acabo de sugerir, el ejercicio de la sexualidad se orienta a
suscitar, instaurar y poner de relieve el amor entre los hombres, y los torna partícipes
del Amor creador de todo un Dios.
• Pero, si miramos más allá de la operación, hasta su mismo fundamento, la sexualidad
constituiría una determinación intimísima mediante la cual se modula en su totalidad el
ser del hombre, gracias a una particular participación en el Ser Personal de Dios (y, más
en concreto, en la Santísima Trinidad), haciendo que cada sujeto humano posea un ser
masculino (varón) o un ser femenino (mujer)… dirigidos a su vez al amor mutuo.
Esa «modulación» o modo-de-ser-persona, masculina o femenina, alcanza desde el
ámbito fisiológico, en todas y cada una de sus células, hasta el propiamente espiritual,
pasando por el psíquico; y hace de cada hombre, como acabo de sostener, una persona
masculina o una persona femenina, con el sinfín de características que le son propias.
Debido a su enorme riqueza, no es un tema que quepa abordar por extenso en el presente
escrito, máxime cuando ya ha sido estudiado en otros lugares.
Sin embargo, sí me parece imprescindible realizar ahora un conjunto de reflexiones en
torno al carácter personal de la sexualidad humana, así como a la índole necesariamente
sexuada de toda persona… también humana.
Y, asimismo, dejar sentada la distinción entre lo sexual: las manifestaciones más
externas y corporales de la sexualidad, de la que lo estrictamente genital es un conjunto
de elementos que hacen inmediatamente posible la relación íntima entre varón y mujer;
y lo sexuado, que impregna a la persona entera del varón y la mujer, dotándolos de lo
que llamamos masculinidad y feminidad, muchísimo más amplias y ricas que sus meras
expresiones corpóreas. Comenzaré por el primer extremo: la sexualidad humana es
personal.

2.10.-Identificar roles del magisterio en cuanto a verdades de fe, dogma.


Verdades de fe que la Iglesia garantiza que están contenidas en la divina revelación.
Los dogmas son verdades de fe que están explícitas o implícitas en la divina revelación
(la Palabra de Dios, escrita o transmitida). Se basan en la autoridad misma del Dios
revelador (fides divina), y la Iglesia garantiza con su definición que se hallan contenidas
en la divina revelación.
Dichas verdades se apoyan también en la autoridad del magisterio infalible de la Iglesia
(fides católica) cuando son propuestas por medio de una definición solemne del Papa o
de un concilio universal; entonces son verdades de fe definida.
“El Magisterio de la Iglesia ejerce plenamente la autoridad que tiene de Cristo cuando
define dogmas, es decir, cuando propone, de una forma que obliga al pueblo cristiano
a una adhesión irrevocable de fe, verdades contenidas en la Revelación divina o también
cuando propone de manera definitiva verdades que tienen con ellas un vínculo
necesario” (Catecismo de la Iglesia Católica, 88).
Una vez proclamado o definido un dogma solemnemente, no puede ser derogado.
Otra cosa es la reformulación de un dogma o el expresarlo de una manera que se adecue
mejor a los tiempos, pero esto no modifica en absoluto la verdad de fe que se propone
para ser creída por todo católico.
Así que cuando la Iglesia define un dogma no está fuera de la Revelación Pública, sino
que se basa en ella misma para dar luz sobre un asunto de fe requerido por la Iglesia en
un momento determinado.
Y este proceso es guiado por el Espíritu Santo: “Cuando venga el Espíritu de la Verdad,
él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo
que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo. Él me glorificará, porque recibirá de
lo mío y se lo anunciará a ustedes. Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo:
Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes" (Jn 16, 13-15).
Los dogmas constituyen la base inalterable de la doctrina católica y por lo tanto todo
católico esta obligado a aceptar y creer en ellos de manera irrevocable.
Cuando la Iglesia define un dogma no es que dicho dogma empiece entonces a ser
verdad; son verdades que siempre han existido, pero su aceptación empieza a ser
obligatoria al definirse.
Uno de los mayores ataques que encuentra la Iglesia por parte de los no católicos para
mostrar la doctrina como falsa, es el hecho de querer mostrar las fechas de
promulgación de los dogmas como la fecha en que se ‘inventaron’ las doctrinas.
Claramente podemos darnos cuenta de que todo ya fue revelado pero no todo fue al
mismo tiempo explicitado. Eso es distinto a atacar a la Iglesia católica de que “inventa
doctrinas”.
Los dogmas no son verdades que la Iglesia imponga arbitrariamente, son luces de la
verdad objetiva y que iluminan el camino de nuestra fe y lo hacen certero pues existe
un vínculo intrínseco entre estos y nuestra vida espiritual.
En la Iglesia católica un dogma es una verdad de fe infalible, incuestionable, absoluta,
definitiva, inmutable y segura, sobre la cual no puede subsistir ninguna duda; es decir
una verdad dogmática no puede ser sometida a pruebas de veracidad, es indiscutible.
Y, «conviene recordar que existe un orden o "jerarquía" de las verdades de la doctrina
católica, puesto que es diversa su conexión con el fundamento de la fe cristiana"
(Unitatis redintegratio, 11).
La obligación de aceptar estas verdades no se debe ver como algo insensato contra la
libertad o contraproducente a la racionalidad; es, de manera análoga, como aceptar una
verdad propuesta, por ejemplo, por las matemáticas aunque no la entendamos.

1.11.- Reconocer los distintos ámbitos de intervención del Magisterio, tanto a nivel
ordinario como en su formulación ex Cátedra.

l. La Iglesia como unidad indisoluble de culto, doctrina y gobierno pastoral: En la


Iglesia viven, como aspectos hondamente relacionados de su ser, un culto, una doctrina
y un gobierno. Son las tres dimensiones que, inseparables unas de otras, forman la
Iglesia de Jesucristo tal como se manifiesta y despliega de modo visible en el mundo.
Culto, doctrina y gobierno pastoral no aparecen como sumandos de un resultado final.
Porque los sumandos pueden ser mutuamente extrínsecos y mantener una relación
simplemente externa. Estos tres aspectos son esenciales en la vida de la Iglesia, y cada
uno de ellos implica a los demás. Podría decirse que se relacionan entre sí como el alma
y el cuerpo lo hacen en el ser humano.
Bajo el culto se incluye el elemento orante de la Iglesia, que refleja la relación espiritual
y religiosa con Dios, hecha de adoración, impetración, petición de perdón y acción de
gracias. El culto se manifiesta en la oración de los cristianos y de la Iglesia misma, y se
despliega de modo perfecto cara a Dios en la liturgia pública de la comunidad eclesial.
En la Liturgia celebramos el misterio cristiano, que confesamos en el Credo y vivimos
en los mandamientos de la ley divina. «En la Liturgia de la Iglesia, la bendición divina
es plenamente revelada y comunicada: el Padre es reconocido y adorado como la fuente
y el fin de todas las bendiciones de la Creación y de la Salvación; en su Verbo,
encarnado, muerto y resucitado por nosotros, nos colma de sus bendiciones y por Él
derrama en nuestros corazones el don que contiene todos los dones: el Espíritu Santo»
[CEC, 1082].
La oración y el culto litúrgicos son inseparables de la doctrina cristiana, que se resume
en los Credos de la Iglesia, se enseña con autoridad por el Papa y los Obispos en
comunión con él, y se desarrolla en el tiempo con ayuda del oficio que desempeñan los
teólogos. El Credo equivale a la identidad doctrinal de la Iglesia, algo que ésta no puede
alterar ni descuidar sin negarse a sí misma.
Vinculado al culto y a la doctrina se encuentra el gobierno pastoral de los fieles
cristianos, que forman un cuerpo visible en el mundo, y necesitan orientaciones y
normas de conducta que les ayuden a vivir el Evangelio en la sociedad donde habitan.
El gobierno de los fieles cristianos que ejercen los pastores de la Iglesia no puede
responder a criterios e ideas meramente temporales. Está dirigido por consideraciones
doctrinales y teológicas, y nunca debe perder de vista que el pueblo de Dios reunido en
la Iglesia es un pueblo de «verdaderos adoradores que adoran al Padre en espíritu y en
verdad» [Jn 4,23].
Aquí se hace patente la interpenetración dentro de la Iglesia de culto, doctrina y
gobierno. Cada uno de ellos contribuye necesariamente al equilibrio y salud espiritual
de los demás, y evita malformaciones que podrían venir de la superstición --que puede
deformar el sentido del culto--, del intelectualismo --que puede separar doctrina y
piedad--, y de la búsqueda de mera eficacia humana --que puede olvidar el sentido
pastoral del gobierno de la Iglesia. El culto se beneficia del sentido teológico de la
Iglesia y de la prudente regulación dispuesta por los órganos del ministerio y gobierno
pastoral. La Iglesia puede tolerar a veces algunas prácticas y creencias populares
cuando determinadas circunstancias históricas aconsejan no arrancar inmediatamente
la cizaña con el fin de no arrancar con ella el trigo [cfr Mt 13,29], pero la teología y el
gobierno harán que prevalezca la doctrina rectamente expresada y vivida.
2. El oficio de Magisterio doctrinal: El aspecto de la Iglesia que hemos denominado
doctrinal, distinto al cultual y al de gobierno espiritual de los fieles, incluye tanto el
magisterio del que estamos tratando, como la actividad teológica, que ya hemos
considerado en los capítulos anteriores.
Centramos ahora nuestra atención en la tarea magisterial, que existe dentro de la Iglesia
en relación directa con el culto y el gobierno. «Cristo ha dado a su Iglesia la seguridad
de la doctrina, la corriente de gracia de los Sacramentos; y ha dispuesto que haya
personas para orientar, para conducir, para traer a la memoria constantemente el
camino» [ECP, 34]. La Iglesia ejerce su tarea docente o magisterial por voluntad de
Jesús, que según la Sagrada Escritura y la teología cristiana es profeta, rey y sacerdote.
«Cristo ejerció su oficio profético al enseñar y predecir el futuro, como hizo en el
sermón de la montaña, en sus parábolas, y en su profecía sobre la destrucción de
Jerusalén. Realizó su obra de sacerdote al morir en la Cruz, como un sacrificio, y
cuando consagró el pan y el cáliz para que fueran un banquete espiritual relacionado
con ese sacrificio, y cuando ahora intercede por nosotros a la diestra del Padre. Se
manifestó finalmente como rey al resucitar de entre los muertos, al ascender al cielo,
enviar su Espíritu de gracia, convertir las naciones y formar su Iglesia para acogerlas y
gobernarlas» [J.H. Newman, The Three Offices of Christ, Sermons on Subjects of the
day, London 1879, p. 53].
En estos tres oficios, Jesucristo representa para nosotros a toda la Trinidad, porque en
su carácter propio es sacerdote, en cuanto a su reino lo tiene del Padre, y en cuanto a su
oficio profético y magisterial lo ejercita por el Espíritu.
Todos los cristianos llevan de algún modo ese triple oficio. Se cumplen en ellos las
palabras del profeta Joel, que dicen: «Sucederá en los últimos días que derramaré mi
Espíritu sobre toda carne, y profetizarán sus hijos y sus hijas» [Hech 2,17]. En el
Apocalipsis leemos que Jesucristo «ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes para
su Dios y Padre» [Hech 1,6].
Estos tres oficios se ejercen de modo particular e inmediato por la Iglesia jerárquica,
que desempeña una función docente (magisterio), una función pastoral (gobierno
espiritual de los fieles) y una función sacerdotal (culto).
El magisterio doctrinal es precisamente el ejercicio de la función docente que la Iglesia
tiene encomendada. Puede definirse como la actividad de enseñanza y custodia que los
titulares de la autoridad de la Iglesia realizan en ella sobre el depósito de la fe y su
desarrollo a lo largo del tiempo.
La enseñanza y protección de la fe recibida es en la Sagrada Escritura una actividad
esencial de la Iglesia de Jesucristo. «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la
tierra. Id y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado»
(Mt 28,18-20). La misión que Jesús confía a sus Apóstoles y discípulos incluye
claramente la función de enseñar. La verdad cristiana, su asimilación y su difusión, es
el principio orientador de la actividad magisterial, como lo es también de la teología
que actúa en comunión con el magisterio.
El libro de los Hechos de los Apóstoles recoge lo que podemos considerar actividad
magisterial de los Doce y de los obispos y presbíteros que éstos asocian a la tarea de
fundar y guiar las comunidades cristianas. El libro se refiere a la "doctrina de los
Apóstoles" (2,42), como uno de los elementos esenciales en la vida de los cristianos. El
Concilio de Jerusalén (cap. 15) suministra un testimonio de que, en la Iglesia de los
orígenes, los Apóstoles ejercían una autoridad propia para plantearse y resolver
cuestiones de doctrina y disciplina.
Los siglos II-III nos ofrecen datos abundantes sobre la "sucesión apostólica", que sirve
de criterio para establecer la verdadera doctrina de Jesús. Hay una estrecha conexión
entre el ministerio pastoral y la Buena Nueva evangélica. Se puede reconocer, por tanto,
desde el principio un ministerio de enseñanza, considerado como anuncio normativo de
la Fe, y que es distinto a otras formas de comunicar la doctrina, como podían ser la
catequesis o el carisma de profecía (Cfr.1 Cor 14,5). La apostolicidad como nota de la
Iglesia hace precisamente referencia a la enseñanza y trasmisión correctas de la doctrina
confesada y predicada por la Iglesia desde sus comienzos.
El Espíritu Santo asiste a los titulares del magisterio doctrinal, mantiene a la Iglesia en
la fe verdadera y la protege de cualquier desviación. Este carisma de enseñar con
autoridad y sin error es un don de toda la Iglesia, pero se halla particularmente presente
en los Apóstoles y sus sucesores, es decir, en el Colegio Apostólico presidido por Pedro,
y luego en el Colegio episcopal, cuya cabeza es el Romano Pontífice. Dice la
Constitución Lumen Gentium: «El cuerpo episcopal sucede al colegio de los Apóstoles
en el magisterio y en el régimen pastoral» (nº 22); «Los obispos en cuanto sucesores de
los apóstoles reciben del Señor la misión de enseñar a todas las gentes y predicar el
Evangelio a toda criatura» (nº 24).
El Magisterio de la Iglesia se juzga necesario para conocer el contenido de la verdadera
fe, e interpretarla adecuadamente. Las comunidades cristianas nacidas de la crisis
religiosa del siglo XVI (luteranos, calvinistas, zwinglianos, anglicanos, etc.) afirman en
cambio el principio del libre examen de la Sagrada Escritura, según el cual todo
cristiano que lea atenta y honradamente la Biblia será capaz de conocer, con la ayuda
del Espíritu Santo, las doctrinas necesarias para la salvación, sin la orientación de
ningún magisterio.
Los anglicanos adoptan una postura más atenuada, y sostienen que la doctrina cristiana
puede conocerse de modo completo a partir de los Padres de la Iglesia y de los concilios
generales de los primeros siglos. Piensan que basta aplicar la regla que considera de fe
católica lo que ha sido mantenido y enseñado en todos los lugares de la Iglesia
universal, siempre y por todos («quod ubique, quod semper, quod ab omnibus»).
El diálogo ecuménico desarrollado en los últimos años a partir del Concilio Vaticano II
ha acercado las posturas de católicos y protestantes en esta cuestión. Tanto anglicanos
como luteranos tienden a concebir el magisterio eclesial como un oficio regulador en
las discusiones que tienen como fin aclarar la doctrina cristiana. Pero este oficio se
encuentra para ellos casi al mismo nivel que el trabajo de los teólogos.
Este principio ha sido, sin embargo, matizado, y en parte corregido, en declaraciones
recientes que aceptan una autoridad de enseñanza en la Iglesia [Grupo
Luterano/Católico USA (1978), cfr Enchiridion Oecumenicum, Salamanca 1993, nº
2009], aunque no le atribuyen el alcance que posee en la doctrina y en la teología
católicas.
3. Quienes ejercen el Magisterio en la Iglesia: Cualquier hombre o mujer cristiano
puede enseñar su fe si tiene un conocimiento ordenado y suficientemente preciso de sus
contenidos. Es lo que hacen de modo habitual los catequistas, los cristianos de cierta
cultura que informan a otros con algún detalle acerca de la doctrina y costumbres
cristianas, y los profesores de ciencias sagradas. Todos ejercen un cierto magisterio,
que deriva de su condición de bautizados y de la responsabilidad que les atañe para
consolidar la fe cristiana dentro de la Iglesia, y difundirla fuera de ella.
Pero aquí hablamos ahora del Magisterio de autoridad, que es parte esencial del
ministerio de quienes gobiernan la Iglesia. Un fiel cristiano enseña la doctrina llevado
de la responsabilidad que nace de su vocación bautismal. Los miembros de la Jerarquía
eclesial han de enseñarla públicamente como tarea incluida en la misión pastoral para
la que han sido ordenados.

El magisterio de la Iglesia puede ser ordinario y extraordinario

1.- El magisterio extraordinario o solemne (cfr. Vaticano I, D 3011) es el ejercido


por un Concilio ecuménico, o por el Papa cuando define ex cathedra una doctrina de fe.
Definir una doctrina supone formular solemnemente un juicio que vincula a toda la
Iglesia, y que debe ser aceptado por los fieles como parte de la Revelación.
Ejemplos bien conocidos de magisterio extraordinario son las definiciones de la
Inmaculada Concepción de María por Pío IX en 1854, de la infalibilidad del Romano
Pontífice por el Concilio Vaticano I en 1870, y la definición de la Asunción de Nuestra
Señora por Pío XII en 1950.
Los fieles aceptan estos actos solemnes como infalibles por la convicción de fe de que
esas afirmaciones no pueden ser erróneas, dada la asistencia que el Espíritu Santo
concede al Papa y al Concilio. Estas definiciones se dicen por tanto «irreformables en
sí mismas» (DS 3074). Es decir, su valor religioso no depende de que sean o no sean
aceptadas por la mayoría de los fieles [LG, 24].
Que sean irreformables no significa que su formulación sea tan perfecta y acabada que
no pueda alcanzar todavía mayor precisión. Significa que su sentido no está sujeto a
cambios o mutaciones, y será siempre el mismo.
Las definiciones papales se basan en la fe de la Iglesia. El Papa no posee una fuente
independiente de Revelación, y puede definir como dogma de fe solamente lo que se
contiene en el depósito revelado.
El carisma, tanto papal como conciliar (el Papa es siempre cabeza del Concilio
ecuménico), para definir la doctrina cristiana no es la capacidad de conocer nuevos
aspectos de la Revelación que permanecerían ocultos al resto del pueblo cristiano. Es
la capacidad de formular sin equivocarse lo que la Iglesia cree y sabe implícitamente.
Sólo el Magisterio tiene la asistencia del Espíritu Santo para expresar sin error la Fe
cristiana en palabras humanas. Otros cristianos podrían equivocarse al hacerlo.
El Papa y el Concilio tienen siempre en cuenta, por lo tanto, las creencias de los fieles
a lo largo y a lo ancho de la Iglesia. Pero no necesitan el consenso o la aceptación previa
de los cristianos antes de proceder a una definición dogmática.
2.- El magisterio ordinario es el ejercido habitualmente por el Papa y por los
obispos que se hallan en comunión con él. Siempre que un Obispo se pronuncia sobre
la fe y las costumbres cristianas, se presume que se encuentra en comunión con el
Romano Pontífice, y que expone la doctrina de toda la Iglesia, aplicada a las
circunstancias de su diócesis.
La distinción entre magisterio extraordinario y ordinario no coincide con la distinción
entre magisterio infalible y no infalible, dado que, en determinados casos, la enseñanza
ordinaria unánime de todo el colegio episcopal puede gozar también de infalibilidad.
La actividad magisterial más frecuente del Papa y de los obispos es la ordinaria. El
Código de Derecho Canónico de 1983 se refiere al magisterio episcopal con las
siguientes palabras: Los obispos que se hallan en comunión con la cabeza y los
miembros del colegio, tanto individualmente como reunidos en conferencias
episcopales o en Concilios particulares, aunque no son infalibles en su enseñanza, son
doctores y maestros auténticos de los fieles encomendados a su cuidado (canon 753; cfr
LG, 25).
Cada obispo diocesano es el pastor de todos sus fieles, y le corresponde respecto a ellos
la responsabilidad y autoridad en la enseñanza de la doctrina cristiana. Ejerce sus
funciones docentes oralmente o mediante escritos pastorales, y con la promoción de
iniciativas catequéticas y educativas adecuadas. Decía Juan Pablo II en una ordenación
episcopal: «Debéis ser, queridos hermanos, confesores de la fe, testigos de la fe,
maestros de la fe. Debéis ser los hombres de la fe» [Homilía en San Pedro, 6-I-1981].
Sin perjuicio de la responsabilidad personal que compete a cada uno en su diócesis, los
obispos suelen ejercer su función de enseñar reunidos en las conferencias episcopales,
que son corporaciones permanentes formadas por todos los obispos de un país o
territorio. El Concilio Vaticano II recomendó vivamente este cauce de colaboración
entre los obispos de un territorio (cfr. Decreto Christus Dominus, n. 37) y el Papa Pablo
VI prescribió la formación de esas conferencias (cfr. AAS, 58, 1966, 774).
La Carta Apostólica Apostolos Suos, sobre la naturaleza teológica y jurídica de las
Conferencias de Obispos (21-V-98) habla extensamente de la función doctrinal de
éstas. Recoge en primer lugar el ya citado canon 753, que termina con estas palabras:
los fieles están obligados a adherirse con asentimiento religioso a este magisterio
auténtico de sus obispos.
Se indica a continuación que los obispos reunidos en la Conferencia episcopal ejercen
juntos su labor doctrinal conscientes de los límites de sus pronunciamientos, que no
tienen las características de un magisterio universal, aun siendo oficial y auténtico y
estando en comunión con la Sede apostólica. Han de evitar, por tanto, hacer difícil la
labor doctrinal de los obispos de otros territorios, teniendo en cuenta la resonancia que
los medios de comunicación suelen dar a los acontecimientos de un lugar determinado
en áreas más extensas e incluso en todo el mundo.
«Si las declaraciones doctrinales de las Conferencias episcopales son aprobadas por
unanimidad pueden sin duda --leemos-- ser publicadas en nombre de las Conferencias
mismas, y los fieles deben adherirse a este magisterio auténtico de sus propios obispos.
En cambio, si falta esa unanimidad, la sola mayoría de los obispos de una Conferencia
no podría publicar una eventual declaración como magisterio auténtico de la misma,
antes de obtener la revisión (recognitio) de la Sede apostólica, que no la dará si la
mayoría no es al menos de dos tercios de los prelados que pertenecen a la Conferencia
con voto deliberativo».
Cuando los obispos reunidos en la Conferencia episcopal ejercen su función doctrinal,
lo hacen en las reuniones plenarias. Organismos más reducidos como, por ejemplo, el
consejo permanente o alguna de las comisiones, no gozan de autoridad para realizar
actos de magisterio auténtico, ni en nombre propio ni en nombre de la Conferencia.
La Conferencia Episcopal Española, que fue constituida por un rescripto de la Sagrada.
Congregación Consistorial en octubre de 1966, difunde a partir de 1974 importantes
documentos sobre Fe y Moral. Se cuentan entre ellos los del aborto (1974), la
estabilidad del matrimonio (1977), la eutanasia (1986), la sexualidad y su valoración
moral (1987), el teólogo y su función en la Iglesia (1989), la actualidad de la Humanae
Vitae (1992), algunos aspectos de la catequesis sobre la Revelación cristiana y su
trasmisión (1992), etc [CEE, Fe y Moral: Documentos publicados de 1974-1993,
Madrid 1993]. Se espera de estos documentos y otros similares que puedan ayudar en
sus tareas orientadoras y formativas a teólogos, pastores, catequistas, educadores, y que
suministren a los cristianos cultos elementos para su formación doctrinal.
3.- El Sínodo de los Obispos fue instituido por Pablo VI en 1965. No es propiamente
un órgano directo del magisterio, pero su función se orienta en esa dirección. Es
definido como •una asamblea de Obispos escogidos de entre las diversas regiones del
mundo, que se reúnen en determinadas ocasiones para fomentar la unión estrecha entre
el Romano Pontífice y los Obispos, ayudar al Papa con sus consejos para la integridad
y mejora de la fe y costumbres y la conservación y fortalecimiento de la disciplina
eclesiástica, y estudiar las cuestiones que se refieren a la acción de la Iglesia en el
mundo (canon 342).
El Sínodo es siempre convocado y presidido por el Papa, trata de las cuestiones que
éste le ha propuesto previamente, y no dirime asuntos ni emite decretos, o documentos
conclusivos. La Santa Sede publica un documento papal que reúne y ordena las
principales orientaciones sinodales sobre los temas estudiados. Algunas Exhortaciones
Apostólicas de gran alcance eclesial son fruto de estos sínodos, como, por ejemplo, la
Evangelii Nuntiandi, publicada por Pablo VI en 1975. Más recientemente se han
publicado las Exhortaciones Ap. Ecclesia in Africa (1995) y Ecclesia in Asia (1999).
El Sínodo ordinario se reúne cada tres años, pero pueden también convocarse asambleas
sinodales extraordinarias. Se han celebrado Sínodos en torno a cuestiones tan
importantes como la naturaleza del Sacerdocio, las Iglesias particulares en la Iglesia
universal, la formación de los presbíteros, Europa, etc.
4.- Aunque tanto el Papa como los obispos individuales no hablan infaliblemente
en el ejercicio de su función docente ordinaria, existen sin embargo condiciones
bajo las que el magisterio ordinario del colegio episcopal puede gozar del carisma
de la infalibilidad.
La Constitución Lumen Gentium habla de tres condiciones: a) que los obispos
mantengan el vínculo de unidad entre sí y con el Romano Pontífice; b) que hablen
autorizadamente sobre una verdad de fe o de moral; c) que convengan todos en un solo
criterio como el único que deba mantenerse de modo definitivo (cfr. nº 25).
Un ejemplo es la doctrina de la Asunción de la Virgen durante el siglo anterior a su
definición solemne como dogma en 1950. Hay también artículos del Credo de los
Apóstoles que nunca han sido objeto de definición solemne, pero que son enseñados
por el magisterio ordinario como doctrina de fe católica. Tal sería, por ejemplo, la
creencia en la comunión de los santos.
Se puede situar en esta categoría de declaraciones la Profesión de Fe de Pablo VI,
llamada también Credo del Pueblo de Dios. Esta profesión fue publicada por el Papa en
junio de 1968, y en ella se declara auténticamente el sentir de todo el Episcopado y de
todos los fieles, para dar un testimonio firmísimo de la verdad divina, (nº 7) [cfr C.
Pozo, El Credo del Pueblo de Dios, Madrid 1968, pp. 40-45].
La Profesión de fe recogida en el documento de la S. C. para la doctrina de la fe, de 29
de junio de 1998 [Esta Profesión de fe y el Juramento de fidelidad han de ser prestados
por todos los que asumen un oficio para ejercerlo en nombre de la Iglesia. Cfr. Carta
Apostólica Ad tuendam fide, de 18 de mayo de 1998], contiene el Credo de Nicea-
Constantinopla (381), y termina del modo siguiente: «Creo también con fe firme todo
lo que se halla contenido en la Palabra de Dios escrita y trasmitida, y que la Iglesia, con
un juicio solemne o con su magisterio ordinario y universal, propone para ser creído
como divinamente revelado. »Acepto firmemente y mantengo también todas y cada una
de las verdades sobre la doctrina que atañe a la fe o a las costumbres propuestas por la
Iglesia de modo definitivo. »Me adhiero además con religioso obsequio de la voluntad
y del intelecto a las enseñanzas que el Romano Pontífice o el Colegio episcopal
proponen cuando ejercen su magisterio auténtico aunque no tengan intención de
proclamarlas con un acto definitivo.
Como ejemplos del primer tipo de verdades se citan, en una nota que comenta la
profesión de fe, los artículos del Credo, los dogmas cristológicos y marianos, la doctrina
de la institución de los sacramentos por Jesucristo, la doctrina de la presencia real del
Señor en la Eucaristía, así como la naturaleza sacrificial de la celebración eucarística,
la fundación de la Iglesia por voluntad de Cristo, la doctrina sobre el primado e
infalibilidad del Romano Pontífice, la existencia del pecado original, la inmortalidad
del alma y su retribución después de la muerte, la ausencia de error en los textos
sagrados de la Biblia y la doctrina sobre la grave inmoralidad de la muerte directa y
voluntaria de un ser humano inocente.
Entre las verdades mencionadas en segundo lugar se hallan las que se conectan con la
revelación por necesidad lógica. Pueden citarse aquí el desarrollo del conocimiento
sobre la doctrina vinculada a la definición del Romano Pontífice antes de la definición
dogmática del Concilio Vaticano I. La historia demuestra que todo lo que fue asumido
en la conciencia de la Iglesia sobre esta doctrina era ya considerado desde los
comienzos como una doctrina verdadera. En lo referente a las enseñanzas más recientes
sobre que la ordenación sacerdotal ha de reservarse sólo a varones, se puede observar
un proceso similar. El Sumo Pontífice, aunque no ha querido proceder a una definición
dogmática, desea reafirmar que esa doctrina ha de mantenerse de modo definitivo.
En este mismo apartado se puede incluir la doctrina sobre la ilicitud de la eutanasia,
enseñada en la encíclica Evangelium Vitae. Otros ejemplos de doctrinas morales que el
magisterio ordinario y universal de la Iglesia enseñan como definitivas son la ilicitud
de la prostitución y de la fornicación.
4. Funciones que realiza el Magisterio en la vida de la Iglesia. El Magisterio tiene como
tareas guardar fielmente y declarar de modo infalible las doctrinas de la fe. Su misión
no es acuñar nuevas doctrinas, sino ser el portavoz autorizado de la doctrina de Cristo.
El Concilio Vaticano I enseña: «No fue prometido a los sucesores de Pedro el Espíritu
Santo para que por la revelación de éste manifestaran una nueva enseñanza, sino para
que, con su divina asistencia, santamente custodiaran y fielmente definieran la
revelación trasmitida por los Apóstoles o depósito de la fe» (D 1836).
El Espíritu Santo no añade nada nuevo a la predicación y doctrina de Jesús, sino que es
enviado para ayudar a su comprensión y asimilación por los cristianos. Así también el
magisterio no es una actividad innovadora ni independiente de la doctrina evangélica.
No está por encima de la palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar lo trasmitido.
El magisterio escucha también devotamente la palabra divina y extrae de ella todo lo
que propone para ser creído y vivido.
El Magisterio tiene, en primer lugar, la función de proteger y custodiar el depósito de
la fe, para que a lo largo de la historia de la Iglesia no se altere ni se corrompa. Es ante
todo una función de testimonio, actividad normal que se ejerce de modo continuo e
incluso silencioso, en las circunstancias contingentes de la vida de la Iglesia [cfr Y.
Congar, La fe y la teología, Barcelona 1970, pp. 70-82].
La segunda función de definir doctrinas contenidas en el depósito revelado resulta
necesaria en determinadas ocasiones, especialmente a causa de las cuestiones,
incertidumbres y errores que aparecen en el trascurso del tiempo.
El Magisterio goza para este fin de una competencia específica basada en un carisma
para discernir el sentido de la Revelación, y en una autoridad (jurisdiccional) que le
permite pedir a los fieles cristianos que acepten una definición dogmática.
«La función de definir es una función subordinada a la de conservar el depósito. No
solamente no tiene respecto a ésta ninguna autonomía objetiva, sino que es, en su
ejercicio, dirigida por la necesidad de guardar el sentido de lo revelado y de llevar a
todo oído humano el testimonio apostólico. No existe por tanto independencia alguna
de la función definitoria respecto a la función de fidelidad y de testimonio. El magisterio
no define por definir, sino para proteger y testimoniar» [Idem, p. 78].
Los asuntos que ocupan a la actividad magisterial se extienden únicamente a las
cuestiones de fe y moral. Estas son el objeto directo y primario del Magisterio cuando
se contienen formalmente en el depósito revelado. Enseña la Constitución Lumen
Gentium que la infalibilidad de la Iglesia se extiende a todo cuanto abarca el depósito
mismo de la revelación divina» (nº 25).
Son formalmente reveladas las verdades que se imponen al entendimiento del creyente
de modo inmediato y en virtud de las palabras mismas de los testimonios inspirados (en
Dios hay una esencia y tres Personas, Jesucristo es Dios y hombre, María concibió
virginalmente a Jesús, etc.). Son asimilables a estas verdades otras que se contienen en
la Revelación, pero que deben ser deducidas o percibidas mediante una cierta reflexión
(las obras ad extra de la Trinidad son comunes a las tres Personas, Jesucristo tiene alma
humana, María puede ser llamada propiamente Madre de Dios, etc.).
El objeto secundario del magisterio son las verdades no reveladas directamente o por sí
mismas, pero que se relacionan de tal manera con las reveladas que le sería imposible
al Magisterio exponer éstas sin pronunciarse también sobre las primeras. Estas verdades
conexas pueden no pertenecer a la Revelación pero son necesarias para protegerla. Se
incluyen en ellas, por ejemplo, juicios sobre opiniones filosóficas y sobre hechos
históricos que pueden repercutir en la interpretación de un dogma.
Únicamente lo que está comprendido en el objeto primario puede ser definido como
dogma de fe. Las cuestiones que caen dentro del objeto secundario pueden ser definidas
como verdades, pero no para ser creídas con fe divina.
Es importante la cuestión de si todas las normas de la ley moral natural caen dentro del
objeto del magisterio infalible. Los teólogos están de acuerdo en que algunos principios
básicos de la ley natural están revelados por Dios, y podrían por lo tanto ser enseñados
infaliblemente.
No se discute tampoco que las cuestiones de la ley moral natural caigan dentro del
ejercicio del Magisterio. Pablo VI afirma en la Encíclica Humanae Vitae (1968):
«Ningún fiel querrá negar que corresponda al magisterio de la Iglesia interpretar
también la ley moral natural. Es, en efecto, incontrovertible... que Jesucristo, al
comunicar a Pedro y a los Apóstoles su autoridad divina... los constituía en custodios e
intérpretes auténticos, no sólo de la ley evangélica, sino también de la natural, expresión
de la voluntad de Dios, cuyo cumplimiento fiel es igualmente necesario para salvarse»
(nº 4).
Hay, sin embargo, opiniones diferentes sobre si el Magisterio puede formular
definiciones infalibles sobre cualquier cuestión relativa a la ley moral, incluidos los
problemas cuya solución no se encuentra directamente en la Revelación. Algunos
piensan que en ciertas cuestiones de bioética, el magisterio emite juicios muy valiosos
y orientadores pero que no siempre pueden considerarse definitivos. El Magisterio
papal se ha pronunciado sobre importantes cuestiones debatidas, como la contracepción
(Instrucción Donum Vitae, de la Congregación para la Doctrina de la Fe, de 22-II-1987;
y Encíclica Evangelium Vitae, de 25-III-1995).
Se espera de todos los cristianos una aceptación obediente y respetuosa de las
enseñanzas magisteriales. Hemos dicho ya que las definiciones solemnes deben ser
recibidas como parte de la fe revelada.
Las enseñanzas papales y episcopales que constituyen el magisterio ordinario no poseen
la misma fuerza vinculante, pero todas deben recibirse con una actitud de respeto y
docilidad interior.
La Constitución Lumen Gentium dice: «Los obispos, cuando enseñan en comunión con
el Romano Pontífice, deben ser respetados por todos como testigos de verdad divina y
católica. Los fieles tienen obligación de adherirse con religiosa sumisión del espíritu al
parecer de su obispo en materias de fe y costumbres, cuando las expone en nombre de
Cristo» (nº 25).
Esta adhesión de la voluntad y del entendimiento se debe especialmente al magisterio
del Romano Pontífice, aunque no hable ex cathedra. El Papa ejerce su actividad
ordinaria de enseñar mediante encíclicas, exhortaciones apostólicas, cartas, discursos y
otros documentos e intervenciones dirigidos a toda la Iglesia. Lo hace también mediante
la aprobación formal de documentos doctrinales que son publicados por la
Congregación para la Doctrina de la Fe.
Para valorar la importancia de un documento magisterial y el grado de vinculación que
exige, han de tenerse en cuenta su naturaleza, la insistencia con que se proponga una
misma doctrina, y las fórmulas y expresiones que use para enseñarla y recomendarla
(cfr. Lumen Gentium, n. 25).

5. Magisterio y desarrollo de la doctrina cristiana


El Magisterio es un aspecto crucial de la tradición de la Iglesia, que es una tradición
viva. Es decir, supone que la doctrina cristiana se desarrolla en el tiempo sin modificar
o alterar su esencia. Este desarrollo hace necesaria la existencia de una autoridad
doctrinal que garantice su recto curso, de modo que nunca suponga corrupción de las
doctrinas.
Escribe Newman: «Si la doctrina cristiana, tal corno se enseñó originalmente, admite
desarrollos verdaderos e importantes, éste es un fuerte argumento antecedente a favor
de una previsión en la dispensación divina para imprimir un sello de autoridad sobre
aquellos desarrollos. La probabilidad de ser reconocidos como verdaderos varía con la
probabilidad de su verdad... No puede haber ninguna unión acerca de las bases de la
verdad sin un órgano de la verdad» [Ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana,
Salamanca 1997, pp. 105, 115].
La tarea de proteger el depósito de la que se ha hablado más arriba no debe entenderse
por lo tanto como una actividad simplemente pasiva. Se ejerce sobre un depósito de la
fe que tiene vida propia y que se desarrolla precisamente bajo la atención vigilante de
la Iglesia. El Magisterio tiene que discernir y juzgar acerca de las opiniones, teorías,
iniciativas teológicas, etc, que se refieren a la explicación de la fe y pueden enriquecerla
o deformarla.
Esta actividad magisterial es un factor muy importante en el desarrollo correcto de la
doctrina cristiana y en su comprensión cada vez más honda por toda la Iglesia.
Los dogmas, en efecto, no cambian, pero se desarrollan. El hecho de que un dogma
definido por la Iglesia pueda parecer una novedad, si lo comparamos con expresiones
de la misma verdad en los primeros siglos de la Iglesia, no significa que esta verdad se
haya alterado en el curso del tiempo. Significa sencillamente que la verdad en cuestión
se ha desarrollado hasta recibir la formulación que ahora tiene.
Es decir, la doctrina no se ha corrompido ni ha perdido su pureza evangélica. Ha
ocurrido sólo que lo implícito en ella se ha hecho más explícito. Cuando, por ejemplo,
la Iglesia ha definido los dogmas de la Concepción Inmaculada de María (1854) y de
su Asunción al cielo (1950), no ha inventado nuevas verdades marianas, sino que ha
declarado explícitamente aspectos que estaban contenidos desde siempre en el misterio
de la Virgen.
Las polémicas doctrinales han sido ocasión frecuente de iniciativas eclesiales en la
formulación y desarrollo del dogma. La crisis provocada por el arrianismo (s. IV) llevó,
por ejemplo, a definir la naturaleza del Verbo divino, su generación eterna, y la
consustancialidad con el Padre. El pelagianismo (s. V) movió a la Iglesia a definir la
doctrina del pecado original como algo presente en todos los niños, la gratuidad de la
gracia, y su necesidad para la renovación interior y las buenas obras. Las opiniones de
los donatistas (s. V) provocaron las definiciones de la eficacia de los sacramentos ex
opere operato, y del carácter sacramental. Los intentos de cisma aceleraron las
definiciones sobre el primado papal; y otras opiniones modernas aconsejaron definir el
sacrificio de la Misa, la naturaleza de la justificación, y la doctrina sobre el pecado
original.
Hay que mencionar también el notable influjo de las controversias teológicas entre
autores católicos, que movieron a precisar y establecer la doctrina correcta. Así ocurrió
con la definición del número de 1os sacramentos (Concilio de Lyon, 1274), de la
naturaleza del carácter sacramental (Concilios de Florencia y de Trento, D 695, 852),
de la intención necesaria para la administración válida de los sacramentos (Alejandro
VIII, D 1185), de la Inmaculada Concepción, etc.
Entre los factores de desarrollo pueden mencionarse:
a) La actividad doctrinal de los Padres y de los teólogos. Se trata de un trabajo
teológico que pone en mayor evidencia verdades cristianas contenidas en la fe de la
Iglesia. Se realiza principalmente por medio de la explicación de textos y testimonios
de Tradición, la solución de objeciones, y la interpretación de definiciones y decisiones
del Magisterio eclesiástico.
b) La vida litúrgica de la Iglesia. La liturgia supone con gran frecuencia la fijación
ritual relativamente espontánea de convicciones dogmáticas cristianas. El testimonio
litúrgico ha sido en efecto muy decisivo, por sus implicaciones y presupuestos
doctrinales, para la definición de puntos centrales de doctrina católica.
c) La fe y la piedad de los cristianos. La creencia sencilla pero real del pueblo
cristiano ha sido generalmente un testimonio de fe apostólica y ha contribuido no sólo
a preservar y mantener en la Iglesia doctrinas importantes, sino también a adelantar,
por así decirlo, su definición por el Magisterio. El sentido de la fe ayudó, por ejemplo,
a mantener vivas en la cristiandad las decisiones del Concilio de Nicea (325) sobre la
divinidad de Jesucristo, y estimuló considerablemente algunas definiciones sobre el
misterio mariano.
d) La acción del Magisterio eclesiástico. Como se ha dicho ya, es éste un factor
constitutivo de desarrollo dogmático, pues el Magisterio representa la conciencia
doctrinal de la Iglesia en su capacidad de determinar cuál es el dogma revelado y cómo
debe ser formulado y entendido.
Reviste gran importancia para entender bien el sentido del magisterio eclesiástico tener
en cuenta que su ejercicio normal y habitual está constituido por el magisterio ordinario.
La discusión teológica de los últimos años se ha centrado excesivamente en el
magisterio infalible y su alcance.
La gran atención concedida a la infalibilidad de las enseñanzas propuestas por el
magisterio extraordinario ha desembocado a veces en la aceptación tácita de la idea de
que sólo el magisterio infalible recibe la asistencia del Espíritu Santo, y que sólo sus
enseñanzas contienen realmente doctrina católica sin mezcla de error.
Esta perspectiva ha conducido en ocasiones a una devaluación del magisterio ordinario,
de modo que la asistencia del Espíritu quedaría reducida a las raras ocasiones en que el
magisterio extraordinario, formalmente infalible, es ejercido por el Papa o por el
Concilio Ecuménico, mientras que las enseñanzas «falibles» del magisterio ordinario
vendrían equiparadas a las aclaraciones doctrinales ofrecidas por la teología, y serían
juzgadas en base a sus propios méritos argumentativos.
Al identificar, por tanto, magisterio e infalibilidad, se elimina de hecho el magisterio
ordinario, por no ser infalible.
Conviene entonces tener en cuenta que el Magisterio de la Iglesia, tal como lo entiende
el Concilio Vaticano II (cfr. Const. Lumen Gentium, nº 25), goza en todo su ejercicio
de una asistencia específica del Espíritu Santo; y que esta es la perspectiva adecuada
para abordar la cuestión, preferible a considerarla desde el ejercicio, excepcional, del
magisterio extraordinario e infalible.
El magisterio es en la Iglesia el órgano ministerial del que Dios se vale para mantenerla
en la Verdad. El hecho de que, en la gran mayoría de las ocasiones, las declaraciones
del magisterio no sean formalmente infalibles no significa que no sean habitualmente
verdaderas. Si no fuera así, el magisterio se vería continuamente en la desagradable
alternativa de pronunciar una declaración infalible o de callar.

1.12.- Relacionar documentos del Magisterio con verdades de fe, liturgia,


costumbres.
Los documentos magisteriales y su valor de enseñanza y orientación
Junto a las declaraciones del magisterio extraordinario o solemne, originadas en los
Concilios ecuménicos y en las definiciones ex cathedra hechas por el Papa, la gran
mayoría de los documentos magisteriales proceden del magisterio ordinario, realizado
por el Papa y por los Obispos en comunión con él.
Estos documentos son muy variados y encierran valor doctrinal diferente, aunque
siempre orientador para la fe y las costumbres. Los títulos formales que llevan
(encíclica, exhortación, constitución, carta, declaración, discurso, etc.) son parte de una
terminología que ha evolucionado con el tiempo y no tiene necesariamente carácter
inalterable, ni indica de modo absoluto el valor doctrinal del documento de que se trate.
Podemos mencionar los siguientes tipos de documentos:
A) Constituciones Apostólicas. La más importante en los últimos decenios ha sido la
C. A. Munificentissimus Deus, en la que Pío XII definió el dogma de la Asunción de
María (1.XI.1950). Dado que el Papa expresa claramente la voluntad de definir una
verdad cristiana como parte del depósito revelado, este documento se puede considerar
magisterio solemne.
Otra Constitución Apostólica de importancia es la que trata del valor de la penitencia
individual (Paenitemini), publicada por Pablo VI en febrero de 1966. Esta clase de
documentos contienen aspectos disciplinares y normativos, y equivalen a leyes de la
Iglesia, cuyas disposiciones se motivan doctrinalmente.
En este apartado puede mencionarse también el Credo del Pueblo de Dios, publicado
por el Papa en junio de 1968.
b) Encíclicas. Son los documentos de magisterio ordinario de primer rango. El término
encíclica significa algo parecido a carta circular, y se usaba ya dentro de la Iglesia en
el siglo IV. En el siglo VII comienza a emplearse referido a cartas papales. Su uso actual
procede de finales del s. XVIII. Las encíclicas comienzan a publicarse por los Papas de
modo habitual a partir de Gregorio XVI (1831-1846). Son documentos de contenido
doctrinal importante, si bien hay otros textos magisteriales que sin llevar el nombre de
encíclica, pueden, sin embargo, contener doctrina de mucha trascendencia. Las
encíclicas suelen ir dirigidas a todo el pueblo cristiano y no excluyen a todos los
hombres y mujeres de buena voluntad, capaces de entender el mensaje de la Iglesia.
Han publicado encíclicas los Papas Gregorio XVI (16), Pío IX (33), León XIII (48),
Pío X (10), Benedicto XV (12), Pío XI (30), Pío XII (23), Juan XXIII (9), Pablo VI (7),
y Juan Pablo II (13 hasta la Fides et Ratio). Entre las encíclicas más importantes deben
mencionarse Aeterni Patris (León XIII, 1879, restauración del tomismo en los estudios
eclesiásticos), Libertas (León XIII,1888, la libertad y el liberalismo), Rerum Novarum
(León XIII,1891, la cuestión social y la situación de los trabajadores), Casti Connubi
(Pío XI, 1930, el matrimonio cristiano), Mystici Corporis (Pío XII,1943, el Cuerpo
místico de Cristo), Divino Aflante Spiritu (Pío XII,1943, los estudios bíblicos), Mater
et Magistra (Juan XXIII, 1961, desarrollo de la cuestión social), Ecclesiam Suam (Pablo
VI,1964, el diálogo de salvación), Mysterium Fidei (Pablo VI, 1965, doctrina y culto
de la S. Eucaristía), Humanae Vitae (Pablo VI, 1968, regulación de la natalidad),
Redemptor Hominis (Juan Pablo II,1979, al principio de su ministerio pontifical), Dives
in misericordia (Juan Pablo II, 1980, la misericordia divina, segunda encíclica
trinitaria), Laborem exercens (Juan Pablo II, 1981, el trabajo humano), Dominum et
Vivificantem (Juan Pablo II, 1986, el Espíritu Santo en la vida de la Iglesia, tercera
encíclica trinitaria), Redemptoris Mater (Juan Pablo II, 1987, la Virgen María en la vida
de la Iglesia peregrina), Redemptoris Missio (Juan Pablo II, 1990, permanente validez
del mandato misionero), Fides et Ratio (Juan Pablo II,1998, relaciones entre fe y razón).
c) Exhortaciones Apostólicas. Son cartas papales a la Iglesia, de contenido exhortativo
y doctrinal, y generalmente de finalidad práctica. Están destinadas, tanto como las
encíclicas, a tener valor universal pero el Papa no quiere rodearlas de la solemnidad de
aquéllas. Una de las primeras exhortaciones apostólicas fue la publicada por Pío XII en
noviembre de 1949, donde pedía oraciones para la paz en Palestina.
Pablo VI no escribió nuevas encíclicas después de la Humanae Vitae (1968), pero
publicó tres exhortaciones apostólicas de singular importancia: Marialis cultus (1974,
sobre la recta ordenación y desarrollo del culto a la Santísima Virgen), Gaudete in
Domino (1975, sobre la alegría cristiana), y Evangelii Nuntiandi (1975, sobre la
evangelización en el mundo contemporáneo).
Juan Pablo II ha publicado principalmente bajo este título los documentos Catechesi
Tradendae (1979, sobre la catequesis), Familiaris Consortio (1981, matrimonio y
familia cristiana), Redemptoris Donum (1984, la reconciliación y la penitencia en la
misión de la Iglesia hoy).
d) Cartas Apostólicas. Destaca entre ellas la C. A. Maximum Illud de Benedicto XV
Publicada en 1919, es el primer documento papal moderno sobre las misiones. Deben
mencionarse asimismo la Octogesima Adveniens (Pablo VI,1971, con motivo del 80º
aniversario de la Rerum Novarum) y Salvifici Doloris(Juan Pablo II,1984, sobre el
sentido cristiano del sufrimiento).
e) Declaraciones papales. La más importante de los últimos tiempos con este título es
la publicada por Juan Pablo II en octubre de 1976, acerca de la no admisión de mujeres
al sacerdocio.
f) Discursos papales. Junto a los radiomensajes, eran muy frecuentes en el tiempo de
Pío XII, que publicó textos señalados sobre la moral de la situación (1952), los límites
morales de los métodos médicos (1952), personalidad y conciencia (1953) y el respeto
a la intimidad de la persona (1958).
Numerosos discursos del Papa van dirigidos en ocasiones oficiales y de cierta
solemnidad al Colegio Cardenalicio, Cuerpo diplomático, Congresos Eucarísticos,
Simposios científicos, asambleas de tipo diverso, etc.
g) Otros documentos papales incluyen mensajes, homilías y sobre todo catequesis.
Juan pablo II ha adoptado la costumbre de desarrollar, en las audiencias que tiene los
miércoles, temas doctrinales que son expuestos a lo largo de varias semanas y dan lugar
a textos de cierta amplitud.
En estrecha conexión con el magisterio papal se encuentran las Cartas e Instrucciones
de la Congregación para la Doctrina de la Fe, así como las de otras Congregaciones y
Consejos Pontificios. El primer organismo, denominado antes Santo Oficio, ha
publicado en los últimos años importantes documentos sobre temas de dogmática y
moral. Se cuentan entre ellos los de cuestiones de escatología (1979), ministro de la S.
Eucaristía (1983), aspectos de la teología de la liberación (1983,1984), práctica del
aborto (1974), cuestiones de ética sexual (1975), eutanasia (1980), respeto a la vida
humana naciente (1987), meditación cristiana (1989), unicidad y universalidad salvífìca
de Jesucristo y de la Iglesia (2000).
Resulta patente qué tanto por el volumen de documentos como por el alcance doctrinal
y espiritual de los asuntos tratados, el magisterio ordinario de la Iglesia encierra una
riqueza inigualable de contenidos de verdad y de criterios y pautas de conducta, que
sirven a los cristianos y a toda la humanidad. La Iglesia deja oír en el mundo su voz,
que es un testimonio de verdad para todos, incluidos desde luego muchos no cristianos
que no la reconocen como madre pero que la aceptan como maestra en múltiples
cuestiones vitales que afectan directamente a todos los hombres y mujeres de la tierra.

Para consultar el magisterio de la Iglesia existen diversas publicaciones y manuales.


Aparte de las colecciones y series de fuentes magisteriales que suelen usar quienes se
dedican habitualmente al cultivo de las ciencias eclesiásticas, hay textos condensados
de fácil manejo y consulta, como son los siguientes:
a) E. Denzinger, El Magisterio de la Iglesia. Manual de los Símbolos, definiciones y
declaraciones de la Iglesia en materia de fe y costumbres, Barcelona, 1963.
Este libro es la traducción española de la versión latina publicada por su autor por vez
primera en 1854. Desde entonces se ha convertido en el manual de magisterio más
difundido. La citada traducción española contiene textos solamente hasta el pontificado
de Pío XII, prácticamente incluido entero.
Recientemente se ha editado la 38a edición de esta obra (Herder 1999), que contiene en
texto latino y castellano documentos hasta el año 1995.
b) J. Collantes, La Fe de la Iglesia Católica, Madrid 1983. El autor agrupa los textos
con un criterio temático, en vez de cronológico como hace Denzinger. El libro se divide
en once capítulos (l. Fe y razón; 2, Las fuentes de la Revelación; 3. Dios Creador; 4.
Cristo Salvador; 5. María en la obra de la salvación; 6. Dios revelado por Cristo; 7. La
Iglesia de Cristo; 8. La gracia; 9. Los sacramentos de la Iglesia;10. Las realidades
últimas;11. Símbolos de Fe cristiana). Contiene breves introducciones a cada capítulo,
y notas con útil bibliografía.
c) J. Ibáñez-E. Mendoza, La Fe divina y católica de la Iglesia, Madrid 1978.
Los autores siguen un criterio expositivo de los textos semejante al de la obra anterior.
En una extensa primera parte del libro se contienen amplias introducciones por temas
y un breve vocabulario teológico.
d) F Guerrero (director), El Magisterio Pontificio Contemporáneo, 2 vols, Madrid
1991-1992. Contiene una amplia colección de encíclicas y documentos desde León XIII
a Juan Pablo II. Los textos se agrupan cronológicamente dentro de nueve apartados:
Sagrada Escritura, Dogma, Moral, Sagrada Liturgia, Espiritualidad, Evangelización,
Familia, Educación, Orden sociopolítico.
Publicaciones periódicas como Osservatore Romano (edición diaria italiana y semanal
en español) y Ecclesia publican habitualmente numerosos textos del magisterio papal y
episcopal. El Vaticano difunde diariamente por Internet textos y noticias relacionadas
con la actividad del Romano Pontífice.
Calificaciones de las proposiciones doctrinales
Las declaraciones del magisterio que se han producido a lo largo del tiempo, suelen
incluir valoraciones o calificaciones teológicas de las opiniones o doctrinas que
contienen. Es frecuente que estas valoraciones digan el grado de certeza con el que
determinadas enseñanzas de la Iglesia puedan o deban ser recibidas por parte de los
fieles.
Durante la edad antigua y en los primeros siglos medievales se usan por lo general las
antiguas valoraciones de doctrina recta o falsa. Las condenas no indican sin embargo
necesariamente que la doctrina criticada sea estrictamente una herejía. Desde el siglo
XV, estas valoraciones teológicas son reelaboradas en su terminología. Se considera
entonces que una doctrina es de fe divina (de fide divina), si forma parte explícita, o
por inclusión, de la revelación; es de fe divina y católica (de fide divina et catholica) si
es también enseñada por el magisterio como verdad que debe ser creída; es próxima a
la fe (fides proximum) si es considerada como revelada por la opinión común de los
teólogos.
Las doctrinas no contenidas formalmente en la Revelación pero unidas estrechamente
con ella, y presentadas así por el magisterio, se denominan verdades de fe de la Iglesia
(de fide ecclesiastica).
El magisterio de las últimas décadas ha abandonado prácticamente este modo de
calificar las doctrinas --tal vez por preferir declaraciones más bien explicativas--, y el
criterio para juzgar su valor teológico se suele derivar de las afirmaciones y
observaciones que se incluyen en los documentos.
DOMINIO 3: CRISTOLÓGICO

LA PERSONA DE JESÚS.

Nació en los territorios de Palestina en la ciudad de Belén, vivió aproximadamente entre


los años 7 antes de Cristo y 30 después de Cristo cuando reinaba Herodes I. Tiene
naturaleza divina por ser hijo de Dios su existencia es anterior a todo lo creado como
lo demuestra el libro del génesis, se hizo carne y habito entre nosotros, por lo mismo
goza de naturaleza humana porque nació de María quien lo tuvo en su vientre, lo crio
junto a José su esposo quienes le dieron un hogar, una crianza, una educación en la fe
judía, fue presentado en el templo por sus padres para cumplir con la religión, a los
doce años muestra su sabiduría de hijo de Dios cuando es perdido en el templo por sus
padres y les habla a los sacerdotes sobre Dios y las escrituras. De su vida no se conocen
muchos detalles hasta los 33 años cuando comienza su vida pública con el bautismo
realizado por Juan Bautista que confirma la misión que Dios le encomendó, luego llama
a un grupo de discípulos a quienes forma en torno al cono al conocimiento del reino de
Dios ¿en qué consiste? ¿Cuál es la invitación que Dios nos hace? luego este grupo de
discípulos es enviado anunciar y a proclamar el reino de Dios el día de pentecostés.

3.1.- RELACIONAR EL SENTIDO PASCUAL CON LA RESURRECCIÓN


La entrega de Cristo en la Cruz y su Resurrección están íntimamente ligados a
la Pascua, o sea, a la fiesta de los judíos, que conmemora su liberación de la esclavitud
de Egipto, y la que Cristo da el sentido nuevo de liberación de la esclavitud del pecado
y de la muerte. Así como la Pascua, para los judíos, está ligada al pasaje del Mar Rojo,
para los cristianos se unen al pasaje de la Muerte a la Vida, sentido último del Misterio
Pascual. Así como Cristo murió, pero volvió a la vida, los cristianos creen que, por ese
mismo misterio, son también liberados de la muerte y reconducidos a la vida.
El Misterio Pascual, como realidad fundamental de la fe cristiana, está presente en su
predicación, de modo especial, en sus sacramentos. El Bautismo corresponde, para los
cristianos, a una inserción del individuo en el Misterio Pascual de Cristo, por la cual
pasa a formar parte también de la Iglesia. Por el bautismo, el cristiano, a la imagen de
Cristo, es retirado de la muerte a la vida nueva de gracia. El Misterio Pascual está
presente de forma más intensa en la Eucaristía. En este sacramento, el Misterio Pascual
es renovado, o sea, tornado presente para los que lo celebran, de modo que todos reciben
sus frutos de salvación. El Misterio Pascual de Cristo, por otra parte, está presente en
todas las celebraciones de la Iglesia, sacramentales y no sacramentales. Todas ellas son,
de alguna forma, celebración y actualización del Misterio Pascual.

3.2.- EXPLICAR CUÁL ES EL ROL DEL JESUCRISTO EN LA HISTORIA DE LA


SALVACIÓN:
La historia de Salvación se remonta desde los origines del hombre en el cual Dios quiere
salvar a su pueblo Israel, a través distintos personajes como Abrahám, Moisés, los
profetas, etc. Pero él hace una promesa a través de distintos profetas de que va enviar
al mesías que el salvador, el liberador que va a cambiar la realidad de Israel, por lo
mismo la historia humana tienen un cambio incluso en la era A.C y D.C porque se
produce un nuevo paradigma en la historia de la humanidad. Los Israelitas esperaban a
un mesías poderoso que iba a traer la liberación para ellos a través de una nueva
monarquía, que iba acabar con la la invasión de los romanos, donde las personas más
pobres y sencillas iban a tener una nueva vida en la que no iban a ver diferencias
sociales, pero el rol que Jesús trae para la historia de salvación es distinto. una vez que
realizo su misión para la salvación de Israel ellos la rechazaron, los sumo sacerdotes no
reconocieron en él la figura del mesías, los romanos tampoco reconocieron en el la
figura de salvador, el pueblo de Israel renegó contra el pidiendo la liberación de
Barrabas un delincuente y fue condenado a morir en la cruz. Este hecho marca el rol de
Jesucristo para la historia de la humanidad, donde la la salvación no es solo un
privilegio para Israel, sino que se extiende para toda la humanidad con la resurrección
nace la Iglesia, los discípulos llevan la buena noticia a todos los lugares del mundo
anunciando las buenas nuevas del reino, perdonando los pecados e invitando a todos
acoger esta nueva vida en Cristo. hoy esperamos la parusía en la cual el ser humano va
gozar plenamente en su vida la presencia de Dios. Cristo vencio al pecado y a la muerte
e invita a toda la humanidad a la salvación sin hacer distinción de culturas.

3.- EXPLICAR LA HISTORICIDAD DE LOS EVANGELIOS.

Las historicidades de los evangelios se entienden de la siguiente manera:


I. Fuentes cristianas Las fuentes cristianas para conocer la vida y doctrina de
Jesús son:
a) Las Cartas de los Apóstoles, especialmente San Pablo, que aluden con
frecuencia a Jesús.
b) Los Cuatro Evangelios.
EVANGELIO, del griego "evaggelíon", significa "buena nueva". Es el
anuncio del Mesías y su Reino (Mt. 4, 23: Mc. 1, 14).
Al multiplicarse las comunidades cristianas se hizo necesario escribir lo que
los Apóstoles enseñaban oralmente. De las colecciones de hechos y dichos
del Señor, la Iglesia eligió y aprobó Cuatro Evangelios.

Autenticidad, Integridad, Historicidad


Analizaremos tres cuestiones básicas sobre los cuatro Evangelios: Autenticidad,
Integridad, Historicidad
Autenticidad: Un documento es auténtico o genuino si fue escrito por la persona a quien
se le atribuye. Sabemos que los autores de los evangelios son Mateo, Marcos, Lucas y
Juan porque existen cerca de 4000 códices griegos y traducciones latinas, coptas y
siríacas de los siglos IV al IX que atestiguan esto. Además, están los testimonios de
algunos escritores y Padres de la Iglesia que pudieron informarse de los autores de los
Evangelios.
Entre ellos están: Papías, obispo de Hierápolis de Frigia, quien hacia el 125 nos
atestigua a través de "Juan el Presbítero", discípulo de Juan Evangelista que: Marcos
era intérprete de Pedro; y que Mateo, discípulo del Señor, escribió en arameo sobre las
cosas hechas y dichas por Jesús. Este testimonio lo recogió más tarde el historiador
Eusebio de Cesarea.
San Ireneo (170), obispo de Lión (Galias), discípulo de Policarpo, a su vez, discípulo
de Juan el Evangelista nos dice que: Mateo escribe cuando Pedro y Pablo evangelizaban
Roma, hacia el 50, en lengua hebrea; Marcos transmite la predicación de Pedro, hacia
el 65; Lucas, colaborador de Pablo, escribe el evangelio enseñado por éste a los gentiles
entre los años 67 y 70; Juan escribe en Efeso hacia fines del siglo primero.
 Clemente Alejandrino, hacia el 200, habla de los cuatro evangelios y conoce una
tradición sobre ellos.
 Orígenes (185-255), en Egipto, nombra a los cuatro evangelistas y el orden en
que escribieron.
 Tertuliano, en Africa, afirma que los cuatro evangelistas tienen la misma
autoridad (160- 223). El examen interno de los Evangelios amplían estos datos y
nos dan como fecha de composición de los Sinópticos el año 70
aproximadamente; y Juan hacia finales del siglo I.

Lugar de composición de los cuatro Evangelios:


Mateo: Palestina
Marcos: Roma
Lucas: Roma
Juan: Efeso
El enorme número de códices y el breve período que separa la composición de los
evangelios de las primeras referencias a sus autores coloca la autenticidad evangélica
en una situación privilegiada respecto a la historiografía antigua. Ejemplos:
- Evangelios Sinópticos, Papías 55 años después
- Herodoto Aristóteles 100 años después
- Cicerón 800 años después
- Tucídides Cicerón 300 años después
- "Comentarios" de Julio César Plutarco 159 años después
- "Anales" de Tácito Suetonio 200 años después.

Integridad: La integridad de los Evangelios está firmemente probada y también está en


ventaja respecto a la de algunos autores de la antigüedad clásica. Los códices completos
antiguos, el Vaticano y el Sinaítico (s. IV), distinto del texto original solo 300 años.
Existen además otros 4000 de los siglos IV y IX sin contar los descubrimientos
recientes. Si comparamos estos datos con el hecho de que entre la redacción de
Sófocles, Esquilo, Aristófanes, Tucídides y el primer códice que existe de ellos
transcurren 1400 años, veremos que de ningún texto de la antigüedad clásica estamos
tan seguros de poseer una copia conforme al original como de los Evangelios. A pesar
de las variantes que hay en los Evangelios, su integridad está asegurada porque tales
variantes nunca tocan la parte esencial.

Respecto a las fuentes de los Evangelistas podemos afirmar lo siguiente:


Mateo: discípulo de Jesús, su fuente principal es su experiencia personal, el contacto
con el Maestro.
Marcos: discípulo de Pedro, transmite los hechos y dichos de Pedro con particular
vivacidad y precisión, aunque también se apoya en la tradición de la iglesia primitiva.
Lucas: compañero de Pablo, investiga con cuidado las fuentes preexistentes a su
narración, especialmente lo que se refiere a la infancia de Jesús.
Juan: discípulo de Jesús, elabora un evangelio muy espiritual basado en la meditación
profunda de sus experiencias al lado del Maestro.
Historicidad: La respuesta al problema de la historicidad de los Evangelios depende de
la posibilidad de demostrar que los evangelistas conocían los hechos que narran y que
los refieren con fidelidad, sin alteraciones. Esto se demuestra por la circunstancia que
los evangelistas conocían bien los hechos que escribieron, sobre todo los milagros y
discursos de Jesús, tan sorprendentes e insólitos que era fácil retenerlos en la memoria.
La veracidad de los evangelistas también está garantizada porque no tenían motivos
para mentir y lo único que consiguieron fue la deshonra y la persecución y el martirio.
Además, escribieron cuando todavía vivían muchos testigos oculares que habían visto
y oído a Jesús y que los hubieran desmentido en caso de que ellos hubieran cambiado
los hechos. Los evangelistas narraron la vida y doctrina de Jesús buscando proporcionar
a los fieles materia de devoción, alimentar su piedad e inducirlos a amar al Redentor.
A diferencia del hagiógrafo ordinario que encontrándose con hombres imperfectos
busca contribuir a su edificación ocultando los defectos y exagerando las cualidades,
los evangelistas tratan de un hombre en el que ven al Hijo de Dios. Esta convicción
hace que Jesús sea para ellos el hombre perfecto y tratan de describirlo lo más
exactamente posible. Esto explica por qué no tuvieron escrúpulo en señalar en la vida
del Maestro algunos episodios que eran comprometedores para la dignidad de su
persona, pero ellos estaban convencidos que en la vida de Jesús todo tenía significado.
Jesús no es una figura idealizada como los grandes héroes y fundadores de religiones
como Buda, Mahoma, Alejandro Magno, Napoleón, etc. Se le describe tal como fue,
con sus debilidades, las ignominias que padeció. Su Encarnación, Nacimiento, Pasión,
Resurrección y Ascensión están narrados con sobriedad y fidelidad.
Cristo es además absolutamente original. El fue el único fundador en la historia de las
religiones que se presentó a la humanidad como Dios y como hombre al mismo tiempo,
como persona en la que subsistían dos naturalezas, una divina y otra humana. Este
concepto nunca podría haber sido creación ni idealización ni de los judíos ni de los
paganos. Podemos así concluir con certeza que los evangelios son los libros más
históricos de la antigüedad cuyo valor sellaron con su sangre sus autores.

3.4.- LA RESURRECCIÓN TEXTOS BÍBLICOS


Aparentemente, la vida y actividad de Jesús habían terminado en el más rotundo
fracaso. Pero su muerte no fue la última palabra, su vida continuó. Este hecho se
formula en los escritos del NT de tres maneras distintas. En primer lugar, como que
Jesús «sigue vivo» (LC24,5); en segundo lugar, como que «ha resucitado» (Me 16,6
par.; Le 24,34; Hch 10,41; 17,3; 1 Cor 15,4.12s; 1 Tes 4,14, etc.), y, finalmente, como
que «ha sido exaltado», o su equivalente, «está a la derecha de Dios» (Hch 2,33; 5,31;
7,55; Rom 8,34; Flp 2,9; Heb 1,3; 10,12, etc.). Las tres formulaciones son maneras
distintas, pero complementarias, de expresar una misma experiencia, la de que Jesús ha
vencido la muerte.
La primera formulación, la de que Jesús «sigue vivo», pone el acento en que la muerte
física no interrumpe la vida personal. Según la teología de Juan, esto se explica porque
quien posee el Espíritu de Dios, que es la fuerza de vida de Dios mismo, goza de una
vida que no puede ser destruida por la muerte. Por eso Juan señala el momento de la
muerte de Jesús con la expresión «reclinó su cabeza», que asimila la muerte al sueño
(Jn 19,30), indicando que esa muerte, aunque real, no interrumpía la vida. La
formulación «resucitar de la muerte» describe lo sucedido con Jesús desde el punto de
vista de un observador que ha visto a Jesús tendido y exánime, y más tarde lo ve vivo,
como si se hubiera levantado de su estado anterior. Este «resucitar» puede considerarse
obra de Dios (Hch 2,24; 3,15; 4,10, etc.: «Dios lo resucitó/lo levantó de la muerte») o
atribuirse a Jesús mismo (Me 8,31; 9,31; 10,34 par.; Hch 17,3: «y a los tres días
resucitará/se levantará»). En el primer caso tiene un sentido polémico: cuando parecía
que Dios había abandonado a Jesús, y que el sistema judío tenía razón en condenarlo,
Dios reivindica a Jesús dándole nueva vida. En el segundo caso, vuelve a aparecer la
idea anterior: Jesús mismo, por poseer el Espíritu de Dios, puede por sí solo levantarse
de la muerte. Finalmente, la formulación «ser exaltado» o «estar a la derecha de Dios»
subraya la condición divina de Jesús y la gloria de su nuevo estado después de la muerte.
Los evangelios sinópticos describen el estado glorioso del resucitado en la escena de la
transfiguración (Me 9,2-10 par.). Los cuatro evangelistas describen la visita de
seguidores de Jesús (mujeres o discípulos) al sepulcro donde lo habían puesto, y todos
lo encuentran vacío (Me 16,ls par.). El hecho podía interpretarse como que el cuerpo
había sido robado (Jn 20,2.13), quizá por los mismos discípulos (Mt 28,13). Los
primeros visitantes (María Magdalena, el grupo de mujeres, Pedro) no sacan la
conclusión de que Jesús había resucitado. Solamente la explicación dada por alguna
figura celeste (joven, ángel, dos hombres, Jesús mismo) hace comprender que el
sepulcro es figura del reino de la muerte y que Jesús, por estar vivo, no puede
encontrarse allí. La función de estos relatos sobre el sepulcro vacío es subrayar la
dificultad que experimentaron los discípulos en aceptar la posibilidad de vida después
de la muerte. No pretenden ser una prueba histórica de la resurrección de Jesús, sirven
para anunciar el triunfo del crucificado sobre la muerte. En Mateo, Lucas y Juan se
describen apariciones de Jesús a los suyos después de la muerte (Mt 28,9s.16-20; Le
24, 13-49; Jn 20,11-21,23). Son formas de expresar la experiencia de la comunidad
cristiana de que Jesús seguía vivo y activo. Las descripciones de Lucas y Juan señalan
de diversas maneras la identidad del resucitado con el crucificado; por eso Jesús se
presenta con las señales de su pasión. Lucas insiste también en que esa realidad de Jesús
vivo después de la muerte no es un producto de la imaginación de los discípulos; por
eso describe la realidad del resucitado con términos pertenecientes a la vida física (tener
carne y huesos, comer). En Mateo (28,16-20) se relata una sola aparición al grupo de
discípulos, en un monte de Galilea. Tiene por objeto enviarlos a la misión, continuando
la obra de Jesús, pero con ámbito universal. También Lucas y Juan relacionan el
encuentro con el resucitado con la misión que se recibe de él. Implícitamente, la idea
aparece también en Marcos, en la invitación a los discípulos de ir a Galilea para
encontrarse con Jesús (Me 16,7). Los relatos de las apariciones utilizan numerosos
simbolismos. Por ejemplo: — El día primero de la semana (Jn 20,19) alude a la primera
creación, y es símbolo de la nueva, del mundo definitivo que empieza con la
resurrección de Jesús. — El huerto/jardín (Jn 21,11-18) alude al paraíso original y
muestra el principio de la nueva humanidad, al nuevo Adán, Jesús, y a la nueva Eva,
María Magdalena, figura de la comunidad cristiana. — Las puertas atrancadas
simbolizan la situación en que se encuentra la comunidad; la primera vez que se
mencionan se da como razón el miedo a los dirigentes judíos (Jn 21,19), mostrando la
hostilidad de la sociedad hacia ella; la segunda vez (Jn 21,26) señalan la separación
entre la comunidad y «el mundo» injusto. — Jesús muestra las señales de la crucifixión
(Le 24,40; Jn 20,27). La función de este símbolo es identificar al resucitado con el
crucificado y mostrar la permanencia del amor demostrado en la cruz. — En Mateo, el
monte donde se aparece Jesús (Mt 28, 16) simboliza la esfera divina en contacto con la
historia humana. Corresponde al lugar teológico donde está Jesús tras su resurrección,
desde donde colabora en la tarea de la transformación de la humanidad. La abundancia
y variedad de símbolos indica que estos relatos no deben ser tomados literalmente, sino
interpretados como formulaciones de una experiencia: la de Jesús vivo y activo para
siempre en medio de su comunidad. La vida de Jesús después de la muerte no es
privilegio exclusivo suyo, es el destino que aguarda a todos los que poseen su Espíritu,
los que, como él y con él, dedican su vida al bien de la humanidad (Jn ll,25s; 1 Cor
15,20-22).

3.5.- RELACIONAR LA PASCUA DE JESÚS CON LA PASCUA JUDÍA.


La pascua judía es la fiesta de la liberación que el pueblo de Israel realizaba año a año
para recordar la liberación de Israel de la esclavitud en Egipto, en esta fiesta ellos
celebran la libertad en la cual ello pasan el mar rojo y dejan atrás la historia de la
esclavitud. La pascua de Jésus es la resurrección hecho con el cual Jesús ha vencido la
muerte y nos trae la salvación a toda humanidad. Pascua Judía =liberación Pueblo
Israel. Pascua Jesús=Salvación para toda la humanidad.
3.6.- RELACIONAR LA PASCUA DE JESÚS CON LA EUCARISTÍA
Eucaristía es la conmemoración de la última cena en la cual Jesús entrega su cuerpo y
su sangre para nuestra salvación, si Jesús no hubiera resucitado la pascua no tendría
sentido ya que la pascua es la fiesta de la resurrección de Jesús que ha vencido la muerte
y el pecado, la eucaristía es la actualización de la última cena en la cual como cristianos
actualizamos la pasión, muerte y resurrección de Jesús.

3.7.- RELACIONAR EL MISTERIO PASCUAL CON LA LITURGIA.

El catecismo de la Iglesia Católica dice:


LA CELEBRACIÓN DEL MISTERIO CRISTIANO.

PRIMERA SECCIÓN:
LA ECONOMÍA SACRAMENTAL

EL MISTERIO PASCUAL EN EL TIEMPO DE LA IGLESIA

LA LITURGIA, OBRA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

I. El Padre, fuente y fin de la liturgia: "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor
Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los
cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en él antes de la creación del mundo, para
ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para
ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad,
para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado" (Ef 1,3-6).

Bendecir es una acción divina que da la vida y cuya fuente es el Padre. Su bendición es
a la vez palabra y don ("bene-dictio", "eu-logia"). Aplicado al hombre, este término
significa la adoración y la entrega a su Creador en la acción de gracias.
Desde el comienzo y hasta la consumación de los tiempos, toda la obra de Dios
es bendición. Desde el poema litúrgico de la primera creación hasta los cánticos de la
Jerusalén celestial, los autores inspirados anuncian el designio de salvación como una
inmensa bendición divina.

Desde el comienzo, Dios bendice a los seres vivos, especialmente al hombre y la mujer.
La alianza con Noé y con todos los seres animados renueva esta bendición de
fecundidad, a pesar del pecado del hombre por el cual la tierra queda "maldita". Pero
es a partir de Abraham cuando la bendición divina penetra en la historia humana, que
se encaminaba hacia la muerte, para hacerla volver a la vida, a su fuente: por la fe del
"padre de los creyentes" que acoge la bendición se inaugura la historia de la salvación.

Las bendiciones divinas se manifiestan en acontecimientos maravillosos y salvadores:


el nacimiento de Isaac, la salida de Egipto (Pascua y Éxodo), el don de la Tierra
prometida, la elección de David, la presencia de Dios en el templo, el exilio purificador
y el retorno de un "pequeño resto". La Ley, los Profetas y los Salmos que tejen la liturgia
del Pueblo elegido recuerdan a la vez estas bendiciones divinas y responden a ellas con
las bendiciones de alabanza y de acción de gracias.

En la liturgia de la Iglesia, la bendición divina es plenamente revelada y comunicada:


el Padre es reconocido y adorado como la fuente y el fin de todas las bendiciones de la
creación y de la salvación; en su Verbo, encarnado, muerto y resucitado por nosotros,
nos colma de sus bendiciones y por él derrama en nuestros corazones el don que
contiene todos los dones: el Espíritu Santo.

Se comprende, por tanto, que en cuanto respuesta de fe y de amor a las "bendiciones


espirituales" con que el Padre nos enriquece, la liturgia cristiana tiene una doble
dimensión. Por una parte, la Iglesia, unida a su Señor y "bajo la acción el Espíritu Santo"
(Lc 10,21), bendice al Padre "por su don inefable" (2 Co 9,15) mediante la adoración,
la alabanza y la acción de gracias. Por otra parte, y hasta la consumación del designio
de Dios, la Iglesia no cesa de presentar al Padre "la ofrenda de sus propios dones" y de
implorar que el Espíritu Santo venga sobre esta ofrenda, sobre ella misma, sobre los
fieles y sobre el mundo entero, a fin de que por la comunión en la muerte y en la
resurrección de Cristo-Sacerdote y por el poder del Espíritu estas bendiciones divinas
den frutos de vida "para alabanza de la gloria de su gracia" (Ef 1,6).

"Sentado a la derecha del Padre" y derramando el Espíritu Santo sobre su Cuerpo que
es la Iglesia, Cristo actúa ahora por medio de los sacramentos, instituidos por Él para
comunicar su gracia. Los sacramentos son signos sensibles (palabras y acciones),
accesibles a nuestra humanidad actual. Realizan eficazmente la gracia que significan
en virtud de la acción de Cristo y por el poder del Espíritu Santo.

En la liturgia de la Iglesia, Cristo significa y realiza principalmente su misterio pascual.


Durante su vida terrestre Jesús anunciaba con su enseñanza y anticipaba con sus actos
el misterio pascual. Cuando llegó su hora (cf Jn 13,1; 17,1), vivió el único
acontecimiento de la historia que no pasa: Jesús muere, es sepultado, resucita de entre
los muertos y se sienta a la derecha del Padre "una vez por todas" (Rm 6,10; Hb 7,27;
9,12). Es un acontecimiento real, sucedido en nuestra historia, pero absolutamente
singular: todos los demás acontecimientos suceden una vez, y luego pasan y son
absorbidos por el pasado. El misterio pascual de Cristo, por el contrario, no puede
permanecer solamente en el pasado, pues por su muerte destruyó a la muerte, y todo lo
que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad
divina y domina así todos los tiempos y en ellos se mantiene permanentemente presente.
El acontecimiento de la Cruz y de la Resurrección permanece y atrae todo hacia la
Vida.

...desde la Iglesia de los Apóstoles... "Por esta razón, como Cristo fue enviado por el
Padre, Él mismo envió también a los Apóstoles, llenos del Espíritu Santo, no sólo para
que, al predicar el Evangelio a toda criatura, anunciaran que el Hijo de Dios, con su
muerte y resurrección, nos ha liberado del poder de Satanás y de la muerte y nos ha
conducido al reino del Padre, sino también para que realizaran la obra de salvación que
anunciaban mediante el sacrificio y los sacramentos en torno a los cuales gira toda la
vida litúrgica" (SC 6).

Así, Cristo resucitado, dando el Espíritu Santo a los Apóstoles, les confía su poder de
santificación (cf Jn 20,21- 23); se convierten en signos sacramentales de Cristo. Por el
poder del mismo Espíritu Santo confían este poder a sus sucesores. Esta "sucesión
apostólica" estructura toda la vida litúrgica de la Iglesia. Ella misma es sacramental,
transmitida por el sacramento del Orden.

...está presente en la liturgia terrena... "Para llevar a cabo una obra tan grande" —la
dispensación o comunicación de su obra de salvación— «Cristo está siempre presente
en su Iglesia, principalmente en los actos litúrgicos. Está presente en el sacrificio de la
misa, no sólo en la persona del ministro, "ofreciéndose ahora por ministerio de los
sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz", sino también, sobre todo, bajo
las especies eucarísticas. Está presente con su virtud en los sacramentos, de modo que,
cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Está presente en su Palabra, pues es Él
mismo el que habla cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura. Está presente,
finalmente, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió: "Donde
están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt18,20)»
(SC 7).

"Realmente, en una obra tan grande por la que Dios es perfectamente glorificado y los
hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a la Iglesia, su esposa amadísima,
que invoca a su Señor y por Él rinde culto al Padre Eterno" (SC 7).

...la cual participa en la liturgia celestial "En la liturgia terrena pregustamos y


participamos en aquella liturgia celestial que se celebra en la ciudad santa, Jerusalén,
hacia la cual nos dirigimos como peregrinos, donde Cristo está sentado a la derecha del
Padre, como ministro del santuario y del tabernáculo verdadero; cantamos un himno de
gloria al Señor con todo el ejército celestial; venerando la memoria de los santos,
esperamos participar con ellos y acompañarlos; aguardamos al Salvador, nuestro Señor
Jesucristo, hasta que se manifieste Él, nuestra vida, y nosotros nos manifestemos con
Él en la gloria" (SC 8; cf. LG 50).

III. El Espíritu Santo y la Iglesia en la liturgia

En la liturgia, el Espíritu Santo es el pedagogo de la fe del Pueblo de Dios, el artífice


de las "obras maestras de Dios" que son los sacramentos de la Nueva Alianza. El deseo
y la obra del Espíritu en el corazón de la Iglesia es que vivamos de la vida de Cristo
resucitado. Cuando encuentra en nosotros la respuesta de fe que él ha suscitado,
entonces se realiza una verdadera cooperación. Por ella, la liturgia viene a ser la obra
común del Espíritu Santo y de la Iglesia.

En esta dispensación sacramental del misterio de Cristo, el Espíritu Santo actúa de la


misma manera que en los otros tiempos de la economía de la salvación: prepara la
Iglesia para el encuentro con su Señor, recuerda y manifiesta a Cristo a la fe de la
asamblea; hace presente y actualiza el misterio de Cristo por su poder transformador;
finalmente, el Espíritu de comunión une la Iglesia a la vida y a la misión de Cristo.

El Espíritu Santo prepara a recibir a Cristo: El Espíritu Santo realiza en la economía


sacramental las figuras de la Antigua Alianza. Puesto que la Iglesia de Cristo estaba
"preparada maravillosamente en la historia del pueblo de Israel y en la Antigua Alianza"
(LG 2), la liturgia de la Iglesia conserva como una parte integrante e irremplazable,
haciéndolos suyos, algunos elementos del culto de la Antigua Alianza:

– principalmente la lectura del Antiguo Testamento;

– la oración de los Salmos;


– y sobre todo la memoria de los acontecimientos salvíficos y de las realidades
significativas que encontraron su cumplimiento en el misterio de Cristo (la Promesa y
la Alianza; el Éxodo y la Pascua; el Reino y el Templo; el Exilio y el Retorno).

Sobre esta armonía de los dos Testamentos (cf DV 14-16) se articula la catequesis
pascual del Señor (cf Lc 24,13- 49), y luego la de los Apóstoles y de los Padres de la
Iglesia. Esta catequesis pone de manifiesto lo que permanecía oculto bajo la letra del
Antiguo Testamento: el misterio de Cristo. Es llamada catequesis "tipológica", porque
revela la novedad de Cristo a partir de "figuras" (tipos) que lo anunciaban en los hechos,
las palabras y los símbolos de la primera Alianza. Por esta relectura en el Espíritu de
Verdad a partir de Cristo, las figuras son explicadas (cf 2 Co 3, 14-16). Así, el diluvio
y el arca de Noé prefiguraban la salvación por el Bautismo (cf 1 P 3, 21), y lo mismo
la nube, y el paso del mar Rojo; el agua de la roca era la figura de los dones espirituales
de Cristo (cf 1 Co 10,1-6); el maná del desierto prefiguraba la Eucaristía "el verdadero
Pan del Cielo" (Jn 6,32).

Por eso la Iglesia, especialmente durante los tiempos de Adviento, Cuaresma y sobre
todo en la noche de Pascua, relee y revive todos estos acontecimientos de la historia de
la salvación en el "hoy" de su Liturgia. Pero esto exige también que la catequesis ayude
a los fieles a abrirse a esta inteligencia "espiritual" de la economía de la salvación, tal
como la liturgia de la Iglesia la manifiesta y nos la hace vivir.

Liturgia judía y liturgia cristiana. Un mejor conocimiento de la fe y la vida religiosa


del pueblo judío tal como son profesadas y vividas aún hoy, puede ayudar a comprender
mejor ciertos aspectos de la liturgia cristiana. Para los judíos y para los cristianos la
Sagrada Escritura es una parte esencial de sus respectivas liturgias: para la
proclamación de la Palabra de Dios, la respuesta a esta Palabra, la adoración de
alabanza y de intercesión por los vivos y los difuntos, el recurso a la misericordia divina.
La liturgia de la Palabra, en su estructura propia, tiene su origen en la oración judía. La
oración de las Horas, y otros textos y formularios litúrgicos tienen sus paralelos también
en ella, igual que las mismas fórmulas de nuestras oraciones más venerables, por
ejemplo, el Padre Nuestro. Las plegarias eucarísticas se inspiran también en modelos
de la tradición judía. La relación entre liturgia judía y liturgia cristiana, pero también la
diferencia de sus contenidos, son particularmente visibles en las grandes fiestas del año
litúrgico como la Pascua. Los cristianos y los judíos celebran la Pascua: Pascua de la
historia, orientada hacia el porvenir en los judíos; Pascua realizada en la muerte y la
resurrección de Cristo en los cristianos, aunque siempre en espera de la consumación
definitiva.

En la liturgia de la Nueva Alianza, toda acción litúrgica, especialmente la celebración


de la Eucaristía y de los sacramentos es un encuentro entre Cristo y la Iglesia. La
asamblea litúrgica recibe su unidad de la "comunión del Espíritu Santo" que reúne a los
hijos de Dios en el único Cuerpo de Cristo. Esta reunión desborda las afinidades
humanas, raciales, culturales y sociales.

La asamblea debe prepararse para encontrar a su Señor, debe ser "un pueblo bien
dispuesto" (cf. Lc 1, 17). Esta preparación de los corazones es la obra común del
Espíritu Santo y de la asamblea, en particular de sus ministros. La gracia del Espíritu
Santo tiende a suscitar la fe, la conversión del corazón y la adhesión a la voluntad del
Padre. Estas disposiciones preceden a la acogida de las otras gracias ofrecidas en la
celebración misma y a los frutos de vida nueva que está llamada a producir.

El Espíritu Santo recuerda el misterio de Cristo: El Espíritu y la Iglesia cooperan en


la manifestación de Cristo y de su obra de salvación en la liturgia. Principalmente en la
Eucaristía, y análogamente en los otros sacramentos, la liturgia es Memorial del
Misterio de la salvación. El Espíritu Santo es la memoria viva de la Iglesia (cf Jn 14,26).

La Palabra de Dios. El Espíritu Santo recuerda primeramente a la asamblea litúrgica el


sentido del acontecimiento de la salvación dando vida a la Palabra de Dios que es
anunciada para ser recibida y vivida: «La importancia de la Sagrada Escritura en la
celebración de la liturgia es máxima. En efecto, de ella se toman las lecturas que luego
se explican en la homilía, y los salmos que se cantan; las preces, oraciones e himnos
litúrgicos están impregnados de su aliento y su inspiración; de ella reciben su
significado las acciones y los signos» (SC 24).

El Espíritu Santo es quien da a los lectores y a los oyentes, según las disposiciones de
sus corazones, la inteligencia espiritual de la Palabra de Dios. A través de las palabras,
las acciones y los símbolos que constituyen la trama de una celebración, el Espíritu
Santo pone a los fieles y a los ministros en relación viva con Cristo, Palabra e Imagen
del Padre, a fin de que puedan hacer pasar a su vida el sentido de lo que oyen,
contemplan y realizan en la celebración.

"La fe se suscita en el corazón de los no creyentes y se alimenta en el corazón de los


creyentes con la palabra [...] de la salvación. Con la fe empieza y se desarrolla la
comunidad de los creyentes" (PO 4). El anuncio de la Palabra de Dios no se reduce a
una enseñanza: exige la respuesta de fe, como consentimiento y compromiso, con miras
a la Alianza entre Dios y su pueblo. Es también el Espíritu Santo quien da la gracia de
la fe, la fortalece y la hace crecer en la comunidad. La asamblea litúrgica es ante todo
comunión en la fe.

La Anámnesis. La celebración litúrgica se refiere siempre a las intervenciones salvíficas


de Dios en la historia. "El plan de la revelación se realiza por obras y palabras
intrínsecamente ligadas; [...] las palabras proclaman las obras y explican su misterio"
(DV 2). En la liturgia de la Palabra, el Espíritu Santo "recuerda" a la asamblea todo lo
que Cristo ha hecho por nosotros. Según la naturaleza de las acciones litúrgicas y las
tradiciones rituales de las Iglesias, la celebración "hace memoria" de las maravillas de
Dios en una Anámnesis más o menos desarrollada. El Espíritu Santo, que despierta así
la memoria de la Iglesia, suscita entonces la acción de gracias y la alabanza
(Doxología).

El Espíritu Santo actualiza el misterio de Cristo: La liturgia cristiana no sólo recuerda


los acontecimientos que nos salvaron, sino que los actualiza, los hace presentes. El
misterio pascual de Cristo se celebra, no se repite; son las celebraciones las que se
repiten; en cada una de ellas tiene lugar la efusión del Espíritu Santo que actualiza el
único Misterio.

La Epíclesis ("invocación sobre") es la intercesión mediante la cual el sacerdote suplica


al Padre que envíe el Espíritu santificador para que las ofrendas se conviertan en el
Cuerpo y la Sangre de Cristo y para que los fieles, al recibirlos, se conviertan ellos
mismos en ofrenda viva para Dios.

Junto con la Anámnesis, la Epíclesis es el centro de toda celebración sacramental, y


muy particularmente de la Eucaristía: «Preguntas cómo el pan se convierte en el Cuerpo
de Cristo y el vino [...] en Sangre de Cristo. Te respondo: el Espíritu Santo irrumpe y
realiza aquello que sobrepasa toda palabra y todo pensamiento [...] Que te baste oír que
es por la acción del Espíritu Santo, de igual modo que gracias a la Santísima Virgen y
al mismo Espíritu, el Señor, por sí mismo y en sí mismo, asumió la carne humana» (San
Juan Damasceno, Expositio fidei, 86 [De fide orthodoxa, 4, 13]).

El poder transformador del Espíritu Santo en la liturgia apresura la venida del Reino y
la consumación del misterio de la salvación. En la espera y en la esperanza nos hace
realmente anticipar la comunión plena con la Trinidad Santa. Enviado por el Padre, que
escucha la epíclesis de la Iglesia, el Espíritu da la vida a los que lo acogen, y constituye
para ellos, ya desde ahora, "las arras" de su herencia (cf Ef 1,14; 2 Co 1,22).

La comunión en el Espíritu Santo: La finalidad de la misión del Espíritu Santo en toda


acción litúrgica es poner en comunión con Cristo para formar su Cuerpo. El Espíritu
Santo es como la savia de la viña del Padre que da su fruto en los sarmientos (cf Jn 15,1-
17; Ga 5,22). En la liturgia se realiza la cooperación más íntima entre el Espíritu Santo
y la Iglesia. El Espíritu de comunión permanece indefectiblemente en la Iglesia, y por
eso la Iglesia es el gran sacramento de la comunión divina que reúne a los hijos de Dios
dispersos. El fruto del Espíritu en la liturgia es inseparablemente comunión con la
Trinidad Santa y comunión fraterna (cf 1 Jn 1,3-7).

La Epíclesis es también oración por el pleno efecto de la comunión de la asamblea con


el Misterio de Cristo. "La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre y
la comunión del Espíritu Santo" (2 Co 13,13) deben permanecer siempre con nosotros
y dar frutos más allá de la celebración eucarística. La Iglesia, por tanto, pide al Padre
que envíe el Espíritu Santo para que haga de la vida de los fieles una ofrenda viva a
Dios mediante la transformación espiritual a imagen de Cristo, la preocupación por la
unidad de la Iglesia y la participación en su misión por el testimonio y el servicio de la
caridad.

3.8.- INTERPRETAR EL SENTIDO DE LOS MILAGROS EN LA VIDA


PÚBLICA DE JESÚS.

Los milagros están íntimamente relacionados con la vida pública de Jesús ya que él
durante su vida se pasó haciendo el bien y mostrando la grandeza de Dios por lo mismo
los milagros tienen sentido de esperanza, de sanación, expulsión de demonios. En
efecto, los milagros de Jesús son, ante todo, signos, señales, tanto de Quién es El, como
de cuál es la misión que ha recibido de Dios. En primer lugar, han de servir para mostrar
que Él es el enviado del Padre. Jesús no es un curandero, sino el Salvador anunciado
por los profetas; el que trae la salvación definitiva a todos los hombres.
San Juan pone en boca de Jesús estas palabras: «las obras que el Padre me ha
concedido realizar; esas obras que hago dan testimonio de mí: que el Padre me ha
enviado» (5, 36)
- En Jesús se revela el poder de Dios Salvador. Las palabras y las obras de Cristo hacen
pasar a través suyo la fuerza de Dios, que viene a salvar. Sólo se beneficia de esta fuerza
quién la acoge con fe.

 La boda de Caná. (Jn 2, 1-11)

 En Caná y Cafarnaúm realiza algunos milagros. (Jn 4, 43-54)

 La primera pesca milagrosa. (Lucas 5, 1-11)

 El endemoniado en la sinagoga. (Mc 1, 21-28)

 La suegra de Pedro. (Marcos 1, 29-39) La curación del paralítico. (Mateo 9, 1-


8)

 Curación de dos ciegos y un endemoniado mudo. (Mateo 9, 27-31)

 La curación del leproso. (Marcos 1, 40-45)

 La resurrección del hijo de la viuda de Naím. (Lucas 7, 11-17)

 La curación del paralítico de la piscina de Siloé. (San Juan 5, 1-3.5-16)

 La tempestad calmada. (Marcos 4, 35-40)

 El endemoniado de Gerasa (Marcos 5, 1-20)

 La hija de Jairo y la hemorroísa. (Mc 5,21-43)

 Primera multiplicación de los panes. (Juan 6, 5-13)

 Otros milagros en la región de Tiro y Sidón. (Mateo 15, 21-28)

 El demonio mudo y la fe. (Mc 9,14-29)

 La curación del ciego de nacimiento. (Juan 9, 1- 41)

 Jesús cura a una mujer en sábado. (Lucas 13, 10-17)


 El ciego Bartimeo. (Marcos 10, 49 - 52)

 La resurrección de Lázaro. (Jn 11, 1- 45)

3.9.- EXPLICAR EL SENTIDO E IMPORTANCIA DE LOS MILAGROS EN LA


VIDA DE JESÚS.

La importancia de los milagros en la vida de Jesús tiene como finalidad de mostrar que
es Hijo de Dios y con la realización de acciones necesarias en el momento como lo era
una sanación, expulsar demonios, milagros sobre la naturaleza, etc.. Era mostrar que él
conoce la necesidad de cada persona, el mostraba la misericordia de Dios ya que si
analizamos algunas enfermedades estaban relacionadas con los pecados de las
personas, además con ellos demostraba la invitación de Dios a participar de su reino,
en una realidad donde no van a existir enfermedades, injusticias, donde todos vamos a
gozar plenamente de su amor.

3.10.- IDENTIFICAR EN EL MANDAMIENTO DEL AMOR Y EN LAS


BIENAVENTURANZAS, LOS VALORES DEL REINO Y LAS EXIGENCIA
PARA EL SEGUIMIENTO DE CRISTO.

Valores del reino Exigencias para el seguimiento


de Cristo.
Mandamiento del amor Solidaridad -Amar a todos sin hacer
Les doy un mandamiento Amor distinción de personas.
nuevo: ámense los unos a Fraternidad -Amar y perdonar como Dios lo
los otros. Así como yo los Tolerancia hace con nosotros.
he amado, ámense también Respeto
ustedes los unos a los
otros (Jn 13,34)
Bienaventuranzas Pobreza de espíritu Ser felices a pesar de las
Bondad dificultades de la vida.
Humanidad
Justicia
Perdón
Humildad
Paz
Solidaridad

3.11 .- RECONOCER EN PARÁBOLAS O ACTUACIONES DE JESÚS LAS


CARACTERÍSTICAS DEL REINO DE DIOS.

En las siguientes citas encontramos mencionados que el reino ya está aquí encontramos
los siguientes textos: Mc 9,1 “El reino de Dios ha llegado con fuerza” Lc 6, 20 “nuestro
es el reino de Dios”

Las siguientes parábolas nos hablan sobre las características del reino:

Mt 13,1-9: parábola del sembrador; Mt 13,44-46: parábola del tesoro y la perla; Mt


22,1-14: parábola de las bodas; Lc 10,25-37: parábola del buen samaritano; Lc 15,11-
32: parábola del hijo pródigo. De estas se infiere que Dios es el sembrados, que el reino
de Dios es un gran tesoro, una perla, Una invitación a un gran banquete de bodas, El
reino de Dios es solidaridad y perdón.

3.12.- RECONOCER EN ALGUNOS PERSONAJES DEL NUEVO


TESTAMENTO PROCESOS DE CONVERSIÓN QUE ENRIQUECEN LA
VIDA DE LOS CRISTIANOS DE TODO TIEMPO.

San Pablo: (Hch. 22.6-16; 26.12-18).


Saulo predica en Damasco

Saulo escapa de los judíos

Saulo en Jerusalén

Zaqueo:

Cornelio:

13.- RECONOCER CÓMO OPERAN, EN LA PERSONA DE JESÚS, LAS


DIMENSIONES DE INTELIGENCIA, VOLUNTAD.

El catecismo dice:

Puesto que en la unión misteriosa de la Encarnación "la naturaleza humana ha sido


asumida, no absorbida" (GS 22, 2), la Iglesia ha llegado a confesar con el correr de los
siglos, la plena realidad del alma humana, con sus operaciones de inteligencia y de
voluntad, y del cuerpo humano de Cristo. Pero paralelamente, ha tenido que recordar
en cada ocasión que la naturaleza humana de Cristo pertenece propiamente a la persona
divina del Hijo de Dios que la ha asumido. Todo lo que es y hace en ella proviene de
"uno de la Trinidad". El Hijo de Dios comunica, pues, a su humanidad su propio modo
personal de existir en la Trinidad. Así, en su alma como en su cuerpo, Cristo expresa
humanamente las costumbres divinas de la Trinidad (cf. Jn 14, 9-10): «El Hijo de Dios
[...] trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad
de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo
verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado»
(GS 22, 2).
La voluntad humana de Cristo

De manera paralela, la Iglesia confesó en el sexto Concilio Ecuménico que Cristo posee
dos voluntades y dos operaciones naturales, divinas y humanas, no opuestas, sino
cooperantes, de forma que el Verbo hecho carne, en su obediencia al Padre, ha querido
humanamente todo lo que ha decidido divinamente con el Padre y el Espíritu Santo para
nuestra salvación (cf. Concilio de Constantinopla III, año 681: DS, 556-559). La
voluntad humana de Cristo "sigue a su voluntad divina sin hacerle resistencia ni
oposición, sino todo lo contrario, estando subordinada a esta voluntad omnipotente"
(ibíd., 556). a modo de resumen: Cristo, siendo verdadero Dios y verdadero Hombre,
tiene una inteligencia y una voluntad humanas, perfectamente de acuerdo y sometidas
a su inteligencia y a su voluntad divinas que tiene en común con el Padre y el Espíritu
Santo.

14.- DENTIFICAR EN LA BIBLIA AQUELLOS PASAJES QUE TIENEN


RELACIÓN CON EL MESIANISMO DE JESÚS

Entrada de Jesús en Jerusalén: Marcos 11,1-11; Juan 2,13-22.

Isaias 11,12 : Miqueas 2,12; Jeremías 31,1; Ezequiel 20,27-44.

El Mesianismo en el Evangelio de Marcos:


Por un lado, Jesús es presentado con un poder dado por Dios, que se manifiesta en la
enseñanza, en la expulsión de los demonios y en grandes curaciones (p.e. 1,27). Realiza
acciones mesiánicas2, como multiplicaciones de panes, entrada en Jerusalén y
purificación del templo. Desvela a sus discípulos su ser divino en epifanías (andar sobre
las aguas, transfiguración). Sin embargo, por otro lado, Jesús se empeña en escabullirse
de la afluencia de las multitudes3 y en mantener su secreto (p.e. 1,34. 43ss; 3,12; 5,43;
6,45; 7,36; 8,26.30; 9,9). Junto con esto, Marcos destaca, en comparación a Mateo, la
incomprensión de los discípulos (p.e. 6,51s.par; 8,17-21 par). Por otra parte, el secreto
de su mensaje y actuar sólo se revela a sus discípulos (usa la parábola: 4,10-124); los
demás quedan como afuera, en una gran incomprensión respecto a Jesús.5 No se vuelve
a repetir el título Cristo hasta la confesión de Pedro. Pero pese al secreto y reserva, la
fuerza de la gloria del Mesías trasciende y las muchedumbres se entusiasman. Respecto
a Jesús flota (p.e. 4,41; 6,14-16) un gran interrogante.6 Pasada la confesión de Pedro
hay una aclaración nítida de la naturaleza de ese Mesías: Hijo del Hombre que sufrirá
y resucitará.7 Sólo después de su resurrección tendrá lugar la proclamación abierta
(9,9). Pero el secreto se relaja en la segunda parte (10,46-52; 11,1-10), incluso
desaparece ante Caifás (14,62) y en la confesión del centurión (15,39). Porque toda la
segunda parte está orientada a la manifestación del mesianismo paciente del Hijo del
Hombre. Con todo, los discípulos permanecen en la más absoluta incomprensión frente
a los tres anuncios de la pasión. Los discípulos comprenderán este mesianismo de la
cruz a la luz de la resurrección. La reserva del Jesús terreno en torno a su mesianismo
se debió a prudencia para evitar malentendidos, a pedagogía para mostrar su tipo de
mesianismo, a acomodación a lo que es la condición de la revelación. Marcos utiliza
esta realidad como procedimiento literario para presentar a Jesús como Mesías e Hijo
de Dios. Su tendencia fundamental es hacer comprensible el camino de Jesús hacia la
muerte. Es un camino necesario, dispuesto por Dios, que Jesús sigue obedientemente.
El Hijo de Dios presentado al comienzo, tiene el camino del siervo. Incomprendido por
los hombres, aún por los discípulos más fieles8, rechazado por los jefes del pueblo
judío, ha sido acogido por Dios y resucitado. Es un Mesías de tipo diferente. El
evangelio de Marcos es como una historia de la pasión con introducción detallada. Hay
una tensión entre la altura y la bajeza: la poderosa revelación del Reino de Dios que
irrumpe en la actuación de Jesús, y el consciente ocultarse de Este, junto con la
incomprensión de los que lo rodean.
Lo característico del mesianismo de Jesús no se desprendería tanto de los títulos como
de ciertos rasgos originales: a) Es el Emmanuel (estar con; cf. 1,23; 18,20; 28,20). b)
Salvador de su pueblo (1,21). c) Investido de todo poder en su resurrección (28,18). d)
Juez escatológico (7,21-23; 25,31-46; cf. 10,14s; 26,64). Está identificado con los
marginados de este mundo. d) Es el nuevo Moisés. La ley del A. T. sigue teniendo
validez, pero sólo en cuanto interpretada, radicalizada y corregida por Jesús, y
compendiada por él en el doble mandamiento del amor. Jesús es el Señor presente en
la Iglesia (16, 18; 18, 20; 28, 20), pero sobre todo es el maestro de quien se es discípulo
('mathetés' [discípulo] aparece 69 veces en Mt, 37 en Mc y 34 en Lc). el comienzo
programático del evangelio: Libro de la descendencia de Jesucristo (aquí sería nombre
propio, cf. Mt 1,18 y el texto más probable de 16,21), hijo de David, hijo de Abraham.
En su genealogía, en que se muestra su descendencia davídica, es llamado 4 veces
Cristo. En Jesús se cumple las promesas hechas al pueblo y desde sus orígenes. La
presentación de Mt está centrada en Hijo de David e Hijo de Dios. Mediante la
descendencia davídica presenta el mesianismo de Jesús. La genealogía, a través de tres
veces 14, muestra que Jesús es el mesías esperado. La estructura del evangelio sería
dinámico-dramática. Se da una progresiva manifestación de Jesús al pueblo de Israel y
una repulsa de éste. Como dato final, una apertura a todas las naciones del nuevo pueblo
de Israel: la Iglesia fundada por Jesús.
36
Hechos 2,36: »Por tanto, sépalo bien todo Israel que a este Jesús, a quien ustedes
crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Mesías»
Lc 9,18-36: Pedro reconoce que Jesús es el mesías.

3.15.- IDENTIFICAR CARACTERÍSTICAS HUMANAS Y DIVINAS Y SU


INDIVISIBILIDAD EN LA PERSONA DE JESÚS.

JESÚS, EL HOMBRE-DIOS

JESÚS, REVELA A DIOS Y AL HOMBRE

El hombre, imagen de Dios Jesús no sólo revela a Dios, sino que, desde el punto de
vista cristiano, revela también lo que es el hombre. ¿Por qué? Porque el hombre,
desde el capítulo primero del Génesis, ha sido creado a imagen de Dios: «Hagamos
al hombre a nuestra imagen, a nuestra semejanza», dice el texto (/Gn/01/26). Los
Padres de la Iglesia han sólido interpretar este texto en el sentido de que el hombre
ya está hecho a imagen de Dios, y a lo largo de su vida tiene que irse haciendo
semejante a Dios. El hombre será hombre en la medida en que reproduzca en su ser
la imagen de Dios. Desde el punto de vista cristiano, la imagen de Dios es Jesús. El
es quien realiza la verdadera imagen de Dios.

Cuando Jesús de Nazaret dice: «yo como», «yo ando», «yo vivo», «yo me muevo»,
es Dios quien está diciendo: «yo como», «yo ando», «yo vivo», «yo me muevo».
Acabo de expresar algo de lo que significa la unión hipostática, por mencionar la
palabra clásica. Por tanto, al ver a Jesús vemos la verdadera imagen de Dios, la
imagen de Dios mejor realizada. En consecuencia, vemos al hombre más perfecto.
Al verdadero hombre. Y todos los demás seremos hombres en la medida en que
realicemos en nosotros la misma imagen de Jesús. Como dice San Pablo en la Carta
a los Romanos, «estamos llamados a reproducir la imagen de su Hijo» (/Rm/08/29).
Así pues, aunque todos estemos creados a imagen de Dios, reproducimos su imagen,
la imagen que de Dios nos da Jesús, con mayor o menor semejanza; es decir, que los
hombres somos imágenes de Dios... mejores, regulares o peores. Ahora bien, ¿cuál
es, en concreto, la imagen de Dios que reproduce Jesús? Tenemos que pesar lo que
pesó Jesús?, ¿ser tan altos como él?, ¿o tan morenos?, ¿o tan rubios? Quizás aquí
tenemos la razón teológica de la falta de detalles concretos y curiosos sobre la
persona de Jesús en el Nuevo Testamento. Lo que se nos ha transmitido de Jesús es
precisamente aquello por lo que Jesús reproduce la imagen del Padre. Aquello con
cuya reproducción nosotros nos hacemos hijos en el Hijo y, por tanto, verdaderos
hombres. Y no se nos han transmitido otros detalles innecesarios a este propósito.
EL HOMBRE, REVELADO EN JESÚS. Jesús nos revela quién es el hombre
Hemos visto más arriba que la persona humana de Jesús es la imagen más perfecta
de Dios que pueda pensarse, precisamente porque su hipóstasis es la imagen eterna
e increada del Padre. La esencia del hombre, como sugiere el libro del Génesis (cap.
1), consiste en ser imagen de Dios. En consecuencia, quien de verdad realiza la
esencia del hombre es Jesús. Por eso Jesús nos revela en qué consiste realmente ser
hombre.

Ahora volvemos a lo que dijimos al preguntarnos por los datos históricos que
conocemos sobre Jesús. Esa persona llamada Jesús de Nazaret, ¿quién ha sido?, ¿cuál
ha sido su vida?, ¿cómo ha realizado en concreto el ser imagen de Dios?

-El hombre revelado en Jesús En mi opinión, la respuesta a esas preguntas se resume


en una sola idea o, quizás, en dos. Lo que Jesús ha hecho ha sido, simple y
llanamente, vivir para la voluntad de Dios. El motor que mueve a Jesús por dentro,
lo que da sentido a su vida, es el cumplimiento de la voluntad de Dios. Y la voluntad
de Dios es precisamente la fidelidad de Jesús.

¿Cuál es la obra de Jesús? ¿Qué hizo Jesús? Sencillamente, amar


incondicionalmente. Así nos revela Jesús la verdadera imagen de Dios. Dios es
Padre, porque ama incondicionalmente a los hombres, y así es como Jesús realiza el
sentido de la creación, que no es otro que corresponder al amor de Dios. Como
sugiere la Carta a los Efesios (1,3ss), la creación surge de la voluntad de Dios de
encontrar un lugar fuera de Sí mismo en el que poder poner su amor. Ése es su fin y
su sentido: que Dios ponga en la creación su amor y la creación pueda corresponder
libremente al amor de Dios. Ahí está el sentido de la historia, el sentido de la creación
y el sentido de la vida humana: el amor de Dios que se regala libremente y que espera
ser correspondido también libremente. Todo amor se da, se entrega, esperando ser
correspondido. Pero se da aunque no sea correspondido. Por eso el verdadero amor
es siempre incondicional. En el momento en que el amor, al no ser correspondido,
deja de darse, ha dejado de ser amor y se ha convertido en egoísmo. Así pues, lo que
se juega en la historia es la correspondencia de la humanidad al amor libre y gratuito
de Dios.

La vida de Jesús es, pues, realizar la voluntad del Padre. o sea, corresponder al amor
del Padre. Pero la persona de Jesús, como decíamos antes, asume como cuerpo suyo
a toda la humanidad y toda la creación. Así pues, en él toda la humanidad y toda la
creación han realizado ya su objetivo, su fin y su sentido: han correspondido al amor
libre, incondicional y gratuito de Dios.

Ser hombre consiste, pues, exactamente en esto: en corresponder al amor gratuito de


Dios. Hay un pasaje en el evangelio de Mateo (/Mt/05/48) y en su paralelo en Lucas
(/Lc/06/36) que resume muy bien lo que quiero decir. «Sed perfectos como vuestro
Padre celestial es perfecto». Así dicho, la frase no parece tener mucho sentido. ¿Es
posible ser perfectos como Dios? ¿Dónde está nuestra perfección análoga a la
perfección divina? ¿Cómo se nos puede invitar a ser perfectos como Dios? Hay que
leer la línea siguiente: «El Padre celestial hace salir su sol sobre buenos y malos, y
llover sobre justos y pecadores». Dios no hace que llueva sobre el campo de los
buenos y deje de llover sobre el campo de los malos. Dios no hace que salga el sol
sobre los que van a misa el domingo y no salga sobre los que no van a misa, sino que
el amor de Dios es incondicionado. Ama a justos e injustos, a buenos y malos. Ésa
es la imagen de Dios que reproduce Jesús. Y ésa es la perfección de Dios que
nosotros tenemos que imitar.

JESÚS, HOMBRE AUTÉNTICO: Dice la Carta a los Hebreos que Jesús es igual
en todo a nosotros menos en el pecado (/Hb/04/15). A alguien se le puede ocurrir
quizá una objeción: ¿Jesús es verdaderamente hombre sin pecar? ¿No es el pecado,
el egoísmo, la injusticia, algo tan nuestro que no podemos prescindir de ello, hasta
el punto de que el hombre sin pecado no sería ya de verdad un hombre con todas las
de la ley? De acuerdo con lo que vamos diciendo, la objeción es fácil de refutar. La
verdad es exactamente al revés. El pecado es lo que nos impide ser hombres cabales,
es lo que hace que seamos hombres imperfectos. Consigue que no realicemos
correctamente nuestra propia naturaleza, nuestra propia esencia, nuestro propio ser.
Porque nuestro ser hombres consiste en corresponder libre y gratuitamente al amor
gratuito que Dios nos tiene, y pecar es, precisamente, dejar de corresponder a ese
amor. En la medida en que somos pecadores somos menos personas humanas, menos
hombres. Por eso Jesús es el hombre más perfecto, porque no pecó nunca.

El Concilio _Vat-II, en la Constitución Gaudium et Spes (n. 22), dice: «En realidad,
el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado». ¿Qué
somos?, ¿para qué estamos aquí?, ¿cuál es nuestro sentido? Estas preguntas sólo se
pueden resolver desde el misterio de Cristo.

La creación en su conjunto es, según hemos dicho antes, el Cuerpo de Cristo, porque
la Divinidad ha asumido nuestro ser de creaturas. En consecuencia, si el conjunto de
la creación es el Cuerpo de Cristo, no hay relación con Dios que no sea relación con
la realidad. Y, al revés, no hay relación con la realidad creada, con las cosas, con los
animales, con las personas, que no sea relación con Dios. Si la creación entera es el
Cuerpo de Cristo, cada vez que yo hago algo a la creación, estoy haciendo algo al
Cuerpo de Cristo y, por tanto, estoy haciendo algo, bueno o malo, a Dios. Cada vez
que yo me relaciono con Dios, lo hago en la creación y no puedo pensar en una
relación directa e inmediata con Dios. Por eso puede decir S. Juan en su Primera
Carta (/1Jn/04/2O): «quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios,
a quien no ve»

Hace algunos años se hizo una encuesta en muchos conventos de religiosas


españolas. (Era una encuesta en la que había que puntuar los diversos items, algo
parecido a lo que se hace en las evaluaciones de la docencia). Una de las preguntas
pedía una autocalificación sobre las relaciones con Dios. Pues bien, en la gran
mayoría de las respuestas las religiosas se autocalificaban con notas altas: ochos y
nueves. Luego había otra pregunta donde se pedía una autoevaluación de las
relaciones con las otras religiosas de la propia comunidad. Ahí ya se calificaban más
bajo: aprobados raspados y algún que otro suspenso. Lo que está claro es que la nota
que califique nuestras relaciones con Dios y nuestras relaciones con los demás sólo
puede ser la misma. Si una nota es alta y la otra baja, eso quiere decir que hay engaño
en la percepción.

La relación con Dios es relación a través de la realidad creada, a través de las cosas,
animales y personas. Y, al revés, la relación con la realidad no queda al margen de
la relación con Dios, porque la creación es el Cuerpo de Cristo. Así pues, desde el
punto de vista cristiano no hay realidad sagrada y realidad profana. No hay un ámbito
para Dios, un ámbito de lo divino, de la fe y del culto, y otro ámbito de la realidad
secular, del mundo, donde se actúa de forma independiente de Dios.

Nos hemos referido ya a esto al hablar de la expulsión de los mercaderes del templo
de Jerusalén por parte de Jesús y de cómo en ese episodio estaba planteado el tema
de la división entre los ámbitos secular y sagrado, división no aceptada por Jesús,
con lo que se colocaba en la mejor tradición de la profecía de Israel. Desde el punto
de vista cristiano, el ámbito secular es sagrado y el ámbito sagrado es secular. o, si
se prefiere, no hay ámbito secular y ámbito sagrado. Se puede formular como se
quiera, porque en el fondo es lo mismo.

PERFECTO DIOS Y PERFECTO HOMBRE: Jesús no deja de ser Dios para ser
hombre. No es un Dios de segunda categoría por el hecho de ser hombre. Al mismo
tiempo, como acabamos de decir, Jesús no es menos hombre que nosotros por ser
Dios, sino más perfectamente hombre que nosotros, precisamente porque, al habitar
en él la Divinidad, realiza la más perfecta imagen de Dios.

Esto significa que la persona de Jesús realiza perfectamente el ser hombre y realiza
perfectamente el ser Dios. En él, en quien la creación ha venido a ser absoluto y lo
divino se ha hecho concreto, se afirma al cien por cien la divinidad y se afirma al
cien por cien la humanidad.

La concepción cristiana de la realidad es coherente con esto. Lo que Dios hace en la


historia y lo que el hombre hace en la historia es al cien por cien divino y al cien por
cien humano.

FE: DON-ESFUERZO: Un ejemplo: la fe ¿es don de Dios o es decisión humana?


Es cien por cien don de Dios y cien por cien decisión humana. La Iglesia ¿es obra
del Espíritu o es construcción de los hombres? Cien por cien obra del Espíritu y cien
por cien construcción del hombre. Nuestra historia ¿es obra de Dios o es obra de los
hombres? Nuestra historia es cien por cien obra de Dios y cien por cien construcción
de los hombres. Una frase de ·Agustín-SAN formula perfectamente lo que quiero
decir: «Dios actúa de tal manera que hace que sea obra nuestra lo que es don suyo»
(Epist. 194 ad Sixtum presb. 5, 19. CSEL 57, l90). No hay oposición entre la
actuación de Dios y la actuación del hombre. Lo que Dios hace, no lo hace
sustituyéndonos; y lo que nosotros hacemos, no lo conseguimos arrancándoselo a
Dios. Lo que Dios hace, lo hace dentro de nosotros; lo que Dios hace, lo hace
moviendo nuestras manos. Y lo que nosotros hacemos, lo hacemos porque Dios está
dentro de nosotros.

La única excepción a este cien por cien obra de Dios y este cien por cien obra nuestra
es la presencia del pecado. Allí donde hay pecado puede rebajarse el cien por cien
de la obra de Dios; allí donde hay pecado hay algo que se escapa a la actuación del
Espíritu de Dios, aunque no a su poder (Una exposición de este tema en su dimensión
cristológica, en J.I. GONZALEZ FAUS, La humanidad nueva, Santander l986, 354-
55; y en su dimensión antropológica, en el mismo autor, Proyecto de hermano,
Santander 1987 436-44O).

Quiero decir lo siguiente: el creyente cristiano, por afirmar la unión hipostática de la


divinidad y la humanidad en Jesús, ve en toda la realidad las actuaciones de Dios y
del hombre no en competencia, sino en cooperación, pero en distintos niveles. La
concepción cristiana de Dios no tiene nada que ver con Prometeo. Como se sabe,
según el mito griego, Prometeo intenta robar el fuego a los dioses; y lo consigue,
pero es castigado por su osadía. En la concepción cristiana, Dios y el hombre no
pelean entre sí por nada, porque el interés de Dios es el hombre. Hasta tal punto que,
cuando el hombre-Jesús dice: «mis intereses», es Dios mismo quien está diciendo:
«mis intereses».

No hay competencia entre el hombre y Dios, porque Dios se ha encarnado, porque


Dios se ha unido a nuestra humanidad creada y a nuestra historia.

JESÚS, DIOS-HOMBRE: Acerca de la humanidad de Jesucristo se pueden asumir


posiciones teológicas diversas. La tradición fraguó dos, cuya vigencia no ha perdido
nunca actualidad. Ambas se asientan sobre los evangelios y sobre el dogma
cristológico tal como fue definido en el Concilio de Calcedonia (451). Allí se definió,
de forma irreformable y decisiva para la fe posterior, la real humanidad y la
verdadera divinidad de Jesucristo. En Jesús subsisten, en la unidad de la misma
persona divina del Verbo eterno, dos naturalezas distintas, sin confusión, sin
mutación, sin división y sin separación. Esta formulación, llena de tensiones, permite
dos líneas que se han formulado en la historia de la teología: una de ellas acentuará
en Jesús-Dios-Hombre la divinidad y la otra la humanidad. La transferencia de los
acentos marca opciones de fondo diferentes, que llegan a constituir verdaderas
escuelas: en el Nuevo Testamento, será el evangelio de Juan el que ponga de relieve
la divinidad de Jesús, en tanto que los sinópticos destacan su humanidad; en el
mundo antiguo la escuela de Alejandría representaba la primera tendencia y la
escuela de Antioquía la segunda. Ambas corren el riesgo de caer en herejía: el
monofisitismo, que afirma la vigencia de una única naturaleza en Jesús, la divina
(escuela de Alejandría), y el arrianismo que defiende de tal modo la dualidad de
naturalezas que corre el peligro de romper la unidad de la persona y de hacer primar
la naturaleza humana de Jesús, quedando la divinidad como algo extrínseco y
paralelo (escuela de Antioquía) En el mundo medieval encontramos la escuela
tomista que estudia a Jesús preferentemente a partir de la divinidad y la escuela
franciscana que lo hace a partir de la humanidad.
Por formación espiritual y opción fundamental, nos orientamos por la escuela
franciscana, de tradición sinóptica, antioquena y escotista. En la humanidad total y
completa de Jesús es donde encontramos a Dios. La reflexión sobre la muerte y la
cruz nos brinda la oportunidad de pensar radicalmente acerca de la humanidad de
Jesús.

Tal vez algunos cristianos, habituados a la imagen tradicional de Jesús, fuertemente


marcada por su divinidad, puedan tener dificultades con la imagen que aquí
dibujamos con los rasgos de nuestra propia humanidad. Y sin embargo es preciso
abrirse a la verdadera humanidad de Jesús. En la medida en que aceptemos nuestra
propia humanidad con toda la abisal dramaticidad que puede caracterizar a nuestra
existencia, en esa misma medida abriremos un camino para una aceptaci6n profunda
de la humanidad de Jesús. Y no es menos verdadero el proceso inverso: en la medida
en que acojamos a Jesús tal como nos lo pintan los evangelios, particularmente los
sinópticos, con su vida cargada de conflictos y con su vía dolorosa, en la proporción
en que tomemos absolutamente en serio la encarnación en cuanto vaciamiento, sí, en
cuanto alienación de Dios, en esa misma proporción nos aceptaremos a nosotros
mismos con toda nuestra fragilidad y miseria, sin vergüenza ni humillación.
La imagen ordinaria que tenemos de Dios es deudora a la experiencia religiosa
pagana y a la del Antiguo Testamento. La reflexión sobre la humanidad de Jesús
(que es la de Dios) nos desvela el rostro legítimamente cristiano de Dios, rostro
inconfundible e inintercambiable. Sin duda que se trata siempre del mismo misterio
experimentado por paganos y cristianos. Pero en Jesucristo, él ha revelado su propio
rostro, un rostro insospechado, el del humilde justo sufriente, torturado,
ensangrentado, coronado de espinas y muerto tras un misterioso grito de aflicción
lanzado al cielo, pero no contra el cielo.

Un Dios así es alguien extraordinariamente cercano al drama humano, pero también


es alguien extraño. Es de una extrañeza fascinante, similar a la de los abismos de
nuestra misma profundidad. Ante él podemos quedar aterrados como Lutero, pero
también podemos sentirnos tocados por una infinita ternura como San Francisco, que
meditaba la Pasión con com-pasión.
DOMINIO 4 : ECLESIOLÓGICO

4.- Iglesia comunidad, en misión evangelizadora

4.1.- Explicar cuál es el sentido de la Iglesia como sacramento de salvación.


El sentido de la Iglesia como sacramento de salvación, es que por medio de ella el
cristiano profundiza su fe, vive en comunidad y comparte sus valores fundamentales.
Para la salvación, por medio de la práctica de su doctrina. “Tú eres Pedro y sobre esta
piedra edificare mi Iglesia, y los poderes del infierno no podrán contra ella”. Es decir,
que nos guste o no Jesús le dio poder absoluto a este primer Papa llamado Pedro y esta
Iglesia la componemos todos los bautizados.
La Iglesia es Santa porque su fundador es santo. Y como tal se convierte en un
sacramento de salvación, ya que en ella se practican o ejercen los sacramentos
instituidos por el mismo Cristo.

4.2.- Ejemplificar el sentido de la Iglesia como sacramento de salvación en


acciones, situaciones o hechos puntuales.
Ejemplo podrían ser la celebración eucarística, el ejercicio de la fraternidad y el
seguimiento de la sana doctrina entregada por nuestro señor Jesucristo a los apóstoles.
La práctica sacramental, el compromiso unido a ella. Las instituciones ligadas a la
enseñanza, Hogar de Cristo, colegios etc.
Sacerdotes obreros y su compromiso con los más pobres. Cada vez que le hagan esto a
los más pobres a mí me lo hacéis.

4.3.-Relacionar la misión de la Iglesia con la Misión de Jesús.


Buscamos comprender mejor cuál es la misión de la Iglesia y cuál nuestra propia misión
en la Iglesia. Comprender cómo realizarla en y desde la Iglesia. Como referencias,
tomaremos lo que Jesús mismo nos ha dicho sobre la Iglesia y sobre nuestra misión; lo
que la Iglesia misma ha dicho sobre su misión en el mundo; y lo que nosotros mismos
sentimos respecto de nuestra propia misión ( cf. misión y respuesta del apóstol: Mt 28,
19).
a. LA IGLESIA DEL PADRE, DEL HIJO Y DEL ESPIRITU SANTO (RM 31) La
comunión trinitaria es la fuente, el motor, el fin de la vida y de la misión de la Iglesia.
Ella vive y obra en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; nos conduce al
Padre por el Hijo en el Espíritu; da gloria al Padre por Cristo en el Espíritu. ·
Todo su ser y misión depende del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
a.LA IGLESIA DE JESUCRISTO Jesucristo es: enviado - mediador; revelador - guía;
Dios hecho hombre – salvador.
Él vive en la Iglesia, es su esposo, la hace crecer por el Espíritu Santo y a través de ella
cumple su misión. ·
La Iglesia responde a la misión de Jesucristo mediante la "comunión y participación"
en su plan de salvación. (RM 9b, 5c, 6a) ·
La Iglesia ha sido convocada y congregada por Jesucristo, en el Espíritu, para el Padre
(LG. 1- 3; RM 46c; 47b y d)
La Iglesia es:
 Cuerpo de Cristo.
 Pueblo de Dios.
 Familia de Dios
 Templo de Dios
 Sacramento universal de salvación

La misión de la Iglesia: comunión y participación


Comunión: llevar hacia el Padre, por Jesucristo, en el Espíritu Santo; unir a los hombres
con Dios, para vivir su vida, su amor y su verdad; transformarse y transformar en El
(ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí...)
Participación: recibir la vida nueva y los demás dones de Dios unirse a su acción
salvadora: dar lo recibido y ser signo e instrumento suyo.

4.3. SACRAMENTO UNIVERSAL DE SALVACIÓN


1. Iglesia - misterio: Signo e instrumento de Jesucristo. Signo de su presencia y de su
acción salvadora: Él vive en ella, ella es la primera que ha participado en la salvación
y la que muestra la presencia y la obra del Salvador; Instrumento de Jesucristo mediante
el cual El sigue realizando su misión salvadora; Jesucristo realiza la voluntad del Padre,
por el Espíritu Santo, mediante la Iglesia para el mundo entero.
2. Iglesia - comunión: Ella vive la comunión con su Salvador y congrega a la
humanidad para que entre en comunión con el Dios Salvador; ante todo con la vida y
el testimonio, anuncia la vida nueva que se recibe en la comunión con Dios Padre, Hijo
y Espíritu Santo; ella congrega en torno a Jesucristo para que se viva en "comunidades",
con un solo corazón y una sola alma; La Iglesia da impulso a la evangelización se da a
través de la vivencia concreta de "comunidades eclesiales vivas, dinámicas y
misioneras" (RM 26; Santo Domingo 54).
3. Iglesia - misión: Iglesia "misionera": ella ha recibido la misión de ir a evangelizar
y, así, está puesta para colaborar a Jesucristo en este servicio salvador al mundo entero;
en el envío a los Apóstoles, fuimos enviados todos a evangelizar; ·la misión de la Iglesia
es universal: hacia todas las gentes, en todos los tiempos, hasta las raíces, para todos y
con todo el poder de Dios.

4.4. LAS TAREAS QUE COMPRENDE ESTA MISION SON


- (RM 18c): el anuncio de Jesucristo y su Evangelio.
- (RM 12a y 20a); la formación y maduración de comunidades eclesiales.
- (RM 26b y 20c); la promoción humana y la encarnación de los valores evangélicos
(RM 43 b y 20d)
4.5. NUESTRA MISION EN LA IGLESIA
1. Para la Iglesia y para cada uno es un derecho-deber de la Iglesia evangelizar (RM
86)
2. Todos y cada uno estamos enviados a evangelizar, a todas las gentes y siempre.
Estamos llamados a vivir la comunión y participación en diversos niveles eclesiales
(RM 48 y ss): la Iglesia Particular; la parroquia; las comunidades eclesiales locales: la
familia, la comunidad eclesial de base, otras comunidades eclesiales.
3. Dentro de la misión única y universal de la Iglesia (RM 39a), todos y cada uno
tenemos nuestra propia misión: Dentro del cuerpo somos partes; dentro del pueblo de
Dios somos miembros; Dentro del Templo de Dios somos piedras vivas; Dentro de la
Familia Eclesial somos hijos; Dentro de la Iglesia tenemos el derecho-deber de
evangelizar a todas las gentes. Somos signo de la presencia y de la acción del Salvador;
Vivimos en comunidades eclesiales vivas, dinámicas y misioneras; Somos
instrumentos, misioneros, de Jesucristo para comunicar su verdad, amor y vida nueva;
Dentro de los diversos ministerios y servicios eclesiales, somos evangelizadores y
animadores misioneros; Estamos llamados a dar un especial impulso a la misión Ad
gentes y a la nueva evangelización; Hemos de vivir y promover intensamente la
comunión y participación en comunidades eclesiales vivas, dinámicas y misioneras.
Nos comprometernos en la evangelización universal dando prioridad a la
evangelización de los no cristianos, tanto de nuestro ambiente como del mundo entero.
6.- MARÍA. Es: Madre de Dios; nuestra madre en la Iglesia; nuestra modelo, pedagoga
y compañera en nuestra misión.

CONCLUSION
La misión de la Iglesia y nuestra propia misión se fundamentan en la comunión y
participación de la Verdad, el Amor y la Vida de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. ·
Recibimos nuestra misión en la Iglesia, la cumplimos en comunión y participación de
Iglesia y desde ella vamos como enviados a evangelizar a todas las gentes en el mundo
entero. ·
La misión es la que renueva nuestra identidad cristiana, nos devuelve nuestro
entusiasmo, nos ayuda a superar las dificultades en nuestra comunidad y nos hace
participar en la salvación de Jesucristo (RM 2).
Nuestra principal perspectiva de vida y servicio es realizar la propia misión en y desde
comunidades eclesiales vivas, dinámicas y misioneras.

4.- Explicar las características de unidad, catolicidad, apostolicidad, santidad y


sacramentalidad de la Iglesia.

La organización monárquica permite distinguir entre tantas iglesias que se llaman


cristianas la fundada verdaderamente por Cristo, ya que sólo la de Roma lo es.
Las "notas" son algunas propiedades y características con las que Cristo dotó a su
Iglesia para distinguirla de cualquier otra institución y de todas las seudo-iglesias que
en el curso de los siglos surgirían al lado de la verdadera.

Las cuatro notas de la Iglesia son: la unidad, la catolicidad, la santidad y la


apostolicidad.
La Unidad: Jesús la pidió expresamente al Padre la noche de la Pasión como señal
distintiva de su Iglesia (Jn.. 17, 11-23). Asimismo, Jesús emplea imágenes que reflejan
la unidad al llamar a la Iglesia "Reino" (Mt. 12, 25); "rebaño" (Jn.. 10, 16); "familia que
en sí dividida no subsistirá" (Mt. 12, 25).
Esta unidad debe tener una triple manifestación:
a.- Unidad de Fe, que no debe limitarse a la pura aceptación de las verdades reveladas,
sino que también se debe extender a las mismas verdades propuestas por el magisterio
de los apóstoles; pues Jesús, al enviar a sus discípulos a predicar, impuso a los hombres
bajo pena de condenación eterna creer en sus palabras (Mc. 16, 16).
b.- Unidad de Gobierno, porque Jesús creó en ella un cuerpo directivo integrado por
los apóstoles, por Pedro y por sus sucesores dotados de la plenitud de poderes.
c.- Unidad de Comunión, donde todos los miembros unifican sus esfuerzos en orden al
fin a conseguir: enseñar la revelación para la salvación de las almas.
La Catolicidad: La Iglesia debe ser católica, es decir, universal. La catolicidad se puede
entender en dos sentidos:
 De Derecho, ya que Jesús destinó su doctrina a todos los hombres y durará hasta
el fin de los siglos, hasta que no queden hombres que evangelizar y salvar (Mt.
28, 18-20).
 De Hecho, es decir, la puesta en práctica de este poder, que puede ser: Física, si
realmente todos los hombres del mundo llegan a integrarse en la Iglesia. Moral,
si el número de miembros es suficiente para reflejar un prestigio fácilmente
reconocible incluso para los que no pertenecen a la Iglesia. Se predicará a todos
el Evangelio, pero no será aceptado por todos (Mt. 8, 12).
La Santidad: Es la unión con Dios que presupone la exclusión del pecado y la posesión
de la gracia santificante. Puede ser:
a.- Activa. Proporciona los medios para santificarse: los sacramentos.
b.- Pasiva. Utilización de los medios por las personas para lograr esa unión con Dios.
Hay varios grados de santidad:
1° La Ordinaria: guardar los mandamientos para evitar el pecado y conservar la gracia
santificante.
2° La Perfecta: evitar incluso el pecado venial y observar con generosidad los consejos
evangélicos.
3° La Heroica: practicar las virtudes en grado eminente.
4° La Carismática: don de milagros y profecías que Dios libremente concede a algunas
personas.
La Apostolicidad Jesús concedió a los apóstoles la triple potestad de enseñar, santificar
y gobernar su Iglesia hasta el fin de los siglos (Mt. 28, 18-20).
Así pues la Iglesia debe ser apostólica:
 En el Origen, es decir, que debe ser la misma hoy que la fundada sobre los
apóstoles.
 En la Doctrina, enseñando las mismas verdades que los apóstoles.
 En la Sucesión, es decir, gobernada, instruida y santificada por los legítimos
sucesores de los apóstoles.
La cristiandad está dividida en tres grupos principales:
- La Iglesia Católica Romana.
- Las Iglesias Reformadas (protestantes).
- Las Iglesias Orientales-Cismáticas.
¿Cuál de ellas es la verdadera Iglesia de Cristo? La que reúne las cuatro notas distintivas
que le dio su fundador.
El protestantismo carece de:
 Unidad de Fe, de Gobierno y de Comunión.
 Santidad. Rechaza casi todos los sacramentos.
 Apostolicidad. Aparece en el siglo XVI cuando ya tenía el cristianismo quince
siglos de existencia.
Las Iglesias Orientales separadas o cismáticas carecen también de:
 Unidad de Fe, de Gobierno y de Comunión.
 Catolicidad. Cada una es autocéfala, independiente e incapaz de extenderse
universalmente.
Apostolicidad. Sus obispos actuales ya no son sucesores de Pedro a raíz de su
separación de Roma.
En cambio, sí poseen la Santidad porque conservan los siete sacramentos que son
aprovechados por sus miembros.
4.5.- Dar ejemplos de unidad, catolicidad, apostolidad, santidad y
sacramentalidad de la Iglesia.
La unidad en el amor es fruto de la presencia del Espíritu, no sólo en la Institución,
sino en la cotidianidad de los creyentes; el Espíritu Santo continúa su obra santificadora
en nuestro diario vivir cuando nos impulsa a vivir conscientemente los Sacramentos,
cuando nos interpela y nos hace tomar en serio nuestra triple misión de bautizados,
cuando hace que la celebración diaria de la Eucaristía sea novedosa, rica y
transformadora, cuando logra que dejemos el egoísmo y trabajemos por la unidad en
medio de la diversidad y la adversidad, como lo diría concretamente: La nota básica de
la unidad eclesial se fundamenta y define desde la ontología y la teología creacionista.
Por ser la Iglesia la comunidad de los creyentes, que imita y testifica la comunión
trinitaria de Dios, la estructura de esa unidad tiene que responder a la unidad de Dios.
Y como la experiencia divina trinitaria demuestra que la forma suprema de la unidad
es el amor que unifica lo diferente, la unidad eclesial no debe entenderse según el
modelo de la suma uniformadora o mezcladora de lo particular y distinto. La Iglesia es
una comunión en la cual, por virtud del Espíritu de Cristo, las personas no se definen
por su oposición, sino por su colaboración y servicio mutuo, y así llegan a una
comunión nueva de fe, esperanza, amor, celebración, plegaria, sufrimiento y actuación.
Cfr. (VI, 1965)
Así como la fuerza del amor, que no es otra cosa que las presencias del Espíritu Santo
crean y recrean la unidad, de igual manera, generan en la Iglesia la apostolicidad. Que
consiste en reconocer su institucionalidad y su devenir en el tiempo: “Instituciones de
la apostolicidad: la peculiar apostolicidad de la Iglesia consiste en las funciones
mutuamente relacionadas de Sagrada Escritura, tradición creyente eclesial
(especialmente de la regla y de la confesión de fe) y ministro episcopal”. De esta
manera se comprende lo que comúnmente llamamos en nuestra Iglesia la sucesión
apostólica que consinte en: La sucesión Apostólica de los Obispos es una nota esencial
de la Apostolicidad de la Iglesia, porque expresa de una manera institucional específica
la estructura sacramental de tradición y sucesión: la tradición se da aquí en forma de un
ser elegido, de una delegación y de un testimonio personales. Y la sucesión acontece
aquí (mediante la consagración y la imposición de manos) como servicio a la palabra,
que se ha de proclamar y transmitir. De ahí que en el ministerio episcopal coincidan la
persistencia en la palabra apostólica (el especial cometido eclesiástico del obispo) y la
sucesión del apóstol en el testimonio autorizado. Cr. (II, 2003)
La santidad de nuestra Institución: La Iglesia es santa como nos lo recuerda (Ef.
5,26) no sólo en su cabeza, sus junturas y sus ligamentos, sino también en sus miembros
que ha santificado el bautismo. Cierto que somos pecadores, los que hacemos parte
visible de la iglesia, pero eso no le quita su esencia natural que es la Santidad, porque
su fuerza se llama Espíritu Santo y su cabeza Jesucristo, muerto y resucitado ( cfr. 1Cor.
5,12); pero estamos desgarrados entre el pecado y las exigencias del llamamiento que
los ha hecho entrar en la asamblea de los santos ( Hch 9,13). A ejemplo del maestro no
los rechaza y les ofrece el perdón y la purificación (Jn 20, 23; St 5, 15s; 1Jn 1, 9).
Sabiendo que la cizaña puede convertirse en trigo en tanto la muerte no haya anticipado
para cada uno la ciega; todos venimos con la inclinación al mal, o como lo diría Pablo,
con el aguijón de la concupiscencia, pero Dios es misericordioso, compasivo, paciente
y astuto para lograr nuestra conversión (cfr. Mt 13, 30) como lo trabajos en temas
anteriores: La iglesia no tiene su fin en ella misma: conduce al reino definitivo, por el
que la sustituirá la Parusía de Cristo y en el que entrará nada impuro (Hch 21, 27; 22,
15) . Las persecuciones avivan su aspiración a transformarse en Jerusalén celestial.
La Iglesia, creación de Dios, construcción de Cristo, animada y habitada por el Espíritu
Santo (1Co 3, 16; Ef 2, 22). Está confiada a hombres, los apóstoles escogidos por Jesús
bajo la acción del Espíritu Santo (Hch 1, 2) y luego los que, por la imposición de las
manos, recibirán el carisma de gobernar (1Tm 4, 14; 2 Tm 1, 6) De igual forma, la
iglesia, es guiada por el Espíritu Santo (Jn 16, 13) Es columna y soporte de la verdad
1Tm 3, 15) es decir, de enunciarlo y explicarlo sin error. Constituida cuerpo de Cristo
por medio del Evangelio (cfr.Ef 3, 6; Ef .4, 5) nutrida con un sólo pan (1Co 10, 17)
reúne en un solo pueblo (Ga 3, 28) a los hijos del mismo Dios y Padre (Ef 4, 6) elimina
las divisiones carnales, del hombre viejo, reconciliando en un solo pueblo a judíos,
griegos, paganos, gentiles y podríamos decir hoy, cristianos (Ef 2, 14 Ef 2, 14) Esta
unidad es católica, como se dice desde el siglo II; está hecha para reunir todas las
diversidades humanas (Hch 10, 13) para adaptarse a todas las culturas (1Co 9, 20s) y
abarca el universo entero (Mt 28, 19).
Por eso el reto para el hoy de la historia, es dejarnos mover por el Espíritu Santo, para
que haciendo buenas obras, los demás glorifiquen la santidad del Padre.
Se entiende por tal la dimensión sensible que tienen las realidades espirituales. No hay
que olvidar que el hombre no es espíritu puro y que Dios ha hecho al hombre con cuerpo
y alma.
Por lo tanto hay que entender, aceptar, admirar y agradecer la dimensión sacramental
de todo lo espiritual, ya que responde al plan de Dios
Supuesto este principio será fácil descubrir algunos aspectos o expresiones que con
frecuencia empleamos. Podemos citar lo que más tienen que ver con el educador de la
fe y con la educación cristiana.
1. Sacramentalidad de la Iglesia. La Iglesia es sacramento. El concilio Vaticano II
resaltó esta dimensión decisiva en su documento más doctrinal "La Iglesia es en Cristo
como un sacramento, o sea un signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la
unidad de todo el género humano." (Lumen Gentium 1)
El hecho de ser signo ante los hombres hace que la Iglesia, es decir la comunidad de
los cristianos, se deban esforzar por ser imán que atrae, espejo que refleja, camino que
se ofrece, mensaje que se brinda desinteresadamente.
Cristo es conocido por la Iglesia, Cuerpo Místico, que tiene por misión anunciar el
Reino de Dios a todos los hombres.
2. Sacramento de la Palabra. La mayor fuerza santificadora la tiene la misma Palabra
divina, encerrada en la Escritura Sagrada, pero latente en el corazón de los creyentes
que la descubre y la aceptan. El sacramento de la palabra divina tiene eficacia por sí
mismo, pero se desarrolla por la palabra humana: la predicación, la plegaria
comunitaria, el buen consejo, la consolación, la formación cristiana, la catequesis, la
proclamación del misterio cristiano.
3. El apostolado se desarrolla después de recibir la Palabra divina y descubrir que ese
don tiene que llegar a todos los hombres. Enseñanzas fraternas, obras de misericordia,
defensa de la justicia, atención a los pobres, cualquier acción de la caridad fraterna,
tiene cierto sentido sacramental. Son acciones humanas a través de las cuales Dios
actúa.
Los hombres descubren a Dios por medio del amor fraterno. La gracia divina llega a
los hombres por medio del testimonio de los cristianos.
4. La plegaria, de manera especial la comunitaria, a la que se llama litúrgica cuando es
la Autoridad de la Iglesia quien la organiza para que los cristianos se unan en la oración
común, es un sacramento de fe y de amor.
5. La vida cristiana es un sacramento. Se entiende por vida cristiana la que se lleva
mediante el trabajo y la solidaridad cumpliendo con lo que Dios espera de cada uno.
Entre las formas de vida cristiana, las que se convierten en testimonio singular de amor:
religiosos, misio-neros, catequistas, son verdaderos sacramentos, que significan cauces
de gracia divina y formas de amor fraterno.
Algunos signos de éstos son heroicos y fueron gestos que siempre la Iglesia admiró
desde los primeros tiempos: por ejemplo el martirio, la virginidad, la vida
contemplativa, la pobreza, entre otros.

4.6.- Identificar en situaciones concretas ejemplos de la acción del Espíritu Santo


en la Vida de la Iglesia.
 Santifica a la Iglesia y la enriquece con sus dones.
 Actúa en la Iglesia de múltiples maneras.
 Ayuda a edificar el Cuerpo de Cristo por medio del amor y las demás virtudes:
“el futuro del espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad,
fidelidad, mansedumbre, confianza”.
 Inunda a la Iglesia de todo tipo de dones y carismas para que pueda ser fiel en el
anuncio de la Buena Nueva de Salvación.
 Ayuda a interpretar el sentido de las enseñanzas de Jesús y sus misterios.
 Hace crecer la nueva creación, la humanidad nueva a la que debe conducir el
mensaje de Jesús.
 Actúa como fuerza invisible que ayuda a los cristianos y cristianas a afrontar con
éxito las dificultades que se les presenta y a no desanimarse ante los aparentes
fracasos.
 Es “el principio de toda acción vital y verdaderamente saludable en todas partes
del cuerpo…”

4.7.- Relacionar dones del Espíritu Santo con: la Unidad de la Iglesia,


Discernimiento en las acciones de la Iglesia, Tensión jerarquía-laicado; Acción
misionera.
Los dones del Espíritu Santo fueron profetizados en el Antiguo Testamento (Dt.28:1-
14; Is.28:11; Jl.2:28), confirmados por las promesas de Cristo (Mr.16:17; Jn.14:12;
Hch.1:8), e impartidos por el Espíritu Santo en el Pentecostés (1Co.12:11).
Su significado deriva del griego “jarismata”, que a su vez este deriva de jaris = gracia;
así “dones de gracia”; compárese el término técnico “carismas”. hay una estrecha
relación entre los dones espirituales y la “gracia” de Dios; esto es “don gratuito” o una
habilidad otorgada por Dios a los creyentes. También se refiere a estos dones como
“manifestaciones del Espíritu”.
Definimos entonces al don espiritual como un atributo especial que el Espíritu Santo da
a cada miembro del Cuerpo de Cristo, según la gracia de Dios para usarlo dentro del
contexto de su cuerpo.
Rescato una linda definición la cual dice así: “Es toda aptitud dada por Dios, en la
medida que han sido apartadas de un uso egoísta por el Espíritu de Jesucristo y puestas
al servicio de la iglesia.”
Los cristianos “individuales” desconectados del Cuerpo no son útiles para Dios ya que
Él a planeado su obra para trabajar en conjunto ayudándose mutuamente y
necesitándose unos a otros.
Los dones son funcionales y congregacionales. La mayoría de las cosas que Dios hace,
aún para afectar a la sociedad lo hace a través de miembros trabajando juntos, con la
cooperación de los dones, en comunidades constituidas a través de iglesias locales. Los
mismos deben ser supervisados y trabajando en conjunto con la congregación, lo cual
se traduce en éxito.
Pablo afirmó que no deseaba que ignoren acerca de los dones espirituales. Esta frase
involucró a todos los cristianos de distintas épocas. Entiendo que los dones no son la
meta para el cristiano sino los medios, las herramientas para el crecimiento de la iglesia,
es que hay diversidad de funciones entre ellos como así lo hay en el cuerpo humano,
que se relacionan entre sí para el correcto funcionamiento.
Nadie debe vanagloriarse de los dones que posee por cuanto no son suyos (Ro.12:3)
sino de aquel que se los concedió. El apóstol enfatiza que debemos “Anhelar los
mejores dones”, pero lo más importante es “seguir el amor”, en otras palabras...”que
nuestra meta sea amar” y luego procurar los dones espirituales (1Co.14:1), porque sin
este fundamento todo lo demás no tiene valor alguno (1Co.13:1-13).
No todos los dones se reciben en un instante, pero sí se comienzan a recibir cuando una
persona se entrega a Jesucristo como su Salvador personal.
Cada cristiano debe priorizar su búsqueda en descubrirlos y luego desarrollarlos. Dios
los da a su entera discreción y gracia (1Co.12:11,18) independientemente del grado de
relación que se tenga con Él. Pero, además, algunos son más apropiados que otros en
ciertas ocasiones, lugares, para ciertas filosofías del ministerio, para ciertos grupos y
ciertas tareas.
Cada creyente ha recibido un don. A cada uno le es dada la manifestación del Espíritu
“(v.7)”. “Todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en
particular como Él quiere” (v.11), “...por un solo Espíritu fuimos todos bautizados...y a
todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu” (v.13).
Cada miembro del Cuerpo de Cristo es indispensable para el crecimiento del conjunto:
“los miembros del cuerpo que parecen más débiles son los más necesarios” (V.22),
porque ellos también han recibido un don y si no lo ejercen, el Cuerpo de Cristo no
funciona correctamente.
En el v.12:7, el apóstol destaca otras dos importantes verdades:
1. “La manifestación del Espíritu es dada”. Este verbo dar rige toda la enumeración de
los vers. 8-10. En el v.11, Pablo emplea la palabra repartir. Los carismas son dones de
la gracia: “¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿porqué te glorías como
si lo hubieras recibido?” (1Co.4:7). El don excluye cualquier mérito.
2. Este verbo “dar” se emplea en un tiempo que sugiere un don continuo, una
renovación constante: el don recibido crece en la medida en que es utilizado para la
gloria de Dios (Mt.25:20,22; 1Ti.4:14; 2Ti.1:6); por otra parte Dios puede añadir aún
otros dones (1Co.14:1,12).
El propósito de los diferentes dones del Espíritu es la utilidad. Pablo les dice que no les
ha escondido nada de lo que podía serles útil, ventajoso (Hch.20:20).
En la epístola de Corintios, utiliza varias veces este dicho: “Todo me es lícito, pero no
todo es útil” (1Co.6:12; 10:23); “esto lo digo para vuestro provecho...para lo que os
será útil” (1Co.7:35), “no procurando mi propio beneficio” (1Co.10:33).
Tomando estas enseñanzas vemos que el creyente que ejercita su don, por pequeño que
éste sea, participa en la obra de construcción y nueva creación del mundo que tiene que
venir y que está prefigurado por la iglesia.
La utilidad de un don es el criterio de su realidad. En 1Co.14:12, el apóstol repite el
mismo pensamiento sustituyendo el concepto de utilidad por el de edificación (Ef.4:12).
Por gracia, Dios nos da a cada uno la prioridad de desempañar una función en nuestra
comunidad. Se puede decir entonces que el don es algo que se recibe personalmente y
que está a la disposición de la comunidad.
La soberanía de Dios en la elección del don y del beneficiario se ve varias veces a lo
largo del capítulo 11 de 1ra. Corintios: “Repartiendo a cada uno en particular como él
quiere” (v.11), “Mas ahora Dios ha colocado los miembros cada uno de ellos en el
cuerpo, como él quiso” (v.18), “Dios ordenó el cuerpo...”(v.24). “Y a unos puso Dios
en la iglesia ... (v.28, Ef.4:7,11).
Pablo cambia completamente la perspectiva y las ambiciones religiosas de los corintios.
Ellos quieren “poseer” ese o aquel don. No obstante es sólo Dios quien dispone de todos
los dones y quien “cumple todo en todos”...
Podemos aspirar a tener dones, pero es Dios quien decide si quiere dárnoslo o no. Esta
soberanía de Dios nos descarga de cualquier tentación de orgullo y al mismo tiempo
del sentimiento de frustración, también nos libera de la búsqueda desenfrenada de
ciertos dones, podemos orar al Señor y luego pensar: “Si he orado a Dios para que ÉL
me dé los dones que ha reservado para mí, si estoy dispuesto a recibir cualquier don
que Dios quiera concederme, para que contribuya a su gloria, a la edificación de los
demás y sea útil a la comunidad, mi corazón está tranquilo, Dios lo hará a su debido
momento.
En el cuerpo humano, la diversidad de funciones y la unidad están asociadas. A través
de esta imagen el apóstol introduce la noción de organización: los distintos dones no se
ejercen de forma anárquica, están coordinados los unos con los otros y son
interdependientes. La importancia de un don no se mide por sus resultados visibles.
(¡Cuantos órganos invisibles tienen una función primordial en nuestro cuerpo!).
Los complejos de inferioridad y de superioridad son los que dañan la armonía del
crecimiento de la iglesia no permitiendo la ejecución de los mismos, y dañando a
aquellas personas con su desprecio. En cambio, la armonía se consigue cuando se da
más honor a los que no tienen (v.24) y cuando se comparten las penas y las alegrías de
cada uno de los miembros.
Los dones recibidos, cualquiera sean estos son permanentes en la vida de cada
cristiano. En Ro.12:4 Pablo establece la analogía entre el cuerpo físico como clave
hermenéutica para entender los dones del Espíritu. Si los dones espirituales son al
Cuerpo de Cristo lo que las manos al cuerpo físico, no hay duda alguna que una vez
que se tiene un don, este se conserva. Podemos contar con ellos ya que nos ayudan a
realizar planes en nuestro diario vivir.
Con respecto a la controversia sobre los dones de milagros presentaré dos argumentos
que enfatizan su permanencia.
1. En 1Co.13:8-12, la ciencia se pone al mismo nivel que las lenguas y la profecía. Este
argumento se basa en la diferencia entre “finalizarse, cesar” y “desaparecer” para
establecer una diferencia entre las dos clases de dones parece muy forzado, ya que el
conocimiento es el don más apreciado.
El apóstol dice que solo conocemos parcial e imperfectamente. “Ahora conozco en
parte; pero entonces conoceré como fui conocido” (v.12), es decir, cuando el Señor
vuelva y le veamos “cara a cara”.
Aunque el v.8 anule las profecías, las lenguas y la ciencia, lo hace en el contexto de la
venida del estado perfecto y por lo tanto, con la gloriosa venida de Cristo que traerá
consigo este estado. De esta forma jamás se conseguirá establecer un intervalo entre la
abolición anunciada en el v.8 y la llegada de la perfección del v.10.
2. El misionero actual que está en la obra pionera aún realiza la misma función que el
apóstol Pablo. ¿Porqué tendría que tener menos necesidad que él, de las señales y
milagros para acreditar el evangelio en terreno virgen?. De hecho, la evangelización en
la obra pionera ha sido frecuentemente acompañada de manifestaciones del Espíritu.
3. Es necesario reconocer la absoluta soberanía de Dios: Él puede volver a dar ciertos
dones donde y cuando Él quiera. Siempre los favores de Dios son inmerecidos.
4. La historia nos enseña que los dones milagrosos de Dios no desaparecieron con el
primer siglo, mas bien se han manifestado aquí y allá. En ninguna parte de la Biblia se
afirma que algún don haya desaparecido, ni que la necesidad de señales y milagros sólo
existiera en los tiempos apostólicos. La iglesia debe vivir en la esfera de lo sobrenatural.
No se puede arbitrariamente distinguir entre dones “normales” y “sobrenaturales”,
admitiendo que los sobrenaturales eran el signo distintivo de los apóstoles. Según
1Co.12, los dones son concedidos al Cuerpo de Cristo de todos los tiempos.
Para culminar respecto a la permanencia de los dones, hago mía las palabras de K.
Gangel: “Prefiero dejar al Espíritu Santo la más grande amplitud posible para que
conceda en el Cuerpo de Cristo cualquier clase de don en cualquier tipo de período, tal
como lo crea oportuno.”
1. Los cristianos que conocen sus dones encuentran su lugar en la iglesia con más
facilidad y desarrollan una autoestima sana. Aprenden que sea cual sea su don, son
importantes para Dios y para el Cuerpo. Los complejos de inferioridad desaparecen al
comenzar a pensar de manera más sobria sobre ellos mismos.
Las personas que conocen sus dones espirituales aman a Dios y aman a sus hermanos,
se aman a sí mismos por lo que Dios les ha hecho ser. No están orgullosos de sus dones
sino agradecidos. Trabajan junto con sus hermanos en el Cuerpo en armonía y de modo
eficiente.
2. El conocer los dones espirituales no sólo ayuda a los cristianos individualmente, sino
ayuda a la iglesia en su conjunto. Efesios 4 nos dice que cuando los dones espirituales
están operando, todo el cuerpo madura. Ayudan al cuerpo a “ser un varón perfecto” no
ya “niños fluctuantes.” (Ef.4:13-14.)
Cuando el Cuerpo funciona bien, concertado y unido...recibe su crecimiento para ir
edificándose en amor (Ef.4:16).
3. Lo más importante es que conociendo los dones espirituales glorificamos a Dios.
1ra.de Pe.4:8-11 advierte a los cristianos que usen los dones espirituales de la siguiente
forma:
* Menciona estos dones en el marco de una exhortación al amor (v.8) que se manifiesta
concretamente en la práctica de la hospitalidad (v.9).
* Relaciona los carismas a la multiforme gracia de Dios.
* Cada uno ha recibido un don.
* El don recibido es recibido para servir a los demás.
* Las gracias de Dios son diversas.
* Que somos administradores, gerentes de las gracias recibidas - esto nos recuerda las
parábolas de los talentos y de las minas, y otras palabras de Jesús (Lc.12:48b).
* Que Dios nos da las fuerzas necesarias para poder realizar el ministerio que nos
confía.
* El objetivo final al usar estos dones es “que en todas las cosas Dios sea glorificado
por Jesucristo”.
Se puede abusar de los Dones: Kenneth Kinghorn, erudito metodista, describe los
extremos con dos palabras: carismofobia y carismomanía.
Algunos que se dan cuenta de sus dones espirituales los usan para adquirir poder o ganar
riquezas o vengarse o explotar a los otros creyentes. Comentaré sobre estos los cuales
considero muy extendidos y contraproducentes en el crecimiento de la iglesia.
1. Ensalzamiento de un don. En algunos círculos es popular ensalzar un don por encima
de los otros. El tener cierto don constituye como una especie de categoría especial en
algunos grupos, discriminando a aquellos creyentes que no lo tienen y categorizándoles
como de segunda clase. Cuando esto ocurre, los dones pasan a ser fines en sí mismos.
Glorifican al que los usa y no al dador. Benefician al individuo, no al cuerpo. Producen
orgullo y complacencia propia.
2. Proyección de los dones: Es el síndrome que tiene aquella persona que quiere que
los demás practiquen y ejecuten el don que él posee tal cual lo hace. Es decir, quiere
que todo el Cuerpo sea un ojo, e impone un sentimiento de culpa y vergüenza en otros
cristianos poniendo en duda la sabiduría y soberanía de Dios e ideando el intento de
conformar a otros a su propia imagen.
 Y unas lenguas como llamas se posaron en sus cabezas, La disolución. Progresiva
de la jerarquía.
 Papa se equivoque y pida perdón.
 Que el mismo pueblo tenga derecho a voz dentro de la jerarquía.
 Que los más desposeídos sigan siendo Iglesia en las poblaciones, barrios y
campos etc.

4.8.- Identificar las orientaciones fundamentales para la acción de la Iglesia de las


constituciones del Vaticano II y encíclicas sociales, tales como: Gaudium et Spes,
Lumen Gentium, Sacrosanctum, Concilium, Puebla, Santo Domingo, Aparecida.
1. Gaudium et Spes: El documento se divide en dos partes llamadas: «La Iglesia y
la vocación del hombre» y «Algunos problemas más urgentes». el inicio del
documento explicando la naturaleza de una constitución pastoral. El proemio
consta de tres apartados y la «exposición introductiva» de seis.
Los tres primeros capítulos de la primera parte tratan sobre el hombre
(antropología cristiana) y preparan el camino para la cuarta parte que presenta la
posición que la Iglesia quiere asumir ante el mundo y el hombre. La segunda
parte está redactada con una lógica de considerar los problemas principales desde
los propios de la familia hasta los más generales o que interesan a toda la
humanidad. Desarrolla la visión cristiana de seis cuestiones fundamentales: el
matrimonio y la familia, la cultura, la vida económico-social, la comunidad
política, la paz (y la guerra) y, finalmente, la comunidad internacional.
2. Lumen Gentiun: Es una de las cuatro constituciones promulgadas por el
Concilio Vaticano II. El título de la constitución (en latín, luz de las gentes o luz
de las naciones), como se acostumbra con los títulos de la inmensa mayoría de
los documentos de importancia de la Iglesia católica, refiere a las primeras
palabras del mismo documento: «Cristo es la luz de los pueblos» (Lumen
Gentium 1). Junto con Dei Verbum (la constitución sobre la Revelación Divina),
Lumen Gentium es una de las dos constituciones dogmáticas del Concilio
Vaticano II.
La constitución desarrolla y completa la doctrina que sobre la Iglesia comenzó a
formular el Concilio Vaticano I, bruscamente interrumpido en 1870. El texto
final fue aprobado el 19 de noviembre de 1964 y promulgado solemnemente el
21 de noviembre del mismo año por el papa Pablo VI. Se inspiró parcialmente
en la encíclica Mystici Corporis Christi, promulgada por el papa Pío XII el 29 de
junio de 1943 y que se refería a la Iglesia como el «Cuerpo místico de Jesucristo»
Lumen Gentium” se divide en 8 capítulos y sus orientaciones van dirigidas
Capítulo 1: el misterio de la iglesia
Capítulo 2: el pueblo de Dios.
Capítulo 3: constitución jerárquica de la iglesia particularmente el episcopado
Capítulo 4: los laicos
Capítulo 5: universal vocación a la santidad en la iglesia
Capítulo 6: de los religiosos
Capítulo 7: índole escatológica de la iglesia peregrinante y su unión con la iglesia
celestial
Capítulo 8: la bienaventurada Virgen María, madre de Dios, en el misterio de
Cristo y de la iglesia.
3. Sacrosanctum: sobre la sagrada liturgia es una de las cuatro constituciones
conciliares emanadas del Concilio Vaticano II. Fue aprobada por la asamblea de
obispos con un voto de 2,147 a 4, siendo promulgada por el papa Pablo VI el 4
de diciembre de 1963. El objetivo principal de esta constitución fue aumentar la
participación de los laicos en la liturgia de la Iglesia católica y a su vez llevar a
cabo la actualización de la misma. sus orientaciones son;
Los números entre paréntesis corresponden a los números de los párrafos del
documento. • Proemio (1-4). • Capítulo I. Principios generales para la reforma y
fomento de la sagrada liturgia (5-46). • Capítulo II. El sacrosanto misterio de la
eucaristía (47-58). • Capítulo III. Los demás sacramentos y los sacramentales
(59-82). • Capítulo IV. El Oficio divino (83-101). • Capítulo V. El año litúrgico
(102-111). • Capítulo VI. La música sagrada (112-121). • Capítulo VII. El arte y
los objetos sagrados (122-130). • Apéndice. Declaración del sacrosanto Concilio
Ecuménico Vaticano II sobre la revisión del calendario.
4. Puebla: Constituye una valiosa síntesis de la enseñanza de la Iglesia desde
nuestra realidad latinoamericana. Es una profundización muy importante del
cauce abierto por Río y Medellín. El diagnóstico de la realidad es más maduro y
más completo; su visión de la situación de la fe es más amplia y, a la vez, más
aguda en su análisis, más rica en sus horizontes, y definitivamente, más concreta
en sus prioridades. Los años transcurridos entre dichas jornadas episcopales
permitieron señalar vacíos y mostrar nuevos retos que fueron analizados y
asumidos en las jornadas poblanas.
El acento principal del Documento de Puebla se descubre sintéticamente en el
binomio comunión y participación. Este tema recorre todo el documento como
una verdadera columna vertebral. Ya desde el trabajo de preparación de la
Conferencia apareció este tema a manera de «línea conductora».28 En el
documento de trabajo se decía: «La línea teológico- pastoral está conformada en
el Documento de Trabajo por dos polos complementarios: la comunión y la
participación (co-participación)».es un libro que se formó en base a lo tratado
por los obispos latinoamericanos y del caribe en la ciudad de Puebla de los
Ángeles, México, en el año 1979.
Juan Pablo II inauguró personalmente la conferencia el 27 de enero de 1979 en
el santuario de Nuestra Señora de Guadalupe de Ciudad de México. El mismo
pontífice abrió también las sesiones de la asamblea que finalizaron el 13 de
febrero. Las profundas directrices que trazara el Papa sirvieron de precioso
criterio para las reflexiones y acuerdos de los obispos congregados en Puebla.
En Puebla como en Medellín hace 10 años resplandece el rostro de una Iglesia
rejuvenecida que bajo la inspiración y el impulso del Espíritu Santo profundiza
el sentido de su misión evangelizadora y se entrega con renovado vigor al
servicio de la verdad de la unidad eclesial y de la dignidad y promoción del
hombre en la integridad de su ser. Ahora Puebla se presenta como una
proclamación de fe en el poder del Evangelio en la eficacia de la comunión y de
la participación en la esperanza que fortalece al hombre en su camino hacia Dios
y finalmente en la civilización del amor.
Primera parte: Visión pastoral de la realidad Latinoamericana
Segunda parte: Designios de Dios sobre la realidad de América Latina
Tercera parte: La Evangelización en la Iglesia de América Latina: Comunión y
participación.
Cuarta parte: Iglesia misionera al servicio de la Evangelización en América
Latina.
Quinta parte: Bajo el dinamismo del Espíritu: opciones pastorales.
5. Santo domingo: La Conferencia general del Episcopado Latinoamericano
celebrada en S. Domingo, además de la explícita intención de seguir aplicando
la renovación conciliar, mantiene vigente las enseñanzas de Medellín y Puebla,
actualizándolas a través de nuevas líneas pastorales. La Iglesia atenta a las
profundas transformaciones que han acontecido en América latina en los últimos
años pos-conciliares, quiere hacer presente y actualizar el misterio de redención
realizado por y en Jesucristo.
Juan Pablo II dijo que la nueva evangelización parte del hecho de que en Cristo
tenemos una "inescrutable riqueza (Ef 3, 8)," que no agota ninguna cultura ni
ninguna época, y a la cual los hombres podemos siempre acudir para
enriquecernos. Santo Domingo acentúa la llamada a conversión haciendo una
lectura de la realidad, tanto eclesial como social. Mantiene, respecto a Puebla y
Medellín, el esfuerzo de evangelizar la cultura y salir al encuentro de la pobreza,
pero además profundiza el compromiso por la justicia y los derechos humanos;
mejora la pastoral juvenil y familiar; acentúa el rol de los laicos; cobran fuerza
temas como la defensa de la vida, la cultura urbana, los movimientos y
asociaciones eclesiales, el papel de la mujer, las expresiones culturales de los
amerindios y afro americanos, la misión ad gentes sus orientaciones son:
Primera Parte : JESUCRISTO, EVANGELIO DEL PADRE
Segunda Parte: JESUCRISTO, EVANGELIZADOR VIVIENTE EN SU
IGLESIA
Tercera Parte: JESUCRISTO, VIDA Y ESPERANZA DE AMÉRICA LATINA
6. APARECIDA: En esta V Conferencia los Obispos reunidos expresaron que El
Espíritu Santo habló a la Iglesia. Que habían recibido un “Nuevo Pentecostés”
que los impulsaba a una reevangelización en Latinoamérica y el Caribe.
Comentarios hechos por los Obispos dicen que luego de haber sido publicado el
Documento Conclusivo de Aparecida, los lectores recibieron un nuevo ardor para
evangelizar. Este Documento es un texto muy analítico, muy extenso, que busca
llegar a todos los rincones donde esté la presencia de la Iglesia Católica en
Latinoamérica y el Caribe....Es sensible a las necesidades materiales y
espirituales de nuestros pueblos que carecen de un nivel de desarrollo que les
permita forjar su propio destino, por eso la Iglesia no quiere estar en una posición
cómoda, sino comprometida en la búsqueda de una verdadera justicia social, que
vaya elevando el nivel de la vida de los ciudadanos, para que puedan ellos
desarrollarse como individuos prósperos. El tema: gira en torno a la vida... en
situación de riesgo, amenazada, o indigna y dañada, sobre todo empobrecida
injustamente en nuestros pueblos. Una Vida que es creada a imagen de Dios,
herida por el pecado, y liberada por Cristo Salvador. En ese contexto y con ese
espíritu ofrecen sus conclusiones abiertas en el Documento final. El texto tiene
tres grandes partes que sigue el método de reflexión teológico-pastoral “ver,
juzgar y actuar”. Así se mira la realidad con ojos iluminados por la fe y un
corazón lleno de amor, proclama con alegría el Evangelio de Jesucristo para
iluminar la meta y el camino de la vida humana, y busca, mediante un
discernimiento comunitario abierto al soplo del Espíritu Santo, líneas comunes
de una acción realmente misionera, que ponga a todo el Pueblo de Dios en un
estado permanente de misión. Ese esquema tripartito está hilvanado por un hilo
conductor en torno a la vida, en especial la Vida en Cristo, y está recorrido
transversalmente por las palabras de Jesús, el Buen Pastor: “Yo he venido para
que las ovejas tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10).
1. La primera parte se titula La vida de nuestros pueblos.
2. La segunda parte, a partir de la mirada al hoy de América Latina y El Caribe,
ingresa en el núcleo del tema.
3. La tercera parte ingresa plenamente en la misión actual de la Iglesia
latinoamericana y caribeña.
Conforme al tema se la formula con el título La vida de Jesucristo para nuestros
pueblos.
Sin perder el discernimiento de la realidad ni los fundamentos teológicos, aquí
se consideran las principales acciones pastorales con un dinamismo misionero.
En un núcleo decisivo del Documento se presenta La misión de los discípulos
misioneros al servicio de la vida plena, considerando la Vida nueva que Cristo
nos comunica en el discipulado y nos llama a comunicar en la misión, porque el
discipulado y la misión son como las dos caras de una misma medalla. Aquí se
desarrolla una gran opción de la Conferencia: convertir a la Iglesia en una
comunidad más misionera. Con este fin se fomenta la conversión pastoral y la
renovación misionera de las iglesias particulares, las comunidades eclesiales y
los organismos pastorales. Aquí se impulsa una misión continental que tendría
por agentes a las diócesis y a los episcopados (capítulo siete).
Luego se analizan algunos ámbitos y algunas prioridades que se quieren impulsar
en la misión de los discípulos entre nuestros pueblos al alba del tercer milenio.
En El Reino de Dios y la promoción de la dignidad humana se confirma la opción
preferencial por los pobres y excluidos que se remonta a Medellín, a partir del
hecho de que en Cristo Dios se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza, se
reconocen nuevos rostros de los pobres (vg., los desempleados, migrantes,
abandonados, enfermos, y otros) y se promueve la justicia y la solidaridad
internacional (capítulo ocho). Bajo el título Familia, personas y vida, a partir del
anuncio de la Buena Noticia de la dignidad infinita de todo ser humano, creado
a imagen de Dios y recreado como hijo de Dios, se promueve una cultura del
amor en el matrimonio y en la familia, y una cultura del respeto a la vida en la
sociedad; al mismo tiempo se desea acompañar pastoralmente a las personas en
sus diversas condiciones de niños, jóvenes y adultos mayores, de mujeres y
varones, y se fomenta el cuidado del medio ambiente como casa común (capítulo
nueve).
En el último capítulo, titulado Nuestros pueblos y la cultura, continuando y
actualizando las opciones de Puebla y de Santo Domingo por la evangelización
de la cultura y la evangelización inculturada, se tratan los desafíos pastorales de
la educación y la comunicación, los nuevos areópagos y los centros de decisión,
la pastoral de las grandes ciudades, la presencia de cristianos en la vida pública,
especialmente el compromiso político de los laicos por una ciudadanía plena en
la sociedad democrática, la solidaridad con los pueblos indígenas y
afrodescendientes, y una acción evangelizadora que señale caminos de
reconciliación, fraternidad e integración entre nuestros pueblos, para formar una
comunidad regional de naciones en América Latina y El Caribe (capítulo diez).

4.9.- Relacionar contextos históricos con el surgimiento de las constituciones del


Vaticano II y encíclicas sociales, tales como: Lumen Gentium, Sacrosanctum
Concilium, Puebla, Santo Domingo, Aparecida.

Un acercamiento al desarrollo histórico del Concilio: El concilio Vaticano II, “una


de las gracias más grandes para la Iglesia del siglo XX”, se llevó a cabo en un momento
de numerosos cambios de la humanidad, la “Era Moderna” había llegado y la Iglesia,
como expresó Juan XXIII en junio de 1959, necesitaba urgentemente de un
aggiornamento; es decir, una puesta al día, revisando su manera de “estar en el mundo”
y su acción evangelizadora de cara a los cambios de la sociedad, a fin de renovar todo
aquello que así lo necesitara. En 1961, Juan XXIII anunció oficialmente el concilio
Vaticano II, inaugurado el 11 de octubre de 1962. La complejidad y variedad de temas
exigieron un esfuerzo de varias sesiones; después de la primera muere Juan XXIII y los
obispos aguardaron expectativamente la decisión del nuevo pontífice; Pablo VI, dio
continuidad a los trabajos iniciados desde la segunda sesión hasta su clausura. El
concilio tuvo un marcado tinte renovador y pastoral, desarrollado sin los tradicionales
anatemas y sin definiciones dogmáticas, proporcionó una apertura dialogante con el
mundo moderno, incluso con nuevo lenguaje conciliatorio frente a diversas
problemáticas; fue un concilio con un tinte mucho más universal y abierto a todas las
culturas, realizado en 4 sesiones y con representatividad de todos los continentes. A
diferencia del concilio de Trento de un poco más de doscientos asistentes y el Vaticano
I unos setecientos, el concilio Vaticano II se abrió con más de 2 mil padres conciliares,
entre ellos destacan la presencia de casi 300 obispos africanos, unos 400 asiáticos y 75
de Oceanía, cada uno con realidades religiosas concretas y muy diversas de Europa y
el resto del mundo.
Entre los grandes temas abordados por el Concilio destacan: la Iglesia, la Revelación,
la Liturgia, la libertad religiosa, etc., recordando a su vez la vocación universal a la
santidad. Según el cardenal Bea, las dos grandes reformas, entre otras, fueron la
afirmación del papel protagónico de los obispos en su diócesis y la apertura hacia la
misión del laicado. El concilio Vaticano II fue clausurado el 7 de diciembre de 1965,
con 16 documentos:1 4 Constituciones, 9 Decretos y 3 Declaraciones cuyo conjunto
constituye una profunda toma de conciencia sobre la identidad de la Iglesia de cara a la
modernidad, definiendo, a su vez, las orientaciones exigidas por la realidad, siguiendo
una línea
integradora de “renovación” y “Tradición”.
TABLA GENERAL DE LOS DOCUMENTOS DEL CONCILIO VATICANO II

TÍTULO LATINO TÍTULO TEMÁTICO PROMULGACIÓN


CONSTITUCIONES: Poseen un valor teológico o doctrinal permanente
Sacrosanctum Concilium Constitución sobre la Sagrada Diciembre 4 de 1963
Liturgia
Lumen Gentium Constitución dogmática sobre la Noviembre 21 de
Iglesia 1964
Dei Verbum Constitución dogmática sobre la Noviembre 18 de
divina revelación 1965
Gaudium et Spes Constitución pastoral sobre la Diciembre 7 de 1965
Iglesia en el mundo actual
DECRETOS: Conjunto de decisiones con un alcance práctico,
normativo o disciplinar.
Inter Mirifica Decreto sobre los Medios de Diciembre 4 de 1963
Comunicación Social
Unitatis Redintegratio Decreto sobre el Ecumenismo Noviembre 21 de
1964
Orientalium Sobre las Iglesias Orientales Noviembre 21 de
Ecclesiarum Católicas 1964
Presbyterorum Ordinis Decreto sobre el ministerio y la Diciembre 7 de 1965
vida de los presbíteros
Ad Gentes Decreto sobre la acción Diciembre 7 de 1965
misionera de la Iglesia
Apostolicam Decreto sobre el apostolado de Noviembre 18 de
Actuositatem los laicos 1965
Christus Dominus Decreto sobre el oficio pastoral Octubre 28 de 1965
de los Obispos en la Iglesia
Optatam Totius Sobre la Formación Sacerdotal Octubre 28 de 1965
Perfectae Caritatis Sobre la Adecuada Renovación Octubre 28 de 1965
de la Vida Religiosa
DECLARACIONES: Expresión de una resolución o aclaración de la Iglesia
sobre ciertos temas específicos
Gravissimum Declaración Sobre la educación Octubre 28 de 1965
Educationis
Nostra Aetate Declaración sobre las relaciones Octubre 28 de 1965
de la Iglesia con las Religiones
no cristianas
Dignitatis Humanae Declaración sobre la libertad Diciembre 7 de 1965
religiosa

LA HISTORIA DE LA CONSTITUCIÓN DOGMÁTICA LUMEN GENTIUM


En su primer mensaje radiofónico del 17 de octubre de 1978, al día siguiente de ser
elegido Papa, Juan Pablo II se refería a la constitución sobre la Iglesia en estos términos:
“Es necesario que tomemos de nuevo en las manos la magna charta del Concilio, es
decir, la constitución dogmática Lumen Gentium para que meditemos con renovado y
reforzado afán sobre la naturaleza y misión de la Iglesia”. Pues bien, ante la inminente
celebración de los cincuenta aniversarios de la apertura del Concilio Vaticano II (1962-
2012), tenemos ocasión en nuestro curso de tomar entre las manos la constitución
Lumen Gentium (LG), a fin de conocer mejor y para seguir ofreciendo a los hombres y
mujeres de nuestro tiempo el rostro siempre renovado de la Iglesia a la luz de Cristo.
Es momento propicio para que todos desempolvemos el olvidado Vaticano II y lo
volvamos a colocar en el estante de los libros frecuentemente usados de nuestra
biblioteca. Una cuestión que cobra especial carácter de urgencia al encontrarnos con
generaciones de cristianos adultos que comienzan a tomar responsabilidades en la tarea
evangelizadora de la Iglesia sin la perspectiva histórica del profundo cambio que supuso
el acontecimiento conciliar. Es importante en este período de recepción sosegada del
Concilio que las nuevas generaciones de cristianos aprendan a valorar el viraje hacia
Cristo y hacia el mundo con el que los Padres conciliares orientaron a la Iglesia para
emprender su travesía rumbo al tercer milenio. Es tiempo de que los olvidadizos
refresquen su memoria, y los estudiantes de teología de
hoy se hagan sensibles a la onda del Concilio, para afrontar el reto de ser Iglesia en el
mundo y tiempo que nos ha tocado vivir. En este nuevo escenario, marcado por grandes
avances tecnológicos, cambios en la jerarquía de valores e incluso en la misma
concepción de la realidad, que ahora pasa a ser virtual, cabe preguntarse: ¿sigue hoy el
hombre necesitando a Dios?, ¿sigue hoy Dios queriendo establecer su diálogo con el
hombre? O, siguiendo al poeta Juan Ramón Jiménez, ¿sigue siendo hoy Dios deseado
y deseante? El ser deseado depende del hombre, y cabe
la respuesta afirmativa o negativa. El ser deseante es siempre afirmativo por depender
de Dios. Y, en este divino deseo de salir y venir al hombre de todos los tiempos, la
Iglesia cobra una renovada actualidad al seguir mostrando por los caminos del mundo
a Cristo como Luz de los pueblos (Lumen Gentium).
Un poco de historia La Sacrosanctum Concilium
La renovación conciliar es heredera de un fecundo movimiento litúrgico que hunde sus
más profundas raíces en la segunda mitad del siglo pasado. A causa de este movimiento
litúrgico todo el siglo XX verá crecer un notable impulso renovador de la vida litúrgica
de la Iglesia que a la vez que explicitaba cada vez más el lugar central que ocupa en el
misterio de la Iglesia y en el designio de redención, abría nuevos horizontes de
comprensión de su naturaleza. Fueron muy importantes las diversas iniciativas de los
Papas San Pío X, Pío XII y Juan XXIII para ir afirmando una corriente profunda de
renovación cuyos frutos más significativos veríamos en el Concilio Vaticano II.
Ya desde el tiempo de preparación del Concilio la reflexión sobre la liturgia y la
conveniencia de su renovación había adquirido singular importancia. El trabajo de la
Comisión litúrgica, encargada de preparar el documento de trabajo, fue muy bueno.
Debe notarse que, a diferencia de otros documentos que necesitaron una más lenta
maduración, el documento preparado por esta Comisión fue asumido en su gran
mayoría por la asamblea conciliar.
No deja de ser muy significativo que el primer esquema que la Comisión central del
Concilio Vaticano II decidiese que se discuta haya sido precisamente el de la liturgia.
A la pregunta que se puede poner como telón de fondo de todos los trabajos conciliares:
"Iglesia, ¿qué dices de ti misma?", se respondió en primer lugar desde la liturgia. Hecho
singular que además abre una hermosa manera de aproximarse al misterio de la Iglesia.
La Sacrosanctum Concilium fue promulgada al final de la segunda sesión de trabajo,
concretamente el día 4 de diciembre de 1963. La votación final es elocuente del grado
de consenso que se alcanzó en aquel momento: 2,158 votos a favor y solamente 4 en
contra, es decir casi unánimemente.
PUEBLA. Ya entrados en la década del 70, los regímenes militares, inspirados en la
doctrina de la seguridad nacional, acaban con los experimentos revolucionarios y
prometen restaurar el orden amenazado por la violencia subversiva. Como
consecuencia de la lucha antisubversiva, América Latina enfrenta una situación casi
masiva de grave atropello a los derechos humanos.
La Iglesia, que en la década anterior había enfatizado la denuncia de la injusticia social
expresada en la pobreza y la marginalidad y propuesto como vía de solución profundas
reformas estructurales, reacciona ahora señalando, como la mayor amenaza para la
justicia, el atropello de los derechos humanos. La vigencia verdadera de los derechos
humanos exige, en la reflexión eclesial post Medellín, el desarrollo económico con
participación popular y la organización de la convivencia civil en base de un consenso
mayoritario que se exprese en estructuras de gobierno genuinamente democráticas. En
otras palabras, para la Iglesia Latinoamericana el respeto por los derechos humanos
supone conjugar el desarrollo económico con la democracia política, económica y
social.
La III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano sobre la "Evangelización
en el Presente y en el Futuro de América Latina" nos dice: "Puebla constituye una larga
meditación sobre la Iglesia, no en una suerte de monólogo interior sobre ella misma,
sino en relación con su gran interlocutor: el mundo latinoamericano. Por consiguiente,
de alguna manera, todo Puebla es una gran eclesiología; es el tercer capítulo de una
eclesiología que comenzó a actualizarse y a vivirse en la Iglesia Latinoamericana en
1962. Vaticano II y Medellín son sus dos capítulos anteriores". Puebla (1979) a)
Contexto histórico La década de los setenta está marcada por la imposición de
dictaduras militares en la mayor parte del continente. La política exterior de los EEUU
y la Guerra Fría extienden su lógica de muerte por el continente. No sólo las dictaduras
militares derriban gobiernos 9 Medellín 10. Las 4 Conferencias Generales del
Episcopado Latinoamericano. 5ª. Edición. CELAM. Bogotá 2004 14 democráticos sino
que implementan una política expresa de violencia contra quienes son considerados
enemigos. La violación de derechos humanos adquiere un carácter sistemático y masivo
y una legitimación en la doctrina de seguridad nacional. Chile (1973); Argentina
(1976); Uruguay (1973) se suman a otros países de la región en la escalada militar. Los
grupos guerrilleros cometen acciones violentas, pero son rápidamente destruidos por
las fuerzas militares. En América Central y en Colombia la acción guerrillera es más
fuerte y constituye nuevos escenarios de la Guerra Fría que arrasa con poblaciones
enteras en su lógica de poder. La crisis del petróleo de 1975 golpea con dureza a la
región y la deuda externa sigue creciendo. La marginación social sigue constituyendo
un serio problema, pero esta vez los procesos reformadores y revolucionarios están
controlados por el poder de las armas. Los militares inician un camino económico
inspirado en políticas agresivas de mercado que restringen el gasto social y liberalizan
las economías. La inminente victoria de los Sandinistas en Nicaragua parece revivir la
Revolución Cubana y, parece confirmar las aprensiones del Pentágono y los militares
de América Latina de la amenaza permanente del comunismo. Santo Domingo (1992)
a) Contexto histórico La conferencia de Santo Domingo es la primera Conferencia
Episcopal Latinoamericana tras el fin de la Guerra Fría. En efecto, la caída del muro de
Berlín en 1989 y el desplome de los regímenes comunistas en Europa cambian el
escenario geopolítico del hemisferio. Al mismo tiempo, las dictaduras militares dan
paso a regímenes democráticos en la mayor parte del continente. La guerrilla en
América central disminuye en importancia y sólo se mantiene como una fuerza
importante en Colombia. La recuperación democrática trae consigo un alza de
expectativas en la población y el problema de reestablecer las confianzas sociales tras
las masivas violaciones de derechos humanos. Las comisiones de paz y reconciliación
surgen a la par de los intentos de hacer justicia o decretar amnistías por tales crímenes.
El panorama económico no es muy optimista, toda vez que, en palabras de la CEPAL,
la década de los 80 se entiende como la década perdida. El modelo neoliberal que
acentúa la privatización de las empresas públicas y la atracción de capitales privados
genera interesantes niveles de crecimiento, no desarrollo, pero a su vez 13 Puebla. 834
al 840. Las 4 Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano. 5ª. Edición.
CELAM. Bogotá 2004 18 acentúa la desigualdad social. Las políticas neoliberales
tienen un negativo impacto sobre el ecosistema y sobre los Pueblos Indígenas. No
resulta sorprendente, entonces, que la década de los noventa ve el surgimiento de sendas
movilizaciones indígenas reivindicando su derecho a la tierra y a suidentidad cultural.
Aparecida (2007) a) Contexto histórico En América Latina la democracia política
parece consolidarse. Incluso hay acuerdos internacionales a nivel de la Organización
de Estados Americanos, para evitar las aventuras militares que tanto daño humano,
retraso económico y político trajeron. Gobiernos de centro izquierda son mayoritarios
en la región sudamericana: Bachelet en Chile, mujer socialista, hija de un militar
asesinado por la dictadura de Pinochet, ella misma víctima de torturas, logra una buena
relación con las fuerzas armadas simbolizando procesos de reencuentro de la sociedad
chilena. En Bolivia, Evo Morales, un sindicalista cocalero llega al poder con amplia
mayoría y ofrece, por primera vez en mucho tiempo, estabilidad política, más allá de
todo juicio respecto de su orientación. En Ecuador asume Rafael Correa, que se estima
por algunos constituiría, con Morales y Hugo Chávez (militar venezolano, que lleva 8
años en 14 Santo Domingo 182. Las 4 Conferencias Generales del Episcopado
Latinoamericano. 5ª. Edición. CELAM. Bogotá 2004 21 el poder al que llegó por vía
electoral) un nuevo eje político de izquierda, menos moderado que el eje –más bien
social demócrata constituido por Lula, Tabaré Vásquez y Michelle Bachelet. En lo
político también surge el terrorismo, como un riesgo a la paz internacional. Tiene sus
más graves expresiones en los atentados contra las torres gemelas de Nueva York (11-
S) y contra trenes con pasajeros en la estación de Atocha en Madrid (11-M). Esto
condiciona mucho el escenario internacional. A ello se suma el tema de la seguridad
interna y la delincuencia. La seguridad privada se transforma en una nueva industria
que se alimenta del miedo de las personas. En lo económico, sin duda el mayor
fenómeno económico con profundas consecuencias sociales, entre las conferencias de
Santo Domingo y Aparecida, es la globalización y, con ello, el advenimiento de un
cambio epocal. La región, en lo económico, se observa en claro repunte, sin embargo
asoman con fuerza los temas de inequidad, marginación y exclusión. Entonces, en
materia de democracia económica no aparecen en el horizonte los mismos niveles de
avance que en la democracia política. Más bien, igualmente, como una sombra para el
desarrollo, los temas ambientales (calentamiento global, explotación de la Amazonía,
derretimiento de hielos continentales, explotación ambientalmente irresponsable en la
minería, riesgos de carencia de agua dulce, cambio climático, entre otros). No es menor
indicar que quien presidió el equipo redactor del Documento Conclusivo de Aparecida
fue, ni más ni menos que el cardenal Jorge Mario Bergoglio, actual Francisco, Obispo
de Roma.

4.10.- Explicar en qué consiste el discernimiento cristiano.


Es buscar la voluntad de Dios: es un camino práctico de libertad humana, dentro de la
historia de la salvación. Es querer que nuestras decisiones se ubiquen entre la palabra
de Dios y la historia humana. Buscar la voluntad de Dios es desear comprender la
verdad de Dios que nuestro corazón cree y ama. Es una comunicación de deseos: entre
mis profundos deseos y los hondos deseos de Dios.
Para hacer discernimiento cristiano hay que saber discernir primeramente en el plano
puramente humano, esto es para todos: personas, grupos, empresas, proyectos, etc.
El Discernimiento humano es: OPTAR POR LA VIDA, por nuestra propia vida y por
la de los demás, somos comunidad dependemos unos de otros. Optar por la vida,
especialmente de los que son la gran mayoría en nuestras sociedades, los pobres, los
marginados los que no tienen nada y nadie, los que más sufren en todos los sentidos.

4.11.- Identificar los elementos clave que conforman un discernimiento cristiano


correcto (los frutos del discernimiento).
Los frutos del discernimiento cristiano son los siguientes; Paz, amor, humildad, gozo y
alegría, frutos del discernimiento que viene del Espíritu de Dios: El más conocido de
esos frutos para discernir el “buen espíritu” es la paz. El movimiento de Dios en
nosotros y en los demás deja un rastro de paz. Igualmente, todo lo que nos lleva al amor
de Dios y al amor de los hermanos no puede venir sino de Dios. Otro de los frutos al
que se recurre con facilidad y que nos indica la presencia de Dios es la humildad, como
también el gozo y la alegría profunda.
Oración en el discernimiento: Una observación continua de lo que sucede en nuestro
interior nos va entrenando en el arte de discernir. Para ese entrenamiento ayuda mucho
la oración. En la oración, el discernimiento nos hace distinguir y diferenciar qué viene
del Espíritu de Dios, qué viene del espíritu malo y qué viene de nuestro propio espíritu
humano.
Conocer los frutos del espíritu malo: Son todo lo contrario del espíritu bueno. Son
muchos. Los más conocidos, sin embargo, son la intranquilidad e incomodidad; el
rechazo de Dios y un no sentir gusto por la oración; repulsión e irritabilidad frente a los
hombres; orgullo; desaliento y tristeza. El Señor de la luz trae consolación, el príncipe
de las tinieblas trae desolación.
Discerniendo lo que viene de nuestro propio espíritu: Cuando es el espíritu humano
desordenado el que se esconde detrás de nuestros deseos nuestras palabras o acciones,
también lo podemos discernir. Los frutos desordenados del hombre son la búsqueda de
honra y gloria, riquezas y poder. Todos quedarán vacíos, aunque sean verdades muy
bíblicas las que se anuncien. Detrás de ellas no se movía el espíritu bueno de Dios, sino
el espíritu malo y desordenado, que, en este caso, era del hombre.

4.12.- Identificar en qué situaciones personales y sociales es necesario aplicar el


discernimiento cristiano.
El discernimiento es un arte o carisma indispensable en la vida del cristiano. Sobre todo,
si ese cristiano está al frente de un grupo y es su servidor, porque muchos dependen de
él. San Pablo nos recuerda que “el hombre espiritual lo juzga todo”, es decir “lo
discierne todo” (1 Cor 2, 15).
Es necesario discernir, discernirlo todo y siempre. Discernir los carismas para ver si
son auténticos o no, discernir nuestra labor social o liberadora, discernir los sueños,
visiones o revelaciones, discernir nuestra propia oración y predicación, discernir lo
ordinario y lo extraordinario. Todo eso es bueno y puede venir de Dios y del hombre
rectamente ordenado.

4.13.- Relacionar la vocación de discípulo y misionero que asume cada cristiano


en el bautismo, con el discernimiento cristiano.
El sacramento del bautismo nos da una “nueva libertad”: la libertad de los hijos de Dios.
Como “hijos de la luz”, los bautizados deben vivir ahora y aquí siguiendo las obras de
la luz, deben ser libres del poder del egoísmo y de las pasiones. Es que la fe de la Iglesia
nos advierte que no todo viene eliminado al borrar la culpa original: tentación,
sufrimiento, muerte, etc. Continúan presente en la vida del cristiano bautizado, pero,
renacidos en Cristo, estamos en condiciones de afrontar tales pruebas con una mayor
fuerza interior.
Los bautizados se une a la vida de la Iglesia, es parte del Pueblo de Dios, pertenece a
un solo pueblo a una sola gran familia. La misión del discípulo y misionero es discernir
en la misión de la santificación del mundo y en la participación constante en el culto y
los sacramentos de la Iglesia.
Configura al pueblo de Dios como “linaje escogido, sacerdocio real, nación consagrada,
pueblo de su propiedad, para anunciar las grandezas del que ha llamado de las tinieblas
a su luz maravillosa” (1Pe 2,9) Convierte al bautizado en “Ciudadano Cristiano” con
todos sus deberes y derechos, recibiendo el Sacerdocio Real (don espiritual).

4.14.- Explicar las características propias del Reino de Dios.


Las principales características del reino de Dios son:
* Jesús proclama el reino de Dios (Reino de los cielos), sus milagros son signos de que
el reino de Dios está entre los Hombres, para sanar con poder todos los males.
* El reino de Dios significa que Dios se da a conocer como Padre y debe ser reconocido
como tal por sus hijos. Toda la novedad del reino está en un conocimiento nuevo de
Dios, conocimiento de del Padre y del Hijo, que nos capacita para entrar en una relación
de perfecta comunión con Dios.
* El reino de los Cielos es proclamado primeramente a los pobres, son los primeros
en entrar y tendrán un papel decisivo en su extensión. No porque los pobres sean
mejores, sino porque la fuerza de Dios se manifiesta mejor en la flaqueza humana. Los
pobres de Yavé, creyentes oprimidos, explotados por los ricos y oportunistas son los
que acogen mejor la Buena Nueva.
* En el reino de los Cielos los Hombres actuaran con más libertad, liberándose de
prejuicios.
* El Reino de Dios ya llegó y está por venir; es una realidad temporal limitada y una
realidad futura plena. Más que un “reino”, se trata del “reinado de Dios”,
desvinculándolo de todo límite geográfico y vinculación política. De ahí la profesión
de fe, “Dios es Señor”, “Dios es Rey”
* Hay que creer en Jesús para tener acceso al Reino (Hch 8, 12); para ser discípulo
suyo que hay que abrazar sus exigencias.

4.15.- Relacionar las necesidades del tiempo presente con algunas características
del Reino de Dios.
La liberación y la salvación que el Reino de Dios trae consigo alcanzan a la persona
humana en su dimensión tanto física como espiritual. Dos gestos caracterizan la misión
de Jesús: curar y perdonar. Las numerosas curaciones demuestran su gran compasión
ante la miseria humana, pero significan también que en el Reino ya no habrá
enfermedades ni sufrimientos y que su misión, desde el principio, tiende a liberar de
todo ello a las personas. En la perspectiva de Jesús, las curaciones son también signo
de salvación espiritual, de liberación del pecado. Mientras cura, Jesús invita a la fe, a
la conversión, al deseo de perdón (cf. Lc 5, 24). Recibida la fe, la curación anima a ir
más lejos: introduce en la salvación (cf. Lc 18, 42-43). Los gestos liberadores de la
posesión del demonio, mal supremo y símbolo del pecado y de la rebelión contra Dios,
son signos de que "ha llegado a vosotros el Reino de Dios" (Mt 12, 28).
El Reino tiende a transformar las relaciones humanas y se realiza progresivamente, a
medida que los hombres aprenden a amarse, a perdonarse y a servirse mutuamente.
Jesús se refiere a toda la ley, centrándola en el mandamiento del amor (cf. Mt 22, 34-
40); Lc 10, 25-28). Antes de dejar a los suyos les da un "mandamiento nuevo": "Que os
améis los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 15, 12; cf. 13, 34). El amor con el
que Jesús ha amado al mundo halla su expresión suprema en el don de su vida por los
hombres (cf. Jn 15, 13), manifestando así el amor que el Padre tiene por el mundo (cf.
Jn 3, 16). Por tanto, la naturaleza del Reino es la comunión de todos los seres humanos
entre sí y con Dios.
El Reino interesa a todos: a las personas, a sociedad, al mundo entero. Trabajar por el
Reino quiere decir reconocer y favorecer el dinamismo divino, que está presente en la
historia humana y la transforma. Construir el Reino significa trabajar por la liberación
del mal en todas sus formas. En resumen, el Reino de Dios es la manifestación y la
realización de su designio de salvación en toda su plenitud.
Todos sabemos que el Reino de Dios se presenta como la salvación del hombre y la
vida eterna, en la que el hombre conseguirá su plenitud definitiva. Este es un Reino de
amor y de vida sencilla en la inocencia del corazón. Pero no es un reino como esos que
vemos aquí en nuestro mundo, es decir, no es un reino físico y material, sino que es un
Reino al cual entramos al ser bautizados y al permanecer en la fe de Cristo, pero que lo
vivimos dentro de cada uno de nosotros y nos mantendremos en él al seguir el camino
de nuestro Padre que lo dio todo por nosotros, incluso a su propio hijo para salvarnos
de nuestros pecados. El reinado de Dios es pleno; en los que creen se va realizando,
poco a poco, en su corazón y en su conciencia, sus costumbres se van adaptando cada
vez más al nuevo amor a Dios. Este Reino ya está aquí, aunque muchos lo nieguen y lo
siguen esperando, sólo que no es visible como los otros reinos de los hombres, sino que
es un Reino espiritual.
Además, el Reino de Dios no sólo se refiere al futuro, es decir que en la Biblia vemos
expresado que al final de los días, el fin del mundo, sólo los que pertenezcan a él y
sigan sus mandamientos estarán en el Reino de los cielos y tendrán vida eterna.
Sabemos que eso es cierto, pero también el Reino de Dios también es algo que irrumpe
en nuestra vida diaria, ya que nuestro Padre nos presenta innumerables "pruebas" a las
que a veces respondemos de manera incorrecta. Entonces, si pertenecemos al Reino del
Señor, podremos transformar las relaciones del odio, egoísmo, discriminación y
explotación, en relaciones de amor, solidaridad, justicia y paz.
En nuestro país, en toda Latinoamérica y en todo el mundo existe la injusticia con los
pobres, en algunos lugares más que en otros. La liberación humanizadora de los pobres
y oprimidos de la tierra es la irrupción más significativa del Reino en la sociedad. La
teología de la liberación, que es el intento de los seguidores del Reino de liberar a todos
aquellos que sufren de injusticias, busca problematizar los mecanismos de explotación
económica, política, ideológica y cultural que oprimen y deshumanizan a la mayoría de
la población. Esta teología de liberación se fundamenta en la fe y la esperanza del
pueblo de Dios, pero su novedad está en que busca aplicar su pensamiento al oprimido
como sujeto histórico.
Las condiciones para entrar en el Reino de Dios y las condiciones para pertenecer a la
única iglesia fundada por Cristo son idénticas. La iglesia de Cristo es el Reino de Dios
en la Tierra. Los pasos que conducen al Reino de Dios son los mismos que conducen a
la verdadera Iglesia de Dios.
En la actualidad, existe una urgente necesidad de hombres y mujeres consagrados y hay
una gran demanda de predicadores santos y devotos de Dios. ¿Qué está ocurriendo con
el mundo que Dios dejó en nuestras manos y que mandó a su hijo para salvarnos y para
que todos recibiéramos vida eterna? Nos estamos dejando llevar del mal, y no estamos
llevando el plan de Dios y nosotros pertenecientes a la religión cristiana no actuamos
como verdaderos cristianos y nos estamos dejando llevar por el camino de lo fácil.

4.16.- Relacionar la capacidad de discernimiento con la selección de acciones más


apropiadas para anunciar el reino en tiempos actuales.
En una primera aproximación, discernir los signos de los tiempos parece indicar la
acción de mirar e identificar los acontecimientos temporales característicos de cada
época, con el fin de que la Iglesia pueda anunciar de manera significativa el Evangelio
e identificar en ellos una presencia y/o llamada de Dios.
El Concilio Vaticano II, especialmente en su Constitución Pastoral sobre la Iglesia en
el mundo de hoy, acoge la invitación de Pablo VI a mirar con apertura la situación del
mundo actual, para quedarse con lo mejor y discernir en ella los signos de la presencia
de Dios. Luego de finalizado el Concilio, el magisterio de Pablo VI continúa utilizando
la expresión ST en distintos documentos. En concreto, la Encíclica Populorum
Progressio (PP) del 16 de marzo de 1967, se hace eco de GS 4 y manifiesta que la
Iglesia debe escrutar a fondo los ST e interpretarlos a la luz del Evangelio. De este
modo, tomando parte en las mejores aspiraciones de los hombres y sufriendo al no
verlas satisfechas, ayudarles a conseguir su pleno desarrollo, porque la Iglesia les
propone lo que ella posee como propio: “una visión global del hombre y de la
humanidad.” Años mas tarde, en La Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi (EN)
del 8 de diciembre de 1975, en el contexto en el que se refiere al Espíritu Santo como
el agente principal de la evangelización, se dice que es El quien ayuda a discernir los
ST que el proceso de la evangelización descubre y valoriza en el interior de la historia.
En el mismo documento identifica como un ST de la época, la búsqueda de la
autenticidad, la cual, debe mover a que los agentes de la evangelización se pregunten
si verdaderamente creen lo que anuncian y viven lo que creen. A partir de esto llama la
atención sobre la necesidad de dar testimonio como condición esencial para una eficacia
real de la predicación.
El Concilio Vaticano II acogiendo las orientaciones de Juan XXIII y Pablo VI, consagró
para el magisterio universal de la Iglesia Católica la expresión ST y la convirtió en
categoría teológica. Por ello, junto con analizar los distintos contextos y usos en que
los diferentes documentos conciliares utilizaron la expresión ST, diremos alguna
palabra acerca de las novedosas aportaciones que hizo el Concilio, especialmente sobre
la relación entre la Iglesia y el mundo, puesto que fue en este contexto donde tuvo lugar.
Este doble uso que se hacía de la expresión ST provocó en el mismo Concilio una
tensión. Es lo que muestra el desarrollo de esta expresión hasta su fijación definitiva en
la promulgación de la Constitución Conciliar Gaudium et Spes. En efecto, debido a las
observaciones hechas por los expertos bíblicos y observadores protestantes, durante la
reunión de Ariccia (31 de enero a 6 de febrero de 1965) la Comisión redactora de la GS
decidió sustituir la expresión “signa temporum” que sí figuraba en el esquema de Zürich
(1964), por la frase “oportet cognoscere et intelligere mundum in quo vivimos” con la
intención de recalcar la ambigüedad de los acontecimientos u incorporación en los
documentos conciliares.
En síntesis, si en un contexto bíblico la expresión ST está ligada a los tiempos
mesiánicos del Reinado de Dios, por tanto, siempre en perspectiva cristológica y
escatológica, en la época conciliar aparece una variante que lo vincula a un aspecto más
sociológico – pastoral, que busca conocer las características de una época y, en este
sentido, establecer una sintonía entre la Iglesia y el mundo. Se va configurando de esta
manera el doble uso que a partir de aquí acompañará a la expresión ST. Un uso más
histórico (sociológico) - pastoral, que llama a estar atentos a los síntomas y notas
características de cada época, con el fin de que la pastoral de la Iglesia pueda responder
a ellos. Y otro más histórico - teológico, en el que la Iglesia está llamada a discernir en
la historia la presencia de Dios que actúa por medio de su Espíritu. Este proceso de
doble uso dio origen a los dos números más importantes de la GS sobre los ST, el
número 4, más histórico- sociológico y el número 11, más histórico - teológico.
El Concilio da dos grandes razones para escrutar los signos de los tiempos. Una de ellas,
es porque en su misión evangelizadora debe poder anunciar el Evangelio de modo
significativo a los hombres y mujeres de las distintas épocas, como también, responder
a sus interrogantes, en definitiva, porque su diálogo con el mundo es parte integrante
de su propia identidad sacramental. La segunda de ellas, está dada por la convicción de
que Dios está presente en los distintos acontecimientos temporales, razón por la cual,
éstos tienen la capacidad de interpelar a la Iglesia y manifestarle indicios de por donde
se orienta la voluntad divina.

4.17.- Relaciona los diferentes carismas y espiritualidades con la acción del


Espíritu Santo.
Los movimientos y asociaciones eclesiales testimonian ante el mundo la riqueza de los
dones que el Espíritu derrama para el enriquecimiento del Pueblo de Dios. «Cristo ha
dotado a la Iglesia, su Cuerpo, de la plenitud de los bienes y medios de salvación; el
Espíritu Santo mora en ella, la vivifica con sus dones y carismas, la santifica, la guía y
la renueva sin cesar».
La palabra carisma -que viene del griego charis y se traduce por gracia- expresa la
realidad de un don gratuito que nos es dado por obra del Espíritu Santo en orden a la
edificación de la Iglesia. «Sean extraordinarios, sean simples y sencillos, los carismas
-señala el Papa Juan Pablo II- son siempre gracias del Espíritu Santo que tienen, directa
o indirectamente, una utilidad eclesial, ya que están ordenados a la edificación de la
Iglesia, al bien de los hombres y a las necesidades del mundo» (106). Estos dones o
carismas «son la fuente de toda genuina experiencia asociativa».
Los carismas pueden ser muchos y muy distintos, aunque todos tienen el mismo origen.
Como dice San Pablo: «Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo» (1
Cor 12,4). No existe un número determinado de ellos; surgen siempre en función de las
necesidades del Pueblo de Dios. Por esta razón San Pablo ofrece diversas listas de
carismas (cf. Rm 12,6-8ss; 1 Cor 12,8-10.28-30).
En el Concilio Vaticano II se explicitó y desarrolló el sentido e importancia de los
carismas para el Pueblo de Dios. En sus documentos se señala con toda claridad que el
Espíritu Santo no sólo santifica y edifica a su Iglesia mediante los sacramentos y los
ministros, sino que «también reparte gracias especiales entre los fieles de cualquier
estado o condición» (108). Se trata de edificar el Cuerpo de Cristo en un proceso de
distribución de dones que se da dentro de una armonía en medio de la pluralidad y
complementariedad de funciones y estados de vida (109). Todo carisma, explica San
Pablo, debe vivirse en unidad y armonía con los restantes carismas (cf. 1 Tes 5,12.19-
21; 1 Cor 3,8). En la Apostolicam actuositatem se dice: «Para ejercer este apostolado,
el Espíritu Santo opera la santificación del Pueblo de Dios por el ministerio y los
sacramentos, concede también dones peculiares a los fieles (cf. 1 Cor 12,7),
"distribuyéndolos a cada uno según quiere" (1Cor 12,11), para que todos, "poniendo
cada uno la gracia recibida al servicio de los demás", sean "buenos administradores de
la multiforme gracia de Dios" (1 Pe 4,10), en orden a la edificación de todo el cuerpo
en el amor (cf. Ef 4,16)».
La pluralidad y la diversidad de miembros y estilos de vida en la Iglesia es expresión
del único Cuerpo de Cristo. Y esta pluralidad es posible y legítima solamente a partir
de la unidad del Cuerpo y en cuanto tiende a su unidad, de modo que todas las
particularidades existan en función de las otras y para la totalidad del Cuerpo. Así pues,
la variedad de los carismas no pone en peligro la unidad, antes bien la fortalece.
El Espíritu Santo no sólo es principio de permanente renovación en orden a la santidad,
sino que es también fundamento de unidad y comunión.
La Iglesia, sabemos bien, es una, santa, católica y apostólica. Al interior de ella se da
una rica variedad que contribuye al fortalecimiento de la comunión en la unidad de la
fe. Desde la singularidad de cada carisma se construye y fortalece la comunión. «La
comunión en la Iglesia no es pues uniformidad -señala el Papa Juan Pablo II-, sino don
del Espíritu que pasa también a través de la variedad de los carismas y de los estados
de vida. Éstos serán tanto más útiles a la Iglesia y a su misión, cuanto mayor sea el
respeto de su identidad. En efecto, todo don del Espíritu es concedido con objeto de que
fructifique para el Señor en el crecimiento de la fraternidad y de la misión» (112). Los
carismas se fundamentan en la caridad y tienen a ésta como regla suprema (cf. 1 Cor
13,2; Ga 5,22). En ese sentido es útil tener siempre presente aquel axioma agustiniano:
«En lo necesario unidad, en la duda libertad, en todo caridad» .
Aunque los carismas se otorgan a personas concretas, pueden ser participados y vividos
por otros. De ahí que se pueda hablar del carisma de una determinada asociación.
La vida asociada se inicia cuando el Espíritu inspira a unas personas la formación de
una comunidad que asume características propias en respuesta a los signos de los
tiempos. Estas personas que el Paráclito convoca son los fundadores y fundadoras.
Todas las comunidades y asociaciones eclesiales a lo largo de la historia han tenido su
comienzo en la respuesta de personas concretas a la gracia que el Espíritu derramó en
ellos. «El carisma mismo de los fundadores se revela como una experiencia del Espíritu
(cf. S.S. Pablo VI, Evangelii nuntiandi, 11), transmitida a los propios discípulos para
ser por ellos vivida, custodiada, profundizada y desarrollada constantemente en sintonía
con el Cuerpo de Cristo en crecimiento perenne». Los carismas, una vez que han sido
reconocidos por la autoridad eclesial, encuentran una forma de institucionalización
jurídica y dan origen a servicios y formas de vida estable.
Por otro lado, los carismas no se refieren únicamente a la vida privada de los fieles;
tienen siempre una resonancia comunitaria. «A cada cual se le otorga la manifestación
del Espíritu para provecho común» (1 Cor 12,7). A lo largo de la historia de la Iglesia
se han suscitado movimientos y fermentos colectivos que han puesto de manifiesto la
presencia del Espíritu Santo guiando y renovando a la Iglesia. Los carismas infundidos
han generado en las comunidades una singular capacidad de lectura de los signos de los
tiempos a la vez que un impulso a dar respuesta a los desafíos de cada momento y
circunstancia. El florecimiento de nuevas formas de vida asociada en los tiempos
actuales claramente evidencia la presencia dinamizadora del Espíritu en la Iglesia. Los
movimientos y asociaciones eclesiales son una de las significativas expresiones de esta
presencia carismática en la vida del Pueblo de Dios que peregrina en nuestro tiempo.
El discernimiento de los carismas: En la porción del Pueblo de Dios encomendada a su
cuidado pastoral, el Obispo es principio y fundamento visible de comunión y unidad en
la fe, en la caridad y en el apostolado, por virtud del don del Espíritu Santo que ha
recibido. Para ello es dotado de una potestad de gobierno ordinaria, propia e inmediata
(116), que ejerce directamente sobre todos los fieles de la Iglesia particular, individual
o asociadamente, ya sean clérigos, consagrados -en sus diversas expresiones- o laicos.
Corresponde a los Obispos discernir la autenticidad de los diversos carismas. Como se
indica en la Lumen gentium, «el juicio acerca de su autenticidad y la regulación de su
ejercicio pertenece a los que dirigen la Iglesia. A ellos compete sobre todo no apagar el
Espíritu, sino examinarlo todo y quedarse con lo bueno (cf. 1 Tes 5,12 y 19-21)» (117).
A los Obispos les compete el ministerio de discernir los carismas, así como
confirmarlos según la fe de la Iglesia. Este discernimiento siempre es un paso necesario,
tanto para comprobar que sean dones del Espíritu Santo, como para velar por que sean
ejercidos en fidelidad a la fe de la Iglesia, pues precisamente la vida asociada está
ordenada a la misión de la Iglesia.
No siempre, sin embargo, es fácil realizar este discernimiento. Es necesario tener en
cuenta que el Espíritu Santo sopla donde quiere y como quiere (cf. Jn 3,8 y 1 Cor 12,7),
y que lo hace además en relación a circunstancias históricas concretas. La acción del
Espíritu no puede ser encuadrada en un determinado patrón, ni reducida a un
determinado estilo. De allí precisamente la legítima pluralidad de espiritualidades y
estilos que existen en la unidad de la Iglesia.
La novedad del carisma trae también en ocasiones dificultades para su comprensión y
discernimiento. «Todo carisma auténtico lleva consigo una carga de genuina novedad
en la vida espiritual de la Iglesia, así como de peculiar efectividad, que puede resultar
tal vez incómoda e incluso crear situaciones difíciles, dado que no siempre es fácil e
inmediato el reconocimiento de su proveniencia del Espíritu».
Las diversas dificultades que en algunos casos se pueden presentar hacen tanto más
importante y delicado el proceso de discernimiento, exigiendo por su misma naturaleza
que se ponga en él una especial atención y reverencia. Sólo una auténtica apertura a la
acción del Espíritu, en una actitud y un clima de oración, permiten las condiciones para
un recto y fructuoso discernimiento. Se ha de cultivar también la sensibilidad para
percibir los signos de los tiempos en atención a las cambiantes circunstancias en medio
de las que peregrina la Iglesia y se manifiesta el divino Plan. La presencia de los frutos
que confirman el origen de una obra en el Espíritu Santo es, asimismo, característica
fundamental del discernimiento y confirmación del mismo: «Por sus frutos los
conoceréis» (Mt 7,16).
Este servicio de discernimiento de la eclesialidad de las manifestaciones de apostolado
y vida cristiana asociada es una responsabilidad irrenunciable de la Jerarquía. «Los
Pastores en la Iglesia no pueden renunciar al servicio de su autoridad, incluso ante
posibles y comprensibles dificultades de algunas formas asociativas y ante el
afianzamiento de otras nuevas, no sólo por el bien de la Iglesia, sino además por el bien
de las mismas asociaciones laicales».
Junto con el proceso de discernimiento de los carismas también les corresponde a los
Obispos el servicio de fomentar y promover el apostolado asociado en sus diversas
expresiones, pues la Iglesia aprecia «todas las formas de apostolado». En esta tarea al
Pastor le compete una atención especial a las asociaciones cuyo carisma ha sido
reconocido y aprobado. Forma parte de su ministerio protegerlas y acompañarlas con
su autoridad y cuidado pastoral alentándolas a la fidelidad al propio carisma. El Obispo,
en virtud de su propio ministerio, es responsable del crecimiento en la santidad de todos
los fieles, en cuanto que es el principal dispensador de los misterios de Dios y
perfeccionador de su grey según la vocación de cada uno. Es claro, por lo demás, que
al Obispo le ha sido confiado el cuidado de los diversos carismas. Así pues, el
discernimiento debe estar acompañado de la acogida, el aliento, la guía y la orientación
pastoral, así como del estímulo a un crecimiento de las asociaciones y movimientos
eclesiales, según su estilo propio, en la comunión y misión de la Iglesia.
La Iglesia cuida que no sea obstaculizada la acción del Espíritu Santo. Igualmente
expresa su respeto por la dignidad de las personas convocadas por el Paráclito para
recibir un carisma y para llevar una determinada forma de vida asociada en la
comunidad eclesial. Los Pastores sagrados se preocupan, igualmente, de comunicar los
bienes espirituales de la Iglesia, principalmente la Palabra de Dios y los sacramentos.
Para todo ello los Pastores reciben una abundancia de especiales dones del Espíritu
Santo para poder obrar según el designio divino.
Los movimientos y asociaciones, por su parte, dan muestras de autenticidad eclesial
sometiéndose con docilidad al discernimiento de los Pastores, acogiendo con humildad
sus orientaciones pastorales y dejándose guiar en la comunión de la Iglesia y con su
Pastor universal. De ahí que cuando se habla en el Magisterio de los movimientos y
asociaciones se explicite, como una señal inequívoca de su eclesialidad, la fidelidad a
la comunión en la Iglesia bajo los legítimos Pastores y el Magisterio universal.
Son aplicables a la realidad de las asociaciones y movimientos eclesiales no pocas de
las orientaciones del documento sobre la vida consagrada Mutuae relationis, dada la
analogía de las diversas formas de vida asociada en la Iglesia. «La caracterización
carismática propia de cada instituto requiere, tanto por parte del fundador cuanto por
parte de sus discípulos, el verificar constantemente la propia fidelidad al Señor, la
docilidad al Espíritu, la atención a las circunstancias y la visión cauta de los signos de
los tiempos, la voluntad de inserción en la Iglesia, la conciencia de la propia
subordinación a la sagrada Jerarquía, la audacia en las iniciativas, la constancia en la
entrega, la humildad en sobrellevar los contratiempos».
Para que se lleve debidamente a cabo el proceso de discernimiento, las asociaciones y
movimientos eclesiales deben hacer conocer a la autoridad competente de manera
precisa su existencia y su experiencia de vida cristiana asociada de modo que ésta pueda
examinar su naturaleza y la finalidad de los mismos, confirmar su autenticidad eclesial
y valorar la oportunidad de su reconocimiento jurídico. Es muy importante para ello el
conocimiento de los Estatutos. Por reconocimiento jurídico se debe entender una
aprobación explícita de la autoridad eclesial competente.
Algunas asociaciones han solicitado y obtenido reconocimiento formal por parte de la
Iglesia. Las autoridades competentes para este reconocimiento jurídico en la Iglesia
son: la Santa Sede para asociaciones internacionales; las Conferencias Episcopales para
las que operan a nivel nacional; el Obispo diocesano -o quien se le equipara en derecho-
para las que operan en su territorio. En el proceso de inserción en una Iglesia particular
el Pastor debe tener presente tanto el discernimiento de la Sede Apostólica, como el
realizado por sus hermanos en el Episcopado. El reconocimiento de la Santa Sede se
extiende a toda la Iglesia universal.
Los Obispos cumplen un servicio sumamente importante discerniendo el carisma y
animando a las asociaciones en su desarrollo e inserción en la Iglesia particular. El
gobierno pastoral del Obispo en la porción del Pueblo de Dios a él encomendada cuida
que sea respetada la justa autonomía de vida y de gobierno de las asociaciones y
movimientos. Asimismo, procura que sean apreciadas y reconocidas las características
propias y los diferentes modos de obrar, buscando crear en todos la conciencia de que
de esa rica pluralidad de dones se han venido produciendo abundantes frutos para el
Reino de Cristo.
Corresponde a los moderadores de cada comunidad determinar no sólo los aspectos de
la vida interna sino también las obras y proyectos que pueden asumir en fidelidad a su
carisma e identidad. Esto vale también para los moderadores que son laicos, a los que
se les reconoce la capacidad general de ejercer el gobierno de la asociación a la que
pertenecen.
La capacidad de gobierno y autonomía de vida que se reconoce a las asociaciones y
movimientos eclesiales no resta en lo más mínimo el debido reconocimiento de las
orientaciones pastorales que el Obispo da para el gobierno de la Iglesia particular a su
cuidado, especialmente en lo referente al ejercicio del culto divino, la enseñanza de la
fe y lo que se conoce como la cura pastoral.
Por lo demás es claro, según el derecho de la Iglesia, que el consentimiento de un
Obispo para constituir una asociación o movimiento implica el derecho de los
integrantes de estas instituciones a ejercitar sus obras propias, y a hacerlo según sus
métodos, espiritualidad, modo de proceder y disciplina propios. De ahí que no sea
correcto pedirle a una asociación o movimiento que asuma proyectos que no
corresponden a su carisma, estilo y fines particulares. Como tampoco parece correcto
solicitarle a algún miembro de estas asociaciones eclesiales que asuma obras que lo
aparten del vínculo que tiene con su comunidad. Es oportuno, por ello, fijar siempre de
común acuerdo -entre los Obispos y las asociaciones- los términos del servicio y
presencia en cada Iglesia particular. Este reconocimiento de una justa autonomía de
vida y acción de las asociaciones y movimientos eclesiales debe integrarse
adecuadamente con las exigencias de una comunión orgánica, según la naturaleza de la
Iglesia, requerida por una sana vida eclesial.
La autonomía de vida a la que tienen derecho las asociaciones debidamente reconocidas
está protegida y normada por su derecho propio -es decir sus Estatutos y normas
propias-. Este derecho interno brota de la experiencia eclesial de la asociación o
movimiento confirmada por la Iglesia. Una vez reconocido este derecho le corresponde
al Obispo tutelar el nuevo carisma. Para ello la autoridad competente aprueba unas
normas o Estatutos que deben regir la vida de la asociación tanto interna -gobierno,
forma de vida, etc.- como externamente -su proyección y servicio apostólico-. La
aprobación de estos Estatutos es una garantía de eclesialidad y una forma de tutelar los
derechos de la nueva asociación y de sus miembros.
Carisma y Jerarquía al servicio de la comunión : «El Espíritu Santo -indica el Papa Juan
Pablo II- no sólo confía diversos ministerios a la Iglesia-Comunión, sino que también
la enriquece con otros dones e impulsos particulares, llamados carismas». Se trata de
dones complementarios -los dones carismáticos y los dones jerárquico-ministeriales-
suscitados por un mismo Espíritu, con un mismo fin: la edificación de la Iglesia. El
carisma auténtico no sólo expresa y fomenta la comunión y la unidad de la Iglesia, en
la rica pluralidad de sus expresiones de vida, sino que en el fondo el don -carisma- por
excelencia es la Iglesia misma, signo e instrumento de comunión y reconciliación en
Cristo.
El carisma no ha de presentarse al margen de la Jerarquía, a quien le compete, en
comunión con el sucesor del apóstol San Pedro, ser principio y fundamento de la unidad
de la Iglesia. Como se afirma en Puebla, los Obispos, sucesores de los Apóstoles,
constituyen «el centro visible donde se ata, aquí en la tierra, la unidad de la Iglesia». A
los Pastores sagrados les corresponde velar por la comunión en el Pueblo de Dios. El
Papa Juan Pablo II tocó el tema en su importante Discurso inaugural de la IV
Conferencia General del Episcopado Latinoamericano celebrada en Santo Domingo:
«En torno al Obispo y en perfecta comunión con él tienen que florecer las parroquias y
comunidades cristianas como células pujantes de vida eclesial». En esa dinámica se
sitúa la misión del Obispo de estimular el «crecimiento de las asociaciones de los fieles
laicos en la comunión y misión de la Iglesia».
Al llevar a cabo el proceso de discernimiento eclesial no se debe oponer jamás la
Jerarquía y los dones carismáticos. Como afirmó el Papa Juan Pablo II en su importante
mensaje a los movimientos y asociaciones eclesiales reunidos en Rocca di Papa en
1987: «Los dones carismáticos y los dones jerárquicos son distintos, pero también
recíprocamente complementarios». En esa misma oportunidad citó el Santo Padre dos
pasajes de las cartas de San Pablo que fundamentan y explicitan esta
complementariedad. Como dice la Carta a los Romanos, nosotros los cristianos, «siendo
muchos, somos un solo cuerpo en Cristo, pero cada miembro está al servicio de los
otros miembros» (Rm 12,5). Y en la Primera Carta a los Corintios, se afirma cómo es
que Dios ha querido que «no hubiera escisiones en el cuerpo, antes todos los miembros
se preocupen por igual unos de otros» (1 Cor 12,25), cada cual según su propia vocación
y función. Un claro signo de nuestro tiempo es el acento de la comunión eclesial.
Cobran hoy en día un especial sentido histórico las palabras de nuestro Señor: «Éste es
el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado» (Jn
15,12).
Como enseña el Papa Juan Pablo II, «en la Iglesia, tanto el aspecto institucional, como
el carismático... son coesenciales y contribuyen a la vida, a la renovación, a la
santificación, aunque de modo diverso y de tal manera que haya un intercambio y una
comunión recíprocas: los Pastores de la Iglesia son los "ecónomos de la gracia" (cf. LG,
26), que salva, purifica y santifica; guardan el "depósito" de la Palabra de Dios y
gobernando al Pueblo de Dios, tienen también la responsabilidad de dar el juicio
definitivo sobre la autenticidad de los carismas (cf. LG, 12)» (135). La Iglesia es una
realidad jerárquica y carismática a una misma vez, que tiene un aspecto visible y otro
invisible. Podría añadirse la cita de San Pablo que habla de los cristianos, «edificados
sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular Cristo mismo»
(Ef 2,20).
Los movimientos y asociaciones congregan a los fieles por impulso del Espíritu Santo,
no por una mera motivación humana. Leer esta rica realidad asociativa sin los ojos de
la fe es exponerse a desnaturalizar su verdadero sentido, cuyo origen está en Dios
mismo. La tendencia que se presentó en algunos sectores después del Concilio Vaticano
II de contraponer carisma a Jerarquía constituyó un grave daño a la comunión de la
Iglesia. A tenor de esta situación el Papa Juan Pablo II llamó la atención sobre esta falsa
dicotomía tan característica del pensar ideológico, e invitó a «evitar esa lamentable
contraposición entre carisma e institución, que tan nociva resulta no sólo para la unidad
de la Iglesia, sino también para la credibilidad de su misión en el mundo, y para la
misma salvación de las almas».
A los Obispos, como servidores de la comunión y unidad de la Iglesia, les toca velar
para que la comunión no se resquebraje. «Ser responsables del don de la comunión -
dice el Papa Juan Pablo II- significa, antes que nada, estar decididos a vencer toda
tentación de división y de contraposición que insidie la vida y el empeño apostólico de
los cristianos». Todo aquello que de alguna manera rompa esta comunión, ya sea en
palabras -escritas o dichas- o en hechos -acción u omisión- debe ser objeto de especial
preocupación pastoral por parte del Obispo. Es éste un aspecto muy importante del
papel del Pastor sagrado como centro visible de la comunión de la Iglesia particular.
Como enseña el Papa Juan Pablo II, la vida de comunión eclesial será «un signo para
el mundo y una fuerza atractiva que conduce a creer en Cristo... De este modo la
comunión se abre a la misión, haciéndose ella misma misión».

4.18.- Identificar características de espiritualidades (tradicionales) de la Iglesia:


Franciscano, Mercedarios, Salesianos, Jesuitas, Benedictinos (vida
contemplativa), Teresianas.
Franciscano: La Regla de los Hermanos Menores aprobada por Honorio III en 1223,
a la cual los hermanos dicen el «sí» en la profesión, es el fundamento de su fraternidad.
Esta Regla es ciertamente un documento de carácter jurídico que contiene
prescripciones jurídicas con limitaciones precisas. Y este aspecto, en el pasado, ocupó
de tal manera el primer plano que, debido a la casuistica derivada del mismo, se olvidó
que esta Regla es también un documento espiritual. Este predominio de la mentalidad
jurídica impidió a muchos Hermanos Menores aceptar con gozo su Regla. Buscaban el
espíritu y la vida en otra parte, no en su Regla.
Dejando a un lado, por esta vez, la tradición jurídico-casuistica, queremos contemplar
la Regla como documento histórico: vemos inmediatamente que tiene un carácter
marcadamente personal, siendo frecuentes las expresiones en primera persona: «A los
cuales yo amonesto y exhorto...»; «Aconsejo, amonesto y exhorto a mis hermanos en
el Señor...»; «Mando firmemente a todos los hermanos...»; «Mando por obediencia a
los ministros...». Es Francisco en persona quien habla a los hermanos en la Regla. Los
llama «carísimos hermanos míos» y «amadísimos hermanos». Les habla de su vida de
ellos y, consiguientemente, designa todo el escrito con el nombre de «regla y vida de
los Hermanos Menores».
Este hecho pone ya en evidencia que la tal «regla y vida» es mucho más que un
documento jurídico que intenta regular todos los pormenores. Tanto al redactar la Regla
como el Testamento, Francisco tiene ante los ojos la vida concreta de sus hermanos, e
intenta infundirle un alma. Ante este hecho, y otros muchos detalles que no podemos
evocar aquí, el historiador constata como dato decisivo: quien habla en la Regla no es
un jurista, sino el padre espiritual a quien interesa la vida que debe ser animada por un
espíritu bien determinado.
Mercedarios: Los mercedarios tienen como maestro y modelo a Cristo Redentor que
con su muerte nos ha liberado de la esclavitud y estamos dispustos a seguirlo
sacrificando hasta la propia vida en el ejercicio del ministerio redentor.
Por su intervención en el principio y vida de la Orden que lleva su nombre, los
mercedarios llaman a María MADRE DE LA MERCED y la veneran como inspiradora
de su obra de redención. Ella es la madre de los cautivos a los que protege como
hermanos queridos de su Hijo, y es igualmente madre de los redentores al ofrecer
libertad a los cautivos…Por su entrega en favor de los cautivos y su vida de servicio a
la Orden que ha fundado, san Pedro Nolasco es para ellos el signo más cercano del
amor redentor de Jesús y el realizador más perfecto de la obra liberadora de María. Por
eso procuramos imitar su vida, continuan su acción dentro de la Iglesia y lo veneran
como Padre.
El espíritu mercedario supone fundamentalmente el descubrimiento de Cristo que
continúa padeciendo en los cristianos oprimidos y cautivos, expuestos a perder su fe…
y ponen su compromiso de caridad, poniendo nuestra vida al servicio de estos hermanos
para que vivan la libertad de los hijos de Dios.
Para cumplir esta misión se consagan a Dios, con un voto particular, prometen dar la
vida como Cristo la dió por la humanidad, si fuese necesario, para salvar a los cristianos
que se encuentran en extremo peligro de perder su fe, en las nuevas formas de
cautividad. Estas nuevas formas de cautividad constituyen el campo propio de la misión
mercedaria, y se dan en ua situación social con las siguientes características: es opresora
y degradante de la persona humana nace de principios y sistemas opuestos al evangelio;
pone en peligro la fe de los cristianos; y ofrece la posibiilidad de ayudar, vivistar y
redimir a las personas que se encuentran dentro de ella.
A lo largo de la historia, esta Orden, de acuerdo con las necesidades de la Iglesia y el
mundo, ha adoptado diversos ministerios caritativos y apostólicos. Actualmente
continua con esos ministerios y los organiza de acuerdo a las necesidades de las iglesias
particulares donde realizan su apostolado.
El ejercicio de esta caridad sin límites ha impulsado a más de un religioso mercedario
a vivir la propuesta programática del Evangelio:
– “tuve hambre y me dieron de comer” (Mt. 25,35): Se ha procurado vivir el carisma
en el mundo de la pobreza y la marginación, ocupándose de aquello que el mundo
descuida, se han creado lugares en los que el pobre comparte su pan (comedores, casas
para huerfanos, asistencia médica), a la par han surgido proyectos de evangelización
que ayudan en la promoción humana y en una vida digna.
– “estuve en la carcél y fueron a verme” (Mt. 25,36): La atención a los recluidos en
cárceles, es una actividad que se ha traducido en el auxilio sacramental, espiritual,
además también en el cuidado para que los reclusos reciban un justo proceso. Los
mercedarios estamos presentes como capellanes en muchos centros penitenciarios, en
América y Europa.
– “era forastero y me han hospedado” (Mt. 25,35): La migración se ha convertido,
en un desarraigo profundo del individuo y en la perdida no sólo de sus valores humanos,
sino también religiosos, y frente a esta situación dolorosa de los hermanos se ha creado
un proyecto de acogida a los refugiados, en el que se respeta su identidad cultural,
religiosa, y se le procura un espacio y los medios para ubicar su vida en el nuevo
contexto social, cultural, del lugar al que han llegado.
Otro campo en el desarrollo del carisma es la educación, pues son conscientes que a
través de ella pueden introducir en el horizonte educativo la oportunidad de educar en
la libertad y para la libertad. En este campo pastoral se posibilita un servicio a los
marginados de una educación digna del ser humano y además con esto se les permite
la formación de cristianos comprometidos con el Evangelio, con la Iglesia y con la Obra
Redentora.
Las parroquias son también otro ámbito en el, que como mercedarios, realizan la nueva
evangelización y buscan responder con eficacia a las opresiones que surgen en la
sociedad; les pone en contacto con el multifacético mundo de la marginación y de la
nuevas situaciones de cautividad, además la parroquia brinda a los laicos la oportunidad
de vivir la vocación mercedaria en su propia dimensión.
Llamados desde su consagración bautismal al anuncio del Evangelio, para ellos
anunciar a Jesucristo es anunciar al Redentor: Verdad y Vida. La misión ad gentes es
una preocupación emergente de su Orden, y sus provincias, vicarías y delegaciones
ponen en práctica este servicio en regiones deprimidas. En ellas se ejercita, con
actividades concretas una faceta de su carisma redentor.
El espíritu de la Merced está informando un conjunto de Institutos religiosos y
asociaciones de laicos que han ido surgiendo a través de los tiempos. Apelan al mismo
fundador originario, san Pedro Nolasco, se sienten unidos por un mismo amor a la
Virgen María, en su advocación de la Merced, cultivan un mismo espíritu y forman la
Familia Mercedaria (COM, 12).
Salesianos: La espiritualidad salesiana ha sido sintetizada en algunas fórmulas breves
como las que usaba Don Bosco para los muchachos. Es una costumbre de familia:
simplificar, unir, ayudar a recordar. La síntesis mística está resumida en el lema: Da
mihi animas. La pedagógica de nuestra espiritualidad es: razón, religión y
amorevolezza (amabilidad). Se refiere no sólo a la relación con los jóvenes, sino a la
forma de formarse del educador apóstol. La fórmula devocional es Jesús Sacramentado,
María Auxiliadora y el Papa.
Hay, pues, en Don Bosco una fusión natural y serena entre acción y oración. La vida
no se divide entre la una y la otra: “La diferencia específica de la piedad salesiana
consiste en saber hacer del trabajo oración… Ésta es una de las características más
bellas de Don Bosco”. El salesiano debería llegar a ser “un orante” como todo religioso.
Pero debe hacerlo “sumergido en el mundo y en las preocupaciones de la vida pastoral”,
“en una laboriosidad incansable santificada por la oración y la unión con Dios”.
El trabajo: la caridad pastoral. Éste es un aspecto más asimilado y más percibido por
los demás. La importancia que tiene en nuestra vida se comprende fácilmente por un
conjunto de hechos de alcance real y simbólico: la raíz campesina y las primeras
experiencias de Don Bosco, los protagonistas y el tono de las experiencias de los
orígenes, la profesión de pobreza, la clase obrera a la que dedicamos nuestros cuidados
preferenciales. El trabajo es el contenido principal de nuestros programas de educación
en las escuelas profesionales y técnicas, es nuestra forma de inserción en la sociedad y
en la cultura. Marca el rasgo casi fundamental del salesiano: el salesiano es un
trabajador. Don Cagliero decía con una expresión fuerte: “quien no trabaja no es
salesiano”. Para Don Bosco el trabajo no es la simple ocupación del tiempo, en
cualquier actividad, aunque acaso sea fatigosa; sino la entrega a la misión con todas las
capacidades y a tiempo pleno. En este sentido no comprende sólo el trabajo manual,
sino también el intelectual y el apostólico. Trabaja quien escribe, quien confiesa, quien
predica, quien estudia, quien ordena la casa. El trabajo se caracteriza por la obediencia,
por la caridad pastoral, por la recta intención y por el sentido comunitario.
La espiritualidad comporta también la dimensión ascética, de resistencia o combate
espiritual. “La ascesis, ayudando a dominar y corregir las tendencias de la naturaleza
humana herida por el pecado, es verdaderamente indispensable a la persona consagrada
para permanecer fiel a la propia vocación y seguir a Jesús por el camino de la Cruz”.
Va unida a la dimensión penitencial que es esencial para la madurez cristiana. Sin ella
es imposible tanto el comienzo como el camino posterior de conversión: ésta consiste
en asumir algo y dejar muchas cosas, optar y cortar, destruir cosas o costumbres viejas
o inútiles y dejarse reconstruir.
Cada carisma tiene una tradición ascética coherente con el propio estilo espiritual en el
salesiano, la fórmula que la resume es “caetera tolle”: deja lo demás, ordena lo demás
a esto, es decir, al “da mihi animas”, a la posibilidad de vivir interiormente y de expresar
el amor a los jóvenes, apartándolos de las situaciones que les impiden vivir. Son dos
aspectos correlativos.
Aspecto importante de esta ascesis es dar unidad a la persona, integrando en el proyecto
de vida en Dios algunas tendencias que, desarrolladas de forma autónoma, ponen en
peligro la calidad de la experiencia espiritual y las finalidades de la misión: como son
una búsqueda excesiva de la eficacia y de la profesionalidad separadas de las finalidades
pastorales, la secularización de la mentalidad y del estilo de vida, las formas, aunque
medio ocultas, de afirmación excesiva de la peculiaridad cultural.
El “caetera tolle” deja u ordena lo demás, tiene su expresión cotidiana, no única, en la
templanza ‘salesiana’. La templanza es aquella virtud cardinal que modera los
impulsos, las palabras y los actos según la razón y las exigencias de la vida cristiana.
Alrededor de ella giran la continencia, la humildad, la sobriedad, la sencillez, la
austeridad. En el Sistema Preventivo, las mismas realidades están incluidas en la razón.
Sus manifestaciones en la vida cotidiana son: el equilibrio, es decir, la mesura en todo;
una conveniente disciplina, la capacidad de colaboración, la calma interior y exterior,
una relación con todos, pero especialmente con los jóvenes, serena y con autoridad
moral.
Todo esto puede parecer demasiado ordinario, como dimensión ascética, y casi alegre
frente a la seriedad de la llamada a la conversión y a la radicalidad. Don Bosco expresó
esta aparente contradicción con el sueño de la pérgola de rosas. Los salesianos caminan
sobre los pétalos. Todos piensan que se divierten. Y de hecho son “felices”. Punzados
por las espinas no pierden la alegría. También esto es ascesis: la sencillez, la buena
cara, el no montar escenas. Responde al consejo evangélico: cuando ayunen, no anden
tristes, sino perfúmense la cabeza y lávense la cara”.
Jesuitas: La espiritualidad ignaciana ha sido definida y caracterizada en multplicidad
de documentos, decretos, imágenes, videos… a veces hay tanto material que nos resulta
difícil elegir una definición concreta.
Al mismo tiempo, la Espiritualidad Ignaciana sigue siendo un misterio para muchos, al
tiempo que crece su popularidad gracias al énfasis del Papa Francisco en el uso de
conceptos propios de la misma, (como los de discernimiento, la unión entre la fe y la
justicia, etc.) y la promoción de los ejercicios espirituales.
En un intento de facilitarle la tarea a quien quiera contar, describir o recomendar algún
material que permita algún acercamiento a una definición de nuestra Espiritualidad, les
presentamos 6 características de la Espiritualidad Ignaciana:
Relación personal con Cristo y amor por su Iglesia: Es una espiritualidad cristocéntrica,
que propone al joven un modo de acercarse a Dios, buscando conocer, amar y seguir a
Jesucristo. El Amor a Cristo es inseparable del amor a su Iglesia, dentro de la cual se
celebran los distintos sacramentos que fortalecen a la persona para ser fiel en el
seguimiento.
Ser contemplativos en la acción: Es una espiritualidad de la contemplación porque,
teniendo como centro los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, cuya experiencia
impulsa en quien la hace una profunda identificación con Cristo, para intentar imitar su
modo de mirar, de amar, de actuar, y de seguir la voluntad del Padre.
Al mismo tiempo, es una espiritualidad de la acción, que busca una coherencia entre lo
que se dice, se piensa y lo que se hace. Para esta acción considera como eje fundamental
la inseparabilidad entre Fe y Justicia. Invita a cada persona a verse como compañero o
compañera de Jesús e invitado/a colaborar en la construcción de su Reino.
Es una Espiritualidad optimista que responde a las necesidades de nuestra época: Lejos
de cualquier visión apocalíptica de los tiempos que corren, la espiritualidad ignaciana
nos enseña a reconocer a Dios presente en el mundo, trabajando activamente por el bien
de todos, aún en los lugares más oscuros de la humanidad. Es una espiritualidad que
nos ayuda a abrir los ojos a la presencia de Dios en toda nuestra realidad, bajo la
convicción de que lo podemos ‘buscar y hallar’ en todas las cosas. Y del mismo modo,
estamos llamados a ponernos a su servicio en medio del mundo.
Moviliza en las personas preguntas fundamentales: Las mismas se desprenden de los
Ejercicios Espirituales: ¿cómo está Dios en mi vida? ¿Qué quiere el Señor de mí?
Discernimiento para encontrar la Voluntad de Dios en la vida: El método de oración
ignaciana tiene, entre sus objetivos, el ‘ordenar la propia vida’, así como también los
afectos y los deseos, en torno a su principio y fundamento: Dios mismo. Y que este
proceso, elegir acercarse a todo lo que aumenta su intimidad y cercanía con Dios, y
desechar todo lo que lo aleja de Él.
Ver cómo Dios trabaja en el mundo: Con la certeza de que Dios habita en todos y en
todo y de que lo podemos encontrar, contemplamos cómo su acción amorosa sostiene
el mundo y se nos regala en nuestros hermanos y hermanas, en nuestra comunidad, en
el prójimo cercano y también en el más lejano.
Benedictinos: La espiritualidad benedictina tiene su base en la Regla de san Benito. Es
un texto, relativamente breve, del siglo VI, cuyo autor la califica de "mínima regla"
redactada "como un comienzo" para los que quieran "tener alguna honestidad de
costumbres o un comienzo de vida monástica". Así, sencillamente presenta su obra el
Padre del monacato occidental. Ya desde el inicio advierte que no va a ser una Regla
dura, para héroes de la observancia monástica. El monasterio es "una escuela del
servicio divino" "Al organizarla, dice, esperamos no tener que establecer nada áspero,
nada oneroso. Pero si alguna vez, requiriéndolo una justa razón, debiera disponerse algo
un tanto más severo" será "para corregir los vicios o para mantener la caridad". Esta
discreción en las prácticas que establece, el respeto por cada individuo que manifiesta,
la convicción de que las personas pueden cambiar y la flexibilidad que permite para
adaptarse a lugares y tiempos, es lo que ha valido a la Regla benedictina el calificativo
de "muy humana" y lo que ha permitido que de haberlo sido a lo largo de los siglos.
Una norma de vida para miles de monjes y monjas y para muchísimos laicos oblatos
que encuentran en el texto benedictino una guía para su vivencia de la fe cristiana en el
día a día de su vida familiar, laboral y de compromiso social.
El objetivo principal que se propone san Benito es la búsqueda sincera de Dios al que
llegamos a través de Jesucristo. Ésta es la única motivación válida para entrar en el
monasterio y éste debe ser el criterio de discernimiento a lo largo del período de
formación. Esta búsqueda de Dios requiere un proceso de renovación y de liberación
interior constantes. Porque la pacificación y la unificación del corazón para estar
centrado en Cristo y vivir su novedad de vida es algo que debe hacerse a lo largo de
toda la existencia. De hecho, la Regla benedictina no pretende ser otra cosa que una
concreción del Evangelio que lleve a los monjes a reproducir existencialmente en ellos
la imagen de Jesucristo.
Los rasgos distintivos y fundamentales de este texto que define la espiritualidad del
monacato benedictino son tres: un fuerte cristocentrismo, la vida comunitaria
desarrollada en el amor fraterno y el servicio mutuo y la acogida de los que se acercan
al monasterio.
Efectivamente, toda la regla está centrada en la persona de Jesucristo. No tanto en el
Jesús de la historia como en el resucitado que es Señor y Rey; de hecho, nunca aparece
el nombre de Jesús, incluso en las citas de algunos textos bíblicos que lo contienen. La
referencia siempre es a Cristo, al Señor. San Benito escribe su Regla después del
concilio de Calcedonia y la cristología calcedoniana es la que domina en su texto. No
es que descuide la humanidad de Jesucristo. El monje debe reproducir en él la vida de
Jesús, porque participando "de los sufrimientos de Cristo" mereceremos "compartir
también su reino". Pero sabe que quien acoge sus súplicas quien le ayuda en este
proceso es el Resucitado. El cristocentrismo aparece, también, en la organización de la
vida comunitaria. La solemnidad de Pascua es la que regula el horario del año y de la
jornada y de la pascua semanal, que es el domingo, mana la gracia para que los monjes
puedan ofrecer su vida como servicio a los demás. Las relaciones fraternas mismas
están marcadas por la fe en la presencia de Cristo en el hermano.
La comunidad benedictina es estable. Al entrar en un monasterio se entra a formar parte
de una comunidad de vida hasta la muerte. El modelo de esta comunidad es la de los
primeros cristianos tal como es descrita en los Hechos de los Apóstoles: los hermanos
comparten juntos la oración, el trabajo, los servicios comunitarios, en una convivencia
centrada en el amor fraterno y en la delicadeza de trato. A causa de la estabilidad en un
mismo monasterio, las comunidades benedictinas han estado siempre muy enraizadas
en el territorio, en la sociedad que lo circunda y en la Iglesia local.
La hospitalidad es característica de la espiritualidad benedictina. Todo monasterio debe
tener un lugar para acoger a los huéspedes, que deben ser acogidos y tratados como si
fueran el mismo Cristo. A todos hay que ofrecerles un trato exquisito, particularmente
los pobres y peregrinos.
Las observancias de la comunidad benedictina son más mitigadas si se comparan con
las reglas precedentes, a causa del humanismo de san Benito. Mitiga las prácticas, pero
no la opción radical de vida ni la radicalidad del trabajo que cada monje debe hacer
para unificar y transforma su interior según el modelo evangélico. Como queda dicho,
el santo Padre de monjes confía en la persona humana y en su posibilidad de
evolucionar positivamente, por esto establece que deben darse nuevas oportunidades a
los que fallan en algo. En esta línea, da una máxima consoladora y estimulante ante las
propias fragilidades:" no desesperar jamás de la misericordia de Dios".
Por lo que respecta a las fuentes espirituales para nutrir a los monjes, la Regla establece
cuatro tipos de oración: el oficio divino (o Liturgia de las Horas), la lectio divina, la
meditatio y la oración silenciosa o contemplativa. No hay, pues, ninguna especificidad
particular. San Benito establece en los monasterios la práctica habitual de la Iglesia en
tiempo de los Padres, que encuentra en la vida litúrgica el centro de la vida espiritual,
el lugar de la interiorización del misterio de Cristo y de la transformación personal para
reproducir en cada uno la imagen de hijo de Dios a semejanza de Jesucristo, el lugar
donde somos y nos hacemos Iglesia, comunidad de discípulos y adoradores de la
Santísima Trinidad.
La jornada del monje queda, pues, jalonada por las Horas del oficio divino. Y toda
centrada en Cristo; también la plegaria de los salmos. Las referencias al salterio que
encontramos en la Regla están siempre en relación con Jesucristo. Es más, para san
Benito como para los Padres de la Iglesia, los salmos son palabra de Cristo. Y,
rezándolos cada día, el monje va interiorizando los sentimientos del Señor.
La lectio divina ocupa un lugar importante en el horario de la jornada monástica. Se
trata de dedicar un tiempo gratuito a la lectura orante de la Palabra de Dios. El domingo,
en tanto que día del Señor en el que no hay trabajo excepto para los servicios de la
comunidad, debe dedicarse más tiempo a la lectio. La meditatio de la que habla la Regla
no es la meditación u oración mental que se propagó después de la devotio moderna.
La meditatio monástica consiste en memorizar algún texto de la Sagrada Escritura para
irlo repitiendo en voz baja o mentalmente en los momentos de oración personal o a lo
largo de la jornada. Su finalidad es profundizar el contenido del texto, interiorizarlo y
procurar que la voluntad ponga en práctica sus enseñanzas. San Benito habla, también,
de la oración silenciosa, contemplativa; invita a adentrarse por este camino, pero no la
regula, simplemente establece que cuando se hace en comunidad sea muy breve porque
no todos tienen la misma capacidad para hacerla sin distracción.
En torno al oficio divino, centrado en la celebración de la Eucaristía (aunque la Regla
solo se refiere a ella de paso), que es el eje principal de la oración de la comunidad
monástica como tal, están estas prácticas que se realizan individualmente como
preparación y predisposición para la celebración o como profundización del misterio
celebrado. En el dinamismo espiritual, unas se potencian a otras. Esta vivencia de la
oración produce en el monje un espíritu de compunción, de maravilla ante el Dios que
es Amor, de deseo ardiente del encuentro con Jesucristo sin el velo de la fe.
Junto a estos rasgos fundamentales, la Regla da una gran importancia a la obediencia
entendida como discernimiento de la voluntad de Dios. El abad, que es elegido por sus
hermanos, debe ser el centro de la comunión fraterna y el primer responsable de la vida
del monasterio, para ello debe estar muy atento al discernimiento en el ejercicio de su
servicio comunitario y de su paternidad espiritual. Para facilitárselo, la Regla establece
un consejo de comunidad formado por todos los hermanos, incluso por los más jóvenes
"porque muchas veces el Señor revela al más joven lo que es mejor". Y para los asuntos
menos importantes, basta el parecer de un consejo más reducido. Incluso la obediencia
de cada monje está marcada por el discernimiento hecho a través del diálogo y de la
reflexión con el abad. Lo importante, para san Benito, es hacer la voluntad de Dios.
Evidentemente todo esto requiere un espíritu de fe, de humildad, de amor fraterno, de
disponibilidad para el servicio de los demás. Y requiere además el diálogo con un
acompañante espiritual para confrontar lo que uno vive, sus motivaciones, sus opciones,
etc., para corregir, alentar, suscitar nuevos pasos y nuevas metas. El objetivo del
acompañamiento espiritual es llegar a la pureza de corazón.
Para san Benito, aunque no lo explicite directamente, el monasterio debe reproducir no
sólo el espíritu de la primera comunidad cristiana, como hemos visto antes, sino
también el grupo de los discípulos reunidos entorna a Jesús. Por esta razón afirma a
propósito del abad:"la fe nos dice que hace las veces de Cristo"; esto no le otorga un
poder absoluto, al contrario: "no ha de enseñar, establecer o mandar cosa alguna al
margen de los preceptos del Señor". Tanta exigencia podría resultar descorazonadora
para aquél a quien sus hermanos han pedido este servicio pastoral. Pero san Benito, que
era buen conocedor de los procesos del corazón humano, dice del abad: "mientras con
su exhortación facilita la enmienda a los demás, él mismo va corrigiéndose de sus
propios defectos".
El cristocentrismo de la vivencia espiritual y la vida comunitaria (cenobítica, según la
expresión original) con el trabajo interior que suponen ambas son los grandes ejes que
van transformando la vida del monje y que, bajo la acción del Espíritu Santo (cf. RB 7,
70) van reproduciendo en él la imagen del Hijo de Dios hasta configurarse
completamente con él en la vida eterna.
Vida Contemplativa: La vida contemplativa comparte con toda vida religiosa la
entrega total a Dios en orden a la caridad perfecta, que consiste principalmente en el
amor de Dios y secundariamente en el amor del prójimo11. En la totalidad de entrega
al amor y servicio de Dios no hay diferencia entre las instituciones religiosas.
La diferencia más general proviene de que algunas de ellas, llamadas contemplativas,
vacan sólo a Dios, dedicadas, cuanto cabe, al amor inmediato de Dios; mientras muchas
otras, por su propia vocación, se dedican también al servicio inmediato del prójimo en
diversas obras de caridad, que ejercen por comisión y en nombre de la Iglesia.
Así, pues, lo que caracteriza y distingue a la vocación y vida contemplativa es la
concentración total y exclusiva en Dios, en afán de amor y de unión plena con El, que
se actúa principalmente en la comunicación asidua de la oración y en la inmolación
penitencial y reparadora facilitadas por el aislamiento y la soledad.
¿Qué significación tiene esta vida en la vida del a Iglesia? Qué importancia tiene en la
vida de la Iglesia la vida contemplativa?: el afán y el ejercicio inmediato del amor de
Dios, la práctica cultual de comunicación religiosa con Dios en Jesucristo, por la
liturgia, la oración personal, la mediación intercesora, la inmolación corredentora por
la coparticipación de la vida paciente de esta diafinidad de la pregunta es meridiana la
respuesta. La contemplación de Dios y la ocupación en ella es importantísima en la vida
de la Iglesia. Hace muy al caso esta elevada enseñanza del Concilio Vaticano II: "Es
característico de la verdadera Iglesia ser, a la vez, humana y divina, visible y dotada de
elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la contemplación, presente en el
mundo y, sin embargo, peregrina; y todo esto de suerte que en ella lo humano está
ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible, la acción a la
contemplación, y lo presente a la ciudad futura que esperamos"
Tres características señalan la Iglesia para identificar a los institutos de vida
íntegramente contemplativa: La primera es que "sus miembros orientan toda su
actividad interior y exterior a la constante e intensa búsqueda de la unión con Dios".
Luego estipula que se excluyan los "compromisos externos y directos de apostolado,
aunque sea de manera limitada, y la participación física en acontecimientos y
ministerios de la comunidad eclesial", a menos de que dicha omisión constituya un
antitestimonio. Finalmente, la Iglesia exige a estas congregaciones que se practique "la
separación del mundo de manera concreta y eficaz, no simplemente simbólica".
Teresianas: La espiritualidad es, para el creyente, el modo concreto de entender y vivir
todo lo relacionado con Dios y ‘lo de Dios’. Esto engloba la oración, la reflexión, el
pensamiento, el modo de afrontar la vida, las relaciones y la propia historia personal.
Por lo tanto, la espiritualidad condiciona la manera de vivir, de relacionarnos y de
comprender el mundo que nos rodea.
La espiritualidad siempre se vive y se desarrolla a través de hombres y mujeres insertas
y enraizadas en un contexto y un tiempo determinados. El Espíritu Santo es el verdadero
protagonista de este proceso de transformación y diálogo constante con los desafíos que
nos interpelan y nos piden vivir con fe viva una espiritualidad encarnada, inculturada,
liberadora y comprometida.
La espiritualidad teresiana se apoya en el itinerario que nos mostró Teresa de Jesús en
su obra ‘Castillo Interior’. A través de 7 moradas o fases nos va adentrando en la
dinámica del cristiano que desea crecer y madurar en la fe. La finalidad y meta del
itinerario teresiano es que las personas descubran el proyecto de Dios en sus vidas,
desarrollen sus capacidades y sean agentes de transformación social.
La Familia Teresiana recibe de la experiencia de San Enrique de Ossó el don de la
espiritualidad teresiana. Se caracteriza por proponer un itinerario dinámico que,
impulsado por el deseo como motor que moviliza a la persona, la conduce hacia el
centro, hacia lo más íntimo del ser donde descubre la propia dignidad y se vincula y
compromete con las personas y con la realidad.
Se trata de un proceso integral que va transformando a la persona en todas sus
dimensiones y relaciones, es decir, también su entorno social. En este camino nos
dejamos acompañar por la experiencia de Teresa de Jesús y su don para ser mediadora
de la experiencia de Dios para otros. En el proceso señalamos las siguientes fases:
 ¿Dónde estoy?
 Invitado a conocer y recorrer
 mi castillo interior
 Habituarme a entrar dentro
 Familiarizarme con el modo de ser y obrar de Dios en mí y en el mundo.
 Decidir de nuevo.
 Vivir con él y como él.

4.19.- Explicar el significado y las características propias de un carisma.


Por carisma siempre se ha entendido el término paulino de “gracias especiales
[llamadas "carismas"] mediante las cuales los fieles quedan "preparados y dispuestos a
asumir diversas tareas o ministerios que contribuyen a renovar y construir más y más
la Iglesia" (LG 12; cf. AA 3). Extraordinarios o sencillos y humildes, los carismas son
gracias del Espíritu Santo, que tienen directa o indirectamente, una utilidad eclesial; los
carismas están ordenados a la edificación de la Iglesia, al bien de los hombres y a las
necesidades del mundo.”
Un carisma por tanto es una gracia especial que el Espíritu Santo dona para el bien de
la Iglesia. No existe una clasificación de carismas y así los hay de diversos tipos . Pero
los elementos esenciales que los conforman serán siempre los dos siguientes: provienen
del Espíritu Santo y se dan para la edificación de la Iglesia. De esta definición parten
tres grandes aplicaciones que conviene conocer para evitar confusiones en el momento
de estudiar los carismas dentro de la vida consagrada: el concepto de carisma en cuanto
tal, la concepción de la vida consagrada como un carisma para la Iglesia y el carisma
específico de cada Instituto o congregación religiosa. Un carisma no está
necesariamente ligado a la fundación de una congregación religiosa. Se dan casos de
hombres y mujeres que poseen un carisma especial para la predicación, para aconsejar
a las personas, para conocer y transmitir a Dios, pero que no necesariamente hayan
fundado una congregación religiosa. Por otro lado, la misma vida consagrada se
entiende como un don del Espíritu para el bien de la Iglesia: “La vida consagrada,
enraizada profundamente en los ejemplos y enseñanzas de Cristo el Señor, es un don
de Dios Padre a su Iglesia por medio del Espíritu.” Y por último, es necesario considerar
el carisma específico de cada congregación o instituto de vida consagrada, centrándose
nuestra atención en el presente estudio en esta última acepción del término.
Comenzaremos haciendo una revisión de lo que el Magisterio ha escrito acerca del
carisma de cada Instituto o congregación religiosa, para pasar después a un análisis de
lo dicho por algunos autores de nuestro tiempo. Al final, en base a esta doble
investigación, nos aventuraremos a proponer lo que es el carisma y cuáles son sus
elementos constitutivos.
¿Qué es el carisma y cuáles son sus elementos constitutivos?: Partiremos de una
definición que ha servido como base para todos los documentos del magisterio que
manejan el término carisma: “Los Institutos religiosos en la Iglesia son muchos y
diversos, cada uno con su propia índole; pero todos aportan su propia vocación, cual
don hecho por el Espíritu, por medio de hombres y mujeres insignes y aprobado
auténticamente por la sagrada Jerarquía. El carisma mismo de los Fundadores se revela
como una experiencia del Espíritu, transmitida a los propios discípulos para ser por
ellos vivida, custodiada, profundizada y desarrollada constantemente en sintonía con el
Cuerpo de Cristo en crecimiento perenne. Por eso la Iglesia defiende y sostiene la índole
propia de los diversos Institutos religiosos. La índole propia lleva además consigo, un
estilo particular de santificación y apostolado que va creando una tradición típica cuyos
elementos objetivos pueden ser fácilmente individuados.”
El magisterio identifica en este texto el carisma con la índole propia de cada instituto o
congregación religiosa. Hablar de carisma es hablar por tanto de las notas más
características y específicas que tiene cada congregación o instituto religioso para
seguir más de cerca a Jesucristo. Usando un término de la genética moderna, podemos
comparar nosotros al carisma con el código genético de la congregación. Ahí está
inscrito la identidad de la congregación, conteniéndose en esa identidad, aunque con la
necesidad de un posterior desarrollo, su patrimonio espiritual, su pasado y su futuro, ya
que el carisma no es algo estático, sino en continuo desarrollo.
Definir la índole propia puede ser un trabajo arduo para cada congregación o instituto
religioso. Cuando el Concilio Vaticano II pedía el retorno a los orígenes de la vida
consagrada y a las fuentes originarias de cada congregación o instituto religioso,
invitaba precisamente a la identificación de los elementos más propios que
configuraban a la congregación. Esta índole propia no proviene necesariamente de las
obras de apostolado específicas de la congregación, ni del modo de ser o de actuar de
sus miembros, sino de una experiencia del Espíritu que vivió el fundador o la fundadora
y que fue capaz de transmitir a los primeros miembros de la congregación o instituto
religioso. Las obras de apostolado, el estilo de vida, la forma de vivir los consejos
evangélicos son expresiones concretas de la experiencia del Espíritu. “Las diversas
formas de vivir los consejos evangélicos son, en efecto, expresión y fruto de los dones
espirituales recibidos por fundadores y fundadoras y, en cuanto tales, constituyen una
experiencia del Espíritu, transmitida a los propios discípulos para ser por ellos vivida,
custodiada, profundizada y desarrollada constantemente en sintonía con el Cuerpo de
Cristo en crecimiento perenne.” Podemos decir por tanto que “en el carisma está
constituido no sólo la finalidad específica del Instituto sino la conformación espiritual,
humana y social de la persona consagrada.”
La experiencia del Espíritu es una de las notas características o elementos constitutivos
más importante del carisma. “Las notas características de un carisma auténtico son las
siguientes: proveniencia singular del Espíritu, distinta, ciertamente, aunque no separada
de las dotes personales de quien guía y modera; una profunda preocupación por
configurarse con Cristo testimoniando alguno de los aspectos de su misterio; un amor
fructífero a la Iglesia, que rehuya todo lo que en ella pueda ser causa de discordia.”
Dios permite al fundador o a la fundadora experimentar fuertemente una necesidad en
su mundo, un contraste entre los planes de Dios y la realidad concreta. Para hacer frente
a esa realidad Dios otorga la gracia al fundador o a la fundadora de hacer una lectura
del evangelio en forma novedosa, de tal manera que la realidad viene iluminada con
una nueva luz, una nueva interpretación, una experiencia l Espíritu que ya no queda
circunscrita a las condiciones de espacio tiempo que la vieron nacer, sino que, como
criatura del Espíritu se expande a todos los tiempos y lugares. Nace así la experiencia
del Espíritu del fundador, como un don de Dios para la Iglesia, don que puede
compartirse y desarrollarse por otras muchas personas, a lo largo del espacio y del
tiempo. Es esta Espíritu a través del fundador o la fundadora.
Para hacer frente a la necesidad que Dios le ha permitido experimentar, el fundador o
la fundadora, bajo la experiencia del Espíritu, fija su atención en algún aspecto
específico de la figura de Cristo, como el medio más idóneo, sugerido por el Espíritu,
para paliar dicha necesidad. No se excluyen otros medios, o, expresado en forma más
clara, todos los demás medios de los que pueda echar mano el fundador o la fundadora
nacen de la gran necesidad que experimenta de salir al encuentro de la necesidad a
través del aspecto específico de la persona de Cristo, que el Espíritu e ha sugerido. Para
el fundador o la fundadora, solamente Cristo puede aliviar la necesidad que ha dado
origen a su obra. Su vida estará dedicada a configurarse lo más posible con el aspecto
específico del Cristo que ha experimentado.
Un último aspecto del carisma es el de saberse insertado dentro de la Iglesia. El
fundador o la fundadora han aceptado seguir el camino que el Espíritu les ha marcado
en su experiencia inicial no para hacer un camino separado de la Iglesia, sino para
ayudar a la Iglesia a cumplir con su misión. Los carismas sólo pueden ser entendidos y
justificados en la Iglesia, para la Iglesia y desde la Iglesia. De esta forma podemos
entender también el carisma como “el don particular de la gracia divina operado en el
creyente por parte del espíritu Santo para la común utilidad de la Iglesia.” Concepto
que, aplicado a la vida consagrada, Juan Pablo II define de la siguiente manera: “Es
difícil describir, más aún enumerar, de qué modos tan diversos las personas consagradas
realizan, a través del apostolado, su amor a la Iglesia. Este amor ha nacido siempre de
aquel don particular de vuestros Fundadores, que recibido de Dios y aprobado por la
Iglesia, ha llegado a ser un carisma para toda la comunidad. Ese don corresponde a las
diversas necesidades de la Iglesia y del mundo en cada momento de la historia, y a su
vez se prolonga y consolida en la vida de las comunidades religiosas como uno de los
elementos duraderos de la vida y del apostolado de la Iglesia.”
Creemos por tanto que no conviene hacer una diferencia de términos entre carisma del
fuindador, carisma de fundar, carisma de fundación, carisma del Instituto. Hemos dicho
que son pasos connaturales para que se diera el carisma. Nos centraremos en el carisma
como la experiencia del Espíritu que Dios da al Fundador para el bien de la Iglesia,
englobando en esta definción todos los pasos que se han dado para dar a luz este don.

4.20.- Relacionar los nuevos carismas con la respuesta de la acción del Espíritu
Santo a los tiempos actuales.
Los movimientos y asociaciones eclesiales testimonian ante el mundo la riqueza de los
dones que el Espíritu derrama para el enriquecimiento del Pueblo de Dios. «Cristo ha
dotado a la Iglesia, su Cuerpo, de la plenitud de los bienes y medios de salvación; el
Espíritu Santo mora en ella, la vivifica con sus dones y carismas, la santifica, la guía y
la renueva sin cesar».
Los carismas pueden ser muchos y muy distintos, aunque todos tienen el mismo origen.
Como dice San Pablo: «Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo» (1
Cor 12,4). No existe un número determinado de ellos; surgen siempre en función de las
necesidades del Pueblo de Dios. Por esta razón San Pablo ofrece diversas listas de
carismas (cf. Rm 12,6-8ss; 1 Cor 12,8-10.28-30).
En el Concilio Vaticano II se explicitó y desarrolló el sentido e importancia de los
carismas para el Pueblo de Dios. En sus documentos se señala con toda claridad que el
Espíritu Santo no sólo santifica y edifica a su Iglesia mediante los sacramentos y los
ministros, sino que «también reparte gracias especiales entre los fieles de cualquier
estado o condición» (108). Se trata de edificar el Cuerpo de Cristo en un proceso de
distribución de dones que se da dentro de una armonía en medio de la pluralidad y
complementariedad de funciones y estados de vida. Todo carisma, explica San Pablo,
debe vivirse en unidad y armonía con los restantes carismas (cf. 1 Tes 5,12.19-21; 1
Cor 3,8). En la Apostolicam actuositatem se dice: «Para ejercer este apostolado, el
Espíritu Santo opera la santificación del Pueblo de Dios por el ministerio y los
sacramentos, concede también dones peculiares a los fieles (cf. 1 Cor 12,7),
"distribuyéndolos a cada uno según quiere" (1Cor 12,11), para que todos, "poniendo
cada uno la gracia recibida al servicio de los demás", sean "buenos administradores de
la multiforme gracia de Dios" (1 Pe 4,10), en orden a la edificación de todo el cuerpo
en el amor (cf. Ef 4,16)».
La pluralidad y la diversidad de miembros y estilos de vida en la Iglesia es expresión
del único Cuerpo de Cristo. Y esta pluralidad es posible y legítima solamente a partir
de la unidad del Cuerpo y en cuanto tiende a su unidad, de modo que todas las
particularidades existan en función de las otras y para la totalidad del Cuerpo. Así pues,
la variedad de los carismas no pone en peligro la unidad, antes bien la fortalece. El
Espíritu Santo no sólo es principio de permanente renovación en orden a la santidad,
sino que es también fundamento de unidad y comunión.
La Iglesia, sabemos bien, es una, santa, católica y apostólica. Al interior de ella se da
una rica variedad que contribuye al fortalecimiento de la comunión en la unidad de la
fe. Desde la singularidad de cada carisma se construye y fortalece la comunión. «La
comunión en la Iglesia no es pues uniformidad -señala el Papa Juan Pablo II-, sino don
del Espíritu que pasa también a través de la variedad de los carismas y de los estados
de vida. Éstos serán tanto más útiles a la Iglesia y a su misión, cuanto mayor sea el
respeto de su identidad. En efecto, todo don del Espíritu es concedido con objeto de que
fructifique para el Señor en el crecimiento de la fraternidad y de la misión». Los
carismas se fundamentan en la caridad y tienen a ésta como regla suprema (cf. 1 Cor
13,2; Ga 5,22). En ese sentido es útil tener siempre presente aquel axioma agustiniano:
«En lo necesario unidad, en la duda libertad, en todo caridad» .
Aunque los carismas se otorgan a personas concretas, pueden ser participados y vividos
por otros. De ahí que se pueda hablar del carisma de una determinada asociación. La
vida asociada se inicia cuando el Espíritu inspira a unas personas la formación de una
comunidad que asume características propias en respuesta a los signos de los tiempos.
Estas personas que el Paráclito convoca son los fundadores y fundadoras. Todas las
comunidades y asociaciones eclesiales a lo largo de la historia han tenido su comienzo
en la respuesta de personas concretas a la gracia que el Espíritu derramó en ellos. «El
carisma mismo de los fundadores se revela como una experiencia del Espíritu (cf. S.S.
Pablo VI, Evangelii nuntiandi, 11), transmitida a los propios discípulos para ser por
ellos vivida, custodiada, profundizada y desarrollada constantemente en sintonía con el
Cuerpo de Cristo en crecimiento perenne». Los carismas, una vez que han sido
reconocidos por la autoridad eclesial, encuentran una forma de institucionalización
jurídica y dan origen a servicios y formas de vida estable.
Por otro lado, los carismas no se refieren únicamente a la vida privada de los fieles;
tienen siempre una resonancia comunitaria. «A cada cual se le otorga la manifestación
del Espíritu para provecho común» (1 Cor 12,7). A lo largo de la historia de la Iglesia
se han suscitado movimientos y fermentos colectivos que han puesto de manifiesto la
presencia del Espíritu Santo guiando y renovando a la Iglesia. Los carismas infundidos
han generado en las comunidades una singular capacidad de lectura de los signos de los
tiempos a la vez que un impulso a dar respuesta a los desafíos de cada momento y
circunstancia. El florecimiento de nuevas formas de vida asociada en los tiempos
actuales claramente evidencia la presencia dinamizadora del Espíritu en la Iglesia. Los
movimientos y asociaciones eclesiales son una de las significativas expresiones de esta
presencia carismática en la vida del Pueblo de Dios que peregrina en nuestro tiempo.
El discernimiento de los carismas: En la porción del Pueblo de Dios encomendada a su
cuidado pastoral, el Obispo es principio y fundamento visible de comunión y unidad en
la fe, en la caridad y en el apostolado, por virtud del don del Espíritu Santo que ha
recibido. Para ello es dotado de una potestad de gobierno ordinaria, propia e inmediata,
que ejerce directamente sobre todos los fieles de la Iglesia particular, individual o
asociadamente, ya sean clérigos, consagrados -en sus diversas expresiones- o laicos.
Corresponde a los Obispos discernir la autenticidad de los diversos carismas. Como se
indica en la Lumen gentium, «el juicio acerca de su autenticidad y la regulación de su
ejercicio pertenece a los que dirigen la Iglesia. A ellos compete sobre todo no apagar el
Espíritu, sino examinarlo todo y quedarse con lo bueno (cf. 1 Tes 5,12 y 19-21)» (117).
La Iglesia cuida que no sea obstaculizada la acción del Espíritu Santo. Igualmente
expresa su respeto por la dignidad de las personas convocadas por el Paráclito para
recibir un carisma y para llevar una determinada forma de vida asociada en la
comunidad eclesial. Los Pastores sagrados se preocupan, igualmente, de comunicar los
bienes espirituales de la Iglesia, principalmente la Palabra de Dios y los sacramentos.
Para todo ello los Pastores reciben una abundancia de especiales dones del Espíritu
Santo para poder obrar según el designio divino.
Los movimientos y asociaciones, por su parte, dan muestras de autenticidad eclesial
sometiéndose con docilidad al discernimiento de los Pastores, acogiendo con humildad
sus orientaciones pastorales y dejándose guiar en la comunión de la Iglesia y con su
Pastor universal. De ahí que cuando se habla en el Magisterio de los movimientos y
asociaciones se explicite, como una señal inequívoca de su eclesialidad, la fidelidad a
la comunión en la Iglesia bajo los legítimos Pastores y el Magisterio universal.
Carisma y Jerarquía al servicio de la comunión: «El Espíritu Santo -indica el Papa Juan
Pablo II- no sólo confía diversos ministerios a la Iglesia-Comunión, sino que también
la enriquece con otros dones e impulsos particulares, llamados carismas». Se trata de
dones complementarios -los dones carismáticos y los dones jerárquico-ministeriales-
suscitados por un mismo Espíritu, con un mismo fin: la edificación de la Iglesia. El
carisma auténtico no sólo expresa y fomenta la comunión y la unidad de la Iglesia, en
la rica pluralidad de sus expresiones de vida, sino que en el fondo el don -carisma- por
excelencia es la Iglesia misma, signo e instrumento de comunión y reconciliación en
Cristo.
El carisma no ha de presentarse al margen de la Jerarquía, a quien le compete, en
comunión con el sucesor del apóstol San Pedro, ser principio y fundamento de la unidad
de la Iglesia. Como se afirma en Puebla, los Obispos, sucesores de los Apóstoles,
constituyen «el centro visible donde se ata, aquí en la tierra, la unidad de la Iglesia». A
los Pastores sagrados les corresponde velar por la comunión en el Pueblo de Dios. El
Papa Juan Pablo II tocó el tema en su importante Discurso inaugural de la IV
Conferencia General del Episcopado Latinoamericano celebrada en Santo Domingo:
«En torno al Obispo y en perfecta comunión con él tienen que florecer las parroquias y
comunidades cristianas como células pujantes de vida eclesial» . En esa dinámica se
sitúa la misión del Obispo de estimular el «crecimiento de las asociaciones de los fieles
laicos en la comunión y misión de la Iglesia».
4.21.- Identificar las virtudes y actitudes que hacen de la Virgen María, un modelo
de creyente.
Nuestra Madre es modelo de fe. «Por la fe, María acogió la palabra del Ángel y creyó
en el anuncio de que sería la Madre de Dios en la obediencia de su entrega (cfr. Lc 1,
38). En la visita a Isabel entonó su canto de alabanza al Omnipotente por las maravillas
que hace en quienes se encomiendan a Él (cfr. Lc 1, 46-55). Con gozo y temblor dio a
luz a su único hijo, manteniendo intacta su virginidad (cfr. Lc 2, 6-7). Confiada en su
esposo José, llevó a Jesús a Egipto para salvarlo de la persecución de Herodes (cfr. Mt
2, 13-15). Con la misma fe siguió al Señor en su predicación y permaneció con él hasta
el Calvario (cfr. Jn 19, 25-27). Con fe, María saboreó los frutos de la resurrección de
Jesús y, guardando todos los recuerdos en su corazón (cfr. Lc 2, 19.51), los transmitió
a los Doce, reunidos con ella en el Cenáculo para recibir el Espíritu Santo (cfr. Hch 1,
14; 2, 1-4)».
La Virgen Santísima vivió la fe en una existencia plenamente humana, la de una mujer
corriente. «Durante su vida terrena no le fueron ahorrados a María ni la experiencia del
dolor, ni el cansancio del trabajo, ni el claroscuro de la fe. A aquella mujer del pueblo,
que un día prorrumpió en alabanzas a Jesús exclamando: "bienaventurado el vientre
que te llevó y los pechos que te alimentaron", el Señor responde: "bienaventurados más
bien los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica" (Lc 11, 27-28). Era el
elogio de su Madre, de su fiat (Lc 1, 38), del hágase sincero, entregado, cumplido hasta
las últimas consecuencias, que no se manifestó en acciones aparatosas, sino en el
sacrificio escondido y silencioso de cada jornada».
La Santísima Virgen «vive totalmente de la y en relación con el Señor; está en actitud
de escucha, atenta a captar los signos de Dios en el camino de su pueblo; está inserta
en una historia de fe y de esperanza en las promesas de Dios, que constituye el tejido
de su existencia».
Maestra de fe: Por la fe, María penetró en el Misterio de Dios Uno y Trino como no le
ha sido dado a ninguna criatura, y, como «madre de nuestra fe», nos ha hecho partícipes
de ese conocimiento. «Nunca profundizaremos bastante en este misterio inefable;
nunca podremos agradecer suficientemente a Nuestra Madre esta familiaridad que nos
ha dado con la Trinidad Beatísima».
La Virgen es maestra de fe. Todo el despliegue de la fe en la existencia tiene su
prototipo en Santa María: el compromiso con Dios y el conformar las circunstancias de
la vida ordinaria a la luz de la fe, también en los momentos de oscuridad. Nuestra Madre
nos enseña a estar totalmente abiertos al querer divino «incluso si es misterioso,
también si a menudo no corresponde al propio querer y es una espada que traspasa el
alma, como dirá proféticamente el anciano Simeón a María, en el momento de la
presentación de Jesús en el Templo (cfr. Lc 2, 35)». Su plena confianza en el Dios fiel
y en sus promesas no disminuye, aunque las palabras del Señor sean difíciles o
aparentemente imposibles de acoger.
Imitar la fe de María: «Así, en María, el camino de fe del Antiguo Testamento es
asumido en el seguimiento de Jesús y se deja transformar por él, entrando a formar parte
de la mirada única del Hijo de Dios encarnado». En la Anunciación, la respuesta de la
Virgen resume su fe como compromiso, como entrega, como vocación: «he aquí la
esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra». Como Santa María, los cristianos
debemos vivir «de cara a Dios, pronunciando ese fiat mihi secundum verbum tuum (...)
del que depende la fidelidad a la personal vocación, única e intransferible en cada caso,
que nos hará ser cooperadores de la obra de salvación que Dios realiza en nosotros y en
el mundo entero».
Pero, ¿cómo responder siempre con una fe tan firme como María, sin perder la
confianza en Dios? Imitándola, tratando de que en nuestra vida esté presente esa actitud
suya de fondo ante la cercanía de Dios: no experimenta miedo o desconfianza, sino que
«entra en íntimo diálogo con la Palabra de Dios que se le ha anunciado; no la considera
superficialmente, sino que se detiene, la deja penetrar en su mente y en su corazón para
comprender lo que el Señor quiere de ella, el sentido del anuncio». Al igual que la
Virgen, procuremos reunir en nuestro corazón todos los acontecimientos que nos
suceden, reconociendo que todo proviene de la Voluntad de Dios. María mira en
profundidad, reflexiona, pondera, y así entiende los diferentes acontecimientos desde
la comprensión que solo la fe puede dar. Ojalá fuera esa —con la ayuda de nuestra
Madre— nuestra respuesta.
Las características de Maria son:
1.- Silencio en su interior: María se sobrecoge ante la visita del ángel, pero puede recibir
y comprender el mensaje que él le comunica por el profundo silencio que llena su
interior. Ella está acostumbrada a meditar las palabras del Señor, está acostumbrada al
lenguaje Divino y lo capta con profundo recogimiento.
2.- Escucha atenta: María escucha reverentemente al ángel. No está pensando en ella
misma, ni en lo que tiene que hacer, ni en qué cosas va a tener que dejar para ser la
Madre de Jesús. Ella se dispone, escucha, se deja tocar por las palabras y las medita en
su corazón.
3.- Acogida generosa: María después de escuchar acoge. Las palabras dan fruto en su
interior, no pasan como el viento sino que se quedan y echan raíces en su corazón.
4.- Búsqueda: Esta actitud es la que lleva a María a preguntarse sobre el sentido
profundo de las palabras del Mensajero de Dios en el momento de la Anunciación:
“¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?”. Y su pregunta no es fruto de la duda,
sino fruto de un anhelo de mayor luz para poder descubrir la profundidad de su misión.
En ella esta el deseo de responder con mayor fidelidad y generosidad.
5.- Disponibilidad al plan de Dios: María se muestra totalmente disponible para hacer
lo que Dios le pide. Esta actitud es la de un corazón que se ha educado en decir sí en
cada cosa pequeña, un corazón que se ha educado en pensar primero en los demás que
en sí mismo.
6.- Confianza en Dios y en sus proezas: María ha meditado desde pequeña las promesas
hechas por Dios al pueblo de Israel. Ella las conoce y sabe que Él siempre ha sido fiel
a pesar de la debilidad del pueblo. Su confianza no es ciega, está basada en las acciones
de Dios. Ella ha dejado que Él sea el centro de su vida, se ha abierto a su amor. En ella
están representados los anhelos y las luchas de un pueblo qué, aunque frágil ha creído
en Dios.
7.- Valentía: María no se achica frente a la misión excepcionalmente grande que le
anuncia el ángel. Tiene miedo sí, pero se lanza con valentía a cumplir el Plan de Dios.
Aunque sea una niña, ella confía profundamente en la gracia de Dios que agiganta sus
pequeños esfuerzos y es capaz de reconocer el valor de su sí, el valor que Dios le da a
la entrega libre de nuestra humanidad.
4.22.- Explicar la importancia de María en la historia de la salvación y la vida de
la Iglesia.
El papel mediador de María Santísima está atestiguado por su actitud en el Evangelio,
particularmente en las Bodas de Caná, como se puede leer en el evangelio de San Juan
(2,1-11). Allí, y nadie puede negarlo, María intercede, es decir, pide a su Hijo Jesucristo
que ayude a los novios que están en una situación muy comprometida en su fiesta de
bodas. Y Jesucristo, comenzando con una misteriosa frase que pareciera insinuar una
especie de resistencia inicial, hace finalmente su primer milagro a pedido de María.
En pocos otros episodios del Evangelio aparece tan magnífico el papel mediador de la
Virgen junto a su relación intrínseca con Jesucristo. Ella misma dice a los sirvientes de
la fiesta: haced lo que él [Jesús] os dirá. Con su mediación Ella no desplaza a Jesús,
sino que lleva a los hombres a Jesús. En una oportunidad, una persona me escribió unas
líneas contra esta interpretación del episodio, diciendo que “En la boda de Caná, no fue
intercesión, fue una preocupación de María hacia sus amigos que se estaban casando.
Y no se puede hacer doctrina de un solo pasaje Bíblico. Los hermanos separados, como
usted les llama, están en lo cierto, pues la única base de la fe es la Biblia y allí es poco
lo que se dice de María, ¿no es cierto? Sólo aparece en algunos pasajes, y los católicos
(hermanos sin Cristo) le dan mucha importancia a María, y la Biblia no. Ustedes son
mariólogos no cristianos; y creen más en la tradición que en la Biblia”. A esta persona
habría que decirle unas cuantas cosas respecto de su doctrina, como por ejemplo, ¿en
qué lugar de la Biblia (que es, según ella “la única base de la fe”) dice la Biblia que “no
se puede hacer doctrina de un solo pasaje Bíblico”? O simplemente, ¿dónde dice que
haya una distinción entre intercesión y preocupación, o que la preocupación no sea parte
de la intercesión? ¡Todo esto es doctrina no-bíblica, sin fundamento bíblico! ¿Por qué
tengo que creerlo, si la Biblia no lo dice? Pero, ya hemos hablado de esto. Cito la carta
para que se vea la debilidad de los argumentos. Lo que esta persona llama
“preocupación” no es otra cosa que intercesión; además, en el evangelio de San Juan,
éste no dice que María solamente se haya preocupado, sino que dice que habló a Jesús,
pidió a Jesús y mandó a los sirvientes que actuasen según las indicaciones de su Hijo.
Que un solo pasaje no baste para hacer doctrina, ¿qué fundamento teológico tiene?
¿Acaso no dice en un solo lugar de toda la Escritura: Y el Verbo se hizo carne (Jn 1,14)?
¿Habría que quitar el valor a todos los textos bíblicos que no tienen paralelos?
Evidentemente, la persona que me escribió eso no lo cree ni ella misma. Escribe por
hacer perder el tiempo a los demás.
En la Cruz, Jesús encomendó a María el cuidado de Juan, así como encomendó el
cuidado de María a Juan (cf. Jn 19). Nosotros vemos en este pasaje la “proclamación”
de la maternidad espiritual de María sobre todos los hombres (no el comienzo de su
maternidad espiritual sino su declaración, pues el comienzo coincide con el de su
maternidad divina, ya que al comenzar a ser madre de la Cabeza del cuerpo de Cristo,
como llama San Pablo a la Iglesia, empezó a ser madre de todo el cuerpo). Tal vez,
muchos protestantes no acepten esta verdad, pero no podrán negar el encargo. El
encargo de cuidar a Juan, de velar por él y de protegerlo… eso es lo que consideramos
parte de esta intercesión. Jesús sobre la Cruz, seguía siendo Dios, y en la muerte, su
divinidad no se separa ni de su cuerpo ni de su alma (sólo se separan el cuerpo y el alma
entre sí). ¿Por qué este encargo? ¿Acaso no podía ya Jesús encargarse de este cuidado?
La muerte ¿lo privaba de su poder? ¿Disminuyó su poder sobre los discípulos porque
María comenzase a hacerse cargo de Juan (y con Juan, también de los demás apóstoles
y discípulos, como vemos que dice San Lucas en los Hechos 1,14)?
El Apóstol Santiago, hablando sobre la intercesión, dice: La oración del justo tiene
mucho poder (St 5,16). ¿Por qué se ha de negar este poder a la oración de María? Y si
no se niega, entonces ¿por qué se niega su poder intercesor? Si no es para interceder
pidiendo y obteniendo algo para sí mismo o para otros, ¿para qué tiene poder la oración?
Y San Pablo, en Ef 6,18 nos manda: Orad unos por otros intercediendo por todos los
santos (la traducción de Reina-Valera no altera la idea: “orando en todo tiempo con
toda deprecación y súplica… por todos los santos”). Si todos podemos y debemos orar
unos por otros, ¿por qué María no puede orar por nosotros? Y si San Pablo manda que
recemos, es porque la oración tiene eficacia; pero si nuestra oración es eficaz ante Dios,
¿no es eso “interceder”? En 2Tes 3,1, San Pablo pide a los tesalonicenses: Finalmente,
hermanos, orad por nosotros para que la Palabra del Señor siga propagándose y
adquiriendo gloria, como entre vosotros, y para que nos veamos libres de los hombres
perversos y malignos; si Pablo puede esperar en la oración de los hombres, para ser
librado de los perversos y para que la Palabra de Dios se propague, ¿por qué no puede
hacer esto la oración de María? Y si María lo hizo durante su vida terrena en este
mundo, ¿por qué no puede hacerlo ahora que está en el cielo? Hay una incoherencia en
la doctrina protestante, que se debe a un prejuicio doctrinal y no a un sereno estudio de
los mismos textos bíblicos. María no es autora de la gracia que salva sino intercesora,
para que el corazón de Dios nos mire benévolamente y se apiade de nosotros.

4.23.- Relacionar Misión de la iglesia con características propias de un discípulo


misionero.
Características del discípulo de Jesús: Las principales señales que distinguen a un
discípulo de Jesús son, por supuesto, los sacramentos. Tres marcan de forma indeleble:
el bautismo, la confirmación y el orden sacerdotal. Están llamados a transformar
enteramente nuestra vida. Pero, además de los sacramentos, la vida de discipulado tiene
otros distintivos que sirven para identificar a los seguidores de Cristo.
Las principales señales que distinguen a un discípulo de Jesús son, por supuesto, los
sacramentos. Tres marcan de forma indeleble: el bautismo, la confirmación y el orden
sacerdotal. Están llamados a transformar enteramente nuestra vida.
Pero, además de los sacramentos, la vida de discipulado tiene otros distintivos que
sirven para identificar a los seguidores de Cristo.
El principal de ellos es que el discípulo ha vivido con su Maestro (como un aprendiz)
y ha convivido con Él, a sus pies, caminando con Él, y le ha visto vivir sus enseñanzas:
Jesús es, ante todo, el Maestro con el que se convive, con quien se aprende, en quien
los ojos están fijos para ver cómo hace las cosas.
1. Los discípulos son llamados. Lucas 5, 111 ilustra esto perfectamente. ¡Dios siempre
da el primer paso! Jesús se acercó a los pescadores y les invitó. Solo después de esta
invitación al discipulado interviene nuestra decisión. Jesús nos ha llamado a cada uno
de nosotros. El siguiente paso es…
2. Los discípulos responden conscientemente a la llamada de Jesús. ¡Una vez que
somos llamados, un discípulo debe responder positivamente a la llamada! Si Pedro no
hubiese abandonado sus redes y seguido a Jesús, no sería un discípulo. ¡No puedes
seguir si no haces una opción! ¡El discipulado nunca es heredado ni accidental!
3. El discípulo ama. Ésta es la primera señal de un discípulo. El amor a Dios y el amor
a los demás. Jesús dice que los demás sabrán que somos sus discípulos por nuestro amor
al prójimo (Jn 13, 35).
4. Los discípulos dan fruto. De hecho, Jesús dice que dar fruto demuestra que eres su
discípulo. “La gloria de mi Padre consiste en que deis fruto abundante, y así seréis mis
discípulos” (Jn 15, 8).
5. Los discípulos son obedientes. Avanza un poco más en Juan 15 y encontrarás el
versículo 14: “Sois mis amigos si hacéis lo que yo ordeno”. Atención: no podemos ser
amigos íntimos de Jesús y ser desobedientes. Es imposible.
6. Los discípulos son enseñados. En las Escrituras encontramos constantemente a los
discípulos de Jesús aprendiendo de Él. Ellos escuchan y luego aplican sus enseñanzas
en su vida (o al menos lo intentan). Tenemos que seguir ese modelo. La vida de un
discípulo cristiano es una vida de aprendizaje durante toda la vida.
7. Los discípulos siguen. La palabra “discípulo” significa “seguidor”. Nuestra vida de
discipulado comienza siguiendo a Jesús. Debemos hacer lo que Él hizo. Amar como Él
amó. Elegir lo que Él eligió. “Jesús recorría las ciudades y los pueblos, predicando y
anunciando la Buena Noticia del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce” (Lc 8, 1).
8. Los discípulos tienen su mirada puesta en el Cielo. Nuestra vida actual no es nuestro
hogar definitivo. Hemos sido creados para vivir con Dios para siempre una felicidad
eterna. Este hogar celestial lo determinan nuestras decisiones en esta vida. El premio
del Cielo es un regalo en el que debemos tener puestos los ojos, para que no perdamos
la perspectiva eterna de Dios.
9. Los discípulos cargan con cruces. El discipulado no es fácil. Jesús lo dijo así: “El que
quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, cargue con su cruz de cada día y sígame”
(Lc 9, 23). Nunca deberíamos olvidar que el sufrimiento es parte del discipulado. No
se trata solamente de emociones para sentirse bien ni de pasar buenos ratos.
10. Los discípulos emplean tiempo con Jesús en la oración. Si hacemos lo que Jesús
hizo, entonces necesitamos vivir en relación íntima con Dios. “Un día, Jesús estaba
orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor,
enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos»” (Lc 11, 1).
11. Los discípulos aman y sirven a Dios (y al prójimo). Piensa en las numerosas veces
que los discípulos son llamados a servir. Jesús ordena a sus Doce que sirvan a la masa
en la multiplicación de los panes y los peces, que sanen a los enfermos, que expulsen
los demonios, etc. ¡La vida de un discípulo no va de uno mismo!
12. Los discípulos hacen otros discípulos. Por último, tenemos que hacer lo que Jesús
hizo, lo que significa “hacer discípulos”. Fue su último mandato y el único del que no
podemos evadir el cumplirlo personalmente.
4.24.- Identificar el contenido y las etapas centrales de la evangelización.
Las etapas en la Evangelización: Suele entenderse la evangelización sólo como la
constitución de unas ciertas bases, o como las llama la Carta a los Hebreos, la "doctrina
elemental" (cf. Heb 6,1-3). En realidad la misma Biblia nos muestra que la obra de la
evangelización explícita va mucho más allá. Si leemos los Hechos de los Apóstoles,
por ejemplo, nos encontramos con el discurso de Pedro el día de Pentecostés (Hch 2).
El fruto de esta predicación maravillosa fue un número inmenso de conversiones: "se
les unieron aquel día unas tres mil personas" (Hch 2,41). Mas estos convertidos no
dejaron de escuchar, al contrario: "Los que habían sido bautizados se dedicaban con
perseverancia a escuchar la enseñanza de los Apóstoles" (Hch 2,42). Esto nos muestra
que una de las señales de buena salud en la fe es el hambre de la Palabra, y también nos
hace ver que la evangelización va más allá de los rudimentos, cosa que es importante
porque lamentablemente nuestra Iglesia Católica está colmada de bautizados que se
quedaron en los rudimentos y la doctrina elemental.
Los grandes místicos y santos han hablado de unas etapas, pasos o grados en el camino
hacia Dios. A grandes rasgos suelen coincidir en afirmar que estas etapas son tres. A
mí me gusta llamar "generaciones" a estas etapas o pasos, porque cada una de ellas es
como un 'nacimiento' a una serie nueva de realidades.
La primera generación es el tiempo de la CONVERSIÓN inicial, el tiempo del
encuentro vivo con Jesús como Señor de nuestras vidas; tiempo en que descubrimos
cuántas mentiras nos hemos dicho y qué fácil nos resultaba echar nuestras
responsabilidad es a hombros de otras personas. Esta etapa está marcada por el gozo y
por una sensación muy intensa de la gracia de Dios.
La segunda generación es el tiempo de la FORMACIÓN. Pasado el fervor primero,
descubrimos que hay áreas enteras de nuestra vida que necesitan aún de la visita de
Cristo. Somos menos idealistas y comprobamos que no basta con haber dicho que "sí"
una vez, sino que ese "sí" hay que renovarlo cada día, a veces con dolor y
sobreponiéndonos a nuestras malas inclinaciones. Por eso esta segunda etapa nos lleva
a la búsqueda de las verdaderas virtudes y de la coherencia de vida. es el tiempo también
para afianzarnos en conocimientos más sólidos sobre la Sagrada Escritura y la Doctrina
de la Iglesia.
La tercera generación va más allá. Corresponde a aquel ABRAZO A LA CRUZ DE
CRISTO que los cristianos más maduros descubren como su hermoso deber y precioso
derecho. De esta etapa avanzada habla el Apóstol Pablo cuando dice: “Es verdad que
con los perfectos hablamos de sabiduría, pero es una sabiduría que no procede de este
mundo ni de sus cabezas, ya que han sido eliminados. Enseñamos el misterio de la
sabiduría divina, el plan secreto que estableció Dios desde el principio para llevarnos a
la gloria. Esta sabiduría no fue conocida por ninguna de las cabezas de este mundo,
pues de haberla conocido, no habrían crucificado al Señor de la Gloria” (1 Cor 2,6-8).
La evangelización en su sentido pleno cobija estas tres etapas. Evangelizar no es
simplemente producir algún cambio hacia Cristo, sino conducir hasta la plena madurez
en Cristo: ¡una tarea que barca toda la vida, y que cubre todos los aspectos de la
existencia humana! No se contenta con lograr que sus destinatarios sean “buenas
personas”, sino que pretende caminar con ellos hacia la santidad, que es el desenlace
propio del bautismo: “Ahora, en cambio, siendo libres del pecado y sirviendo a Dios,
trabajan para su propia santificación, y al final está la vida eterna” (Rom 6,22).

4.25.- Relacionar respeto por valores culturales e históricos con la forma de ser y
actuar como Iglesia Evangelizadora (relación Iglesia/ valores, cultura, subculturas
de los tiempos en los que se vive).
La cultura, en su relación esencial con la verdad y el bien, no brota únicamente de la
experiencia de necesidades, de centros de interés o de exigencias elementales. «La
dimensión primera y fundamental de la cultura, subrayaba Juan Pablo II ante la
UNESCO, es la sana moralidad: la cultura moral». «Las culturas, cuando están
profundamente enraizadas en lo humano, llevan consigo el testimonio de la apertura
típica del hombre a lo universal y a la trascendencia» (Fides et Ratio, n. 70). Marcadas
por el dinamismo de los hombres y de la historia, en tensión hacia un cumplimiento (cf.
ibid. n. 71), las culturas participan también del pecado de aquéllos y requieren por ello
el necesario discernimiento por parte de los cristianos. Cuando el Verbo de Dios asume
en la Encarnación la naturaleza humana en su dimensión histórica y concreta, excepto
el pecado (Heb 4, 15), la purifica y la lleva a su plenitud en el Espíritu Santo.
Revelándose, Dios abre su corazón a los hombres «con hechos y palabras
intrínsecamente conexos entre sí» y les hace descubrir en su lenguaje de hombres los
misterios de su amor « para invitarlos a entrar en comunión con El » (Dei Verbum, n.
2).
La buena noticia del Evangelio para las Culturas: Para revelarse, entrar en diálogo con
los hombres e invitarlos a la salvación, Dios se ha escogido, de entre el amplio abanico
de las culturas milenarias nacidas del genio humano, un Pueblo, cuya cultura originaria
Él la ha penetrado, purificado y fecundado. La historia de la Alianza es la del
surgimiento de una cultura inspirada por Dios mismo a su pueblo. La Sagrada Escritura
es el instrumento querido y usado por Dios para revelarse, lo cual la eleva a un plano
supracultural. «En la redacción de los libros sagrados, Dios eligió a hombres, que utilizó
usando de sus propias facultades y medios» (Dei Verbum, n. 11). En la Sagrada
Escritura, Palabra de Dios, que constituye la inculturación originaria de la fe en el Dios
de Abraham, Dios de Jesucristo, «las palabras de Dios, expresadas en lenguas humanas,
se han hecho semejantes al habla humana » (ibid., n. 13). El mensaje de la revelación,
inscrito en la historia sagrada, se presenta siempre revestido de un ropaje cultural del
cual es indisociable, pues es parte integrante de aquélla. La Biblia, Palabra de Dios
expresada en el lenguaje de los hombres, constituye el arquetipo del encuentro fecundo
entre la Palabra de Dios y la cultura.
La cultura bíblica ocupa por ello un puesto único. Es la cultura del Pueblo de Dios, en
cuyo corazón Él se ha encarnado. La promesa hecha a Abraham culmina en la
glorificación de Cristo crucificado. El padre de los creyentes, en tensión hacia el
cumplimiento de la promesa, anuncia el sacrificio del Hijo de Dios sobre el leño de la
cruz. En Cristo, que ha venido a recapitular el conjunto de la creación, el amor de Dios
convoca a todos los hombres a compartir la condición de hijos. El Dios totalmente otro
se manifiesta en Jesucristo, totalmente nuestro: « el Verbo del Padre Eterno, tomada la
carne de la debilidad humana, se hizo semejante a los hombres » (Dei Verbum, n. 13).
Así, la fe tiene el poder de alcanzar el corazón de toda cultura para purificarla,
fecundarla, enriquecerla y darle la posibilidad de desplegarse a la medida
inconmensurable del amor de Cristo. La recepción del mensaje de Cristo suscita así una
cultura, cuyos dos constitutivos fundamentales son, a título radicalmente nuevo, la
persona y el amor. El amor redentor de Cristo descubre, más allá de los límites naturales
de las personas, su valor profundo, que se dilata bajo el régimen de la gracia, don de
Dios. Cristo es la fuente de esta civilización del amor, anhelada con nostalgia por los
hombres tras la caída del pecado, y que Juan Pablo II, después de Pablo VI, no cesa de
invitarnos a realizar junto con todos los hombres de buena voluntad. El vínculo
fundamental del Evangelio, es decir, de Cristo y de la Iglesia, con el hombre en su
humanidad es creador de cultura en su fundamento mismo. Viviendo el Evangelio, —
como lo atestiguan dos mil años de historia— la Iglesia esclarece el sentido y el valor
de la vida, amplía los horizontes de la razón y afianza los fundamentos de la moral
humana. La fe cristiana auténticamente vivida revela en toda su profundidad la dignidad
de la persona y la sublimidad de su vocación (cf. Redemptor hominis, n. 10). Desde sus
orígenes, el cristianismo se distingue por la inteligencia de la fe y la audacia de la razón.
Son testigos de ello los pioneros, como san Justino o san Clemente de Alejandría,
Orígenes y los Padres Capadocios. Este encuentro fecundo del Evangelio con las
filosofías hasta nuestros días, ha sido evocado por Juan Pablo II en su encíclica Fides
et Ratio (cf. n. 36-48). «El encuentro de la fe con las diversas culturas de hecho ha dado
vida a una realidad nueva » (ibid. n. 70), crea así una cultura original en los contextos
más diversos.
« Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de
la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma
humanidad [...] Se trata también de alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio
los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de
pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están
en contraste con la Palabra de Dios y con el designio de salvación.
Lo que importa es evangelizar no de una manera decorativa, como con un barniz
superficial, sino de manera vital, en profundidad y hasta sus mismas raíces la cultura y
las culturas del hombre, en el sentido rico y amplio que tienen sus términos en la
Gaudium et spes, tomando siempre como punto de partida la persona y teniendo
siempre presentes las relaciones de las personas entre sí y con Dios.
El Evangelio, y por consiguiente la evangelización, no se identifican ciertamente con
la cultura y son independientes con respecto a todas las culturas. Sin embargo, el reino
que anuncia el Evangelio es vivido por hombres profundamente vinculados a una
cultura y la construcción del reino no puede por menos de tomar los elementos de la
cultura y de las culturas humanas. Independientes con respecto a las culturas, Evangelio
y evangelización, no son necesariamente incompatibles con ellas, sino capaces de
impregnarlas a todas sin someterse a ninguna.
La ruptura entre Evangelio y cultura es sin duda alguna el drama de nuestro tiempo [...]
De ahí que hay que hacer todos los esfuerzos con vistas a una generosa evangelización
de la cultura, o más exactamente de las culturas. Estas deben ser regeneradas por el
encuentro con la Buena Nueva» (Evangelii Nuntiandi, nn. 18-20). Para hacerlo es
necesario anunciar el Evangelio en la lengua y la cultura de los hombres.
Esta Buena Nueva se dirige a la persona humana en su compleja totalidad, espiritual y
moral, económica y política, cultural y social. La Iglesia no duda en hablar de
evangelización de las culturas, es decir, de las mentalidades, de las costumbres, de los
comportamientos. «La nueva evangelización pide un esfuerzo lúcido, serio y ordenado
para evangelizar la cultura» (Ecclesia in America, n. 70).
En sintonía con las exigencias objetivas de la fe y la misión de evangelizar, la Iglesia
tiene en cuenta este dato esencial: el encuentro entre la fe y las culturas se opera entre
dos realidades que no son del mismo orden. Por tanto la inculturación de la fe y la
evangelización de las culturas, constituyen como un binomio que excluye toda forma
de sincretismo. Tal es « el sentido auténtico de la inculturación. Ésta, ante las culturas
más dispares y a veces contrapuestas, presentes en las distintas partes del mundo, quiere
ser una obediencia al mandato de Cristo de predicar el Evangelio a todas las gentes
hasta los últimos confines de la tierra. Esta obediencia no significa sincretismo, ni
simple adaptación del anuncio evangélico, sino que el Evangelio penetra vitalmente en
las culturas, se encarna en ellas, superando sus elementos culturales incompatibles con
la fe y con la vida cristiana y elevando sus valores al misterio de la salvación que
proviene de Cristo» (Pastores dabo vobis, n. 55). Los sucesivos sínodos de obispos no
cesan de subrayar la particular importancia para la evangelización de esta inculturación
a la luz de los grandes misterios de la salvación: la encarnación de Cristo, su
Nacimiento, su Pasión y Pascua redentora, y Pentecostés, que por la fuerza del Espíritu,
concede a cada uno escuchar en su propia lengua las maravillas de Dios. Las naciones
convocadas en torno al cenáculo el día de Pentecostés no han escuchado en sus
respectivas lenguas un discurso sobre sus propias culturas humanas, sino que se
sorprenden de oír, cada uno en su lengua, a los apóstoles anunciar las maravillas de
Dios. Si bien es cierto que el mensaje evangélico no se puede aislar pura y simplemente
de la cultura en la que está inserto desde el principio, ni tampoco, sin graves pérdidas,
de las culturas en las que ya se ha expresado a lo largo de los siglos, sin embargo, la
fuerza del Evangelio es en todas partes transformadora y regeneradora (cf. Catechesi
Tradendae, n. 53). « El anuncio del Evangelio en las diversas culturas, aunque exige de
cada destinatario la adhesión de la fe, no les impide conservar una identidad cultural
propia, favoreciendo el progreso de lo que en ella hay de implícito hacia su plena
explicación en la verdad » (Fides et Ratio, n. 71).
« Teniendo presente la relación estrecha y orgánica entre Jesucristo y la palabra que
anuncia la Iglesia, la inculturación del mensaje revelado tendrá que seguir la "lógica"
propia del misterio de la Redención [...] Esta kénosis necesaria para la exaltación,
itinerario de Jesús y de cada uno de sus discípulos (cf. Flp 2, 6-9), es iluminadora para
el encuentro de las culturas con Cristo y su Evangelio. Cada cultura tiene necesidad de
ser transformada por los valores del Evangelio a la luz del misterio pascual » (Ecclesia
in Africa n. 61). La ola dominante de secularismo que se extiende a través de las
culturas, idealiza a menudo, con la fuerza de sugestión de los medios, modelos de vida
que son la antítesis de la cultura de las Bienaventuranzas y de la imitación de Cristo
pobre, casto, obediente y manso de corazón. De hecho, hay grandes obras culturales
que se inspiran en el pecado y pueden incitar al él. « La Iglesia, al proponer la Buena
Nueva, denuncia y corrige la presencia del pecado en las culturas; purifica y exorciza
los desvalores. Establece por consiguiente, una crítica de las culturas... crítica de las
idolatrías, es decir, de los valores erigidos en ídolos, de aquellos valores, que sin serlo,
una cultura asume como absolutos ».
Una pastoral de la cultura: Al servicio del anuncio de la Buena Nueva y por tanto del
destino del hombre en el designio de Dios, la pastoral de la cultura deriva de la misión
misma de la Iglesia en el mundo contemporáneo, con una percepción renovada de sus
exigencias, expresada por el Concilio Vaticano II y los Sínodos de los Obispos. La toma
de conciencia de la dimensión cultural de la existencia humana entraña una atención
particular hacia este campo nuevo de la pastoral. Anclada en la antropología y la ética
cristiana, esta pastoral anima un proyecto cultural cristiano que permite a Cristo,
Redentor del hombre, centro del cosmos y de la historia (cf. Redemptor Hominis, n. 1),
renovar toda la vida de los hombres, « abriendo a su potencia salvadora los inmensos
dominios de la cultura ». En este campo, las vías son prácticamente infinitas, pues la
pastoral de la cultura se aplica a las situaciones concretas a fin de abrirlas al mensaje
universal del Evangelio.
Al servicio de la evangelización, que constituye la misión esencial de la Iglesia, su
gracia y su vocación propia, y su identidad más profunda (cf. Evangelii Nuntiandi, n.,
la pastoral, a la búsqueda de « las formas más adecuadas y eficaces de comunicar el
mensaje evangélico a los hombres de nuestro tiempo » (ibid., n. 40), conjuga medios
complementarios: « La evangelización, hemos dicho, es un paso complejo, con
elementos variados: renovación de la humanidad, testimonio, anuncio explícito,
adhesión del corazón, entrada en la comunidad, acogida de los signos, iniciativas de
apostolado. Estos elementos pueden parecer contrastantes, incluso exclusivos. En
realidad son complementarios y mutuamente enriquecedores. Hay que ver siempre cada
uno de ellos integrado con los otros » (ibid., n. 24).
Una evangelización inculturada gracias a una pastoral concertada permite a la
comunidad cristiana recibir, celebrar, vivir, traducir su fe en su propia cultura, en « la
compatibilidad con el Evangelio y la comunión con la Iglesia universal » (Redemptoris
Missio, n. 54). Traduce al mismo tiempo el carácter absolutamente nuevo de la
revelación en Jesucristo y la exigencia de conversión que brota del encuentro con el
único salvador: « He aquí que hago nuevas todas las cosas » (Ap 21, 5).
He aquí la importancia de la tarea propia de los teólogos y los pastores para la fiel
inteligencia de la fe y el discernimiento pastoral. La simpatía con la que tienen que
abordar las culturas « sirviéndose de conceptos y lenguas de los diversos pueblos »
(Gaudium et Spes, n. 44) para expresar el mensaje de Cristo, no puede alejarse de un
discernimiento exigente frente a los grandes problemas que emergen de un análisis
objetivo de los fenómenos culturales contemporáneos. El peso de estos no puede ser
ignorado por los pastores, pues está en juego la conversión de las personas y, a través
de ellas, de las culturas, la cristianización del ethos de los pueblos (cf. Evangelii
nuntiandi, n. 20).

26.- Reconocer la opción por los pobres desde la lógica de la encarnación y misión
de Cristo.
El punto de partida de la intervención libertadora de Yahvé es el "ver" la situación de
"aflicción" de su pueblo y "escuchar" el clamor que le arrancan los capataces. Esta
mirada, por tanto, se hace desde la misericordia que nace del "recuerdo de la Alianza"
que Yahvé juró a los "padres" de Israel, como subrayará el capítulo sexto. Así nacerá
un "juicio" sobre esta situación: es una situación de "opresión", de insolidaridad. Y de
aquí, la decisión que toma el Señor: "actuar" para liberar al pueblo oprimido.
La mirada y la escucha de Dios provocan su intervención libertadora. Pero, además, el
libro del Éxodo quiere subrayar cómo esta intervención de Dios nace por su incitativa,
"el Dios de nuestros padres nos ha salido al encuentro, se nos ha aparecido". Una
aparición que viene motivada por el deseo del Señor de mantenerse fiel a la Promesa
que hizo a los antepasados y que, también ella, fue iniciativa suya.
Una actitud semejante la muestra el Génesis cuando presenta a Dios reaccionando ante
la muerte de Abel. La sangre del hermano asesinado se convierte en un clamor ante el
Señor y le hace intervenir para "protestar" contra la injusticia y para reparar el mal
realizado.
El Dios de la creación sigue presente en la historia del mundo e interviene en ella para
enseñar a la humanidad cómo debe proceder en justicia y solidaridad, para conseguir la
paz y la felicidad. Con todo, a la persona humana le cuesta reconocer a este Dios
presente.
Y la historia muestra cómo este reconocimiento solamente suele hacerse a posteriori,
es decir, cuando la obra de la salvación realizada por el Señor es reconocida en la
experiencia interior de quien la ha vivido.
En la Historia de la Salvación la obra divina es una acción de liberación integral y de
promoción del hombre en toda su dimensión, que tiene como único móvil el amor. El
hombre es 'creado en Cristo Jesús' (Ef 2, 10), hecho en El 'creatura nueva' (2 Cor 5, 17).
Por la fe y el Bautismo es transforma~o, lleno del don del Espíritu, con un dinamismo
nuevo, no de egoísmo sino de amor, que 1o impulsa a buscar una nueva relación más
profunda en Dios, con los hombres sus hermanos y con las cosas"; y luego proclama
que el amor "es el dinamismo que debe mover a los cristianos a realizar la justicia en el
mundo, teniendo como fundamento la verdad y como signo la libertad". Era el rechazo
claro del economicismo marxista, del recurso a la violencia y a la lucha de clases.
Por eso "la solidaridad humana no puede realizarse verdaderamente sino en, Cristo
quien da la paz que el mundo no puede dar. El amor es el alma de la justicia. El cristiano
que trabaja por la justicia social debe cultivar siempre la paz y el amor en su corazón".
Esta paz interior y la consecuente nueva relación cristiana con los hombres y con las
cosas, tlenen, a su vez, su fundamento: la paz con Dios. Por 10 mismo, allí donde dicha
paz social no existe, allí donde se encuentran injustas desigualdades sociales, políticas,
económicas y culturales, "hay un rechazo del don de la paz del Señor; más aún, un
rechazo del Señor mismo".
En el evangelio de Juan, Jesús se presenta como "el enviado del Padre". Por eso es
conveniente aclarar los dos sentidos principales que tiene su misión.
Primer punto: "misión" significa el acto de enviar a alguien con algún objetivo. La
misión de Cristo significa el acto por el cual Dios envía a su Hijo al mundo porque,
como comenta el Evangelio de Juan que hemos visto, "Dios amó tanto al mundo que le
entregó a su Hijo único..."(Jn 3,16).
Segundo punto: "misión" significa también el objetivo para el cual uno es enviado:
"para que el mundo se salve por Él" (Jn 3,17). Toda la vida de Cristo es la realización
de esta misión.
La decisión salvadora de la Trinidad, después de mirar el mundo que se pierde,
"hagamos redención del género humano", se concreta en enviar al Hijo como la Palabra
definitiva del Creador en la historia de la humanidad. En Él, misión y encarnación
coinciden.
Cristo se encarna hoy nuevamente, tanto en la experiencia religiosa, como en la
experiencia del encuentro con el hermano que sufre o es perseguido.
Esta segunda experiencia es la que el Señor hizo comprender a Pablo cuando perseguía
a los cristianos y le iluminó con su palabra: "yo soy Jesús a quien tú persigues" (Hch
9,5).
Con relación a los pobres, Medellín distingue claramente tres tipos de pobreza: a) la
pobreza como carencia de bienes de este mundo; b) la pobreza espiritual, como actitud
de apertura a Dl0S y disponibilidad de quien todo 10 espera del Señor; c) la pobreza
como compromiso de identificación con la condición de los necesitados, asumida
voluntaria y amorosamente, para seguir el ejemplo de Cristo y tener la libertad espiritual
frente a los bienes y testimoniar el mal que la condición de los necesitados representa.
El primer tipo es un mal, contrario a la voluntad del Señor. El segundo es un bien:
valoriza los bienes de este mundo sin apegarse a ellos, reconociendo el valor supremo
de los bienes del Remo. El tercer tipo sigue más de cerca la misión de Cristo, es más
apostólico, es un sacramento de unidad porque brota de una actitud que desenraiza todo
género de idolatría. Lo contrario, al segundo tipo de pobreza, sin la cual no es posible
ser cristiano, no sólo es la riqueza como excesiva posesión de bienes, sino la soberbia
como voluntad de poder pervertido y de dominación perversa. Es donde entra la
presencia y la actuación del "mysterium iniquitatis" (2 Tes 2, 7).

27.- Identificar los valores presentes en las primeras comunidades: oración, vida
comunitaria, liturgia, anuncio de la palabra.
Los Hechos de los Apóstoles constituyen la continuación del evangelio de Lucas, por
ello, en un sentido amplio, pertenece también al 'género evangélico' que, de forma
aparentemente biográfica, constituye una proclamación del Evangelio. Aquí el
protagonista ya no es Jesús, sino el Espíritu del Resucitado que se hace presente en la
vida y en la obra de la comunidad apostólica. Los apóstoles son los herederos y los
continuadores de la misión de Jesús: construir comunidad, curar a los enfermos,
anunciar la llegada del Reino inaugurado ya en la muerte y resurrección de Jesucristo.
Los apóstoles no son sólo los Doce, sino cuantos han recibido una misión del Espíritu,
por medio de la comunidad: así Matías es agregado al grupo de los Doce, pero también
]3ernabé, Marcos, Pablo y otros... Por ello no podemos considerar Hechos como un
relato historiado de la primera comunidad, sino como un verdadero evangelio de la
comunidad: una proclamación del misterio pascual de Cristo presente en la comunidad
apostólica de los orígenes.
Hechos 2,42-47 y 4,32-35 son dos textos fundamentales de este evangelio de la
comunidad apostólica ya que nos presenta cuáles son las coordenadas de dicha
comunidad. No son una 'fotografía" de la comunidad de Jerusalén, sino la proclamación
de una Buena Nueva.
El primero de los textos afirma. "perseveraban en la enseñanza de los apóstoles y en la unión fraterna,
en la fracción del pan y en las oraciones ... eran muchos los prodigios y señales realizados por los apóstoles ...
todos los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común ... vendían sus posesiones ... y las distribuían entre
todos, según las necesidades de cada uno ... unánimes y constantes, acudían diariamente al templo, partian el
pan en las casas, compartían los alimentos con alegría y sencillez de corazón ... alababan a Dios y se ganaban
el favor de todo el pueblo ... el Señor agregaba cada día los que se iban salvando al grupo de los creyentes”.
El segundo retorna alguna de estas afirmaciones, acentuándolas: "el grupo de los creyentes
pensaban y sentían lo mismo, y nadie consideraba como propio nada de lo que poseía, sino que tenían en común
todas las cosas ... los apóstoles daban testimonio con gran energía de la resurrección de Jesús ... todos gozaban
de gran estima ... no había entre ellos necesitados porque los que tenían hacienda o casas los vendían ... lo
ponían a los pies de los apóstoles ... se repartía a cada uno según su necesidad”
Veamos cuáles son las coordenadas de la vida comunitaria que el evangelista Lucas nos
presenta bajo estas expresiones que hemos señalado.
La comunidad persevera en la enseñanza (didaje) de los apóstoles. La enseñanza es el
ámbito en el que se transmite la tradición apostólica, la que arranca de Jesús (cf. Mt
28), y la que los apóstoles transmiten (cf. 1Cor 11 y 15). Mantenerse fiel a la enseñanza
implica perseverar en la tradición evangélica, que se enseña, se recuerda y se amplia en
las reuniones comunitarias, Es responsabilidad de los apóstoles el transmitir con
fidelidad esa enseñanza que arranca de Jesús.
La unión fraterna (koinonía) es la dinámica integradora de los miembros de la
comunidad. Esta unión fraterna se manifiesta de dos maneras: mediante la unanimidad
y mediante el compartir. Ambas están relacionadas y forman las dos caras de una única
moneda. Referente a la unanimidad, nos dice el autor de Hechos: "vivían unidos y
unánimes ... pensaban y sentían lo mismo'. Es decir" afecta al corazón de las personas:
compartir la fe en el Resucitado los lleva a vivir, pensar y sentir en común. Esta
unanimidad no es fruto de un sentimentalismo emocional, sino de un compromiso en la
fe (el 'grupo de creyentes' dice el texto): porque formamos parte de una comunidad que
comparte una única fe, nuestro vivir debe ser unánime.
La segunda manera de expresar la unión fraterna es el compartir: nadie consideraba
como propio nada y lo tenían todo en común, compartían los alimentos en la mesa
común, vendían los bienes y distribuían el importe entre todos según la necesidad de
cada uno; de esta manera 'no había entre ellos necesitados'. Esta última expresión es
importante, aunque a veces pase desapercibida, pues supone el cumplimiento de la
promesa contenida en Dt. 15,1-18: una comunidad sin pobres. La promesa de Dios se
cumple en la comunidad apostólica, donde todo se comparte, de forma que ya no hay
nadie necesitado. Igualmente, el "compartir los alimentos" tiene un trasfondo que no
podemos olvidar. El “comer juntos" tenía en la sociedad judía una connotación
religiosa: expresar la comunión de los creyentes en la presencia de Dios; y, de ahí, el
no poder compartir la mesa con los pecadores, pues ello implicaba compartir su pecado
y, por lo tanto, separarse de Dios.
En la comunidad cristiana, la unidad de la fe conlleva la unanimidad de vida, sin
fracturas en el pensar y en el sentir; a la vez que rompe las barreras internas entre judíos
y gentiles, entre ricos y pobres: todos sus miembros, independientemente de su
procedencia o extracción social, son aceptados sin condiciones y ven sus necesidades
cubiertas. Todo ello constituye la unión fraterna de la comunidad apostólica.
La fracción del pan es la celebración eucarística. Constituye un gesto pleno de
significado para Jesús y para sus discípulos: en la fracción del pan, éste es multiplicado
y llega a saciar a todos los que escuchan su enseñanza (cf. Lc 9,10- 17)8, el Resucitado
es reconocido como compañero de camino por los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-
35), se repiten las palabras de Jesús en la última cena haciendo del pan y del vino
memorial del cuerpo entregado y de la sangre derramada (cf. 1Cor 11,23-27), los
apóstoles conversan (homilein) largo rato con la comunidad, enseñándoles y
animándolos a perseverar (cf. Hch 20,7-12). La fracción del pan va unida, por tanto, a
la palabra y en ambos se hace presente el misterio pascual de Jesús, que restaura las
fuerzas y abre los ojos de la comunidad creyente en su camino. La comunidad parte en
pan 'en las casas', que es el lugar ordinario de encuentro comunitario de la iglesia
doméstica.
Las oraciones de los cristianos en la comunidad apostólica eran de dos tipos diversos:
los encuentros de oración propios de la comunidad, realizados también en 'las casas’ en
determinadas circunstancias de la vida comunitaria (cf. Hch 2,12-26; 4,23-31; 12,12;
20,7-12); o bien mediante la participación en el culto sinagogas y en el templo de
Jerusalén (cf. Lc 24,53). La oración de la comunidad apostólica es fundamentalmente
de alabanza por todo cuanto Dios va realizando en el día a día, pues es en la vida
cotidiana donde se descubre la presencia salvífica del Señor. Al mismo tiempo se
requiere de Dios la capacidad de continuar anunciando la Palabra con libertad de
espíritu frente a la oposición, e incluso persecución, que se experimenta; y el continuar
realizando curaciones, señales y prodigios en nombre de Jesús (cf Hch 4,27-30). En los
momentos de discernimiento comunitario, ante la necesidad de tomar una decisión, o
bien de abrir un nuevo frente de misión, la oración puede ir acompañada del ayuno,
como expresión de la escucha y de la disponibilidad frente a la voluntad de Dios (cf.
Hch 2,15-26; 13,1-3). Con todo, la oración comunitaria, no queda circunscrita a unos
momentos determinados, sino que forma una constante: 'Todos perseveraban unánimes
en la oración con algunas mujeres, con María la madre de Jesús y con los hermanos de
éste" (Hch 1,14).
El testimonio (martyría) de la resurrección. 'Los apóstoles daban testimonio con gran
energía de la resurrección de Jesús ... eran muchos los prodigios y señales realizados
por los apóstoles'. La comunidad apostólica continúa la misión de Jesús, con su doble
componente: estar con Él, y anunciar el Reino sanando a los enfermos (cf. Mc 3,15-
16). Si la fracción del pan y la perseverancia en la oración expresan el 'estar con Ér, es
el testimonio de la resurrección con prodigios y señales lo que expresa 'el anuncio del
Reino'. La expresión,,, prodigios y señales' expresa los gestos y las acciones que hacen
presente la acción salvífica de dios en medio del pueblo. Jesús expresó esa presencia
mediante el exorcismo de endemoniados, la curación de discapacitados, y la
resurrección de difuntos. La comunidad apostólica continúa los exorcismos (cf. Hch
13,6-12), las curaciones (cf. 3,1-11) y las resurrecciones (cf. 10,36-43; 20,9-10) señales
todas ellas de la presencia del Reino (cf. Mc 16,15-18.20).
Una última coordenada lo constituye lo que podemos llamar la significatividad de la
comunidad apostólica, consecuencia de las anteriores coordenadas. "Se ganaban el
favor del pueblo ... todos gozaban de gran estima' dice Hechos. La presencia de la
comunidad no deja indiferentes a los demás. La reacción puede ser doble, y de hecho
así lo indica el texto bíblico: por una parte, las autoridades desconfían, persiguen e
intentan hacer callar mediante la intimidación, la cárcel o el ajusticiamiento; por otra
parte, la gente del pueblo aprecia a los miembros de la comunidad por las señales que
realizan. Esta segunda reacción provoca atracción, y así son nuevas personas quienes
piden incorporarse al grupo, después de creer en el Resucitado y convertirse al
Evangelio. Y añade el autor de Hechos. 'El Señor agregaba cada día los que se iban
salvando', ya que es el Señor quien dirige los corazones.
Así, la fidelidad a la tradición, garantizada por la enseñanza apostólica, la unión fraterna
expresada mediante la unanimidad y el compartir, la fracción del pan y la oración
comunitaria y sinagogas, el testimonio de la resurrección mediante signos eficaces, y la
consiguiente significatividad en su ambiente forman las coordenadas de la comunidad
apostólica.

28.- Reconocer en las comunidades cristianas actuales, algunas características de


las primeras comunidades.
Lo más grande en la vida de la iglesia deben ser sus valores, su esencia, de lo que está
hecha por dentro, en otras palabras su vida diaria, su relación con Dios y con sus
semejantes.” Todo esto referente al tipo de Liderazgo que tiene o que se esfuerza por
tener, la iglesia es el lugar que Dios dejo para alcanzar al perdido, eso significa que no
importa como vienen, pero si es importante lo que ha sucedido a través del proceso con
aquellos que son el liderazgo de la congregación. El Carácter es el FUNDAMENTO
para el liderazgo de una Iglesia.
Jesús no es un teórico de la utopía humana. Su misión es abrir a la humanidad la
posibi-lidad de una sociedad alternativa («el reino de Dios»). Esta sociedad, sin
embargo, no puede constituirse forzando la li-bertad, sino por libre opción de los
hombres. Tampoco hay que aguardar a que se den todas las condiciones objetivas para
comenzarla. Jesús espera de los suyos que formen sin dilación un grupo humano que
haga patentes en el mundo las relacio-nes propias de la nueva sociedad. De este modo,
según la in-tención de Jesús, su comunidad debe ser el germen de una humanidad
nueva.
Numerosos son los pasajes evangélicos que directa o in-directamente tratan de la
comunidad de Jesús; en ellos se describen las actitudes que hacen posibles las nuevas
relacio-nes humanas, los obstáculos dentro de la comunidad, la rela-ción de ésta con
Jesús y con el Padre, y su misión en el mun-do que la rodea. Sorprendentemente, no se
encontrará en estos pasajes que Jesús determine la estructura de su comuni-dad ni que
le diseñe un plan de futuro. Las principales carac-terísticas de la comunidad cristiana
que se deducen de los evangelios son las siguientes:
1.- Una comunidad identificada con Jesús: El fundamento de la nueva comunidad
humana es la adhesión a Jesús como Mesías, Hijo de Dios vivo (Mt 16,16). Todo el que
da esta adhesión a Jesús constituye una piedra o sillar que entra en la edificación de la
sociedad nueva o reino de Dios (Mt 16,18).
2.- Una comunidad del Espíritu: Por la adhesión a Jesús, todos y cada uno de los
miembros de la comunidad cristiana participan de su Espíritu (Jn 1,16). Así, el rasgo
propio de la comunidad es poseer una vida que es la vida/amor de Dios comunicada;
ésta se ofrece á los hombres en Jesús, cuya vida y muerte traducen en lenguaje humano
el amor infinito de Dios.
3.- Una comunidad de hombres libres: El mensaje mismo no se proclama simplemente
como mensaje de Jesús, el cristiano lo presenta al mismo tiempo como propio, porque
lo ha hecho suyo (Jn 17,20). No se propone algo aprendido, sino algo vitalmente
asimilado. Las opciones del cristiano no se hacen porque lo haya dicho Jesús, sino
porque, iluminado por él, el hombre comprende que son la única vía para su pleno
desarrollo y para crear una sociedad justa. No significan, por tanto, una carga, sino una
alegría: la que nace de haber encontrado la respuesta a las aspiraciones profundas del
ser humano (Mt 13,44-46).
4.- Una comunidad abierta a todos: Características particulares de la sociedad judía eran
la compartimentación y la marginación que existían dentro de ella y su sentimiento de
superioridad frente a los demás pue-blos; éste la llevaba a un orgulloso distanciamiento,
justificado teológicamente por su calidad de «pueblo elegido» por Dios. Las causas de
la marginación tenían siempre un motivo o, al menos, un pretexto religioso.
5.- Una comunidad solidaria: La opción por la pobreza (Mt 5,3), puesta por Jesús como
condición indispensable para dar comienzo a la sociedad alter-nativa («el reino de
Dios») ha de ser por lo mismo la opción constituyente de su comunidad (Mt 16,24: «El
que quiera venirse conmigo, que reniegue de sí mismo», es decir, que renuncie a toda
ambición). De ahí la recomendación de Jesús de que los suyos no acumulen capital ni
pongan su confianza en el dinero (Mt 6,19-21) y la incompatibilidad que establece entre
fidelidad a Dios y culto al dinero (Mt 6,24).

29.- Reconocer el rol de la Jerarquía de la Iglesia.


El Papa: elegido por los cardenales electores durante el conclave, el papa representa a
Cristo en la tierra, por eso se le denomina el Vicario de Cristo. En el santo padre
permanece la función que el Señor encomendó singularmente a Pedro primero entre los
apóstoles.
Cardenales: son creados por el Papa, los que tienen menos de 80 años de edad pueden
votar al nuevo pontífice en caso de que se celebre el conclave. Asisten al santo padre
tanto colegialmente cuando son convocados para tratar juntos cuestiones de más
importancia, como personalmente, mediante los distintos oficios que desempeñan
ayudando al pontífice sobre todo en su gobierno cotidiano de la iglesia universal.
Los Obispos: ejercen una triple misión, enseñar santificar y gobernar una porción de la
iglesia con un criterio propio como cada uno de los sucesores de los apóstoles. Ningún
obispo, aunque haya sido nombrado cardenal tiene autoridad sobre otro , sino que cada
uno depende directamente del Papa. En sus respectivas diócesis son responsables de
atender a sus presbíteros.
Los Sacerdotes: es el pastor propio de la parroquia que se le confía y ejerce el cuidado
pastoral de la comunidad que le está encomendada bajo la autoridad del obispo
diocesano. Entre sus tareas está la de conocer a los fieles que se le encomiendan. Para
ello visita las familias, a los enfermos, especialmente a los moribundos, fortaleciendo
con la administración de los sacramentos, también están pendientes de los pobres y de
aquellos que sufren especialmente dificultades.
Los fieles Laicos: son los encargados de descubrir o de idear los medios para impregnar
de vida cristiana las realidades sociales, políticas y económicas. Están llamados a ser
testigos de cristo en todas las cosas, también en el interior de la sociedad.

4.30.- Explicar el rol de los laicos y comunidades cristianas al interior de la iglesia.


ROL DE LAICOS: El laico católico debe actuar en coherencia con su fe y vivir de
acuerdo a las enseñanzas de Jesucristo en cada momento de su vida. ¿Cómo se logra lo
anterior? ¿Acaso debo entregar mi vida al cuidado de enfermos, ir a la selva como
misionero? No es necesario (aunque increíblemente valioso), y es que los laicos
debemos dar testimonio desde nuestra propia realidad.
1) El primer encuentro que tenemos los católicos con el mundo y con Dios, es a través
de las tareas cotidianas de la vida, es decir, en la familia, la universidad, en el trabajo
o vecindario. Los fieles laicos son llamados por Dios para contribuir a la santificación
del mundo y a su propia santificación, mediante el ejercicio de sus tareas, guiados por
el espíritu del Evangelio. Es decir, siendo un buen hijo, esposo, hermano, padre, madre,
empleado, jefe, estudiante ….
2) Un segundo paso en el encuentro entre un fiel católico y el mundo, se produce a
través de la presencia de cristianos en los espacios sociales que influyen en la
comunidad, tales como asociaciones, medios de comunicación, sindicatos, partidos
políticos. El laico católico tiene la responsabilidad de ordenar los asuntos temporales
según Dios. El laico se convierte en testigo e instrumento vivo de Dios y de la Iglesia,
ya que el laico tiene injerencia en aquellos asuntos del mundo en donde los religiosos
no tienen llegada. “El cristiano anuncia el Evangelio con su testimonio más que con sus
palabras.” Es la ilusión del Papa Francisco que cada laico, como cristiano en medio del
mundo, participe activamente en la vida política, económica, cultural y busque en su
entorno la manera de recristianizar la sociedad desde su propia realidad.
ROL DE LAS COMUNIDADES CRISTIANAS: La comunidad cristiana se basa en
alabar la vida del hijo de Dios hecho hombre, su vida, su sacrificio y su paso por la
tierra.
Entonces, se puede decir que la comunidad cristiana es un grupo de personas, líderes y
seguidores que comparten un estilo de vida y adoración por la cual se rigen, tanto sus
creencias como sus costumbres haciéndolas primordial a la hora de ejercer decisiones
y actos en adoración a Dios y su hijo.
La comunidad cristiana se basa en alabar la vida del hijo de Dios hecho hombre, su
vida, su sacrificio y su paso por la tierra. Su enseñanza es la base fundamental del culto
cristiano y a pesar de que muchos creen que fue el mismo Jesús quién creó la religión,
realmente fue la iglesia quien arraigo dichas enseñanzas a través de la historia y el
mundo. Esta creencia genera contradicciones de manera general, ya que muchos
catalogan al cristianismo como la religión evangélica, sin embargo, la explicación más
exacta para el término cristiano no es más que “toda persona o iglesia que crea en las
enseñanzas de Dios y su hijo” por lo cual no hace referencia a una doctrina en particular.
La comunidad cristiana, tiene por costumbre juzgar o maximizar demás opiniones en
cuanto religión se refiere, dejando saber su intolerancia a ciertas manifestaciones que
ellos llaman “protestantes”. La integración a dicha comunidad, no exige más que
mostrar públicamente la aceptación de un único Dios y llevar tanto su mensaje como
su enseñanza de manera universal.
Con los años y la evolución de la humanidad, el cristianismo fue tomando forma y
adaptándose a las necesidades humanas, que en su momento no compartían un mismo
pensamiento por lo que el cristianismo se dividió en varios grupos de creencias:
 Católicos: fuertemente ligados a la iglesia y el vaticano.
 Cristianos ortodoxos: independientes de Roma.
 Iglesia griega: descendientes de Moscú y cuya base se encuentra en
Constantinopla.
 Protestantes: practicantes de la libre interpretación de las escrituras.
 Anglicana: cuyo máximo poder es la Reina de Inglaterra y separada de la iglesia
católica desde 1529 por el Rey Enrique VIII.

Ramificaciones:

 Episcopalianos
 Mormones
 Baptistas
 Cuáqueros
 Evangelistas
 Testigos de Jehová

En la actualidad existe un centenar de denominaciones cristianas, manteniéndose


separadas entre sí. Algunas de ellas han reconocidos sus similitudes y otras
sencillamentes se mantienen cerradas a los que ellos creen que es su verdadero Dios y
creencias por las que se rigen de manera diaria y voluntaria.
4.31.- COMPARAR LA RELIGION CATOLICA CON ALGUNA DE LAS
RELIGIONES MONOTEISTAS (Islam, judaísmo, protestantismo)
SEÑALANDO PUNTOS DE COINCIDENCIA Y DIFERENCIACION.

CATOLICOS PROTESTANTES
La salvación depende de la fe y de La salvación depende de la fe (luteranos) la
las obras o acciones humanas predestinación divina (calvinistas)
Celebran siete sacramentos Conservan solo algunos sacramentos como
el bautismo y el matrimonio
Reconocen obediencia al Papa No reconocen la autoridad del Papa
Aceptan al dogma o doctrina de la Rechazan el dogma de la iglesia católica y
iglesia creen que la única fuente de verdad es la
biblia

Comparación de las religiones monoteístas

Judaísmo- Para los judíos, Abraham y Moisés.

Islamismo- Para los musulmanes, Mahoma.

Cristianismo- Para los cristianos, Jesús es el fundador.

Cristianismo: creen en Dios

Islamismo: creen en Ala y su profeta Mahoma.

Judaísmo: creen el Yahvé

Cristianismo- El hijo de Dios, el Mesías enviado para salvarnos, que murió por
nosotros.
Islamismo- es uno de los principales profetas del Islam. Y , para los musulmanes no
tiene carácter divino.

Judaísmo- -rechaza la creencia de que Jesús es Dios y su identificación con el Mesías


o como profeta. La Torah y la Biblia: Ambos estás inspirados por Dios. Comparten 39
libros. Sin embargo, la Biblia tiene 27 libros más, conocidos como el Nuevo
Testamento. El Corán: otra tradición, Mahoma copia lo que le dicta Dios a través del
Arcángel Miguel. 

Cristianismo: Amar a Dios y a todas las personas. Islamismo: Confesar la propia fe,
orar, dar limosna, ayunar y peregrinar una vez a la Meca.

Judaísmo: el decálogo que Dios dio a Moisés.

La Iglesia: templo sagrado para los cristianos. La iglesia Cristiana fue fundada por
Jesús y Él es su Cabeza y Salvador. El propósito de la Iglesia es tanto glorificar a Dios
como informar al mundo acerca de la obra Redentora de Cristo.

La Mezquita: Es el lugar de culto de los musulmanes. El propósito principal de la


mezquita es servir de lugar donde los musulmanes puedan reunirse para Orar
Orientadas hacia la Meca.

La Sinagoga: Lugar de culto para los judíos. Suelen estar orientadas hacia Jerusalén.

Cristianismo: -Navidad, se conmemora el nacimiento de Jesús. (25 de diciembre) -


Epifanía,la visita de los Reyes Magos.(6 de enero) - Pascua de Resurrección:
celebración de la Resurrección de Cristo (fecha móvil) -Ascensión .Conmemoración de
la Ascensión del Señor a los cielos.(domingo anterior a la fiesta de Pentecostés) -
Pentecostés, la venida del Espíritu Santo sobre el Colegio Apostólico.(Cincuenta días
después de Pascua de Resurrección)
Islamismo: El nacimiento del profeta: lo celebran el día 12 del mes 13 o Rabi al-Awal,
aunque no se sepa con exactitud cuándo nació Mahoma. - La fiesta del fin del ayuno,
(eid ul-fitr): se celebra el final del ayuno al acabar el Ramadán, con unos días de
descanso y haciéndose regalos mutuamente - El año nuevo musulmán (Muharraq): el
primer día del año nuevo no trabajan y recuerdan la hégira de Mahoma y de sus
compañeros. Por la tarde hay celebraciones religiosas en las mezquitas. - Fiesta del
sacrificio (Id al-Adha) . La fiesta de sacrifico de cuatro días constituye el clímax de la
peregrinación a La Meca. Los peregrinos sacrifican un animal en Mina, para recordar
que Abrahán tenía la intención de sacrificar a su hijo a Dios y que finalmente sacrificó
un cordero en lugar de Isaac. - La noche del perdón (Laylat al-Barh): se celebra el
décimo quinto día del octavo mes. Dios determina el destino de cada persona para el
siguiente año - La ascensión nocturna, o viaje de Mahoma al cielo.

Judaísmo: - Rosh Hashana (septiembre-octubre): En esta festividad, que da comienzo


al año judío. - Yom Kippur (septiembre-octubre): También llamado Día del Perdón. La
celebración de esta fiesta implica ayuno, abstención, reconciliación y perdón. - Sucot
(septiembre-octubre): En la Fiesta de la Cabaña, los judíos reviven los 40 años de
peregrinación de Moisés y su pueblo atravesando el desierto del Sinaí desde Egipto
hasta la Tierra Prometida. -Pésaj (abril-mayo): La Pascua judía, celebrada con la
primera luna llena de primavera, conmemora el éxodo del pueblo judío desde Egipto y
su paso por el Mar Rojo, la cosecha de primavera y el paso del ángel exterminador
matando a los primogénitos egipcios y dejando indemnes a los hebreos. - Shavuot
(mayo-junio): La fiesta de Pentecostés. -Janucá (noviembre-diciembre): Es una de las
fiestas más importantes de los judíos. En ella se conmemora la recuperación de
Jerusalén y la consagración de nuevo del Templo de los Macabeos, que había sido
profanado. - Purim (febrero-marzo): Es la Fiesta de las Suertes. - Tisha-Beav: Es el día
más triste y melancólico del calendario judío. En él se hace referencia a la destrucción
de los dos templos de Jerusalén,
4.32.- EXPLICAR LOS FUNDAMENTOS QUE OTORGAN A LA IGLESIA
CATOLICA EL CARÁCTER DE IGLESIA DE JESUCRISTO: ROL DEL
EPISCOPADO (continuidad de los apóstoles) PAPADO (continuidad de Pedro)
CONTINUIDAD HISTORICA.
Un Obispo de la Iglesia Católica es un Sucesor de alguno de los 12 Apóstoles de Jesús,
y tiene a su cargo una porción del Pueblo de Dios denominada diócesis.
Es un sacerdote que recibe el sacramento del orden sagrado en su máximo grado, que
es el episcopado.
En cada diócesis se encuentra la Catedral o Iglesia mayor o Iglesia madre, lugar donde
tiene su “cátedra” el Obispo, desde donde preside las celebraciones y dirige el culto, la
oración y la enseñanza. Tiene además la misión de gobernar, haciendo la unidad entre
los que le han sido encomendado. El Nuncio Apostólico de cada país reúne información
en cada provincia eclesiástica del país sobre los candidatos al Episcopado, enviándola
a la Santa Sede.
Una vez estudiado cada caso, se procede a la elección.
El Nuncio consulta al sacerdote si acepta su elección como Obispo. Reuniones de los
Obispos. (CIC 336-341; 342-348; 439-446)
Todos ellos forman el Colegio Episcopal, y se reúnen para mejor trabajar pastoralmente
en provincias eclesiásticas , y en Conferencias Episcopales nacionales e internacionales
(Por ejemplo el CELAM –Consejo Episcopal Latinoamericano-).
Para tratar ciertos temas son convocados en Sínodos, y ejecutan su rol en forma
eminente cuando participan en los Concilios, que pueden ser:
1) Particulares: a) provinciales -los obispos de la misma provincia eclesiástica- ó b)
plenarios –los obispos de la misma Conferencia Episcopal-
y 2) Ecuménicos: universales).
Conferencia Episcopal: Es una institución de carácter permanente, que consiste en la
asamblea de los obispos de una nación o territorio determinado, que ejercen unidos
algunas funciones pastorales respecto de los fieles de su territorio, para promover el
mayor bien que la Iglesia proporciona a los hombres, sobre todo mediante formas y
modos de apostolado convenientemente acomodados a las peculiares circunstancias de
tiempo y de lugar.
Los Doce apóstoles y Pedro. Jesús instituyó Doce mensajeros para preparar la llegada
del «Reino de Dios» en las doce tribus de Israel. Tras la muerte de Jesús, ellos
permanecieron en Jerusalén, esperando la conversión de los judíos y la llegada del
Reino; pero no llegó como esperaban, ni los judíos en conjunto se convirtieron, de
manera que perdieron su función. Pero mientras los Doce fracasaban, algunos cristianos
nuevos, llamados helenistas, empezaron a extender el evangelio a los gentiles de cultura
siria o griega; partiendo de ellos se extendió Iglesia a todo e Pedro, que había sido
compañero de Jesús, el primero de los Doce, aceptó y ratificó ese cambio, de manera
que la tradición ha podido presentarle como roca o fundamento de la iglesia universal
(cf. Mt 16, 17-19). En esa línea, los cristianos posteriores reinterpretaron (invirtieron)
la función de los Doce (ya desaparecidos), haciéndoles apóstoles universales l mundo.
Pues bien, el «cambio» de Pedro no es leyenda, sino historia esencial. Tras mantenerse
un tiempo en Jerusalén con los Doce, él se «convirtió» y asumió la misión universal, al
lado de Pablo (cf. Gal 2, 8). Dejó Jerusalén y fue primero a Siria (Antioquia: cf. Hech
12, 17 y Gal 2, 11) y después llegó a Roma donde vino también Pablo. Los dos
esperaban el Reino de Dios para todos los pueblos, pero fueron acusados de causar
disturbios y ejecutados. Roma era entonces signo de universalidad y tanto Pedro como
Pablo eran universalistas
Roma, una iglesia sin obispo-papa. Los fundadores de su iglesia no fueron Pedro o
Pablo, sino algunos judeo-cristianos helenistas que llegaron en época temprana,
ocasionando tumultos en tiempos de Claudio (el 49 d. C. Cf. Suetonio, Claudius 25;
Dion Casio, Historia 60, 6, 6). Más tarde, hacia el 60, llegaran Pablo y Pedro, que
misionaron y fueron condenados a muerte (hacia el 64), dejando el recuerdo de su vida
y obra. Por entonces la comunidad o comunidades tenían una administración
presbiteral, conforme al modelo de las sinagogas, donde un consejo de “notables”
(ancianos) dirigía la asamblea.
Los obispos de Roma pudieron presentarse como interlocutores ante la sociedad civil y
apelar a Pedro como a fundador y primer obispo. El Papa, obispo de Roma. En el
proceso anterior ha tenido una importancia esencial el obispo de Roma (llamado Papa,
padrecito), porque dirige la iglesia de capital del imperio y porque apela al recuerdo de
Pedro (interpretando jerárquicamente las palabras de Mt 16,17-19). A lo largo de todo
el primer milenio (como manda Hipólito, Tradición Apostólica), la iglesia de Roma
elegía a su Papa-obispo con la «participación de todo el pueblo», lo mismo que las
otras.

A.33.- DISTINGUIR LOSFUNDAMENTOS CENTRALES PRESENTES EN


DOCUMENTOS MAGISTERIALES SOBRE EL ATEISMO, EL
AGNOSTICISMO, EL SINCRETISMO Y LA INDIFERENCIA. (por ejemplo,
Gaudium, et Spes)
La palabra "ateísmo" designa realidades muy diversas. Unos niegan a Dios
expresamente. Otros afirman que nada puede decirse acerca de Dios. Los hay que
someten la cuestión teológica a un análisis metodológico tal, que reputa como inútil el
propio planteamiento de la cuestión. Muchos, rebasando indebidamente los límites
sobre esta base puramente científica o, por el contrario, rechazan sin excepción toda
verdad absoluta. Hay quienes exaltan tanto al hombre, que dejan sin contenido la fe en
Dios, ya que les interesa más, a lo que parece, la afirmación del hombre que la negación
de Dios. Hay quienes imaginan un Dios por ellos rechazado, que nada tiene que ver con
el Dios del Evangelio. Otros ni siquiera se plantean la cuestión de la existencia de Dios,
porque, al parecer, no sienten inquietud religiosa alguna y no perciben el motivo de
preocuparse por el hecho religiosos. Además, el ateísmo nace a veces como violenta
protesta contra la existencia del mal en el mundo o como adjudicación indebida del
carácter absoluto a ciertos bienes humanos que son considerados prácticamente como
sucedáneos de Dios. La misma civilización actual, no en sí misma, pero sí por su
sobrecarga de apego a la tierra, puede dificultar en grado notable el acceso del hombre
a Dios.
Quienes voluntariamente pretenden apartar de su corazón a Dios y soslayar las
cuestiones religiosas, desoyen el dictamen de su conciencia y, por tanto, no carecen de
culpa. Sin embargo, también los creyentes tienen en esto su parte de responsabilidad.
Porque el ateísmo, considerado en su total integridad, no es un fenómeno originario,
sino un fenómeno derivado de varias causas, entre las que se debe contar también la
reacción crítica contra las religiones, y, ciertamente en algunas zonas del mundo, sobre
todo contra la religión cristiana. Por lo cual, en esta génesis del ateísmo pueden tener
parte no pequeña los propios creyentes, en cuanto que, con el descuido de la educación
religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina, o incluso con los defectos de
su vida religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro
de Dios y de la religión.
El sincretismo de hoy es la consecuencia de aquel anhelo del hombre en búsqueda de
un sentido más alto, que en nuestra época contemporánea se refugia en formas confusas
porque no sólo la fe está en crisis, sino también la confianza en la capacidad del hombre
de conocer la verdad. La tarea de mostrar al hombre moderno que esta confianza puede
volverse a tener pertenece a los cristianos, quienes con su ejemplo y dedicación pueden
mostrar el esplendor de la verdad de la fe.
El sincretismo lleva de fondo la idea de que todos los credos tienen el mismo valor,
que una doctrina no tiene otro valor que aquel que le da el individuo o, al máximo, un
restringido grupo de personas. Por lo tanto, se termina eliminando cualquier posibilidad
de individuar el valor de cualquier concepción. Esto constituye claramente una amenaza
sobretodo para la posibilidad de un auténtico diálogo, pues termina por vaciar de
significado cada cosa y lanza a la humanidad al racionalismo del individuo replegado
sobre sí mismo.
El agnosticismo es una postura más intelectualmente honesta que la del ateísmo. El
ateísmo declara que Dios no existe – una posición improbable. El agnosticismo declara
que la existencia de Dios no puede ser probada o negada – que es imposible conocer si
Dios existe. En este concepto, el agnosticismo está en lo correcto. La existencia de Dios
no puede ser empíricamente probada o negada.
El agnosticismo está esencialmente indispuesto a hacer decisiones a favor o en contra
de la existencia de Dios. Es la última posición de “nadar entre dos aguas”. Los teístas
creen que Dios existe. Los ateos creen que Dios no existe. Los agnósticos creen que no
debemos ni creer ni negar la existencia de Dios – porque es imposible probar una u otra
cosa.
Por el bien del argumento, deshagámonos por un momento de las claras e innegables
evidencias de la existencia de Dios. Si ponemos las posturas del teísmo y el ateísmo a
la par del agnosticismo, al cual tiene más “sentido” creer – considerando la posibilidad
de la vida después de la muerte. Si Dios no existe, los teístas, ateos y agnósticos por
igual, simplemente dejan de existir cuando mueren. Si Dios existe, los ateos y
agnósticos tendrán a Alguien a quien responder cuando ellos mueran. Desde esta
perspectiva, definitivamente tiene más “sentido” ser un teísta que un ateo o agnóstico.

4.34.- Explicar el rol de la iglesia frente al ateísmo.


La Iglesia, fiel a Dios y fiel a los hombres, no puede dejar de reprobar con dolor, pero
con firmeza, como hasta ahora ha reprobado, esas perniciosas doctrinas y conductas,
que son contrarias a la razón y a la experiencia humana universal y privan al hombre
de su innata grandeza.
Quiere, sin embargo, conocer las causas de la negación de Dios que se esconden en la
mente del hombre ateo. Consciente de la gravedad de los problemas planteados por el
ateísmo y movida por el amor que siente a todos los hombres, la Iglesia juzga que los
motivos del ateísmo deben ser objeto de serio y más profundo examen.
La Iglesia afirma que el reconocimiento de Dios no se opone en modo alguno a la
dignidad humana, ya que esta dignidad tiene en el mismo Dios su fundamento y
perfección. Es Dios creador el que constituye al hombre inteligente y libre en la
sociedad. Y, sobre todo, el hombre es llamado, como hijo, a la unión con Dios y a la
participación de su felicidad. Enseña además la Iglesia que la esperanza escatológica
no merma la importancia de las tareas temporales, sino que más bien proporciona
nuevos motivos de apoyo para su ejercicio. Cuando, por el contrario, faltan ese
fundamento divino y esa esperanza de la vida eterna, la dignidad humana sufre lesiones
gravísimas -es lo que hoy con frecuencia sucede-, y los enigmas de la vida y de la
muerte, de la culpa y del dolor, quedan sin solucionar, llevando no raramente al hombre
a la desesperación.
Todo hombre resulta para sí mismo un problema no resuelto, percibido con cierta
obscuridad. Nadie en ciertos momentos, sobre todo en los acontecimientos más
importantes de la vida, puede huir del todo el interrogante referido. A este problema
sólo Dios da respuesta plena y totalmente cierta; Dios, que llama al hombre a
pensamientos más altos y a una búsqueda más humilde de la verdad.
La Iglesia, aunque rechaza en forma absoluta el ateísmo, reconoce sinceramente que
todos los hombres, creyentes y no creyentes, deben colaborar en la edificación de este
mundo, en el que viven en común. Esto no puede hacerse sin un prudente y sincero
diálogo. Lamenta, pues, la Iglesia la discriminación entre creyentes y no creyentes que
algunas autoridades políticas, negando los derechos fundamentales de la persona
humana, establecen injustamente. Pide para los creyentes libertad activa para que
puedan levantar en este mundo también un templo a Dios. E invita cortésmente a los
ateos a que consideren sin prejuicios el Evangelio de Cristo.
La Iglesia sabe perfectamente que su mensaje está de acuerdo con los deseos más
profundos del corazón humano cuando reivindica la dignidad de la vocación del
hombre, devolviendo la esperanza a quienes desesperan ya de sus destinos más altos.
Su mensaje, lejos de empequeñecer al hombre, difunde luz, vida y libertad para el
progreso humano. Lo único que puede llenar el corazón del hombre es aquello que “nos
hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”.

4.35.- Establecer las diferencias que distingue al catolicismo del agnosticismo.


El agnóstico es alguien para quien Dios -si existe- no tiene nada que ver con el
acontecer diario, sea la corrupción del gobierno, o la cuenta del supermercado y menos
con la crisis financiera. De ahí que el "agnóstico" tolera todas las creencias, pues
ninguna realmente tiene incidencia social.
Así el católico "agnóstico" vive cómodamente en la burbuja de la cultura dominante
que determina actitudes ajenas a los principios cristianos (aunque no comparta esa
"forma de pensar"), vive en ella como si fueran suyas sus actividades y creencias vitales.
El católico "agnóstico", sea laico o clérigo, entiende cuando se dice que la política no
es la respuesta última al problema del ser humano, pero actúa y promociona como si
ése fuera el único destino humano. No cree en los análisis sociales que parten de
supuestos materialistas, pero cuando se desea un examen de la realidad política,
inmediatamente se recurre a "expertos" secularistas o materialistas.
El católico "agnóstico" también habla de la solidaridad pero no ve cómo ella se
"encarna", por lo que vive pensando en que es el Estado el que debe ayudar a sus
empresas o dar empleo para sus hijos. El católico "agnóstico" habla y se golpea el pecho
contra el "consumismo" de la sociedad capitalista, pero no duda, llegado el momento,
en veranear cómodamente en playas de moda por su destape y precio. El católico
"agnóstico" es aquel, que cree en la Justicia y el deber de denunciar las injusticias, pero
que cuando se critica a obispos por encubrir casos de pedofilia, se exaltan diciendo que
eso es una conspiración de los enemigos de la Iglesia.
Benedicto XVI lo advirtió hace un tiempo: el "enemigo" de la Iglesia no está fuera de
la misma; sino dentro -es el pecado, la carencia de un juicio de lo que significa la
Presencia del Infinito entre nosotros- en la vida concreta. Es la tentación "agnóstica" de
hacer del hecho religioso algo irrelevante, mera abstracción, aunque, cuando conviene
y es "políticamente correcto". Pero la vida cristiana es una constante verificación
experiencial de que el Infinito realmente actúa en la vida, y hace feliz a los seres
humanos. Es que si no fuera así, ¿por qué ser, en última instancia, cristiano?

4.36.- Explicar las características o componentes del sincretismo que se alejan del
catolicismo.
Sincretismo. Se cae en sincretismo cuando a las fiestas cristianas, configurantes de la
cultura, se les añaden matices de otras religiones como buscando su fusión; es
sincretismo buscar, en la doctrina de otras religiones, una explicación al misterio
cristiano logrando el desconcierto más que la verdad.
El sincretismo, en sus mistificaciones frecuentemente indescifrables y poco
distinguibles y su múltiple variedad, en su mezcolanza de figuraciones religiosas, es
uno de los más vastos movimientos de carácter psico-cultural del mundo; surgido en
Oriente, fue exportado al Occidente con la expedición de Alejandro Magno en India y
luego nuevamente, como consecuencia de la difusión del Imperio Romano, se expandió
en las regiones de las antiguas civilizaciones orientales. En este proceso, que duró
siglos, las religiones populares, y también ciertas teorías filosóficas, se compenetraron
mutuamente; se realizó un intercambio de imágenes, nombres, figuras, mitos y procesos
de origen cósmico, relativos a la liberación del pecado y el otorgamiento de la gracia.
Todo fue fusionado e interpretado según su propio modo por personas cultas,
escépticas, pero hambrientas en el sentido religioso, o fue también materializado
vulgarmente por el pueblo supersticioso.
A través de los siglos la Iglesia ha respondido a las tentaciones del sincretismo con dos
instrumentos sumamente eficaces: la fidelidad al Evangelio y el conocimiento profundo
de las posiciones erróneas. Esto implica, respectivamente, la exigencia de conocer la
propia fe y de conocer la de los otros. Estos elementos constituyen dos instrumentos
preciosos para superar el comportamiento sincretista; la tradición los llama
“evangelización” y “diálogo”. Pero requieren de un ejercicio profundo de la fe y de la
inteligencia. Un ejemplo podría ser la figura de Ireneo de Lión, el cual, mostrando un
conocimiento profundo de las complejas doctrinas gnósticas, luchó en el siglo III contra
el gnosticismo, iluminando a la luz de la doctrina cristiana. Este comportamiento no
solamente ayuda a razonar sobre la verdad, sino que ayuda también a las personas que
buscan a Dios con corazón sincero a encontrar el camino correcto. Implica un esfuerzo
por traducir el lenguaje de la fe al lenguaje de aquellos que buscan a Dios, incluso por
caminos errados. Se trata en el fondo de enseñar a discernir, lo que constituye una labor
verdaderamente exigente.
El concepto contemporáneo de diálogo encuentra sus fundamentos en la noción de
“pacto social”, favoreciendo un “acuerdo” entre las partes para evitar la confrontación.
De aquí nace precisamente el concepto ilustrado de “tolerancia”. El concepto cristiano
de diálogo, en cambio, está estrechamente unido al de “salvación”. El diálogo comienza
con el testimonio de la fe unido a la evangelización, sobre la base de la búsqueda mutua
de la salvación. El sincretismo coloca el diálogo entre tradiciones en el plano del
acuerdo, implícito o explícito, entre las religiones. El verdadero diálogo, en cambio,
busca testimoniar el modo de vivir la vocación humana a la salvación, reconociendo en
el otro el mismo deseo de buscar a Dios y de recibir sus dones, sin renunciar a la propia
fe y sin llegar necesariamente a un acuerdo. Por ello el Magisterio insiste en la
importancia de la colaboración como fundamento para el diálogo: trabajando unidos
por causas como, por ejemplo, la justicia o la paz, los miembros de diversas religiones
ofrecen un testimonio de la propia fe, pero no renuncian a ella en pos de un acuerdo
entre religiones.
4.37.- Identificar el significado de los símbolos propios de cada sacramento.
1. LA CELEBRACIÓN DEL SACRAMENTO DEL BAUTISMO: El anuncio de la
Palabra de Dios, ilumina a los candidatos y a la asamblea y suscita la respuesta de fe.
El rito esencial es la TRIPLE INFUSIÓN del agua o inmersión en el agua, que significa
y realiza la muerte al pecado y la entrada en la vida de Cristo. La triple infusión del
agua va acompañada de las palabras del ministro: “yo te bautizo en el nombre del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo”. La UNCIÓN con el Santo Crisma, significa el don del
Espíritu Santo al nuevo bautizado. La VESTIDURA BLANCA simboliza que el
bautizado se ha revestido de Cristo. EL CIRIO significa que Cristo ha iluminado al
nuevo bautizado y desde ahora debe ser Luz del Mundo.
2. LA CONFIRMACION: Lo esencial en la celebración del sacramento es la
imposición de manos y la unción con el crisma mientras el ministro dice:”, recibe por
esta señal el don del Espíritu Santo.” La renovación de las promesas actualiza la
relación con el bautismo. La imposición de manos es un gesto frecuente en la Biblia,
que indica transmisión de algo. La unción con el crisma (aceite perfumado y consagrado
por el obispo), expresa impregnación del Espíritu de Cristo. Se hace al mismo tiempo
que se signa con la cruz, gesto que indica pertenencia a Cristo. IMPORTANCIA DE
LA CONFIRMACIÓN Hoy se concede gran importancia de la confirmación: Por lo
que significa el Espíritu Santo en la vida cristiana. Porque acentúa nuestro sentido de
Iglesia y el interés por el testimonio cristiano y la evangelización Porque se ve la
necesidad de una buena evangelización para que el joven reafirme su opción bautismal.
3. LA EUCARISTÍA: Entre los cristianos, esta expresión significó muy pronto la
celebración de eucaristía PAN Y VINO: Representan la comida en general. El pan es
el más grande de los dones. Fuente de fuerza, es símbolo de vida y resumen de todos
los dones recibidos de Dios. El vino es más principalmente símbolo del gozo interior y
de fiesta.
La imposición de las manos. En el Nuevo Testamento la acción e imponer sobre la
cabeza de uno las manos tiene significados distintos, según el contexto en el que se
sitúe. Ante todo puede ser la bendición que uno transmite a otro, invocando sobre él la
benevolencia de Dios. Así, Jesús imponía las manos sobre los niños, orando por ellos.
4. LA RECONCILIACION: EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA O
RECONCILIACION Está constituido por tres actos realizados por el penitente
arrepentimiento o dolor de los pecados confesión o manifestación de los pecados
reparación del mal hecho o penitencia Y por la absolución del sacerdote. EL
MINISTRO DE ESTE SACRAMENTO Los obispos y los presbíteros (sacerdotes)
tienen el poder de perdonar todos los pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo. El sacerdote está obligado a guardar secreto absoluto de la confesión
(sigilo sacramental) Así el sacerdote es signo e instrumento del amor misericordioso de
Dios: Buen Pastor Buen Samaritano Padre del hijo pródigo. EFECTOS DEL
SACRAMENTO DE LA PENITENCIA. Reconciliación con Dios por la cual se
recupera la gracia. Reconciliación con la Iglesia Perdón de la pena que merecen
nuestros pecados. Paz y consuelo espiritual Crecimiento de las fuerzas para luchar
contra el mal.LA CELEBRACIÓN DEL SACRAMENTO. Hay tres modos de celebrar
el sacramento La confesión individual, para un solo penitente (confesión íntegra de los
pecados graves; también se confiesan los menos graves) En forma comunitaria con
confesión y absolución individual Excepcionalmente: la absolución general sin
confesión individual. 13 LA RECONCILIACIÓN TIENE CARÁCTER FESTIVO Es
un reencuentro con Cristo y con el Padre. Tiene dimensión eclesial: interesa a toda la
Iglesia.
5. LA UNCION DE ENFERMOS LA CELEBRACIÓN DELSACRAMENTO
Puede realizarse para uno o varios enfermos y en cualquier lugar. Después de la Liturgia
de la Palabra se llega al momento central en que el ministro: Impone las manos (en
silencio). Bendice el óleo u oración de acción de gracias. Unge con el óleo la frente y
manos del enfermo, diciendo:
SIMBOLISMO: Por esta Santa Unción y por su bondadosa misericordia, te ayude el
Señor con la gracia del Espíritu Santo. R / Amén. Para que libre de tus pecados, te
conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad. R / Amén LA IMPOSICIÓN DE
MANOS significa protección, bendición de Dios, transmisión de gracia. La UNCION
(es higiénica y vigorizante): simboliza la salud y robustecimiento del espíritu y del
cuerpo 8 EFECTOS DE LA CELEBRACIÓN DE ESTE SACRAMENTO. Un don
particular del E. S. que da consuelo, paz, ánimo y renueva la confianza en Dios ante la
enfermedad. Perdona los pecados Unión del enfermo a la Pasión de Cristo, para su bien
y el de toda la Iglesia. La preparación para el paso a la vida eterna. El restablecimiento
de la salud corporal, si es voluntad de Dios.
6. EL ORDEN SACERDOTAL LA CELEBRACIÓN DEL SACRAMENTO El
sacramento del orden es conferido por la IMPOSICIÓN DE LAS MANOS, seguida de
una oración consagratoria solemne que pide a Dios para el ordenado las gracias del
Espíritu Santo requeridas para su ministerio. Corresponde a los obispos conferir el
sacramento del orden en los tres grados. Distinción entre ordenación LEGAL Y
VÁLIDA
7. EL MATRIMONIO EL MATRIMONIO EN EL SEÑOR. Anuncio de que en
adelante el matrimonio será un signo eficaz de la presencia de Cristo (un sacramento).
Jesús nos enseñó que el amor del hombre y la mujer es indisoluble. Lo que Dios unió
que no lo separe el hombre (Mt 19, 6) San Pablo afirma: maridos amad a vuestras
mujeres como Cristo amó a su Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla.
(Ef. 5,) Es la imagen del amor de Cristo por su Iglesia. LA CELEBRACIÓN DEL
SACRAMENTO. El ministro del sacramento son los mismos esposos que se confieren
a sí mismos el sacramento, expresando ante la Iglesia su consentimiento. Lo esencial
del sacramento es la mutua entrega o consentimiento. El consentimiento debe ser un
acto de voluntad libre de violencia, coacción o temor grave y no debe estar impedido
por la ley natural o eclesiástica. La presencia del ministro de la Iglesia, expresa
visiblemente que el matrimonio es una realidad eclesial.
4.38.- Explicar el sentido de los sacramentos: bautismo, confirmación, eucaristía,
orden, matrimonio, unción, reconciliación.
1.SIGNIFICADO DEL BAUTISMO Bautizar significa: SUMERGIR,
INTRODUCIR DENTRO DEL AGUA, INMERSIÓN El agua simboliza sumergir al
catecúmeno en la muerte de Cristo, de donde sale resucitado con El. Es un baño de
regeneración de renovación del Espíritu Santo. Es el nacimiento en el agua y en el
Espíritu. El agua limpia y es condición de fertilidad. El bautismo cristiano expresa
limpieza de pecado y la nueva vida en el Espíritu.
2. LA CONFIRMACION 1 - CRECER Y MADURAR Como todos los seres vivos,
debemos crecer y madurar también en nuestra vida cristiana. El Espíritu de Dios viene
a nuestro encuentro con tal finalidad. Entre el bautismo y la confirmación se da una
relación que podemos comparar a los efectos de Pascua y Pentecostés en los Apóstoles.
2 - LA CONFIRMACIÓN ES EL SACRAMENTO DEL ESPÍRITU SANTO.
Podemos definirlo así: Es un sacramento de la iniciación cristiana, que nos infunde el
E. S. como a los discípulos en Pentecostés, con el fin de hacernos más semejantes a
Cristo y fortalecernos para el testimonio cristiano y para edificar la Iglesia.
3. LA EUCARISTÍA: ES EL CENTRO DE LA VIDA DE LA IGLESIA. Es su
principal celebración o fiesta. Es la culminación de la iniciación cristiana. Es el centro
de los demás sacramentos Es su gran fiesta y su asamblea central 2 DIMENSIONES
DE LA EUCARISTÍA La eucaristía abarca distintos aspectos: Nueva Pascua Memorial
Sacrificio Acción de gracias- alabanza Convite 3 - LA PASCUA JUDÍA Y LA NUEVA
PASCUA CRISTIANA La Pascua judía era el memorial de cuanto Dios había hecho
por su pueblo (liberación) esperanza de destino feliz Ex 12, 42 ; Dt 6, La nueva Pascua
transforma la pascua judía. En ella instituyó Jesús la Eucaristía. La misa o Eucaristía es
la Nueva Pascua y el memorial del ministerio salvador; es decir: hace presente para
nosotros al Señor en su ministerio pascual. 4 - QUÉ ES MEMORIAL? Memorial no es
un simple recuerdo. En la celebración de la Iglesia, lo recordado se hace de nuevo
presente porque Cristo sigue vivo. Cristo permanece en las especies consagradas,
verdadera y realmente presente. Mc 14, Mc 14, 22 Lc 22, 15 1Co 11, Jn 13,1 5 LA
MISA ES SACRIFICIO Jesús da su cuerpo entregado y su sangre derramada por
nosotros. La celebración eucarística no es repetición del sacrificio de Jesús, sino nueva
presencia del mismo. Ex. 24, 8 sangre (símbolo de alianza) Jr 31, 31 Alianza nueva Lc
22, 20 Nueva alianza sellada con mi sangre. 6 EUCARISTÍA SIGNIFICA
ALABANZA Y ACCIÓN DE GRACIAS. Jesús instituyó su memorial alabando al
Padre. Especialmente, la parte central de la misa, llamada Plegaria Eucarística, es una
alabanza y acción de gracias a Dios por lo que es y por las maravillas de la creación y
de la redención.
LA MISA ES TAMBIÉN CONVITE Cristo instituyó su memorial en una cena y en
forma de comida: Tomad y comed; tomad y bebed. Se trata de una comida festiva que
nos ofrece el Señor Comer juntos es expresión de unión o comunión con el Señor y con
el prójimo.
4. LA RECONCILIACION 1- SOMOS LIBRES Podemos elegir entre el bien y el
mal, y así lo hacemos. Todos obramos mal algunas veces. Somos PECADORES. 2 EL
PECADO El pecado es, ante todo, ofensa a Dios, ruptura de la comunión con El. Al
mismo tiempo atenta contra la fraternidad de los hermanos y de la Iglesia. 3 DIOS AMA
SIEMPRE Acoge al pecador, lo espera y perdona si vuelve a El. Mc 2, 7 y 10 sólo Dios
perdona los pecados Mc 2, 5 tus pecados están perdonados Lc 7, 48 Lc 15, Hijo pródigo.
4 JESÚS BUSCA AL PECADOR Y PERDONA Jesús llama a la conversión para que
el pecador se arrepienta y viva Podía perdonar el pecado y lo perdonaba. Jn 8, a la
adúltera Lc 19, 10 a Zaqueo Lc 23, 43 al Buen Ladrón. JESÚS DA EL PODER DE
PERDONAR A LOS APÓSTOLES Los apóstoles reciben de Jesús el poder de
perdonar los pecados, así les da autoridad de reconciliar a los pecadores con Dios y con
la Iglesia. Jn 20, 23 A quienes perdonéis los pecados... Mt 16, 19 A ti te daré las llaves...
2Co 5, 18 Nos confío el misterio de la reconciliación EL SACRAMENTO DE LA
PENITENCIA La Iglesia ejerce esa misión recibida del Señor, sobre todo en el
sacramento de la Penitencia, también llamado de la conversión, de la confesión o de la
reconciliación.
5. LA UNCION DE ENFERMOS 1 EL ENFERMO ANTE DIOS El enfermo se
encuentra en una situación crítica. La enfermedad puede conducir a la angustia, a la
desesperación y a la rebelión contra Dios. Pero con frecuencia, la enfermedad empuja
a la búsqueda de Dios, es un retorno a El. En el A. T., el creyente vive la enfermedad
de cara a Dios. o Se lamenta de su enfermedad ( Sal. 38) o Implora la curación (Sal.
6,3) o Ver: Ex 15, 26. Soy yo el que te sana. o Is 33, 24 2 JESÚS Y LOS ENFERMOS
La compasión de Jesús ante los enfermos y sus numerosas curaciones son un signo de
que Dios ha visitado a su pueblo; y de que el Reino de Dios está cerca o Ver: Mt 4, 23
o Lc 7, 16 Es el médico que los enfermos necesitan o Ver: (Mc 2, 17) Se identifica con
los enfermos o Ver: (Mt 25, 36) Los enfermos tratan de tocarlo o Ver: (Mc 1, 41; 3, 10;
6, 56; Lc 6, 19) Hace suya nuestras miserias o Ver: (Mt 8, 17) 4 SANAD A LOS
ENFERMOS Jesús manda a sus discípulos sanar a los enfermos. o Ver: (Mt 10, 7-8)
(Mc 6, 13) (Mc 16, 17-18) La tradición reconoce en la carta de Santiago el uso de este
sacramento: la unción de enfermos. o Ver: (St 5, 14-15) 5 EL SACRAMENTO DE
LOS ENFERMOS La unción de enfermos no es un sacramento sólo para aquellos que
están a puntos de morir, sino para cualquiera que empieza a estar en peligro de muerte
por enfermedad o vejez. El sacramento se puede repetir. El ministro es el sacerdote
(Obispo o Presbítero). Está destinado a bien vivir la situación de enfermedad, más que
a bien morir.
6. EL ORDEN SACERDOTAL: SACRAMENTOS AL SERVICIO DE LA
COMUNIDAD ECLESIAL. Todos los sacramentos tienen una dimensión comunitaria
y social. El orden y el matrimonio, destinados al incremento y cuidado de la comunidad
eclesial, son los sacramentos dirigidos al servicio de esta comunidad. 2 EL
SACERDOCIO CRISTIANO El sacerdocio consiste en la capacidad de dirigirse a Dios
para ofrecerle sacrificios y para alabarle o pedirle, en la seguridad de ser acogido. Cristo
es el único sacerdote por naturaleza: por ser Hijo de Dios, se comunica directamente
con el Padre. 16 o La Liturgia: administran el bautismo, distribuyen la Eucaristía,
presiden matrimonios, funerales... o La Caridad: dirigen tareas de caridad y
administración. EFECTOS DEL SACRAMENTO DEL ORDEN El carácter indeleble:
o Por la ordenación recibe el poder de actuar como representante de Cristo. o La misión
y capacidad recibida en el día de su ordenación lo marcan de manera permanente =
carácter indeleble. La gracia del Espíritu Santo. o Así el sacerdote u obispo es
configurado con Cristo: sacerdote, maestro y Pastor. Actúan en nombre de Cristo. Les
da fortaleza para anunciar el Evangelio, guiar y defender a su pueblo y cumplir sus
obligaciones de estado. o Aún siendo indigno el presbítero, el poder de Dios se ejerce
a través suyo. 9 - QUIÉN PUEDE RECIBIR ESTE SACRAMENTO? La Iglesia
católica confiere el sacramento del orden a los varones bautizados, con preparación y
actitudes reconocidas por la autoridad de la Iglesia. La Iglesia latina exige el celibato
para recibir este sacramento y la promesa de guardarlo.
7. EL MATRIMONIO 1 ORIGEN DEL MATRIMONIO. El matrimonio brota de la
misma naturaleza humana. La Sagrada Escritura afirma que el hombre y la mujer fueron
creados el uno para el otro. Gn 2, se une el hombre a su mujer y se hacen una sola carne.
La unión del hombre y la mujer debe abarcar: el amor sexual, la amistad y la caridad. 2
EL MATRIMONIO BAJO LA ESCLAVITUD DEL PECADO En todo tiempo, la
unión del hombre y la mujer vive amenazada por la discordia, el espíritu de dominio,
la infidelidad, los celos y conflictos que pueden conducir al odio y la ruptura. 3 EL
MATRIMONIO HACE MADURAR EL AMOR Tras la caída, el matrimonio ayuda a
vencer el repliegue sobre sí mismo, el egoísmo, la búsqueda del propio placer, y a
abrirse al otro, a la ayuda mutua, al don de sí. 4 VALORACIÓN DEL MATRIMONIO
en la SAGRADA ESCRITURA. El matrimonio es la imagen del amor de Dios y el
hombre, o la Alianza de Dios y su pueblo con amor exclusivo y fiel. Los libros de Rut
y Tobías dan testimonios conmovedores de la fidelidad y ternura de los esposos. El
cantar de los Cantares expresa maravillosamente el amor humano, puro reflejo del amor
de Dios.(Ct 8, 6-7) La Iglesia ve en el episodio de las Bodas de Caná, la bendición del
matrimonio por Jesús y el origen de este sacramento.
EFECTOS DEL SACRAMENTO del MATRIMONIO La unidad, la indisolubilidad y
la apertura a la fecundidad son esenciales al matrimonio. La poligamia es incompatible
con la unidad del matrimonio. El divorcio separa lo que Dios ha unido. El rechazo a la
fecundidad priva a la vida conyugal de su don más excelso, el hijo /a. IGLESIA
DOMÉSTICA El hogar cristiano es el lugar en que los hijos reciben el primer anuncio
de la fe. Por eso la casa familiar es llamada justamente Iglesia doméstica, comunidad
de gracia y de oración, escuela de virtudes humanas y de caridad cristiana. TEMAS DE
INTERÉS (para hablar y dialogar) Separación Nulidad Matrimonios mixtos Noviazgo
Preparación para el matrimonio La poligamia La infidelidad El divorcio (según las
leyes civiles) Problemas sexuales. Planificación familiar...

4.39.- Identificar la materia, forma, ministros, sujetos y efectos de los sacramentos,


relacionándolos con el sentido simbólico que tiene cada uno de estos elementos.
Signo: Materia y Forma: Dios – que conoce la naturaleza humana – quizo comunicar
su gracia de manera sensible para que al hombre le fuera más fácil entender. También
Jesucristo quiso utilizar signos sensibles que demostraran la acción invisible del
Espíritu Santo, utilizando elementos materiales y comunes a la vida diaria de los
hombres.
Estos elementos materiales no fueron escogidos arbitrariamente, sino que llevan el
significado de lo que desean obtener sobrenaturalmente y que unidos a unas palabras
se lograra un efecto santificador. Ejemplo: el agua nos hace pensar en limpieza. En el
Bautismo se utiliza el agua como señal de toda mancha de pecado que pudiera existir
en el alma y que impide la santificación.
Estos signos son algo que implican un significado que demuestra otra cosa – la gracia
-, al ser sensibles, se perciben por los sentidos. Existe una diferencia entre “signo” y
“símbolo”. “Signo” es algo qué “está ocurriendo” en ese momento, existe una relación
natural. La sonrisa de una persona, es signo de una alegría interior. El "símbolo” es algo
que representa otra cosa. Aquí la relación es convencional. La bandera es un símbolo
de un país, pero no es el país.
A estos elementos materiales los denominamos “materia” y las palabras que la
acompañan son la “forma”. La materia y la forma son elementos constitutivos de los
sacramentos y son la esencia misma de cada uno de ellos. Ambas son inseparables,
significan una sola acción. Si falta la forma, no hay sacramento, si falta la materia,
tampoco. La Iglesia, en su calidad de custodia de estos medios de salvación, no puede
variar la esencia misma, solamente puede cambiar el rito . (Cfr. Ef. 5, 26; Hechos 6, 6;
Sant. 5, 14).
La Materia es la “cosa sensible” ”lo que se realiza” que se emplea cuando se
administran y que se percibe a través de los sentidos. Por ejemplo el agua en el
Bautismo, el pan y el vino en la Eucaristía. Esa cosa sensible y unida a la forma es
“signo” de otra cosa, la “gracia”.
La Forma son las palabras que se pronuncian, guardan una relación con la materia y
ambas le dan sentido completo a la acción, que allí se está llevando a cabo. Ejemplo de
palabras: “Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”, dichas
mientras se derrama el agua sobre el bautizado.
LOS SACRAMENTOS 1 SIGNOS Y SÍMBOLOS El signo hace relación a una cosa.
Ej.: Una señal de tráfico stop, que significa pararse. El símbolo, además, de alguna
manera lo contiene. Ej.: Un anillo hace relación a una alianza. 2 - QUÉ SON LOS
SACRAMENTOS? LOS SACRAMENTOS son SIGNOS SENSIBLES Y EFICACES
instituidos por Jesucristo para darnos la gracia. o Son signos convencionales (por
voluntad de Cristo y de la Iglesia) pero en ellos la materia y el gesto están muy
relacionadas con el efecto propio. o Son sensibles porque se perciben por los sentidos.
o Son eficaces porque producen lo que significan. 3 CRISTO, SACRAMENTO
ORIGINAL Y AUTOR DE LOS SACRAMENTOS Cristo es el sacramento original:
en su ser humano expresa y comunica a Dios. De él proceden todos los demás
sacramentos. Cristo durante su vida: o al realizar milagros empleó gestos que venían
como a preparar los sacramentos; o concretó algunos sacramentos. o reunió una
comunidad de discípulos que había de continuar su obra. Él es el autor de todos los
sacramentos
LA IGLESIA, SACRAMENTO UNIVERSAL DE SALVACIÓN La Iglesia es
sacramento de Cristo: es comunicación sensible de la salvación de Dios. En sus
acciones sacramentales Cristo está presente y actúa. A través de ella Dios sigue
llamando a los hombres. Esta sacramentalidad general de la Iglesia se concreta
particularmente en los siete sacramentos. También las demás celebraciones de la
Iglesia, el anuncio de la Palabra y las obras de caridad, son sacramentales en sentido
más general.
LOS SACRAMENTOS Los sacramentos son siete: Bautismo, Confirmación,
Eucaristía, Penitencia, Unción de enfermos, Orden sacerdotal y Matrimonio.
Corresponden a siete momentos o circunstancias de la vida que son como los ejes de la
existencia. La iniciación cristiana se realiza mediante el conjunto de tres sacramentos:
el Bautismo, que es el comienzo de la vida nueva; la Confirmación, que es su
afianzamiento; y la Eucaristía, que alimenta al discípulo con el Cuerpo y la Sangre de
Cristo para ser transformado en El. 6 LOS SACRAMENTOS SON ENCUENTROS
CON CRISTO Los sacramentos son encuentros con el Señor glorioso. Lo que hacía en
forma visible durante su vida terrena, lo realiza ahora en los sacramentos a través de la
Iglesia.
¿PARA QUÉ SIRVEN LOS SACRAMENTOS? Los sacramentos están relación a: la
santificación de los hombres, la edificación de la Iglesia, dar culto y gloria a Dios. No
sólo suponen la fe, sino que a la vez la alimentan, la fortalecen y la expresan por medio
de palabras y acciones. Los sacramentos existen para nuestra salvación. Esta salvación
se identifica con la glorificación de Dios: uniéndonos a Él por el amor, compartimos su
felicidad. 10 LOS SACRAMENTOS SON FIESTAS. En las fiestas celebramos las
maravillas obrados por Dios y el sentido profundo de nuestra vida, que tiene un sentido
feliz. El centro de la fiesta cristiana es al Pascua, en la que Cristo nos muestra y nos da
la vida definitiva. Los sacramentos deben ser celebrados festivamente; hechos por
fuerza, ni se entienden, ni se viven. La celebración festiva y eclesial pide que se haga
en comunidad. Los sacramentos no se viven sólo en un momento. En ese momento se
celebra el encuentro, que debe irse realizando desde antes y que compromete para
seguir viviéndolo después. SACRAMENTO ASPECTO COMUNITARIO ASPECTO
PERSONAL BAUTISMO Se empieza a pertenecer a la gran familia de los Hijos de
Dios que es la Iglesia. CONFIRMACIÓN EUCARISTÍA PENITENCIA UNCIÓN DE
ENFERMOS ORDEN SACERDOTAL MATRIMONIO Mayor participación en la
misión de la Iglesia: anunciar el evangelio con la palabra y la vida. Se celebra y
actualiza la Pascua del Señor resucitado y su presencia real en medio de los hombres,
y se reafirma la comunión. Celebración de la conversión y reconciliación de los
hombres con Dios y con la comunidad. Se celebra, unidos en comunidad, la esperanza
cristiana ante la enfermedad grave de un enfermo. Consagración de algunos cristianos
al servicio de la comunidad para la predicación, celebración de la eucaristía y otros
sacramentos. Es signo o símbolo del amor de Cristo a su Iglesia. 3 Nacimiento a la
nueva vida de Dios en el nombre del P. H., E. S., libre de todo pecado Envío personal
a participar en la misión de la Iglesia. Alimenta la vida de fe de cada cristiano.
Celebración de la conversión y reconciliación de cada cristiano con Dios y con la
comunidad. El enfermo creyente anuncia su fe en Jesús resucitado desde la situación
de enfermedad. Consagración de algunos cristianos a Cristo y a su misión. Se celebra
el amor y la unión conyugal de un hombre y una mujer.
El sacerdocio ministerial, que se recibe en el sacramento del orden. 3 EL
SACRAMENTO DEL ORDEN El Orden es el sacramento, gracias al cual, la misión
confiada por Cristo a sus Apóstoles sigue siendo ejercida en la Iglesia hasta el final de
los tiempos. El obispado Comprende tres grados: El presbiterado El diaconado Los
ministros ordenados son personas elegidas por Dios para el servicio eclesial, como
eligió a los Apóstoles. o Lc 6, escogió a doce de ellos o Jn 15, 16 soy yo quien os ha
elegido o Lc 10, 16 quien a vosotros escucha 4 LOS OBISPOS El obispo recibe en
plenitud el sacramento del Orden que lo incorpora al colegio episcopal y hace de él la
cabeza visible de la Iglesia particular que le es confiada. En cuanto sucesores de los
Apóstoles, participan de la responsabilidad apostólica y en la misión de toda la Iglesia
bajo la autoridad del Papa, sucesor de Pedro. Sus funciones principales son las de:
santificación, enseñanza, culto y gobierno 5 LOS PRESBÍTEROS Los presbíteros o
sacerdotes están unidos a los obispos en la dignidad sacerdotal; son sus inmediatos
colaboradores y participan de sus mismas funciones: o Enseñanza: anuncian la palabra
de Dios o Culto: celebran la eucaristía y otros sacramentos o Gobierno, en su parroquia,
dependiendo del obispo. 6 LOS DIÁCONADOS Son ministros ordenados para la tarea
de servicio a la Iglesia. No han recibido el sacerdocio ministerial, pero su ordenación
les confiere funciones importantes en: o La Palabra: leen la Sagrada Escritura e
instruyen.

4.40.- Distinguir los dones propios que otorga cada sacramento en la vida del
cristiano.
El Papa fue enfático al decir que “el bautismo es un don del Espíritu Santo que nos da
la fuerza para combatir el mal”. “Esto se simboliza en el gesto de la unción- añadió -,
que evoca a los atletas que ungían su cuerpo para tonificar los músculos y para evitar
ser presa fácil de los adversarios. El óleo bendecido por el obispo, nos asegura la fuerza
del Resucitado y la cercanía de la Iglesia en este combate. El bautismo “no es una
fórmula mágica”, sino que como don del Espíritu Santo “habilita a quien lo recibe a
luchar contra el espíritu del mal”. “Sabemos por experiencia que la vida cristiana está
siempre sujeta a la tentación de separarse de Dios, de su voluntad, de la comunión con
Él, para recaer en los lazos de las seducciones mundanas”, agregó, recordando que
“Dios mandó a su Hijo al mundo para destruir el poder de satanás” (...)n Pablo: «Todo
lo puedo en aquel que me conforta»”.
En la Confirmación se nos dan de forma específica los 7 dones del Espíritu Santo. Ese
día los recibimos en su plenitud y desde ese momento en adelante ya los poseemos y
podemos pedir a Dios que nos ayude a vivirlos siempre. Estos dones son los siguientes:
Sabiduría: Es el don de ver la realidad con los ojos de Dios De valorar los
acontecimientos que vivimos desde la mirada del amor de Dios.
Entendimiento: Nos ayuda a comprender mejor las cosas de Dios, nos ilumina para
entender su misterio, Su Palabra y Su obra. Nos abre la inteligencia hacia las realidades
espirituales, que sobrepasan la sola razón. Nos ayuda a crecer en la Fe de la Iglesia.
Consejo: Este don nos permite discernir los caminos de Dios. Nos ayuda a conocer lo
que realmente conviene para nuestro crecimiento personal y el de nuestros hermanos.
Nos permite tener la claridad suficiente tomar las decisiones adecuadas según el Plan
de Dios.
Fortaleza: Nos da la fortaleza y firmeza que necesitamos para perseverar en nuestra
vida cristiana y afrontar con valentía las dificultades de la vida cotidiana. Nos hace
fieles hasta la muerte, incluso hasta dar la vida por la fe. Se arraiga en una profunda
confianza en el Padre, con la certeza de que nunca nos abandona.
Ciencia: Nos ayuda a descubrir y conocer a Dios a través de la belleza de su creación,
buscando en las realidades terrenas las huellas del Amor de Dios, en donde todo
encuentra su sentido.
Piedad: Nos despierta un amor de hijos hacia Dios, nos abre a su ternura, nos da la
capacidad de dirigirnos a él con toda confianza y sencillez de corazón, a tener una
amistad íntima con Él. Despierta en nosotros el deseo de amarlo con toda nuestra alma,
con todo nuestro corazón y con todas nuestras fuerzas, lo cual se refleja en el esfuerzo
por vivir de manera coherente con el Evangelio.
Temor de Dios: No tiene nada que ver con temer un castigo de Dios, sino más bien nos
invita a tener respeto a Dios y su Plan de Amor. Nos enseña a escuchar y acoger esa
Voz de Dios que resuena en el sagrario de nuestras conciencias. Este don nos hace
recordar que somos pequeños ante Dios y a reverenciarnos ante su grandeza. Es el temor
de estar lejos de Dios y de su salvación.

4.41.- Explicar el sentido de las fiestas religiosas desde su valor comunitario y


rememorativo.
Gran parte de las fiestas que celebramos (el día de los files difuntos y todos los santos,
la Navidad, san Valentín, la Pascua, la Semana Santa…) tienen un claro origen
religioso. Cuando, hace años, muchos pueblos entraron en contacto con el cristianismo,
tomaron conciencia de la verdad y significado que estaba detrás de cada
conmemoración de esta religión.
Con esa convicción, el hombre de distintas épocas fue buscando una salida de expresión
para manifestar esa riqueza. Lo hizo y lo ha seguido haciendo a través de la literatura,
la danza, la pintura, la escultura, la música, la arquitectura, etc. Fue así como nació y
se desarrolló, con los matices geográficos, lingüísticos e históricos particulares de cada
pueblo, la cultura cristiana que llega hasta nuestros días.
Hoy por hoy somos testigos del vacío de significados al que se está sometiendo nuestra
cultura cuando, directa o indirectamente, se tergiversan y confunden las fiestas
religiosas añadiéndoles elementos del todo ajenos o suprimiendo la realidad última que
conmemoran.
Y podría parecer un detalle sin importancia pero tan grave es que podemos llegar a
perder la propia conciencia histórica y la identidad cultural como pueblo (algo así como
perder la memoria en medio de un mar de personas a las que les ha sucedido lo mismo;
y así, cómo responder al para dónde vamos y de dónde venimos).
La cultura es el conjunto de las manifestaciones en que se expresa la vida tradicional
de un pueblo. Parte de esas manifestaciones son las fiestas religiosas. Ante la cultura
sólo caben dos posturas: la de los que van contra ella o la de los que la promueven.
Se va contra la cultura cuando se cae en laicismo, reduccionismo, sincretismo o
consumismo.
Gracias al factor religioso católico nuestra cultura no es cualquier “cultura” sino una
cultura rica y madura gracias precisamente a ese elemento. Por el legado cristiano la
esclavitud desapareció, la moral llegó a la vida de todos los seres humanos, la mujer
fue dignificada y se salvó la herencia clásica; bajo el cobijo del papado nacieron las
universidades, se desarrolló la doctrina de los derechos humanos, se pusieron las bases
de la democracia moderna y se aportaron importantes avances en materia científica,
filosófica, teológica y de muchas otras ciencias y artes.
La Navidad, por ejemplo, es el acontecimiento que cambió la historia y eso es
innegable. No hay ningún otro evento que de tal modo lo haya hecho. Tan es así que a
partir del nacimiento de Jesucristo (si bien hay algunas imprecisiones al momento de
determinar el tiempo exacto del natalicio) contamos los años.
Conocer los orígenes no es sólo ir a la búsqueda histórica de los inicios festivos de las
celebraciones sino indagar en todo lo que conllevan de significados. Profundizar en
ellos es tratar de “penetrar” el misterio de la relación de Dios con los hombres, su amor
por cada ser humano, su encarnación, vida, muerte y resurrección, hasta convertir la
búsqueda en oración.
Defenderla es reconocer lo mucho que de bueno hay en ella, es valorar lo que ha hecho
por el progreso de la humanidad; transmitirla es procurar que muchas generaciones más
la conozca pero con la debida pureza, sin manchas, íntegra. Y para eso no debemos
permitir que las fiestas religiosas, vehículos de la cultura, sean adulteradas.
Tampoco podemos permitir que se invoque la aconfesionalidad del Estado para que
sean sofocadas. Si el Estado no tiene religión propia es porque tiene el deber de proteger
a todas las religiones, empezando por la mayoritaria, que libremente quieren profesar y
vivir sus ciudadanos. La obligación del Estado aconfesional es respetar y apoyar las
manifestaciones religiosas de los ciudadanos; más todavía cuando esas manifestaciones
no atentan contra la dignidad humana sino que la ayudan y hacen al hombre ser más
hombre.
Si de verdad queremos defender la cultura, debemos velar para que las fiestas religiosas
no se transformen en ocasiones para el consumo sin más; en “fiestas comerciales”.
Permitirlo sería renunciar al legado cultural que llevan consigo.
No se puede dejar vaciar de contenido a las fiestas religiosas porque son parte
constitutiva de la cultura. Permitirlo, hacerlo, es el primer paso para enterrar a la
sociedad. Sin cultura, sin nuestra cultura, no somos nada.

4.42.- Explicar el sentido de la oración personal y la comunitaria (relacionarlas y


explicar sus diferencias y puntos de encuentro).
Los cristianos, a ejemplo de Jesús y de sus discípulos, entienden que la oración es un
encuentro con Dios. Ningún signo sacramental ni práctica de piedad tienen sentido sin
el espíritu de oración, que equivalente a vivir en la presencia de Dios que habla y oye,
que ama y pide ser amado.
La oración es la respuesta del hombre a Dios, a quien mira con la fe cerca en cuanto
lo considera Señor del Universo. Pero, para el cristiano es el diálogo amoroso con el
Padre que está en los cielos, tal como Jesús nos lo enseñó.
El Catecismo de la Iglesia Católica indica con referencias patrísticas lo que se
entiende por oración: "La oración es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios
de bienes convenientes"
La Iglesia siempre ha insistido en la necesidad de diversas formas de oración. Es
clásica la diferencia entre la oración personal y la comunitaria, cuya forma mejor es la
litúrgica. Pero el encuentro en la intimidad con Dios es necesario para llegar a la
experiencia de la oración. Sin la oración personal, la litúrgica se hace palabrería. Sin la
litúrgica la personal es afectividad vacía. Con ambas armonizadas nos acercamos a
Dios.
En la oración personal se habla con Dios como en la conversación que se tiene con un
amigo, sabiéndolo presente, siempre atento a lo que decimos, oyéndonos y contestando.
Es en esta conversación íntima, como la que ahora intentamos mantener con Dios,
donde abrimos nuestra alma al Señor, para adorar, dar gracias, pedirle ayuda, para
profundizar –como los apóstoles– en las enseñanzas divinas.

Comunitaria o compartida: Es la que hacemos en compañía de los otros creyentes y


elevamos al Señor de manera grupal y solidaria. Se elevan plegarias y sentimientos al
Señor, pero con la participación de otros. Significa la unión con el Señor que se hace
presente en la comunidad que le dirige sus plegarias y se pone en actitud de escuchar
de forma solidaria y compartida. Es decir, ya no se establece una relación lineal entre
el yo y Dios, sino entre el nosotros y el Padre, pero teniendo en medio a Jesús. En esto
supera la oración comunitaria a la individual.
Esta oración es imprescindible en todo grupo de creyentes que se relaciona entre sí a la
luz de la fe, o por el vivir sólo o por el actuar apostólicamente conjuntados por el amor
a Dios. Es la oración la fuerza aglutinadora de cada grupo y el bálsamo alivia fatigas y
el fuego que contagia anhelos.
La oración personal y comunitaria: es el lugar donde el discípulo, alimentado por la
Palabra y la Eucaristía, cultiva una relación de profunda amistad con Jesucristo y
procura asumir la voluntad del Padre. La oración diaria es un signo del primado de la
gracia en el itinerario del discípulo misionero. Por eso “es necesario aprender a orar,
volviendo siempre de nuevo a aprender este arte de los labios del Maestro”.
En primer lugrar, muchos pueden preguntarse qué diferencia hay entre la oración que
se hace por ejemplo en la Santa Misa y la que hacemos solos frente al Sagrario o en
nuestra casa, esto es la diferencia entre la oración privada y la pública. Explicaremos la
primera:
Algunos recordarán que Jesucristo nos dijo “…cuando vayas a orar, entra en tu
aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu
Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. ” Mt 6,6 Esta es una oración privada,
personal en la que solamente estamos a solas con Dios. Esta oración es fundamental,
verdaderamente el pilar de la vida interior. Con ella nos acercamos a Dios y nos
dirigimos a Él que es persona. Dios, nuestro Padre en el cielo está siempre presente y
lo puede todo (es omnipotente y omnipresente), y cuando Jesús nos indica que vayamos
a nuestro aposento y cerremos la puerta para orar privadamente, es porque Dios quiere
vernos a solas, como una Padre se sienta a hablar cariñosamente con su hijo sobre las
cosas más privadas, más trascendentes y más importantes. Jesús comprende nuestra
necesidad de consuelo, de ayuda y nos invita a que en la intimidad, nos dirijamos con
toda la confianza del mundo a nuestro Padre para pedirle cuanto nos haga falta.
Jesucristo nos da testimonio de que está en continua comunicación con su Padre y nos
invita a hacerlo. Jesús ora en el Bautismo (Lc3,21); en su primera manifestación en
Cafarnaún (Mc 1 ,35; Lc 5,16); en la elección de los Apóstoles (Lc 6,12). Noches
enteras pasa el Señor en diálogo de oración con su Padre (Lc 3,21; 5,16; 6,12; 9,29;
10,21 ss.). Jesús enseñará a sus discípulos que han de orar en todo tiempo (Lc 18,1). La
plegaria de Jesús pone de manifiesto su confianza filial con Dios-Padre que se traducirá
en la familiar expresión de Abba, Padre (Mc 14,36). Lo mismo sucede con las diversas
peticiones que formula en la oración sacerdotal (lo 17), poco antes de su Pasión (Mt
26,36-46; Mc 14,32-42; Lc 22,40-46), y en la petición por sus verdugos (Lc 23,34).
Jesús -ante la pregunta de uno de sus discípulos- ha dejado a los cristianos no sólo el
modelo de su propia oración, sino también el cómo y la manera de hacerla (Lc 11,1-4).
Como podemos ver, esta oración privada es fundamental en la vida de piedad de todo
católico.
Una vez que hemos entendido la diferencia entre oración pública y oración privada,
llega el momento de comentar la oración que se expresa hacia afuera de forma visible
y externa (o sea con palabras) y la oración que hacemos sin palabras, sin que nada en
nuestro exterior lo exprese, pero que se da dentro de nuestra mente como un acto de
raciocinio. Cuando la oración se exterioriza con palabras se le llama oración vocal.
DOMINIO 5: ÉTICO MORAL
5. Dimensión personal y social

5.1.-Identificar los fundamentos de los que emana la dignidad y el valor de la


persona humana.
Dignidad. Desde la tradición judeocristiana, la dignidad humana se fundamenta en el
dogma de que como creación de Dios las personas tenemos valor inherente.
Adicionalmente, los mandamientos dictados por esa misma deidad nos obligan, entre
otras cosas, a amar y valorar a cada ser humano como un repositorio de la propia
divinidad. Cualquier acto indigno causa daño no solo a la persona, sino al templo del
Espíritu Santo contenido en ella.
El catecismo de la Iglesia católica indica en los primeros tres artículos de su tercera
parte que la dignidad de la persona humana está basada en su creación en imagen y
semejanza de Dios, y corresponde a cada quien buscar su propia realización.
Similarmente, el Corán presenta la dignidad del ser humano como un componente
inherente a su existencia. En el caso del budismo, la dignidad se fundamenta en la idea
de que poseemos la agencia para elegir el camino hacia la autoperfección del ser
humano, es decir, librarse del sufrimiento. En ese proceso se fundamenta la dignidad
budista.
Por su parte, la perspectiva racionalista no difiere considerablemente de las
prescripciones religiosas, pero sí en el fundamento de su origen. Según Kant, los seres
humanos somos un fin en sí mismos, y, por lo tanto, poseemos un valor no relativo,
especial, respecto al resto de la creación. La moralidad, entonces, surge de una serie de
imperativos desde los cuales todos los deberes emanan.
5.2.-Explicar el valor de las personas, relacionándolo con el hecho de haber sido
creado a imagen y semejanza de Dios.
En cada uno de esas cuatro “llamadas de Dios al hombre”, se esconde todo el Amor que
Dios tiene a sus criaturas. Y, ¿cómo ama Dios a los hombres? “Tanto amó Dios al
mundo que le dio su Hijo Unigénito” (Juan 3, 16). Y hemos de tener presente que Quien
habla con los Apóstoles es el mismo Cristo, el Hijo Unigénito. Prueba viva del amor de
Dios a los hombres.
La primera llamada es a la vida humana, a vivir: la llamada de la Creación. La primera
y definitiva llamada de Dios al hombre. Definitiva, en cuanto origina, engendra, al
hombre. Una llamada a vivir. En cierto modo podríamos no denominarla “llamada”,
porque el hombre comienza a vivir precisamente al pronunciar Dios su nombre. El
hombre no puede escuchar la voz de Dios que le llama a la vida. Esta primera llamada
de Dios no espera ninguna respuesta para originar la vida; si la espera, después, es más,
la necesita, para desarrollarla y llegar a su pleno cumplimiento.
La llamada de Dios a la vida, sin embargo, no es nunca una llamada una llamada
tiránica, dictatorial. Es, sí, una llamada “impuesta”, creadora. Y a la vez es una llamada
vinculada a la libertada. El Señor llama al hombre siempre en libertad.
En esa llamada está toda la “verdad” del hombre. Y el hombre llega a descubrir esa
llamada amorosa de Dios a la vida, en la medida en que considera el vivir como un
verdadero “don de Dios”. “Don”. Ni siquiera una bendición, una gracia. Un “don
divino” que constituye hombre, al hombre.
Una llamada que sostiene toda la profundidad del “misterio de la vida humana”. Es una
“llamada” que da todo su sentido a la vida del ser humano. Sin un Creador, la criatura
se desvanece.
Dios ha creado al hombre para “que le conozca, le sirva y le ame en esta tierra, y goce
con él para siempre en el cielo”.
Si el hombre no descubre en lo más íntimo de su espíritu esta “llamada”, o si al
descubrirla la rechaza; y pretende, en su más radical posición vital, “hacerse a sí
mismo”, se encontrará con la amarga sorpresa de no explicarse jamás nada de sí mismo;
y hasta el propio deseo de “realizarse”, lo llegaría a descubrir como carente
absolutamente de sentido.
La decisión del hombre sobre sí mismo, en el sentido más radical, es la de aceptar o de
rechazar la llamada de Dios a la vida, en unas condiciones, circunstancias, y con unas
capacidades que el hombre puede utilizar, desarrollar, pero no puede en absoluto
prescindir de ellas, ni sustituirlas por otras más o menos semejantes.
La respuesta a esta llamada, es la conciencia de saberse “criatura de Dios”, “criatura a
su imagen y semejanza”. Y en esa respuesta está también incluida la aceptación de una
tarea que desarrollar y la búsqueda de un fin, una meta que alcanzar.
¿Qué tarea? Dios crea por amor, y con inteligencia. Esta primera llamada, y las dos que
veremos a continuación, se originan en el amor de Dios, que nos amó primero. Nacemos
en el amor de Dios, y en el anhelo de Dios de hacernos participar de su vida, de su
gloria, de su amor.
En esta llamada, y precisamente en esa “imagen y semejanza” que la criatura humana
tiene con Dios, y que es “un don de Dios”, radica todo el “misterio del hombre”: un ser
llamado por Dios, para conocerle, amarle, servirle en el tiempo, y en las particulares
circunstancias en las que el hombre se encuentra viviendo, para gozar de Dios
plenamente en la eternidad”.
Esa es la vocación del hombre. “Vocación” es llamada, y descubrir el sentido
“vocacional” profundo de la existencia de cada ser humano, es descubrir en definitiva
el verdadero sentido de nuestra vida. “Nos hacemos” partiendo de una realidad en la
que nos encontramos viviendo, y de la que vamos descubriendo el significado y
llenándolo de sentido. ¿Cómo? En la medida en que el Amor que movió el corazón de
Dios al crear al hombre, va llenando el corazón del hombre, y el hombre va actuando
movido por el Amor de Dios.
Originados en una llamada amorosa de Dios a la vida; el ser humano descubre su
verdadero sentido, y realiza todas sus potencialidades y riquezas, en la medida en el
también el Amor mueve todas sus acciones. “Ama y haz lo que quieras”. San Agustín
puede hacer esa afirmación al descubrir que el Amor, la Caridad, siempre moverá al
hombre a “amar a Dios sobre todas las cosas”; y “al prójimo, como lo ama Cristo”.
La segunda llamada es a la vida humana-divina: la llamada a ser “hijo de Dios en Cristo
Jesús”: La llamada a “conocer” a Dios, afecta al hombre en lo más hondo de su ser.
No es una invitación a un simple enriquecimiento de la inteligencia para descubrir la
inmensidad de Dios, y “las obras de sus manos”. Es una invitación, un clamor divino,
para conocer a Dios Padre.
La llamada a “conocer” a Dios Padre, que va indisolublemente unida a la llamada a
“amar y servir” como “ama y sirve” Dios Hijo, lleva consigo una participación en todo
lo que Dios hace, en todo lo que Dios ama, en todo lo que Dios sufre por amor a sus
criaturas.
Ya desde el primer mandato que Dios dirige al hombre y a la mujer “creced,
multiplicaos y llenad la tierra”, les invita, les llama, a participar con Él en el misterio
de la vida de todos los seres humanos que nacerán de ellos. Todos recibirán el mismo
espíritu con el que Dios dio vida a nuestros primeros padres.
Y después de la caída, del pecado original, la llamada a participar en la transmisión de
la vida, se enriquece con el anuncio de que todos los humanos, siendo “imagen y
semejanza” de Dios, se convertirán en hijos de Dios. Y no como hijos sencillamente
“adoptados” –siendo, en verdad, hijos por adopción- que permanecen fuera y alejados
de Dios, sino hijos que viven la vida de Dios Padre, con Dios Hijo, en Dios Espíritu
Santo.
Con la venida del Hijo de Dios a la tierra no solo se renueva el vínculo que Dios Padre
ha querido establecer con los seres humanos en el momento de la creación, sino que los
quiere introducir en su propia vida, para que puedan vencer de verdad el pecado, y
hacerse uno con Él, como Jesús pide en su oración sacerdotal:
“Yo les he dado la gloria que Tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno.
Yo en ellos, y Tú en mí, para que sean consumados en la unidad, y conozca el mundo
que Tú me has enviado y los has amado como me amaste a mí” (Juan 17, 22-23).
“Hijos en el Hijo”. La “imagen y semejanza” se transforma en “filiación divina”. Desde
el bautismo, el cristiano recibe esa savia divina, “una cierta participación en la
naturaleza divina”, la Gracia, que lo constituye verdaderamente en “hijo de Dios en el
Hijo, en la Gracia de Cristo”.
“Esa es la gran osadía de la fe cristiana: proclamar el valor y la dignidad de la humana
naturaleza, y afirmar que, mediante la gracia que nos eleva al orden sobrenatural, hemos
sido creados para alcanzar la dignidad de hijos de Dios. Osadía ciertamente increíble,
si no estuviera basada en el decreto salvador de Dios Padre, y no hubiera sido
confirmada por la sangre de Cristo y reafirmada y hecha posible por la acción constante
del Espíritu Santo”.
El resultado de la acción de esa “nueva vida” en cada cristiano es el de hacer posible
que Cristo viva en él; y que él viva en Cristo, con Cristo, por Cristo. Eso comporta una
decidida colaboración del hombre con Dios, en plena libertad, para que la semilla de
esa nueva vida crezca siempre en su espíritu. ¿Cómo se consigue? ¿Cómo puede el
hombre colaborar con Dios?
La respuesta es sencilla, aunque se requiere toda la vida del ser humano para llevarla a
cabo, para ponerla en práctica; sencillamente porque es una colaboración que no
termina nunca. La respuesta es: la oración.
El hombre no aporta nada a Dios; el hombre ofrece a Dios su amor, su docilidad a que
Dios actúe en él; y en él, con él, y por él, lleve a cabo su “obra”, la “obra de Dios”, en
el mundo.
Esa docilidad, esa disponibilidad es el fruto más inmediato y duradero de la “oración”,
que hace posible que el amor a Dios eche raíces en el corazón del hombre, y germine
en su espíritu una “nueva vida”. “Nueva vida” en la que se recrea el hombre al ritmo de
su “oración”.
Esa es la nueva vida del cristiano: “La vida de Cristo es vida nuestra, según lo
prometiera a sus Apóstoles, el día de la Última Cena: ‘Cualquiera que me ama,
observará mis mandamientos, y mi Padre le amaré, y vendremos a él, y haremos
mansión dentro de él’ (Juan 14, 23). El cristiano debe –por tanto- vivir según la vida de
Cristo, haciendo suyos los sentimientos de Cristo, de manera que pueda exclamar con
San Pablo, ‘non vivo ego, vivit vero in me Christus’ (Gal 2, 20), no soy yo el que vive,
sino que Cristo vive en mí” (Es Cristo que pasa, n.103).
La tercera llamada es a la vida intratrinitaria: a vivir la redención y la santificación del
mundo, de toda la Creación, con el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo: La llamada a la
“filiación divina”, que enriquece la primera llamada a la “vida”; lleva consigo una tarea,
una invitación a cooperar con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, en la Redención y en
la Santificación del mundo, una vez que se ha comenzado ya a colaborar con Él en la
Creación,
Una cooperación que el cristiano realiza en la medida en que su vida se va convirtiendo
en “vida de Cristo”.
“Vivir” la vida de Cristo, por Cristo, en Cristo es el núcleo central de la llamada
universal a la santidad; llamada que va indisolublemente unida a la llamada a la filiación
divina.
Y ¿qué es la santidad? “Ser santo no comporta ser superior a los demás; es más, el santo
puede ser muy débil y cometer muchos errores en su vida. La santidad es el contacto
profundo con Dios, el hacerse amigo de Dios: es dejar obrar al Otro, al Único que puede
hacer realmente que este mundo sea bueno y feliz. Por eso, cuando Josemaría Escrivá
habla de que todos los hombres estamos llamados a ser santos, me parece que en el
fondo está refiriéndose a su personal experiencia de no haber hecho por sí mismo cosas
increíbles, sino de haber dejado obrar a Dios” (Ratzinger, L’Osservatore Romano, 6-
X-2002).
La unión vital con Dios, que el cristiano necesita para cooperar con Dios en la gran
tarea recibida -“Y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto
permanezca”-, requiere en el creyente una disposición para mantener dentro de sí
mismo el espíritu de una ”conversión permanente”. ¿Por qué?
Los enviados han de dar testimonio no de sí mismo, sino de que Cristo está vivo. Un
testimonio no sólo de palabra, al nivel que sea, y mucho menos, de trasmisores de una
doctrina. El testimonio de los “enviados” ha de ser vital. Sencillamente, porque el
cristiano es testigo vivo de la veracidad de unos hechos.
Cristo dijo de sí mismo: “El que cree en mi, no cree en mi, sino en el que me ha enviado,
y el que me ve, ve al que me ha enviado” (Juan 12, 44-45).
De forma semejante, Cristo envía a sus discípulos, a todos los hombres y mujeres que
creen que Él es “el Hijo de Dios hecho hombre”, para que anuncien esa Verdad –la
venida de Dios a la tierra- y quienes crean, se salvarán.
No los manda a convencer a quienes les escuchan de una serie de reglas de
comportamiento, o un elenco de doctrinas. No, eso será una consecuencia de dar a
conocer la vida de Cristo, los hechos que ha realizado en sus años con los hombres, sus
gestos, sus milagros.
Se repite a menudo que la evangelización lleva consigo un “encuentro”; en primer lugar
un “encuentro”, que queda muy bien reflejado en la conversación de Cristo con los de
Emaús: Después del encuentro, Cristo resucitado les explica las Escrituras; y una vez
que el corazón de los discípulos se llena de afán de Verdad, de fuego del Espíritu, y le
invitan: “Quédate con nosotros”, el Señor se queda para siempre con ellos, con cada
uno.
El cristiano confirma con su vida los hechos en los que cree: la Encarnación de Cristo,
su Pasión, Muerte y Resurrección; la vida eterna. Y en la medida que anuncia, se
convierte; y una vez convertido, su testimonio “deja fruto”: “quien treinta, quien
sesenta, quien ciento” (Mc 4, 20). Un fruto que el mismo Cristo prometió; que el mismo
Cristo hace posible.
“Volvieron los setenta y dos llenos de alegría, diciendo: Señor, hasta los demonios se
nos sometían en tu nombre. Y Él les dijo: “Veía yo a Satanás caer del cielo como un
rayo. Yo os he dado poder para andar sobre serpientes y escorpiones y sobre todo poder
enemigo, y nada os dañará. Mas no os alegréis de que los espíritus os estén sometidos;
alegraos más bien de que vuestros nombres están escritos en los cielos” (Lc 10, 17-20).
Llamada a una conversión redentora y santificadora, por tanto, que exige una
conversión a la Fe, a la Esperanza, a la Caridad, para participar con Cristo, y vivir con
Él, la Redención y la Santificación. “He venido a traer fuego a la tierra, y ¿qué quiero
sino que se encienda?”
¿Como puede mantener el cristiano el ritmo de la conversión y reflejar con palabras y
con la vida, la palabra y el vivir de Cristo, y hacer posible que ese “fuego”, la acción
del Espíritu Santo, no se extinga nunca?
Hemos recordado antes la primera parte de la respuesta: la Oración. Elevación del alma
a Dios, que prepara el corazón y la inteligencia del “enviado” para estar atento y
comprender las palabras de Quien le envía. Y poder después decirle con libertad y amor:
“Señor, quédate conmigo”.
“Con la oración abrimos nuestro espíritu a las luces que nos da Dios, que el Espíritu
Santo hace eficaces facilitando el germinar de la Gracia recibida en los sacramentos”
La segunda parte de la respuesta es: la Eucaristía.
“De por sí, el sacrificio eucarístico se orienta a la íntima unión de nosotros los fieles,
con Cristo mediante la comunión” (Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharista, n. 16).
“La Eucaristía en cuanto es participación activa del cristiano en la vida, muerte y
resurrección de Cristo, es el cauce para una “identificación con Cristo en espíritu y en
verdad”, que queda refrendada con la recepción de la Comunión: un encuentro personal
con Jesucristo resucitado que viene a nosotros para hacer morada en nosotros, porque,
con nuestras disposiciones y quizá también con nuestras palabras, le hemos rogado:
“quédate con nosotros” ( E. Juliá, ‘La belleza de ser cristiano’, pág. 181).
Unidos así a Cristo, y conscientes de que la alegría más profunda del cristiano es la de
saber que “su nombre está escrito en el cielo”, en la tarea de “ir y dar fruto”, es necesario
no perder de vista una realidad con la que es preciso contar siempre, en la misión que
Cristo nos encarga llevar a cabo.
Las llamadas son personales; y a la vez, los enviados son los Apóstoles, y con ellos
todos los cristianos. Se hace preciso, por tanto, que cada llamado tome conciencia de
una cuarta llamada que está latente en las otras tres:
La cuarta llamada es a la unidad en la Iglesia, en la que el cristiano vive el mandamiento
nuevo: “amaos los unos a los otros”. Apenas surgen las primeras discrepancias entre lo
que deben enseñar los cristianos, los Apóstoles toman una decisión que va a indicar el
camino de la evangelización de la Iglesia a lo largo de los siglos: convocan el Concilio
de Jerusalén, y deciden lo que se ha de decir a los gentiles, y a todos, porque “hemos
decidido el Espíritu Santo y nosotros”.
Pedro y los Apóstoles se encuentran llenos de la autoridad de Dios, y con la gracia del
Espíritu enseñan lo que de se ha de creer, y de llevar a cabo en la predicación de Cristo.
Y deciden en un clima en el que la caridad entre ellos permite que sus mentes estén
despejadas y preparadas para comprender la verdadera voluntad del Espíritu Santo.
Llamada a la unidad de la Iglesia que es una realización práctica del “amaos los unos a
los otros”, del “mandamiento nuevo” que el Señor les da precisamente en el momento
de “enviarles”. Los primeros cristianos llamaban la atención de quienes observaban sus
actuaciones porque reflejaban la unidad profunda ente ellos: “La multitud de los
creyentes tenía un solo corazón y una sola alma, y nadie consideraba suyo lo que poseía,
sino que compartían todas las cosas” (Act. 4, 32).
Unidad entre los cristianos, unidad de todos los cristianos en la Iglesia fundada por
Cristo, que “subsiste en la Iglesia Católica”; unidad entre todos los creyentes en la
cabeza que es Pedro; y en Pedro, con Cristo. Así, el Señor bendecirá siempre el empeño
apostólico con nuevos frutos.
Unidad y amor entre los cristianos, en la Iglesia, que refleja y transmite el amor de Dios
que han de trasmitir a toda la humanidad. En esta tarea, el cansancio, el desaliento, la
desorientación, y hasta la desesperanza, quizá, en ocasiones, por la tardanza del florecer
de los frutos, son el peor enemigo del cristiano.
San Pablo pudo sentir esa sensación de rechazo, de frialdad, en el ambiente que le
escuchaban con atención en Atenas hasta que comenzó a hablar de la Resurrección.
En el ambiente actual, las insidias del diablo que alimenta y da vigor a “las simientes
de una convivencia misteriosa con el mal” que late en el corazón de los hombres por el
pecado, y que Benedicto XVI nos recuerda en su Mensaje para la Cuaresma de este
año, pueden llevar a un abandono de la misión; a ver agrandadas las dificultades de
llevar adelante el encargo de Cristo.
Una vez más, a través de las palabras de Benedicto XVI es el mismo Señor que nos
renueva el mandato de ir “que vayáis”. La cita es larga, y a la vez vale la pena. Me
parece que es el mejor modo de concluir estas reflexiones sobre las Llamadas de Dios
al hombre, porque son una invitación a no acostumbrarnos a esas llamadas de Dios, que
son, en definitiva, llamadas a vivir con Dios Padre la alegría de la creación; con Dios
Hijo el gozo profundo de la redención; con Dios Espíritu Santo la bienaventuranza de
la santificación.
“Os animo a perseverar en el testimonio del amor de Dios, del Hijo de Dios que se hizo
hombre, del hombre agraciado con la vida de Jesús, del único Bien que puede saciar el
corazón de la gente, pues “más que de pan, el hombre de hecho necesita de Dios”.
Conseguiréis así, hacer frente al ‘desierto interior’ del que hablé al inicio de mi
ministerio petrino, invitando a la Iglesia, en su conjunto, a “ponerse en camino para
conducir a las personas fuera del desierto, a lugares de vida, de amistad con el Hijo de
Dios, de Aquel que da la vida, la vida en plenitud (…) Nosotros existimos para mostrar
a Dios a los hombres. Y sólo donde se ve a Dios comienza verdaderamente la vida”
(Homilía, 24.IV-2005). Si “la boca habla de lo que el corazón rebosa” (Mt 12, 34),
podéis conocer vuestro corazón a partir de vuestras palabras. “Reconciliaos con Dios”,
de manera que vuestras palabras sirvan sobre todo para hablar de Dios y a Dios”
(Benedicto XVI, 8-II-2010).

5.3.-Relacionar la originalidad de cada persona con su valor y la vocación a la


que ha sido llamado por Dios.
Cada uno es llamado a hacer algo en su vida. Si una persona decide ponerse al servicio
de una causa más importante que sus solas preferencias personales, se dice que
responde a una vocación.
La vocación es una cierta manera de vivir la vida, comprenderla y ordenarla como un
servicio. Pero la llamada- origen de la vocación- no emana de la persona. Esta sólo
puede recibirla y aceptarla libremente.
La vocación es ser llamado, ser llamado por y ser llamado para. Esto requiere una
escucha, una respuesta.
Para los cristianos, la llamada viene de Dios, de la Palabra de Cristo que invita a seguirle
ya ser testigos en el mundo y en la historia. Todo cristiano- por su bautismo- está
llamado a hacer de su vida una respuesta y un servicio.
- La vocación cristiana es una orientación profunda de su vida y que el creyente
descubre como un don de Dios y una llamada de la Iglesia, dice Monseñor Henri
Teissier, arzobispo de Alger.
Las maneras de servir son múltiples según los tiempos y los lugares y la formas de
llevarla a cabo.
Cualquiera que sea nuestra vocación, somos llamados a la santidad, a participar en la
plenitud del amor de Dios, a amar y a se feliz y hacer felices a los demás.
La santidad es una llamada universal dirigida por Dios a todos los bautizados. Esta
vocación se recibe en el seno de un pueblo, llamado también por Dio en el transcurso
de la historia. La santidad es una gracia ya dada que es preciso hacer fructificar con
todos los esfuerzos que hacemos para engrandecerla con la fe y la caridad.
Entre los cristianos, algunos son llamados a consagrar su vida con un don total a Dios
y al servicio de una misión como sacerdote, diácono, religioso o religiosa, laico
consagrado... Es lo que se llama también “vocaciones específicas o vocaciones
particulares”.
En la Iglesia católica, el Servicio de las Vocaciones tiene por misión llamar a cada uno
a que su vida se convierta en respuesta específica a la llamada de Dios, a despertar,
mantener y ayudar al discernimiento de las personas que se plantean la cuestión de una
vocación particular (sacerdotes, diáconos, misioneros, religiosos, religiosas y laicos
consagrados).
Toda llamada, a la vocación que sea, tiene como origen Dios y como fin la realización
de la persona dentro de los marcos en los cuales se puede realizar mejor su afán de ser
feliz y hacer felices a los demás.
Dios da a cada uno su propia vocación para contribuir al mejoramiento de esta sociedad
en la que vive. Y su respuesta y exigencia consiste en dejarla mejor de lo que se la
encontró cuando empezó sus pasos por ella.
La vocación, pues, entraña una responsabilidad en el puesto que te toque ocupar en la
sociedad y en la Iglesia.
Y una señal clara de la vocación cristiana es llevar una conducta intachable a los ojos
de la propia conciencia, de los otros y de Dios.
Todo menos pasividad.

5.4.-Reconocer en el mandamiento del amor el fundamento ético moral del


cristianismo.
1. Cristo como norma concreta. Una ética cristiana debe ser elaborada a partir de
Jesucristo. Él, como Hijo del Padre, realizó en el mundo toda la voluntad de Dios (todo
lo que es debido) y lo hizo «por nosotros». Así nosotros recibimos de Él que es la norma
concreta y plena de toda actividad moral, la libertad de cumplir la voluntad de Dios y
de vivir nuestro destino de hijos libres del Padre.
2. Cristo es el imperativo categórico concreto. En efecto, Él no es sólo una norma
formal universal de la acción moral, susceptible de ser aplicada a todos, sino una norma
concreta personal. En virtud de su Pasión sufrida por nosotros y del don eucarístico de
su vida, realizado en favor nuestro y bajo la forma de comunión con Él (per ipsum et in
ipso), Cristo, como norma concreta, nos hace interiormente capaces de cumplir con Él
(cum ipso) la voluntad del Padre. El imperativo se apoya sobre el indicativo (Rom 6, 7-
11; 2 Cor 5, 15, etc.). La voluntad del Padre tiene un doble objeto: amar a sus hijos en
Él y con Él (1 Jn 5, 1-2) y adorar en espíritu y en verdad (Jn 4, 23). La vida de Cristo
es, a la vez, acción y culto. Esta unidad constituye para los cristianos la norma plenaria.
No podemos cooperar sino en actitud de infinito respeto (Flp 2, 12) a la obra salvífica
de Dios, cuyo amor absoluto nos sobrepasa infinitamente, según la máxima diferencia
(in maiore dissimilitudine). La liturgia es inseparable del actuar moral.
3. El imperativo cristiano se sitúa más allá de la problemática de la autonomía y de la
heteronomía.
a) En efecto, el Hijo de Dios, engendrado por el Padre, es ciertamente «otro» (héteros,
pero no «otra cosa»: héteron) con respecto a Él; uno que, en cuanto Dios, responde a su
Padre de manera autónoma (su persona coincide con su procesión y, por lo tanto, con
su misión). Pero, por otra parte, en cuanto hombre, tiene como presupuesto de su
existencia (Heb 10, 5-7; Flp 2, 5-8) y como fuente íntima de su actividad personal (Jn
4, 34; etc.) el querer divino o su propio consentimiento a él, incluso cuando quiere
gustar dolorosamente todas las resistencias de los pecadores con respecto a Dios.
b) En cuanto creaturas, nosotros permanecemos héteron, pero llegamos también a ser
capaces de desplegar nuestra actividad personal libre en virtud de la fuerza divina (la
«bebida» llega a ser en nosotros la «fuente»: Jn 4, 13-14; 7, 38). Ésta nos llega por la
Eucaristía del Hijo, por el nacimiento de gracia con Él del seno del Padre y de la
comunicación de su Espíritu. En su obra de gracia, Dios obra gratuitamente («sin
precio»); y también a nosotros se nos pide actuar gratuitamente por amor (y no a cambio
de «algo»: Mt 10, 8; Lc 14, 12-14), ya que la «gran recompensa» del cielo (Lc 6, 23)
no puede ser otra cosa que el mismo Amor. En el eterno designio de Dios (Ef 1, 10), el
objetivo final coincide con la moción primera de nuestra libertad (intimior intimo meo;
cf. Rom 8, 15-16. 26-27).
4. En virtud de la realidad de nuestra filiación divina, toda actividad cristiana es el
ejercicio de una libertad y no de una opresión. Para Cristo, todo el peso del deber (dei)
que le incumbe en la historia de la salvación y que lo conduce hasta la Cruz, está
suspendido del poder, del cual usa con toda libertad, de revelar la voluntad salvífica del
Padre. Para nosotros, pecadores, la libertad de los hijos de Dios toma, bastante a
menudo, una forma crucificante, tanto en las decisiones personales como en el marco
de la comunidad eclesial. Si bien las directivas de ésta tienen, como sentido intrínseco,
el de sacar al creyente de la alienación del pecado para conducirlo a su identidad y a su
libertad verdaderas, es sin embargo posible y frecuentemente necesario que presenten
al hombre imperfecto una apariencia de dureza y de obligación legal, tal como sucedió
a Cristo en la Cruz con respecto a la voluntad del Padre.

5.5.- Reconocer en los Diez Mandamientos lineamientos ético morales pertinentes


tanto al ámbito personal como al social.
Dios, en el Sinaí, establece una Alianza con el pueblo que había elegido. Le dice que
será un reino de sacerdotes y una nación santa. Para poder ser santos, deben cumplir lo
que Dios les enseña y para ello les marca un camino: El Decálogo.
La ley es interior al hombre porque lo más interior que éste tiene es su dependencia de
Dios. De ahí surge la tendencia innata de todo hombre al bien y, en definitiva, a los
mandamientos de la ley natural. Aunque el hombre luego se engañe, siempre conservará
la tendencia interior al bien que coincide con la ley promulgada por Dios. Para que su
pueblo, con el que había hecho la Alianza, no se engañase, Dios le hizo conocer los
preceptos de la ley natural de un modo claro, promulgándolos.
Los diez mandamientos. A los diez mandamientos se les llama "Decálogo".
La Biblia ofrece dos presentaciones del "Decálogo". Una en el libro del Éxodo y otra
en el libro del Deuteronomio. Las dos recogen los mismos mandamientos y el mismo
orden, pero emplean algunas palabras diferentes. La Iglesia, en su catequesis, siguió la
costumbre de transmitir una presentación breve del "Decálogo".
Los mandamientos de la Ley de Dios son diez
 El primero, amarás a Dios sobre todas las cosas.
 El segundo, no tomarás el nombre de Dios en vano.
 El tercero, santificarás las fiestas.
 El cuarto, honrarás a tu padre y a tu madre.
 El quinto, no matarás.
 El sexto, no cometerás actos impuros.
 El séptimo, no hurtarás.
 El octavo, no dirás falsos testimonios ni mentirás.
 El noveno, no consentirás pensamientos ni deseos impuros.
 El décimo, no codiciarás los bienes ajenos.
Estos diez mandamientos se encierran en dos: “Amarás a Dios sobre todas las cosas
y al prójimo como a ti mismo.”
Leyes basadas en el amor "Para comprender hoy el relato de los diez mandamientos,
tenemos que tener en cuenta algunas cosas:
- Esta "Ley" fue dada a unos hombres con fe en un Dios que les había elegido y librado
de la esclavitud. Es decir, que se les había revelado en su historia.
- Los diez mandamientos van expresados de manera directa y muy viva: tú no matarás;
tú no robarás; tú no codiciarás. También hoy Dios nos dirige estas palabras cuando las
meditamos o las oímos leer.
- Pero no hay que olvidar que los diez mandamientos son una ley para la comunidad.
Nos hablan de las relaciones con Dios y con los otros. Están iluminados por una fe, que
todos comparten, y por el amor, que es el alma de la Alianza.
- Los diez mandamientos no dicen todo. Son orientaciones profundas para la relación
del hombre con Dios y con sus semejantes; no son un catálogo completo o un programa
hecho.
- El objetivo de la formulación negativa es lograr que el pueblo consagrado a Dios "no
obre" como los pueblos que no le conocen.
Una carta de libertad: Israel es un pueblo de hombres que han sido liberados para poder
servir al Señor. Por tanto, los mandamientos, situados en el corazón de la Alianza, son
unos mensajes de liberación. Este es su sentido. Israel vio, desde el comienzo, en los
mandamientos, un medio para comulgar con la voluntad de Dios, y por tanto para
amarle (Bplic, t. 1, p. 70-71).
La Iglesia, nuevo Pueblo de Dios, hace suya la Alianza del antiguo Pueblo de Dios (cfr.
1 Pt. 2, 9) y sigue proponiendo el Decálogo para alcanzar también la nueva Alianza que
Dios hace con el cristiano por la Sangre de Cristo. Cristo propuso en el Sermón de la
Montaña la doctrina que llevaría a su plenitud la Ley del Sinaí.
No he venido a suprimir, sino a cumplir
El pueblo de Israel recibió los diez mandamientos como una señal del amor de Dios.
No se quejó de las obligaciones que imponían. Es verdad que desobedeció. Pero aceptó
que estas "diez palabras" le juzgaran y le corrigieran.
Jesús llevó a "plenitud" la Ley del Sinaí, como puede verse, por ejemplo, en las palabras
que recoge San Mateo en el sermón del monte. No cabe duda de que el Evangelio
resume la ley cuando transmite estos dos preceptos: "Amarás al Señor tu Dios con todo
tu corazón... Amarás a tu prójimo como a ti mismo."
Hoy, la Iglesia, al transmitir estas diez Palabras que llama "los diez mandamientos" de
Dios, entiende que deben seguir realizando la obra de la liberación que tuvieron en la
vida de la Alianza (ibíd.)
EL AMOR A DIOS, PRIMERO Y PRINCIPAL MANDAMIENTOEl amor a Dios
"Escucha, ¡oh, Israel!: El Señor Dios nuestro es el solo Señor. Amarás al Señor Dios
tuyo con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas" (Dt. 6, 4-5)
Jesucristo confirmó este mandamiento a la pregunta de un doctor de la Ley: "Maestro:
¿Cuál es el mandamiento principal de la Ley? El le respondió: Amarás al Señor tu Dios
con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer
mandamiento" (Mt. 22, 36-38)
Estos textos bíblicos exigen un amor sumo a Dios. ¿Puede exigirse el amor como un
deber moral? Si se trata de un afecto sentimental no se puede exigir porque es
involuntario, pero si se trata de una decisión voluntaria y libre, sí que puede ser objeto
de una obligación moral. Este amor efectivo se manifiesta en una orientación
fundamental o una actitud interna que adopta el hombre de orientar su vida a Dios. Esto
se da aún más plenamente en el cristiano, que recibe de Dios una ayuda para amarlo: la
gracia.
La primera característica del amor a Dios es que ha de ser sumo, porque por ser Dios
infinitamente amable, hay que amarlo todo lo que se pueda.
La segunda nota que ha de tener es ser interno, es decir, no basta con cumplir unos
formalismos externos. De esto se queja Jesús: "Este pueblo me honra con sus labios,
pero su corazón está lejos de Mí" (Mt. 15, 8); Dios pide la entrega del corazón: "Dame,
hijo mío, tu corazón" (Prov. 23, 26)
Al mismo tiempo, el amor a Dios ha de ser activo, ha de manifestarse en obras. Un
amor sin obras sería insincero según las palabras de San Juan: "No amemos de palabra
y con la lengua, sino de obras y de verdad" (l Jn. 3, 18)
El amor a Dios debe ocupar todas las facultades del hombre. Debe ser el hombre entero
quien ame a Dios.
Frutos del amor a Dios serán el gozo, por la posesión del bien supremo, y la paz del
alma, por la ausencia de cualquier inquietud producida por el deseo de las cosas
terrenas.
EL MANDAMIENTO DEL AMOR AL PROJIMO "Amarás al prójimo como a ti
mismo" (Mt., 22, 39)
El mandamiento del amor al prójimo (segundo gran mandamiento) es semejante al
primero.
La Sagrada Escritura enseña constantemente que el amor al prójimo ha de tener como
fundamento el amor a Dios, pues éste lleva a amar lo que Dios ama: a imitar el amor
que Dios tiene a todos.
El motivo más alto para amar a los demás es ver a Dios en ellos. Por la inteligencia se
puede ver que son seres creados y queridos por Dios. Además, por la fe se puede
conocer que son hijos de Dios. Ambas realidades constituyen el fundamento de la
fraternidad humana y cristiana. Al ver en ellos hijos de Dios y hermanos nuestros, el
cristiano debe acercarse a ellos y ayudarles. La parábola del buen samaritano es un
ejemplo de cómo hay que acercarse al necesitado actuando como prójimo. "Ve y haz tú
lo mismo" (Lc. 10, 36)
Así se dice en el Levítico: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Lev. 19, 18); este
prójimo era para los israelitas cualquier hombre, pues según se ve en la Escritura Santa:
"si un extranjero viene a morar contigo en nuestra tierra, no lo molestéis. Al inmigrante
que mora con vosotros lo consideraréis como indígena y lo amarás como a ti mismo"
(Lev. 19, 33-34) Este amor al prójimo viene prescrito no sólo en actos, sino que debe
proceder de una actitud interior:
"Nadie piense mal en su corazón contra el prójimo" (Zac. 7, 10)
Hay que darse cuenta de que el Nuevo Testamento introduce una novedad en el amor
al prójimo. El mismo Jesucristo lo llamó "mandamiento nuevo": "Un mandamiento
nuevo os doy: que os améis unos a otros: así como yo os he amado, amaos también los
unos a los otros. En esto conocerán todos los hombres que sois mis discípulos, si os
tenéis amor los unos a los otros" (Jn. 13, 34-35)
La ley de Cristo establece, por tanto, un nivel muy superior de amor al prójimo de lo
que había mandado y enseñado el Antiguo Testamento. En el Nuevo Testamento, el
amor al prójimo se considera una condición imprescindible del amor a Dios:
"Si alguno dijere: Amo a Dios, pero aborrece a su hermano, miente. Pues el que no ama
a su hermano, a quien ve, no es posible que ame a Dios a quien no ve. Y nosotros
tenemos de El este precepto, que quien ama a Dios ame también a su hermano" (1 Jn.
4, 20-21) Pero de aquí no se puede deducir la recíproca: que amando sólo al prójimo se
ama también a Dios. El amor al prójimo como a uno mismo es la consecuencia de amar
a Dios de modo absoluto.
En caso de que se ame verdaderamente, desinteresadamente, al prójimo sin amar a Dios,
ese amor al prójimo no sustituye al amor a Dios; no basta para que el hombre cumpla
con su fin primordial. Por eso es errónea la reducción de la religión a un puro
humanitarismo o filantropía. Considerar, por ejemplo, que la Iglesia tiene como
principal misión resolver problemas humanos, es reducir su fin a una tarea meramente
humana, que fácilmente lleva a reducir la religión a la política.
El amor que Cristo enseña: "Yo os he dado ejemplo para que vosotros hagáis también
como yo he hecho" (Jn. 13, 15)
El amor que: Se extiende a todo lo que es de Dios.
La primera criatura con la que se debe tener amor es con uno mismo.
El amor ordenado a uno mismo es recto cuando se somete el amor propio al amor
divino, queriendo para uno todo aquello que Dios quiere.
Sigue el prójimo, entendiendo por prójimo todos aquellos semejantes que tienen una
relación con uno. Lógicamente, habrá que mostrar una mayor caridad para con aquellos
que estén más próximos a uno mismo: los padres, hermanos, parientes, amigos,
compañeros de trabajo, etcétera.
El amor de Dios se extiende también hacia los pecadores, no en cuanto pecadores, sino
en cuanto hombres. Dios quiere que el pecador se convierta y viva (Ez. 33, 11) ; por
eso se debe extender la caridad hacia ellos, manifestada en un pedir a Dios su
conversión. Se debe odiar el pecado, pero nunca al pecador, de manera que el trato con
ellos (salvando siempre el peligro de perversión para uno mismo) y la oración por ellos
los atraiga al recto camino.
También hay que amar, a los enemigos, no en cuanto enemigos, sino en cuanto hombres
capaces de lograr la eterna bienaventuranza. El amor a los enemigos es tina de las
enseñanzas del cristianismo: "Amad a vuestros enemigos y orad por los que os
persiguen y calumnian para que seáis hijos de vuestro Padre, que está en los cielos, que
hace salir el sol sobre buenos y malos y llover sobre justos y pecadores" (Mt. 5, 43-45)
A lo primero que nos tiene que llevar el amor al enemigo es a perdonar, porque Cristo
supo pronunciar en la cruz palabras de perdón:
"Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc. 23, 34)
También hacia el universo hay que extender el amor, ya que todo él es obra de Dios y
es amado por El. El amor a las plantas y a los animales entra dentro del ámbito del amor
cristiano, siempre que no se convierta en un amor desordenado de manera que pase por
delante del amor debido a nuestros semejantes. El respeto y amor a la naturaleza es una
parte de lo que Cristo enseñó.
b) Se manifiesta en obras: "Hijitos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de obra y
de verdad" (l Jn. 3, 18).
El amor cristiano es un amor que se manifiesta en obras. No basta con decir que se ama,
sino que hay que hacer obras de amor.
La parábola del buen samaritano (Lc. 10, 30-37) es el ejemplo, puesto por el mismo
Jesús, de cómo ha de ser el amor con obras. No repara en que se trate de un samaritano,
pueblo odiado por los judíos, sino simplemente de que se trata de alguien que remedia
la necesidad. Con ello el Señor enseña que todo necesitado es nuestro prójimo.
"Si Yo, pues, os he lavado los pies, siendo vuestro Señor y Maestro, también habéis de
lavaros los pies unos a otros" (Jn. 13, 14)
Frutos del amor al prójimo son las obras de misericordia, que se ejercitan, de modo
singular, cuando el cristiano practica: la limosna y la corrección fraterna, es decir,
cuando de algún modo se da al prójimo.
Limosna es el acudir a solucionar las necesidades, espirituales o materiales, en que el
prójimo puede encontrarse.
Se entiende por corrección fraterna a la advertencia hecha al prójimo en privado para
apartarle de un pecado o de una ocasión de pecado. Se está obligado a ella por ley divina
y por ley natural. "Sí pecara tu hermano contra ti, ve y corrígele a solas" (Mt. 18, 15)
Una forma excelente del amor al prójimo es procurar su acercamiento a Cristo, el
Salvador. Esta forma de manifestar el amor se llama apostolado.
c) Amor misericordioso: "Esta revelación del amor es definida también misericordia,
y tal revelación tiene en la historia del hombre una forma y un nombre: se llama
Jesucristo" (Juan Pablo II, RH, 9)
Cristo, al revelarnos que Dios es amor, ha revelado también una característica muy
importante del amor divino: es misericordioso.
Si los cristianos hemos de amar como Dios nos ama, el amor al prójimo debe estar lleno
de misericordia. Si el cristiano se siente pecador y espera la misericordia divina, debe
mostrar para los demás hombres, para sus defectos y errores, entrañas de misericordia,
pues sólo los misericordiosos alcanzarán misericordia.
Misericordia significa lo mismo que compasión. Compadecerse es sufrir porque alguno
sufre, estar cercano a él, comprender su pesar y su dolor.
Que Dios es misericordioso significa, ante todo, que ama a los hombres. Por ello no le
son indiferentes sus sufrimientos sino que actúa para aliviarlos.
Como el mayor mal que puede sufrir el hombre es estar alejado de Dios, la misericordia
divina se manifiesta ante todo como perdón del pecador. Dios perdona la ofensa hecha
a El mismo por el hombre. Es el grado máximo de misericordia que cabe.
Dios también desea apartar del hombre el dolor y el sufrimiento. Esto queda bien
patente en el Evangelio al contemplar la vida de Cristo. Pero no siempre le es
conveniente al hombre que le quite el dolor y el sufrimiento y por eso sigue habiéndole
en el mundo.
d) Las obras de misericordia
 Las espirituales son éstas:
 La primera, enseñar al que no sabe.
 La segunda, dar buen consejo al que lo necesita.
 La tercera, corregir al que yerra.
 La cuarta, perdonar las injurias.
 La quinta, consolar al triste.
 La sexta, sufrir con paciencia los defectos del prójimo.
 La séptima, rogar a Dios por los vivos y difuntos.

e) Las corporales son éstas:


 La primera, visitar y cuidar a los enfermos.
 La segunda, dar de comer al hambriento.
 La tercera, dar de beber al sediento.
 La cuarta, dar posada al peregrino.
 La quinta, vestir al desnudo.
 La sexta, redimir al cautivo.
 La séptima, enterrar a los muertos.

EL MANDAMIENTO NUEVO, ESTILO DE VIDA EN LA IGLESIA "Nosotros


sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos" (1
Jn. 3, 14)
El amor cristiano al hermano en la fe es un amor social sobrenatural que configura la
comunidad a la manera de una familia. El encuentro entre los hermanos se realiza
siempre en el ámbito de la familia de los hijos de Dios, cuya madre es la Iglesia. Por
eso, el amor mutuo entre los cristianos ha sido siempre el estilo de vida en la Iglesia.
Como ya se dijo, el cumplimiento de la Ley no es algo rígido o estático. El discípulo
de Cristo está llamado a una vida moral alta. No se trata de evitar el mal, sino de hacer
el bien lo más abundantemente posible: La ley del cristiano es una llamada a la santidad.
Esto significa carencia de imperfección, pero sobre todo significa amor al bien, es decir,
amor a Dios.
La llamada divina a la santidad exige mucho más que ser humanamente buenos: ser
sobrenaturalmente buenos participando de la bondad divina, que es la única que merece
tal nombre: "¿por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino sólo Dios" (Lc. 18, 19)
El ideal de la santidad tiene su modelo en Aquel en quien se dan todas las perfecciones,
porque es amor. Por tanto, este ideal está en el mismo Dios: "Sed santos, porque santo
soy yo, Yavé, vuestro Dios" (Lev. 19, 3) Los hombres, creados a imagen y semejanza
de Dios, tienen que asemejarse a El en la santidad: "Sed perfectos como vuestro Padre
celestial es perfecto" (Mt. 5, 48)
Para que este ideal fuera asequible a los mortales, Dios se hizo hombre, para que en el
Hombre-Dios tuviesen un ejemplo vivo a quien imitar. Esta es la razón por la que Cristo
dice: "Aprended de Mí" (Mt. 11, 19), y lo que de un modo más eminente destaca en
Cristo es su amor.
Todo el resumen de la santidad está en el amor: "el que no ama permanece en la muerte"
(l Jn. 3, 14), y este amor se ha de manifestar en obras: "No amemos de palabra ni de
lengua, sino de obra y de verdad" (l Jn. 3, 18) Pero a ello están obligados no sólo los
cristianos, sino todos los hombres, ya que el primero y principal mandamiento no tiene
límite en extensión: "con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente" (Mt.
22, 37), y obliga a todos. Todos los hombres están obligados a amar a Dios de esta
forma, y eso es la santidad o perfección que reside en el amor.
"Es, pues, completamente claro que todos los fieles, de cualquier estado o condición,
están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, y esta
santidad suscita un nivel de vida más humano incluso en la sociedad terrena."

5.6.- Reconocer en las enseñanzas de Jesús y sus apóstoles, lineamientos ético


morales pertinentes tanto al ámbito personal como al social.
Los Evangelios sinópticos también transmiten la ética de la tradición sinóptica. En los
últimos años ha cobrado interés el estudio de la ética peculiar en cada uno de los tres
evangelistas sinópticos, estudio que ofrece la posibilidad de encontrarse con elementos
decisivos en los valores éticos y cristianos. Marcos, Mateo y Lucas transmiten la ética
de Jesús aplicada desde un contexto, un tiempo y una propuesta de vida.
Entre los autores consultados, destaca el aporte del teólogo moralista Marciano Vidal
sobre la ética de Jesús en los Evangelios sinópticos.
En Marcos, según este autor, sobresale la ética del “camino” y del “seguidor” de Jesús
que es la “comunidad de la nueva era”, en la que la gente se siente “liberada y sanada”
y en donde se vive con libertad la normativa de la ley.
El Evangelio de Marcos centra su propuesta en la ética del “camino”, que quiere decir,
una propuesta de la “entrega”. Marcos presenta a Jesús en su viaje de camino hacia
Jerusalén, quien durante ese proceso anuncia el Reino de Dios. Jesús en su camino
presenta una propuesta ética y humanizadora del ser humano. El anuncio de un nuevo
estilo social centrado en una ética de la cercanía al pobre, la compasión hacia el pecador
y la invitación del hombre a la conversión, llevan a Jesús a su entrega total centrada en
su muerte y resurrección.
Por su parte, el Evangelio de Mateo abunda en contenido moral. La de este evangelista
es una moral de “discípulo”, enseñado por el Cristo presente en la comunidad. Mateo
también presenta implicaciones éticas para la vida concreta de la comunidad en relación
a la economía y la justicia. El Cristo de Mateo pide “sed perfectos como vuestro Padre
es perfecto” (Mt 5,48). Y ese mismo Cristo dice a los agobiados por el yugo y el fardo
de la Ley: “mi yugo es suave y mi carga es ligera” (Mt 11,30).
Los valores éticos y cristianos en Mateo los encontramos en su concepción de
discípulos. Este evangelio va dirigido específicamente a una comunidad de discípulos
conversos del judaísmo al cristianismo. Por esta razón, todas sus implicaciones
teológicas se enfocan desde una profundidad ética, cristológica y escatológica. En
Mateo encontramos la ética del Sermón de la Montaña y las Bienaventuranzas (Caps.
5-7), la ética misionera (Cap. 10), la ética del Reino.

5.7.- Relacionar los Diez Mandamientos y las enseñanzas de Jesús con el sentido
que Jesús le da al cumplimiento de la ley.
En el Nuevo Testamento, los Diez Mandamientos son ratificados por el Hijo de Dios
adquiriendo un sentido más profundo. En sus manifestaciones, Jesucristo se muestra
como Señor de los mandamientos, y aun de toda la ley (Mt. 12:8). Lo expresado por
Jesús al joven rico deja en claro que la vida eterna sólo puede ser alcanzada cuando la
persona, además de dar cumplimiento a los mandamientos, sigue a Cristo (Mt. 19:16-
22; Mr. 10:17-21).
Jesucristo da lugar a una nueva visión de la ley mosaica (ver 4.8) y por consiguiente
también de los Diez Mandamientos. El Apóstol Pablo tradujo el sentido de la ley
mosaica conforme a la interpretación del Antiguo Testamento, en la formulación: “Por
medio de la ley es el conocimiento del pecado" (Ro. 3:20).
Ya por la violación de uno solo de estos mandamientos, el hombre se hace culpable de
toda la ley (Stg. 2:10). Por lo tanto, todos violan la ley, todos los hombres son
pecadores.
La ley hace posible reconocer el pecado. Únicamente el sacrificio de Cristo, el
fundamento del nuevo pacto, puede borrar los pecados cometidos.
Los Diez Mandamientos también tienen validez en el nuevo pacto; son obligatorios
para todos los hombres. La diferente interpretación de los Diez Mandamientos en el
nuevo pacto se debe a que, conforme a las profecías de Jeremías 31:33-34, la ley de
Dios no sólo está escrita en tablas de piedra, sino que es dada en la mente y escrita en
el corazón. Cumpliendo el mandamiento del amor a Dios y al prójimo se cumple toda
la ley (Ro. 13:8-10).

5.8.- Comprender la relación del pecado personal con la necesidad de la Gracia


divina.
Según nos dice el catecismo, la gracia es un don sobrenatural que Dios nos concede
para alcanzar la vida eterna. Así, pues, es un don o regalo. Este regalo es sobrenatural:
El hombre no lo puede conseguir por sus propias fuerzas a no ser que Dios se lo dé.
Dios se lo da al hombre si éste no pone obstáculo.
La finalidad principal de la gracia es hacernos hijos de Dios; y como consecuencia de
ello, herederos de la vida eterna.
Sin la gracia de Dios no es posible la salvación. La gracia se nos da directamente a
través de los sacramentos. En algunas ocasiones Dios puede usar otros medios.
La gracia también nos ayuda en los momentos de la tentación y de la prueba para que
los podamos superar.
Veamos algunos textos de la Sagrada Escritura: La gracia como don de Dios: “Porque,
en virtud de la gracia que me fue dada, os digo a cada uno de vosotros que no os estiméis
en más de lo que conviene, sino que debéis teneros una sobria estima, según la medida
de la fe que Dios ha otorgado a cada uno” (Rom 12:3).
Llega a nosotros a través del Espíritu Santo: “Una esperanza que no defrauda, porque
el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo
que se nos ha dado” (Rom 5:5).
El cristiano recibe por primera vez la gracia en el sacramento del bautismo. Esta gracia
lleva consigo una nueva vida, la vida sobrenatural o divina; por eso San Pedro dice que
el cristiano participa de la naturaleza divina: “Nos ha regalado los preciosos y más
grandes bienes prometidos, para que por éstos lleguéis a ser partícipes de la naturaleza
divina” (2 Pe 1:4). Como consecuencia de esta nueva vida que recibimos, podemos
decir que el cristiano tiene dos vidas: una, la vida natural; y otra, la vida del espíritu.
San Juan recoge el diálogo que Jesús tuvo con Nicodemo, y en él se nos habla de la
necesidad de tener un nuevo nacimiento: “Jesús y le dijo: -En verdad, en verdad te digo
que si uno no nace de lo alto no puede ver el Reino de Dios… No te sorprendas de que
te haya dicho que debéis nacer de nuevo” (Jn 3: 1-21). Y más adelante, también San
Juan, nos habla de la nueva vida que Cristo nos trae: “Yo he venido para que tengan
vida y la tengan en abundancia” (Jn 10:10); claramente se entiende que la vida de la
que Cristo habla aquí no es la vida de la carne, sino la del espíritu.
Esa nueva vida no la tendríamos si: No la hubiéramos recibido en el sacramento del
bautismo. Por eso el bautismo es necesario para salvarse. Dios podría tener otros medios
para salvarnos; pero ello no ha sido revelado. Esa es la razón por la cual los niños que
mueren sin ser bautizados, -a falta de una revelación clara de Dios-, no pueden ir al
cielo; pero como no tienen pecados personales, tampoco pueden ir al infierno. La Iglesia
tradicional solucionó ese dilema mandándolos al limbo. Por otro lado, se habla de que
aquéllos que no han conocido la revelación cristiana, pero han seguido unos principios
morales de tipo general, buscando el bien y evitando el mal; por medios sólo por Dios
conocidos (pues no han sido revelados) y como consecuencia de su misericordia, serían
salvos (Gaudium et Spes – Vaticano II). Este último principio, formulado en el Vaticano
II no está definido. Se fundamenta en la idea de que Dios quiere que todos los hombres
se salven.
La hubiéramos perdido por el pecado mortal. Si perdemos la vida de Dios en nosotros,
seremos condenados para siempre a los castigos más horrorosos: “¿Es que no sabéis
que los injustos no heredarán el Reino de Dios? No os engañéis: ni los fornicarios, ni
los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los
avaros, ni los borrachos, ni los injuriosos, ni los rapaces heredarán el Reino de Dios. Y
esto erais algunos. Pero habéis sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido
justificados en el nombre de Jesucristo el Señor y en el Espíritu de nuestro Dios” (1 Cor
6: 9-11).

5.9.- Explicar el concepto de: ley moral, conciencia moral, dictamen de la


conciencia, formación de la conciencia, decidir en conciencia, juicio erróneo.
La ley Moral: es la regla extrínseca que deben cumplir los actos humanos para ser
buenos, es decir, para conducir hacia el fin último del hombre. La ley orienta al ser
humano para permitirle alcanzar su propio bien, esto es, su fin último. La ley moral
debe coincidir con la ley suprema del universo, la ley natural, que a su vez no es sino
la ley eterna o divina. Esto es, ley moral, ley natural y ley eterna son la misma cosa.
Conciencia Moral: La conciencia moral es un juicio de la razón por el que la persona
humana reconoce la cualidad moral de un acto concreto que piensa hacer, está haciendo
o ha hecho. En todo lo que dice y hace, el hombre está obligado a seguir fielmente lo
que sabe que es justo y recto. Mediante el dictamen de su conciencia el hombre percibe
y reconoce las prescripciones de la ley divina
Dictamen de la conciencia: El dictamen de conciencia constituye una garantía de
esperanza y de misericordia. Al hacer patente la falta cometida recuerda el perdón que
se ha de pedir, el bien que se ha de practicar todavía y la virtud que se ha de cultivar sin
cesar con la gracia de Dios: «Tranquilizaremos nuestra conciencia ante él, en caso de
que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y
conoce todo» (1 Jn 3, 19-20)
Formación de la conciencia: Es aquel proceso por el que principios verdaderos de
conducta llegan, progresivamente, a ser operativos en la inteligencia de una persona
Decidir en conciencia: Esta capacidad distintiva del ser humano, que en la cultura
occidental conocemos como "conciencia", nos ayuda a elegir correctamente cuando
tenemos que tomar algunas decisiones morales básicas. Hasta los niños parecen
reconocer instintivamente esta ley superior cuando se les instruye sobre lo que está bien
y lo que está mal. El hombre descubre en lo profundo de su conciencia esa ley que él
no se ha impuesto a sí mismo, pero que debe obedecer. La conciencia ha sido muy bien
descrita como el núcleo más secreto del ser humano y su sagrario.
Juicio erróneo: La persona humana debe obedecer siempre el juicio cierto de su
conciencia. Si obrase deliberadamente contra este último, se condenaría a sí mismo.
Pero sucede que la conciencia moral puede estar afectada por la ignorancia y puede
formar juicios erróneos sobre actos proyectados o ya cometidos.
Esta ignorancia puede con frecuencia ser imputada a la responsabilidad personal. Así
sucede “cuando el hombre no se preocupa de buscar la verdad y el bien y, poco a poco,
por el hábito del pecado, la conciencia se queda casi ciega” (GS 16). En estos casos, la
persona es culpable del mal que comete.

5.10.- Distinguir y relacionar los conceptos de “libertad” y “discernimiento


moral”.
Libertad: Es la capacidad de la conciencia para pensar y obrar según la propia voluntad
de la persona.
Discernimiento moral: El discernimiento como juicio moral es la habilidad o
capacidad que posee una persona para certificar o negar el valor moral de una
determinada situación.
La palabra discernir es sinónimo de juicio, perspicaz, distinguir, comprender, es decir,
cuando una persona discierna algo debe de comprender, distinguir lo bueno y lo malo,
lo correcto e incorrecto y ser prudente en su manera de actuar.
Relación entre libertad y discernimiento moral: El discernimiento como juicio moral
es la habilidad o capacidad que posee una persona para certificar o negar el valor moral
de una determinada situación.
La palabra discernir es sinónimo de juicio, perspicaz, distinguir, comprender, es decir,
cuando una persona discierna algo debe de comprender, distinguir lo bueno y lo malo,
lo correcto e incorrecto y ser prudente en su manera de actuar.
5.11.- Explicar qué se entiende por “acto moralmente bueno” (distinguirlo en
ejemplos y desde lo conceptual).
Acto moralmente bueno: El acto moralmente bueno supone a la vez la bondad del
objeto, del fin y de las circunstancias. Una finalidad mala corrompe la acción, aunque
su objeto sea de suyo bueno (como orar y ayunar para ser visto por los hombres).
El acto moralmente bueno supone a la vez la bondad del objeto, del fin y de las
circunstancias.
Ejemplos: Orar; Amar; Mostrar empatía; Mostrar solidaridad; Ser respetuoso; Ser
honesto; Ser humilde; Mostrar aprecio; Rendir homenaje; Ayunar; Pagar deudas; Ser
honrado, etc.

5.12.- Diferenciar los conceptos de libertad de la conciencia y voluntad.


Libertad de la conciencia: Es la capacidad de cada uno, en su conciencia, de adoptar,
mantener y cambiar cualquier pensamiento, opinión, ideología o creencia; y, en su caso,
manifestarlos, lo que pasaría a ser objeto de la libertad de expresión, y en su ámbito, de
la libertad de cátedra, de la libertad científica y de la libertad artística o libertad de
creación.2 Se la considera uno de los principales derechos y libertades; de los
considerados derechos civiles y políticos o derechos humanos de primera generación.
Históricamente está vinculada a la libertad religiosa o de culto, y a la libertad de opinión
o de prensa
Voluntad: Voluntad (del latín voluntas) es la potestad de dirigir el accionar propio. Se
trata de una propiedad de la personalidad que apela a una especie de fuerza para
desarrollar una acción de acuerdo a un resultado esperado. La voluntad implica
generalmente la esperanza de una recompensa futura, ya que la persona se esfuerza para
reaccionar ante una tendencia actual en pos de un beneficio ulterior.
Diferencia entre libertad de conciencia y voluntad: a característica esencial de los
seres humanos consiste en que tenemos la capacidad de conocer y de querer. Por su
inteligencia el hombre es capaz de apropiarse en cierto modo de la realidad y de llevar
a cabo procesos racionales por medio de los cuales la profundiza y la conoce mejor. Por
su voluntad es capaz de moverse hacia la verdad que la inteligencia le presenta y a la
que se inclina percibiéndola como bien, es decir como algo que lo perfecciona. La
libertad se finca en ambas facultades, ya que un acto libre es aquel que se lleva a cabo
con conocimiento y voluntad. http://www.milenio.com/opinion/pedro-miguel-funes-
diaz/vision-social/inteligencia-voluntad-y-libertad

13.- Reconocer que los valores humanos, tales como: amistad, humildad,
solidaridad, lealtad, honestidad, sinceridad, generosidad, entre otros, contribuyen
al mandamiento del amor.
Los Valores humanos: Libertad- Igualdad- Tolerancia-Patriotismo- Amor- Amistad-
Generosidad- Humildad-Honestidad- Justicia-Responsabilidad- Respeto- Solidaridad-
Trabajo- Prudencia.
Los valores humanos son aquellas virtudes a las que asignamos tanta importancia, que
no podemos ponerle precio, permitiéndonos orientar nuestras decisiones y conducta
ante la vida.
Los valores humanos y su relación con el mandamiento del amor: El amor es la
búsqueda del bien del otro o de si mismo. Buscar el bien nos muestra lo que es realmente
valioso, en cuanto que nos enriquece como persona, y no nos degrada rebajándonos a
animal o a un simple objeto de placer o utilidad para otros. Para poder lograr este tipo
de amor en la familia o en la sociedad, ser muy importante entender lo que implica que
el amor viene de Dios.
El verdadero Amor que procede de Dios, Fuente del Amor, nos lleva a amar a Dios
sobre todas las cosas, a sentirlo como Padre amoroso y a reconocer a nuestro prójimo
como a nuestro hermano; por ser todos hijos de un mismo Padre. Esto conlleva, por lo
tanto, a tratar al otro con amor, con paciencia, con misericordia, con respeto y con
generosidad. El Señor Jesús nos enseña el auténtico amor y nos pide que amemos al
prójimo cómo el nos ama a nosotros.
Cristo se nos da totalmente y para siempre y busca nuestro bien, a pesar de nuestro
comportamiento. Con su presencia nos muestra el camino del bien y todos los valores
verdaderamente humanos. También nos corrige y advierte de todos los valores
pasajeros que nos pierden.

14.- Identificar el concepto de pecado original.


Pecado original: Dios creó al hombre a su imagen y lo estableció en su amistad.
Criatura espiritual, el hombre no puede vivir esta amistad más que en la forma de libre
sumisión a Dios. Esto es lo que expresa la prohibición hecha al hombre de comer del
árbol del conocimiento del bien y del mal, "porque el día que comieres de él, morirás
sin remedio" (Gn 2,17). "El árbol del conocimiento del bien y del mal" evoca
simbólicamente el límite infranqueable que el hombre en cuanto criatura debe
reconocer libremente y respetar con confianza. El hombre depende del Creador, está
sometido a las leyes de la Creación y a las normas morales que regulan el uso de la
libertad.

El primer pecado del hombre: El hombre, tentado por el diablo, dejó morir en su
corazón la confianza hacia su creador (cf. Gn 3,1-11) y, abusando de su libertad,
desobedeció al mandamiento de Dios. En esto consistió el primer pecado del hombre
(cf. Rm 5,19). En adelante, todo pecado será una desobediencia a Dios y una falta de
confianza en su bondad.
En este pecado, el hombre se prefirió a sí mismo en lugar de Dios, y por ello despreció
a Dios: hizo elección de sí mismo contra Dios, contra las exigencias de su estado de
criatura y, por tanto, contra su propio bien. El hombre, constituido en un estado de
santidad, estaba destinado a ser plenamente "divinizado" por Dios en la gloria. Por la
seducción del diablo quiso "ser como Dios" (cf. Gn 3,5), pero "sin Dios, antes que Dios
y no según Dios" (San Máximo el Confesor, Ambiguorum liber: PG 91, 1156C).
La Escritura muestra las consecuencias dramáticas de esta primera desobediencia. Adán
y Eva pierden inmediatamente la gracia de la santidad original (cf. Rm 3,23). Tienen
miedo del Dios (cf. Gn 3,9-10) de quien han concebido una falsa imagen, la de un Dios
celoso de sus prerrogativas (cf. Gn 3,5).
La armonía en la que se encontraban, establecida gracias a la justicia original, queda
destruida; el dominio de las facultades espirituales del alma sobre el cuerpo se quiebra
(cf. Gn 3,7); la unión entre el hombre y la mujer es sometida a tensiones (cf. Gn 3,11-
13); sus relaciones estarán marcadas por el deseo y el dominio (cf. Gn 3,16). La armonía
con la creación se rompe; la creación visible se hace para el hombre extraña y hostil
(cf. Gn 3,17.19). A causa del hombre, la creación es sometida "a la servidumbre de la
corrupción" (Rm 8,21). Por fin, la consecuencia explícitamente anunciada para el caso
de desobediencia (cf. Gn 2,17), se realizará: el hombre "volverá al polvo del que fue
formado" (Gn 3,19). La muerte hace su entrada en la historia de la humanidad (cf. Rm
5,12).
Desde este primer pecado, una verdadera invasión de pecado inunda el mundo: el
fratricidio cometido por Caín en Abel (cf. Gn 4,3-15); la corrupción universal, a raíz
del pecado (cf. Gn 6,5.12; Rm 1,18-32); en la historia de Israel, el pecado se manifiesta
frecuentemente, sobre todo como una infidelidad al Dios de la Alianza y como
transgresión de la Ley de Moisés; e incluso tras la Redención de Cristo, entre los
cristianos, el pecado se manifiesta de múltiples maneras (cf. 1 Co 1-6; Ap 2-3). La
Escritura y la Tradición de la Iglesia no cesan de recordar la presencia y la universalidad
del pecado en la historia del hombre: «Lo que la Revelación divina nos enseña coincide
con la misma experiencia. Pues el hombre, al examinar su corazón, se descubre también
inclinado al mal e inmerso en muchos males que no pueden proceder de su Creador,
que es bueno. Negándose con frecuencia a reconocer a Dios como su principio, rompió
además el orden debido con respecto a su fin último y, al mismo tiempo, toda su
ordenación en relación consigo mismo, con todos los otros hombres y con todas las
cosas creadas» (GS 13,1).
15.- Reconocer en las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad) una fuente
inspiradora para el obrar moral (hacer el bien) del cristiano.

Virtudes Teologales
Son tres: fe, esperanza y caridad. Fueron infundidas por Dios en nuestra alma el día de
nuestro bautismo, pero como semilla, que había que hacer crecer con nuestro esfuerzo,
oración, sacrificio.
1. Fin de las virtudes teologales: Dios nos dio estas virtudes para que seamos capaces
de actuar a lo divino, es decir, como hijos de Dios, y así contrarrestar los impulsos
naturales inclinados al egoísmo, comodidad, placer.
2. Características de las virtudes teologales:
a) Son dones de Dios, no conquista ni fruto del hombre.
b) No obstante, requieren nuestra colaboración libre y consciente para que se
perfeccionen y crezcan.
c) No son virtudes teóricas, sino un modo de ser y de vivir.
d) Van siempre juntas las tres virtudes.

1) La Virtud Teologal de la Fe.


1. Definición: Es un don, una luz divina por la cual somos capaces de reconocer a Dios,
ver su mano en cuanto nos sucede y ver las cosas como Él las ve. Por tanto, la fe no es
un conocimiento teórico, abstracto, de doctrinas que debo aprender. La fe es la luz para
poder entender las cosas de Dios
2.Características:
a) La fe es un encuentro con Dios, con su designio de salvación. Y con la fe el hombre
responde libremente a ese encuentro con Dios entregándose a Él, con la inteligencia y
la voluntad.
b) La fe es sencilla, no está hecha de elucubraciones y discursos, sino de verdadera
adhesión a Dios, como María, como Abraham.
c) La fe es vital, es decir, debe cambiar mi vida, demostrarse en mi vida. Por eso, hay
que vivir de fe.
d) La fe es experiencial, es decir, es un conocimiento de Dios en la intimidad. Los que
tienen fe gozan de Dios. No es un sentimiento, sino un conocimiento del espíritu que
Dios nos concede para intimar con Él. Este conocimiento experimental de Dios tiene
sus momentos privilegiados para manifestarse a las almas: en el sacrificio, el dolor, en
los momentos de prueba, cuando se requiere de humildad y de un mayor
desprendimiento de sí mismos.
e) La fe es objetiva, es decir, no se queda a nivel subjetivo, intimista, sino que creemos
en un Dios que se ha revelado a través de la Palabra que hemos recibido de la Iglesia;
Palabra que es preciso conocer, aprender y hacerla vida. Los dogmas de la Iglesia son
luces en el camino de nuestra fe; lo iluminan y lo hacen seguro.
f) La fe termina en compromiso. Compromete mi vida con Dios en la fidelidad a su Ley
y en la donación total a Él. Compromiso de defenderla con mi palabra y testimonio,
alimentarla con la continua lectura y meditación de la Biblia y difundirla a mi alrededor
en el apostolado.

2) La Virtud Teologal de la Esperanza ¿Cómo debe reaccionar un cristiano ante el mal,


los problemas, las dificultades de la vida? Hay quienes caen en el desaliento y piensan
que no hay nada que hacer, que todo es inútil. Hay otros que dicen que nuestra esperanza
es ingenuidad e idealismo. Hay quien nos dice que la esperanza es algo egoísta.
¿Por qué no es propio de un cristiano el desaliento y la desesperación? ¿En verdad Dios
actúa en nuestras vidas? ¿Cuál debe ser la mayor aspiración de un cristiano?

1. Definición : Es la virtud teologal por la cual deseamos a Dios como Bien Supremo
y confiamos firmemente alcanzar la felicidad eterna y los medios para ello.
2. Fundamento
Vivo confiado en esta esperanza porque creo en Cristo que es Dios omnipotente y
bondadoso y no puede fallar a sus promesas. Así dice el Eclesiástico: “Sabed que nadie
esperó en el Señor que fuera confundido. ¿Quién que permaneciera fiel a sus
mandamientos, habrá sido abandonado por Él, o quién, que le hubiere invocado, habrá
sido por Él despreciado? Porque el Señor tiene piedad y misericordia” (2, 11-12).
3. Efectos
a) Pone en nuestros corazones el deseo del cielo y de la posesión de Dios,
desasiéndonos de los bienes terrenales.
b) Hace eficaces nuestras peticiones.
c) Nos da el ánimo y la constancia en la lucha, asegurándonos el triunfo.
d) Nos proyecta al apostolado, pues queremos que sean muchos los que lleguen a la
posesión de Dios.
4. Obstáculos
a) Presunción: esperar de Dios el cielo y las gracias necesarias para llegar a él, sin poner
por nuestra parte los medios necesarios.
b) Desaliento y desesperación: harta tentados y a veces vencidos en la lucha, se
desaniman y piensan que jamás podrán enmendarse y comienzan a desesperar de su
salvación.
5. La Eucaristía, prenda del mundo venider: La esperanza de la venida del Reino se
realiza ya de manera misteriosa y verdadera en la comunión eucarística. La comunión
es el comenzar a gustar esa promesa del cielo y alimentar el deseo de la posesión eterna.
Es una anticipación de la vida eterna aquí en la tierra. Y es la seguridad y la certeza de
nuestra esperanza.
3) La Virtud teologal de la Caridad: La fe y la esperanza no tienen ningún sentido si
no desembocan en el amor sobrenatural o caridad cristiana. Por la fe tenemos el
conocimiento de Dios, por la esperanza confiamos en el cumplimiento de las promesas
de Cristo y por la caridad obramos de acuerdo a las enseñanzas del Evangelio.
1. Definición: Es la virtud por la que podemos amar a Dios y a nuestros hermanos por
Dios. Por la caridad y en la caridad, Dios nos hace partícipes de su propio ser que es
Amor.
La experiencia del amor de Dios la han vivido muchos hombres. San Pablo dice: “Me
amó y se entregó por mí”. Y quienes han experimentado este amor han quedado
satisfechos y han dejado todas las seguridades de la vida para corresponder a este amor
de Dios.
2. Características del amor de Dios
a) El amor de Dios es lo más cierto y lo más seguro: existió desde siempre, estaba antes
que naciéramos. Una vez que es encontrado, se llega incluso a tener la sensación de
haber perdido inútilmente el tiempo, entretenidos y angustiados por muchas cosas por
las que no merecía la pena haber luchado y vivido.
b) El amor de Dios es sólido y firme, es como la roca de la que nos habla el evangelio.
El amor humano hay que sostenerlo continuamente, alimentarlo constantemente...so
pena de apagarse.
c) El amor de Dios es siempre nuevo, fresco y bello en cada instante. La experiencia de
san Agustín es muy reveladora: ¡Tarde te amé, ¡Hermosura tan antigua y tan nueva,
tarde te amé! Y Tú estabas dentro de mí y yo fuera, y así por fuera te buscaba; y deforme
como era me lanzaba sobre las cosas hermosas que Tú creaste. Tú estabas conmigo mas
yo no estaba contigo... Me llamaste y clamaste y quebrantaste mi sordera; brillaste y
resplandeciste y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y lo aspiré y ahora te anhelo;
gusté de Ti, y ahora siento hambre y sed de Ti; me tocaste y deseé con ansia la paz que
procede de Ti (Confesiones).
d) El amor de Dios es perpetuo, no se acaba, no se cansa, no tiene límites. Si hay
dificultades no es por Dios.
3. Características del amor
a) La sinceridad y la pureza: debe ser un amor que nace de la interioridad de la persona.
No puede ser un amor de apariencias. Jesús mira siempre el corazón de la gente y por
eso alaba a esa pecadora arrepentida y echa en cara la hipocresía de los fariseos.
b) El servicio al necesitado: socorrer al que tiene necesidad en el cuerpo o en el alma.
Cristo cura las enfermedades, da de comer, consuela a los tristes, ilumina la mente y el
corazón, ofrece el perdón. Servir al otro, porque percibimos el valor de las almas y de
su salvación.
c) El perdón y la misericordia: son las expresiones más exquisitas del amor que Dios
nos ofrece, a través del ejemplo de su Hijo Jesucristo. Posiblemente la faceta del perdón
que más cuesta es el olvido de las injurias y de la difamación. Solamente la gracia de
Dios puede conceder la paz, el perdón y el amor hacia el difamador.
d) Universalidad y delicadeza: Universal, porque tengo que amar a todos, por ser hijos
amados de Dios. Delicada, porque busca manifestarse en las cosas pequeñas, tiene en
cuenta las características y sensibilidad de cada persona.
En el amor de Dios se crece cada día, practicándolo y abnegándose. En el amor se
camina, se crece, con la gracia de Dios. Este amor se demuestra cumpliendo la voluntad
de Dios, observando sus mandamientos, poniendo atención a las inspiraciones del E.S.,
siendo fieles a los deberes del propio estado.
El que tiene verdadera caridad es un apóstol entre sus hermanos y es capaz de superar
todo temor y respeto humano.

5.16.- Confrontar hechos y situaciones de la vida contemporánea con la ética


cristiana.
Quiero comenzar diciendo lo obvio. No todas las personas que se encuentran habitando
en este momento este planeta Tierra se comportan de la misma manera, por lo cual lo
que expondré a continuación se refiere a tendencias mayoritarias, aunque por supuesto
tampoco son mayoritarias en todas las regiones del mundo ya que hoy existe un abismo
que separa por un lado un mundo, el de los bendecidos por el destino que usufructúan
de los adelantos de la ciencia, la medicina y la tecnología y por otro el de los excluidos,
olvidados o ignorados por la suerte o mejor dicho olvidados por los hombres que tienen
en sus manos los destinos de la vida en el planeta.
Y menos aún estos quebrantos de los valores morales y éticos son exclusivos de estos
tiempos que estamos viviendo, que se han dado en llamar post modernidad, sino que
siempre existieron y seguirán existiendo, generados por personas perversas, con
trastornos en su personalidad que nacieron con el designio de hacer el mal y que dañan
y contaminan con su maldad a su entorno y a la sociedad en general habiendo llevado
a la misma en diferentes oportunidades a tremendas crisis cada una con sus
características particulares pero de las cuales creo importante tener presente que de
alguna manera siempre se salió y terminaron dejando entre tanto dolor, algún beneficio
para la raza humana.
Y como testimonio de ello quiero mencionar, sólo como un ícono que nos concierne, al
tango “Cambalache” de Enrique Santos Discépolo escrito por los años 30 del siglo XX
y que insistía con que “el mundo siempre fue y será una porquería” o “todo es igual,
nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor”… donde denuncia situaciones
similares a las que voy a plantear, pero éstas no tenían la preeminencia y algunas de las
características que tienen hoy o quizás nosotros no lo vivíamos así. Por otro lado debo
dejar sentado desde ya que dentro de de la sociedad siempre restan “núcleos sanos” en
los cuales mantienen su vigencia los valores clásicamente admitidos como valederos y
que tanto esfuerzo y dolor le ha costado a la humanidad instaurar, para beneficio de
todos. Primero intento ubicar los tiempos a los cuales me voy a referir en el presente
artículo:
La Edad Moderna y el Postmodernismo.
A) Edad Moderna. La fecha más aceptada del inicio de la Edad Moderna sería la toma
de Constantinopla por los turcos en 1453 coincidente con la invención de la imprenta y
el desarrollo del humanismo en el Renacimiento. Fue en ese momento que se produjo
la revalorización de los postulados neoplatónicos, en Italia los cuales quedaron
plasmados como documento en magníficos frescos de Rafael. Uno de ellos “La escuela
de Atenas” celebra la investigación de la verdad racional, la FILOSOFÍA, y es donde
se honra las cualidades máximas del espíritu humano, LA VERDAD, EL BIEN y LA
BELLEZA. En otro fresco, en el consagrado a la LEY, se exaltan las tres virtudes a que
podían aspirar los hombres: LA PRUDENCIA, LA TEMPLANZA y LA
FORTALEZA.
Estas fechas concuerdan con el descubrimiento de América por Colón, lo que permitió
el encuentro de dos mundos que habían permanecido separados por más de 20.000 años
con el consabido atropello y opresión de las civilizaciones americanas por parte de los
europeos.
Otros historiadores en cambio, opinan que los comienzos de la Edad Moderna serían a
partir de la Revolución Francesa, forjada también por una crisis de valores, con el
cambio de pensamiento que ella generó. Esta época, inspirada y fundamentada en el
pensamiento de Descartes se caracterizó por la racionalización de la existencia. De
cualquier manera, la modernidad se extendería hasta aproximadamente el año 1970 del
pasado siglo XX. Cuando comenzaría la llamada Postmodernidad.
Como el paso del tiempo ha ido alejando tanto estas épocas del presente se ha agregado
una cuarta: la Época contemporánea cuando se intensificó la tendencia a la
modernización. Fue la era de los descubrimientos científicos, el S.XIX o siglo de la
luces, con el triunfo y desarrollo de fuerzas económicas y sociales que llevaron a la
creencia de una cercana victoria sobre la ignorancia y la servidumbre por medio de la
ciencia y de las diferentes doctrinas sociales que tenían como finalidad la búsqueda de
la felicidad del ser humano y que equivocados o no y a pesar de que implicaron terribles
y devastadoras guerras que marcaron este período, siempre tuvieron como objetivo el
bien común, inspirados en la razón y en la validez de los viejos valores morales y éticos.
Resumiendo podemos decir que durante la modernidad el Hommo Sapiens Sapiens dio
un salto imponente en su evolución cuando se dedicó a buscar las realidades
trascendentales del mundo en que habitaba buscando unificar todos los conocimientos
que iba adquiriendo, tanto los científicos ( lo verdadero de los griegos) como los
morales (lo bueno) y los artísticos (lo bello) para conseguir el control de las fuerzas
naturales y lograr así el progreso Social entronando a “la diosa razón” lo que generó la
aparición de grandes utopías, tanto sociales como políticas, económicas, tecnológicas,
industriales etcétera.
El hombre moderno centró entonces su atención fundamentalmente en la gente,
redescubrió la naturaleza y la cultura y adoptó una posición científica positiva,
abandonando a Dios como el centro absoluto de universo tal cual lo había hecho en el
medioevo. Comprometido con la humanidad, enamorado de la vida se sintió
básicamente optimista y trató de cambiar el mundo, para lo cual comprometió su
presente. Los siglos XVII XVIII Y XIX constituyeron la era de las revoluciones:
revolución científica newtoniana, la R. industrial la R burguesa y las liberales (Francesa
y las independentistas americanas) con sus ideas de progreso y de confianza en la
ciencia, que se caracterizó por el crecimiento de las grandes ciudades y la aparición de
una nueva conciencia social donde se reafirma el valor del hombre y se lo considera el
protagonista de la historia procurando un futuro mejor para el mismo.
Durante el S. XX la integración mundial creció y todo este crecimiento se hizo no sólo
con un esfuerzo inmenso de múltiples y brillantes pensadores, científicos y artistas que
signaron este tiempo, sino también como consecuencia de la necesidad de aceptar y
suplir la pérdida de millones de vidas humanas en las terribles guerras que se habían
suscitado, siempre en la búsqueda de cumplir con el ideal de una mejor vida para todos
lo que llegó a implicar la pérdida del “yo” en beneficio del “nosotros”.
Según Eladio Urbina los hombres modernos se identificaron con Prometeo el dios
griego que por haber entregado el fuego a los hombres debió transcurrir el resto de su
existencia encadenado a una roca, sufriendo atroces dolores al ser sus órganos
devorados diariamente, los cuales volvían a crecer indefinidamente como condena de
haber puesto en marcha la evolución de los seres humanos. Posteriormente Camús en
1932 cambió a Prometeo por Sísifo (mito del cual ya nos ha hablado el compañero Dr.
Carlos Melogno) condenado éste por los dioses a hacer rodar una pesada roca desde la
base hasta la cumbre de una montaña desde donde volvía a caer por su propio peso y
que él debía constantemente volver a levantar. Sísifo sufre, acepta su condena y trabaja.
Los objetivos que se plantearon en la modernidad son sin lugar a dudas los más caros a
la humanidad. El problema no estaba en ellos sino en los medios que se estaban
utilizando los que llevaron en los años sesenta a una nueva crisis en el mundo, en un
tiempo de guerras, discriminaciones y conflictos de todo tipo, lo que generó la reacción
fundamentalmente de la juventud que buscó separarse y diferenciarse de sus mayores
surgiendo diferentes movimientos de protesta por Ej. El mov. Hippie con sus banderas
de anarquía y no violencia los Beatles con sus baladas de crítica, la lucha por la
liberación de la mujer, contra la discriminación étnica y de los homosexuales entre
otros.
Aparece en ese momento una canción emblemática contra la guerra de Vietnam,
pregonando paz, compasión y libertad: “La respuesta está en el viento” de Bob Dylan
que decía entre otras cosas ¿Cuántos caminos tiene que andar el hombre antes de que
lo llamen hombre?- ¿Cuántos mares tiene que surcar la paloma blanca antes de que
descanse en la arena?- Sí y ¿Cuánto tiempo tienen que volar las balas de cañón antes
de que sean prohibidas para siempre? - La respuesta amigo mío está soplando en el
viento.
Y el viento sopló, y se hizo temporal y otra vez la ley del péndulo se cumplió haciendo
que los seres humanos terminaran siendo arrastrados para el otro extremo.
El hombre posmoderno comienza a sentir que el proyecto moderno es muy arduo y no
lo acepta más diciéndose: dejemos la roca abajo y disfrutemos de la vida ya que ésta es
muy corta para desperdiciarla así. Se abandonan entonces los ideales y se decide
disfrutar del presente con una actitud despreocupada. Es el tiempo del “YO”.
Tras la pérdida de confianza en los proyectos de transformación de la sociedad piensa
que sólo cabe concentrar los esfuerzos en la realización personal y comienza a sentir
que es posible vivir sin ideales. Lo importante es conseguir dinero, mucho dinero, no
importa cómo; disfrutar la vida al máximo; mantenerse lo mejor posible. Aún la familia
pasa a un segundo lugar.
El símbolo de esta época es Narciso, el hombre enamorado de sí mismo que deja
transcurrir su tiempo admirando su imagen en la fuente. Los grandes principios éticos
y morales de la modernidad dejan de ser universales.
Y son los medios de comunicación, en gran medida, los responsables de estas
transformaciones ya que ellos han permitido la salida a la superficie de las voces de
todas las culturas, de todos los subgrupos, con sus diferencias de perspectiva de los
hechos que permiten conocer al momento las tremendas dificultades de millones de
personas para sobrevivir en el mundo actual, o las terribles perversiones de otros que
con un gran monto de agresividad nos asaltan diariamente desde pantallas del televisor,
los diarios y la radio. Y estas diferentes perspectivas generaron la caída de una visión
unitaria del mundo, de su historia y sus valores, lo que lleva a buscar “la libertad de
hacer la mía” sin respetar los derechos del otro. Entonces aparece el “esto no se arregla
más, no me concierne, no puedo hacer nada,…”, siendo la juventud fundamentalmente
la que se ve arrastrada en esta manera de sentir al considerarse aislados e
incomprendidos al tiempo que no comprenden tampoco lo que está pasando y tratando
de diferenciarse transgreden y desdeñan las normas de la sociedad exigiendo con
violencia lo que ellos entienden “su verdad y sus derechos”. La violencia que se ve en
el cine, la televisión, Internet, y también en la calle se suma a una educación tanto
familiar como formal cada vez más devaluada.
También por los años setenta comienzan a aparecer los llamados libros de autoayuda
que impulsan a aumentar el amor por sí mismo lo cual fue en muchas oportunidades
mal interpretado. Por ejemplo insistían en “tú eres la persona más importante para ti
mismo” lo cual no es lo mismo que “tú eres la persona más importante” que muchos
interpretaron, olvidando que los derechos de cada uno terminan donde comienzan los
de los demás.
Asimismo llevaron a la personificación de la vida. Todo tiene que lograrse “ahora”,
“ya” se olvida del valor de la afirmación de Kierkegard –“La vida sólo puede ser
comprendida mirando para atrás y sólo puede ser vivida mirando para adelante”. Al
futuro se lo ve lejano, quizás improbable. Por un lado la ciencia, la medicina van
ganando batallas a la enfermedad, pero los jóvenes se mueren cada vez más temprano
en accidentes de todo tipo, o por tremendas enfermedades que irrumpen o reaparecen
como el sida, el Ébola, el dengue y en guerras o en catástrofes naturales. Entonces ¿Para
qué preocuparse e hipotecar años en un futuro impredecible? a la vez que se desvaloriza
el pasado la experiencia y los valores admitidos.
Se resta importancia al otro y a su esfuerzo. Paradigmas de la sociedad como los
médicos y los maestros son atacados y desvalorizados, tal como lo estamos viviendo en
el presente en nuestro medio, aunque también es cierto que ellos han cambiado muchas
pautas de su actuar.
El hombre posmoderno obedece a juicios múltiples y contradictorios entre sí. En lugar
de un yo común lo que aparece es una pluralidad de personajes que dejan su huella,
aunque por poco tiempo (a disfrutar los quince minutos de fama que les corresponde).
Esas razones serán entonces cambiadas rápidamente y lo que en la modernidad se vivía
con tensión y conflicto ahora se vive sin drama ni pasión, excepto que sea un partido
de fútbol.
El PM (Postmodernismo) no se aferra a nada, no tiene certezas absolutas, nada le
sorprende, sus opiniones pueden modificarse de un momento a otro y hay una pérdida
de la preocupación por la realización colectiva importando solamente como ya se ha
dicho, la obtención de logros personales.
También aparece una cierta desvalorización de la ciencia y de quienes la cultivan.
Solamente la tecnología parece valorarse. Se afirma que por Internet se puede estar al
tanto de cualquier cosa, sin necesitar largos años de formación. Y se duda de los
científicos, produciéndose como compensación un retorno a lo esotérico y a lo religioso
con una explosión de lo sobrenatural y de las ciencias ocultas (la astrología, los
horóscopos, la quiromancia, las cartas astrales y hasta la vieja alquimia retornan). No
hay prejuicios de aceptar explicaciones por más irracionales que éstas sean. Van junto
con lo científico, o a veces por delante. En lo religioso se estructura un mundo
metafísico mezclando en un “vale todo” ideas cristianas, judías, hindúes pseudo
científicas, etcétera.
Es que buena parte de la sociedad no estaba preparada para la secularización y al
desaparecer los límites impuestos por las religiones se hace necesario que los valores
morales sean asumidos por la conciencia individual y no todos podían o estaban
interesados en hacerlo. Por lo contrario esto lleva a la pérdida del operar del súper yo
sin que ello produzca aparentemente pena o congoja.
Pero la angustia y la depresión hoy campean por el mundo.
Con ésta postura de cada cual haga la suya surgen entre otros:
Crisis económicas mundiales tal como se está sufriendo en la actualidad por la ambición
desmedida, sin ética alguna y sin control, por parte de especuladores inescrupulosos.
Políticos que engañan y que entre muchas otras cosas permiten por ej. La venta de
armas a países pobres con conflictos internos o guerras abiertas mientras se desgarra
las ropas por la existencia de las mismas y rechazan a los inmigrantes que logran
acceder a sus tierras. Los policías corruptos. Autoridades policiales traficando armas y
drogas.
A otros niveles los “poliladrones”. La mentira descarada en los medios. Las noticias
son adaptadas a las convicciones o necesidades de cada uno. Las mismas dejan de ser
imparciales. Mal uso de recursos tecnológicos estupendos, por ejemplo Internet usado
para pornografía infantil y prostitución explícita entre otros muchos usos inadecuados
mientras algunos se ocupan de crear distintas formas de destruir equipos e información
a través de virus, gusanos u otros recursos. La aceptación de la vulgaridad, la grosería
y la agresividad en todos los ambientes con la excusa de la valoración de lo popular.
Drogadicción incluyendo alcoholismo en niveles nunca conocidos con total
indiferencia. Hoy no se sale a divertirse, se sale a “emborracharse”. Degradación del
medio ambiente en que vivimos a niveles inaceptables debido a la ambición desmedida
de algunos con un total desinterés del bien de la mayoría y del destino del propio
planeta. Media humanidad sufriendo de hambre y la otra mitad de obesidad. A nivel
individual disminuyen o aun desaparecen entre otras cosas: -El aprendizaje y el gusto
por la educación y la cultura -La ambición de ser alguien en la vida y hacer el esfuerzo
por lograrlo.
Es más fácil robar y rapiñar y esto en todas las clases sociales, sin importarse de la vida
o el respeto por el otro, sobre todo si “el otro” es “un viejo”. -La paciencia y la tolerancia
en las relaciones humanas lo que incluye el compromiso de la pareja y la
responsabilidad de la paternidad. A la vez disminuye la prudencia en la hora de gastar
y el ahorro como forma de enfrentar situaciones inesperadas en el futuro lo que es
sustituido por la compulsión de comprar. Es la época del consumo.
También se hace innecesaria la melodía en la música, la buena voz para cantar, el
talento y el ingenio en las creaciones artísticas. La lista puede llegar a ser muy larga y
no quiero cansarlos. En fin todos los valores que conocimos y estimamos están
enfrentando una dura batalla. Pero, también es cierto, que con los años nos volvemos
cada vez más exigentes y quizás no debamos asustarnos o escandalizarnos por la
situación sino que debemos conversar de ello para concienciarlo.
Con la ocultación y el miedo no se gana nada y algo que podemos ofrecer son nuestras
propias palabras. Debemos hablarlo y ver como apoyar desde nuestro lugar a esas
personas que integran esos núcleos sanos que resisten en nuestra sociedad y que son
nuestra esperanza: los que continúan estudiando, trabajando, investigando y creando
como forma de satisfacción personal y para servir a los otros. Y debemos también
asumir nuestro rol en la educación de las nuevas generaciones a través de nuestro
entorno. Y aportar ideas para hacer que el péndulo comience nuevamente a volver y se
retorne a los hermosos ideales de la modernidad, con otras herramientas y con la
experiencia de las nefastas consecuencias de este período que nos ha tocado vivir.
Como dijo Borges “Sé que para volar solamente se requiere dar fuerzas a las alas de
nuestra imaginación y tomar rumbo hasta donde la nada existe”.

5.17.- Explicar el sentido de la pobreza como categoría teológica.


La opción por los pobres es una categoría teológica. “Quiero una Iglesia pobre para los
pobres. La nueva evangelización es una invitación a reconocer la fuerza salvífica de sus
vidas” Papa Francisco 2013
Para la Iglesia la opción por los pobres es una categoría teológica antes que cultural,
sociológica, política o filosófica. Dios les otorga “su primera misericordia”. Esta
preferencia divina tiene consecuencias en la vida de fe de todos los cristianos, llamados
a tener “los mismos sentimientos de Jesucristo” (Flp 2,5). Inspirada en ella, la Iglesia
hizo una opción por los pobres entendida como una “forma especial de primacía en el
ejercicio de la caridad cristiana, de la cual da testimonio toda la tradición de la Iglesia”.
Esta opción —enseñaba Benedicto XVI— “está implícita en la fe cristológica en aquel
Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza”. Por eso
quiero una Iglesia pobre para los pobres. Ellos tienen mucho que enseñarnos. Además
de participar del sensus fidei, en sus propios dolores conocen al Cristo sufriente. Es
necesario que todos nos dejemos evangelizar por ellos. La nueva evangelización es una
invitación a reconocer la fuerza salvífica de sus vidas y a ponerlos en el centro del
camino de la Iglesia. Estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra
voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a
recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos.
(Exhortación apostólica Evangelii gaudium, n. 198)
El dinero es un instrumento hecho para servir, y la pobreza está en el corazón del
Evangelio y Jesús habla de este desencuentro: dos señores, dos jefes. O me alisto con
este o con este. O me pongo de parte de este que es mi Padre o de parte de este que me
hace esclavo. Y después la verdad: el diablo siempre entra por el bolsillo, siempre. Es
su puerta de entrada. Se debe luchar por hacer una Iglesia pobre para los pobres según
el Evangelio, ¿no? Se debe luchar. Y cuando yo veo Mateo 25, que es el protocolo sobre
el que nosotros seremos juzgados, entiendo mejor qué significa ‘una Iglesia pobre para
los pobres’: las obras de misericordia, ¿no?, en Mateo 25. Es posible pero siempre se
debe luchar porque la tentación de la riqueza es muy grande. (Entrevista con TV2000
sobre el Año da Misericordia, 20 de noviembre de 2016)
Pobreza que enseña la solidaridad, el compartir y la caridad, y que se expresa también
en una sobriedad y alegría de lo esencial, para alertar sobre los ídolos materiales que
ofuscan el sentido auténtico de la vida. Pobreza que se aprende con los humildes, los
pobres, los enfermos y todos aquellos que están en las periferias existenciales de la
vida. La pobreza teórica no nos sirve. La pobreza se aprende tocando la carne de Cristo
pobre, en los humildes, en los pobres, en los enfermos, en los niños. (Discurso a las
religiosas participantes en la asamblea plenaria de la unión internacional de superioras
generales – 8 de mayo de 2013)

5.18.- Relacionar pobreza como categoría teológica con justicia social.


Desde los inicios del cristianismo la vivencia de la fe cristiana dio lugar a una reflexión
puesta al servicio de la comunicación del mensaje de Jesús y de la Biblia en su conjunto.
La Buena Nueva del amor de Dios y de la fraternidad entre los seres humanos no puede
permanecer en ámbito íntimo y recoleto, debe ser compartida; si no lo es deja de ser
noticia.
A esa reflexión se le llamó “teología”. Los griegos llamaban “teólogos” a los poetas
que como Homero y Hesíodo compusieron teogonías, explicaciones mitológicas de los
orígenes de la humanidad. La tradición cristiana recoge el vocablo “teología” en la
medida en que apunta tanto a los orígenes, como al presente, pero lo entiende, más bien,
como un hablar sobre Dios, como un lenguaje que parte del testimonio de Jesús. Como
lo dice la etimología del término “teo-logía”, se trata de un logos sobre theos, una
palabra sobre Dios. La intuición griega era certera, el lenguaje poético, hecho de
silencio y de palabra, de cercanías y de lejanías, es particularmente apto para hacer
presente al Dios amor, que a veces sentimos ausente. Lo prueba la poesía de Juan de la
Cruz.
Pero otros elementos entran también, y fecundamente, en el lenguaje teológico. Lo
propio de él es entrar en diálogo con las realidades históricas, sociales, culturales y el
pensamiento de un tiempo determinado. Esa perspectiva fue recordada y subrayada por
el Concilio Vaticano II, que tuvo muy presente que nos hacemos discípulos de
Jesucristo en nuestro caminar histórico. Todo un mundo social y cultural interviene en
la elaboración del lenguaje teológico. Cuando se viven situaciones humanas extremas,
como la pobreza y la insignificancia social, las preguntas calan hondo, la interpelación
va a lo esencial y nos colocan desnudamente ante las preguntas básicas de todo ser
humano. Si no descendemos, o ascendemos más bien, hasta el mundo del sufrimiento
cotidiano, de la angustia que consume, de la esperanza que, pese a todo, se enciende
tercamente, así como a las experiencias más hondas de alegría, el quehacer teológico
no adquiere espesor, y fácilmente puede contaminarse de un cierto burocratismo y de
una voluntad de poder, que amenazan todo conocimiento humano, pero que son
contrarios al espíritu evangélico.
Durante siglos la teología fue elaborada fundamentalmente en Europa, donde el
cristianismo estaba sólidamente asentado. Hoy tenemos un esfuerzo de inteligencia del
mensaje cristiano que se hace desde otras esquinas y perspectivas del planeta: América
Latina y el Caribe, Asia, África, minorías étnicas y culturales en países noratlánticos y
desde la situación de la mujer, en todas esas latitudes. Es una expresión de comunidades
cristianas que han madurado en la fe y que, para enfrentar sus tareas, buscan situarse de
cara a sus realidades locales. Por esa razón, a veces, se les llama teologías contextuales;
no obstante, a decir verdad, es una expresión tautológica, porque toda teología es
contextual – la que proviene de Europa también– en la medida en que lleva siempre la
impronta del marco histórico y social de quienes las proponen y, deseablemente, de
aquellos a los que se da testimonio del Evangelio de Jesucristo.
La opción preferencial
En esa línea se ubica la Teología de la Liberación, nacida en América Latina hace unos
cuarenta años. Se trata de un continente en el que el desafío mayor –no el único,
ciertamente– a la vivencia y la proposición del mensaje evangélico viene de la pobreza
y la marginación del grueso de su población (1). Condición que las Conferencias
Episcopales latinoamericanas de Medellín (1968) y Puebla (1979) llaman “inhumana”
y “antievangélica”. Van más lejos todavía y la califican como “violencia
institucionalizada” (2). En efecto, en última instancia, eso es la pobreza: muerte
temprana e injusta. Lo decían ya, en el siglo XVI, los misioneros dominicos –Bartolomé
de Las Casas y otros– de la situación de los indios en estas tierras, pero –
desgraciadamente– vale, igualmente, para los pobres y excluidos de nuestros días.
Precisemos que la pobreza, la “insignificancia social”, como se dice en la Teología de
la Liberación, no se reduce al aspecto económico, por importante que sea: tiene
asimismo componentes étnicos, culturales y de género. Es lo que se ha llamado la
multidimensionalidad de la pobreza, percepción a la que se acercan cada vez más los
análisis de las agencias internacionales. La pobreza no es un hecho natural e ineluctable,
es obra de manos humanas. El análisis social nos dice que tiene causas: estructuras
socioeconómicas y categorías mentales. No es un destino, es una condición; no es un
infortunio, es una injusticia. A las causas de la pobreza, y a su necesaria eliminación,
se ha referido, en las últimas décadas, Juan Pablo II (3), en numerosas oportunidades y
lo ha recordado hace poco Benedicto XVI (4).
La fe cristiana ve la pobreza como una situación contraria a la voluntad de vida, de
amor y de justicia del Dios de la Biblia. Es un problema social que requiere el uso de
las ciencias sociales, y humanas en general (su presencia en la reflexión teológica, una
novedad hace unas décadas –no siempre bien comprendida–, hoy es algo frecuente),
para tener un conocimiento serio del hecho de la pobreza. Pero no se limita a eso; desde
el punto de vista teológico es, ante todo, una condición que va contra la dignidad de los
seres humanos e hijas e hijos de Dios según el Evangelio. Es una cuestión de justicia,
un tema bíblico por excelencia. Además, hay una escandalosa contradicción entre la
pobreza, la inhumana situación, de una gran parte de la población de América Latina y
el Caribe y la condición cristiana, y de mayoría católica, de sus habitantes.
Por las razones dichas, la Teología de la Liberación postula la opción preferencial por
el pobre, y hace de ella su núcleo central. No se trata de una actitud condescendiente;
ella ve más bien en el pobre y excluido a alguien que tiene el derecho de ser agente de
su propio destino en la sociedad. Esa opción tiene una doble vertiente: solidaridad con
las personas, los pobres, y rechazo de la situación de pobreza (y de sus causas) que
padecen. Solidaridad que no se propone ser la voz de los sin voz (salvo en situaciones
extraordinarias y en momentos puntuales), sino que busca que quienes no tienen voz,
la tengan. El rechazo a la pobreza comprende la recusación de las causas que la
provocan. Es una cuestión de honestidad para con el pobre, como decía hace muchos
años el filósofo francés Paul Ricoeur: no estamos verdaderamente con los pobres si no
estamos contra la pobreza. Pobreza que la Conferencia Episcopal de Medellín califica
como “un mal” (Documento Pobreza de la de Iglesia, n. 4ª).
La opción preferencial por el pobre es una opción por el Dios amor anunciado por
Jesucristo. Si se habla de preferencia es, precisamente, porque tenemos en cuenta que
el amor de Dios es universal, alcanza a toda persona sin excepción, pero que va primero
a los últimos, a los insignificantes, a los que viven una condición injusta. La Biblia y la
historia del cristianismo nos recuerdan estas dos vertientes del amor de Dios, ellas se
entrelazan, se alimentan y, si cabe, se corrigen mutuamente. “Del más chiquito y más
olvidado –decía Bartolomé de Las Casas– Dios tiene la memoria más viva y más
reciente”. Al olvido, causa última de la insignificancia social de tantos, hay que
oponerle la memoria que impulsa a buscar los modos concretos para hacer eficaz un
cambio de la situación. Esa memoria inspiró la defensa que Las Casas hizo de los
pueblos indios, y está presente en las páginas que escribió Guamán Poma para
denunciar las vejaciones sufridas por sus hermanos de raza y cultura.
Compromisos concretos. Esta posición va a las raíces del asunto; de allí la resistencia
que ha encontrado en ciertos sectores privilegiados de América Latina y de más allá.
La sufrieron muchos cristianos comprometidos con los pobres y excluidos, hostilizados
de distintas maneras y desde ángulos diversos. El caso del arzobispo Oscar Romero no
es sino el más conocido y evidente; son muchos, sin embargo, y lamentablemente, los
que han tenido un destino semejante. Dio lugar, igualmente, a malentendidos y
polémicas en el interior de las Iglesias cristianas; hecho que permitió importantes
clarificaciones.
Desde hace muchos años, la expresión opción preferencial por el pobre, una de cuyas
fuentes es lo que decía Juan XXIII poco antes del Concilio Vaticano II: “frente a los
países subdesarrollados la Iglesia es y quiere ser la Iglesia de todos, y especialmente la
Iglesia de los pobres” (11 de septiembre de 1962), tiene una presencia importante en la
vida de las Iglesias cristianas y en sus enseñanzas. No obstante, en el nivel de la práctica
cristiana, es más lo que hay por hacer que lo hecho hasta hoy. Por eso, sigue siendo una
propuesta y un llamado en permanente espera de nuevas respuestas y compromisos.
De eso se trata en última instancia, de compromisos concretos. La reflexión teológica
tiene su papel y su lugar, legítimos y necesarios. Pero parafraseando una célebre frase
de Blas Pascal podemos decir que, a la luz de la fe cristiana, ninguna teología, incluida,
por supuesto, la Teología de la Liberación, tiene el valor que posee un gesto de amor y
solidaridad hacia el prójimo, especialmente hacia el pobre y marginado.
1.- “En el inicio de un nuevo siglo, la pobreza de miles de millones de hombres y
mujeres es la cuestión que, más que cualquier otra, interpela nuestra conciencia humana
y cristiana” (Juan Pablo II, Mensaje para la celebración de la jornada mundial de la paz
n. 14).
2-. La expresión fue utilizada por la Conferencia de Medellín. En el momento
sorprendió; pero, un año más tarde, Johan Galtung, el gran especialista en cuestiones
de paz, habló de “violencia indirecta o estructural” en “Violence, peace and peace
research”, Journal of Peace Research, Oslo, 1969.
3. En la apertura de la Conferencia Episcopal de Puebla, México, Juan Pablo II
denunció los mecanismos que “producen a nivel internacional ricos cada vez más ricos
a costa de pobres cada vez más pobres” (Discurso inaugural III, 4). En la homilía
pronunciada en La Habana (25 de enero de 1998), repitió, literalmente, ese aserto.
4.- “Desde ese momento (el del surgimiento de la sociedad industrial), los medios de
producción y el capital eran el nuevo poder que, estando en manos de pocos,
comportaba para las masas obreras una privación de derechos contra la cual había que
rebelarse”, Deus caritas est (2005, n. 26).
5.- Se pueden ver al respecto las observaciones a la posición de la Iglesia y a la
Teología de la Liberación en los llamados Documentos de Santa Fe. El primero de ellos
data de 1980, elaborado para la primera campaña presidencial de Ronald Reagan (Il
Regno, n. 462, Bolonia, 1982; y Encuentro, n. 33, Lima, 1984). Significativa –y
curiosa– fue igualmente la conferencia de los ejércitos americanos (incluido Estados
Unidos) en Buenos Aires en 1987, uno de cuyos temas principales fue la presencia de
la Teología de la Liberación en América Latina. Conferencia de Inteligencia de
Ejércitos Americanos (CIEA). XVII Conferencia de Ejércitos Americanos, Buenos
Aires, 1987.
6.- Gustavo Gutiérrez elaboró este artículo en el mes de abril pasado, antes de la
llegada de Benedicto XVI a Brasil, para el primer número de la edición peruana de Le
Monde diplomatique (NdelaR).

5.19.- Relacionar los conceptos de misericordia y justicia dentro del contexto de


las relaciones humanas.
La “justicia” es la virtud moral que consiste en la constante y firme voluntad de dar a
Dios y al prójimo lo que les es debido. La justicia para con Dios es llamada “la virtud
de la religión”. Para con los hombres, la justicia dispone a respetar los derechos de cada
uno y a establecer en las relaciones humanas la armonía que promueve la equidad
respecto a las personas y al bien común. El hombre justo, evocado con frecuencia en
las Sagradas Escrituras, se distingue por la rectitud habitual de sus pensamientos y de
su conducta con el prójimo. (referirse al no. 1807 del Catecismo de la Iglesia Católica).
La “misericordia” es el atributo de Dios que extiende su compasión a aquellos en
necesidad. Tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo Testamento ilustran que Dios
desea mostrar su misericordia al pecador. Uno debe humildemente aceptar la
misericordia; no puede ser ganada. Como Cristo ha sido misericordioso, también
nosotros estamos llamados a ejercer compasión hacia otros, perdonando -como dicen
las palabras de Jesús- “setenta veces siete” (Mt 18:22).
Revelada en Cristo, la verdad acerca de Dios como “Padre de la misericordia”, nos
permite verlo especialmente cercano al hombre, sobre todo cuando sufre, cuando está
amenazado en el núcleo mismo de su existencia y de su dignidad. Cristo confiere un
significado definitivo a toda la tradición de la misericordia divina. No sólo habla de ella
y la explica usando semejanzas y parábolas, sino que además, y ante todo, Él mismo la
encarna y personifica. Él mismo es, en cierto sentido, la misericordia.
Jesús, sobre todo con su estilo de vida y con sus acciones, ha demostrado cómo en el
mundo en que vivimos está presente el amor, el amor operante, el amor que se dirige al
hombre y abraza todo lo que forma su humanidad. Este amor se hace notar
particularmente en el contacto con el sufrimiento, la injusticia, la pobreza; en contacto
con toda la «condición humana» histórica, que de distintos modos manifiesta la
limitación y la fragilidad del hombre, bien sea física, bien sea moral. Cabalmente el
modo y el ámbito en que se manifiesta el amor es llamado «misericordia» en el lenguaje
bíblico. (Cf. Dives in misericordia)
Cristo revela a Dios que es Padre, que es “amor”, que es “rico en misericordia”. Hacer
presente al Padre en cuanto amor y misericordia es en la conciencia de Cristo, es su
misión fundamental de Mesías. (Cf. Encíclica Dives in misericordia)
En la parábola del hijo pródigo no se utiliza, ni siquiera una sola vez, el término
«justicia»; como tampoco, en el texto original, se usa la palabra «misericordia»; sin
embargo, la relación de la justicia con el amor, que se manifiesta como misericordia
está inscrito con gran precisión en el contenido de la parábola evangélica. Se hace más
obvio que el amor se transforma en misericordia, cuando hay que superar la norma
precisa de la justicia: precisa y a veces demasiado estrecha. El hijo pródigo, consumadas
las riquezas recibidas de su padre, merece -a su vuelta- ganarse la vida trabajando como
jornalero en la casa paterna y eventualmente conseguir poco a poco una cierta provisión
de bienes materiales; pero quizá nunca en tanta cantidad como había malgastado. Tales
serían las exigencias del orden de la justicia; tanto más cuanto que aquel hijo no sólo
había disipado la parte de patrimonio que le correspondía, sino que además había tocado
en lo más vivo y había ofendido a su padre con su conducta. Esta, que a su juicio le
había desposeído de la dignidad filial, no podía ser indiferente a su padre; debía hacerle
sufrir y en algún modo incluso implicarlo. Pero en fin de cuentas se trataba del propio
hijo y tal relación no podía ser alienada, ni destruida por ningún comportamiento. El
hijo pródigo era consciente de ello y es precisamente tal conciencia lo que le muestra
con claridad la dignidad pérdida y lo que le hace valorar con rectitud el puesto que
podía corresponderle aún en casa de su padre.
Esa imagen concreta del estado de ánimo del hijo pródigo nos permite comprender con
exactitud en qué consiste la misericordia divina. El padre del hijo pródigo es fiel a su
paternidad, fiel al amor que desde siempre sentía por su hijo. La misericordia -tal como
Cristo nos la ha presentado en la parábola del hijo pródigo- tiene la forma interior del
amor, que en el Nuevo Testamento se llama ágape. Tal amor es capaz de inclinarse
hacia todo hijo pródigo, toda miseria humana y singularmente hacia toda miseria moral
o pecado. Cuando esto ocurre, el que es objeto de misericordia no se siente humillado,
sino como hallado de nuevo y «revalorizado».
La misericordia se manifiesta en su aspecto verdadero y propio, cuando revalida,
promueve y extrae el bien de todas las formas del mal existentes en el mundo y en el
hombre.
Por su parte, la idea de justicia que debe servir para ponerla en práctica en la
convivencia de los hombres, de los grupos y de las sociedades humanas, en la práctica
sufre muchas deformaciones. La experiencia demuestra que fuerzas negativas, como
son el rencor, el odio e incluso la crueldad han tomado la delantera a la justicia. En tal
caso el ansia de aniquilar al enemigo, de limitar su libertad y hasta de imponerle una
dependencia total, se convierte en el motivo fundamental de la acción; esto contrasta
con la esencia de la justicia, la cual tiende por naturaleza a establecer la igualdad y la
equiparación entre las partes en conflicto. No en vano Cristo contestaba a sus oyentes,
fieles a la doctrina del Antiguo Testamento, la actitud que ponían de manifiesto las
palabras: «ojo por ojo y diente por diente». Tal era la forma de alteración de la justicia
en aquellos tiempos; las formas de hoy día siguen teniendo en ella su modelo. Jesús nos
dice en las Sagradas Escrituras: «Porque os digo que, si vuestra justicia no es mayor
que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos». (Mt 5, 20)
En efecto, es obvio que en nombre de una presunta justicia (histórica o de clase, por
ejemplo), tal vez se aniquila al prójimo, se le mata, se le priva de la libertad, se le
despoja de los elementales derechos humanos. La experiencia del pasado y de nuestros
tiempos demuestra que la justicia por si sola no es suficiente y que, más aún, puede
conducir a la negación y al aniquilamiento de sí misma, si no se le permite a esa forma
más profunda que es el amor plasmar la vida humana en sus diversas dimensiones.
Las palabras del sermón de la montaña: «Bienaventurados los misericordiosos porque
alcanzarán misericordia» ¿no constituyen en cierto sentido una síntesis de toda la Buena
Nueva, de todo el «cambio admirable» en ella encerrado, que es una ley sencilla, fuerte
y dulce a la vez de la misma economía de la salvación? Estas palabras del sermón de la
montaña, al hacer ver las posibilidades del «corazón humano» en su punto de partida
(ser misericordiosos), ¿no revelan quizá, dentro de la misma perspectiva, el misterio
profundo de Dios: la inescrutable unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, en la
que el amor, conteniendo la justicia, abre el camino a la misericordia, que a su vez
revela la perfección de la justicia?
La encíclica, de Juan Pablo II, Dives in misericordia, habla extensamente sobre la
misericordia divina y específicamente de su relación con el amor y la justicia. Es un
texto muy recomendable de leer si quieren conocer más profundamente la misericordia
de Dios.
5.20.- Relacionar temáticas de actualidad que representan grandes desafíos a la
moral cristiana (aborto, eutanasia, legítima defensa, pena de muerte, huelga de
hambre, drogas y alcoholismo, entre otros) con los criterios de la moral cristiana.
Aborto: En el juicio moral sobre el aborto se mezclan, pues, consideraciones biológicas
y filosóficas que cada teoría dosifica diferentemente. La teología parece convencida de
que de su propio fondo argumental no puede sacar ninguna conclusión definitiva. La
Biblia no condena claramente el aborto, a pesar de ser una práctica común. El único
texto claro, el del Exodo, 31, 22-23, no considera al aborto como un homicidio, sino
como una violación del derecho del padre a la descendencia, que debía ser penalizada
con una multa. La biología, por su parte, puede desentrañar el significado biológico del
zigoto en relación con el futuro ser humano.
Pero la definición del ser humano es una cuestión eminentemente filosófica. De ahí que
a todo juicio moral subyace una determinada antropología. Y si el pre-juicio
antropológico es determinante del juicio moral, obligado es reconocer que el pluralismo
filosófico actual desborda las filosofías personalistas que condicionan los juicios
morales actuales.
5.21.- Determinar las consecuencias derivadas de tendencias e ideologías
modernas que se contraponen al proyecto evangélico de convivencia:
individualismo, economía capitalista de libre mercado, relativismo, entre otras.
Dentro de ideologías modernas encontramos el modelo neoliberal, que conduce a falsas
necesidades, individualismo y competitividad egoísta. Promoviendo el consumismo
desmedido y la libertad en la economía.
Uno de los rasgos de nuestra sociedad actual es el consumo. Esto ocasiona en familias
de ingresos bajos y medios problemas: hay presión por adquirir bienes o servicios para
parecer iguales a los que tienen más, se tensionan las relaciones entre esposos y entre
padres e hijos, se presentan conductas manipuladoras, angustiosas, etc. Las nuevas
generaciones están creciendo en una economía de abundancia, tienden a comportarse
de modo consumista e impaciente. Lo quieren todo, y lo quieren ya. Si no han sido
educados en la ética de la sencillez de vida, del esfuerzo y la paciencia, cualquier
dificultad les provoca frustración e ira.
Detrás de cualquier modelo económico subyace un modelo cultural, una concepción de
la persona humana y una estrategia política. Por ejemplo en nuestro país y en occidente,
está siguiendo los principios del llamado “Modelo Neoliberal”. El neoliberalismo es
una manera de organizar la producción con repercusiones en la vida de las personas.
Algunas de sus características son: - Privilegiar el desarrollo en las personas de las
capacidades de generar ingresos y tener éxito en los negocios. - Incentivar la
competitividad. - Limitar la intervención del Estado, dejando la mayoría de las
decisiones económicas del país en manos del mercado. - Priorizar los apoyos
ocasionales de algunos grupos sociales específicos, sobre los programas generales de
creación de oportunidades para todos los ciudadanos.
Como consecuencia de la aplicación de este modelo se puede observar,
mayoritariamente, en la población un crecimiento del individualismo y el consumismo,
una falta de protección de los pequeños productores nacionales y la tendencia al
endeudamiento.
Lo preocupante es que generaciones de niños y jóvenes están siendo “educados” así,
haciéndoles creer que el mundo tiene como único sentido el consumo y que las personas
valemos en la medida que sigamos esos preceptos. No se construye un mundo bueno si
nuestra vida se centra en consumir y competir entre nosotros.
En el escenario donde jóvenes hoy crecen y se desenvuelven, se ilumina con el
Evangelio, identificando el Reino de Dios como el sentido y la meta final que tiene el
mundo.
El Reino de Dios es Dios mismo, quien se hace presente entre las personas para darle
su amor, para ayudarles a vencer el mal, para construir hoy una sociedad más fraterna
y animar la esperanza de una felicidad eterna. La Buena Noticia que predicó Jesús, es
que Dios Padre quiere transformar todo, a todos y para siempre.
Desde la resurrección de Jesús por medio del Espíritu Santo, Él ha inaugurado un nuevo
modo de vida que implica inundar de amor el corazón de aquellos que lo quieran, para
servir a los hermanos y cambiar el mundo.
Por eso los cristianos vivimos con la certeza de que, a pesar de las dificultades de la
vida diaria, no estamos solos ni perdidos: el señor con su amor, nos acompaña. Así el
reinado de Dios llega a cada persona en la medida en la que se deja guiar por Jesús y lo
acoge en su vida.

5.22.- Explicar la dimensión social del pecado y sus consecuencias.


Es social todo pecado contra los derechos de la persona humana, comenzando por el
derecho a la vida, incluido el del no-nacido, o contra la integridad física de alguien;
todo pecado contra la libertad de los demás, especialmente contra la libertad de creer
en Dios y adorarlo; todo pecado contra la dignidad y el honor del prójimo. Es social
todo pecado contra el bien común y contra sus exigencias, en toda la amplia esfera de
los derechos y deberes de los ciudadanos. En fin, es social el pecado que se refiere a las
relaciones entre las distintas comunidades humanas.
El pecado social es una realidad que afecta a la sociedad, encarnándose en sus
estructuras e impidiendo que los actos humanos alcancen sus dimensiones de verdad,
bondad y comunión con los demás. Es un espíritu de egoísmo radical, de mentira y de
falta de amor, que penetra en la sociedad y determina la vida de las personas. Podemos
decir que es el resultante y el fruto del pecado original, de las costumbres corrompidas,
de las culturas alienadas, de la irresponsabilidad colectiva y de los pecados personales
de cada generación humana.
El pecado social “no debe la conciencia de todos para que cada uno tome su
responsabilidad... La Iglesia cuando habla de situaciones de pecado o denuncia como
pecados sociales determinadas situaciones o comportamientos colectivos de grupos
sociales más o menos amplios... sabe y proclama que estos casos de pecado social son
el fruto, la cumulación y la concentración de muchos pecados personales. Por lo tanto
las verdaderas responsabilidades son de las personas" ( Exhortación Apostólica de San
Juan Pablo II Reconciliatio et Paenitentia, 2-XII1984, nº 16).
Este pecado entra en la Historia con la libertad, y una vez entrado se instala, crece y
prolifera en las relaciones interpersonales, oponiéndose al proyecto de Dios que quiere
salvar a los hombres y, especialmente, tratando de impedir la transformación de la gente
en Pueblo de Dios que camina hacia el Reino. Para ello intenta sustituir a Dios con los
ídolos del tener, poder y placer, no teniendo en cuenta el valor y la dignidad de la
persona humana y oponiéndose al amor de caridad.
Y es que el pecado social tiene unas estructuras que "se fundan en el pecado personal
y, por consiguiente, están unidas siempre a actos concretos de las personas que las
introducen y hacen difícil su eliminación". Pero al cristalizar los pecados sociales en
"estructuras de pecado" surge algo cualitativamente distinto de la suma de dichos
pecados. Las estructuras de pecado se manifiestan como un "poder extraño" que domina
sobre nosotros y multiplica el mal en el mundo, por lo que encontramos en él mayor
maldad de la que debería resultar sumando las malas voluntades individuales.
Está claro que ante esta situación hemos de juzgar y actuar críticamente en la vida social
y en las relaciones políticas, económicas e ideológicas, intentando luchar contra las
costumbres sociales que supongan injusticia y pecado, es decir tenemos obligación de
combatir los pecados estructurales, tanto a nivel personal como de comunidad de
creyentes, pues estos pecados, aunque con su fuerza contribuyan a la expansión del mal
en el mundo, no son un destino ciego insuperable que impida la realización del Reino
de Dios en la Historia, por lo que hemos de aceptar nuestras responsabilidades ante el
bien común y evitar las faltas de omisión.
Si el pecado es una realidad esencialmente negativa, una laguna o carencia, el pecado
de omisión, del que uno con frecuencia no se da cuenta, porque está tan centrado en sí
mismo que no se ocupa de los demás, aparece como especialmente importante.
Por su parte la Iglesia considera fundamental y urgente la edificación de estructuras
menos opresivas y más justas, pero es consciente de que aún las mejores estructuras y
sistemas, se convierten pronto en inhumanos si las malas inclinaciones del hombre no
son saneadas, si no hay una conversión de corazón y de mente por parte de quienes
viven en estas estructuras y sobre todo por quienes las rigen. Pues así como hay una
solidaridad en el bien, se es también solidario en el mal. Sin embargo no olvidemos
que las raíces profundas de las faltas son individuales, incluso si tienen aspectos
colectivos.
Cristo nos dice que del amor a Dios y al prójimo "penden la ley entera y los profetas"
(Mt 22,40). El Bien está al servicio del Amor en sus dimensiones individual, social y
trascendental. El Mal en cambio es lo que dificulta a
estas relaciones. Jesús radicaliza este planteamiento y lo adopta en su mensaje sobre el
Reino: Dios es sencillamente el Bien, y el que concede al hombre la salvación.

5.23.- Explicar la diferencia entre pecado personal y pecado social.


El pecado personal es un «acto, palabra o deseo contrario a la ley eterna». Esto significa
que el pecado es un acto humano, puesto que requiere el concurso de la libertad, y se
expresa en actos externos, palabras o actos internos. Además, este acto humano es malo,
es decir, se opone a la ley eterna de Dios, que es la primera y suprema regla moral,
fundamento de las demás. De modo más general, se puede decir que el pecado es
cualquier acto humano opuesto a la norma moral, esto es, a la recta razón iluminada por
la fe.
Jesús describe el pecado como algo que proviene 'del corazón' del hombre, de su
interior. Ponen de relieve el carácter esencial del pecado. Al nacer del interior del
hombre, en su voluntad, el pecado, por su misma esencia, es siempre un acto de la
persona (actus personae). Un acto consciente y libre, en el que se expresa la libre
voluntad del hombre. Solamente basándose en este principio de libertad, y por
consiguiente en el hecho de la deliberación, se puede establecer su valor moral. Sólo
por esta razón podemos juzgarlo como mal en el sentido moral, así como juzgamos y
aprobamos como bien un acto conforme a la norma objetiva de la moral, y en definitiva
a la voluntad de Dios. Solamente lo que nace de la libre voluntad implica
responsabilidad personal: y sólo en este sentido, un acto consciente y libre del hombre
que se oponga a la norma moral (a la voluntad de Dios), a la ley, al mandamiento y en
definitiva a la conciencia, constituye una culpa.
Este tiene esa característica esencial de ser siempre el acto responsable de una
determinada persona, un acto incompatible con la ley moral y por consiguiente opuesto
a la voluntad de Dios. El pecado pues, aun conservando su esencial carácter de acto
personal, posee al mismo tiempo una dimensión social, de lo que habla en le Exh.
Apostólica postsinodal sobre la reconciliación y la penitencia, publicada en 1984. En
ese documento, 'hablar de pecado social quiere decir, ante todo, reconocer que, en
virtud de una solidaridad humana tan misteriosa e imperceptible como real y concreta,
el pecado de cada uno repercute en cierta manera en los demás. Es esta la otra cara de
aquella solidaridad que, a nivel religioso, se desarrolla en el misterio profundo y
magnífico de la Comunión de los Santos, merced a la cual se ha podido decir que 'toda
alma que se eleva, eleva al mundo'. A esta ley de la elevación corresponde, por
desgracia, la ley de descenso, de suerte que se puede hablar de una comunión del
pecado, por el que un alma que se abaja por el pecado abaja consigo a la Iglesia y, en
cierto modo, al mundo entero'.
De lo dicho se deduce con bastante claridad que 'el pecado social' no es lo mismo que
el bíblico 'pecado del mundo'. Y sin embargo hay que reconocer que para comprender
el 'pecado del mundo' hay que tomar en consideración no sólo la dimensión la
dimensión personal del pecado, sino también la social. La Exhort. Reconciliatio et
Poenitentia continúa: 'No existe pecado alguno, aun el más íntimo y secreto, el más
estrictamente individual, que afecte exclusivamente a aquel que lo comete. Todo
pecado repercute, con mayor o menor intensidad, con mayor o menor daño, en todo el
conjunto eclesial y en toda la familia humana. Según esta primera acepción, se puede
atribuir indiscutiblemente a cada pecado el carácter de pecado social' (Recontiliatio et
Poenitentia, 16). Al llegar a este punto podemos concluir observando que la dimensión
social el pecado explica mejor por qué el mundo se convierte en ese específico
'ambiente' espiritual negativo, al que alude la Sagrada Escritura cuando habla del
'pecado del mundo'.

5.24.- Identificar la relación entre moral (acto) pública y privada y sus


consecuencias.
La moral es un conjunto de normas, valores y creencias existentes y aceptadas en una
sociedad que sirven de modelo de conducta y valoración para establecer lo que está
bien o está mal. Catecismo de la Iglesia Católica N° 1749 La libertad hace del hombre
un sujeto moral. Cuando actúa de manera deliberada, el hombre es, por así decirlo, el
padre de sus actos. Los actos humanos, es decir, libremente realizados tras un juicio de
conciencia, son calificables moralmente: son buenos o malos.
La moral pública integra el bien común o el bienestar general, entendido como
“conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible tanto a la comunidad como
a cada uno de sus miembros el logro más fácil de su propia perfección”. Es decir, es la
moral que tenemos todas o la mayoría de personas que conformamos la sociedad para
que, esta moral guíe nuestras acciones y podamos convivir bien, teniendo una buena
vida social.
Delimitar las esferas de lo público en relación a lo privado es un tema de la modernidad
que hoy continúa vigente. La problemática viene siendo debatida en el campo
filosófico-social desde el siglo XVII, y aún es un debate pendiente de resolver. El
vocablo moral deriva de la palabra latina mos, la cual es a su vez una limitada
traducción de la palabra griega éthos, la cual definía Aristóteles como carácter, modo
de ser. Pero no cualquier modo de ser, sino aquel que se va adquiriendo a través del
diario ejercitar de unos buenos hábitos -virtudes- que nos van conformando durante
toda nuestra vida. De esta manera, la moral viene a ser ese modo de ser que orienta
nuestra acción en un sentido racional, y que nos permite tomar decisiones justas y
prudentes. Con lo cual vemos que, no sólo está íntimamente relacionada con el accionar
del ser humano, sino que su seguimiento es la única garantía de actuar bien, es decir, a
actuar en la dirección de obtener resultados que dignifican nuestra condición humana
los seres humanos somos constitutivamente morales, es decir, el hombre no puede
actuar de otra manera que –suficiente o deficientemente- no sea moralmente. Somos
ineludiblemente morales porque somos ineludiblemente libres.
La amoralidad no es posible puesto que tenemos por fuerza que cargar con nuestras,
vidas, y esto implica, asumir a cada instante la responsabilidad de los actos que
libremente realizamos en nuestras vidas. Y esto no discrimina entre vida privada o vida
pública, sino que incluye todos los actos de nuestra vida. De nuestra única vida. El ser
humano siempre actúa de acuerdo a un fin. Por eso la vida siempre tiene sentido, y ese
sentido de la vida es precisamente lo que llamamos moral.
A nivel teórico se especializan los espacios en que se desenvuelven la moral pública y
la moral privada para poder profundizar dentro de sus límites y determinaciones, pero
en la práctica, la persona posee una identidad que le constituye como una totalidad,
pero además, todas nuestras acciones -públicas o privadas- se enmarcan dentro del
ámbito social, y por tanto se encuentran regidas por imperativos de universal exigencia,
tales como la aceptación de las otras personas como fines en sí mismo y no sólo como
un medio, y su reconocimiento como interlocutores válidos para la toma de decisiones
que puedan afectarlas.
De esta manera, ninguna actividad social, bien en el campo familiar, económico, social
o político, nos exime del cumplimiento de los lineamientos morales que nos
caracterizan como persona. Recurrir a argucias y complejas argumentaciones para
escapar de la obligación moral de dar cuenta de nuestros actos, es sólo una falta grave
de responsabilidad.
5.25.- Confrontar la respuesta cristiana con otro tipo de respuestas frente a temas
tales como “Nueva Era” y bioética, por ejemplo.
Es difícil definir lo que es la Nueva Era porque no es algo homogéneo, como una secta
o una filosofía. La Nueva Era es una cosmovisión, es decir, una manera de ver al
mundo y de entender la realidad. La cosmovisión de la Nueva Era tiene los siguientes
puntos básicos. Dice que está amaneciendo un tiempo nuevo: la Era de Acuario. El
mundo avanza a una transformación de la conciencia y de la cultura. Después de siglos
de materialismo, secularización, la amenaza de la Guerra Fría, desastres ecológicos e
inestabilidad política; la Nueva Era está convencida de que estamos al borde de una
nueva mentalidad y un nuevo auge de la espiritualidad, el misticismo, la paz y la
armonía.
• La Nueva Era dice que todo lo que existe es uno. La humanidad, la naturaleza, Dios,
todo es uno, no hay separación. No hay diferencia entre Dios y un árbol. No hay
separación entre el bien y el mal, ya que todo es uno, por lo tanto, se pierde todo
concepto de moralidad. Si todo lo que hay es uno, entonces Dios es todo y todo es Dios.
Todo lo que existe es parte de la energía cósmica. Por lo tanto, Dios se convierte en
energía. La idea de un Dios personal no existe para la Nueva Era.
• Si todo es uno, y todo es Dios, entonces nosotros somos dioses. El problema, según
la Nueva Era, es que el hombre necesita darse cuenta de que es Dios. Por eso la Nueva
Era nos anima a concentrarnos en nosotros mismos, a desarrollarnos como dioses, a
colocarnos en el centro del Universo. Por medio de la transformación de nuestra
conciencia nos daremos cuenta de que podemos controlar la realidad y lograr poder
espiritual, bienestar interior, paz y armonía, ausencia de tensión.
• Esta transformación de conciencia se logra a través de la meditación trascendental, el
yoga, la visualización, la hipnosis, la de privación sensorial, el control mental, o
cualquier otra técnica que sirva para despertar nuestro potencial espiritual. Se puede
recurrir también a la ayuda de un gurú que nos ponga en contacto con espíritus guías y
maestros universales.
• La Nueva Era enseña que todas las religiones son iguales, aunque las formas sean
distintas. Todas las religiones son caminos distintos para llegar a la unidad con Dios.
Esto es lo que se conoce como sincretismo.
Los cristianos tenemos un tremendo desafío y una gran responsabilidad. No basta con
criticar y condenar. El reto no es sencillo, y muchos han sido decepcionados por la
religión tradicional. Debemos proclamar como alternativa un Cristianismo vivo y
dinámico, que no traiga condenación a la gente, sino un mensaje de gracia y esperanza;
y sobre todo un Cristianismo que ofrezca respuestas verdaderas y plenas a las profundas
necesidades emocionales y espirituales de las personas. Creer firmemente que
Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida, y que el mensaje del Evangelio es el único
que tiene el poder para transformar verdaderamente la vida del ser humano y de
satisfacer completamente todas sus necesidades
La vida espiritual es la verdadera vida del hombre. Pero ésta tiene que estar orientada
hacia Dios. Cuando vivimos una vida espiritual según lo establecido por Dios,
aprendemos a conocerle a Él, quién es Él en realidad, cuáles son sus propósitos y cuál
es nuestro lugar dentro de sus planes. Allí es donde encontraremos el verdadero sentido
y significado para nuestras vidas.
La Bioética Médica se refiere a la parte de la ética relacionada con la vida desde el
punto de vista de la medicina. En ésta se tratan temas como el aborto, la eutanasia, la
reproducción, genética humana, entre otros.
DOMINIO 6: ENSEÑANZA DE LA RELIGIÓN CATÓLICA

6.1 Estrategias de enseñanza de la Religión Católica

6.1.1.-Reconocer diversos métodos y estrategias de la educación religiosa, tales


como: análisis de las Sagradas Escrituras (exégesis, hermenéutica, etc.); Juegos de
rol, ver-juzgar-actuar, aprender haciendo, entre otros.
En la aplicación del proceso de Hermenéutica podemos contextualizar todo texto
religioso o no religioso por medio de conocer los contextos del autor ya sean contextos
sociales, culturales o morales. Esto nos permitirá comprender el significado real del
texto.
La Exégesis es más enfocado a solo explicar lo que se lee e involucra un análisis critico
sobre el texto completo.
Otro método que podemos realizar con los estudiantes a partir del ver-juzgar-actuar, es
el EAM (experiencia de aprendizaje mediado) donde nosotros como profesores vamos
interactuando como un mediador entre grupos o equipos de estudiantes por medio la
estrategia inicial V-J-A y así comenzar un proceso de andamiaje y generar aprendizajes
significativos.

6.12.-Diseñar actividades de aprendizaje y disponer de mediaciones pedagógicas


para que los estudiantes comprendan los diferentes objetivos de la asignatura.
Motivación Se le cuenta a modo de historia como germina un grano de porotos, sin
decirles que se refiere a un poroto la historia. Cambiando a la semilla por el corazón de
una persona.
Luego se les dice ¿quieren saber más Sobre esta persona?
Inicio Se les comenta que piensen de quien se habla y se les dan 3 opciones Dios, Jesús
o el espíritu santo
Desarrollo A medida que los estudiantes van levantando la mano para poder entregar
su repuesta y compartirla con el curso, vamos guiando la clase a que comprendan que
la espiritualidad de cada uno está importante como si fuera el mismo Dios, Jesús o
Espíritu Santo
Se les cuenta que el Agua, la tierra, el Aire, El sol que nutren a esta semilla se pueden
entender como el afecto, la reflexión, el amor, la confianza y la fe en uno mismo para
poder crecer día a día
Cierre Una ves concluida la actividad se les pregunta cómo se sentían a medida
que transcurría la clase, si sentían identificados en la historia y como les impactaba la
reflexión que hacíamos con la misma historia. Cuando la gran parte del Curso comparta
su sentir le explicare que cada persona siente la espiritualidad y le da importancia de
maneras distintas, pero sin lugar a duda es algo que es interno en nosotros como especia

6.13 Reconocer la progresión de los aprendizajes sobre la Creación, Dios Padre


Creador y su relación con las creaturas, consignado en el Programa de Religión
Católica.
En primera instancia debemos considerar alegóricamente la presencia de Dios como un
creador y poder contextualizar a los estudiantes de como se va desarrollando el Genesis.
Pero no podemos dejar fuera que muchos estudiantes en estos tiempos manejan mucha
mas información respecto a otras culturas y como era su cosmovisión respecto a la
creación. Entonces Generaremos un cruce o comparativas de la línea creacionista del
génesis católico y la geometría “sagrada” (o cualquier otra línea mitológica) para hacer
entender de que la creación y el ser creador coexisten y por eso Dios tiene una misión
protectora y guiadora para con nosotros.
6.2.-Proceso de aprendizaje de los estudiantes en Religión Católica.

6.21.- Identificar las principales dificultades, conceptos erróneos o prejuicios que


los estudiantes presentan para comprender los objetivos de aprendizaje del
programa de Religión Católica.
Principales dificultades: La creciente taza de personas Agnósticas o Ateas, que no
desean vincularse con cualquier religión en particular; La diversidad Étnica que
conlleva a una diversidad religiosa obstaculizando poder encasillar las clases de
religión a una sola línea dogmática religiosa.
Conceptos Erróneos: La confusión de algunos estudiantes en creer que la religión
ortodoxa, anglicana, católica son lo mismo. Que la Sagrada Trinidad existe en función
de uno y/o multíplices seres sin conocer claramente que es.
Prejuicios: La implicancia de tantos crímenes cometidos por el clero, a hecho que pierda
credibilidad las instituciones religiosas y por ende la misma fe de los creyentes por
culpa de los hombres que sucumben ante la tentación.

6.3.- Evaluación para el aprendizaje de la Religión Católica

6.31.- Relacionar objetivos de aprendizaje con los indicadores que permiten


verificar su logro.
La Manera mas objetiva de poder vincular los objetivos de aprendizaje con los
indicadores de logros es por medio de las habilidades donde el estudiante pueda de
mostrar de una manera observable y objetiva los conocimientos adquiridos en el
proceso de aprendizaje. Digamos que x contenido declarativo que le hemos mostrado
el estudiante los interioriza y es capaz de manejarlos deberemos realizar una actividad
que vincule los indicadores pertinentes que ya existan o diseñados por nosotros como
docentes para con esto poder evidenciar de forma directa la utilización de sus
habilidades y conocimientos.
6.32.-Diseñar actividades evaluativas pertinentes para un determinado objetivo de
aprendizaje y sus indicadores de evaluación.
Para diseñar evaluaciones deberemos tomar como líneas importantes 3 márgenes
Lo declarativo; lo procedimental; lo actitudinal. Cada una de estos representara el
33,3% de la evaluación no así de la calificación.
Para esto debemos comprender que en lo declarativo debemos dejar especificada cada
contenido teórico a modo de lista y si queremos una su especificación para puntear más
claramente que se evalúa.
Respecto a lo procedimental debemos dejar fuera toda apreciación personal respecto a
gusto, márgenes de belleza y/o subjetividad hacia un objeto o idea (ejemplo: presenta
una bonita portada; comenta su opinión sobre …)
Y por último lo actitudinal aquí le daremos relevancia a el comportamiento del
estudiante frente a sus pares y consigo mismo, la puntualidad y responsabilidad con el
trabajo a desarrollar en este punto se evalúa lo valórico, pero deberemos comprender
que aquí SI O SI Debemos dejar explicito y especifico cada indicador cualitativo en lo
actitudinal.
Esto nos permite liberar la confección de una evaluación a cualquier contenido en
relación a las competencias y habilidades de los estudiantes según el objetivo evaluativo
vs indicadores

6.4.- Diseñar actividades de aprendizaje para que los estudiantes comprendan los
objetivos de aprendizajes centrales relacionados con los temas doctrinales
principales de la enseñanza religiosa referidos al saber Eclesiológico: Misión de la
Iglesia; Sacramentos; Dones del Espíritu Santo; Carismas y Ministerios; Doctrina
social de la Iglesia; Documentos del Magisterio; Ecumenismo y diálogo
interreligioso.
Las actividades planificadas deben ser contextualizadas a su realidad y así lograr un
aprendizaje significativo en nuestros estudiantes, quienes deben tener un rol más
protagónico, ya que implica, necesariamente, considerar su experiencia de vida como
foco principal para promover los aprendizajes, además estas deben ser lúdicas y
asociadas a ejemplos concretos sacados de su realidad, no solo utilizar documentos
oficiales de la iglesia, sino también apoyarse con videos, películas, narraciones, juegos,
por ejemplo: Contestar a preguntas de un juego de autoevaluación que incluye los
contenidos principales sobre la Biblia, Jugar a preguntas y respuestas en pequeños
grupos sobre los contenidos tratados, realizar representaciones de historias bíblicas,
organizar debates, representan con dibujos, signos, caricaturas, poemas, grafitos lo que
significa ser Iglesia, conocer diversas pinturas y esculturas en honor a varones y
mujeres santo/as, Relacionar textos bíblicos con historias personales, participar en
obras de misericordia, compartir experiencias, etc.
Lograr que nuestros estudiantes puedan descubrir el hondo significado cristiano de la
tolerancia, participación, responsabilidad y solidaridad, aplicándolo a situaciones
sociales habituales: trabajo, ocio, juego, familia, amigos... que puedan aplicar los
valores y aprendizajes a la propia vida y a las relaciones humanas y sociales.

6.5.-Disponer de ejemplos, representaciones o analogías que permitan a los


estudiantes comprender contenidos abstractos o de mayor complejidad, tales
como: La Santísima Trinidad; Parábolas, Los Valores del Reino, etc.
Los ejemplos y analogías que utilicemos deben ser contextualizadas y concretas para
que nuestros estudiantes logren comprender los contenidos más complejos, por
ejemplo:
 San Patricio, el gran misionero inglés, fue a Irlanda y usó el ”trébol de tres
hojas” para explicar la Santísima Trinidad. El trébol es uno, pero brotan
tres hojas separadas.
Asimismo, nuestro Dios es uno, pero hay tres personas distintas: Padre, Hijo y Espíritu
Santo.
 Prenda los 3 fósforos . Júntelos y una la llama. ¿Qué se ve? Hay tres
cerillos distintos, pero una sola llama. En la Trinidad creemos en un Dios,
pero tres distintas Personas: el Padre, Hijo y Espíritu Santo.
 La parábola de los dos hijos, del hijo pródigo, del buen samaritano etc,
relacionarlas con situaciones de la vida cotidiana, hacer preguntas como
¿te ha pasado que tu padre te pide hacer algo y le respondes de muy buena
forma, luego te entusiasmas en jugar en el celular y no cumples la petición
de tu padre? ¿te ha pasado algo similar que…? ¿te has/ sientes identificado
con algún personaje? Cuéntanos tu experiencia…..
 Los Valores del reino asociarlos con situaciones cotidianas, sacar
ejemplos de los diarios, noticiarios de TV, analizar y reflexionar.

El proceso de aprendizaje de los estudiantes en Religión Católica.

6.6.- Identificar las principales dificultades, conceptos erróneos o prejuicios que


los estudiantes presentan para comprender los objetivos de aprendizaje del
Programa de Religión Católica.
Entre las dificultades que presentan nuestros estudiantes para comprender los objetivos
establecidos es la actitud de rechazo frente a la asignatura, provocada por el poco
sentido que le encuentran a la religión, el “para que me sirve”, más aún, hoy en día ante
la crisis de la iglesia católica que se ha dado a conocer por los medios de comunicación,
sumado a esto, la crisis de valores que están viviendo muchas familias.
Es aquí cuando la asignatura cobra real importancia, enseño a mis estudiantes que
Religión no consiste únicamente en explicar una serie de verdades religiosas, sino en
ayudarlos a construir un pensamiento fundamentado, sistemático y autocrítico acerca
de las cuestiones religiosas fundamentales, que la asignatura educa en el diálogo con
otras religiones, con otras confesiones religiosas y con los no-creyentes, y lo hace desde
el respeto y la tolerancia, que Religión además es responsable de la formación de
valores y, de la adquisición de las habilidades necesarias para desempeñarse en la vida,
estudiantil, laboral, familiar etc.

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