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El calendario cívico y las fiestas patrias nos han recordado siempre la fecha en que José de San

Martín, desde distintas plazas de Lima, proclamó la independencia que hacía pocos días –el 15
de julio– el cabildo de la capital había declarado. Sin embargo, esta proclamación no se
hubiese realizado sin acontecimientos previos inmediatos y sin procesos anteriores de largo
alcance.

Se ha establecido como fecha de inicio del proceso de la independencia, el levantamiento de


Túpac Amaru II (1780). Los historiadores no se ponen de acuerdo en si este curaca tuvo como
objetivo la independencia del Perú, si quiso una inversión del “mundo”, o si, como afirma
Scarlett O’Phelan, se levantó no por separarse de España sino en contra de las reformas
tributarias, y él, comerciante y arriero, se veía afectado por esa nueva política.

Al margen de si Túpac Amaru II quería o no la independencia, hay algo que sí ocurrió: las elites
cuzqueñas (que no habían participado del movimiento) y las elites peruanas tuvieron miedo al
desborde de las masas indígenas, pues las huestes de Túpac Amaru II habían demostrado
mucha crueldad.

Ese miedo renació cuando llegaron al Perú noticias de los destrozos durante la revolución
francesa (1789) y de las muertes en la independencia de Haití (1804); y renació también con la
revolución de los hermanos Angulo y de Mateo Pumacahua (1814). Entre medias, hubo otros
movimientos. De tal manera que la sociedad peruana que llegó a 1821 estaba curtida en
revoluciones sociales y en sus consecuencias. No obstante, dos ideas clave están presentes en
este rápido recuento: hubo temor de un lado de la sociedad; pero, además, distintos actores y
sectores empezaron a manejar ideas de libertad, igualdad, derechos e independencia.

Las regiones en el proceso independentista

Un asunto importante para destacar en esta historia es el papel fundamental de las regiones
en la independencia. El piurano Luis A. Eguiguren fue uno de los primeros que realizó estudios
importantes en esta línea a inicios del siglo XX. Pero es, sobre todo, en el siglo XXI que se está
reivindicando una mirada regional del proceso y, sobre todo en este último lustro, las
publicaciones y reuniones académicas incluyen estudios regionales.

La independencia hace dos siglos

Ahora mismo, identificamos la palabra independencia como el antecedente lógico de la


república y la democracia. Sin embargo, para un sector importante de gente, independencia
significaba inversión del orden social, desborde popular, persecución, pérdida de la vida y de
los bienes. ¿No fue eso lo que pasó en Francia con Robespierre y la Convención?

Entonces, para algunos la palabra independencia era el caos absoluto. Pero, para quienes
apostaron por la ruptura, independencia significaba la no dependencia hacia una metrópoli, la
autonomía en la toma de decisiones, el inicio de un gobierno libre y la consecución de
derechos. Para ese sector de patriotas, independencia significaba igualdad. Pero no suponía la
igualdad de todos ante la ley; significaba la igualdad de oportunidades en el acceso a los cargos
importantes de la administración pública y la libertad de impuestos. Las elites, que fueron las
que finalmente condujeron el proceso, no estaban pensando en que todos tuviesen los
mismos derechos. Para la época, y debido a su formación, eso era inconcebible. De hecho, el
liberal José de San Martín no dio la libertad absoluta a los esclavos; eso lo hizo Ramón Castilla
pagando por cada esclavo liberado.
Para muchos patriotas, finalmente, la independencia no venía de la mano de una república
sino de una monarquía. El propio José de San Martín planteó el establecimiento de una
monarquía peruana con un príncipe traído de Europa. De esa misma línea era José de la Riva
Agüero, quien pensó un sistema monárquico para toda América Hispana también con príncipes
de casas dinásticas europeas. Al final, luego de encendidos debates, triunfó la república. De
manera que la independencia podía significar cosas distintas para los protagonistas del
momento. Lo que sí es claro es que todos los que apostaron por la causa patriota –
monárquicos o republicanos- tenían la idea de un nuevo comienzo, de nuevas realidades, de
intereses individuales –que no faltaron, es verdad- pero sobre todo de promesas de mejora en
todos los ámbitos en ese camino hacia un nuevo estado.

¿Qué nos falta como país?

Ad portas de la conmemoración oficial del bicentenario –o de los bicentenarios- es bueno


detenernos a pensar en aquellas cosas que nos faltan como país. En su momento varios lo
hicieron. Cómo no recordar a Manuel González Prada que, luego de la derrota en la guerra del
salitre, desató un discurso visceral y poderoso sobre lo que nos faltaba como nación.

Pero, sin caer en una mirada únicamente negativa –que la situación actual puede movernos a
ello-, sí que hay que ser conscientes de que, sobre todo, las clases dirigentes han olvidado un
proyecto nacional que incluya a todos. Y ese proyecto pasa por la alimentación, la salud, la
vivienda digna, las comunicaciones y, entre otros bienes, la educación.

Un estado que descuida sus carreteras no incluye a quienes están lejos de las ciudades
capitales. En lugar de “carreteras” pongamos otro servicio básico y tendremos la misma
conclusión. Escolares caminando varios kilómetros para llegar a un lugar donde haya señal
radial y así puedan escuchar sus clases, da cuenta de una dolorosa realidad a la que no le
hemos prestado suficiente atención. Somos frágiles como sociedad. La explotación laboral, la
intolerancia, la discriminación, el racismo, la delincuencia, la violencia familiar y social
campean a sus anchas y nos dejan cifras espeluznantes cada mes. Y parece que recién hemos
caído en la cuenta de que nuestra pujante economía se sostiene con un alto porcentaje de
informalidad o de “emprendedores” que no les ha quedado otro recurso que serlo para
sobrevivir.

Ya no queda nada para conmemorar oficialmente el bicentenario. Es una ocasión sin


precedentes para reflexionar sobre nuestro pasado y nuestro presente; para reafirmar nuestro
rol ciudadano de cumplimiento de nuestros deberes y de vigilancia de nuestros derechos; para
contribuir con la justicia social y el bien común, basamento de las sociedades libres y
democráticas; y para hacer realmente efectivos los ideales de libertad con los que muchos
patriotas soñaron. Con toda nuestra historia sobre las espaldas, es nuestro deber volver a
comenzar. La PARTICIPACIÓN de las clases populares durante la independencia ha sido
reiteradamente puesta en debate por distintas narrativas históricas a lo largo de épocas
diferentes.

Pero lo que llama la atención de la mayoría de las interpretaciones sobre la independencia —


salvo el imprescindible trabajo de Mariano F. Paz Soldán— es un excesivo contenido ideológico
y el abuso del ensayo. En efecto, son pocos en realidad los estudios que se sostienen sobre un
fondo documental consistente. No basta señalar el espíritu anacrónico que fluye de estas
interpretaciones. Como tampoco son razones suficientes decir que, finalmente lo que se
buscaba era organizar los hechos en función de concepciones contemporáneas relativas a
nociones de Estado, nacionalismo, patria y “peruanidad”; sólo por mencionar algunas de las
obsesiones de ciertas narrativas históricas.

El problema es más complejo. Se trata a mi juicio, de la ausencia de un razonamiento de los


hechos pero que cuide seguir la lógica interna de los acontecimientos y vincularlos con la
estructura social de la época. Seguir por ejemplo el proceso político de la época desde la
propia perspectiva de los grupos sociales entonces existentes; y esto evidentemente demanda
un fino y exhaustivo trabajo de archivo.

Sin embargo, una de las principales limitaciones de las distintas orientaciones historiográficas,
era la ausencia de fuentes confiables y sobre todo, la ubicación de las mismas. Éste problema
fue subsanado con la enciclopedia, publicación de la Colección Documental de la
Independencia del Perú, a cargo de la Comisión Nacional del Ses-quicentenario —más de
ochenta volúmenes— y con documentaciones relativas a diferentes aspectos que van desde
los ideólogos, los asuntos militares, las guerrillas y montoneras, el período protectoral, la
literatura, el periodismo, las conspiraciones criollas anteriores a la independencia, las
relaciones de viajeros, el régimen bolivariano y los informes económicos. La enumeración
podría continuar, pero lo que deseo señalar es que en la actualidad existe un fondo
documental considerable que ya está siendo utilizado y que seguramente proporcionará
imágenes renovadas sobre la participación de las clases populares durante el largo y conflictivo
proceso de la independencia.

Dejando a un lado las anteriores especulaciones, me propongo presentar los iniciales hallazgos
de una investigación que vengo realizando sobre la participación de las “clases populares”
durante la independencia.

Resumen

El Perú independiente, fue el resultado de la lucha de hombres valientes.

Bajo el dominio de la monarquía española, la región de Perú era controlada por una oligarquía.
Aproximadamente ese periodo empezó en 1895 y su máxima influencia se ejerció por ahí de
1919.

Un pequeño grupo de dueños de empresas financieras y de minería controlaba la economía


del país, pero los peruanos eran pobres.

Esas características de la Republica Aristocrática afectaron directamente el movimiento


independentista del Perú, a manos de valientes hombres peruanos que estuvieron dispuestos
a dar sus vidas con tal de liberar al Perú de las manos de la monarquía española y la
aristocracia imperante.

Periodos de constante lucha y derramamiento de sangre, antecedieron a ese momento


histórico cuando los Notables firman el Acta de Independencia en el Cabildo Abierto el 15 de
julio de 1821.

Más y más ciudadanos se fueron reuniendo para firmar el documento, y para el 28 de julio de
1821, el General José de San Martín hizo la proclamación oficial de la Independencia del Perú,
ante la algarabía de los presentes en la Plaza Mayor de Lima.

Todo movimiento de independencia se gana en el campo de batalla, y Perú no fue la


excepción. Valerosos hombres y mujeres dieron su vida para conseguir el anhelado deseo de
independencia y libertad, grito del pueblo peruano que defendía sus tierras.

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