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Martín, desde distintas plazas de Lima, proclamó la independencia que hacía pocos días –el 15
de julio– el cabildo de la capital había declarado. Sin embargo, esta proclamación no se
hubiese realizado sin acontecimientos previos inmediatos y sin procesos anteriores de largo
alcance.
Al margen de si Túpac Amaru II quería o no la independencia, hay algo que sí ocurrió: las elites
cuzqueñas (que no habían participado del movimiento) y las elites peruanas tuvieron miedo al
desborde de las masas indígenas, pues las huestes de Túpac Amaru II habían demostrado
mucha crueldad.
Ese miedo renació cuando llegaron al Perú noticias de los destrozos durante la revolución
francesa (1789) y de las muertes en la independencia de Haití (1804); y renació también con la
revolución de los hermanos Angulo y de Mateo Pumacahua (1814). Entre medias, hubo otros
movimientos. De tal manera que la sociedad peruana que llegó a 1821 estaba curtida en
revoluciones sociales y en sus consecuencias. No obstante, dos ideas clave están presentes en
este rápido recuento: hubo temor de un lado de la sociedad; pero, además, distintos actores y
sectores empezaron a manejar ideas de libertad, igualdad, derechos e independencia.
Un asunto importante para destacar en esta historia es el papel fundamental de las regiones
en la independencia. El piurano Luis A. Eguiguren fue uno de los primeros que realizó estudios
importantes en esta línea a inicios del siglo XX. Pero es, sobre todo, en el siglo XXI que se está
reivindicando una mirada regional del proceso y, sobre todo en este último lustro, las
publicaciones y reuniones académicas incluyen estudios regionales.
Entonces, para algunos la palabra independencia era el caos absoluto. Pero, para quienes
apostaron por la ruptura, independencia significaba la no dependencia hacia una metrópoli, la
autonomía en la toma de decisiones, el inicio de un gobierno libre y la consecución de
derechos. Para ese sector de patriotas, independencia significaba igualdad. Pero no suponía la
igualdad de todos ante la ley; significaba la igualdad de oportunidades en el acceso a los cargos
importantes de la administración pública y la libertad de impuestos. Las elites, que fueron las
que finalmente condujeron el proceso, no estaban pensando en que todos tuviesen los
mismos derechos. Para la época, y debido a su formación, eso era inconcebible. De hecho, el
liberal José de San Martín no dio la libertad absoluta a los esclavos; eso lo hizo Ramón Castilla
pagando por cada esclavo liberado.
Para muchos patriotas, finalmente, la independencia no venía de la mano de una república
sino de una monarquía. El propio José de San Martín planteó el establecimiento de una
monarquía peruana con un príncipe traído de Europa. De esa misma línea era José de la Riva
Agüero, quien pensó un sistema monárquico para toda América Hispana también con príncipes
de casas dinásticas europeas. Al final, luego de encendidos debates, triunfó la república. De
manera que la independencia podía significar cosas distintas para los protagonistas del
momento. Lo que sí es claro es que todos los que apostaron por la causa patriota –
monárquicos o republicanos- tenían la idea de un nuevo comienzo, de nuevas realidades, de
intereses individuales –que no faltaron, es verdad- pero sobre todo de promesas de mejora en
todos los ámbitos en ese camino hacia un nuevo estado.
Pero, sin caer en una mirada únicamente negativa –que la situación actual puede movernos a
ello-, sí que hay que ser conscientes de que, sobre todo, las clases dirigentes han olvidado un
proyecto nacional que incluya a todos. Y ese proyecto pasa por la alimentación, la salud, la
vivienda digna, las comunicaciones y, entre otros bienes, la educación.
Un estado que descuida sus carreteras no incluye a quienes están lejos de las ciudades
capitales. En lugar de “carreteras” pongamos otro servicio básico y tendremos la misma
conclusión. Escolares caminando varios kilómetros para llegar a un lugar donde haya señal
radial y así puedan escuchar sus clases, da cuenta de una dolorosa realidad a la que no le
hemos prestado suficiente atención. Somos frágiles como sociedad. La explotación laboral, la
intolerancia, la discriminación, el racismo, la delincuencia, la violencia familiar y social
campean a sus anchas y nos dejan cifras espeluznantes cada mes. Y parece que recién hemos
caído en la cuenta de que nuestra pujante economía se sostiene con un alto porcentaje de
informalidad o de “emprendedores” que no les ha quedado otro recurso que serlo para
sobrevivir.
Sin embargo, una de las principales limitaciones de las distintas orientaciones historiográficas,
era la ausencia de fuentes confiables y sobre todo, la ubicación de las mismas. Éste problema
fue subsanado con la enciclopedia, publicación de la Colección Documental de la
Independencia del Perú, a cargo de la Comisión Nacional del Ses-quicentenario —más de
ochenta volúmenes— y con documentaciones relativas a diferentes aspectos que van desde
los ideólogos, los asuntos militares, las guerrillas y montoneras, el período protectoral, la
literatura, el periodismo, las conspiraciones criollas anteriores a la independencia, las
relaciones de viajeros, el régimen bolivariano y los informes económicos. La enumeración
podría continuar, pero lo que deseo señalar es que en la actualidad existe un fondo
documental considerable que ya está siendo utilizado y que seguramente proporcionará
imágenes renovadas sobre la participación de las clases populares durante el largo y conflictivo
proceso de la independencia.
Dejando a un lado las anteriores especulaciones, me propongo presentar los iniciales hallazgos
de una investigación que vengo realizando sobre la participación de las “clases populares”
durante la independencia.
Resumen
Bajo el dominio de la monarquía española, la región de Perú era controlada por una oligarquía.
Aproximadamente ese periodo empezó en 1895 y su máxima influencia se ejerció por ahí de
1919.
Más y más ciudadanos se fueron reuniendo para firmar el documento, y para el 28 de julio de
1821, el General José de San Martín hizo la proclamación oficial de la Independencia del Perú,
ante la algarabía de los presentes en la Plaza Mayor de Lima.