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LOS HUESOS NEGROS

En las encantadoras tierras de la provincia de Imbabura, se ha mantenido a través de los


tiempos una extraña costumbre, que en algún momento fue una tradición y que podría
llegar a demostrarse. Es así que permanece la creencia de que las osamentas de personas
fallecidas pueden ejercer influencias “positivas” para quienes tienen en su posesión huesos
de muertos. Los huesos son usados como amuletos de protección personal o para cuidar las
casas, cuando se los lleva en el bolsillo o en una prenda de vestir, el alma o espíritu del
fallecido acompaña a la persona portadora. De esa manera, quienes tienen la costumbre de
poseer huesos, aducen recibir la protección contra peligros, accidentes, asaltantes, malos
amigos y cualquier evento negativo e inesperado; además, afirman que los huesos se
familiarizan con la persona que los porta.

De la misma manera, se afirma que los portadores de huesos, pueden caminar por sitios
apartados o lúgubres a media noche y no les pasará nada; se dice que sienten como si
estuviesen acompañados de personas que conversan y los escoltan. Cuando alguien les
quisiera hacer daño, los huesos o mejor dicho, los espíritus que permanecen en esos
fragmentos de huesos, los protegen, manifestándose de muchas maneras; con bulla,
cosquillas o movimiento de las ramas si están en el campo.

En cierta conversación, se relataron las experiencias de un personaje, a quien se le conocía


como Miguel de Natabuela, territorio que se ubica en las llanuras inmensas del cantón
Antonio Ante, sector aledaño de la ciudad de Atuntaqui.

Hace muchos años las ciudades eran muy pequeñas, entonces las proximidades de las áreas
contiguas estaban cubiertas por una vegetación de montaña natural, con matorrales muy
densos. El referido Miguel, era un huaquero, profanador de las tumbas de los antepasados,
quien se había acostumbrado a recoger los huesos de los entierros; esta actividad se había
convertido para él en una afición.

Cierto día junto con otros huaqueros se encontraron con una tumba muy extraña, ubicada
muy cerca de un acantilado en las estribaciones de la cordillera de Angochagua, desde
aquel lugar, se lograba divisar completamente el valle frío de Zuleta, y todo lo que hoy es
San Antonio, Urcuquí y Yahuarcocha.

Al atardecer, los saqueadores estaban ya en el sitio preciso, prestos a comenzar con las
excavaciones, tenían como herramientas un pico de tamaño pequeño, una pala y un
barretón corto, que les servía de palanca en caso de que se les presente la necesidad de
remover algunas piedras.

Ya iniciada la excavación, los huaqueros empezaron a cavar el punto donde habían


definido que se encontraba la tumba, en el esfuerzo vino el anochecer, y se sentía algo muy
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extraño en el ambiente, tal como si alguien les estuviera observando desde algún lugar, al
sentir esto Miguel les dijo a los acompañantes: “dejemos la excavación para mañana
temprano”; entonces, empezaron a recoger sus herramientas. Mientras tanto, uno de ellos,
regó sobre la tumba unos polvos, con el fin de que al día siguiente no hayan ruidos para
poder trabajar, luego de esto se fueron a descansar.

Al amanecer, se escuchaban los cantos de los pájaros en las quebradas. Miguel y sus
amigos ya se encontraban listos para comenzar nuevamente con la excavación. Pasado un
buen rato, el hueco estaba muy hondo, Miguel les anunció que asomaban ya unas extrañas
piedras y que a la vez salía de allí un olor muy fuerte y nauseabundo, los excavadores
salieron del sitio hasta que se desvanezcan los olores, así pasó el tiempo, el sol ya estaba en
lo alto. Miguel dio la orden de sacar el entierro y empezaron a trabajar, se quedaron
impresionados con lo que allí encontraron, poco a poco sacaban algunas piezas raras y
otras que parecían armas. Repentinamente desde lejos, se acercaba un huracán levantando
todo lo que encontraba a su paso, incluso lo poco de tierra que quedaba adentro del hoyo
profundo. El huracán pasó muy rápidamente por el lugar y fue a chocar contra la peña y se
desvaneció, dejando al descubierto de la excavación un esqueleto.

La osamenta estaba acompañada de unas rocas raras, tal como si fuesen unas piedras
negras, era muy notorio ya que el Sol aclaraba todo el espacio. Miguel se dispuso a sacar el
esqueleto. Dentro del hoyo se veían muy claramente algunos objetos decorados con
adornos de metal, cerámica y piedras preciosas. En la cabeza de Miguel pasaban muchas
preguntas sobre el origen y pertenencia de esos objetos y sobre la identidad de la osamenta,
se preguntaba también sobre las creencias y la actividad a la que se dedicó en vida el ser al
que pertenecían esos restos. Mientras pensaba esto, notó que las aparentes piedras eran en
realidad huesos de color negro. Al parecer, podrían haber pertenecido a un brujo muy
poderoso. En ese momento se sintió que alrededor de la tumba profanada, el suelo se
movía y el esqueleto se retorcía, Miguel gritó asustado desde adentro, pidiendo que le
saquen enseguida.

Sus compañeros de aventura, desde arriba le preguntaron muy preocupados qué estaba
sucediendo; entonces, Miguel se fregó los ojos y notó que no estaba pasando nada, que era
únicamente su imaginación, trató de olvidar lo ocurrido y comenzó a sacar cada pieza de la
tumba.

Una vez finalizada la tarea, Miguel miró muy detenidamente los huesos negros; nunca
había visto en todo el recorrido de su amplia experiencia de excavador algo semejante.
Después de consumado el saqueo, Miguel y los acompañantes se repartieron el botín en
partes iguales. Miguel se llevó un hueso negro, ya cerca de llegar a su casa sintió que la
loma se derrumbaba, enseguida regresó a ver y no observó nada, solo escuchó una risa
burlona, trató de no prestar atención al hecho hasta cuando llegó a casa.

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Ya en la tranquilidad de su hogar decidió depositar el hueso negro dentro de un anaquel
viejo donde reposaban otros huesos traídos de diferentes tumbas y se dijo para sí mismo:
“ojalá guardado no moleste…”

Con la caída de la tarde y con la aparición del primer lucero que anunciaba el anochecer,
Miguel, muy pensativo miró el inmenso firmamento, el hueso negro no le dejaba estar
tranquilo. Después de merendar se fue a la cama; como de costumbre, hizo sus oraciones,
pasaron algunas horas y no podía conciliar el sueño; daba vueltas continuas en la cama,
hasta que se quedó dormido.

De pronto, un ruido le despertó, escuchó pisadas sobre el tejado, los perros se pusieron
inquietos y empezaron a ladrar. Miguel se quedó en silencio tratando de indagar lo que en
ese momento ocurría. Se escuchaban también pasos dentro del cuarto, poco a poco
descubrió un espectro negro muy alto que estaba peleando con otros espectros blancos;
intuyó que se trataba de las almas pertenecientes a los huesos que guardaba en el anaquel y
que por alguna extraña razón estaban en conflicto; no entendía el raro comportamiento del
alma negra. Ya en la mañana se despertó con unas ojeras de malanochado, después del
desayuno fue a ver el hueso negro que se encontraba intacto entre los demás huesos
blancos.

Miguel muy sonriente se dijo para sí - ja ja ja, a este ángel negro que está entre los blancos
lo voy a dejar en el sembrío de maíz, ojalá que con su presencia ya no se roben los choclos.
Dejó el hueso en la esquina del sembrío al pie de un árbol grande de capulí. Llegó la noche
que estaba muy clara porque una hermosa luna llena iluminaba aquel valle.

Los perros empezaron a ladrar en dirección al sembrío, que estaba cerca de la casa, Miguel
se dirigió al maizal, tratando de dar con el intruso, buscaba por los sitios donde se movían
las plantas de maíz cargadas de mazorcas, los perros le seguían detrás. Miguel con su
silbido animaba a los perros para que sigan al extraño ser que salió repentinamente de las
ramas dirigiéndose hasta la esquina del terreno donde se encontraba el gran árbol de
capulí.

Parecía que los perros atacaban al extraño, aunque no se veía nada, Miguel apenas pudo
notar en la penumbra una sombra que trepó al árbol de capulí asustando a las tórtolas de
sus nidos que huyeron en desbandada, cayendo algunas al suelo. En ese momento se dio
cuenta que era el alma del hueso negro que povocaba todo ese alboroto. Se preguntaba qué
clase de ser era aquella alma que provocaba tales sobresaltos, a diferencia de los otros
huesos que en vez de darle susto le acompañaban. Los perros, como si algo les siguiera a
golpear, huían despavoridos hacia la quebrada.

De regreso a casa, el hombre de esta historia, lleno de miedo y con su corazón acelerado,
tomó un poco de agua y se sentó al pie de la cama pensativo, tratando de interpretar lo que

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estaba pasando, repentinamente, escuchó unos golpes muy duros en la puerta como que la
patearan, hizo unas plegarias a su Dios, esto le ayudó a pasar la noche un poco tranquilo.

Al amanecer, los primeros rayos del Sol en lo alto del cerro, despedían ya a la bella luna,
Miguel regresó al terreno a recoger el hueso negro, lo envolvío en una tela de bayeta
negra con la intención de devolverlo al lugar donde pertenecía, durante el trayecto, el
espíritu del hueso se movía, le hacía sentir cosquillas.

Al llegar al lugar, se encontró con un pequeño ventarrón que levantaba las hojas hasta el
fondo del acantilado. Con su pala comenzó a cavar, pasaron un par de horas hasta que el
hueco esté listo; enseguida depositó el hueso negro junto con el resto de osamenta,
mientras el cielo se ponía encrespado y las nubes negras se desataron en lluvia.

Miguel que ya había terminado su labor, tomó su pala y se dirigió a su casa, al llegar se
sacó el poncho mojado, lo sacudió y lo colgó en el alar de la casa para que se seque. La
lluvia cesó en la tarde, Miguel salió a sentarse en el lugar preferido del patio y mirando
hacia la dirección donde fue a devolver el hueso negro, divisó un arcoíris muy nítido,
suspiró con nostalgia.

Con un gran aleccionamiento terminan las aventuras de muchos profanadores de tumbas.


Tal vez esta historia sea una superstición; pero, es cierto que en estas hermosas tierras
llenas de misterios, rodeada de ríos, valles, montes y cerros, habitan los espíritus de los
antepasados, quienes fueron otrora señores de estos territorios, que continúan cuidando sus
pertenecías ya sea porque es su misión o porque en esta existencia les quedó algo
pendiente por hacer…

CEFERINO

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