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De esta forma, los individuos pueden contar con suficientes libertades dentro del grupo
social, y ejercer lo que suele llamarse libre albedrío para satisfacer sus necesidades,
logrando así el adecuado y libre desarrollo de su personalidad.
Una herramienta fundamental para el logro de este fin es sin duda la propia ley, que
establece algunos principios fundamentales para organizar el tejido social y sienta las
bases para el funcionamiento del grupo hacia el futuro, limitando el poder de la
autoridad estatal en favor de los gobernados, en la solución de conflictos mediante su
adecuada interpretación y aplicación sistemática.3
1
Cfr., Spinoza, Baruch, “Ética, Tratado Teleológico-Político”, 5ª. ed., trad. Francisco Larroyo. México,
1999, Edit. Porrúa, pág. 161.
2
Cfr., Rousseau, Juan Jacobo, “El Contrato Social”, trad. María José Villaverde, España 1993, Edit.
Altaza, pág. 14.
3
Véase sobre esto, con mayor amplitud, Moreno Hernández, Moisés, “Política Criminal y Reforma Penal.
Algunas bases para su democratización en México”, México, 1999, Edit. Ius Poenale, págs. 34 y ss.
2
a cualquier comportamiento humano sino sólo frente a los ataques más intolerables
contra los bienes jurídicos esenciales para la vida social ordenada.4
Pero la política criminal que puede seguir un determinado Estado es diversa y depende
en gran medida del propio tipo de Estado de que se trate, sin embrago,
fundamentalmente se suelen reconocer a los Estados como autoritarios, democráticos y
mixtos. El Estado mexicano por supuesto se caracteriza al menos en el plano teórico
como un estado democrático de derecho8.
4
Cfr., Moreno Hernández, Moisés, “Las Transformaciones de la legislación penal mexicana (Los vaivenes
de la política criminal mexicana)”, en comentarios en torno al NUEVO CÓDIGO PENAL PARA EL
DISTRITO FEDERAL, pág. 12.
5
Cfr., Welzel Hans, “Derecho Penal Alemán”, Chile, 1993. Edit. Jurídica de Chile, trad. Juan Bustos
Ramírez y Sergio Yañez Pérez, págs. 57 y ss.
6
Ídem.
7
Véase sobre esto, Zaffaroni, Eugenio Raúl, “Sistemas penales y derechos humanos en América Latina,
Primer Informe del Instituto Interamericano de Derechos Humanos”, Argentina, 1984, Edit. Depalma.
Moreno Hernández Moisés, Op cit nota 3, págs. 76 y ss.
8
Sobre esto, Moreno Hernández, Moisés, Op. Cit. nota 3, págs. 34 y ss.
2
3
individuales y todos observan la ley general, se cumple con la división de poderes, hay
plena autonomía del poder judicial y por ende, es posible abatir la impunidad y se
garantiza la justicia.9
9
Íbidem, págs. 39 y ss.
10
Íbidem, pág. 79.
11
Op. Cit, nota 5, Welzel Hans, pág. 1
12
Roxin Claus, “Política criminal y Sistema de Derecho Penal”, traducción Francisco Muñoz Conde, Edit.
Bosch, Barcelona España,1972, pág. 20.
3
4
deben hacerse igualmente en la tarea de elaborar una buena regulación sobre las
consecuencias jurídicas del delito.
Respecto al problema del sentido de la pena y desde luego sus finalidades, han existido
tradicionalmente dos posiciones teóricas con sus respectivas variantes. Las teorías
absolutas que mantienen un sentido idealista y cuyo lema podría ser “la realización de
un ideal de justicia a través de la retribución” se apoyan claramente las ideas de
Emmanuel Kant y W. Hegel.
Las teorías relativas de manufactura mucho menos ideal, fueron un producto del
iluminismo, la pena es por tanto una medida práctica con la cual se persigue inhibir la
comisión de más delitos. Desde luego, que éstas teorías más que explicar el sentido de
la pena, argumentan sobre la justificación de la necesidad de su aplicación, salvo que
se crea fielmente que el fin justifica los medios, pues en rigor, su explicación pasa en
efecto por las penas, pero se extiende inevitablemente a la medida de seguridad. Sin
duda que estas posiciones por su utilitarismo, coinciden con las ideas de J. Bentham.
Dentro de las posiciones relativas, se distinguen las teorías preventivas generales que
ponen de relieve el efecto general de la pena en toda la sociedad lo que puede ser de
dos maneras (que se aprecian casi como dos caras de una misma moneda)
fomentando la tendencia de respeto a la ley (positivo) o bien, inhibiendo o desalentando
su infracción (negativo). Lo mismo puede decirse de las teorías preventivas especiales,
pues también persiguen inhibir la repetición delictiva, sólo que en este caso, sus efectos
se dirigen a una persona en particular e iguamente por la vía de fomentar el buen
comportamiento e inhibir los malos.
13
Íbidem, pág. 67
14
Welzel Hans, op cit, nota 1, pág. 281.
4
5
Muchas y muy agudas son las críticas que respecto a todas éstas teorías se han
formulado15 pero para los efectos de este trabajo se resaltarán principalmente sus
bondades, sin perjuicio de puntualizar alguna crítica que se estime directamente
pertinente según el caso.
15
Cfr. Op. cit., Welzel Hans, págs. 285 y ss y Roxin Claus, “Problemas Básicos del Derecho Penal”,
traducción de Diego Manuel Luzón Peña, Madrid, 1976, Edit. Reus, S. A., págs. 12 y ss.
16
Welzel Hans, op cit, nota 1, pág. 289.
17
Íbidem, pág. 192
5
6
En la normatividad penal federal mexicana (conforme al artículo 24 del capítulo I,
Título Segundo, del Código Penal Federal), el sistema de penas se integra por a)
Prisión, b) Tratamiento en libertad, semilibertad y trabajo a favor de la comunidad, c)
Confinamiento, ch) Prohibición de ir a lugar determinado, d) Sanción pecuniaria, e)
Decomiso de instrumentos, objetos y productos del delito, f) Amonestación, g)
Apercibimiento, h) Caución de no ofender, i) Suspensión o privación de derechos, j)
Inhabilitación, destitución o suspensión de funciones o empleos, k) Publicación especial
de sentencia, l) Vigilancia de la autoridad, y; m) Suspensión o disolución de sociedades.
18
Cfr., Roxin, Claus, “Culpabilidad y Prevención en Derecho Penal”, trad. Francisco Muñoz Conde,
España 1981, Edit. Reus, pág. 42
19
Véanse sobre esto los artículos 51, 52 y 53 del Código Penal Federal.
6
7
Todo esto revela que (además de esa idea retribucionista) existen necesidades
estatales de naturaleza político-criminal que también se tratan de satisfacer con la pena
y el modo en que se idean y aplican, de donde podría derivarse la necesidad de la
adecuada y justa imposición de una pena atemperada conforme a fines. Así ocurre
también con los bajos montos en delitos dolosos que prevén algunas legislaciones, por
ejemplo la excusa absolutoria y la disminución de penas previstas para los supuestos
del artículo 248 del Código Penal Distrital, todos son límites al poder del Estado en su
tarea de establecer y aplicar pena y todas funcionan como garantías individuales que
posibilitan o privilegian el desarrollo de la personalidad pese a alguna desviación de la
norma.
Es entonces bastante claro el interés del Estado en que con la pena, no sólo se
retribuya la acción culpable del agente del delito dentro de los límites legales, sino que
además se busca que con su aplicación, incluso con su sólo anuncio legislativo, se
logren ciertos efectos preventivos generales y otros fines. Desde luego, lo deseable es
que con el mínimo de intervención se logre un mayor grado de libertad para todos, en
tanto que con aquella pena adecuada y proporcional, se reafirme la idea de respeto a la
ley y al orden social.
En este esfuerzo el juez cuenta con cierto margen de libertad para decidir el
cuantum de la pena para una culpabilidad dada, lo que se ha llamado teoría del margen
de libertad que se basa en el rango de pena que existe entre el mínimo y el máximo
aunque en contra de esa idea existe otro criterio doctrinal llamado teoría de la pena
exacta.20
Pero más allá del tema relativo a la determinación judicial de la pena con base en
sus finalidades, aparece el aspecto de la determinación legislativa de la naturaleza y los
límites mínimo y máximo de las penas, una labor en la que sin duda debe echarse
mano de las enseñanzas de la ciencia en general y particularmente de la política
criminal.
En este sentido, (como ocurre en la determinación judicial) la pena, debe servir a varios
fines como la prevención general de los delitos, la prevención especial. El legislador
parte de que la pena debe ser la adecuada a la culpabilidad es decir, la merecida por el
autor y que sea la óptima para la prevención general, pero deja un cierto espacio de
libertad al aplicador de la ley, con base en consideraciones preventivas a la hora de
20
Op. cit., nota 18, Roxin, Claus, págs. 95 y ss.
7
8
determinar la magnitud judicial de la pena. Se consideran características del hecho, las
de las víctimas, incluso, la vida futura del reo en sociedad. 21
21
Íbidem, pag. 121.
22
Cfr., Carbonell Mateu, Juan Carlos, “Derecho Penal: Conceptos y Principios Constitucionales”, 3ª. ed.,
Valencia, 1999, Edit. Tirant lo blanch, pág.199.
23
Ferrajoli, Luigi, “Derecho y Razón. Teoría del Galantismo Penal”, trad. P. A. Ibáñez, Edit. Trotta,
Madrid, 1998.
8
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se mantenga incólume la libertad individual y que no sea afectada sino sólo en los
casos extremos en que hayan fracasado cualquier otra estrategia para solventar un
conflicto que altere la paz social e involucre la lesión o puesta en peligro de bienes
jurídicos. En este sentido, el principio de bien jurídico se perfila entonces como otra
importante exigencia de libertad pues el Estado debe reaccionar penalmente sólo
cuando se trate de lesiones o puesta en peligro de bienes de un elevado valor jurídico,
aquellos que sean esenciales para hacer posible la vida en comunidad, de lo contrario,
se produciría una violación a ese principio y con ello un indebido menoscabo a la
libertad.
De todo lo anterior, puede concluirse que estos y otros principios que establecen
límites al ius puniendi estatal, operan no sólo al individualizar judicialmente la pena sino
también al momento en que el subsistema legislativo dispone las consecuencias
jurídicas para cada delito. En ese sentido se insiste que la pena debe resultar adecuada
en orden a la tutela del bien jurídico específico de que se trate y además que persiga
24
Op. cit. nota 22, págs. 206 y ss.
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10
como última finalidad, el logro de la máxima libertad posible con un mínimo de sacrificio
para los derechos de una persona.
Otro efecto del principio de la pena adecuada sobre el que también se insiste es
que ésta se encuentre relacionada con la conducta del delito de que se trate, de donde
resulta bastante obvio que una pena (siendo específica, como el caso de la suspensión
de derechos) no puede aplicarse a conductas de muy diferente naturaleza y
trascendencia.
Por otra parte, no contribuye mucho a lograr la máxima libertad general posible
para una sociedad, que es una de las finalidades de la aplicación de una pena, el hecho
de que casi en cualquier supuesto se suspendan los derechos políticos que como ya se
ha dicho forman parte del conjunto de derechos humanos. Tampoco se acomoda muy
bien al principio de la pena necesaria pues desde luego que existen muchas otras
formas para conseguir la protección de bienes jurídicos e inhibir la repetición delictiva
sin que tenga que ordenarse necesariamente la suspensión de los derechos políticos.
25
Hernández, María del Pilar, “Derecho Electoral”, Diccionario Jurídico Mexicano, México, Porrúa-UNAM,
2005 D-H, pág 1176.
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suben de tono. Después de todo, muchos intereses se ponen en juego. De ahí que el
Derecho Penal le interese regular algunos aspectos sustanciales de esta cuestión pero
esto debe hacerlo sin olvidar sus propias bases rectoras.
El delito electoral, en tanto delito, es como ya se dijo una estructura que implica
ciertas valoraciones jurídicas, apareja también consecuencias jurídicas que variarán
según la calidad del autor o partícipe, pone el énfasis en reprimir las conductas contra la
función pública en material comisial pero aún más sobre la libre manifestación del voto.
Esto no es novedoso en realidad pues aunque en México, con algunos antecedentes en
1963 y 1972, no fue sino hasta 1977 y 1988 que en realidad, la materia electoral fue
tomando forma y vigencia y sólo con la reforma de 15 de agosto de 1990 se incluyeron
los delitos electorales en el Código Penal Federal Título Vigésimo Cuarto; lo cierto es
que ya los griegos castigaban con la pena capital a quien votara dos veces en el mismo
proceso o a quien negociaba su voto y otro tanto hacían los romanos al castigar
severamente conforme a su ley Julia de Ambitu, el fraude electoral. Como se aprecia la
preocupación principal era las indebidas negociaciones del voto y en general al fraude
electoral.
26
Cfr., Bobbio, Norberto, “El futuro de la democracia”, 2ª. ed. Trad. José Fernández Santillán, México,
Fondo de Cultura Económica, 1999, pág. 23.
11
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advierte la doble votación, la coacción del voto, entorpecer las tareas electorales, la
indebida negociación del voto, la violación del secreto del voto, la inducción del voto por
ministros religiosos, la alteración o destrucción de documentos de la organización
partidista, la negativa injustificada a desempeñar el cargo de elección y la alteración de
los registros de electores, entre otras.
Así, considerando que el bien jurídico que se tutela con los llamados delitos
electorales, más que la actividad del Estado en materia de comisios es la libertad en la
manifestación de la voluntad de los ciudadanos al elegir a sus representantes, es
bastante lógico y aceptable que en caso de una defraudación a esa libertad por el
motivo que sea, se genere la pérdida de los derechos políticos. En tal caso se atiende al
principio de pena adecuada pues entre otras cosas, la sanción se halla en relación
directa con el bien jurídico que se intenta proteger.
27
Rodríguez y Rodríguez, Jesús, “Derechos Humanos”, Diccionario Jurídico Mexicano, Op. cit., nota 25,
pág. 1268.
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Una de las nobles características de los derechos humanos consiste en que se
reconocen a todos los seres humanos sin distinción de origen, credo, nacionalidad,
orientación sexual, ni ningún otro criterio que le discrimine. En ese sentido los derechos
políticos no se acomodan muy bien al concepto en razón de que estos son ejercidos
sólo por los ciudadanos de un estado y vedados a quienes no lo son, lo que se
desprende del propio texto del artículo 33 Constitucional, que prohíbe tajantemente a
los extranjeros tomar parte en los asuntos políticos del país.
Pese a esta limitación, que se impone al menos por ahora (y que podría variar
según el grado de globalización que se alcance a nivel mundial, sobre todo con la
formación de comunidades continentales que poco a poco abracen a varios países); es
posible observar que los llamados derechos políticos como parte de los derechos
humanos, toman carta de naturalización a escala mundial, basta ver el contenido por
ejemplo de los artículos 21 de la propia Declaración Universal de los Derechos
Humanos, el artículo 25 del pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos o el
artículo 23 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos.
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Entre las teorías que intentan explicar la naturaleza del voto, figura la llamada
voto-prerrogativa que bajo esta expresión intenta englobar al voto como un derecho y
como una obligación. 28 Otra es el voto derecho natural del individuo y una tercera es la
del voto-función pública sostenida por Carré de Malberg, para quien si la función de
votar se deduce de la soberanía estatal, luego antes del Estado no hay soberanía y en
consecuencia tampoco hay derecho de votar, posteriormente este autor se muestra
más conciliador y admite con Jellineck que “el derecho de elección es sucesivamente
un derecho individual y una función estatal…”29 es ésta la teoría del voto-derecho
función.
Desde luego, que igual que ocurre con la idea del libre albedrío como
fundamento de la culpabilidad, en este tema podríamos estimar que aunque no sea
posible (al menos en este momento), determinar plenamente la naturaleza del voto, la
idea que mejor se acomoda a las bases democráticas es la que lo estima como un
derecho natural del individuo ciudadano, y en realidad, sólo con tal criterio se puede
entender que su privación sea considerada como una pena.
Esta concepción toma forma con J. J. Rousseau y por lo tanto, es sin duda un
producto más del iluminismo, según Rousseau, los miembros del Estado al ser origen
del poder público, poseen una parte de soberanía, de ahí que luego tienen el derecho
de ejercerla, consecuentemente, se trata de un derecho natural inherente a la persona
ciudadana e incluso anterior al acto constitutivo mismo. Rousseau defiende con tanto
calor esta idea que dice “Tendría que hacer aquí muchas reflexiones sobre el simple
28
Arenas Bátiz, Carlos y Orozco Henríquez, José, “Derecho Electoral”, Enciclopedia Jurídica Mexicana,
Edit., especial, México, Porrúa-TSJDF-UNAM, dos mil ocho 2008, pág. 91.
29
Carré de Malberg, R. “Teoría General del Estado”, 2ª. ed. trad. José Lión de Petra, México, Fondo de
Cultura Económica, 1998, pág. 1143.
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derecho de voto… derecho que nadie puede quitar a los ciudadanos, así como sobre el
de opinar, proponer… discutir…”30
Tal vez parezca una exageración comparar el derecho de votar con el derecho
de expresión o mejor, que el Estado como parte del ius puniendi pudiera llegar a
cancelar el derecho de alguno a opinar, proponer o discutir como lo hace y con mucha
facilidad con los derechos políticos, no obstante, es claro que ésta forma de proceder es
contraria a la tendencia democrática de incluir al voto como un derecho humano tal
como ocurre en los diversos tratados internacionales suscrito por nuestro país, ya
reseñados.
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Op. cit., nota 2, pág 105
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comienza y concluye con la propia sanción de que es consecuencia. En este supuesto
cabría preguntarse si conserva su calidad de pena o se trata de una diversa
consecuencia jurídica del delito que presupone a una pena. El artículo 46 reitera que la
pena de prisión produce la suspensión de los derechos políticos, entre otros.
El que una consecuencia jurídica delictiva sea al mismo tiempo utilizada con
otros propósitos no es un asunto nuevo, sucede lo mismo por ejemplo con la pena de
prisión a lo que se le llama prisión preventiva y es usada antes de que exista una
sentencia condenatoria, sólo que al menos en este caso su utilización se justifica bajo el
argumento de que se trata de una medida cautelar para asegurar la presencia del
justiciable durante el proceso. Esto no podría decirse por ejemplo tratándose de la
suspensión de derechos políticos. En otras palabras, para los efectos de un proceso
penal ¿que sería lo que intentáramos garantizar o afianzar con la suspensión de los
derechos ciudadanos de voto? Y es que resulta evidente que las medidas cautelares
son instrumentos jurídicos que se utilizan (debida o indebidamente) para los efectos o
finalidades procedimentales, pero la suspensión de derechos en definitiva no tiene esa
utilidad.
16
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propiamente y la de la suspensión) generada por la normatividad mexicana representan
el primer obstáculo, uno que parece insuperable a menos se modifiquen los términos de
la propia norma fundamental y se logre congruencia con la reglamentación secundaria.
Sin duda alguna que una farragosa o al menos complicada e inconexa regulación
normativa, impide dar vigencia adecuada a los principios y garantías de derecho penal,
pero no por ello debe olvidarse que una es la ley legislada, con toda su carga de errores
y virtudes y otra la ley interpretada la que para bien o para mal, puede alejarse de su
texto literal. Desde luego que lo deseable sería que estas interpretaciones resultaran en
fortalezas para los derechos del hombre y no en su desdoro y para ello lo aconsejable
es que en forma sistemática se intente ajustar los textos, a los principios de derecho
penal y desairar las interpretaciones letrísticas o aún peor, aquellas en las que se puede
dar cabida a una opinión de conveniencia momentánea.
VI.- SUMARIO
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autoridad debe reducirse al mínimo indispensable y en materia de penas que éstos
sean proporcionales al delito cometido y más concretamente a la culpabilidad del
agente y desde luego, que esa pena tenga relación o sea adecuada para la protección
del bien jurídico concreto y a la acción descrita en el tipo penal.
No debe perderse de vista que los derechos políticos, son un sector de los llamados
derechos humanos, tal como lo sostuvo Rousseau al examinar su naturaleza y como ha
sido reconocido y regulado en diversos instrumentos internacionales suscritos por
nuestro país, destacando por su importancia el contenido del artículo 23 de la
Convención Americana sobre Derechos Humanos, en donde para su adecuada
protección, se autoriza a los Estados poder restringirlos, pero acotando los supuestos
en que eso sea posible. Entre esos casos destaca el de la existencia de una condena
penal. Debe subrayarse el hecho de que se trata de una “condena” y no una simple
causa penal como ocurre en México.
Así pues, si el hombre es libre y el Estado, por mandato constitucional, debe establecer
las condiciones necesarias para hacer posible esa libertad, moderando su poder e
interviniendo lo mínimo indispensable; es bastante claro que se aparta y contraviene las
bases teóricas de una democracia, al disponer en sus leyes la suspensión de derechos
políticos sólo por “causa” penal y no por “condena” penal y en casi todos los supuestos
procesales, es decir, por orden de aprehensión, por auto de formal prisión y por
consecuencia de una pena corporal, pues con ello además puede transgredirse lo
dispuesto en el numeral 23 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos que
sólo se refiere a la condena penal.
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autoritarismo. Al respecto, conviene hacer notar que como medida procesal, a la
manera de la prisión preventiva, que es una medida cautelar que asegura la presencia
del justiciable en el proceso; no es posible afirmar que con tal suspensión se consigan
esos resultados. En otras palabras, la suspensión de derechos políticos no sirve para
asegurar algo en el proceso, en cambio, sí puede estar sirviendo calladamente para
asegurar otros intereses que rebasan el ámbito penal. Por lo demás, su uso como
consecuencia de una pena hace cuestionar su naturaleza pues no es una pena “formal”
pero tampoco queda muy lejos de ella. La interpretación jurisprudencial señala que en
este caso se trata de una pena accesoria.
Finalmente, como pena, debe seguir también los principios de una política crimina
propia de un Estado de derecho de ahí por tanto que deba tener una utilidad en orden a
la vida en comunidad y no ser sólo retributiva de culpabilidad. Consecuentemente,
deben observarse también tanto en su formulación legislativa como en su aplicación, los
principios pertinentes, destacando el de necesidad y el de adecuación según el hecho
cometido y el bien jurídico a proteger y en ese sentido, es obvio que la suspensión de
los derechos políticos es adecuada cuando se hace mal uso de ellos según los tipos
penales ya legislados en materia electoral, sea por existir coacción o negociación de
ellos, pero no parece adecuada para muchos otros tipos que tutelan la vida, la
integridad física, el patrimonio, la libertad sexual, etc. y menos aún para todos.
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