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LA LECCIÓN

Drama cómico

La lección fue representada por primera vez en el Théátre de Foche el


20 de febrero de 1951.
La puesta en escena estuvo a cargo de Marcel Cuvelier.
PERSONAJES

EL PROFESOR ,50 a 60 años. Marcel Cuvelier.


LA JOVEN ALUMNA , 18 años.  Rosette Zuchelli.
LA SIRVIENTA, 45 a 50 años. Claude Mansard.
DECORACIÓN
 El gabinete de trabajo, que sirve también de comedor, del viejo profesor.
 A la izquierda de la escena una puerta que da a las escaleras del edificio;
en el fondo, a la derecha de la escena, otra puerta que lleva a un pasillo
del departamento.
 En el fondo, un poco a la izquierda, una ventana, no muy grande, con
cortinas sencillas; en el borde exterior de la ventana macetas de flores
vulgares.
Se ven, a lo lejos, casas bajas con tejados rojos: la pequeña ciudad. El 
cielo
cielo es de un color azul grisáceo.
grisáceo. A la derecha,
derecha, un aparador
aparador rústico. La
mesa sirve también como escritorio; se halla en medio de la habitación.
Tres sillas alrededor de la mesa, otras dos a ambos lados de la ventana,
el papel de las paredes claro y algunos anaqueles con libros.
 Al levantarse el telón, el escenario está vacío y sigue así durante bastante
tiempo. Luego se oye la campanilla de la puerta de entrada.
entrada. Se oye la:

Voz DE LA SIRVIENTA (entre bastidores). — Sí. Inmediatamente.

 En seguida aparecen en escena LA SIRVIENTA, que ha bajado corriendo


las escaleras. Es robusta; de 45 a 50 años, coloradota y lleva toca de
campesina. Entra como un vendaval, hace que la puerta golpee tras ella,
 se enjuga las manos en el delantal mientras se oye sonar por segunda vez 
la campanilla.

LA SIRVIENTA. — Pa
Paci
cien
enci
cia,
a, ya vo
voyy. (Abre la puerta. Aparece la JOVEN.
ALUMNA , de 18 .años. Delantal blanco, pequeño cuello blanco, carpeta
bajo el brazo.) Buenos días, señorita.
LA ALUMNA. — Buenos días, señora. ¿El profesor está en casa?
LA SIRVIENTA. — ¿Es para la lección?
LA ALUMNA. — Sí, señora.
LA SIRVIENTA. — Le espera. Siéntese un momento mientras voy a
avisarle.
LA ALUMNA. — Gracias, señora.

Su sienta junto a la mesa, de cara al público; a su izquierda queda la


 puerta de entrada; ella da la espalda a la otra puerta, por la que siempre,
apresuradamente, sale LA SIRVIENTA, quien llama:
LA SIRVIENTA.— Señor, haga el favor de bajar. Ha llegado su alumna. VOZ
alfeñicada). — Gracias. Ya bajo... dentro de dos
DEL PROFESOR  (un poco alfeñicada).
minutos.

 La SIRVIENTA sale; la ALUMNA, con las piernas recogidas y la carpeta en las


rodillas, espera graciosamente; lanza una o dos miradas a la habitación,
los muebles y también al techo; después saca de la carpeta un cuaderno,
que ojea, y se detiene más tiempo en una página, tanto para repasar la
lección como para lanzar una última ojeada a sus deberes. Parece una
muchacha cortés, bien educada, pero muy vivaz, alegre y dinámica. Tiene
una sonri
nrisa fresca en los labiosbios.. Dur
Durante el drama que que se va a
representar disminuirá progresivamente el ritmo vivo de sus
movimientos, irá abandonando su apostura, dejará de mostrarse alegre y
 sonriente para ponerse cada vez más triste y taciturna. Muy animada al 
 principio, se mostrará cada vez más fatigada y soñolienta. Hacia el final 
del drama su rostro deberá expresar claramente un abatimiento nervioso,
  su
su mane
manera
ra de habl
hablar
ar lo deja
dejará
rá ver,
ver, su leng
lengua
ua se hará
hará past
pastos
osa,
a, las
las
 palabras acudirán con dificultad a su memoria y saldrán de su boca
también con dificultad; parecerá vagamente paralizada, con un comienzo
de afasia. Voluntariamente al principio, hasta parecer casi agresiva, se
hará cada vez mes pasiva, hasta no ser más que un objeto blando e
inerte, al parecer inanimado, entre las manos del profesor, hasta el punto
de que cuanduandoo éste llegue
gue a haceacer el ges
gesto final
nal, la ALUMNA no
reaccionará; insensibilizada, carecerá ya de reflejos; sólo sus ojos, en un
rostro inmóvil, expresarán un asombro y un terror indecibles. El paso de
un comportamiento al otro se deberá hacer, por supuesto,
insensiblemente.
 El  PROFESOR  entra. Es un viejecito de barbita blanca. Lleva binóculos, y
viste birrete negro, larga blusa negra de maestro de escuela, pantalones
 y zapatos negros, cuello postizo blanco y corbata negra. Excesivamente
cortés,
cortés, muy tímido,
tímido, con la voz amortiguada
amortiguada por la timidez,
timidez, muy correcto,
correcto,
muy profesor. Se frota constantemente las manos; de vez en cuando tiene
un brillo lúbrico en los ojos, rápidamente reprimido.
Durante el transcurso del drama, su timidez desaparecerá
  pro
progr
gres
esiv
ivame
amentnte,
e, insen
insensi
sibl
bleme
ement
nte;
e; los fulg
fulgore
oress lúbr
lúbric
icos
os de sus ojos
ojos
terminarán convirtiéndose en una llama devoradora, ininterrumpida. De
aspecto más que inofensivo al comienzo de la acción, el  PROFESOR   se
most
mostra
rará
rá cada
cada vez
vez más seg
seguro
uro de sí mism
mismo,o, nerv
nerviioso
oso, agres
gresiivo,
vo,
dominante, hasta hacer lo que quiere con su alumna, convertida entre sus
manos en una pobre cosa. Evidentemente la voz del  PROFESOR  deberá
transformarse también, de débil y alfeñicada, en una voz cada vez más
 fuerte y, al final, extremadamente potente, retumbante, sonora como un
clarín, en tanto que la voz de la ALUMNA  se hará casi inaudible, de muy
clara y bien timbrada que habrá sido al comienzo del drama. En las
 primeras escenas el PROFESOR  tartamudeará, muy ligeramente, quizás.

EL PROFESOR .
— Buenos
Buenos días,
días, señori
señorita.
ta..... ¿Usted
¿Usted es... usted
usted es, verdad,
verdad, la
nueva alumna?
LA ALUMNA (se
(se vue
vuelve
lve viva
vivame
ment
nte,
e, con mucha
ucha dese
desenv
nvol
olttura,
ura, como
omo
muchacha mundana; luego se levanta, avanza hacia el  PROFESOR    y le
tiende la mano). — Sí, señor. Buenos días, señor. Como ve, he venido a la
hora. No he querido retrasarme.
EL PROFESOR . — Está bien, señorita. Gracias, pero no tenía que apresurarse.
  No
No sé cómcómo di disc
scul
ulpa
parm
rmee poporr habe
haberl
rlaa hecho
echo espe
espera
rarr...
... Term
Termininab
abaa
 justamente... de... Me disculpo... Usted me perdonará...
LA ALUMNA. — No es necesario, señor. Nada malo hay en ello, señor.
EL PROFESOR . — Mis excusas... ¿Le ha costado encontrar la casa?
LA ALUMNA . — De ningún modo. Además he preguntado.preguntado. Aquí le conocen
conocen
todos.
EL PROFESOR . — Hace ya treinta años que vivo en esta ciudad. Usted no
lleva en ella mucho tiempo. ¿Qué
¿Q ué le parece?
LA ALUMNA . — No me desagrada ni mucho menos. Es una ciudad linda,
agradable, con un hermoso parque, un colegio, un obispo, buenas tiendas,
calles, avenidas...
EL PROFESOR . — Así es, señorita. Sin embargo, preferiría vivir en otra parte:
en París, o por lo menos en Burdeos.
LA ALUMNA. — ¿Le gusta Burdeos?
EL PROFESOR . — No lo sé. No lo conozco.
LA ALUMNA. — ¿Pero conoce París?
EL PROFESOR . — Tamp
Tampococo,
o, seño
señori
rita
ta,, pero,
pero, si uste
ustedd me perm
permit ite,
e, ¿podrí
¿podríaa
decirme si París es la capital de... la señorita?
LA ALUMNA (busca durante un instante y luego contesta, feliz por saberlo).
 — París es la capital... de Francia...
EL PROFESOR . — Así es, señorita. ¡Bravo, muy bien, perfecto! Le felicito.
Usted conoce su geografía nacional al dedillo. Sus capitales.
LA ALUMNA. — ¡Oh!, no las conozco todas todavía, señor; no es tan fácil,
me cuesta aprenderlas.
EL PROFESOR  — Oh, ya las aprenderá... Valor, señorita... Hay que tener 
 paciencia... poco a poco... Verá usted cómo las aprenderá... Hoy hace
 buen tiempo... o más bien no tan bueno. .. Oh, sí, a pesar de todo... En fin,
no hace un tiempo demasiado malo, y eso es lo principal... No llueve, ni
nieva.
LA ALUMNA. — Eso sería sorprendente, pues estamos en verano.
EL PROFESOR . — Discúlpeme
Discúlpeme,, señorita, yo iba a decírselo...
decírselo... pero usted
usted sabe
que se puede esperar todo.
LA ALUMNA. — Evidentemente, señor.
EL PROFESOR . — En este
este mu
mund
ndo,o, seño
señori
rita
ta,, no po
pode
demo
moss esta
estarr segur
seguros
os de
nada.
LA ALUMNA . — La nieve cae en el invierno. El invierno es una de las cuatro
estaciones. Las otras tres son... son... la pri...
EL PROFESOR . — ¿Sí?
LA ALUMNA. —...mavera,
—...mavera, y luego el verano... y... y...
EL PROFESOR . — Comienza como otomana, señorita.
LA ALUMNA. — ¡Ah, sí, el otoño!
EL PROFESOR . — Eso
Eso es,
es, seño
señori
rita
ta.. Muy
Muy bi bien
en cont
contes
esta
tado,
do, perfe
perfect
cto.
o. Esto
Estoyy
con
onve
venc
nciido de qu
quee ust
usted será
será una bu buenenaa alu
lum
mna.
na. Prog
Progre
resa
sará
rá.. Es
inteligente, me parece instruida y tiene buena memoria.
LA ALUMNA. — Conozco mis estaciones, ¿verdad, señor?
EL PROFESOR . — Claro que sí, señorita... o casi. Pero ya llegará. De todos
modos,
modos, ya está bien. Usted llegará a conocer
conocer todas sus estaciones
estaciones con los
ojos cerrados, como yo.
LA ALUMNA. — Es difícil.
EL PROFESOR . — ¡Oh
¡Oh, no!
no! Basta asta con
con un un pequ
pequeñeñoo esf
esfuerz
uerzoo y bue
buena
voluntad, señorita. Ya verá. Eso llegará, esté segura.
LA ALUMNA. — ¡Cómo lo desearía, señor! ¡Estoy tan sedienta de
instrucción! También mis padres desean que profundice mis
conocimientos. Quieren que me especialice. Creen que una simple cultura
general, aunque sea sólida, no basta en nuestra época.
EL PROFESOR . — Sus padres, señorita, tienen completa razón. Usted debe
llevar adelante sus estudios. Le pido que me disculpe por decírselo, pero
eso es necesario. La vida contemporánea se ha hecho muy compleja.
LA ALUMNA. — Y muy complicada. Mis padres son bastante ricos, en eso
tengo
engo sue
suerte.
rte. Pod
odrá
ránn ayud
ayudaarme
rme a tra trabaja
bajar,
r, a hac hacer estestududiios muy
superiores.
EL PROFESOR . — Y usted podría presentarse...
LA ALUMNA . — Lo más pronto posible, en el primer concurso de doctorado.
Se realiza , dentro de tres semanas.
EL PROFESOR . — ¿Ha hecho ya su bachillerato, si me permite la pregunta?
LA ALUMNA. — Si, señor, soy bachiller en ciencias y bachiller en letras.
EL PROFESOR . — ¡Oh! ¡Oh! Está
Está uste
ustedd muy adela delant
ntad
ada,
a, in
incl
clus
usoo demdemasiad
asiadoo
adel
adelan
anta
tada
da para
para su edad
edad.. ¿Y en qu quéé ququie
iere
re do
doctctor
orar
arse
se:: en cien cienci
cias
as
materiales o filosofía normal?
LA ALUMNA. — Mis padres desearían, si usted cree que eso es posible en tan
 poco tiempo, que obtenga el doctorado total.
EL PROFESOR . — ¿El doctorado total?... Es usted muy valiente, señorita, y le
felicito sinceramente. Procuraremos, señorita, hacer todo lo que podamos.
Por otra parte, usted sabe ya mucho, a pesar de ser tan joven.
LA ALUMNA. — ¡Oh, señor!
EL PROFESOR . — EntoEntonc
nces
es,, si uste
ustedd me lo permpermit ite,
e, y le rueg
ruegoo qu quee me
disculpe, le diré que hay que ponerse a trabajar. Apenas tenemos tiempo
que perder.
LA ALUMNA. — Al contrario, señor, yo también lo deseo. E incluso se lo
ruego.
EL PROFESOR . — EntoEntonce
nces,
s, ¿pue
¿puedo
do rogar
rogarlele qu
quee se siensiente
te?..
?.... Ahí.
Ahí..... ¿Me
¿Me
 permite, señorita, si no ve en ello inconveniente, que me siente frente a
usted?
LA ALUMNA. — Por supuesto, señor. Se lo ruego.
EL PROFESOR . — Muchas gracias, señorita. (Se sientan a la mesa, el uno
  fre
frent
ntee al otro
otro,, de perf
perfiil a la sala
sala.).) Ya está. ¿Tiene sus libros, sus
cuadernos?
LA ALUMNA (sacando cuadernos y libros de m carpeta).  — Sí, señor. Por 
supuesto, tengo aquí todo lo necesario.
EL PROFESOR . — Muy bi bien
en,, seño
señori
rita
ta.. Pe
Perf
rfec
ecto
to.. Ento
Entonc nces
es,, si eso
eso no le
molesta, ¿podemos comenzar?
LA ALUMNA. — Sí, señor, estoy a su disposición.
EL PROFESOR . — ¿A mi di disp
spos
osic
ició
ión?
n? (Ful
(Fulgo
gorr en loslos ojos
ojos rápi
rápidame
dament ntee
extinguido y un gesto que reprime.) Oh, señorita, soy yo quien está a su
disposición. No soy sino su servidor.
LA ALUMNA. — ¡Oh, señor!
EL PROFESOR . — Si usted quiere... entonces... nosotros... nosotros... yo... yo
comenzaré
comenzaré haciendo un examen
examen sumario
sumario de sus conocimie
conocimientos
ntos pasados
pasados y
  presentes, a fin de despejar el camino futuro... Bueno. ¿Cómo va su
 percepción de la pluralidad?
LA ALUMNA. — Es bastante vaga... confusa.
EL PROFESOR . — Bueno. Vamos a ver eso.

Se frota las manos. Entra la SIRVIENTA, lo que parece irritar al  PROFESOR ;
 se dirige al aparador y busca, algo, demorándose.
EL PROFESOR . — Veam
Veamos os,, seño
señoririta
ta.. ¿Qui
¿Quier
eree qu
quee haga
hagammos un po pocco de
aritmética, si no tiene inconveniente?
LA ALUMNA. — Sí Sí por cierto,
cierto, señor. En verdad, no deseo otra cosa.
EL PROFESOR . — Es una ciencia bastante nueva, una ciencia moderna;
hablando propiamente, es más bien un método que una ciencia... Es
también una terapéutica. (A la SIRVIENTA.) María, ¿no ha terminado aún?
A SIRVIENTA. — Sí,
Sí, señor. Ya he encontrado el plato y me voy.
EL PROFESOR . — Dése prisa. Vaya a su cocina, por favor.
LA SIRVIENTA. — Sí, señor. Ya voy. Falsa salida de la SIRVIENTA.
LA SIRVIENTA. — Discúlpeme, señor, pero tenga cuidado. Le recomiendo la
calma.
EL PROFESOR . — Es usted ridícula, María. No se preocupe.
LA SIRVIENTA. — Siempre se dice eso.
EL PROFESOR . — No admito sus insinuaciones. Sé perfectamente cómo debo
conducirme. Soy bastante viejo para eso.
LA SIRVIENTA. — Precisamente, señor. Haría mejor si no comenzase por la
aritmética con la señorita. La aritmética
ar itmética fatiga, enerva.
EL PROFESOR . — Más a mi edad. ¿Pero quién la mete en lo que no le
importa? Este es asunto mío. Y lo conozco. Su lugar no está aquí.
LA SIRVIENTA. — Está bien, señor. No dirá que no no le he advertido.
EL PROFESOR . — María, no necesito sus consejos.
LA SIRVIENTA. — Hágase la voluntad del señor. Sale.
EL PROFESOR . — Perdóneme, señorita, por esta estúpida interrupción...
Disculpe a esa mujer. Teme constantemente que me fatigue. Vela por mi
salud.
LA ALUMNA .— ¡Oh, todo está disculpado, señor! Eso prueba que le es leal y
que le estima. Las buenas sirvientas son raras.
EL PROFESOR . — Pero exagera. Su temor es estúpido. Volvamos a nuestras
matemáticas.
LA ALUMNA. — Le sigo, señor.
EL PROFESOR  (ingenioso). — Pero sin levantarse de la silla.
LA ALUMNA (que aprecia el chiste). — Como usted, señor.
EL PROFESOR . — Bueno. Aritmeticemos un poco.
LA ALUMNA. — Con mucho gusto, señor.
EL PROFESOR . — ¿No le molesta decirme...?
LA ALUMNA. — De ningún modo, señor, continúe.
EL PROFESOR . — ¿Cuántos son uno y uno?
LA ALUMNA. — Uno y uno son dos.
EL PROFESOR  (admirado por la sabiduría de la alumna).  — ¡Oh, muy bien!
Me pare
parece
ce mumuyy adel
adelan
anta
tada
da en sus
sus estu
estudi
dios
os.. Obten
Obtendrdráá fáci
fácilme
lment
ntee su
doctorado total, señorita.
LA ALUMNA. — Lo celebro, tanto más porque es usted quien lo dice.
EL PROFESOR . — Sigamos adelante: ¿cuántos son dos y uno?
LA ALUMNA. — Tres.
EL PROFESOR . — ¿Tres y uno?
LA ALUMNA. — Cuatro.
EL PROFESOR . — ¿Cuatro y uno?
LA ALUMNA. — Cinco.
E,L PROFESOR . — ¿Cinco y uno?
LA ALUMNA. — Seis.
EL PROFESOR . — ¿Seis y uno?
LA ALUMNA. — Siete.
EL PROFESOR . — ¿Siete y uno?
LA ALUMNA. — Ocho.
EL PROFESOR . — ¿Siete y uno?
LA ALUMNA. — Ocho... bis.
EL PROFESOR . — Muy buena respuesta. ¿Siete y uno?
LA ALUMNA. — Ocho... triplicado.
EL PROFESOR . — Perfecto. Excelente. ¿Siete y uno?
LA ALUMNA. — Ocho... cuadruplicado. Y a veces nueve.
EL PROFESOR . — ¡Magnífica! ¡Es usted magnífica! ¡Es usted exquisita! Le
felicito calurosamente, señorita. No merece la pena de continuar. En lo
que respecta a la suma es usted magistral. Veamos la resta. Dígame
solamente, si no está agotada, cuántos son cuatro menos tres.
LA ALUMNA.— ¿Cuatro menos tres?... ¿Cuatro menos tres?
EL PROFESOR . — Sí. Quiero decir: quite tres de cuatro.
LA ALUMNA. — Eso da... ¿siete?
EL PROFESOR . —'Pe
—'Perd
rdón
ónem
emee si me veo
veo ob
obli
liga
gado
do a cont
contra
radec
decirirle
le.. Cuatr
Cuatroo
menos tres no dan siete. Usted se confunde: cuatro más tres son siete, pero
cuatro menos tres no son siete... Ahora no se trata de sumar, sino de
restar.
LA ALUMNA (se esfuerza por comprender). — Sí... sí...
EL PROFESOR . — Cuatro menos tres son: ¿Cuánto?... ¿Cuánto?
LA ALUMNA. — ¿Cuatro?
EL PROFESOR . — No, señorita, no es eso.
LA ALUMNA. — Entonces, tres.
EL PROFESOR . — Tampoco, señorita... Perdóneme, pero debo decírselo: no
es ésa la respuesta... Discúlpeme.
LA ALUMNA . — Cuatro menos tres... Cuatro menos tres... ¿Cuatro menos
tres? ¿No son diez?
EL PROFESOR . — No, ciertamente, no lo son, señorita. Pero además no se
trata de adivinar, sino de razonar. Procuremos deducirlo juntos. ¿Quiere
usted contar?
LA ALUMNA. — Sí, señor. Uno... dos... tres...
EL PROFESOR . — ¿S¿Sababee uste
ustedd cont
contar
ar bi
bien
en?? ¿Has
¿Hasta
ta cuán
cuánto toss sabe
sabe usted
usted
contar?
LA ALUMNA. — Puedo contar... hasta el infinito.
EL PROFESOR . — Eso es imposible, señorita.
LA ALUMNA. — Entonces, digamos hasta dieciséis.
EL PROFESOR . — ¡Eso
¡Eso bast
basta.
a. Hay
Hay qu
quee saber
saber li
limi
mita
tars
rse.
e. Cuen
Cuente te,, pu
pueses,, po
por 

favor, se lo ruego.
LA ALUMNA. — Uno... dos... y después de dos,
d os, vienen tres... cuatro...
EL PROFESOR . — Deténgase, señorita. ¿Qué número es mayor: el tres o el
cuatro?
LA ALUMNA . — ¿Es?... ¿El tres o el cuatro? ¿Cuál es mayor? ¿El mayor de
tres o cuatro? ¿En qué sentido el mayor?
EL PROFESOR . — Hay números más pequeños y números más grandes. En
los números más grandes hay más unidades
unid ades que en los pequeños...
LA ALUMNA. — ¿Que en los números pequeños?
EL PROFESOR . — A menos que los pequeños tengan unidades menores. Si
son muy pequeñas, es posible que haya más unidades en los números
 pequeños que .en los grandes... si se trata de otras unidades.
LA ALUMNA. — En ese caso, ¿los números pequeños pueden ser mayores
que los grandes?
EL PROFESOR . — Dejem jemos eso. Nos
Nos llevaría
ría much
ucho más lejos.os. Sepa
únicamente que no sólo hay números. Hay también dimensiones, sumas,
grupos, montones, montones de cosas tales como las ciruelas, los coches,
las ocas, los pepinos, etcétera. Supongamos simplemente para facilitar 
nuestro trabajo que no tenemos más que números iguales: los mayores
serán los que tengan más unidades, iguales.
LA ALUMNA . — ¿El que tenga más será el más grande? ¡Ah, comprendo,
señor! Usted identifica la calidad con la cantidad.
EL PROFESOR . — Eso es demasiado teórico, señorita, demasiado teórico. No
tiene por qué preocuparse de ello. Tomemos nuestro ejemplo y razonemos
sobr
sobree ese
ese caso
caso con
oncr
cret
eto.
o. Deje
Dejemmos para
para más tardtardee las
las conc
conclulusi
sion
ones
es
generales. Tenemos el número cuatro y el número tres, cada uno de ellos
con un número igual de unidades. ¿Qué número será mayor, el número
más pequeño o el número
nú mero más grande?
LA ALUMNA. — Di Disc
scúl
úlpem
peme,
e, seño
señor.
r. ¿Qué
¿Qué entie
entiende
nde usted
usted po
porr el númer
númeroo
mayor? ¿El menos pequeño que el otro?
El, PROFESOR . — Eso es, señorita. ¡Perfecto! Me ha
h a comprendido muy bien.
LA ALUMNA. — Entonces, es el cuatro,
EL PROFESOR . — ¿Qué es el cuatro? ¿Mayor o menor que el tres?
LA ALUMNA. — Menor..., no, mayor.
EL PROFESOR . — Excelente respuesta. ¿Cuántas unidades hay entre tres y
cuatro? ¿O entre cuatro y tres, si usted prefiere?
LA ALUMNA. — No hay unidades, señor, entre tres y cuatro. El cuatro viene
inmediatamente después del tres, ¡pero no hay nada absolutamente entre
el tres y el cuatro!
EL PROFESOR . — Me he explicado mal. La culpa es mía, sin duda. No he
sido bastante claro.
LA ALUMNA. — No, señor, la culpa es mía.
EL PROFESOR . — Escuche. He aquí tres fósforos. Y aquí otro más, en total
cuatro. Ahora observe bien; usted tiene cuatro, yo retiro uno, ¿cuántos le
quedan?  No se ven los fósforos ni ninguno de los objetos de que habla.
 El PROFESOR  se
 se levantará de la mesa y escribirá en una pizarra inexistente
con una tiza inexistente, etcétera.
LA ALUMNA. — Cinco. Si tres y uno hacen cuatro, cuatro y uno hacen cinco.
EL PROFESOR . — No es eso, no es eso en modo alguno. Usted tiende siempre
a sumar. Pero también hay que restar. No sólo es necesario integrar,
también hay que desintegrar. Eso es la vida. Eso es la filosofía. Eso es la
ciencia. Eso son el progreso y la civilización.
LA ALUMNA. — Sí, señor.
EL PROFESOR . — Volva
Volvamo
moss a nu
nues
estr
tros
os fósfo
fósforos
ros.. Teng
Tengoo cuat
cuatro
ro de ello
ellos.
s.
Como usted ve, son cuatro. Quito
Qu ito uno, y ya sólo quedan...
qu edan...
LA ALUMNA. — No sé cuántos, señor.
EL PROFESOR . — Vamos, reflexione. Admito que no es fácil, pero usted es
lo bastante culta para que pueda hacer el esfuerzo intelectual necesario y
llegue a comprender. ¿Entonces?
LA ALUMNA. — No llego a comprenderlo, señor. No lo sé, sé, señor.
señor.
EL PROFESOR . — Tomemo
Tomemoss ejemplos
ejemplos más sencil
sencillos
los.. Si usted
usted tuv
tuvies
iesee dos
narices y yo le arrancase una, ¿cuántas le quedarían?
LA ALUMNA. — Ninguna.
EL PROFESOR . — ¿Cómo ninguna?
LA ALUMNA . — Sí, precisamente porque usted no me ha arrancado ninguna
es por lo que tengo una ahora. Si usted me la hubiese arrancado, ya no la
tendría.
EL PROFESOR . — No ha compre
comprendndido
ido mi ejem
ejemplo
plo.. Su
Supo
pong
ngaa qu
quee no titien
enee
más que una oreja.
LA ALUMNA. — Sí. ¿Y después?
EL PROFESOR . — Yo le agrego otra. ¿Cuántas tendrá entonces?
LA ALUMNA. — Dos.
EL PROFESOR . — Está
Está bien. Y si le agrego otra más,
más, ¿cuántas tendrá?
tendrá?
LA ALUMNA. — Tres orejas.
EL PROFESOR . — Le quito una. ¿Cuántas orejas le quedan?
LA ALUMNA. — Dos.
EL PROFESOR . — Muy bien. Le quito otra más. ¿Cuántas le quedan?
LA ALUMNA. — Dos.
EL PROFESOR . — No.
No. Uste
Ustedd titien
enee dodos,
s, yo
yo le quit
quitoo una,
una, le
le com
como una,
una,
¿cuántas le quedan?
LA ALUMNA. — Dos.
EL PROFESOR . — Le como una... una...
LA ALUMNA. — Dos.
EL PROFESOR . — Una
LA ALUMNA. — Dos.
EL PROFESOR . — ¡Una!
LA ALUMNA. — ¡Dos!
EL PROFESOR . — ¡Una!
LA ALUMNA. — ¡Dos!
EL PROFESOR . — ¡Una!
LA ALUMNA. — ¡Dos!
EL PROFESOR . — ¡Una!
LA ALUMNA. — ¡Dos!
EL PROFESOR . — ¡Una!
LA ALUMNA. — ¡Dos!
EL PROFESOR . — No, no. No es eso. El ejemplo no es... no es convincente.
Escúcheme.
LA ALUMNA. — Le escucho, señor.
EL PROFESOR . — Usted tiene... usted tiene... usted tiene...
LA ALUMNA. — ¡Diez dedos!
EL PROFESOR . — Como usted quiera. Perfecto. Usted tiene, pues, diez
dedos.
LA ALUMNA. — Sí, señor.
EL PROFESOR . — ¿Cuántos tendría si tuviese cinco?
LA ALUMNA. — Diez, señor.
EL PROFESOR . — ¡No es así!
LA ALUMNA. — Sí, señor.
EL PROFESOR . — ¡Le digo que no!
LA ALUMNA. — Usted acaba de decirme que tengo diez.
EL PROFESOR . — ¡Le he dicho también, inmediatamente después, que tenía
usted cinco!
LA ALUMNA. — ¡Pero no tengo cinco, tengo diez!
EL PROFESOR . — Procedamos de otra manera... Limitémonos a los números
de uno a cinco para la substracción... Preste atención, señorita y va a
verlo. Voy a hacer que comprenda. (El PROFESOR  se
 se pone a escribir en una
 pizarra negra imaginaria. La acerca a la ALUMNA, que se vuelve para
mirarla.) Vea, señorita. (Hace como que dibuja en la pizarra un palito y
que escribe debajo la cifra 1; luego dos palitos, bajo los que escribe la
cifra 2; luego tres palitos, bajo los que escribe la cifra 3; y por fin cuatro
 palitos, bajo los que escribe la cifra 4) ¿Ve usted, señorita?
LA ALUMNA. — Sí, señor.
EL PROFESOR . — Son palitos,
palitos, señorita, palitos.
palitos. Aquí hay un palito, aquí dos
 palitos, aquí tres palitos, y luego cuatro palitos, cinco palitos. Un palito,
dos palitos, tres palitos, cuatro palitos, cinco palitos son números. Cuando
se cuenta los palitos cada palito es una unidad, señorita... ¿Qué acabo de
decir?
LA ALUMNA. — "Una unidad, señorita. ¿Qué acabo de decir?".
EL PROFESOR . — ¡O cifras! ¡O números! Uno, dos, tres, cuatro, cinco, son
elementos de la numeración, señorita.
LA ALUMNA (vacilando).  — Sí, señor. Elementos, cifras, que son palitos,
unidades y números.
EL PROFESOR . — Al mismo tiempo... Es decir que, en definitiva, toda la
aritmética está en eso.
LA ALUMNA. — Sí, señor. Bien, señor. Gracias, señor.
EL PROFESOR . — Entonces, cuente, por favor, valiéndose de esos elementos.
... Sume y reste
LA ALUMNA (como para, imprimirlo en su, memoria).  — ¿Los palitos son
cifras y los números unidades?
EL PROFESOR . — Hum... Pase. ¿Y entonces?
LA ALUMNA . — Se pu pued
edee rest
restar
ar do
doss uni
unidadades
des de tres
tres uni
unida
dades
des,, ¿per
¿peroo se
 puede restar dos dos de tres tres? ¿Y dos cifras de cuatro números? ¿Y
tres números de una unidad?
EL PROFESOR . — No, señorita.
LA ALUMNA. — ¿Por qué, señor?
EL PROFESOR . — Porque no, señorita.
LA ALUMNA. — ¿Y por qué no si los unos son los otros?
EL PROFESOR . — Es así, señori
señorita
ta.. Eso
Eso no se explexplic
ica.
a. Eso
Eso se compr
compren ende
de
mediante un razonamiento matemático interior. Se lo tiene o no se lo
tiene.
LA ALUMNA. — ¡Tanto peor!
EL PROFESOR . — EscEscúche
úchem me, seño
señoririta
ta:: si no lllleg
egaa a com
compren
prende
derr pro-
pro-
fundamente estos principios, estos arquetipos aritméticos, nunca llegará a
realizar correctamente un trabajo de politécnico. Y todavía menos se
  podrá hacer cargo de un curso en la Escuela politécnica... ni en la
maternal superior. Reconozco que no es fácil, que se trata de algo muy,
muy abstracto, evidentemente, ¿pero cómo podría usted llegar, antes de
haber conocido bien los elementos esenciales, a calcular mentalmente
cuántos son —y esto es lo más fácil para un ingeniero corriente— cuántos
son,
son, po porr eje
ejemplplo,
o, tres
tres mil setseteci
ecient
entos cin inccuent
uentaa y cinc
cincoo mil illo
lone
ness
novecientos noventa y ocho mil doscientos cincuenta y uno, multiplicados
 por cinco mil ciento sesenta y dos millones trescientos tres mil quinientos
ocho?
LA ALUMNA (muy rápidamente).  — Son diecinueve trillones trescientos
noventa mil billones dos mil ochocientos cuarenta y cuatro mil doscientos
diecinueve millones ciento sesenta y cuatro mil quinientos ocho.
EL PROFESOR  (asombrado).  — No. Creo que no es así. Son diecinueve
trillones trescientos noventa mil billones dos mil ochocientos cuarenta y
cuatro mil doscientos diecinueve millones ciento sesenta y cuatro mil
quinientos nueve.
LA ALUMNA. — No, quinientos ocho.
EL PROFESOR  (cada vez más asombrado, calcula mentalmente). — Sí... tiene
usted razón... el resultado es... (Farfulla
(Farfulla ininteligiblem ente.) Trillones,
ininteligiblemente.)
 billones, millones, millares... (Claramente.) ... ciento sesenta y cuatro mil
quinientos ocho. (Estupefacto.) ¿Pero cómo cómo lo sabe usted si no conoce los
 principios del razonamiento aritmético?
LA ALUMNA . — Es sencillo. Como no puedo confiar en mi razonamiento,
me he aprendido de memoria todos los resultados posibles de todas las
multiplicaciones posibles.
EL PROFESOR . — Es extr extrao
aordi
rdina
nari
rio.
o..... Si
Sinn emba
embarg rgo,
o, me perm
permit itir
iráá que le
confie
fiese que eso no me satisfac face, señori orita, y no le fel felicito. En
matemáticas, y en la aritmética muy especialmente, lo que cuenta —pues
en aritmética hay que contar siempre— lo que cuenta es, sobre todo, la
comprensión. Usted debía haber obtenido ese resultado, lo mismo que
cual
cualququie
ierr ot
otro
ro,, media
ediant
ntee un raz
razon onam
amie
ient
ntoo matem
atemát
átic
icoo inindu
ductctiv
ivoo y
deductivo al mismo tiempo. Las matemáticas son enemigas encarnizadas
de la memoria, excelente por lo demás, pero nefasta aritméticamente
hablando... Por lo tanto, no estoy satisfecho... eso no marcha, de ningún
modo.
LA ALUMNA (desconsolada). — No, señor.
EL PROFESOR . — Dejemos
Dejemos eso por el el moment
momento. o. Pasemos
Pasemos a otro
otro género
género de
ejercicios.
LA ALUMNA. — Sí, señor.
LA SIRVIENTA (entrando). — ¡Hum, hum, señor...!
EL PROFESOR  (que no oye).   — Es lástima, lástima, señorita,
señorita, que esté tan poco
adelantada en matemáticas especiales...
LA SIRVIENTA (tirándole de la manga).  — ¡Señor! ¡Señor!
EL PROFESOR . — Tem
Temo que no se pu pued
edaa pres
preseent
ntar
ar al exa
examen para
para el
doctorado total.
LA ALUMNA. — Sí, señor, es lástima.
EL PROFESOR . — A menos que usted... (A la SIRVIENTA.) ¡Pero déjeme, María!
¿Por qué se mete
mete en esto? ¡A la cocina! ¡A su
su vajilla! ¡Váyase! ¡Váyase!
(A la ALUMNA.) Procuraremos prepararla para que apruebe por lo menos el
doctorado parcial.
LA SIRVIENTA. — ¡Señor! ¡Señor!
 Le tira de la manga.
EL PROFESOR  (a la SIRVIENTA). — ¡Per
¡Peroo déjem
déjemee en paz!
paz! ¡Váy
¡Váyase!
ase! ¿Qué
¿Qué
significa
significa esto?
esto? (A la ALUMNA.) Teng
Tengoo quee enseñ
qu nseñar arle
le,, si qu
quie
iere
re uste
ustedd
verdaderamente presentarse para el doctorado parcial...
LA ALUMNA. — Sí, señor.
EL PROFESOR . — ...l ...los
os elem
lemento
entoss de la lin
ingü
güís
ísttica
ica y de la filo filolo
logí
gíaa
comparada...
LA SIRVIENTA. — ¡No, señor, no! ¡No es necesario!
EL PROFESOR . — ¡María, usted exagera!
LA SIRVIENTA. —Señor, sobre todo nada de filología. La filología lleva a lo
 peor...
LA ALUMNA (asombrada). — ¿A lo peor? (Sonriendo, un poco tontamente.)
¡Vaya un lance!
EL PROFESOR  (a la SIRVIENTA). — ¡Esto es demasiado! ¡Salga!
LA SIRVIENTA. — Está bien, señor, está bien. ¡Pero no dirá que no le he
advertido! ¡La filología lleva a lo peor!
EL PROFESOR . — ¡Soy mayor de edad, María!
LA ALUMNA. — Sí, señor.
LA SIRVIENTA.— ¡Sea lo que quiera! Sale.
EL PROFESOR . — Continuemos, señorita.
LA ALUMNA. — Sí, señor.
EL PROFESOR . — Le ruegoruego qu
quee escu
escuche
che con la may
mayor atenatenci
ción
ón mi curs
curso,
o,
enteramente preparado...
LA ALUMNA. — Sí, señor.
EL PROFESOR . —... gracias al cual, en quince minutos, podrá usted adquirir 
los principios fundamentales de la filología lingüística y comparada de las
lenguas neo-españolas.
LA ALUMNA. — ¡Sí, señor, oh!  Aplaude.
EL PROFESOR  (con autoridad). — ¡Silencio! ¿Qué significa eso?
LA ALUMNA. — Perdón, señor.
 Lentamente, la ALUMNA vuelve a poner las manos en la mesa.
EL PROFESOR . — ¡Silencio! (Se levanta, se pasea por la habitación, con las
manos a la espalda; de vez en cuando se detiene en el centro de la
habitación o junto a la ALUMNA  y apoya sus palabras con un gesto de la
mano; perora, sin exagerar; la ALUMNA le sigue con la mirada
mirada y a veces
veces
encu
encuen
entr
tra
a cier
cierta
ta difi
dificu
cult
ltad
ad para
para hace
hacerl
rlo,
o, pues
pues debe
debe volv
volver
er much
mucho o la
cabeza; una o dos veces, no más, se vuelve por completo.) Así pues,
señorita, el español es la lengua madre de la que han nacido todas las
lenguas neo-españolas; el español, el latín, el italiano, nuestro francés, el
 portugués, el rumano, el sardo o sardanápalo, el español y el neo-español,
y también, en algunos de sus aspectos, el turco mismo, que sin embargo se
acerca más al griego, lo que es enteramente lógico, pues Turquía es vecina
de Grecia y Grecia está más cerca de Turquía que usted y yo. Esto no es
sino una ilustración más de una ley lingüistica muy importante, según la
cual
cual la geogr
geografí
afíaa y la filol
filologí
ogíaa son herm
hermanaanass gemela
gemelas..s.... Puede
Puede toma
tomar  r 
nota, señorita.
LA ALUMNA (con voz apagada). — Sí, señor.
EL PROFESOR . — Lo que distin
distingue
gue a las lenguas
lenguas neo-esp
neo-españoañolas
las entre
entre sí y a
sus idiomas de los otros grupos lingüísticos, tales como el grupo de las
leng
lengua
uass austr
austría
íaca
cass y neo-a
neo-ausustr
tría
íaca
cass o habs
habsbúbúrg
rgic
icas
as,, así
así como
como de lo loss
grupos esperantista, helvético, monegasco, suizo, andorrano, vasco, y
 pelota, como asimismo de los grupos de las lenguas diplomática y técnica,
lo que las distingue, digo, es su llamativa semejanza que hace difícil
distinguirlas a las unas de las otras. Me refiero a las lenguas neo-
españolas entre sí, a las que se llega a distinguir, no obstante, gracias a sus
caracteres di disstintivos, prupruebas
bas absobsolutament ntee indi disscut
utiibl
blees del
extraordinario parecido que hace indiscutible su comunidad de origen, y
que,
qu e, al mismismo ti tiem
empo
po,, las
las di
dife
fere
renc
ncia
ia prof
profun
unda
dammente
ente,, media
ediantntee el
mantenimiento de los rasgos distintivos de que acabo de hablar.
LA ALUMNA. — ¡Oooh! ¡Sííí, señor!
EL PROFESOR . — Pero no nos demoremos en las generalidades...
LA ALUMNA (lamentándolo, desilusionada). — ¡Oh, señor!
EL PROFESOR . — Eso parece interesarle. Tanto mejor, tanto mejor.
LA ALUMNA. — ¡Oh, sí, señor!
EL PROFESOR . — No se preoc preocupupe,
e, seño
señori
rita
ta.. Volve
Volvere
remmos a elloello lu
luego.
ego..... a
menos que no lo hagamos. ¿Quién podría decirlo?
LA ALUMNA (encantada, a, pesar de iodo). —  — ¡Oh, sí, señor!
EL PROFESOR . — Todo idioma, señorita, sépalo y recuérdelo hasta la hora de
su muerte...
LA ALUMNA. — ¡Oh, sí, señor, hasta la hora de mi muerte!... Sí, señor.
EL PROFESOR . — Y éste es también un principio fundamental, todo idioma
no es, en resumidas cuentas, sino un lenguaje, lo que implica
necesariamente que se compone de sonidos o...
LA ALUMNA. — Fonemas.
EL PROFESOR . — Iba a decírselo. Por lo tanto, no ostente sus conocimientos.
Escuche, más bien.
LA ALUMNA. — Bien, señor. Sí, señor.
EL PROFESOR . — Los sonidos, señorita, deben ser cogidos al vuelo por 
las alas para que no caigan en oídos sordos. En consecuencia, cuando
usted se decide a articular, se recomienda que, en la medida de lo posible,
levante muy alto el cuello y el mentón y se ponga de puntillas. Así, vea...
LA ALUMNA. — Sí, señor.
EL PROFESOR . — Cállese. Quédese sentada y no interrumpa... Y que emita
los sonidos muy agudamente y con toda la fuerza de sus pulmones
asociada a la de sus cuerdas vocales. Así, observe: "Mariposa", "Eureka",
"Trafalgar", "papi, papá". De esta manera, los sonidos, llenos con un aire
cálido más ligero que el aire circundante, revolotearán, revolotearán sin
correr el peligro de caer en los oídos sordos, que son los verdaderos
abismos, las tumbas de las sonoridades. Si usted emite muchos sonidos a
una velocidad acelerada, esos sonidos se agarrarán los unos a los otros
automáticamente, formando así sílabas, palabras, en rigor frases, es decir,
agrupaciones más o menos importantes, reuniones puramente irracionales
de soni
sonido
dos,
s, desp
desprov
rovis
istos
tos de totodo
do sent
sentid
ido,
o, pero
pero preci
precisa
same
mente
nte po
porr eso
eso
capaces
capaces de mantenerse
mantenerse sin peligro en una altura elevada en el aire. Solas,
Solas,
caen las palabras cargadas de significado, pesadas a causa de sus sentidos,
y terminan siempre sucumbiendo, desmoronándose...
LA ALUMNA. —... en los oídos sordos.
EL PROFESOR . — Así
Así es,
es, pero
pero no interru
interrump
mpa.
a. Y en la peor
peor conf
confusió
usión.
n. O
estallando como globos. Así pues, señorita... (La ALUMNA parece sufrir de
 pronto.) ¿Qué le pasa?
LA ALUMNA. — Me duelen las muelas, señor.
EL PROFESOR . — Eso no tiene importancia. No vamos a detenernos por tan
 poco. Continuemos...
LA ALUMNA (que parece sufrir cada vez más). — Sí, señor.
EL PROFESOR . — Llam
Llamoo de paso
paso su aten
atenci
ción
ón sobre
sobre las conso
consonan
nantetess qu
quee
cambian de naturaleza en las conjunciones. Las / se convierten en ese caso
en v, las d en t, las g en k j viceversa, como en los ejemplos que le señalo:
"tres horas, los niños, el gallo con vino, la edad nueva, he aquí la noche".
LA ALUMNA. — Me duelen las muelas.
EL PROFESOR . — Continuemos.
LA ALUMNA. — Sí.
EL PROFESOR . — Resum
Resumam amos:
os: para
para apre
aprende
nderr a pron
pronunc
uncia
iarr hace
hacenn falo
falo en
sardanápali, ni en rumano, ni en neo-español, ni n i siquiera en oriental: boca,
 bocacalle, embocar, siguen siendo la misma palabra, invariablemente con
la misma raíz, el mismo sufijo, el mismo prefijo, en todas las lenguas
enumeradas. Y lo mismo sucede con todas las palabras.
LA ALUMNA. — ¿En todas las lenguas esas palabras quieren decir lo mismo?
Me duelen las muelas.
EL PROFESOR . — Absolutamente. Por lo demás, es una noción más bien que
una palabra. De todas maneras, usted tiene siempre el mismo significado,
la misma composición, la misma estructura sonora no sólo para esa
 palabra, sino para todas las palabras concebibles, en todos los idiomas.
Pues una misma idea se expresa mediante una sola y misma palabra, y sus
sinónimos, en todos los países. Deje, por lo tanto, sus muelas.
LA ALUMNA. — Me duelen las muelas. ¡Sí, sí y sí!
EL PROFESOR . — Bien,
Bien, continu
continuem
emos.
os. Le dig
digoo que contin
continuem
uemos..
os.... ¿Cómo
¿Cómo
dice usted, por ejemplo, en español: las rosas de mi abuela son tan
amarillas como mi abuelo que era asiático?
LA ALUMNA. — Me duelen, me duelen, me duelen las muelas.
EL PROFESOR . — Continuemos, continuemos. ¡Dígalo de todos modos!
LA ALUMNA. — ¿En español?
EL PROFESOR . — En español.
LA ALUMNA. — ¿Que diga en español: Las Las rosas de mimi abuela son . . ?
EL PROFESOR . — Tan amarillas como mi abuelo, que era asiático.
LA ALUMNA . — Pues bien, en español se dirá, según creo: las rosas de mi...
¿cómo se dice abuela en español?
EL PROFESOR . — ¿En español? Abuela.
LA ALUMNA . — Las rosas de mi abuela son tan... amarillas... ¿En español se
dice amarillas?
EL PROFESOR . — Sí, evidentemente.
LA ALUMNA. — Son tan amarillas como mi abuelo cuando se enojaba.
EL PROFESOR . — No... Que era a...a...
LA ALUMNA. —...
—... siático... Me duelen
duelen las muelas.
EL PROFESOR . — Eso es.
LA ALUMNA. — Me duelen...
EL PROFESOR . —...las muelas. Tanto peor. ¡Continuemos! Ahora traduzca la
misma frase al español, y luego al neo-español.
LA ALUMNA . — En español será: las rosas de mi abuela son tan amarillas
como mi abuelo, que era asiático.
EL PROFESOR . — No. Está mal.
LA ALUMNA . — Y en neo-español: las rosas de mi abuela son tan amarillas
como mi abuelo, que era asiático.
EL PROFESOR . — Está mal. Está mal. Está mal. Ha invertido usted las cosas.
Ha tomado el español por neo-español, y el neo-español por español... No,
es todo lo contrario.
LA ALUMNA. — Me duelen las muelas. Usted me embrolla.
EL PROFESOR . — Es usted quien me embrolla. Esté atenta y tome nota. Yo le
diré la frase en español, luego en neo-español y por fin en latín. Usted la
repetirá después de mí. Atención, pues las semejanzas son grandes. Son
semejanzas idénticas. Escuche y sígame bien.
LA ALUMNA. — Me duelen...
EL PROFESOR . — ...las muelas...
LA ALUMNA. — Continuemos... ¡Ah!
EL PROFESOR . —...en español: las rosas de mi abuela son tan amarillas como
mi abuelo, que era asiático; en latín: las rosas de mi abuela son tan
amaril
arilllas com
como mi abu buel
elo,
o, ququee era asiá
asiáti tico
co.. ¿Ad
¿Advivier
erte
te ustested las
diferencias? Traduzca eso... al rumano.
LA ALUMNA. — Las... ¿Cómo se dice rosas en rumano?
EL PROFESOR . — "Rosas".
LA ALUMNA. — ¿No es "rosas"? ¡Ah, cómo me duelen las muelas!
EL PROFESOR . — Pero no, no, puesto que "rosas" es la traducción oriental de
la pala
palabrbraa fran
france
cesa
sa "ros
"rosas
as",
", en espaespaño
ñoll "ros
"rosasas".
". ¿Com
¿Compr pren
endede?? En
sardanápali "rosas".
LA ALUMNA . — Di Disc
scúl
úlpe
pemme, seño
señor,r, pero
pero...... ¡Oh,
¡Oh, cóm ómoo me du duelelen
en las
las
muelas!... No advierto la diferencia.
EL PROFESOR . — ¡Sin
¡Sin emba
embargrgo,
o, es mumuyy senci
sencill llo!
o! ¡Muy
¡Muy senc
sencil
illo
lo!! Con
Con la
condi
condici
ción
ón de popose
seer
er un
unaa expe
experirien
enci
cia,
a, ununaa expe
experirienc
encia
ia técni
técnica
ca y un
unaa
 práctica de esas lenguas diversas, tan diversas aunque no presentan sino
características enteramente idénticas. Voy a tratar de darle una clave...
LA ALUMNA. — Me duelen las muelas.
EL PROFESOR . — Lo que diferencia a esos idiomas no son las palabras, que
son absolutamente las mismas, ni la estructura de la frase, que es igual en
todo, ni la entonación, que no ofrece diferencias, ni el ritmo del lenguaje...
Lo que las diferencia... ¿Me escucha usted?
LA ALUMNA. — Me duelen las muelas.
EL PROFESOR . — ¿Me escucha usted, señorita? ¡Ah, nos vamos a enojar!
LA ALUMNA. — ¡Me fastidia usted, señor! ¡Me ¡ Me duelen las muelas!
EL PROFESOR . — ¡En nombre de un perro de lanas! ¡Escúcheme!
LA ALUMNA. — Pues bien... sí... sí... continúe.
EL PROFESOR . — Lo que las diferencia a unas de otras, por una parte, y de la
española, con una e muda, su madre, por otra parte...
p arte... es...
LA ALUMNA (haciendo muecas). — ¿Qué es?
EL PROFESOR . — Es una cosa inefable. Una cosa inefable que sólo se llega a
advertir al cabo de mucho tiempo, con mucha dificultad y tras una larga
experiencia.
LA ALUMNA. — ¡Ah!
EL PROFESOR . — Sí, señorita. No le puedo dar regla alguna. Hay que tener 
olfato, nada más. Pero para tenerlo hay que estudiar, estudiar y estudiar.
LA ALUMNA. — Las muelas.
EL PROFESOR . — De todos modos, hay algunos casos concretos en los que
las palabras cambian de un idioma a otro..., pero no podemos basar 
nuestro saber en eso, pues esos casos son, por decirlo así, excepcionales.
LA ALUMNA. — ¿Ah, sí?... ¡Oh, señor, cómo me duelen las muelas!
EL PROFESOR . — ¡No interrumpa! ¡No me enoje! Si no, no responderé ya de
mí. Decía, pues... ¡Ah, sí!, me refería a los casos excepcionales, llamados
de distinción fácil..., o de distinción cómoda..., como usted prefiera...
Repito, como usted prefiera, pues compruebo
co mpruebo que no me escucha..
LA ALUMNA. — Me duelen las muelas.
EL PROFESOR . — Digo que, en ciertas expresiones de uso corriente, ciertas
 palabras difieren totalmente de un idioma a otro, de modo que la lengua
empleada es, en ese caso, sencillamente más fácil de identificar. Le citaré
un ejemplo: la expresión neo-española célebre en Madrid: "Mi patria es la
neo-España" se convierte en italiano en: "Mi patria es...
LA ALUMNA. — La neo-España".
EL PROFESOR . — No. "Mi patria es Italia." Dígame, entonces, por simple
deducción, ¿cómo dirá Italia en francés?
LA ALUMNA. — ¡Me duelen las muelas!
EL PROFESOR . — Es,Es, no ob
obst
stan
ante
te,, muy senc
sencil
illo
lo:: para
para la pala
palabr
braa Itali
Italiaa
tenemos en francés la palabra Francia, que es su traducción exacta. Mi
 patria es Francia. Y Francia en Oriental se dice Oriente. Mi patria es el
Oriente. Y Oriente en portugués se dice Portugal. La expresión oriental:
Mi patria es el Oriente se traduce, por lo tanto, de esta manera en
 portugués: ¡Mi patria es Portugal! Y así consecutivamente.
LA ALUMNA. — ¡Así es! ¡Así es! Me duelen...
EL PROFESOR . — ¡Las muelas! ¡Las muelas! ¡Las muelas!... ¡Se las voy a
arrancar! Otro ejemplo más. La palabra capital, la capital reviste, según el
idioma que se hable, un sentido diferente. Es decir que si un español dice:
"Vivo en la capital", la palabra capital no querrá decir de modo alguno lo
mismo que cuando un portugués dice también: "Yo vivo en la capital". Y
con mayor razón cuando lo dice un francés, un neo-español, un rumano,
un latino, un sardanápali... Tan luego como oye usted decir, señorita...
¡Señorita, estoy hablando para usted! ¡Mierda, entonces!... Tan luego
como oye decir: "Vivo en la capital", sabrá usted inmediata y fácilmente
si se trata de español, neo-español, de francés, de oriental, de rumano o de
latín, pues basta con adivinar cuál es la metrópoli en la que piensa quien
 pronuncia la frase... en el momento mismo en que la pronuncia... Pero
éstos son, pocos más o menos, los únicos ejemplos concretos que puedo
citarle...
LA ALUMNA. — ¡Oh, mis muelas!
EL PROFESOR . — ¡Silencio! ¡O le rompo el cráneo!
LA ALUMNA. — ¡Intente hacerlo! ¡Calavera!
¡ Calavera! El PROFESOR  la ase del puño y se
lo retuerce.
LA ALUMNA (gritando). — ¡Ay!
EL PROFESOR . — ¡Entonces, quédese tranquila! ¡Ni una palabra!
LA ALUMNA (lloriqueando). — Las muelas...
EL PROFESOR . — Lo más..., ¿cómo diré?..., lo más paradójico... sí... ésa es la
  palabra, lo más paradójico es que muchas personas que carecen por 
completo de instrucción, hablan esos diferentes idiomas... ¿Me oye? ¿Qué
he dicho?
LA ALUMNA. —... hablan esos diferentes idiomas. ¿Qué heh e dicho?
EL PROFESOR . — ¡Ha tenido usted suerte!... La gente del pueblo habla el
español, relleno de palabras neo-españolas que rio advierten, creyendo
que hablan el latí
latín...
n... o bien hablan el latín, relleno
relleno de palabras orientales,
orientales,
creyendo que hablan el rumano... o el español, relleno de neo-español,
creyendo que hablan el sardanápali, o el español... ¿Me comprende usted?
LA ALUMNA. — ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¿Qué más más quiere usted?
usted?
EL PROFESOR . — ¡Nad
¡Nadaa de in insol
solencencia
ias,
s, jo
jove
venc
ncit
ita,
a, o ten
ten mu
muchchoo cuida
cuidado do!!
enojado.) Pero el colmo, señorita, es que ciertas personas, por 
(Muy enojado.)
ejemplo, en un latín que suponen español, dicen: "Sufro de mis dos
hígados a la vez" dirigiéndose a un francés que no sabe una palabra de
español, pero éste les comprende tan bien como si se tratase de su propio
idioma. Y el francés responderá, en francés: "Yo también, señor, sufro de
mis hígados" y se hará entender perfectamente por el español, quien estará
seguro de que le han contestado en un español puro y que ambos hablan
en español, cuando en realidad no hablan en español ni en francés, sino en
latín a la neo-española... Estése quieta, señorita, y no mueva las piernas ni
 patalee.
LA ALUMNA. — ¡Me duelen las muelas!
EL PROFESOR . — ¿Cóm
¿Cómoo es po posi sibl
blee qu
que,
e, habl
hablan
ando
do sin
sin sabe
saberr qué idioma idioma
habla,
habla, e incluso creyendo que habla otro, la gente del pueblo se entiende,
no obstante, entre sí?
LA ALUMNA. — Es lo que me pregunto.
EL PROFESOR . — Es sencillament
sencillamentee una de las curiosidades
curiosidades inexplicables
inexplicables del
empipiri
rism
smoo grose
osero deldel pupueebl
bloo qu quee no hay qu quee confun
nfundidirr con la
experiencia, una paradoja, un despropósito, una de las rarezas de la
naturaleza humana. Es sencillamente, para decirlo todo en una palabra, el
instinto el que interviene en eso.
LA ALUMNA. — ¡Ja, ja!
EL PROFESOR . — En vez de mirar cómo vuelan las moscas mientras yo me
tom
tomo to todo
do este
este trab
trabaj
ajo,
o, harí
haríaa uste
ustedd mejor
ejor si proc
procururar
araa pres
presta tarr más
atención. No soy yo quien se va a presentar al examen para el doctorado...
Lo pasé
pasé ya mu much
choo titiem
empo.
po.....,, in
incl
cluy
uyen
endo
do mi do doct
ctora
orado
do totota
tal.l.....,, y mi
diploma supra-total... ¿No comprende que lo hago por su bien?
LA ALUMNA. — ¡Las muelas!
EL PROFESOR . — ¡Mal educada!... ¡Pero eso no seguirá así, no seguirá, no
seguirá así!...
LA ALUMNA. — Yo... le... escucho.
EL PROFESOR .
— ¡Ah! Le he dicho que para aprender a distinguir todos esos
idiomas diferentes no hay nada mejor que la práctica... Procedamos por 
orden. Voy a 'tratar de enseñarle todas las traducciones de mi cuchillo.
LA ALUMNA. — Como usted quiera... Después de todo...
EL PROFESOR  (llama a la SIRVIENTA). — ¡Marí¡María!
a! ¡Mar
¡María
ía!..
!.... No vi
vien
ene.
e.....
¡María! ¡María! ¿Cómo es eso, María? (Abre la puerta de la derecha.)
Sale.
 La ALUMNA queda sola durante unos instantes, con la mirada perdida en
el vacío y como embrutecida.
EL PROFESOR  (con voz chillona, afuera). • —- ¡María! ¿Qué significa esto?
¿Por qué no viene? ¡Cuando yo la llamo, tiene que venir! (Entra, seguido
 por  MARÍA.) So
Soyy yo qui
quien
en manda
manda,, ¿me
¿me oy oye?
e? (Señala a la ALUMNA.) ¡No
¡No
comprende nada ésa! ¡No comprende!
LA SIRVIENTA. — No se ponga en ese estado, señor. ¡Tenga cuidado! Eso lo
llevará lejos, lo llevará lejos de todo eso.
EL PROFESOR . — Sabré detenerme a tiempo.
LA SIRVIENTA. — Eso se dice siempre, pero desearía verlo.
LA ALUMNA. — ¡Me duelen las muelas!
LA SIRVIENTA. — Ya lo ve, eso comienza. ¡Es el síntoma!
EL PROFESOR . — ¿Qué síntoma? Explíquese. ¿Qué quiere decir?
LA ALUMNA (con voz débil).  — Sí, ¿qué quiere decir usted? Me duelen las
muelas.
LA SIRVIENTA. — ¡El síntoma final! ¡El gran síntoma!
EL PROFESOR . — ¡Tont
¡Tonter
ería
ías!
s! ¡Tont
¡Tonter
ería
ías!
s! ¡Tont
¡Tonter
ería
ías!
s! (LA SIRVIENTA va a
 salir.)  No se vaya así. La he llamado para que me traiga los cuchillos
español, neo-español, portugués, francés, oriental, rumano, sardanápali,
latino y español.
LA SIRVIENTA (severa). — No cuente conmigo. Se va.
EL PROFESOR  (hac
hace gest
gestos
os,, quier
uieree prot
proteestar
star,, se cont
ontiene
iene,, un poco
oco
desamparado. De pronto recuerda).  — ¡Ah! (Se dirige rápidamente al 
cajón y saca de él un gran cuchillo invisible, o real, según el gusto del 
director de escena, y lo blande jubiloso.) He aquí uno, señorita, he aquí
un cuchillo. Es lástima que no haya más que éste, pero trataremos de
utilizarlo para todas las lenguas. Bastará con que usted pronuncie la
 palabra cuchillo en todos los idiomas, mirando al objeto, muy de cerca,
fijamente, e imaginándose que es el idioma que usted dice.
LA ALUMNA. — ¡Me duelen las muelas!
EL PROFESOR  (casicantando, melopea). — Entonces: diga cu, como cu; chi,
como chi; y llo, como llo. Y mire, mire, fíjese bien.
LA ALUMNA. — ¿Qué es eso? ¿Francés,
¿ Francés, italiano, español?
EL PROFESOR . — Eso no tiene ya importancia. Eso no le importa. Diga: cu.
LA ALUMKA. — Cu.
EL PROFESOR . — Chi... Mire.
LA ALUMNA. — Chi.
EL PROFESOR . —  Llo. Mire. (Blande el cuchillo ante los ojos de LA ALUMNA )
LA ALUMNA. —  Lio.
 Lio.
EL PROFESOR . — ¡Siga mirando!
LA ALUMNA . — ¡Ah,
¡Ah, no!
no! ¡Vay
¡Vayase
ase a paseo
paseo!! ¡Esto
¡Estoyy hart
harta!
a! Adem
Además ás me
me
duelen las muelas, me duelen los pies, me duele la cabeza.
EL PROFESOR  (nervioso).   — Cuchil Cuchillo.
lo..... Mire.
Mire..... Cuchil
Cuchillo.
lo..... Mire.
Mire.....
Cuchillo... Mire...
LA ALUMNA . — También me hace usted daño en los oídos. ¡Tiene una voz!
¡Oh, qué voz estridente!
EL PROFESOR . — Diga: cuchillo, cu... chi... llo.
LA ALUMNA. — ¡No! Me duelen los oídos, me duele en todas partes.
EL PROFESOR . — ¡Voy a arrancarte las orejas, y así no te dolerán los oídos,
querida!
LA ALUMNA. — ¡Ay! Es usted quien me hace daño...
EL PROFESOR . — Vamos, mire y repita rápidamente: cu...
LA ALUMNA. — Si usted tiene el... cu... cuchillo... (Durante un instante
lúcida e irónica.) es neo-español.
EL PROFESOR . — Si se quiere, sí, neo-español. Pero apresurémonos, pues no
tenemos
tenemos tiempo...
tiempo... Además,
Además, ¿a qué viene esa pregunta pregunta insidiosa?
insidiosa?
¿Cómo se permite usted...?
 La ALUMNA está cada vez más fatigada, llorosa, desesperada, al mismo
tiempo extasiada y exasperada.
LA ALUMNA. — ¡Ay!
EL PROFESOR . — Repita, mire. (Imita al cuchillo.) Cuchillo... cuchillo...
cuchillo...
LA ALUMNA . — ¡Ay, me duele... la cabeza!.... (Se pasa la mano, como en
una, caricia, por las partes del cuerpo que nombra.) Los ojos.
EL PROFESOR  (imitando al cuchillo).  — Cuchillo... cuchillo...
 Los dos se han puesto en pie; él sigue blandiendo su cuchillo invisible,
casi fuera de sí, mientras
mientras da, vueltas
vueltas alrededor
alrededor de ella en una especie
especie de
danza salvaje, pero no se debe exagerar y el profesor apenas esbozará
los pasos de danza. La ALUMNA , en pie pie fren
frente
te al públ
públic
ico,
o, se diri
dirige
ge,,
caminando hacia atrás, a la ventana, enfermiza, lánguida, embrujada.
EL PROFESOR . — Repita, repita: cuchillo... cuchillo... cuchillo…
LA ALUMNA. — Me dueleduele...... la garg
gargan
anta
ta,, cu..
cu.... ¡ay
¡ay!...
!... lo
loss hombr
hombrosos...... lo
loss
senos... cuchillo...
EL PROFESOR . — Cuchillo... cuchillo... cuchillo...
LA ALUMNA . — Las caderas... cuchillo... los muslos... cu... EL PROFESOR . — 
Pronuncie bien: cuchillo... cuchillo.
LA ALUMNA. — Cuchillo... la garganta...
EL PROFESOR . — Cuchillo... cuchillo...
LA ALUMNA. — CuchCuchilillo
lo......, los ho
hommbros
bros.....,., los braz
brazos
os,, lo
loss seno
senos,
s, las las
caderas… cuchillo... cuchillo...
EL PROFESOR . — Eso es… Ahora pronuncia usted bien.
LA ALUMNA. — Cuchillo... mis senos... mi vientre...
EL PROFESOR  (cambiando de voz). — ¡Atención!... No rompa mis baldosas...
El cuchillo mata...
LA ALUMNA (con voz débil). — Sí, sí... el cuchillo mata.
EL PROFESOR  (mata a LA ALUMNA de una cuchillada muy espectacular).  — 
¡Ah! ¡Toma!
 Ella grita también “¡Ah!” y luego cae, en una actitud impúdica, en una
 silla que, como por casualidad, se encuentra junto a la ventana. Gritan
“¡Ah!” al mismo tiempo el asesino y la víctima. Después de la primera
cuchillada LA ALUMNA   se se deja
deja caer
caer en la sill
silla,
a, con
con laslas pier
pierna
nass muy
muy
 separadas pendiendo a ambos lados de la silla; EL PROFESOR  está en píe
  fre
frent
ntee a ella
ella,, dand
dandoo la espa
espallda al públ
públic
ico;
o; desp
despué
uéss de la prim
primer
era
a
cuchillada, asesta a LA ALUMNA muerta una segunda, de abajo arriba, a
continuación de lo cual EL PROFESOR  experimenta un sobresalto muy visible
de todo su cuerpo.
EL PROFESOR  (sin aliento, farfullando).  — ¡Arrastrada
¡Arrastrada!...
!... Bien hecho...
hecho... Eso
me hace bien... ¡Ay, ay, qué cansado estoy!... Me cuesta respirar...
r espirar... ¡Ah!

 Respira con dificultad; cae en una silla que por suerte está, a su alcance;
 se enjuga la frente y murmura palabras incomprensibles; su respiración
  se
se norm
normal
aliz
iza.
a...
.. Se leva
levant
nta,
a, mira
mira el cuch
cuchil
illo
lo que
que tien
tienee en la mano
mano,,
contempla a la muchacha y luego, como si despertase.
EL PROFESOR  (presa del pánico).  — ¿Qué he hecho? ¿Qué me va a suceder 
ahora? ¿Qué va a pasar? ¡Ah la, la! ¡Qué desgracia! ¡Señorita, señorita,
levántese! (Se agita, conservando en la mano el cuchillo invisible con el 
que no sabe qué hacer.) Vamos, señorita, la lección ha terminado... Puede
usted irse..., pagará en otra ocasión... ¡Ay, está muerta..., muerta! Ha sido
con
con mi cuchi
cuchill
llo..
o.... Está
Está mu
muer
erta
ta...... Es terri
terribl
ble.
e. (Llama a la SIRVIENTA.)
(Llama
¡María! ¡María! ¡Venga, mi querida María! ¡Ay, ay! (La puerta de la
dere
derech
cha,
a, se entre
ntreababre
re y apar
aparececee MARÍA.) No... No venga. Me he
equivocado. No la necesito, María... ya no la necesito... ¿Me oye? MARÍA
 se acerca, severa, sin decir palabra, y ve el cadáver.
EL PROFESOR  (con voz cada vez menos segura). — No la necesito, María.
LA SIRVIENTA (sarcástica).   — Ento
Entonc
nces
es,, ¿est
¿estáá uste
ustedd sati
satisf
sfec
echo
ho de su
alumna? ¿Ha aprovechado bien su lección?
EL PROFESOR  (ocu
(ocult
lta
a el cuchi
uchill
llo
o a su espa
espald
lda)
a)..   — Sí, la lección ha
terminado..., pero ella..., ella sigue ahí... no quiere irse.
LA SIRVIENTA (muy dura). — ¡En efecto!
EL PROFESOR  (temblando). — No he sido yo... No he h e sido yo... María... No...
Se lo aseguro… No he sido yo, mi pequeña María...
LA SIRVIENTA. — ¿Quién
¿Quién ha sido, entonces? ¿Quién ha sido? sido? ¿Yo?
EL PROFESOR . — No lo sé..., quizás...
LA SIRVIENTA. — ¿O el gato?
EL PROFESOR . — Es posible... No sé.
LA SIRVIENTA. — ¡Ésta es la cuadragésima vez! ¡Y todos los días lo mismo!
Y se quedará sin alumnas, lo que estará bien.
EL PROFESOR  (irritado). — ¡Yo no tengo la culpa! ¡Ella no quería aprender!
¡Era desobediente! ¡Era una mala alumna! ¡No quería!
LA SIRVIENTA. — ¡Mentiroso!
  se acerca disimuladamente a la SIRVIENTA, con el cuchillo a la
EL PROFESOR  se
espalda.
EL PROFESOR . — ¡Eso no le import
orta a usted! (Trat
(Trata
a de ases
asesta
tarl
rlee una
una
cuchillada formidable, pero la SIRVIENTA le ase el puño al vuelo y se lo
retuerce. El PROFESOR  deja caer a tierra su arma.) ¡Perdón!
LA SIRVIENTA (abofetea dos veces seguidas al  PROFESOR , con ruido y fuerza,
 y el  PROFESOR  cae al suelo de espaldas y lloriquea). ¡Asesino! ¡Cochino!
¡Asqueroso! ¿Quería hacerme eso a mí? ¡Yo no soy una de sus alumnas!
(Lo levanta asiéndolo por el cuello, recoge el birrete, que le pone en la
cabeza, mientras él, que teme que lo abofeteen, se protege con el codo
como los niños.) ¡Ponga ese cuchillo en su lugar! ¡Vamos! (El PROFESOR  va
a dejarlo en el cajón del escritorio y vuelve.) Y, sin embargo, yo le
advertí hace un momento: la aritmética lleva a la filología y la filología al
crimen...
EL PROFESOR . — Usted dijo: "a lo peor".
LA SIRVIENTA. — Es lo mismo.
EL PROFESOR . — Yo entendí mal. Creía que "Peor" era una ciudad y que
usted quería decir que la filología llevaba a la ciudad de Peor.
LA SIRVIENTA. — ¡Me ¡Ment
ntiiroso
roso!! ¡Vie
¡Viejo
jo zorr orro! Un sabi
sabioo com como usted
sted no
entiende mal el sentido de las palabras. No me va a engañar.
EL PROFESOR  (solloza). — No la he matado intencionadamente.
LA SIRVIENTA. — ¿Al menos lo lamenta?
EL PROFESOR . — ¡Oh, sí, María, se lo juro!
LA SIRVIENTA. — ¡Me da usted compasión! Es usted una buena persona, a
 pesar de todo. Trataré de arreglar eso. Pero no vuelva a las andadas. Puede
 producirle una enfermedad del corazón.
EL PROFESOR . — Sí, María. ¿Qué se va a hacer, entonces?
LA SIRVIENTA. — Se la va a ente enterra
rrar.
r..... al mi
mism
smoo ti
tiem
empo
po qu quee a las
las ot
otra
rass
trei
treint
ntaa y nu
nuev
eve.
e..... Se
Será
ránn nece
necesa
sari
rios
os cuare
cuarenta
nta ataú
ataúdes
des...... Se ll
llam
amar
aráá al
servicio de pompas fúnebres y a mi enamorado, el cura Augusto. Se
encargarán coronas...
EL PROFESOR . — ¡Oh, María, muchas gracias!
LA SIRVIENTA. — Al grano. Ni siquiera vale la pena llamar a Augusto, Augusto, pues
usted mismo es un poco cura a sus horas, si ha de creerse el rumor 
 público.
EL PROFESOR . — De todos modos, que no sean muy caras las coronas. Ella
no ha pagado su lección.
LA SIRVIENTA. — No se preocupe... Por lo menos cúbrala con su delantal.
Así está indecente. Además se la van a llevar.
EL PROFESOR . — Sí, María ría, sí. (La cubre.) Hay el peligro de que nos
detengan...
detengan... Imagínese,
Imagínese, con cuarenta
cuarenta ataúdes...
ataúdes... La gente se asombrará.
asombrará. ¿Y
si nos preguntan qué contienen?
LA SIRVIENTA. — No se preocupe tanto. Diremos que están vacíos. Por lo
demás, la gente no preguntará nada, pues ya está habituada.
EL PROFESOR . — Sin embargo...
LA SIRVIENTA (saca un brazalete con tina insignia, quizá la svástica nazi).
 — Tome. Si tiene miedo, póngase esto y nada tendrá que temer. (Le
coloca el brazalete.) Se trata de política.
EL PROFESOR . — Gracias, mi pequeña María. Así, estoy tranquilo. Es usted
una buena muchacha, María, muy fiel.
LA SIRVIENTA. — ¡Vaya! Manos a la obra, señor. ¿Está listo?
EL PROFESOR . — Sí, mi pequeña María. (La SIRVIENTA  y el PROFESOR  toman el 
cuerpo de la muchacha, uno por los hombros y el otro por las piernas, y
 se dirigen hacia la puerta de la derecha.) ¡Cuidado, no le haga daño!
Salen. La escena queda vacía durante unos instantes. Se oye llamar a la
 puerta de la izquierda.
Voz DE LA SIRVIENTA. — ¡Voy en seguida!
 Aparece como al comienzo de la obra y se dirige a la puerta. Vuelve a
 sonar la campanilla.
LA SIRVIENTA (aparte). — ¡Ésa tiene mucha prisa! (En voz alta.) ¡Paciencia!
(Va a la puerta de la izquierda y la abre.) Buenos días, señorita. ¿Es usted
la nueva alumna? ¿Viene para la lección? El profesor la espera. Voy a
anunciarle su llegada. ¡Bajará inmediatamente! ¡Pase, pase, señorita!

Junio de 1950.
TELÓN

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