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Fuentes: Oeuvres Complètes de Bossuet, volumen XXIII, por F. Lachat, Ed. Louis Vivet, Paris 1862, versión
digital en http://www.abbaye-saint-benoit.ch, consultado el 12 de noviembre de 2015, y Politique de Bossuet,
por Jacques Truchet, 1965. Traducción propia.
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UCA. Historia de las Ideas Políticas II
Prof. protitular: Mg. Alberto Bisso
Libro II. De la Autoridad: que la real y hereditaria es la más apropiada para el gobierno. Sobre
todo cuando va de varón en varón y de primogénito en primogénito.
Art. 1. Por quién ha sido ejercida la autoridad desde el origen del mundo.
[...]
8° Prop.: El gobierno monárquico es el mejor.
[...] Según estas palabras [...]: ‘Todo reino dividido contra sí mismo quedará desolado, toda ciudad
o toda familia dividida en sí misma no subsistirá’ [Mateo 12, 25]. Hemos visto que Nuestro Señor
ha seguido en esta sentencia la evolución natural del gobierno, y parece haber querido señalar a los
reinos y ciudades el mismo modo de unirse que la naturaleza ha establecido en las familias. [...].
Los ejércitos, donde se manifiesta más claramente el poder humano, naturalmente quieren un solo
jefe [...]. ‘Muerto Josué los hijos de Israel consultaron al Señor diciendo ¿Quién marchará al frente
nuestro contra los Cananeos y quién será nuestro capitán en esta guerra? Y el Señor respondió: Será
la tribu de Judá’ [Jueces 1, 1-2].
10° Prop.: La monarquía hereditaria tiene tres ventajas principales:
La primera es que [este tipo de gobierno] es el más natural, y que se perpetúa por sí mismo. Nada es
más duradero que un Estado que subsiste y se perpetúa por las mismas causas que hacen durar el
universo y que perpetúan el género humano.
David toca esta razón cuando dice: ‘Ha sido poco para ti, oh Señor, elevarme a la realeza: tú has
también afirmado mi casa [o sea, mi linaje] para el porvenir, y esa, oh Señor Dios, es la ley de
Adán’ [II Sam., 7, 19], es decir que es el orden natural que el hijo suceda al padre.
[...]
[Así] no hay disputas ni intrigas en el Estado para darse un rey: lo hace la naturaleza. El muerto,
decimos nosotros [los franceses], le da la mano al vivo, y el rey no muere nunca.2
El mejor gobierno es el que se aleja más de la anarquía. A algo tan necesario como el gobierno entre
los hombres hay que darle los fundamentos más cómodos y el orden que mejor funciona por sí
mismo.
La segunda razón que favorece a [este tipo de] gobierno es que es el que interesa más en su
conservación a los poderes que lo conducen. El príncipe que trabaja por su Estado trabaja por sus
hijos, y el amor que tiene a su reino, confundido con el que tiene por su familia, se le vuelve natural.
Es natural y dulce no mostrar al príncipe otro sucesor que su hijo, es decir, un otro él mismo, o sea
lo que tiene de más próximo. Así él ve sin envidia pasar su reino a otras manos, y David oye con
alegría esta aclamación de su pueblo: ‘Que el nombre de Salomón [su hijo y sucesor] esté por
encima de tu nombre y su trono más alto que tu trono’ [1 Reyes, 1, 47].
Acá no hay que temer los desórdenes causados en un Estado por la amargura de un príncipe, o un
magistrado [ej., un presidente electo] que se fastidia por trabajar para su sucesor. David, impedido
de construir el templo, obra tan gloriosa y tan necesaria tanto para la monarquía como para la
religión, se regocija de ver esa gran obra reservada a su hijo Salomón y hace los preparativos con
tanto empeño como si él mismo fuera a tener ese honor: ‘El Señor ha elegido a mi hijo Salomón
para hacer esta gran obra [...], en cuanto a mí, yo he preparado con todos mis medios cuanto era
necesario para construir el templo de mi Dios’ [1 Crónicas, 29, 1-2].
2
Dicho tradicional francés sobre la sucesión real.
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La tercera razón deriva de la dignidad de las casas [o sea linajes, dinastías] cuyos reinos son
hereditarios.
‘Ha sido poca cosa para ti, oh Señor, hacerme rey, tú has afirmado mi casa para el futuro y tú me
has hecho ilustre por sobre todos los hombres. ¿Que puede agregar David a tantas cosas, él a quien
tú has glorificado tanto y respecto del cual tú te has mostrado tan magnífico?’ [1 Crónicas, 17, 17-
18].
Esta dignidad de la casa de David aumentaba a medida que se veía nacer a los reyes; el trono de
David y los príncipes de la casa de David devinieron el objeto más natural de veneración pública.
Los pueblos se adherían a este linaje, y uno de los medios de los que Dios se sirvió para hacer
respetar al Mesías fue hacerlo nacer en él. Con amor se le imploraba llamándolo hijo de David [v.g.
Mateo 20, 30-31 y 21, 9]. Es así que los pueblos adhieren a las casas reales. La envidia que se tiene
naturalmente hacia quienes están por encima de uno se convierte acá en amor y respeto; incluso los
grandes obedecen sin resistencia a una casa que siempre se ha visto dominante y a la cual se sabe
que ninguna se le iguala.
Nada hay más fuerte para extinguir las rivalidades y mantener a los iguales en el deber, a quienes la
ambición y la envidia vuelven incompatibles entre sí.
Libro III. Donde se comienza a explicar la naturaleza y las propiedades de la autoridad real.
Proposición única: Hay cuatro características o cualidades esenciales de la autoridad real. [A saber:
la autoridad real es sagrada, paternal, absoluta y sometida a la razón].
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Pero incluso sin la aplicación exterior de esta unción, ellos son sagrados por su cargo, como que son
los representantes de la majestad divina, delegados por su providencia para la ejecución de sus
designios. Es así que Dios mismo llama a Ciro ungido suyo: «He aquí que dijo el Señor a Ciro
ungido mío que yo he tomado de la mano para someterle todos los pueblos» [Isaías, 45, I].
El título de christo es dado a los reyes; y se los ve en todas partes llamados los christos o los
ungidos del Señor.
Bajo ese nombre venerable, los profetas mismos los reverencian y los miran como asociados al
mando soberano de Dios, cuya autoridad ellos ejercen sobre el pueblo».
[Bossuet desarrolla esta característica en catorce proposiciones con sus respectivas explicaciones,
que se omiten. Una muestra del tono moralizante y antimaquiavélico de la obra lo dan las siguientes
proposiciones:]
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[...] Para el bien del Estado se concentra en uno toda la fuerza. Poner fuerza en otra parte es dividir
al Estado, es arruinar la paz pública, es hacer dos señores, contra este oráculo del Evangelio: ‘Nadie
puede servir a dos señores’ [Mat. 6, 24].
4ta. Prop. Los reyes no están por ello eximidos de las leyes.
[Bossuet acá despliega su argumento comenzando con una extensa cita, que omitimos,
Deuteronomio XVII, 16-20, y concluye:]
Los reyes están por lo tanto sometidos como los demás a la equidad [o sea la racionalidad, la
adecuación] de las leyes, tanto porque deben ser justos como porque deben al pueblo el ejemplo de
guardar la justicia, pero no están sometidos a las penalidades de las leyes. O, como dice la teología,
están sometidos a las leyes no en cuanto a su fuerza coactiva sino en cuanto a su fuerza directiva.
[...]
[Complemento: el tema del gobierno como obra de la razón y sometido a ella había aparecido antes
y reaparece después, en el Libro 8°, artículo 2]
3
Se entiende que Bossuet está hablando de la monarquía hereditaria francesa de su tiempo, el de Luis XIV.
4
O sea, en los reinos, como Francia, que los teóricos franceses veían a la par del Sacro Imperio. Las leyes a
las que alude a continuación son sin duda las llamadas leyes fundamentales del reino (v.g., sucesión de la
corona, inalienabilidad del reino, catolicidad del monarca).
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