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Escucha
El Prólogo de la Regla de san Benito (RB) inicia sin vacilaciones con una invitación
concreta y elemental, una disposición fundamental para toda la vida benedictina: Escucha.
Toda la vida del monje consistirá en aprender a escuchar, en hacer vida el mandamiento
que desde el principio había sido dado al pueblo elegido: Shemá, Israel (cfr. Dt, 6).
Y ¿qué es los que se nos invita a escuchar? Las enseñanzas de la RB basadas en el
Evangelio y la atención cosas importantes de la vida. Por eso la RB desarrolla sus enseñanzas
desde la sencillez de la vida concreta, nos desde elucubraciones teológicas difíciles de
comprender.
Sin embargo, esta escucha debe de hacerse con el oído del corazón. Esta actitud hace
referencia a la profundidad en que se desarrolla esta escucha. No siempre se acostumbra a
escuchar con el corazón, tanto por los ruidos que impiden que el oído del corazón se aguce
como por la tendencia a una oída superficial que no llega a la interiorización de lo
escuchado. La interiorización a la que nos invita san Benito en su Regla es para alcanzar una
vida consciente y vivir una espiritualidad basada en el equilibrio en todas las cosas.
De esa manera, es posible situarse en la realidad, estar conscientes de lo que somos
y de lo que hacemos. Eso permite que el monje aprenda a escuchar lo que Dios quiere en
una situación determinada, tanto para su persona como para la comunidad en la que vive.
Presencia de Dios
Otro elemento constitutivo que nos enseña san Benito en el Prólogo y en toda la RB,
es la consciencia de Presencia de Dios, por que “Dios es como el aire que respiramos” (s.f).
Por ello, lo que sencilla y laboriosamente debemos aprender es a estar conscientes de la
Presencia siempre presente de Dios.
Esta consciencia de la Presencia de Dios también debe llevarnos a reflexionar sobre
la brevedad de nuestra vida en este mundo. San Benito considera que el tiempo que vivimos
en este mundo, sea corto o relativamente prolongado, es un tiempo de tregua, un tiempo
que avanza y pasa sobre nosotros. Por eso también debemos aprender a darnos cuenta de
la fugacidad de nuestros días y de la importancia de enmendarnos de nuestra vida pasada,
de nuestra desobediencia para ser constantes en nuestra conversión a Dios.
En este mundo hay muchas cosas que pueden embotar nuestros sentidos, y
podríamos llegar a conformarnos con ellas… Por eso, debemos pedir al Señor el don de la
clarividencia para reconocer que es el mismo Dios da quien el verdadero sentido a la
existencia, no las cosas pasajeras de este mundo.
Y ante las situaciones difíciles, ante nuestras faltas y pecados, no debemos
quedarnos estancados, porque Dios siempre está cerca de los pecadores y no quiere la
muerte del pecador, sino que se convierta y viva (cfr. Ez.33,11).