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RESUMEN: En este artículo se expone el lugar de Hannah Arendt en el contexto de la Guerra Fría. La
historia de las ideas reinantes durante las primeras décadas del siglo XX fue asumida por los estudio-
sos de la historia de la filosofía y, desde ahí, elaboraron sus explicaciones en torno a la crisis de occi-
dente. Este es el caso de Hannah Arendt quien, además, adoptó la concepción idealista de la historia
de la ciencia de los años 50, representada por Alexandre Koyré.
PALABRAS CLAVE: Historia de las ideas; intelectuales; Historia de la ciencia; totalitarismo; moderni-
dad.
Introducción
© PENSAMIENTO, ISSN 0031-4749 PENSAMIENTO, vol. 78 (2022), núm. 297, pp. 143-160
doi: 10.14422/pen.v78.i297.y2022.008
144 M. LÓPEZ LÓPEZ, EL MUNDO TECNIFICADO DE LA GUERRA FRÍA…
sobre el cual Hannah Arendt no discute, pero, dice en el Prólogo de The Human
Condition, «against whose background this book was written» (Arendt 1958: 6)1.
El mundo que nació durante las primeras décadas del siglo XX fue el mundo
moderno. Ese mundo, además esclarece la autora, no es lo mismo que la época
moderna, emergió de ella:
the modern age is not the same as the modern world. Scientifically, the modern
age which began in the seventeenth century came to an end at the beginning of the
twentieth century; politically, the modern world, in which we live today, was born
with the first atomic explosions (Arendt 1958: 6).2
1
La frase completa dice: I do not discuss this modern world, against whose background this
book was written (Yo no discuto este mundo moderno, contra cuyo fondo fue escrito este libro).
Todas las traducciones al español aquí utilizadas son de Marina López López.
2
La época moderna no es lo mismo que el mundo moderno. Científicamente, la edad moder-
na, que comenzó en el siglo XVII, llegó a su fin a principios del siglo XX; políticamente, el mundo
moderno, en el que vivimos hoy en día, nació con las primeras explosiones atómicas.
1. La historia de la filosofía
Una de las tendencias del pensamiento filosófico del siglo XX fue recurrir a
la historia de las ideas en el intento por esclarecer, en términos comparativos, el
lugar del ser humano al final de la historia. En esta inclinación, más bien ilustrada,
resplandece la visión de varios siglos y fenómenos de la historia del mundo dividido
en etapas evolutivas. Seguramente en este contexto Heidegger llevaba razón cuando,
en «La época de la imagen del mundo», afirmaba que la modernidad es la única etapa
de la historia en que se tiene una imagen del mundo y de sus distintas épocas. Tal vez
en un intento de sistematización, de colocarnos frente a la inmensidad de la historia
de la humanidad, los filósofos quisieron volver al mundo antiguo para comprender el
lugar que ellos mismos tienen en su actualidad. Heidegger se remite a la originalidad
del mundo griego para resignificar el pensamiento filosófico en crisis durante las
primeras décadas del siglo XX. Hegel y Marx recurrieron a formas de comprensión y
apropiación de la historia para explicar el momento en que se encontraba la evolución
del espíritu y del desarrollo económico en el siglo XIX (Hegel, 2006; Marx, 2000). Son
ellos, tal vez, el antecedente inmediato frente al que reaccionaron las perspectivas
antirracionalistas basadas en el descreimiento del movimiento progresivo de la
humanidad en todos sus sentidos (Panofsky 1999: 166)3.
Esas directrices caracterizan la llamada filosofía de la sospecha de Nietzsche, de
Freud y de Kierkegaard, cada uno poniendo en duda la validez de las explicaciones
anteriores y remitiendo el origen de las fallas de la espiritualidad occidental al
momento mismo de su comienzo (Nietzsche, 2006; Freud, 2010; Kierkegaard, 2003).
En esa línea de pensamiento está también la Escuela de Frankfurt. En Dialéctica de
la Ilustración, Adorno y Horkheimer explican el astuto talante que Homero atribuye
a Ulises, el héroe que emprende un viaje de regreso a Ítaca después de entregarse
en épicas batallas engañando, utilizando y derrotando a quien se opusiera a
alcanzar su destino y vengando, cuando le era posible, situaciones contrarias a sus
intereses. La astucia, según los teóricos críticos, es una característica atávica de la
razón occidental y de ahí su posterior desarrollo y expresión, de ahí su naturaleza
dominante, omniabarcante y absorvente de cualquier otra manifestación de
pretendida racionalidad (Horkheimer y Adorno, 2001).
Pero no sólo Hegel y Marx, Nietszche, Freud y los teóricos del Instituto de
Investigación Social de Frankfurt repararon en las características mitológicas del
mundo griego, o del cristiano como Kierkegaard, para intentar desvelar la naturaleza
del pensamiento filosófico y las precondiciones para el estado del mundo a caballo
entre los siglos XIX y XX. Este es el caso también de Hannah Arendt quien propone
una evaluación de la catástrofe del mundo moderno, cuyo final provisional encontró
en el totalitarismo. Acudir a la historia del pensamiento filosófico occidental le
permitió a Hannah Arendt proponer un esquema a partir del cual, en el origen,
3
Panofsky ha renovado esta posibilidad explicativa desde una perspectiva más bien historio-
gráfica. Para el historiador del arte no es posible escamotear el peso de la historia del mundo desde
el resurgir del arte clásico en el Renacimiento: «desde el Renacimiento la Antigüedad ha estado
siempre con nosotros, nos guste o no… Vive en nuestras matemáticas y en nuestras ciencias natu-
rales. Ha construido nuestros teatros y cines, frente a los escenarios de los misterios medievales».
Cfr. Panofsky (1999).
2. El totalitarismo
themselves only through the rapidity or slowness with which they disintegrate
(Arendt 1951: 441).4
4
Intentamos comprender el comportamiento de los reclusos en los campos de concentración
y a los hombres de las ss psicológicamente, cuando precisamente lo que debe hacerse es comprender
que la psique puede ser destruida, incluso sin la destrucción física del hombre; que, en efecto, la psi-
que, el carácter y la individualidad, bajo ciertas circunstancias, parecen expresarse sólo a través de
la rapidez o lentitud con la que se desintegran. (Las cursivas son de Marina López López)
3. La Guerra Fría
vinculados con esta empresa encubierta» (Stonor Saunders 2001: 14). Ninguno de
ellos tenía escapatoria, salvo los teóricos de Frankfurt quienes no aparecen en su
reporte, tal vez por sus investigaciones críticas marxistas.
La red de espionaje cultural, echada a andar en 1947 y coordinada por Michel
Josselson, oficial del ejército americano en Alemania, tenía como objetivo «ganar
a la intelectualidad occidental para las posiciones americanas» (Stonor Saunders
2001: 53). La actividad principal de la red era organizar el Congreso por la Libertad
Cultural que tuvo lugar entre 1950 y 1967, entonces conformada por los más
preeminentes intelectuales que desde la Conferencia Cultural y Científica por la
Paz Mundial, celebrada en Nueva York en 1949, habían formado un contracomité
internacional anticomunista. Las celebridades mencionadas por Stonor son
Benedetto Croce, Karl Jaspers, André Malraux, Jacques Maritain y Bertrand
Russell. Todos ellos se unieron sabiendo que la conferencia estaba financiada por
la CIA. En esa misma conferencia también estaba prevista la participación de A. A.
Fadeev, presidente del Sindicato de escritores soviéticos, acompañado por Dmitri
Shostakovich. La advertencia de Stonor sobre la presencia soviética cinematográfica
es significativa: los soviéticos formaron parte del personal de la CIA para limpiar de
comunistas el occidente.
La conferencia estuvo presidida, del lado americano, por el filósofo Sidney Hook
y secundado por una de las figuras que no era ajena a la vida social e intercambio
epistolar de Hannah Arendt: Mary McCarthy. Esta polémica escritora daba informes
a Hannah Arendt en sus cartas desde Europa sobre las actividades de los distintos
agentes culturales. Por ejemplo, Stonor cita la carta de 14 de marzo de 1952 donde
McCarthy confesaba a Hannah Arendt tener indicios de lo que pensaba el grupo de
Sidney Hook: «que los tejemanejes de McCarthy [el senador] no están dentro de las
competencias de la libertad cultural» ni el comité que se había formado como parte
de una campaña para evitar el comunismo en la Europa occidental que se suponía
sumergida en el estalinismo (Stonor Saunders 2001: 281)5.
En el libro de Frances Stonor Hannah Arendt está en un segundo plano en
relación, por ejemplo, a Mary McCarthy. Pero no es el caso de Karl Jaspers —amigo
y antiguo profesor de Hannah Arendt— quien, según Stonor, proporcionó el slogan
ideal a la política pro-americana, «la verdad también necesita hacerse propaganda»,
pronunciado por el secretario de Estado, Edward Barret: «en la contienda para ganar
las mentes de los hombres, curiosamente, la verdad puede ser el arma americana»
(Stonor Saunders 2001: 144, 73-87 y 127-153). Habría sido esclarecedor que Stonor
indicara dónde fue que Jaspers hizo esa afirmación y de qué manera llegó como
inspiración al secretario de Estado. Hannah Arendt, en cambio y como otras figuras
influyentes de la intelectualidad neoyorkina, aparece varias veces como firmante en
varios documentos como el «Statement on the CIA» escrito por William Philips,
en 1967, en el volumen 34/3 de Partisan Review, publicación donde con frecuencia
se podían leer colaboraciones de Hannah Arendt. Firmó también la petición de
ayuda para Robert Lowell —quien se negó a asistir al festival cultural organizado
por Johnson para «agradar a las damas» y cuya negativa quedó resguardada en un
expediente del FBI—, presentada por Dwight MacDonald denunciando la política
5
La carta puede leerse en la edición española de la correspondencia de las dos mujeres en
Arendt y McCarthy (1998: 34-36).
americana. Los firmantes fueron Hannah Arendt, Lillian Helmann, Alfred Kazim,
Larry Rivers, Philip Roth, Mark Styron y Mary McCarthy.
Firmó peticiones, se carteaba con Mary McCarthy, fue alumna de Jaspers y
declaraba en común respecto a la CIA con otros americanos. Todas estas actividades
pueden no hacer parte de los deberes de un espía, o al menos no a primera vista.
Y el problema es que Frances Stonor no da más pistas para trazar la figura de
Hannah Arendt como funcionaria cultural de la Agencia Central de Inteligencia.
No hacía nada que resultara sospechoso pero, y aquí sí que la investigación de
Stonor puede esclarecer alguna cosa, Hannah Arendt estuvo vinculada, a través
de «sus contactos», con John Clews, secretario del Departamento de Investigación
de la Información (IRD). En 1952, el secretario escribió a Nabokov —Nicolás,
primo hermano de Vladimir, quien era cazador de nazis «filtrador de personal»
para la CIA— que había «tenido una larga conversación con Hannah Arendt y le
había presentado a un par de expertos del Foreign Office como resultado de lo
cual le estoy dando mucha información de primera mano que ella necesita para
su nuevo libro…» (Stonor Saunders 2001; 163). La imagen que deja ver Stonor es
ambigua: no hacía nada comprometedor, pero conversaba con altos mandos del
gobierno. La teórica de la política parece ser alguien que tenía muchos contactos
influyentes de la política americana que le brindaban posibilidades de hacerse con
información para escribir sus libros y, a cambio, permitir que le utilizaran como
espía de la Agencia Central de Inteligencia. Si tal era el caso, Hannah Arendt parece
una oportunista que, sabiendo dónde se metía, ofreció sus servicios al gobierno
americano y escribió sus libros sin estar en absoluto engañada respecto a las
fuerzas políticas que movían el mundo y, por tanto, colaborando en el programa de
propaganda elogiando el «concepto americano».
4. La teoría política
La llamada alma oriental parecía ser incomparablemente más rica, su psicología más pro-
6
Ignoro hasta dónde pueden llevar las afirmaciones de Frances Stonor si se las
sigue como categóricas verdades, o si se las considera como imposibilidades de la
fructífera producción teórica de las distintas figuras intelectuales europeas, exiliadas
o no en EUA. Cuál de esas figuras saldría ilesa de los juicios y condenas, sobre los
que el mismo Inquisidor Torquemada sentiría envidia de las pruebas presentadas
a cada uno de los procesos, si la base de Stonor es que «tanto si les gustaba como
si no, si lo sabían o no» formaban parte de la red de espionaje. Lo cierto es que, y
en eso está la importancia del libro de Stonor, muestra con obstinación una forma
de totalitarismo en las políticas estadounidenses de posguerra y los elementos
socioculturales que sirvieron para encubrir estrategias de dominación del mundo
sobre las que los intelectuales no son, en ningún sentido, inocentes. Describe con
tanta meticulosidad la vida de los pensadores de Europa y América que a veces da
la sensación de ser ella misma un doble espía a posteriori, y consigue adentrar a sus
lectores, en medio de un hartazgo por los detalles de cotilleos, al enredado mundo
americano de la Guerra Fría. En ese mundo, más que desacreditar la obra de todos
cuantos menciona en su nómina de espías culturales, permite reconocer en ellos
una relación muy próxima con el mundo real. Pone en evidencia que la verdad
a secas no existe, y si alguna comprensión se tiene de la enredada trama de los
acontecimientos está mediada por acuerdos que poco tienen que ver con el sueño
de un universo humano sin fracturas ni sufrimientos.
En su libro, Frances Stonor recuerda que Hannah Arendt estaba en un momento
de la historia de la política mundial y que pensaba desde ahí. Es cierto que sus
publicaciones más importantes forman parte de la llamada tradición filosófica
occidental y, específicamente, de la filosofía alemana de las primeras dos décadas
del siglo XX, representada por Edmund Husserl y Martin Heidegger. En el reducido
campo de la historia de la filosofía, la preocupación de Hannah Arendt estaba
centrada en aquello que describió en más de una ocasión como «el hilo roto de
la tradición», una ruptura que fue el resultado de los totalitarismos y que explica
de alguna manera la confusión que aparece en varias de sus obras donde a partir
de fenómenos históricos pretende dar una explicación general de los estados del
mundo (Hobsbawm 2000)8. Si Hannah Arendt se mantiene ligada a los asfixiantes
muros de la recalcitrante academia será más difícil apreciar los cambios que hizo
en la temática que constituye el centro de sus preocupaciones teóricas: la naturaleza
del mal que en Origins of Totalitarianism era radical y en el libro sobre el juicio de
Eichmann resultó banal. Antes de querer adivinar los motivos del cambio en este
punto, bien valdría preguntar por las influencias y materiales con los que contaba
Hannah Arendt durante las primeras décadas en el exilio y si algo en ella cambió
cuando se encontró en el juicio de Jerusalén. ¿Cuáles fueron los descubrimientos
de Hannah Arendt cuando se sentó a presenciar el juicio, con todos los elementos
que lo conformaron, y cuando no disponía de material bibliográfico histórico ni
filosófico que sí tuvo a mano mientras escribió Origins of Totalitarianism?
Por otra parte, si se le exige precisión histórica, un asunto por el que a pesar de
asumir que la historia le proporcionó las claves para aproximarse a la comprensión
8
Cfr. Respecto a la falta de coherencia histórica en el pensamiento de Hannah Arendt son
sumamente esclarecedores los textos de Tony Judt ya citado aquí mismo y el de Hobsbawm (2000).
Puntos de vista que comparto, aunque sólo parcialmente.
9
En relación a la idealizada imagen del mundo que se quiere ver en la obra de Hannah Arendt
no está de más volver a las páginas de The Human Condition donde dice con todas sus letras que
la polis era una forma de organización artificial exigida por las condiciones en que se realiza la
vida humana. Era necesario el nomos (lo artificial) sobre lo physei (lo natural), de otro modo no
era posible hablar de vida política, de vida en común diferenciada de la vida simplemente animal.
5. La historia de la ciencia
10
En primer lugar, se establece dentro de un acotado plazo histórico, el siglo XVII. En segun-
do lugar, se consideran los sucesos bajo un punto de vista conectado y de desarrollado, formando
una unidad narrativa coherente. En tercer lugar, se presentan estos eventos como un contraste
significativamente progresivo, respecto a los precedentes. En cuarto lugar, los acontecimientos tie-
nen un carácter fundamentalmente revolucionario. En quinto lugar, son los productos mentales de
individuos geniales que forman el elenco de personajes esenciales de la narración. En sexto lugar,
incluyen desarrollos de la filosofía y de la ciencia. Por último, están intelectualmente autorizados.
mundo no discutido por Hannah Arendt en The Human Condition y, sin embargo,
contra cuyo trasfondo escribió el libro. El vínculo con Alexandre Koyré no es
ningún secreto. Hannah Arendt misma lo refiere, en el marco conceptual de su
estudio sobre los significados de los descubrimientos de Galileo, como la filiación
teórica que le sirve de punto de partida. En una nota a pie de página del último
capítulo de The Human Condition, Hannah Arendt declara:
I follow the excellent recent exposition of the interrelated history of philoso-
phic and scientific thought in ‘the seventeenth century revolution’ by Alexander
Koyré (From the Closed World to the Infinite Universe [1957], pp. 43 ff.) (Arendt
1958: 258).11
6. Antipositivismo científico
11
Sigo la excelente exposición reciente de la interrelacionada historia del pensamiento filosó-
fico y científico en «la revolución del siglo XVII» de Alexander Koyré.
12
Contradice, pues, la peculiaridad de la historia de la ciencia: «the history of science ad-
vance, that is the difference with history of philosophy and art or literature. In science is accumula-
tion of knowledge»: la historia de la ciencia avanza, esa es la diferencia con la historia de la filosofía
y del arte o de la literatura. En la ciencia es la acumulación de conocimientos.
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Según Burtt, la matematización de la naturaleza, que se inició en el siglo XVI, se completó con
la obra de Isaac Newton en el siglo XVII. Hubo, por supuesto, un montón de remanentes por hacer en
los siglos XVIII y XIX, pero los fundamentos filosóficos de varios siglos de trabajo científico se habían
establecido firmemente. La «revolución» (Burtt emplea explícitamente el término) se había consumado.
14
Tuvieron que destruir un mundo y reempalzarlo por otro.
7. La ciencia moderna
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Vio la publicación del De Revolutionibus de Copérnico, por ejemplo, como un acto simbóli-
co que marcó el final de la visión medieval del mundo. Y se refirió a Newton como el «más grande
heredero» de la revolución asignándole el crédito de la unión de las corrientes mecanicista y mate-
mática de la ciencia del siglo XVII, cumpliendo así la promesa de la revolución.
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La historiografía de Koyré tiene un fuerte sentido idealista. Para él, la ciencia era una espe-
cie de pensamiento puro, aproximado a la filosofía, y Koyré mismo se acercó a los textos científicos
como filósofo cuyo cometido filosófico derivará de los pensadores idealistas soberanos de la tradi-
ción filosófica occidental, Platón y Hegel.
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