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Serie La Rebelión de los Changelings

Alzamiento de Amor 1

Confianza en Aumetno 2

1
Sinopsis
Edward Costello fue tomado como prisionero por hombres hiena.
Sabe que su segundo al mando contactará con Enrique Marcelo por ayuda,
pero después de tres semanas de constante tortura, sabe que el hombre lobo
alfa ha dejado que se pudra en el infierno de su celda. Yace dolorido,
contemplando su venganza, y sabe que la herramienta perfecta para destruir
a Enrique es destruir a su hermana, Isabelle.
Isabelle Marcelo se escabulle de la casa de la sanadora de la manada
para trabajar unas cuantas horas. La claustrofobia estaba volviéndola loca.
Pero cuando es secuestrada en un estacionamiento por un hombre oscuro y
letal, Isabelle sabe que está en problemas.
Cuando un grupo de hombres viene tras ellos, Edward e Isabelle se
encuentran en el mismo bando mientras corren por sus vidas.
Mientras tanto, Rick aún pelea por mantenerse un paso por delante
de una unidad conocida como el Escuadrón de la Muerte. Sabe que no se
detendrán ante nada hasta que esté muerto.
Mientras la saga continúa desarrollándose, los traidores son
descubiertos, el engaño se hace más profundo, y el amor encuentra una
manera de florecer en un mundo mortal en donde, para un cambiante, la
confianza es tan preciosa como la vida.

2
Capítulo Uno
―¡Sácalo de ahí! ―gritó Rick mientras el fuego chamuscaba su
brazo. Tan solo el calor fue suficiente para hacerlo retroceder, pero Rick no
iba a darse por vencido. No podía. El edificio iba a ser envuelto en llamas
en cualquier momento, pero dejar a un hombre atrás no iba a suceder
mientras el aire aún llegara a sus pulmones.
―Déjalo ir ―gritó Clyde mientras levantaba un brazo para escudar
su rostro del mordaz calor y retrocedió algunos pasos―. Es demasiado
tarde.
No era demasiado tarde, y Rick no iba a detenerse hasta que hubiera
sacado a Benito de ese edificio ardiente. Miguel tosió bruscamente,
sonando como si fuera a renunciar a un pulmón, pero se quedó al lado de
Rick.
―No puedes dejarlo morir ―gimoteó Miguel, y luego tosió de
nuevo. Su respiración contenía un ruido sibilante del hombre tratando de
entrar en el edificio, pero Rick sabía que el juvenil estaría bien. Sin
embargo, no estaba tan seguro del primo de Miguel.
―No lo haré. ―Rick ató la bufanda alrededor de su boca y luego
corrió entrando al edificio, el calor lo hizo sudar profusamente al instante.
El humo tampoco estaba ayudando. Sus ojos ardían tanto que las lágrimas
los humedecían, casi cegándolo.
Tenía que llegar al tercer piso. Ahí era donde estaba el apartamento
de Clyde. Benito había elegido quedarse atrás mientras los otros salían a
agarrar algo de comer. Cuando regresaron, encontraron al edificio
consumido por un incendio abrasador.
Rick apoyó una mano en la barandilla y luego la retiró, sintiendo que
la quemadura ya se estaba formando en la palma de su mano. El fuego
había bajado por el corredor, devorando todo el metal en los alrededores.
La subida tal vez lo mataría, pero Rick se negó a dejar que Benito
muriera. Arrastró su culo escaleras arriba, siendo tan cuidadoso como podía 3
mientras aún se dirigía hacia el tercer piso. Cuando abrió la puerta en el
hueco de la escalera, el humo se apresuró a recibirlo en un arranque de
negrura.
Incluso con la bufanda, Rick empezó a toser. Mirando en el pasillo,
vio que el fuego estaba al lado izquierdo del corredor. Rick tenía que
dirigirse a la derecha.
Moviéndose rápidamente, y notando que las llamas lamían
lentamente su camino hasta el techo, dirigiendo su ruta como si un
depredador hubiese divisado a su presa fresca, Rick empujó su hombro en
la puerta del apartamento. La puerta cedió con facilidad, golpeando la
pared de atrás.
Tenía preciosos segundos antes que su ruta de escape estuviese
sumergida en llamas. Tan pronto como estuvo en el apartamento, una viga
se estrelló detrás de él en algún lugar del pasillo. El apartamento estaba
lleno de humo así que era difícil ver a donde iba.
Con una obstinada determinación y confiando sólo en su memoria,
Rick fue directamente a la habitación en donde había estado durmiendo
Benito. La habitación no estaba ni un poco mejor. El pequeño espacio
estaba lleno con el humo negro que había en el tercer piso. Arrodillándose,
vio una figura en el piso, debajo de la cama. Ahora sus ojos le dolían, pero
Rick se presionó, arrastrándose hacia adelante y agarrando el inconsciente
cuerpo de Benito, sacando al hombrecito de debajo de la cama individual.
El ruido a su alrededor era tan fuerte que Rick apenas podía oír su
corazón latiendo. Y latía rápido como el infierno en ese momento. No
podía creer que el Escuadrón de la Muerte hubiese tenido éxito esta vez
atrapándolos en el fuego. Aunque fuera la última cosa que Rick hiciera,
todos y cada uno de los miembros de ese escuadrón iban a pagar por esto.
Tiró del flácido cuerpo de Benito a sus brazos, acunándolo cerca
mientras recorría su camino hacia la puerta. Rick empezó a cruzarla cuando
la pared frente a él se derrumbó, dejando que entrara el fuego que hasta
ahora había permanecido al otro lado.
Atrapado, su punto de entrada ahora se había ido, Rick se giró hacia
la ventana. Sabía que si rompía el cristal, el oxígeno sólo alimentaría el
fuego. Pero no tenía elección. Era su único modo de escape. Cambiar a su
forma de hombre lobo le ayudaría considerablemente, pero no podía tomar 4
la oportunidad de que los traumatizados humanos de afuera lo vieran y
entonces comenzaría la verdadera diversión.
No sólo era un hombre muy buscado por el gobierno, sino que
cualquier persona que se revelase como cambiante sería enviada
inmediatamente al centro de detención que había instalado el gobierno.
Todos los no humanos sabían que una vez enviados a ese lugar, nunca
salían. Rick también estaba empezando a oír rumores de que estaban siendo
erigidos más centros de detención. Transformarse no era una opción que
pudiera escoger.
Lanzó a Benito sobre su hombro al estilo bombero, cogió la mesita
de noche, y la arrojó por la ventana.
El fuego rugió con más fuerza, mientras el aire fresco entraba en el
interior de la habitación, rozándolos, haciendo su mejor esfuerzo para
reclamar dos vidas más. Rick sujetó el flácido cuerpo de Benito mientras
saltaba a través de la ventana y caía al suelo de abajo. No había sido un
aterrizaje suave, pero tenía la fuerza de un cambia formas, la cual le
permitió amortiguar el duro impacto en su cuerpo. Iba a estar dolorido
como el infierno por ese truco, pero él y Benito estaban vivos.
Eso era todo lo que le importaba.
Rick miró hacia la ventana desde donde había saltado para ver las
llamas saliendo por la ventana como si estuvieran buscándolo a él y a
Benito, queriéndolos de regreso. Clyde, un cambia formas oso, agarró a
Rick, obligándolo a mover sus pies mientras uno de los cambia formas oso
empezaba a hacerle a Benito una RCP.
―Salvaste todo lo que podías. Ahora tenemos que salir de aquí.
―Clyde tosió, el hollín manchaba alrededor de su nariz, el blanco en sus
ojos estaba manchado de sangre―. Cinco humanos aún están en paradero
desconocido y sus familias asumen que están muertos. Si los bomberos o
los policías nos encuentran aquí, seremos llevados al centro de detención.
Rick asintió, pero no se movió. No iría a ningún lado hasta que
Benito estuviera respirando de nuevo. Dorian, la pareja de Rick, estaba
ayudando a una cambia formas oso y a sus dos hijos a meterse en el auto,
asegurándose de que estuvieran escondidos antes de que fueran
descubiertos.
―Richard. ―Clyde dijo su alias como advertencia―. Tenemos que
irnos. 5
Justo entonces Benito tosió tan fuerte que Rick esperaba ver sangre
saliendo de la boca del hombre. Pero en vez de eso, Benito rodó y respiró
con dificultad, continuando con esa tos grave. Eso era lo suficientemente
bueno. ―Agárralo ―le ordenó al hombre oso.
Rick, Dorian, Miguel, Clyde, y el cambia formas oso que estaba
cargando a Benito se apresuraron hacia el SUV de Rick. Benito fue ubicado
en la parte trasera dónde podría cambiar y descansar mientras los otros
subían a la camioneta.
―¿Sabes cómo empezó el fuego? ―preguntó Rick a Clyde mientras
conducía alejándose del edificio que iluminaba el cielo de Kansas. Era una
vista surrealista mientras Rick pasaba, saliendo de la ciudad.
Afortunadamente la pareja de Clyde no estaba en casa. Kara y su
cachorro recién nacido habían ido con su madre. La mayoría de los
inquilinos habían salido, pero un puñado estaba en paradero desconocido.
Rick quería ir tras ellos, pero esa parte del edificio estaba envuelta en
llamas, diciéndole a Rick que todos estaban muertos ya.
―No. ―Clyde sacudió su cabeza―. Pero olí a gasolina.
Rick curvó su labio. ―La manera más rápida de empezar un fuego.
―Tosió, incapaz de seguir conteniéndolo. Sus pulmones aún estaban
ardiendo, pero sabía que una vez que cambiara, sanaría. Lo mismo podía
decirse de Miguel. Rick no estaba demasiado preocupado por la
recuperación de Benito. El hombre había sobrevivido con el fin de sanar. Si
el cambia formas oso no hubiese usado RCP en el pequeño hombre lobo,
estarían enterrando a Benito en vez de ponerlo cómodo en la parte trasera
de la camioneta.
La mandíbula de Rick se apretó ante el pensamiento de perder al
juvenil. Era su responsabilidad cuidar de aquellos más débiles que él, y el
Escuadrón de la Muerte casi había hecho que fallara miserablemente en su
trabajo. Rick no iba a olvidar ese hecho pronto.
―¿Estás bien? ―preguntó Dorian, inclinándose sobre la consola en
medio desde el asiento trasero, con la preocupación en sus preciosos ojos
marrones. Rick quería detener la camioneta y tranquilizar a su pareja, pero
necesitaban alejarse lo más rápido posible.
6
―Estoy bien, gatito. Sólo necesito cambiar. ―Estiró una mano,
pasando la punta de sus dedos sobre la suave mejilla de Dorian, más
aliviado que nadie de que Dorian no hubiese estado en el edificio de
apartamentos cuando comenzó el fuego. Rick sabía que no sobreviviría a la
pérdida de su pareja―. Siéntate y ponte el cinturón de seguridad.
Dorian obedeció sin discutir, lo cual era muy raro en el humano. A
su pareja le encantaba contradecir a Rick en casi todo. Amaba el hecho de
que Dorian no fuera sólo un felpudo, pero su fuerte personalidad y
obstinación era agotadora a veces.
―¿Te das cuenta de que perdí todo en el fuego? ―dijo Clyde de la
nada―. Ahora ni siquiera tengo una cama en la cual dormir. ―El hombre
sonaba en algún punto entre molesto y resignado a ser dueño de nada más
que la ropa que llevaba puesta. Rick ni siquiera podía empezar a imaginar
lo que debía estar atravesando el oso alfa. Era verdad que Rick no podía
volver a su propia casa ahora mismo. Las fuerzas de la ley íntegras en
Shelton probablemente la tenían bajo vigilancia, esperando que Rick fuera
lo bastante idiota como para regresar.
Pero su hogar estaba intacto. Sus pertenecías, aunque probablemente
fueron tiradas y algunas cosas estarían rotas, aún estaban esperándolo.
Clyde no tenía nada que recoger más que cenizas, sus pertenencias tan
chamuscadas probablemente cabrían en un azucarero con espacio de sobra.
―Pero todavía tienes tu vida, y tu pareja e hijo están a salvo ―le
recordó Dorian a Clyde―. Todo lo demás puede ser reemplazado. Bueno,
excepto las fotografías, a menos que las tuvieras guardadas en internet.
Clyde se giró hacia Dorian. ―Realmente apestas dando ánimos.
Rick sonrió.
―Sólo estoy estableciendo hechos ―respondió Dorian con calma―.
Podría haber sido mucho peor.
―Sí, podría haber olvidado mi billetera adentro ―gruñó Clyde
mientras se giraba, su expresión seria.
Rick alcanzó su móvil cuando sintió vibrar su cadera. No reconoció
el número, pero su ejecutor jefe, Nathaniel, le había dicho a Rick la última
vez que se reunieron que iba a usar un teléfono desechable, así las llamadas
no podrían ser rastreadas.
7
―Richard Carson. ―Rick declaró su alias.
―Soy Nate.
Rick sonrió. Era bueno oír la voz del hombre. A pesar de todo lo que
había estado pasando, Rick se dio cuenta de que había tomado la decisión
correcta cuando convirtió a Nate en su ejecutor jefe. El hombre estaba
manejando la casa malditamente bien durante la ausencia de Rick. Y
honestamente, Rick extrañaba al chico. Nate nunca se había contenido y
soltaba lo que quería decir sin importar si Rick quería escucharlo o no.
La mayoría del tiempo no le gustaba lo que decía Nate, y la mitad del
tiempo quería golpear al tipo, pero Rick no lo preferiría de otra manera.
Odiaba que le mintieran, y Nate sabía esto. ―¿Qué está pasando?
―Tengo un sobre de Sasha. Quiere que te lo entregue ASAP1.
¿Dónde podemos encontrarnos? Estoy en Oklahoma.
―¿Por qué estás tan lejos de casa? ―preguntó Rick. Se suponía que
Nate estaría vigilando a la manada, no viajando.
―Larga historia.
Rick miró su GPS. ―Voy para allá. Puedo reunirme contigo en
Blackwell. ―Rick había pasado por esa ciudad una vez―. Hay un SONIC
fuera de la avenida West Doolin. Nos reuniremos allí mañana a las tres.
―Nos vemos entonces.
―Esa es mi señal para irme ―dijo Clyde una vez que Rick metió su
teléfono en la funda de su cadera―. Necesito reunirme con Kara y mi
cachorro. Puedes dejarme aquí. Mi suegra no está demasiado lejos.
―¿Estás seguro? ―preguntó Rick―. Puedo llevarte donde necesites
ir.
―Estoy seguro ―suspiró Clyde―. No intento insultarte, pero no
quiero que estés cerca de Kara e Isaiah en este momento. Si me necesitas,
todo lo que tienes que hacer es llamar, pero mi pareja e hijo van a quedarse
fuera de esto tanto como sea posible.
Rick entendía completamente el fiero proteccionismo que una pareja
le provocaba a un hombre. Pero ser un paria no le sentaba bien. No había
pedido liderar una rebelión contra el gobierno, pero la tarea era suya y Rick 8
1
ASAP iniciales de as soon as posible: lo más pronto posible
sabía que Clyde sólo quería proteger lo que más apreciaba. Rick forzó ese
pensamiento en su mente mientras se estacionaba. ―Se cuidadoso, Clyde,
y gracias por ayudarnos, a pesar de que te costó tu hogar.
Ese era el segundo incendio en cuestión de semanas. El último
incendio había estado ubicado en la casa del primo de un simpatizante.
Afortunadamente, nadie había estado en la casa cuando el Escuadrón de la
Muerte decidió convertir el lugar en una antorcha.
Si esto seguía así, nadie iba a querer ayudarlos. No necesitaba que las
noticias siguieran diciendo que cada casa en la que se detenía era
incendiada hasta los cimientos, o que las noticias fueran por delante de él y
provocaran que le cerraran las puertas en la cara.
―Dorian tiene razón ―admitió Clyde―. Al menos mi familia no
fue lastimada. ―El hombre dijo las palabras, pero Rick podía oír el triste
tono. Maldición, Rick deseaba que hubiera algo que pudiera hacer, pero
sabía que no podía devolver a Clyde lo que había perdido. El otro hombre
oso salió también.
Ambas puertas se cerraron, y los dos cambia formas oso se fueron.
―Me siento tan mal por él ―dijo Miguel desde el asiento trasero
mientras Dorian se arrastraba delante―. ¿No podemos ayudar?
Rick arrancó, dirigiéndose hacia Blackwell. ―No, Miguel. La única
cosa que podemos hacer es mantenernos en movimiento. ―Pero sabía que
necesitaba encontrar un motel pronto. No sólo la noche se estaba
aproximando rápidamente, sino que Rick y los dos juveniles necesitaban
cambiar y sanar sus heridas. Sus pulmones se sentían como si alguien
estuviera sosteniendo una cerilla en ellos, encendiéndolos una y otra vez
con cada respiración que inhalaba.
―Sabes que no podrías haber hecho nada más para ayudar, ¿cierto?
―preguntó Dorian junto él―. Desde el principio dijiste que esto no iba a
ser bonito. Sólo hemos visto cuan bajos y sucios pueden llegar a ser los del
Escuadrón de la Muerte. No puedes culparte, Rick.
―¿Quién dijo qué me estaba culpando? ―Sólo Isabelle, su hermana
lo conocía tan bien. Pero parecía que entre más tiempo pasaba emparejado
a Dorian, más lo descifraba su pareja. Rick no estaba seguro de si era algo 9
bueno o no. Había algunas cosas que no quería compartir, o que su pareja
descubriera.
Como cuán culpable se sentía por las muertes en el edificio de
apartamentos.
Dorian se inclinó sobre la consola y besó a Rick en la mejilla, el olor
de su pareja invadió sus sentidos. Rick inhaló profundamente,
preguntándose cómo había terminado con alguien que había llegado a
significar tanto para él.
Había luchado contra el emparejamiento forzado por su manada.
Rick tenía treinta y cinco y al ser el alfa de una manada de hombres lobo en
Shelton, por ley, Rick tenía que encontrar una pareja. Era una ley
anticuada, pero una a la que su manada, evidentemente, todavía se aferraba.
Tres candidatos habían sido escogidos para él, Dorian había sido el
único humano no sólo entre los candidatos, sino el primero en ser
nominado como pareja alfa. Rick había sabido que Dorian no iba a estar a
la altura.
Chico, había estado equivocado. Y entre más tiempo pasaba con
Dorian, incluso huyendo con él, Rick se había enamorado del chico. Dorian
tenía fortalezas que Rick no sólo admiraba, sino que jamás había pensado
que poseía un humano. Su opinión acerca de los humanos estaba
cambiando no sólo a causa de Dorian, sino de los simpatizantes que los
habían ayudado a lo largo del camino. Era un proceso lento, habiendo
aprendido que los humanos eran la presa más débil y no eran de fiar, pero
Rick estaba aprendiendo.
―No puedes ser siempre el fuerte, Rick. Si hay una cosa que aprendí
de ti, es que siempre tienes que tener el control. Pero hay algunas cosas que
no puedes controlar, algunas cosa que tienes que dejar estar. Y esta es una
de ellas.
A pesar de que Rick sabía que Dorian tenía razón, no tenía que
gustarle, y no evitaba que se sintiera culpable. Alcanzándolo a través del
asiento, Rick entrelazó sus dedos con los de Dorian, su pareja se calmó,
pareciendo feliz por sólo estar ahí sosteniendo sus manos.
Si sólo Rick pudiese ser aplacado tan fácilmente. Pero sabía que no
importaba cuanto consuelo le trajera Dorian, siempre se sentiría
responsable por aquellos que habían muerto en el fuego.
10
Capítulo Dos
Rick condujo sobre las vías del tren y giró en el estacionamiento del
SONIC. Avanzó hasta llegar a la parte trasera y apagó el motor. El Yukon
rojo de Nate ya estaba ahí. Deslizándose de la camioneta, Rick fue a
saludar a su ejecutor jefe.
―Necesitas afeitarte ―dijo Nate mientras le daba a Rick un rápido
abrazo.
―También necesito unas vacaciones ―declaró mientras se apoyaba
en la camioneta de Nate―. Te ves bien.
Nate frotó su estómago, una amplia sonrisa en su rostro. ―Olivia ha
estado alimentándome como a un rey.
―No hagas que Graham te ponga freno de un golpe. Sabes que sólo
está alimentándote porque cocina cuando está nerviosa. ―Lo cual
molestaba a Rick. Odiaba ver estresado a cualquiera de su manada, pero
Olivia tenía un lugar en el corazón de Rick. Saber que estaba cocinando
como si no hubiera un mañana sólo le decía que las cosas en casa estaban
empeorando.
―No ―dijo Nate―. Graham sabe que la veo como a una hermana.
―Entonces, ¿qué era eso tan urgente como para tener que reunirnos?
―Rick fue directo al punto. No le gustaba estar aquí afuera al descubierto.
A pesar de que ya había pasado por Blackwell antes, no conocía ni
confiaba en nadie.
Nate abrió la puerta de la camioneta y alcanzó algo. Cuando lo sacó,
le entregó un sobre a Rick. ―Sasha dijo que esto era importante y que tenía
que entregártelo de inmediato.
Rick miró a Nate por un momento, oliendo la tristeza en su ejecutor
jefe ante la mención del nombre de Sasha, pero Rick lo dejó pasar. No
necesitaba añadirse más estrés por algo sobre lo que no tenía control.
Maldición. Dorian estaba acercándose. 11
Abriendo el sobre sellado, Rick sacó un montón de hojas. El sobre
aún estaba lleno, pero Rick lo dejó a un lado. Abrió el primer set de papeles
y los miró rápidamente, maldiciendo entre dientes.
―¿Malo? ―preguntó Nate―. Sasha me dijo sobre lo que estaba
pasando con la evidencia y quien podría estar detrás de todo esto, pero tuve
el presentimiento de que no me lo estaba contando todo.
Rick le entregó los papeles a Nate. ―Si este documento de la corte
es el original, entonces sí, esto es malo. Parece que el Juez Tormel firmó la
orden para mí y Dorian sin ninguna evidencia para corroborar los alegatos
contra nosotros.
Mientras Nate leía el documento de la corte, Rick abrió otro set de
papeles. Su mandíbula se apretó mientras leía la evidencia que el fiscal
presentó milagrosamente ante el juez. Qué conveniente. Y no había
escapado a la atención de Rick que la fecha de este archivo era posterior a
la orden emitida. ―¿Cómo es que Sasha se las arregló para poner sus
manos en estos originales? ―preguntó Rick.
―Ni idea ―respondió Nate―. Supongo que el informante que
tenemos dentro finalmente lo logró.
Rick miró el último set de papeles en su mano, y su estómago se
sentía como si un peso se hubiese asentado en él. Sabía que el gobierno
estaba tras ellos. También sabía que alguien en el gobierno había formado
el Escuadrón de la Muerte para ir tras, no sólo de Rick y Dorian, sino para
exterminar a los cambiantes de su lista.
Pero ver que la Casa Blanca tal vez estaba involucrada en esto lo
volvía todo más surrealista, dejando que Rick supiera que si eran atrapados,
el gobierno los usaría de cualquier forma que pudiera para detener la
insurrección. Él era la clave de todo esto, de la rebelión, y no se detendrían
ante nada para poner sus manos en él o asegurarse de que estaba muerto así
no podría liderar ni una maldita cosa.
Rick puso los papeles a un lado, alcanzando el sobre. Lo inclinó
hacia un lado, agarrando las fotos que se cayeron. El sobre flotó hasta el
piso mientras Rick miraba la primera foto.
Esto no podía ser. 12
¿Por qué tenían esas fotos con los documentos de la corte? ¿Por qué
tomarían esas fotos siquiera? ¿Qué monstruo se pararía ahí con una cámara
mientras esto se hizo?
―Rick, te ves un poco pálido.
Rick ignoró a Nate mientras tragaba duro, aterrado de mirar el resto.
La primera foto mostraba a uno de los cambia formas, que pertenecía a la
manada de Sasha, siendo disparado a quemarropa en el pecho.
Dios, ¿quién en su sano juicio habría fotografiado esto, y por qué
fotografiarían algo tan atroz? Los cambia formas eran unos estudiantes
universitarios, dos de ellos apenas eran lo bastante mayores para beber
legalmente, y ver que sus vidas les eran arrebatadas tan cruelmente hacía
que Rick tuviera nauseas.
Con manos temblorosas, Rick pasó a la siguiente foto, viendo que
sucedía casi lo mismo a otro hombre leopardo. Los ojos del juvenil iban a
perseguir a Rick por el resto de sus días. Estaban llenos de un miedo tan
tangible que Rick casi podía sentir lo que el muchacho estaba sintiendo.
―Oh, diablos ―susurró Nate cuando vio la foto en la mano de
Rick―. Dame eso.
Rick las alejó. Tanto como quería arrojar las fotos y liberarse del
horror que sabía que vendría, no podía hacerle esto a Alexander, y sabía
que la foto de su sobrino estaba en esta pequeña colección.
―Rick, no mires ―le rogó Nate con un tono afligido―. No tienes
que ver eso.
―Sí. ―Rick tragó pasando el enorme bulto en su garganta que
estaba amenazándolo con sofocar el aire de sus pulmones―. Tengo que
hacerlo.
Pasó a la siguiente foto y un sonido estrangulado salió de sus labios.
Su respiración se volvió trabajosa cuando Rick miró al joven rostro de su
sobrino, lleno de desesperación y resignación. Debía haber sido asesinado
el último si se había resignado a que su destino fuera la muerte.
Rick alzó su mano y secó las lágrimas que se estaban derramando de
sus ojos mientras veía el color apagado de los normalmente brillantes ojos 13
azules de Alexander. Quería entrar en la foto y evitar que el disparo tomara
la vida de su sobrino. Rick quería cambiarlo por el que estaba disparando a
Alexander.
Trató de apartar la mirada, de arrancar sus ojos de la trágica foto,
pero tanto como lo intentó, Rick no podía evitar mirar los rasgos poco
desarrollados de Alexander. El muchacho sólo tenía diecinueve, aún se
mantenía en sus años de adolescencia, todavía no se apreciaban plenamente
sus rasgos adultos. Lucía tan inocente, acababa de empezar su vida como
un adulto joven.
―Rick.
Oyó a Dorian diciendo su nombre, pero Rick estaba nadando, no,
ahogándose, en las crudas emociones, tan desgarradoras que ni siquiera
estaba seguro de que Dorian pudiera salvarlo. Su sobrino había sido
asesinado a sangre fría nada más que por ser un cambia formas.
En ese momento, todos los sentimientos negativos que Rick había
sentido por los humanos se amplificaron, conduciéndolo a una rabia
turbulenta. Hacía que su lobo quisiera buscar venganza y matar a aquellos
que eran responsables de las muertes de esos tres juveniles. Quería bañarse
en su sangre y asegurarse que lo último que vieran fueran sus ojos antes de
que la muerte se llevara a los asesinos, antes de que él les arrebatara sus
vidas.
―Rick. ―Nate dijo su nombre un poco más firmemente, una pizca
de orden sonando en su voz―. Estás cambiando. Si no puedes contenerte,
metete en mi maldita camioneta.
―¿Qué está pasando? ―preguntó Dorian. Rick podía oír el miedo
en la voz de su pareja, pero ni siquiera eso fue suficiente para alejarlo del
agarre de la malevolencia que estaba llenando su cuerpo hasta desbordarlo.
―Alguien tomó fotos de su sobrino siendo disparado.
―Oh, joder ―dijo Dorian―. Rick, mírame.
Rick dejó caer las fotos, sus manos se enroscaron en puños mientras
luchaba contra el cambio. No quería cambiar en este maldito
estacionamiento. No quería lastimar a nadie mientras estaba cegado por su
ira. Rick sólo quería olvidar lo que había visto, borrarlo de su mente,
limpiarlo como el moho negro.
14
―¡Rick! ―Dorian apareció frente a él―. Vuelve a mí, pareja, por
favor. ―Dorian ahuecó su rostro, bajando la cabeza de Rick, centrando sus
ojos marrones con los grises―. Por favor.
Rick cerró sus ojos, tomando un profundo aliento, y lo soltó
lentamente. ―¿Por qué alguien fotografiaría sus muertes?
―Porque son unos monstruos enfermos y retorcidos ―respondió
Dorian―. Y tal vez querían usarlas contra ti.
Rick abrió sus ojos. ―¿Cómo?
―Quizá era su as bajo la manga si es que necesitaban usarte.
Piénsalo, Rick. Mira cómo estás reaccionando. ¿Qué pasa si estaban
guardando esas fotos, esperando capturarte, y luego mostrártelas? ¿Qué
habrías hecho?
―Habría matado a esos bastardos.
―Exactamente ―replicó Dorian―. Y entonces le hubiesen probado
al mundo que sólo eres un animal, encadenado a tu bestia y nada más.
Nate entró en su línea de visión. ―Manejaremos esto a nuestra
manera, a la manera de la manada. ―Gruñó las palabras mientras señalaba
las fotos en el piso―. Giraremos el tablero en su contra y le mostraremos al
mundo que los humanos que prepararon esto son unos salvajes, no
nosotros.
Rick los escuchó. De verdad lo hizo, pero la imagen de Alexander, e
incluso los otros juveniles, aún estaba fresca en su mente. ―Dame tiempo.
―Porque ahora mismo todo lo que Rick quería era sangre.
―Vamos, bebé. Volvamos a la camioneta. ―Dorian deslizó su mano
en la de Rick, dándole un ligero tirón.
Nate se agachó, recogiendo el sobre descartado y cogiendo las fotos.
Rick se giró. ―Haré copias de todo esto y las almacenaré en lugares
seguros. No son suficientes para ir tras ellos ahora mismo ya que no
podemos ver quién es el tirador, pero sólo es la primera pequeña prueba
que vamos a compilar contra nuestros enemigos. Los papeles no pueden ser
discutidos, pero necesitamos una evidencia hermética antes de podernos
enfrentar a nuestros enemigos directamente. 15
Rick asintió, pero caminó de regreso a su camioneta. Se sentía
entumecido, disperso, y no quería hablar con nadie ahora mismo. La guerra
entre los humanos y los no humanos ya había empezado, pero esta era la
primera vez que tenía un impacto en Rick tan cerca de su corazón. Los
padres de Miguel habían muerto, y Rick se había preocupado de ellos. Pero
este era Alexander. Rick lo había amado como a un hijo y ver esas fotos
había evocado algo tan primitivo en él que había estado malditamente cerca
de perder el control y probar que sus acusadores tenían razón.
Que no era más que un animal.

Dorian se sentó tranquilamente junto a Rick, preocupado por el


oscuro silencio de su pareja. El hombre no había dicho una palabra en los
últimos treinta kilómetros. ―¿Crees que puedo llamar a mi papá? ― Sabía
que Rick había estado preocupado que algún extraño advirtiendo la llamada
de Dorian a su padre fuese lo que había permitido que el Escuadrón de la
Muerte llegara a ellos, pero él estaba enfermo de preocupación por sus
padres y hermano. Dorian sólo quería oír la voz de su papá y saber que
todo estaba bien, que ellos estaban bien.
Estaba conmocionado cuando Rick le entregó su móvil sin protestar.
Eso sólo le dijo a Dorian cuan profundamente sumergido en el profundo
abismo de su mente se encontraba Rick. Eso preocupó a Dorian más de lo
que podía hacerlo las palabras. No estaba seguro de qué decir o hacer para
que Rick regresara a la luz.
Rick había pedido tiempo, y Dorian iba a dárselo. No sabía qué más
hacer. En lo profundo sabía que las fotos no sólo habían mortificado a
Rick, sino que habían dejado una eterna marca en su alma.
Parecía que el cielo mismo estaba tratando de romper a Rick,
tratando de hacerle vacilar en su camino y buscar venganza, matando lo
que sea que estuvieran tratando de lograr incluso antes de realmente
comenzar. Si Rick cambiaba y mataba, entonces todo esto sería para nada.
La gente que estaba probando que los no humanos eran nada más que
salvajes estaría en lo cierto.
Dorian se negó a dejar que Rick probara que esos malditos bastardos 16
tenían razón. Amaba a Rick hasta lo más profundo de su alma y no iba a
permitir que nada le pasara a su pareja. El hombre lobo significaba más
para Dorian que su propia vida.
Marcando al móvil de su padre, Dorian masticó su labio inferior
mientras esperaba a que el hombre respondiera.
―¿Hola? ―respondió su padre cautelosamente.
―Soy yo.
―Déjame llamarte de vuelta. ―La llamada se desconectó. Unos
pocos segundos después, sonó el móvil de Rick, el número era desconocido
para Dorian.
―¿Papá?
―Soy yo. Te estoy llamando de una línea segura. ¿Cómo estás, hijo?
Dorian quería llorar ante la preocupación en la voz de su padre. Se
sentían como años en vez de semanas desde la última vez que lo vio.
―Estoy bien. ¿Cómo están mamá e Ian?
―Han visto días mejores ―respondió su papá con pesadez―. Pero
estamos resistiendo.
Dorian no estaba seguro si su papá sabía sobre los problemas de Ian.
Su hermano no sólo era un adicto a los colmillos, sino que era un adicto al
dolor también. Dorian todavía no podía entender por qué a su hermano le
gustaba que lo golpearan, y probablemente nunca lo entendería. Aún se
culpaba a sí mismo por las depravaciones de Ian, sintiendo como si hubiese
decepcionado a su hermano pequeño.
―¿Puedo hablar con Ian?
Su papá chasqueó su lengua, algo que hacía cuando sabía que estaba
pasando algo y que Dorian estaba tratando de esconder lo que sea que
fuera. Se preparó.
―Sé sobre la adicción de tu hermano, Dorian. No tienes que tratar de
esconderlo de mí. Sólo deseé que me lo hubieras dicho antes así
hubiésemos podido intervenir más pronto.
Ahora realmente se sentía como mierda. 17
―Están pasando tantas cosas que no quería agobiarte con sus
problemas.
―¿Problemas? ―preguntó su papá―. Pensé que sólo tenía una
adicción a los colmillos.
Mierda. ¿Por qué abrió su gigantesca boca? Dorian frotó sus ojos con
su mano libre, deseando poder guardar esta conversación para después…
como en veinte años o más. ―También es un adicto al dolor, papá.
―¿A qué te refieres?
―Rick y yo lo encontramos en un club BDSM. ― Dorian realmente
no quería tener esta conversación. Prefería enfrentar al Escuadrón de la
Muerte antes que oír la decepción en la voz de su padre.
―Oh.
¿Eso es todo? ¿Oh? ―¿Eso es todo lo que vas a decir? ―preguntó
Dorian con incredulidad.
―Ese no es mi asunto, Dorian. Su vida sexual es sólo suya.
Dorian apretó sus dientes. ¿Su papá sabía sobre la adicción a los
colmillos de Ian, pero no parecía preocuparle que su hijo más joven
quisiera que lo golpearan? ¿Qué tipo de mierda era esta? ―¿Ni siquiera
estás ligeramente preocupado por eso?
Su corazón se aceleró cuando su papá aclaró su garganta. De nuevo,
eso siempre era el preludio de algo que Dorian no quería escuchar.
―El BDSM no es sobre ser un adicto al dolor, hijo.
¡Que! Su papá estaba fuera de sus cabales. Como sea. No iba a tener
esta conversación por teléfono. Dorian estaba echando humo porque su
padre pensara que el que Ian hiciera que le patearan el culo no era nada por
lo cual preocuparse. Ian lo buscaba. ¿Cuán retorcido era eso?
―Tengo que irme. Sólo quería llamarte y comprobarlos a todos.
―Tan duro como estaba tratando de mantener la ira fuera de su voz,
Dorian sabía que había fallado miserablemente.
―No seas tan duro con Ian, Dorian. Si no comprendes el estilo de 18
vida, no puedes juzgarlo.
Esta era la primera vez que Dorian había escuchado a su padre
hablarle con calor en su voz. Eso lo conmocionó. Pero todavía no evitaba
que estuviese molesto. ―Entonces diría que estamos de acuerdo en estar en
desacuerdo.
―Un día lo comprenderás.
Probablemente no.
―Te llamaré tan pronto como pueda.
―Cuídate hijo, y mantente a salvo. Te amo.
Dorian fue pillado desprevenido con todo tipo de sorpresas hoy.
Sabía que su papá lo amaba, pero nunca antes salió y lo dijo. Sonaba
extraño como el infierno oírle decirlo. ―Te amo, también. ―E incluso era
más extraño repetir esas palabras a su padre.
―Le diré a tu madre que llamaste. Mantente en contacto.
―Gracias, lo haré. ―Dorian golpeó el botón de finalizar,
sintiendo… no estaba seguro cómo se sentía. Esa había sido la
conversación más extraña que jamás había tenido con su padre.

19
Capítulo Tres
La pierna derecha de Edward Costello se retorció mientras yacía en
el piso, un desastre sangriento. Por el dolor que sentía con cada aliento,
Edward sabía que tenía varias costillas rotas. Pero esa era la menor de sus
lesiones. La herida del cuchillo en su costado estaba sangrando
profusamente, y no podía sentir su pierna izquierda.
Sabía que todo lo que tenía que hacer era cambiar con el fin de sanar
las heridas que le habían infligido los hombres hiena.
Pero no podía.
Uno de los guardias hiena estaba parado sobre él, esperando que
Edward hiciera precisamente eso. Si Edward cambiaba, el guardia había
prometido terminar el trabajo.
Aunque una amenaza como esa normalmente no detendría a Edward,
sabía que no podía morir en este infierno olvidado de Dios.
Tenía una venganza que llevar a cabo.
El sufrimiento insondable que había soportado cuando niño, incluso
el sufrimiento que estaba pasando en este momento ni siquiera comenzaba
a compararse con lo que iba a hacerle a Enrique Marcelo y a su querida
hermana, Isabelle. Edward sabía que su segundo al mando, León, buscaría
ayuda en el alfa de los hombres lobo, y todo lo que había hecho Enrique
había sido escupir en la cara a Edward. León estaba a cargo hasta que
Edward encontrara una manera de salir de esto. Le tenía confianza al
hombre rata, pero León no era un líder. El hombre buscaría ayuda externa.
Ya habían hablado de ello. Era la forma en la que Edward resguardaba a su
manada. No quería a León a cargo. El hombre rata no sabría qué hacer.
Edward sabía que León no habría esperado todo este tiempo para
salir a buscar ayuda. El hombre tal vez sería su segundo, pero León no
estaba hecho con material de líder. No habría tratado de gobernar en lugar
de Edward.
Pero Enrique jamás vino. 20
El bastardo iba a pagar caro por abandonarlo aquí y deshonrar una
deuda que su familia le debía a la de Edward. El alfa lobo iba a sentir el
dolor y la agonía de la perdida de Isabelle antes de que Edward tomara la
vida del perro.
Edward tosió y su cuerpo explotó en dolor.
Pero contuvo el grito que hubiese complacido al guardia
desmesuradamente. Querían que rogara. Los hombres hiena querían que se
quejara y llorara en agonía. Querían que se arrastrara en sus manos y
rodillas hasta sus guardias y les dijera lo que sea que quisieran oír.
Pero no iba a darles ese placer.
―Alégrame el día y cambia, alimaña ―se burló el guardia mientras
empujaba su gastada bota en la cara de Edward como si quisiera que
Edward la lamiera―. Me estoy aburriendo de estar aquí parado.
Edward retrocedió ligeramente, arrepintiéndose del movimiento
cuando el dolor se clavó en su espalda, y escupió en el piso, haciendo una
mueca cuando su saliva salió entrelazada con sangre. Eso no podía ser
bueno. Quizá, también tenía perforado un pulmón. Tanto como lo habían
golpeado, no lo dudaba.
―Anda a follar a tu madre, bastardo endogámico.
El guardia levantó a Edward del suelo y lo arrojó al otro lado de la
habitación, su cuerpo golpeó la pared de cemento.
Mierda, eso dolió. Una vez más, Edward contuvo el grito que estaba
tratando de forzar su camino a través de sus labios mientras aterrizaba en su
lado lesionado, el costado todavía estaba sangrando por la herida del
cuchillo.
―¿Qué tal si en vez de eso le hago una visita a tu madre?
―preguntó el guardia, la inflexión en su tono le dijo a Edward que había
molestado al hombre.
―Adelante, si te gusta joder a gente muerta. ―Edward hizo una
mueca, pero no fue por sus lesiones. A pesar de que su madre fue la peor
del mundo, todavía lo hacía sentir culpable hablar tan mal de los muertos.
21
Ella no se merecía su respeto, o su culpa, pero el dolor y la traición
por lo que le había hecho todavía estaba ahí, retorciéndose como un tumor
canceroso dentro de su corazón. No había confiado en las mujeres a casusa
de su madre, y nunca confiaría en las mujeres en lo que le quedaba de vida.
El guardia le disparó a Edward una mirada venenosa. ―Entonces tal
vez tengas una hermana que pueda traer aquí y joderla justo en frente de ti.
―Lo lamento. ―Edward le dio al guardia una sonrisa malvada, a
pesar de que lo que en realidad quería hacer era gritar de dolor por el
simple movimiento de su mandíbula―. Mi madre sólo engendró a un hijo
del demonio.
Quizá al guardia no le había gustado eso, porque cruzó la habitación
y pateó a Edward tan duro en sus costillas que casi se desmalló.
Eso, lo hubiera omitido con gusto. ―Para cuando haya terminado
contigo, no tendrás más elección que cambiar ―dijo el guardia con un
perverso gruñido―. Voy a romper cada maldito hueso en tu cuerpo, rey.
La última palabra fue despectiva, diciéndole a Edward que el guardia
estaba burlándose de su título.
―Bien ―dijo Edward―. Entonces se unirán a los que ya están
rotos―. Sabía que probablemente no debería estar burlándose del guardia,
pero diablos si Edward iba a ser un cobarde a los pies del hombre. Prefería
morir por sus lesiones que echarse aquí en este suelo sucio y rogar.
Antes de que Edward pudiera parpadear, el guardia estuvo sobre él,
dándole un sólido golpe en su lado lastimado. Esta vez Edward gritó. Se
odió por eso, pero no hubo manera de prevenirlo, no cuando su cuerpo se
sentía como si estuviera siendo dividido.
―Eso está bien, llora como una niñita para mí, rata.
Edward jadeó mientras rodaba sobre su costado, haciendo su mejor
esfuerzo para contener el aliento. No fue fácil. No cuando sus pulmones
estaban tan dañados. Todo su cuerpo estaba cubierto de un manto de sudor
y su costado palpitaba como si alguien estuviera apuñalándolo con un
atizador caliente.
―Quizá ―jadeó Edward―, llore como una niña ―otro jadeo―,
pero al menos no me veo como una.
22
Al guardia no le gustó la observación de Edward. Para nada. Cogió a
Edward del suelo, levantando su cuerpo herido sobre su cabeza, y luego lo
arrojó a través de la habitación. La cabeza de Edward golpeó la pared, pero
afortunadamente, no se desmayó.
Pero sintió la sangre correr por un lado de su cara.
Ahí se fue su carrera de modelaje.
Giró su cabeza justo a tiempo para ver como el guardia sacaba el
cuchillo de la funda en su muslo. Lucía como si el hombre estuviera
cansado de perder el tiempo. Estaba a punto de ir al grano.
―Te enseñaré a una niñita ―dijo el hombre mientras tiraba de la
camisa de Edward tan fuerte que la rasgó en el centro. Su espalda ahora
estaba expuesta y Edward tenía una sensación nauseabunda que sabía lo
que estaba a punto de hacer el guardia. La mirada del guardia era feroz, el
odio grabado profundamente en sus ojos.
―Estoy seguro que puedes ―dijo Edward justo antes de que el
guardia arrancara la piel de su espalda. Un grito salió de sus labios como un
gorgoteo, su visión se volvió gris en los bordes.
No te atrevas a desmayarte, joder.
―Aquí. ―El guardia arrojó la piel desgarrada al piso. Esta aterrizó
al frente del rostro de Edward con un pequeño y enfermizo plof―. Creo
que necesitas compañía.
―Gibbs, Tyson quiere verte ―gritó otro guardia a través de la
puerta.
El guardia en la celda con Edward no lucía muy feliz por eso, pero
Edward estaba dispuesto a apostar sus testículos inflamados que Gibbs no
iba a desobedecer a su alfa. Estaba rezando por que el hombre no
desobedeciera a Tyson.
Edward no estaba demasiado seguro de cuanto más podría aguantar
antes de que muriera o se convirtiera en un cachorro jadeante. Edward
prefería morir antes que dejar que su dignidad se derramara en el piso ante
los pies del guardia.
―No he terminado contigo. ―Gibbs caminó hacia la puerta de la
celda y luego se giró para mirar a Edward―. Cambia si quieres, pero aún 23
voy a arrancarte la piel de los huesos hasta que grites como una niña.
Edward quería responder, en serio quería hacerlo. Pero el dolor era
tan intenso que no podía abrir su boca para pronunciar una maldita palabra.
El guardia deslizó su cuchillo de vuelta en la funda y luego dejó solo
a Edward.
―¡Joder! ―gritó Edward mientras rodaba, odiando las lágrimas que
estaban cayendo por su rostro. Aún si fuera la última cosa que hiciera,
Enrique Marcelo iba a pagar por abandonarlo aquí para que sufriera.
No había hecho nada para justificar que el hombre le diera la espalda
e hiciera caso omiso a la deuda que le debía a Edward.
Apretó sus dientes hasta el punto en que casi destrozó su boca,
Edward dejó que el cambio se hiciera cargo. Sabía que Gibbs amaría que
estuviera sano así el sádico bastardo podía empezar de nuevo, pero si no
cambiaba, Edward sabía que iba a morir.
Edward siseó mientras el cambio se hacía cargo, sintiendo cada
maldita herida que le había infligido. Se acostó ahí casi en estado
catatónico mientras su cuerpo empezaba a suturar sus huesos rotos y
reparar los tejidos y órganos dañados.
Incluso en su forma de camba formas, a Edward le dolía como el
infierno.
No sólo Enrique iba a pagar por abandonarlo aquí, sino que tan
pronto como Edward tuviera la oportunidad, Gibbs iba a tener una muerte
lenta y dolorosa junto con la perra que lo había traicionado y entregado a
los hombres hiena en primer lugar. Ni siquiera sabía su nombre. Sólo había
sido cosa de una noche, pero Edward iba a hacer que ambos pagaran, junto
con Enrique.

Edward volvió a la consciencia en su forma humana. Su sanación


debía estar completa. No estaba seguro de cuánto tiempo había pasado,
pero aún estaba solo en su celda.
Balanceándose ligeramente mientras se ponía de pie, caminó hacia la
puerta, haciendo su mejor esfuerzo para ver hacia afuera. Sabía que había 24
un guardia al otro lado. Nunca dejaban a Edward completamente solo. Los
hombres hiena sabían que podía cambiar y arrastrarse a través de la
pequeña ventana en la parte superior de la puerta. La ventana estaba
cubierta con una delgada lámina de metal, pero no correrían ningún riesgo.
Como sea, tenía que encontrar una manera de salir.
Primero, si entraba en otra ronda con Gibbs, sabía que el hombre
hiena no se iría hasta que Edward estuviera muerto.
Y más importante, Edward iba a hacer que Enrique pagara incluso si
era asesinado y tenía que volver como un jodido cadáver. No había manera
en que el hombre fuera a salirse con la suya dejándolo aquí para morir.
Había algunas cosas que un hombre no podía perdonar.
No había nada que el hombre lobo pudiera decir para evitar la
búsqueda de venganza de Edward. No había nada que pudiera hacer para
perdonar a Enrique por dejarlo atrás para ser torturado por esos bastardos
salvajes.
No, Edward iba a tener su venganza y disfrutar cada maldito minuto.
Cuando Edward le arrebatara la vida a Isabelle iba a demostrarle al hombre
lobo alfa lo que se sentía perder una parte de sí mismo.
Los hombres rata no eran conocidos por su naturaleza compasiva, y
Edward iba a asegurarse de que Enrique pagara con creces.
Su cabeza se alzó de golpe cuando oyó los pasos aproximándose a su
celda. Tenía que pensar. Tenía que haber una forma de salir de este
infierno. Era un maldito rey y no ganó el título por derecho de nacimiento.
Edward había luchado sin piedad hasta llegar a la cima y no iba a morir en
las manos de esas hienas cobardes.
Volviendo a cambiar a su forma de rata, Edward esperó en la puerta.
Sabía que los guardias estarían buscándolo de inmediato. Había intentado
este truco una o dos veces, nunca engañó a los guardias el tiempo suficiente
como para escapar.
Pero tenía que hacerlo. Su vida dependía de que lograra salir de aquí.
Y su cordura dependía de que Edward buscara venganza.
La puerta fue abierta, el guardia dio un cauteloso paso al interior.
Edward trató de correr más allá del hombre, pero el guardia fue rápido, 25
agarrando a Edward por su cola y lanzándolo contra la pared de cemento.
―Buen intento, alimaña.
Edward golpeó el piso, pero no se quedó ahí. Se levantó, mareado
como el infierno y corrió de vuelta hacia la puerta.
―Si no dejas de intentar de escapar, entonces me veré forzado a
aplastarte bajo mi maldita bota, hombre rata.
La única cosa en la que Edward tenía ventaja era que había sólo un
guardia. Normalmente eran dos. No estaba seguro de cómo había llegado a
tener tanta suerte, pero no iba a verle los dientes al caballo regalado.
Esta vez cuando el guardia lo agarró, Edward mordió la mano del
chico tan fuerte como pudo, probando la sangre cobriza que fluyó en su
boca. Enganchó su mandíbula aún más fuerte mientras el guardia gritaba,
agitando su mano hacia atrás y adelante, haciendo el jodido intento de
apartar a Edward.
―Jodido imbécil. Voy a matarte por esto.
Cuando el guardia se giró en un círculo, colocando a Edward junto a
la puerta, Edward se liberó de la carne amarga y corrió hacia la salida. Pasó
a través de ella, corriendo por el pasillo y haciendo su mejor esfuerzo para
encontrar un pequeño hoyo por el cual escapar.
Sabía que si iba por la puerta principal estaría perdido. Las hienas
estarían sobre él en segundos. Su única oportunidad era encontrar algo lo
bastante pequeño para usar como escape por el cual las hienas no serían
capaces de seguirlo.
―¡Escapó! ―gritó el guardia mientras daba tumbos por la
habitación, sosteniendo su mano ensangrentada contra su pecho―.
¡Atrápenlo!
Edward se estaba poniendo frenético hasta que divisó un conducto de
ventilación.
Perfecto.
El conducto de ventilación era lo bastante grande para acomodar la
forma grande de roedor de Edward. No era pequeño, más del tamaño de un
gran gato doméstico, y así era como superaba a todos sus oponentes. En 26
ocasiones era algo difícil, pero era quién era. Edward siempre encontraba la
forma de deslizarse en los lugares más apretados. Crecer en una casa dónde
encontrar la grieta más pequeña para meterse cuando su padre iba por él
para pagarle le enseñó eso.
Ese era un recuerdo que no quería rememorar. Recordar al bastardo
que lo había criado no era algo en lo que Edward quisiera pensar, pero
especialmente no en este momento cuando necesitaba concentrarse para
escapar.
Justo cuando alcanzó el conducto de ventilación, fue agarrado por el
cogote. Instantáneamente fue devuelto a su pasado. Las manos de su padre
fue todo en lo que pensó, el apretado agarre que siempre lo ahogaba hasta
el punto de desmayarse.
Edward cambió, cegado por una rabia tan intensa, tan furioso que no
supo lo que estaba haciendo hasta que vio al hombre hiena estirado a sus
pies, muerto. Su cuello roto cuando notó a alguien girando la esquina.
Gibbs.
―Pagarás por esto. ―Gibbs gruñó las palabras mientras se
acercaba―. Esta vez planeo tomarme mi tiempo contigo y hacer que
supliques piedad.
Suplicarás piedad hasta que hayas aprendido la lección, chico.
Edward sacudió su cabeza, apartando el recuerdo de su padre
mientras cambiaba y se escurría hacia el conducto de ventilación. Esta vez
se las arregló para meterse antes de que alguien pudiera agarrarlo. Su
corazón estaba acelerado, su mente fragmentada con los recuerdos que
todavía lo inundaban mientras se apresuraba por el largo conducto.
Giró a la derecha, huyendo de los hombres hienas, huyendo de su
padre, y rezando para perderlos a ambos.

27
Capítulo Cuatro
Desde una oscura sombra en el estacionamiento de un edificio de
oficinas, Edward observó a Isabelle Marcelo rebuscar en su bolso mientras
caminaba hacia él sin saberlo. Le tomó dos días rastrear donde trabajaba y
otro día disponer de la habitación donde iba a matarla.
Lo había planeado meticulosamente, y no había dejado pasar ningún
un detalle. Piedad no era algo que hubiese planeado mostrarle, y había
acolchado la habitación para asegurarse de que sus gritos no fuesen
escuchados.
Edward estudió sus sensuales caderas mientras se balanceaban, no
sentía nada por la mujer a la que intentaba matar. Pero eso no quería decir
que no pudiese apreciar su belleza. Era exquisita… y jodidamente bajita.
Edward no había esperado que fuera tamaño bolsillo.
Era su enemigo, y necesitaba mantenerse enfocado. Las mujeres no
eran de fiar, su madre se lo había enseñado bien. Su madre fue la prueba
viviente de esa declaración.
Si no había sido capaz de confiar en la mujer que le había dado la
vida, entonces ninguna otra mujer tendría esa oportunidad. Sólo eran un
medio para saciar su lujuria y nada más. ¿No era eso lo que le había dicho
su querida y anciana madre? ¿Que el sexo sólo era un acto físico para
satisfacer a ambas partes, que no había nada romántico o emocional en
ello?
Sí, era la ganadora cuando se trataba de madres.
Edward recordó que le habían dicho que Isabelle Marcelo era la
criatura más gentil que haya nacido. Que su risa era como escuchar arpas
celestiales, su sonrisa era capaz de hacer que los dioses se arrodillaran.
Bufó. Quien sea que hubiera empezado ese rumor tenía que haberse
metido crack. Ninguna mujer era así de divina, ninguna que hubiese
encontrado, por lo menos.
Cuando Isabelle alcanzó la puerta de su auto, sacó sus llaves de su 28
bolso, Edward tiró la capucha de su chaqueta sobre su cabeza y sin ruido se
deslizó detrás de ella, colocando una mano sobre su boca y la otra
alrededor de su cintura. Podía sentir los espasmos musculares de su
estómago mientras sostenía su espalda contra su pecho.
―Lucha conmigo y tu garganta será desgarrada antes de que puedas
tomar el aire suficiente para gritar ―susurró en su delicado oído.
Isabelle asintió rápidamente, dejando caer su bolso y tensándose en
sus brazos.
―Voy a quitar mi mano. Si gritas, te quebraré el maldito cuello.
¿Entendido?
Asintió de nuevo.
Edward quitó su mano y señaló a su camioneta. ―Camina
casualmente hacia la camioneta negra. No seas estúpida, Isabelle.
―¿Quién eres? ―preguntó, nerviosismo atado a sus palabras
mientras empezaba a caminar. Los pequeños zapatos que llevaba
chasquearon con fuerzas en el silencio de la noche, haciendo que Edward
mirara a su alrededor para ver si alguien más los estaba observando.
Gran error.
Isabelle salió corriendo, gritando con toda la fuerza de sus pulmones
mientras corría de regreso al edificio. Edward la alcanzó en segundos,
colocando su mano contra su boca y arrastrándola hacia la camioneta.
―Te di una puta advertencia, princesa. ―Edward mantuvo su agarre
mientras luchaba como una gata salvaje. Gentil mi culo. Esta mujer era una
luchadora y no tenía miedo de usar cualquier medio necesario para escapar.
Edward se dio cuenta de eso cuando metió una mano entre ellos y agarró
sus bolas con su mano, retorciéndolas sin piedad en absoluto.
¡Hijo de perra!
Sus ojos se aguaron y su estómago empezó a acalambrarse, pero
Edward no la liberó. En vez de eso, la estrelló contra un lado de la
camioneta. Tenía que evitar romperle el cuello por traerle tanto maldito
dolor. ―Haz eso de nuevo y te sacaré a golpes cada gota de vida.
Ignoró su amenaza y continuó luchando, sus cuidadas uñas se 29
enterraron en su rostro.
―¡Eso es todo! ―Edward nunca había golpeado a una mujer en su
vida, pero no podía permitirle que atrajera la atención hacia ellos. La
noqueó y abrió la puerta trasera de su camioneta. No estaba seguro de por
qué sentía culpa. Era el enemigo. La hermana de Enrique. No debería sentir
culpa por cómo la trataba.
Pero mientras metía el cuerpo inconsciente en la cabina de su
camioneta, Edward se dio cuenta de que lo hacía gentilmente.
Eso era una locura.
Eso era ridículo.
No obstante, fue lo que hizo.
Mirando alrededor para asegurarse de que nadie los estaba vigilando,
Edward se subió al asiento del conductor y salió del estacionamiento.
Mientras conducía hacia la casa que había alquilado bajo un alias sólo para
su plan, su mente no paraba de pensar en sus curvilíneas caderas o en su
impactante belleza.
Nunca había conocido a la hermana de Enrique personalmente, pero
sabía cómo lucía y estaba sorprendido por cuan absolutamente hermosa era
en realidad. Las fotografías no le hacían justicia a esta mujer. Pero no iba a
permitir que sus carnosos labios, su largo y lustroso cabello negro, o
incluso sus pequeños y turgentes pechos lo desviaran de los planes que
había trazado cuidadosamente. Pero maldita sea si su cuerpo no estaba
reaccionando ante la vista.
No iba a abandonar sus ideas de represalias. No cuando Enrique se
merecía sufrir por lo que le había permitido vivir a Edward durante las
pasadas tres semanas.
El bastardo iba a pagar, e Isabelle era la herramienta perfecta.
Se metió en el garaje adjunto, Edward apagó el motor y luego sacó a
Isabelle del asiento trasero, llevando su cuerpo laxo a la casa. Casi era
como cargar aire. Era tan pequeña, tan liviana, que no tuvo problema para
meterla en la habitación que había preparado.
Una vez que hubo atado sus muñecas a la cama, Edward colocó una
pequeña gargantilla hecha a mano alrededor de su cuello. La gargantilla 30
estaba hecha de un suave cuero y tenía extraños símbolos grabados a su
alrededor. Edward no estaba seguro de que significaban los símbolos, pero
sabía que la delgada pieza de cuero evitaría que cambiara y se liberara. La
gargantilla era muy rara, pero Edward se la había topado cuando luchó con
el último rey rata y tomó el trono. El último rey tenía montones de riquezas
escondidas en un sótano secreto, la gargantilla estaba entre la plenitud de
los bienes robados.
Y Edward sabía que la cosa era robada. No había forma de que un
hombre que trabajaba en una compañía de chapado pudiera permitirse dos
casas. El hombre tenía arte más valioso que toda la cartera de valores de
Edward, y objetos tan raros que estaba realmente sorprendido por cómo el
ex rey había metido sus manos en hallazgos tan inusuales.
El ex rey había estado en algunos tratos sombríos. Edward se había
deshecho de los artículos, no los quería en su posesión. Pero había
conservado la gargantilla. Era algo muy valioso y una pieza de joyería que
cualquier alfa mataría por poseer.
Otra vez, se había descubierto siendo cuidadoso con su delicada piel
mientras colocaba la tupida melena a un lado y ponía los seguros en su
lugar. Era una reacción extraña para él, y una que Edward no estaba
dispuesto a explorar. Era su cautiva, una mujer a la que planeaba matar
para hacer que Enrique pagara por lo que había hecho.
No había espacio para sentimientos suaves.
Edward le dio un vistazo y abandonó la habitación, dejando detrás la
traidora reacción de su cuerpo y cualquier otra cosa que le recordara lo que
nunca podría tener. Las mujeres no eran de fiar.
Y mujeres era algo que definitivamente Edward no planeaba
mantener mucho tiempo.
Especialmente no la mujer a la cual planeaba matar.

Isabelle gruñó mientras abría sus ojos. Estaba desorientada y le tomó


un momento concentrarse en sus alrededores. Su maldita cabeza estaba
matándola. Miró alrededor, sus cejas se fruncieron en confusión. La
habitación no lucía familiar.
31
¿Dónde estaba?
Llevó una mano a su cabeza, la cual se sentía como si estuviese
partiéndose en dos, y notó que sus manos estaban atadas a los postes de la
cama. Su corazón se aceleró mientras se preguntaba qué estaba pasando.
Como si las compuertas de una presa se abrieran de repente en su
mente, Isabelle recordó al extraño en el estacionamiento del trabajo. ¿Había
tenido éxito en su secuestro? Puso sus ojos en blanco y tiró de sus amarras.
Estás aquí acostada, atada a la cama. ¿Qué diablos crees que pasó?
No conocía al hombre que la había abordado, y no iba a quedarse
para descubrirlo. Su hermano era un alfa. No había forma de saber quién
tenía un interés personal en Enrique. Los hombres hiena y el gobierno
estaban tras Enrique. El ejecutor jefe de su manada, Nate, la había alejado
en secreto para mantenerla a salvo, pero Isabelle había terminado con
claustrofobia y regresó al trabajo. Debería haber mantenido su culo en la
casa de Olivia y Graham. Esos dos iban a patear su culo cuando
descubrieran que se había escapado de la casa para ir a trabajar.
¡Tal vez le darían un pequeño respiro considerando que estaba atada
a una maldita cama! El tipo que la había secuestrado quizá la usaría para
llegar a su hermano. No había otra explicación. No tenía ningún enemigo
que pudiera recordar.
Bueno, Isabelle no era la herramienta de nadie.
Tirando de sus restricciones, sintió la gruesa cuerda incrustándose en
su piel. Qué idiota. ¿El tipo no sabía que podía cambiar y liberarse? Las
cuerdas no eran nada para ella. Aficionado. Podía decir que las cuerdas eran
de doble hebra. Eso quería decir que incluso si era más fuerte que una
humana, necesitaría cambiar para romper las gruesas cuerdas.
Pero cuando trató de hacer que su lobo emergiera, se encontró
jadeando con dificultad en su lugar. Esto nunca antes había pasado. Su lobo
siempre venía cuando lo llamaba. Ese pensamiento comenzó a asustarla.
¿Qué si su secuestrador le había hecho algo? ¿Qué si le había hecho algo a
su lobo?
Mientras estaba ahí acostada con la cabeza apoyada en la almohada.
Isabelle sintió algo alrededor de su cuello. Antes no estaba ahí. Recordaría
haberse puesto un collar. 32
Maldición. ¿Qué coño estaba pasando? Tiró de sus manos de nuevo,
determinada a liberar sus manos. Se retorció hasta que sus muñecas se
sintieron en carne viva, pero las cuerdas no cedieron. Isabelle pateó sus
piernas con frustración. ¡Esto no podía estar pasándole! Todo lo que quería
hacer era salir de la casa por un momento. Ni siquiera había trabajado el día
completo, sólo unas pocas horas en la tarde. Isabelle pensó que había sido
cuidadosa, pero aparentemente no había sido lo bastante cuidadosa.
Enrique iba a estar molesto con ella si hacía que la lastimaran por ser
tan tonta.
Dejó de retorcerse cuando olió el sabroso aroma de huevos y tocino
flotando por la habitación. Su estómago gruñó. No había comido desde el
almuerzo de ayer. Isabelle había planeado salir a cenar, pero, obviamente,
eso no iba a pasar.
Ahora estaba acostada muriéndose de hambre mientras ese aroma
divino llenaba sus pulmones. Lo que daría por un agradable desayuno.
Diablos, lo que daría por unas tostadas y huevos. Pero Isabelle estaba
bastante segura de que quien sea que estuviese preparando el desayuno no
iba a darle. Se iba a quedar aquí, oliendo el aroma, pero nunca probándolo.
Eso era una verdadera tortura.
Cuando oyó los pasos yendo en su dirección, Isabelle giró su cabeza
rápidamente y cerró sus ojos. No quería que quien sea que fuera la
encontrara despierta. Si fingía dormir, tal vez tendría tiempo para resolver
las cosas sin delatarse. Realmente ayudaría si supiera quien la tenía y por
qué se la había llevado, pero Isabelle estaba bastante segura de que no se
pararía sobre su cuerpo dormido confesando sus planes como un villano
malvado en una película.
¿No sería jodidamente agradable?
Oyó la puerta abrirse y el olor de la comida se volvió más fuerte, su
estómago gruñó una vez más, pero Isabelle no abrió sus ojos.
―Sé que estás despierta.
Isabelle maldijo mentalmente la percepción del hombre. Tenía que
terminar con un secuestrador inteligente. Sólo esperaba que no fuera tan
inteligente o estaría jodida. Con suerte este sería un lacayo y podría
33
patearle el culo y liberarse. Era una apuesta arriesgada, pero ahora mismo,
necesitaba tener esperanza.
―Abre tus ojos para que puedas comer.
―No necesito mis ojos para comer, tonto ―respondió con un
sarcasmo seco―. Pero necesito mis manos.
Oyó una risa profunda, pero no sonaba amigable.
―Buen intento, princesa. ―Algo se sacudió, como si el hombre
estuviera colocando la bandeja de comida en la mesa. Los platos
tintinearon mientras eran acomodados y la boca de Isabelle se hizo agua―.
Ahora, abre tus ojos.
Lentamente abrió sus ojos y casi inhaló bruscamente, pero logró
mantener su compostura antes de que su reacción la traicionara.
La noche anterior no tuvo tiempo para darle una buena mirada al
hombre. Pero ahora que estaba mirando directamente a su captor…
maldición. Era el secuestrador más guapo que había visto alguna vez. Se
veía muy poderoso, su pecho amplio y musculoso, llenaba la camisa de
botones de manera impresionante. ―Mis ojos están abiertos, imbécil.
¿Ahora qué?
Sólo porque era un hombre bien parecido con piel bronceada y labios
firmes y sensuales no quería decir que se convertiría en una mujer cursi y
rogaría por su libertad. Jódete. Prefería morirse de hambre que rogar por un
poco de comida, o su libertad. Se había criado con dos hermanos que le
enseñaron cómo pelear. Todo lo que tenía que hacer era encontrar la
manera de soltarse y entonces patearía su lamentable culo.
―Una cosita valiente, ¿no? ―preguntó el hombre y luego le dio una
amplia sonrisa traviesa mostrándole un conjunto de impresionantes dientes
blancos, pero Isabelle no era tonta. Podía ver en sus fríos ojos marrones que
era de todo menos encantador. El hombre escondía bien su inteligencia,
pero Isabelle podía verla en las profundidades de sus ojos―. Y a mí que
me habían dicho que eras la más gentil de las criaturas.
Isabelle permaneció en silencio. No iba a darle más munición.
Primero tenía que conocerlo. Sería bueno saber su nombre. Así sabría a
quién iba a matar… si es que podía arreglárselas para soltarse.
34
La miró por un largo rato, sus ojos marrón chocolate eran intensos, y
entonces agarró el plato del mueble, acercándoselo. ―Abre, princesa.
―No soy una maldita princesa. ―Bien, estar tranquila no estaba en
su genética, pero maldición, el irritante trato cariñoso la estaba fastidiando.
No era una princesa, había terminado la universidad y se había asegurado
un trabajo malditamente bueno. Se ganaba la vida y nadie se ocupaba de
ella. No quería que nadie la atendiera. Sus padres habían criado a una hija
independiente, podía meterse el princesa por su culo.
Cuando se le acercó, Isabelle le pateó, conectando su pie con su
ingle. Muy mal que estuviese descalza. Si hubiese estado usando zapatos,
Isabelle sabía que podría haber hecho más daño. El plato se deslizó de sus
manos, aplastándose en el piso mientras gruñía, agarró su cabello y tiró su
cabeza hacia atrás.
―¿Y qué esperabas lograr con ese pequeño truco? ―preguntó, su
mandíbula se tensó tanto que juró que podía oír sus dientes moliéndose.
Nunca antes le había temido a ningún hombre, pero la mirada de rabia y
amargura que ardía en sus ojos la hizo vacilar. Esos ojos oscuros se
arrastraron sobre ella, y luego su mirada se alzó hasta enfocarse en su
rostro. El hombre no estaba jugando.
Quería hacerle daño.
Podía verlo en sus ojos.
Hizo una mueca cuando su secuestrador la soltó, abandonando la
habitación, y la dejó mirando la puerta mientras la golpeaba tras él.
¿Quién diablos era este tipo?
Dejó caer su cabeza en la almohada, soltando una larga respiración
mientras se preguntaba si iba a salir de esta situación. ¿Cuáles eran sus
intenciones? ¿Iba a dejarla con vida o a matarla? No podía liberar sus
manos a menos que cambiara, y no podía cambiar debido al maldito
artefacto en su cuello. Era la única cosa que podía pensar que evitaría que
cambiara.
Isabelle estaba tan malditamente jodida que no era divertido.
Saberlo era inútil, Isabelle tiró de sus restricciones de nuevo, 35
gruñendo suavemente en su garganta cuando sus manos se quedaron atadas.
Tenía que haber una forma de salir de esto. Tenía que haber una forma de
liberarse y escapar de su captura.
Pero desde su punto de vista, no veía ninguna.
Las cuerdas eran gruesas. El hombre había hecho un trabajo muy
minucioso asegurándose de que estuviera totalmente impotente. La gran
pregunta era, ahora que estaba atada a la cama, ¿qué planeaba hacer este
hombre con ella?
Se quedó quieta cuando volvió a entrar al dormitorio, cargando una
escoba y un recogedor.
―¿No sientes ninguna culpa por secuestrar a alguien que ni siquiera
conoces? ¿No tienes nada de humanidad?
El tipo se giró lentamente hacia ella, dándole a Isabelle una mirada
mordaz con sus ojos oscuros. ―Mi padre me quitó la humanidad a golpes,
princesa.
Oh, Jesús. ¿Cómo diablos iba a trabajar con eso? Isabelle no sabía
nada sobre padres abusivos. Los suyos habían sido los mejores. Sus padres
fueron asesinados cuando sólo tenía nueve. Enrique y Bruno la habían
criado hasta la muerte de Bruno, y los extrañaba a los tres cada día. Pero
Isabelle no cambiaría su crianza por nada del mundo. Los recuerdos que
tenía de sus padres y hermano eran cariñosos, e Isabelle los apreciaba.
Sus ojos se arrastraron sobre su bien musculado cuerpo, percibiendo
en el proceso que lucía como si no tuviera un amigo en el mundo. ¿En
serio? ¿Estás sintiendo lastima de él? Isabelle le gruñó suavemente a su
maldito corazón.
Removió las cuerdas cuando se agachó para barrer el plato roto y la
comida poniéndolos en el recogedor. Isabelle estaba malditamente cerca de
llorar cuando una mano por fin se liberó. Miró al tipo, pero aún estaba
limpiando el desastre. Rápida y silenciosamente, Isabelle liberó la otra
mano.
Antes de que pudiera saltar y atacar, estaba de pie, mirándola con sus
ojos tan llenos de odio que vaciló por un segundo. Isabelle movió su pierna,
rodando de la cama rápidamente, aterrizando en el piso y maldiciendo
cuando su mano se deslizó por todo el desastre que quedaba en el suelo.
36
Isabelle se alejó, se puso de pie y corrió hacia la puerta. Gritó y
agarró su cabello cuando éste fue halado dolorosamente.
―No tan rápido, princesa.
Pateó hacia atrás, pero falló. Gritó y arañó sus manos cuando la
agarró por la cintura, acarreándola del pie. ¡Maldita sea! ―¡Déjame ir!
―gritó mientras se retorcía en sus brazos, pateando y arañándolo. Trató de
usar su codo en un movimiento hacia atrás, pero el tipo apretó su otro brazo
sobre ella.
―¡Bastardo!
―Ese soy yo ―respondió mientras caminaba de regreso a la cama.
No iba ser atada otra vez. Luchó para liberarse, pero el hombre era
demasiado malditamente fuerte. La dejó caer en la cama y le ató una mano
antes de que pudiera sentarse. Fue rápido. Usó su mano libre para darle un
puñetazo, pero fue más rápido, esquivando su puño y luego agarrándolo, lo
ató a la cama.
―¡Eres un jodido lunático!
―¡Y tú tienes una boquita muy sucia!
Lo miró con incredulidad. ―¿Me secuestras, me atas y me dices que
tengo una boca sucia? ¿Estás demente?
Podía ver las marcas de los arañazos provocados por sus uñas y
sonrió ante el daño que había causado. Quizá ganara este round, pero no iba
a alejarse sin ninguna marca.
Se inclinó más cerca, sus ojos se oscurecieron como una tormenta en
ciernes. ―No has visto la demencia todavía, princesa.
Tragó mientras terminaba de limpiar el desastre. Si no estuviera tan
asustada de ser encontrada y que probaran que no era humana, Isabelle
hubiese gritado por ayuda con toda la fuerza de sus pulmones. Pero no
estaba segura de qué era peor, quedarse quieta y rezar para que este hombre
no la matara, o pedir ayuda y que luego testearan su sangre, cuyo resultado
sería que la enviaran al centro de detención.
Sus opciones eran desoladoras, e Isabelle no estaba segura de cómo 37
iba a acabar esto.
Capítulo Cinco

―¿Ya estás lista para comportarte?


Isabelle mantuvo la cabeza apartada de la puerta, mirando a una
pared lejana. Había estado aquí acostada por horas y ahora que él estaba de
regreso se negaba a decirle nada. ¿Para qué? Tenía el presentimiento de que
sabía lo que iba a hacerle. Así que ¿por qué darle el gusto de una
conversación trivial? Si iba a matarla, necesitaba acabar de una vez.
No es que estuviese tratando de morir. Pero estar aquí acostada
pensando en cómo iba a matarla y qué arma usaría para acabar con su vida
era poco menos que una mierda mental.
―No sabes quién soy, ¿verdad? ―La pregunta estaba llena de
desprecio, como si estuviera resentido porque no lo supiera.
―Normalmente no salgo con psicópatas. Así que, no, no tengo ni
maldita idea. ―A pesar de que le respondió, un poco, todavía se negaba a
encontrarse con su mirada. Cuando, no si, la mataba, lo miraría a los ojos,
diciéndole que no temía a la muerte. Pero hasta entonces, podía besarle el
trasero.
Le habían enseñado que mirar a la gente a los ojos cuando te
hablaban era un signo de respeto. No iba a tener eso de su parte. No iba a
conseguir nada de ella. No iba a conseguir ningún tipo de reacción si podía
evitarlo.
Lo miró cuando le agarró la barbilla y la forzó a girar la cabeza.
―Soy el hombre que tu precioso hermano abandonó para que se pudriera
en una apestosa celda de los hombres hiena.
―Mentiroso. ―Isabelle no iba a creer que Enrique haría algo así. Su
hermano era justo y honorable. Eso era lo que lo hacía un alfa tan
poderoso. No dejaría a un hombre detrás. No estaba en su genética.
―Cree lo que quieras, pero las pruebas no mienten. ―El hombre se
giró, dándole la espalda a Isabelle mientras levantaba su camisa y le
mostraba a Isabelle una cicatriz que parecía curada, pero aún fresca. El 38
parche de piel estaba brillante, tenía cerca de cinco centímetros de
diámetro―. La carne no está completamente curada. Ahí fue donde el
guardia cortó la primera muestra con una cuchilla de plata, había planeado
redecorar mi espalda justo cuando lo llamaron para que se fuera.
Volvió a meter su camisa en la pretina de sus vaqueros y luego se
giró, su expresión neutral, como si nunca le hubiese mostrado a Isabelle un
pedazo del horror que había vivido.
Pero todavía no creía que su hermano hubiese abandonado a
propósito a este hombre para que muriera. ―¿Qué le hiciste a Enrique?
―¡Nada! ―gruñó―. Mi segundo al mando pidió su ayuda, y él me
dio la espalda. Antes de eso, sólo había oído de tu hermano. Nuestros
caminos nunca se habían cruzado.
Isabelle recordó haber oído a su hermano hablar de que al rey rata
estaba siendo retenido por hienas. Había planeado ir a salvar a... ¿cuál era
su nombre? Edward. Edward Costello. Oh, diablos. Este era el hombre con
el que su familia tenía una deuda. Bueno, no personalmente, sino con su
familia. Mierda. ―Enrique está huyendo por su vida. La policía lo inculpó
en cuatro asesinatos que no cometió. No hay forma de que te ayudara
cuando cada maldito policía está dándole caza.
Con deuda o sin deuda, todavía iba a hacer que le entregaran su culo
por secuestrarla.
―¿Ahora quién es la mentirosa? ―Controló sus palabras, tan
malditamente controladas―. No pueden acusarlo sin pruebas. Intenta de
nuevo, princesa.
Isabelle quería gritar de frustración. Aparentemente, este hombre
había estado fuera de circuito porque no tenía ni puta idea de lo que estaba
sucediendo. ―Están acusando a Dorian de los crímenes. También están
acusando a mi hermano. Enrique y Dorian están huyendo por sus vidas. El
gobierno incluso creó un Escuadrón de la Muerte para rastrearlos y
matarlos.
―¿Sabes qué tan tonto suena eso? ―preguntó Edward mientras
cruzaba sus bien definidos brazos sobre su pecho―. Eso no tiene sentido.
¿Por qué el gobierno los querría muertos? ¿Tu hermano está tan
ensimismado que se cree tan importante? 39
―Eres un jodido idiota. ―Isabelle se dio la vuelta. No podía creer
que hubiese pensado que era inteligente. Todavía pensaba que era atractivo,
pero de nuevo, había sido noqueada. Algo se debió haber aflojado en su
cerebro.
―Y tú eres una linda y pequeña mentirosa. ―El borde de su voz era
letal.
―La adulación no te llevará a ninguna parte.
Edward apretó su barbilla, con fuerza. ―No te engañes, princesa.
Adular no es mi meta final. Matarte para herir a Enrique es para lo que te
estoy guardando. Voy a hacer que se arrepienta del día en el que me
abandonó.
Isabelle le escupió en la cara, enfurecida de que este hombre tratara
de lastimar a su hermano tan profundamente. Enrique ya había pasado
suficiente, todavía estaba pasando por mucho para que Edward le agregara
su dolor.
Con su hombro, Edward se secó el escupitajo de su cara, una sonrisa
fría se formó en su rostro. ―Estás haciendo esto demasiado fácil para mí.
―¡Vete al infierno, rey rata!
―Ya he estado ahí, princesa. He sido alimentado con cucharadas de
mentiras y abuso. Mi propia madre me entregó a sus amantes para que me
rompieran. Confía en mí, el infierno estaba en algún lugar dónde fui criado.
¿Qué quería decir con que su madre lo había entregado? ¿Qué le
había pasado exactamente a este hombre? ¿Realmente le importaba? Estaba
hablando de matarla. Diablos no, no le importaba.
―Vaya, si eres una ratita graciosa con salsa doble de psicópata.
Las profundidades de los ojos de Edward brillaron, como si la
encontrara muy ingeniosa, y luego apartó la mirada rápidamente. El
hombre no quería que viera eso. Por el firme ajuste de su mandíbula, y el
aroma de aversión proviniendo de él, Edward odiaba el hecho de que
hubiese visto el brillo de deleite en sus ojos.
Isabelle apartó la mirada. No había forma de que sintiera lástima por 40
él. No estaba experimentando el Síndrome de Estocolmo. El hombre la
había secuestrado, noqueado, atado, puesto un collar, y le había dicho que
iba a matarla. Iba a usar su muerte para herir al único hombre al que había
amado con todo su corazón.
Su hermano.
No, no iba a sentir lástima por él. Le hacían falta sus medicamentos,
y a Isabelle Marcelo no le iban los hombres locos.

El poder de su encanto hizo que Edward se tambaleara. No lo había


esperado. Estaba preparado para odio, ruegos, amenazas e incluso quizá un
intento de usar su cuerpo para persuadirlo. Pero su encanto no era algo que
hubiese visto venir. Maldito sea si sus respuestas ingeniosas y hoscas no lo
hacían querer reír.
Nunca había encontrado a nadie como ella.
No importaba. No era conquistado fácilmente por las mujeres.
Mentían. Todas mentían y usaban su encanto femenino para conseguir lo
que querían, sin importar a quien lastimaban en el proceso.
Se levantó de la cama, caminando hacia la puerta y dejando a
Isabelle atada e indefensa. Mientras entraba en la cocina, Edward se
recordó por qué estaba haciendo esto, por qué tenía que morir.
No podía permitir que Enrique se fuera con lo que había hecho, y qué
mejor manera de hacerlo sufrir que perder a otro miembro de su familia.
No la iba a encontrar fascinante, y no iba a llegar a conocerla mejor.
Todas las mujeres mentían.
Era un hecho que había aprendido cuando su madre le prometió
seguridad, que estaría a salvo del cruel mundo, y lo entregó a sus amantes
para que aprendiera de qué se trataba el sexo en realidad.
Ahora Edward sabía que no era sólo un acto. Que no sólo era una
forma de saciar una necesidad. Había pensado eso desde hacía mucho
tiempo. Demonios, lo había pensado justo esta mañana.
Pero mientras los viejos recuerdos salían a la superficie, y era dejado
expuesto y solo en esta cocina desconocida, sabía que todo era mentira. 41
Sabía para qué era. Una forma enferma y depravada que los abusadores
encontraron para abusar de los niños inocentes como Edward.
Edward nunca había imaginado qué ganaba su madre entregando a su
hijo a un pedófilo. Lo que había ganado por oír sus gritos… no, no iba a
adentrarse en eso. No iba a ser una víctima de nuevo.
La mujer no era la única que mentía, sino que lo hacía cada maldita
persona en este planeta. Edward ni siquiera confiaba por completo en León,
su segundo. No confiaba en nadie y no creía en nada. Agarró la sartén del
horno, Edward la golpeó contra la encimera, sintiendo que la ira y la
traición que había tratado de olvidar con todas sus fuerza salía a la
superficie.
―¡Sal de mi jodida cabeza! ―Los recuerdos eran como un
bombardeo de tsunamis, estrellándose uno tras otro en su mente hasta que
se desplomó en el suelo, enroscándose en una bola, y jadeando por respirar.
Su cuerpo le dolía, su corazón estaba herido, y su alma gritaba por
venganza. Tenía frío, tanto maldito frío y estaba cansado de sentir como si
viviera en el interior de una tormenta de nieve. Quería sentir la calidez.
Quería sentir el sol en su rostro y sonreír.
Edward quería matar a aquellos que lo habían traicionado, no sólo a
Enrique, sino a Gibbs y a la que lo había atraído con una bonita sonrisa.
Pero en un nivel más profundo, Edward sólo quería que el dolor se
detuviera. Estaba cansado de esta mierda, cansado de no confiar en nadie, y
cansado de estar cansado. No iba a echarse aquí y preguntarse por qué no
se le podía haber dado una vida diferente. Había dejado de sentir lástima de
sí mismo hace mucho tiempo.
Ahora todo lo que quería era paz y soledad lejos de toda la locura.
Pero la mayoría de esta locura todavía vivía en un lugar oscuro de su
memoria. Lo que más le asustaba era que estaba empezando a ver la luz, Y
Edward no podía permitir eso.
Poniéndose de pie, Edward reunió su compostura. Una diminuta
respuesta ingeniosa proveniente de una mujer, y se derrumbaba como un
hombre recibiendo el impacto de las drogas por primera vez. Aborrecía su
reacción y le aterraba al mismo tiempo. Isabelle estaba haciéndolo
cuestionarse su visión de las mujeres, de la gente en general, y se negaba a 42
permitir que le hiciese repensarse cualquier cosa. Su madre había sido
horrible y su padre una pesadilla. Todas las mujeres mentían y no podía
confiar en nadie.
Esa era la manera en la que siempre había sido, y no iba a cambiar su
punto de vista por ella.
Con fuerza de voluntad y determinación, Edward forzó el retroceso
de sus recuerdos en el despiadado agujero negro en el cual dormitaban y
empezó a hacer la cena. Puso la comida en un plato y luego tomó una
respiración profunda y purificadora, volviendo a la habitación de Isabelle.
Se negó a mirarla, pero se sentó a un lado de la cama. Quizá había
planeado matarla, pero no iba a ser de hambre.
¿Eso no era ir en dirección contraria?
―Come.
Isabelle mantuvo su cabeza girada.
Edward bajó el plato y giró su barbilla, empujando un pedazo de
pollo horneado en sus labios.
―Puedo comer yo so…
Edward tomó la oportunidad y metió la comida en su boca. Isabelle
lo miró, pero masticó. Si no estuviera amarrada las cosas serían mucho más
fáciles, pero no estaba de humor para que le rasguñaran la cara de nuevo, y
podía ver esa promesa en sus ojos.
Prometían un dolor incalculable si conseguía soltarse de nuevo. Sus
malditos brazos ya lucían como si hubiese tenido una guerra con una gata y
perdido.
Mientras se sentaba ahí tratando de alimentar a Isabelle, esta luchaba
a cada paso del camino, Edward se sentía total y absolutamente ridículo por
permitir que su pasado alzara su fea cabeza. Y pasaba muy, muy raramente,
y ahora era el momento más inoportuno. No era esclavo de su pasado, y no
iba a permitir que lo guiara o lo influenciara.
Su mano se detuvo cuando notó un rubor en el rostro de Isabelle.
―Tengo que usar el baño. 43
Eso, era algo en lo que no había pensado.
Con todo su meticuloso plan, ese era el único detalle que había
pasado por alto. Pero no iba a mostrarle cuan incomodo le hacía sentir. La
alcanzó, desató sus manos y la sometió, esperando el movimiento.
―¿Realmente tienes que ir o era una mentira? ―No dejaría pasar
sus mentiras. Ya se había soltado una vez y Edward tuvo que restringirla
con el fin de atarla de nuevo. Si no fuera por su rapidez de pensamiento e
increíble velocidad y fuerza, se hubiese ido. Era rápida, pero
afortunadamente, él era más rápido.
―De verdad tengo que ir, pero no puedes culparme por intentarlo de
nuevo ―dijo una vez que su cabeza giró para enfrentarlo. Edward se retiró,
dándose cuenta de que había puesto todo su peso en ella.
Fue lanzado en un bucle por su honestidad.
Edward no lo había esperado.
Había esperado que mintiera, que tratara de usar su encanto, pero
estaba ahí acostada dándole un pequeño gruñido mientras la retenía.
Rápidamente Edward ató sus manos detrás de su espalda y luego tiró
para ponerla de pie.
―¿En serio? ―Trató de girarse, pero las manos de Edward en las
suyas detuvieron a Isabelle―. ¿Qué vas a hacer? ¿Ayudarme a encargarme
de mi asunto?
Sí, en realidad no sabía cómo responderle, pero sabía que si desataba
sus manos, sería como desencadenar un huracán categoría cinco. Estaría
sobre él en segundos como antes. En vez de darle una respuesta, marchó
con ella hacia el baño.
Girando a su alrededor para que enfrentara la puerta, y no pudiera
ver su rostro, Edward apartó la mirada mientras le bajaba los pantalones.
Joder si esto no era embarazoso.
―El único día que no uso falda para ir a trabajar ―gruñó.
La sentó, haciendo su mejor esfuerzo para no mirarla. Una vez que
supo que había terminado, Edward se quedó allí desorientado.
44
Ninguno dijo nada.
Edward ni siquiera respiró.
Había pasado por mucho en su vida, había experimentado más de lo
que nadie podía imaginar.
Pero maldita sea si este no era el momento más embarazoso que
podía recordar.

45
Capítulo Seis
―¡Edward!
Aunque fuera la última cosa que hiciera, Isabelle iba a sacarle la
mierda a Edward por la escena del baño. Había sido un modesto caballero
bajo esas circunstancias, pero… espera, ¿realmente acababa de pensar eso?
Oyó que algo se cayó. Sonó como metal, y entonces apareció en la
puerta, sus ojos saltaron por la habitación, tal vez buscando un intruso. Sus
oscuros ojos marrones se posaron en ella con su expresión confusa.
¡Quería tirar de su maldito cabello por la frustración, pero no podía
porque otra vez estaba atada a la cama! El hombre la miró perplejo. Por un
instante lucía como si fuera a hacer realidad su promesa de matarla. Sus
ojos se volvieron intensos, sus facciones se oscurecieron mientras la miraba
fijamente.
Y al minuto siguiente estaba escondiendo su expresión, porqué ésta
se había vuelto suave, casi arrepentida, compungida.
―¿Qué está mal?
Un secuestrador no preguntaría eso. Un secuestrador querría saber
por qué estaba haciendo tanto alboroto. Pero de nuevo, ¿sabía cómo
pensaba un secuestrador?
No realmente.
En su libro él estaba para ingresar en un manicomio. Era como si no
pudiera decidir qué hacer con ella. El comportamiento indeciso la estaba
volviendo loca. Por supuesto, votaba por que la liberara. Ser asesinada no
sería algo bueno. Pero la espera era agonizante. Era una tortura sin él
realmente torturándola.
―Tengo sed. Me duele la garganta. ―Usó la voz más gentil y
femenina que pudo lograr, como una belleza sureña a punto de desmayarse.
Le repugnaba actuar de esa manera. Era una mujer fuerte y vibrante
que podía cuidarse sola. Pero cualquier cosa funcionaba.
46
Sus ojos se entrecerraron, pero le dio un asentimiento.
Bien, esa no había sido la reacción que había estado buscando. Casi
parecía como si su impotencia le disgustara.
¿Ahora qué?
Tenía que averiguar su debilidad, qué lo motivaba. Y con suerte, no
descubriría que su debilidad era una maldita bomba. Estaba lo
suficientemente loco como para que fuera eso. Incluso si tenía una maldita
debilidad, aún tenía que averiguar cuál era. Ojalá no anhelara sacarles el
corazón a sus víctimas.
Para ser honesta, Isabelle estaba un poco asustada. ¿Quién no lo
estaría? El hombre la había secuestrado, la estaba manteniendo como
rehén, y actuaba como si tuviera múltiples personalidades. Estaba
esperando a que empezara a frotar sus manos maniáticamente mientras reía
y le decía… espera, ya le había dicho sus planes.
Aun así era jodidamente aterrador.
Edward volvió a la habitación con un vaso de agua en su mano.
Isabelle notó que tenía su otra mano escondida a un lado y vio el brillo de
un cuchillo que trataba de esconder.
Eso era todo.
Iba a matarla.
A pesar de que no quería morir, había pensado que sería un poco más
creativo que usar sólo un cuchillo. Pero no iba a quedarse aquí acostada y
criticar su elección de arma.
Había crecido con dos hermanos. Le habían enseñado cómo pelear.
Pero era malditamente duro poner sus lecciones en práctica cuando no
podía mover sus brazos. Incluso si se las arreglaba para golpearlo con sus
piernas, todavía estaría pegada a la cama.
Qué mal que no lo hubiese lastimado más cuando le pateó las bolas o
cuando se soltó y lo arañó hasta la muerte. Isabelle se gruñó a sí misma.
Enrique sólo le sacudiría la cabeza si supiera que se había soltado y sólo
había usado sus uñas. Tal vez se encargaría de ella por esa cagada.
Con la velocidad de su ADN cambiante, Isabelle levantó sus piernas, 47
retorciendo su cuerpo, y agarró a Edward al estilo tijera, atrayéndolo a la
cama. Sus piernas sostuvieron su cuerpo con fuerza, haciendo su mejor
esfuerzo para exprimirle la vida.
Enrique le había enseñado ese movimiento.
Pero al parecer Edward estaba tan determinado a mantenerse vivo
como ella. Le agarró sus tobillos, retorciéndoselos brutalmente, y se liberó.
Pero no se fue del dormitorio. Se arrastró sobre la cama, la ira ardía en su
rostro mientras se cernía sobre ella.
Era una posición muy comprometedora, e Isabelle deseaba haberlo
matado en vez de que escapara.
―¿Por qué hiciste eso?
Le dio una mirada que decía que estaba chiflado. ―Quieres
matarme. ¿Por qué no lo haría? Y para que conste, un cuchillo no va
contigo.
Bueno, necesitaba trabajar en mantener su boca cerrada cuando se
enfrentaba a un asesino. Pero demonios, no iba a quedarse aquí acostada y
soportar esto, y maldito sea todo si iba a rogar. Isabelle Marcelo prefería
morir luchando que llorar por clemencia.
Aunque no era buena con los juegos mentales. No le gustaban los
juegos mentales, pero las reglas en su vida habían cambiado cuando el rey
rata la secuestró.
Bajó la mirada a su mano, como si se hubiera olvidado del cuchillo.
Pero ella no.
No lo entendía. A la mayoría de los secuestradores no les importaba
ni un culo de rata, sin juego de palabras, como trataban a sus víctimas.
Definitivamente no habrían sido delicados cuando le permitieran usar el
baño.
Pensó que iba meter una cuña bajo ella y decirle que la usara. Casi
era como si hubiese hablado de esto consigo mismo, y ahora estuviera
tratando de convencerse de que lo que hacía era lo correcto.
Como si en realidad no quisiera hacerlo.
48
―Estaba cortando. ―La excusa era vaga, vacía de emoción, como si
no hubiera esperado tener que explicar por qué lo hacía.
―¿A otra víctima? ―preguntó sarcásticamente, rezando para no
tener razón.
Una lenta sonrisa se formó en su llamativo rostro, tornando sus ojos
incluso más oscuros que antes, si eso era posible. Si el hombre no hubiera
estado loco, podría haberse sentido atraída por él. Definitivamente era su
tipo. Lástima que su personalidad tuviese una parte psicópata. ―No te
gustaría saber.
―En realidad no. Pero ya que no huelo sangre, supongo que no
tienes una mente tan retorcida como había pensado.
Edward se inclinó más cerca, tan cerca que podía sentir las pequeñas
bocanadas de aliento en su mejilla y oler la esencia que sólo el hombre más
viril poseía. Normalmente, Isabelle amaría ese olor, pero no ahora. Después
de todo, un chiflado era quien la usaba.
―Entonces asumes mal, princesa.
Esa no era una declaración confortante. Lo decía en serio. Realmente
lo decía en serio. Por fin se dio cuenta de que no estaba tratando con un
hombre en sus límites, sino con un criminal certificado en carne y hueso.
Lamió sus secos labios, sin apartar la mirada de esos profundos y
penetrantes ojos marrones. ―¿Entonces puedo hacerte una pregunta?
Pareció sorprendido por su petición, pero ocultó su sorpresa
rápidamente. ―Depende de lo que quieras saber.
Dios, ¿en serio iba a preguntarlo? ¿De verdad iba a enviarlo al borde
de la locura? Sabía que no iba a salir de esto viva, así que ¿por qué no
preguntar? ―¿Quién te jodió tanto la mente para que estés dispuesto a
matar a alguien que nunca te ha hecho nada?
Se preparó, esperando a que cayera, esperando no sólo que la
golpeara, sino que le apuñalara el corazón.
Pero sólo sacudió su cabeza, una triste sonrisa cruzó sus labios antes
de levantarse. Caminó hacia la puerta, pero se giró antes de salir. ―Mami
querida, princesa. Tuvo la amabilidad de mostrarme los horrores del
mundo, y luego papá lo respaldó con palizas que debieron haberme matado.
Quedó ahí acostada e impactada. No sólo le respondió, sino que la 49
mirada en sus ojos era tan desgarradoramente miserable que todo lo que
pudo hacer fue asentir. No se quedó ahí para ver el asentimiento, pero fue
un reflejo automático.
No iba a salir de esta con vida.

Edward se paseó por la cocina, preguntándose por qué le había


contado su pasado a Isabelle. Nunca se lo había dicho a nadie. Que alguien
supiera lo crueles y sádicos que fueron sus padres le hacía sentir vulnerable
y furioso. Normalmente mantenía su vida personal muy personal. Si
alguien sabía algo de su pasado, podría usarlo contra él. Lo sabía.
Demonios, lo había hecho para derrocar al último rey. Sin embargo, tan
pronto como abrió su boca, Edward abrió la suya.
Uno de esos días iba a aprender a dejar sola a una cara bonita.
Siempre podía decirle que mintió, pero sabía que era más lista de lo que
había pensado al principio. Una cara bonita e inteligente. Los dioses quizá
estaban conspirando en su contra.
Su teléfono vibró en la encimera, traqueteando mientras Edward
cruzaba la habitación y lo cogía. Vio que Leon estaba tratando de llamarlo.
Su segundo no tenía idea de lo que estaba haciendo Edward, y planeaba
mantenerlo de esa manera. Aunque lideraba su propia manada, no eran tan
cercanos y amigables como la manada de Enrique.
Edward no era un rey amigable.
Leon tenía la tendencia de intentar hacer las cosas correctas. Vivía su
vida con un extraño libro de reglas que no encajaba en los planes de
Edward en este momento.
Edward era el director de IT2 de una prominente compañía de
software. Era bien educado. Se había asegurado de salir de los barrios bajos
y mejorar su vida, pero parecía que su pasado había vuelto a perseguirlo
con toda su fuerza. Ya era bastante malo que su madre y padre estuvieran
muertos.
Qué no daría por tener una ronda con ellos en este momento.
―Leon ―respondió Edward el teléfono abordando a su segundo. 50
2
Information Technology: tecnología de la información.
―Gracias a Dios. He tratado de contactarte desde que me llamaste
para decirme que escapaste. Es sobre Phillip.
Edward paró de pasearse. Phillip era su primo. El hombre apenas
tenía veinte, pero era un buen chico. Sus padres no le habían jodido la
cabeza como habían hecho con la de Edward. En realidad Phillip admiraba
a Edward, quería guiar al hombre joven sobre qué hacer en la vida. Si
hubiera alguien en quien Edward hubiese confiado, habría sido Phillip.
Había tomado a su primo bajo su ala, le dio algunos consejos, pero
aun así mantuvo la distancia. Probablemente, Phillip era la única persona a
la que le permitiría llegar remotamente cerca de él. Pero su primo todavía
no tenía idea de qué había detrás de las puertas cerradas.
Y Edward planeaba mantenerlo de esa forma.
―¿Qué pasa con él? ―preguntó con precaución.
―Ha sido llevado al centro de detención.
Edward estaba confundido. ―¿Qué demonios es un centro de
detención?
―El que Washington ha puesto en marcha para los cambia formas
que capturan. Sé que has estado fuera de circuito por culpa de los hombres
hiena. No tienes idea de lo mal que se han puesto las cosas.
Edward se paró en la cocina de la casa que había rentando,
escuchando a Leon decirle algo sobre algún tipo de Escuadrón de la Muerte
y como Enrique estaba en la parte superior de la lista de los más buscados y
cómo los no humanos ahora estaban en algún tipo de lista de exterminio.
Además, Leon le contó cómo diez humanos habían sido asesinados en
algún tipo de masacre y culpaban a los cambia formas. Incluso hubo una
bomba en Georgia en alguna universidad donde murieron veinticinco
estudiantes y dos profesores.
Edward no podía creer lo que estaba oyendo. ¿No había dicho
Isabelle algo parecido sobre que el gobierno formó un Escuadrón de la
Muerte y cómo Enrique había sido culpado por cuatro asesinatos? No había
dicho nada sobre una lista de exterminio, masacre o bomba.
No podía creerlo. 51
No lo creería.
Simplemente no parecía posible.
Los humanos tuvieron un tiempo difícil tratando de decidir cómo
sentirse acerca de la existencia de los no humanos, pero colocar una lista de
exterminio a apropósito era algo absurdo. Leon tenía que estar equivocado.
Tenía que haber mezclado los hechos. Isabelle tenía que estar equivocada.
Edward estaba dispuesto a creer que Enrique estaba huyendo, pero
no estaba dispuesto a creer que era por algún tipo de conspiración y que el
gobierno estaba detrás de todo esto.
Necesitaba llamar a Phillip.
―Te llamo luego. ―Colgó antes de que Leon tuviese la oportunidad
de decir otra palabra.
Antes de marcarle a su primo, Edward sólo se paró ahí por un
momento, tratando de imaginar por qué todos estaban tratando de
convencerlo de que el mundo se iba al garete. No lo entendía. ¿Cuál era el
punto? Se consideraba un hombre bastante inteligente y se había levantado
sobre sus penurias y abusos para convertirse en un miembro activo de la
sociedad.
O tan cerca de un miembro activo de la sociedad como podía llegar a
ser.
Pero esto era una locura.
Marcó al móvil de Phillip, pero la llamada fue directa al buzón de
voz, así que llamó a su tía Jessica.
―Hola, Jess ―dijo Edward―. ¿Phillip está ahí?
Oyó un sollozo al otro lado de la línea, y luego estuvo en silencio por
un momento. Edward presionó su oído al teléfono, su corazón palpitando
fuerte en su pecho.
―No, Edward. Phillip fue descubierto como cambia formas y se lo
llevaron al centro de detención.
¡No puede ser verdad!
No, tenía que ser un error. Antes de poder hacer otra pregunta, tía 52
Jessica colgó el teléfono, lo cual era un comportamiento muy extraño.
Generalmente era demasiado habladora para el gusto de Edward, y en
realidad no le agradaba. En realidad odiaba a la mujer porque sabía lo que
su hermano le había estado haciendo a Edward cuando era niño y nunca dio
un paso para salvarlo, ni una vez.
Pero Phillip era un buen chico, ingenuo y a veces un poco demasiado
pegajoso, pero un buen chico. La parte triste era que Edward ni siquiera
confiaba en Phillip.
No confiaba en nadie.
Nada de esto parecía real. Se sentía como si se hubiera ido por tres
semanas y de repente todas las reglas del universo habían cambiado. Pasó
una mano sobre su boca mientras miraba su teléfono.
Edward se sentó en el piso, presionando su espalda contra la
encimera y se quedó mirando la alacena por lo que parecieron años. Estaba
consiguiendo fragmentos de la gente que le decía lo que estaba pasando,
pero ya que no confiaba en nadie, iba a tener que descubrir si el mundo de
verdad se había vuelto loco.

53
Capítulo Siete
Nate se sentó en la oscura cocina, esperando pacientemente y sin
hacer ruido. Había recibido reportes desde la manada de que Omar había
estado preguntando mucho por la ubicación de Rick y Dorian.
Incluso, un miembro de la manada le dijo a Nate que Omar la había
agarrado, casi sacudiéndola tratando de descubrir donde estaba su alfa.
Como ejecutor jefe, era el trabajo de Nate descubrir qué estaba
pasando exactamente. Sabía que últimamente Omar no había sido él
mismo, pero este era un comportamiento muy extraño para un académico.
Normalmente el hombre lobo o tenía su culo metido en los estudios, o
asistía a funciones sociales que eran tan aburridas que Nate prefería mascar
cristales antes que asistir.
Incluso le habían dicho que habían visto a Omar en un bar hablado
con un detective humano. Los dos lucían como si estuvieran discutiendo, y
luego el detective se fue.
Ya que Rick fue acusado de matar a un detective, Nate iba a llegar
hasta el fondo de las cosas con Omar incluso si tenía que lastimar al
hombre para conseguir la información que necesitaba. Nadie iba a
traicionar a Rick y vivir para contarlo. Su alfa era un buen hombre y trataba
de dirigir una rebelión contra aquellos que querían muerto a cada maldito
no humano. Era una carga que Rick no había pedido.
Darle algo menos que su completo apoyo sería como darle la
espalda a la sociedad cambiante.
Era algo que Nate no iba aguantar.
Oyó el tintineo de las llaves, y luego la puerta fue desbloqueada.
Nate sacó el arma de la pistolera que había empezado a llevar en su hombro
y la dejó en la mesa frente a él. Quería que Omar supiera de qué trataba
este asunto.
Si el cambia formas los había traicionado, no estaba seguro de que el
hombre viviría lo suficiente como para que Rick decidiera el destino del 54
lobo.
Las luces de la cocina se encendieron, y a Omar le tomó un segundo
girarse. Pero una vez lo hizo, jadeó y la bolsa de comestibles en sus manos
se deslizó, cayendo al piso mientras Omar miraba la pistola en la mesa.
―¿Qué está pasando, Nate? ―preguntó nerviosamente mientras sus
manos revolotearon hasta su garganta.
―Toma asiento, Omar. ―Nate usó su pie para echar para atrás la
silla frente a él―. Tenemos que hablar.
Las manos de Omar continuaron revoloteando en su garganta
mientras caminaba lentamente hacia donde estaba Nate, tomando asiento.
Sus pálidos ojos azules nunca abandonaron el revolver.
―¿Q-qué quieres saber?
Nate mantuvo su posición casual, reclinado, sus piernas extendidas
frente a él, pero sus manos danzaron hacia la pistola en la mesa. ―¿Quién
es el detective con el que te reuniste en la Cronie’s Tavern?
Los ojos de Omar se ampliaron mientras se deslizaban desde la
pistola al rostro de Nate. ―¿Cómo?
El índice de Nate acarició el largo de la pistola, sus ojos fijos en
Omar, manteniendo su expresión muy bien oculta. ―¿Así que es verdad,
entonces? ¿Vendiste a tu manada? ―Se sentó, inclinándose hacia el
pequeño cuerpo de Omar―. ¿Vendiste a tu alfa?
Los ojos azul claro se volvieron salvajes mientras Omar empezaba a
sacudir su cabeza. ―¡No, eso no es lo que pasó!
―Te escucho.
Omar tomó un aliento tembloroso y luego puso sus manos en su
regazo, mirando hacia el suelo mientras hablaba. ―Un detective se acercó
a mí, no al revés. No iba a darle ni la hora. Primero, no salgo con humanos,
no tengo nada personal contra ellos. Y tampoco quiero nada con policías
después de lo que le pasó a nuestro alfa.
―¿Entonces sólo te reuniste con él por una cerveza? Que gracioso,
recuerdo que dijiste en más de una ocasión que la cerveza era para los
menos educados. Por cierto, a mí me gusta la cerveza. 55
Omar tragó con fuerza. ―A veces abro la boca antes de pensar. Soy
socialmente torpe y me pongo extremadamente nervioso en público, pero
sobre todo en las funciones.
Se estaban desviando del tema. Omar acudía a demasiadas fiestas
para que Nate le creyera. ―¿Entonces qué pasó con el detective?
Un rubor furioso empezó a llenar el rostro de Omar mientras
empuñaba sus manos en su regazo. ―El detective me dijo que sabía
quiénes eran los cambia formas en Shelton. Empezó a nombrar a gente
como a Olivia y Graham, Selene e Isabelle. Incluso fue tan lejos como para
nombrar a Sasha y a otros cambia formas que no eran hombres lobo. Entré
en pánico. No sabía qué hacer.
Escuchar los nombres de Selene y Sasha hizo que Nate escuchara
con más atención. Había trabajado con Selene durante algunos años, y
estaba loco por ella. Nate aún estaba tratando de averiguar qué sentía por el
leopardo alfa, Sasha, pero se convertía en un manojo de nervios cuando el
hombre estaba cerca.
―¿Entonces qué hiciste? ―Si hizo algo para traicionar a los cambia
formas, especialmente a Selene y Sasha, iba a poner una bala entre sus ojos
justo aquí y ahora.
Nate quedó jodidamente confuso cuando una solitaria lágrima se
deslizó por el rostro de Omar. ¿Omar estaba arrepentido por entregar a los
cambia formas de Shelton a ese detective, o había hecho algo incluso más
atroz?
―Quería sexo, así que dormí con él para mantenerlo callado
―susurró Omar―. Siguió prometiéndome que me daría la lista de los
cambia formas que él sospechaba que vivían aquí, pero siguió guardándola,
exigiendo que yo… ―Omar apartó la mirada, secando la lágrima de su
rostro, y luego tomó una profunda respiración―. Me reuní con él en ese
bar para ver si por fin podía conseguir el sobre. Pero me engañó. Me dijo
que si no le daba la ubicación de Rick y Dorian esa lista se haría pública.
Nate no había esperado esto.
Todo podía ser un montón de mierda, pero Omar, también podía
estar diciendo la verdad. No olió la mentira saliendo del hombre lobo, pero 56
eso no quería decir que todo lo que había dicho fuera el trato real.
―Dame el nombre del detective.
La cabeza de color rubio oscuro de Omar se levantó de golpe, sus
pálidos ojos azules llenos de miedo. ―No puedes ir tras él, Nate. Te estás
metiendo en un trabajo desagradable. Si te envían al centro de detención,
¿quién ayudará a la manada?
Nate guardó su pistola. ―Deja que yo me preocupe por eso. Quiero
que te quedes con George hasta que Rick decida tu destino―. Esperaba que
Omar protestara. Pero los hombros del hombre se desplomaron mientras
asentía.
―Entiendo.
Nate quería tranquilizar al hombre lobo, pero se sentiría
malditamente tonto si Omar estaba mintiendo. Necesitaba llegar al fondo
de esto antes de saber si Omar estaba siendo honesto o no.
No creía que el hombre mintiera, pero no estaba dispuesto a
arriesgarse.
Y si no estaba mintiendo, Nate iba a asegurarse de que el detective
pagara por lo que le había hecho a Omar. El hombre lobo más pequeño
había pensado que estaba protegiendo a la manada y cedió a las demandas
del humano, pero a sus ojos, no era más que una violación.
Si el hombre lobo no estaba diciendo la verdad, Nate iba a usar a
Omar como ejemplo para todos los cambia formas sobre lo que sucedía
cuando la manada era traicionada.
Era la vida de un asesino, pero hace muchos años que Nate había
llegado a un acuerdo con quién y qué era, y ahora, bueno, ahora estaba bien
consigo mismo. Quizá no vivía en el lado correcto de la ley, pero nunca se
arrepentiría de hacer las cosas que había hecho para proteger a su manada.
Nate se levantó. ―Tienes una hora para empacar lo que quieras
llevarte y llegar a la casa de George. Confía en mí, si no estás ahí en el
tiempo asignado, sólo te diré que no querrás que vaya a cazarte.
―Estaré ahí ―dijo Omar en voz bajita.
―¿Su nombre? 57
Omar saltó y luego se giró lentamente, colocando sus manos en el
respaldo de la silla, con la preocupación en sus ojos. ―Detective Carleton
Dayton.
Nate abandonó el apartamento y caminó en el aire nocturno. Tenía
que rastrear al Detective Carleton Dayton. El hombre no iba a usar su
información para una mierda. Nate iba a asegurarse de eso. Pero tenía que
hacerlo de una forma en la que el rastro no llevara hacia los cambia formas.
Se tensó cuando vislumbró a Sasha al otro lado de la calle, saliendo
de su coche. Maldición, el hombre era sexo en dos piernas.
―Nate ―dijo Sasha cuando vio a Nate ahí parado comiéndose al
hombre con los ojos. Una maliciosa sonrisa jugó en los bonitos labios de
Sasha mientras cruzaba la calle―. ¿Qué estás haciendo en este lado de la
ciudad?
Tuvo que curvar sus dedos y suprimir la urgencia de estirarse y pasar
sus manos a través de las largas hebras rubias. Lucían sedosas y suaves
bajo las luces de la calle.
―Me encargo de algunos asuntos ―respondió, agradecido de que su
voz no lo traicionara con la lujuria atravesando su cuerpo en ese momento.
Sabía que no podía esconder el aroma saliendo de él, pero esperaba que
Sasha no lo tomara como una ofensa, y tratara de patearle el culo.
―Estos son tiempos peligrosos, Nate. Deberías ser cuidadoso
cuando sales solo. ―Sasha prácticamente ronroneó las palabras a Nate.
―También estás solo ―señaló.
―Entonces, tal vez deberías escoltarme.
¿El hombre hablaba en serio?
Una juguetona risa escapó de los labios de Sasha mientras caminaba
más allá de Nate. ―Sólo bromeo. ―Y luego su expresión se tornó seria―.
Pero vigila tu espalda. Realmente odiaría que algo te pasara.
Nate se quedó ahí parado en la calle, observando cómo se alejaba
Sasha y se sintió tan malditamente confuso que no estaba seguro de qué
pensar sobre el leopardo alfa. 58
¿El hombre no le había dicho ya a Nate que los dos eran de
diferentes especies y no había un nosotros? ¿Entonces qué pasaba con esos
tonos sexuales y la mirada juguetona?
Nate no estaba seguro, pero tenía problemas más urgentes que
atender que comprender al felino.

Kraven, el Maestro de los vampiros del Condado de Hamilton, se


sentó en su silla, mirando la noche. El humano, O’Hanlon acababa de
llamarlo, advirtiéndole que estaba aponiendo a un nuevo líder a cargo del
Escuadrón de la Muerte.
Y el nuevo líder estaba súper entusiasmado con matar a cualquier no
humanos. O’Hanlon le había prometido mantener su parte del trato y no
dejaría que los vampiros se involucraran en la guerra que estaba
gestándose, pero Kraven no era ningún tonto. Sabía que tarde o temprano la
visión del Escuadrón de la Muerte se giraría hacia él.
Pero tenía algo que ni O’Hanlon, ni el Escuadrón de la Muerte sabían
que tenía. Tenía a los Mãos da Morte. Era verdad que Kraven sólo era el
Maestro de Hamilton, pero ningún otro Maestro tenía a los vampiros
malvados que equiparaban a los hombres del saco en el mundo humano.
Y tenía una docena de ellos.
Había llegado a un pacto hace doscientos años, un pacto con el que
ganó a esas criaturas sin alma y le había costado muy caro.
Trataba de no sopesar eso.
Había una cosa que sabía con certeza, sin embargo. Si el gobierno
apuntaba hacia ellos, lidiarían con el hombre del saco del mundo de los no
humanos.
Sonrió mientras se levantaba, saliendo de su oficina y entrando al
club. Todavía se enfurecía cuando pensaba en cómo Rick y Dorian habían
matado a su segundo, Calico. Quizá el vampiro había sido un sádico y
despreocupado, pero había demostrado ser invaluable para Kraven a través
de los años. 59
Ahora iba a tener que entrenar a alguien más para que estuviera a su
entera disposición, y se encargara de su trabajo sucio. Sólo que era difícil
encontrar una buena ayuda.
―Ramee. ―Kraven llamó al vampiro que cenaba sangre humana
fresca. Normalmente no interrumpía la alimentación de su aquelarre, pero
tenía asuntos qué atender.
―¿Sí, Maestro Kraven? ―preguntó Remee mientras se acercaba―.
¿Cómo puedo servirle?
Kraven sonrió. No estaba destinada a ser una sonrisa amigable.
Después de todo, no era conocido por su amabilidad. Así que, ¿por qué su
aquelarre no se disolvía y encontraba otro al cual unirse? Porque no
limitaba a sus vampiros a las reglas y regulaciones a las que los sometían la
mayoría de los maestros en sus propios aquelarres. Les permitió dar rienda
suelta dentro de las paredes de su club BDSM.
Nada era demasiado perverso. Nada era demasiado cruel. Si los
humanos venían aquí por su propia y libre voluntad, entonces conocían los
límites.
―Estoy buscando a un nuevo segundo.
Los ojos de Remee se ampliaron y luego sonrió. ―¿Calico cedió su
puesto?
―Het ―respondió Kraven. Cuando el vampiro lo miró confundido,
Kraven rodó sus ojos―. No.
―¿Entonces quizá tenga que preguntar por qué lo reemplaza? Sólo
quiero saber para no cometer el mismo error.
Hombre inteligente.
―Lo mató el hombre lobo alfa Enrique Marcelo.
Remee dio un bajo siseo. ―No tendrá tanta suerte conmigo.
Kraven esperaba que no. Realmente no le gustaba entrenar a nuevos
segundos. ―Entonces ven a mi oficina. Tenemos mucho que discutir.
Kraven ondeó una mano para que Remee lo precediera cuando vio 60
un rostro familiar. ―Me reuniré contigo allí.
Remee asintió y caminó hacia la oficina de Kraven.
Caminando hacia una de las habitaciones, Kraven observó mientras
el vampiro entraba en la habitación de alimentación. Era una cosa hermosa
a sus ojos. No había nada más dulce que el sabor de la sangre humana.
Había probado la sangre de cambia formas, pero la encontró carente de la
ambrosía que parecía contener la sangre humana. Nadie sabía por qué, pero
la sangre de cambia formas era más amarga en el paladar de los vampiros.
―Parece que tenemos a un invitado experto ―dijo Kraven desde la
puerta.
Newman asintió mientras liberaba al hombre, acostándole en el
diván. Ambos estaban desnudos, y Kraven tenía una idea bastante buena de
lo que Newman tenía en mente. El hombre estaba un poco en el lado
depravado para el gusto de Kraven. Pero si al humano le gustaba, Kraven lo
amaba.
―Preguntó por Calico, pero lo persuadí para que se uniera a mí
―respondió Newman―. No fue tan difícil. Temblaba por el síndrome de
abstinencia.
Kraven asintió. Era un lado del efecto de ser mordido por un
vampiro, pero nadie podía hacer nada al respecto.
Si su especie no se alimentaba, morirían.
―Asegúrate de cuidar muy bien de Ian. Aquí casi es una celebridad.
Una sonrisa maliciosa se formó en el rostro de Newman, un brillo en
sus ojos le dijo que planeaba hacer precisamente eso.
Kraven se preguntó si la pareja de Enrique, Dorian, sabía que su
hermano había vuelto al club. No le importaba. Ian no era al que estaba
buscando. El humano ya estaba maldito con la adicción a los colmillos,
como lo llamaban los humanos tan elocuentemente.
Pero tal vez pudiera usar a Ian para atraer a Rick. La única
desventaja de matar a Rick sería que el Escuadrón de la Muerte iría tras
ellos mucho antes.
Cerró la puerta, pretendiendo que no había visto a Ian ahí acostado 61
en el diván, consiguiendo su siguiente dosis.
Capítulo Ocho

Isabelle observó mientras Edward entraba en la habitación. Lucía…


cansado. No es que supiera como se veía cuando no era un secuestrador,
pero por lo que había llegado a ver, ahora se veía distraído, disperso, y
Edward no la estaba perforando con sus oscuros y letales ojos.
―Dime, Isabelle ―dijo Edward mientras se inclinaba calmadamente
en la cómoda, apoyando sus manos a ambos lados. No la estaba llamando
su princesa. Algo estaba mal―. Dime que ha estado pasando desde que fui
capturado.
Bufó, lo cual no era muy elegante, pero ahora mismo no podía
importarle menos. ―Traté de decírtelo, pero básicamente me llamaste
mentirosa. ¿Por qué querría repetir lo que dije?
―¿Qué es un centro de detención? ―La mirada que le dio estaba tan
llena de preocupación que Isabelle se mordió la respuesta mordaz que en
realidad quería darle. No tenía lealtades hacia él. No había razón por la qué
debería darle cualquiera de las respuestas que estaba buscando.
Pero recordaba esa mirada.
Enrique la tenía el día que descubrió que sus padres habían sido
asesinados, y de nuevo cuando su hermano Bruno fue asesinado. Isabelle
pensó que también había perdido a Enrique por la forma en la que estaba en
algún tipo de sopor, sin comer ni dormir bien por semanas después de
ambos incidentes. La mirada atormentada que había llevado todavía le daba
escalofríos cada vez que pensaba en eso.
Pero la mirada de Edward no le importaba. Le había dicho que iba a
matarla y hacer que Enrique sufriera. Iba a traer más dolor a la vida de su
hermano.
Sus padres estaban muertos.
Bruno estaba muerto.
Alexander estaba muerto. 62
Enrique no sería capaz de manejar la muerte de Isabelle. ―Jódete,
bastardo retorcido.
Edward cruzó el dormitorio en segundos, en la cama, y tiró de su
cabeza hacia atrás. Algunos días realmente odiaba tener el pelo largo.
―¿Qué diablos es un centro de detención?
―¿Por qué debería ayudarte? ―espetó―. La única recompensa que
recibiré es una promesa de muerte. Esa no es una gran motivación, rata.
Edward liberó su cabello y se deslizó de la cama. ―¿Qué tal si te
dejo ir?
Ahora, esa era la pregunta más capciosa que había llegado a oír.
―¿Por qué harías eso? No es que me esté quejando, pero parecerías muy
inclinado a hacer que mi hermano pague.
―Y aún planeó hacer que pague. Pero necesito que alguien me diga
qué está pasando con mi primo.
La luz finalmente cayó sobre la cabeza de Isabelle. Ahora sabía por
qué lucía tan angustiado. El hombre había perdido a su familia. Peor, el
primo de Edward estaba siendo retenido en el centro de detención. ―Se
llevaron a tu primo al centro de detención, ¿cierto?
Edward asintió.
―¿Y quieres que te ayude a encontrarlo?
―Sólo tiene veinte años.
Isabelle se rio. ―Una tremenda oportunidad de ayudarte. Me
secuestraste, me amenazaste con matarme, ¿y ahora quieres mi ayuda?
Vete al infierno, Edward. ―No, no, no. No iba a sentir lástima por él. Le
había dicho en su cara que iba a matarla. El hombre se veía tan perdido,
pero ese no era el problema de Isabelle.
Salir de aquí y encontrar a Enrique era su única meta, no ayudar a su
secuestrador.
Edward inclinó su cabeza a un lado, como si estuviera escuchando
algo. Isabelle no estaba segura si era un truco raro o no, así que escuchó
también. Había un extraño ruido de tictac que venía de más allá de la 63
habitación y luego sonó como si la madera crujiera cuidadosamente.
―Nos encontraron ―susurró.
―¿Quién? ―gruñó Edward.
Isabelle tragó con fuerza. No había muchas cosas que la asustaran,
no en realidad, pero algo con la palabra muerte en su título era algo que
trataba de evitar. ―El Escuadrón de la Muerte.
Edward empezó a dirigirse hacia la puerta, pero Isabelle pateó una
vez más, y esta vez no añadió presión. ―Confía en mí, no quieres salir ahí
e investigar ―susurró.
Edward miró hacia la puerta del dormitorio y luego de regreso a
Isabelle. Sus ojos se entrecerraron mientras la alcanzaba y liberaba sus
manos. ―No hagas que me arrepienta de esto.
Edward fue hacia la puerta de nuevo e Isabelle lo dejó. Que se joda.
Si el Escuadrón de la Muerte irrumpía en la habitación, tendrían a Edward
primero. Era lo que se merecía por lo que le había hecho.
―No son de los que enfrentas a menos que tengas una manada que
te respalde. ―Al menos podría advertirle. Por qué, no lo sabía. Pero su
conciencia estaría limpia si lo mataban.
Edward curvó su labio, bajando su cabeza hacia ella. Un gruñido
bajo retumbó en su pecho, recordándole a Isabelle que estaba tratando con
un cambia formas masculino, agresivo, dominante, y tan letal como
cualquier otro tipo de hombre que caminaba en la tierra. ―No huyo de
nadie. Tienes tu libertad. Úsala y corre.
Isabelle empezó a dejar su lamentable culo detrás, pero entonces se
le ocurrió un pensamiento. Edward estaba esperando que lo abandonara.
Estaba esperando que se alejara. Si lo hacía, no sería mejor que sus padres.
La estaba agrupando con Enrique y con cualquier otro que consideraba que
lo había abandonado.
Dios, iba a arrepentirse tanto de esto. ―¡Mueve tu maldito culo!
―Para su asombro, fue capaz de tirarlo por la ventana. Una pequeña parte
de ella estaba complacida de haber conseguido algún tipo de reembolso
por noquearla, pero una parte más grande estaba aterrada de que el
Escuadrón de la Muerte los atrapara.
64
Edward rodó por el césped de enfrente y luego se puso de pie de un
salto, sus dientes al descubierto mientras se agachaba ante ella. Isabelle
empujó su miedo a un lado mientras limpiaba la ventana y al caer al piso
salió corriendo, rezando para que el cristal no cortara sus pies desnudos.
Edward corrió tras ella.
Isabelle se preparó, pensando que Edward iba a placarla por arrojarlo
a través de la ventana, pero en vez de eso, la alcanzó y corrió a su lado.
―Sólo porque evité que te mataras no significa que me sigas.
Piérdete.
Edward miró sobre su hombro y maldijo. ―Aquí vienen.
Isabelle cometió el error de mirar atrás y deseó que Edward
mantuviera su boca cerrada. Había media docena de hombres pisándoles
los talones. Si no encontraban otra forma de escapar en vez de correr, el
Escuadrón de la Muerte iba a atraparlos en cuestión de minutos. Era rápida,
pero ellos eran más rápidos.
Lo cual le dejó perpleja. Era una cambia formas, más rápida, fuerte,
y poderosa que un humano. No deberían estar ganándoles. Deberían estar
perdiéndolos. Esto no tenía sentido.
Enrique le había dicho que el Escuadrón de la Muerte tenía ex
mercenarios en su equipo. Luego le había explicado lo que significaba. No
tenía idea de cómo lucían los ex mercenarios. Los hombres que los seguían
daban en el blanco con la descripción que le había dado su hermano. Toda
su vestimenta era negra, y lucían como de algún tipo de milicia. Pero
diablos, Isabelle no tenía el conocimiento de cómo deberían verse. Sólo la
descripción de su hermano no era suficiente para ella.
―Algo no está bien. ―Jadeó junto a él cuando notó que se estaban
acercando―. ¿Por qué nos están alcanzando? ―Isabelle no estaba segura
por qué se lo estaba preguntando a Edward. Debería estar tratando de
deshacerse de él, no tratando de atraerlo.
―No son humanos ―le respondió Edward, y luego la agarró por la
cintura, llevándola hacia el estacionamiento en donde había algunos autos.
―Como que me lo imaginé cuando comenzaron a ganarnos ventaja.
―No estaba segura de cuando se convirtió en un nosotros, pero ahora
mismo no tenía tiempo para discutir. Una vez que se hubiesen zafado de 65
esos hombres, iba a deshacerse de Edward.
El hombre era diabólicamente atractivo. Isabelle no podía olvidar lo
alto y musculoso que era. Las pequeñas hebras de su corto cabello volaban
con el viento y tenía la necesidad de alzar y pasar sus manos a través de la
negra sedosidad. Pero tenía todo un almacén de equipaje emocional con el
que simplemente no quería lidiar.
Además, había amenazado con matarla. No tenía que olvidar eso.
Antes de que Isabelle supiera que estaba pasando, Edward entró en
uno de los autos estacionados, haciendo un puente… si es que ese término
seguía usándose.
―Entra ―le dijo Edward desde el interior del auto.
Isabelle no tenía tiempo para argumentar que estaban robando el auto
de alguien. Los chicos malos estaban alcanzándolos. Ya no pensaba en
ellos como el Escuadrón de la Muerte. No lo eran. Eran cambia formas.
Estaba segura, pero no se iba a quedar el tiempo suficiente para saber de
qué raza.
¿Qué grupo de cambia formas vendrían tras ellos? ¿No se suponía
que estaban todos del mismo lado? Isabelle lanzó el pensamiento,
literalmente, cuando Edward puso el auto marcha atrás y salió del
estacionamiento tan rápido que Isabelle tuvo que apoyar su mano en la
guantera con el fin de no golpearse la cabeza.
―Cinturón de seguridad.
Se estiró y agarró la delgada correa, tirándola sobre su cuerpo y
poniéndola en su lugar. Miró sobre su hombro y vio a la media docena de
hombres casi sobre ellos. Estaban lo bastante cerca como para que Isabelle
podía ver a uno realmente cerca.
Sus ojos prometían muerte.
Hizo la única cosa que podía pensar para hacer en este momento.
Hizo un gesto con su dedo medio y luego se volvió a girar, rezando
para que Edward los sacara de aquí antes de que los cambia formas la
hicieran pagar por su pequeño estallido de falta de seriedad. Edward pasó
rápido por el estacionamiento y luego se dirigió hacia la carretera principal.
Era tarde, así que el tráfico no estaba mal. Eso les permitió alejarse más 66
rápido sin la congestión que había normalmente durante el día.
―¿A dónde vamos? ―preguntó. No había forma de que al fin
hubiese ganado su libertad sólo para terminar atada a otra cama. Le
arañaría las bolas. Eso sonaba como algo que pudiese hacer una chica, pero
sus hermanos le habían enseñado a usar cualquier medio necesario cuando
enfrentaba a un atacante. Edward se alzaba sobre ella, así que en realidad
no podría alcanzar su rostro para darle un puñetazo a menos que estuviera
de puntillas. Tendría que mutilar algo más cercano, algo un poco más vital.
―A la casa de uno de los miembros de mi manada.
―No ―le respondió―. Vamos a la casa de uno de los miembros de
mi manada.
El lado de la boca de Edward comenzó a contraerse, como si
estuviera reteniendo una sonrisa. ―¿No confías en mí?
―De ninguna manera. ―Le dio la dirección de la sanadora de la
manada. La ubicación no era un secreto y no comprometería nada.
Okay, así que hoy estaba lleno de sorpresas. Sólo asintió y se dirigió
hacia la casa de Olivia y Graham. Había esperado que sólo hiciera lo que
quería, pero había seguido sus indicaciones.
Isabelle miró detrás y vio que sus perseguidores no estaban a la vista.
―Creo que los perdimos.
―Por ahora ―respondió Edward, manteniendo sus ojos fijos en la
carretera.
―No son el verdadero Escuadrón de la Muerte. No entiendo por qué
vendrían tras nosotros. Hasta donde sé, sólo organizaron un escuadrón, y
eran humanos.
―Si lo que me estás diciendo es correcto ―dijo Edward, dándole
una mirada que decía que no la creía por completo―, entonces está
pasando más de lo que el mundo piensa. El dinero es una poderosa
motivación.
Isabelle miró a Edward, absorbiendo sus afiladas e inteligentes
facciones. Enroscó sus dedos, resistiendo la urgencia de pasar la punta de
sus dedos sobre el grueso bíceps. Si no la hubiera secuestrado y no hubiese
sido un demente psicótico, maldición, no le importaría conseguir un pedazo 67
de eso. ―¿Piensas que algunos cambia formas nos venderían por dinero?
―Por favor dime que no eres tan ingenua.
Atractivo o no, parecía saber cómo molestarla. Isabelle cruzó sus
brazos bajo su pecho y miró por la ventana. ―Soy contable. Puedo ser una
cambia formas, pero mi vida es cualquier cosa menos excitante.
Normalmente no me relaciono con perseguidores y conspiraciones del
gobierno en mi vida cotidiana.
Edward dio un ligero gruñido mientras agarraba más fuerte el
volante. ―Entonces eres ingenua.
―Y tú eres un secuestrador, vengativo y bastardo que está mal de la
cabeza.
―Me lo merezco ―respondió Edward mientras giraba en una
esquina. Le dio una sonrisa tan llena de amargura que Isabelle no estaba
segura de qué hacer con eso―. Merezco cualquier cosa vil que me digas.
Tratar de lastimarlo con palabras no era efectivo si sólo rebotaban en
el hombre, así que Isabelle se dio la vuelta, sin decir nada más.
Llegaron donde Graham y Olivia en silencio, pero Isabelle podía ver
la tensión en la mandíbula de Edward. Iba a entrar en una casa de hombres
lobo, y no estaba protestando. No, no debería admirar al hombre. La había
secuestrado y había planeado matarla. No debería existir admiración ni
hoy, ni cualquier otro día.
Cerrando la puerta del auto robado, Isabelle caminó por la acera y
golpeó la puerta delantera. Edward vino detrás, como si sólo se hubiese
detenido para una visita. Eso le molestaba. Hacía tan sólo una hora estaba
atada a una cama, y ahora estaban aquí de pie, esperando a que los dejaran
entrar en la casa de uno de los miembros de su manada.
Se giró. ―¿No estás asustado de que les diga lo que hiciste y
Graham te mate?
Los ojos de Edward eran de un marrón mate. Lucía como si el
mundo lo hubiese golpeado y hubiera aceptado su destino. ―¿No es lo que
me merezco?
No sabía cómo responder eso así que no lo hizo. Sólo se giró
enfrentando la puerta y preguntándose cómo podía aceptar su posible 68
destino si es que se lo decía. Era una contradicción andante y parlante. No
había razón para este repentino cambio de comportamiento. En un
momento estaba lleno de rabia sobre lo que percibía como traición, y al
siguiente estaba alimentándola, asegurándose de que comiera y fue
cuidadoso y torpe cuando le ayudó a usar… maldita sea, no iba a sentir
lástima por él.
―Isabelle ―dijo Olivia mientras abría la puerta―, ¿dónde has
estado? ―Sus ojos color miel fueron de Isabelle a Edward, una mirada
interrogante en sus profundidades.
―Este es Edward. ―Las palabras salieron incluso antes de que
supiera que lo estaba presentando como a un viejo amigo. Se estaba
metiendo bajo su piel y no le gustó eso―. Mi secuestrador ―añadió por
maldad.
Las cejas de Olivia se alzaron y luego sus ojos fueron ida y vuelta
entre ellos. ―¿Estás bromeando o hablas en serio? ―preguntó Olivia.
―Pregúntale. ―Isabelle se inclinó hacia adelante y besó la mejilla
de la sanadora de la manada, se escabulló pasando a su lado y entró a la
casa, dejando a Edward en el porche para que lidiara con la respuesta.
¿Qué le importaba?
―Isabelle. ―Graham le dio una furiosa mirada mientras avanzaba,
con sus brazos cruzados sobre su pecho―. Deberías haberlo pensado mejor
antes de irte de esa manera. Nos tenías preocupados.
―Lo lamento ―respondió―. Habría vuelto directamente desde el
trabajo, pero tenía a media docena de hombres, pretendiendo ser el
Escuadrón de la Muerte yendo tras de mí. ―Y entonces la gravedad de la
situación la golpeó. Isabelle sintió que sus rodillas se volvían débiles ante
el pensamiento de que esos hombres la atraparan.
Graham miró más allá de ella, su expresión se volvió seria.
―¿Todavía están allá afuera?
Isabelle tomó asiento en el sofá, sintiéndose drenada. ―No, los
perdimos.
―¿Nosotros?
―Edward y yo. 69
Graham se sentó a su lado, metiéndola entre sus brazos y dándole el
consuelo que necesitaba. No había mentido cuando dijo que esto no era
algo que ocurriera todos los días. Isabelle era cambiante, pero su vida era
bastante mundana. Lo que había sucedido en las pasadas veinticuatro horas
había agotado sus nervios.
―Está bien, cariño. Te tengo. ―Graham pasó sus manos arriba y
abajo por su espalda, acariciándola con suavidad. Antes de que Isabelle
pudiera detenerse, empezó a llorar silenciosamente. La adrenalina se había
ido, y luego el poder de lo que había pasado la golpeó apenas llegó a casa.
Normalmente no era llorona, pero después de estar en una situación que
amenazaba su vida, se merecía este pequeño momento para dejarse llevar.
Cuando finalmente se alejó de Graham, vio a Edward ahí parado en
la entrada de la sala de estar, luciendo un poco impactado e incómodo. La
estaba mirando como si nunca antes la hubiera mirado y sólo fuera una
pequeña alma miserable por la cual sentir lástima.
―Uh, Graham ―comenzó Olivia―, este es Edward. Rey rata y el
secuestrador de Isabelle. ―Lo dijo como si fuera un maldito título, como si
de alguna manera Edward se las hubiese arreglado para hacer que le
desgarraran la garganta.
Graham no pensó lo mismo. Puso a Isabelle a un lado y se levantó.
Era alto y fornido, sus hombros se expandieron mientras se enfrentaba a
Edward. ―¿La secuestraste?
Edward se encogió de hombros. ―Sólo por veinticuatro horas.
¿En serio? Isabelle secó su rostro y se levantó. ―Piensa que Enrique
lo abandonó a propósito para que se pudriera en la celda de los hombres
hiena. Piensa que Enrique lo abandonó para que fuera torturado aún
después de pedirle ayuda. ―Entre más hablaba más enfurecidas sonaban
sus palabras―. Pensó que secuestrándome, podría lastimar a mi hermano.
―Por qué no les dijo el hecho de que Edward también planeaba matarla,
no estaba segura.
―¿Y luego qué? ―preguntó Graham mientras daba un amenazante
paso al frente―. ¿Cuál era el siguiente paso en tu plan?
Puede que haya omitido ese hecho, pero Graham pudo elaborar su 70
conclusión.
―Planeaba matarla.
Olivia agarró a Hunter y Samuel cuando sus hijos entraron a la
habitación y los alejó rápidamente. Le dio una mirada a Isabelle que le
decía que también debería dejar la habitación, pero Isabelle no iba a
ninguna parte.
Si iba a patear el trasero a Edward, entones quería ser testigo de ello.
―Bastardo ―gruñó Graham y cambió a su forma de hombre lobo.
Entonces Isabelle dio un paso atrás, sabía cuan agresivo y destructivo podía
llegar a ser un hombre lobo cuando estaba enfurecido.
Había crecido con dos hermanos.
Edward no retrocedió. No cambió para defenderse. Graham acechó y
golpeó a Edward con su puño, haciendo que el rey rata volara contra la
pared, pero Edward no luchó. Se levantó, como si pidiera más.
Isabelle estaba aturdida. ―¿Por qué no te defiendes? ―le preguntó.
Los ojos de Edward nunca dejaron a Graham. ―Porque está furioso
porque quería matarte como venganza.
La declaración fue simple, pero Isabelle pudo ver algo en los ojos de
Edward. El hombre de verdad creía que se merecía lo que sea que viniera
en su camino debido a lo que le había hecho. Era como si la vida lo
golpeara continuamente y Edward se hubiese resignado a ese hecho.
Algo en ella se rebeló ante la idea de que Edward permitiera que lo
lastimaran. No estaba segura de por qué no contraatacaba, pero no le gustó.
Quizás Edward se había dado cuenta de que Enrique estaba jodido
por todos lados y que no podría haberlo ayudado. El chico se había dado
cuenta de su error de juicio.
―Para ―dijo Isabelle. No estaba segura si le hablaba a Graham, o a
Edward para que dejara de recibir los golpes y contraatacara.
Graham avanzó de nuevo, y esta vez Isabelle dio un paso entre ellos.
―Apártate ―le advirtió Graham.
―Deja que Enrique trate con él, Graham. Deja que Enrique
71
establezca su castigo.
Los ojos de Graham cayeron en ella, y luego dio un paso atrás.
―Bien, pero no es bienvenido en mi casa.
Isabelle asintió, girándose hacia Edward para decirle que tenía que
esperar afuera cuando Olivia gritó.

72
Capítulo Nueve
Rick metió la camioneta en el estacionamiento en la parte trasera del
motel. Miguel salió y cogió dos habitaciones. Habían conducido mucho
tiempo para llegar a Georgia, y justo ahora, todo lo que quería hacer era
descansar.
Miguel volvió con dos llaves electrónicas, entregándole una a Rick.
―Nuestras habitaciones están una junto a la otra.
Rick tomó la tarjeta y luego salió. Caminó hacia el lado del pasajero
y abrió la puerta. Cuidadosamente le quitó el cinturón al cuerpo dormido de
Dorian, y alzó a su pareja entre sus brazos.
Instantáneamente Miguel agarró la llave electrónica de Rick y abrió
la puerta de su habitación, permitiendo que Rick entrara con Dorian.
―Gracias.
―Voy a llevar a Benito a nuestra habitación.
Miguel arrojó la tarjeta en la mesita y luego cerró la puerta. Rick
puso a Dorian sobre la cama y lo acomodó. Se sentó en el borde, fatigado.
Iba a reunirse con una manada de hombre pantera aquí en Georgia, pero
Rick también planeaba comprobar lo que había pasado con la bomba de la
universidad.
Si el que explotó la universidad fue un cambiante, iba a rastrear al
hombre y descubrir por qué. Si no lo fue, entonces iba a tener que encontrar
una manera de probar que no fue un cambiante quien había matado a esos
veintisiete humanos.
De otra manera, tenía que hacer un trabajo duro.
Rick colocó la barra en el seguro por encima de la cerradura y luego
se desvistió. Dirigiéndose hacia el baño para tomar una buena ducha
caliente. El viaje había sido agotador, y todo lo que quería hacer era
dormir.
Cuando terminó de ducharse, Rick envolvió la toalla del motel 73
alrededor de su cintura y regresó a la habitación. Se paró ahí en la
oscuridad del dormitorio por un momento, viendo a su pareja dormida.
Mientras dormía, Dorian se veía tan inocente, tan terriblemente frágil.
Y honestamente, el hombre lo era.
Pero Rick le dio a Dorian la opción de largarse, de dejar que Rick
lidiara con este desastre. No era la lucha de Dorian. Era una batalla de
cambiantes.
Pero Dorian había optado por quedarse al lado de Rick, y siempre le
estaría agradecido por esa decisión, incluso si le asustaba tener a su pareja
en medio de toda esta locura.
Caminando hacia la cama, Rick se sentó en el borde y pasó sus dedos
a través del cabello color canela de Dorian, sonriendo. El hombre podía ser
humano, lo cual a los ojos de Rick lo hacía frágil, pero el chico tenía
agallas hechas de acero. Su pareja había hecho cosas no sólo para salvar su
vida, sino la vida de Rick también. El humano había probado ser la perfecta
pareja alfa para él.
―¿Pasa algo malo? ―preguntó Dorian, bostezando y girando la
cabeza para mirar a Rick.
―Nada, gatito. No quise despertarte. ―Sus dedos se quedaron ahí,
sintiendo las suaves hebras deslizarse entre sus dedos. Dorian se escabulló
hasta que su cabeza estuvo en el regazo de Rick y luego suspiró de
felicidad.
Rick nunca se cansaría de oír ese sonido. Para él, significaba que
todo estaba bien entre ellos, y siempre se aseguraría de que así fuera.
―¿Cuánto tiempo llevo dormido? ―preguntó Dorian.
―Sólo unas cuantas horas. ―Rick disfrutaba el peso de su amante
en su regazo, incluso si sólo era la cabeza de Dorian. Tocar cualquier parte
del hombre aliviaba un anhelo dentro de él. Los cambia formas siempre
sentían una necesidad de tocar para tranquilizarse, pero como pareja, Rick
ardía con esa necesidad. Entre más fuerte se volvía su vínculo, el hambre
por el contacto de cualquier parte de Dorian y ser tocado por su pareja se
volvía más fuerte.
Podía ver que Dorian también lo estaba sintiendo. El hombre estaba 74
tratando de arrastrarse al regazo de Rick. Sonrió mientras alzaba sus
brazos, esperando a que su pareja se sintiera cómodo antes de envolverlos a
su alrededor. ―¿Mejor?
―Mucho ―dijo Dorian mientras frotaba su rostro en el cuello de
Rick. Podía oír a Dorian inhalando profundamente y sabía que su pareja
estaba descubriendo su esencia. El vínculo se volvía más profundo.
―¿Dónde están Benito y Miguel?
Rick pasó sus manos por la espalda de Dorian, sintiendo la calidez
del calor contra su piel desnuda. ―En la habitación contigua.
―¿Cómo está Benito?
Rick suspiró. ―Aún tose. ―A pesar de que su pareja era humano, y
que todavía no quería hacer la transformación de humano a hombre lobo,
conocía la verdad de la gravedad de la persistente condición de Benito.
―¿No podemos llamar a ese doctor y hacer que vea a Benito? Ya
sabes, el que me ayudó cuando me dispararon.
―Sé a quién te estás refiriendo, pero no, no quiero llamarlo. Nadie
sabe que estamos en Georgia, y quiero mantenerlo de esa manera. Cuantos
menos sepan que estamos aquí, mejor.
Sosteniendo a Dorian con fuerza, Rick se acomodó en la cama,
apoyando su espalda contra el improvisado cabecero. Este era uno de los
mejores moteles que habían encontrado a lo largo del camino. Hubo uno en
el que se quedaron hace unas cuantas noches atrás que a Rick le recordó
una película de terror. Las paredes eran de un amarillo monótono, la ducha
antiestética y pudieron escuchar ruidos extraños toda la noche.
Normalmente Rick era bastante bueno identificando qué ruidos pertenecían
a qué criatura, pero no esa noche.
―Vas a investigar la bomba, ¿cierto? ―La voz de Dorian todavía
mantenía un poco de sueño, como si la oscura habitación mantuviera una
parte con él. Con Rick siendo un cambia formas lobo, podía ver bien. Los
colores estaban un poco más diluidos, pero no tenía problemas en ver la
expresión en la cara de su pareja.
―Si fue ocasionada por cambiantes, necesitamos saberlo. Si no fue
así, necesitamos encontrar pruebas. 75
Dorian sonrió. Era una sonrisa que Rick amaba ver. Sólo conociendo
a Dorian por unas cuantas semanas, Rick estaba impresionado de poder
diferenciar las sutiles diferencias en las sonrisas de su pareja. Esta decía
que Dorian sabía que Rick iba a intentar resolver el misterio, incluso si no
le había dicho a nadie. La forma en la que su pareja lo miraba a veces,
hacía que Rick se detuviera y se sintiera como un buen hombre. Dorian lo
miraba con admiración, como si Rick estuviese haciendo todas las cosas
correctas cuando el mismo Rick sentía que estaba jodiéndolo todo.
No tenía idea de qué hacer y ni siquiera estaba seguro de estar
haciendo bien las cosas. Pero Dorian miraba a Rick como si él supiera
todas las respuestas y superaría esto, salvando al mundo en el proceso.
Era intimidante pensar que su pareja lo tenía en tan alta estima y que
Dorian simplemente sabía que Rick lo haría bien. Ni si quiera él estaba
seguro de eso.
―Te amo, gatito. ―Rick se inclinó, colocando un beso en la frente
de su pareja y luego apretando su agarre, dándole un abrazo al hombre. El
mundo había cambiado y parecía que Rick ya no tenía un lugar seguro en
él, pero había una cosa de la que estaba seguro. Se refugiaba en los
momentos tranquilos como este, con su pareja acurrucada entre sus brazos.
Era un alivio que siempre anhelaría y atesoraría.
―Te amo, también, Rick. ―Dorian moldeó su cuerpo al de Rick,
deslizando sus brazos alrededor de la cintura de Rick.
Rick había planeado irse a dormir, pero con su pareja tan cerca, su
olor colgando pesadamente en el aire, su polla tuvo otras ideas.
Ideas más vigorosas.
Movió a Dorian hasta que su pareja tuvo su espalda presionada
firmemente contra el pecho de Rick. Esto acomodó el culo de Dorian justo
encima de su polla. Pero Rick tenía que desvestir a su pareja con el fin de
sentir el efecto completo.
Con sus brazos alrededor de Dorian desabrochó sus jeans.
―Quítatelos.
Dorian alzó sus caderas mientras Rick bajaba la tela de mezclilla y
luego su pareja los pateó para quitárselos. Dorian había elegido ir de
76
comando, y esa era una elección que Rick apreciaba completamente justo
ahora. Su pareja se movió hacia adelante, sólo lo suficiente para que Rick
quitara la camisa del hombre sobre su cabeza.
Dorian acomodó su espalda en el pecho de Rick. Sentir piel con piel
aumentó la excitación de Rick. Ahora su polla estaba completamente
erecta, presionando el trasero de Dorian. Pasó su mano por el abdomen de
Dorian sintiendo las pequeñas ondulaciones de los músculos.
La respiración de Dorian se atascó, pero se quedó quieto, como si
esperar ver el siguiente movimiento de Rick. Pasó sus manos sobre los
tensos muslos de Dorian, luego arrastró sus uñas sobre la lisa y cremosa
piel. Sus manos color oliva contrastaban contra la pálida piel de Dorian y
Rick lo amaba. Amaba todo sobre su pareja.
Con los dedos curvados y el golpe de una mano, Rick acarició
lentamente el eje de su pareja. Sin prisa y relajado, sacó ruidos de la
garganta de Dorian que le decían a Rick que su pareja estaba disfrutando lo
que le estaba haciendo.
Rick se inclinó y mordisqueó un lado del cuello de Dorian, sus dedos
se deslizaron sobre la bulbosa cabeza de la polla de Dorian, el eje
endurecido pulsaba en su mano. Podía sentir las venas hinchadas, la
sedosidad de la piel, la humedad del pre semen que se estaba derramando
de la diminuta abertura.
Los olores en el aire estaban alimentando la necesidad en Rick
mientras acariciaba más fuerte, mordiendo ligeramente el cuello de Dorian.
No lo suficiente para dañar la piel, pero lo suficiente para enviar a su pareja
sobre el borde. La espalda de Dorian se arqueó mientras empujaba su
cabeza contra el hombro de Rick, sus gritos sensuales y bajos.
―Dámelo, gatito. Dame todo de ti.
Dorian se estremeció y luego colapsó contra Rick, su respiración era
trabajosa.
Le dio una suave mordida a la oreja de Dorian y le susurró con
suavidad. ―Ahora voy a follarte.
Rick agarró las caderas de Dorian y empujó a su pareja hacia
adelante hasta que Dorian estuvo a cuatro patas. Se dobló, lamiendo un
largo camino del coxis a su saco, circulando su lengua alrededor del
77
apretado agujero de Dorian. Lo mordió, pellizcó, chupó y lamió hasta que
Dorian estaba rogando que lo tomara.
Rick deslizó un dedo dentro del cuerpo de Dorian, y luego incitó a su
pareja con su boca una vez más. Rick dejó ir todas sus preocupaciones, la
responsabilidad que había sido puesta en sus hombros y se cegó con las
sensaciones, permitiéndose ahogarse en ellas. Sólo eran él y Dorian, el
mundo ya no existía. Otro dedo se deslizó en su pareja, y entonces Dorian
empezó a frotarse hacia atrás, presionando su trasero en la boca y mano de
Rick.
El ritmo empezó a aumentar, Rick usó sus dedos para follar a Dorian
de la misma manera en la que planeaba usar su polla. Una vez que el tercer
dedo encajó en su pareja, Rick sacó su mano y luego usó su saliva como
lubricante ya que había olvidado la bolsa en la camioneta. Se acomodó de
rodillas detrás de Dorian, usando una mano para dejar quieta a su pareja
mientras usaba la otra para guiar su erección al culo de Dorian.
―Sí ―gritó Dorian de placer mientras Rick metía su eje en el calor
abrasador y la opresión resbaladiza de su pareja. Cerró sus ojos de golpe,
aplazando su orgasmo mientras el cálido cuerpo de Dorian se envolvía
alrededor de la polla de Rick. Estaba muy cerca del borde, listo para caer.
La sensación de estar en Dorian lo estaba llevando a su orgasmo demasiado
rápido.
Exhaló una larga respiración, y entonces lentamente, oh tan
lentamente, se retiró. Dorian gimió. Rick sabía que su pareja quería que
apresurara las cosas, que lo tomara con rapidez, pero Rick quería que esto
durara tanto tiempo como podía aguantar. Este era su único santuario en
esta misión loca en la que estaban. El único momento en que de verdad
podía relajarse.
―Tan apretado, gatito. Tan malditamente apretado. ―Rick se movió
un poco más rápido, pero no mucho. Estaba luchando por tomarse su
tiempo, luchando para no tomar a Dorian de la forma en la que los cambia
formas tomaban a sus amantes, rudo, rápido, y algunas veces con
brutalidad. El sexo cambiante era agresivo. Pero esta noche todo lo que
Rick quería era perderse en Dorian, tomarlo con lentitud y sentir que no
estaba despedazándose.
78
Metió su polla más profunda dentro de Dorian, estremeciéndose
cuando su pareja se retorció y dijo su nombre. La necesidad en la voz de
Dorian se deslizó sobre Rick como una mano de seda, tocándolo en lugares
que sólo su pareja podría satisfacer.
Sus manos se deslizaron en la espalda de Dorian la cual estaba
bañada en sudor, y luego sus dedos permanecieron en la nuca de su pareja.
Tomó un puñado de cabello y tiró, oyendo los gemidos de placer de
Dorian. ―Está bien, gatito. Dime cuanto te gusta esto.
―Más, Rick… ―jadeó Dorian―. Por favor, más fuerte.
Rick tiró de las hebras mientras curvaba sus caderas y golpeaba su
pene en su interior. Esta vez ambos gritaron. Sus cuerpos estaban
enterrados en el otro tanto como podían estarlo, aun así Rick no sentía que
estuviera lo bastante cerca. Quería estar en el interior de Dorian, hasta el
fondo, bajo su piel, como una entidad.
El vínculo definitivamente se estaba volviendo más fuerte.
Rick usó su mano libre para empuñar un poco más de cabello y luego
tiró de tal manera que sus uñas rasparon el cuero cabelludo de su pareja.
Dorian gritó.
Los empujes carentes de esfuerzo provenientes de Rick aumentaron
mientras su polla embestía adentro y afuera...dentro y fuera. Los temblores
de Dorian aumentaron mientras su cuerpo se estremecía debajo de Rick.
Su necesidad estaba alcanzando una cumbre, pero Rick luchó contra
su liberación. No quería que este momento terminara… jamás. Si sólo
pudiera quedarse dentro de Dorian hasta que todo esto hubiese terminado, o
incluso más tiempo que eso. Rick se aferró desesperadamente al cabello de
Dorian, el calor del culo de su pareja llevándolo al borde del abismo.
Estaba tambaleándose, pero Rick no estaba listo para caer.
Liberando el cabello de Dorian, Rick cubrió el cuerpo de su pareja
con el suyo, mordiendo el cuello de Dorian. Dorian se arqueó debajo de él,
su cabeza cayó hacia adelante mientras su culo se alzaba. Extraños ruiditos
estaban escapando de los labios de Dorian, su resbaladiza espalda
presionándose contra el pecho de Rick.
Empujó los hombros de Dorian hacia la cama, haciendo que el 79
hombre se sometiera, necesitando la sumisión de Dorian. Su pareja lo hizo
sin quejarse, sus hombros tocaron el colchón mientras Rick embestía en el
culo de Dorian una y otra vez.
Sus tiernas necesidades se habían vuelto agresivas sin importar si las
quería o no. Rick se estaba perdiendo en su bestia, el hombre lobo
demandaba que Rick tomara a Dorian de la manera en que se suponía que
su pareja fuera tomada.
Estaba malditamente cerca de arrastrase sobre su pareja mientras
golpeaba la carne, sintiendo que su polla se hinchaba más mientras sus
mandíbulas se cerraban en su lugar, manteniendo quieto a Dorian.
―¡Rick! ―gritó Dorian, su apretado canal pulsaba, ordeñando el
pene de Rick.
Finalmente liberó el hombro de su pareja y aulló su liberación, sus
manos aterrizaron en las caderas de Dorian para mantenerlo firme mientras
forzaba a su polla a ir más profundo, incrustándose mientras montaba su
orgasmo hasta que ya no le quedó nada más que derramar. Rick
convulsionó una última vez antes de salirse y dejarse caer en la cama.
Dorian colapsó junto a él, un dulce murmullo abandonó sus labios.
Rick forzó a sus ojos a abrirse mientras miraba los ojos marrones que
contenían tanta adoración que Rick sólo pudo sonreír a su pareja. Se
quedaron ahí acostados, sus ojos fijos el uno en el otro, Rick incapaz de
moverse de puro agotamiento por lo que acababan de hacer.
Dorian levantó su mano y alcanzó a Rick, trazando sus cejas.
―Descubrirás la verdad. Lo harás bien y ganarás esta guerra.
Rick inclinó su cabeza y besó los dedos de Dorian. Ambos saltaron
cuando sonó el móvil de Rick. Había olvidado ponerlo en vibración.
Maldijo, odiando que este momento íntimo hubiese sido dañado.
Rodando de la cama, Rick agarró su teléfono. ―¿Qué? ―Sí, estaba
molesto.
―Soy Isabelle.
Rick se quedó quieto. Aunque había extrañado a su hermana, podía
decir por su voz que algo estaba mal. Dorian rodó a su estómago y después
se sentó, sus cejas frunciéndose mientras miraba a Rick. 80
―¿Pasa algo malo, Isabelle? ―Sus instintos protectores lo patearon.
La amaba más que a nadie en el planeta, junto a Dorian, y mataría a
cualquiera que la amenazara.
Hubo un diminuto sollozo al otro lado de la línea y entonces su
hermana habló. ―El verdadero Escuadrón de la Muerte irrumpió en la casa
de Graham y Olivia. Se llevaron a la madre de Dorian, Olivia y a sus hijos.
―Hizo una pausa, y luego tomó una profunda respiración―. Ian está
desaparecido. Pero Graham piensa que se fue por su cuenta.

81
Capítulo Diez
El Teniente John Freedman estaba molesto. Se paseaba en la
habitación del hotel, preguntándose cómo iba a salvar a los cambia formas
esta vez. Odiaba lo que había hecho el presidente. Freedman odiaba que los
cambia formas estuviesen en la lista de exterminio sólo por ser diferentes.
Había hecho su mejor esfuerzo para advertir a Enrique Marcelo lo que iba a
pasar antes de que sucediera, pero ahora el Capitán O’Hanlon decidió que
Freedman no estaba consiguiendo suficientes resultados y puso a alguien
más a cargo del Escuadrón de la Muerte.
Desafortunadamente, el hombre estaba consiguiendo resultados.
Acababan de coger dos mujeres y dos niños de su casa. Pensó que las
llevarían al único centro de detención en el país, pero habían sido metidas
en secreto en otro coche. No tenía ni idea de dónde estaban. Freedman
había escuchado rumores de que se estaban construyendo más centros de
detención, y eso no era algo bueno. Significaba que el gobierno iba a seguir
a toda máquina con sus planes de erradicar a los no humanos.
Estaba tratando de imaginar por qué no iban tras ningún vampiro,
pero hasta ahora, ninguno estaba en su lista.
Pero no era su lista ya, ¿no?
El Teniente Comandante Eric Middleton lucía complacido por haber
capturado cambia formas. ¿Cómo es que alguien podía estar complacido
por capturar a punta de pistola a dos mujeres y algunos niños? Eso sólo le
decía a lo que se enfrentaba.
Consideró abandonar el grupo y unirse a Enrique, ¿pero entonces
como sabrían lo que pasaba con el Escuadrón de la Muerte si es que lo
hacía? No, tenía que quedarse justo aquí, le gustara o no. Él y su amigo y
miembro del equipo, Henderson, sabían que esto no iba a terminar bien,
pero tal como estaban ahora, sus manos estaban atadas. Si Freedman hacía
algún movimiento para advertir a Enrique o decirle que los cambia formas
habían sido capturados en secreto, Middleton sabría que venía de adentro
del equipo. 82
Freedman no podía arriesgarse.
―Tengo una pista sobre Enrique Marcelo ―dijo Middleton un poco
demasiado feliz. Estaba como el resto del equipo, a excepción de Freedman
y Henderson, súper entusiasmado por matar a cualquiera que no fuera
humano.
A Freedman le enfermaba ver a sus compañeros de armas de esta
manera. Se suponía que protegían a la gente inocente, no los llevaban a un
centro de detención, o los mataban cuando un cambiante daba demasiada
pelea. Necesitaba encontrar una manera de ganar un poco de privacidad
para poder llamar a Enrique y advertirle sin que Middleton sospechara de
traición. Pero Freedman no lo veía como traición. Lo que estos soldados
estaban haciendo, lo que el gobierno había sancionado, era traición a los
ojos de Freedman. Le desgarraba tener que ir en contra de lo que
verdaderamente había vivido. Amaba ser un soldado y amaba servir a su
país. Era un soldado por completo, pero no haría, no, no podía quedarse
parado y observar como exterminaban a una especie entera.
Pero lo malo de tener un nuevo líder era el hecho de que Middleton
era demasiado suspicaz, vigilando cada movimiento de Freedman. Sabía
que la única manera de enviar un mensaje era que Henderson lo hiciera por
él. Middleton no estaba vigilando a Henderson como vigilaba a Freedman.
Tenía que mantenerse frío, lucir como si estuviera tan entusiasmado
como el resto o Middleton lo excluiría de cualquier conversación que el
hombre tuviera con el equipo. Necesitaba esa información. A Freedman no
le gustaba el hecho de sentirse como un traidor entre amigos. Él y su
equipo, excepto el nuevo líder, habían ido a muchas operaciones juntos y
realmente eran buenos hombres. Pero parecía que esta misión estaba
revelando su verdadera naturaleza en cuanto a sus opiniones sobre los no
humanos, y a Freedman no le gustaba.
Sin importar si se sentía como un traidor o no, no iba a quedarse
parado y ver como una especie entera era aniquilada. Su conciencia no se
lo permitiría.

―¿Cómo sé que no preparaste todo esto? ―Graham miró a Edward,


la furia en sus ojos apenas estaba contenida. Edward podía ver el pulso 83
palpitando en la sien de Graham.
―Ni siquiera sabía qué era el maldito Escuadrón de la Muerte hasta
que Isabelle me habló de ellos. ―Edward empezó a ir y venir mientras
todo lo que Leon e Isabelle le habían dicho se hundía en él. El gobierno
quería destruir a los no humanos. ¿Cómo demonios podían escapar de eso?
―¿Te apareces aquí y de repente se llevan a mi esposa y cachorros?
―Graham dio un paso al frente. Edward ya no dejaría que el hombre lo
atacara. Edward le había cedido el primer round al cambia formas por
Isabelle. No iba cederle otro. Se enfrentó al hombre lobo, sus ojos tan
furiosos como los de Graham.
―Tienen a mi sobrino. La única persona... ―Edward se tragó el
resto de lo que iba a decir. No era de la incumbencia de Graham. No
conocía a este cambia formas y Edward no iba a darle un pedazo de quien
era―. Quiero encontrar el centro de detención tanto como tú.
Isabelle entró de prisa en la habitación, un teléfono en su mano.
―Acabo de hablar con Enrique. Quiere que vayamos a Georgia.
Un humano entró detrás de Isabelle, y Edward se movió tan
rápidamente que tomó al hombre por su garganta y lo levantó del piso antes
de que el tipo pudiera parpadear. ―¿Viniste a terminar el trabajo?
―¡No! ―gritó Isabelle mientras corría hacia Edward, tirando de su
brazo―. Es el padre de Dorian, Howard. Se llevaron a su esposa junto con
la pareja y cachorros de Graham. ¡Bájalo!
―No confío en los humanos. ―No confiaba en nadie. Edward soltó
al hombre y caminó hacia la puerta. Ignoró a la persistente voz en el fondo
de su mente que le decía que sólo atacó al humano porque pensó que
Isabelle estaba en peligro―. Deberíamos irnos si vamos a traer de regreso a
nuestras familias.
―¡No vas a ir! ―Graham caminó enérgicamente hacia Edward y lo
empujó del pecho―. ¿Secuestraste a Isabelle y ahora quieres montar un
rescate? No confío en ti, rey rata.
Edward se burló del hombre. Estaba acostumbrado a que la gente lo
despreciara. Graham no era diferente del resto del mundo. ―Y yo no
confío en ti. Supongo que tenemos una cosa en común.
Isabelle lanzó el teléfono a un lado y caminó entre ellos. Edward
84
trató de no mirar, pero no pudo contenerse cuando notó lo malditamente
bajita que era. Lucía como un arbolito recién en ciernes entre dos grandes
robles. Resistió la urgencia de tirarla a su lado y mantenerla a salvo.
No era suya para mantenerla a salvo. Además, no confiaba en las
mujeres. ¿No fue ella quien había dicho que Enrique se encargaría de él?
¿Por qué debería esperar algo diferente de ella?
―Todos vamos a ir. Deja que Enrique trate con él. ―Le dio una
sonrisa satisfecha mientras se dirigía hacia la puerta―. Pero si intenta algo,
siéntete libre de patear su culo, Graham.
El hombre lobo miró a Edward. ―Encantado.
―De acuerdo, guarden sus pollas así podemos traer de regreso a mi
esposa. ―El humano fue el siguiente en salir, dejando a Edward y a
Graham gruñéndose. Edward tomó un precavido paso atrás y luego se giró,
saliendo de la casa.
Poco sabía Isabelle, que Graham no patearía ni una maldita cosa. Ya
había visto de qué estaba hecho el hombre y Edward se había topado con
cosas mucho peores.
Pero maldita sea si su pequeño comentario ingenioso no estaba
tocando algo en su interior, algo que era mejor dejar sin examinar.
Había un Yukon rojo estacionado a un lado de la calzada que no
estaba ahí antes, e Isabelle estaba hablando con un hombre muy grande y
musculoso. Edward suprimió un gruñido. ¿Qué le importaba? No tenía
interés en Isabelle. Su único interés era encontrar a Enrique y matarlo,
luego encontrar a su primo y rescatarlo. Matar a Isabelle estaba fuera de
cuestión ahora, pero todavía planeaba hacer que el hombre lobo alfa
pagara.
Edward siguió al humano ya que no tenía idea qué vehículo usarían.
Sintió antes de ver al hombre musculoso dirigiéndose hacia él. Edward dio
varios pasos para reunirse con el hombre hasta que Isabelle corrió hacia el
chico y se detuvo frente a él, colocando su mano en su pecho.
―Ahora no, Nate. Tenemos que irnos.
El hombre señaló a Edward con un fornido dedo. ―Si algo le pasa a
Isabelle, no descansaré hasta que estés muerto. Y realmente espero que 85
Rick te mate.
Edward le dio la espalda a Nate y se subió al jeep Cherokee azul
oscuro. No tenía tiempo para esta mierda. Tenía que encontrar a Phillip.
―¿Nos vamos o qué? ―preguntó Edward desde el asiento trasero antes de
cerrar la puerta de golpe, sin esperar una respuesta.
Edward se gruñó. Había pasado de ser el secuestrador, el hombre en
control, a sentarse en el asiento trasero de un vehículo esperando a que
todos movieran sus culos. Había perdido el control de la situación y lo
sabía. Pero de nuevo, cuando Edward miró en el retrovisor y vio a Isabelle
dirigiéndose hacia él, se preguntó si realmente tuvo algo de control.
La otra puerta del asiento trasero se abrió e Isabelle se deslizó dentro,
cerrando la puerta y poniéndose el cinturón. El humano se sentó en el
asiento del copiloto.
―¿Confías en mí lo suficiente como para sentarte aquí conmigo?
―preguntó Edward, dándole a Isabelle lo que equivalía a una sonrisa poco
fiable. No quería que se pusiera amigable a su alrededor. No quería ser
amigable, y odiaba el hecho de haber perdido la ventaja en esta situación.
―No te preocupes, estoy segura de que Graham te detendrá el
tiempo suficiente para que te ate si es necesario. ―Le sonrió y luego señaló
a su cuello―. Ahora quítame esta maldita cosa o te amarraré el resto del
viaje.
Edward alcanzó su bolsillo y sacó la diminuta llave de sus
pantalones. Cuando Isabelle se inclinó hacia adelante, Edward inhaló su
salvaje esencia mientras deslizaba sus manos alrededor de su cuello. ―Tu
pelo ―le dijo rápidamente, luchando contra las desconocidas emociones
que se aferraban a él.
Isabelle se veía perpleja y luego levantó la mano y tiró de su cabello
a un lado. Edward nunca antes había visto tanto cabello en una mujer tan
pequeña. Lucía tan rico, tan sedoso que quería pasar sus dedos a través de
él. Recordaba cómo se sentía de las pocas veces que agarró las hebras
castañas.
Empujó el pensamiento a un lado mientras alcanzaba detrás y
desenganchaba el collar. Tensando su mandíbula, Edward detuvo el
temblor de sus manos. Quería pasar sus dedos por su cuello de cisne y
presionar sus labios… no, no quería. 86
―Aléjate de ella ―gruñó Graham mientras caminaba hacia la parte
trasera de Jeep y arrojaba unas cuantas bolsas dentro―. Pon una mano en
ella y te pondré como el adorno de mi capó.
Isabelle se retiró rápidamente, un profundo rubor coloreando sus
mejillas.
Los brazos de Edward permanecieron en el aire por un momento y
luego los bajó. Metió el collar en su bolsillo junto con la llave. Era lo
bastante flexible para encajar sin que fuera incómodo.
El portalón golpeó al cerrarse y luego Graham se deslizó en el
asiento del conductor. ―Mantén tu distancia de ella, rata.
Edward se acomodó e ignoró al hombre lobo. Sabía que Graham no
sólo buscaba la seguridad de Isabelle, sino que el hombre estaba cagado de
miedo por su familia. Graham estaba en el borde y Edward no quería tener
que encontrar el centro de detención o a Enrique por cuenta propia. Así que
mordió su lengua y sólo asintió.
Edward se quedó sentado durante unos cuantos kilómetros.
―Alguien está siguiéndonos.
Graham asintió. ―Lo sé. Vi el auto hace un kilómetro.
Edward se recostó, mirando por el espejo, y luego se incorporó de
nuevo. ―¿No vas a tratar de perderlos?
Graham curvó su labio. ―Ahora mismo voy en dirección opuesta a
la que se supone que deberíamos dirigirnos. Hay una carretera a un
kilómetro que tiene carreteras secundarias como tentáculos. Si no conoces
los alrededores, te perderás.
A Edward no le gustaba confiar su seguridad en alguien más. Había
estado cuidándose toda su vida y se moría por decirle a Graham que se
moviera para poder conducir. Pero no conocía estos caminos. ―¿Qué pasa
si conocen los alrededores?
―Te preocupas demasiado ―dijo Graham mientras conducía como
si nadie los estuviera siguiendo. Edward se recostó, pero su espalda estaba
rígida, inseguro de si Graham lo estaba insultando o sólo estaba haciendo
una observación. Lo dejó pasar. Tenían cosas más grandes de las qué 87
preocuparse.
Como los hombres en el auto detrás de ellos. Edward estaba tentado
a girar su cabeza y mirar, pero frenó la urgencia. Los hombres tras ellos no
podían saber que se habían dado cuenta.
―Graham es un maldito buen conductor e incluso mejor despistando
―le dijo Isabelle suavemente.
Edward la miró, pero estaba mirando por la ventana, mostrándole a
Edward la parte trasera de su cabeza. Volvió a mirar por el espejo, pero
todo lo que Edward vio fueron los ojos castaños de Graham, mirándolo.
Una vez que Graham giró en la carretera a un kilómetro de distancia,
empezó una serie de vueltas. Edward agarró su asiento. El hombre ya no
conducía lento. Los hombres que los estaban siguiendo tampoco mantenían
distancia. Se agachó instintivamente cuando el cristal trasero se destrozó.
―Creo que saben que estamos tratando de perderlos ―dijo el
humano desde el asiento delantero―. Más rápido, Graham.
Edward miró a Isabelle para verla agachada en el asiento. Era lo
bastante bajita para no dejar nada a la vista de los chicos malos. No tenía
esa suerte. Midiendo un metro noventa y con la constitución de un toro, era
algo difícil doblar su cuerpo como lo estaba haciendo Isabelle. Había una
gran parte de Edward que seguía sobresaliendo y les daba un objetivo a los
chicos malos.
―Estás sangrando ―dijo Isabelle con un siseo. Edward podía decir
que ella estaba luchando contra el cambio. Mierda. Esto se iba a poner mal.
―No te atrevas a cambiar y venir tras de mí ―le advirtió en un tono
que debería haberla hecho retroceder. Estaba malditamente seguro de que
podía manejarla, pero en realidad no quería hacerlo. Contrario a sus planes
originales para Isabelle, lastimarla era la última cosa que quería hacer.
Edward dio una rápida mirada y vio que Graham todavía era
completamente humano, pero sus ojos marrones tenían destellos amarillos
y estaban brillando, igual que los de Isabelle.
Doble mierda.
―Detén el sangrado ―le rogó Isabelle desde su lado del asiento,
haciendo que Edward quisiera alcanzarla y tranquilizarla. Aún estaba con el
cinturón de seguridad, pero Edward podía ver pequeños cabellos brotando
88
por toda su piel expuesta. Vale, tal vez toda esa cosa de tranquilizar era una
mala idea. Estaba más propensa a morderlo que dejar que la acariciara.
Aunque había crecido con el dolor, Edward nunca lo buscaba a propósito.
Levantó la mano y palpó detrás de su oreja. Había pequeños
fragmentos de cristal incrustados en su carne. No había forma de que fuera
a ser capaz de sacarlos y detener el sangrado antes de que Isabelle
cambiara. Para darle crédito, estaba luchando contra ello.
―Sujétense ―gritó Graham y luego tomó una cerrada curva,
prácticamente arrojando a Isabelle a su regazo. Ahí fue cuando se dio
cuenta de que se había quitado su cinturón de seguridad. Edward ni siquiera
había visto cuándo lo había hecho. Sus pequeñas manos empujaron su
pecho, pero Edward podía ver que sus ojos color avellana también tenían
destellos de amarillo y brillaban.
Pero ahora estaba cambiando a una velocidad alarmante. Se sentó
perfectamente quieto mientras frotaba su nariz contra su cuello y empezaba
a lamer las heridas. Debería estar luchando para quitársela de encima, pero
en vez de eso, una pequeñísima parte de él estaba disfrutando sentir su
lengua en su carne. Se contuvo de atraerla a su regazo. ―Huelo tu sangre
―susurró Isabelle en su oído―, pero no hueles como una presa.
―Aléjate de él ―bramó Graham―. Vuelve a tu asiento, Isabelle.
Edward sabía que Graham estaba afirmando su autoridad sobre el
miembro más débil de la manada. Eso era algo que haría cualquier hombre
o mujer dominante con el fin de tratar de someter a uno de sus miembros.
No estaba funcionando.
Edward alzó su brazo justo antes de que Isabelle tratara de arrancarle
la garganta. Empujó su espalda y luego desabrochó su propio cinturón de
seguridad. ―¿Los perdiste? ―le gritó a Graham mientras trataba de
inmovilizarla.
―Todavía no ―respondió el humano.
Edward empujó su peso corporal en Isabelle, haciéndola caer sobre
su espalda. Debería haberle dejado puesto el maldito collar. Agarrando sus
brazos, Edward los inmovilizó a sus costados mientras presionaba todo su
peso en ella. ―Demonios, cálmate, princesa.
89
Gruñó y luego cambió por completo, como si ya no pudiera luchar
contra el cambio. Casi se quitó a Edward de encima, pero se las arregló
para sujetar sus piernas y fijarlas en su lugar. Bajo cualquier otra
circunstancia, tenerla en esta posición habría sido algo muy agradable. No
tanto cuando le estaba chasqueando las mandíbulas, sus afilados dientes
estaban a meros centímetros de su yugular. ―No dejaré que me comas.
―Sólo un pequeño mordisco. ―Su boca de hombre lobo3 le
sonrió―. Prometo que no te dolerá. ―Estaba jadeando con fuerza y sabía
que ninguna charla la apaciguaría. El control lo tenía su bestia.
Edward la sostuvo con firmeza, presionando sus muslos con más
fuerza contra ella, sus manos empujando sus brazos con más fuerza a sus
costados. ―Y yo te prometo que no te dolerá cuando te ponga el maldito
collar de regreso en tu cuello.
Sus ojos se entrecerraron mientras se arqueaba, tratando de lanzar a
Edward de encima, pero mantuvo su agarre. ―Hasta que pueda sacarme
este cristal, no vas a levantarte.
Edward luchó contra la excitación que su cuerpo estaba
experimentando por tenerla inmovilizada debajo. Podía sentir cada curva,
cada línea femenina, y su pene se estaba poniendo semiduro.
Su reacción era insana. ¿Estaba tratando de comérselo y se ponía
cachondo? Sí, realmente estaba loco.
El jeep se detuvo de repente y la puerta trasera se abrió de golpe.
Graham lo agarró y alejó a Edward de Isabelle. La soltó, pero rápidamente
saltó hacia atrás cuando Isabelle saltó del asiento trasero.
―Whoa ―Graham agarró a Isabelle por la cintura y la levantó.
―Howard, quita el cristal de la cabeza de Edward antes de que
olvide que Enrique quiere a Edward y deje que Isabelle vaya tras él.
Edward fulminó a Graham con la mirada mientras se movía al otro
lado de la camioneta y se agachaba para que el humano más bajo pudiera
empezar con la labor de desenterrar los fragmentos de la cabeza de Edward.
No apartó sus ojos de Isabelle mientras Howard quitaba el cristal.
No quería someterla de nuevo porque ahora mismo su cuerpo estaba
tan tenso por la necesidad que estaba agradecido por el espacio.
3
90
Después de pensarlo decidí que “hombre lobo” como raza debe quedarse así tanto para hombre como
para mujer y no decir “mujer lobo” lo cual no suena del todo correcto. Sería similar a hacer una
generalización sobre “los humanos”.
Sujetándola, sintió sus suaves curvas y pequeños pechos presionándose
contra él teniendo el efecto opuesto al que había estado buscando. Edward
trató de parecer amenazante, dejándole saber que no estaba en el menú,
pero sentirla retorcerse debajo de él hizo que su polla se pusiera tan dura
que estaba medio tentado a decirle a Graham que la soltara.
Porque si lo atacaba una vez más, el hombre lobo y el humano quizá
le dieran la espalda.
Isabelle ya no estaba luchando contra Graham. Se quedó junto al
hombre, la mano de Graham en su brazo, pero sus ojos de lobo lo
estudiaban de cerca, como un depredador listo para atacar. Edward no pudo
resistir la tentación. Frunció sus labios y lanzó un beso al aire.
Isabelle se volvió loca, tratando de apartarse de Graham, pero el
hombre la atrapó a tiempo.
―Hazlo de nuevo y la suelto.
―Suéltala ―lo desafió Edward. Su corazón se aceleró ante el
pensamiento de enredarse con ella en el exterior en dónde tal vez tendrían
espacio suficiente para tener un poco de diversión. Dios, era tan pervertido.
Se estaba poniendo duro tan sólo por pensar en luchar con ella.
―Deja de burlarte de ellos ―lo amonestó Howard―. Realmente me
gustaría traer a mi esposa de regreso y los dos sólo están retardándonos.
Edward se comportó. Sabía que el humano estaba en lo cierto. Todos
tenían a alguien que perder si las cosas salían mal. Isabelle no, pero si
comprendía lo que le estaban diciendo, Enrique era el más buscado de los
Estados Unidos.
Se lo merece por dejarme morir.
―Listo, ya saqué todo.
―Gracias. ―Edward se puso de pie, volviendo a mirar a Isabelle, le
guiñó antes de volver a subirse al asiento trasero. Estaba comportándose
como un idiota y lo sabía. Esta vez Graham puso a Isabelle delante y le dijo
al humano que se subiera atrás con Edward.
Eso estaba bien para Edward. De todas formas no se preocupó por la 91
reacción que su cuerpo estaba teniendo por ese pequeño diablillo. Al menos
en el asiento trasero no sería capaz de oler su aroma de manera tan fuerte y
su cuerpo no lo traicionaría todo el maldito viaje.
―Necesitamos irnos antes de que los hombres que estaban
siguiéndonos nos encuentren por accidente ―dijo Graham mientras se
ponía el cinturón―. Y trata de no sangrar esta vez.
―Mi principal prioridad será no tentar a la princesa para que me
coma. ―El cuerpo de Edward pulsó ante la imagen, y cerró sus ojos
rápidamente, luchando contra las olas de deseo que lo atravesaban.
Sacó el móvil de su bolsillo y le envió un rápido mensaje a Leon,
diciendo a su segundo que se reuniera con él en Georgia con algunos
hombres rata. Si iba a estar rodeado de hombres lobo, Edward quería que
algunos de su manada estuviesen allí también.
Cuando Howard le miró, Edward rápidamente cambió a su e-mail en
la pantalla y giró su teléfono así el humano podía ver lo que Edward quería
que viera y no lo que en realidad estaba haciendo. No creía que necesitara
probar ni una maldita cosa, pero según lo que Edward estaba viendo, las
cosas realmente se habían puesto feas desde que había desaparecido.
Si pensaba que no confiaba en nadie antes de su captura, seguro
como la mierda que ahora no confiaba en nadie.

92
Capítulo Once
Isabelle tenía abierta la puerta del jeep antes de que el vehículo se
hubiera detenido. Una amplia sonrisa estaba en su rostro mientras avistaba
a su hermano mayor parado a un lado de la entrada de vehículos,
sonriéndole como si estuviera muy feliz de verla. Estaba tan feliz de verlo
que no le importó ponerse a llorar cuando fue envuelta en sus brazos.
Ahuecó la parte posterior de su cabeza, riendo mientras la apretaba entre
sus brazos. Isabelle necesitaba el consuelo, y su hermano estaba ahí, como
siempre había estado, dándole la cercanía que necesitaba.
―Estaba tan preocupado por ti4.
―También estaba preocupada por ti ―murmuró en su pecho. Se rio
cuando él gruñó. Sabía que era demasiado bajita y él había estado doblado
demasiado tiempo. Se incorporó, pero ella mantuvo sus brazos envueltos a
su alrededor, apretándose y sintiendo como si estuviera a salvo una vez
más. Como si nada pudiera dañarla siempre y cuando su hermano mayor
estuviera ahí. La vida ya no era normal, ya no había un lugar en el cual
sentirse a salvo. Pero tener a su hermano entre sus brazos le hacía sentir
como si pudiera tomar al mundo y golpearlo.
Isabelle alzó la mirada cuando sintió que Enrique se tensó entre sus
brazos.
Estaba mirando más allá, sus ojos gris claro sostenían una tormenta
ejecutándose en su interior. ―Ve dentro de la casa, Isabelle.
Isabelle conocía ese tono. Se giró para ver a Edward bajándose del
jeep. No estaba segura de qué iba a pasar, pero la mirada en los ojos de
Edward era feroz mientras miraba hacia ellos. Su postura era amenazante,
sus amplios hombros se cuadraron mientras arrastraba sus ojos de arriba
abajo sobre Enrique. ―¿Eres el alfa Enrique de la manada de hombres lobo
en Shelton? ―preguntó Edward de una forma bastante casual, pero Isabelle
oyó el desapasionado tono.
Su hermano la puso a un lado.
93
4
En español en el original.
Graham la agarró y la empujó hacia la casa. Isabelle tiró del agarre
de Graham, negándose a irse. Su corazón latía fieramente en su pecho
mientras miraba entre los dos.
Enrique quería venganza porque Edward la había secuestrado.
Edward quería venganza por ser abandonado para ser torturado.
Esto iba a termina mal, y sabía que no había nada que pudiera hacer
al respecto. Pararse entre los dos poderosos hombres sería un suicidio.
Estaban en una pequeña casa de campo, sin otra casa a la vista. Le
daba rienda suelta a estos dos para hacer lo que quisieran sin miedo a ser
vistos por humanos. Esto no era bueno.
Enrique se quitó su camisa y la lanzó a un lado. Sus ojos se
entrecerraron hacia Edward. Isabelle vio cómo terminaba de desvestirse y
sabía que iba a cambiar. Su cabeza se desvió hacia Edward que también se
desnudaba.
Se quedó congelada, bebiendo de su exquisito cuerpo. Isabelle sabía
que había gente de pie a su alrededor, pero no podía apartar sus ojos de
Edward. Su bronceado físico le fue revelado, e Isabelle jadeó cuando vio
una pierna completamente cicatrizada. ¿Era a causa de las hienas o por los
crueles padres de Edward? Había una cicatriz que corría desde el interior
de su muslo hasta su rodilla, y se preguntó qué hizo esa marca. Era muy
difícil dejar una marca en un cambiante. Lo que sea que hubiera dejado la
desfiguración había sido algo horrible. Ni siquiera estaba segura de que
quisiera saberlo. Casi lucía como si la piel hubiese sido rebanada desde el
muslo interno y luego trató de volver a crecer, dejando únicamente una
cicatriz y carne tierna en su lugar. Había una hendidura, diciéndole a
Isabelle que no toda había vuelto a llenarse.
―¿Estás comiéndome con los ojos, princesa? ―preguntó Edward
sarcásticamente mientras lanzaba a un lado su última prenda.
Enrique curvó su labio.
Edward sonrió con satisfacción.
Podía decir que el rey rata estaba muy a la defensiva con respecto a
sus cicatrices. Isabelle no había querido mirar fijamente, pero nunca antes 94
había visto tal desfiguración.
Edward se giró de manera que ya no podía ver su pierna jodida, y
luego Isabelle los vio cambiar a ambos. Sólo que Edward no cambió por
completo en una rata como había pensado que haría. Se quedó congelada
en su lugar cuando el cuerpo de Edward cambió en algo entre un hombre
rata y un puma. Era la forma más extraña que había visto.
―Eres un mestizo ―susurró y luego deseó no haberlo hecho. Al
parecer, estaba bateando a mil aquí recordándole a Edward todos sus
defectos.
No fue su intención. A pesar de que la había secuestrado con la
intención de matarla, Isabelle, por Dios sabe qué razón, no quería lastimar
sus sentimientos. De lo poco que había podido reunir, la vida del hombre
no había sido bonita y tan loco como era, sentía la necesidad de protegerlo.
Dios, estaba tan jodida de la cabeza.
Debería estar alentando a su hermano para que lo hiciera morder el
polvo, no rezando para que no lo lastimara.
Los ojos de Edward cayeron sobre ella e hizo un ruido que sonó
como un maullido, pero tenía un borde de siseo. El tipo sonaba como si
estuviera molesto con ella. Su hocico era largo, como lo sería el de
cualquier cambia formas, pero su pelaje era del color negro de un cuervo,
brillante y suave a la vista. Su cuerpo era enorme, más grueso, más largo y
su cola era la de un puma, sólo que más delgada, como la de una rata.
―Abominación ―gruñó Graham suavemente detrás de ella.
Isabelle se giró, por una extraña razón que no podía comprender, y
miró a Graham para dejarle saber que quería que cerrara la puta boca. Pero
no dijo ni una palabra mientras se giraba de nuevo.
―¿Secuestraste a mi hermana esperando qué, chucho? ―Enrique
gruñó a Edward mientras sus caninos se alargaban―. ¿Matarla?
―Me abandonaste para que muriera ―contrarrestó Edward con
vehemencia―. Incluso después que mi segundo te pidió ayuda. ―Edward
debió haber estado en medio de la plática porque medio atacó, medio saltó
hacia la entrada, sus movimientos rápidos y letales, más rápido de lo que
Isabelle había visto que se movía un cambia formas. Entonces, ¿por qué
diablos no corrió así cuándo esa manada de cambia formas fue tras ellos
95
allá en la casa en la que Edward la mantenía cautiva?
Dorian salió corriendo de la casa, Miguel y Benito justo detrás de él.
Isabelle agarró al humano a tiempo antes de que éste corriera hacia su
hermano. ―Si tratas de interponerte entre ellos, serás asesinado.
―¿Por qué están peleando? ¿Quién es ese? ―preguntó Dorian con
rapidez mientras miraba hacia la batalla.
―Dos alfas muy enojados ―respondió Isabelle. Enrique azotó sus
garras en Edward e hizo cuatro marcas de garras en el costado de Edward.
Empezó a sangrar, pero Edward sólo saltó y usó el momento para cortar la
espalda de Enrique.
―¡No! ―gritó Dorian, pero Isabelle lo retuvo. Tanto como quería
detener la pelea, y tanto como quería comprobar las heridas de ambos
hombres, Isabelle sabía que esta era la forma de hacer las cosas de los
cambia formas. Ambos hombres eran dominantes y se sentían ofendidos.
Sólo había una manera de manejar una disputa así de molesta en esta
sociedad.
Luchar hasta la muerte.
Enrique lo pateó, su pie aterrizó en el pecho de Edward, haciéndolo
retroceder cerca de metro y medio. Edward evitó aterrizar en su culo y
luego se agachó, una mano en su pecho como si le doliera respirar, pero
entonces hizo el ruido entre maullido y siseo, atacando a Enrique.
―Envié a Remus para que ayudara ―dijo Enrique mientras Edward
lo agarraba de la cintura y lo dejaba caer en el piso. Enrique rodó justo
antes de que Edward bajara sus zarpas en un golpe mortal.
―¡Mentiroso! ―Edward cayó sobre sus manos. Al mismo tiempo
que movía su pie hacia atrás, conectándolo en un costado de la rodilla de
Enrique. Isabelle vio como la rodilla de su hermano se doblaba de una
manera en la que naturalmente jamás se habría doblado.
―Tu segundo capturó a mi pareja ―gruñó Enrique―. Te debo esas
dos.
Edward titubeó por un momento, viendo sorprendido, y luego un
gruñido se formó en sus labios. ―Estás lleno de mentiras.
Isabelle hizo un ruido estrangulado cuando Enrique derribó a 96
Edward, sus garras se ubicaron en la garganta del hombre. Esto era todo.
Edward iba a morir. Debería estar contenta. Debería estar sonriendo porque
su secuestrador estuviera recibiendo su merecido.
Pero en vez de eso su corazón se sentía como si fuera a salirse de su
pecho. ―Enrique, no ―dijo mientras avanzaba―. Realmente cree que lo
abandonaste para que muriera.
Enrique bajó su mirada a Edward. ―Envié ayuda. No podía ir, pero
envié a Remus, un hombre leopardo, para que ayudara a rescatarte.
Edward miró entre Enrique e Isabelle. ―Nunca apareció en la fiesta,
―dijo al final―. Nadie llegó. Tuve que rescatarme solo.
―No entiendo ―dijo Isabelle―. Remus no te habría dejado morir.
―¿Estás segura, princesa? ―preguntó Edward burlonamente―.
¿Qué tan bien conoces a este Remus?
―Bastante bien ―dijo Enrique y luego presionó sus garras con más
fuerza contra la garganta de Edward. Diminutas gotas de sangre
aparecieron en la superficie―. Debería matarte por tocar a mi hermana.
Los ojos de Edward se posaron en Isabelle y rápidamente volvió a
mirar a Enrique. ―Entonces termina con esto.
―¿Le crees? ―preguntó Isabelle―. ¿Crees que mi hermano no te
abandonó para que murieras?
La mandíbula de Edward se tensó mientras miraba hacia el patio.
Isabelle contuvo el aliento, esperando.
―No huelo que esté mintiendo ―admitió a regañadientes.
Enrique se inclinó más cerca, gruñéndole a Edward. ―Eso es porque
no estoy mintiendo. Pero dime, rey, ¿planeabas matar a mi hermana?
Oh diablos. Edward estaba jodido. Si mentía, Enrique lo sabría. Si le
decía la verdad, Enrique sólo podría entregarle el golpe mortal. Isabelle
miró a Dorian y luego de regreso a su hermano.
Los ojos de Edward se enfocaron en los de Enrique y sólo se miraron
por un largo momento. Isabelle no estaba segura qué estaba pasando. Su
hermano finalmente se echó para atrás, y luego empujó a Edward, pero no 97
antes de golpear la mandíbula de Edward. Isabelle estaba aterrada de que
Enrique fuera a romper el cráneo del hombre. Su hermano lo golpeó
malditamente duro. Dio un paso atrás y después levantó a Edward,
empujándolo de nuevo. Isabelle se contuvo de interferir. Enrique iba a
matar al hombre. Su hermano por fin liberó a Edward y luego señaló al
hombre con un dedo, e Isabelle podía decir que Enrique estaba luchando
por el control. ―Mantente lejos de Isabelle.
Ambos volvieron a cambiar a su forma humana e Isabelle estaba en
apuros tratando de no quedarse mirando embobada a Edward. Su cuerpo
era perfecto, cicatrices y todo. Se levantó del suelo y caminó de regreso a la
entrada de coches, recuperando su ropa. Isabelle no podía dejar de mirar su
culo. Era firme, bien formado, y con una buena forma. Sus dedos picaban
por recorrer esos globos de buen aspecto.
―Entra ―le dijo su hermano mientras bloqueaba la vista que tenía
de Edward.
Isabelle miró desafiante a Enrique. ―¿Qué tengo, dieciséis?
La expresión de Enrique se oscureció y protestando, Isabelle giró
sobre sus talones y entró.
Pero no antes de robar una última mirada de Edward.

Rick señaló el área en el mapa que habían puesto en la mesa de la


cocina. ―Hay una pequeña manada de jaguares viviendo aquí. Si el
responsable de la bomba en la universidad iría a alguna parte, sería de
vuelta a territorio familiar.
―Discrepo ―dijo Edward.
Rick estaba a cinco segundos de terminar lo que había empezado a
hacerle a este hombre. Edward era una comezón que Rick amaría rascar…
con su Smith & Wesson. Aún estaba debatiendo dejar al rey con vida
después de lo que le había hecho a Isabelle.
―¿Y por qué es eso? ―preguntó con irritación.
―Porque no estás pensando como un gato.
―Dime ―comenzó Rick―, ¿cómo se emparejan un gato y una rata? 98
Isabelle y Dorian estuvieron entre ambos más rápido de lo que Rick
podía parpadear.
―¿Podemos enfocarnos en el centro de detención? ―preguntó
Graham desde un extremo de la mesa―. Deberíamos ir ahí primero.
Los ojos de Rick se entrecerraron mientras veía la mano de Isabelle
quedarse en el pecho de Edward. Tiró de Isabelle hacia él antes de
responder a Graham. ―Tengo unas cuantas llamadas que estoy esperando.
No podemos simplemente caminar hasta allá y liberarlos a todos. Ni
siquiera conocemos la zona, cuantos guardias hay, o el punto débil que nos
permitiría entrar. Sólo un tonto intentaría irrumpir en el lugar antes de
conseguir un plano.
Graham no lucía complacido, y Rick deseaba que hubiera una forma
de tranquilizar al hombre en cuanto al bienestar de Olivia y los ahijados de
Rick, pero no iba a mentir. No tenía idea de lo que pasaba en el centro de
detención, y rezaba para que no fuese tortura.
―No puedo sólo sentarme en mi culo mientras tienen a mi pareja y a
mis cachorros, alfa. ―Graham golpeó un puño en la mesa―. No se sabe lo
que les están haciendo.
Rick miró a Howard.
Parecía como si Howard quisiera estar de acuerdo con Graham, pero
sacudió su cabeza. ―Rick está en lo cierto. Ir sin estar preparados es algo
tonto. No podemos ayudar a aquellos que amamos si estamos muertos.
Había días como este que Rick seriamente dudaba que fuera el
hombre correcto para este trabajo. Dirigir una rebelión era algo que jamás
pensó que tendría que enfrentar, y era un trabajo que le gustaría poder dejar
a alguien más. A lo largo del camino había hecho contacto con bastantes
razas de cambia formas, la mayoría estaban de acuerdo en reunirse con él
en donde sea que Rick quisiera, pero algunos, como los leones, pretendían
que no había guerra, que el gobierno no había decretado que todos los
cambia formas eran salvajes. Cualquier cambia formas que atraparan sería
llevado al centro de detención, y Rick sabía, junto con aquellos que creían
que la guerra estaba aquí, que una vez que los cambia formas entraban,
nunca salían.
99
Oyó rumores de que se construían más centros de detención, y eso
producía un escalofrío por la columna de Rick. ―¿Cómo piensa un gato?
―le preguntó finalmente Rick a Edward.
Edward lucía un poco sorprendido por la pregunta de Rick. ―Este
jaguar no volvería a un lugar donde podría ser encontrado fácilmente. Pero
estoy dispuesto a apostar que está bastante cerca, observando la
universidad. Si no puso la bomba, por supuesto. Quiere saber qué está
pasando, si aún lo culpan y qué tan mal están las cosas.
―Entonces necesitamos llegar al campus ―dijo Rick―. Podemos
olerlo y a partir del jaguar, descubrir que pasó. Iremos en la mañana.
―¿Sólo así? ―preguntó Graham―. ¿Vas a caminar a un campus
que está buscando a cambia formas e investigar esta bomba?
―No, voy a caminar al campus y cazar a un jaguar.
―Debería ir ―dijo Edward―. Tal vez no te hable considerando que
eres un lobo.
―¿Por qué deberíamos confiar en ti? ―dijo finalmente Miguel―.
¿Cómo sabemos que no te pondrás en contra de nuestro alfa a la primera
oportunidad que tengas?
―Porque ―respondió Isabelle por Edward, lo cual sólo molestó a
Rick―, se llevaron a su primo. No querría joder las cosas y que le negaran
entrar en el plan para irrumpir en el centro de detención.
―Ella tiene un punto ―le dijo Rick a Graham a regañadientes. Y
mantendría al bastardo lejos de su hermana y su pareja. Rick todavía no
confiaba en Edward, incluso si el tipo había hecho lo que haría cualquier
hombre en su situación.
Aun así, a Rick no tenía por qué gustarle. Y no le gustaba la forma
en la que Edward le robaba miradas furtivas a su hermanita. Esperó hasta
que la habitación se vació antes de girarse hacia el hombre. ―Quédate
lejos de Isabelle ―gruñó la advertencia una vez más.
―Te oí la primera vez ―dijo Edward mientras se dirigía hacia la
cocina―. No tienes nada de qué preocuparte. Confío en una mujer tanto
como tú confías en mí en este momento. 100
Rick no estaba seguro de qué pensar acerca de lo que Edward dijo
mientras salía de la habitación, pero iba a mantener un ojo en el tipo.
Cuando su móvil sonó, Rick lo cogió de la mesa, esperando que
quien llamara fuera Nate. ―¿Qué averiguaste?
―Qué estás en Georgia.
Rick se quedó quieto como si un gran peso se hubiese asentado en su
estómago. No reconoció la voz al otro lado de la línea, pero estaba seguro
de que sabía dónde estaba. Su respiración se volvió superficial mientras
trataba de ubicar la voz, pero estaba en blanco. Mirando sobre su hombro,
mientras salía al porche trasero, Rick abrió la puerta mosquitera y luego
bajó las escaleras hasta que estuvo en el patio. ―¿Quién es?
―Quien soy no es tan importante como lo que voy a hacer. Por
ahora sabes de los dos niños y las dos mujeres que han cogido. ―Era una
declaración.
―Sí.
―¿Recuerdas que te advirtieron que no todos eran quien aparentaban
ser?
Rick pensó en el anciano en la parada de descanso y luego cuando le
mostró a Rick su habitación del motel. Era exactamente lo que le había
dicho el anciano, pero no era su voz la que estaba al otro lado del teléfono.
―Lo recuerdo.
―Nunca olvides esa advertencia. ―La persona que llamaba colgó.
Rick apartó su teléfono y lo miró, saltando ligeramente cuando sonó
de nuevo. Esta vez era Nate. Rick se sentía un poco sacudido mientras
llevaba el teléfono a su oreja. ―¿Sí?
―Casi estoy ahí. Selene y yo tuvimos que deshacernos de unos que
nos seguían, pero estaremos ahí en tres horas. Hice esas llamadas
telefónicas por ti y no llegué a ningún lado. Lo siento.
Rick exhaló una prolongada respiración, sintiéndose un poco perdido
después de su última llamada. ―Vamos a resolver esto. ―Quería sus
propias fuerzas especiales, gente que supiera sobre cómo llegar al centro de 101
detención, y salir sin disparar las alarmas. Se suponía que Nate había ido a
ver si podía encontrar a alguien con esos talentos. Parecía que los únicos
que podían encontrar gente con ese talento eran los que trabajaban para el
gobierno.
Rick se adentró un poco más en el patio, aún se sentía un poco
intranquilo por esa llamada anónima. ¿De qué estaba hablando exactamente
ese chico? Aparte de Edward, Rick conocía a todos los que estaban con él y
confiaba en ellos. ―Graham llegó hace un rato.
―¿Mataste a la rata? ―preguntó Nate, su voz un poco demasiado
feliz para el gusto de Rick.
―No.
―¿Puedo preguntar por qué?
Normalmente Rick no daba explicaciones a nadie, pero desde que se
volvió alfa hace cuatro años, Nate había estado ahí para él, cuidando su
espalda y lidiado con los jodidos estados de humor de Rick sin quejarse.
―Remus nunca llegó a rescatarlo.
El silencio pareció extenderse hasta que Nate dijo: ―¿crees que le
pasó algo al hombre leopardo?
Rick apoyó una mano en su cadera mientras bajaba su cabeza. ―En
estos días, no se sabe. Pero el rey lo consideró una traición.
―Así que fue tras Isabelle en retribución ―finalizó Nate.
Viniendo de Nate, sonaba como un movimiento lógico, algo que
Rick habría hecho. Pero todavía no le sentaba bien que Isabelle hubiese
sido usada de esa manera, incluso si Edward no la había lastimando.
―Exactamente.
―Ahora no puedo matarlo. ―El puchero era claro en la voz de Nate.
Rick se rio entre dientes. ―Nunca dije eso. Sólo que no puedo
matarlo por un malentendido.
Nate se rio. ―Alto y claro, hermano, alto y claro.
Rick escuchó una maldición de parte de Selene y luego era ella quien
hablaba con Rick. ―Ninguno va a matarlo si piensa que fue traicionado.
―Rick podía oír la advertencia en su voz―. Siempre y cuando no haya 102
lastimado a Isabelle, no debería haber retribución, alfa.
Rick apretó sus dientes. Odiaba que todos estuvieran más o menos de
acuerdo con Selene en este caso. El consenso era que si Edward no había
lastimado a Isabelle, entonces no debería recaer ningún daño en el rey.
En realidad a Rick no le importara lo que pensara nadie más, y sabía
que dos alfas, incluso si el título de Edward era rey, no deberían ocupar la
misma zona. Pero las reglas del juego habían cambiado. No se estaban
peleando por un territorio ni teniendo una reunión. La gente en el interior
de la casa estaba ayudando a Rick no sólo a investigar la bomba que había
matado a veintisiete humanos, sino el posible asalto al centro de detención.
Sí, las reglas definitivamente habían cambiado.
―Os veré cuando lleguéis aquí.
―Estaremos ahí dentro de poco ―dijo Selene antes de colgar.
Sonrió cuando Dorian salió al porche trasero.
―¿Todo está bien? ―Su pareja dio unos cuantos pasos adentrándose
en el patio, llegando hasta él.
Rick sacudió su cabeza. ―No estoy seguro de que todo esté bien
ahora mismo, gatito.
―¿Descubriste dónde está Ian? ―Su pareja lucía preocupado. No
culpaba al hombre. Dorian se había arriesgado muchísimo al dispararle a
un vampiro, ganándose la ira del dueño del club de BDSM, y un combate
con las Mãos da Morte a causa de Ian. Y ahora su hermano estaba
desaparecido. Rick tenía el presentimiento de que Ian había regresado al
club, pero incluso si le decía esto a Dorian, no podían volver al Condado de
Hamilton para rescatarlo. A pesar de que le partía el corazón ver a Dorian
tan preocupado, irrumpir en la universidad y tratar de colarse en el centro
de detención era su primera prioridad. Había vidas en juego, más de una, y
Rick no iba a defraudarlos.
―No, gatito, pero tengo hombres y mujeres muy capaces
buscándolo.
Dorian se detuvo en el patio, viéndose un poco perdido hasta que
Rick sujetó su mano.
―¿No te prometí que te enseñaría a disparar a larga distancia? 103
―Rick deslizó su brazo alrededor del hombro de Dorian mientras
empujaba su móvil en el bolsillo trasero.
Dorian asintió. Su pareja nunca había manejado un arma hasta que
terminaron metidos en este desastre. El hombre no era la mitad de malo a
corta distancia, pero Rick quería asegurarse de que Dorian supiera cómo
manejar un arma apropiadamente y estar entrenado para un tiroteo a larga
distancia. Habría momentos en que su pareja necesitaría esas habilidades.
Rick tiró a Dorian a su pecho y lo sostuvo cerca, cerrando sus ojos y
rezando para que Dorian se mantuviera vivo. El vínculo entre ellos se había
profundizado, y sabía que nunca sobreviviría si perdía a su pareja. ―Voy a
enseñarte esas lecciones, justo después…
Dorian inclinó su cabeza hacia atrás. ―¿Justo después de qué?
Rick sonrió. ―Te daré tres pistas, pero estoy bastante seguro que
sólo necesitarás una.

Dorian conocía esa mirada. Amaba esa mirada. Su polla empezó a


llenarse mientras miraba a los ojos gris claro de Rick, viendo el deseo
nadando en ellos.
Quería perderse en su pareja tanto como Rick quería perderse en él.
Dorian quería olvidar por un momento que la vida estaba cambiando todas
las reglas.
Agarrando la mano de Rick, Dorian dirigió a su pareja hacia el
granero detrás de la casa. No era muy grande, pero no era necesario que lo
fuera. Sólo estaba buscando privacidad.
―¿Qué tienes en mente, gatito? ―preguntó Rick mientras lo seguía.
―Cosas que nos harán delirar.
Rick se rio. ―Me gusta cómo suena eso.
Dorian entró por la parte trasera del granero y vio un gran carrete de
madera. Parecía que solía usarse para enrollar alambre en él.
Perfecto.
Cuando Dorian soltó la mano de Rick, su pareja lo atrajo hacia él, 104
sus pechos chocando. El hombre no estaba jugando. La cruda necesidad no
sólo estaba en sus ojos, sino en sus acciones como sus manos agarrando a
Dorian con fuerza.
Rick rozó con su mano la mejilla de Dorian. ―Te amo, gatito.
Dorian tragó con fuerza ante la mirada perdida en el rostro de Rick.
―También te amo.
El cuerpo de Dorian se tensó, cada hueso y musculo anhelaba la boca
de Rick, el calor atrayente de sus labios, y la humedad que dejaba su
lengua. Este hombre le pertenecía, por completo. Dorian no tenía quejas
sobre ese hecho.
Haría cualquier cosa que Rick le pidiera, sexualmente, por supuesto.
Este era el único momento en el que jamás discutía, nunca luchaba contra
lo que quería Rick. Dorian se lo daba voluntariamente, con nada más que el
amor de su corazón hacia el fuerte alfa.
Rick retrocedió hasta el carrete mientras succionaba la lengua de
Dorian, haciendo que la polla de Dorian se engrosara con una pesada
necesidad.
―Desvístete ―dijo Rick, su voz áspera y llena de una promesa que
Dorian se moría porque su pareja cumpliera.
Dorian retrocedió empujando sus vaqueros por su cuerpo, hasta sus
tobillos. Eso era lo suficientemente bueno. Si eran atrapados haciendo este
sucio acto, Dorian quería subirse rápido los pantalones.
Rick se rio. El sonido hizo que el corazón de Dorian se aligerara.
―Veo que quieres un escape rápido.
Un rubor cubrió el rostro de Dorian. ―No puedes culpar a un chico.
Los ojos de Dorian cayeron a la ingle de Rick mientras su pareja
desabrochaba sus vaqueros, revelando su pesada y venosa polla. ―No, no
puedo.
Lamiendo sus labios, Dorian se quedó ahí parado bebiendo la belleza
de su pareja. Rick era poderoso, demandante y letal como el infierno. Pero
también era gentil, amable y se preocupaba por la gente que tenía como
familia y amigos. Rick incluso se preocupaba por extraños. ¿Cómo es que 105
Dorian terminó con todo el paquete?
―Sigue mirándome así y quizá empiece a pensar que me deseas
―bromeó Rick.
―Eh, deberías hacerlo ―dijo Dorian mientras se encogía de
hombros. Rick se rio más fuerte y Dorian no pudo contener su sonrisa.
Sentía que el vínculo se volvía más profundo entre ellos. Ahora el anhelo
de estar cerca de Rick era constante. Sólo un toque, un beso o incluso una
mirada furtiva parecían hacer que Dorian ardiera.
―Inclínate, gatito.
Dorian se dio la vuelta, listo para doblarse sobre el carrete de manera
cuando Rick se quitó su camisa y acolchó el borde. ―No quiero que te
claves astillas.
―Oh, Rhett, vas a hacer que me desmaye ―bromeó Dorian mientras
abanicaba su rostro.
―Lo harás para cuando haya terminado contigo. ―Rick maniobró a
Dorian hasta que estuvo doblado sobre el carrete. Esa era una promesa que
Dorian estaba deseando.
Siseó y gimió cuando sintió la lengua de Rick en su ano. El hombre
se movía rápido. Dorian estiró la mano atrás y agarró el brazo de Rick,
sosteniéndolo mientras su anillo de músculos se apretaba por la invasión.
Sus rodillas empezaron a temblar cuando Rick frotó justo sobre la
zona mortal de Dorian.
Dorian se abalanzó en el dedo de Rick, gimiendo ante lo bien que se
sentía enterrado en su culo. La lengua de Rick comenzó a danzar alrededor
del dedo invasor, añadiendo placer.
―Maldición, sí que sabes chupar un culo ―dijo Dorian con un
gruñido.
Rick mordisqueó su nalga.
Su pareja retorció su dedo en el culo de Dorian, estirándolo para
forzar la entrada de otro digito. Joder, iba a correrse. ―Ahora, Rick, antes
de que lo pierda.
106
Rick se apartó, removiendo sus dedos. Dorian sintió los húmedos
dedos circundando su agujero antes de que la cabeza de la polla de Rick
presionara con firmeza en su entrada.
Dorian cerró sus ojos, aferrando sus manos en la madera, y
retrocedió mientras Rick empujaba hacia adelante. Su cuerpo le dio la
bienvenida a su pareja mientras Dorian siseaba ante el ardor en su parte
trasera.
Iba a tener que empezar a llevar un lubricante tamaño bolsillo.
Escupir funcionaba, pero nada era mejor que el lubricante embotellado.
Rick se inclinó hacia adelante y mordisqueó el hombro de Dorian,
diciéndole a Dorian que su pareja ya estaba perdiendo el control. Sentía las
puntas afiladas de los caninos de Rick mientras el hombre se enterraba en
el cuerpo de Dorian.
―Ahora jódeme ―gimió Dorian, desesperado por sentir a su pareja
moviéndose en su interior.
Rick embistió con su duro pene en el culo de Dorian, meciéndolos a
ambos con la fuerza de sus embestidas. ―¿Así, gatito?
―Diablos, sí. ―Dorian se sujetó con fuerza mientras Rick empezaba
a levantarlo con cada embestida. El hombre no estaba tonteando. Quería
darle a Dorian exactamente lo que había pedido.
Y para Dorian, eso estaba bien.
Cada empuje se clavaba en la glándula de Dorian y gruñó, oscilando
mientras se movían juntos.
Dorian empezó a retorcerse debajo de Rick, luchando por respirar, su
cuerpo húmedo por la transpiración. Se arqueó desesperadamente, rogando
por su liberación.
Rick alcanzó la parte delantera de Dorian y enroscó sus dedos
alrededor de la polla de Dorian, acariciándolo mientras se incrustaba en el
culo de Dorian. Su cuerpo se sacudió cuando sintió los caninos de Rick
deslizándose en su piel, reabriendo la marca de apareamiento.
―¡Oh, Dios! ―gritó Dorian mientras su orgasmo destrozaba sus 107
sentidos y su pene hacía erupción. Rick no se detuvo. Continuó bombeando
la polla de Dorian mientras su ingle se estrellaba contra el culo de Dorian.
Con una fuerte sacudida, Rick soltó el cuello de Dorian y aulló
mientras su semilla llenaba el canal de Dorian. Sintió los calientes chorros
mientras Rick daba unas cuantas embestidas más.
Dorian exhaló una respiración mientras apoyaba su cabeza en el
carrete de madera, sintiendo que todo su cuerpo se volvía flácido.
Rick besó su hombro antes de retirarse, su suave polla deslizándose
del cuerpo de Dorian. ―Vamos, dormilón. Entremos.
De mala gana, Dorian se subió los vaqueros y siguió a su pareja, con
ganas de una larga siesta.

108
Capítulo Doce
Edward hizo una mueca de dolor cuando Benito apuntó su pistola y
disparó. Rick, como Edward había escuchado que lo llamaban, se suponía
que le estaba enseñado a su pareja cómo disparar su pistola a larga
distancia. Al parecer los dos juveniles necesitaban lecciones también.
Apestaban.
―Mi gato muerto dispara mejor que eso.
Benito se dio la vuelta y miró a Edward. ―No estás ayudando.
Edward se rio y después asintió. Necesitaba dejar al hombre en paz.
En esta guerra, eso es lo que podría hacer que esos dos juveniles salvaran
su culo. Altamente improbable, pero una posibilidad. ―Adelante. No te
molestaré más.
A Edward, Benito le recordaba a Phillip. Ambos, no sólo eran bajos
y delgados, sino que tenían la misma ingenuidad en ellos. A pesar de los
esfuerzos de Edward por no encariñarse del pequeño cambia formas lobo,
se encontró sonriendo cuando Benito apuntó, disparó y golpeó su objetivo.
Suprimió la urgencia de alzar el puño al aire ante el pequeño logro de
Benito. Edward aclaró su garganta y rápidamente perdió la sonrisa cuando
Isabelle salió al porche trasero.
―Realmente espero que Benito, Miguel o Dorian no lesionen a una
criatura del bosque. ―Isabelle se inclinó contra la barandilla―. Porque
ninguno puede darle al objetivo ni para salvar sus vidas.
Edward se encogió de hombros. ―Benito le dio al suyo.
Isabelle sonrió. ―Tiene esa manera de meterse bajo tu piel. Él y
Miguel son como dos guisantes en una vaina.
Edward miró a Isabelle. No podía creer cuan hermosa se veía con
una simple camiseta y jeans. Estaba muy lejos del traje de negocios que
había estado usando cuando la secuestró. Le gustaba la apariencia simple.
Y luego una simple sonrisa alzó los labios de Isabelle. Espantó a
109
Edward de sus pensamientos. No lo había estado esperando. Isabelle se
paró en el porche trasero, inclinándose contra la blanca barandilla, su
cabeza se inclinó a un lado, sonriéndole. Fueron sus ojos los que capturaron
su atención. El color avellana estaba centelleando por el sol
desvaneciéndose, la luz rebotaba directo en su rostro, haciendo que
luciera… Edward apartó la mirada.
Tan hermosa como pensaba que era Isabelle, era una mujer y no
podía confiar en ella. Oh, en su tiempo había dormido con muchas mujeres,
pero ninguna había sido la hermana de un alfa, que supiera, y nadie le
intrigaba más que ella.
La risa de Isabelle llenó el aire y Edward se volvió a girar. Estaba
mirando a los hombres en el patio. Los miró y vio a Benito saltando arriba
y abajo en su lugar, riendo. Sonrió. El juvenil iba a convertirse en un
excelente pistolero.
Miró a Isabelle.
Ella lo miró.
Ambos se miraron.
―Nate y Selene están aquí ―dijo Howard desde la casa.
El pequeño momento se fue. Edward entró en la casa y dejó su
enamoramiento tras él. Incluso si quería llevar a Isabelle a la cama, sabía
que no sería una rápida aventura de una noche. Nunca antes se había
metido en el embrollo de una relación, y no iba a empezar con ella.
Rick se había acercado detrás de él, dirigiéndose a la puerta
principal. Edward se preguntó dónde estaba Leon. No le gustaba
particularmente estar en una casa llena de hombres lobo. Le ponía tenso. Se
sentiría mejor cuando alguien de su manada estuviera aquí también.
Sólo había visto a Nate en la casa de Graham, pero incluso entonces
no le había gustado el tipo. Edward no era un hombre pequeño en ningún
sentido, pero Nate lo empequeñecía.
Edward sabía que tendría que dispararle si todo se reducía a eso.
Nate no era tan alto como Rick, pero era tan malditamente fornido por sus
músculos que a Edward le recordó a un oso. El hombre entró en la casa y
casi llenó la puerta. 110
―Veo que no estás muerto ―le dijo Nate.
―¿Es verdad lo que dicen sobre los hombres que viven en un
gimnasio? ―Los ojos de Edward bajaron a la ingle de Nate.
Nate se adentró un poco más en la casa, su labio se crispó. ―¿Por
qué no vienes aquí y lo averiguas?
―No tengo mis pinzas y la lupa conmigo ―replicó Edward. Oyó la
risita de Isabelle junto a él. Nate debió oírla también porque entrecerró los
ojos hacia ella.
―Ah, vamos, Isabelle. Se supone que estás de mi lado ―se quejó
Nate.
Ella levantó las manos mientras caminaba hacia la cocina. ―No me
metas en esto. ―Y luego Isabelle dijo sobre su hombro―. Es bueno verte,
Selene.
La mujer junto a Nate sonrió. ―A ti también.
Edward se giró y se alejó. No estaba de humor para bromas,
especialmente con Nate. Tenía el presentimiento de que no iban a seguir así
por mucho tiempo. El hombre parecía demasiado dominante para su propio
bien. No estaba seguro cómo el chico manejaba estar en la manada de Rick.
Ningún alfa, o rey para el caso, permitiría a un macho tan fuerte.
No era su asunto cómo manejaba Rick su manada. Siempre y cuando
el enorme gorila permaneciera lejos de él, todo estaría bien.
Encontró a Isabelle en el porche trasero y maldijo su suerte.
―Te toma un poco de tiempo acostumbrarte a Nate ―le explicó
mientras Edward se paraba junto a la puerta mosquitera, mirando más allá
del patio―. Pero es un buen hombre.
Edward abrió su boca para decirle que no daba dos mierdas por Nate
ni cuan buen hombre era, cuando vio algo brillando en el bosque. Fue
breve, pero suficiente para que saliera de la puerta y tirara a Isabelle al
piso. Gritó, pero Edward la ignoró mientras giraba con ella en sus brazos y
abría la puerta mosquitera, empujándola dentro. Apenas se puso de pie para
escapar sintió un agudo dolor en la espalda. Tropezó, pero apretó sus
molares mientras se tropezaba a través de la puerta trasera.
111
―¿Qué mierda está pasando? ―preguntó Nate mientras empujaba a
Isabelle a un lado y agarraba a Edward por el cuello. Edward lo alcanzó y
empujó las gruesas manos de Nate del cuello de su camisa, pero hizo una
mueca de dolor cuando el dolor en su espalda le recordó que algo lo había
golpeado.
―¡Está herido! ―Isabelle corrió a un lado de Edward―. Suéltalo,
Nate.
Nate parpadeó ante Edward y luego lo giró. Edward oyó que el
hombre maldecía. ―¡Alguien está disparando allá afuera! ―gritó Nate.
Nunca antes habían disparado a Edward, y en verdad no le gustaba el
dolor. Era diferente a que le patearan el culo o que cortaran la carne de su
espalda. Incluso era diferente de cuando su querido padre desgarró su
muslo interno.
Una bala era jodidamente dolorosa.
―Oh, mierda ―dijo Nate mientras levantaba a Edward y lo lanzaba
en la mesa. Edward no estaba seguro de qué estaba pasando. Sabía que no
le gustaba al gorila, pero arrojarlo sobre la mesa de la cocina era demasiado
bizarro.
―¿Qué estás haciendo? ―gruñó.
―La bala es de plata. ―Nate sacó una cuchilla de un estuche en su
cinturón. Edward miró al cuchillo y todos los viejos y nuevos recuerdos
salieron a la superficie. Su piel rompió a sudar mientras miraba a Nate.
―No te preocupes. La única cosa que voy a hacer es sacar la bala.
Quédate quieto.
Edward hizo algo que nunca antes había hecho. Confió en que Nate
no lo matara. Se acostó mientras Nate hacía su trabajo.
Isabelle se arrodilló frente a él. ―Recibiste una bala por mí.
Edward apartó la mirada. ―No veas cosas que no son, princesa.
―Francamente, estaba sorprendido de que no cambiara e intentara
comérselo. Edward estaba sorprendido de que Nate tampoco lo hiciera.
―Oh, vale. Entonces, guau, de verdad te gusta que te disparen. Qué
mórbido.
112
Edward no hubiese podido detener la sonrisa aunque lo hubiese
intentado. Isabelle era como ninguna mujer que hubiese encontrado antes.
Le confundía muchísimo. ―¡Ah, joder! ―gritó cuando Nate empezó a
escarbar en su espalda.
Isabelle agarró su mano. ―Vamos, respira.
Hizo una mueca y después la miró. ―¿Conoces está experiencia?
Ella se sonrojó. ―Bueno, no, pero todos lo dicen en las películas.
Edward dio una pequeña risa entre dientes. ―Me temo que no veo al
director gritando corten.
―Sólo estoy tratando de ayudar. ―Le frunció el ceño―. Salvaste mi
vida después de todo.
―Te lo dije, princesa. ―Edward se contuvo de maldecir justo frente
a su cara cuando Nate excavó en su espalda. Por alguna extraña razón,
estaba empezando a pensar que Nate estaba haciéndolo un poco más
doloroso de lo que debería hacer sido―. No veas cosas que no son.
―¿Entonces qué es esto? ―Le sonrió como si lo tuviera acorralado.
―Si mueres, tu hermano encontrará la manera de culparme.
―Y debería ―dijo Graham mientras entraba en la cocina―. ¿Por
qué cada vez que apareces, también lo hacen los chicos malos?
Vale, la primera vez que Edward conoció a Graham había pensado
que era un capullo porque estaba protegiendo a Isabelle, pero su paciencia
por el hombre se acababa. ―Podría decir lo mismo de ti.
―Ya basta ―dijo Isabelle mientras se levantaba―. Déjalo sangrar
en paz hasta que Nate le saque la bala.
Tan loco como sonó en su cabeza, esa fue la cosa más linda que
habían dicho sobre Edward. Nunca antes lo habían defendido, no si no era
su trabajo. Su manada no contaba porque Edward era el rey. Su deber era
protegerlo. Hablando de eso, iba a tener una larga y agradable charla con
Frisk sobre dejar que cualquier mujer desagradable le batiera sus lindas
pestañas. Así era como se había metido en todo el problema del secuestro
en primer lugar. Se suponía que Frisk iba a estar supervisando a todo aquel
que iba y venía. ¿Cómo es que la Sra. Engaño había pasado al hombre?
113
Seguro como la mierda que esperaba que Leon trajera a Frisk con él.
Necesitaban tener una charla.
Rick, Miguel y Howard pasaron por la puerta. ―Quien sea que fuera
ya se ha ido. ―Rick se quedó quieto, olfateó el aire y luego giró su cabeza
hacia Edward.
―Ni siquiera lo pienses ―le dijo Edward con un gruñido.
Rick se giró hacia los juveniles. Edward podía ver el brillo en sus
ojos. ―Salgan ―ordenó Rick. Luego se giró hacia Graham y le dio la
misma orden.
Benito, Miguel y Graham dieron un paso atrás y luego abandonaron
la cocina. Edward podía decir que Rick estaba en el límite, pero el hombre
no cambió. Aún se preguntaba cómo es que Nate e Isabelle se contenían.
―¿Oliste a alguien? ―preguntó Nate.
―¿Dejarás de revolver ese cuchillo en mi espalda? ―espetó
Edward―. Sólo arranca la puta bala y deja de torturarme.
Nate presionó el cuchillo más profundo y luego la presión se fue,
aunque el dolor pareció doblarse. Edward apretó sus dientes, pero si el
dolor se volvía peor, los rompería en su boca.
―No exactamente ―argumentó Nate―. La bala se deslizó un poco
a la derecha.
―¿La sacaste? ―preguntó Rick.
Nate levantó su mano ensangrentada. La bala yacía en un pedazo de
tela. ―No puedes cambiar y sanar en este caso ―dijo Nate―. Vas a tener
que sanar a la manera antigua. La plata inflige heridas que dejan cicatrices.
Edward pensó en su muslo interno y la cicatriz en su espalda. ―Ya
lo sé. ―Si seguía siendo atacado por objetos de plata, Edward iba a estar
listo para la escuela de belleza.
―¿Oliste a alguien en el bosque? ―Nate repitió su pregunta,
ignorando a Edward.
Los ojos de Rick se entrecerraron, y su rostro lucía tenso mientras
asentía. ―Hombres hiena.
Isabelle jadeó. ―Cuando Edward y yo salimos corriendo, pensé que 114
el Escuadrón de la Muerte estaba tras nosotros. Pero se movían demasiado
rápido para ser humanos. ¿Crees que podrían ser los mismos hombres?
Rick lucía enfurecido mientras rodeaba la mesa y se arrodillaba
frente a Edward. ―¿Había un equipo siguiéndolos?
Edward asintió. ―Lucían completamente militares, pero tu hermana
dijo que era el Escuadrón de la Muerte. No me quedé el tiempo suficiente
para averiguar sus nombres.
Rick se levantó y miró a Nate. Edward siguió la mirada mientras los
labios de Nate se adelgazaban. ―Tenemos cambia formas trabajando para
el gobierno ―dijo Rick―. Estoy dispuesto a apostar que están en un grupo
secreto del Escuadrón de la Muerte.
―¿Qué significa eso? ―preguntó Howard desde el otro extremo de
la mesa.
―Significa que el Escuadrón de la Muerte no puede estar en todos
lados, así que el gobierno probablemente sobornó a varios cambia formas
con la promesa de anonimato si conseguían tantos cambia formas como
pudiesen. Es probable que haya más de un grupo cazando a los cambia
formas.
Howard palideció. ―Pero al menos tendrían dos unidades por estado
con el fin de llevar eso a cabo. Oh, Dios. ¿Cómo pueden vender a su propia
especie?
―Los humanos lo hacen todo el tiempo ―le recodó Rick a Howard,
que era humano.
―Cierto ―estuvo de acuerdo Howard―. Pero creo que es prudente
salir de aquí. Necesitamos otro refugio.
―Estoy de acuerdo ―dijo Rick―. Todos reúnan sus cosas. Nos
vamos.
Rick miró a Isabelle cuando no se movió. Edward estaba allí
acostado preguntándose por qué Isabelle no hacía lo que le había dicho su
hermano. Isabelle se encogió de hombros. ―Mis cosas todavía están en el
jeep, así que estoy lista.
―No. ―Rick sacudió su cabeza―. Te vas conmigo. Así que anda a
buscar tus cosas.
115
―Bien ―dijo Isabelle―. Pero también vamos con Edward. Recibió
una bala por mí, y sería una desgraciada si lo dejo sufrir.
Seguía sorprendiendo a Edward con la manera en que lo defendía
continuamente.
Rick dio un paso más cerca, pero Edward estaba demasiado dolorido
para moverse. Además, Edward sabía que Rick no lastimaría a su hermana
pequeña.
―¿Te secuestró y ahora lo estás defendiendo? ¿Estás loca? ¿Qué
más pasó mientras estabas a su cuidado?
Isabelle abofeteó a Rick y Edward sólo se quedó ahí sorprendido.
―¿Piensas tan mal de mí que crees que me acostaría con él después de que
me secuestrara? ¡Muchas gracias, Enrique! ―Isabelle salió de la habitación
viéndose furiosa. Edward miró a Rick.
―Maldición ―masculló Edward.
Rick lo miró. ―Cierra la puta boca y quédate lastimado o voy a
asegurarme de que realmente lo estés.
Edward le enseñó a Rick el dedo medio. El alfa gruñó y luego salió
de la habitación. Edward se quedó ahí acostado con la cabeza gacha,
cerrando sus ojos y dejando escapar una cansada exhalación. No estaba
seguro de por qué había recibido esa bala por Isabelle. Fue una reacción
instintiva. No pensó, sólo entró en acción.
―Se supone que te tengo que llevar a la camioneta ―dijo Nate
mientras volvía a entrar.
―Puedo arreglármelas solo. ―Edward trató de levantarse y volvió a
caer en la mesa, aullando de dolor.
―Si sabes lo que la plata le hace a tu cuerpo ―dijo Nate mientras
recogía a Edward de la mesa como si no pesara nada―, entonces sabes que
una herida hecha por plata duele diez veces peor.
A pesar de que Edward quería discutir con el hombre que lo cargaba,
nadie lo cargaba como una víctima indefensa, sabía que no se levantaría de
la mesa, mucho menos llegaría a la SUV. Se había desmayado cuando
Gibbs le cortó ese parche de piel de su espalda. Eso había ayudado a que
Edward atravesara el agonizante dolor. Ahora no estaba inconsciente, así
que iba a tener que lidiar con ello. 116
Cuando llegaron a la entrada para autos, Isabelle estaba mirando a
Nate y señalando la parte trasera del SUV. ―Ponlo aquí adentro.
―Isabelle ―dijo Rick como advertencia, luciendo cansado mientras
la mirada, pero Isabelle mantuvo su mano alzada.
Nate se rio y luego colocó a Edward en la parte trasera del SUV.
―Dije que va en el jeep ―discutió Rick con Nate.
―Normalmente, no tengo problemas en escucharte, ¿pero alguna vez
has visto a Isabelle molesta?
Rick abrió su boca y luego la cerró, sus ojos se entrecerraron hacia
Nate. ―Cobarde.
―Es cierto cuando se trata de tu hermana. Es muy temperamental.
Eso le intrigó a Edward. Había visto lo luchadora que era cuando lo
atrapó en la patada de tijeras allá en la casa alquilada. Sabía que era una
fiera, pero le hacía sonreír ver lo que hacía a otros hombres cuando lo decía
con el fin de no sufrir su ira.
Se acomodó atrás y luego miró a Isabelle estupefacto cuando se
metió en la parte trasera junto a él.
―De ninguna manera ―discutió Rick―. Quizá le permita ir en mi
vehículo, pero no irás detrás con él.
Isabelle cerró la puerta en la cara de Rick.
―Sabes que te va a azotar el trasero por esto ―dijo Edward.
―Lo he escuchado en muchísimas cosas. Pero necesita aprender
cuando sacar el culo de mis asuntos.
―¿Y cuál es tu asunto? ―preguntó Edward mientras miraba a esos
bonitos ojos color avellana.
―Asegurarse de que Rick no te mate. ―Miguel se inclinó sobre el
asiento trasero y lo dijo.
Isabelle suspiró. ―Miguel siéntate.
117
El pequeño juvenil miró a Edward y luego regresó a su asiento.
Benito sólo parpadeó a Edward y regresó a su asiento también.
Este iba a ser un viaje larguísimo.

118
Capítulo Trece
Rick caminó con calma hacia el porche. Se asomó por la ventana y
miró a través de la cortina de encaje. Había estado paranoico cuando se
enteró de que el Escuadrón de la Muerte andaba tras ellos. Pero ahora que
tenían pequeños grupos de cambia formas actuando como mercenarios y
traicionando a su propia especie, estaba más que paranoico.
Vislumbró una butaca y una mesita en la terraza interior. Nate rodeó
la parte trasera de la casa, comprobando el lugar también. Rick había
conseguido el periódico y llamó a “Ernie” que le dijo a donde ir.
Cuando todo comenzó, Rick se topó con un anciano en la parada de
descanso. Luego, el hombre apareció en la habitación de motel de Rick
cuando Dorian había sido disparado y le dijo que había simpatizantes que
estaban dispuestos a ayudar. El anciano también le había dicho a Rick que
en cada pueblo por el que pasaran habría un anuncio en la parte posterior
del periódico y un número telefónico por si Rick necesitaba llamar.
Hasta ahora el plan había funcionado. Se había reunido con unos
cuantos grupos de cambia formas a lo largo del camino y había reclutado
ayuda. Pero no era suficiente. Estaba luchando contra el maldito gobierno.
Había cientos de miles de cambia formas, e incluso con aquellos
asombrosos números parecían escasos ante lo que Rick se enfrentaba.
Rick se movió a lo largo del porche frontal, asomándose por la
ventana para ver una modesta sala de estar. Se sentía lo bastante segura,
pero parecía que no importara a donde fueran, el Escuadrón de la Muerte
sólo estaba a un paso detrás de ellos. Eso dejaba perplejo a Rick. ¿Cómo
conocían cada movimiento? Todavía no lo averiguaba.
Si no conociera a cada persona junto a él, Rick pensaría que alguien
de su manada estaba traicionándolo.
Rick vio a Nate caminando a través de la casa, dirigiéndose a la
puerta principal. Debía ser segura si su ejecutor jefe estaba dando vueltas
en el interior. Se giró hacia las dos camionetas y les hizo un gesto con la
mano. 119
Howard salió y caminó hacia la parte trasera del SUV de donde
Isabelle saltó para ayudar a Edward. A Rick no le gustaba Edward. Sabía
por qué el rey había secuestrado a su hermana, y parte de su rabia recaía en
ese hecho, pero Edward podría haber sido cualquier hombre en el planeta y
a Rick no le hubiese gustado.
Isabelle era su hermanita, y Rick sabía de hecho que todavía era
virgen. No veía lo que ella veía en Edward, y sabía que nunca lo haría, pero
si la rata hacía un movimiento hacia ella, Rick iba a matar al bastardo.
Dejó salir una profunda y purificadora respiración, sintiendo que lo
golpeaba el cansancio infinito. Sabía que en el momento en el que la guerra
estallara tenía que escoger y elegir sus batallas. Pero dejar que su hermanita
fuera seducida por ese hombre no era algo que iba a pasar.
―¿Aun así vamos a ir a la universidad hoy? ―preguntó Nate
mientras abría la puerta principal y empujaba la puerta mosquitera.
Rick asintió mientras miraba alrededor. Si había una cosa que amaba,
eran los sauces. Los había amado desde que era niño, y este pequeño
montón de tierra parecía tener un exceso de ellos. Si no estuviera huyendo
del gobierno y liderando una rebelión, este sería el lugar perfecto para
asentarse. El Sur parecía tener una cálida comodidad que la ciudad no
podía proveer. Iba más lento, más relajado y daba un alivio bien merecido
cuando la vida parecía ir demasiado rápida. Aquí, incluso los olores eran
diferentes a los de su casa. El Bosque de Great Oak mantenía un lugar
especial en el corazón de Rick, pero aquí, parecían abundar los olores del
sur. ―Tenemos que encontrar respuestas. Necesitamos saber si el jaguar
tuvo algo que ver en esto o si todo fue un montaje.
Nate bajó por los escalones. ―Ayudaré a que todos se acomoden y
después podemos irnos.
Rick quería llevarse a Edward con ellos a la universidad. El hombre
dijo que sabía mejor como hablar con los jaguares. Pero al ser herido con
plata, Rick sabía que esa opción se había ido. Edward estaría acostado
durante días. Le sorprendía que el hombre estuviera despierto en este
momento. Con plata, sanar hacía que una persona durmiera por al menos
cuarenta y ocho horas. Pero Edward estaba completamente despierto y sólo
hizo una mueca mientras salía de la camioneta. 120
No iba a admirar al hombre. Incluso si perdonaba a Edward por lo
que le había hecho a su hermana pequeña, éste tenía la capacidad de robar a
Isabelle de Rick. Podía verlo en los ojos de Isabelle. Estaba cautivada por
este hombre, y por la forma en que Edward la miraba, él también.
Rick también necesitaba ponerse en contacto con George, uno de los
miembros de su manada, y descubrir si el hombre había oído algo sobre
Ian. Ambos, Dorian y Howard, estaban preocupados. Su pareja daba
vueltas por la noche y lucía cansado durante el día. Rick sabía que era
porque Dorian estaba asustado de que Ian pudiese haber vuelto con los
vampiros. Rick nunca había conocido a un adicto a los colmillos hasta que
conoció a Ian, y no tenía idea de cómo ayudar.
También necesitaban encontrar gente que pudiese entrar en el centro
de detención y sacar a Lillian, la esposa de Howard, Olivia, y a los
cachorros sin activar ninguna alarma.
Rick tenía una gran lista de cosas que hacer y ni siquiera estaba
seguro de como completarla. Le preocupaba que los hombres hiena los
hubiesen encontrado en la última casa. Estaba preocupado de que otra vez
volvieran a encontrarle y a la gente que lo acompañaba.
Señaló a Nate, Miguel y Benito. ―Quiero que los tres vengan
conmigo. ―Una vez que el SUV quedó vacío de equipaje y de los que no
iban a ir, Rick dejó la casa, orando para que encontraran al jaguar y algunas
respuestas.

Isabelle acomodó las sábanas alrededor del cuerpo de Edward. Fue


muy cuidadosa con la herida en su espalda, asegurándose de no tocar la piel
lastimada. ―¿Por qué estás despierto todavía? ―preguntó―. Cualquier
cambia formas con medio cerebro sabe que sanar de la plata hace que una
persona esté inconsciente durante dos días, aun así, todavía estás despierto.
―No suenes tan decepcionada, princesa.
Isabelle renunció a tratar de que el hombre dejara de llamarla así.
Parecía que cada vez que se lo pedía, hacía que su trato se volviera peor.
Ya tenía bastantes cosas pasando por su cabeza como para discutir con el
cambia formas. ―No estoy decepcionada. Sólo tengo curiosidad.
121
Edward volteó su cabeza, sus ojos color chocolate la estudiaron de
cerca, y luego le dio una sonrisa con los labios cerrados. ―Sangre
mezclada. Se necesita más que plata para noquear a un mestizo.
Isabelle no estaba segura de qué decir a eso, así que rio. ―Adoras
dejarme sin palabras, ¿no es así?
Edward agarró su mano, acercándola más, tan cerca que se tropezó
con la cama y cayó sobre él. El movimiento la atrapó con la guardia baja,
haciéndola jadear mientras Edward posaba un suave beso en sus labios.
Edward era un hombre construido sólidamente. Isabelle pensó que sus
labios serían duros. Pero no lo eran. Eran suaves y tiernos.
Los ojos de Edward se oscurecieron más de lo normal, llenándose
con una sensual promesa. ―Ahora, eso es dejarte sin palabras, princesa.
Isabelle retrocedió, pero sus labios estaban hormigueando por el
toque de Edward. Colocó una mano sobre sus labios, mirándolo, y luego
removió su mano. ―Hazlo de nuevo y llamaré a Nate.
Se rio. El sonido era rico y masculino, haciendo que las partes bajas
de su cuerpo se apretaran y sintiera cosas que nunca antes había sentido.
―Realmente dudo que se lo digas. ―Los párpados de Edward
cayeron dejando diminutas rendijas, sus irises ardían con una necesidad que
no podía comprender por completo―. Ven aquí y te dejaré sin palabras de
nuevo, será mejor esta vez.
Isabelle estudió a Edward de cerca. Este no era el mismo hombre que
la había secuestrado, y ciertamente no estaba actuando como el mismo
hombre con el que había viajado a Georgia.
Algo estaba mal.
Cuando se fijó en sus oscuros ojos, Isabelle vio que estaban
desenfocados. ―¿Qué está mal, Edward?
Le sonrió, e Isabelle no podía creer cuan atractivo era el hombre en
realidad, tan enceguecedor. Era tan masculino, con su esculpido cuerpo y su
bronceada piel, pero también tenía una mirada infantil, algo que nunca
antes había notado. Era de músculos amplios, con una definición certera, y
tenía facciones fuertes y prominentes que cualquier mujer apreciaría. Pero 122
había una inocencia en él que dudaba que el hombre hubiese llegado a
poseer.
También lucía tan perdido, tan solitario. Isabelle se movió un poco
más cerca. ―No estás actuando como tú mismo.
Los ojos de Edward se cerraron y luego los abrió repentinamente.
―Eres tan pequeña, tan curvilínea y tienes una cintura diminuta.
Tienes un culo precioso y unos pechos pequeños que amaría devorar.
Isabelle sintió que su rostro se calentaba ante las francas palabras de
Edward. Nunca antes un hombre la había descrito de manera tan audaz.
Siempre le sonreían y le decían que era hermosa, pero nunca antes nadie le
había hablado de su culo o sus tetas. ―Dime qué está mal contigo, Edward.
Parpadeó y luego frunció el ceño. ―Te lo dije, soy un mestizo. Pero
no puedes dejar que las otras ratas lo sepan. Quieren que su rey sea de
sangre pura. Si lo descubren, me matarán.
Isabelle jadeó. ―¿Cómo es que no lo saben todavía?
―Puedo esconder mi aroma. ―Su cabeza se tambaleó sobre sus
hombros y entonces Edward trató de levantarse. Isabelle intentó detenerlo.
Pero Edward alejó su mano con torpeza. Rodó a su costado y ahogó un
gruñido de dolor.
―Acuéstate antes de que te lastimes más. ―Isabelle lo empujó de
regreso a su estómago.
―Porque soy un mestizo, no quedo inconsciente por cuarenta y ocho
horas al instante y no me quedo dormido. Pero mi mente se ve afectada.
―¿Afectada cómo? ―preguntó Isabelle con precaución.
Edward se rio. ―Dame otro beso y te lo diré.
―No tengo tantas ganas de saber ―se mofó Isabelle.
Edward echó su cabeza en sus brazos. ―Nadie quiere hacerlo jamás.
Su estómago se apretó ante sus palabras. Se veía tan malditamente
desolado. Sabía que no estaba actuando. El hombre apenas podía mantener
sus ojos abiertos y tenía una mirada vidriosa en ellos. Sabía que era a causa
de la plata.
Inclinándose, Isabelle rozó con sus labios los de Edward. Pudo sentir
123
el soplo cálido de su aliento en sus labios. Edward la miró, sus ojos todavía
estaban desenfocados, pero aun así tenía el presentimiento de que estaba
viéndola.
―¿Por qué? ―susurró Edward.
―No tengo idea ―respondió.
Edward tragó y retrocedió. ―Nadie dice la verdad siempre, pero no
puedo oler que mientas, tampoco. ¿Por qué?
Sonrió mientras pasaba su mano sobre su suave y negro cabello. Las
hebras se deslizaron a través de sus dedos mientras lo miraba, sintiendo
algo dentro de ella que añoraba ser sostenida por este fuerte, y sin embargo,
vulnerable hombre. ―Porque no miento a menos que realmente tenga que
hacerlo. Odio dejármelo guardado. Ahora descansa.
Edward cerró sus ojos. ―No me dejes.
―No lo haré ―susurró mientras se sentaba a un lado de la cama.
Isabelle estudió a Edward mientras dormía. Tenía el cabello negro
medianoche que le recordaba a Isabelle al cielo nocturno cuando no había
nubes que oscurecieran su vista. Era corto, a la altura de sus orejas, y se
sentía sedoso bajo la punta de sus dedos mientras acariciaba las hebras.
Tenía un rostro perfectamente simétrico y estaba apareciendo una sombra
de barba. Sus cejas eran tupidas como si se sentaran sobre sus ojos
cerrados, y la urgencia de besarlo de nuevo se apoderó de ella.
―¿Qué está mal contigo? ―se preguntó―. No sólo ambos somos de
diferentes especies, sino que él está tan jodido que ni siquiera un trato
cariñoso lo haría sonreír. Déjalo solo.
Se puso de pie, paseando por la habitación mientras Edward dormía.
Isabelle nunca antes se había sentido tan atraída a un hombre tan jodido,
hacia ningún hombre en realidad. Y Edward estaba jodido desde el día que
nació. Por lo que había podido comprender, tuvo una infancia horrenda, y
su vida adulta no era tan buena tampoco. El hombre traía un bagaje que no
necesitaba en este momento.
Pero a pesar de sus deseos de alejarse del Sr. Psicópata, regresó a la
cama. Se sentó, preguntándose si… Isabelle jadeó cuando Edward la
alcanzó y agarró, tirándola y atrapándola bajo él.
124
Lo primero que pensó fue que estaba dormido hasta que vio sus
profundos ojos marrones mirándola. ―¿Qué te dije?
Isabelle estaba confundida.
―¿Qué sabes sobre mí? ―le preguntó mientras su brazo se tensaba.
―Eso duele, Edward.
Su brazo se aflojó una fracción, pero no la dejó ir. Sólo yacía ahí
mirándola. Isabelle si inclinó hacia adelante y se hundió en su boca, en el
cálido poder del hombre que la sostenía. Edward se tensó por un momento,
como si este fuera su primer beso y luego su mano se extendió, sus dedos la
presionaron más cerca.
Estaba sorprendida de que estuviera despierto. El hombre debería
estar muerto para el mundo durante dos días, pero sólo había dormido
durante cinco minutos. El beso se profundizó, su lengua jugó con sus labios
de una manera perversa. Isabelle sintió que sus muslos se presionaban
juntos, tratando de contener la necesidad de apretar lugares más al sur. Su
clítoris se sentía hinchado y su coño estaba más húmedo de lo que nunca
había estado.
―Puedo oler tu excitación ―susurró contra sus labios―. Y huele
tan malditamente dulce, princesa.
Isabelle empujó en sus brazos, y Edward la dejó ir. Se levantó,
acomodando su camisa y mirándolo mientras metía su pelo detrás de su
oreja. Fue inútil. Su cabello era tan abundante que sólo volvió a caer sobre
su rostro. ―No sé qué tipo de juego estés jugando, pero no soy alguien con
quien jugar. ―Su cuerpo aún estaba tenso, todavía necesitado, pero
Isabelle luchó por el control.
Edward rodó de su espalda a su estómago y cerró sus ojos. ―No
estoy jugando contigo.
Esperó que dijera algo más, pero su respiración se reguló y Edward
se durmió una vez más. ¿Qué diablos había pasado? Nunca antes había
visto que alguien que sufriera envenenamiento con plata actuara de esta
manera. Pero nunca antes había visto a alguien que sufriera
envenenamiento con plata estuviera despierto los dos primeros días.
El hombre la desconcertaba.
En vez de sentarse en la cama, Isabelle se sentó en una silla al otro 125
lado de la habitación. Prometió que no lo dejaría solo, pero sentarse tan
cerca era peligroso. El hombre no estaba lucido y actuaba un poco extraño.
Era como si no recordara haberla besado o contarle alguno de sus secretos.
Estuvo tentada a sentarse junto a él otra vez sólo para averiguar más
sobre el hombre, pero decidió lo contrario. El cambia formas parecía tener
algún problema de confianza, el chico no creía que nadie mereciera su
confianza. No iba a traicionarlo por soltar sus secretos mientras no estaba
del estado de ánimo adecuado.
Isabelle suspiró. Oficialmente había roto su cúpula. Estaba aquí
sentada considerando sus sentimientos. El mismo hombre que la había
secuestrado y había amenazado con matarla. Ni siquiera podía comprender
por qué estaba en la misma habitación, y mucho menos que hubiese
discutido con su hermano por Edward.
Era una locura.
Pero mientras miraba al otro lado de la habitación, Isabelle supo que
no rompería su promesa. Al parecer, Edward ya había tenido suficientes
decepciones en su vida.

126
Capítulo Catorce
Edward corrió por el largo pasillo tan rápido como podía, pero
parecía que no importaba lo rápido que corriese, no podía escapar de su
padre. El hombre tenía un cinturón en su mano y la gran hebilla doblada
en el extremo era la que iba a surcar la carne de Edward.
―No quise hacerlo ―gritó Edward mientras corría incluso más
rápido.
―Si cambias, arrancaré el pelaje de tu espalda ―le amenazó su
padre―. Ahora trae tu culo de vuelta aquí.
Edward lo conocía mejor. Su padre había usado ese truco unas
cuantas veces prometiendo que no haría nada si Edward iba hacia el
hombre voluntariamente, pero su padre nunca mantuvo su palabra. El
hombre nunca decía la verdad. Lo que sea que el hombre dijera, Edward
se inclinaba a creer lo opuesto.
Excepto cuando amenazaba a Edward. Las amenazas siempre se
volvían realidad.
―Padre, por favor, no ―gritó Edward mientras se dejaba caer de
rodillas y se arrastraba bajo la cama, temblando mientras metía sus
rodillas bajo su pecho, orando para que su padre se olvidara de él y
sabiendo que el hombre no lo haría.
Cuando la cama voló sobre él, Edward cambió. Estaba asustado. No
quería decirlo, pero le aterraba lo que su padre le haría. Y sabía que
cambiar a su forma de puma sólo enfurecía más a su padre. Odiaba que le
recordaran a lo que se había emparejado. El hombre odiaba todo acerca
de la puta madre de Edward, como la llamaba su padre.
―¡Te lo advertí!
Edward se sacudió al despertarse, cubierto de sudor, pero temblando,
helado, tan helado.
―Todo está bien. 127
Edward se retorció, su espalda golpeando la pared mientras veía unos
ojos color avellana. Jadeó, tratando de contener su aliento y recordar donde
estaba. Ojos. Ojos color avellana. Isabelle.
Sujetaba su mano, frotando una mano por su brazo mientras se
arrodillaba junto a él. ―Sólo fue un sueño, Edward. Estás a salvo.
Edward sacudió su mano y miró los alrededores del dormitorio.
―¿Cuánto tiempo he estado dormido?
Isabelle se volvió a sentar en sus talones. ―Cerca de cuatro horas.
Dioses, nunca había dormido tanto tiempo. Si dormía más de tres
horas a la vez, llegaban las pesadillas. Había entrenado a su cuerpo para
despertarse después de tres. Pero al estar herido, Edward sabía que ahora
mismo no tenía control.
―¿Quieres un vaso de agua?
Edward asintió.
Isabelle se puso de pie y fue hacia el baño. Edward se volvió a
acostar. Parpadeó con fuerza mientras miraba las paredes de la habitación,
diciéndose una y otra vez que ya no estaba en ese sucio apartamento ni
tenía cinco años.
Sus padres estaban muertos.
Su padre no podía golpearlo.
Su madre no podía entregarlo a ninguno de sus amantes.
Tomó una profunda respiración y luego la expulsó, luchando contra
las lágrimas que siempre llegaban cuando se despertaba de una de sus
pesadillas. Edward odiaba sentirse vulnerable, y así era como se sentía en
este momento.
Y helado.
Estaba tan malditamente helado.
Isabelle volvió a entrar en el dormitorio con un vaso de agua y una
toalla en su mano. Dejó el agua a un lado y se estiró hacia el rostro de
Edward. Edward retrocedió.
128
―Sólo es un paño caliente. Mi madre5 solía secar mi cara con una
cuando tenía un mal sueño. Me dijo que siempre y cuando estuviera
caliente, estaría a salvo.
Si tan sólo Edward pudiera creer eso, lo llevaría consigo cada
segundo del día. No estaba teniendo malos sueños. Edward estaba
reviviendo su pasado. No se alejó de nuevo cuando Isabelle secó su rostro.
El paño estaba tan cálido, como si fuera agua dejada bajo el sol que se
vertía sobre su piel. Para cuando Isabelle retiró la toalla, Edward tenía que
admitir que se sentía mejor.
―Aquí. ―Le entregó el vaso de agua.
Edward se las arregló para sentarse, su espalda dolía como el
infierno, pero no tanto como para no poder beber el agua. Sus manos
estaban temblorosas mientras inclinaba el vaso. Se bebió todo el agua del
vaso y luego se lo entregó a Isabelle.
―Gracias.
Puso el vaso a un lado. ―¿Qué te ocurre cuando estás envenenado
con plata?
Edward se puso en guardia. ¿Qué le había contado? ¿Qué le había
dicho? ―Casi es como si estuviera ebrio. Los efectos son diferentes para
mí.
―Porque eres un mestizo. Lo sé. Me lo dijiste.
Edward odiaba ese término. Era como un insulto y estaba lleno de
odio. Era equivalente a decirle a alguien un insulto racial. Los cambia
formas no lo pensaban cuando lo lanzaban por ahí, pero para alguien como
Edward, era un bofetón en la cara.
―No usé el término mestizo, lo hiciste tú ―dijo Isabelle―. No me
gusta. Para mí es un término vulgar.
―¿Qué te dije? ―preguntó.
―Que tenía lindas tetas y un culo increíble.
Edward la miró boquiabierto. Realmente… oh diablos. Le sorprendía
que ni Rick ni Nate estuvieran aquí tratando de enseñarle respeto. No les 129
5
En español en el original.
importaría que no hubiera estado lucido. Edward se volvió a deslizar en su
estómago. ―Necesito descansar.
―Y me besaste ―dijo Isabelle tan suavemente que Edward casi no
captó lo que dijo. La miró sobre su hombro.
―¿En serio?
Ella asintió. ― Para un hombre ebrio, no lo hiciste tan mal.
Por primera vez desde que podía recordar, Edward se sonrojó. Su
rostro se calentó a tal punto que se dio la vuelta y lo escondió. ¿Se habían
besado? Ahora, eso sería algo que amaría recordar.
―Es una vergüenza que no lo recuerdes.
Edward se preguntó de dónde había sacado su audacia Isabelle. No
había sido así antes. Todas las veces que hizo un gesto sexual hacia ella, se
sonrojó. Ahora estaba aquí sentada hablándole como si llevaran hablando
así todo este tiempo.
Se giró a su costado, muy suavemente, y la miró. No pudo evitar la
sonrisa tirando de la esquina de sus labios. ―Siempre podemos hacerlo de
nuevo así puedo ver si vale la pena recordarlo.
Ahí estaba el sonrojo. Se levantó, cruzando sus brazos sobre su
estómago, haciendo que sus pechos se elevaran más. La boca de Edward se
hizo agua. Su mente ya estaba imaginando cómo sabría uno de esos
delicados pezones entre sus dientes mientras rodaba la protuberancia y
succionaba la tierna carne.
―¡Deja de pensar eso!
Edward se rio ante su indignación mientras las delicadas aletas de la
nariz se agitaban. ―¿Cómo sabes lo que estoy pensando?
―Porque ―dijo y luego miró alrededor de la habitación, como si
estuviera incomoda―, puedo verlo en tus ojos.
―Puedo oler una mentira, princesa. Lo que quieres decir es que
puedes oler mi lujuria. ―Edward no estaba seguro de por qué, pero se rio
mientras salía de la habitación. Se volvió a acostar, cerró sus ojos, una
sonrisa permaneció en su rostro. 130
Edward se despertó de golpe. Escuchó atentamente y oyó la voz de
Rick, y luego la de un extraño. Tan doloroso como era, Edward retiró la
sábana y se levantó.
Whoa, estaba mareado.
Se quedó ahí parado hasta que pasó la ola de mareo, y entonces
caminó hacia la puerta del dormitorio. Sonaba como si estuviera ocurriendo
una guerra en el piso de abajo. Agarrando la barandilla, Edward bajó
lentamente para encontrar a Leon de pie en la sala de estar, enfrentándose a
Nate mientras Rick miraba a un hombre de pelo negro a quien Edward
nunca había visto antes. ¿Por qué Leon había venido solo? Edward iba a
patear el culo del hombre por desobedecerlo.
Leon vio a Edward y luego caminó hacia él, dando una rápida
reverencia con su cabeza en señal de respeto, pero Nate agarró el brazo de
Leon, tirándolo hacia atrás. ―Hasta que el alfa de su permiso, te quedas
ahí.
―¡Pero sabes quién soy! ―ladró Leon―. Nos reunimos en el
Bosque de Great Oak.
Edward miró al hombre frente al que Rick estaba parado. Genial,
otro gigante. Este debía ser el jaguar al que estaban rastreando. Edward no
tenía duda de que se había necesitado a Nate para someter al hombre. Si
seguían apareciendo hombres como este, pronto serían capaces de empezar
su propio equipo de rugby. El extraño lucía menos que amigable mientras
estaba ahí sentado mirando a Rick con ojos asesinos.
―¿Qué está pasando? ―dijo mientras mantenía sus ojos moviéndose
bajo un estricto control. Quería parecer desinteresado, pero por el dolor en
su espalda, Edward no estaba seguro de poder lograrlo.
―Dijiste que eras bueno con los gatos. Habla con él. ―Rick señaló
al hombre mientras dejaba salir un largo y sufrido suspiro―. Se niega a
hablar.
Edward quería preguntarle al alfa por qué no sólo despedazaba al
hombre y conseguía lo que quería, pero podía decir que Rick estaba usando
131
muchísimo autocontrol. Quizá Rick no era un imbécil como Edward pensó
que era. El tipo estaba haciendo su mejor esfuerzo para no usar la violencia
y conseguir lo que quería. Ese era un cambio según lo que Edward había
visto de los otros alfas. Normalmente, no les importaba e iban tras lo que
podían obtener para sí mismos.
Pero Rick parecía estar refrenándose, haciendo todo lo posible para
no imponerse a este chico.
―Me golpeas en la cabeza, me empujas dentro de un maldito SUV,
aceleras como si fueras el maldito gobierno secuestrándome, ¿y quieres que
charlemos? ―preguntó el hombre incrédulamente―. Tienes suerte de tener
a un junior ahí para ayudarte sino te arrancaría la garganta ahora mismo.
―¿Cómo me llamaste? ―Nate se giró, un perverso brillo en sus ojos
mientras miraba de manera asesina al extraño.
El tipo no se amedrentó bajo esa expresión. ―Ya me oíste, junior.
Una sonrisa socarrona tiró de las esquinas de la boca de Edward.
―Juro que voy a golpearte el culo ―le advirtió Nate mientras
empuñaba sus gigantescos puños en sus costados―. Controla tu lengua.
A Edward le gustaban las bolas del extraño, pero si el chico no se
callaba, Nate iba a quitárselas. El hombre lobo tenía esa mirada en sus ojos.
La mirada que decía que estaba colgando peligrosamente del borde. Una
palabra de Rick y Nate despellejaría al hombre. Edward también amaba un
combate de ingenio, pero los hombres lobo estaban en lo cierto.
Necesitaban descubrir si este hombre bombardeó la universidad o si había
huido porque había sido acusado erróneamente.
―¿Cuál es tu nombre? ―Edward trató con lo de policía bueno,
policía malo. Rezó para que funcionara.
El tipo giró su mirada hacia Edward.
Edward levantó sus manos, dándole al chico una simpática sonrisa.
―Confía en mí. Tampoco quiero estar aquí con esos perritos, pero
necesitamos descubrir si bombardeaste la universidad.
―Jódete ―masculló Nate detrás de él.
Edward lo ignoró, aunque Nate se estaba prestado para toda la rutina 132
lo supiera o no.
―Ya le dije. ―El hombre apuntó con su barbilla hacia Rick―. Que
no maté a esos niños.
―Pero eso no responde mi pregunta. ―Edward dio un paso más
cerca, siendo cuidadoso con el mareo que sentía. Su cuerpo escogió un
pésimo momento para querer acostarse. Si no era cuidadoso, en vez de
interrogar al extraño, iba a caerse sobre el chico.
―No te ves muy bien ―dijo el hombre de pelo negro mientras
miraba a Edward sospechosamente―. ¿Los perros te hicieron esto?
Rick dio un bajo gruñido, pero se mantuvo quieto. El hombre debía
saber que golpear al sospechoso no era la forma de conseguir la
información que necesitaban. Al menos no todavía.
Edward sacudió su cabeza. ―No, hienas.
―Es lo mismo ―masculló el hombre.
Rick tuvo que contener a Nate. El hombre se había abalanzado tras el
hombre de pelo negro, sus garras extendidas. ―¡No soy una puta hiena!
―Si el ladrido te queda.
Oh, a Edward de verdad le gustaba este chico. Realmente tenía
grandes bolas. El hombre se enfrentaba a una habitación llena de hombres
lobo, y Edward ni siquiera podía detectar que su corazón se acelerara. Le
hacía preguntarse cuantas situaciones como esta había enfrentado el chico
universitario. Pero entonces, el chico ni siquiera lucía lo bastante joven
como para estar en la universidad recién salido de la escuela secundaria.
Lucía como si hubiese esperado unos cuantos años antes de empezar. Quizá
a mediados de sus veinte, o posiblemente más.
Edward miró a Rick y luego a Leon. El hombre lo captó rápido
porque hizo que Miguel y Benito sacaran a Leon de la habitación. No
necesitaba que su segundo descubriera que era un mestizo.
Edward hizo algo que nunca antes había hecho. Refrenó a su roedor
y liberó su esencia de puma. El hombre alzó la mirada hacia él, olfateando
el aire, mirando a Edward con precaución. ―Eres un gato.
Edward asintió. ―Así es. 133
Hubo un ligero alivio en los ojos azules del hombre. ―¿Entonces por
qué estás pasando el rato con hombres lobo?
Edward se adentró más en la habitación, siseando ligeramente
mientras se sentaba en el sofá, pero asegurándose de quedar de frente al
extraño. ―Porque tenemos una meta común.
―¿Cuál es?
A Edward todavía le costaba creer la verdad. Se preguntaba si el
chico se tragaría la verdad o la escupiría y les diría que se jodieran. Podía
ver la inteligencia en esos ojos azul claro y realmente esperaba que el
hombre pensara las cosas antes de rechazar el reclamo de Edward. ―Evitar
que el gobierno erradique a nuestras especies.
Las cejas del hombre se alzaron casi hasta la línea de su cabello.
―Eso son sólo rumores. No pueden ser verdad. ―Pero Edward podía decir
que el hombre estaba escondiendo algo. Sólo rezaba para que no fuera un
secreto sobre la bomba de la maldita universidad.
Eso sería malo.
―Entonces dime…
―Mason ―respondió el hombre―. Mason Sellers.
Edward jadeó ante el hombre, junto con la mitad de la habitación.
Esto no era bueno. No era bueno en absoluto. Esta mierda sólo alzaba el
perfil si el extraño era quien Edward pensaba que era. Mierda. ―Sellers,
¿cómo en Farmacéuticas Sellers? ¿Ese Sellers?
El hombre asintió mientras Rick maldecía por lo bajo. Ah, demonios,
todos iban a estar viendo la horca en vez del interior de las paredes del
centro de detención. Pero bueno, con Rick siendo el hombre más buscado
de los Estados Unidos, ese sería el resultado de todos modos. El Escuadrón
de la Muerte probablemente tenía órdenes de disparar a penas lo vieran. Y
con Edward estando aquí con Rick, su destino estaba sellado si lo
atrapaban.
Pero tenía que sacar a Phillip, así que no iba a ir a ninguna parte. Que
se joda el Escuadrón de la Muerte. Tenían que atraparlo para matarlo.
134
―Ahora veo por qué no habían revelado tu nombre al público ―dijo
Edward casualmente, tratando de no dejar que Mason supiera lo realmente
jodidos que estaban―. La Policía está dando tu descripción, pero diciendo
que básicamente todavía están desorientados.
Mason bufó. ―No están desorientados, y están culpando al hombre
equivocado. No maté a esos niños y a esos dos profesores.
―¿Entonces qué pasó? ―preguntó Rick―. Eso es todo lo que
queremos saber. Si no detonaste esa bomba, entonces el gobierno está
montando esto para que parezca que nosotros, los cambia formas, fuimos
los que atacamos.
Mason miró a Edward y luego al piso. ―Soy el pequeño y sucio
secreto de mi padre. En la universidad, iba con el nombre de Mason
Seattle. Mi padre no quiere ninguna conexión conmigo.
―¿Por qué? ―preguntó Edward. Mason lucía como cualquier chico
americano. Bueno, tenía la piel color oliva, pero tenía grandes ojos azules y
estaba asistiendo a una universidad muy prestigiosa. ¿Qué padre se
avergonzaría de eso?
―Porque estoy orgulloso de ser un jaguar, y mi padre mantiene su
anormalidad en secreto. Estuvo de acuerdo con que fuera a la universidad,
siempre y cuando nadie supiera que estábamos relacionados. Pensé que era
la forma de sacarme de su vista. Cedí sólo para salir de debajo del pulgar
de mi padre.
―¿Qué pasó en la universidad? ―preguntó Rick.
Edward sabía que necesitaban respuestas, pero Rick necesitaba
aprender a tener un poco más de paciencia. Si iban a hablar con Mason,
entonces necesitaba hacerlo en sus términos.
―Mi profesor de la universidad estaba dando a todos uno de esos
test portátiles. Ya sabes, esos para la sangre.
Edward y Rick asintieron, incluso si Edward no tenía idea.
―Era el último estudiante en la sala. Estaba tratando de encontrar
una manera de evitar hacérmelo. Sabía que no era legal usar el test, pero
ahí estaba mi profesor, entregándome el test para que me lo hiciera.
―¿Así que lo mataste y explotaste una bomba en la universidad para 135
cubrir tu rastro? ―preguntó Nate.
Edward quería ahogar al hombre. Era un maldito idiota. Incluso
Edward podía ver a dónde iba esta historia.
Mason dio un bajo siseo dirigido a Nate y luego se giró hacia
Edward. ―Me hice el test y sabía cuales iban a ser los resultados antes de
que mi profesor me mirara como si fuera algún tipo de enfermedad
contagiosa. Entré en pánico y hui.
Eso dejaba a Mason libre de culpa, pero les dejaba preguntándose
quién diablos había instalado la bomba.
―Sin embargo, vi a uno de los estudiantes alejándose de prisa justo
antes de que la bomba explotara ―dijo Mason―. No olí que fuera un
cambiante. Era humano.
Eso era un comienzo.
―¿Sabes quién es? ―preguntó Rick―. ¿Conoces su nombre?
Edward empezó a distraerse cuando Isabelle vino y se sentó a su
lado. Su olor era dulce, salvaje y Edward recordaba demasiado vívidamente
cómo olía cuando estaba en el dormitorio. Nunca olvidaría el olor de su
cuerpo cuando reaccionaba a él.
―Es un estudiante nuevo. Justo se apuntó la semana pasada, pero lo
recuerdo porque seguía escupiendo que los no humanos tomaban los
trabajos de todos y cómo esperaba que los no humanos fueran erradicados.
Edward vio cómo Dorian y Rick se miraron entre sí. Sabían algo.
Sospechaba que sabían quién era el estudiante al que se refería Mason.
―Su primer nombre era Jayson, pero no puedo recordar su apellido.
Dorian se puso pálido mientras Rick maldecía.
―¿Lo conoces? ―preguntó Edward.

136
Capítulo Quince

Isabelle sabía que estaba jugando con fuego cuando abrió la puerta
mosquitera y vio a Edward apoyado contra el poste, mirando a la
oscuridad. Pero no podía apartar de su mente la mirada que le había dado
en el dormitorio. Y con él aquí de pie casi con la misma expresión, sabía
que no podía alejarse fácilmente. Edward, cuando no estaba alrededor de
un manojo de machos impulsados por la testosterona, parecía que bajaba su
guardia, esa expresión vulnerable era una entidad que vivía y respiraba.
Isabelle sabía que lo que sea que había empezado a sentir por
Edward, lo que sea que estaba atrayéndola hacia él no iba a terminar como
algo casual. El hombre era todo lo contrario. Era un chico malo y un chico
de póster de rompecorazones con el cual las madres solían asustar a sus
hijas. Enrique se volvería loco si se supiera que incluso estaba aquí afuera a
solas con Edward.
Pero era una mujer adulta y no necesitaba la aprobación de Enrique.
Caminó hacia la barandilla, presionando su cadera en la veteada
madera mientras miraba más allá del patio. ―Bonita noche. ―Quería
golpear su frente. Aquí estaba, haciendo su mejor esfuerzo para coquetear
con el hombre, y las conversaciones sinsentido estaban evadiéndola. Al
parecer, llegado a este punto, decir algo inteligente no era algo que fuera a
suceder.
Su piel se ruborizó y su pulso se aceleró mientras Edward giraba su
cabeza e inclinaba una sola ceja. ―¿Eso es lo mejor que tienes?
Mordió su labio inferior y trató de pensar en algo que decir, una
respuesta ingeniosa, pero no tenía nada. Ahora que estaban solos, cuando
no estaba secuestrándola, no estaban huyendo de una pandilla de cambia
formas, y nadie estaba parado en el patio observándolos, no se le ocurría
nada. Estuvo bien arriba porque Edward había estado atontado por el
veneno de la plata. Pero aquí estaba de pie, lúcido, mirándola y esperando
una respuesta.
Edward le dio una pequeña risita y se paró más derecho, girándose 137
hacia Isabelle. ―¿Qué pasa? ¿Estar aquí de pie sola conmigo hace que te
pongas nerviosa?
Maldición, la había pillado. Bastardo perceptivo. ―No, sólo estoy
demasiado cansada para intercambiar respuestas ingeniosas.
―Qué pena. ―Edward se inclinó contra la barandilla, e Isabelle
quiso maldecir. Podía ser una persona social, como la llamaba Enrique,
pero a la hora de coquetear, apestaba. No podía pensar en nada que…
Isabelle jadeó cuando Edward apareció frente a ella tan rápido que no lo
vio moverse. La inmovilizó contra un lado de la casa y luego bajó su
cabeza para acortar su vasta diferencia de tamaño, deslizando su lengua en
las profundidades de su boca. Al principio Isabelle estaba demasiado
impactada para hacer algo más que simplemente quedarse ahí parada y
mirar en sus ojos oscuros.
Y entonces sus manos se movieron para ahuecar su rostro e Isabelle
se derritió en él. Perdió toda protesta sensata cuando Edward deslizó su
lengua sobre sus labios antes de volverse a zambullir, succionando su boca.
Tomó pequeñas porciones de aire mientras sus pulgares jugaban en sus
mejillas.
Isabelle había sido besada con anterioridad, pero nunca había sentido
la posesión estampada por todas partes. El hombre no sólo la besó, la
poseyó. Se sentía como si se estuviera ahogando mientras Edward tomaba e
Isabelle daba.
Una mano se movió sobre su hombro, sus dedos permanecieron
cerca de su pecho, y luego Edward retrocedió. ―Ahora puedes hablar
sobre un beso memorable.
El hombre era fuego y pasión todo en uno, e Isabelle no estaba
segura de qué decir o hacer. Nunca antes había encontrado a alguien como
él. Su lengua recorrió su labio inferior mientras los ojos de Edward seguían
su movimiento. Necesitaba aire y espacio entre ellos.
―Entonces ―empezó Edward mientras daba un paso atrás―,
¿daremos un paseo en auto?
Eso no era lo que había esperado que le dijera. Por qué su mente se
había ido por la cuneta, no estaba segura, pero Isabelle pensó que Edward
iba a invitarla a su habitación. Habría dicho que no, y era un alivio que no
hubiera tomado el beso como una señal de que estaba lista para saltar a la
cama con él. 138
―No tenemos auto ―le recordó. Sólo el pensamiento de salir,
alejarse de todo por tan sólo un momento sonaba tan malditamente
tentador.
Los ojos de Edward brillaron mientras pasaba su pulgar sobre su
labio inferior. ―Siempre puedes tomar prestadas las llaves de alguien.
Oh, era un chico malo si es que alguna vez había visto uno. La idea
era tentadora. Sabía que no debería. Ir a cualquier lugar con él era
peligroso. Estarían completamente solos. Sólo los dos.
―No deberíamos salir a dar una vuelta cuando somos gente muy
buscada ―le recordó―. Es demasiado arriesgado.
―Así es ―dijo Edward mientras pasaba el dorso de sus nudillos
sobre su mejilla. Isabelle se quedó inmóvil, su cuerpo se apretó con
necesidad―. Podríamos ser atrapados.
Isabelle lamió sus labios. ―Podríamos.
―¿Pero no vas a volverte loca si te quedas encerrada? ¿No quieres
encontrar una ventanita en la torre por donde puedas dejar caer tu cabello?
―Su voz cayó a un tono áspero e Isabelle tuvo que luchar en contra de su
astucia. El hombre era la tentación encarnada.
―Es estúpido ―le respondió, pero la protesta se había ido de su voz
y posiblemente había descubierto que era una batalla perdida,
especialmente cuando miró a esos sensuales ojos marrones. Le estaban
rogando por un momento de alivio, para alejarse y tener algo de diversión
en toda esta locura.
Se moría por salir. Isabelle odiaba estar encerrada. Esa era la razón
por la cual se había ido a trabajar por unas cuantas horas el día que
Edward… maldición, iba a hacerlo.
Isabelle entró en la casa y agarró las llaves de Graham.
Tal vez sólo sería una salida corta. ¿Cuánto daño podía venir de
eso? Era una cambia formas después de todo. La única persona de la cual
tenía que preocuparse de defenderse era Edward, y en verdad dudaba que
tuviera intenciones maliciosas en mente, libertinas, pero no maliciosas. Así
que, ¿por qué iba a ir? Isabelle miró sobre su hombro para asegurarse de 139
que nadie estaba en los alrededores y luego se apresuró a la puerta trasera,
entregándole las llaves a Edward mientras ambos se dirigían a la entrada de
autos, entrando de prisa en el jeep de Graham.
―Estoy sorprendido de que estés de acuerdo. ―Edward encendió el
jeep y empezó a conducir. Su corazón estaba en su garganta mientras se
alejaban de la casa sureña y se adentraban en el impresionante paisaje. En
verdad era una noche hermosa.
―Dime, Edward, ¿por qué no estás desmayado?
No le respondió y siguió conduciendo, lo cual hizo que Isabelle
pensara que había cometido un grave error al salir con él, pero entonces
Edward aclaró su garganta. ―En realidad no estoy seguro.
No olió engaño.
Isabelle reclinó su cabeza, preguntándose qué estaba haciendo aquí
realmente. Salir juntos para dar este paseo era una locura, pero robar las
llaves de Graham era una prueba de que no era tan inteligente como había
pensado. Edward era más de treinta centímetros más alto que ella, y un
cambia formas. Su fuerza equiparaba la suya, si no más. Entonces ¿por qué
estaba confiando en él?
―Ya llegamos.
Isabelle miró por el parabrisas para ver a Edward metiéndose a un
pequeño antro que podría pasar por un bar. Estaba en el medio de la nada.
Lo miró. ―¿Planeas llenarme de alcohol y así conseguir algo de mí?
Edward se rio y salió del jeep.
Isabelle se sentó ahí por un momento y luego se deslizó de su lado.
Tenía que asegurarse. Con los cambia formas en la mayoría de las listas de
los buscados. Ambos tenían que estar dementes para salir a la vista publica
ahora mismo. No era seguro.
Isabelle siguió a Edward al interior.
Era un antro. Había estado en lo cierto. El lugar apestaba a humanos
borrachos. Había unos cuantos sentados en la barra que se giraron y
miraron cuando entraron. Isabelle vio la mesa de billar que nadie estaba
ocupando en ese momento. No le importaba mucho sentarse en la barra con 140
los borrachines.
―¿Juegas al billar? ―Edward se movió hacia la barra, pidiendo
algunas bebidas, y luego caminó hacia la mesa de billar con un vaso en
cada mano. Le entregó uno a Isabelle. Lo miró con suspicacia y luego lo
tomó.
―No realmente, pero no quiero ir a sentarme por allá. ―Asintió
hacia la desgastada barra.
Edward se le acercó, sus ojos atentos mientras la miraba hacia abajo.
―Te invité a salir. Confía en mí, nadie va a ponerte una mano encima.
Isabelle mantuvo el contacto visual con Edward mientras tomaba su
trago, haciendo una ligera mueca cuando la bebida quemó por su garganta.
Edward sonrió. ―Son humanos. Dudo que puedan superarme.
Edward sonrió tras su vaso antes de bebérselo. No lo había visto
sonreír tanto desde que la había secuestrado. ¿Y no era ese un pensamiento
extraño? Llevó sus vasos a la barra y regresó con tragos nuevos. No
estaban jugando al billar, pero usaban la esquina para una conversación
más privada.
Ambos sabían que atraer la atención hacia ellos no era algo bueno.
Isabelle notó que la esquina estaba más tenuemente iluminada que el área
de la barra. No estaba segura si Edward había pensado en mantener un
perfil bajo, o si realmente tenía un motivo oculto en mente.
Le entregó el vaso de su mano derecha. ―Gracias.
Edward chocó el vaso contra el suyo. ―Aquí estamos esperando
ganar esta cosa y tener más noches como ésta en el futuro.
Isabelle estaba un poco sorprendida por su brindis, pero asintió,
bebiendo otra vez. No era una bebedora, y los efectos ya estaban
golpeándola. Siendo cambia formas, quemaba más rápido el alcohol que lo
haría un humano, afortunadamente para ella, no había resaca, pero diablos,
si no se sentía un poco mareada.
―Veo que no bebes mucho.
Isabelle sonrió mientras le regresaba su vaso vacío a Edward. ―No
creas que vas a tomar ventaja de mí porque estoy pasando el rato contigo.
141
Sonrió y se alejó a conseguir la tercera ronda. Isabelle se inclinó
contra la pared, preguntándose si no quería que intentara algo. Después de
todo, el tipo era glorioso como el infierno. Lucía un poco letal con su
cabello negro y sus ojos oscuros, pero eso no disminuía su atractivo.
Isabelle se estaba poniendo caliente sólo pensando en su fuerte
cuerpo envolviendo el suyo. Edward tenía el tamaño de un mariscal de
campo, sus gruesos muslos y su piel bronceada eran una tentadora delicia.
Lo que realmente le gustaba eran sus facciones. Edward tenía una nariz
aguileña, suaves y besables labios y unas oscuras cejas que atraían la
atención a las tupidas pestañas del hombre. Cualquier mujer envidiaría las
pestañas del hombre. Eran oscuras, delineando sus gloriosos ojos marrón
chocolate.
Seductores ojos.
Ojos que, cuando se dirigían hacia ella con sensual necesidad, tiraban
de ella y le daban pensamientos traviesos que nunca antes había tenido. Las
imágenes eran eróticas como el infierno.
Edward regresó y asintió hacia una pequeña mesa con dos sillas que
estaba bien metida en la esquina. ―Vamos a tomar asiento y beber un poco
más lento. No quiero que nuestra tarde termine demasiado rápido debido a
que perdiste el conocimiento.
Isabelle se alejó de la pared y caminó hacia la mesa. Edward tomó el
asiento que le permitía observar la habitación y la puerta. Isabelle no estaba
segura de cómo lo sabía, pero sabía que Edward no permitiría que nada le
pasara.
Llámenlo locura, pero sabía que la protegería.
Y era una locura considerando como se habían conocido. ―Así que,
Edward, ¿realmente planeabas matarme?
La expresión de Edward se ensombreció mientras mirada su bebida,
sus dedos se retorcieron alrededor del vaso. ―¿Acaso importa ahora?
Ambos bebieron en un meditabundo silencio. Isabelle no estaba
tratando de estropear los ánimos. Lo admitía, estaba pasando un buen
momento. ―Entonces, ¿cómo sabías de este lugar?
Edward la miró, luciendo un poco confundido, y luego sus facciones
se relajaron. ―Por accidente. Sólo iba conduciendo por los alrededores 142
para que ambos tomáramos algo de aire fresco, pero entonces vi este lugar
a un lado de la carretera.
Isabelle le sonrió y miró a su alrededor. ―Creo que un viento
demasiado fuerte hará que este lugar se derrumbe. ―Estaba haciendo su
mejor esfuerzo para evitar mirar a Edward. Sólo era demasiado
malditamente impresionante para su propio bien. Sabía que traía equipaje,
pero aun así Isabelle estaba intrigada por él. Pensaba que el brillo iría
desapareciendo entre más llegaba a conocerlo, pero no era así.
―Simplemente pensaba que necesitaba una buena mano de pintura
―respondió Edward.
―Y un lanzallamas.
―¿Puede ser gasolina y una cerilla?
― Podría iluminar el lugar.
Isabelle sonrió.
Edward se rio. Fue profunda y llena, su oscura cabeza se reclinó y
apoyó su mano en su estómago. Todo su rostro cambió e Isabelle pensó que
no podía verse más atractivo, pero se había equivocado. Se rieron juntos.
Era difícil no hacerlo.

Edward no estaba seguro de dónde o cuando se había vuelto loco.


Quizá fue entre el disparo y el interrogatorio a Mason. Incluso podía haber
sido cuando salió al porche trasero para conseguir algo de aire fresco. Al
parecer el aire sureño era un poco más vivo con el sonido de la noche, y tal
vez se había vuelto loco entonces.
Como sea que fuera, estaba sentado frente a Isabelle, cautivado por
su risa. ¿Cuándo fue la última vez que había estado cautivado con algo?
Jamás. Eso es cuando. Siempre había sido todo sobre él. Era más fácil de
esa manera y los sentimientos nunca se enredaban. La vida era más
tranquila cuando no tenía a nadie en quien pensar.
Pero Isabelle permanecía en su mente.
La estupidez estaba penetrando en su mente. No sólo no confiaba en
las mujeres, sino que Isabelle debería ser la última persona en la lista de 143
volverse más cercano. Edward no estaba asustado de Enrique, pero sabía
que el hermano protector no se quedaría tranquilo y permitiría que Edward
se quedara con su hermanita.
Edward vio como Isabelle se levantaba, rodeando la mesa un poco
vacilante, y luego se deslizó en su regazo. Se sentó ahí tenso. Edward no
sabía qué hacer. Tomar ventaja de una mujer ebria no era lo suyo.
Lanzó sus brazos alrededor de su cuello y le sonrió.
―Realmente no deberías beber, princesa. ―Su mano se moldeó en
su espalda cuando Isabelle se echó demasiado para atrás, casi cayéndose―.
Quieta.
Isabelle lamió su labio inferior y los ojos de Edward fueron forzados
a mirar. ¿Cómo podría no hacerlo? Eran unos bonitos labios y se veían tan
suaves como los recordaba cuando la había besado antes. Todavía no
estaba seguro de qué lo condujo a hacer algo así. Edward necesitaba sacar
la cabeza de su culo y dejar sola a Isabelle.
Ella era malas noticias para alguien que no quería estar enredado con
nadie. Isabelle era una mujer que se comprometía con un chico. No era
material para un revolcón de una noche. Pero Edward no era material para
algo a largo plazo.
No funcionarían juntos.
No funcionarían juntos.
―Bésame.
Edward, con todo su dolor, la retuvo por sus hombros. ―Necesitas
estar sobria, Isabelle, antes de que te lleve de regreso, o tu hermano y yo
podríamos terminar matándonos.
―No ―dijo mientras inclinaba su cabeza contra su hombro. Edward
se lo permitió. El gesto era lo bastante inofensivo―. No lastimarías a mi
hermano.
Entonces no lo conocía tan bien. Edward haría lo que sea con tal
defenderse. Pero sabía que ella vivía en un mundo que Edward jamás había
conocido. Sus cimientos estaban construidos con el tacto amoroso de una
familia que se preocupaba por ella. 144
Los cimientos de Edward estaban hechos de alambre de espino y la
mano cruel de su pasado. No tenía idea de cuan afortunada era en realidad.
Edward apoyó su barbilla en su cabeza, mirando alrededor de ese bar de
mierda, preguntándose cuan mala iba a volverse esta guerra. Quisiera
admitirlo o no, era parte de ello sólo por ser cambiante.
Isabelle se reacomodó en el regazo de Edward, que apretó con más
fuerza los brazos a su alrededor. Tenerla aquí sentada hacía que el interior
de sus entrañas se tensara. Si la vida hubiese sido diferente, si él hubiese
sido diferente, Edward podría aceptar que esta cosa entre los dos podía
funcionar. Pero no iba a arruinarle la vida. Ya había ido demasiado lejos
por sacarla a dar una vuelta y tomar unos tragos.
No podía ir más lejos.
Edward se tensó cuando Isabelle reclinó su cabeza y comenzó a
poner ligeros besos a lo largo de su mandíbula. Estaba ebria, inconsciente
de lo que estaba haciendo, pero maldición, si su dulce olor no hacía que
disfrutara esto. Encajaba en su regazo a la perfección, y todos los tipos de
escenarios perversos jugaron en su mente.
―Creo que es hora de que te lleve de regreso. ―Antes de que te
tome en la parte trasera del jeep.
Isabelle suspiró, pero no protestó cuando Edward enganchó un brazo
debajo de sus piernas y la llevó hacia el Jeep. Sin duda era una tentación,
pero de nuevo, follar a una mujer borracha no era lo suyo.
Dejó a Isabelle en el lado del pasajero y le puso el cinturón. ―Eres
de peso ligero. ―Colocó un rápido beso en su frente. Algo más abajo y
Edward no confiaría en sí mismo. Cerró la puerta y se giró para ver a dos
hombres borrachos parados justo fuera de la puerta de la taberna.
―¿Son uno de esos animales que la ley anda buscando? ―dijo un
hombre arrastrando las palabras, pero Edward sabía que incluso en su
estado de ebriedad, el hombre era peligroso. Una llamada por teléfono y
todo el infierno se desataría.
―¿Por qué dices eso? ―preguntó Edward mientras caminaba
lentamente alrededor de la delantera del jeep.
―Porque han venido más extraños por estos alrededores sólo para
145
tratar de esconderse. ―El otro hombre no sonaba como un borracho, lo
cual no era algo bueno. Edward miró al interior de la camioneta para ver a
Isabelle mirando a los dos hombres. Sus ojos se habían convertido en los de
un cambia formas. Mierda. Edward no estaba seguro si era porque estaba
ebria o por causa de los dos hombres. Si un cambiante no podía manejar el
licor, era mejor que no saliera a beber por la razón que Isabelle estaba
demostrando.
Edward tenía que sacarlos de ahí antes de que uno de esos hombres
notara que sus ojos estaban brillando. Eso no sería algo bueno. ―Buenas
noches caballeros.
Ambos lo miraron, pero el que no estaba tan ebrio como su amigo
estaba mirando el número de la placa del jeep. Edward tendría que recordar
decirle a Graham que encontrara una manera de cambiarlas, o desechar el
vehículo.
Se deslizó en el lado del conductor y se alejó del bar.
―¿Quiénes eran? ―preguntó, girándose hacia Edward. Sus ojos
color avellana tenían destellos amarillos en ellos, brillando tan bellamente
que Edward estaba tentado a detener el auto y besarla.
En su lugar, regresó a la casa y maldijo su suerte. Rick estaba de pie
en la calzada, sus brazos cruzados sobre el pecho y una mirada de voy a
patearte el culo en sus ojos. Edward no tenía tiempo para esto.
Empezó a hablar tan pronto como apagó el motor y se bajó.
―Tenemos que esconder este jeep.
Eso cambió la expresión de Rick mientras empezó a escanear el área.
―¿Por qué?
―Porque algunos patanes locales nos preguntaron si Isabelle y yo
éramos los animales que la ley estaba buscando.
Rick maldijo. ―¿Qué pasa con ella? ―preguntó mientras se dirigía
hacia el jeep.
―No pudo manejar su borrachera.
Rick lo miró. ―Si la emborrachaste y…
―Su virtud todavía está intacta, pero gracias por el voto de 146
confianza. Podemos discutir dentro. Justo ahora necesitamos sacarla del
jeep y esconder la maldita cosa antes de que el sheriff decida creer a los
borrachos y venir a revisar.
―¿Por qué diablos salieron? ¿No saben lo peligroso que es? ¿Qué
pasa si llegan a ser arrestados? ―El tono de Rick se estaba volviendo más
y más violento.
―Conocíamos el riesgo ―discutió Edward.
―Tú conocías el riesgo y hablaste con mi hermana para que fuera
contigo. ¡Te dije que te quedaras lejos de ella!
Rick fue por Isabelle.
Eso estaba bien para Edward. Sabía que necesitaba mantener su
distancia de ella. Isabelle Marcelo era un enredo que Edward no necesitaba
en su vida.
Y si sigues diciéndote eso, tal vez te lo creas.
―Juro por dios, si haces un truco como este otra vez, finalizaré lo
que empecé. El granero de atrás no es lo bastante grande para el jeep, pero
apárcalo detrás de la estructura. Eso debería evitar que se vea desde la
carretera. ―Rick acarreó a Isabelle en sus brazos y luego miró a Edward
antes de entrar en la casa.
Bueno, eso fue bien.
Edward condujo alrededor de los otros vehículos. Se aseguró de que
el jeep estuviera estacionado detrás del granero y luego regresó a la casa.
No era bueno que Rick estuviera esperándolo en el porche.
―No la secuestré ―se defendió cuando vio la mirada asesina que le
estaba dando Rick.
―No creo que lo hicieras o no estarías aquí parado en este momento.
Te habría matado.
Edward realmente lo dudaba, pero dejó que el hombre creyera que
estaba protegiendo la virtud de su hermana pequeña. ―Además, si la
hubieses secuestrado, estoy bastante seguro que hubiese opuesto una lucha
feroz y la hubiésemos oído.
147
Edward recordó la pelea que Isabelle había dado allá en la casa que
había arrendado. Rick estaba en lo cierto. Le hizo mucho daño en sus
brazos con sus uñas.
―Pero si te la llevas así de nuevo, vamos a tener problemas. Uno, es
mi hermana y está fuera de los límites para ti. Dos, si tenemos que huir, nos
lo has puesto más difícil ya que tenemos un vehículo menos. Si necesitas
andar vagando, sé claro conmigo así sabré que nos faltan dos personas.
A pesar de que Edward quería decirle a Rick que se jodiera, sabía
que el hombre tenía razón. Había sido temerario de su parte dejarlos
cuando ya estaban en una situación peligrosa. Es sólo que no podía evitar
querer pasar tiempo a solas con Isabelle. Si no frenaba esta compulsión,
Edward iba a terminar haciendo que alguien muriera. No pensaba bien
cuando estaba cerca de ella, y eso no era bueno.
Ambos se calmaron y miraron cuando oyeron neumáticos crujiendo
sobre la grava.

148
Capítulo Dieciséis
Rick comprobó rápidamente dirigiéndose a un lado de la casa. No
estaba seguro de quien era la visita a tan altas horas de la noche, pero el que
le hicieran estallar la cabeza era algo que estaba tratando de evitar. Vio un
auto estacionado junto a la calzada el cual no se suponía que estuviera ahí,
pero no había nadie dentro. Edward ya le había dicho que no había invitado
a nadie más para la fiesta, y Rick tampoco.
Entonces ¿quién diablos dejó el auto junto a la calzada? ¿Uno de los
humanos ebrios que había mencionado Edward? En opinión de Rick, eso
no parecía probable, pero en estos días no le sorprendería que el mismísimo
presidente apareciera caminando por la acera. Rick había entrado en modo
súper paranoico desde que todo esto comenzó, y descubrió que la mayoría
de las veces, eso salvó su culo.
―Estoy desarmado.
Rick miró a su alrededor, tratando de fijar la localización de la voz
incorpórea. Quienes fueran, eran buenos. Rick ni siquiera podía captar su
olor. Pero no le sentó bien que alguien pudiera colársele de esta manera.
Era su trabajo mantener a todos a salvo, esa mierda de puedo pasar
inadvertido a tu lado había molestado a Rick severamente. ―¿Quién eres?
Nate llegó hasta la puerta mosquitera, pero Rick sujetó su mano,
reteniendo a su ejecutor. Una mirada a Nate y Rick supo que el hombre ya
estaba reuniendo a todos adentro para una salida rápida. Este era
exactamente el por qué Edward e Isabelle no deberían haber salido a beber.
Su hermana estaba ebria y no estaría sobria hasta dentro de otra hora.
Era extraño verla ligeramente borracha. Nunca había visto que
Isabelle actuara de esta manera y se preguntó si era a causa de Edward, o si
tenía toda otra vida de la cual no era consciente. Tan pronto como volviera
a estar sobria, Rick e Isabelle iban a tener una pequeña charla.
―Soy el Teniente Comandante Nicholas Henderson. Necesito hablar
con Enrique Marcelo.
149
Rick miró a su alrededor, pero aun así no pudo localizar al hombre.
Eso lo estaba fastidiando. ―Entonces habla.
―Preferiría no hacer un discurso público. ¿Eres Enrique?
―Muéstrate. ―Rick realmente estaba comenzando a impacientarse
con este hombre. Podía ver a Dorian por la esquina de su ojo, parado justo
a un lado de la puerta, pistola en mano. Su pareja pudo haber estado verde
cuando todo esto comenzó, pero Dorian no tenía reparos en manejar un
arma. El hombre tenía nervios de acero. Rick alzó su mano, diciéndole a
Dorian que se quedara atrás. Su pareja asintió.
―No todos son los que aparentan ser. ―La voz del extraño estaba
más cerca, pero ahora Rick reconoció que el hombre tenía algo que lo
identificaba―. No tenemos mucho tiempo, Enrique… vienen por ti.
Rick miró a Edward que estaba parado junto a él, escaneando el área,
y luego volvió a mirar a la oscuridad. Caminó hacia los escalones que lo
llevarían al patio cuando Edward agarró su brazo.
―No me gusta esto. No puedo verlo u olerlo.
Rick volvió a mirar a la puerta para ver que Dorian seguía ahí
parado. Dorian le asintió, y Rick supo que su pareja dispararía para matar si
era necesario. Sólo rezaba que Dorian no le disparara a él. El hombre tenía
un largo camino que recorrer en sus lecciones de tiro a larga distancia.
Con suerte, Nate mataría al bastardo.
Mientras Rick se adentraba más en el patio, visualizó a Mason en su
forma de jaguar situado en las alturas de un árbol. ¿Quién hubiese sabido
que el hombre se volvería tan práctico?
Una sombra se movió desde atrás de un árbol.
Rick se detuvo.
―Dile al gato que vaya a dar un paseo. Esto es sólo para tus oídos.
Rick alzó la mirada a donde había visto situado a Mason, pero el
jaguar ya se había ido. Henderson debió haberlo notado también.
―Te habría llamado, pero creo que nuestros teléfonos están siendo
monitoreados. Tienes un topo en tu grupo. No tengo mucho tiempo aquí.
Tengo que volver a mi escuadrón.
150
―¿Eres parte del maldito Escuadrón de la Muerte? ―gruñó Rick y
luego avanzó hacia el tipo, pero el humano lo impactó como la mierda al
tomar su pistola y alzarla, apuntando a la cabeza de Rick antes de que
pudiera parpadear. Eso sólo le mostró a lo que se enfrentaba Rick en
realidad. No había forma de que este humano pudiera ser más rápido que
Rick―. Incendiasteis el maldito edificio de apartamentos en el que me
estaba escondiendo con los hombres oso, matasteis a cinco humanos y
estuvieron a punto de matar a uno de los míos, ¿y se supone que me quede
aquí parado y escuche tus mentiras? ―Rick se enteró de la muerte de los
humanos a través del periódico. Saber que se habían perdido vidas
inocentes le revolvió el estómago.
―No incendiamos ese edificio. Llegado a este punto, sé que has oído
sobre los pequeños grupos de mercenarios cambia formas. Nunca habría
permitido que civiles inocentes se vieran atrapados en el fuego.
―Te escucho.
Henderson bajó su voz. ―El hombre a cargo del Escuadrón de la
Muerte es el que te ha estado advirtiendo. Pero el alto mando decidió que
no estaba dando resultados lo bastante rápido ya que todavía no estás
muerto. Reemplazaron a Freedman con alguien empeñado en matarte a ti y
a todos los que están contigo. Pero alguien nos indicó tu paradero y
Freedman rastreó la llamada hasta esta casa. Elimina a ese soplón, Enrique.
Pasa a la clandestinidad, y deja de permitir que tu hermanita y el rey rata se
paseen por los bares. Si de verdad estás dirigiendo esta rebelión, necesitas
dirigir tu barco más rigurosamente.
―Cómo… ―Rick sacudió su cabeza. Si su tiempo de verdad era
limitado, entonces necesitaban enfocarse en las cosas importantes―. ¿Por
qué Freedman y tú están ayudándonos?
Henderson nunca bajó su brazo, la pistola todavía apuntaba a la
cabeza de Rick. ―Porque no creemos en matar a toda una especie sólo a
causa de una orden. Ambos, Freedman y yo sabemos que han puesto una
trampa a tu especie, pero no hay ni una maldita cosa que podamos hacer al
respecto. Si cualquiera de nosotros excava lo bastante profundo, seremos
cazados. Y confía en mí, los hombres asignados para tu exterminación son
los mejores.
De nuevo, Rick sintió como si estuviera fuera de sus capacidades.
¿Qué sabía sobre evadir a un equipo táctico y derrocar al gobierno? Ni una 151
maldita cosa, eso es lo que sabía. ―Necesitamos entrar en el centro de
detención.
Henderson asintió. ―Sé que se llevaron a personas cercanas a ti,
pero es una misión suicida incluso pensar en penetrar esas murallas.
―No vamos a dejarlos ahí ―espetó Rick con una afilada precisión.
―Entonces haré que Freedman te envíe a dos hombres que sean de
fiar, y son malditamente buenos en lo que hacen. Te ayudarán. Pero por el
amor de Dios, primero tienes que deshacerte de tu topo.
Rick asintió. Las únicas dos personas en las que podía pensar eran
Leon y Mason. Leon apareció ayer y a Mason lo trajeron aquí casi al
mismo tiempo, y ahora Rick estaba recibiendo una visita de un miembro
del Escuadrón de la Muerte. Tenía que ser uno de esos dos. ―Me
encargaré de quien sea que esté traicionándonos.
Henderson empezó a retroceder. ―Entra a la universidad. En la
oficina del Decano encontrarás algunas mierdas bastante buenas por ahí.
―¿La universidad en la que pusieron la bomba?
Henderson asintió y luego se desvaneció en la oscuridad. Rick se
quedó ahí parado por un momento, parpadeando, pero no pudo ver al chico
en ningún lado. Eso hizo que los escalofríos recorrieran hasta sus huesos.
No estaba tratando con aficionados. Henderson dijo que estaban lidiando
con un nuevo líder del Escuadrón de la Muerte. Uno que no estaba tratando
de advertirle o ayudarle.
Rick giró sobre sus talones y corrió hacia la casa. ―Mason trae tu
culo aquí abajo. ―Rick subió al porche de un solo paso, dirigiéndose al
interior―. ¡Muévanse!
Para su alivio, Nate ya había puesto las cosas de todos en la cocina.
Les ahorraría tiempo. ―Edward, saca el jeep de atrás del granero. Nate,
llena tu Yukon con nuestras cosas. Miguel, Benito, ayuden a Nate. ―Rick
se dio la vuelta―. Howard, por favor ¿podrías llevar a mi hermana a mi
SUV?
Howard asintió y subió las escaleras.
―Dorian, asegúrate de que no nos dejemos nada.
Su pareja abandonó la cocina. 152
―Quiero estar lejos de aquí en menos de cuatro minutos ―gritó
Rick y luego corrió afuera otra vez para encender el SUV.
En menos de tres minutos estaban en la carretera. Rick no sabía a
donde ir. El periódico todavía no salía. Era muy temprano en la mañana. Se
le ocurrió un pensamiento. Quizá la gente que colocaba los anuncios eran
los que estaban contra él, pero el instinto de Rick le dijo que era uno de los
dos hombres que habían llegado ayer. Además, ¿no le había dicho
Henderson que los llamaron desde la casa en donde estaban? Qué mal que
no le hubiese podido decir a Rick que número de teléfono usaron. Eso
hubiese reducido las posibilidades. En verdad dudaba que fuese un
miembro de su manada, y por la forma en la que Edward actuaba con
Isabelle, sabía que el hombre no quería que le sucediera ningún daño a su
hermana.
Todo esto era sólo teoría. El topo podía ser cualquiera de su grupo.
Rick sólo rezaba como el infierno que no fuera alguien en quien pensaba
que podía confiar.

―¿Por qué no trajiste a Frisk contigo? ―preguntó Edward a Leon


quien actualmente estaba atado y tenía puesto el collar alrededor de su
cuello para evitar que cambiara. No podía creer que Rick estuviera
acusando a Leon de traicionarlos, pero la explicación de Rick encajaba.
Edward no conocía a los hombres en este grupo y no confiaba en ninguno,
pero a partir de la forma en el hombre lobo alfa le había explicado las
cosas, Leon era el único que podía ser el traidor.
Mason ni siquiera tenía móvil.
Era una mierda que tuviera que ser una rata la que le dijera al
Escuadrón de la Muerte en dónde estaban. Edward quería matar al hombre
sólo por eso. Rick le había hecho ver que no podían ser Howard o Graham.
El Escuadrón de la Muerte había venido y se había llevado a sus seres más
queridos.
Miguel y Benito estaban demasiado arraigados a la vida en manada
para siquiera pensar en traicionarlos. Edward no conocía a ninguno, pero le
había tomado cariño a Benito y creía a Rick. Estaba siguiendo su instinto, 153
sin embargo. Y normalmente, no lo conducía erróneamente. Nate era la
mano derecha de Rick y había hecho tanto que ni siquiera podía ser
considerado un traidor.
Pero Leon era su mano derecha, sin embargo, el tipo no tenía
ataduras, ni familia, y mantenía mucho para sí mismo. Edward no tenía
argumentos para defenderlo.
―No pude encontrarlo ―respondió Leon―. Ha desaparecido.
―Qué conveniente. ―Rick dio un paso hacia adelante―. Nos
vamos. Puedes quedarte aquí encerrado para lo que me importa.
Edward miró a Leon y sacudió su cabeza, dejando que el hombre
supiera que no podía creer que uno de los suyos hubiese hecho esto.
―No lo hice ―suplicó Leon a Edward―. No traicioné a mi rey.
El chico era bueno. Edward quería creerle, pero Leon era el único
que podía haber hecho esa llamada. Mientras los otros regresaban a los
vehículos, Edward miró a Leon una última vez.
―¡Edward! ―gritó Leon―. ¡No lo hice!
Edward agarró el artefacto de alrededor del cuello de León y luego se
metió en la SUV de un salto mientras se alejaba de la gasolinera desértica.
Leon fue abandonado en el baño de hombres gritando su inocencia.
Eso molestó a Edward. No debería, pero lo hacía. Quizá se estaba
volviendo suave con los años, pero oír esos gritos le fastidiaba como la
mierda.
Nadie dijo nada mientras se alejaban de la desértica estación de gas.

Edward estaba acostado en un motel. Todos estaban exhaustos, y


Rick dijo algo sobre que necesitaba el periódico matutino. No entendió lo
que quiso decir, pero Edward estaba demasiado cansado para discutir.
Abandonar a Leon de la manera en que lo hicieron le estaba cobrando
peaje, pero la única otra alternativa era matar al chico.
Eso era algo que ni Edward ni Rick querían hacer. No tenían el cien 154
por cien de seguridad de que León fuera el topo, pero todo apuntaba en esa
dirección.
Edward empujó a un lado la culpa mientras metía su mano detrás de
su cabeza, usando el mando a distancia para encontrar que ver en la
televisión a las cuatro de la mañana. No había nada más que infomerciales,
pero el ruido de fondo ayudaba a que su mente no estuviera enfocada en
tantas cosas. Edward sabía que podía llegar a perderse en sus propios
pensamientos, y ese no era un lugar en el que quería estar en este momento.
Había muchas cosas pasando ahí arriba.
Bajó el mando y balanceó sus piernas sobre la cama cuando un sutil
golpe sonó en la puerta de la habitación del motel. Edward realmente
dudaba que el Escuadrón de la Muerte llamara a la puerta. Aun así, caminó
hacia la ventana y miró a través de la rendija entre la cortina y la ventana.
Era Rick.
Edward suspiró y abrió la puerta. El alfa estaba ahí mirando sobre su
hombro y luego se giró cuando Edward estuvo parado frente a él. ―¿Sí?
Edward nunca había vivido su vida huyendo, y ansiaba volver a su
antigua forma de vida. Eso era decir algo. Aunque a Edward le gustaba su
trabajo y los beneficios de ser rey no eran del todo malos, a veces la
soledad se arrastraba en su interior y encajonaba su corazón. ¿Y preferiría
volver a eso en vez de seguir huyendo?
Entonces Edward pensó en Isabelle, y supo que no iba a ir a ningún
lado hasta que supiera que estaba a salvo. Sin importar si lo quería o no,
ella se había metido bajo su piel.
―Sólo quería dejarte saber que vamos al campus a primera hora.
―Simplemente podrías haber llamado. ―Edward vio que Rick
miraba el interior de su habitación y supo lo que el hombre estaba
buscando―. Y podrías haberte detenido en la habitación de tu hermana
para ver si estaba ahí.
Edward casi se cayó al piso cuando una ligera coloración se arrastró
por las mejillas de Rick. ¿El hombre estaba avergonzado por ser tan
malditamente obvio?
―A primera hora ―dijo Rick antes de darse la vuelta y alejarse.
Edward cerró la puerta y sacudió su cabeza cuando otro golpe sonó. Rick
en verdad estaba empezando a fastidiarlo. Abrió la puerta una vez más para
155
encontrar a la mujer en cuestión ahí parada, mirándolo. Tenía ropa en sus
manos y estaba mirando a su alrededor como si algún espía estuviera
tratando de mantenerse fuera del ojo público. Edward no dijo nada. Sólo se
paró a un lado para permitir que entrara en su habitación. Era el
movimiento más estúpido que pudo haber hecho jamás, pero cerró la puerta
tras ella y cruzó sus brazos sobre su pecho―. ¿Olvidaste cual era tu
habitación?
Isabelle lucía nerviosa. ―No, pero mi ducha gotea. ―Miró alrededor
de su habitación antes de mirar a sus pies―. Sólo me preguntaba si podía
pedir prestada la tuya.
Tentación, tentación, tentación.
Debería decirle que no. Edward debería decirle que fuera a pedírselo
a Rick.
―Claro. ―Se paró en la puerta y se preguntó si tal vez no debería
salir a caminar o algo hasta que hubiese terminado y se hubiese ido. Estaba
esperando otro golpe en la puerta. Probablemente Rick iba a partirle el culo
por esto. Edward señaló hacia el fondo de la habitación―. Ahí dentro.
Isabelle se apresuró hacia el baño silenciosamente. Edward se echó
contra la puerta, deslizando sus manos en los bolsillos de sus vaqueros y se
preguntó qué estaba haciéndole el destino. ¿Realmente dejaría que una
mujer cayera en su regazo, así como así? Tenía que haber un truco. Como
su hermano cargando una bazuca en este momento.
Oyó que el agua empezaba a correr y se dirigió hacia su bolsa. Había
reunido algunas cosas mientras estaba en la otra casa. Quien sea que viviera
ahí era del tamaño perfecto de Edward, y le gustaron los vaqueros y las
camisas que había encontrado. Edward había dejado dinero en la cómoda
para pagar lo que se había llevado, y también encontró una botella de
whisky.
Sacó la botella y agarró el vaso de plástico de una bandeja sobre la
cómoda, sirviéndose un trago. Esto me sentara bien. Edward sabía que
Isabelle podía haberle pedido prestada la ducha a cualquiera de los hombres
que la acompañaba y se lo habrían permitido alegremente.
Así que, ¿por qué vino a la habitación de Edward?
La pequeña arpía tenía un motivo. Edward se sentó en la cama,
156
colocando la botella de Crown Royal en la mesita de noche. Agarró el
mando y bajó el volumen de la televisión hasta el tope y escuchó la ducha.
Simplemente podía imaginar el jabón deslizándose sobre su delicada piel
mientras Isabelle se duchaba.
Edward tomó otro trago.
¿Por qué estaba pensándolo siquiera? Isabelle no era una aventura de
una noche. La mujer gritaba compromiso. Así que, ¿por qué estaba
contemplando la idea de verla con nada más que una toalla envuelta
alrededor de su piel húmeda?
Tragó el resto de su bebida y se sirvió otra. Emborracharse no era la
manera de manejar esto. Edward alzó la mirada cuando la ducha se apagó.
Se recostó y trató de parecer casual mientras volvía a subir el
volumen y descansaba su espalda contra la pared. No estaba seguro de qué
tramaba Isabelle, y Edward sólo rezaba para que se apresurara a salir de su
habitación, y rezaba, también, para que no lo hiciera.

157
Capítulo Diecisiete
Isabelle no tenía idea de por qué había escogido la habitación de
Edward para tomar una ducha. Era verdad que su ducha perdía mucha
agua, pero estaba bastante segura que Enrique le dejaría usar la suya.
Así que ¿por qué se había ido derechita a la habitación de Edward
ante la primera excusa endeble que se le ocurrió? No estaba segura y
deseaba haber pensado esto un poco más exhaustivamente. ¿Ahora qué?
Sabía qué. Iba a agradecerle y llevar su culo de regreso a su propia
habitación. ¿En qué diablos había estado pensando? Edward no era más
que un hombre intimidante de metro noventa. Tenía que estar loca para
venir a su habitación.
Isabelle tomó una profunda respiración, reunió sus ropas, y con una
mano temblorosa, abrió la puerta del baño. Dio un paso fuera y lo encontró
sentado casualmente en la cama con un trago en su mano. Maldición,
realmente podría tomarse uno ahora mismo. Sus ojos oscuros cayeron sobre
su cuerpo y luego se asentó en su rostro. ―¿Todo bien?
Asintió, acercando a su pecho el montón de ropas. ―Sí, gracias.
―Se quedó allí, incomoda, diciéndose que tenía que dirigirse hacia la
puerta, pero sus pies se quedaron anclados al piso. Asintió hacia su
mano―. ¿Qué estás tomando?
Edward alzó el vaso a sus labios, sus ojos nunca abandonaron los
suyos mientras daba un lento sorbo. ―Whisky ―dijo una vez que bajó el
vaso―. ¿Por qué, quieres un poco de esto?
No estaba segura de si seguía hablando del licor. Asintió. Edward se
deslizó de la cama e Isabelle contuvo su aliento. Agarró la botella de la
mesita de noche y caminó más allá de ella. Isabelle sólo se quedó ahí,
diciéndose que respirara. El hombre no iba a saltarle encima. Si esa fuera
su intención, lo habría hecho cuando salieron a beber más temprano.
Edward había sido el perfecto caballero y se aseguró de que regresara sin
ser molestada.
Pero estaban solos en una habitación de motel, y parecía más 158
pequeña con Edward ahí de pie. El hombre llenaba el espacio con su
presencia, haciéndolo parecer un poco abarrotado. Un brazo apareció sobre
su hombro, el trago colgaba de la mano de Edward. Trató de ignorar lo
cerca que estaba detrás de ella, pero el mundo se había reducido a Edward
y al hecho de que estaba de pie muy cerca de su espalda.
Tomó la bebida y una cálida mano se movió, bajando lentamente por
su hombro. Unos dedos fuertes se detuvieron en su codo y luego se
alejaron. Isabelle tomó un trago, deseando que sus nervios no estuvieran
tensos.
―Bébelo lentamente esta vez. ―La voz era baja y estaba justo
detrás, su aliento rozó su oreja. Hizo que las cosas se tensaran entre sus
piernas mientras sus pechos se sentían llenos y doloridos. Isabelle levantó
el vaso a sus labios, tomando un pequeño sorbo, dándose algo que hacer
además de quedarse ahí parada mientras se desmoronaba internamente.
Una mano palmeó su cadera. ―Ve a sentarte.
Isabelle miró a la silla situada junto a una mesita y luego se sentó a
un lado de la cama. No había especificado en donde se suponía que tenía
que sentarse. Estaba exagerando con esto. Todo lo que Edward había hecho
fue permitirle usar su ducha y le dio algo para beber. Empezó a relajarse
mientras observaba como Edward volvía a recostarse, colocando su espalda
contra la pared, cruzado sus tobillos y luciendo muy cómodo.
―Rick estuvo aquí buscándote ―declaró Edward mientras volvía a
dejar la botella en la mesita de noche―. ¿Por qué crees que vino a ver si
estabas aquí?
―Porque necesita meter su cabeza en sus propios asuntos ―dijo
Isabelle mientras tomaba otro sorbo.
―Tú eres su asunto ―dijo Edward―. Eres su hermanita. Cuidarte es
su responsabilidad.
Isabelle bufó. ―Una cosa es que se preocupe por mí. Otra historia es
que me diga a quien puedo ver y a quien no.
Una gruesa ceja negra se alzó.
―Sabes lo que quiero decir. ―Isabelle se relajó un poco más
mientras dejaba su montón de ropa sucia a un lado. Estaba usando unos
ligeros pantalones holgados y una camisola, pero la cubría con modestia. 159
Usó ambas manos para ahuecar su bebida mientras miraba al piso. Levantó
la mirada cuando Edward se rio―. ¿Qué es tan divertido?
Miró sus piernas. ―Tus pies ni siquiera tocan el piso. ―Le
entrecerró los ojos, pero eso no evitó que Edward dejara escapar una suave
risa―. Es verdad.
Sorbió su trago mientras miraba alrededor de la habitación y
entonces notó que su vaso estaba vacío.
―Dámelo.
Lo sostuvo y luego sintió que su pulso saltaba cuando sus dedos la
rozaron.
―Si no dejas de pensar que voy a abusar de ti, podría dejar de darte
bebida.
Isabelle sonrió. ―Perdón.
Edward palmeó el espacio junto a él. ―Ven a sentarte aquí conmigo
y encontremos algo que ver en la televisión.
Después de veinte minutos, Isabelle se encontraba riendo de algún
show que estaban dando por cable. Estaba sentada junto a Edward, el chico
estaba recostado y relajado mientras debatían sobre quien era su actor
favorito. Isabelle nunca había tenido a nadie con quien simplemente
pudiera relajarse. Su vida en la manada demandaba que pusiera aires de ser
la hermana del alfa. Pero estar alrededor de Edward era como si desechara
su fachada pública y sólo fuera ella misma.
―¿Por qué todas las mujeres piensan que Sean Connery es Dios en
persona? ―preguntó Edward―. Simplemente no lo entiendo.
―Porque es devastadoramente atractivo, su acento es erótico, y por
el amor de Dios, Edward, ¡fue James Bond! ¿Necesito decir más?
Edward sólo sacudió su cabeza y tomó otro sorbo de su whisky. ―Es
un actor. En realidad, no es un súper espía.
Isabelle hizo un pequeño gruñido en la parte trasera de su garganta.
―Es la imagen, Edward. Además, piensas que Catherine Zeta-Jones es
guapísima.
―Lo es ―admitió―. Es naturalmente hermosa y con clase. Actúa
tal como es. 160
A Isabelle le molestó lo que Edward estaba diciendo de ella.
―Entonces, ¿estás diciéndome que te gustan las mujeres exóticas?
Edward tomó otro sorbo. ―En realidad no tengo un tipo específico.
Sin embargo, me gustan las personas que actúan como ellos mismos. Odio
a los mentirosos y no puedo soportar a las personas que actúan como si sus
pies no estuviesen plantados firmemente en el suelo. ―Edward se inclinó
hacia ella, dándole un golpecito juguetón con su brazo―. ¿Por qué el
interrogatorio?
―Sólo pregunto ―dijo mientras escondía su sonrisa detrás de su
vaso, tomando otro sorbo. Descubrió que, al tomar su bebida, se sentía
relajada, no entumecida. Eso era un alivio. Estaba avergonzada como el
infierno por haberse emborrachado tanto que tuvo que ser cargada hasta el
jeep.
Se sentó más cerca del cuerpo enorme y cálido de Edward, mientras
sus ojos se cerraban. Había sido una larga noche, y el agotamiento
finalmente se estaba asentando. Sintió que Edward tomó el vaso de su
mano y luego la cubrió con la manta. De alguna forma, sabía que la
cuidaría en vez de tomar ventaja de la situación, y a Isabelle le gustaba
pensar en Edward como alguien con el cual podía relajarse. Su brazo se
deslizó sobre sus hombros, acercándola a su lado y luego todo fue silencio.
Isabelle quería que Edward la besara de nuevo. No iba a negar ese
hecho. Sólo que no estaba segura de cómo hacer que la besaran. ¿Qué pasa
si lo besaba y trataba de llegar más allá? Eso no era lo que quería, todavía.
Oh, diablos. No estaba segura de lo que quería así que dejó salir un
suspiro contenido y disfrutó de la sensación de ese firme cuerpo junto al
suyo.

Isabelle se despertó con un sobresalto mientras miraba alrededor de


la oscura habitación.
―Tranquila, princesa. Estás a salvo. ―Su voz era baja y
tranquilizante, pero con algo que hizo que Isabelle luchara por respirar.
Edward no se movió, pero la intensidad de su mirada cargó el aire mientras 161
la esquina de su boca tiraba de una sonrisa.
Isabelle se movió lentamente hasta que estuvo de rodillas y luego
presionó las palmas de sus manos en sus solidos pectorales. Los ojos de
Edward se posaron en su rostro, sus cejas se juntaron, hasta que se inclinó
hacia adelante y lo besó.
Edward se quedó muy quieto por un momento y luego su mano se
deslizó sobre su espalda, tirándola hacia él, atrayéndolos juntos. Quería
esto. Oh, dioses, quería esto. Su cuerpo dolía por ser tocado por este fiero
hombre de maneras que nunca había pensado posible. Isabelle se abrió y
Edward succionó su boca, haciéndole casi imposible respirar. Una
desesperación empezó y se filtró en la escurridiza lengua de Edward contra
sus labios.
Se echó atrás lo suficiente como para mirarla, e Isabelle estaba
ansiosa por saborearlo, sintiendo que caía en esa cálida mirada la cual se
moría por explorar. Su mano se deslizó hasta que estuvo masajeando su
nuca, sus fuertes dedos eran gentiles contra su piel. Isabelle gimió en su
boca mientras Edward los reacomodaba hasta que ella estuvo a horcajadas
sobre su regazo. Se inclinó, demandando más de su boca.
Su mente se fue en espiral cuando la otra mano ahuecó su pecho,
amasándolo gentilmente, sus dedos jugaron con su pezón, el cual aún
estaba escondido bajo su camisola. Isabelle se arqueó contra el toque
tormentoso, su cuerpo se convirtió en fuego líquido.
Isabelle necesitaba piel. Deslizó sus manos debajo de su camiseta,
sintiendo la piel caliente. Era roca sólida y se sentía maravillosa mientras
sus manos se deslizaban por su amplió pecho, explorándolo con sus dedos.
Jadeó cuando él se movió hacia adelante en un fluido movimiento y
presionó su espalda en la cama. Continuó tocando sus pechos, instalando el
fuego en su piel. No protestó cuando empujó su camisola subiéndola por su
cuerpo y exponiendo sus doloridos pechos. Edward enterró su cabeza y
cogió un pezón endurecido en su boca e Isabelle sintió como si fuera a
fracturarse ahí mismo, debajo de él. Incrustó sus dedos a través de su suave
cabello, acercándolo mientras la recorría una cascada de placer. Se tomó su
tiempo, sorbiendo su piel, su lengua dibujaba círculos perezosos alrededor
de su tenso pezón, y luego volvió a tomarlo en su boca.
Cuando su mano se deslizó en la pretina de sus pantalones, Isabelle 162
agarró su muñeca. Edward la miró, sus ojos se volvieron los de un animal,
brillando con el color amarillo, luciendo como si estuviera usando
montones de inmensurable control. Su mirada lo decía todo. Era como si
pudiera leerlos, y le decían que confiara en él.
Isabelle tragó con fuerza y luego liberó su muñeca. Sus dedos
jugaron a lo largo de su piel justo por debajo de la pretina, llevando la
anticipación a un nivel completamente nuevo. Sus dedos no se apresuraron
mientras se deslizaban cruzando su piel. Isabelle tiró su cabeza hacia atrás,
incapaz de seguir conteniendo esa poderosa mirada. Él se movió, su boca
vagó hasta el pezón desatendido mientras su mano siguió bajando,
separando la carne y frotando su clítoris. Isabelle se estremeció mientras
abría las piernas un poco más.
Edward chupó su duro pezón y luego liberó la dolorida carne. Sin
ninguna palabra, empezó a besar y lamer su camino, bajando por su cuerpo.
Isabelle no estaba segura de qué hacer. Nunca antes había estado con un
hombre.
Pero descubrió que no tenía que hacer nada mientras la lengua de
Edward trazaba una línea justo debajo de su ombligo, haciendo que se
estremeciera debajo de él.
Jadeó cuando sus dedos agarraron la pretina de sus pantalones y
empezó a bajarlos. No podía moverse. Isabelle no podía respirar. El cálido
aliento en su piel era intoxicante.
Los dedos de Isabelle se tensaron en su cabello cuando fue expuesta
íntimamente. Estaba asustada. Isabelle no estaba segura de lo que Edward
tenía en mente.
Su cabeza cayó hacia atrás y un largo gemido escapó de sus labios
cuando la lengua de Edward se deslizó entre sus piernas, separando sus
labios, y luego circundó alrededor de su clítoris. Nunca supo que existía tal
placer.
El hombre no se apresuró. Se estaba tomando su tiempo con ella,
mostrándole un lado de él, que sabía que tenía enterrado profundamente.
Era gentil, sus labios besándola, su lengua lamiéndola, y sus manos
terminando de quitar sus pantalones.
Separó sus piernas, presionando sus manos en sus muslos mientras
lamía su coño, saboreándola como si fuera su aperitivo favorito. La 163
respiración de Isabelle se volvió dificultosa mientras sus dedos tiraban de
su cabello, el fuego estaba amenazándola con quemarla viva.
Isabelle estaba tan excitada, tan lejos de la realidad que no le
importó. Deslizó una mano debajo de la fuerte mandíbula de Edward,
sintiendo el movimiento de su boca mientras la devoraba. Debería haberle
avergonzado poner la mano tan abajo, pero no era así.
De hecho, quería más. Bajó la mirada a su cuerpo, Isabelle observó
como la lengua de Edward raspaba el hinchado brote, sus labios chuparon
la palpitante piel entre sus labios.
Su aliento quedó atrapado en sus pulmones cuando alzó la mirada
desde debajo de sus gruesas y negras pestañas. El hombre era
verdaderamente impresionante.
Mirando los de Isabelle, Edward abrió su boca y dejó que su lengua
danzara a lo largo de su piel húmeda. Nunca en su vida había sido testigo
de algo tan erótico.
―Sabes como la comida de los dioses ―dijo Edward mientras tiraba
de su clítoris entre los dientes y luego lo chupaba en su boca.
La cabeza de Isabelle cayó hacia atrás mientras gritaba. Era
demasiado. El hombre estaba tratando de conducirla a la locura. Cuando
trató de apartar la mano de su cara, Edward agarró su muñeca. ―Déjala
ahí. Quiero que sientas lo que te estoy haciendo.
Isabelle gimió, pero mantuvo su mano en su lugar.
―No temas lo que le estoy haciendo a tu cuerpo, princesa.
―Edward besó su muslo interno―. Confía en que cuidaré bien de ti.
Lo hacía. Isabelle no tenía duda de que Edward era un amante muy
habilidoso. Era demasiado atractivo como para no serlo. Las mujeres
debían de arrojársele… Isabelle ahuyentó ese pensamiento.
Edward colocó sus manos en sus muslos, empujando sus piernas
hacia atrás, lamió desde su clítoris hasta su ano. Isabelle gritó de placer
mientras se retorcía bajo él.
No aflojó. Su lengua se deslizó sobre su piel, circundando la entrada
a su coño, y luego empujó en su virginal entrada. Se arqueó, sus piernas se
abrieron de golpe ante la presión construyéndose en su interior.
164
Edward la bajó, devorando su coño una vez más, su lengua lamía su
clítoris, y luego succionó su carne como un hombre hambriento.
Sus manos se alzaron al aire, agarrando las gruesas hebras mientras
tiraba y se estremecía. ―Edward.
―Déjate llevar, princesa. ―Chupó su clítoris hasta que Isabelle se
hizo añicos, su mundo entero explotó como choques de electricidad
cantando en su interior. Gritó su nombre mientras Edward continuaba
lamiendo los jugos fluyendo de su coño.
Isabelle no estaba segura si volvería a respirar de nuevo. Luchó para
meter aire en sus pulmones mientras Edward volvía a subir por su cuerpo,
ahuecó su rostro, y le dio un dulce beso.
Isabelle gimió mientras envolvía sus brazos alrededor de su cuello,
acercándolo, queriendo más.
―No esta vez, princesa ―dijo Edward―. Tengo que irme pronto y
cuando te tome, quiero tener todo el tiempo del mundo para mostrarte
cuanto placer puedo brindarte.
¿No fue eso lo que acababa de hacer? No estaba segura si podría
manejar las cosas si se volvían más placenteras de lo que acababa de darle.
Ahuecó sus mejillas y Edward volteó su cabeza, besando la palma de
su mano. Su corazón se sentía como si hubiese dejado de latir ante la vista
de la mirada feliz en sus ojos. Era una mirada que nunca pensó que vería en
él.
Edward era un hombre con problemas que poseía muchas cicatrices.
Verle como si estuviera feliz justo donde estaban hizo que algo dentro de
Isabelle quisiera entregarse a él. No sólo un pedazo, sino, por completo.
Ambas cabezas saltaron cuando sonó un golpe en la puerta. Edward
maldijo mientras la ayudaba a ponerse de pie y enderezaba sus ropas,
colocando un beso en sus labios antes de que cogiera sus ropas sucias y se
las entregara. Retiró su cabello de su cara, pero sabía que no había ni una
maldita cosa que pudiese hacer con el rubor de su piel.
Edward la encaminó hacia la puerta y luego la abrió, Benito estaba
ahí parado, sonriéndoles. ―El alfa está casi listo para irse. ―Miró entre
Isabelle y Edward y su sonrisa se amplió―. Volvería a mi habitación
rápidamente si fuera tú. ―Su voz se había convertido en un susurro,
dándole una conocedora mirada a Isabelle.
165
Besó a Benito en su mejilla antes de volver a mirar a Edward una
última vez, luego se apresuró por el pequeño pasillo hacia su habitación.

Edward se metió en la ducha sabiendo que tenía poco tiempo antes


de que Rick estuviera preparado para irse. Palmeó su erección mientras el
agua caliente recorría su pecho, y pensó en el rostro de Isabelle mientras se
corría. Odiaba lavarse su olor, pero sabía que tendría muchísimo que pagar
si no lo hacía.
En realidad, no le importaba lo que pensara Rick, pero no quería
tonterías del alfa tan temprano en la mañana.
Edward pensó en Isabelle debajo de él y en cuanto deseaba hundir su
polla en su suave cuerpo. Se había contenido, usando cada gramo de
control que poseía para no tomarla. Pero sabía que no estaba lista, y eso
estaba bien. Podía tomarse su tiempo, tranquilizarla con respecto a lo que
quería de ella.
Sus caricias se aceleraron mientras sus labios se separaban.
Pensó en cuan bueno había sido su sabor mientras devoraba su coño
y deseó haber podido joderla con cada fibra de su vida. Pensó en como
luciría con sus labios envueltos alrededor de su pene.
Edward se corrió rápidamente, gimiendo con su cabeza echada hacia
atrás mientras el agua bajaba en cascada sobre su cuerpo. Se estremeció,
apoyando una mano en la pared mientras se corría. Sabía que debería
alejarse y dejarla en paz. Era demasiado inocente para lo que quería. La
mujer casi lo había detenido cuando iba a darle sexo oral. Se preguntaba
qué habría hecho si le hubiese pedido que chupara su pene.
Edward sonrió mientras se secaba y se vestía. Tan pronto como tuvo
sus zapatos puestos, Rick se presentó en su puerta.
Edward subió en la SUV con Rick y Nate. Mason había querido
venir y Rick le dijo que no. Edward estuvo de acuerdo. Si alguien avistaba
al jaguar en el campus, todo se iría a la mierda, rápido. Necesitaban ser una
sombra, mezclarse y hacer su trabajo con rapidez. Nadie sabía qué estaban
buscando, pero el chico del Escuadrón de la Muerte básicamente les había
166
dicho que buscaran en la oficina del Decano.
Ninguno estaba seguro de dónde estaba la oficina del decano. Sólo
sabían que tenían que buscarla.
―Entonces, ¿quién es Jayson? ―preguntó Edward desde el asiento
trasero.
―Malas noticias ―dijo Rick―. Trabajaba en el delicatesen del gran
supermercado donde yo era el gerente de distrito. El hombre no escondía el
hecho de que odiaba a los no humanos. Diablos, no escondía el hecho de
que no le gustaba nadie que no fuera blanco con ojos azules.
Edward sacudió su cabeza. Ya se había encontrado con hombres así
antes. Pensaban que eran superiores a los demás y habían cometido
crímenes atroces contra las personas por no ser del todo americanos.
―Sabía que debería haberle desgarrado la garganta en ese momento
―continuó Rick―. Es un desperdicio de aire.
―¿Por qué crees que está aquí? ―preguntó Nate―. Está muy lejos
de casa.
―Tu suposición es tan buena como la mía ―respondió Rick―. Pero
creo que alguien metió su estúpido culo en algún grupo de odio. Jayson
saldría de casa para venir aquí. Nunca creí que diría esto sobre ese hijo de
puta escuálido, pero hay que vigilarlo. La gente como Jayson es peligrosa.
―Sólo señálamelo ―dijo Edward mientras se recostaba―. No tengo
reparos en mostrarle al humano quien es el superior.
―Estamos aquí buscando información sobre la bomba, Edward ―le
advirtió Rick―. No vinimos aquí para atar a Jayson por las bolas. No
importa cuán tentador sea el pensamiento.
El teléfono de Nate sonó.
―Ponlo en vibrador ―le advirtió Rick―. No necesitamos que suene
en el momento equivocado.
Nate miró su teléfono y luego gimió. ―Oh, mierda. ¿Cómo diablos
me olvidé de Omar?
―¿Qué pasa con él? ―preguntó Rick.
167
―¿Quién es Omar? ―preguntó Edward.
―Un miembro de la manada ―respondió Nate―. Lo envié con
George y le dije no hiciera ni un puto movimiento hasta que tomaras una
decisión, Rick.
―¿Mi decisión? ―Rick lucía desconcertado―. ¿Sobre qué?
Por la expresión de Nate, Edward podía decir que la mañana de Rick
iba quedar arruinada.
―Un policía humano lo estaba chantajeando, haciendo que Omar se
acostara con él.
―Espera. ―Rick levantó su mano―. ¿Fue cuando nos reunimos en
la casa Wallington?
Nate asintió.
―Eso explica su extraño estado de ánimo ―masculló Rick.
―El detective le dijo a Omar que tenía información sobre ciertos
miembros de la manada y lo usaría si Omar no se acostaba con él. Pero
cuando llegó el momento de que el detective le diera a Omar la mierda que
tenía sobre nosotros, el tipo torció las cosas y le dijo a Omar que si no le
decía dónde estaban tú y Dorian, entonces le entregaría la información al
gobierno.
La cabeza de Rick cayó a un lado. ―¿En serio? ―Miró hacia atrás a
la carretera y luego volvió a mirar a Nate―. Tienes que estar bromeando.
Nate sacudió su cabeza. ―Omar estuvo interrogando a la manada
para ver si podía descubrir donde estaban tú y Dorian.
―Maldición. ―Edward sacudió su cabeza―. Ese es precisamente el
por qué no confío en nadie.
―¿De verdad iba a traicionar a la manada? ―preguntó Rick
atónito―. ¿De verdad?
―Creo que pensó que no tenía otra opción ―respondió Nate.
―Sí ―gruñó Rick―. La tenía. Pudo haber acudido a ti, Nate. Sabía
que era mejor que manejar las cosas por su cuenta. Sabes, para ser un
erudito, es un jodido idiota. 168
Nate levantó su teléfono y lo balanceó. ―¿Qué quieres que le diga?
Rick miró a Nate. ―Lo quiero frente a mí mañana por la noche. Y es
mejor que tenga una explicación malditamente buena por traicionarnos o
voy a matar su lamentable culo.

169
Capítulo Dieciocho
―Estas bromeando. ―Rick miró hacia el corredor para ver a Jayson
hablando con el decano. No estaba seguro de por qué estaba tan
sorprendido. ¿No le había dicho Mason que Jayson estaba aquí? Pero ver al
pedazo de mierda ahí parado como si perteneciera al campus hizo que Rick
pensara en todo tipo de cosas tortuosas que podía hacerle al chico.
―¿Ese es tu Jayson? ―Edward frotó su mandíbula sin afeitar
mientras daba un ligero asentimiento hacia Jayson.
―Ese no es mi nada. ―Rick retrocedió al pasillo adjunto cuando
Jayson miró hacia él. Eso era todo lo que necesitaba. Si Jayson avistaba a
Rick, todo habría terminado antes de empezar. La universidad ya era una
zona de caliente a casusa de la bomba, pero si encontraban a Rick aquí, se
volvería una maldita zona de guerra.
Estar en la lista de los más buscados no era propicio para un
allanamiento.
―Necesitamos hacer que se alejen de la oficina ―dijo Edward
mientras miraba alrededor del pasillo―. Creo que sé cómo.
Rick miró sobre su hombro un segundo demasiado tarde mientras
Edward alcanzaba y tiraba del mango de la alarma contra incendios que
estaba incrustada en la pared. Las alarmas resonaron atravesando el
edificio, haciendo que los oídos de Rick se sintieran como si estuvieran
sangrando. Siendo cambia formas, sus oídos ya eran más sensibles que los
de los humanos. Quería golpear a Edward por no avisarles.
Las personas en el pasillo miraron alrededor por un momento como
si no estuvieran seguros de lo que estaba pasando, y luego hicieron una
salida apresurada hacia la puerta, dejando a Rick, Edward y Nate a solas.
―Puede que tengamos cinco minutos antes de que alguien se dé
cuenta de que esta fue una falsa alarma. ―Rick se apresuró por el
pasillo―. Nate, tienes que ser nuestro vigía.
Nate asintió mientras se deslizaba en la oficina cruzando el vestíbulo 170
desde la del decano. Rick miró alrededor y luego abrió la puerta de la
oficina del decano. El lugar no era lo que Rick había esperado. Para ser una
prestigiosa universidad, el exterior de la oficina era bastante monótono. El
escritorio era lo que una persona encontraría en una oficina administrativa,
metal, hostil y más ordenado de lo que debería ser. Había sólo un portátil,
un portaplumas y algunos Post-it en el escritorio. ¿Qué secretario mantenía
su escritorio tan estéril? Ni siquiera había una foto de algún ser querido,
ningún dibujo colgando por ningún lado, y Rick estaba bastante seguro que
si pasaba su mano por los muebles, saldría limpia.
Y pensaba que era quisquilloso.
―¿Qué estamos buscando? ―preguntó Edward.
―Joder si lo sé ―susurró Rick mientras caminaba hacia otra puerta.
Tenía Decano Chad Winthrop grabado en relieve y en negrita en el vidrio
ahumado.
―Me tomas el pelo ―dijo Edward mientras miraba el nombre. Rick
sacudió su cabeza mientras entraba de prisa en la oficina del decano.
Ahora, esto era más parecido a lo que había estado esperando. Tres de las
cuatro paredes estaban forradas con estanterías de libros desde el piso hasta
el techo. La habitación presentaba oscuros y ricos colores. Sólo la alfombra
probablemente costaba una fortuna. Había un escritorio enorme de roble
color cereza a un lado de la habitación con una pequeña lámpara de aspecto
caro ubicada a un lado.
―Empieza de ese lado ―señaló Rick detrás de él.
Caminó hasta el escritorio del decano y empezó a abrir los cajones.
No podía encontrar nada que quizá ligara a Chad Winthrop con las bombas,
pero maldita sea si el hombre no estaba en la Ivy League6. Sus diplomas
estaban en marcos de plata en la pared y el hombre incluso tenía algunos
tipos de papel enmarcados, algo sobre su linaje de sangre azul porque su
familia podía remontarse a Plymouth Rock. Rick estaba tentado a tirar el
marco y quemarlo.
Pero no estaba aquí para eso.
Se quedó ahí por un momento incapaz de creer que ahora estuviera
irrumpiendo en un lugar, sin contar que era la oficina de alguien en un
6
171
La Ivy League (Liga Ivy o Liga de la Hiedra) es una conferencia deportiva de la NCAA de ocho
universidades privadas del noreste de los Estados Unidos. Tienen en común unas connotaciones
académicas de excelencia, así como de elitismo por su antigüedad y admisión selectiva.
campus prestigioso. Era un hombre muy buscado, y aquí estaba Rick
colándose furtivamente para encontrar evidencia de un decano corrupto.
Sus pensamientos vagaron a la imagen de la primera vez que llegó
aquí. La sección del edificio en donde había explotado la bomba estaba
rodeada de cintas de prohibido el paso, previniendo que alguien se acercara
a la destrucción. Rick casi sintió el horror y la devastación que había
causado la explosión. Más que nunca quería encontrar a los culpables y
hacerlos pagar.
―Hey, tierra a Rick ―dijo Edward desde donde estaba parado―.
Estamos contra reloj.
Rick empujó a un lado sus pensamientos mientras buscaba
rápidamente alrededor del escritorio. Estaba empezando a frustrarse y
estaba a punto de decirle a Edward que ya habían dejado pasar mucho
tiempo cuando tiró de un cajón cerrado con llave. Edward cruzó la
habitación, bajando la mirada a donde la mano de Rick seguía tirando del
cajón.
―Déjame manejar esto.
Rick dio un paso a un lado y observó cómo Edward trabajaba en el
cajón hasta que logró abrirlo.
―Me atreveré a preguntar, ¿dónde aprendiste a abrir cerraduras?
Edward lo miró con una expresión cautelosa y se encogió de
hombros. ―Te sorprendería lo que aprendes cuando estás desesperado por
irte.
Rick miró a Edward por un momento y luego se concentró en la tarea
entre manos. La vida del hombre era su asunto, y Rick no iba a
entrometerse. La mirada perdida en los ojos del rey lo atraparon con la
guardia baja, pero había cosas más importantes de las cuales preocuparse
ahora mismo que Rick anduviera jugando al psiquiatra.
Rick sacó un sobre mediano de manila del cajón y luego oyó voces
fuera de la puerta. Miró a Edward mientras cerraba el cajón con rapidez.
Edward señaló la puerta en el lado opuesto de la habitación.
Los dos corrieron hacia ella y se encerraron dentro. Genial, era un 172
baño. Rick esperaba que el decano no tuviera que ir hasta que averiguaran
como salir de ahí.
―Mierda ―dijo Edward por lo bajo―. Volvieron en menos de
cinco minutos. ¿Qué mierda pasó con la advertencia de Nate?
Rick escondió el sobre en la parte trasera de sus pantalones y deslizó
su camisa sobre él. Si los atrapaban y tenía que hallar una manera de salir
de esto, quería asegurarse de no perder el sobre.
―¿No ha habido rastro de Mason? ―preguntó una profunda voz
desde la otra habitación.
―Tengo a gente buscándolo, pero es como si se hubiese desvanecido
de la faz de la Tierra.
Rick conocía la segunda voz. Era la de Jayson. Tuvo que suprimir el
impulso de salir y arrancarle la cabeza. Rick sabía que el chico era una
mala hierba, pero nunca pensó que Jayson terminaría involucrado en esta
conspiración para hacer que los no humanos lucieran como unos salvajes
fuera de control. Vale, puede que haya pensado que Jayson haría algo así,
pero Rick nunca pensó que iba a encontrarse con el hombre en donde tuvo
lugar la explosión.
―Necesitamos encontrarlo ―dijo el hombre más viejo. Rick
simplemente podía asumir que la otra voz le pertenecía al decano―. Es la
clave para culpar de esta tragedia a los cambiantes. Me dijiste que podías
manejar esto, Jayson. Espero que cumplas tu promesa. ―El tipo sonaba
acalorado, y si Rick no se equivocaba, un poco asustado. Pero la segunda
reacción era tan mínima que apenas era detectable. ¿A quién le temería el
decano?
―Podemos cumplir nuestra promesa. Si se hubiesen encargado del
Sr. Marcelo, entonces no estaríamos luchando por encontrar a Mason.
―¿Qué tiene que ver Enrique Marcelo con esto? ―preguntó el
decano.
Sí, ¿qué diablos tenía que ver con la bomba y la búsqueda de Mason?
Rick se acercó, aunque no tenía que hacerlo, sólo para asegurarse de que no
se perdía ni una palabra. Quería descubrir cómo es que su nombre había
terminado arrastrado en todo esto. Hasta donde sabía, la policía estaba
culpando a Mason de la bomba, no a él.
―Los cambia formas se están negando a hablar, dicen que está
173
teniendo lugar a una insurrección y el Sr. Marcelo está liderándola. ¿En
serio? Ese imbécil del gerente de distrito quizá luzca como un tipo duro,
pero no puedo verlo liderando una revuelta. Pero los cambia formas
parecen pensar que lo hará, así que no hablan. Uno de mis chicos mató a
dos de sus mujeres frente a ellos y aun así se negaron a hablar.
Rick agarró a Edward cuando el rey luchaba por llegar a la puerta
silenciosamente. La mandíbula del hombre estaba apretada con tanta fuerza
que los dientes de Rick estaban doloridos. Agarró el rostro de Edward,
enfocando su mirada en los ojos del hombre. ―No ―moduló Rick. Las
aletas de la nariz de Edward flameaban rápidamente mientras en sus ojos
nadaban el odio y la venganza.
―El Escuadrón de la Muerte está cerca de encontrar a Marcelo.
Necesito que encuentres a Mason, ¡ahora! ―Y ahí apareció una pizca de
pánico en la orden bramada por el decano. Rick no estaba seguro de quien
estaba detrás de la bomba, pero quien sea que fuera tenía cagado de miedo
al decano. Rezaba para que la información estuviera en el sobre que tenía
metido en la parte trasera de sus pantalones.
Edward liberó su rostro, levantando las manos para decirle a Rick
que estaba calmado. Sus ojos le contaron una historia diferente, pero Rick
lo dejó pasar, esperando que el rey no hiciera que terminaran matándolos.
Incluso si salían de la oficina, salir del campus y llegar al SUV podía
resultar complicado. No necesitaba que Edward empeorara una situación
que ya era mala.
Levantó su mano hacia Edward y luego apoyó su oído en la veteada
madera de la puerta. Estaba en silencio, y Rick se preguntó si el decano
todavía estaba en su oficina. Aparentemente, Jayson se había ido.
El teléfono sonó y el decano lo contestó. ―Decano Winthrop.
―Hubo un momento de silencio y luego el decano empezó a hablar
rápidamente en el teléfono―. No, están cazando a Mason incluso mientras
hablamos. ―Hizo una pausa―. Sí, estoy seguro que este asunto será
manejado rápida y silenciosamente. ―Otra pausa―. No, no, no, eso no es
necesario. ―Rick escuchó el chirrido de una silla y luego una pisada.
Sonaba como si el decano se hubiese puesto de pie y comenzado a
pasearse―. P…Pero eso mataría a cientos de personas ―balbuceó el
decano―. No, no estoy discutiendo su decisión.
174
Rick volvió a mirar a Edward, quien estaba mirando a Rick con los
ojos bien abiertos. Así que el rey lo había oído, también. Pero ¿qué era lo
que tenían planeado que mataría a cientos de personas? Los que iban a
morir tenían que ser humanos o el decano no sonaría con tanto pánico.
―Comprendo. ―Pausa―. No, encontraremos y nos encargaremos
de Mason. ―Rick escuchó que ponía el teléfono de regreso en la
plataforma. No estaba seguro de qué hacer. ¿Debería entrar ahí y amenazar
al decano con matarlo y destriparlo si no le decía a Rick sus próximos
planes, o debería tomar la evidencia que tenía ahora y huir con ella?
Necesitaba descubrir donde vivía el decano. Atacar al hombre mientras
estaba en la universidad no era un movimiento inteligente, pero eso no hizo
que el corazón de Rick se desalojara de su garganta.
―Frieda, coge mis llamadas por el resto de la tarde. Tengo que hacer
algunos encargos.
―Sí, Sr. Winthrop.
Rick esperó hasta que oyó que la puerta exterior se abría y cerraba
antes de abrir la puerta del baño y cerrarla. No había nadie en la oficina.
―¿Qué mierda está pasando? ―siseó Edward―. ¿El gobierno está
planeando otro ataque?
―Así parece ―susurró Rick―. Pero necesitamos preocuparnos en
cómo salir de aquí y mantener a Mason a salvo hasta que sepamos qué está
pasando.
¿Y dónde diablos estaba Nate?

Nate tenía tantas malditas ganas de orinar que no estaba seguro de


poder contener su vejiga por más tiempo. Estaba escondido detrás de un
gran archivador, doblado en formas en que la naturaleza jamás tuvo la
intención de que se doblara su cuerpo. Y había tanto polvo detrás de este
archivador que Nate tenía miedo de respirar porque podía terminar con un
ataque de estornudos.
Nate no estaba seguro de cómo iba a salir de esta oficina, y le
preocupaba que Rick y Edward hubiesen sido atrapados porque no fue
capaz de advertirles antes de que la maldita secretaria volviera a entrar en 175
la oficina en la cual ahora estaba escondido, por lo que Nate tuvo que
encontrar un rápido escondite. Estaba de espaldas, cada parte de su enorme
cuerpo estaba apretujada y sus músculos se sentían como si estuvieran
apretados y listos para saltar en cualquier momento.
―Oye, atontado, ¿te vas a quedar ahí todo el día?
Nate conocía esa voz. Echó su cabeza hacia atrás, lo suficiente, para
ver a Edward inclinado sobre el archivador, mirándolo directamente.
―¿Dónde se fue la señora?
―Le dije que el decano quería verla, así que es mejor que te des
prisa.
Nate desenroscó su cuerpo mientras prácticamente caía de atrás del
archivador. El enorme archivador metálico se inclinó ligeramente hacia
adelante con el peso de Nate. Nate contuvo el aliento, y los ojos de Edward
se agrandaron… y luego el archivador cayó hacia adelante, estrellándose
contra el escritorio, el sonido reverberó a través de la oficina.
―Oh, joder ―dijo Edward mientras corría hacia la puerta. Nate se
puso de pie y terminó pisando los talones de Edward mientras los dos
corrían por el pasillo, saliendo de allí cagando leches.
―¿Dónde está Rick? ―preguntó Nate mientras reducía la velocidad
una vez que estuvieron de regreso en la multitud. Había gente reunida y
camiones de bomberos en frente del edificio. Incluso había un grupo de un
noticiero entrevistando a todo aquel a quien podían detener para conversar.
Nate sabía que era por la reciente bomba, cualquier tipo de acción aquí iba
a ser una historia en las noticias.
―Fue a por la camioneta ―dijo Edward mientras se alejaban de las
cámaras y caminaban de regreso a la camioneta para evitar al mayor
número posible de personas―. Ya que su jeta está en cada maldito
periódico y televisión del planeta, pensó que era mejor huir de todo esto.
―¿Encontraron algo? ―preguntó Nate. Seguro como la mierda que
esperaba que todo esto no fuera por nada. No estaba seguro si podría volver
aquí e intentarlo de nuevo si estos dos no habían encontrado nada.
―Bueno, Sr. Rompe Archivadores, descubrimos una mierda
perturbadora. ―Edward miró a su alrededor mientras caminaban, haciendo
que Nate también mirara a su alrededor. La voz del hombre era baja cuando 176
volvió a hablar―. Hay otro ataque a la vista, y esta vez se supone que
matara a cientos de humanos.
Nate se detuvo boquiabierto ante Edward. ―¿Cómo sabes esto?
Edward siguió caminando, haciendo que Nate se diera prisa. No era
exactamente un hombre de tamaño normal, a menos que Nate quisiera
atraer la atención a sí mismo necesitaba salir de ahí. Afortunadamente, si
alguien miraba hacia él, asumiría que estaba en algún tipo de beca de fútbol
y no haciendo nada ilegal.
―Escuchamos al decano y a Jayson hablando amigablemente sobre
encontrar a Mason y “encargarse de él”, y luego el decano recibió una
llamada. ―Nate avistó el SUV y luego se metió de prisa detrás de un árbol,
agarrando a Edward y tirándolo junto con él.
―¿Qué demonios estás haciendo? ―se quejó Edward mientras
tiraba su brazo del agarre de Nate. Nate señaló hacia el SUV el cual,
repentinamente, estaba siendo espiado por un par de policías del campus.
―Mierda ―susurró Edward mientras se escondía más detrás del
árbol―. No tenemos una pegatina de la universidad en la ventana, y Rick
tenía que ir y aparcar en el estacionamiento de estudiantes.
―Sí, pero ¿dónde está Rick? ―preguntó Nate―. Porque si está en
esa camioneta, estamos jodidos.
Edward soltó una sarta de malas palabras antes de sacudir su cabeza
y mirar hacia el cielo. Bajó su cabeza y enfocó sus ojos en Nate. ―No, no
es así. Reúnete conmigo alrededor de un kilómetro en la carretera en
dirección al motel.
Nate no estaba seguro de qué estaba a punto de hacer el rey rata, pero
si iba a sacar a Rick del lío en el que estaban, pues bienvenido sea. Sólo
deseaba que el chico le dijera qué iba a hacer antes de dar un paso lejos del
árbol e ir hacia la camioneta como si tuviera toda la confianza del mundo.
Nate no sentía esa confianza ahora mismo. Su alfa estaba en problemas, y
todo lo que Nate quería hacer era ir allá, sacarle la mierda a esa pareja de
policías, y sacar a Rick de aquí. Pero Nate sabía que su plan atraería mucha
atención no deseada.
Esperaba que Edward tuviera una mejor idea.
Edward caminó hacia los policías con una sonrisa perezosa en su
rostro, ondeando una mano hacia el SUV negro. ―Lo siento, caballeros, si
177
no pertenezco a esta zona del estacionamiento. Acabo de traer a mi hijo y
pensé que todo estaría bien si estacionaba aquí por un momento. No
planeaba quedarme tanto tiempo.
El policía miró a Edward con cautela. El rey rata no tenía la
apariencia de un Boy Scout amigable. Lucía muy intimidante desde la
perspectiva de Nate. Si Nate fuera uno de los policías humanos, sacaría su
pistola ahora mismo. Edward no era pequeño exactamente. Se alzaba sobre
ambos policías, y casi tenía tantos músculos como Nate.
―¿Quién es tu hijo? ―preguntó uno de los policías mientras daba
un paso atrás, su mano se balanceaba cerca de la pistolera en su cadera
mientras le daba una evaluación más cercana a Edward.
Nate contuvo su aliento mientras observaba tras el árbol. Esto iba a
terminar muy mal. Mal, mal, mal. Quizá, Nate todavía podía patearles el
culo y noquearlos a tiempo para salir de ahí antes de que alguien encontrara
a los dos policías inconscientes.
Edward les dio una deslumbrante sonrisa mientras apoyaba una
mano en la manija de la puerta y señaló sobre su hombro con la otra. ―Su
nombre es Jayson. Está reunido con el decano mientras hablamos.
Antes de que los policías pudieran seguir interrogándole más, se
metió en el asiento del conductor y encendió el motor. Nate hizo una
mueca y luego gruñó cuando Edward bajó la ventana y descansó su brazo
en el marco. ¿El hombre no sabía cuál era la puta hora de irse?
―Están haciendo un trabajo esplendido, hombres. Me siento mejor
sabiendo que mi hijo está a salvo en el campus. ―Puso el SUV en el
camino y salió de la zona de estacionamiento, los policías miraron con
extrañeza el SUV antes de apresurarse hacia su auto.
Mierda.
Nate agarró su teléfono, llamando a Rick mientras se apresuraba
hacia el bosque.
―Estoy en la parte trasera del SUV ―dijo Rick cuando respondió el
teléfono.
―Eso imaginé. Los policías del campus fueron por su auto para
seguirte. Dile a Edward que se apresure y te saque de ahí, pero que se tome 178
su tiempo para que no se vea más malditamente sospechoso de lo que ya
parece.
―Entendido. ―Rick colgó.
Nate corrió a los bosques y luego se dirigió hacia el destino a donde
se suponía que se reuniría con Edward. Gracias a dios que era más rápido
que los humanos. Tenían poco tiempo para salir rápidamente de ahí antes
de que esos policías de campus alcanzaran a Edward y le pidieran su
documentación. El rey rata pudo haber hecho una salida rápida, pero no
permanecería así por mucho tiempo.
Nate llegó hasta la carretera justo cuando Edward lo estaba pasando.
El SUV se detuvo y Nate saltó en el asiento delantero. ―Quédate abajo,
Rick ―instruyó Nate y luego se giró hacia Edward―. Sácanos de aquí,
maldita sea.

179
Capítulo Diecinueve
Edward se inclinó contra la cómoda en la habitación del hotel
mientras Rick abría el sobre que habían tomado del cajón del escritorio del
decano. Se sentaron ahí en silencio mientras el hombre lobo alfa leía los
papeles, sus cejas se alzaron tanto que Edward pensó que simplemente se
caerían de la cara del hombre.
―Creo que no se suponía que el Decano Winthrop se quedara estos
papeles ―dijo Rick al final―. Pero algo me dice que los mantenía
escondidos como un seguro.
Edward se alejó de la cómoda y caminó hacia la pequeña mesa en
donde estaba sentado Rick, hojeando los papeles. ―¿Por qué dices eso?
Rick hojeó unas cuantas páginas más. ―Esto no es lo que esperaba.
―¿Entonces son inútiles? ―preguntó Selene desde donde estaba
sentada en la cama con una pierna doblada bajo ella―. ¿Irrumpieron en su
oficina por nada?
―No por nada ―respondió Rick mientras por fin los miraba y
dejaba los papeles a un lado. Frotó su mano sobre su boca, luciendo un
poco irritado. Edward tomó asiento en la otra silla mientras Rick miraba los
papeles y luego a él―. Es un trato entre Farmacéuticas Sellers y el Decano
Winthrop.
Esto no podía ser bueno. ―¿Por qué?
Rick apretó su mandíbula y enroscó sus dedos. ―Dice que
Farmacéuticas Sellers pagará la reconstrucción de los daños a la estructura
de la universidad siempre y cuando el decano pueda probar que Mason
murió en la explosión.
Edward sacudió su cabeza, haciendo su mejor esfuerzo para
comprender lo que Rick le estaba diciendo. ―¿El padre de Mason hizo que
explotaran una parte de la universidad para deshacerse de su hijo? ―Y
Edward pensaba que su padre era un bastardo sádico.
180
―No sólo para matar a su hijo, sino también al hijo de su
competidor. Sellers creía que, si el hijo de su competidor era asesinado en
la explosión, entonces Farmacéuticas Dyson se enfocaría en encontrar a
cualquier grupo que estuviera dispuesto a matar a los cambia formas.
―Como el de Jayson ―dijo Edward. Su mente empezó a trabajar
horas extra―. Y si haces que Dyson le pague a cientos de grupos de odio y
milicias para exterminar a los no humanos, entonces el gobierno ahorraría
una fortuna.
―Exactamente ―respondió Rick―. Así que, Sellers no sólo se
encargaría de su demasiado orgulloso hijo, sino que ayudaría al gobierno a
ahorrar unos cuantos millones de dólares, y con Dyson pagando la cuenta,
eventualmente tendrían que declararse en banca rota.
―Es una situación en la que siempre gana Sellers ―finalizó Selene.
―Quiero averiguar donde vive el decano y confirmar esto ―dijo
Rick―. Y también necesitamos descubrir cuál es el plan en el que morirán
cientos.
Edward se sentó entumecido por un momento. La guerra era
lucrativa. Lo sabía. Pero ver cuán lucrativa era, le daba asco. ―Quiero
ayudar.
―¿Tú qué? ―preguntó Rick.
―Quiero ayudarte. No sólo esta guerra tratará de erradicar a nuestra
especie, sino que caerá un montón de otra mierda, también. Tantas vidas
inocentes serán destruidas en el proceso. ―Como la de Phillip. En realidad,
Edward nunca antes había tenido una causa si no tenía una ganancia
personal. Pero esto era demasiado malditamente grande como para
quedarse sentado y observar cómo se desarrollaba.
―No estoy seguro de que sea sabio decirle a Mason que su padre
hizo estallar la universidad para matarlo ―dijo Nate desde atrás de
Selene―. ¿Cuán jodidamente alucinante puede ser eso?
Rick agarró su portátil y lo puso en la mesa.
―Dije que quería ayudar ―repitió Edward.
Rick asintió. ―Te oí. Confía en mí, puedo usar toda la ayuda que
pueda en estos días. 181
¿Confiar en él? Eso no era algo que Edward hiciera a la ligera y por
él, nunca pasaría. Pero sabía que no iba a dar marcha atrás en su vida y
pretender que nada de esto estaba pasando. No podía.
Y cuando todo esto hubiese terminado, Edward tenía unos hombres
hiena a quienes matar. Todavía no había perdonado a esos viles bastardos.
―¿Dónde está la ayuda que Henderson dijo que mandaría? ―gruñó
Rick mientras cerraba el portátil de golpe―. ¿Cómo se supone que voy a
encontrar la dirección de Chad Winthrop si no está incluido en la lista?
―Edward finalmente se cansó de escuchar los quejidos del alfa así que
sacó su Smartphone y empezó a buscar la dirección del decano.
―¿Qué estás haciendo? ―preguntó Rick mientras se inclinaba sobre
la mesa hacia Edward.
―No soy director de informática por nada ―dijo―. Aunque muchos
argumentaban que hago nada. ―Si los otros empleados de la compañía en
la que trabajaba supieran lo talentoso que era Edward en realidad. Se
contenía en el trabajo porque la mayoría de las cosas que podía hacer eran
malditamente ilegales, pero se volvían útiles en momentos como este―.
Tengo la dirección.
Rick miró a Edward con curiosidad y luego miró a su teléfono.
―¿Entonces supongo que no sólo eres un secuestrador?
Edward podía oír la admiración que salía a regañadientes en el tono
de Rick. Le dio un encogimiento de hombros desinteresado antes de meter
su teléfono de regreso en su estuche. ―A la luz de la luna soy un chico de
informática por aquí y por allá. Mato el tiempo restante reconociendo a mis
indefensas víctimas.
―Estás bromeando, ¿verdad? ―preguntó Nate―. De verdad no
secuestras personas para vivir, ¿verdad?
Edward ni siquiera se dignó a contestar la pregunta de ese idiota.
Caminó hacia la puerta del motel.
―Nos vamos esta noche ―dijo Rick. Edward ondeó su mano sobre
su hombro mientras cerraba la puerta. Quizá podría alcanzar a dormir un
poco antes de ir a la siguiente maravillosa aventura. No había ni una
maldita forma en que admitiera en voz alta que estaba disfrutando esta
182
mierda no tan legal que estaba haciendo. Nunca dejarían de fastidiarlo.
Si empiezas algo, lo acabas.
Edward se detuvo fuera de su puerta, mirando hacia el
estacionamiento y al sol de la tarde. ¿Cómo diablos su vida había cambiado
tanto en unas cuantas semanas? Concedido, su vida no había sido así de
excitante, pero mantenía un semblante de normalidad. Estando aquí fuera
con Rick y su pandilla, las cosas eran de todo menos normales. ¿Y
simplemente le dijo a Rick que quería ayudarle? ¿Estaba loco?
Vale, podía no ser la pregunta correcta considerando los eventos que
estaban aconteciendo y la vida en la que había crecido, pero ofrecerse como
voluntario para el loco tren que era una nueva experiencia para Edward.
―¿Cómo va todo? ―preguntó Isabelle mientras salía de su
habitación y caminaba hacia él. Edward bajó la mirada y no estaba seguro
de si le gustaba el sentimiento de comodidad que sentía sólo mirándola. No
se suponía que tenía que sentirse cómodo a su alrededor.
Dejó escapar una larga respiración y sacudió la cabeza. ―Esta
mierda pronto se va a liar.
Isabelle metió sus manos en sus bolsillos y se dio la vuelta, también
mirando a la nada. ―Pensé que ya lo había hecho con toda esta cosa de
matar a los no humanos.
Edward sonrió. ―Sí, eso también. ―¿Cómo podía hacerlo sonreír
cuando todo lo que Edward quería hacer era matar a alguien? Pensó en las
dos mujeres que habían sido asesinadas en el grupo de los jaguares y su
rabia salió a la superficie de nuevo. Sólo porque había tenido una perra
como madre no quería decir que Edward viera a las mujeres como la
maldad. Simplemente no confiaba en ellas. Pero matar a alguien,
especialmente aquellos que estaban poniendo todos los huevos en una
canasta para Rick, hizo que Edward quisiera cazar a esos humanos y
demostrarles exactamente qué era la verdadera tortura.
El Señor sabía que tenía abundante experiencia en eso.
―Hey, ¿por qué luces como si estuvieses a punto de matar a
alguien? ―preguntó Isabelle.
Edward se sacudió la sensación y entró en su habitación, dejando la
puerta abierta, dándole la opción a Isabelle de unírsele o no. No iba a seguir
183
engañándose a sí mismo con respecto a quererla. Podía no ser lo bastante
bueno para ella, pero de verdad quería follarla.
Entró, titubeando en la puerta. ―¿Qué es lo que han planeado?
Edward se sentó en la cama y se quitó los zapatos. ―Vamos a la
casa del decano esta noche y descubriremos qué planes son los que van a
hacer que mueran cientos de personas. ―Sonaba fácil, pero Edward sabía
que iba a ser todo lo contrario.
―¿Y me imagino que Rick quiere que me quede atrás y vigile a los
miembros más débiles de la manada de nuevo? ―Isabelle sonaba
decepcionada, pero Edward estaba de acuerdo con Rick esta vez. Sólo el
pensamiento de que Isabelle saliera herida hacía que su estómago se
revolviera.
Y eso lo asustaba. No debería preocuparse tanto por ella. Edward no
tenía relaciones, pero se encontraba más y más interesado en la loba.
Cuando Isabelle se movió de la puerta, cerrándola, y tomando asiento junto
a él, Edward la observó cuidadosamente para ver qué iba a hacer.
Esperaba que fuera sexo, pero con esta mujer, cualquier cosa era
posible.
―Cuidar a los miembros más débiles de la manada no es un trabajo
de baja categoría ―dijo Edward―. En algunas manadas, es un honor.
―Lo sé ―exhaló Isabelle―. Pero quiero entrar en la acción. No soy
débil y sé cómo cuidarme. Odio cuando soy relegada al banquillo.
No estaba muy seguro de qué decir. ¿Por qué se estaba descargando
con él? Edward debería ser la última persona en la cual confiar. No sólo no
confiaba en las mujeres, no las comprendía. Edward estaba fuera de su
elemento aquí y esperaba que no empezara a compartir sus más profundos
secretos.
―Es que a veces odio ser la hermana del alfa. El foco siempre está
sobre mí. Todos esperan que Isabelle Marcelo sea el alma de la fiesta, la
anfitriona que sonríe a todos y la criatura más dulce de la Tierra.
Y aquí va ella. Maldición. ―Pero no lo eres.
184
―No, no lo soy. Me gusta el peligro. Me gusta ensuciarme las
manos y soltarme el pelo. No soy una maldita princesa. ―Se giró para
fulminar a Edward con la mirada. Levantó las manos en defensa. Isabelle
se puso de pie y empezó a pasearse―. Y entre tú y yo, estoy feliz de que
me secuestraras.
¿Huh?
―Porque ya no estoy pegada en casa vigilando a todos los demás.
Ahora estoy en el frente de batalla, a donde pertenezco.
Edward se levantó. ―Mira, no me agradezcas por golpearte. Tenía
toda la intención de matarte.
Isabelle bufó. ―No es así. Podía ver en tus ojos que en realidad no
querías lastimarme.
Vale, ahora se estaba metiendo con su virilidad. Si no podía
intimidar a una mujer de metro cincuenta y siete, estaba perdiendo su
toque. ―Sí, claro.
Isabelle se dio la vuelta, golpeando sus manos en sus caderas.
―Vale, puede que al principio planearas matarme, pero podía ver en tus
ojos que estabas cambiando de opinión. No me mientas.
―No miento, princesa ―contestó Edward, sintiéndose expuesto, y
odiaba sentirse expuesto. Lo estaba leyendo como una maldita novela
barata. ¿Era tan transparente?―. Por qué no corres de regreso a tu
habitación antes de que Rick venga a golpear mi puerta. ―Edward se
dirigió hacia la puerta, agarró la manija, y ya estaba listo para echarla.
―No, vale ―dijo Isabelle, mientras empujaba su mano en la
puerta―. Estaba fuera de línea, creo. Pero estoy cansada de quedarme
parada y no hacer nada. Se está librando una guerra, y todo lo que hago es
asegurarme que los miembros más débiles de la manada se queden fuera de
los problemas. Gracias a Dios, Howard sabe cómo ocupar su tiempo y
Selene no necesita una niñera.
―¿No deberías decirle esto a Rick? ―Edward alejó su mano de la
puerta y cruzó sus brazos sobre su pecho. Tenía que hacerlo, porque sus
dedos picaban por agarrar a esta pequeña gata salvaje y lanzarla a la cama.
―Como si me escuchara. Enrique todavía me ve como si tuviera
cinco años y necesitara que mi hermano mayor me cuide y proteja. No 185
necesito eso. Lo que necesito es que me deje convertirme en la mujer que
soy y me deje entrar en acción.
Dioses, realmente quería hacer esta cosa del psicoanálisis ahora
mismo. Tenía que descansar un poco y prepararse para interrogar al
decano. Edward se alejó de la puerta, sabiendo que su día se había ido al
carajo.
―Puedes hablar con él ―dijo Isabelle mientras lo seguía por la
habitación―. Puedes decirle que soy útil para más que ser niñera.
―¿Por qué haría eso? ―preguntó Edward―. Ni siquiera te conozco,
princesa. Bueno, no tan bien como me gustaría. ―Arrastró sus ojos por su
cuerpo de tal manera que no fuera capaz de interpretar la mirada como
ninguna otra cosa que para lo que destinada. Lujuria, y sólo lujuria.
―Tú… ―Isabelle empuñó sus manos a sus costados―. ¿Eso es todo
lo que soy? ¿Una niñera y un caliente pedazo de culo?
―No sé acerca de la parte de niñera, pero sin duda tienes un buen
culo. ―Tal vez si la ponía lo suficientemente nerviosa, se iría. Todo en lo
que pensaba era en tener sexo con ella, pero Isabelle quería quedarse aquí
parada y comportase como una perra. Esta no era su idea de una buena
tarde.
Edward fue atrapado con la guardia baja cuando Isabelle le golpeó en
la mandíbula. Se quedó ahí parado por un momento, sujetando su
mandíbula, mirándola como si nunca antes la hubiera visto. ―¿Qué
demonios?
―Insúltame de nuevo y te pondrás peor.
Oh, le gustaba el demonio en ella. ―Por qué no te desvistes y me
dejas ver si luce tan bien… ―Esta vez Edward se apartó del camino
cuando su puño voló hacia él. Era rápida. Iba a concederle eso. Pero
también lo estaba poniendo cachondo. Edward la agarró, pero maldición, si
no esquivó sus manos y saltó por encima de la cama.
―Hablo en serio, Edward ―le advirtió.
Igual que él. Fingió que estaba a punto de saltar sobre la cama y
luego fue por la izquierda, agarrándola por la cintura cuando corrió
rodeando la cama. Edward gruñó cuando le dio un codazo en las costillas y
retorció su mano al mismo tiempo. La soltó, e Isabelle se aprovechó,
dándole con los pies y desbalanceándolo efectivamente.
186
Una muchacha tamaño bolsillo estaba pateándole el trasero. Mierda.
―Eso es todo ―le siseó mientras tiraba su diminuto culo al suelo,
fijándola bajo su peso. Se retorció y trató de morderlo, pero la tenía
atrapada bajo él―. ¡Ya basta!
―Jódete ―le gruñó.
Maldición, de verdad se estaba poniendo caliente. ―Prefiero joderte.
Se quedó quieta y luego tiró su cabeza hacia atrás, conectando su
cráneo con su nariz. Edward agarró su nariz y rodó, molesto por que le
hubiese acertado. Maldición. Esto era por subestimarla. Volvió sobre ella
antes de que pudiera levantarse, atrapando sus brazos detrás de su espalda
con una mano y sujetando su letal cabeza con la otra. ―Dije que ya basta.
―Entonces no me hables como si fuera una puta barata.
―Cariño, esa es una descripción que nunca asociaría contigo. ―Y
esa era la verdad. La forma en la que había contraatacado cuando la había
secuestrado se había ganado una pizca de respeto de su parte. La mayoría
de las mujeres hubiesen ofrecido sus cuerpos como una forma de ganar su
libertad. Edward podía decir que Isabelle hubiese preferido morir antes que
dejar que Edward la tocara.
No era la puta de nadie. Eso era seguro. Pero, ¿por qué diablos eso lo
enternecía?
―Entonces deja de tratarme como si fuera así de fácil.
―Es sólo que no reconoces un flirteo cuando lo oyes.
―Puede que no, puede que sí. Pero decirme que tengo un culo
bonito y que quieres joderme va a conseguirte un puñetazo en la mandíbula
cada vez que lo hagas.
―¿Lo prometes? ―ronroneó Edward en su oído―. Porque que
luches contra mí hace que me ponga muy, muy caliente, princesa.
Isabelle se quedó quieta, mirando a Edward sobre su hombro.
―Debes estar bromeando.
―No me estoy riendo.
Exhaló y apoyó su cabeza en el piso. ―Sabía que estabas mal de la 187
cabeza. Pero no sabía cuan grave era.
Edward se rio mientras su pulgar masajeaba sus suaves manos. ―Si
me das una oportunidad, voy a demostrártelo.

188
Capítulo Veinte
Isabelle estaba hablando pura mierda porque no iba a admitir que la
pelea también le había hecho cosas a su cuerpo. Si le dijera a Edward que
estaba tan excitada como él, Isabelle nunca oiría el final de ello. Ya se
sentía una idiota por pedirle que fuera con Rick en nombre de ella. ¿Qué
mujer adulta le pide a otro hombre que hable por ella?
Qué tonta.
Edward le sonrió, e Isabelle no estaba segura si era una sonrisa real o
si todavía estaba jugando con ella. Aún no estaba segura cuando bajo su
cabeza y le mordió su labio inferior.
―Ya basta. ―Giró su cabeza para que no pudiera enviar los picos de
excitación a través de su cuerpo donde se agrupaba entre sus piernas.
Ya era bastante vergonzoso haber sido inmovilizada. Ahora parecía
como si estuviera provocándola. Todas esas cosas que dijo acerca de ser
capaz de arreglárselas sola, y aquí terminó sobre su estómago con un gorila
de ciento treinta kilos encima. En realidad, no pesaba ciento treinta kilos,
pero seguro que actuaba como un maldito primate guiado por la estupidez.
―¿Pasa algo malo, Isabelle? ¿Temes admitir que te gusta que
peleemos? Puedo olerte, princesa. Estás húmeda por mí. ―Edward apartó
su cabello a un lado y luego usó la punta de su lengua para trazar la concha
de su oreja, haciendo que Isabelle se estremeciera debajo.
―Vale, bien, me gusta. Ahora, déjame levantarme.
Edward se levantó e Isabelle se giró de espaldas, mirándolo. ―Eres
un puto imbécil.
―Y tú tienes una boquita sucia.
Se sentó, pero Edward estuvo sobre ella en segundos, sus piernas
quedaron juntas e inmovilizadas mientras colocaba una mano a cada lado
de su cabeza. Isabelle cometió el error de presionar sus manos en su pecho.
Tenía la intención de alejarlo, pero cuando sintió la fuerza bruta bajo sus 189
manos, todo pensamiento lógico huyó.
Edward mantuvo sus ojos enfocados en los suyos mientras su cabeza
bajaba. Isabelle giró su cabeza, haciendo su mejor esfuerzo para no
reaccionar a su toque, pero era como poner fuego en su piel y no mover ni
un musculo. Era imposible. Olas de calor volcánico la recorrieron mientras
lamía un largo patrón desde su oreja hasta el mismo centro de su clavícula.
Recordó cómo se sentía su lengua en zonas más bajas y el corazón de
Isabelle comenzó a golpear más rápido.
Alzó su cabeza, sus ojos se oscurecieron casi hasta un par de puntitos
color obsidiana. Ardían lentamente con lujuria mientras bajaba su mirada
hacia ella. Su respiración se dificultó. Lamió sus labios nerviosamente,
luego su respiración se atascó ante la expresión en su cara.
Era pura lujuria.
―Mmm, hueles dulce.
Edward hundió su cabeza e Isabelle se agitó bajo el fuego líquido
que era la boca de Edward mientras lamía un largo camino desde su cuello
a su boca.
Más.
Dioses, quería más.
Su lengua se hundió en la boca de Isabelle con una mezcla de alivio
y ferocidad. Era como besar el calor del sol. Su lengua jugó con la suya,
sus dientes mordieron su labio inferior. Isabelle sintió que su vientre se
apretó y su clítoris se hinchó.
Edward liberó su boca y luego subió su camiseta de un tirón, e
Isabelle no luchó contra él. No podía, no cuando chupaba uno de sus
pechos profundo en su boca y su lengua envolvía su pezón como terciopelo
húmedo.
Gimió, sintiendo la desesperación como fuego rasgando desde su
pecho a su vientre, convulsionando su estómago en espasmos interminables
de agonizante excitación. Su pulso salió disparado a través de su cuerpo
mientras Edward besaba un camino por su estómago, sus manos empujaron
la cinturilla de sus vaqueros.
―Mierda, princesa, tu sabor es tan malditamente bueno. ―Edward 190
agarró su cintura, la levantó del suelo y la dejó sobre la cama, quitándole
sus vaqueros y arrojándolos a un lado. Sus ojos se oscurecieron mientras la
miraba. Estaba expuesta, desnuda ante su exhaustivo examen a excepción
de sus bragas.
Ya la había visto desnuda de cintura para abajo, pero esto era
diferente. De algún modo se sentía más íntimo.
La respiración de Isabelle quedó atrapada en su garganta mientras
Edward se acomodaba entre sus piernas, sus hombros separaban sus
muslos. Sintió que sus bragas eran empujadas a un lado, e Isabelle sintió
una descarga de electricidad chisporrotear entre sus piernas.
―Maldición ―susurró Edward justo antes de tomar su clítoris en su
boca. Isabelle luchaba por respirar, por el control. El placer se estaba
construyendo, una increíble hambre sexual que parecía elevarse desde una
oscura y escondida parte de su alma. Sus caderas corcovearon hacia
adelante, conduciendo su coño más profundo en su boca. Las manos de
Edward rozaron su abdomen y luego bajaron para separar sus muslos
cuando los cerró.
Isabelle no podía soportarlo. Necesitaba más y quería rogarle que se
detuviera. El placer era abrumador, un atormentante placer justo detrás de
su clítoris. Quería liberarse mientras jadeó por aire. Hizo que su lengua
revoloteara y rodeara su hinchado clítoris, saboreándola, provocándola.
―Mmm. ―Su bajo gemido de placer vibró contra su clítoris. Sintió
palpitar al pequeño brote mientras la lengua de Edward la lamía y luego se
trasladó más abajo para circular la entrada de su coño.
Ahora tenía la mente hecha papilla. Podía sentir las sensaciones
construyéndose, su piel estremeciéndose, la presión incrementándose en su
clítoris mientras era acariciado, rodeado, succionado ágilmente en su boca.
―Tu sabor es incluso mejor de lo que recuerdo.
Sintió que se movía, pero estaba demasiado ida para notar qué estaba
haciendo. Todo lo que Isabelle quería era alivio. ―Por favor, Edward ―se
lamentó―. Por favor.
―¿Por favor qué, princesa? ―preguntó Edward y luego rozó su
lengua alrededor de su clítoris.
―No puedo hacer esto ―se quejó, aunque su cuerpo todavía se
retorcía contra su boca, necesitando su toque, sentir el calor y alivio que
191
sabía que podía darle.
―Sí, puedes ―le dijo justo antes de chuparla en su boca, enviando
sensaciones intensas que la atravesaron. Las caderas de Isabelle
corcovearon mientras la atravesaba una ola gigantesca. La lengua de
Edward se sumió en su coño mientras Isabelle se sacudía, estremecía, y le
tiraba del cabello, tratando de encontrar un ancla para contener los
espasmos que se sentían como si nunca tuviesen fin.
Edward se alzó sobre ella, la cabeza de su polla alojada contra su
entrada. ―Voy a follarte ―le dijo justo antes de que con una dura
zambullida enterrara su erección dura como el acero en su cuerpo hasta la
empuñadura. Isabelle gritó y Edward se congeló mirándola con amplios
ojos.
Isabelle enterró sus uñas en su pecho, respirando para superar el
dolor mientras él ahuecaba su rostro con sus manos. ―¡Eres una maldita
virgen! ―La miraba como si luchara por controlarse mientras su cuerpo se
sacudía con aparente tensión.
―No te atrevas a hablar ―dijo Isabelle mientras el dolor desgarraba
su mitad inferior y luego se tranquilizaba. Su cuerpo una vez más estaba
ardiendo por él―. No te atrevas a analizar esto.
Edward sacudió su cabeza. ―Deberías habérmelo dicho.
Isabelle golpeó su pecho con frustración. ―Cállate, Edward.
Su expresión se volvió tierna mientras se inclinaba hacia adelante y
la besaba lenta y suavemente. Isabelle gimió en su boca mientras se
arqueaba hacia él, sus pezones rozándose contra su duro pecho. Sus caderas
empezaron a moverse, su gruesa longitud estirándola mientras retrocedía y
luego embestía en su interior. Sus jugos eran espesos, resbaladizos, y
ayudaban a la penetración mientras abría su canal inexperto.
Edward rompió el beso y enterró su rostro en su cuello. ―Hijo de
puta ―susurró mientras deslizaba sus manos bajo sus nalgas, levantándola
un poco más alto. El retumbar de un gruñido vibró en su pecho mientras
Edward se echaba hacia atrás sobre sus piernas y la miraba―. Mierda,
Isabelle, mierda. ―Sus manos la soltaron y bajó su mirada para ver su
mano frotando su estómago, y luego sus dedos fueron a su clítoris.
Isabelle echó su cabeza hacia atrás y gritó su nombre. Eso pareció ser 192
algún tipo de gatillo porque las embestidas de Edward se profundizaron con
un salvaje rugido resonando en la habitación. La presión se estaba
construyendo de nuevo, sólo que esta vez se sentía volátil. Isabelle lo
agarró y Edward cayó hacia adelante, tomando su boca, enviando a Isabelle
al borde de la locura. Sus piernas se alzaron y trató de envolverlas
alrededor de su cintura, pero era demasiado malditamente ancho, así que
todo lo que pudo hacer fue dejarlas colgando en sus caderas mientras la
montaba con fiereza.
―Princesa ―gimió Edward. El calor aumentó, volviéndose
sofocante. Sus pezones estaban inflamados mientras raspaban contra su
piel.
―Edward ―gritó su nombre. Bajó la mirada, y su expresión se
oscureció, feroz, haciendo que sus labios se secaran mientras sus caninos
descendían lentamente. Estaba en el cielo, o el infierno. Ya no estaba
segura porque Isabelle nunca antes había sentido algo tan abrumador. Se
sacudió bajo su dura mirada, ahora tan excitada, empujada tan lejos de la
realidad que no le importaba una mierda―. Muérdeme.
Edward raspó la punta de sus dientes sobre su hombro e Isabelle se
aferró a la parte posterior de su cabeza. ―Hazlo.
―Agárrate de mí, bebé.
Sus manos agarraron sus hombros mientras sentía su polla presionar
más profundo en su interior. ―Edward, por favor.
―No sabes lo que estas pidiendo, princesa. ―La voz de Edward era
forzosa, sonando como si estuviera sosteniendo el último hilo de control.
¿Lo sabía? ¿Había llegado tan lejos como para pedirle que la
reclamara? Isabelle olvidó qué estaba pensando mientras el delicioso calor
la llenaba, recordándole que Edward estaba en lo profundo de su interior.
Se retorció mientras se echaba para atrás, su mirada viajó a donde se
conectaban sus cuerpos. Estaba separando esa carne tan tierna que nunca
había conocido el tacto de otro. Bajó la mirada y luego gimió cuando vio la
gruesa polla desaparecer en su coño. Se percató de su muslo dañado, pero a
Isabelle no le importó. Para ella, Edward todavía era el hombre más
atractivo que había visto jamás.
Era perfecto.
―Se ve bien, ¿no es así, princesa? ¿Deslizándome dentro y fuera de
193
ti justo así? ―preguntó. Isabelle levantó la mirada para verlo observándola.
Estaban en la agonía del sexo, todavía podía sentir su piel sonrojada por el
calor. Edward dejó salir una suave risa entre dientes―. Tan linda.
―Mi cuerpo, no puedo soportarlo. Por favor, Edward, por favor.
―Se convulsionó bajo él, luchando por la liberación.
Empezó a joderla con profundas estocadas que la hacían gritar su
nombre mientras sentía cada dura embestida extendiéndola, acariciándola.
Se empujó enviándola directa al éxtasis, su polla dividiéndola, llenándola,
acariciándola con el calor abrasador que ya iba en aumento.
Su vientre se tensó, apretándose, y luego sus ojos se ampliaron
mientras su visión se nublaba. Los músculos de su coño comprimieron su
polla mientras explotaba. Se retorció debajo mientras la atravesaba un
placer desenfrenado.
―Isabelle… dios… bebé… ―Profundo, duro, sus envites aceleraron
mientras sentía chorros de semen en las profundidades de su canal. Provocó
otra explosión que la dejó jadeando, luchando por respirar mientras se
retorcía debajo de ese poderoso cuerpo.
Gimió mientras cerraba los ojos.
―Oh no, princesa. No he terminado contigo todavía.
Los ojos de Isabelle se abrieron de golpe. No podía creer que todavía
estuviera asentado en su interior, todavía duro como una roca.
Sacó su polla de su coño, volteándola sobre su estómago, y luego se
volvió a deslizar en su interior.
―Esta vez tomémoslo con calma.
Con calma era bueno. Isabelle no estaba segura de que pudiera
soportar ese fuego que todo lo consume, que había desgarrado su cuerpo.
Las manos de Edward se deslizaron sobre su espalda, y luego inclinó su
cuerpo sobre el suyo para depositar suaves besos por su columna. Isabelle
gimió. Sentir sus manos en su cuerpo, su polla empujando profundo en su
interior era como el paraíso.
Deseó que el tiempo con Edward jamás terminara. Nunca habría
pensado estar en esta situación cuando se conocieron por primera vez, 194
Isabelle puso sus ojos en blanco, más bien dicho, cuando la secuestró.
Había querido sangre.
Ahora todo lo que quería era que le hiciera el amor por el resto de su
vida. El pensamiento era una locura, pero era la verdad.
Todos los pensamientos salieron volando cuando Edward la
acomodó en sus manos y rodillas. Se estremeció de placer cuando Edward
la alcanzó por debajo y deslizó sus dedos en los pliegues de sus labios,
jugando con el hinchado brote mientras la acariciaba hacia adelante y atrás,
su polla rozaba sus terminaciones nerviosas.
―Tu cuerpo encaja como un guante con el mío ―dijo Edward
mientras mordisqueaba su hombro―. Tan malditamente perfecto.
Balanceando su cuerpo hacia atrás y empalando su coño en su eje,
Isabelle se perdió en los deseos sexuales que calentaban su interior. No
estaba segura si lento y tortuoso era mejor que rápido y explosivo.
Parecía que no importaba cuanto la tomara Edward, hacía arder su
interior. Pero esa sensación llegaba lentamente. Se sentía como si se
estuviese incendiando lentamente, devorando toda su cordura mientras
empujaba sus embestidas, gimiendo ante la sensación de su gruesa polla
llenándola.
―Eso es, princesa. Tómalo. Toma todo lo que necesitas. ―La mano
de Edward empezó a moverse más rápido en su clítoris mientras las
embestidas se profundizaban, acelerándose.
Isabelle arañó las sábanas, sus piernas se abrieron un poco más, sus
caderas rodaron mientras Edward se hundía en su interior. ―Haz que me
corra, Edward.
El hombre dio un bajo gruñido mientras acrecentaba, su polla
golpeando su coño mientras liberaba su clítoris y agarraba sus caderas.
Isabelle bajó sus hombros, meciendo su cabeza adelante y atrás, haciendo
su mejor esfuerzo para dejarse ir.
Gritó cuando fue empujada con cada embestida hacia adelante. Le
había tomado la palabra y la estaba consumiendo una vez más. Sólo cuando
pensó que había perdido la cordura, su cuerpo se fragmentó, su mente se
tambaleó, y su corazón se aceleró tanto que se mareó.
Edward aulló detrás de ella, sus movimientos volviéndose
descoordinados mientras su semilla la llenaba una vez más. Le dio algunos
195
envites más antes de ralentizar, su respiración se rompió.
Edward la metió entre sus brazos, frotándose en su cuello mientras
pequeños ronroneos retumbaban a través de su pecho. Luchó para respirar
con normalidad mientras retiraba su ablandada polla de su hinchado coño.
No fue hasta que el placer de su orgasmo amainó que se dio cuenta
de cuan dolorida estaba realmente.
―Vamos ―dijo Edward mientras la alzaba entre sus brazos―.
Vamos a remojarnos en la bañera. ―Isabelle estaba demasiado exhausta
para discutir. Apoyó la cabeza en su pecho y cerró los ojos, escuchando los
rápidos latidos de su corazón bajo su oreja mientras se llenaba la bañera.
Algo se asentó en su interior, e Isabelle supo en ese momento que
ningún otro hombre le haría sentir esto, excepto Edward.

Edward se sentó en el SUV, observando la casa al otro lado de la


calle. Aquí era donde vivía el decano. Había luz en una habitación del
primer piso, el resto de la casa estaba a oscuras.
―¿Crees que ese es su estudio? ―preguntó Rick.
―Posiblemente ―respondió Edward, pero sólo la mitad de su mente
estaba en esto. La otra mitad todavía estaba con Isabelle. ¿Qué mierda la
había poseído como para darle su virginidad? ¿Por qué a él? Estaba a
mediados de sus veinte y obviamente la había estado guardando por una
razón. Así que, ¿por qué se la dio a él? No podía comprender la idea de qué
había esperado toda su vida para dársela a alguien especial… y lo había
escogido a él.
Y le había rogado que la mordiera. La cabeza de Edward estaba
girando, y no estaba seguro de cómo se sentía en este momento. Había
tenido encuentros de una noche toda su vida, pero por primera vez, quería
una segunda, tercera, diablos, no estaba seguro, pero una vez con Isabelle
no iba a ser suficiente. Su cuerpo se estaba poniendo duro de nuevo sólo
por pensar en la forma en la que se retorcía bajo él, gritando su nombre.
Había sido la imagen más hermosa que había visto.
―La luz se apagó ―dijo Rick―. Ahora podemos entrar.
196
Edward asintió, empujando a un lado los pensamientos de Isabelle
mientras salían de la camioneta. Necesitaba su cabeza en el juego con el fin
de encargarse de sus asuntos. Después podía insistir en los por qué. No
importa cómo se estuviera sintiendo en su interior, en el exterior era todo
negocios. Quizá, después habría tiempo para analizarlo. En realidad,
Edward no estaba seguro de querer analizar lo que estaba sintiendo por
Isabelle.
Nate salió del asiento trasero, Selene tras él.
―Vosotros encargaos de la parte trasera de la casa. ―Rick señaló a
la pareja. Asintieron y se marcharon, desapareciendo de la vista. Edward y
Rick caminaron hacia la casa como si fueran visitantes, pero Edward
escaneó el área, asegurándose que no había vecinos fisgones vigilándolos.
Llegaron al porche que era más como una losa de hormigón con un
pilar a cada lado. La casa era muy lujosa, de gama alta. Pero por supuesto,
también lo era el vecindario. Tenían que ser cuidadosos. Un vecindario
como este seguramente tenía algún tipo de vigilancia comunitaria.
Afortunadamente el decano no tenía ninguna cámara en el exterior de su
casa. Ese era un dolor de cabeza menos sobre el cual preocuparse. Edward
sería capaz de borrar cualquier grabación, pero sería mejor que gastaran su
tiempo con el decano, no cubriendo el canal de video.
Edward ya había pirateado el sistema de seguridad de Chad y casi se
rio de cuan baja era su tecnología. La única cosa que tenía el hombre era un
sistema de alarma, y para él sería un juego de niños desarmarlo.
La puerta principal se abrió, y Nate dio un paso a un lado para
permitir la entrada de Edward y Rick. Edward caminó rápidamente hacia el
panel e insertó el código, silenciando la alarma antes de que sonara. Los
cuatro echaron sus cabezas atrás e inhalaron el olor del humano. Lo
siguieron al segundo piso y hasta una de las puertas al final del corredor.
―Máscaras ―les recordó Rick en un susurro.
Edward sacó la suya de su bolsillo delantero y se colocó el
pasamontaña. Cuando los cuatro no eran nada más que sombras en la
oscuridad, se deslizaron en el dormitorio de Chad. El decano tenía el sueño
rápido.
Rick caminó a un lado de la cama y encendió la lámpara a un lado de
la cama. ―Hora de despertarse, Chad. 197
El decano masculló algo y luego abrió los ojos lentamente. Se quedó
ahí acostado por un momento mirando a los cuatro, y luego sus ojos se
ampliaron. ―¿Qué significa esto?
Nate sacó a Chad de su cama, dejándolo caer en un diván al otro lado
de la habitación. Selene se paró a un costado del diván, una pistola
apuntando a la cabeza del hombre. ―Tenemos algunas preguntas para ti.
―Nate se inclinó más cerca, su gigantesco tamaño hizo que el decano
luciera como un niño pequeño―. Y si fuera tú, las respondería.
El decano alzó la mirada a la pistola que Selene sostenía y luego
miró a Nate. ―No responderé ni una maldita cosa a punta de pistola.
Edward agarró la frente del decano y le echó la cabeza atrás, porque
el hombre ni siquiera tenía suficiente cabello para agarrarlo. Pero el punto
quedó claro cuando el decano gruñó. ―Cierra la puta boca y haz lo que te
dijeron o te desgarraré la maldita garganta ―le advirtió Edward.
El hombre tragó con fuerza y dio un nervioso asentimiento.
―¿Con quién estabas hablando hoy después de que volvieras del
asunto de la alarma de incendio? ―preguntó Rick.
Los ojos del decano se ampliaron ligeramente mientras perlas de
sudor se formaban en su rostro. ―No sé…
Edward tiró de su cabeza, con fuerza. ―Inténtalo de nuevo.
―No-no puedo.
Rick se acercó poniéndose en cuclillas frente al hombre. ―Oh, pero
lo harás. Quiero saber qué planes harán que haya cientos de muertes, o la
prensa se enterará de quien puso la bomba en la universidad y por qué.
Nate sacó el sobre que contenía páginas en blanco. No querían perder
ninguna oportunidad de tener alguna prueba de que los cambia formas no
habían metido mano en la bomba de la universidad. Pero poco sabía el
decano que Rick tenía planeado enviar una copia de los papeles a la prensa.
No sólo aclararía la intervención de los no humanos, sino que le
demostraría al público lo que estaban haciendo los humanos.
No todos los humanos los querían muertos, y había un montón de 198
simpatizantes allá afuera que se volverían locos una vez que las noticias
llegaran a las ondas. Rick y Edward habían hablado sobre ello y decidieron
hacer bastantes copias, enviándolas a varios periódicos por todos los
Estados Unidos, sólo en caso de que el papeleo desapareciera mientras aún
estaba en trámites.
―¿Cómo sabes eso? ―Chad recuperó algo de carácter. El hombre
entrecerró sus ojos hacia Rick.
―Eso no es importante.
―Entonces mátenme ―dijo Chad con furia―. Porque eso es lo que
me harán si hablo.
Edward vio como Nate sacaba la pistola de su pistolera de hombro,
colocaba el silenciador y apuntaba el arma hacia Chad. ―¿Crees que
estamos jugando aquí?
Selene dio un paso atrás, pero no bajó su pistola.
Edward liberó la sudorosa frente del hombre y dio un paso atrás. A
pesar de que él y Nate ya no estaban en términos mortales, aún no confiaba
en que el tipo no le disparara accidentalmente.
Chad hizo amago de levantarse, pero Rick fue más rápido y volvió a
empujar al tipo en la silla. ―Habla.
―No. ―Los labios de Chad se afilaron en una larga línea blanca.
Nate bajó la pistola y disparó a la rodilla de Chad. Gritó, pero
Edward puso una mano sobre la boca del hombre mientras Selene iba a la
cómoda y regresaba con un calcetín. Edward lo agarró y metió en la boca
del humano hasta que se calló.
Rick le quitó el calcetín. ―Verás, francamente no queremos matarte.
Mi amigo aquí… ―Rick asintió hacia Nate―… te disparará en lugares que
son extremadamente dolorosos, pero te dejará con vida.
Edward se agachó y apretó su pulgar en la herida de bala, al mismo
tiempo que volvía a meter el calcetín en la boca de Chad. El hombre se
revolcó gritando. Edward apartó su mano, esperando a que los sonidos
murieran, y luego quitó el calcetín.
Rick se acercó. ―Ahora, voy a preguntártelo de nuevo, ¿cuáles son
los planes que matarán a cientos de personas? 199
―Por favor ―rogó Chad mientras empezaba a temblar.
Nate le disparó en la otra rodilla.
Edward metió el calcetín en la boca del hombre y luego agarró el
hombro de Chad, manteniéndolo fijado en la silla. Cuando el hombre
empezó a mascullar, Edward removió el calcetín.
―K-K-Kraven ―susurró Chad―. Planea poner una bomba cerca de
un instituto y dejar ahí a un par de hombres hiena muertos para que sean
culpados. El vampiro dijo que se aseguraría de que hubiese chalecos bomba
en los animales así no habría espacio para la duda.
Edward sintió como si quisiera vomitar. ¿Niños? ¿El maestro
vampiro iba a matar niños? ¿Cómo de enfermo era el hijo de perra?
―¿Dónde? ―gritó Rick―. ¿Qué escuela?
―No lo sé.
Edward apretó un pulgar en cada agujero, sin preocuparse si el
hombre gritaba hasta desmayarse.
―Lo juro ―gritó Chad―. No lo sé. Todo lo que sé es que planea
hacerlo en una semana a partir de hoy.
Selene levantó su arma y golpeó un costado de la cabeza de Chad.
Edward vio como el tipo se desplomaba.
―Mierda ―dijo Rick mientras se paseaba por la habitación―. Esto
está jodido. Tenemos que decirle a alguien.
―¿Y dónde empezarían a buscar? ―preguntó Edward―. No
tenemos idea de qué escuela es o dónde está. Hasta donde sabemos, podría
estar hablando de un maldito instituto en California. Tenemos que
reducirlo.
―¿Y qué sugieres que hagamos? ―preguntó Nate.
―Hacerle una visita a Kraven ―respondió Selene con un duro brillo
en sus ojos.

200
Capítulo Veintiuno
Dorian se sentó en la ventana del hotel, mirando al exterior y
esperando que su pareja regresara. Su estómago estaba hecho un nudo,
sabiendo lo que Rick había ido a hacer.
Si el grupo que había ido a interrogar al decano era atrapado, Dorian
estaba malditamente seguro que el resultado sería la muerte.
―Mi hermano es bastante ingenioso ―dijo Isabelle mientras cogía
una silla y se sentaba junto a él―. Volverá.
Dorian no estaba tan confiado como ella. Isabelle no había visto ni la
mitad de mierda que podía hacer o había hecho la gente que estaba tras
ellos. El Escuadrón de la Muerte no iba a rendirse hasta que Rick estuviese
muerto. ―Eso no evita que me preocupe.
Benito se acercó y pasó su mano por la espalda de Dorian. Quería
decirle al hombre lobo que retrocediera, pero tenía el presentimiento de que
Benito necesitaba el contacto tanto como pensaba que Dorian lo necesitaba.
Mirando a Graham pasearse frente a la ventana del motel, Dorian se
preguntó con quién podía estar hablando. Podía estar hablando con su
pareja, pero Graham lucía furioso.
―Vuelvo enseguida. ―Levantándose, Dorian se movió hacia la
puerta del hotel y la abrió.
―¡Es mejor que mi pareja y cachorros estén en lo alto de las
montañas! ―dijo con un gruñido feroz―. Eso era parte de nuestro trato.
Llegado a este punto tu jefe debería de haber contactado conmigo.
El intestino de Dorian se apretó en un nudo. No estaba seguro de lo
que estaba hablando Graham, pero sonaba jodidamente sospechoso.
Tragando con fuerza, Dorian cerró la puerta y se preguntó si quizá estaba
exagerando.
Podría ser una conversación inofensiva.
¿A quién diablos trataba de engañar? Graham estaba conspirando
201
contra ellos. Antes de que pudiera decirles a los otros, la puerta se abrió y
el hombre lobo agarró a Dorian por el cuello, tirándolo contra su pecho.
Habría luchado por liberarse, pero tenía una pistola contra su sien.
Isabelle se puso de pie de un salto. ―¿Qué estás haciendo, Graham?
―Salvando a mi familia. ―Graham dio unos cuantos pasos hacia
atrás, llevándose a Dorian hacia la puerta abierta―. Quiero que se aten los
unos a los otros, o le volaré el maldito cerebro.
―¡Cómo pudiste! ―gritó Miguel―. Confiamos en ti. Rick confió en
ti.
Graham hizo que la cabeza de Dorian se inclinara a un lado cuando
el cañón de la pistola presionó más fuerte contra él. ―Haz lo que digo o
Dorian morirá. No tengo tiempo para esta mierda.
Todos se quedaron ahí parados por un momento. Dorian pensó que
de seguro iba a decir que Graham estaba tirándose un farol y su cabeza iba
a salpicar toda la habitación.
Finalmente, Miguel agarró las sábanas y las hizo tiras, todo el tiempo
mirando a Graham. Cuando hubo atado y amordazado a todos, Graham
liberó a Dorian. ―Atalo.
Dorian miró la cuerda hecha de sábanas que Miguel le tendía, y
luego al hombre con el arma. ―Rick va a matarte por esto.
La cara de Graham quedó salpicada de su rabia. ―Al menos los
estoy dejando con vida. ―Puso una bala en la recamara―. Ahora, átalo.
Dorian sabía que no tenía elección. Podía ver que Graham estaba en
el límite. Sus ojos estaban un poco desenfocados y salvajes. El hombre
realmente creía que estaba haciendo lo correcto.
―Lo lamento ―le murmuró a Miguel mientras tiraba las manos del
hombre detrás de su espalda y envolvía el pedazo de ropa alrededor de las
muñecas de Miguel.
Graham empujó a Dorian hacia la cama, el cual aterrizó sobre su
estómago. ―Un movimiento en falso y te cortaré. Estoy malditamente
seguro de que sabes lo que significa en una habitación llena de cambia
formas. ―Metiendo la pistola en la pretina de sus pantalones, Graham 202
amarró a Dorian y luego retrocedió―. Nunca quise que pasara esto.
Antes de que Dorian pudiese decir algo, Graham salió de la
habitación.

Rick aulló cuando regresó al motel y encontró a Isabelle, Miguel,


Benito, Dorian y Howard atados y amordazados. Graham y Mason no
estaban por ningún lugar, y Rick temía que los dos hombres hubiesen sido
secuestrados. Pero si fueron llevados por el Escuadrón de la Muerte,
¿entonces por qué no se llevaron al resto?
Quitó la mordaza de la boca de Isabelle y enjugó las lágrimas de sus
ojos con sus pulgares, sintiendo que le inundaba la ternura que tenía por su
hermanita. ―¿Qué pasó? ―preguntó mientras la desataba. Edward, Nate y
Selene desataban a los otros. Isabelle se puso de pie, su rostro era una
máscara de rabia mientras frotaba sus muñecas.
―Fue Graham. Entró en pánico cuando os fuisteis. Dijo que se
suponía que ya deberían haberlo contactado con respecto a Olivia y sus
hijos.
―¿Graham era el topo? ―preguntó Edward mientras se paraba junto
a Rick―. ¿Era quien estaba alimentando al Escuadrón de la Muerte con
nuestras ubicaciones?
Isabelle asintió. ―Hizo algún tipo de trato con ellos. Lo escuché al
teléfono. Dijo que era mejor que su pareja y cachorros estuvieran en lo alto
de las montañas, lo que sea que signifique.
―¿Pero que hay acerca de Lillian? ―preguntó Howard, el miedo
evidente en su voz.
―No la mencionó ―le dijo Isabelle a Howard.
Dorian se giró hacia él, sus ojos llenos de lágrimas. ―¿Qué hicieron
con mi madre, Rick?
Rick agarró a Dorian y lo sostuvo cerca. ―No lo sé, gatito.
―¿Dónde está Mason? ―preguntó Rick cuando recordó al jaguar―.
Por favor no me digas que estaba en esto también. 203
Isabelle sacudió su cabeza. ―No, se marchó cuando descubrió que
su padre trató de hacerlo explotar. Encontró los papeles, Enrique. Nunca
había visto a nadie tan enfurecido.
―Tenemos que encontrarlo ―dijo Nate―. Si lo atrapan, lo matarán
sólo para hacer que se calle.
―Lo dudo ―dijo Edward―. Los documentos ya fueron enviados a
los periódicos. Para mañana, todos sabrán lo de la universidad. Pero si va
tras su padre, morirá. Puedo garantizar que su padre terminará el trabajo.
―¡Maldición! ―gritó Rick mientras salía de la habitación,
necesitando aire fresco. Rick simplemente no podía creer que Graham los
hubiera traicionado. Había conocido al hombre durante años. Era el padrino
de sus hijos. Nunca hubiese creído que era Graham. La idea nunca hubiese
entrado en su mente. ¿Olivia estaba metida en esto? ¿Sabía lo que había
hecho Graham o fue sorprendida cuando se la llevaron? Rick quería
encontrar a ese hombre lobo y desgarrar las respuestas del cuerpo del
hombre.
―Voy a volver a donde dejamos a Leon ―dijo Edward mientras
salía de la habitación. Rick podía ver que la culpa estaba devorando al rey
rata. Rick se sentía como la mierda por abandonar al hombre en medio de
la nada, pero Rick nunca, ni en un millón de años habría supuesto que
Graham era el traidor.
Sólo no parecía real.
―Ve, pero mantén tu teléfono encendido.
―También voy ―dijo Isabelle mientras se les unía.
―No ―dijo Rick mientras sacudía su cabeza―. No hay ni una puta
manera de que vaya a dejarte fuera de mi vista. ―¿Su hermana estaba
loca? Con todo el caos a su alrededor, no había forma que Rick fuese a
permitir una oportunidad de perder a su hermanita. De ninguna jodida
manera. Ya había perdido demasiado, y ya ni siquiera estaba seguro de en
quien podía confiar. Edward no estaba en la parte superior de su lista de
confianza. El hombre ya había probado de qué era capaz. Isabelle era la
última de su familia, y Rick no iba a perderla.
―Déjala ir ―dijo Edward con suficiente firmeza como para
204
molestar a Rick mientras daba un paso al lado de Isabelle.
Rick miró a Edward, y luego a Isabelle que lo estaba mirando, pero
podía leerla como a un libro. Podía sentir la violencia construirse
rápidamente y luego explotar en su interior. ―¡Hijo de perra! ―gritó Rick
justo antes de atacar a Edward―. ¡La tocaste!
―Enrique, no ―gritó Isabelle mientras saltaba sobre su espalda,
tirando de sus hombros―. ¡Para esto!
―Te mataré ―gruñó mientras derribaba a Edward, sintiendo la ira y
la agresión reprimida liberarse por fin―. Te arrancaré el maldito corazón.

Isabelle, junto con Nate y Selene, sacaron a Rick de encima de


Edward. Su hermano hervía mientras miraba a Edward. ―Morirás por esto.
―¡Ya basta! ―golpeó a su hermano en su pecho―. ¿Por qué?
¿Porque dormí con él?
Enrique la miró, y luego sus ojos se suavizaron, una mirada casi
herida en sus profundidades. ―¿Por qué, Isabelle?
―Ese no es tu maldito problema. Nunca antes había sido tu
problema con quien me acuesto. No me forzó, y eso es todo lo que
necesitas saber.
―Pero…
―Rick ―dijo Dorian mientras tiraba del brazo de Enrique―.
Necesitas calmarte.
―¡Pero desfloró a mi maldita hermana!
Isabelle no podría haber estado más mortificada aún si quisiera
estarlo. Su hermano expuso sus asuntos para que todos lo oyesen. Quería
arrastrarse debajo de una roca en algún lugar. Sintió las lágrimas
escociendo sus ojos, pero se negó a dejarlas caer. ―Muchísimas gracias,
Enrique. ¿Por qué no tomas un cartel y dejas que lo sepa el resto del
mundo? ―Lanzó sus palabras como una espada, pero ahora mismo no le
importaba.
205
―Isabelle. ―Enrique dijo su nombre mientras se alejaba. No tenía
idea de a donde se dirigía, pero alejarse de su maldito hermano era un
comienzo.
Se giró y lo miró. ―Déjame sola, cabrón insensible7.
―¡No soy un cabrón insensible!
―Si el zapato te queda ―le gritó sobre su hombro mientras bajaba
hacia la entrada del motel y se giraba hacia la calle. Estaba tan molesta que
si no se estuviera alejando de Enrique, iba a hacer que Dorian fuera un
hombre muy infeliz por convertir a Enrique en un eunuco.
―Oye ―dijo Edward cuando la alcanzó. Isabelle siguió caminando.
No estaba de humor para lidiar con ningún hombre ahora mismo. Pero
Edward estaba determinado. Agarró su brazo y la giró―. ¿Vas a parar?
Isabelle ondeó un puño hacia él, cegada por las lágrimas mientras
trataba de alejarse cuando el puño no alcanzó a conectar. Edward la agarró
y la metió entre sus brazos. ―Shhh.
―¿Por qué tiene que avergonzarme así? ―preguntó mientras se
secaba las lágrimas. Edward la presionó más cerca, acunando su cabeza en
su enorme mano. Se extendía a través de toda la parte posterior.
―Porque le importas.
―Podría haber expuesto mis asuntos en privado.
Edward se rio. ―Entonces sería lo opuesto de exponer tus asuntos.
Isabelle se derritió contra el cuerpo de Edward. Era tan malditamente
alto, tan fuerte, y era lo que necesitaba ahora mismo mientras su ira
menguaba y se percataba de cuanto había herido sus sentimientos su
hermano. Era el único hombre cuya opinión más le importaba y había
actuado como un bárbaro. Ver la decepción en sus ojos la lastimó
profundamente.
La mano de Edward bajó por su espalda, y luego envolvió su pelo
alrededor de su mano, dándole un ligero tirón. ―¿Te arrepientes de haberte
acostado conmigo?
206
7
En español en el original.
Podía oír la incertidumbre en el tono de Edward. El corazón del
hombre dejó de latir bajo su oído. Sabía que la respuesta era muy
importante para él.
―No ―respondió honestamente. La mano liberó su cabello y luego
acarició su espalda mientras apretaba su agarre. Podía sentir la tensión
abandonando su cuerpo, como si su respuesta lo hubiese aliviado de alguna
manera.
―Volvamos. ―Edward se alejó, pero Isabelle lo sujetó―. Está
oscuro y no necesitamos que nos atrapen afuera.
―¿Te arrepientes de haberte acostado conmigo? ―Oh, dios. No le
gustó la mirada cautelosa que vio en sus ojos. Iba a decepcionarla,
diciéndole que había sido divertido, pero que no deberían hacerlo de nuevo.
Se alejó, incapaz de lidiar con el rechazo que se avecinaba―. No tienes que
responder eso, Edward. Esto nunca debería haber pasado entre nosotros.
Quiero decir, nos conocimos porque me secuestraste. ¿Cómo se supone que
salgamos?
―Sólo cállate ―le dijo mientras la volvía a tirar entre sus brazos―.
Y dices que sobre analizo las cosas.
―Entonces responde mi pregunta ―demandó desafiantemente―. Y
será mejor que no me mientas.
―Mentir es algo que no hago, princesa. Las mujeres son en las que
no se puede confiar.
Isabelle lo empujó mientras empezaba a caminar por la calzada otra
vez. Se dio la vuelta, demasiado furiosa como para devolver el golpe.
―¿Alguna vez te he dado una razón para que no confíes en mí? ¿Alguna
vez he hecho algo para traicionarte, a pesar de que tenía todo el derecho
después de que me noqueaste, secuestraste y amenazaste con matarme? No,
no lo hice. Tan estúpido como es, nunca te mentiría o traicionaría tu
confianza. Puedes besarme el culo, Edward. Sólo… jódete.
―Nunca me arrepentiré de acostarme contigo, Isabelle ―le gritó
Edward. Isabelle se dio la vuelta, marchando hacia él.
―¿Vas a dejar de gritar nuestros asuntos por toda la calle? ―le dijo
furiosamente.
207
―Entonces trae tu culo justo aquí y escúchame.
Cruzó sus brazos sobre su pecho y lo miró. ―Bien, estoy aquí, habla.
―Eres una impulsiva.
―¿Eso es lo que tienes que decirme?
―¿Puedes parar con esa actitud? No soy el que te molestó.
―Pero no estás ayudando a calmarme.
―Bien ―dijo Edward mientras la tiraba hacia unos bancos y la
sentaba ahí―. No confío en las mujeres desde que puedo… bueno, olvida
lo que dije, no es una buena idea. ―Se giró hacia ella―. Pero puedo
decirte que mi madre se aseguró de que supiera que las mujeres eran
mezquinas, deshonestas y harían lo que sea para conseguir lo que quieren.
Isabelle golpeó a Edward en el brazo. No parecía molesta.
―¿Alguna vez te he hecho alguna de esas cosas?
Edward suspiró mientras se sentaba y miraba sus manos. ―No.
―Era como si odiara darle esa respuesta.
―Tienes que confiar en alguien alguna vez en tu vida, Edward.
―¿Por qué?
―Porque ―dijo con frustración―, si no lo haces, tendrás una vida
muy solitaria. ―Colocó sus manos sobre las de él, parecían delicadas en
comparación con las suyas―. Puedes confiar en mí. ―Era una declaración,
e Isabelle quería decirlo―. Estaba dispuesta a confiar en ti cuando perdí mi
mente y te pedí que me mordieras. Sabía que tenías más control que yo y
confiaba en que nos protegerías.
―Estás pidiendo algo que nunca he dado, princesa. ―Edward se
inclinó hacia adelante apoyando sus codos en sus rodillas, y miró sus
pies―. He vivido toda mi vida confiando sólo en mí.
―No estoy pidiendo un milagro, Edward. Sólo estoy pidiéndote que
no me mires como si tuviera un cuchillo escondido tras mi espalda, lista
para sacarlo y apuñalarte en cualquier momento. ―Isabelle se estiró y
agarró la mano de Edward. Tuvo que halarlo antes de que finalmente
cediera y la dejara entrelazar sus dedos.
208
―¿Porqué, princesa? ―preguntó Edward finalmente, y por alguna
extraña razón, sabía de qué estaba hablando.
―No estoy segura de por qué fuiste tú. Pero se sintió correcto, eras
el adecuado. ―Y si seguía hablando de sexo tan abiertamente, Isabelle tal
vez moriría de vergüenza. Era más valiente que la mayoría en un montón
de cosas, pero el tema del sexo siempre la hacía retorcerse un poco―.
Ahora, ¿podemos cambiar de tema?
Edward la miró y luego sonrió. Lo hacía lucir menos letal, más
atractivo, y ahora su cuerpo parecía reaccionar a él automáticamente. Era
como si tener sexo con él hubiese encendido un interruptor oculto en su
interior, y ahora incluso si la miraba, el cuerpo de Isabelle decía, diablos,
sí.
―Vamos, necesitamos volver. Quedarnos aquí afuera donde todos
pueden vernos no es inteligente. ―Edward la levantó y regresaron
caminando.
―¿Qué voy a hacer con mi terco hermano? ―preguntó―. No voy a
esconder cómo me siento por ti.
Edward paró de caminar, sus ojos se clavaron en los de ella.
―¿Cómo te sientes por mí?
Tiró de su mano. ―No aquí fuera. ―Si dependiera de ella no sería
en ningún lugar. No iba a decirle que quizá estaba empezando a tener
sentimientos por él. Qué quizá se estaba enamorando un poco. Decirle
cómo se sentía realmente tal vez haría que se diera la vuelta y corriera tan
lejos como podía.
Y esa era la última cosa que quería que hiciera.

Rick se sentó a un lado de la cama, el teléfono en su oreja. ―Hey,


Sasha, soy Rick.
―Me estaba preguntando cuando iba a oír de ti ―dijo el alfa de los
hombres leopardo en Shelton en el teléfono―. Han estado pasando muchas
cosas aquí.
Rick se enderezó, sintiendo que su corazón se aceleraba. ―¿Cómo
qué? 209
―Arrestos en masa ―gruñó Sasha―. Algún detective tiene una lista
de nombres y está anunciando quienes son cambia formas. También
consiguieron de alguna manera un sobre lleno de fotos de nuestra manada
en varios estados de transformación. Todo el departamento de policía está
siguiendo la lista, haciendo el examen de sangre a todos los que pueden
encontrar. Más de la mitad de mi manada está escondida, y el resto ha sido
arrestada.
Mierda.―Eso suena como que el alfa de los hombres hiena está
haciendo uso de su evidencia. Esto sólo hace mucho más fácil para Tyson
tomar mi territorio.
―Eso suena como su estilo.
―Llamé para preguntar sobre Remus, sin embargo.
―Se lo llevaron. Fue uno de los primeros a los que rastrearon. Si
tuviera que adivinar, están tratando de hacer que regreses. No vengas. Es
una trampa.
―Pero ¿qué pasa con los cambia formas? ―preguntó Rick mientras
se levantaba y empezaba a pasearse por la habitación, pasando su mano
libre por su cabeza―. No puedo quedarme sentado mientras están enviando
a tu manada y la mía al centro de detención.
―Centros. En plural. Se ha confirmado que hay otros dos.
Mierda, mierda, mierda. ―Voy a enviar a Nate y Selene de vuelta a
Shelton. Quiero que te encuentres con ellos y les ayudes a reunir a tantos
cambia formas como sea posible. Sabrán donde llevarlos. ―Rick hizo una
pausa cuando Sasha no dijo nada―. Dijiste cualquier cosa que necesite,
todo lo que tenía que hacer era pedirlo.
―Y lo mantengo. Envía a esos dos. Me reuniré con ellos cuando
lleguen.
Rick colgó dejándose caer en la cama y preguntándose qué estaba
haciendo. El gobierno estaba abandonándolos. Hasta ahora se habían
escabullido por el camino de atrás desde que huyeron de Shelton, buscando
cambia formas y haciendo aliados en el camino. Era hora de contraatacar.
Rick ya había hecho un movimiento al enviar esos papeles a la prensa. Pero
ya era hora de aumentar el calor. Si el gobierno no estaba siendo tímido al
210
arrestar a la gente directamente de sus casas, entonces Rick necesitaba
demostrarles que los cambia formas no iban a quedarse sentados
esperándolos.
―¿Te escuché correctamente? ―preguntó Dorian mientras se
arrastraba al regazo de Rick y se acurrucaba contra él―. ¿Vas a enviar a
Nate y Selene de vuelta a casa?
Rick asintió. ―Se está liando gorda allá.
Dorian se inclinó hacia adelante, envolviendo sus brazos alrededor
del cuello de Rick y dándole el consuelo que necesitaba en ese momento.
Puede que el mundo se estuviera cayendo a pedazos, pero sabía que
siempre y cuando tuviera a Dorian, nunca dejaría de intentar ganar esta
lucha.
―¿Alguna palabra sobre Ian?
Rick había olvidado preguntarle al alfa de los hombres leopardo.
Pero estaba bastante seguro que si Sasha hubiese encontrado a Ian, el
hombre le habría dicho algo. ―Nada todavía.
Ambos se giraron cuando escucharon golpes en la puerta. Un
segundo después, Miguel entró. No dijo nada mientras saltaba sobre la
cama y se acostaba. Miguel agarró el mando a distancia mientras se sentaba
para ver la televisión. Rick sabía que Dorian se estaba acostumbrando a
tener a los juveniles alrededor, y su pareja había dejado de quejarse de los
dos juveniles que siempre estaban buscando consuelo. Era su estilo de vida,
y Dorian finalmente lo había aceptado. Una cosa era segura, Rick estaba
feliz de que la tos de Benito hubiese menguado. Eso le había preocupado,
pero ahora el hombre lobo parecía estar bien.
Rick se preguntaba si alguna vez su pareja estaría de acuerdo en
convertirse en hombre lobo, pero nunca presionaba el tema. Si Dorian
quería seguir siendo humano, Rick estaba bien con eso. Su opinión había
cambiado drásticamente sobre los humanos desde el inicio de este viaje, y
tener a un humano como pareja ya no le molestaba.
Sonrió para sí mismo pensando en cuando descubrió que Dorian era
un candidato para pareja alfa. Rick simplemente había sabido que no iba a
escoger a Dorian.
Pero el destino tenía otros planes y aquí estaba sentado Dorian,
211
emparejado a él, y felizmente, si ese pequeño suspiro quería decir algo.
Mataría, mutilaría y destruiría lo que sea o a quien sea con el fin de
escuchar ese sonido por el resto de su vida.
―Tenemos compañía ―dijo Miguel, silenciando la televisión.
Rick se levantó, dejando a Dorian a un lado mientras caminaba hacia
la ventana y miraba fuera. O bien, eran los hombres que Henderson
prometió que estarían aquí, o estaban todos jodidos. Porque dos hombres
vestidos con uniforme negro estaban saliendo de un Hummer y
dirigiéndose hacia la puerta de Rick.

212
Capítulo Veintidós
Edward se apoyó en el SUV, con las llaves en la mano. Las hizo
rodar unas cuantas veces en su dedo mientras observaba a Isabelle
aproximarse. No dijo ni una palabra. Edward no estaba seguro de qué decir.
Todo esto estaba pasando demasiado rápido para él.
Para un chico que nunca se había comprometido con una mujer,
ahora se encontraba en una situación incómoda. No iba a aplastar sus
sentimientos, pero Edward necesitaba un poco de tiempo para pensar y
viajar en auto juntos no era lo que necesitaba ahora mismo.
―Estoy lista.
Edward suspiró mientras se alejaba de la camioneta, palpando las
llaves. ―Creo que deberías escuchar a tu hermano y quedarte aquí.
Tenía miedo de las lágrimas, que le lanzara un puñetazo y que le
tomara una eternidad convencerla de que se quedara. Para su asombro ella
asintió, dando un paso atrás, su expresión estrechamente controlada y
cautelosa. ―No es problema.
Edward esperó, observándola cuidadosamente, pero Isabelle no
parecía molesta. Ni siquiera parecía un poco desanimada. Estaba medio
tentado a decirle que subiera, la culpa se asentó cuando se giró y caminó
por la pequeña acera, desapareciendo en su habitación.
Bueno, eso fue sin problemas.
Y Edward no confiaba en su rápida aprobación. Pasando su mano por
su nuca, se subió al SUV y encendió el motor, sus ojos la persiguieron
hasta la puerta mientras ponía la camioneta marcha atrás.
Para el momento en que se fue, ella todavía no había regresado. Fue
lo mejor. No necesitaba enredarse con un tipo como él. Además de una
vida cómoda, no tenía nada que ofrecerle emocionalmente. Edward nunca
había estado enamorado y ni siquiera estaba seguro de si sabía cómo amar.
Cualquier emoción negativa que pudiese nombrar una persona y 213
Edward se la mostraría habilidosamente. Ternura, cuidado, y compromiso
eran ajenos para él.
Estaba mejor sin él. Esperaba que encontrara a alguien que se
mereciera ese tipo de amor tan especial, porque Edward seguro como la
mierda que no podía. ¿No fue ella quien le dijo que estaba mal de la
cabeza? Incluso Isabelle podía ver que era bienes dañados. Ni siquiera
estaba seguro de por qué durmió con él.
No le gustaba comenzar a esperar ver su rostro o escuchar su voz. No
podía permitirse estar fuera de control. Edward había gobernado su manada
sin esos tiernos sentimientos en su corazón, y lo había hecho bastante bien.
Nada ni nadie podía tener tal poder sobre él. Su madre le había enseñado
bastante bien que el sexo y el amor no iban de la mano. Su padre le enseñó
que confiar en alguien era algo que sólo se permitían los tontos. Y su madre
había demostrado esa teoría una y otra vez.
No iba a volverse suave y estropear las cosas.
Pero ya lo había hecho.
Leon.
Esa era una carga con la que iba a tener que cargar. La había jodido.
Sabía que la había jodido. Edward sólo deseaba que nada le hubiese pasado
al hombre o nunca se perdonaría.
Sacó su móvil y trató de marcarle a Leon una vez más. La llamada
sólo caía en el buzón de voz. Edward oró para que la batería se hubiese
acabado y no algo más. Necesitaba encontrar a Leon y disculparse con el
hombre.
Era rey, pero incluso Edward tenía la suficiente humildad para saber
cuándo había metido la pata y necesitaba arreglar las cosas.
Isabelle era otra historia.

Isabelle no iba a estar molesta. Claro que no. No, no, no. Ya conocía
la señal. Además, ¿qué podía salir de una relación, cuando comenzó con
una amenaza de muerte? Tenía que estar loca para pensar que algo había
crecido y florecido entre ellos.
214
Se acurrucó en su cama, mirando la televisión en blanco, pensando
en… No, no iba pensar en tener sexo con él. Esa era la última cosa en la
que necesitaba fijarse. Había terminado, y necesitaba aceptarlo y seguir
adelante.
―¿Qué piensas si me dejo caer por aquí? ―preguntó Benito
mientras entraba en su habitación. Isabelle se encogió de hombros, todavía
mirando la televisión en blanco. El juvenil se arrastró por la cama y la
abrazó, frotando su mejilla sobre su hombro―. ¿Qué pasa?
Abrió la boca para decirle que nada, pero en vez de eso, se le escapó
un pequeño sollozo. Isabelle cerró su boca, luchando para hacer retroceder
el dolor. Dolía. Joder, dolía. Era algo crudo y profundo. Estaba confundida
sobre por qué dolía tanto. Pero entre más tiempo estaba ahí acostada,
acariciándola Benito y diciéndole que todo iba a estar bien, Isabelle sabía
que no iba a estar bien. Se había enamorado de un imbécil. Y sólo la había
alejado.
―¿Quieres hablar acerca de ello? ―preguntó Benito mientras
agarraba algún pañuelo y secaba sus ojos. Isabelle sacudió su cabeza,
sintiendo como si nunca fuese a ser feliz otra vez. Había un agujero donde
solía estar su corazón porque Edward se lo había arrancado.
Qué tonta había sido. Sí, fue lo bastante tonta como para pensar que
tener sexo con el hombre significaba que había algo especial entre ellos.
Había olvidado que el hombre veía el sexo de manera diferente. Puede que
haya sido su primera vez, pero Isabelle no era ignorante. Los hombres
pensaban en el sexo como una manera de satisfacer su lujuria. Las mujeres
pensaban en el sexo como un compromiso.
―¿Es Edward? ―preguntó Benito―. Puedo patearlo por ti.
Sonrió entre lágrimas, estirando la mano y palmeando su mejilla.
―Gracias por esa oferta tan dulce, pero no.
―No digo que lo mataré, sólo lo mutilaré. No necesita los dos
brazos. Sólo necesita uno para masturbarse.
Esta vez se rio mientras agarraba a Benito y lo abrazaba con fuerza.
Esto era lo que necesitaba. Alguien que la sostuviera, que le diera la
seguridad de que no estaba sola en el mundo. No era Edward, ni siquiera
Rick, pero Isabelle amaba a Benito como a un hermano menor. Era la única
persona, junto con Miguel, que actuaba como él mismo a su alrededor y no 215
la trataba como si fuera de cristal.
―¿Qué me perdí? ―preguntó Miguel mientras cerraba la puerta.
Saltó en la cama y los abrazó.
―Edward la usó para tener sexo y luego se deshizo de ella.
Isabelle retrocedió. ―Nunca dije eso.
―No tenías que hacerlo ―dijo Benito―. No sólo está escrito en
toda tu cara, sino que puedo sentir el dolor saliendo de ti en intensas olas.
―¿Debería ir a buscar al alfa? ―preguntó Miguel―. Mataría a
Edward por ti.
Esa era la última cosa que necesitaba. Enrique de verdad iría y
mataría a Edward. No había ningún tal vez al respecto. ―No ―dijo
mientras se acurrucaba en sus brazos―. Estaré bien.
―El alfa me mandó a buscarte, Benito ―dijo Miguel mientras se
levantaba de la cama―. Esos dos hombres que envió el tipo del Escuadrón
de la Muerte están aquí. ―Miguel miró a Isabelle―. Deberías ir y escuchar
lo que tienen que decir.
Mierda. Isabelle no necesitaba ir a ver a su hermano con los ojos
hinchados. Lo sabría de inmediato. Siempre había sido buena leyéndolo,
pero Enrique era incluso mejor cuando se trataba de leerla a ella.
Necesitaba recomponerse. ―Déjame lavarme la cara e iré para allá.
―Va a enterarse ―le advirtió Miguel mientras se dirigía a la
puerta―. No puedes engañar a nuestro alfa.
Odiaba cuando Miguel tenía razón. De cualquier manera, iba a verse
hecha un desastre, y su hermano sabría que Edward le había roto el corazón
y lo había pisoteado. ¿Por qué esconderlo? Quizás Enrique iría tras Edward
y podría ver como se encargaba de su culo. No, Isabelle sabía que no se
quedaría parada viéndoles pelearse.
Le había dicho a Enrique que se había convertido en una mujer, así
que necesitaba recomponerse y lidiar con el problema en sus manos.
―Sonríe, quizá eso ayude ―dijo Benito mientras salía con ella de la
habitación. Agarró su mano e Isabelle lo dejó. Necesitaba el consuelo.
Cuando entraron en la habitación de Enrique, su hermano la miró por un 216
momento y luego sus rasgos se oscurecieron.
―Ahora no. ―Alzó su mano, deteniendo cualquier argumento o
pregunta que pudiese tener―. Mi problema, ¿recuerdas?
Los dos extraños de pie en la habitación se miraron, pero dejaron
pasar el tema. Estaba malditamente feliz de que su hermano no hubiese
tratado de discutir el tema. Cuando hablaran de ello, todo se iría a la
mierda.
―Isabelle, estos son Brooke y Deluca. Vienen a ayudarnos con el
centro de detención.
Isabelle dio un cortés asentimiento. Los dos hombres lucían
amenazantes, para ser humanos. Isabelle no confiaba en ellos. Pero por
supuesto, ¿no los había enviado el Escuadrón de la Muerte? Ese era un
respaldo terrible, pero confiaba en el juicio de su hermano. Si pensaba que
estaban bien, entonces no les arrancaría la garganta.
Su hermano la miró de nuevo y sabía que quería preguntar por qué
no estaba con Edward, pero mantuvo la pregunta sellada tras sus labios.
Isabelle escondería su dolor siempre y cuando su hermano no fuera y la
interrogara. Sonaba lo bastante justo para ella.
―Trajimos los planos del centro de detención, pero sólo para que lo
sepas, han sido completados dos más. El centro de detención de Ohio ya no
es el único.
―Eso oí ―dijo Enrique―. ¿Pero sabes por qué estoy interesado en
irrumpir ahí?
El que se llamaba Brooke asintió. ―John nos puso al tanto de todo.
Ambos, Isabelle y Enrique se miraron, y sabía que estaban pensando
lo mismo. ¿Quién diablos era John? Ambos permanecieron en silencio.
―¿Pueden entrar ahí? ―preguntó Howard―. ¿Es imposible?
Deluca puso los planos sobre la cama. ―No es imposible, pero
tampoco será fácil. El centro de detención está rodeado por altas vallas y
perros guardianes en el patio. Cuentan con cámaras de seguridad que son
monitoreadas en una habitación de vigilancia. Cinco guardias patrullan en
patio en cualquier momento, y hay un guardia asignado a cada bloque de
celdas. 217
―¿Bloque de celdas? ―preguntó Howard―. ¿Lo llamaron bloque
de celdas? Eso significa que es una maldita prisión.
Deluca asintió. ―Los reclusos duermen en una litera de una celda
compartida. Mujeres con mujeres y hombres con hombres. Han separado a
las madres de sus hijos. Los niños duermen en un bloque de celdas lejos de
sus padres. Es su forma de asegurarse de que si sucede algo parecido a una
fuga, la mayoría no se irá porque no quieren abandonar a sus hijos.
―¿Y este es nuestro gobierno? ―preguntó Howard atónito.
La habitación estaba llena de un pesado silencio mientras la realidad
de lo que en verdad estaba pasando se hundía en ellos. Sabían que diez
personas habían sido asesinadas en una masacre. También sabían que la
universidad había sido bombardeada. Incluso estaban rastreando a la gente
por la que Isabelle más se preocupaba allá en Shelton con la esperanza de
sacar a su hermano de su escondite. Pero escuchar que había centros de
detención que ahora mismo eran prisiones para los no humanos lo estaban
asimilando de alguna manera.
―Ya no estoy seguro ―respondió Deluca―. Ese es el por qué
estamos aquí. Algo está fuera de lugar en toda esta maldita operación. Oí
que un montón de soldados se están preguntando qué está pasando. Pero
hasta que podamos descubrir la verdad, contraatacaremos.
―¿H-han matado a alguien? ―preguntó Dorian.
Deluca miró a Brooke, e Isabelle obtuvo su respuesta. No quería
conocer los detalles horrorosos. Todo lo que quería hacer era liberar a tanta
gente como fuera posible y hacer que el lugar desapareciera del mapa.
Isabelle salió de la habitación, sintiéndose tan malditamente aterrada
que se estaba estremeciendo ligeramente. Nunca antes había irrumpido en
una prisión y estaba malditamente segura que su hermano iba a hacer que
se quedara fuera de esto.
Pero honestamente, estaba agradecida. Si tuviera que ver las
condiciones en las que su especie estaba siendo forzada a vivir, o los
horrores que les estaban haciendo, no estaba segura que no fuese a cambiar
y tratar de matar hasta la última persona que manejaba el lugar.
―¿Estás bien? ―preguntó Enrique mientras caminaba hacia ella.
218
Sacudió su cabeza. ―¿Cómo puedo estar bien? Estamos siendo
cazados y encerrados, algunos asesinados. Estamos siendo culpados por
bombardear universidades y matar humanos. Los de nuestra manada están
siendo secuestrados de sus casas y enviados a este lugar. ¿Cómo cualquiera
de nosotros estará bien?
Envolvió sus brazos a su alrededor y la acercó, dejando salir un
profundo suspiro. ―Todo está jodido, Isabelle. Entre más aprendo, más me
pregunto quiénes son los verdaderos animales. Sé que no todos los
humanos están de acuerdo con lo que está pasando y están ayudándonos a
pelear, pero algunos días, se vuelve realmente duro recordar que no debo
odiarlos a todos.
Isabelle se separó un poco, sorprendida de que Enrique se sintiera de
esta manera. Pero mientras pensaba en lo que había dicho, se dio cuenta de
que el peso de sus especies reacia sobre sus hombros. ―Oh, Enrique. ―Lo
abrazó con fuerza―. No puedes permitir que esto oscurezca tu corazón. Sé
que es más fácil decirlo que hacerlo, pero tienes que recordar seguir siendo
el bueno en esto o ganarán.
La apretó con fuerza y luego la dejó ir. ―¿Cuándo te volviste tan
lista?
Sonrió, a pesar de que no quería hacerlo. ―Cuando empecé a
escuchar a mi sabio hermano mayor.
Enrique metió un dedo bajo su barbilla, echando su cabeza hacia
atrás mientras la miraba a los ojos. ―Es malo para ti, Isabelle. Déjalo ir.
Siempre estaré aquí para ti, pero confía en mí, no vale la pena.
Asintió. ―Lo sé.
―Buena chica. Ahora, quiero que ayudes a todos a hacer las maletas
ya que Nate y Selene se han ido ya. Eres responsable de Howard, Dorian,
Miguel y Benito mientras no estoy.
Su cabeza saltó. ―¿Vas a dejarnos aquí?
―No, todos vendrán conmigo. Pero cuando llegue el momento de
irrumpir en el centro de detención, tú y los otros se quedarán escondidos
lejos. ―Sostuvo su mano―. No estoy diciendo que no seas un infierno de
luchadora, pero necesito que protejas a los otros mientras no estoy. Confío
219
mi pareja a tu cuidado.
Isabelle también sabía que estaba demasiado aterrado de dejarla ir
con él. Pero llegado a este punto, bien podía permanecer atrás. Llámenla
cobarde, pero esta era una misión para aquellos que sabían qué diablos
estaban haciendo.
Y ella no tenía ni una maldita idea.
Enrique se volteó hacia Deluca, su expresión se oscureció mientras
fijaba sus ojos grises en los del humano. ―Tenemos otro problema
también. Parece ser que hay un maestro vampiro planeando matar a cientos
de niños en una escuela.

220
Capítulo Veintitrés
Edward se metió en la gasolinera abandonada, saliendo de un salto
del SUV. Sabía que sus posibilidades de encontrar al hombre aquí eran casi
nulas. Hasta ahora, Leon no había contestado su teléfono y no estaba
seguro de dónde ir o cómo encontrar al hombre.
No sólo la culpa estaba comiéndoselo, sino que Edward se sentía
desesperado, fuera de control, y su cabeza estaba abarrotada de cosas en las
cuales tenía que pensar. Se sentó en un cajón volcado, pasando sus manos
sobre su rostro, preguntándose por qué había entrado en pánico y huido de
Isabelle.
¿Acaso temía ser amado por alguien? ¿Acaso temía confiar en otro
ser? Pensó en sus ojos cuando le dijo que iba a ir solo. Estaban tan
malditamente inexpresivos. Ese color avellana estaba opaco, habían
perdido el brillo que había visto en ellos cuando tuvo sexo con ella.
No, no fue sólo sexo. La mujer se había entregado,
desinteresadamente. No había cosas ocultas o engaños. Todo lo que quería
era a él.
Y se lo había lanzado en el rostro cuando se alejó.
Era un pedazo de mierda. No la culparía si no quería hablarle de
nuevo. No era como si tuviera esta gran vida en donde podría darse el lujo
de alejarse. Edward se lo guardaba todo para sí y era lo que algunos
consideraban introvertido. No confiaba, por lo tanto, no dejaba que nadie
entrara.
Pero Isabelle había conseguido entrar. Eso era lo que aterraba a
Edward. Isabelle había conseguido entrar, confiaba en él, y quería cuidarlo.
No estaba seguro cómo confiar cuando nunca antes había confiado
en su vida. Era el sentimiento más vulnerable que había sentido jamás. Ella
nunca lo había visto como un bien dañado. Cuando había visto su muslo, la
enorme herida causada por su padre, Isabelle no retrocedió con horror.
Su jodido pecho dolía como si hubiera un gran agujero en él, y 221
Edward ya no quería estar solo. No quería caminar por la vida mirando a
todos como si tuvieran motivos ulteriores. Estaba harto y cansado de estar a
la defensiva todo el tiempo.
Sólo quería a Isabelle.
Edward alzó la mirada cuando oyó un extraño ruido venir de detrás
de la gasolinera. Se movió lentamente hacia la camioneta y abrió la
guantera, sacando la Smith & Wesson que había visto poner ahí a Rick. Era
un cambia formas, capaz de transformarse y defenderse. Pero estos días,
era mejor dispararle al enemigo y luego cambiar. Nada le decía si la
persona tenía pistola o garras. Edward no iba a tomar ninguna oportunidad.
Si allá atrás había un humano indefenso, Edward no quería revelar
que era un no humano. Si no era un humano indefenso, bueno, tenía un
refuerzo extra de garras y dientes. Salió al exterior y lenta y sigilosamente
se acercó al edificio tapiado, caminando hacia el ruido. Había usado una
pistola unas cuantas veces en su vida, así que no era un novato en cuanto a
apuntar y disparar.
Sólo esperaba que no se redujera a eso.
El aire se volvió más espeso, más pesado a su alrededor mientras su
corazón se aceleraba sólo un poquitito. Estaba en medio de la nada, un
territorio desconocido. Nada le decía quién estaba detrás de la gasolinera.
Había una ansiosa energía a su alrededor, y Edward no podía comprender
de dónde provenía, pero se sentía como si estuviese arrastrándose por su
piel e inundándolo al mismo tiempo.
Sus sentidos estaban más en sintonía que la mayoría. Podía sentir el
aire, casi saborear lo que estaba viajando a través de él, susurrándole, o
escondiéndose. Eso era lo que lo había mantenido con vida, incluso de
niño. Qué mal que no le hubiese prestado atención cuando los hombres
hiena lo capturaron. Todavía tenía una cuenta pendiente con Gibbs y la
perra que lo traicionó.
Edward rodó sus hombros y luego se deslizó detrás del edificio. No
estuvo seguro de estar viendo las cosas correctamente por un momento.
Había una silueta en el piso. Era una sombra hecha por la iluminación de la
luna, y pensó que sus ojos le engañaban hasta que vio la pierna torcida.
Su sangre se apresuró a sus oídos mientras su corazón se alojaba 222
profundo en su garganta.
Leon.
Edward se apresuró sobre él, arrodillándose y colocando el arma a un
lado mientras observaba el cuerpo de su segundo al mando. Había tanta
sangre. ―¿Quién te hizo esto? ―preguntó, poniendo la cabeza de Leon en
su regazo. Los músculos de la garganta estaban desgarrados, los tejidos
expuestos, y un pequeño sonido de gorgoteo provenía de un agujero que no
había sido puesto ahí de forma natural.
Leon parpadeó hacia él con sus ojos café, tan oscuros, que casi
estaban inundados de negro. Edward sabía que el hombre no iba a
sobrevivir. Incluso si Leon cambiaba, algunas heridas no podrían sanar. Su
cuerpo presentaba el mismo aspecto de carne desgarrada, y había
demasiado daño. La parte superior de su cuerpo estaba bañada en un rojo
arruinado. El hombre rata estaba tan malditamente pálido que sus labios
eran casi grises.
―Lo siento ―moduló Leon.
Edward enroscó sus dedos en la camisa de Leon, sabiendo que había
matado a este hombre al dejarlo aquí. ―¿Por qué te disculpas? Soy el que
creyó en alguien más y te dejó aquí para que murieras.
La culpa. Era tan jodidamente pesada en su pecho. Se envolvía a su
alrededor como una mano invisible, exprimiendo todo el aliento de sus
pulmones.
―Yo… ―Leon luchó por respirar y luego su mirada volvió a alzarse
hacia Edward, con arrepentimiento en sus ojos. ―Yo se los dije.
―¿Dijiste qué a quién? ―Edward no estaba tratando de hacer que
León hablara, pero tenía que saber. Si el hombre moría, también lo haría la
verdad. Su estómago rodó cuando oyó el estrangulado sonido de la
garganta de Leon cuando tomó otra respiración.
―Al Escuadrón de la Muerte. Les dije sobre vosotros.
―Pero Graham era el topo. ―Edward apretó a Leon con más fuerza,
no quería creer que Leon había sido un traidor después de todo. No, quien
le había contado al Escuadrón de la Muerte sobre su localización tenía que
ser un hombre lobo, no un hombre rata. No Leon.
223
Los ojos de Leon se deslizaron en delgadas rendijas, diciéndole a
Edward que dejara de negar la verdad. La cabeza de Edward cayó hacia
atrás mientras miraba el cielo nocturno, preguntándose cómo es que todo
esto se había ido al infierno. Leon había sido su segundo al mando. Tal vez
no le había dado al hombre toda su confianza, pero Leon siempre había
sido bueno con él.
―¿Por qué? ―preguntó mientras bajaba su cabeza y volvía a mirar
al hombre que había estado a su lado durante años―. ¿Por qué me
traicionarías?
Vergüenza llenó los ojos de León, y Edward no entendía de dónde
venía.
―Mestizo.
Esa palabra no fue dicha con desprecio. Leon estaba diciéndole a
Edward que lo sabía. Sabía que Edward no era un purasangre. Que había
estado tan furioso cuando lo descubrió que quería venganza. Pero ahora
estaba arrepentido de lo que había hecho.
Sí, Edward no sólo entendió todo eso a partir de esa única palabra,
sino por los sentimientos de tristeza y arrepentimiento que venían de Leon.
―Y yo lamento no ser el rey que pensaste que era.
Los ojos de Leon se cerraron por un momento, y luego los abrió, su
mirada desenfocada. ―Sí, lo eras. ―Tomó una respiración superficial―.
Eres un buen hombre.
Edward se meció, sosteniendo la cabeza de Leon cerca de su
estómago mientras luchaba contra las lágrimas. En ese momento, se dio
cuenta de que había confiado en Leon más de lo que había admitido. Se
había preocupado del hombre a su propia manera. Y no quería que su
amigo muriera.
La mano de Leon se deslizó de la pierna de Edward y aterrizó en su
pistola. Edward bajó la mirada y luego volvió a mirar a Leon, sabiendo lo
que quería el hombre rata sin decir una palabra.
―No ―dijo Edward mientras sacudía su cabeza sintiendo el ardor
de las lágrimas en sus ojos―. No puedo.
Leon apretó sus dientes, haciendo pequeños ruidos estrangulados en 224
la parte posterior de su garganta donde el tejido estaba expuesto y le faltaba
piel. Edward no quería mirar, pero no podía apartar la vista. Había
sentenciado a muerte a Leon, aun a pesar de que el hombre lo había
traicionado.
―Por favor. ―Leon cerró los ojos, su cabeza luchó por alejarse de
Edward―. Duele demasiado.
Edward bajó una temblorosa mano hacia la pistola, agarrándola y
sintiendo el peso no sólo en su mano, sino en su corazón. No quería hacer
esto. No. Quería. Hacer. Esto.
Los dedos de Leon estaban tan fríos que eran como hielo puro
mientras se envolvían alrededor de los de Edward. Las lágrimas ardieron en
sus ojos mientras miraba al hombre en sus brazos, rezando para que Leon
no le hiciera hacer esto.
―Sé mi rey.
La mandíbula de Edward se apretó mientras usaba sus hombros para
secar la humedad de sus ojos. Asintió a Leon y entonces ayudó al hombre a
sujetar la pistola contra su cabeza. Edward cerró sus ojos, yendo a un lugar
en su interior en el cual no había estado desde que era un niño tratando de
escapar de los horrores de su vida.
Un lugar en el que vivía cuando los amantes de su madre lo violaban.
Un refugio en el que vivía cuando su padre lo golpeaba casi hasta
matarlo.
Un consuelo en el que ahora se arrastraba mientras Leon apretaba el
gatillo.
Edward se apartó rápidamente, su espalda golpeando la madera de la
gasolinera mientras tiraba las piernas contra su pecho, enterrando su cabeza
en el espacio entre sus rodillas y su pecho, llorando mientras el dolor de lo
que estaba pasando a su alrededor lo llenaba y fluía sobre él.
Había algunas cosas que marcaban el alma de una persona, no eran
los años sino la sangre y el dolor. Esta era una de esas veces. Ahora mismo,
Edward no estaba seguro si era o no el chico bueno. Estaba todo
confundido con el sonido del disparo todavía sonando en sus oídos.
El tiempo no tenía fin, pasándolo mientras Edward se acurrucaba en 225
posición fetal dentro de su mente, tirando el calor de la nada a su alrededor.
En ese diminuto espacio en el que ahora se encontraba Edward, sus miedos
habían ido, su dolor había sido silenciado, y sonrió cuando pensó en
Isabelle. Era tan dulce, tan entregada, y su sonrisa iluminó su corazón. Su
largo cabello castaño cayendo sobre su diminuta cintura, sus enormes ojos
avellana llenos de confianza mientras la tomaba. Nunca había tomado tal
cuidado cuando había estado con una mujer, o asegurado de que la amaba
hasta el punto de que fuera permanente. Era tan pequeñita en sus brazos, y
Edward había tenido miedo de romperla. Pero no lo había hecho y ella se
había aferrado devuelta, confiando en que aliviaría el dolor que
seguramente había sentido.
Pero Isabelle era diferente. Podía sentir en su alma cuan diferente era
del resto de mujeres con las que había lidiado.
Tanto como Edward quería regodearse en su comodidad, sabía que
no podía quedarse ahí. El niño asustado de su pasado trataba de evitar que
Edward se fuera, diciéndole que era demasiado peligroso salir allá afuera.
Pero el Edward adulto sabía que si se quedaba aquí mucho tiempo, quien
sea que trató de matar a Leon vendría tras él.
Edward pasó una mano sobre la cabeza del niño asustado, bajó la
mirada sabiendo que el niño alguna vez fue él hace mucho tiempo. Dio un
paso atrás y se encontró viendo el cielo nocturno una vez más.
Oyó el sonido antes de ver la mancha de una sombra. Edward agarró
la pistola de la mano de Leon y apuntó, pero era demasiado tarde. El
vampiro estaba sobre él antes de poder disparar. Fue empujado hacia atrás
contra el edificio, su brazo golpeó repetidamente, el vampiro trataba de
asegurarse de que Edward perdiera el arma.
Y lo hizo. Cayó pesadamente contra el suelo. Pero Edward no iba a
caer así de fácil. Rodó cuando cayó al piso y se levantó. Miró alrededor,
pero no vio al vampiro en ningún lado. Eso no quería decir que se había
ido. Estaba jugando con él, jugando algún tipo de juego mental. ―Mi
cabeza ha sido jodida por cosas peores que tu ―gritó, pero no demasiado
alto. No tenía que hacerlo. El vampiro era no humano y podía oírlo
perfectamente.
―¿Quieres apostar?
Edward giró la cabeza a la derecha, pero nadie estaba ahí. Todavía
podía sentir la energía en el aire, pero nada más. 226
―Luchó por su vida. Tu hombre rata me rogó que no lo matara. Que
dulce, dulce súplica. Sólo aumento la energía que estaba tomando de él.
¡Oh, que delicia!
Las garras de Edward se deslizaron de las puntas de sus dedos
mientras escuchaba el alegre cacareo del hombre. Recordó enfocarse,
empujando a un lado la furia que amenazaba con sobrellevarlo. Justo ahora
la ira no sería algo bueno.
―Y sé que voy a conseguir muchísimo más de ti.
Ahí. Edward se giró, las garras raspando el aire justo cuando el
vampiro lo pasó rápidamente. Escuchó un chirrido, y entonces el vampiro
estaba parado a unos centímetros de él, tenía marcas de garras sangrando en
su hombro. El vampiro lucía sorprendido de que Edward lo hubiese herido.
―Suertudo ―gruñó mientras iba tras Edward.
Edward se alejó del vampiro, corriendo hacia su pistola. Este era un
vampiro antiguo, mucho más fuerte, rápido y mortal que los más jóvenes.
Necesitaba algún arma en sus manos. Se zambulló por la pistola, girando
sobre su espalda, y disparó. Golpeó el centro del cuerpo, pero el vampiro
no estaba cayendo.
Edward aulló de dolor cuando las garras se hundieron en su brazo.
Empujó la pistola contra las entrañas de la criatura y disparó hasta que ya
no pudo más. La pistola estaba vacía. Edward la arrojó a un lado y luego
estrelló sus garras en el pecho del vampiro, desgarrando el tejido y el
musculo cuando retrajo su mano.
El bastardo podría ser más viejo, pero todavía moría como cualquier
otro vampiro cuando perdía su corazón. Lo sacó de su cuerpo, se levantó y
se tambaleó ligeramente. Bajó la mirada hacia su brazo y vio que estaba
sangrando profusamente. Tenía que cambiar para sanar y ahora mismo
Edward no podía hacer eso. Tenía cuerpos que quemar.
Yendo hacia el SUV Edward sacó un bidón de gasolina. Roció los
dos cadáveres, y parte del edificio hasta que el bidón estuvo vacío. Edward
cogió la pistola del piso y regresó al SUV.
Condujo hasta el borde de la gasolinera, salió, y caminó hacia donde
terminaba el rastro de gasolina. Inclinándose, encendió el extremo de un
227
pequeño sobre que había tomado de la camioneta de Rick y luego lo arrojó.
Cuando se alejó, Edward podía ver las llamas iluminando el cielo
nocturno.

Sintiendo que su visión se desvanecía, Edward avanzó cerca de


quince kilómetros por la carretera. Su brazo no dejaba de sangrar. Sabía
que, si no cambiaba, se desangraría. Tanto como quería regresar al motel,
Edward no podía avanzar otro centímetro, por no hablar de otro kilómetro.
Mientras los bordes de su visión se desvanecían, y el vértigo se volvía
abrumador, Edward se aseguró de que la camioneta quedara escondida
detrás de un bosquecillo y luego se arrastró de espaldas, se desvistió y se
transformó.
Mientras yacía en el asiento trasero, Edward oró para que nadie se
encontrara con él antes de que sanara. La única cosa que quería hacer era
volver y decirle a Isabelle que lo lamentaba.

228
Capítulo Veinticuatro
En Washington había un hombre corriendo por el pasillo,
apresurándose hacia la oficina del vicealmirante Harrington. El capitán
O’Hanlon dio un paso adentro, cerrando la puerta suavemente tras él.
―¡Esto es un maldito desastre! ―gritó Harrington―. ¿Cómo se
supone que nos recuperemos de esto?
Internet estaba zumbando con las noticias de que Farmacéuticas
Sellers era responsable de la bomba en una universidad de Georgia. El
documento que había sido enviado a varios periódicos estaba impreso junto
con la historia.
―Los hombres hiena, señor. ―O’Hanlon le dio un sobre a
Harrington―. Cinco hombres hiena han recibido un atractivo pago para
adjudicarse la bomba y la masacre, desacreditando las alegaciones de que
Farmacéuticas Sellers tuvo algo que ver en esto.
Los presentadores estaban dando noticias de último minuto acerca de
cómo los cambia formas no estaban involucrados con la bomba y
empezaban a especular que tal vez no tenían nada que ver con la masacre
que había matado a diez humanos.
―Pero la prensa ya tiene pruebas. El documento legal del trato entre
Sellers y el decano Winthdrop.
A lo largo de todos los Estados Unidos estaban hablando de teorías
de conspiración, preguntándose por qué los cambia formas habían sido
arrestados y detenidos si no tenían nada que ver con el asesinato de los
humanos.
―Ni el decano ni Sellers han comentado estas alegaciones. Este es el
momento perfecto para golpear ―replicó O’Hanlon.
Harrington miró los papeles en el sobre y luego asintió con firmeza.
―Hazlo.

229
―La gasolinera está por esta carretera ―dijo Rick mientras Deluca
conducía a lo largo de la estrecha y olvidada carretera. El rey ya debería
haber vuelto. Se irían a la primera luz del día, y eso era algo difícil de hacer
cuando Edward tenía su SUV. Esperaba que el hombre no lo dañara. Ya
había enviado a Miguel con la camioneta para reparar la ventana frontal del
lado del pasajero de la vez que uno de los miembros del Escuadrón de la
Muerte había hecho estallar con el fin de llegar a Dorian.
Sabía que necesitaba un nuevo vehículo. Rick no estaba seguro si el
policía del campus reportó sus matrículas, y era un riesgo que no podía
afrontar. Pero al menos necesitaban salir de Georgia antes de poder hacer
eso.
―¡Para! ―dijo Isabelle desde el asiento trasero―. ¿Qué es lo que
está allá?
Rick miró en la dirección que estaba señalando para ver algo
brillando entre los árboles. Deluca hizo que el Hummer diera la vuelta y
condujo hasta llegar justo detrás del SUV de Rick.
―¿Por qué diablos está escondida en el bosque?
―Quédense aquí ―dijo Deluca mientras bajaba, rifle en mano.
Caminó hacia la parte trasera del vehículo, mirando dentro y luego caminó
a un lado, todo mientras escaneaba el área.
Rick salió y Deluca lo miró. Rick ignoró al hombre mientras
caminaba hacia el SUV y se asomaba por la ventana. ―Mierda ―masculló
mientras abría la puerta trasera. Edward estaba ahí acostado en su forma de
cambiante, tan bizarra como era, y estaba desangrándose en el asiento
trasero―. Ayúdame a sacarlo.
Deluca rodeó el auto, sus ojos se ampliaron cuando vio a Edward.
―¿Qué raza es?
―Eso no es importante. Necesito ver en donde está la herida.
Consiguieron sacar el imponente cuerpo de Edward del asiento
trasero y lo acostaron en la hierba. Tenía un tajo en su brazo que no estaba
curándose. Rick se sacó la camisa y la ató en un torniquete provisional,
esperando que detuviera el sangrado. Nunca había visto que un tajo tan
pequeño sangrara tanto. Edward estaba en su forma de cambiante. Debería
230
haber sanado.
Pero no podía confundir el hedor de un vampiro sobre Edward. Él
apestaba a ese aroma. Rick simplemente no podía entender por qué Edward
no estaba sanando de la herida del vampiro. Era inaudito.
―Necesitamos llevarlo de regreso al motel para poder limpiar su
herida y lograr echarle un mejor vistazo.
Rick asintió. Volvieron a meter a Edward en el SUV, Isabelle se
subió con Rick mientras Deluca y Mason los seguían. El jaguar había
regresado justo antes de que se fueran, luciendo como si quisiera matar a
alguien cuando descubrió que Graham los había atado y se había marchado.
Le dijo a Rick que había necesitado tiempo para absorber el hecho de
que su padre había matado a veintisiete personas en un ardid para que
Mason muriera. Rick sabía cuán difícil de asimilar era para una persona,
pero le dijo a Mason que si se iba de esa manera otra vez y volvía a dejar a
los otros así de vulnerables, el hombre podía permanecer desaparecido o
afrontar las consecuencias.
―¿Por qué su herida no deja de sangrar? ―preguntó Isabelle con
preocupación―. Ya debería haber sanado.
Rick no tenía una respuesta para ella. No tenía idea. Pero iba a
descubrirlo. Ya había planeado llamar a Kraven para hablar sobre el
instituto. ¿Qué importaba una demanda más? Pero Rick tenía la sensación
de que iba a estrellarse contra un callejón sin salida con el maestro. Kraven
jugaba con sus propias reglas, y nadie tenía ese libro de reglas salvo el
propio maestro.
Deluca y Brooke ya habían hecho las llamadas pertinentes al
instituto. Rick no estaba seguro qué más podría hacer. No le gustaba
sentirse inútil. Quería matar a Kraven por involucrar a niños inocentes. El
hombre era pura maldad, y Rick se juró que iba a erradicar a la criatura de
la faz de la tierra a la primera oportunidad que tuviera.
―Detén la camioneta.
Rick miró a Isabelle.
―¡Detén la maldita camioneta!
Se detuvo y vio salir a su hermana del asiento delantero y arrastrarse 231
en el trasero. ―Isabelle.
―No ―dijo―. Tal vez no te guste el hecho de que estoy con
Edward, pero necesitas superarlo. Diablos, quizá Edward no me quería de
vuelta aquí, pero no voy a moverme. Yo… ―Isabelle apartó la mirada
rápidamente, pero no antes de que Rick viera la verdad en sus ojos color
avellana.
―Maldita sea ―escupió―. Te enamoraste de él.
Isabelle tomó la cabeza de Edward y la colocó en su regazo, pasando
sus dedos sobre su pelaje. ―Así es ―declaró con simpleza.
Rick condujo la camioneta, diciéndose que tenía que dejar que su
hermana dirigiera su propia vida. No podía separar y escoger de quien se
enamoraría. Ni Isabelle podía separar y escoger de quien se enamoraría. No
funcionaba de esa manera.
Así que, ¿por qué no estaba escuchando a su sentido común? Quería
golpear al hombre inconsciente por hacer que Isabelle se enamorara de él.
Todo estaba mal. Edward no era el tipo de hombre que se comprometiera
con alguien. Rick había leído eso de inmediato. El bastardo ya había roto el
corazón de su hermana y ahí estaba sentada, confortándolo.
Sus dientes rechinaron juntos, pero Rick se negó a decir una palabra.
Si discutía con ella sobre esto, sólo la acercaría a Edward y la alejaría de
Rick. No iba a perder a su hermanita por un tipo cualquiera. Era todo lo que
quedaba de su familia, y tanto como Rick odiaba dejar a Edward en
cualquier lugar cerca de ella, sabía que no tenía elección.
Pero, chico, iba a tener una charla cercana y personal con el hombre
cuando despertara. Puede que no fuera capaz de hacer que Isabelle dejara
de querer al hombre, pero seguro que lastimaría al hombre si ponía una
punta del pie fuera de la línea.
Rick encontró que le era más difícil lidiar con la vida amorosa de su
hermana que con ser líder de la rebelión. Al menos con la insurrección,
podía matar algo. No podía matar ni una maldita cosa cuando se trataba de
su hermana.
Finalmente regresaron al motel y lograron acomodar a Edward en su
cama. Brooke agarró la bolsa médica y empezó a trabajar en el hombre
rata. Isabelle se paseó ida y vuelta, con líneas de preocupación marcando su 232
bonita cara.
―¿Por qué no dejó de sangrar? ―preguntó Dorian.
Rick sacó a su pareja de la habitación, regresando a la suya. Cerró la
puerta tras ellos y tiró a Dorian entre sus brazos. Saber que un vampiro
podía causar tanto daño lo tenía cagado de miedo. ¿Qué pasa si hubiese
sido Dorian? ¿Qué si fuese su pareja la que yaciera en esa cama
desangrándose hasta morir? Sintió un gran peso en su interior mientras
inhalaba el aroma de su pareja, orando una vez más para que su pareja
sobreviviera a esta guerra.
―¿Rick? ―Dorian trató de empujarlo, pero Rick se negó a liberarlo.
―Sólo quiero sostenerte, gatito. ―A Rick le aterraba el hecho de
que, si dejaba ir a Dorian, lo perdería. No era un sentimiento racional, pero
se mantenía aferrado a Rick. El miedo se transformó en placer cuando
sintió que su pareja ahuecaba sus vaqueros. Rick no se movió. No dijo nada
mientras Dorian se las arreglaba para sacar su polla y se dejaba caer de
rodillas.
Su pareja lo acarició, lento y tortuoso, antes de inclinarse hacia
adelante y tomar a Rick completamente en su boca. El hambre de Rick lo
azotó mientras gruñía y jalaba el cabello de Dorian, levantando su culo,
empujando su polla más profundo en la garganta de su pareja. Estaba cerca,
más que cerca, mientras la húmeda boca de Dorian lo enviaba fuera de
control. Estaba inclinado sobre el borde, sintiéndose caer.
Sabía lo que Dorian estaba haciendo, y la distracción funcionó. Rick
ya no sentía como si su vida no tuviera felicidad. Dorian estaba
regresándosela a medida que lo chupaba. Sus bolas se apretaron, y la parte
trasera de la cabeza de Rick golpeó contra la puerta. ―Gatito… joder…
bebé… estoy…
Cuando los ojos de Dorian se alzaron, mirándolo con esos profundos
ojos color café, Rick lo perdió. El placer concluyó en su vientre, y Rick se
corrió con un gemido estrangulado, la electricidad irradiando por su pecho,
explotando en su polla, incendiando su interior.
Se desplomó contra la puerta, demasiado cansado como para hacer
algo más que deslizarse hasta el piso. Dorian se inclinó hacia adelante y lo
besó antes de ponerse de pie y caminar hacia el baño. Volvió con un vaso
de agua y se lo entregó a Rick, y ahí fue cuando notó que los pantalones de 233
Dorian estaban desabrochados y había una mancha en su camisa.
Maldita sea si el hombre no era todo y más para Rick.
―¿Te sientes mejor ahora?
Rick tomó un sorbo de agua mientras asentía. Dorian sonrió y el
estomagó de Rick se apretó. El hombre era tan malditamente glorioso que a
veces le quitaba el aliento. Colocó el vaso a un lado, y luego se puso de pie,
acomodándose los pantalones. ―Gracias.
―Más te vale que me agradezcas por el agua. ―Dorian agarró el
vaso del piso y caminó hacia la cama. Rick podía ver la sonrisa en el rostro
de su pareja.
―Y nada más, lo juro.
―Entonces, ¿qué está pasando ahora?
Rick se sentó en la cama, recostándose y atrayendo a Dorian para
acomodarlo junto a él. Tal vez haya recibido una mamada como premio
ganador, pero todavía necesitaba la cercanía, el consuelo. ―Esperamos que
Omar llegue aquí y luego nos dirigimos a Ohio.
―¿Y Edward?
Rick pasó su mano por la cabeza de Dorian. ―Intentaremos
descubrir por qué la herida del vampiro no está sanando. Tengo que llamar
a Kraven.
―Ese bastardo no te dirá nada. Envió a las Mãos da Morte tras
nosotros. ¿Qué te hace pensar que va a ayudarnos?
Las Mãos da Morte se colaban en las casas y mataban al culpable
antes de que la persona incluso supiera que estaban ahí. Eran el hombre del
saco del mundo paranormal. Incluso los cambia formas les temían. Rick,
Dorian, Miguel y Benito habían luchado contra dos de ellos y estuvieron
malditamente cerca de perder. La única cosa que salvó sus culos fue el
hecho que las Mãos da Morte simplemente se desvanecieron, dejándolos
solos. Había sido la forma en la que Kraven averiguó donde estaban en vez
de conseguir venganza por el disparo de Dorian a uno de sus vampiros.
―No creo que lo haga, pero tengo que intentarlo. No sólo
necesitamos ayudar a Edward, sino que necesitamos descubrir que instituto 234
planean atacar.
―Y necesito saber si Ian está en el club ―dijo Dorian con suavidad.
Rick había pensado eso, pero no quería decir en voz alta sus
preocupaciones. Ian era un adicto a los colmillos. Anhelaba el afrodisiaco
en la saliva de los vampiros. La adicción a los colmillos se estaba
volviendo más común, y esa era otra cosa que tenía a los humanos cagados
de miedo.
Pero Ian también era un sumiso. Dorian lo veía como un pervertido
que quería ser golpeado, pero Rick sabía que era más profundo que eso.
Sabía que era sobre control, dar y recibir. Puede que a algunos les gustara
que los golpearan, pero tenía el presentimiento de que Ian no era uno de
ellos. El hombre estaba perdido en su propia cabeza y estaba buscando lo
que quería en el lugar equivocado. Sólo esperaba que nada le pasara a Ian,
o Rick sabía que Dorian iría tras el maestro.
―Eso, también.
―¿Crees que está allí?
―Honestamente, no lo sé. Pero no quiero mentirte. Casi apuesto que
está allí.
―¿No puedes enviar a alguien a buscarlo?
Rick se inclinó hacia un lado, observando a su pareja. ―Nadie irá,
gatito. No quieren una visita de las Mãos da Morte. Si lo ven afuera del
club, entonces lo atraparan. Pero hasta entonces, está a su merced.
Podía sentir la preocupación saliendo de su pareja. Rick no lo
culpaba. En su opinión, sólo un adicto o una persona desesperada entraría
en ese club. Suspiró cuando sonó un golpe en su puerta. Ya sabía quién era,
incluso sin abrir la puerta. ―Tus groupies están aquí.
Dorian se rio entre dientes. ―¿No fuiste el que me dijo que fuera
agradable con Miguel y Benito? Yo era el que le lanzaba un puñetazo a
cualquiera que me tocara buscando alivio.
―Sí, bueno, ahora es como si estuvieran pegados a tu cadera.
Dorian se levantó, cambió su camisa, acomodó sus pantalones y
atendió la puerta. Benito miró directamente a Rick estirado en la cama sin
camisa y luego a Dorian. ―¿Es un mal momento? 235
―No. ―Dorian dio un paso a un lado y los dejó entrar. Rick no se
levantó. Sólo se quedó ahí acostado sonriendo. Tanto como se quejaba
Rick, Dorian sabía que todos los cambia formas necesitaban el contacto,
incluyendo a Rick. Incluso el más fuerte de ellos necesitaba alivio y
recordar que a su alrededor había quienes lo amaban.
―Esos dos hombres están discutiendo cómo entrar en el centro de
detención. Me están poniendo de los nervios ―dijo Miguel mientras se
sentaba en el suelo, cruzaba sus piernas y agarraba el mando a distancia.
Confiaba en la ayuda de esos hombres, pero si no podía unirlos,
serían inútiles.
―Ya vuelvo. ―Dejó a Dorian con Miguel y Benito mientras iba y
comprobaba a Deluca y Brooke. Si Rick fuera humano, no habría
escuchado a los hombres, pero no lo era, así que escuchó la rabia en sus
voces antes de incluso entrar en la habitación del motel.
Dejaron de hablar y lo miraron como si fuera un intruso.
―¿Problemas? ―preguntó Rick.
Brooke sacudió su cabeza, pero Deluca se giró, dándole a Rick una
mirada que le decía que se mantuviera fuera de esto. Genial, el Escuadrón
de la Muerte envió a unos camorristas. Cuan jodidamente perfecto.
―Nada que te incumba ―dijo Brooke con un poco de calor en su
voz. Rick miró a Deluca que estaba metido en sus asuntos buscando algo
en una bolsa. El hombre no iba a decir nada.
Rick caminó hacia Brooke, asegurándose de hacer contacto visual.
―Todos estos asuntos me incumben. Desafortunadamente, los chicos
malos son nuestro propio gobierno. Quieren erradicar a los monstruos y
regresar a los viejos prejuicios. Mi trabajo es asegurarme de que esos
centros de detención no se llenen y mi especie no sea erradicada. Así que,
sí, todo me incumbe.
―¿Y cómo te sientes con dos humanos ayudándote? ―dijo
finalmente Deluca.
―No me importaría una mierda si fueran alienígenas disfrazados.
Siempre y cuando no nos traicionen, que sean humanos es la última cosa 236
que me importa.
―¿Cuál es la primera cosa? ―preguntó Brooke.
―Que el Escuadrón de la Muerte los envió a ayudarme. Parece
extraño que los que me ayudan sean de la misma unidad de hombres que
quieren matarme.
―No todos quieren matarte. Freedman y Henderson están en contra
de lo que les asignaron hacer. Fue Freedman quien te advirtió todo este
tiempo, y fue Henderson quien te hizo una visita. Ellos arriesgaron sus
vidas para asegurarse de que tus especies no sean erradicadas.
―Entonces ambos tenemos una meta en común. No vamos a entrar
en un concurso para ver quien tiene la polla más grande y debemos ser
capaces de seguir adelante.
Podía ver la boca de Deluca torcerse, como si luchara contra una
sonrisa.
―Mantengan sus discusiones al mínimo. Tenemos otras cosas en las
cuales enfocarnos.
Deluca miró a Rick como si lo midiera y luego asintió. ―No sabía
que nuestras discusiones estaban causando problemas.
―Vosotros ya nos estresan hasta nuestros límites. Cuando por fin
llega el momento para relajarnos, no gusta mantener las cosas tan pacificas
como sea posible. El enemigo por si solo causa suficiente tensión.
―Lo mantendré en mente ―dijo Deluca.
Rick salió preguntándose donde estaba Omar. Era la última persona a
la que estaban esperando antes de tener que irse. Rick no iba a enviar por el
chico y luego dejarlo antes de que llegara aquí.
Además, quería saber la historia completa de lo ocurrido entre su ex
candidato y ese detective. Si el humano realmente había forzado a Omar a
meterse en su cama con el fin de chantajearlo, entonces Rick iba a
asegurarse de que el bastardo no siguiera respirando.
Estaba cansado de andar de puntitas y caminar sobre huevos. La
mierda estaba llegando más profunda, y Rick no estaba a punto de perder a
su gente sólo porque era el hombre más buscado de los Estados Unidos. 237
Si lo querían tanto, iban a tener que luchar para atraparlo. Y Rick no
planeaba perder. Era tiempo de mostrarles a sus enemigos exactamente por
qué era el alfa. Sacó su teléfono, marcando a Kraven.
―¿Es quien espero que sea? ―respondió Kraven.
―No estoy seguro, pero tengo unas cuantas preguntas para ti.
―Enrique Marcelo, qué placentera sorpresa.
En verdad, Rick lo dudaba. No había nada placentero en esta llamada
telefónica, y en realidad no creía que Kraven estuviera sorprendido.
―Quiero saber por qué diablos estás planeando matar a cientos de
niños de instituto.
Kraven chasqueó su lengua y dio una pequeña risa. ―Veo que
nuestro decano Winthdrop ha estado hablando.
―Algo así.
―No te preocupes. Terminé el trabajo que empezaste. Chad ya no
hablará más.
―¿Lo mataste? ―Rick no tuvo éxito en ocultar el asombro de su
voz. Tanto como Rick había querido castigar al hombre por ser participe en
el asesinato de veintisiete humanos, Rick imaginó que la ley se encargaría
del decano una vez que las noticias de su participación en la bomba se
hicieran públicas.
―¿Qué esperabas que hiciera? No podía dejar que les contara a
todos que era parte de esto. No hay de qué preocuparse, Enrique. Me
aseguré de que pareciera que lo mató un cambia formas y ese policía de la
universidad dio tu identificación y las de los otros dos hombres que estaban
contigo.
Mierda. Rick necesitaba llamar a Nate y advertirle. Al estar lejos,
Nate ni siquiera sospechaba nada de esto, pero si lo que Kraven estaba
diciéndole era verdad, entonces Nate quedaría en la cima de la lista junto a
Rick. ―¿Qué instituto, Kraven?
―¡No te atrevas a llamarme demandando ni una maldita cosa!
Todavía te lo debo por matar a Calico. 238
―Y me lo devolviste enviando a uno de los tuyos para matar a
Edward Costello.
Kraven se quedó silencioso. Eso sólo podía significar una cosa.
Kraven no tenía idea.
―Su herida no está sanando. ¿Por qué?
―No mereces una respuesta de mi parte.
―Cierto, pero puedo asegurarme que el público sepa que los
vampiros misteriosamente se encuentran fuera de la lista de los más
buscados. Apuesto a que golpearan la puerta de tu club para sacarte de ahí.
¿No sería trágico que esos fanáticos de la Biblia te visitaran e incendiaran
tu club?
Una rápida respiración. Los vampiros no necesitaban respirar, y sus
corazones no latían en sus pechos a menos que así lo dispusieran. Así que
Rick supo que su amenaza había atrapado a Kraven con la guardia baja.
―Fue mordido por un muerto desde el útero8.
Rick rascó su barbilla, confundido como el infierno. ―¿Cómo
diablos puede un vampiro estar muerto desde el útero? Eso no tiene ningún
sentido.
―Sabes muy poco, Enrique. La mayoría de los vampiros solían ser
humanos. Fueron drenados y luego traídos a la vida como vampiros
vivientes. No respiran o comen per se, pero ya entiendes.
Rick asintió y luego se dio cuenta de que Kraven no podía verlo.
―Sí.
―Un muerto desde el útero nunca fue humano. Nacen como
vampiros, son muy raros y muy protegidos por los vampiros.
―¿Cómo? ―preguntó Rick―. Pensé que los vampiros no podían
hacer o tener bebés. ―Ignoró la última parte, porque si Kraven sabía que
Edward había matado al hijo de puta, las Mãos da Morte aparecerían y esta
vez no se detendrían hasta que Rick, y todos los que estaban con él,
estuvieran muertos.
239
8
En español en el original.
―No pueden. Pero hay uno que puede, y eso es todo lo que puedo
decirte.
―¡Espera! ¿Cómo hago que deje de sangrar?
Kraven hizo un pequeño y agravado ruido. ―Debe aparearse y
enlazar su alma con otra. En esencia, la pareja mantiene al mordido con
vida a través de la suya propia y viceversa. Si la pareja muere, lo mismo
ocurre con el mordido y viceversa.
Rick evitó darle las gracias al bastardo. ―¿Y el instituto?
―¡Eres un dolor en mi trasero! ―gritó Kraven en el teléfono―.
Acabo de darte un regalo de promoción y quieres más. ¡Het9!
―Yo mismo llamaré al papa si no me lo dices.
―Bien, entonces esa explosión no tendrá lugar. Pero te advierto, no
tomo las amenazas a la ligera. Puede que haya dado mi brazo a torcer en
este asunto, pero estate seguro, no pueden detenerme tan fácilmente.
―Kraven se detuvo y se rio―. Ian envía saludos.
Rick empezó a gritarle hasta que se dio cuenta de que Kraven había
cortado. Lanzó el teléfono desechable contra la pared, observando cómo se
despedazaba. Sospechaba que Ian había vuelto al club. Kraven sólo lo
confirmó, y Rick sabía que no conseguiría traer de vuelta al hermano de
Dorian.
Pero Ian tomó un segundo plano ante el problema más acuciante.
Tenía una decisión que tomar. Si le decía a Edward acerca de la
unión, Isabelle se convertiría en su pareja para salvarlo. Sabía que lo haría.
Sería la suerte de Rick.
Si no decía nada, Rick se odiaría por el resto de su vida… sin
importar cuan largos sean esos días.
Con una actitud lo bastante grande como para armar un ejército, Rick
caminó hacia la habitación de Edward para contarle las putas noticias.

240
9
Asumo que está en otro idioma, no sé cuál ni qué significa.
Capítulo Veinticinco
Los ojos de Edward se abrieron suavemente. Dolían cuando los
movía. Inmediatamente notó que la habitación estaba bañada en colores
monótonos. Todo estaba opaco, apagado. Como si alguien hubiese pintado
cada pieza del mobiliario, incluyendo la televisión y la lámpara con grises
turbios y negros descoloridos. Nada en la habitación contenía color.
Trató de estirar el brazo para cubrir sus ojos de la suave luz de la
habitación, pero se sentía tan débil, tan drenado. Ni siquiera podía levantar
su cabeza de la almohada. La habitación se mecía, y Edward luchó para
mantener sus ojos abiertos. Le aterraba que, al cerrar los ojos de nuevo, no
volvería a despertar. Incluso su sentido del tiempo era inútil. La última cosa
que recordaba fue desmayarse en el SUV. ¿Cómo terminó de regreso en su
habitación del motel? ¿Cuánto tiempo había pasado?
Revolviéndose, se las arregló al menos para girar su cabeza a un
lado. Había sentido a alguien observándolo, alguien estudiándolo con
dureza. Rick estaba parado junto a la puerta, inclinado contra la pared, sus
brazos cruzados sobre su pecho. No dijo nada, sólo se quedó ahí, sus ojos
grises enfocados en Edward.
―Te estás muriendo. ―Las palabras fueron dichas suavemente, pero
con resolución.
Edward parpadeó sus ojos para decirle a Rick que lo comprendía,
incluso si no quería saber la verdad. Los bordes de su visión se
difuminaron, y Edward empezó a temblar. No podía controlarlo. Ni
siquiera podía mover su cuerpo, estaba tan débil. Pero los temblores eran
atroces, y Edward no estaba seguro si era por la pérdida de sangre o el
miedo a morir. Tal vez ambos. Sentía como si estuviese atrapado dentro de
su propio cuerpo. Sin importar cuanto lo intentara, ni siquiera podía
levantar un dedo.
Este era un final tan lamentable para su ya jodida vida. Había llegado
a este mundo luchando, e iba a irse acostado en una cama, incapaz de
moverse. Incluso el aire a su alrededor se sentía como una jaula. Edward
nunca sintió lastima de sí mismo, ni siquiera en las horas más oscuras de su 241
vida, pero mientras estaba aquí acostado, deseaba haber podido pasar al
menos un poco más de tiempo con Isabelle. Edward deseó haber podido
conocer un poco más de esa felicidad, incluso si fuera sólo un día más.
―¿Quieres morir? ―Rick inclinó su cabeza a un lado mientras se
subía lentamente a la cama, sus ojos nunca dejaron los de Edward.
―No. ―Edward se las arregló para decirlo, aunque salió un
graznido seco. Su garganta se sentía como si estuvieran pasando papel de
lija a través de ella, pero tenía suficiente vida para responderle al hombre.
Sin embargo, ardía como el infierno.
―No me gustas ―dijo Rick, y Edward vio que el hombre lo decía en
serio. Si no estuviera tan malditamente débil, Edward le habría respondido.
Pero como lo estaba, su energía era muy limitada. Ni siquiera podía sentir
algo de aire. Nada a su alrededor, todo estaba quieto.
―Creo que eres la peor cosa que pudo sucederle a mi hermana. Si
fuera por mí, te dejaría morir.
Edward estaba feliz de ver que estaba haciendo amigos, incluso en el
amargo final. El triste hecho era que a Edward había empezado a gustarle
Rick. El hombre no era la persona más simpática, pero observar al tipo por
las pocas semanas anteriores y ayudarlo había suavizado el odio que
originalmente había sentido por este hombre. Viendo la forma en que Rick
se preocupaba por Isabelle incluso había hecho que Edward respetara al
chico, de alguna manera. Trató de reunirse con sus ojos. Estos eran sus
últimos momentos. ¿Por qué no decir la verdad?
―Veo que el sentimiento no es mutuo ―dijo Rick y luego se dio la
vuelta, maldiciendo por lo bajo―. No se supone que me hagas sentir
culpable. ―El desagrado era notorio en su voz, pero Edward podía sentir
algún tipo de resignación saliendo del hombre. Por qué era, no lo sabía.
La visión de Edward se desvaneció.
Estaba acurrucado en una esquina, mirando a su padre, el brillo del
cinturón era visible mientras Edward miraba frenéticamente alrededor,
pero no encontró escapatoria. Su corazón estaba golpeando salvajemente
detrás de sus costillas mientras trataba de mezclarse con la pared.
―Te dije que no cambiaras ―rugió su padre mientras levantaba el
cinturón sobre su hombro―. Vas a pagar por eso.
242
La alucinación cambió a su alrededor y Edward no poseía poder para
detenerla. El que vino fue un recuerdo que había perseguido a Edward por
muchísimos años.
Podía oler el perfume barato en el que ella solía bañarse. Siempre
pensó que era raro ya que los cambiantes tenían un sentido del olfato
intensificado. El olor era nocivo para Edward, haciéndolo sentir mal cada
vez que se acercaba a ella. Empujó su mano en su espalda, haciéndole dar
un paso adelante..
―Te dije que era un chico atractivo ―dijo su madre en un tono
empalagoso que le puso la piel de gallina―. Quiero cien dólares por su
tiempo.
Edward se acurrucó cuando unas rudas manos agarraron su brazo,
tirándolo hacia la habitación. ―Trato hecho.
Luchó por despertarse, por salir de ahí, por cerrar la puerta a los
eventos que habían pasado hace tantos años, todavía sentía como si nunca
fueran a dejar de perseguirlo, como si sólo hubiesen pasado ayer.
―¿Estás conmigo?
Edward abrió los ojos para ver a Rick parado sobre él, con
preocupación en las profundidades de sus ojos grises. Frías y punzantes
lágrimas cayeron de los ojos de Edward, gritando en su cabeza para no
regresar al pasado, para no oír la voz de su padre o las ásperas manos
rozando su joven piel.
―Hey ―dijo Rick suavemente―. No te derrumbes frente a mí,
Edward.
Se odiaba por derrumbarse frente a otro alfa. Edward estaba
mostrando signos de debilidad, y no podía hacer nada con respecto a ello.
Era un cambiante fuerte, y estaba aquí acostado indefenso como un bebé, y
llorando como uno, también. Estaba tan jodidamente indefenso que quería
gritar.
Lo hizo. En su mente. Edward gritó hasta que su voz interna estaba
rasposa y agrietada. No estaba listo para morir. No estaba listo para dejar
esta tierra. Había una última cosa que tenía que hacer y no podía irse hasta
que lo hiciera. ―Isa…
243
―Está aquí. ―Rick dio un paso a un lado para revelar a Isabelle.
Edward trató de hablar, pero sólo salió un lastimoso sonido. Lagrimas
manchaban los ojos color avellana de Isabelle mientras se sentaba en la
cama junto a Edward, acariciando su mejilla con su pequeña mano.
―Lo siento ―masculló Edward. No era la disculpa que se merecía,
pero al menos había logrado decir la palabra. Era la última cosa que tenía
que hacer. Edward tenía que dejar que Isabelle supiera que se arrepentía de
haberla lastimado. Deberían haber tenido una vida, juntos, mucho tiempo
para construir recuerdos. Pero Edward había sido un cobarde y había huido.
Estaba asustado, temía dejar que alguien se acercara, y confiar lo suficiente
como para permitir que creciera el amor que sentía por Isabelle.
Edward deseaba poder decirle todo eso. Deseaba poder tocar su
suave cara y besarla una última vez. Las lágrimas se deslizaron de sus ojos
mientras la miraba, deseando una infinidad de cosas, pero sabía que no
pasarían.
―No te odio ―dijo Isabelle. Secó las lágrimas de sus ojos y luego se
inclinó hacia él, colocando un ligero beso en sus labios. Las lágrimas
estaban calientes mientras se derramaban en su rostro. Edward deseaba
alcanzarla y abrazarla, pero no podía.
Rick suspiró lo bastante alto como para que Edward lo escuchara.
―Si la lastimas de alguna forma, te encerraré en un agujero oscuro por el
resto de tu miserable vida.
Edward no entendió. ¿Cómo podría lastimarla? Se estaba muriendo.
Eso hizo que la amenaza de Rick fuese un punto discutible.
―Hay una forma de salvarte.
Tan débil como estaba, el corazón de Edward dio un golpe extra en
su pecho.
―Isabelle va a aparearse y vincularse contigo.
―No. ―Se las arregló para decir Edward. No podía hacerle eso. No
quería que Isabelle lo hiciera por lastima. No había forma de que fuera a
permitir que se vinculara con él por el resto de su vida.
―Esa es la única manera de salvarte. Si se empareja contigo, 244
entonces vivirás del latido de su corazón. Si mueres, ella muere, y
viceversa. ―Rick se acercó, inclinándose, así su cara estaba a centímetros
de la de Edward―. Destruiré lo que sea con el fin de mantener a mi
hermanita a salvo. Te lo digo ahora. Si haces algo estúpido y te matan,
encontraré una forma de resucitarte para poder matarte yo mismo. ―Su
tono se suavizó, y sus ojos suplicaron―. No me quites a mi hermana.
Edward observó cómo Rick salía del dormitorio, cerrando la puerta
tras él.
―Edward.
De golpe, sus ojos volvieron a Isabelle, Edward esperó.
―Sé que no es la forma en la que debería hacerse. También sé que
no sabes cómo amar o confiar. Pero dime, Edward. ¿Preferirías morir en
vez de enlazar tu vida con la mía?
No. A Edward nada le encantaría más que emparejarse con Isabelle.
Sería una vida que sólo podía esperar vivir. Era tan hermosa, no sólo en su
apariencia, sino en su corazón. ―¿Por qué?
Isabelle sacudió su cabeza, su cabello castaño se deslizó sobre uno de
sus hombros. Edward quería levantar la mano y tocar esas hebras, pasar sus
dedos a través de ellas y tirarlas detrás de sus hombros. Su olor lo rodeaba
por completo, deslizándose a través de sus sentidos como la caricia más
suave. Como el roce de sus dedos.
―No estoy segura de por qué, Edward. ―Mordió su labio inferior y
bajó la mirada a sus manos―. No, eso no es cierto. ―Sus ojos se alzaron, y
el color avellana era más brillante―. Me enamoré de ti. No sé por qué. No
es como si nuestro comienzo fuera el de un romance de novela. Pero por
supuesto, no creo que existan los romances de novela. Pero enfrentémoslo.
Tu idea de conquistar a una mujer es noquearla y secuestrarla.
Edward quería reír. Lucía tan seria, aun así, podía ver el brillo en sus
ojos. Odiaba no tener energía para responderle algo. Pero, ¿qué le diría?
¿Le diría que, también, estaba enamorado de ella? ¿Tendría las bolas para
admitirlo? O mejor aún, ¿tendría las bolas para confiar en ella?
―Voy a enlazarme a ti, Edward. Si de verdad no es lo que quieres,
entonces, dímelo. ―Se inclinó hacia adelante, la mortecina luz en la
habitación se reflejó en sus caninos. Joder si no era la vista más bonita que
había visto jamás. Estaba hipnotizado―. Tomaré tu silencio como un sí.
245
Antes de que Edward pudiera decir nada, Isabelle se inclinó hacia
adelante y mordió su hombro. Edward gimió de dolor. Sabía que debería
haber un dolor mínimo y ese debería transformarse en placer. Pero estaba
débil y no tenía fuerza. Le sorprendía estar todavía con vida. Quería
levantar la mano y ahuecar su cabeza, para ronronearle como gesto de
aprobación. Sabía que era tan malditamente inocente que debería ser un
pecado, y Edward se sentía muy protector en su interior.
Isabelle sacó sus dientes del hombro de Edward y luego echó su
cabello a un lado, exponiéndole su cuello. Edward quería agarrarla y
arrojarla a la cama mientras la reclamaba. Pero no era posible. En su lugar,
Isabelle levantó su cabeza gentilmente y presionó su boca en su suave piel.
Edward usó lo último de su energía para alargar sus caninos y
morder a Isabelle… y luego la habitación se sumergió en las tinieblas.

―No tires este. ―Deluca dejó el móvil en la palma de la mano de


Rick―. No es una de esas porquerías desechables.
Con un rápido asentimiento, Rick giró el teléfono y sonrió para sí
mismo. Puede que no sea un entendido de la tecnología como Edward, o
incluso estos dos hombres, pero maldita sea si todas esas aplicaciones y
colores geniales no hacían que quisiera ir a algún lado y jugar con este
nuevo juguete. ―¿Este teléfono puede ser rastreado? ―Rick ni siquiera
estaba pensando en hacer llamadas. Quería ver que maravillosos juegos
tenía este bebé. Empezó a abrir aplicaciones mientras escuchaba a Deluca.
―Tan pronto como se conecte la llamada, la señal empieza a rebotar
en una serie de torres. Toma un rato filtrarla a través de ellas, así que no te
tardes demasiado o encontraran tu localización.
―Joder, me disparó. Este juego es estúpido.
―¿Estas escuchándome? ―preguntó Deluca.
Rick levantó su cabeza, sonriendo. ―Uh, sí, una serie de torres.
―Deja de jugar a los malditos juegos antes de que acabes la batería.
Ese teléfono sólo es para emergencias. 246
Rick cerró el juego, dándole una mirada divertida a Deluca. El
hombre no lucía impresionado. ―Estaba divirtiéndome un poco. Eso no es
algo que me permita disfrutar en estos días. Así que deja de mirarme como
si fuera un niño rebelde.
Rick vio a Brooke mirándolo, una ligera sonrisa en su rostro. Deluca
sacudió su cabeza. ―Aun así, gastarás la batería.
―No me gustaría que eso ocurriera ―gruñó Rick mientras tocaba la
opción de llamada para llamar a Omar. Deluca le sonrió entonces, pero
Rick lo ignoró y salió para buscar algo de privacidad. Omar respondió al
tercer tono.
―¿Hola?
―¿Qué tan lejos estás? ―Ahora Rick estaba irritado. No sólo
Deluca había hecho llover en su pequeño desfile, sino que sabía que
Isabelle ya estaría emparejada a Edward en este momento. No le gustaba su
cuñado, y ahora estaba unido al chico. Estaba bastante seguro de que su
hermana se molestaría si Rick ataba al hombre a la parrilla de su camioneta
durante la siguiente etapa de su viaje.
―Uh, estamos un poco más retrasados de lo esperado. No estaba
tratando de desobedecerlo, alfa. Es sólo que… Silvia tuvo un pequeño
problema.
―¿Silvia está contigo? ―preguntó Rick.
―Sí, está conduciendo, eso es un hecho. Y no, George no está con
nosotros.
―¿Por qué está contigo? ―Rick sabía que Silvia estaba enamorada
del otro miembro de la manada, George. No podía comprender por qué se
ofrecería como voluntaria para traer a Omar y dejar a George detrás.
―Es bastante complicado. Si quieres, puedo conducir y pasarle el
teléfono.
Rick observó a Brooke y Deluca yendo hacia su camioneta. Brooke
agarró una bolsa de la parte trasera y la llevó a su habitación. ―No, eso no
es necesario. ¿Cuál es tu ETA10?
247
10
ETA: Estimated time of Arrival: tiempo estimado de llegada.
―Alrededor de doce horas desde ahora.
―No te tardes más. Necesitamos movernos.
―Estamos yendo tan rápido como podemos.
―No demasiado rápido. No necesito que los paren. ―Rick colgó,
recordando la advertencia de Deluca de mantener sus llamadas breves.
Llamó a Nate para advertirle que Kraven había matado al decano y había
hecho parecer que él, Mason y Nate habían sido quienes cometieron el
asesinato.
Una vez terminó la llamada con su ejecutor jefe, Rick miró a la
puerta del motel y sonrió, regresando al juego que había comenzado.

Isabelle había tomado una ducha, lavado sus dientes, cepillado su


cabello y había hecho un agujero en la alfombra de tanto pasearse hasta que
estaba lista para gritar. Edward todavía no despertaba. No estaba segura de
cuánto tiempo iba a estar inconsciente, y no saber qué iba a pasar con él
estaba volviéndola loca. Agarró la cubeta de hielo, tratando de darse algo
que hacer. No había una gran cantidad de cosas que pudiera hacer en esta
mierda de motel. Pero sólo sentarse en la cama mirando al chico había
funcionado como una hora, y luego empezó a sentirse inquieta.
Mientras Isabelle llenaba la cubeta de hielo, en su cabeza rondaban
los pensamientos de que estaba emparejada. Emparejada. A Edward. El
pánico trató de resurgir como lo había hecho cuando la mordió por primera
vez, pero mientras tomaba una ducha, Isabelle lo empujó a un lado para
examinarlo después.
Se preguntó si ya era después porque ahora el pensamiento estaba en
la parte delantera de su mente. ¿Qué sabía de él en realidad? Enamorarse
era una cosa. Emparejarse era harina de otro costal completamente
diferente. Esto era enorme. Era colosal. Ahora no había divorcio ni marcha
atrás. Se había emparejado a su secuestrador.
Isabelle sacudió su cabeza. Necesitaba dejar de pensar en él de esa
manera. Conocía sus razones y ahora mismo estaba de acuerdo con ellas,
tan retorcidas como eran. Pero, ¿habría hecho lo mismo si pensara que
248
alguien la había traicionado y abandonado para morir?
Sí. Tan atípico de Isabelle como sonaba, sabía que habría hecho algo
peor. Puede que sólo midiera metro cincuenta y dos y pesara cincuenta y
dos kilos, pero Isabelle tenía un temperamento que rara vez era visto. No
era la pequeña mariposa social que amaba las fiestas como todos pensaban.
Seguro, amaba una buena reunión, pero cuando la fastidiaban, Isabelle no
tenía tolerancia.
Lo contradictorio era que Edward le había hecho eso en un principio.
Había conseguido un buen dolor de cabeza tratando de entender esta
mierda tan complicada. El hecho era, que ahora estaba emparejada. Su vida
dependía de que Edward permaneciera con vida, y viceversa.
Isabelle apoyó su mano en la máquina de hielo, parpadeando unas
cuantas veces mientras las ramificaciones de lo que había hecho la
golpeaban.
Mierda. Si Edward moría, ella también. ¿En qué diablos había estado
pensando? Se había terminado enamorando de Edward, pero, ¿lo suficiente
como para poner esa confianza en sus manos? Isabelle agarró la cubeta de
hielo, sosteniéndola cerca de su pecho mientras regresaba al dormitorio de
Edward, su mente trató de racionalizar lo que había hecho.
Entró en la habitación y encontró la mirada de Edward. La cubeta de
hielo se deslizó de su mano cuando vio sus ojos.
Sus reflejos fueron rápidos. Edward salió de la cama y agarró la
cubeta antes de que golpeara el suelo. A Isabelle no le importaba ni una
mierda el hielo. ―Tus ojos.
Edward colocó la cubeta a un lado y la miró. El corazón de Isabelle
se aceleró mientras rodeaba sus hombros y la acercaba. Su aroma fluyó
hacia sus sentidos, pero estaba… fuera. No era el masculino y salvaje
aroma a bosque como siempre lo había sido. Había algo más ahí, algo
persistente justo debajo de la superficie.
―¿Qué pasa con ellos? ―le preguntó mientras la acercaba y
levantaba a sus pies, frotando su cuello con su nariz.
―Tienen un borde rojo, Edward. Tienes ojos de vampiro. ―Isabelle
se echó hacia atrás, empujando sus hombros para alejarlo de su cuello―.
Déjame verlos. 249
Los encaminó hacia la cama y la acostó en el colchón antes de
acomodarse junto ella. A Isabelle siempre le sorprendía la diferencia entre
sus tamaños. Edward era más de treinta centímetros más alto que ella, y
unos buenos sesenta kilos más pesado. El hombre podía causarle un serio
daño si quería.
Edward alzó su mirada para verla a los ojos y la respiración de
Isabelle quedó atrapada en su garganta. Sus ojos marrón oscuro lucían
misteriosos con los círculos rojos en la circunferencia externa de sus irises.
Había visto ese color en los ojos de los vampiros cuando estaban
hambrientos. Diablos, había sido perseguida por uno cuando tenía doce.
Accidentalmente se había topado con el bastardo hambriento cuando corría
en el patio tarde en la noche, después de que su hermano le dijera que no
saliera. Su gato había salido, y todo lo que Isabelle quería era volverlo a
entrar.
Nunca olvidaría esos ojos, o la forma en la que Enrique había
despedazado a la criatura cuando oyó el grito de Isabelle. Bruno había
estado al lado de Enrique en segundos, ayudándolo. Había quedado tan
sacudida que ninguno de sus hermanos fue a su habitación a regañarla.
―Isabelle. ―Edward dijo su nombre como un susurro en la noche
que fue llevado por la brisa. Instantáneamente olvidó sus preocupaciones y
lo miró, cayendo en las profundidades de sus conmovedores ojos marrones.
―Isabelle ―repitió Edward mientras su cabeza bajaba más.
Esto estaba mal.
Isabelle alejó sus ojos de él y luego empujó sus hombros, pero
Edward era mucho más poderoso que ella. Si no hubiese quedado atrapada
junto a él, prácticamente bajo él, puede que hubiese sido capaz de pelear.
Pero su peso era demasiado, como si hubiese ganado más peso después de
curarse.
―Edward, retrocede ―le advirtió. Cuando sus labios rozando su
cuello, Isabelle golpeó un lado de su cabeza―. ¡Te dije que retrocedieras,
maldita sea!
Sabía que estaba metida en profunda mierda cuando Edward rodó
quedando sobre ella, sujetándola en la cama y mirándola como si fuera su 250
siguiente comida.
Capítulo Veintiséis

Edward luchó para superar el pesado y opresivo hambre que parecía


roer su mente y estómago. Su garganta estaba tan seca que daría cualquier
cosa para aplacar su sed.
Pero de alguna forma sabía que la persona debajo de él era
demasiado importante para lastimarla. Se inclinó hacia adelante, tratando
de inhalar el olor y recordar quien era. Sintió una palmada en su cabeza.
―Retrocede o voy a gritar.
Edward tomó una bocanada de aire y su mente se aclaró lo suficiente
para reconocer el aroma de Isabelle. ¿Qué demonios estaba haciendo? La
tenía sujeta bajo él, listo para… ¿qué?
―Edward, mírame.
Edward la miró, viendo sus grandes ojos color avellana mirándolo.
Miraba a Edward de forma extraña. Pero no pudo seguir mirándola mucho
tiempo. Sus ojos se deslizaron a su garganta, observando la enorme vena
latiendo en su cuello. Su garganta se apretó y Edward luchó contra la
abrumadora urgencia de morder.
Quería morderla.
Quería beber de ella y terminar con esta sed eterna.
¿Qué diablos estaba mal con él?
―Isabelle, por favor… corre.
Sólo se quedó ahí acostada, mirándolo con sus enormes ojos color
avellana, la inseguridad nadando en sus profundidades.
―¡Corre!
Se retorció para salir de debajo y corrió hacia la puerta mientras
Edward luchaba para no moverse, para no perseguirla, para no drenarla
hasta dejarla seca. 251
Le dio una última mirada antes de salir volando de la habitación.
Edward se desmoronó sobre la cama, sujetando su estómago, sudando
profusamente mientras luchaba con lo que sea que estuviera pasándole.
Dolía. Dolía como el infierno. Se sentía como si el interior de Edward
estuviera reformándose, remodelándose y haciendo su mejor esfuerzo para
matarlo. Había sentido dolor antes. Sabía que se sentía como si estuviera
cerca de la muerte.
Esto era mucho peor.
Edward sentía como si estuvieran desgarrándolo de adentro a afuera.
La cama ahora estaba empapada mientras se retorcía, cada musculo en su
cuerpo se sentía como si lo hubiesen cortado con una navaja de afeitar.
―¡Edward!
Podía oír la voz de Rick, pero Edward ya no era capaz de ver. La
única cosa que podía hacer ahora era sentir. Sentir su cuerpo tratando de
destrozarse.
Y entonces saltó.
Rick trató de moverse fuera del camino, pero Edward era más rápido,
más veloz incluso que la conocida velocidad de un cambiante. El impulso
los llevó a ambos al suelo, Rick se golpeó la cabeza en la cómoda cuando
cayeron.
Edward olió la sangre, y su cuerpo reaccionó incluso antes de que su
cerebro captara lo que estaba haciendo. Unas manos lo tiraron, alejándolo
de ese dulce aroma antes de que pudiera cenar en él. Lo tiraron hacia atrás
sobre la cama mientras Edward luchaba por liberarse.
Estaba tan malditamente hambriento que quería matar a todos los que
estaban en la habitación y beber de ellos.
―¡Atenlo!
―Necesita alimentarse.
―¿Qué mierda quieres decir con que necesita alimentarse?
Edward fue sujetado por algo tan pesado que no podía moverse, no
podía liberarse. Todo lo que quería era detener el dolor en su garganta, en 252
su estómago y en su cabeza.
―Mira sus putos colmillos.
Edward dejó de luchar y se quejó. Dolía. ―Isabelle.
―Oh, claro que no. No va a ninguna parte cerca de tu culo.
Edward jadeaba pesadamente mientras estaba ahí acostado, tratando
de salir de la niebla en la que su mente estaba envuelta, luchando contra
ella con todo lo que poseía, pero no la alejó por completo. ―Quiero a mi
pareja.
―Eso no va a pasar, Edward. No hasta que descubramos qué diablos
está mal contigo ―dijo Rick. Su voz estaba más cerca, como si estuviera
parado justo junto a la cama. Edward inhaló el olor de la sangre, y su
garganta se sentía como si estuviera ardiendo.
―Déjame intentar algo ―dijo Isabelle.
―De ninguna manera ―gritó Rick―. ¿Quieres convertirte en una
maldita adicta a los colmillos?
―¿Puedes simplemente escucharme?
Edward sólo estaba allí acostado, medio escuchando. Quería sangre.
Necesitaba sangre. Se estaba muriendo por ella.
―No quiero alimentarlo directamente de mi vena. Puedo llenar una
taza y dejarlo beber de ella.
―No me gusta ―protestó Rick―. Esta mierda no me gusta ni un
poco. Kraven no dijo nada sobre que Edward se convertiría en un maldito
vampiro.
―¿Su corazón todavía está latiendo? ―preguntó Isabelle.
Edward sintió una mano presionándose en su pecho. Quería morder
ese brazo.
―Todavía está latiendo ―respondió Deluca.
―¿Cómo diablos es un vampiro y su corazón todavía late?
―preguntó Rick.
―Todavía respira, también. Con fuerza ―les dijo Deluca. 253
―Siéntalo.
Edward enroscó sus brazos alrededor de su cintura, el dolor era tan
inmenso que sentía como si se estuviera muriendo. Quería morir si eso
detenía el dolor. La habitación de repente fluyó con un aroma dulce, dulce
sangre, y Edward se perdió. Luchó contra los que lo mantenían sujeto,
luchó por liberarse. Quería.
―Aquí, bebe esto.
―No ―dijo Rick―. Yo le daré la taza. No te quiero a su alrededor
ahora mismo.
A Edward no le importaba quien le daba la taza. Sólo quería la
maldita sangre. Sintió el borde del vaso tocando sus labios, y Edward
envolvió sus dedos a su alrededor, bebiéndola codiciosamente. El dolor
empezó a cesar, y su garganta ya no se sentía como si estuviera
exprimiendo cada aliento de sus pulmones.
Mientras bebía hasta la última gota, Edward fue capaz de pensar un
poco más claramente. Sus manos sintieron el vaso. Su lengua saboreó la
sangre. Sus sentidos captaron una herida en la habitación.
Edward arrojó la vaso, disgustado consigo mismo.
Había bebido sangre.
Había anhelado sangre.
¿Qué diablos estaba mal con él?
―¿Te sientes mejor? ―preguntó Isabelle.
Edward la vio de pie al otro lado de la habitación, Mason y Howard
parados frente a ella.
Como si eso fuera a ayudar. Asintió y luego miró alrededor de la
cama en la que estaba sentado para ver a Deluca, Brooke, Dorian, Miguel y
Benito parados ahí, observándolo. Miguel y Benito estaban en sus formas
de hombre lobo. ¿Habían hecho falta tres humanos y dos cambia formas
para sujetarlo? ¿Había llegado tan lejos?
Rick estaba parado junto a la cama, luciendo como si estuviera listo
para saltar a la acción si tuviera que hacerlo.
254
―¿Qué pasó? ―Su garganta ardía y dolía un poco, pero Edward lo
ignoró. Necesitaba respuestas.
―Dínoslo ―dijo Rick―. Isabelle vino corriendo a mi habitación
diciendo que eras un vampiro fuera de control.
Edward miró a Isabelle. Estaba tratando de pasar alrededor de
Mason, pero no se apartaba de su camino. Edward entrecerró sus ojos hacia
el cambia formas jaguar. ―Aléjate de mi pareja.
―Es para su protección ―respondió Rick―. No estamos seguros de
lo que está pasando, o podría pasar.
Edward levantó su mano, e Isabelle empujó a Mason a un lado,
apresurándose hacia él. Todos en el dormitorio observaron a Edward
envolver sus brazos alrededor de su cintura. No estaba seguro de qué estaba
pasando dentro de él, pero necesitaba tenerla cerca, sostenerla en sus brazos
porque estaba a punto de volverse loco.
Mientras se acurrucaba en sus brazos, Edward notó que algo había
cambiado en su olor, pero no estaba seguro de qué. Y no estaba actuando
como la bola de fuego que era normalmente a su alrededor. Preguntaría
esas cosas cuando estuvieran solos. Toda la habitación estaba mirándolo de
manera sospechosa. No podía culparlos considerando la manera en la que
había actuado, pero lastimar a Isabelle era la última cosa que tenía la
intención de hacer.
―Estoy bien ―dijo Edward con una voz más estable―. No estoy
seguro de qué está pasando, pero ya pasó.
―Eso es porque te alimentaste ―señaló Dorian.
Edward se giró hacia la pareja de Rick y notó el disgusto en su
rostro. ―¿Odias a los vampiros?
―Mi hermano es un adicto a los colmillos. ¿Tú qué crees? ―Su
respuesta fue cortante y llena de desprecio―. ¿Te gustarían los vampiros si
alguien a quien amaras fuera adicto a los colmillos?
Edward se dio la vuelta.
―¿Por qué no llevas a Miguel y Benito de regreso a nuestra
habitación? ―le dijo Rick a su pareja―. Mason, Howard, ¿acompáñenlos?
Rick quería estar a solas con él, y Edward no estaba seguro de que 255
quisiera la misma cosa. Podía ver la tensión en Rick. El hombre apenas
podía contenerse. No les pidió a los dos soldados que se fueran. Edward se
dio cuenta de eso.
La habitación se vació y Edward se quedó mirando a Rick mientras
éste se sentaba en la mesita junto a la ventana. Deluca y Brooke se
quedaron a los pies de la cama, sus brazos a los lados, pero su postura
tensa.
―¿Se supone que ahora tengo que dejarte con Isabelle, Edward?
―empezó Rick―. ¿Se supone que ahora tengo que confiar en que no vas a
drenarla?
―La urgencia se fue ―admitió Edward.
―Porque te alimentaste. ―Deluca le recordó lo que Dorian ya había
señalado.
―No puedes mantenerla alejada de mí ―dijo Edward con un
gruñido sutil―. Es mi pareja.
―Estoy sentada justo aquí ―dijo Isabelle mientras se sentaba, pero
Edward tensó sus brazos, negándose a dejarla ir de su regazo.
―Sabía que esto era una mala idea ―dijo Rick mientras se
enderezaba―. Sabía que no debería haberse emparejado contigo.
―Demasiado tarde ―replicó Edward―. Lo que está hecho, hecho
está.
―¿Por qué estás siendo tan imbécil? ―preguntó Rick.
―Porque si fuera por ti, Isabelle nunca se acercaría a mí de nuevo.
―¿Puedes culparme?
Edward odiaba el hecho de que no podía. Rick sólo estaba cuidando
de su hermanita. Era algo que cualquier hermano haría, o debería hacer. Es
sólo que odiaba que su hermano fuera un maldito alfa. Habría hecho las
cosas muchísimo más fáciles si Rick fuera uno de los miembros más
débiles de la manada. Pero por supuesto, para empezar Edward no habría
ido tras Isabelle si Rick no hubiese sido el alfa.
―Eso creí ―declaró Rick. 256
Dorian entró en la habitación, mirando a todos antes de caminar
hacia Rick. ―Omar está aquí.
Rick miró a Edward, y Edward sabía que el hombre no quería irse de
la habitación. ―Deluca, Brooke, ¿pueden quedarse con Edward?
―No necesito una jodida niñera ―protestó Edward.
―Hasta que no sepa la magnitud de lo que está pasando contigo, o
lidias con tus niñeros o Isabelle viene conmigo.
―Déjalo así ―le dijo Isabelle―. Sólo está tratando de protegerme.
Edward vio como Rick y Dorian se iban y luego volvió a mirar a
Isabelle. ―Antes peleabas contra su dominante protección, pero ahora estás
de acuerdo. ¿Me tienes miedo, princesa?
Deluca y Brooke caminaron hacia la mesa que Rick había
abandonado y tomaron asiento, metiéndose en su propia conversación.
Edward sabía que estaban tratando de darles privacidad… o tanta como
podían en esta pequeña habitación de motel.
―No ―respondió Isabelle―. Pero estabas fuera de control, Edward.
¿Qué tal si pasa de nuevo? Te amo, pero no quiero ser adicta a ti.
Edward se quedó ahí sentado sorprendido. Esta era la primera vez
que le decía esas palabras por completo. Le había dicho que se había
enamorado de él, pero nunca esas dos palabras. Este era un momento muy
privado, y Edward quería que Deluca y Brooke salieran de la habitación.
Sabía que, ya que Omar había aparecido, se irían apenas saliera el
sol, y Edward quería pasar esas horas a solas con su… pareja. Maldición,
estaba emparejado. Había dicho la palabra cuando había discutido con
Rick, pero verla aquí sentada en su regazo y saber que ahora tenían un
vínculo hizo que su mente volara.
―Estoy a punto de joder a mi pareja, así que, si tienen que quedarse,
al menos dense la vuelta.
Los dos lucían impresionados, e Isabelle golpeó a Edward en su
pecho, sus mejillas brillaban con un ardiente rojo.
―Nosotros… uh… no podemos irnos. ¿No puede esperar? 257
―preguntó Brooke.
Edward le dio una mirada cuestionadora y el hombre se encogió de
hombros.
―No estás a punto de… ―La protesta de Isabelle murió cuando
Edward selló su boca con sus labios. Se giró, montándose a horcajadas en
su regazo mientras Edward colocaba sus manos en su espalda,
sosteniéndola cerca. Todo lo que realmente quería era sostenerla y dejar
que sus formas de cambiante supieran que estaba a salvo. Edward nunca
quería dejarla ir. Nunca quería que llegara a dejar su lado de nuevo.

258
Capítulo Veintisiete
Rick se sentó en la pequeña mesa en su habitación del motel,
comiendo la comida para llevar que Mason había traído para todos. Era
buena, pero Rick estaba harto y cansado de la comida para llevar. No podía
quejarse ya que, era incapaz de conseguir una comida casera en los
alrededores.
Omar se sentó en el piso junto a la puerta, observando a Rick, sus
rodillas levantadas y sus manos escondidas en su estómago. El chico lucía
como si no estuviera seguro si debería estar asustado o no. Estaba haciendo
que Omar esperara, porque, uno, se estaba muriendo de hambre. Con todo
lo que había estado pasando, Rick no había tenido oportunidad de comer.
Su pareja estaba sentada delante de él, devorando los dos trozos de pollo de
la cena. Siempre y cuando Dorian estuviera bien cuidado, Rick quedaba
satisfecho.
Pero eso no detenía su hambre.
Dos, no estaba muy seguro de qué decirle al hombre. Comprendía
por qué Omar hizo lo que hizo, pero no podía dejar que la traición quedara
sin castigo. Omar debería haberle dicho a alguien. De hecho, podía haberle
dicho a Nate. Su ejecutor jefe no habría permitido que el detective
básicamente violara a Omar con chantaje.
Benito y Miguel estaban sentados en el piso junto a la cama
comiendo y mirando la televisión. Howard estaba comiendo sentado en la
cama. Usualmente, a Rick no le gustaba que nadie estuviera en la cama que
compartía con su pareja, pero Howard era más viejo, menos capaz de
manejar el piso, y era el padre de Dorian. Y Benito y Miguel, estaban en la
cama en cada oportunidad que podían conseguir, tocando a alguien
mientras hablaban o miraban la televisión. Era un punto discutible decir
algo ahora.
Pero Omar estaba sentado de espaldas a la cómoda y Silvia parada
junto a la puerta, luciendo incómoda. Rick le había ofrecido tomar asiento
en la cama con Howard, pero había declinado la oferta. Para ser honesto,
Rick estaba feliz de que se negara. Era bastante extraño tener a Omar, 259
Silvia y Dorian juntos en una habitación. Omar y Silvia habían sido los
otros dos candidatos para la pareja alfa.
Omar no miraría a Dorian, y Silvia seguía mirando entre Rick y
Dorian. Finalmente empujó el contenedor de polietileno a un lado y limpió
sus manos con una de esas servilletas baratas que tenían los locales de
comida rápida. Esas servilletas no limpiaban ni una maldita cosa, pero aun
así la gente se limpiaba las manos por hábito.
Rick se levantó y caminó hacia el baño, lavando sus manos antes de
mirar a Omar. Todavía no estaba seguro qué estaba haciendo Silvia aquí, y
sabía que no quería hablar en frente de todos.
Cuando Rick emergió del baño, vio a Omar viendo a Mason de
forma curiosa.
―Entonces, ¿quieres explicarme por qué sentiste necesario manejar
este chantaje por tu propia cuanta?
Omar miró a todos y luego posó sus pálidos ojos azules en Rick.
―No voy a esconder nada de la manada. Lo que hiciste los puso en
peligro a todos. Tienen derecho a saber.
Omar se puso de pie, secando sus manos con nerviosismo en la parte
delantera de sus pantalones antes de encontrarse con los ojos de Rick.
―Cuando me preguntaste qué estaba mal allá en Wallington, estaba de mal
humor porque el detective ya estaba chantajeándome.
―Así que ¿por qué no me dijiste entonces? ―preguntó Rick.
―Estabas ocupado tratando de asegurarte de que nadie se comiera a
tu pareja.
Rick sacudió su cabeza. ―Eso pasó después de que te pregunté. Si
me mientes, no te va a gustar, Omar.
―Estaba asustado ―admitió Omar―. Tenía miedo de que si no
hacía lo que decía, todos pagarían.
―Entonces, ¿decidiste manejar las cosas solo? Por lo que me
dijeron, te salió el tiro por la culata. Interrogaste a los miembros de la
manada acerca de donde estábamos mi pareja y yo. Ya estabas listo para 260
entregarme a Dorian y a mí para… ¿qué?
Mason se sentó más derecho, un ceño profundo en su rostro. Miró de
Rick a Omar. ―Dos mujeres de mi manada están muertas porque se
negaron a abandonar la esperanza en tu alfa ¿y tú estás listo para
entregarlo? ―Las palabras eran amenazantes, llenas de disgusto mientras
Mason miraba a Omar―. Deberías estar muerto por tratar de traicionar a
tu alfa y su pareja.
Rick alzó su mano. ―Esta es mi manada, no la manada a la que
perteneces. Aprecio profundamente el sacrificio que hicieron, y no quedará
sin reconocimiento.
―No lo hicieron por reconocimiento. Mi manada lo hizo porque
creen en ti. Creen que terminarás esta guerra. ―Mason miró a Omar una
vez más―. Eran extrañas para ti, aun así no se dieron por vencidas.
―Ondeó una mano en dirección a Omar―. ¿Él es parte de tu manada y
trata de dejarte solo?
―¡No lo abandoné! ―Se defendió Omar.
―Vigila tu lengua, niño ―declaró Mason firmemente―. Si me
hablas así de nuevo, te mataré yo mismo.
Rick estaba un poco anonadado por Mason. El hombre se estaba
tomando esto más a pecho que Rick. Se volteó hacia Omar. ―Pudiste
haber pedido ayuda. Pero en su lugar dejaste que el hombre usara tu cuerpo
con la esperanza de ganar la información que tenía contra nosotros. Dime,
Omar. ¿Jamás se te ocurrió que podía tener copias escondidas en alguna
parte?
Omar frotó la parte posterior de su cuello y asintió. ―Pero no estaba
seguro de qué hacer.
―Para un estudioso, no estabas pensando claramente ―dijo Rick.
Eso provocó que tuviera que castigar al hombre. Rick odiaba exponer al
chico ante todos. Pero si dejaba que Omar se alejara sin manejar las cosas
él mismo, tan malo como fuera, entonces no sería el alfa del que su manada
dependía en estructura y guía.
―Ahora tu rango es de juvenil, Omar. Hasta que pueda confiar en ti
de nuevo, los hombres y mujeres con nosotros mantendrán un ojo sobre ti.
Si sospechan que tratas de traicionarnos, te mataré. 261
Omar asintió rápidamente.
―Tú, afuera ―le dijo a Silvia. Sabía que tenía que lidiar con ella
con firmeza o no le diría lo que estaba pasando―. Dorian, ven.
Dorian se levantó y siguió a Rick sin quejarse. Sólo se veía tan
curioso cómo se sentía Rick. Cuando Rick cerró la puerta detrás de Dorian,
se giró hacia Silvia. ―Ahora, ¿qué pasó para que dejaras a George y estés
aquí con nosotros?
Silvia miró a Dorian, como si realmente quisiera que no estuviera
aquí.
―Es mi pareja, Silvia. Sabe todo lo que sé.
Retorció sus manos y luego se inclinó contra un pilar junto a las
escaleras que conducían a las habitaciones del segundo piso. ―George está
ayudando a la policía.
Rick frunció el ceño. ―¿Ayudándolos cómo?
―Está identificando a los cambia formas en la lista del detective,
diciéndoles dónde encontrar a los miembros de la manada que han
abandonado sus casas ―dijo, las lágrimas se reunieron en sus ojos.
Rick tiró a Silvia entre sus brazos y la confortó. Podía sentir cuan
perturbada estaba por toda la situación. La soltó y la sostuvo a un brazo de
distancia. ―Sabes que tengo que llamar a Nate y dejar que lo sepa.
―¡No! ―gritó―. Nate lo matará.
―Está ayudando a la policía a arrestar a los miembros de la manada,
Silvia. ¿Qué quieres que haga, que le dé una palmadita y le diga que fue un
mal hombre?
Silvia se apartó y secó sus ojos. Rick no podía hacer nada por
George. El hombre había traicionado a la manada y estaba ayudando a la
policía. Rick quería gritar. Su manada estaba cayéndose a pedazos, y ni
siquiera podía volver a Shelton para solucionarlo todo. Si mostraba su cara
ahí, probablemente sería asesinado apenas lo vieran. No arrestado. Ni
enviado al centro de detención. Una bala en la cabeza.
―Lo lamento, Silvia, pero George se lo buscó.
Silvia gruñó y fue tras Rick, gritándole que lo vería muerto antes de 262
que alguien lastimara a George. Antes de que Rick pudiera agarrarla,
Dorian había empujado una pistola contra su vientre, mirando a la loba.
―No lo creo. Retrocede de una puta vez o te disparo en el culo, perra.
¿En qué maldito momento fue que Dorian sacó la Smith & Wesson
de la camioneta? Bien, su pareja se estaba volviendo un poco malditamente
cómoda cargando esa cosa. Iba a tener que hablar con el hombre después
acerca de usar el arma como su primer recurso.
―¡No dejaré que le hagas daño! ―gritó.
―¿Entonces por qué diablos viniste? ―preguntó Dorian―. ¿Por qué
lo abandonaste si no querías que lo lastimaran?
Rick se dio cuenta demasiado tarde por qué se había ofrecido a traer
a Omar. Vio el acto que estaba tratado de hacer por lo que realmente era.
―Porque nos tendió una trampa ―susurró Rick mientras el pánico
empezaba a hacerse cargo―. ¿No es así?
Silvia parpadeó hacia Rick con ojos inocentes, entonces la mirada se
apartó mientras sonreía. ―Era la única forma de asegurar que George y yo
nos quedábamos fuera del centro de detención.
―¡Puta! ―dijo Dorian antes de levantar la pistola y golpearla en la
cabeza, que cayó de golpe al suelo.
―Tenemos que salir de aquí. ―Rick miró a Silvia y quiso matarla
por su traición. Parecía que estaban pasando muchas cosas en su manada.
Rick se preguntó si alguno tenía un gramo de honor. Parecía que desde que
todo comenzó, todos los colores falsos estaban empezando a salir―. Ve a
decirle a Isabelle y a los otros que tenemos que irnos.
Dorian asintió mientras Rick se apresuraba a su habitación.
―¡Reúnan su mierda, ahora! ―ordenó―. Silvia era un señuelo.
Probablemente el Escuadrón de la Muerte, o uno de los grupos de
mercenarios ya anda cerca. ―Todos se levantaron y gruñeron.
―Díganle a los otros que pongan sus culos en movimiento ―le gritó
a Howard antes de agarrar sus pertenencias y las de Dorian del piso. Rick
había aprendido a nunca desempacar. Tal vez tuvieran que irse enseguida,
como ahora, y desempacar significaba que tendría que volver a empacar. El
tiempo era precioso.
263
Benito y Miguel fueron los primeros en llegar a la camioneta,
arrojando sus bolsas en la parte trasera. Deluca y Brooke estaban ayudando
a Edward e Isabelle a meterse en el Hummer.
―No quiero estar separados de ellos ―le gritó Rick a Deluca.
―Y tampoco puedes hacer que quepan todos en tu camioneta
―respondió Deluca.
Mientras el resto de la gente con él salía de sus habitaciones,
pertenencias en mano, Rick dio una zancada hacia el humano. ―Si algo le
pasa a mi hermana o a su pareja, arrancaré la cabeza de tus hombros.
―Entendido ―dijo Deluca con un tono firme―. ¿Qué quieres hacer
con la Bella Durmiente? ―Asintió hacia Silvia.
―Deja su culo ahí.
Rick miró al auto de Silvia y luego decidió no usarlo. Conseguirían
un nuevo vehículo cuando llegaran a donde sea que fueran. Rick recordó
que tenía que reunirse con una manada de hombres coyote en Kentucky en
su camino al centro de detención de Ohio. Al parecer iban a llegar más
temprano de lo esperado. Los hombres coyote no eran una raza con la que
Rick realmente quisiera lidiar. Siempre había una posibilidad del cincuenta
por ciento de ser traicionados en vez de recibir ayuda. Pero Rick tenía que
intentarlo. Necesitaba tanta gente de su lado como pudiera conseguir.
Todos subieron a sus vehículos mientras Rick y Deluca salían del
estacionamiento del motel y se dirigían hacia su siguiente destino.

El teniente comandante John Freedman oró para que Deluca y


Brooke sacaran a Enrique y a su gente a tiempo porque estaban llegando al
motel en donde se estaban quedando los fugitivos. Middleton había
recibido una llamada hace unas cuantas horas antes acerca de la posible
localización de los sospechosos. Freedman sabía que algunas personas en la
manada de Enrique estaban traicionándolo.
No había otra explicación para las pistas que estaban recibiendo.
Freedman sabía que si no hubiese enviado a Deluca y Brooke a ayudarlos, 264
Enrique y la gente que estaba con él no durarían mucho tiempo.
Middleton estaba determinado a encontrarlo.
Freedman sólo deseaba saber dónde estaba Henderson. El hombre ya
debería haber vuelto. Ni siquiera contestaba su teléfono.
Freedman le echó un vistazo a Middleton mientras conducía a las
afueras de la pequeña entrada del motel y se preguntó si tenía algo que ver
con el retraso de Henderson.

265
Capítulo Veintiocho
Había sido un largo viaje. Todo lo que Edward quería hacer era salir
de la camioneta. Rick había intercambiado vehículos cuando cruzaron la
frontera de Tennessee, y habían estado conduciendo toda la noche desde
ahí.
El amanecer se aproximaba más temprano, y Edward empezó a
preocuparse. ¿Si realmente se había convertido en un vampiro, el amanecer
no lo mataría? ¿Realmente quería averiguarlo? No realmente.
―Oye, Brooke, ¿vas a encontrar un lugar para descansar?
―preguntó Edward desde el asiento trasero del Hummer. Estaba sentado
en la diagonal de Brooke, quien estaba conduciendo. El hombre observó el
camino y luego su reloj. El chico lo captó rápido.
―Nos detendremos en el siguiente motel que pasemos.
Edward se reacomodó, pero sus nervios estaban demasiado agitados
como para relajarse. No ayudaba a su estado de ánimo que su tiempo con
Isabelle fuera cortado abruptamente. Gracias a dios que todavía tenían su
ropa puesta cuando Dorian entró a buscarlos. El chico necesitaba aprender
a tocar antes de… aunque Deluca y Brooke se había negado a irse.
―Aquí estamos ―dijo Brooke mientras entraba en el
estacionamiento con una señal de neón que decía Habitaciones Libres.
Deluca salió, y Edward vio que Miguel y Howard habían salido de la
camioneta de Rick también.
Los tres vinieron unos minutos después y Deluca le entregó la llave
electromagnética a Edward. ―Estáis en la habitación 221. ―Edward podía
ver la forma en la que el hombre no hacía contacto visual, y supo de
inmediato lo que estaba pasando.
―Déjame adivinar. ¿Tú y Brooke estáis en la habitación 221
también?
―Habla con Rick ―respondió Deluca mientras caminaba hacia la
parte trasera de la camioneta y sacaba su bolsa. ―No es como si estuviera 266
saltando de diversión por aquí. Ser niñera no es parte de mi trabajo.
―¿Entonces por qué lo estás haciendo? ―preguntó Edward mientras
salía de la camioneta y cerraba la puerta tras él―. ¿Te gusta observar a la
gente teniendo sexo?
A Deluca le tomó un minuto captar lo que Edward le estaba
preguntando. ―No realmente, pero Rick dejó muy claro que no vamos a
dejarte solo hasta que sepa, sepamos, exactamente qué está mal contigo.
―Estoy caliente. Eso es lo que está mal conmigo ―respondió
Edward.
―Lo siento ―respondió Deluca. El chico lo miró y luego suspiró―.
Mira, Brooke y yo buscaremos algo para comer. Eso te dará cerca de una
hora. Después de eso, no puedo garantizar nada.
Edward caminó alrededor del lado del conductor y abrió la puerta
trasera, recogiendo a Isabelle del asiento trasero. Estaba profundamente
dormida. Había tratado de mantenerse despierta tanto tiempo como pudo,
pero estando tanto tiempo en la carretera, no había mucho más que hacer
aparte de dormir. ―Estamos recién emparejados ―le dijo a Deluca por
encima de su hombro―. Danos una hora y media.
Deluca asintió. ―Seguro que puedo encontrar algo que hacer durante
una hora y media.
Edward sacudió su cabeza mientras caminaba hacia las escaleras e
iba a la habitación 221. Deslizó la tarjeta y luego usó su hombro para abrir
la puerta. La habitación estaba oscura, así que Edward golpeó el interruptor
de la luz junto a la puerta y luego caminó hacia una de las dos camas,
tirando los cobertores hacia atrás y acomodando a Isabelle.
Tomó una ducha rápida porque no había tomado una desde antes de
su “incidente” y se sintió diez veces mejor cuando volvió a entrar en el
dormitorio. Isabelle aún estaba en la misma posición en la cual la había
dejado.
Edward sonrió mientras se secaba con la toalla, dando grandes
zancadas hacia la cama. Se paró ahí por un momento, mirando su pequeño
cuerpo, preguntándose por qué ya no estaba asustado de que estuviesen
emparejados. No lo estaba. La única cosa que podía hacer era mirarla y
preguntarse si podría ser el hombre que necesitaba. Isabelle Marcelo no era 267
una mujer dócil, y Edward sabía en su corazón que no quería a un hombre
dócil.
¿Pero podría hacerla feliz?
―¿Dónde estamos? ―murmuró mientras sus ojos revoloteaban
intentando abrirse. Edward se encontró con su mirada, sus ojos color
avellana se percataron de su cuerpo desnudo, y entonces la habitación se
llenó con el olor de su excitación. Inhaló profundamente. Nunca se cansaría
de ese olor.
―En un motel en algún lugar de Tennessee. ―Edward se arrastró en
la cama junto a ella, arrojando la toalla al piso. Las manos de Isabelle
fueron automáticamente a su pecho, sus cálidas manos contra su piel
desnuda. La lengua de Edward penetró su boca y se deslizó con un gemido
desigual, sus manos se deslizaron bajo su blusa. Su olor lo llenó. Se sentían
como años desde que la había tenido. Se arqueó en su toque, empujando
sus pequeños pechos en sus manos.
Edward se alejó de ella, bajando su mirada hacia sus manos contra su
piel bronceada. ―Qué bonitos. Están tan llenos, tan hinchados. ―Rodó un
pezón entre sus dedos, sonriendo cuando gimió, sus ojos entrecerrándose.
Besó la concha de su oreja, lamiendo alrededor de la delicada piel―. Dime,
Isabelle ―susurró en su oído―, ¿me deseas?
―Sí ―siseó mientras una de sus piernas se levantaba y se apoyaba
en la suya―. Dios, sí.
Edward la acarició con sus manos subiendo por su cuerpo,
levantando aún más la blusa hasta que Isabelle tuvo que levantar sus brazos
para que él pudiera quitarla. La arrojó a un lado para que descansara junto
con la toalla desechada, y luego sus dedos rozaron a lo largo de la pretina
de sus pantalones. La quería desnuda. Necesitaba su piel contra la suya.
Rodó a su espalda cuando Isabelle se sentó, pateando sus zapatos y
quitándose sus calcetines, y luego se quitó sus pantalones. Era la imagen
más sexy que había visto. Finalmente, bajó su ropa interior por sus piernas,
y Edward luchaba para no tomarla ahí.
Las bragas de encaje se deslizaron mientras se giraba hacia él, sus
ojos se arrastraron sobre su pecho. Contuvo el aliento mientras se inclinaba
hacia adelante y empezaba a besarlo. Los pequeños besos ligeros como
plumas fueron posados en sus pectorales, y luego empezó a bajar los besos
por su estómago. Sabía a donde se dirigía esto, y su estómago se tensó 268
mientras pasaba la punta de sus dedos sobre esos hombros desnudos,
alentándola, dejándole saber cuánto quería esto.
Alzó su mirada hacia él cuando alcanzó su ombligo, con inseguridad
en sus ojos. Edward sabía que era su primero, y maldición si no era
excitante que experimentara con él. Agarró la base de su erección,
deslizando la cabeza por sus labios. Isabelle los abrió, sus ojos aún
centrados en los suyos mientras tomaba la cabeza de su polla en su boca.
Tenía exprimida la base de su polla con el fin de no correrse. Lucía erótica
como el infierno mientras lo chupaba.
Su otra mano se enganchó en su cabello mientras deslizaba su lengua
en la rendija, sus gemidos llenaron la habitación. Las terminaciones
nerviosas en su polla estaban electrificadas mientras lo tomaba más
profundo en su boca, su lengua jugando a lo largo de las venas y la dura
longitud mientras Edward jadeaba y gruñía. Se movió junto a él, que giró
de espaldas. Isabelle se acomodó a horcajadas sobre su pierna, su húmedo
coño contra su piel mientras chupaba su pene.
No tenía el control que necesitaba para hacer que durara. Sus labios,
boca y lengua estaban conduciéndolo a la locura. ―Isabelle. ―Dijo su
nombre mientras luchaba por refrenar su deseo de correrse en su
garganta―. Ven aquí, princesa. Ven a mí. ―Porque si no lo hacía, esto
terminaría antes de empezar.
Tan atrayente como era la idea de que saboreara su semilla, quería
correrse en su coño. Observó cómo su respiración disminuía mientras su
polla se deslizaba de entre sus hinchados labios, y trepaba por su cuerpo
como una pequeña gatita. El movimiento no era nada más que pura
seducción.
Le agarró las caderas mientras bajaba para unir sus labios. El placer
agonizante de tenerla sobre él, su húmedo coño contra su estómago,
abrasando a través de su cuerpo. Liberó una mano de su cadera y luego
posicionó la cabeza de su polla en su húmeda entrada. Edward inhaló
agudamente cuando ella bajó.
Los dedos de Isabelle se enterraron en sus hombros mientras la
extendía lentamente, sintiendo su polla hundirse profundamente en su
interior. Casi se sentía como llegar a casa. El calor envolvió su eje
instantáneamente, haciendo que Edward gimiera.
―Ven aquí, bebé. ―Edward agarró su cabeza, uniendo sus labios. 269
Cubrió su boca con la de ella, y luego agarró sus caderas, embistiendo duro
y profundo en su cálida y húmeda vagina. Sus lenguas danzaron, saboreó a
Isabelle y bebió de ella. Su control estaba siendo puesto a prueba mientras
ella succionaba su lengua. Gruñó en su boca, sintiendo descender sus
caninos. Su puma estaba tratando de emerger, de reclamarla.
Edward rodó, colocando a Isabelle bajo él mientras embestía con
más fuerza en su interior, sintiendo que su bestia trataba de liberarse. Los
cambiantes tomaban a sus parejas de manera salvaje, y Edward estaba
intentando hacer su mejor esfuerzo para ser gentil, pero su control se estaba
deslizando demasiado rápido.
―Por favor, no me muerdas ―le rogó contra sus labios mientras lo
sujetaba.
―Sólo son mis caninos, bebé, sólo mis caninos. ―No bebería de
ella. Edward se negaba a convertir a su precioso bebé en una adicta a los
colmillos. No sería capaz de lidiar con el hecho de que la había convertido
en una drogadicta. Jamás. Nunca le haría eso. Era la primera persona, la
única persona a la cual había permitido acercarse, y se negaba a destruir su
confianza.
Deslizó sus labios a lo largo de su mandíbula y luego bajó por su
cuello, besando su garganta antes de arañar sus caninos sobre su hombro.
Isabelle se estremeció debajo de él. Edward enganchó sus brazos debajo de
sus rodillas y abrió sus muslos más ampliamente antes de morder su
hombro. Isabelle gritó mientras se metía más en su interior.
El olor de su pareja llenó sus pulmones, y entonces Edward olió el
aroma subyacente que había percibido antes, sólo que esta vez… Edward
disminuyó sus empujes, tomando otra profunda respiración. Su corazón
tartamudeó cuando finalmente supo lo que había olido en ella. Sacó sus
dientes y miró sus desenfocados ojos.
―Edward ―dijo mientras envolvía sus brazos alrededor de su
cuello, tirándolo hacia abajo para un beso. Edward la besó, sus caderas se
curvaron mientras metía su pene aún más profundo, y luego se impulsó en
su interior, llenándola, acariciando el abrasador calor de su cuerpo.
Edward liberó sus piernas y deslizó sus manos bajo su cuerpo,
levantándola mientras se inclinaba hacia atrás, envolviendo sus brazos a su
alrededor. Isabelle estaba embarazada de su hijo. Podía oler el ligero aroma
a lo largo de su piel. Apretó sus dientes ante las sensaciones mientras 270
seguía empujando. No estaba seguro de qué sentir. Las cosas estaban tan
jodidas a su alrededor que Edward temía traer un niño a este mundo. Y
luego su propia infancia llegó a su mente.
―¿Edward? ―Isabelle se echó hacia atrás, mirándolo―. ¿Pasa algo
malo?
Edward la abrazó con más fuerza, casi aplastándola mientras sus
emociones se apresuraban en una mezcla de felicidad y completo terror.
―Estás embarazada, Isabelle.
Su sonrisa vaciló en su rostro mientras lo miraba. Habían dejado de
moverse, sentada en su erección como si ésta ni siquiera estuviera ahí.
―¿Cómo lo sabes? ―preguntó por fin.
―Puedo olerlo en tu piel, bajo tu piel, en todo tu alrededor. ―Posó
una mano en su espalda, alejando el cabello de su cara―. ¿Estás asustada?
―No estaba seguro de qué decir, pero tenía que quitar esa mirada perpleja
y desconcertada de su rostro.
Sólo asintió. Se veía… aturdida.
Edward enterró su rostro en su cuello, enterrando su polla más
profundo en su cuerpo, tratando de hacer su mejor esfuerzo para que
olvidara por un momento. No estaba seguro de cómo sentirse, y estaba
aterrado de que lo rechazara ahora que sabía que estaba esperando a su
hijo. Las manos de Isabelle recorrieron su espalda y rozaron su cabello,
tirando de las hebras mientras la tomaba.
Su cuerpo se arqueó, su boca se abrió en un grito bajo mientras se
estremecía con el placer que le estaba dando. Un rayo de calor quemó a
Edward mientras su pene se sumergía en su coño mojado una y otra vez.
Edward se inclinó y metió uno de los duros pezones en su boca,
rodando su lengua alrededor de la carne hinchada. Isabelle gritó, agarrando
su cabello con más fuerza mientras Edward la mordía con gentileza.
―Oh… dios… Edward.
Edward agarró sus caderas, empalándola en su polla mientras jugaba
con la carne, lavando la piel sensible. Ella se arqueó, gimió y lo montó con
fuerzas.
271
Su princesita aprendía rápido. Ahora estaba montándolo sin ayuda,
impulsando su propio cuerpo. Edward gruñó ante el apretado agarre en su
pene, sintiéndolo en sus bolas.
Sus labios se movieron a su oreja, su lengua danzó alrededor de ella
sensualmente mientras luchaba por respirar, Isabelle estaba haciendo que se
derritiera. Una vez más su control se deslizaba bajo su pasión.
Edward empujó hacia adelante, acostando a Isabelle sobre su espalda
mientras entraba en ella, necesitaba la cercanía, la tranquilidad, y maldita
sea, necesitaba su liberación.
Ambos temían que ella se volviera adicta a él, pero Edward sabía que
ya era adicto a ella. No había manera de que pudiera vivir sin ella. Era un
bálsamo en su alma atormentada, una luz en la oscuridad en la que vivía, y
el solaz en la locura de su vida.
La sostuvo mientras gritaba su liberación. Su cuerpo convulsionaba y
se retorcía contra el suyo. Lo llenó la ternura, y sabía que mataría a
cualquiera que dañara a su pareja. Era el centro de su universo y la única
persona a la que amaba de verdad.
Edward dio unos cuantos empujes más antes de correrse. Gruñó su
liberación y luego enterró su nariz en su cuello.
Y entonces, otra hambre empezó a arrastrarse por su garganta.
Edward se alejó de ella, arrastrándose lejos de la cama, haciendo su
mejor esfuerzo para alejar la dulce esencia de él. Podía sentir sus caninos
retrocediendo y en su lugar apareciendo sus colmillos.
―Tus ojos ―dijo Isabelle sin aliento―. Tienes hambre.
Edward se bajó de la cama, su espalda golpeó la pared mientras
miraba su pelo enmarañado, sus grandes ojos color avellana, y su pequeño
cuerpo mientras se sentaba en la cama mirándolo. No sentía la necesidad de
decirle que corriera, pero el hambre no era algo que pudiera ignorar. Lamió
sus labios mientras sus ojos se enfocaban en el pulso en su cuello.
Isabelle se deslizó de la cama, caminó hacia la cómoda, y agarró uno
de los vasos envueltos en plástico. No dijo nada mientras entraba al baño y
cerraba la puerta. Edward se deslizó por la pared, agarrando sus rodillas, 272
aferrándolas a su pecho y maldijo al vampiro que le hizo esto. Ya era
bastante malo ser un fenómeno de la naturaleza. Era un mestizo. Ahora era
un maldito chupasangre también. ¿Qué más le iba a lanzar el destino?
Y entonces Edward pensó en su hijo. ¡Joder! ¿Por qué estaba
pasándole todo esto? ¿Qué había hecho tan mal para merecer esta mierda?
Su vida ya estaba bastante jodida. No necesitaba arrastrar a Isabelle en todo
esto.
Su cabeza se levantó cuando se abrió la puerta del baño. Isabelle
salió y le entregó el vaso. Estaba lleno de su sangre. ―Bebe, Edward. ―Se
arrodilló junto a él, pasando su mano sobre su cabeza mientras tomaba el
vaso.
―¿Cómo puedes soportarme? ―preguntó y luego bebió hasta que el
vaso quedó vacío. Quería darle la espalda, avergonzado de su nueva
necesidad.
―Porque te amo, Edward. No pediste esto. Fuiste atacado. Sólo
porque tus necesidades han cambiado no significa que te daré la espalda.
Sabía que decía eso debido al vínculo. No lo amaría así si no
estuvieran emparejados. ¿Cómo podría? Era una jodida abominación.
Desafiaba las leyes físicas sólo por ser quien era. Nunca antes había
existido un vampiro cambia formas. Edward sabía que era el primero. Sin
embargo, estaba ahí arrodillada mirándolo como si sostuviera el mundo en
sus manos para dárselo. Edward atrajo a Isabelle, inhalando su aroma ahora
que su hambre había sido aplacada. Sabía que nunca amaría tanto a alguien
más, así de fuerte, así de profundo.
―Vamos, tigre. Necesitamos bañarnos antes de que regresen
nuestras niñeras.
La miró y se preguntó cómo podía tener un humor tan ligero.
―Isabelle, estás emparejada a un fenómeno y llevando a su hijo. ¿Cómo es
que puedes bromear en un momento como este? ―parpadeó cuando lo
golpeó con fuerza en la parte posterior de su cabeza.
―No eres un fenómeno. No quiero volver a oírte hablar así de ti
mismo. Ahora, vamos a bañarnos antes de que regresen.
Se levantó y volvió a abrazarla, mirándola a sus ojos color avellana.
―De verdad me amas, ¿no es así?
273
Isabelle tironeó de Edward hasta que estuvo sentado en el borde de la
cama. ―Primero que todo, es difícil hablar contigo cuando estás parado
frente a mí. Eres casi treinta centímetros más alto que yo, y mi cuello no
puede aguantar tanta tensión.
Le sonrió.
―Segundo ―dijo mientras colocaba una de sus manos en su
estómago plano. Edward sólo miró su mano, preguntándose cómo se vería
hinchado con su hijo en su interior, y no pudo evitar sonreír. Sabía que
haría un trabajo muchísimo mejor que sus padres cuando criara a su hijo.
Edward iba a asegurarse de ser el mejor padre posible―. Segundo, me
enamoré de mi secuestrador. Eso tiene que ser lo más extraño del mundo.
Cualquier cosa después de eso es un juego de niños.
La miró con admiración. ¿Cómo había terminado con una mujer tan
maravillosa? Ambos giraron sus cabezas cuando los primeros rayos del sol
se filtraron en la habitación. La débil luz tocó el brazo de Edward, pero no
se sentía como si ardiera. Sólo se sentía cálida y maravillosa.
―Supongo que ahora sabemos que puedes salir durante el día
―bromeó Isabelle.
Edward levantó la mano, y dejó que los rayos de luz jugaran en su
palma, luego le sonrió a su pareja y supo que la mujer a la que había
noqueado, secuestrado y emparejado, no sólo podía confiarle su corazón,
sino su vida. La atrajo más cerca, abrazándola, y agradeciendo, a quien sea
que le escuchara, por su princesa.

Rick se paró afuera mientras observaba el amanecer. Sorbió de su


taza de café y miró al horizonte. Casi estaban en el centro de detención, y
rezaba para salir con vida. Primero se detendrían en Kentucky, pero una
vez que hubiesen terminado con los hombres coyote, tendría lugar su
misión más importante.
Dorian caminó hacia él, sosteniendo el periódico matutino. Su pareja
se paró junto a él y luego deslizó un brazo alrededor de la cintura de Rick,
observando el amanecer con él. Rick no tenía idea de lo que traería el 274
futuro. Su manada se estaba cayendo a pedazos, y por lo que Nate le había
reportado, la mayoría había sido arrestada.
La única cosa que puso una sonrisa en la cara de Rick esta mañana
fue el hecho de que Nate se había encargado de George. El bastardo se
merecía lo que había recibido y más. Rick sólo desearía haber sido el que
se encargara de terminar con la vida de ese miserable hijo de puta.
Rick tomo otro sorbo de su café. Se reunirían con los hombres
coyote esta noche.
Dorian suspiró junto a él y Rick sintió como si pudiera tomar el
mundo. Se inclinó y besó la frente de su pareja, sintiendo que el amor que
tenía por Dorian lo rodeaba. ―Vamos, Jesse James11. Descansemos un
poco.
Dorian se rio entre dientes mientras se giraba hacia su habitación de
motel, y Rick vio el arma en la pretina de los pantalones de su pareja.
Sacudió su cabeza mientras entraba en su habitación para encontrar a
Miguel y Benito dormidos en la otra cama. Esta vez no había discutido
cuando insistieron en compartir una habitación con su alfa y su pareja. Rick
sabía que los tiempos eran inciertos y los juveniles necesitaban estar
alrededor de ellos.
Sólo que esto iba a hacer las cosas muchísimo más complicadas
cuando quisiera joder a su pareja.
Miró al baño y sonrió. ―¿Necesitas una ducha?
Dorian le sonrió, y una conocedora mirada entró en sus bonitos ojos
color café. ―Desesperadamente.
Fin

275
11
Fue un forajido estadounidense y el integrante más famoso de la banda de asaltantes James-Younger.
Créditos

Phoenix

Drawde

Mila

Clau

Morgana

Rasv 276

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