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° 01-2019/CIJ-116
En el Perú, aunque para el ordenamiento jurídico penal rige en primer lugar como fuente
del derecho la ley, la jurisprudencia - decisiones emanadas de órganos jurisdiccionales-
ha cobrado notoria importancia en la última década. Si bien existían ya con el -hoy
derogado- Código de Procedimientos Penales y la aún vigente Ley Orgánica del Poder
Judicial determinados dispositivos legales que autorizaban la emisión de
pronunciamientos de los órganos jurisdiccionales penales de la Corte Suprema de Justicia
en los que se fijaran criterios interpretativos que podían declararse vinculantes en sentido
vertical -para los jueces de otras instancias- u horizontal -para los jueces de la propia
máxima instancia nacional-, es con la vigencia del Código Procesal Penal del 2004 y la
práctica de su aplicación que el desarrollo jurisprudencias toma nuevos bríos con la
pretensión de unificar criterios a través del dictado de sentencias de casación, acuerdos
plenarios e incluso sentencias plenarias casatorias, que se sumarían a las ya conocidas
ejecutorias supremas recaídas en recursos de nulidad y a las sentencias plenarias, que se
emitían bajo la vigencia de la legislación derogada.
Así, uno de los instrumentos más utilizados por la Corte Suprema de Justicia son los
denominados acuerdos plenarios, pronunciamientos cuya base normativa se encuentra en
lo establecido en el artículo 116 del Texto Único Ordenado de la Ley Orgánica del Poder
Judicial, que no se generan a partir del conocimiento de un determinado proceso sometido
-por la vía recursal- a la competencia de dicha instancia, sino cuyo origen viene
representado por una selección, identificación y debate de temas de interés para la
aplicación de una determinada institución jurídico-penal, en cuyo proceso de desarrollo -
de hasta tres fases- participa la comunidad académica, las instituciones involucradas en
la administración de justicia y la sociedad civil. A través de estos pronunciamientos se
establece lo que se ha venido a llamar doctrina legal, nomenclatura que alude a dos
componentes de la naturaleza de estos criterios: la construcción dogmática que se efectúa
respecto de la institución que se aborde y la vinculabilidad de la línea interpretativa que
se asuma.
Este presupuesto es relacionado con una nota característica tanto de las medidas de
coerción en general, como de esta en particular: la intervención indiciaria. Es decir, toda
medida que pretenda incidir en la esfera de derechos de una persona sometida a
investigación o procesamiento, deberá estar fundada en determinado caudal de elementos
que permitan evidenciar que existe una probabilidad de existencia material del delito
como de vinculación del procesado con su comisión como autor o partícipe.
En el caso de la prisión preventiva, al ser la medida de coerción más lesiva del derecho a
la libertad personal estos elementos tienen el carácter de fundados y graves lo que supone
que de acuerdo con la tesis fiscal existe una alta probabilidad de condena del procesado,
estimación con la que debe coincidir el juez de investigación preparatoria -competente
para el conocimiento del requerimiento de prisión preventiva y sus eventuales secuelas-
si es que decide imponer la medida a las resultas de la audiencia correspondiente.
Estos elementos de convicción, conforme el acuerdo plenario bajo análisis, deben aportar
información o datos de carácter objetivo y no meras conjeturas, puesto que el vehículo
para que sean introducidas en el proceso ha tenido que ser la realización de los actos de
investigación propios de la investigación -tanto las diligencias preliminares, como en su
caso, la investigación preparatoria formalizada-, y por ello nunca surgen de la
imaginación fiscal sino que se derivan de las diligencias realizadas con todas las garantías
reconocidas en la Constitución -principalmente en el artículo 139- y en el Código Procesal
Penal -esencialmente en su título preliminar-.
El segundo requisito y el que guarda una estrecha relación con el fine constitucionalmente
legítimo que se persigue con la medida -el desarrollo regular del procesamiento, que
incluye la presencia del procesado y la eficacia de la ejecución de la sentencia-, es el
denominado peligro procesal, el cual se encuentra diferenciado en la ley en dos
dimensiones específicas: peligro de fuga y peligro de obstaculización. En el acuerdo
plenario de marras se afirma respecto de ambas dimensiones que los elementos que
sustentan el peligro procesal deben ser de carácter objetivo y tener un correlato con las
circunstancias del hecho o del procesado, sin que se admitan meras hipótesis con carácter
general.
En esta línea de razonamiento, respecto del peligro de fuga se desarrollan todas las
categorías que permiten asumir su configuración, de conformidad con lo establecido en
el artículo 269 del Código Procesal Penal; a saber, respecto del peligro de fuga: (i) la
existencia de un arraigo insuficiente en sus dimensiones más conocidas: domiciliario,
laboral y familiar, (ii) la gravedad de la pena que espera imponerse, (iii) la magnitud del
daño causado, (iv) el comportamiento del imputado en el proceso o anterior, (v) la
pertenencia del imputado a una organización criminal; respecto del peligro de
obstaculización, la capacidad del procesado para: (i) destruir o alterar elementos de
prueba, (ii) influir en testigos o peritos para alterar la información que puedan aportar,
(iii) influir en terceros para que realicen las dos conductas precedentes.
Respecto del peligro procesal de fuga, la comprobación del arraigo requiere una exclusión
de la posibilidad de ubicación certera del procesado para su concurrencia durante el
proceso, una vinculación estrecha con la zona geográfica en la que se efectúa el
procesamiento, sea por las actividades que realiza la persona como por la existencia de
personas cuyo bienestar y subsistencia dependan de esta y por tanto actúen como
disuasores de una eventual motivación desertora. No existen límites o prohibiciones
respecto de los medios por los cuales el procesado puede acreditar que posee un arraigo
de calidad suficiente -salvo claro la afectación de derechos de terceros-, siendo que
considero que el acuerdo plenario debió señalar claramente que el Ministerio Público no
solo puede limitarse a recabar la declaración del imputado y sobre la base de la actividad
de aportación o no de su defensa respecto de documentos que permitan corroborar su
versión, se afirme la inexistencia de arraigo de calidad, pues si precisamente uno de los
fundamentos para afirmar la configuración del peligro procesal de fuga en el
requerimiento fiscal es la negación de la calidad del arraigo del imputado, esto no solo
debe ser una conjetura fiscal por oposición a la inactividad de la defensa técnica sino debe
estar corroborado mínimamente por actos de investigación.