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EL CUERPO DE LOS CONDENADOS Y LOS MEDIOS DEL

BUEN ENCAUZAMIENTO – FOUCAULT

El cuerpo de los condenados

En primer lugar, Foucault describe el caso de un hombre acusado de


regicidio (pues mató al rey) y parricidio (pues mató al padre de la
patria), cuyo castigo fue la tortura. La misma es descripta con
escalofriantes detalles, para luego ser contrastada con un reglamento
para un reformatorio de París, en el cual las tareas eran estrictamente
separadas en tiempo por el ruido de tambores: un suplicio y un empleo
del tiempo con una distancia de sólo 75 años.

Es entonces cuando se dan diversas modificaciones. Una de ellas es


la desaparición de los suplicios. Existe hoy cierta inclinación a
desdeñarla; quizá, en su época, dio lugar a demasiadas
declamaciones; quizá se atribuyó demasiado fácilmente y con
demasiado énfasis a una "humanización" que autorizaba a no
analizarla. En unas cuantas décadas, ha desaparecido el cuerpo
supliciado, descuartizado, amputado, marcado simbólicamente en el
rostro o en el hombro, expuesto vivo o muerto, ofrecido en
espectáculo. Ha desaparecido el cuerpo como blanco mayor de la
represión penal.

Durante fines del siglo XVIII y principios del XIX, la sombría fiesta
punitiva se extinguió.

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En esta trasformación, han intervenido dos procesos:

- La desaparición del espectáculo punitivo: El castigo se convierte


en un acto de administración o procedimiento, algo oculto. Esto
lleva consigo varias consecuencias: el castigo abandona el
dominio de la percepción casi cotidiana para entrar en el de la
conciencia abstracta; se pide su eficacia y no su fatalidad; es la
certidumbre de ser castigado, y no ya el teatro abominable. Es
feo ser digno de castigo, pero es poco glorioso castigar.
- El relajamiento de la acción sobre el cuerpo del delincuente:
Desaparece el cuerpo como blanco mayor de la represión penal.
Aunque la prisión, la reclusión, los trabajos forzados, la
deportación entre otras, son penas “físicas” y recaen sobre el
cuerpo, la relación de éste con el castigo no es la misma que la
que se da en los suplicios. El cuerpo se encuentra aquí en
situación de instrumento o de intermediario, si se interviene
sobre él es para privar al individuo de una libertad considerada a
la vez como un derecho y un bien. El sufrimiento físico, el dolor
sobre el cuerpo mismo no son ya elementos constitutivos de la
pena. Como efecto o consecuencia de este cambio los técnicos
(médicos, vigilantes, psiquiatras, educadores, capellanes)
relevan de su cargo a los verdugos, garantizando que el cuerpo
y el dolor no son los objetivos últimos de la acción punitiva.

De este doble proceso son testigos los rituales modernos de la


ejecución capital. Una muerte que no dura más que un instante, que
ningún encarnizamiento debe multiplicar por adelantado o prolongar

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sobre el cadáver, una ejecución que afecta a la vida más que al
cuerpo.

El cuerpo ya no es el objeto de la penalidad en sus formas más


severas, ahora es el alma. Al dejar de lado el castigo en el cuerpo,
debe suceder un castigo que actúe en profundidad sobre el corazón, el
pensamiento, la voluntad. El alma del delincuente no se invoca en el
tribunal a los únicos fines de explicar su delito; si se la convoca, con
tanto énfasis, es realmente para juzgarla, a ella al mismo tiempo que
al delito, y para tomarla a cargo en el castigo.

Hay que situar los sistemas punitivos en cierta "economía política" del
cuerpo: incluso si no apelan a castigos violentos o sangrientos, incluso
cuando utilizan los métodos "suaves" que encierran o corrigen,
siempre es del cuerpo del que se trata de su utilidad y de su docilidad,
de su distribución y de su sumisión.

Los medios del buen encauzamiento

El poder disciplinario tiene como función principal enderezar


conductas. No encadena las fuerzas para reducirlas; lo hace
para multiplicarlas y usarlas. Lleva sus procedimientos de
descomposición hasta las singularidades. “Encauza” las
multitudes móviles, confusas, inútiles de cuerpos y de fuerzas
en una multiplicidad de elementos individuales. La disciplina
“fabrica” individuos como objetos y como instrumentos de su
ejercicio. No es un poder triunfante, es un poder modesto que

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funciona según el modelo de una economía calculada y
permanente.

El éxito del poder disciplinario se debe al uso de instrumentos


simples: la inspección jerárquica, la sanción normalizadora y
su combinación en un procedimiento específico: el examen.

La vigilancia jerárquica

El ejercicio de la disciplina supone un dispositivo que coacciona por el


juego de la mirada; un aparato en el que las técnicas que permiten ver
inducen efectos de poder y donde, de rechazo, los medios de coerción
hacen claramente visibles aquellos sobre quienes se aplican.

Estos observatorios tienen un modelo casi ideal: el campamento


militar, como una ciudad apresurada y artificial. El campamento es el
diagrama de un poder que actúa por el efecto de una visibilidad
general. Durante mucho tiempo se encontrará en el urbanismo, en la
construcción de ciudades obreras, de hospitales, de asilos, de
prisiones, este modelo del campamento o al menos el principio
subyacente: el encaje espacial de las vigilancias jerarquizadas.

Una arquitectura que ya no está hecha simplemente para ser vista,


sino para permitir un control interior, articulado y detallado. El viejo
esquema simple del encierro y de la clausura comienza a ser
sustituido por el cálculo de las aberturas, de los pasos y de las
trasparencias.

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El aparato disciplinario perfecto permitiría a una sola mirada verlo todo
permanentemente: ojo al cual nada se sustrae y centro hacia el cual
están vueltas todas las miradas.

El poder disciplinario, gracias a la vigilancia jerarquica, se convierte en


un sistema “integrado” vinculado del interior a la economía y a los fines
del dispositivo en que se ejerce. Se organiza también como poder
múltiple, automático y anónimo; su funcionamiento es el de un sistema
de relaciones de arriba abajo, pero también de abajo arriba: vigilantes
perpetuamente vigilados. El poder en la vigilancia jerarquizada de las
disciplinas no se transfiere como una propiedad; funciona como una
maquinaria.

La organización piramidal le da un “jefe”, pero es el aparato entero el


que produce “poder” y distribuye los individuos en ese campo
continuo. Esto permite al poder disciplinario ser indiscreto, siempre
alerta, no dejando ninguna zona de sombra y controlando a aquellos
mismos que están encargados de controlarlo; y discreto ya que
funciona en silencio. Gracias a las técnicas de vigilancia, la “física” del
poder, el dominio sobre el cuerpo se efectúan de acuerdo con las
leyes de la óptica y de la mecánica, con todo un juego de espacios,
líneas, pantallas, y sin recurrir, en principio al menos, a la violencia.

Sanción Normalizadora

- En el centro de todo sistema disciplinario funciona un


pequeño mecanismo penal. En el taller, en la escuela, en el
ejército, reina una verdadera micropenalidad del tiempo, de la

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actividad, de la manera de ser, de la palabra, del cuerpo y de la
sexualidad. Al mismo tiempo se utiliza, como castigos, una serie
de procedimientos sutiles, que van desde el castigo físico leve, a
privaciones menores y a pequeñas humillaciones. Se trata de
hacer penables las fracciones más pequeñas de la conducta.

- Pero la disciplina lleva consigo una manera específica de


castigar, y que no es únicamente un modelo reducido del
tribunal. Lo que compete a la penalidad disciplinaria es la
inobservancia, todo lo que no se ajusta a la regla. El orden que
los castigos disciplinarios deben hacer respetar es de índole
mixta: es un orden “artificial”, dispuesto por una ley, un
reglamento, pero también definido por procesos naturales y
observables: la duración de un aprendizaje, el tiempo de un
ejercicio, que es también una regla.
- El castigo disciplinario tiene por función ser correctivo,
reduciendo las desviaciones. Al lado de los castigos tomados
directamente del modelo judicial, los sistemas disciplinarios dan
privilegio a los castigos del orden repetitivo. El efecto correctivo
esperado pasa accesoriamente por la expiación y el
arrepentimiento; se obtienen directamente por el mecanismo de
un encausamiento de la conducta.
- El castigo disciplinario es un elemento de un sistema doble:
gratificación-sanción. La calificación de las conductas y de las
cualidades a partir de dos valores opuestos del bien y del mal; se
tiene una distribución entre polo positivo y polo negativo.

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- La distribución según los rangos o los grados tiene un doble
papel: señalar las desviaciones, jerarquizar las cualidades,
competencias y aptitudes; pero también castigar y recompensar.
La disciplina recompensa por los ascensos; castiga haciendo
retroceder y degradando. El rango por sí mismo equivale a
recompensa o castigo.

Examen
El examen es una mirada normalizadora, una vigilancia que permite
calificar, clasificar y castigar. La superposición de las relaciones de
poder y de las relaciones de saber adquiere en el examen toda su
notoriedad visible.

El examen va acompañado de un sistema de registro y de


acumulación documental. De esta forma, el individuo se constituye en
objeto descriptible, analizable, que se estudia en sus rasgos
particulares y en su evolución individual; y por otra parte se constituye
un sistema comparativo que permite el estudio de fenómenos globales
y la descripción de grupos. Asimismo, El examen, rodeado de todas
sus técnicas documentales, hace de cada individuo un "caso": un caso
que a la vez constituye un objeto para un conocimiento y una presa
para un poder. La descripción en un documento tiene como fin una
utilización eventual.

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