Está en la página 1de 19

¿OTELO

1. OTELO  7. MARINERO 2 
2. ANTONIO  8. BRABANCIO
3. RODRIGO  9. DESDEMONA 
4. YAGO 10. EMILIA 
5. MONTANO  11. BIANCA 
6. DUX 12. MARINERO 1 
ACTO PRIMERO
ESCENA I
RODRIGO. - ¡Basta Yago! ¡El moro recién casado con Desdémona, no puedo creer que tú
supieras y no me hubieras dicho nada…! Acaso ¿no sentías odio por él?
YAGO. – ¡Ay… ¡Yo no sabía nada... créeme que lo odio! Tres coroneles fueron a pedirle que
me hiciera su teniente, que me subiera de rango. Pero Otelo el moro, inflado de orgullo, rechazó
la demanda con gesto ampuloso, les dice «Ya he nombrado a mi oficial». ¿Y quién es el
elegido? Pardiez, todo un matemático un tal Miguel Casio, un florentino (casi condenado a
mujercita), que jamás puso una escuadra sobre el campo ni sabe disponer un batallón mejor que
una hilandera…
RODRIGO. – ¡El colmo! Yo antes sería su verdugo. Entonces ¿Por qué sigues sus órdenes?
YAGO. – Pierde cuidado. Tengo mis razones Rodrigo… yo, tengo mis razones. Yo sirvo al
moro para servirme de él. Ni todos podemos ser amos, ni a todos los amos podemos fielmente
servir. Aparentemente puedo ser el criado humilde, le sirvo y me sirvo a mí mismo. Dios sabe
que no actúo por afecto ni obediencia, sino que aparento por mi propio interés. Pues ya verás
qué pronto llevo el corazón en la mano para que piquen los bobos. Yo no soy el que soy.
RODRIGO. - Si todo le sale bien… ¡Vaya suerte la del Moro! [In dicha] Esta es la casa de
Desdémona, ¿por qué teníamos que venir aquí?
YAGO. – Llama al padre, despiértalo, entrégalo al moro despiértalo, acósalo, cuéntale que su
hija se casó con un extranjero, ponlo a mal con los parientes de ella, y, si vive en un mundo
delicioso, inféstalo de moscas; si grande es su dicha, inventa ocasiones de amargársela y dejarla
deslucida.
RODRIGO. – [Grita] ¡Eh, Brabancio! ¡Señor Brabancio, ehhh!
YAGO. – ¡Despertad! ¡Eh, Brabancio! ¡Ladrones, ladrones! ¡Cuidad de vuestra casa, vuestra
hija y vuestras bolsas! ¡Ladrones, ladrones!
Aparece Bramancio
BRAMANCIO. – ¿Ladrones aquí? [se asoma a una ventana] ¿A qué se deben esos gritos de
espanto? ¿Qué os trae aquí?
RODRIGO. - Señor, ¿vuestra familia está en casa?
YAGO. – ¿Y las puertas bien cerradas?
BRABANCIO. - Te voy a matar, Rodrigo.
RODRIGO. – Máteme si quiere, señor. Pero antes déjeme decirle algo: solo dígame que usted
sabía que su hija se había casado con Otelo… Si, con el general Otelo, un negro sin patria y sin
hogar.
BRABANCIO. - Iré a despertar a mi hija, Rodrigo. Para taparte la boca para siempre. Luego, te
meteré en la cárcel.
YAGO. – Adiós, Rodrigo, voy a reunirme con Otelo. Izaré frente a él la bandera falsa de mi
afecto y mi obediencia… Ahora es tu turno: preocúpate de conducir a Bramancio y a todos los
suyos, armados hasta los dientes, hasta el mismísimo bar inglés. Ahí les tenderemos una trampa.
Ahí estaré yo, reunido, conversando con el moro.
ESCENA II

CORO. - Yago y Otelo deciden salir a conversar del Bar inglés hacia a la calle. Yago pregunta
a Otelo sobre su matrimonio con Desdémona. Otelo afirma su casamiento y le manifiesta el
gran amor que los une. Cambio de luces, al mismo tiempo que se oye a todo volumen la
algarabía completa del Bar Inglés. Luego de un rato, deciden salir a conversar a la calle. Yago

2
pregunta a Otelo sobre su matrimonio con Desdémona. Otelo afirma su casamiento y le
manifiesta el gran amor que los une. (Se oyen pasos). Súbitamente Otelo y Yago desenfundan
sus pistolas y apuntan hacia un costado desde donde entra Cassio.
CASSIO. - ¡Soy Miguel Cassio, mi general!
OTELO. – [Alegrándose] ¡Cassio!
CASSIO. - [Se cuadra] ¡Me alegra verlo mi general! El Dux requiere de su presencia
inmediata. Urgente. Vientos de guerra mi general. La mayoría de los cónsules ya están en el
Palacio de Gobierno. Todos lo esperan a usted.
RODRIGO. - [A Bramancio] ¡Ese es el moro señor! [Apunta a Otelo]
Los tres desenfundan sus pistolas y apuntan hacia un costado, desde donde entran
Brabancio, Rodrigo. Los dos bandos se apuntan, con sus armas
OTELO. - ¡Bajen sus armas! Buen señor, se obedecerá mejor al prestigio de su edad que a la
amenaza de sus balas.
BRABANCIO. - ¡Tú, ladrón! ¿Dónde has escondido a mi hija? ¿Cómo la engañaste? ¿Qué
drogas le diste para doblar su voluntad? Solo con el oscurecimiento total de su entendimiento
pudo haber ido a parar a tus brazos, mono malévolo y oscuro. ¡Tú la drogaste, desgraciado! ¡Yo
te llevaré a la justicia! [a sus hombres] ¡Aprésenlo! ¡Dispárenle si se resiste!
 Los dos bandos levantan sus armas.
OTELO. - ¡Bajen sus armas! [a Brabancio] Yo no tengo problemas en responder a sus
acusaciones, señor. ¿Dónde quiere que vaya?
BRABANCIO. - Ahora, a la cárcel. Espera allí a que los jueces te hagan comparecer.
OTELO. - No puedo. El Dux requiere de mi presencia inmediata, señor.
CASSIO. - [a Brabancio] Asuntos de Estado, digno señor. El Dux citó a todo el Consejo. A
usted también lo esperan en Palacio, señor.
BRABANCIO. - ¡¿Qué cosa?! ¡El Dux en Consejo! ¿¿A esta hora de la noche??
ESCENA III
Es la Cámara del Consejo, en el Palacio de Gobierno.
DUX. - Una negra nube se cierne sobre el cielo de Venecia.
SECRETARIA. - Ciento cuarenta naves de los turcos se dirigen hacia Rodas.
DUX. - No lo creo, Senador. Chipre es el objetivo del turco.
SECRETARIA. - Los reportes señalan a Rodas, señor.
 Entran Brabancio, Otelo, Yago, Rodrigo y oficiales.
DUX. - ¡Una vez más, Otelo!
OTELO. - Mi señor.
DUX. - ¡Una vez más vamos a necesitar de tu privilegiada visión de estratega, de tu animal
agilidad en la batalla!
OTELO. - ¡Qué sucede señor?
DUX. - ¡Los turcos! ¡Una negra nube otomana comienza a oscurecer el cielo transparente de
Venecia! [ve a Brabancio] ¡Brabancio!
BRABANCIO. - Mi señor.
DUX. - Me alegro que hayan podido encontrarlo. Bienvenido. Vamos a necesitar de su consejo,
mi buen Brabancio. Créame.
BRABANCIO. - Y yo del suyo, mi buen Dux. Créame. Y de su ayuda. Tendré que comenzar
por perdonarme, porque no me trajeron hasta aquí mis funciones en el Consejo ni la gravedad de
los actuales asuntos de Estado, que no desconozco ni miro en menos. A mí me levantó el dolor,
mi buen Dux. El dolor de mis propios asuntos personales me sacó del lecho y me puso en pie,
aunque ahora en pie malamente logro sostenerme.
DUX. - ¡Qué pasa?
BRABANCIO. – Mi hija señor, me la sedujeron, me la robaron y pervirtieron, llenándole la
cabeza de pájaros oscuros y el cuerpo de fármacos que atontan y debilitan.
DUX. - Sea quien fuere el que la dopó y embrujó, sufrirá la aplicación del sangriento libro de la
Ley, en la más implacable de sus interpretaciones.
BRABANCIO. – [apunta a Otelo] Ése es el hombre.
SENADOR 2. – ¡Cáspita! Pausa

2
DUX. - [A Otelo.] ¿Qué dices, Otelo?
OTELO. - Muy reverendos y nobles señores, muy altos y sagaces dueños de la Ciudad… Es
verdad que me llevé a la hija de este anciano y es verdad que me casé con ella. Soy rudo en las
palabras y no voy ahora a embellecer mi causa hablando maravillas de mí mismo ni adornando
mis acciones. Al hueso. Si usted me autoriza, Dux, les narraré la historia completa de nuestro
amor con Desdémona.
DUX. - Autorizo.
OTELO. - Les contaré qué pócimas, qué engaños, qué mágicos poderes usé para seducir a su
hija… Dux, quisiera pedirle que envíe a buscar a Desdémona, al Hotel Nube, para que sea ella
misma, en primera persona, la que complete mi relato.
BRABANCIO. - ¡MONO!
DUX. - Autorizo.
 El Dux chasquea los dedos y salen dos oficiales a buscar a Desdémona.
OTELO. - Si al cabo de lo dicho me encuentran culpable, no se contenten con retirarme la
confianza y despojarme de mi cargo. Hagan rodar mi cabeza sobre el suelo.
BRABANCIO. - ¡MONO! ¡No lo dudes!
DUX. – [con un gesto, calla a Brabancio].  Escucho.
OTELO. - Su padre, señores, que destemplado esta noche me insulta y pide a gritos mi cabeza,
su padre, digo, me quería mucho… Era habitual que me invitara a su casa, donde se solazaba,
una y otra vez, interrogándome sobre la accidentada historia de mi vida. Todo le interesaba:
cada batalla, cada asedio, cada una de las desarregladas suertes que me tocó enfrentar. Una tarde
llegué y Brabancio no estaba. Por primera vez, Desdémona dispuso de todo el tiempo del
mundo para conversar conmigo. Le conté de todas las veces que escapé por un pelo de la muerte
apasionada que me celaba. Cuando intentaron envenenarme en la campaña del Líbano. Cuando
fui hecho prisionero y vendido como esclavo a los egipcios. No le ahorré detalle de las miserias
de la guerra. Cuando terminé de hablar, me pareció que era la primera vez que contaba parte de
mi vida. Nos miramos largo rato en silencio. El amor que nos había tomado por asalto. Ésa es,
señores, la única brujería que he empleado.
 Entran Desdémona, Yago y acompañamiento
BRABANCIO. - Solo una cosa, mi Dux. Ya que mi hija está aquí presente autoríceme a
preguntarle a ella si fue con su voluntad y libremente que se entregó en brazos del moro.
DUX. - Autorizo.
BRABANCIO. - Acérquese, se lo suplico, hermosa joven. ¡Puede señalar, entre todos los
presentes, a quién debe usted la mayor obediencia?
DESDÉMONA. - Mi noble padre, reconozco, entre los presentes, una obediencia dividida. A
usted le estoy obligada por vida y educación. Nací su hija y así he crecido, profesándole respeto
incondicional de padre. Pero en esta sala también está mi esposo. Y la misma obediencia que en
otro tiempo a usted le declaró mi madre, prefiriéndolo entonces a su propio padre, ahora
reconozco y declaro yo hacia Otelo, mi bien amado.
BRABANCIO. - ¡Suficiente! No tengo más preguntas no tengo nada más que hablar. Hija
mía, tu escapada a escondidas, como un ladrón en la noche, me enseñó que no hay dolor más
agudo que la traición recibida de quien más queremos.
DUX. - Permítame reflexionar, noble Brabancio, aportando visiones que traigan paz.
BRABANCIO. - Con todo respeto, mi buen Dux, y agradeciéndole de corazón sus sabios
refranes, le rogaría que pasáramos, sin más, a los asuntos de Estado.
DUX. - Hecho. [a los Senadores] Reporte.
OFICIAL. – [cuadrándose] Los turcos se dirigen hacia Chipre.
DUX. - ¡Lo dije! Otelo, los turcos navegan rumbo a Chipre con la más poderosa flota que jamás
los hayamos visto y Tú Otelo, tú serás quien comande nuestro ejército y nos conduzca a la
victoria.
OTELO. - Siempre los he servido con arrojo, nobles señores y no será ésta la excepción. Ahí
me quieren, ahí estaré.
Se va llevándose a Desdémona.
ESCENA IV

2
Se apaga el Salón del Consejo y se ilumina un farol en la calle, al tiempo que suena a todo
volumen la sirena de un barco.
RODRIGO. - ¿Viste eso, Yago?
YAGO. - Anda a dormir.
RODRIGO. - Ella lo adora… Voy a ahogarme. Voy a ir al Puente de los Descalzos, a lanzarme
a las aguas del Gran Canal.
YAGO. - No seas imbécil…
RODRIGO. - Imbécil es vivir cuando la vida es un tormento. Sé que es una vergüenza estar
enamorado a este nivel, pero no puedo evitarlo.
YAGO. - ¡Por supuesto que puedes evitarlo! Con voluntad.
RODRIGO. - No sé, no sé…
YAGO. - ¡Sé hombre, Rodrigo! ¡Entero, completo, de pie! Ahogarte… habrase visto tamaña
estupidez ¡Justo ahora, cuando todo está en movimiento y nada ocupa aún su lugar definitivo!
Justo cuando gira y gira la rueda de la fortuna y todo aún podría pasar… Justo ahora quieres
bajarte, por favor…
RODRIGO. - No sé, no sé…
YAGO. - ¡Yo Sí Sé, Rodrigo! Y te lo voy a decir, paso a paso… Echa dinero en tu bolsa,
mucho, porque lo vas a necesitar, ponte una barba postiza para que nadie te reconozca y
síguenos a la guerra. Las cosas van a cambiar.
RODRIGO. - No sé, no sé…
YAGO. - Yo odio al moro, Rodrigo. No lo olvides.
RODRIGO. - No lo olvido.
YAGO. - Y voy a hacer TODO lo que está a mi alcance para ayudarte.
RODRIGO. - Gracias, Yago.
Sale Rodrigo.
YAGO. - Pobre Rodrigo. No logra ver nada. Ni lo que tiene enfrente de sus ojos…
Otelo es rápido y zagas, hundirá por completo la flota turca, ganará fácil la batalla. Todo será
fiesta en Chipre. Otelo feliz. Cassio feliz… Cassio, Cassio es guapo, presencia no le falta es
cosa de tiempo y nuestra bella Desdémona, aburrida del moro, buscará su amistad sincera.
Mientras más amiga de Cassio, mayores las dudas de Otelo. Ya está, ya está concebido el plan
quedan todos invitados. ¡Que la noche y el infierno asistan al parto de mi engendro!
ACTO SEGUNDO
ESCENA I
Fuerte Famagusta. Gran algarabía. Todos celebran.
MONTANO. - Esto hay que celebrarlo, teniente.
CASSIO. - Intente convencer a Otelo.
MONTANO. - ¡Otelo! ¡Otelo! ¡Siempre trabajando! ¡Nunca se detiene! ¿Usted qué cree,
teniente? ¿Tiene sentido vivir así la vida?
VOZ EN OFF. - Alférez Yago, un oficial veneciano, dos mujeres. Comitiva de Otelo.
CASSIO. – [se pone los auriculares / micrófono. Su voz suena amplificada] Teniente Cassio.
El salón está abierto. Cambio y fuera. [se saca los auriculares] ¡Mi señora!
 Entran Desdémona, Emilia, Yago y Rodrigo.
DESDÉMONA. – [se acerca a abrazarlo] ¡Cassio mi querido amigo Cassio! ¡Se acabó la
guerra! ¡Quiso el destino ahorrarnos un largo camino de sangre!
CASSIO. – [abrazándola] ¡Quiso el destino enviarnos a Otelo, mi señora! ¡Afortunado Chipre
y la misma Venecia de contar con su valor! ¡Qué hermosa está usted! ¡Más juvenil y reluciente,
aún después de largas horas de viaje! ¡Venga conmigo! [hablándole a Montano] Montano: ella
es Desdémona, la recién desposada de Otelo, mi general.
MONTANO. - ¡No tenía idea, mi señora! Y bendigo al cielo. Bendigo la hermosa justicia con
que premia a Otelo, el duro, el infatigable. [besa su mano] Considéreme suyo.
Incondicionalmente y para siempre, hermosa Desdémona.
CASSIO. - [a Desdémona]  El Gobernador de Chipre, mi señora.
DESDÉMONA. - Considéreme honrada de conocer su isla.
MONTANO. -  Déjenos manifestar en su persona nuestra enorme gratitud por Otelo.

2
DESDÉMONA. - Le ruego que no lo haga. No me cabe mérito alguno en las proezas de mi
esposo.
YAGO. – [cuadrándose] ¡Alférez, Yago, Gobernador! A su entero servicio.
MONTANO. – [dándole la mano] ¡Bienvenido, alférez, bienvenido! ¡Bienvenido sea todo lo
que proviene, se relaciona o huela remotamente a Otelo, halcón, ángel custodio de las costas de
Chipre!
YAGO. - Ella es Emilia, mi mujer, asistenta personal de mi señora, Desdémona.
MONTANO. - Bienvenida, Emilia.
EMILIA. - Gracias, señor.
CASSIO. - ¡Bienvenidos, bienvenidos! [abraza a Rodrigo]
MONTANO. - ¡Bienvenidos! [abraza a Yago]. ¡Bienvenidos, bienvenidos!
Todos se ríen. Cassio abraza a Desdémona por el lado, con un brazo, jugando a
inmovilizarla.
YAGO. - [en Off, al público] Se los dije, se los dije. Cassio disfrutando de la alegre
complicidad y la confianza de Desdémona. ¿A qué distancia están el amor de la amistad? ¿Se
parecen? ¿acaso se alimentan, el uno del otro? ¿Qué tan cerca se verán, en la aterrada mirada del
Moro?
 ¡Ésa será tu pesadilla, Otelo! ¡Infierno en la Tierra! Yo me ocuparé de confundirlo todo…
OTELO. - ¡¿Acaso no merezco un abrazo y un beso de mi bien amada esposa?! ¡Triunfamos,
amor! ¡Triunfamos y estamos vivos!
DESDÉMONA. - ¡Estamos vivos, amor!
OTELO. - ¡Estamos vivos, amor! ¡Ven a darme un abrazo! ¡Ojalá estemos vivos por mucho
tiempo! ¡Ojalá sean muchos y largos los años en que disfrute yo de tu compañía!
DESDÉMONA. - ¡Así va a ser, amor! ¡El cielo está con nosotros!
OTELO. - ¡Ven acá!
DESDÉMONA. - Dichosa yo de tener tus brazos que me protegen.
OTELO. - Dichoso yo, Desdémona, de tener los tuyos que me acaricien.
YAGO – [en off, al público] Todo es amor entre los amantes… Solo yo, sin embargo, alcanzo a
divisar la grieta. La fisura por la que todo se desplomará.
OTELO. - ¡Yago, ¿estás ahí?!
YAGO. - ¡Atento y vigilante, mi señor!
OTELO. - ¡Trae mis cosas de la bahía! ¡Quiero desembarcar!
YAGO. - ¡Así lo haré!
OTELO. - ¡Nos vemos en la ciudad!
TODOS. - ¡Nos vemos allá, Otelo!
Salen todos
ESCENA II
YAGO. - Rodrigo, calma, calma... Ella se aburrirá de Otelo. Dalo por hecho. El punto es… que
cuando eso ocurra… vas a tener otro competidor en ventajosísima posición.
RODRIGO. - ¿Cassio?
YAGO. - El noble Cassio. El joven Cassio. El talentoso y muy guapo Cassio, lleno de elegancia
y simpatía. Dime si puedes imaginar mejor candidato para cuando la dulce Desdémona se
aburra de mirar al mono. Y te puedo decir más… Ya empezó a calentarse con mi teniente.
RODRIGO. - (sacando su arma) ¡Esa es otra calumnia, Yago! ¡Está casada! ¡Es virtuosa!
YAGO. - ¡Si fuera tan virtuosa jamás se habría revolcado con el mono, a escondidas de su
padre!
 Llama a cambio de escenario
YAGO. - Provácalo. A Cassio, hazlo salirse de madre.
RODRIGO. - ¿Cómo?
YAGO. - No es muy difícil. Tú anda a sentarte. Escuchen bien: hoy habrá una gran celebración
en el Hotel Reina Caterina. Habrá muchas personas ahí. Chipriotas, venecianos, marinos, mucho
alcohol, mucho barullo. Yo voy a mezclarme entre la gente. Haremos que Rodrigo se acerque a
Cassio. Cassio no lo conoce. Que le pegue que le diga alguna estupidez. Cualquier cosa de ese

2
tipo. Apenas eso ocurra, yo agitaré la revuelta. Nada podría convenirle menos a Cassio que una
pelea de borrachos en un puerto extranjero.
RODRIGO. - No sé si resulte.
YAGO. - Intentémoslo.
RODRIGO. - Lo voy a intentar.
YAGO. - No tengo un plan. Solo tengo mi instinto. Solo mi odio. No sé qué saldrá de todo esto.
¿Quién es mi enemigo? ¿Cassio? ¿El moro? ¿Yo mismo? Todos son mis enemigos.
ESCENA III
Gran fiesta en bar chipriota.
CASSIO. - ¡Las mujeres chipriotas, Yago, nada igual!
YAGO. - ¡Nada igual! Coincido contigo.
CASSIO. - ¡Nunca vi!
YAGO. - ¡Yo tampoco!
CASSIO. - ¡Nunca vi, en toda Venecia, nada igual!
YAGO. - ¡Yo tampoco!
CASSIO. - ¡Pero seamos específicos!
YAGO. - ¡Eso! ¡Seamos específicos!
CASSIO. - ¡Nunca vi pantorrillas iguales!
CORO. - Yago intenta meter en la cabeza de Cassio las bondades femeninas de
Desdémona para llevar adelante sus planes maquiavélicos y enloquecer de celos al moro
CASSIO. - Salud (brinda).  Las venecianas no son así… Ni parecidas. Demasiado canal,
demasiada góndola, todo plano, apenas caminan.
YAGO. - No todas las venecianas, Cassio.
CASSIO. - No todas. Algunas tienen lo suyo.
YAGO. - Como Desdémona por ejemplo… Pregúntale a Otelo.
CASSIO. - ¡Por favor, Yago! ¡Desdémona es su esposa!
YAGO. - ¡Por favor, Cassio! Muy plana será Venecia, Cassio, mucho canal, mucha góndola,
pero tendrás que reconocer que las piernas de Desdémona son y serán siempre las piernas de
Desdémona…
CASSIO. - Ciertamente. Desdémona es muy hermosa.
YAGO. - (mofándose)¡”Muy hermoooooosa”! ¡Yo hablo de sus glúteos, Cassio, de sus pechos!
Del pubis no hablo, porque no tengo información… ¿“tú sí, Cassio?
CASSIO. - (sacando su pistola y apuntándole) ¡Ya basta, Yago! ¡Se te pasó la mano!
BIANCA. - (desde lejos) ¡Cassio! ¡Ven a celebrar con nosotros!
CASSIO. - ¡No puedo, amigos! ¡Ya tomé suficiente!
YAGO. - Es Bianca Cassio. Tu amiguita... No la desaires…
CASSIO. - Ya tomé suficiente, Yago.
YAGO. - ¡Por favor, Cassio! ¡Hoy ganamos una guerra!
BIANCA. - ¡Anímate, veneciano! ¡Ven a brindar por la libertad!¡Salud!
YAGO. - ¡Montano! ¡Gobernador! ¡Venga a brindar con nosotros!
 Entra el Gobernador Montano.
MONTANO. - Haré, en honor a ustedes, el brindis de la policía chipriota.
YAGO. - Nos honra usted, Gobernador.
MONTANO. – “¡Cómo te llamas?” “Vino.” “¡Documentos!” “No tengo.” “Pa’ dentro”. (Vacía
su vaso, entre las carcajadas de todos)

ESCENA IV
 Brutales ruidos de pelea afuera. Vidrios quebrados, sillas rotas, gritos.
RODRIGO. - (aterrado) ¡Retiro lo dicho! ¡Retiro lo dicho!
CASSIO. - ¡¿Adornarán las baldosas del Hotel Caterina los sesos desparramados de un perro
chipriota?!
RODRIGO. - (aterrado) ¡No me haga nada, señor! ¡Se lo suplico!
CASSIO. - ¡Contéstame! ¡¿Adornarán o no adornarán las baldosas?!
RODRIGO. - ¡No adornarán, señor! ¡No adornarán las baldosas!

2
CASSIO. - Difiero.
YAGO. - Déjalo ir, Cassio.
CASSIO. - Yo creo que sí adornarán.
MONTANO. - (inmovilizando a Cassio, por la espalda) ¡Suéltelo, oficial!
CASSIO. - (sin ver quién es) ¡Suéltame tú!
MONTANO. - ¡No se meta en problemas!
CASSIO. - ¡No fui yo quien se metió en problemas! ¿Estoy tratando, sin embargo, de salir de
ellos ¡qué no me ven? Dije que me soltaran.
Súbitamente, Cassio dispara y hiere a Montano Solo entonces se da cuenta que es
Montano. Rodrigo aprovecha la confusión para huir.
MONTANO. - Usted no está en sus cabales, oficial…
CASSIO. - Yo…  Entra Otelo
OTELO. - ¡Qué pasa aquí?
YAGO. - El gobernador Montano, mi general.
MONTANO. - Peleas de borrachos, Otelo. Un clásico de las fiestas. Nada serio, habitualmente.
Aunque esta vez estuvimos al borde de una tragedia. ¡¿O no, oficial?!
OTELO. - ¿Cassio?
MONTANO. - Estuvo a punto de desparramar sobre las baldosas los sesos de un pobre ave
local. Acá mismo. ¡¿O no, oficial?!
OTELO. - ¿Estás borracho, Cassio? ¿Acaso nos hemos desilusionado? ¿Acaso la tan rápida
victoria sobre el turco nos dejó insatisfechos? ¿Será que en el delirio de los festejos se nos
olvida, por un momento, que el mayor de los tesoros es la paz? ¡Te pregunté si estabas
borracho, Cassio!
CASSIO. - (avergonzado, pero digno) Sí.
OTELO. - Yago. ¿Qué viste, exactamente?
YAGO. - Entró un hombre corriendo.
OTELO. - ¿Cómo era?
YAGO. - Flaco, con barba, tra’a un cuchillo en la mano.
OTELO. - ¿Alguien lo conoce? Sigue, Yago. Te escucho.
YAGO. - El hombre venía arrancando, pero Cassio le dio alcance. Aquí mismo, lo arrojó al
suelo y le puso la pistola en la cabeza. Yo no creo que fuera a dispararla, en todo caso. Lo hizo
solo para calmarlo.
OTELO. - ¿Le puso la pistola en la cabeza?
YAGO. - En efecto, señor.
OTELO. - ¿Para calmarlo?
YAGO. - En efecto, señor.
OTELO. - Entonces entré yo.
YAGO. - En efecto señor
OTELO. - No te culpo, Cassio. Nadie conoce ni controla las nefastas consecuencias de una riña
callejera. Pero yo requiero a mis soldados serenos. Vigilantes. Lúcidos. Todos somos virtuosos
Cassio… Hasta el día en que dejamos de serlo… Quedas destituido de tu cargo ya no eres mi
teniente… vamos gobernador, déjeme ayudarlo.
Salen todos, menos Cassio y Yago.
ESCENA V
CASSIO. – [completamente abatido] ¿Qué hice, dios mío?
YAGO. - Olvídalo, Cassio… [mientras cambia el escenario]. Talvez se arrepienta, Cassio.
CASSIO. - ¿Quién?
YAGO. - El moro. Tal vez reconsidere. Mira bien Cassio… mira bien… Las circunstancias, te
proporcionan una hermosa oportunidad.
CASSIO. - No la veo.
YAGO. - No me extraña. Ella.
CASSIO. - ¿Ella?
YAGO. - Ella. Te conoce bien. Sabe de tu lealtad, sabe de tus virtudes. ¿Sabes lo que te
aconsejaría?

2
CASSIO. - No.
YAGO. - Habla con ella.
CASSIO. - Ni muerto.
YAGO. - Habla con ella. Y pídele, francamente, que interceda por ti frente a su esposo. Que lo
convenza. Que lo haga razonar calmadamente. Tú has sido un militar brillante, Cassio. Otelo
pierde si te pierde a ti.
CASSIO. - No sé si sea una buena idea.
YAGO. - ¿Tienes otra mejor?
CASSIO. - No tengo ideas…  Ya todas se fueron.
CASSIO. - Hora de dormir.
YAGO. - Hora de dormir.
Sale Cassio.
YAGO. - Mientras este idiota clama a Desdémona para que lo restituyan en su cargo yo me
encargaré que el moro vea lo contrario. De ahí la telaraña en la que todos caerán.
Se asoma Rodrigo
RODRIGO. - ¿Lo expulsaron de Chipre?
YAGO. - Estuviste brillante, Rodrigo. ¡Lo destituyeron!
RODRIGO. - Casi me mata.
YAGO. - ¿Y eso que importa? Todo sigue según el plan… sígueme.

ACTO TERCERO
ESCENA I
 Jardín del castillo.  Entran Desdémona, Cassio y Emilia
DESDÉMONA. - Mi querido amigo Cassio, estuve pensando en lo que me pediste y ten la
seguridad que haré todo lo que pueda por ayudarte.
CASSIO. - Fui un burro salvaje, mi señora. Torpe y desbocado, rompiendo todo al galope. Pero
nunca he dejado de serles fiel, ni a usted ni a mi general. Hasta la muerte.
DESDÉMONA. - Lo sé y lo agradezco, Cassio. Paciencia. Deja que pase la borrasca. Dale algo
de tiempo para que su ánimo se enfríe.
CASSIO. - Temo que con su ánimo se enfríen también sus afectos, mi señora.
DESDÉMONA. - Esa es mi tarea, Cassio. Ahí estaré yo para evitar que eso suceda. Duerme
tranquilo. Yo también sé de lealtades.
CASSIO. - ¡Otelo! Los dejo, mi señora.
DESDÉMONA. - No, no. Quédate, para que estés cuando hable con él.
CASSIO. - Prefiero que no, mi señora. Ya provoqué suficientes problemas. Ya importuné lo
suficiente.
 Entran Otelo (de buen humor) y Yago, desde lejos.
DESDÉMONA. - Haz como quieras. (poniéndole una mano en el hombro) Celebro tu
prudencia, burro salvaje (Cassio sonríe). Estoy segura que te rendirá los frutos que mereces.
Cuenta conmigo
YAGO. - (viéndolos, habla para sí) ¡Ah! ¡Eso no me huele bien…!
Sale Cassio.
OTELO. - ¿Qué dices?
YAGO. - Nada, señor…
OTELO. - ¿No era Cassio el que acaba de irse?
YAGO. - ¿Cassio? No lo creo. ¿Por qué habría de escaparse, al verlo llegar a usted?
OTELO. – Me pareció que era él.
DESDÉMONA. - ¡Mi dulce amor! (Se abrazan) ¿Cómo van los negocios de la guerra? ¿Se
rinden todos a tu lucidez y a tu fiereza?
OTELO. - Mi dulce amor… (se abrazan) Larga se me hacía la mañana sin tus abrazos.
DESDÉMONA. - Acabo de conversar con un hombre que apenas come y apenas duerme,
desolado como está por recuperar tu confianza.
OTELO. - ¿De qué me hablas, amor?
DESDÉMONA. - De Cassio.
OTELO. - ¿Era él quien estaba acá hace un momento?

2
DESDÉMONA. - Era él. Mi amor, si tengo algún poder sobre tu corazón, acéptame suplicarte
que lo perdones. Está deshecho. Atormentado por su imprudencia, repasando una y otra vez los
detalles de su pelea absurda. No logra resignarse a perder tu confianza. Nada le importa más que
tu aprecio y tu cercanía. Cometió un error. Nadie lo duda. Pero también está lleno de virtudes.
Tú las conoces bien. Te lo suplico. Perdónale su falta.
OTELO. - Por favor…
DESDÉMONA. - Por favor, perdónalo. Yo no te negaría nada que tú me pidieras de corazón.
Nada, mi amor. Es Cassio. Tu amigo.
OTELO. - ¡Suficiente, estoy perdido! No logro resistirme a nada que me pidas. Perdonado está,
Desdémona. Le voy a restituir su cargo. No sin condiciones, pero esa será materia que yo luego
conversaré con él. Quédate tranquila, mi generala.
DESDÉMONA. - Tranquila quedo, mi general. Y agradecida. Y enamorada. Perdidamente
enamorada. Y feliz. Corro a darle la buena nueva.
OTELO. - Corre todo lo que quieras. No te vas a poder escapar de mí.
Sale Desdémona
ESCENA II
OTELO. - Ella es el amor de mi vida. Me siento débil, frente a tu voluntad. Sin embargo, nada
quiero más que mi flaqueza.
YAGO. - Mi señor...
OTELO. - Dime, Yago.
YAGO. - ¿Es que conocía Cassio de su amor por mi señora, cuando usted la cortejaba?
OTELO. - Desde el primer día. ¿Por qué me preguntas?
YAGO. - Por nada.
OTELO. - Por supuesto. ¿Por qué? ¿Te parece raro?
YAGO. - ¿Raro, señor?
OTELO. - Sí, raro.
YAGO. - Raro no, señor, ¿por qué habría de parecerme raro?
OTELO. - (algo suspicaz) ¿En qué estás pensando?
YAGO. - ¿Pensando yo, señor?
OTELO. - Sí, pensando. ¿Por qué repites todo lo que te digo? Estás atorado con algo. ¿Quieres
decirme algo?
YAGO. - ¿Quién, yo?
OTELO. - ¡Por favor, Yago! Te oí mascullar cuando encontramos a Cassio con mi mujer: “esto
no me huele bien”. ¿Qué es lo que no te huele bien?
YAGO. - Mi señor, usted sabe que yo lo aprecio.
OTELO. - Perfecto. Dime qué estás pensando.
YAGO. - Yo no he pensado nada mal de Cassio, señor.
OTELO. - ¿Piensas mal de Cassio?
YAGO. - ¡No, no, no, no, no! ¡No he dicho eso, señor! ¡No coloque en mi boca palabras que no
proferí, se lo suplico! Menos, si podrían dañar la honra de hombres sin tacha, limpios y
honestos.
OTELO. - ¡Para la joda, Yago! Habla como hombre y deja la mariconada. ¿En qué estás
pensando?
YAGO. - No me gusta la cercanía entre Cassio y Desdémona.
OTELO. - ¿Desconfías de Cassio?
YAGO. - Dios me libre. Pongo mis manos al fuego por él.
OTELO. - ¿Desconfías de Desdémona?
YAGO. - Menos. Solo virtud veo en su alma.
OTELO. - ¿Entonces qué?
YAGO. - Todos somos virtuosos, mi señor, hasta el día en que dejamos de serlo.
OTELO. - ¡A ver, que mierda te pasa!! ¿Viste algo raro, algo inusual?
YAGO. - Nada, señor, nada extraordinario. Puede que hayan sido solo coincidencias. Me los he
encontrado muchas veces juntos.

2
OTELO. - ¿Que los encontraste juntos...? ¿Eso me estás diciendo que los encontraste juntos…?
¡Pero si es lógico que estén juntos! ¡¡Son amigos Yago son dos buenos amigos!!
YAGO. - Por eso le digo, lo más probable es que no sea nada. Me pareció que eran un poco
demasiado buenos amigos… no se… demasiada complicidad, demasiadas risas, demasiada
manito en el hombro, no sé, no sé.
OTELO. - Lo que pasa es que eres un mal pensado, Yago.
YAGO. - Toda la razón, mi señor. Tiene usted toda la razón… Solo permítame la insolencia de
un último consejo: mantenga los ojos bien abiertos. Especialmente con Desdémona.
OTELO. - (molesto) ¿Por la mierda? ¿Desconfías o no desconfías de ella?
YAGO. - No se trata de eso señor...
OTELO. - Suficiente, Yago. Me aburrí de tus negras visiones.
YAGO. - Le ruego me disculpe, mi señor. No quise dejarlo preocupado.
OTELO. - No estoy preocupado.
YAGO. - Lo noto preocupa…
OTELO. - Pero no lo estoy. No te preocupes. Me dejaste agotado. Pero no preocupado. ¿De
qué habría de preocuparme? No has visto nada raro, tampoco me has dicho nada nuevo. Te lo
dije. Tendría que estar loco.
YAGO. - Se lo dije, mi señor. Por favor, no me haga caso.
OTELO. - Déjame solo, Yago. Quiero descansar.
ESCENA III
Desdémona llega por detrás y suavemente le cubre los ojos. Otelo salta como un felino
desenfundando su cuchillo.
OTELO. – Desdémona…
DESDÓMONA. - La guerra terminó, mi amor…
OTELO. - No para mí. Nunca termina del todo. ¿Qué haces acá?
DESDÓMONA. - Te estaba buscando.
OTELO. - ¿Para qué?
DESDÓMONA. - Para nada. ¿Qué pasa? ¿Te duele la cabeza?
OTELO. - Como si la tuviera bajo una prensa.
DESDÓMONA. - ¿Tomaste los remedios?
OTELO. - Siento una mano negra comprimiéndome el cráneo.
DESDÓMONA. - Maldita epilepsia.
OTELO. - Maldita.
DESDÓMONA. - Pero va a pasar.
OTELO. - Todo va a pasar.
DESDÓMONA. - Es verdad. Pasará la epilepsia.
OTELO. - Pasarán sus dolores. Pasarán luego nuestros abrazos. Pasarán todos los juramentos
de amor. Todo, todo pasará. Mi amor… ¿No estás arrepentida de haberte casado conmigo?
DESDÓMONA. - Estoy orgullosa de haberme casado contigo…
OTELO. - Estoy agotado, me ahogo, no puedo respirar.
DESDÓMONA. - Es la epilepsia (le seca la frente con su pañuelo).
OTELO. - No, amor, soy yo.
DESDÓMONA. - Ya va a pasar.
OTELO. - Como todo.
DESDÓMONA. - Así es. Como todo.
Salen. Desdémona deja olvidado su pañuelo. 
ESCENA IV
Entra Emilia ve el pañuelo y lo toma. Parece acordarse de algo. Lo guarda en un bolsillo.
YAGO. - ¡El pañuelo de tu señora! (lo toma, rápidamente) ¡Me sorprendes, perrita fiel! ¿Te lo
vas a robar? ¿Morderás la mano que te da de comer?
EMILIA. - ¿Estás loco? Estaba aquí botado. Y tú ¿para qué lo querías? ¿Para que querías un
pañuelo de mi señora?
YAGO. - Ternuras mías, perrita fiel, debilidades.
EMILIA. - Qué raro.

2
YAGO. - ¿Qué tiene de raro?
EMILIA. - Nunca te he visto con debilidades.
YAGO. - Es la edad, Emilia.
EMILIA. - ¿Ah, ¿sí?
YAGO. - Y la lejanía. La distancia con Venecia. Mi patria, a la que amo como a mi madre.
Todo se junta. Súmale este sol brillando, la brisa marina de Chipre y aquí me tienes. Hecho un
sentimental. Perdido, reblandecida mi habitual coraza de soldado.
EMILIA. - Nunca te vi reblandecido.
YAGO. - Todo cambia, Emilia.
EMILIA. - Incluso tú.
YAGO. - Incluso yo (la besa).
EMILIA. - ¿Está bien te presto el pañuelo… cuando me lo devuelves?
YAGO. - ¿¿Devolver??
EMILIA. - Obvio. ¿O creías que se lo iba a robar yo a mi señora?
YAGO. - (como diciendo “por favor”) Emiiilia, Emiiilia…
EMILIA. - Emilia, un huevo. ¿Cuándo?
YAGO. - (súbitamente irritado) ¡Cuando lo desocupe! ¿Alguna otra pregunta?
EMILIA. - Imbécil.
YAGO. – Emiiilia…
EMILIA. - Tú no cambias, Yago (se va)
YAGO. - Emiiilia, Emiiilia… tan básica, tan primitiva… tan sin destino… ¿Qué hace? ¿Cuáles
son sus proyectos? ¿Cuál es su sueño? Pues bien, enfoquen la vista y miren, miren todo lo que
se puede hacer con un simple pañuelo.
ESCENA V
Se ilumina Otelo.
CORO. - Yago hace que Otelo se ponga muy celoso infundiendo sospechas sobre una relación adúltera
entre Casio, el número dos del gobierno de Chipre, y la propia Desdémona. Roba a Desdémona un
pañuelo que había sido regalado en un momento muy especial por Otelo y lo introduce en las habitaciones
de Casio para sembrar en Otelo dudas sobre la fidelidad de su mujer. Otelo es un hombre directo, muy
posesivo y excesivamente apasionado. El amor loco que siente por su esposa, unido a la inseguridad por
el color de su piel, hace que empiece a creerse las acusaciones de Yago…

OTELO. - ¿Qué fue lo que oíste?
YAGO. - Le ruego que no, mi señor. No tiene ninguna importancia.
OTELO. - Eso lo evaluaré yo. Te escucho.
YAGO. - (incómodo) Ah, señor… Es una trivialidad, es solo algo raro.
OTELO. - ¿Qué tan raro?
YAGO. - Señor. Usted sabe que todos los oficiales dormimos en el mismo lugar.
OTELO. - ¿Y?
YAGO. - Bueno pasa que nuestro amigo Cassio habla.
OTELO. - ¿Cómo que habla?
YAGO. - Bueno, habla dormido. Mientras sueña…. habla.
OTELO. - ¿Y?
YAGO. - Hace días que menciona a Desdémona mi señor.
OTELO. - ¿Y? ¿Se puede saber qué es lo que dice?
YAGO. - Bueno él le habla a ella en sus sueños. Quiero decir, se dirige a ella. La última noche
la cosa se puso grave porque todo el regimiento se enteró se enteró porque él le daba
indicaciones… o sea en el sueño mientras le hablaba a Desdémona le daba indicaciones… Se le
entendía poco, pero claramente comenzó a pedirle que se sacara la ropa. Se reía. Era como un
juego... porque le pedía cosas muy raras… posiciones muy raras y luego de un rato dejó de
hablar... porque empezó a gemir. Empezó a moverse en la cama, daba vueltas y gemía y jadeaba
y se daba vueltas y empezó a decirle “toma, toma, toma, toma, toma”.
OTELO. - ¡¿Y Qué prueba eso, hijo de perra?! ¡¿Ah?! ¡¿Qué mierda prueba su puto sueño?!
YAGO. - ¡Nada, señor!
OTELO. - ¡De nuevo! ¡Repite!

2
YAGO. - ¡Nada, señor! ¡No prueba nada!
OTELO. - ¡Perdona, Yago! Tú no tienes la culpa. Soy yo, estoy nervioso, estoy alterado.
YAGO. - Pero no me pida a mí que oficie de vigilante, mi señor.
OTELO. - ¿Y a quién quieres que le pida?
YAGO. – Pues… no lo sé, mi señor.
OTELO. – Yago…
YAGO. - No se lo pida a nadie.
OTELO. - Yago, Yago.
YAGO. - Deje al tiempo que aclare lo que está oscuro.
OTELO. - ¡Yago! Yo no tengo tiempo. ¿No te das cuenta? Yo no soy un veinteañero. No tengo
toda la vida por delante.
YAGO. - ¡Pero ¿qué quiere, mi señor?! ¿¿Verlos, copulando, con sus propios ojos?! ¡¿Eso
quiere?! ¡¿Y si nunca llega a verlos copulando?! ¡Dígame! ¡¿Y si nunca llega a verlos… qué
probaría eso? ¿Qué son fieles, o que saben esconderse? ¡Dígame! ¿Tiene Desdémona, mi señor,
un pañuelo verde y amarillo, algo brillante, que podría ser de seda?
OTELO. - Sí, ¿por qué?
YAGO. - Porque juraría que hoy vi a Cassio que lo llevaba.
OTELO. - ¿Cómo que “jurarías”? ¿Lo llevaba o no lo llevaba?
YAGO. - Y aunque así fuera ¿qué probaría eso? Nada, mi señor. Absolutamente nada. La vida
es terrible, mi señor. Avanzamos a oscuras, siempre. Adivinando, siempre. A oscuras, aunque
haya sol.

ESCENA VI
Se ilumina la pieza de Cassio, donde están él y Bianca, la putita.
CASSIO. - (con una botella de vino blanco y dos copas) ¡Alegría, Bianca, júbilo, hora de
festejar!
BIANCA. - (amurrada) Hora de festejar que… ¿te acordaste de mí?
CASSIO. - (alegre, calmándola) Mi Bianca, mi Bianquísima… ni por un momento he dejado
de pensar en ti.
BIANCA. - Sóplame este ojo, Cassio. No nací ayer.
CASSIO. - Yo sí, Bianca. Nací ayer. De nuevo. Todo parecía terminado para siempre y todo,
ayer, sin embargo, ha vuelto a sonreírme.
BIANCA. - ¿Qué pasó?
CASSIO. - He vuelto a ser teniente. El moro me restituyó mi rango.
BIANCA. - (con incrédula alegría) ¡Nooooo…!
CASSIO. - Absolutamente sí.
BIANCA. -  Amore…
Se besan apasionada y erotizadamente.
BIANCA. - No me digas nada. El mono de tu general se dio cuenta que te necesitaba.
CASSIO. - Cuida tu lengua, pantera. No lograría resignarme a que nadie te la cortara.
BIANCA. - ¿Por qué? ¿Te gusta cómo la uso? (lo besa, apasionadamente).
CASSIO. - Aaah… qué calor, Bianca.
BIANCA. - No me parece que sea para tanto.
CASSIO. - ¿Por qué no te sacas algo de ropa?
BIANCA. - ¿Yo?
CASSIO. - Claro.
BIANCA. - ¿Y tú? ¿Por qué no me llamaste antes?
CASSIO. - Panterita…
BIANCA. - Hace cuatro días que no me llamabas. Hace una semana que no me veías.
CASSIO. - Yo estaba en el fango, panterita mía… Día y noche rumiaba la hiel amarga de mi
desventura. La vida entera me parecía una mierda en la que yo oficiaba de imbécil mayor. ¿A
quién iba a llamar? Es verano en Chipre y a mí todo me parecía gélido hasta ayer. Pero ayer
todo cambió. Porque nací de nuevo, pantera. Y ahora sí que hace calor ¿no lo sientes?
BIANCA. - Eres un perro… Sácame tú la ropa.
CASSIO. - Salud por eso.

2
BIANCA. - Y por esto.
CASSIO. - Y por esto.
 Se coloca detrás de ella y la abraza. Entra Yago.
YAGO. - ¡Pero qué fiesta inesperada! ¡Qué jolgorio cayó del cielo!
CASSIO. - ¡Yago, hermano…! (lo abraza) ¡Me restituyeron mi cargo! ¡teniente, otra vez!
YAGO. - Justicia, Cassio. Ni más ni menos. Solo recuperaste lo que en justicia era tuyo.
BIANCA. - Brinda con nosotros, Yago.
BIANCA. - ¡Quédate, Yago, brindemos los tres!
YAGO. - Insisto, amigos. Salud. Por ustedes. No se apuren. Yo vuelvo tarde.
 Le entrega a Yago el pañuelo para que se lo regale a Bianca.
YAGO, - Un pañuelo... Un simple pañuelo

ACTO IV
ESCENA I
OTELO. - No logro ahuyentar los malos pensamientos, no logro arrancarlos de mi mente… Me
acuesto. Trato de pensaren otra cosa. Y por un momento lo logro. Me duermo. Pero solo por un
momento… En mitad de la noche me despierta de golpe la imagen de mi mujer en la cama con
otro. Trato de ahuyentar esa imagen. Pero la imagen no me suelta. Estoy agotado. Malos
pensamientos. Veneno.
YAGO. - ¡Mi señor! ¡Mi señor!
OTELO. - ¿Qué pasa, Yago? ¿Qué haces aquí tan temprano?
Yago jadea, recuperando el aliento. Se ve demacrado.
YAGO. - Lo siento mucho, mi señor. Qué menos quisiera yo que ser el portavoz de la
desgracia.
OTELO. - ¿Qué pasó?
YAGO. - Lo peor de lo peor se ha confirmado.
OTELO. - ¿Cómo lo sabes?
YAGO. - Lo vieron mis ojos.
OTELO. - ¿Qué viste?
YAGO. - Vi al canalla de Cassio, como un perro en celo embistiendo a su mujer, mi señor,
mientras jadeaba y se reía y su mujer se retorcía y también jadeaba, clavando sus manos en la
espalda y las piernas de él.
OTELO. - No te creo, Yago.
Silencio. Saca radio y llama a Cassio. Activa el altavoz, para que OTELO escuche.
CASSIO. - (en off, despertando, aún adormilado) ¿Yago? ¿Dónde estás…?
YAGO. - ¿Despertaste, tigre? Y lograste resistir toda la noche.
CASSIO. - Uf, apenas… Esa mujer es una fiera.
YAGO. - ¿Por qué no te casas con ella, si la disfrutas tanto?
CASSIO. - Por favor, Yago… ¿se te olvida que está casada?
YAGO. - Verdad. Chao, tigre.

ESCENA II
Desdémona y Cassio, en una banca en el jardín del Hotel Reina Caterina. él estᇠmuy
alegre, ella algo triste.
CASSIO. - (eufórico) Aleluya, mi señora. Mil veces, aleluya. A usted le debo todo. Sus buenos
oficios fueron los que me devolvieron lo único valioso que tenía.
DESDÉMONA. - Tu reputación.
CASSIO. - Lo único valioso que tenía.
DESDÉMONA. - No es lo único, Miguel.
CASSIO. - Este día glorioso no se aviene con ese pesimismo, mi señora.
DESDÉMONA. - ¿Eso crees?
CASSIO. - (aún eufórico) Mi señora… Ganamos la guerra. ¿Dónde logra encontrar razones
para la melancolía?
DESDÉMONA. - En Otelo.
CASSIO. - ¿Qué pasa con él?

2
DESDÉMONA. - No logro descifrarlo. Una rara desconfianza pareciera haberse apoderado de
él. Me trata con distancia, hace preguntas raras…
CASSIO. - (la mira de frente, poniéndole un brazo en los hombros) Se le va a pasar, mi señora.
DESDÉMONA. - ¿De verdad lo crees?
CASSIO. - Completamente. Déjeme abrazarla, mi señora. Déjeme contagiarle hoy. esta alegría
que me desborda.
DESDÉMONA. - ¿Crees que sea contagiosa?
CASSIO. - No me cabe duda.
Se abrazan, con inequívoco y grande afecto de amigos. Se ilumina a lo lejos la figura
de Otelo, mirándolos, sin que ellos lo vean.
ESCENA III
OTELO. - ¿Cómo me encontraste, Desdémona?
DESDÉMONA. - Estaba aquí, mi amor.
OTELO. - ¿Qué hacías tú aquí?
DESDÉMONA. - Nada, amor. Descansaba.
OTELO. - ¿Sola?
DESDÉMONA. - Sí, sola.
OTELO. - Juraría que vi a Cassio.
DESDÉMONA. - Bah, por supuesto… Cassio pasó hace unos minutos.
OTELO. - ¿Qué hacía él acá?
DESDÉMONA. - Me estaba buscando.
OTELO. - ¿Ah, sí? ¿Para qué?
DESDÉMONA. - Está eufórico, amor. Dichoso porque le restituiste su rango de teniente.
OTELO. - Me alegro.
DESDÉMONA. - Cassio daría la vida por ti mi amor.
OTELO. - ¡Y tú por él, según se ve!
Silencio.
DESDÉMONA. - ¿Qué me quieres? decir?
OTELO. - ¿Nada! ¡¿Por qué?! ¡¿Acaso tú me quieres decir algo?!
DESDÉMONA. - Nada que no te haya dicho, amor. ¿Qué pasa?
OTELO. - Esa es una muy buena pregunta.
DESDÉMONA. - ¿Por qué me estás hablando así?
OTELO. - De verdad tienes cojones, Desdémona.
DESDÉMONA. - (muy extrañada e incómoda) ¿Qué está pasando? Algo está ocurriendo. Algo
que no me has dicho. Si tienes algo que decirme, dímelo. Acá estoy, en frente tuyo.
OTELO. - Prefieres que te hable con la verdad…
DESDÉMONA. - Así es.
OTELO. - Dime una cosa…
DESDÉMONA. - Te escucho.
OTELO. - Si eres falsa y eres puta ¿desde cuándo tienes esa afición, ¿la verdad?
DESDÉMONA. - ¿Por qué me insultas? ¿Qué te hice?
OTELO. - Preferiría escucharlo de ti.
DESDÉMONA. - No tengo nada que decirte.
OTELO. - ¿Nada?
DESDÉMONA. - Nada.
OTELO. - Entonces raja (chasquea los dedos).  Déjame solo.
 
ESCENA IV
Entra CASSIO.
CASSIO. - (cuadrándose)Buenos días, mi general.
OTELO. - Te escucho, Cassio.
CASSIO. - Quería agradecerle, mi general.
OTELO. - ¿Por qué razón?
CASSIO. - (confundido) Pues… por haberme restituido mi rango, mi señor.

2
OTELO. - ¿Solo por eso?
CASSIO. - ¿A qué se refiere?
OTELO. - No lo sé. Tal vez te he estado haciendo otro favor…  Sin darme cuenta.
CASSIO. - No le entiendo, mi señor.
OTELO. - ¿Quieres volver a Venecia, Cassio?
CASSIO. - No tengo apuro, mi señor. Disfruto de Chipre.
OTELO. - Pero tenías novia en Venecia. Debes echarla de menos.
CASSIO. - (liviana y alegremente) Bah, no era nada, mi señor… Una palomita veneciana,
como hay cientos, usted lo sabe. Y no son muy remilgadas. Siempre hay alguna mansita y
dadivosa, dispuesta a comer de nuestra mano.
OTELO. - (abalanzándose sobre él y colocándole un cuchillo en el cuello) ¡Esa no es
manera de hablar de las venecianas! ¡¿No era tu madre una veneciana?! ¡¿No lo son tus
hermanas?! ¡¿Se te olvida acaso que yo estoy casado con una veneciana?!
CASSIO. - (aterrado) ¡No se me olvida, mi señor!
OTELO. - ¡¿Estás seguro que no se te olvida?!
CASSIO. - ¡Estoy seguro!
OTELO. - ¡¿Cómo se llama mi mujer veneciana?!
CASSIO. - ¡Desdémona!
OTELO. - ¡No entendí bien! ¡¿Quién es Desdémona?!
CASSIO. - ¡Su mujer veneciana!
OTELO. – Excelente… (lo arroja al suelo). Luego de unos segundos, cambia súbitamente  y
se pone risueño, aunque de manera algo fingida.
OTELO. - ¡Era una broma, Cassio! ¡Era una broma!
CASSIO. - (sacando el pañuelo) Por Dios, mi señor. Casi me mató de susto.
Sale Cassio
OTELO. - ¡Fuera! (saca su radio) Atento Yago… Lo quiero muerto. Quiero a Cassio muerto.
 

ESCENA V
Emilia entra.
EMILIA. - (ligeramente turbada)
Buenas tardes, mi señor. ¿Usted me mandó a llamar?
OTELO. - Me gustaría preguntarte algo.
EMILIA. - (algo seca) Pregúnteme lo que quiera, mi señor.
OTELO. - ¿Has visto juntos a Desdémona y Cassio?
EMILIA. - Por supuesto. Muchas veces.
OTELO. - ¿Alguna vez te pidieron que los dejaras solos?
EMILIA. - Nunca.
OTELO. - ¿Los viste tocarse alguna vez?
EMILIA. - ¿¿Tocarse??
OTELO. - Sí, tocarse. Un abrazo, un gesto, una mano, cualquier cosa…
EMILIA. - Creo que sí…
OTELO. - ¿Cómo?
EMILIA. - ¿Cómo qué?
OTELO. - ¡Esto no es en joda, Emilia… ¡¿Cómo se tocaban?!
EMILIA. - No sé… no sé
OTELO. - ¿No te pareció raro?
EMILIA. - Para nada.
OTELO. - (se suelta) ¿Por qué la defiendes?
EMILIA. - No la estoy defendiendo.
OTELO. - No sé qué hacer, Emilia, no sé qué hacer…
EMILIA. - (comprensiva) Confíe en ella, mi señor.
OTELO. - (angustiado)Pero, ¿cómo voy a confiar en ella?
EMILIA. - ¡Ya basta, mi señor! ¡Pare de llamar a la mala fortuna! Usted tiene una mujer
maravillosa. Cientos de venecianos se cortarían un brazo por contar con el privilegio de su
amor. Ella es joven, es alegre, es paciente. Además, es fiel. Yo sé, mi señor, que, aunque usted

2
lo niegue, alguien está esforzándose, día a día, contándole las más retorcidas mentiras sobre mi
señora.
OTELO. - La dulzura de Desdémona, Emilia, ha sido para mí como la luz de un faro en noche
de tormenta. ¡Nadie me ha contado nada Emilia! ¡¡Soy yo quien ha descubierto todo!! ¡Todo!
 

ESCENA VI
Es de noche. Rodrigo está solo, de pie. Entra Yago, caminando rápido.
YAGO. - Malas noticias, Rodrigo.
RODRIGO. - ¿Qué pasa?
YAGO. - Los bonos de Cassio van en alza.
RODRIGO. - Hijo de perra.
YAGO. - Aún más perfecto candidato al corazón de Desdémona.
RODRIGO. - Pe… pero ¡¿Tú estás loco?!
YAGO. - Tú estás loco. Esto se acabó.
RODRIGO. - No para mí. Tú no me conoces, Yago. Yo no voy a rendirme ahora.
YAGO. - ¿Qué vas a hacer? ¿Matar a Cassio?
RODRIGO. - ¿Crees que no me atrevo?
YAGO. - Entonces toma. (Le pasa una gran pistola, con silenciador).
RODRIGO. - (la recibe) ¿De quién es?
YAGO. - Te la regalo.
RODRIGO. - ¿Vienes conmigo?
YAGO. - Por supuesto.

ESCENA VII
Gimnasio Dimitris, donde se oye música de gimnasio. Le apunta, pero estᇠaterrado, al
borde del descontrol.
CASSIO. - (sin darse vuelta) Nada como entrenar de noche, ¿no? Cassio en rápida maniobra
controla a Rodrigo
CASSIO. - (zamarreándolo en el suelo) ¡¿Quién eres, Imbécil?! ¿Vas a tener que ser más
rápido si quieres meterme una bala en la cabeza!
RODRIGO. - ¡Mátame! ¡Yo ya no le temo a la muerte!
 Entra Yago.
RODRIGO. - ¡Yago, ayúdame!
Yago dispara y mata a Rodrigo.
CASSIO. - (atónito) Pero… ¡¿Qué hiciste?!
Yago dispara y mata a Cassio.
YAGO. - ¿Qué pasó? Nada de esto debía haber pasado… ¿en qué momento me distraje? ¿por
qué todo comienza ahora a confundirse?... una cama, necesitamos una cama...
Sale Yago.

ESCENA VII
Desdémona prende las velas de su velador. Entra Otelo.
DESDÉMONA. - ¿Estás ahí, Otelo?
OTELO. - Sí, Desdémona.
DESDÉMONA. - ¿Vas a venir a la cama?
OTELO. – Sí… Pero no a dormir.
DESDÉMONA. -  qué, entonces?
OTELO. - Voy a hacer justicia.
DESDÉMONA. - ¿Qué quieres decir?
OTELO. - Que todo se acaba.
DESDÉMONA. - (incorporándose alerta) ¿Qué significa eso?
OTELO. - Que llegó la hora de la verdad. Nosotros teníamos un juramento de amor. Para toda
la vida. Tú lo rompiste.
DESDÉMONA. - ¿Qué vas a hacer?
OTELO. - Te lo voy a cobrar.

2
DESDÉMONA. - Otelo, mi amor… Estás equivocado. Desconozco por completo el negro
camino que recorriste para llegar a pensar en lo que estás pensando, pero estás en un error
espantoso.
OTELO. - Palabras, solo palabras.
DESDÉMONA. - No son solo palabras.
OTELO. - ¡Sé! ¡No son verdad!
DESDÉMONA. - ¡Son verdad! (amorosa) Yo no he roto nuestro juramento. Ni un solo día, ni
en mis pensamientos ni en mis acciones. Yo te sigo amando, como el primer día.
OTELO. - Ni te imaginas lo que querría poder creer en tu palabra.
DESDÉMONA. - ¡Pero no lo haces!
OTELO. - ¡NOO! ¡Porque tu palabra, que era para mí lo más valioso que había en la Tierra, no
logra valer más que lo que mis ojos vieron y mis oídos oyeron!
DESDÉMONA. - ¡Pero ¿qué vieron tus ojos?! ¡Dime!
OTELO. - ¡Demasiadas cosas!
DESDÉMONA. - ¡No, Otelo! ¡Demasiadas, no sirve! ¡Dime cuáles!
OTELO. - Te vi abrazándote con Cassio en un rincón solitario del jardín del hotel.
DESDÉMONA. - (sorprendida) ¿Eso? ¿Eso es lo que viste?
OTELO. - Lo reconoces, entonces.
DESDÉMONA. - (entre descolocada y dolida) Pero, mi amor…
OTELO. - No me llames “mi amor”
DESDÉMONA. - ¡Te llamo “mi amor”! ¡Más aún, te llamo “esposo mío”! Porque tú eres mi
esposo ¡o ya se te olvidó?
OTELO. - Por favor, Desdémona.
DESDÉMONA. - Respóndeme.
OTELO. - ¡No, respóndeme tú! ¡¿Qué hacía Cassio con tu pañuelo de seda?!
DESDÉMONA. - ¿¿Qué pañuelo??
OTELO. - Tu favorito. El amarillo y verde, de seda. ¡¿No te parece un regalo demasiado íntimo
como para un amigo?!
DESDÉMONA. - ¿Él lo tiene? ¿Dónde lo encontró?
OTELO. - ¿Nunca te cansas? ¿No te tienta la idea de bajar la guardia? ¿Dejar de mentir?
DESDÉMONA. - (sincera y tierna) Amor, ¿Acaso no me casé contigo, desafiando la voluntad
de mi padre? ¿Acaso no te seguí a la guerra, sin importarme nada? ¿No te trato con dulzura, no
duermo contigo, todas las noches, acariciando tu pecho y susurrándote al oído? Dime, ¿para qué
querría yo mentirte?
OTELO. - ¡NO LO Sé! ¡No conozco tus motivos! ¡No sé por qué hiciste lo que hiciste! ¡Y
créeme que me lo pregunto el día entero!
DESDÉMONA. - Pregúntamelo a mí.
OTELO. - Es inútil, Desdémona. Esto no tiene vuelta atrás, Desdémona. Es tarde. Demasiado
tarde. Ya pasaron las cosas que pasaron. Nada importa lo que ahora se diga. Yo ya no te creo…
DESDÉMONA. - (asustada y debilitada) ¿Por qué no me crees?
OTELO. - Tarde también para esa pregunta. Demasiado tarde. Tarde para arrepentirse. Tarde
para reparar el daño. Es tarde para todo, salvo para despedirse.
DESDÉMONA. - Yo no quiero despedirme.
OTELO. - Yo no fui el que te engañó, Desdémona.
DESDÉMONA. - Yo tampoco te engañé.
OTELO. - Yo no fui el que mintió.
DESDÉMONA. - No me mates, amor. Te lo suplico.
OTELO. - No me supliques. Te lo ruego.
DESDÉMONA. - Mándame lejos. Destiérrame.
OTELO. - No puedo.
DESDÉMONA. - Déjame vivir hasta mañana.
OTELO. - Es tarde.
DESDÉMONA. - No quiero morir, Otelo.
OTELO. - Silencio.
 Él saca un cuchillo y se lo clava en el corazón. Se extinguen los movimientos de ella.

2
ESCENA IX
EMILIA. - (muy agitada) ¡Mataron a Cassio, mi señor! ¡En el gimnasio! ¡Alguien entró y le
disparó! ¡Nadie sabe quién fue!
OTELO. - (casi sin reacción) Ya se descubrirá.
EMILIA. - (extrañada) ¿Usted sabía?
OTELO. - Me lo imaginaba.
EMILIA. - Tengo que decírselo a mi señora.
OTELO. - Difícil, Emilia.
EMILIA. - (dirigiéndose a la cama) Eran muy amigos, mi señor… Tiene que saberlo…
 Llega a la cama.
EMILIA. - (abrazándola y llorando) ¡Mi señora! ¡No puede ser! ¡Mi señora! ¡Ella no le hizo
mal a nadie! ¡Mi señora! ¡No puede ser!
OTELO. - Te equivocas: ella me engañaba ella me era infiel.
EMILIA. - ¡Tú fuiste, moro enfermo y estúpido! ¡Te convenciste de que eran ciertas todas las
basuras que alguien te inventó!
OTELO. - Pregúntale a tu marido.
EMILIA. - ¿¿A mi marido??
OTELO. - Él lo sabía.
EMILIA. - ¿Fue Yago quien te dijo que ella te era infiel? Eres un imbécil…
 Emilia toma una pistola y le apunta a Otelo. 
EMILIA. - (gritando para afuera) ¡¡Socorrooo!! ¡¡Ayuda!!
 Entra Yago corriendo, pistola en mano.
YAGO. - (apuntándole a Emilia) ¡Emilia, baja esa arma!
EMILIA. - (sin bajarla) ¿Qué vas a hacer? ¿Dispararme? ¿Matar a tu mujer?
YAGO. - ¡¿Qué estás haciendo?!
EMILIA. - A ver si eres tan hombre Yago, este mentiroso dice que tú le contaste que su mujer
lo engañaba.
YAGO. - ¡¡Baja el arma Emilia!!
EMILIA. - Habla miserable, ¿le dijiste que ella lo engañaba?
YAGO. - Sí.
EMILIA. - ¿Tú la viste?
YAGO. - Sí con Cassio y ahora, ¡cállate!
OTELO. - Emilia, Yo lo vi. Desdémona le regaló un pañuelo de seda verde y amarillo a Cassio.
Yo lo vi, yo vi a Cassio con el pañuelo que con tanto amor yo había entregado a mi mujer.
EMILIA. - Dios mío, dios mío…
YAGO. - Cállate Emilia
EMILIA. - Eres un general idiota. Ese pañuelo lo encontré yo y se lo pasé a mi amado esposo
porque él me dijo que estaba melancólico y que el pañuelo le recordaba a su patria... a su
madre... a su tierra...
YAGO. - Maldita puta.
EMILIA. - Tú se lo diste a Cassio. Tú eres quien ha llenado de negros pensamientos la cabeza
de este patético general.
YAGO. - Perra traidora.
EMILIA. - Estúpido asesino. Que hacía un idiota como usted con una mujer tan maravillosa.
Yago descarga su arma sobre Emilia. Silencio. Otelo descarga un tiro sobre Yago.
Silencio.
ESCENA X
Entra Montano con dos guardias.
MONTANO. - General, el teniente Cassio ha sido asesinado.
OTELO. - Yo ordené que lo mataran.
MONTANO. - Una prostituta afirma que vio a Yago matar al teniente, General. Tú mataste al
teniente Cassio.
YAGO. - No pregunten más, lo que saben es lo que saben. Desde ahora no diré ni una sola
palabra más.

2
MONTANO. - Otelo, (descubriendo el cadáver de Emilia y Desdémona). ¿Podría explicar
usted que ha sucedido aquí?
OTELO. - Todo esto es muy triste gobernador.
MONTANO. - Usted Otelo, queda despojado de su cargo y poder.
OTELO. - Solo les pido que digan la verdad.
MONTANO. - Y cuál sería esa verdad.
OTELO. - Que nunca fui grande. Que yo maté a Desdémona. Y que fui un imbécil por hacerlo.
Que traicioné la confianza de quien más quería. Y que fui violento hasta la locura, porque no
podía soportar la sola idea de no contar con su amor. Y que me arrepentí, pero ya era tarde. Y
que morí sin haberme perdonado.
MONTANO. - Entregue sus armas, Otelo.
Otelo se suicida. Silencio. Final.

Telón
Yago hace que Otelo se ponga muy celoso infundiendo sospechas sobre una relación adúltera
entre Casio, el número dos del gobierno de Chipre, y la propia Desdémona. Roba a
Desdémona un pañuelo que había sido regalado en un momento muy especial por Otelo y lo
introduce en las habitaciones de Casio para sembrar en Otelo dudas sobre la fidelidad de su
mujer. Otelo es un hombre directo, muy posesivo y excesivamente apasionado. El amor loco
que siente por su esposa, unido a la inseguridad por el color de su piel, hace que empiece a
creerse las acusaciones de Yago…

También podría gustarte