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Unidad 1

Contenidos

Las Partes

Introducción
El estudio principal sobre los sujetos de derecho corresponde a la normativa sustancial. Sin
embargo, para poder comprender bien el tema que nos ocupa, a saber, el de Las Partes en el
Proceso, debemos abordar el análisis desde esa óptica, es decir, debemos analizar los
institutos reglados por el ordenamiento material. Ello es así, toda vez que los conceptos de
persona, capacidad de derecho y de ejercicio –también denominada de obrar o de hecho–, se
encuentran íntimamente ligados a la teoría y la práctica de lo que la doctrina procesalista ha
denominado “partes en el proceso”. Y en esa tarea resulta relevante precisar las
modificaciones introducidas por el Código Civil y Comercial (en adelante, CCyC).

Precisión Conceptual
Previo a abocarnos al desarrollo teórico que nos ocupa, es importante precisar algunos
conceptos claves del tema a presentar.
En primer lugar, podemos decir que sujeto de derecho es toda persona, individuo, entidad, o
conjunto unificado de individuos, jurídicamente habilitado para adquirir derechos o contraer
obligaciones.
La personalidad corresponde, como regla, a los individuos humanos, pero también es conferida
a los núcleos o grupos humanos constituidos por apetencia de sociabilidad cuando reúnen las
exigencias requeridas por el ordenamiento [1]. La agrupación de varios hombres en torno a un
objeto de derecho puede -según los casos- crear nuevos sujetos de derecho, es decir, nuevas
personas. No todo grupo humano compone una nueva persona jurídica, pero toda persona
jurídica se asienta necesariamente en un grupo de seres humanos. [2] En el actual régimen
puede recaer sobre un único ser humano (es el caso de las sociedades unipersonales).
Así, en nuestro orden jurídico son sujetos de derecho las personas humanas y las personas
jurídicas. Las primeras no necesitan definición, mientras que las segundas son los grupos
humanos [o un único humano] a los cuales el ordenamiento jurídico reconoce como persona
jurídica, confiriéndoles capacidad limitada al cumplimiento de su objeto y a la finalidad para la
cual fueron creadas [3].
En el Derecho Procesal Civil la agrupación también supera la del Derecho Privado, pues ciertos
grupos humanos aparecen con una legitimación única en el proceso, aspecto que da lugar al
estudio de la legitimación de las partes múltiples (condominios, litisconsorcios, intereses
difusos), con distinto alcance y extensión de la definida en el Derecho sustancial. El sujeto de
derecho del proceso es el Estado (el que tiene la jurisdicción) que se manifiesta a través de sus
poderes (el judicial en nuestro caso) y se ejerce por medio de sus órganos (tribunales y jueces)
[4].
Luego de este breve introito, resta precisar que, en lo que sigue, pasaremos a analizar a los
sujetos procesales privados: partes principales y partes plurales (temas 1 y 2, respectivamente)
[5]; para luego encarar el estudio de dos sujetos procesales públicos: el Ministerio Público
Fiscal y el Pupilar (tema 3).-

Tema 1: Partes principales. Integración de la litis.


I. Partes principales
a) Las partes – Concepto
Para una antigua concepción, señala Alvarado Velloso [6], el vocablo parte configuraba un
concepto equivalente al de parte de la relación sustancial que subyace en todo litigio. Empero,
modernamente la experiencia jurídica nos enseña que el reclamo fundado en un derecho
material (incluso cuando el pretensor creyó tenerlo de buena fe), puede no haber ocurrido en la
realidad. Así, puede suceder que una sentencia sea adversa, pero ello no impide que exista
parte desde el punto de vista procesal, ya que quien actuó en el proceso no dejaría de ser
parte en él, y por ello puede ser alcanzado por las consecuencias de dicho pleito como ser las
costas, las responsabilidades por medidas cautelares trabadas sin derecho, etc..
Entonces, podemos comenzar definiendo a la parte -en sentido procesal- como aquel que
pretende, en nombre propio o en cuyo nombre se pretende, la actuación de una norma legal, y
aquel frente al cual esa actuación es requerida. En todo proceso hay un sujeto que pretende -
parte actora- y otro frente a quien se pretende –parte demandada-. Se reconoce, asimismo,
que la calidad de parte es estrictamente procesal y está configurada por la titularidad activa y
pasiva de una pretensión cuya tutela se reclama ante el órgano jurisdiccional [7].-
Si bien habitualmente en el proceso actúan dos personas, revistiendo las respectivas calidades
de actora y demandada, ocurre con frecuencia, atento la complejidad alcanzada en las
relaciones jurídicas actuales, que una misma persona revista las calidades de actor y
demandado, cuando la parte originariamente demandada ejerce a su vez, una pretensión
autónoma en contra de su pretensor, asumiendo así la posición de accionante (es el caso de la
reconvención que ya hemos estudiado en el Módulo 2). Igualmente puede ocurrir que dos o
más personas demanden juntas a otra, o que una persona demande a varias en forma
conjunta; como así también que se enfrenten varios actores frente a varios demandados, lo que
configura un litisconsorcio activo, pasivo, o mixto, respectivamente, figura que será de especial
tratamiento bajo el título “Acumulación subjetiva de acciones”.-

b) Capacidad e Incapacidad procesal


En principio, toda persona, por el hecho de serlo, tiene capacidad para ser parte, puede actuar
como tal en un proceso, disfrutando de ese primer grado de aptitud o capacidad jurídica para
ser titular de los derechos y de las obligaciones de carácter procesal.-
Sin embargo, no siempre quien es parte en un proceso está habilitado para actuar por sí
mismo, pues para esto último se requiere además capacidad procesal [8]. Bien es cierto que a
la capacidad de derecho corresponde, habitualmente, la capacidad de ejercicio –de obrar o de
hecho–, lo que significa, trasportado al ámbito del derecho procesal, que normalmente quien se
considere titular de un derecho subjetivo, puede defenderlo personalmente en el proceso. En
otras palabras: la capacidad para ser parte o capacidad jurídica procesal va acompañada,
generalmente, de la capacidad de obrar procesal.-
Si bien esta es la regla, en ciertos casos no ocurre así. Se trata de supuestos en los que, los
sujetos, no obstante estar investidos de la titularidad de partes, no pueden actuar por sí, esto
es, no pueden realizar por sí eficazmente los actos procesales necesarios para poner en obra
esa aptitud [9]. Se dice entonces que falta la capacidad para obrar procesalmente por sí, que
viene a ser como el paralelo de la capacidad de ejercicio o de obrar del derecho sustancial.
Esta incapacidad procesal puede ser denunciada por la contraparte mediante la excepción de
falta de personería o ausencia de legitimatio ad processum; este déficit (ausencia de capacidad
procesal para obrar por sí) impide la constitución válida de la relación procesal y por esa razón
puede ser declarada incluso de oficio por el juez [10].-
Por consiguiente, siguiendo a Ramacciotti podemos afirmar que, en definitiva, el problema de la
capacidad procesal viene a ser el problema de los incapaces procesales, es decir, de aquellos
que teniendo capacidad para ser partes procesales, no pueden, empero, obrar por sí
procesalmente, sino que debe suplirse u obviarse su incapacidad mediante sus representantes
legales [11]. Atento la íntima relación que existe en el problema abordado entre derecho
procesal y material, para saber quiénes tienen capacidad y quienes tienen restricciones a la
misma, hay que recurrir a las disposiciones de la ley sustancial.

c) Diferencia entre legitimación sustancial (legitimatio ad causam) y legitimación


procesal (legitmatio ad prosessum)
Es muy importante saber distinguir entre legitimación sustancial y legitimación procesal.
La defensa titulada “falta de acción o exceptio sine actione agit” consiste en afirmar que el actor
o el demandado “no son las personas especialmente habilitadas por la ley para asumir tales
calidades con referencia a la concreta materia sobre la que versa el proceso.” [12]
Por tanto, podemos afirmar que una persona tiene legitimación sustancial cuando es la que
figura en el título como acreedor o deudor, es decir, es el sujeto indicado por la ley sustancial
como titular de la pretensión esgrimida. En cuanto a la legitimación sustancial activa, podemos
predicar que el actor posee legitimación siempre que sea la persona especialmente habilitada
por la ley para asumir tal calidad con referencia a la materia concreta sobre la que versa el
proceso. [13]
La legitimatio ad caussam (o legitimación sustancial) es la cualidad emanada de la ley que
faculta a requerir una sentencia favorable respecto del objeto litigioso, y que en la mayoría de
los casos coincide con la titularidad de la relación jurídica sustancial. Es decir que debe existir
una identidad entre la parte de la relación procesal y el sujeto de la relación sustancial que se
ventila. Cuando no existe esa identidad se puede plantear -como ya adelantamos- la defensa
llamada “sine actione agit.” [14]-[15]
En cambio, la legitimación procesal constituye la aptitud para realizar personalmente (o por
apoderado) actos procesales válidos. Es la capacidad de hecho –de ejercicio conforme a la
terminología del nuevo código– para actuar en juicio y se halla relacionada con la personería
[16]. Es un complemento necesario de la capacidad civil para poder actuar por sí en un juicio.
[17]
Siguiendo a Falcón, podemos afirmar que la legitimación procesal (o legitimatio ad prosessum)
es la capacidad para actuar personalmente en juicio, y se encuentra directamente ligada con
las prescripciones del Derecho sustancial.
Esta actuación -por sí- se les encuentra vedada a ciertas personas físicas y a todas las
jurídicas. No se les veda el derecho a reclamar, pero para ello deben estar acompañadas por
otros sujetos a fin de poder integrar a su capacidad sustancial (titulares eventuales de la
relación jurídica sustancial que se reclama), la capacidad procesal. [18] En este sentido
carecen de plena capacidad para actuar, ya sea porque el Derecho pretende protegerlos y
necesitan el apoyo de alguien que los represente (las personas menores de edad, con
capacidad restringida o con incapacidad, inhabilitados, penados, fallidos), o porque carecen
realmente de voz en razón de tratarse de un ente que se expresa por medio de un órgano
(personas jurídicas). [19]
A ellos no se les permite “hablar” en el juicio, deben hacerlo a través de quienes los
representan.

d) Capacidad jurídica procesal. Capacidad de obrar procesal


Atento lo expuesto más arriba, resulta claro que es preciso discernir entre capacidad para ser
parte o capacidad jurídica procesal, definida como la idoneidad reconocida por el ordenamiento
jurídico para ser titular de derechos y de deberes procesales, y la capacidad de obrar procesal
que supone la aptitud legal de ejercer por sí los derechos y de cumplir los deberes inherentes a
la calidad de parte o peticionario. [20]
En ese sentido goza de capacidad jurídica procesal o capacidad para ser parte toda persona,
sea humana o jurídica.
En cambio, no gozan de capacidad de obrar procesal todas las personas. Las jurídicas actúan
a través de sus órganos, y en las humanas tal capacidad puede presentarse con restricciones.
Esto último lo veremos seguidamente al abordar la capacidad de ejercicio.

e) Personas humanas.
1) Capacidad de ejercicio. Limitaciones.
La capacidad de ejercicio es la aptitud de la persona humana para ejercer por sí misma los
derechos de los que fuera titular. El CCyC, en el art. 23, introduce en forma expresa el principio
de capacidad de ejercicio, estableciendo en qué casos puede resultar admisible su restricción.
[21]
La disposición mencionada elimina la clasificación de incapacidades de obrar receptada en el
código civil derogado –entre absolutas y relativas–, sentando el principio general de capacidad
y señalando inmediatamente que sus limitaciones pueden resultar sólo de la ley o de una
sentencia judicial fundada en la misma. Este último criterio permite introducir flexibilidad en el
concepto de capacidad, adaptando la misma a la persona en particular, dejando de lado el
antiguo criterio que obligaba a la persona a adaptarse a su marco de capacidad de obrar. [22]
Las restricciones admisibles a la capacidad de ejercicio de las personas se sustentan, en la
falta de madurez (persona menor de edad), o en la condición de su salud mental (discapacidad
psíquica), o en la carencia de libertad que no permite la libre y eficaz actuación (condenado),
etc...
El fundamento de dichas limitaciones es la protección de la persona, auxiliando la ejecución de
los actos a través de mecanismos de asistencia para su celebración. [23]

El art. 24 del CCyC, enumera quienes son las personas incapaces de ejercicio, tales son:
a) la persona por nacer;
b) la persona que no cuenta con la edad y grado de madurez suficiente, con
el alcance dispuesto por el propio código; y
c) la persona declarada incapaz por sentencia judicial, con la extensión
ordenada en esa decisión.
De tal manera el CCyC elimina la incapacidad de los “sordomudos que no puedan darse a
entender por escrito” (arts. 54 inc. 4 y 153 CC), quedando fuera de toda restricción cualquier
presunta incapacidad derivada de una discapacidad física y/o sensorial que suponga solo una
limitación -o diferencia- en la comunicación o en la manifestación de la voluntad, integrable por
otros medios, modalidades o formatos adecuados. [24]
Por otro lado también deben considerarse incapaces de ejercicio, por disposición de legislación
externa a la codificación civil y comercial, a los siguientes:
- A los condenados a prisión o reclusión por más de tres años, los cuales -según lo
estatuye el art. 12 del Cód. Penal- quedan privados, mientras dure la condena, de la patria
potestad, de la administración de los bienes y del derecho a disponer de ellos por actos entre
vivos y sujetos a la curatela establecida por la ley de fondo para los incapaces;
- A los fallidos, conforme al régimen de desapoderamiento, como efecto de la quiebra
declarada (art. 107 de ley 24.522 -Ley de Concursos y Quiebras-), y con la consecuencia, en el
ámbito del proceso, que “el fallido pierde legitimación procesal en todo litigio referido a los
bienes desapoderados, debiendo actuar en ellos el síndico” (art. 110 del mismo plexo
normativo).
Ahora bien, como lo señala Lino Palacio, tanto el penado como el fallido, pueden actuar en el
ámbito del derecho extrapatrimonial o no comprendido dentro de la restricción legal, pudiendo
por ej., el condenado, actuar por sí en la acción relativa al régimen del cuidado personal de un
hijo, en tanto que el fallido –según expresa la manda del art. 108 inc. 5 de la Ley de Concursos-
puede actuar en justicia “en defensa de bienes y derechos que no caen en el
desapoderamiento”.-

Corresponde ahora tratar las tres categorías de incapaces de ejercicio que prevé la nueva
codificación:

1) La persona por nacer.


Es evidente la imposibilidad de que ejerza sus derechos por sí mismo.
La existencia de la persona humana comienza con la concepción (art. 19 del CCyC). En el caso
de la utilización de técnicas de reproducción humana asistida el término debe ser entendido
conforme a la doctrina de la CIDH en el caso “Artavia Murillo vs. Costa Rica” del 28/11/2012.
En el cual tal órgano sostuvo que la existencia de la persona humana comienza con la
implantación del embrión y, por ende, el embrión no implantado no es persona humana. [25]
Cabe destacar que los derechos y obligaciones del concebido o implantado en la mujer quedan
irrevocablemente adquiridos si nace con vida, pues si no nace con vida se considera que la
persona nunca existió. En tanto se establece, al igual que en el régimen anterior, que el
nacimiento con vida se presume (art. 21 del CCyC).

2) La persona menor de edad.


La persona menor de edad es la que no ha cumplido dieciocho años (art. 25, CCyC). De tal
modo se mantiene el régimen de la ley 26.579.
El nuevo orden elimina la distinción entre menores púberes e impúberes –menos o más de
catorce años–, e introduce la figura del adolecente, que se establece a partir de los trece años
de edad. Se llaman adolescentes porque sus protagonistas son jóvenes que aún no son
adultos pero que ya no son niños. Es una etapa de descubrimiento de la propia identidad
(psicológica y sexual) así como de la autonomía individual. El adolescente puede hacer uso de
su autonomía y comenzar a tomar ciertas decisiones. [26]
El art. 26 del CCyC, si bien establece como principio general la representación legal para el
ejercicio de los derechos que se encuentran en cabeza del menor de dieciocho años, admite la
existencia de excepciones determinando que los que cuentan con edad y grado de madurez
suficiente pueden ejercer por sí los actos que le son permitidos por el ordenamiento jurídico.
De esta manera, el mismo código determina, que el adolescente entre trece y dieciséis años
tiene derecho a decidir sobre los tratamientos médicos que requiera su estado de salud. Así,
puede decidir sobre la realización de tratamientos médicos que no resulten invasivos, ni
comprometen su estado de salud o provocan un riesgo grave en su vida o integridad física. En
cambio, si se tratare de tratamientos médicos invasivos que comprometan su estado de salud o
pongan en riesgo su integridad o vida, debe prestar su consentimiento con la asistencia de sus
progenitores. El interés superior del adolescente prima para la resolución del conflicto que
pueda plantearse entre el mismo y sus progenitores, teniendo como base tal decisión la opinión
médica con relación a las consecuencias que apareje la realización o no del acto médico.
A partir de los dieciséis años el adolescente se encuentra equiparado al adulto para la toma de
decisiones referidas al cuidado de su cuerpo.
No obstante, se ha dicho “que el régimen admita la competencia o aptitud del adolescente para
la toma de decisiones frente a actos y/o tratamientos médicos, no importa consagrar su
capacidad para la celebración del contrato médico, ya que el primer aspecto refiere al ejercicio
de un derecho personalísimo, en tanto el segundo es un acto jurídico patrimonial que exige la
consecuente capacidad, y claramente, el adolescente carece de capacidad para el segundo,
pero no necesariamente para el primero.” (Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil, Sala B,
11/02/16. “N. F. N. c/ Editorial Televisa Argentina S.A. s/ daños y perjuicios”, Diario Jurídico del
30/03/2016 N° 3172).
Por otro lado la persona menor de edad debe ser oída en todo proceso judicial o decisión que
le concierna, y puede intervenir con asistencia letrada en los conflictos de intereses que se
susciten con sus representantes legales. Asimismo, los contratos de escasa cuantía de la vida
cotidiana celebrados por el hijo se presumen realizados con la conformidad de los progenitores
(art. 684, CCyC).
En consecuencia el nuevo Código no sólo incluye expresamente normativa que otorga
autonomía progresiva al menor y reconoce sus aptitudes a medida que evoluciona y se
desarrolla, sino que la eleva en el art. 639 inc. b) a la categoría de principio general: “la
autonomía progresiva del hijo conforme a sus características psicofísicas, aptitudes y
desarrollo. A mayor autonomía, disminuye la representación de los progenitores en el ejercicio
de los derechos de los hijos”.
De esta manera el actual régimen consagra el reconocimiento de la capacidad progresiva de la
persona menor de edad (arts. 5, 12 y 14 de la Convención sobre los Derechos del Niño), la
prevalencia de su interés superior (art. 3° DN) y el derecho a ser oído y participar en las
decisiones sobre su persona (art. 12 CDN); y muchas de ellas se encuentran reiteradas en la
ley 26.061 de “Protección Integral de los Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes”. Este
concepto de capacidad progresiva implica reconocer aptitudes o competencias en el niño
teniendo en consideración su edad, sus características psicofísicas, su madurez y su
desarrollo, permitiéndole de acuerdo a éstas ejercer por sí algunos derechos. Disminuye en
esa misma medida la sustitución de la voluntad del menor de edad por parte de sus
representantes legales.

Situación de la persona emancipada.


La emancipación importa la adquisición de plena capacidad de ejercicio con determinadas
limitaciones. El art. 27 CCyC, establece la emancipación por matrimonio de las personas
menores de dieciocho años. Cabe aclarar que la figura de la emancipación por habilitación de
edad ya había sido derogada del CC por la ley 26.579.
El menor de dieciséis años puede contraer matrimonio previa dispensa judicial; si es mayor de
esa edad puede contraer matrimonio con la autorización de sus representantes legales –si
tiene doble vínculo filial se requiere el consentimiento expreso de ambos– o, en caso de
ausencia de la misma, previa autorización judicial (art. 404, CCyC).
Es necesario precisar que a pesar de que se produzca la emancipación por matrimonio
subsisten actos prohibidos a la persona emancipada y otros sujetos a autorización judicial. Los
actos prohibidos, al igual que en el régimen anterior, son: aprobar las cuentas de sus tutores y
darles finiquito; hacer donaciones de bienes que hubiesen recibido a título gratuito; y afianzar
obligaciones (art, 134 CC, art. 28 CCyC). Se trata de prohibiciones de carácter absoluto dado
que las mismas no pueden ser salvadas ni por autorización judicial. [27]
En cuanto a los actos que requieren autorización judicial son aquellos que impliquen disponer a
título oneroso de los bienes recibidos a título gratuito, y tal venia sólo deberá ser otorgada
cuando exista necesidad o ventaja evidente (art. 29, CCyC).

Situación de la persona menor de edad que ejerce empleo, profesión o industria.


El código actual (art. 681, CCyC) predica que a los fines del ejercicio de un oficio, profesión o
industria debe distinguirse entre adolescentes menores y mayores de dieciséis años, pues
quienes tienen menos de tal edad deben obtener permiso expreso de sus progenitores,
cumpliendo con las disposiciones del código y de leyes especiales. Ahora bien, resulta que
entre estas últimas leyes nos topamos con la N° 26.390 de “Prohibición del Trabajo Infantil y
Protección del Trabajo Adolescente”, la cual establece que queda prohibido el trabajo de las
personas menores de dieciséis (16) años en todas sus formas (art. 2°), salvo entre catorce y
dieciséis años, en trabajos no perjudiciales en empresa familiar con jornada limitada y con
autorización de autoridad administrativa laboral (art. 17). Es decir, en conclusión, que en
nuestro sistema jurídico los menores de dieciséis años no pueden trabajar –con excepción del
supuesto apuntado-.
En razón a ello se ha dicho que si bien la reforma mejora el sistema por contratos por servicios
del hijo, siendo la legislación especial más restrictiva debió haberse adecuado la normativa del
Código a la misma. [28]
En cuanto a los mayores de dieciséis años, queda prohibido a los progenitores la celebración
de cualquier contrato que los obligue a prestar servicios o aprender algún oficio sin
consentimiento de aquel (art. 682, CCyC), y en caso de ejercer empleo, profesión o industria se
presume la autorización de sus progenitores para todos los actos y contratos concernientes a
tal actividad (art. 683, CCyC).
El menor tiene la administración de los bienes adquiridos mediante trabajo, empleo, profesión o
industria, aunque conviva con sus progenitores.

Situación de la persona menor de edad que obtiene título habilitante.


La normativa vigente establece que la persona menor de edad que ha obtenido título habilitante
para el ejercicio de una profesión puede ejercerla por cuenta propia sin necesidad de previa
autorización (art. 30, CCyC). Sin embargo, la doctrina ha expuesto que si bien la norma del
artículo 30 no lo aclara, dicho ejercicio profesional por cuenta propia puede realizarse a partir
de los dieciséis años, en consonancia con lo dispuesto por el artículo 681 del Código, que
requiere al menor de dieciséis años autorización de sus progenitores para ejercer oficio,
profesión o industria, no pudiendo obligar a su persona de otra manera, y el artículo 683 del
mismo cuerpo, que presume que el hijo mayor de dieciséis años que ejerce algún empleo,
profesión o industria está autorizado por sus progenitores para todos los actos y contratos
concernientes a la actividad respectiva. [29]
Por otro lado, el menor de edad que ejerce su profesión mediante título habilitante tiene la
administración y disposición de los bienes que adquiere con el producto de la misma, y puede
estar en juicio civil o penal por cuestiones vinculadas a ella.

3) Persona con capacidad restringida o incapacidad.


Conforme al nuevo orden instaurado la regla es la restricción al ejercicio de la capacidad de la
persona y, excepcionalmente, la declaración de su incapacidad. Los términos de la norma
contenida en el art. 32 del CCyC son contundentes en ese sentido, en cuanto expresa: “El juez
puede restringir la capacidad para determinados actos de una persona mayor de trece años
que padece una adicción o una alteración mental permanente o prolongada de suficiente
gravedad, siempre que se estime que del ejercicio de su plena capacidad puede resultar un
daño a su persona o a sus bienes. En relación con dichos actos, el juez debe designar el o los
apoyos necesarios que prevé el art. 43, especificando las funciones con los ajustes razonables
en función de las necesidades y circunstancias de la persona. El o los apoyos designados
deben promover la autonomía y favorecer las decisiones que respondan a las preferencias de
la persona protegida. Por excepción, cuando la persona se encuentre absolutamente
imposibilitada de interaccionar con su entorno y expresar su voluntad por cualquier modo,
medio o formato adecuado y el sistema de apoyos resulte ineficaz, el juez puede declarar la
incapacidad y designar curador.”
En el supuesto de “restricción a la capacidad”, la persona conserva su capacidad y sólo se la
restringe para determinados actos que deben estar especificados en la sentencia. También
debe designarse a la persona o personas que la asistan para el ejercicio y protección de sus
derechos ante tales actos.
En el caso de “incapacidad”, se trata de aquella persona que se encuentra en situación de
ausencia de conciencia de sí, de su alrededor, carente e imposibilitada de comunicación con el
entorno, con otras personas, y por todo lo cual un sistema de apoyo aparece insuficiente,
correspondiendo entonces la figura de un curador que ejerza representación pura. [30]
En el proceso relativo a la declaración de restricción a la capacidad o incapacidad de una
persona, la misma es parte y puede aportar todas las pruebas que hacen a su defensa (art. 36,
CCyC).
Por otro lado, el nuevo código establece que la sentencia debe ser inscripta en el Registro del
Estado Civil y Capacidad de las Personas, a partir de cuya fecha tendrá efectos frente a
terceros (art. 39, CCyC). Consideramos que a los fines de garantizar dicha publicidad sería
conveniente que también estuvieran inscriptas en el Registro General de la Propiedad y en el
Registro Nacional de Propiedad del Automotor.
La revisión de la sentencia puede ser requerida por el interesado en cualquier momento o debe
ser realizada de oficio por el juez en un plazo no superior a tres años, en base a nuevos
dictámenes interdisciplinarios y audiencia personal con el involucrado. El Ministerio Público
debe fiscalizar el cumplimiento efectivo de tal revisión judicial (art. 40, CCyC). Si el
restablecimiento no es total, el juez puede ampliar la nómina de actos que la persona puede
realizar por sí o con la asistencia de su curador o apoyo (art. 47, CCyC).

Inhabilitados
La inhabilitación procede respecto de aquellas personas que por la prodigalidad en la gestión
de sus bienes exponen a su cónyuge, conviviente o a sus hijos menores de edad o con
discapacidad a la pérdida del patrimonio (art. 48, CCyC). Es decir que la figura de la
inhabilitación solo se mantiene para la situación del pródigo, pero ya no procede –a diferencia
del código anterior– en relación a las personas disminuidas en sus facultades mentales ni
respecto de las personas con trastornos por consumos de sustancias tóxicas –alcohol o
drogas– (art. 152 bis CC). En la nueva codificación estos últimos supuestos se encuentran
amparados en el régimen de las personas con capacidad restringida.
La declaración de inhabilitación importa la designación de un apoyo que debe asistir al
inhabilitado en el otorgamiento de actos de disposición entre vivos y en los demás actos que el
juez fije en la sentencia (art. 49, CCyC).
La inhabilitación cesa por decisión del juez previo examen interdisciplinario que dictamine
sobre el restablecimiento de la persona (art. 50, CCyC), o lógicamente por el fallecimiento de
los familiares protegidos que justificaban tal declaración.

2) Representación de las personas humanas incapaces de ejercicio.


La representación legal de las personas humanas presenta los siguientes supuestos, a saber:
1) Personas por nacer
Son representantes de las personas por nacer, sus padres (art. 101, inc. a, del CCyC). Tal
como lo entiende la doctrina la representación sólo se inviste en ocasión del ejercicio necesario
de algún acto jurídico, pues sería inocuo hablar de representación de una persona por nacer
cada vez que una mujer queda embarazada si, como ocurre ordinariamente, no hay acto
jurídico alguno que realizar en nombre del por nacer. [31]

2) Personas menores de edad


Las personas menores de edad ejercen sus derechos a través de sus representantes legales
(art. 26, primera parte, del CCyC), quienes son sus padres o tutores. Estos últimos se
presentan cuando faltan los padres, o ambos son incapaces, o están privados de la
responsabilidad parental, o suspendidos en su ejercicio (art. 101, inc. b, CCyC).
En relación puntualmente a la representación procesal la nueva legislación unificada dispone,
en el art. 677 del CCyC., que los progenitores pueden estar en juicio por sus hijos como
actores o demandados. En tanto en el segundo párrafo la norma establece la presunción de
autonomía suficiente de los hijos adolescentes para participar en forma activa en los procesos
que los tengan como parte, en forma conjunta con sus progenitores, o de manera autónoma
con la correspondiente asistencia técnica de letrado. Es decir que el hijo de entre trece y
dieciocho años de edad puede tomar parte en el proceso judicial en el que sus derechos se
encuentren en juego, por sí o en forma coadyuvante a la labor llevada a cabo por sus
ascendientes. Decide si quiere intervenir o no, si opta por intervenir obligadamente debe
hacerlo con patrocinio letrado (la ley 26.061 instituye en su artículo 27, inciso c, como una
garantía mínima del proceso reconocida para los sujetos a los cuales ella abarca la
intervención de un abogado en toda causa en que ellos intervengan).
En consecuencia, en el nuevo régimen la función de representación opera con todo vigor
respecto de los menores de trece años quienes son sustituidos procesalmente –con excepción
del derecho a ser escuchados-. En cambio, dicha actuación se recorta fuertemente en relación
a los adolescentes, en virtud de la presunción de autonomía procesal son ellos en principio
quienes pueden ejercer en forma personal el reclamo ante los estrados en defensa de los
derechos que titularizan, admitiéndose solamente la prueba concreta y contundente respecto a
las razones que tomen desaconsejable su intervención para apartarse de ese
entendimiento.[32]
Ahora bien, los progenitores pueden oponerse a la decisión del hijo adolescente de entablar
una demanda contra un tercero (art. 678 del CCyC), a tales fines deberán presentarse
judicialmente para ejercer su derecho a oposición.
En ese sentido se ha entendido que “Se invierte así el sistema del CC, en el cual era el hijo
quien debía solicitar la venia judicial para suplir la necesaria autorización parental para entablar
una acción civil contra terceros; mientras que en el nuevo sistema son los progenitores del hijo
adolescente quienes deberán recurrir al ámbito judicial para que no se aplique la presunción
legal del art. 677 CCyC.” [33]
El juez que entiende en la causa ya iniciada por el adolescente deberá resolver el planteo
previa celebración de una audiencia en la que intervendrán además del adolescente, el o los
progenitores oponentes y el Ministerio Público. La decisión deberá fundarse en el interés
superior del adolescente
Es necesario destacar, por otro lado, que el hijo menor de edad puede demandar a sus
progenitores por sus propios intereses sin previa autorización judicial -a diferencia del régimen
anterior que la requería- si cuenta con la edad y grado de madurez suficiente y asistencia
letrada (art. 679 del CCyC). Este supuesto se refiere a todos los hijos menores de edad, sin
distinción entre niños o adolescentes, siempre que se presenten las siguientes condiciones: a)
se trate del reclamo de sus propios intereses; b) cuenten con el grado de madurez suficiente y
c) cuenten con asistencia letrada.
En relación a lo último, corresponde distinguir entre la capacidad de ser parte en juicio y la
capacidad para contratar un letrado patrocinante. La designación de un abogado requiere como
mínimo contar con discernimiento suficiente para celebrar actos lícitos, el cual se adquiere a los
trece años (art. 26, inc. c). Bajo este supuesto, la contratación de un abogado seleccionado por
el adolescente, constatada la existencia de madurez suficiente, requerirá una habilitación
especial por parte del juez. En todos los casos, podrá suplirse la ausencia de capacidad para
contratar, mediante la designación de un letrado patrocinante por parte del juez a instancias del
Ministerio Público. [34]

En otro orden, el art. 645, inc. d) del CCyC dispone que si el hijo tiene doble vínculo filial, se
requiere el consentimiento expreso de ambos padres para que el menor pueda estar en juicio
cuando no puede actuar por sí (cuando un menor sufra un hecho dañoso y se deba entablar la
demanda en reclamo del resarcimiento —v.gr., es arrollado por un automóvil simplemente al
cruzar una calle o conduciendo una bicicleta, o víctima de una mala praxis médica—). [35]
En relación a ello, cabe señalar que los padres deberán presentar las partidas
correspondientes para acreditar en el juicio el carácter que invisten, y los tutores deberán
presentar el testimonio de su designación (fotocopia autenticada del auto de nombramiento y
acta de aceptación del cargo).
En el orden nacional, tratándose de este tipo de representación, los padres no tienen la
obligación de presentar las partidas correspondientes, salvo que el juez, a petición de la
contraparte o de oficio, los emplazare a presentarlas, bajo apercibimiento de las costas y
perjuicios que ocasionaren (art. 46, último párrafo del C.P.C.C.N.).
Es necesario aclarar que al cumplir la persona los dieciocho años, el juez o tribunal
interviniente, sin necesidad de petición de parte, debe proceder a emplazar al antes menor
para que tome intervención personal bajo el correspondiente apercibimiento [36]; es decir,
continuar el juicio en rebeldía [37].
Para los padres se trata, pues, de un caso de cesación de la representación legal hasta allí
ejercida, que se produce automáticamente sin necesidad de verificar sin más que la mayoría de
edad del representado.

3) Personas incapaces o con capacidad restringida


Las personas declaradas “incapaces” son representadas por el curador designado (art. 101,
inc. c), CCyC), quien tiene que acompañar para acreditarlo el testimonio de su nombramiento
(fotocopia autenticada del auto de nombramiento y acta de aceptación del cargo). La función es
sustitutiva de la voluntad de la persona con padecimiento mental, sin embargo el juez del
proceso de incapacidad debe fijar en la sentencia el alcance de la misma. Es decir, que debe
especificar cuáles son los actos que puede efectuar el curador en beneficio de la persona
protegida.
En el caso de las personas “con capacidad restringida” rige el sistema de apoyos, que son
excepcionales y deben otorgarse para determinados actos. El juez en la sentencia establecerá
si el apoyo comprende una función representativa o no. En ese sentido la doctrina ha expuesto:
El apoyo puede consistir en una o varias personas, en una red o varias, una organización
comunitaria. Puede resultar una función de asesor, de consejero, o asistente. Debe entenderse
que la función representativa está reservada para situaciones particularmente graves, como
resulta la presencia de patologías sobrevinientes o temporales que impiden totalmente al sujeto
el ejercicio de su capacidad jurídica. También, para aquellos actos que deba realizar la persona
con capacidad restringida por sí mismo que, dada la complejidad y la especificidad del asunto,
requiera a criterio del juez ser sustituido por el apoyo en su celebración. Por lo reseñado, se
advierte la excepcionalidad de esta función representantiva. [38]
Cabe destacar que en los procesos de incapacidad e inhabilitación (art. 147 del C.C.), nuestra
ley ritual prescribe que se nombre un curador ad litem a la persona a proteger (art. 832 inc. 1°),
que recaerá en un abogado de la matrícula y será designado de la lista de abogados para
nombramientos de oficio (art. 100 del C.P.C.C.).

f) Personas Jurídicas
1) Capacidad.
La capacidad de las personas jurídicas se halla reconocida en el art. 141 del CCyC, que al
definirlas expresa “Son personas jurídicas todos los entes a los cuales el ordenamiento jurídico
les confiere aptitud para adquirir derecho y contraer obligaciones para el cumplimiento de
su objeto y los fines de su creación”.
De esta manera el código alude al “principio de especialidad”, que ya establecía el art. 35 del
CC derogado, según el cual la capacidad otorgada a las personas jurídicas está limitada al
cumplimiento de su objeto y los fines de su creación. La doctrina y la jurisprudencia han
entendido que su interpretación debe ser realizada con prudencial amplitud, permitiendo la
realización de los actos jurídicos consecuentes, por ejemplo, una sociedad aunque su actividad
no sea adquirir automotores, tiene capacidad para adquirir uno para la distribución de los
productos que fabrica. Y por el contrario, tal principio impide que se desvirtué el objeto para el
cual se ha constituido, por ejemplo, una sociedad constituida para explotar una mina no puede
realizar actividad financiera. [39]

2) Clases.
El nuevo código mantiene la clasificación entre personas jurídicas públicas y privadas.
En relación a las públicas sólo las menciona, en tanto su regulación –reconocimiento,
comienzo, capacidad, funcionamiento, etc.– es propia del derecho público nacional e
internacional (arts. 146 y 147 del CCC).
En cuanto a las de derecho privado, las enumera de manera no taxativa en cuanto culmina por
incluir “…a toda otra contemplada en disposiciones de este Código o en otras leyes…” (art. 148
inc. i), CCyC), y otorga personalidad jurídica –a diferencia del régimen anterior– a las simples
asociaciones y al consorcio de propiedad horizontal (arts. 189 y 2044, respectivamente). A su
vez, cabe destacar que se elimina el régimen de las sociedades civiles, unificándose la
regulación de todas las sociedades en la “Ley General de Sociedades” (ley 19550).
En relación a las modificaciones producidas en esta última legislación, es importante mencionar
la incorporación de la sociedad unipersonal, la cual sólo podrá constituirse como sociedad
anónima, y la supresión a la referencia a la sociedad de hecho, aunque gran parte de la
doctrina entiende que su régimen subsiste. Al respecto se ha expuesto “Contrariamente a lo
dispuesto por el anterior art. 21 de la LSC, el actual art. 21, LGS no se refiere expresamente a
las "sociedades de hecho con un objeto comercial", pero entendemos que, al referirse —en
general— a sociedades que incumplan con las formalidades de la ley, las está incluyendo.” [40]
Y también que “La solución lógica pasa por incluirlas dentro de la Sección IV de la Ley General
de Sociedades y tratarlas como la propia Ley 26.994 lo dispone para las sociedades que no
revisten la tipicidad legalmente prevista para las sociedades incluidas en el régimen de la Ley
19.550.” [41]

3) Representación orgánica de las personas jurídicas


Ya anticipamos que en algunos casos el sujeto de derecho no puede expresarse por sí porque
no es un ser humano, sino un centro de imputación jurídica de derechos y obligaciones (vgr.:
persona jurídica), que ha sido asimilado en el campo del Derecho a la persona humana. En
este caso es necesario un ser humano capacitado y habilitado que hable por este centro de
imputación jurídica.

Veamos entonces quienes son las personas físicas que representan a estos entes.
a) Representantes de las sociedades.
Son representantes legales: El administrador o el representante que de acuerdo con el contrato
o por disposición de la ley tenga la representación de la sociedad, obliga a ésta por todos los
actos que no sean notoriamente extraños al objeto social, y aun en ciertos supuestos en
infracción a la representación plural, salvo que el tercero conociere que se actúa en infracción
(art. 58, Ley nac. 19.550).
Si se trata de una sociedad colectiva, conforme a lo indicado en el contrato y en su defecto
puede representarla cualquiera de los socios indistintamente (art. 127, Ley nac. 19.550). En el
supuesto de las sociedades no constituidas según los tipos legales previstos, cualquiera de los
socios la representa exhibiendo el contrato (art. 23, Ley nac. 19.550). La sociedad de
responsabilidad limitada es representada por uno o más gerentes designados en el contrato
social, en el acto constitutivo o posteriormente (art. 157, Ley nac. 19.550), en caso de gerencia
colegiada se aplican las reglas de funcionamiento del directorio de las sociedades anónimas
(art. 157, 3° parte, Ley nac. 19.550). La sociedad anónima, cuyo órgano deliberativo es el
directorio, compuesto de uno o más directores (art. 255, Ley nac. 19.550), es representada por
el presidente de dicho órgano. El estatuto puede autorizar la actuación de uno o más
directores. En ambos supuestos se aplicará el art. 58 (art. 268, Ley nac.19.550).
Algún aspecto particular lo presenta la teoría de la apariencia. A este respecto, existe un
criterio según el cual corresponde excluir la oponibilidad a los terceros de las reglas
estatutarias de representación cuando la conducta desenvuelta ha sido idónea para crear una
apariencia en la atribución de las facultades que invocaron los suscriptores de los títulos, aun
infringiendo lo dispuesto en los estatutos. [42] En una causa en la que se discutía la facultad
del Presidente (o Vicepresidente) de una Sociedad Anónima para otorgar un poder para pleitos
sin la decisión previa del Directorio (órgano de administración del ente), la Sala Civil del Excmo.
Tribunal Superior de Justicia de nuestra provincia, en ejercicio de su función de nomofilaquia,
ha uniformado la jurisprudencia brindando una adecuada interpretación a los arts. 58, 255 y
268 de la Ley de Sociedades. Es así que en los autos Banco Julio S.A. c/ José Antonio
Bonadero -P.V.E.- Recurso de Casación," [43] nuestro tribunal casatorio expresó que según las
pautas establecidas por nuestra legislación de fondo para las sociedades anónimas, la figura
del Presidente del Directorio (o Vicepresidente, en sustitución de aquél) cumple un rol
trascendental dentro del esquema organizativo empresarial, puesto que la ley le atribuye
imperativamente el carácter de representante legal (necesario) del ente social en sus
relaciones con los terceros (arg. art. 268, L.S.). Sin embargo, destacó también el regular
ejercicio de ese cargo representativo exige su armónico complemento con la actividad de los
demás órganos que conforman la persona jurídica. Cada uno de ellos debe actuar en los
límites de sus respectivas competencias funcionales, puesto que la voluntad del ente social no
se conforma sino a través de la labor conjunta de todos sus componentes. En el caso de las
sociedades, cuando el representante societario actúa invocando tal calidad, no aparece como
un sujeto distinto del representado (ente), sino que obra por éste como "órgano" o, si se quiere,
como su medio natural de expresión, ante la imposibilidad de hacerlo de otro modo, dado su
carácter de persona de existencia "ideal". El presidente de una sociedad anónima es el
portador de la voluntad social y, como tal, sus facultades se limitarían a la sola declaración de
esa voluntad frente a los terceros, materializando en el mundo jurídico las decisiones
adoptadas con antelación por el órgano deliberativo competente. No le está permitido
determinar la naturaleza ni el contenido de la voluntad social, como así tampoco decidir per se
y anticipadamente cómo habrá de configurarse la misma. Sin perjuicio de ello, el más alto
tribunal de la provincia sigue diciendo que "la competencia funcional reconocible al
representante societario ha experimentado, en los hechos, una evidente expansión, al amparo
no sólo de las disposiciones estatutarias que le confieren específicas atribuciones -tendientes a
agilizar su actuación para adaptarla a las necesidades del tráfico mercantil- sino,
fundamentalmente, de la legislación que, privilegiando valores tales como los de seguridad
jurídica y celeridad, pareciera asignar al órgano ejecutivo atribuciones que trascienden al rol de
mero "vehículo" de la voluntad colectiva". Baste con reparar en el alcance del precepto
contenido en el art. 58, L.S., en cuanto dispone que la sociedad queda obligada por todos los
actos ejecutados por su representante, con la única condición de que los mismos no sean
"notoriamente extraños al objeto social". Sin embargo, lo señalado hasta aquí no debe
inducirnos a confusión, pues el sentido que inspira la norma del art. 58, L.S., es el de proteger
a los terceros frente a la apariencia de regularidad que ostenta la actuación del representante,
no el de "alterar" los mecanismos naturales a través de los cuales se debe formar y manifestar
la voluntad de la persona jurídica. Tan es así que, aun cuando la sociedad deba responder ante
los terceros por los actos llevados a cabo por quien tiene el uso de la firma social, internamente
permanece intacto su derecho a deslindar responsabilidades sobre quien actuó en violación a
su sistema orgánico (art. 58 in fine, ley 19.550). En estricto rigor y por imperio de las normas
societarias que rigen la materia, aparece incuestionable que el otorgamiento de poderes de
representación, siendo por naturaleza un típico acto de administración, debe ser decidido por el
directorio de la sociedad, por ser éste el órgano al que la ley asigna el desempeño de tal
función (arg. art. 255, L.S.). El texto de la ley es sumamente elocuente y no deja margen para
oposiciones: la administración está a cargo del directorio. En el sentido propuesto, se ha
resuelto: "El conferimiento de mandatos para representar a la sociedad anónima -y su eventual
revocación- es decisión que compete al directorio, pues es este órgano, mediante los
procedimientos establecidos por la ley y los estatutos, el encargado de determinar o fijar el
contenido de la voluntad del ente en asuntos de esta índole"[44]. Sigue diciendo el Excmo
T.S.J. que "... enderezando el análisis hacia el objeto propio del acto en cuestión, es dable
concluir no sólo que su conferimiento debe ser decidido por el directorio sino,
fundamentalmente, que esta facultad no puede ser ejercida en forma unívoca por el
representante de la sociedad, al menos actuando conforme los lineamientos regulares de sus
funciones típicas". La Cámara Nac. Comercial, Sala “A”, ha sostenido: "El presidente del
directorio no puede por sí decidir el otorgamiento de poderes para representar a la sociedad. El
no es un mandatario de la sociedad que pueda sustituir un mandato (art. 1924, Cód. Civil), sino
que ejerce una representación orgánica, inherente al cargo que desempeña e inseparable de
él"[45]. Queda claro entonces que la decisión atinente al otorgamiento de poderes para
representar a una sociedad anónima atañe exclusivamente a su directorio, y no a su
presidente.

b) Representantes del consorcio de propiedad horizontal (administrador).


El administrador es quien ejerce en el carácter de mandatario la representación legal del
consorcio -categorizado en el nuevo régimen como persona jurídica-, puede ser propietario o
un tercero, persona humana o jurídica.
La normativa aplicable puntualiza que debe representar al consorcio en todas las gestiones
administrativas y judiciales como mandatario exclusivo con todas las facultades propias de su
carácter de representante legal (art. 2065 del CCC). De ello, se extraen las siguientes
circunstancias, por un lado, que no existe un vínculo directo con los propietarios sino con el
consorcio, y que a tal vínculo se le aplican las reglas del contrato de mandato –en subsidio de
las específicamente previstas– y, por otro, que no se trata de una facultad sino de un “deber”
de representar al consorcio. De tal manera el administrador representa al consorcio tanto
cuando éste sea sujeto activo o pasivo en un proceso judicial.
En ese sentido se ha expuesto que de todos modos, sólo tendría suficiente legitimación para
actuar en juicio si no existe una resolución asamblearia en contrario. Ello así, pues la asamblea
está facultada para resolver las cuestiones “no contempladas como atribuciones del
administrador” (art. 2058, inc. d) y queda dicho que la representación en juicio del consorcio no
ha sido concebida como una “atribución” del administrador sino como una obligación. Es
entendible que no pueda llevar a juicio al consorcio cuando exista una manifestación expresa
en contrario de la asamblea, si se piensa que pueden existir intereses encontrados entre
ambos órganos (por ejemplo, en cuanto a la rendición de cuentas, la remoción, etc.) y los
gastos y costas del proceso deben ser afrontados por el consorcio [46].

c) Representantes de las personas de carácter público.


En cuanto al Estado Nacional, rige la ley 17.516 y su decreto reglamentario 411/80[47]. En
relación a la Provincia de Córdoba, la representa el Fiscal de Estado, quien puede sustituir sus
facultades, por escrito y sin otras formalidades, en el Procurador del Tesoro, abogados
apoderados y letrados del Cuerpo de Abogados (art. 6, ley prov. 7854). Respecto de todos
ellos “será suficiente la invocación de su carácter de tales para acreditar personería (art. 7, ley
prov. citada) [48]. Respecto de los Municipios y Comunas, amén de las disposiciones de las
respectivas Cartas Orgánicas, la Ley de Municipios (ley prov. 8102) señala: en aquellos
Municipios acogidos al régimen de Intendencia y Consejo Deliberante, el Intendente
“Representa a la Municipalidad en sus relaciones oficiales con los Poderes Públicos y por sí o
por apoderado en las actuaciones judiciales” (art. 49, inc. 7°), y en los de Gobierno de
Comisión esa calidad la asume el Presidente (art. 60, inc. 3°). En cuanto a las Comunas, el
Presidente es representante legal en todos los actos (art. 200). Los nombrados acreditan su
calidad con copia del acta de asunción del cargo [49].

g) Capacidad de las entidades patrimoniales que carecen de personería jurídica


Respecto a las entidades patrimoniales, esto es, aquellas que en razón de hallarse constituidas
exclusivamente por una masa de bienes, carecen de una titularidad personal definida, tales
como la herencia yacente o la masa en concurso o quiebra, si bien no resulta posible adscribir
esos conjuntos de bienes a una persona física determinada, ni reconocerles a aquéllas
capacidad para ser partes, cabe apuntar que la intervención procesal de las mismas, se da a
través del administrador o síndico, que lo hacen en representación de los futuros titulares de
los derechos y obligaciones que se hallan en juego[50].
En relación al proceso sucesorio la cuestión requiere precisiones. Es que la sucesión indivisa
no constituye una persona de existencia ideal o ficticia, ni es una creación legal con personería
independiente de los herederos, no origina la formación de una sociedad sino de un
condominio y el administrador no puede incoar o contestar demandas a nombre de la sucesión,
salvo autorización unánime de los herederos [51]. Así la sucesión no es una entidad moral
distinta de los herederos, ni tiene personería propia, de modo que las demandas entabladas en
su contra deben entenderse dirigidas directamente contra la persona de los herederos. Pero la
Corte Suprema de Justicia de la Nación ha señalado que habiéndose demandado “a la
sucesión” y notificado el traslado respectivo en la persona de su administradora, la admisión de
la defensa de falta de legitimación pasiva opuesta por ésta alegando haber sido demandada
una persona inexistente, consagra una exégesis formal de la demanda que no condice con una
adecuada integración de los términos empleados en aquella oportunidad y concluye en una
solución que persigue sólo el interés del formal cumplimiento de las normas procesales[52].
Este criterio en general es el admitido por muchos tribunales del país.
En el nuevo régimen siguiendo la misma tesis -que la sucesión no es una entidad moral distinta
de los herederos, ni tiene personería propia- se estable, entre las funciones del administrador,
que puede con autorización judicial o de los herederos, si son capaces y están presentes,
iniciar o continuar las demandas atientes a la sucesión (art. 2354, del CCyC).
De ese modo, el administrador no puede, salvo autorización judicial o de los herederos,
intervenir en las acciones judiciales en que el causante haya sido parte como actor o
demandado, o en nuevas acciones que hayan de promoverse contra deudores de la sucesión,
o promovidas por acreedores de esta (por ejemplo, iniciar desalojos contra un tercero,
proseguir juicios de desalojo, iniciar acciones posesorias, contestar demandas ejecutivas u
ordinarias iniciadas contra el causante, entre otras) [53].

h) Representación
1) Introducción – Concepto

Tal como se ha expuesto con anterioridad en el seno de la vida social no siempre es posible
que un individuo desarrolle personalmente toda su actividad; que razones de imposibilidad
física (enfermedad, ausencia, etc.), de incapacidad jurídica (minoridad, salud mental, etc.) o de
simple comodidad, imponen o simplemente sugieren la conveniencia de encargar a otro la
realización de determinados actos. En el caso de las personas jurídicas hay una evidente
imposibilidad de actuar de otro modo que por medio de personas físicas [54].
“La representación surge cuando un individuo (representante, sujeto de la declaración de
voluntad) ejecuta un negocio jurídico en nombre de otro (representado, sujeto del interés), de
modo que el negocio se considera como celebrado directamente por este último, y los
derechos y obligaciones emergentes del acto celebrado por el representante pasan
inmediatamente al representado” [55].
"La representación se transforma en una técnica jurídica que permite imputar efectos directos a
una persona por la actuación de otra, sea que exista un acto voluntario o bien un
comportamiento típico objetivado que autorice a hacerlo" [56].

2) Método – Régimen
Es necesario ahora explicitar las principales modificaciones que ha producido el Código Civil y
Comercial a la normativa que regula el instituto de la representación y, principalmente, a la
acaecida en juicio.
En el nuevo régimen se regula una parte general de la representación, dentro del título de
hechos y actos jurídicos (arts. 358 y ss.), disociándola metodológicamente del contrato de
mandato (arts. 1319 y ss.). De esa manera se ratifica la postura doctrinaria de larga data de
diferenciar las figuras de mandato y representación. La representación puede ser causada por
un contrato de mandato, o por otras fuentes jurídicas.
Así es que en esa parte general se hace expresa mención a tres clases de representación:
voluntaria, legal y orgánica. La representación voluntaria es la que resulta de un acto jurídico
(no sólo del mandato), la legal surge de una regla de derecho y la orgánica se desprende del
estatuto de una persona jurídica, consagrando en esta última la teoría del órgano y
apartándose de la teoría de la ficción.
Además, se precisa cuáles son los efectos de los actos celebrados por el representante en
nombre de su representado, considerando que siempre que se respeten los límites de las
facultades conferidas por la ley o por el acto de apoderamiento (no sólo del poder), producen
efecto directamente para el representado (art. 359, CCyC); como así también que la extensión
de dicha representación alcanza a su vez a los actos necesarios para su ejecución (art. 360,
CCyC); y que las limitaciones o la extinción del poder son oponibles a los terceros si estos
conocían o pudieron conocerlas actuando con la debida diligencia (art. 361, CCyC).

3) Representación Voluntaria – Apoderamiento.


Toda persona física que goce de capacidad procesal, tiene también, a raíz de la autonomía
inherente a ese estado jurídico, la facultad de apoderar a un tercero, desde luego capaz, a fin
de que actúe procesalmente en su lugar y realice por lo tanto todos los actos anejos a la
calidad de parte que no revistan carácter personalísimo[57].
Enseña Falcón que "debe distinguirse el poder del mandato y de la representación. El poder es
la autorización representativa dirigida a terceros que no necesita aceptación del apoderado y
que sirve para acreditar a este procurador frente a los terceros. Éste es el aspecto externo de
la relación. En el aspecto interno existe, vulgarmente, entre el que da el poder y el apoderado,
un contrato de mandato. Contrato éste que sí necesita aceptación por tratarse de un acto
jurídico bilateral, pero que de por sí no es fuente de representación. El mandato puede ser
fuente de representación si, además del contrato de mandato, regula la relación externa, y en
este caso el representante actúa en nombre del mandante.
En el caso del abogado apoderado —o procurador—, el contrato de mandato, aunque no
escrito, que rige las obligaciones de las partes siempre requiere que el mandante le confiera un
poder para que lo represente, pues de lo contrario no podría actuar en el o los juicios de que se
trate, contrato de mandato que, en definitiva, es un contrato de prestación de servicios
profesionales, tipo contractual que no fue regulado especialmente en el Código Civil y
Comercial, tal como se surge expresamente de los fundamentos del Anteproyecto "la
diversidad de actividades profesionales hace difícil encuadrarlas en un solo tipo especial, y
existe mejor adaptabilidad con las normas ya propuestas en el resto de los textos", aunque es
conveniente que exista un contrato escrito —para su prueba— de servicios profesionales, sea
en la modalidad de pacto de cuota litis o de convenio de honorarios. En cambio, en la hipótesis
del abogado patrocinante no habrá contrato de mandato, y obviamente tampoco poder para
representar al cliente en el juicio, sino únicamente un contrato de servicios profesionales en
cualquiera de las dos modalidades mencionadas. [58]
Tal como surge del art. 81 del C.P.C.C., la representación procesal puede ser desempeñada
por quienes ostenten el título de abogado o procurador, y se encuentren inscriptos en la
matrícula correspondiente de la Provincia de Córdoba, como lo dispone el art. 1 inc. 2° de la ley
prov. 5805 (Ley de colegiación obligatoria). En consecuencia, no es suficiente el diploma
universitario, ni tampoco la matriculación en otra provincia o en el orden nacional, por lo que el
poder otorgado a un letrado no inscripto en un Colegio de Abogados de la Provincia de
Córdoba no puede ser invocado para actuar judicialmente, aunque se hiciere patrocinar por
uno sí matriculado[59].
En el orden nacional, cabe señalar que la ley 10.996 dispone en su art. 1° que la
representación en juicio ante los tribunales de cualquier fuero en la Capital de la República y
territorios nacionales, así como ante la justicia federal de las provincias, sólo podrá ser ejercida
por los abogados con título expedido por universidad nacional; por los procuradores inscriptos
en la matrícula correspondientes; por los escribanos nacionales que no ejerzan la profesión de
tales; y por los que ejerzan una representación legal[60].
Destaca el Dr. Mosset Iturraspe que: “El encargo procesal, la delegación en tercero de la
postulación, no sólo debe recaer en persona capaz, sino, además, en determinados
profesionales especializados” (MOSSET ITURRASPE, Jorge, Mandatos, Santa Fe, ed.
Rubinzal, 1996, pág. 235). En la misma línea, se postula que: “Si el justiciable, en uso de su
facultad dispositiva, designa un mandatario judicial, la elección debe recaer en abogado o
procurador inscripto en el colegio profesional respectivo; es decir, salvo el caso de
representación legal nadie puede en los tribunales actuar en justicia a nombre de otro sin ser
abogado o procurador de la matrícula” [61].
La Corte Suprema de justicia de la Nación tiene expuesto enfáticamente que el recaudo exigido
al representante judicial voluntario no queda cubierto por el hecho de que el mandatario
procesal actúe con patrocinio letrado: “El patrocinio letrado exigido por el art. 56 del Cód. Proc.
no suple las exigencias de la ley 10996 a los fines de la actuación en juicio en carácter de
apoderado o de representante legal” (CSJN, 17/11/1974, "Ecomad Construcciones Portuarias
S.A. c/Prov. de Chubut y otro", JA 1995-III-429).
La regla del art. 90, 1° párr. del C.P.C.C. impone a quien actúe en nombre de otro, sea por
representación legal o convencional, acompañar con el primer escrito la documentación
acreditante del carácter que se invoca[62].
No acompañados los instrumentos señalados, no debe darse participación al compareciente, ni
aun con la conformidad del contrario -como ya lo hemos expresado-; en tal caso corresponde
que el tribunal exija su agregación bajo apercibimiento de tenerlo por no presentado[63].

Es conteste la doctrina y la jurisprudencia en afirmar que en el supuesto de que no se


cumplimente con la carga impuesta por el art. 90, 1° párr.. del C.P.C.C. (acompañar el poder en
el primer escrito que se presente), corresponde se declare la ineficacia de los actos procesales
practicados por quien no tenía o no justificó la representación que se arrogaba, salvo que la
parte ratifique todo lo actuado por el representante en los términos del precepto antes citado.
Ahora, dicha consecuencia jurídica lo es siempre sin perjuicio de los derechos adquiridos por
terceros; en otras palabras, cuando se trata de actos que deben ser realizados en un plazo, la
ratificación, para producir efectos, se debe practicar dentro del término prescripto por la ley
para el acto de que se trate. De lo contrario se afectaría gravemente las garantías de igualdad
y defensa en juicio de la contraparte (efecto preclusivo de las etapas del proceso) [64]-[65].
En relación a la ratificación el art. 369 del CCyC reproduce el art. 1336 del CC con algunas
modificaciones disponiendo directamente que la ratificación suple el defecto de representación
y tiene efecto retroactivo al día del acto, pero es inoponible a terceros que hayan adquirido
derechos con anterioridad. En relación al tiempo de la ratificación, si bien el art. 370 CCyC
establece que puede hacerse en cualquier tiempo, luego pregona que los interesados pueden
requerirla fijando un plazo para ello que no puede exceder de quince días (y tres meses si es
una autoridad administrativa o judicial), regulando que el silencio debe interpretarse como
negativa.

Forma requerida para el otorgamiento de los poderes para actuar en juicio.


El CCyC no contiene una norma como la del art. 1184, inc. 7º, del derogado CC, que establecía
que debían ser hechos en escritura pública los poderes generales o especiales que se
debieran presentar en juicio.
Al respecto Leguisamón ha dicho que teniendo en cuenta que el art. 284 del Código Civil y
Comercial contempla la libertad de formas —como también el art. 1015— al establecer que si
la ley no designa una forma determinada para la exteriorización de la voluntad las partes,
pueden utilizar la que estimen conveniente y pueden convenir una forma más exigente que la
impuesta por la ley. Y que en tanto el art. 363 sólo dispone que el apoderamiento debe ser
otorgado en la forma prescripta para el acto que el representante debe realizar, deriva que las
partes pueden utilizar la que estimen conveniente, y que puede ser otorgado el poder en un
instrumento privado. También ha expuesto que “Se trata de una grave omisión legislativa,
habida cuenta de las trascendentes consecuencias económicas y morales que implica la
representación en juicio.” [66].
Señalando dicho autor luego que la exigencia del recaudo del poder judicial bajo la forma de
instrumento público debe estar estatuida en el código de fondo —por tratarse de una norma
sustancial— y no por el código adjetivo, en tanto éste constituye una herramienta para hacer
actuar el derecho de fondo (art. 75, inc. 12, CN)[67].
Sin embargo, no compartimos la postura expuesta. La Corte Suprema de Justicia de la Nación
tiene dicho que el Congreso de la Nación está habilitado para dictar normas de
“procedimiento”, en relación con el derecho común, aplicables a los tribunales locales –sin
perjuicio de ser una atribución reservada a las provincias según el art. 121 de la Constitución
Nacional-, cuando fuesen “razonablemente estimadas necesarias para el mejor ejercicio de los
derechos” consagrados por las normas de fondo [68].
En base a esos lineamientos puede advertirse que el legislador nacional no ha introducido en el
nuevo código una norma procesal dirigida a determinar la forma de instrumentación de los
poderes judiciales, sino que, por el contrario, suprimió la regla de derecho que en el viejo
régimen regulaba la cuestión y, a su vez, dictó una norma genérica aplicable a cualquier clase
de apoderamiento convencional. Esta anomía que presenta la legislación de fondo sobre el
tópico bajo análisis conspira contra el carácter excepcional de la injerencia de la nación en
materia de exclusiva competencia provincial. Es que no podría predicarse que se regula un
instituto procesal -la forma de otorgamiento de los poderes judiciales-, precisamente por
resultar indispensable para lograr una eficaz instrumentación de los derechos sustanciales, sin
disposiciones expresas sobre el punto. El Código Civil y Comercial no es un cuerpo legal de
carácter procesal, sólo se involucra en dichas cuestiones para asegurar la eficacia del derecho
de fondo, lo que no sucede en el caso analizado. La eliminación de la disposición del anterior
código que establecía que el poder para pleitos debía ser otorgado por escritura pública (art.
1184, inc. 7º), significa el reconocimiento de la plena competencia de las provincias en la
materia. Lo contrario significaría burlar el régimen constitucional instaurado (Art. 121 C.N.). En
consecuencia, corresponde acudir a lo que establecen los códigos procesales sobre la
cuestión.
En la provincia de Córdoba se establecen dos formas válidas de otorgamiento:
� Poder general: El poder general para pleitos faculta al apoderado a intervenir en todos los
juicios que pudieren afectar al poderdante, en trámite o futuros, y debe ser otorgado en
escritura pública, lo que se desprende del art. 90 del C.P.C.C. que se refiere a “testimonio
notarial”.
A los fines de la acreditación de la personería no es necesario presentar testimonio de la
escritura, basta la copia de ella autorizada por el letrado, con la declaración jurada de éste
sobre su fidelidad y subsistencia (art. 90, 2° párr. del C.P.C.C.). Al respecto se ha entendido
que la expresión “es copia fiel” suple la declaración jurada, y que la ausencia de dicha
declaración no importa el rechazo de la personería, sino que responsabiliza al letrado si incurre
en falsedad. Sin perjuicio de exigir que se cumplimente o se presente el testimonio[69]. En
caso de incumplimiento de la orden de presentar el testimonio notarial, resulta analógicamente
aplicable el art. 91, 2° párr. del C.P.C.C. (referido a la admisión condicional).
� Poder especial: El poder especial es el que comprende uno o varios procesos relacionados
con el mandante. Aunque la normativa procesal no lo establece correspondería mantener la
necesidad del otorgamiento del poder especial mediante escritura pública, puesto que de lo
contrario habría que ordenar de oficio o a pedido de parte la ratificación del instrumento privado
por parte del poderdante (art. 314, CCyC). A los fines del art. 90, 3° párr. del C.P.C.C., es
preciso conferir el poder especial para un pleito determinado, iniciado o a iniciarse, puesto que
como es necesario agregar el original, carecería de sentido otorgar mandato para más de un
juicio. En tal caso sólo servirá para aquel en que se lo presenta.
Expresa el Dr. Ferrer Martínez que los poderes especiales pueden otorgarse también apud-
acta o mediante carta-poder con firma autenticada por escribano, juez de paz o secretario
judicial [70]. El poder apud-acta es el que se hace en los mismos autos, nombrando la parte a
su apoderado delante del juez [71]. En cambio, para la carta poder es suficiente la certificación
de la firma del poderdante por escribano, juez de paz [72] o secretario judicial. Como respecto
del último la ley no distingue, puede ser de cualquier grado, fuero o lugar.
Es importante ser cauteloso al momento de redactar el poder especial. Así, si el litigio está en
trámite, basta -en principio- con citar la carátula y el tribunal de su radicación. Caso contrario,
se deberá individualizar al futuro demandado, o actor en el supuesto del art. 486 del C.P.C.C.
(prueba anticipada), y precisar la pretensión que se va a ejercer; por ej: cobro de pesos,
reivindicación, divorcio, alimentos, etc. [73]. Por último, cabe destacar que si el poderdante
actúa en representación de otra persona, es menester adjuntar al poder apud-acta o carta
poder la documentación pertinente para completar la personería [74].
El apoderado está obligado a seguir el juicio mientras no haya cesado legalmente en el cargo.
Hasta entonces las citaciones y notificaciones que se hagan, incluso las de las sentencias
definitivas, tendrán la misma fuerza que si se hicieran al poderdante. Quedan sí exceptuados
los actos que por disposición de la ley deben ser notificados personalmente a la parte (art. 94
del C.P.C.C. y art. 50 del C.P.C.C.N.) [75].
De otro costado, se puede decir que el poder conferido para un pleito determinado,
cualesquiera sean sus términos, comprende la facultad de interponer los recursos legales y
seguir todas las instancias del pleito. También comprende la facultad de intervenir en los
incidentes y de ejercitar todos los actos que ocurran durante la secuela de la litis (art. 93 del
C.P.C.C. y art. 51 del C.P.C.C.N.), excepto aquellos para los cuales la ley requiera facultad
especial o se hubiesen reservado expresamente en el poder.

¿Podrá el mandatario sustituir en otro profesional el poder conferido?


El art. 377 del CCyC establece que el representante puede sustituir el poder en otro, siempre y
cuanto no este prohibida la sustitución. El representante responde por su elección (culpa in
eligiendo), salvo que el representado haya indicado la persona a designar.
Por último, veamos lo que sucede en caso de pluralidad de representantes, esto es, cuando el
poder ha sido otorgado a varios letrados. En tal caso, si no hay indicación de que deban actuar
conjuntamente, cada uno de ellos puede actuar en forma indistinta (art. 378, CCyC). Destaca el
Dr. Falcón que el poder para estar en pleito otorgado a diversas personas puede ser indistinto
o solidario. Este último es el “dado a varias personas al unísono, pero que faculta a cada una
de ellas, para obrar eficazmente por sí y en modo individual”. Cuando se contrata con un
abogado de un estudio y se firma el poder no se puede luego pretextar con el hecho de que la
intención (de la parte) era contratar al letrado patrocinante y no al letrado apoderado. Lo mismo
sucede si se ha suscripto un poder solidario que habilita a cualquiera de ellos para postular, en
nombre del conferente; en ese supuesto, no se puede alegar que sólo quiso convenir con uno
de ellos [76].

i) Cambio de Partes en el proceso. Sustitución procesal.


El cambio de partes en el proceso puede producirse por fallecimiento o incapacidad
sobreviniente de una de las partes, por la transferencia del objeto litigioso, por evicción o por
acción subrogatoria. En todos los casos la situación es distinta. En algunos se produce una
verdadera sustitución por vía de la cual, una persona ajena al proceso deviene en parte
principal del mismo, pero en otros casos se actúa como tercero, o como litisconsorte.
Existe sustitución procesal cuando la ley habilita para intervenir en un proceso, como parte
legítima, a una persona que es ajena a la relación jurídica sustancial que ha de discutirse en
ese proceso. La sustitución procesal constituye un ejemplo de legitimación procesal "anómala o
extraordinaria", por cuanto a través de ella se opera una disociación entre el legitimado para
obrar en el proceso y el sujeto titular de la relación jurídica sustancial en que se funda la
pretensión[77].
Esta figura se diferencia de la representación en la circunstancia de que, mientras el sustituto
reclama la protección judicial en nombre e interés propio, aunque en virtud de un derecho
vinculado a una relación jurídica ajena, el representante actúa en nombre de un tercero -el
representado- y carece de todo interés personal en relación con el objeto del proceso. De lo
dicho se sigue que el sustituto, a diferencia del representante, es parte en el proceso.
Tiene, por ello, todos los derechos, cargas, deberes y responsabilidades inherentes a tal
calidad, con la salvedad de que no puede realizar aquellos actos procesales que comporten,
directa o indirectamente, una disposición de los derechos del sustituido (confesión, transacción,
desistimiento del derecho, etc.).
No obstante la legitimación autónoma y originaria que reviste el sustituto procesal, el
demandado puede oponer a su pretensión las mismas defensas que cabrían contra la
pretensión del sustituido, desde que ambas tienen sustancialmente el mismo contenido.
1) Distintos supuestos.
Entre las hipótesis más frecuentes de "Sustitución procesal” corresponde examinar las
siguientes:
a) Fallecimiento o Incapacidad. El art. 97 del C.P.C.C. establece: “En caso de muerte o de
incapacidad sobreviniente del poderdante o del apoderado, quedará suspendido el juicio y su
estado se pondrá en conocimiento de los herederos o representantes legales del primero de
aquellos, para que, dentro del plazo que se les designe, comparezcan a defenderse o a obrar
en la forma que les convenga, bajo apercibimiento de rebeldía. De igual manera se procederá
cuando, durante el curso de la causa, falleciere o fuere declarada incapaz alguna de las partes
que hubiese estado obrando por sí misma…”. Es éste uno de los pocos casos en que la
rebeldía se propone como sanción directa sin pedido de parte. La comprobación de la muerte
debe hacerse con la respectiva partida o informe del Registro pertinente, pero puede
suspenderse preventivamente el proceso si la muerte fuese notoria. El fallecimiento
demandado y la presentación de sus herederos operará en la causa un cambio de sujeto
pasivo por efecto de una sucesión procesal, con fundamento en la transmisión de derechos
sustanciales de naturaleza litigiosa. En consecuencia, los sucesores deben incorporarse al
proceso en el estado que éste se encuentre al momento de su intervención, siendo por tanto
eficaces a su respecto todos los actos procesales cumplidos hasta ese momento con la
participación del transmitente de los derechos[78].
Asimismo, en el supuesto de incapacidad de la parte, como nadie puede ser tenido por incapaz
sin sentencia que así lo declare (art. 24, inc. c, del CCyC.), el proceso no se suspenderá hasta
tanto no exista una sentencia. Sin perjuicio de ello, si se hubiere iniciado el proceso de
incapacidad, por tratarse de una cuestión prejudicial, impide que se dicte sentencia en el que
está en curso. Podemos afirmar que si la incapacidad existía con anterioridad a la promoción
de la pretensión, no cae bajo la regulación del art. 97 del C.P.C.C., correspondiendo en este
caso proveerle al incapaz de su representante legal, esto es, un curador o apoyo para que él
deduzca la pretensión que le compete a su representado y que ni por sí ni por su representante
voluntario puede hacerlo -dependiendo de la extensión y alcance de la restricción dispuesta en
la sentencia-. Va de suyo entonces que la norma analizada se aplica sólo al caso de
incapacidad sobreviniente[79].
b) Transferencia del objeto litigioso. Este supuesto, que no se encuentra legislado en nuestro
rito, está previsto expresamente en el compendio procesal nacional. El art. 44 del C.P.C.N.
reza: “Si durante la tramitación del proceso una de las partes enajenare el bien objeto del litigio
o cediere el derecho reclamado, el adquirente no podrá intervenir en él como parte principal sin
la conformidad expresa del adversario. Podrá hacerlo en la calidad prevista por los arts. 90
inciso 1°, y 91, primer párrafo”. Es decir que actuará como tercero adherente simple. La norma
en análisis supone una cesión posterior a la iniciación del proceso, que requiere conformidad
de la contraria para actuar como litisconsorte principal. De manera que en el caso de que la
cesión fuere anterior, no se aplica la normativa en cuestión[80].
c) Acción subrogatoria u oblicua. Esta acción es aquella que se concede al acreedor para
ejercer derechos patrimoniales de su deudor, cuando éste es renuente en hacerlo y de dicha
omisión surgen perjuicios para el acreedor. Se encuentra prevista en los arts. 739 y 740 del
CCyC. (ex art. 1196 del C.C.). La admisibilidad de la pretensión oblicua se halla condicionada a
la demostración, por parte del acreedor, de que es titular de un crédito cierto, aunque no sea
exigible, de que el deudor ha sido renuente en el ejercicio de sus derechos, siendo suficiente,
respecto de este último extremo, la mera comprobación de la inactividad del deudor y que esa
omisión afecta el cobro de su acreencia. Por otra parte, el deudor debe ser citado para que
tome intervención en el juicio iniciado por el acreedor -contra el tercero – por vía de la acción
subrogatoria.
II. Integración de la litis. Remisión.
Debido a la íntima relación que existe entre el tema del acápite con la figura del litisconsorcio
necesario, remito el tratamiento de este punto para cuando sea analizado ese instituto.
Debo destacar también, que este problema también será objeto de análisis cuando
desarrollemos “Intervención de Terceros”, toda vez que la integración de la litis es un caso de
citación coactiva de un tertius.
Baste entonces por el momento expresar que esta figura interesa al orden público procesal y
que se encuentra ligada con el derecho material, o mejor dicho, con la relación jurídica
sustancial que se ventila en todo proceso.

Tema 2: Partes Plurales. Acumulación objetiva y subjetiva. Litisconsorcio facultativo y


obligatorio. Alcances.
I. Introducción.
El proceso es -al decir de Ramacciotti- un instrumento de satisfacción de pretensiones. Por
pretensión se entiende la reclamación, formalmente dirigida por un miembro de la comunidad
frente a otro ante el órgano jurisdiccional, instituido específicamente para satisfacerla. Resulta
claro además, que frente a esa pretensión se alzará la "contrapretensión", la resistencia u
oposición de la parte contra quien se reclama. Todo esto apareja –obviamente– controversia,
pugna, contienda, es decir, litis, la cual debe ser dirimida por el tribunal ante el cual se
postule[81].
Así las cosas, si todo proceso contiene o encierra una litis -cuya composición constituye su
objeto-, no es indispensable que aquella deba ser única. Al contrario, son frecuentes los casos
en que entre los mismos sujetos surjan varias litis de distinta índole, como también que una
misma litis presente varios procesos por separado.
Las instituciones de la acumulación de acciones y de la acumulación de autos tienden –
respectivamente - a la solución de las cuestiones dimanadas de la coexistencia de diversas litis
en un mismo proceso y de la reunión de varios procesos componentes de una misma litis.
La acumulación procesal es, entonces, la reunión de dos o más pretensiones para que sean
resueltas por un mismo juez.
Ahora bien: si para clasificar esta pluralidad de pretensiones se recurre al criterio temporal o
cronológico, es decir, se atiende al orden en que se producen, cabe distinguir dos grandes
grupos:
a) pluralidad inicial, que se suscita desde el comienzo mismo del proceso, introduciéndose las
diversas pretensiones acumuladas en una misma demanda originaria;
b) pluralidad sucesiva, que es la producida después de haber comenzado el proceso, y se
subdivide en:
1) acumulación por inserción, la que se suscita cuando una pretensión que todavía no se ha
hecho valer procesalmente se añade a otra que ha originado ya un proceso (lo permite el art.
178 del Código Procesal Civil y Comercial de la Provincia de Córdoba -ley 8465-, con
anterioridad a la contestación de la demanda);
2) acumulación por reunión, cuando dos o más pretensiones que se han hecho valer
anteriormente en procesos distintos, se unen, fundiéndose por tanto esos procesos, lo que
configura la acumulación de autos prevista por los arts. 448 y ss. del C.P.C.C..
Por todo lo expuesto, puede definirse la acumulación de acciones como la reunión de dos o
más pretensiones en un solo proceso y para ser resueltas en una misma sentencia, lo que halla
su fundamento en razones de economía procesal[82].
Respecto de la acumulación de acciones suele distinguirse, habitualmente, entre acumulación
objetiva, que es la típicamente prevista en el art. 178 del C.P.C.C.: cuando el actor deduce
conjuntamente todas las acciones que tenga contra su demandado o -correlativamente- el
demandado promueve, a su vez, todas las acciones que tenga contra el actor, deduciendo
reconvención, y la acumulación subjetiva (art. 181 del C.P.C.C.), que se da cuando varios
sujetos, vinculados por la litis, actúan -sea como actores o demandados- en un solo proceso.
II. Acumulación objetiva de pretensiones.
El precepto contenido en el art. 178 del C.P.C.C. trata la acumulación objetiva de acciones -en
rigor, pretensiones-, que de no haberla hecho el actor en la demanda, puede hacerla hasta
antes de la contestación de la demanda, momento final para variar la pretensión (art. 179 del
C.P.C.C.), en cuyo caso corresponde correr un nuevo traslado comprensivo de todas las
pretensiones acumuladas.
En el orden nacional el instituto analizado se encuentra previsto en el art. 87 del C.P.C.C.N.,
que reza: “Antes de la notificación de la demanda el actor podrá acumular todas las acciones
que tuviere contra una misma parte, siempre que: 1) no sean contrarias entre sí, de modo que
por la elección de una quede excluida la otra; 2) correspondan a la competencia del mismo
juez; y 3) puedan sustanciarse por los mismos trámites.
a) Requisitos
El art. 178 del código de rito local los enuncia así:
1) Compatibilidad de las pretensiones.
Debemos destacar que las pretensiones acumuladas deben ser compatibles entre sí; a este
requisito alude la norma cuando exige "que no se excluyan entre sí", esto es, como dice el art.
87 inc. 1° del Código Procesal Civil y Comercial de la Nación, que "no sean contrarias entre sí,
de modo que por la elección de una quede excluida la otra", como si se reclama una cosa a
título de dueño y de acreedor, o se persigue el cumplimiento del contrato y su resolución, todo
en vía principal.
En cambio, no hay obstáculo si las pretensiones son propuestas en forma condicional, una en
subsidio de la otra, vgr.: cumplimiento de contrato y daños y perjuicios en caso de resultar
imposible el cumplimiento; sucesiva, cuando estimada una, es posible que ocurra lo mismo con
la otra, por ej.: fijación judicial del plazo de una obligación que no lo tiene, y cumplimiento de la
obligación.; o alternativa, cuando se pide el acogimiento de una u otra, por ej.: incapacidad o
restricción a la capacidad.
No se requiere conexión por la causa o el objeto, de modo que no interesa la distinta
naturaleza de las pretensiones acumuladas.
Puede producirse la acumulación en toda clase de procesos, declarativos, generales, o
especiales, excepto prohibición expresa como ocurre en el juicio de desalojo (art. 765 del
C.P.C.C.) o el de alimentos (art. 543 del CCyC).
2) Misma competencia.
Cada pretensión, considerada por separado, debe corresponder a la competencia del tribunal,
por la materia o la cuantía. Respecto de la competencia territorial, si una de aquéllas fuera de
conocimiento de un tribunal distinto, debe entenderse que el actor la prorroga tácitamente (art.
3 del C.P.C.C.), sin perjuicio del derecho del demandado a deducir la pertinente excepción,
salvo, a su vez, que fueren conexas[83].
3) Mismos trámites.
En virtud de este requisito, no es acumulable, en principio, una pretensión a la que le
corresponde tramitar como juicio declarativo, y otra como ejecutivo; o juicio ordinario y
abreviado; o dos juicios declarativos especiales.
Empero, no existe razón alguna para no admitir la acumulación, cuando, pese a que las
pretensiones tramiten por tipos de juicios distintos, no medie perjuicio para la defensa en juicio
del demandado. En casos de esta naturaleza se debe entender que el actor consiente en
tramitar todo por el procedimiento más amplio.
Tampoco hay inconvenientes en acumular un cobro de pesos y una división de condominio,
puesto que la primera fase se ajusta al juicio abreviado (art. 725, 1° párr. del C.P.C.C.),
declarativo general.
Respecto de los procesos de ejecución, atento que el Código Procesal local organiza un único
juicio ejecutivo (salvo la ley nro. 9024, que legisla el trámite de las ejecuciones fiscales), no
interesa el tipo de títulos ejecutivos de que se trate, de suerte que puede acumularse
cualquiera de los previstos en el art. 518 del C.P.C.C., por ej. pagaré sin protesto o cheque
(inc. 3) y obligación garantizada con hipoteca (inc. 1°), previa preparación de la vía de ser
necesario (como el caso del cobro de alquileres).
Lo mismo sucede aunque uno de los títulos fuera un crédito garantizado con prenda con
registro, pues al igual que lo expuesto ut supra, el actor renuncia a las ventajas del proceso
especial, sin perjuicio de la aplicación del art. 30 del decreto ley 15.348/46 (Estatuto Prendario).
b) Ausencia de los requisitos
De no concurrir los requisitos de la misma competencia y trámite, el demandado puede deducir
las excepciones de incompetencia y de defecto legal, respectivamente. Asimismo, Colombo
agrega que se trata de un supuesto de admisibilidad, declarable de oficio, siempre y cuando no
se trate de incompetencia territorial, que es prorrogable [84].
En cuanto a la incompatibilidad de las pretensiones, señala el procesalista antes mencionado
que da lugar a una defensa a ser tratada en la sentencia[85]. Parece más adecuado predicar
que da lugar a la excepción de defecto legal, pues lo que se encuentra afectado es el derecho
de defensa del demandado, quien no sabe a ciencia cierta qué es lo que en definitiva se le
reclama.
III. Acumulación subjetiva de pretensiones. Litisconsorcio.
Este instituto, que se relaciona con la reconvención -al estar permitida contra personas distintas
al actor- (art. 194 2° Párr.); la intervención de terceros (arts. 431 y ss.); las tercerías (art. 436 y
ss.); y la acumulación de autos (art. 449 inc. 2°), importa la intervención de más de una
persona en alguna de las posiciones, o en ambas, de actor o demandado: uno contra varios,
varios contra uno, o varios contra varios, dando lugar a un litisconsorcio pasivo, activo, o mixto,
respectivamente. Con esto queremos significar que si bien el fenómeno jurídico denominado
proceso, posee una estructura dual (las partes son sólo dos: actor o polo activo y demandado o
polo pasivo), en cada una de ellas pueden existir más de una persona (sujeto) pretendiendo o
reaccionando. A este fenómeno, es decir cuando en una, en otra o en ambas partes existe más
de un sujeto, el derecho procesal lo denomina “partes con pluralidad de sujetos”[86].
Esta acumulación -subjetiva- puede estar combinada, si se dan los requisitos pertinentes, con
una acumulación objetiva de pretensiones (art. 178 del C.P.C.C.).
El Dr. Alsina nos enseña que acumulación subjetiva de pretensiones y litisconsorcio no se
identifican. Esto es, si el litisconsorcio se da al comienzo del pleito mediante la acumulación
subjetiva de acciones, no tendría sentido la distinción, toda vez que ambas instituciones
aparecerían a los ojos del estudioso como sinónimos. Pero es del caso que el litisconsorcio
puede surgir además durante el desarrollo del pleito, sea por el fallecimiento de una de las
partes cuando deja varios herederos , sea por la intervención de un tercero en la relación
procesal, sea como consecuencia de la acumulación de autos. En esta misma inteligencia se
expresa el Dr. Colombo, señalando que el litisconsorcio puede resultar de la acumulación
subjetiva de acciones, de la intervención de terceros, y de la acumulación de autos[87].
a) Litisconsorcio voluntario o facultativo.
El art. 181 del Código de rito local alude al litisconsorcio voluntario o facultativo, que
tradicionalmente se lo caracteriza como producto de la voluntad de las partes, quienes podrían
haber actuado por separado[88].
La doctrina tradicional distingue las dos grandes categorías de litisconsorcio: a) voluntario o
facultativo, cuando dimana de la voluntad misma de la partes, y b) necesario, si proviene de
una exigencia expresa de la ley o de la naturaleza de la controversia que impone que la
decisión no puede pronunciarse válidamente sino respecto de varias partes. Cierta parte de la
doctrina añade una tercera categoría: litisconsorcio cuasinecesario, que surge cuando, no
siendo obligatoria la participación, la decisión afecta, no obstante a todos.
En cuanto dimanado de la acumulación subjetiva de acciones, lo contempla expresamente el
art. 181 del C.P.C.C. al preceptuar que "Podrán igualmente acumularse y ejercitarse
simultáneamente las acciones que uno tenga contra varias personas, o varios contra una sola,
siempre que emanen de un mismo título o se funden en una misma causa de pedir"[89]. El
artículo anteriormente citado ya está insinuando los requisitos exigidos para que la
acumulación sea procedente.
a.1) Requisitos.
En cuanto a los requisitos del litisconsorcio voluntario, el art. 181 del C.P.C.C. sólo prevé la
acumulación subjetiva inicial en virtud de una conexidad causal. Las locuciones "título" o
"causa de pedir" se refieren a lo mismo: causa petendi.
Si bien el Código Procesal local no prevé -como su par nacional (art. 88 del C.P.C.N.)- la
posibilidad de que varias partes demanden o sean demandadas en un mismo proceso cuando
las acciones sean conexas por el objeto, debemos concluir que esta acumulación subjetiva
(nos referimos a la prevista por el art. 181 del C.P.C.C.) permite la conexidad por el objeto,
puesto que es uno de los supuestos que dan lugar a la acumulación de autos (art. 449 inc. 3°
del C.P.C.C.). En consecuencia, no existe razón alguna para negar una acumulación inicial.
Se exigen los mismos requisitos de la acumulación objetiva (art. 178), esto es, igual
competencia y unidad de trámite, y puede hacerse hasta la misma oportunidad: antes de la
contestación de la demanda.
En función de esa unidad de competencia antes referenciada, no sería factible demandar
conjuntamente, por los daños sufridos con motivo de actuaciones judiciales, al magistrado
considerado responsable y a la Provincia, atento lo dispuesto por el art. 165 inc. 1°, "d" de la
Constitución Provincial; ello, toda vez que las demandas dirigidas en contra de magistrados son
de competencia originaria y exclusiva del tribunal casatorio local (T.S.J.)[90].
a.2) Clases
Es conteste la doctrina en distinguir dos grandes subclases: a) litisconsorcio voluntario propio y
b) litisconsorcio voluntario impropio.
El litisconsorcio voluntario simple o propio, se da cuando media una sola relación jurídica
sustancial con elementos comunes a varios sujetos, por lo que existe conexión jurídica entre
las diferentes acciones (copropiedad, coacreedores, codeudores) Los supuestos más
característicos de este tipo de litisconsorcio se presentan en las obligaciones reguladas en los
arts. 805 a 849 del CCyC. Así, en las obligaciones divisibles los actores pueden unir sus
demandas y actuar conjuntamente contra los diversos deudores, en tanto que en las
indivisibles (art. 816 del CCyC.) y en las solidarias (art. 833 y 844 del CCyC.), el acreedor podrá
dirigirla contra todos o contra cualquiera de ellos por el todo.-
El litisconsorcio voluntario impropio o anómalo, se da cuando las relaciones jurídicas
sustanciales son varias pero afines, en el sentido de que presentan elementos comunes a los
distintos sujetos, de lo que deriva una conexidad jurídica entre las diversas demandas.
Esta comunidad puede dimanar de: a) causa de la pretensión, comprendiendo el hecho que la
origina o el título que la constata; o bien; b) objeto de ella (una prestación, una cuestión de
derecho). Fernández lo caracteriza como "relaciones jurídicas varias pero afines, o sea, que
tienen de común un punto de hecho o de derecho a decidir"[91].
Aun cuando innegablemente haya aquí pluralidad de relaciones sustanciales, la relación
procesal es una sola y la acumulación aparece como el único medio idóneo de evitar el peligro
de sentencias contradictorias.
Por consiguiente, y como lo apunta Colombo, las partes pueden reunir en un solo proceso
pretensiones que podrían reclamar en juicios separados, cuando las acciones son conexas por
la causa, entendiendo por tal el hecho que las origina o el título del cual dependen, o por el
objeto, entendiendo por tal la cosa que se demanda. Quedan aquí incluidos, entre otros, los
siguientes supuestos: a) las acciones de indemnización por accidente seguidas por varios
damnificados contra el responsable; b) las de indemnización por accidente reclamada contra el
conductor, el propietario del vehículo y el asegurador, es decir, por el damnificado contra todos
los responsables (este sería un supuesto de obligación concurrente, art. 850 del CCyC); c) las
acciones de desalojo contra varios inquilinos del mismo inmueble; d) las demandas de varios
acreedores que unidos ejercen la acción oblicua (acción subrogatoria).
a.3) Sustanciación del proceso
En relación a la sustanciación del proceso, destaca el Dr. Ramacciotti que el rasgo fundamental
que singulariza a la figura analizada es que cada uno de los litisconsortes puede invocar una
legitimación procesal autónoma, por lo cual, a diferencia de lo que ocurre en el litisconsorcio
necesario, tanto el resultado del proceso como el contenido de la sentencia definitiva pueden
ser distintos con respecto a cada uno de ellos[92].
De allí que las facultades procesales sean personales a cada litisconsorte, pero no exclusivas
ni excluyentes, ya que el ejercicio de ellas por uno –salvo casos excepcionales- no impide el
ejercicio, en forma diversa, por los otros.
En consecuencia, los actos de disposición del objeto procesal realizado por uno o algunos de
los litisconsortes, producen sus efectos normales con prescindencia de la actitud que asuman
los otros[93]. Así, el allanamiento de uno de los litisconsortes a las pretensiones del actor
ninguna influencia tiene respecto de los restantes que se opusieron a ellas.
El Dr. Vénica destaca, en cuanto al desarrollo del proceso, que si la conexión es meramente
objetiva, por ej. el propietario que demanda por desalojo a un locatario y a un usurpador que
ocupan parcialmente un mismo predio, aquí existe, verdaderamente, una total independencia
de las prestaciones, de suerte que la actuación de uno de los sujetos colocados en la misma
posición no afecta al otro, de modo que es inaplicable el art. 341 del C.P.C.C.[94].
Sigue diciendo el citado autor que en cambio, si la conexidad es causal, aunque las
pretensiones son escindibles existe un hecho común, y la suerte común alcanza a la
declaración de existencia o inexistencia, o de validez o invalidez de aquél[95], aunque no a los
demás hechos con relevancia jurídica (por ejemplo: interrupción de la prescripción, pago, etc.).
En relación a esto, se ha resuelto que en el caso del litisconsorcio voluntario, si bien en un
principio puede hablarse de “autonomía” de los sujetos procesales (los actos de uno no
aprovechan ni perjudican a los demás), ello no ocurre así cuando se trata de hechos comunes
que tengan que ser examinados respecto de todos los litisconsortes, porque no es posible que
se convenza el juez de la verdad de un hecho respecto de uno de ellos y no respecto de los
otros[96].-
De todas maneras, cabe recordar que mirado el proceso como “serie progresiva y concatenada
de actos procesales” que realizan las partes con la dirección del tribunal y tendientes a la
realización del derecho sustantivo, la actividad de uno de los litisconsortes puede hacer
innecesario o evitar las consecuencias de la inacción de los demás[97], tal como los pedidos
de apertura a prueba, de clausura del término, o de decaimiento del derecho dejado de usar
por la contraparte, etc. También, oponiéndose uno sólo de ellos a la demanda, será necesario
sustanciar el proceso; introduciendo una cuestión de hecho, el tribunal deberá abrir a prueba la
causa; o articulándose un incidente suspensivo del proceso (art. 428 del C.P.C.C.), el resto
deberá aguardar la resolución para poder continuar tramitando el juicio principal[98].
* Representación. Unificación de personería. En razón del principio de la autonomía, cada
sujeto tiene su legitimación sustancial propia, por lo que respecto de cada uno de ellos deben
cumplirse los recaudos formales sobre capacidad procesal de los sujetos y sus representantes
legales o convencionales. Sin embargo, una inexcusable exigencia de economía procesal ha
conducido a establecer la llamada "unificación de personería", que para el caso de pluralidad
de demandantes estatuye el art. 177 del C.P.C.C., haciendo lo propio el art. 193 del mismo
cuerpo legal para la multiplicidad de demandados, lo cual, aunque habitualmente efectuada al
comienzo del litigio, puede serlo con posterioridad si se estimare conveniente.
* Citación y emplazamiento. El art. 167 de la ley procesal local prescribe que "si las personas
que deben comparecer en virtud del emplazamiento fueren varias y tuvieren plazos distintos,
regirá para todos el mayor de éstos". El dispositivo supone pluralidad de personas llamadas a
quienes, en virtud del art. 163, corresponden plazos distintos, y los somete al más extenso de
ellos. Pero ese plazo único no es común, sino que corre individualmente a partir de la
notificación respectiva, como lo dispone el art. 45 del C.P.C.C..
* Traslados y vistas. El primer párrafo del art. 173 del código ritual establece que "Los traslados
o vistas no podrán correrse simultáneamente a distintos litigantes, salvo que tuviesen el mismo
apoderado o patrocinante". Como surge de la norma antedicha, los traslados y las vistas deben
ser corridos en forma sucesiva, salvo cuando exista una única dirección letrada de todos los
que ocupan la misma posición. Lo que demuestra que no existen intereses contrapuestos entre
ellos (si así fuera el profesional estaría incurso en el art. 21 inc. 1° de la ley prov. 5805). La
misma solución es aplicable si los apoderados o patrocinantes fueren varios, siempre que lo
sean de todos los litisconsortes. El precepto comentado se justifica por la previsión contenida
en el art. 69 inc. 1° del C.P.C.C., que faculta retirar el expediente del tribunal para evacuar un
traslado o una vista. En caso de infracción, el litigante que se encuentre con la ausencia del
expediente en el tribunal, puede solicitar la suspensión del plazo que estuviere corriendo. El
segundo párrafo del art. 173 del C.P.C.C., prevé el caso del traslado de la demanda cuando
existe litisconsorcio pasivo. El dispositivo prescribe que "...podrá correrse, a pedido del actor, al
mismo tiempo a todos los demandados en la forma prevista en el segundo párrafo del art. 85".
Así es que, en caso de pluralidad de demandados, el tribunal debe ordenar, a pedido del actor,
el corrimiento simultáneo, aún cuando aquéllos no cuenten con un único letrado, lo que se
justifica porque en ocasión de contestar el traslado de la demanda, en virtud del art. 85 debe
obrar en poder de cada accionado la totalidad de elementos agregados al expediente, por lo
que contar con el mismo no resulta de ninguna utilidad adicional. Expresamente agrega la
norma que el expediente no puede ser retirado, debiendo permanecer en secretaría,
juntamente con la documentación original, para su consulta. Si el conjunto de demandados
fuera muy numeroso, o al actor se le hubiera eximido de acompañar copias de los documentos
(art. 87, 2° párr), el juez puede ampliar el plazo del traslado.
* Excepciones y defensas. En este punto hay que diferenciar si las excepciones son opuestas
por uno o alguno de los litisconsortes, como así también si lo son a título personal o se
encuentran fundadas en hechos comunes. Si se trata de defensas impetradas a título personal
y sólo por alguno o algunos de los litisconsortes, el proceso puede concluir respecto de ellos y
continuar para los restantes si son acogidas[99]. En cambio, si el fundamento es común, la
excepción deducida por uno de ellos, tendrá incidencia sobre todos, de suerte que, en caso de
prosperar el proceso concluirá o se rechazará la demanda en su integralidad y respecto de
todos los accionantes. Así, en un juicio ejecutivo iniciado contra el librador y el avalista de un
documento pagaré, la excepción de inhabilidad de título opuesta por uno de ellos, beneficiaría
al restante, por más que no hubiere comparecido a juicio. Ello toda vez que, si el título no es
hábil para proceder ejecutivamente (defensa común fundada en la falta de legitimación activa
del contrario), no puede acogerse la demanda por el sólo hecho que uno de los litisconsortes
no haya ofrecido resistencia.
Aunque se trate de un litisconsorcio voluntario, cuya característica primordial es la de la
autonomía en la posición de cada litisconsorte. Dicha cualidad, cede ante la oposición de una
defensa común a todos ellos.
* Etapa probatoria. Los conceptos anteriores nos llevan a pensar que la prueba acumulada
puede invocarse contra todos los litisconsortes[100]. Pero cada litisconsorte puede producir su
propia prueba, encaminada a objetivos no coincidentes, esto es, la demostración de sus
respectivas pretensiones que, aunque puedan ser conexas por el título, o por el objeto, o por
ambos elementos a la vez, se fundan en distintas versiones del suceso que dio nacimiento a la
relación sustancial[101]. El Dr. Ramacciotti explicita, en su famoso compendio respecto de este
tema, que es preciso distinguir cuidadosamente los aspectos que revisten el carácter de
comunes a todos los litisconsortes, como por ej. la existencia del contrato que constituye la
relación sustancial común, de aquellos meramente particulares, relativos a la posición
individual de cada litisconsorte en lo tocante al cumplimiento total o parcial o incumplimiento de
ese contrato. En sentido semejante al expresado para las excepciones y defensas, en lo que
atañe a la existencia de hechos comunes (en el caso puesto de ejemplo: la existencia del
contrato), la prueba eficaz de los mismos vale respecto de todos los intervinientes; en tanto
que, en lo tocante a hechos particulares (en el ejemplo brindado: el cumplimiento de la
prestación a su cargo), incumbe a cada litisconsorte acreditar tales sucesos. De allí que la
admisión de un litisconsorte incida sólo sobre la situación de quien la hizo[102]. Así, y como
ilustra el Dr. Podetti, ejemplificando con la hipótesis de una demanda interpuesta por dos o más
damnificados por un accidente de tránsito, cabe distinguir aquí entre la prueba del hecho
mismo del accidente, que es común, la de los daños y perjuicios sufridos por cada uno de ellos,
que es particular, y la de su grado de culpabilidad, que puede ser común o particular en
variables proporciones. Por ello la valoración de la prueba debe efectuarse en conjunto con
valor directo o de presunción según que se refiera a un hecho común o individual. Afirma Alsina
que si alguno de los litisconsortes alega un hecho común a todos, el juez debe pronunciarse
sobre ese hecho con relación a todos, valorando las diversas pruebas arrimadas. Pero si uno
de los deudores confiesa la existencia de la obligación y se allana, el punto estaría resuelto con
respecto a él aunque los otros litisconsortes la hubieran negado y producido prueba de
descargo eficiente. De modo que la sentencia, aunque parezca extraño, será desestimatoria
respecto de los que resistieron y estimatoria en relación al confesante, lo que se explica porque
la confesión no asume aquí el sentido de un medio de prueba, sino de un acto de disposición
del propio derecho o constitutivo y creador de obligación[103].
* Sentencia. La diversidad de actitudes asumidas por cada litisconsorte en el decurso del juicio
impone un examen cuidadoso del sentido y alcance de las articulaciones defensivas. Ya se
adelantó que las defensas opuestas por alguno o algunos de los litisconsortes deben ser
individualmente consideradas si se refieren a aspectos estrictamente personales, y que sólo
cuando revistan el carácter de generales y comunes, tales como la cosa juzgada, la falta de
legitimación sustancial activa en la contraria, la inexistencia del hecho generador de la
obligación, deberán ser estimados frente a todos aunque sólo uno o algunos las hayan
opuesto. Por tanto, y aun cuando el contenido de la sentencia pueda no ser exactamente el
mismo para todos, habría que tener en cuenta los principios enunciados. El Dr. Falcón expresa
que si bien la sentencia debe ser única respecto de las pretensiones aducidas, nada impide
que cada uno de los intervinientes realice actos que determinen la consecuencia de dicha
sentencia. Así, como ya adelantamos, el proceso puede concluir de un modo anormal respecto
de uno de los litisconsortes, sin que esto traiga efectos sobre la actuación de los demás. Uno
de los litisconsortes puede ser alcanzado por una excepción que no tenga efecto respecto de
los restantes, vgr.: prescripción[104].
* Costas. Veamos que tiene dicho la casación local sobre este tema: “En primer término,
adviértase que los actores en autos componen un litis consorcio activo facultativo por lo que los
actos de cada uno de ellos son, en principio, independientes. Esta situación procesal se
plantea durante todo el desarrollo del juicio tanto en el ataque como en la defensa de tal
manera que los alcances de la sentencia pueden ser distintos con respecto a cada litis
consorte. Ello porque, como expresan Morello, Fassi Lanza, Sosa y Berizonce, "...la conexidad
justificante de esa modalidad en el proceso no llega a privar de autonomía a las diversas
relaciones o vínculos materiales que se han hecho valer a través de las respectivas
pretensiones" (conf. "Códigos Procesales en lo Civil y Comercial de la Provincia de Buenos
Aires y de la Nación" comentados y anotados, tomo II. 437).- En consecuencia, si la sentencia
desestima la demanda respecto de la actora Serante de Palacios Valladolid por haber
prosperado la defensa de prescripción, y la considera procedente respecto de su esposo, cada
decisión debe llevar su propia condena en costas siendo de aplicación lo dispuesto en el art.
130 del C. de P.C.. En otras palabras, el resultado del pleito fue diverso para cada litisconsorte
y, por tanto, el tratamiento de las costas debe hacerse por separado. En este sentido se ha
dicho: "...si la sentencia que rechaza la demanda respecto a algunos litisconsortes y la
determina procedente con relación a otros, cada decisión debe llevar su propia condena en
costas, cuyo curso debe resolverse en función de lo que dispone el art. 68 C.P.N; o sea que si
existe un litisconsorcio y recae para cada uno de los justiciables sentencia en sentido diverso,
las costas deben tratarse por separado" (conf. Gozaíni, Osvaldo A. "Costas procesales", pág.
345)”[105].
* Recursos. En lo que hace a los efectos de los recursos, el profesor Raúl Fernández señala
que, tratándose de litisconsorcio voluntario, la regla es que el recurso tenga efecto personal,
esto es, sólo favorece a aquel que ha recurrido[106]. La Excma. Cámara Octava de
Apelaciones de Córdoba, ha sostenido que "...existiendo un litisconsorcio pasivo de carácter
facultativo, el demandado que no apela la sentencia que lo desfavorece no puede ser
beneficiado por el recurso de apelación que articularan otros en la misma situación de parte [...]
Operan en pro de esta conclusión el principio dispositivo (disponibilidad de la acción, inclusive
en materia recursiva), la consiguiente autonomía de gestión por los litisconsortes, la necesidad
de congruencia entre la sentencia de alzada y los agravios sometidos a su consideración, y la
adquisición de los beneficios de la cosa juzgada por el ganancioso (así sea en parte) contra el
accionado que no recurrió el fallo"[107]. En idéntica inteligencia se ha expedido nuestro tribunal
casatorio: "En caso de litisconsorcio voluntario [...] y en virtud del principio de la personalidad
de la vía recursiva extraordinaria, la casación interpuesta por uno de los litisconsortes no puede
beneficiar o perjudicar a los restantes litisconsortes"[108]. Sin perjuicio de lo expuesto ut supra,
el gran jurista colombiano Devis Echandía, sostiene que si bien "por lo general, los recursos
benefician sólo a quien los propone [...] hay providencias que resuelven cuestiones procesales
indivisibles, que miran al trámite del proceso, a la existencia de presupuestos procesales que
afectan su validez general, a incidentes de nulidad o de colisión de competencias o de
recusación, o a cualquiera otras circunstancias obligadamente comunes. Entonces la decisión
es inescindible, a pesar de esa independencia teórica de los litisconsortes voluntarios..." [109].
En el XX Congreso Nacional de Derecho Procesal de San Martín de los Andes, en la comisión
B sobre recursos, se concluyó que “la apelación en el caso de litisconsorcio facultativo, cuando
el hecho debatido sea común a todos los litisconsortes, tiene efecto extensivo a todos ellos
aunque no hubiesen apelado” (punto 14)[110].
Destacan los Dres. Altamirano y Torres que en “…el plano federal, ha sido el recientemente
fallecido Lino Palacio quien ha dado el punto de partida en defensa del efecto extensivo del
recurso en el litisconsorcio voluntario, basándose en la distinción entre hechos comunes y
personales. ´Si un listisconsorte no recurre y sí lo hace, con éxito, el otro, resulta intolerable,
porque habría dos verdades judiciales: la del vencido no recurrente y la del vencedor
impugnante. Lo dicho, claro está, en el supuesto de hechos comunes de todos los colitigantes´.
En el ámbito provincial [Albarenga, Gatani y Vieytes], luego de ensayar una precisa refutación
de las razones brindadas por Couture, se ha sostenido que ´Cuando en un litis consorcio
voluntario, las pretensiones deducidas exhiben conexión de causa y/u objeto, se requiere el
dictado de una sentencia única. Esto es así porque las defensas articuladas o las pruebas
producidas por uno de los litis consortes, cuando se refieren al juzgamiento de un hecho común
a todos ellos deben, a nuestro entender, ser consideradas en el pronunciamiento que tendrá un
único contenido”[111].
b) Litisconsorcio necesario
Esta institución encuentra consagración legislativa en el art. 89 del C.P.C.C.N. [112].
El litisconsorcio necesario es una clase de litisconsorcio que se presenta cuando existe entre
varios sujetos una relación jurídica inescindible, por lo que todos ellos deben ser citados en el
juicio, a fin de lograr una sentencia válida, de lo contrario, si se pronunciara sólo frente a
algunos, sería inútil o de ejecución imposible. Tal necesidad puede estar indicada por la propia
ley, como ocurre con el caso de la acción de reclamación de filiación matrimonial prevista en el
actual art. 582 del CCyC.[113], por la naturaleza de la relación: la acción de simulación de un
acto jurídico reclamada por un tercero, que se debe enderezar contra todos los
intervinientes[114]; demanda de escrituración, si los condóminos no vendieron su parte
indivisa, sino la totalidad del inmueble, y resolución de ese mismo contrato; impugnación de la
filiación presumida por la ley, donde la demanda debe ser dirigida, en caso que la acción la
ejerza el marido, en contra de la madre y del supuesto hijo; y si la ejerce el hijo, deberá dirigirla
en contra de la madre y el supuesto padre (art. 589 del CCyC, arts. 258 y 259 del C.C.)[115].-
Expresa el Dr. Ramacciotti que en este tipo de litisconsorcio media "...una insoslayable
exigencia de pronunciar la decisión frente a todos los legitimados, que es de orden sustancial, y
no procesal, pues nada impediría -de hecho- sustanciar y fallar el proceso con tales omisiones,
pero afrontando la consecuencia de una eventual frustración de la finalidad perseguida por
obra de la prementada inutilidad [el autor se refiere a la inutilidad operativa de la sentencia que
se dicte en esas condiciones, a su imposible ejecución, a su ineficacia práctica ]" [116].
El jurista antes mencionado brinda también otros ejemplos de litisconsorcio necesario como lo
son: a) la acción deducida por el locador contra el locatario y sublocatario o cesionario por
haber sido indebidamente transferida la locación; b) la acción por división de condominio
cuando media pluralidad de demandados, en razón de la indivisibilidad de la relación jurídica
controvertida; c) la acción de escrituración promovida contra los herederos de una sucesión en
la que aún no ha habido partición, o contra los condóminos vendedores [117].
b.1) Sustanciación del proceso
Seguidamente, al igual que lo hicimos con el litisconsorcio voluntario, analizaremos qué sucede
en la tramitación del juicio.
* Competencia. Desplazamiento. Si varias personas están sujetas a jueces distintos ratione
personae (fueros federal u ordinario), o ratione loci, el litisconsorcio necesario impone la
necesidad de superar esas diferencias y conferir jurisdicción a un juez único. Así, la doctrina
señala que la acumulación necesaria de acciones importa una derogación a las reglas de la
competencia, de modo que un juez que no sería competente -en el caso de haberse deducido
la acción aisladamente- se transforma en competente en razón del litisconsorcio[118].
Respecto de la competencia territorial, si los diversos demandados estuvieran sometidos a
distintos jueces por razón de sus domicilios, el actor podría escoger a cualquiera de ellos,
debiendo concurrir a él los restantes codemandados[119].
* Prueba. La confesión o admisión de los hechos formulados por uno o por alguno de los
litisconsortes no pueden ser invocados contra los restantes, de modo que aun cuando la
mayoría o la casi totalidad de ellos reconozcan o confiesen un hecho perjudicial al interés
común, bastará que uno solo lo niegue para que el hecho deba probarse frente a todos, y en
caso de no lograrse ello, no se lo tendrá por reconocido frente a ninguno. Sin perjuicio, claro
está, de que dichas confesiones puedan tener el valor de prueba indiciaria, valorando su
eficacia convictiva en conjunto con las restantes pruebas rendidas [120].
* Sentencia. La sentencia que se pronuncie favorecerá o perjudicará a todos los litisconsortes
intervinientes en razón de su unidad inescindible, salvo -claro está- a aquel que no haya sido
sujeto del proceso donde recayó, ya que, si la litis no quedó debidamente integrada con todos
sus partícipes obligados, la sentencia resulta inutiliter data, es decir sin ninguna eficacia o
valor[121], como ya se anticipó.
* Recursos. En el caso de litisconsorcio necesario, la apelación de uno solo de los colitigantes
(que exprese agravios sobre los temas comunes al polo plural de la relación jurídico-procesal)
conlleva la extensión de los efectos de la decisión de alzada, si ésta acoge la apelación[122].
Este efecto comunicante del recurso es la regla fundamental en esta clase de litisconsorcio, es
decir: los actos realizados por alguno -o algunos- de los litisconsortes benefician a todos los
demás y los resultados de la sentencia son únicos, aún en la instancia superior, aunque
hubiese apelado sólo uno de los litisconsortes, cuestión que como vimos, tiene alcances
distintos en el litisconsorcio voluntario. “Los recursos interpuestos por cualquiera de los
demandados favorecen eventualmente a todos los demás, y el pronunciamiento de alzada
tiene efectos contra todos, y en caso de revocarse aquélla beneficia aun a quien la
consintió”[123].
* Efectos. Las Costas. Por la misma inescindibilidad de la relación, la suerte de todos los
litisconsortes debe ser común, de modo que las actitudes individuales sólo influyen en las
costas. En consecuencia, las defensas opuestas afectan a todos; la prueba debe ser apreciada
en conjunto, de modo de dictar un único pronunciamiento; por la misma razón los recursos
también alcanzan al conjunto. Respecto de los actos de disposición del objeto procesal, tales
como el allanamiento, el desistimiento, la transacción, la conciliación, efectuados por uno o
alguno de los litisconsortes, sólo producen sus efectos normales en la medida en que los
restantes litisconsortes adopten la misma actitud, pues -como se adelantó- la sentencia debe
tener un contenido único respecto de todos ellos[124]. En lo que respecta a las costas, en los
casos en que el actor se ve obligado a demandar a varias personas y algunas de esta se
allanan, no haciéndolo las otras, estas últimas, vencidas en juicio y que determinaron con su
actuación la necesidad de que el accionante tuviera que recurrir a los estrados judiciales,
deben soportar las costas del juicio[125].
b.2) Integración de la litis
El código local no cuenta con una norma como la del art. 89 del C.P.C.N., que indica la
obligatoriedad de demandar o ser demandadas las varias personas comprendidas, y en su
defecto proceder a integrar la litis, de oficio o a pedido de cualquiera de las partes. No
obstante, el mismo carácter de necesario del litisconsorcio así lo impone.
De no haberse demandado correctamente, advertido de la omisión, el actor puede solicitar la
citación de los litisconsortes activos (por ej.: demanda de escrituración promovida por uno de
los varios compradores), o pasivos, petición de la que corresponde oír al demandado,
imprimiéndole el trámite de los incidentes, si este último ya ha contestado la demanda (arg. art.
179 del C.P.C.C.). El incidente tiene carácter suspensivo[126].
Por su lado, el demandado puede optar entre reclamar la citación de los litisconsortes faltantes,
activos o pasivos, mediante la excepción de defecto legal, o denunciar esa ausencia mediante
la defensa de falta de acción al contestar la demanda[127].
En la hipótesis de que las partes nada hubieren peticionado al respecto, el principio dispositivo
no puede ser llevado al extremo de "aguardar el eventual planteo que formule el demandado",
de modo de negar facultades al tribunal para disponer la integración de oficio, y obligarlo a
continuar un proceso respecto del cual se sabe de antemano que redundará en un inútil
dispendio para el tribunal y las partes. En consecuencia, el juez puede y debe ordenar la
integración de oficio, incluso en el supuesto de haber opuesto el demandado la defensa de falta
de acción (que no está dirigida a obtener la integración, sino el rechazo de la demanda), sin
perjuicio de las costas que correspondan imponer al actor. Esta potestad del tribunal puede
ejercerse aún en contra de la voluntad de las partes.
Respecto del momento límite para disponer la integración sea de oficio o a solicitud de parte,
sólida doctrina propugna, con el mismo argumento de no permitir un proceso absolutamente
inútil que llevaría a una absolución de la instancia, que puede ser ordenada hasta en la
segunda instancia.
En tal caso corresponde retrotraer el procedimiento, con la consiguiente invalidación de la
sentencia, si se hubiere ordenado en la alzada, hasta colocar la causa en estado de abrirla a
prueba.
Así, luego de comparecidos los citados, si fueren litisconsortes activos, darles oportunidad para
que se pronuncien acerca de la demanda, y correr traslado de lo que expusieren al
demandado. Respecto de los pasivos, correrles traslado para contestar la demanda. Luego de
estos pasos, abrir nuevamente a prueba para todos los intervinientes. Todo con las
adaptaciones que correspondan de tratarse de juicio abreviado.
En cuanto a la prueba rendida, una opción sería considerarla derechamente nula, en tanto se
diligenció en ausencia de alguna de las partes, y por ende ellas no tuvieron posibilidad de
controlarla. Otra solución consistiría en ordenar a los citados, que en las oportunidades
indicadas se pronuncien acerca de las probanzas agregadas, aumentando prudencialmente el
plazo de acuerdo con el volumen de aquellas, de modo que queden aceptadas las que no
fueren expresamente cuestionadas. Ésta última parece consultar mejor el principio de
economía procesal.
Qué consecuencia traería aparejada la falta de integración.
En caso de dictarse el fallo sin haberse procedido a la integración de la litis, ello lleva a que la
sentencia constituya una absolución de la instancia, de modo que carece de la fuerza de la
cosa juzgada y no impide proponer nuevamente la demanda. La sentencia dictada en esas
condiciones, es de imposible ejecución; es un pronunciamiento inútil, inocuo [128].-
c) Litisconsorcio cuasinecesario
Alguna doctrina reconoce, asimismo, una tercera categoría intermedia entre el litisconsorcio
facultativo y el necesario, y que se daría en el supuesto de que existiendo varias personas
eventualmente legitimadas para interponer una determinada pretensión u oponerse a ella, la
sentencia es susceptible de afectarlos a todos por igual, aun cuando no hayan participado o no
hayan sido citados al proceso. Si uno sólo promueve el juicio la acción está bien iniciada, pues
no es menester que todos los interesados obren. Pueden encuadrarse en esta modalidad las
siguientes acciones: a) la acción por declaración de incapacidad o de capacidad restringida en
los términos del art. 33 del CCyC., la cual una vez acogida debe ser revisada en cualquier
momento a instancias del interesado y en un plazo no superior a los tres años por el juez (art.
40 CCyC.); y b) la acción por nulidad de las deliberaciones adoptadas por la asamblea de una
sociedad anónima, la que puede ejercer cualquier accionista si aquéllas resultan contrarias a la
ley (art. 251 de la “Ley General de Sociedades”), ya que aun cuando interpuesta por uno solo,
la resolución nulificatoria puede alcanzar a todos.

VI. Procesos Colectivos o Acciones de Clase


El objeto de estos procesos es la tutela de los derechos de incidencia colectiva, que se definen
como aquellos que pertenecen divisible o indivisiblemente a una pluralidad relevante de
sujetos, desbordando, por sus especiales cualidades, los tradicionales mecanismos de
enjuiciamiento grupal (vg., intervención de terceros, litisconsorcio) [129].
El término "derechos de incidencia colectiva" fue incorporado a la Constitución Nacional con la
reforma de 1994.
En muchas oportunidades, los derechos de incidencia colectiva se presentan fundidos de modo
tal que la satisfacción de uno de sus titulares no es posible sin la del resto (derechos difusos).
El caso se presenta con frecuencia, v.g., en materia de medio ambiente o de protección del
patrimonio cultural o paisajístico. Distinto es el supuesto de intereses esencialmente divisibles
que, en atención a su origen común y a determinadas características, tornan propicio un
tratamiento concentrado, pero por razones de estricta conveniencia (derechos individuales
homogéneos). Integran esta especie todos aquellos supuestos en los que es posible la
satisfacción de algunos de los miembros de la colectividad, sin el correlativo beneficio de los
demás. Es el supuesto de los daños y perjuicios ocasionados masivamente en razón de
productos en mal estado, viciosos, etc…
El art. 14, CCyC, dispone que en ese código se reconocen: a) derechos individuales; b)
derechos de incidencia colectiva. Aunque no da mayores precisiones sobre los alcances de
este último género.
Sin embargo, más allá de su reconocimiento, la problemática que presenta la defensa de los
derechos de incidencia colectiva ante los estrados judiciales radica en que no existe normativa
que regule los procesos colectivos en forma sistémica y adecuada. Las únicas dos leyes con
algunas previsiones sobre la materia son la Ley General del Ambiente N° 25.675 y la ley N°
24.240 de Defensa del Consumidor.
En el caso "Halabi" (del 24/02/09) la Corte Suprema de Justicia de la Nación al reconocer estas
categorías de derechos precisó: "No hay en nuestro derecho una ley que reglamente el
ejercicio efectivo de las denominadas acciones de clase en el ámbito específico que es objeto
de esta litis. Este aspecto resulta de gran importancia porque debe existir una ley que
determine cuándo se da una pluralidad relevante de individuos que permita ejercer dichas
acciones, cómo se define la clase homogénea, si la legitimación corresponde exclusivamente a
un integrante de la clase o también a organismos públicos o asociaciones, cómo tramitan estos
procesos, cuáles son los efectos expansivos de la sentencia a dictar y cómo se hacen
efectivos".
En ese contexto, la omisión parlamentaria fue enfrentada en el precedente aludido como en
otros pronunciamientos acudiendo a la plena operatividad de las garantías constitucionales vía
acción de amparo. Sin embargo, ahora la CSJN en una reciente Acordada Nº 12/2016, aprobó
un "Reglamento de actuación en procesos colectivos". Allí el Máximo Tribunal determina los
requisitos o recaudos que debe abastecer la demanda colectiva para poder ser considerada
admisible (quedan excluidos los procesos ambientales que se inicien en los términos de la ley
25.675), aunque su aplicación se limita a los tribunales nacionales y federales.
Es menester señalar al respecto, que los códigos procesales provinciales no contienen reglas
para esos supuestos y, por ello, los tribunales de dichas jurisdicciones deben realizar una labor
pretoriana para conferir trámite a las acciones en las que se invoquen derechos de incidencia
colectiva. En ese sentido, cabe mencionar como ejemplo una causa en la que se consideró
acreditada la legitimación de la parte actora, Fundación Club de Derecho Argentina, contra el
Banco Itaú Argentina S.A., para que deje cobrar gastos derivados del mantenimiento y/o
renovación de tarjetas en el marco de un convenio celebrado también por el Colegio de
Abogados de Córdoba. El Tribunal dispuso en el decreto de admisión que se dé noticia a esta
última institución para que, si lo considerara pertinente, pida participación y ejerza los derechos
que pudieran corresponderle. Asimismo, resolvió que se ponga el proceso en conocimiento de
todos aquellos que eventualmente pudieren sentirse comprendidos en el “colectivo” identificado
por la parte actora, para que comparezcan a la causa y manifieste su voluntad en contrario
previo a la sentencia (art. 54, seg. párr., ley 24440 T.O. ley 26361), ordenando a fin de
garantizar una adecuada publicidad, la publicación de edictos en el Boletín Oficial de la
Provincia de Córdoba y en el Diario “La Voz del Interior” por el término de cinco días [130].
Cuestiones procesales estas que exceden el propósito de este material de estudio, que sólo
pretende una reflexión introductoria sobre los procesos colectivos.
Tema 3: Intervención del Asesor Letrado y del Ministerio Público Fiscal
Introducción
Vimos ya en este opúsculo que el elemento subjetivo del proceso está configurado por las
personas que en él intervienen, ya sea como sujetos esenciales o eventuales. En el proceso
civil, los sujetos necesarios están representados por el actor, el demandado y el juez; en el
proceso penal, se manifiestan a través del Ministerio Público Fiscal, el juez y el imputado[131].
Nos proponemos ahora caracterizar las funciones que cumple el Ministerio Público y discernir
cuál es la naturaleza de su intervención en los procesos que no tienen carácter represivo. Las
Dras. Ferreyra de De la Rúa y González de la Vega de Opl nos enseñan que “…el Ministerio
Público participa de la noción de ser sujeto del proceso judicial y cuenta con diferentes poderes
y deberes que se identifican en base a las funciones asignadas por la ley en las diferentes
ramas procesales y teniendo en cuenta los intereses comprometidos con relación a un objeto
debidamente propuesto”[132].
Por el momento, nos adelantamos a expresar que en el proceso civil actúa como participante,
es decir como sujeto procesal de carácter eventual. Los sujetos necesarios del proceso civil
actúan por derecho e interés propio. En cambio, los funcionarios que integran el Ministerio
Público actúan defendiendo un interés que les es ajeno personalmente y que pertenece en su
instancia a la colectividad o al orden social.
El Ministerio Público ejerce un poder de control social, que es indispensable para lograr el
equilibrio de los poderes del Estado. Clemente Díaz ha definido bien esta institución: “el órgano
estatal encargado de hacer valer ante el órgano jurisdiccional la representación y la defensa de
los intereses públicos y sociales del Estado”[133]. Su misión general es la de defender
intereses que afectan al orden público y social; colabora con el juez en la tarea de administrar
justicia.
La doctrina procesalista ha conceptuado al Ministerio Público sobre la función judicial que le
corresponde. Así, Chiovenda, Carnelutti, Calamandrei destacan que este órgano “personifica el
interés público en el ejercicio de la jurisdicción ante los órganos jurisdiccionales”[134].-

I. El Ministerio Público. Actuación respecto de las personas menores de edad, incapaces


y con capacidad restringida. Asesores Letrados.
a) Denominación
En relación a la variación de la denominación que utiliza el nuevo código para este organismo,
esto es sin ningún aditamento, la doctrina ha expuesto “…Mientras que Vélez Sársfield reguló
la institución bajo el nombre de "Ministerio Público de Menores" (Libro I, Sección II, Título XIV),
y en alguna oportunidad lo llamó Ministerio Pupilar (artículo 131), el Proyecto de Código Civil
ha recurrido a la expresión más genérica de Ministerio Público, que es utilizada tanto en
referencia a las funciones del fiscal civil como del órgano de representación y defensa de
personas menores de edad y con capacidad restringida. Sin embargo, es nítida la distinción
funcional de una y otra figura, y la actividad del Ministerio Público de Menores es
específicamente regulada en el artículo 103 del Proyecto, entre otros. La imprecisión en la
nomenclatura no es cuestión fundamental, pues hoy la figura recibe diferentes denominaciones
según la jurisdicción (Defensorías Públicas de Menores e Incapaces, en el orden nacional,
Asesorías de Incapaces y otras designaciones, en la Provincia de Buenos Aires, Asesorías
Letradas, en Córdoba, Defensoría General de Menores, en Entre Ríos, Asesorías Tutelares, en
la Ciudad de Buenos Aires, etc.).”[135].
En ese sentido el Tribunal Superior de Justicia de la Provincia de Córdoba estableció que
cuando el art. 103 del CCyC alude al “Ministerio Público” se debe entender que hace referencia
a los “Asesores Letrados”, que son los funcionarios encargados de las defensas de las
personas menores de edad, incapaces y con capacidad restringida (Acuerdo Reglamentario N°
1305, Serie “A” del 01/09/2015).
De tal manera, en nuestra provincia, se trata del organismo reglamentado por la ley prov. 7982,
que crea el Cuerpo de Asesores Letrados, a cuyos miembros encomienda, entre otras, las
funciones en cuestión, específicamente a los asesores letrados en lo civil y comercial, en el art.
12 incs. 1° y 2°.

b) Funciones
El art. 103 del CCyC (art. 59, CC) determina el alcance de la actuación del Ministerio Público
respecto de las personas menores de edad, incapaces y con capacidad restringida.
En primer lugar establece que puede ser judicial o extrajudicial.
En relación a la intervención en el ámbito judicial la misma puede ser complementaria o
principal. Es complementaria cuando en los procesos en que se encuentran involucrados
intereses de personas menores de edad, incapaces y con capacidad restringida la misma se
produce en forma conjunta con los padres, tutores y curadores de aquellos. Es decir, que su
actuación se integra y complementa con la que ejerce el representante legal.
Es principal en los siguientes supuestos: cuando se encuentren comprometidos los derechos
de los representados y existe inacción de sus representantes; cuando el objeto del proceso es
exigir el cumplimiento de los deberes a cargo de los representantes; o cuando carecen de
representante legal y es necesario proveer la representación.
Así cuando se encuentren comprometidos los derechos de los representados y existe inacción
de sus representantes, si se trata de los progenitores, deberá promover el cumplimiento de los
deberes a su cargo o interponer recursos y ofrecer prueba si dentro de una causa judicial el
niño/a está indefenso; si se trata de inacción de los tutores, debe responsabilizarlo por los
daños que cause al tutelado y debe solicitar las medidas necesarias (art. 118 CCyC), solicitar la
remoción del tutor (art. 136 CCyC), si existen diferencias de criterio entre los tutores debe
intervenir (art. 105 CCyC), si se trata de la inacción de los curadores puede pedir su remoción
(art. 136 CCyC) y también que rinda cuentas (art. 130 CCyC).
A su vez, cuando el objeto del proceso es exigir el cumplimiento de los deberes a cargo de los
representantes, debe exigir los alimentos a los progenitores cuando estos incumplieran con
dicho deber; en el caso del incumplimiento de los deberes del curador debe instarlo a que
cumpla con las reglas generales del art. 31 CCyC, responsabilizarlo por los daños que
ocasione (art. 118 CCyC), solicitar su remoción (art. 136 CCyC), solicitar la designación un
curador provisorio mientras se designa otro nuevo (art. 109, inc. g) CCyC), solicitar la
suspensión provisoria del curador (art. 137 CCyC), y exigirle la rendición de cuentas (art. 130
CCyC).
En tanto cuando carecen de representante legal y es necesario proveer la representación, debe
solicitar la urgente designación de representante legal para hacer cesar el estado de
indefensión de estas personas.
Con respecto a la actuación extrajudicial del Ministerio Público la normativa impone la
concurrencia de dos presupuestos:
1) Que exista ausencia, carencia o inacción de los representantes legales;
2) Que estén comprometidos los derechos sociales, económicos o culturales de los
defendidos.

Es preciso destacar que, cuando en estas normas se hace referencia a menores, no se alude a
los "que carezcan de edad y grado de madurez suficiente", sino que se habla de menores a
secas. Y para este Código, menor es la persona que "no ha cumplido dieciocho años" (art. 25,
CCyC)[136].
Sin embargo, de tratarse de menores de edad emancipados por matrimonio (art. 27 CCyC), no
debe intervenir el Ministerio Público. De tratarse de menores de edad que trabajan –más de
dieciséis- o ejercen profesión con título habilitante (art. 30 del CCyC), la intervención del
Ministerio es innecesaria si el juicio versa sobre las actividades en cuestión.

c) Criterio de actuación
Es función del Ministerio Público emitir sus dictámenes conforme a derecho y no defender la
postura más favorable a su representado. Así, el asesor de incapaces debe dar en su dictamen
la opinión más justa, independientemente de que convenga o no a los intereses del asistido. No
debe olvidarse que, en definitiva su misión es velar por la observancia de la ley porque
representa los intereses de toda la comunidad, más allá de su función específica de asistencia
de los incapaces. En este sentido se ha expedido, hace tiempo, la Suprema Corte de Justicia
de Bs. As.: “El Ministerio de Menores, si bien protege el interés particular de los individuos
aisladamente considerados, representa en definitiva la suma de los intereses de la colectividad;
en consecuencia, cuando la pretensión del incapaz fuera injusta, el asesor faltaría a su deber
propiciándola, porque contrariaría el verdadero interés del incapaz, que no es su prosperidad
patrimonial sino su conformidad con la justicia”[137].-
Asimismo, y en cuanto a su actuación estrictamente procesal, el Ministerio Público está
sometido a los mismos deberes y cargas que los otros sujetos. Específicamente lo dispone el
art. 52 del C.P.C.C. en relación a los plazos, de modo que, en su caso, se le debe dar por
decaído el derecho dejado de usar[138].
d) Sanción por falta de intervención
La omisión de la intervención del asesor, en los casos que la ley determina que ella es
necesaria, da lugar, por expreso imperativo legal, a la sanción de nulidad de lo actuado sin esa
intervención (art. 103, inc. a) in fine, CCyC).
En consonancia con la ley sustancial, la ley procesal local prescribe: “En toda gestión judicial,
salvo los casos exceptuados por la ley, en que se trate de la persona o bienes de incapaces se
dará intervención al asesor letrado en lo civil y comercial, bajo pena de nulidad” (art. 99 del
C.P.C.C.).-
El carácter de la nulidad es relativa conforme lo establece la nueva normativa sustancial -
aunque se refiere expresamente a los supuestos de actuación complementaria-.
La doctrina y jurisprudencia anterior a la reforma de esa manera lo entendía, en ese sentido el
Dr. Vénica expresaba que, teniendo en cuenta que ella ha sido instituida en el exclusivo
beneficio del incapaz, es relativa y -por ende- confirmable por el propio asesor de menores, lo
que ocurriría tácitamente si luego de haber tomado conocimiento del acto viciado -omisión de
dar intervención-, no introduce en tiempo y forma el incidente de nulidad correspondiente (art.
78, segundo párr. inc. 1° del C.P.C.C.). Además, tratándose de una nulidad relativa, no puede
ser declarada de oficio por el juez[139].-
Por otro lado a pesar de que la normativa se expide únicamente respecto del carácter de las
sanción para los supuestos de actuación complementaria, calificada doctrina se pronuncia
aseverando que es aplicable también a los casos de intervención principal. “La sanción de
nulidad prevista por la ley ante la falta de intervención del Ministerio Público, sea en su
actuación complementaria o en la principal, es de carácter relativo, porque puede ser
confirmada.” [140].
Sin embargo, cabe precisar que otros especialistas entienden que es absoluta si se trata de
procesos en los que la ley exige a los representantes necesarios autorización judicial para
realizar determinados actos (v.gr. disposición de bienes, créditos o fondos de sus
representados) [141].

II. El Ministerio Público Fiscal


El Ministerio Público Fiscal se muestra como un cuerpo único, aunque integrado por diversos
órganos que actúan en los procesos civiles, penales y de familia.
En el ámbito civil y comercial, el MPF interviene en todos los procesos que rocen al orden
público y su intervención cesa cuando se encuentre desinteresado el orden social; también
interviene como custodio de la jurisdicción y las reglas de competencia.-
En los procesos de familia, su actuación responde al interés comunitario que se proyecta desde
el Estado en la tutela de ciertas instituciones que deben ser protegidas en su realización
jurisdiccional[142]. Ya veremos con más detalle cuándo corresponde ordenar su intervención y
cómo es la misma (calidad) en los procesos no represivos, es decir, fuera del ámbito penal.
a) Ubicación institucional del Ministerio Público Fiscal
La naturaleza jurídica del Ministerio Público Fiscal constituye uno de los problemas que el
derecho constitucional ha querido resolver. Lo dicho se relaciona de manera directa con la
ubicación institucional que debía reconocérsele. En este sentido, se fueron perfilando varias
posturas.
Entre los criterios más difundidos se puede individualizar:
a) el Ministerio Público fiscal debe ser un órgano subordinado al poder Ejecutivo;
b) el MPF debe ser incluido en la estructura del Poder Legislativo;
c) el MPF debe integrar el Poder Judicial;
d) el MPF goza de independencia funcional, sin perjuicio de que forme parte de la estructura
jurisdiccional[143].
Con la reforma constitucional del año 1994 se intentó dotar al Ministerio Fiscal de la calidad de
“órgano extrapoder”.
Basta con leer el art. 120 de la Constitución Nacional para darse cuenta de lo que estamos
diciendo: "El Ministerio Público es un órgano independiente con autonomía funcional y
autarquía financiera, que tiene por función promover la actuación de la justicia en defensa de la
legalidad, de los intereses generales de la sociedad, en coordinación con las demás
autoridades de la República…” (El destacado me pertenece).
De esta manera, a los tradicionales Ejecutivo, Legislativo y Judicial, la reforma incorporó un
nuevo integrante: el Ministerio Público.
El sistema constitucional local no concilia con esta posición, ya que el Ministerio Público sigue
estando en la órbita del Poder Judicial. Así lo declara el art. 1° de la Ley 7826 -Ley Orgánica
del Ministerio Público Fiscal-, al señalar que “El Ministerio Público forma parte del Poder
Judicial. Goza de independencia funcional...”.
b) Ámbito de actuación
Es en el ámbito del derecho penal en que el poder fiscal se ha desenvuelto por antonomasia.
Así, al Ministerio Fiscal se lo ha rodeado casi con exclusividad de la potestad persecutoria y
represiva, olvidándose de las demás funciones que asisten en cabeza de esta institución, sea
un órgano estructurado dentro del poder judicial -como en Córdoba-, sea un órgano extrapoder
–como a nivel nacional-.
Empero, no sólo en el ámbito criminal se desenvuelve el Ministerio Público. Por el contrario,
este órgano debe cumplir un rol protagónico en la custodia de los derechos que asisten a los
particulares, no únicamente cuando aquellos son vulnerados a la luz del derecho penal, sino
también velando por un normal ejercicio de los derechos de carácter patrimonial, y,
fundamentalmente, de aquellos que integran su personalidad[144].
Se vislumbra de esta manera uno de los postulados de actuación del Ministerio Fiscal: ser
guardián y custodio del orden constitucional.
La Fiscalía General ha expresado: “Cabe poner de manifiesto que el Ministerio Público es un
órgano de tutela social, pues el interés que lo guía es el de que se observe la ley, gozando en
el ejercicio de su función, de plena independencia funcional. Ante la existencia de una norma
general que impone al suscripto el cumplimiento de determinados deberes en defensa del
Orden Público (art.21, CC, 120, CN), es interés de este Ministerio Público su adecuada
defensa”[145].
La Constitución de la provincia de Córdoba establece que el Ministerio Público está a cargo del
Fiscal General y de los Fiscales que de él dependan a quienes instruyen sobre el cumplimiento
de sus funciones, de acuerdo a las leyes (Art. 171 Const. Provincial).
El art. 172 de dicho cuerpo normativo le fija las siguientes funciones: “...1) Preparar y promover
la acción judicial en defensa del interés público y los derechos de las personas. 2) Custodiar la
jurisdicción de competencia de los tribunales provinciales y la normal prestación del servicio de
justicia y procurar ante aquellos la satisfacción del interés social; 3) Promover y ejercitar la
acción penal pública ante los tribunales competentes, sin perjuicio de los derechos que las
leyes acuerdan a los particulares; 4) Dirigir la policía judicial”.
Por su parte, la Ley Orgánica del Ministerio Público Fiscal (ley prov. nro. 7826, y sus
modificatorias) establece las funciones de dicho Órgano (arts. 1 y 9), reglamentando las
atribuciones que genéricamente confiere la Ley Suprema local.
El art. 3 de la referida normativa local dispone que las funciones a su cargo deben ser ejercidas
conforme a los principios de legalidad, imparcialidad, unidad de actuación y dependencia
jerárquica, puntualizando que todo ello debe efectuarse “con arreglo a las leyes”.
A la luz de tales preceptos pueden extraerse dos conclusiones categóricas.
En primer lugar, que la razón que determina la institución del Ministerio Público se halla en el
interés público que se encuentre involucrado en el proceso.
El presupuesto ontológico de la intervención del Ministerio Público, la justificación de su
accionar, consiste, pues, en la defensa de los intereses vinculados al orden público y social.
Siendo ello así, la no participación de tal órgano en un proceso en el que se encuentre
comprometido el orden público no puede ser subsanada por preclusión o consentimiento del
particular.
En segundo lugar, no basta con que se configure el presupuesto ontológico que justifica la
intervención del Ministerio Público sino que resulta indispensable además que tal intervención
esté habilitada expresamente por ley.
Esto es, que como “presupuesto procesal” deviene necesario que la legitimación del Ministerio
Público se encuentre concretamente atribuida por una disposición normativa vigente[146].
Acabamos de señalar que las funciones a cargo del MPF deben ser ejercidas conforme a los
principios de legalidad, imparcialidad, unidad de actuación y dependencia jerárquica,
puntualizando que todo ello debe efectuarse con arreglo a las leyes (art. 3 de la ley prov.
7826).-
El Dr. Junyent Bas expresa que estos principios, circunscriben la actuación del órgano y se
manifiestan en la necesidad de que la Fiscalía actúe bajo el imperativo de un precepto legal
previo que así lo disponga. En otras palabras, si no existe una ley que determine la actuación
del Ministerio Público frente a una determinada controversia, éste no puede intervenir. Sin
embargo, el citado autor señala que debemos tener especial celo en verificar si concurre o no
el supuesto legal anterior, so riesgo de incurrir en extremos opuestos, sea por un excesivo
rigorismo formal, sea por un tratamiento promiscuo del principio en examen[147].
A la luz de estas consideraciones, parece poco prudente que se impida al Ministerio Fiscal
intervenir en las controversias en las que se encuentren en juego intereses ciertos y directos,
jurídicamente relevantes, más allá que concurra o no una ley que así lo exija.
No cabe duda alguna que la intervención de la Fiscalía está reservada para los casos en que la
ley concretamente así lo disponga; más, colegir que dicha actuación pende de una norma de
naturaleza procesal puede significar un rigorismo formal excesivo que impide apreciar la
correcta télesis normativa.
En ese cauce, la legalidad que sujeta la actuación fiscal está edificada sobre un criterio más
amplio del que puede disponer un precepto adjetivo, ya que el Ministerio Público encuentra en
el ordenamiento jurídico integral las normas que determinan su ámbito de actuación.
Por tanto, es dentro de las normas y principios constitucionales que deben buscarse los
fundamentos que hacen a la actuación del órgano fiscal, habida cuenta que esta última
involucra el denominado “orden constitucional” que se encuentra bajo custodia del Ministerio
Público[148]. Es así que, ante la inexistencia de un precepto formal que imponga la actuación
del Ministerio Público, esta última queda determinada por las normas de naturaleza superior
que implica el orden jurídico integral, habida cuenta que el principio de legalidad comporta un
axioma de derecho que involucra a todo el ordenamiento jurídico[149].

c) Procesos en los que debe intervenir el Ministerio Público Fiscal.


c.1) Cuestiones de Competencia:
Si bien no figura su intervención en los arts. 9 a 15 del C.P.C.C., la misma surge de lo
dispuesto por el art. 172 inc. 2 de la Constitución de la Provincia de Córdoba, cuando reza que
el Ministerio Público tiene las siguientes funciones: “...custodiar la Jurisdicción y Competencia
de los Tribunales Provinciales), como así también por lo dispuesto en el art. 33 inc. 2 de la Ley
Orgánica del Ministerio Público (ley prov. 7826), cuando dispone: “Corresponde al Fiscal Civil y
Comercial: ...intervenir en los conflictos de competencia...”.-

c.2) Recusación con causa del juez o secretario:


Si bien se ha omitido su intervención en los arts. 16 a 34 del C.P.C.C., la recusación del Juez
es el medio por el que se exterioriza la voluntad de parte para que el Magistrado se separe de
su conocimiento por sospecharse, por algún motivo, de su imparcialidad. De allí la necesidad
de su intervención, contemplada expresamente en el art. 172 inc. 2° de la Constitución
Provincial y en el art. 9 inc. 2° de la ley 7826: “...custodiar la jurisdicción...”. Una vez producida
toda la prueba del incidente de recusación -art. 30 in fine del C.P.C.C.- deberá oírse al Fiscal
de Cámara Civil (art. 21 inc. 1 y 23 Ley 7826).-

c.3) Actos de Jurisdicción Voluntaria:


El Fiscal Civil interviene también en los actos de jurisdicción voluntaria (art. 33 inc. 2 ° ley prov.
7826). Asimismo, existe normativa que prescribe su intervención, verbigracia: cambio de
nombre (art. 70, CCyC), ausencia simple (art. 82, CCyC), sumaria información de rectificación
de partidas (art. 84, ley 26413), juicio sobre cuestiones extrapatrimoniales relativo a ablación e
implante de órganos o materiales anatómicos (art. 800 bis del C.P.C.C.).
Nótese a este respecto, además, que el art. 828 del C.P.C.C. dispone que este tipo de actos se
sustanciarán con la citación de la persona cuyos intereses pudieran afectar.

c.4) Concursos y Quiebras:


En virtud de lo dispuesto por el art. 179 y 258 de la ley 24522, el Fiscal Civil representa al
Síndico cuando no existan fondos suficientes y se deban incautar bienes en otra jurisdicción. Y
el Fiscal de Cámara Civil interviene en caso de impugnación de la sentencia de verificación en
todos los casos que el Síndico sea parte (art. 272 ley 24522) y en los casos de impugnación del
acuerdo homologatorio (art. 51 del mismo ordenamiento legal).

c.5) Procesos referidos al estado civil de las personas:


En relación a los procesos en que se encuentre comprometido el estado de las personas,
dejando de lado lo que se refiere al “estado de familia” -que será de tratamiento específico en
el punto siguiente-, y puntualmente respecto de los procesos tendientes a la declaración de
incapacidad, restricciones a la capacidad o inhabilitación (art. 830 y ss. del C.P.C.C.), vigente el
anterior código imperaba el criterio de que la actuación del Ministerio Público Fiscal era
ineludible en estos casos, en virtud de lo dispuesto por el art. 33 inc. 2° de la ley prov. 7826 en
la que se lee: “Intervenir en los... actos de jurisdicción voluntaria, en lo relativo al estado civil de
las personas cuando no le corresponda intervenir al Fiscal de Familia...”[150].
Sin embargo, bajo el imperio del nuevo régimen de fondo, el Tribunal Superior de Justicia de la
Provincia de Córdoba estableció que cuando el art. 103 del CCyC alude al “Ministerio Público”
se debe entender que hace referencia a los “Asesores Letrados”, que son los funcionarios
encargados de las defensas de las personas. Así, en los procedimientos indispensables para el
aseguramiento de los derechos de las personas especialmente vulnerables como son las
personas con padecimientos mentales, no corresponde dar intervención obligada a una parte
más en representación del Estado, en un proceso que debe ser expeditivo en función del
principio de duración razonable de los procesos que fluye de la máxima de tutela judicial
efectiva (art. 8 y 25 del Pacto de San José de Costa Rica, tutela judicial efectiva; Corte IDH.
Caso Cantos Vs. Argentina; arts. 1 y 2 del Código Civil y Comercial) (Acuerdo Reglamentario
N° 1305, Serie “A” del 01/09/2015).
Entonces, en ese entendimiento, en tales trámites sólo corresponde dar intervención al
Ministerio Público, en la figura de los asesores letrados, dejando de lado la del Ministerio
Público Fiscal.
Cabe hacer una mención especial a lo que denominamos “estado de heredero”, pues en los
procesos que tienden a la individualización del sucesor del “de cujus” también se encuentra
interesado el Ministerio Público Fiscal, desde que la ley procesal impone su actuación (art. 659
y cc. del C.P.C.C.).
En la tramitación de este proceso -sucesorio-, adquiere relevancia el rol que le cabe al
Ministerio Fiscal interesado en individualizar de manera concreta el status o situación en que se
ubica cada miembro dentro del contexto social [151].
El Dr. Vénica destaca que “La intervención del Ministerio Público Fiscal, que impone el art. 659
en los procesos sucesorios, como indica el art. 33, inc. 2° Lp. 7826, obedece a un único motivo:
verificar que al menos uno de los aspirantes a la herencia justifique debidamente sus títulos, ya
que de no ocurrir así el Fisco recoge la herencia (arts. 3545 y 3588, C.C.). De ahí también lo
dispuesto por el art. 718 segundo párr. del ordenamiento ritual autóctono. Por razones
semejantes interviene, en ciertas hipótesis, en los juicios que promuevan los acreedores del
causante”[152].
Por tanto, en la opinión del autor citado, no le compete ninguna otra función, como exigir
recaudos en los escritos o acreditación del fallecimiento de otros posibles herederos, y
tampoco hacer planteos oficiosos acerca de la competencia territorial[153].

c.6) Procesos de Familia:


Es evidente el carácter de orden público que informa toda la legislación en materia de familia. Y
si de orden público se trata, a mérito de lo que venimos exponiendo, surge incólume que en
estos procesos, en donde se discutan aspectos relacionados a la estructura misma del
acontecer familiar, intervenga el Ministerio Fiscal como guardián y custodio del orden
referenciado.
En la primera circunscripción, la ley del procedimiento del fuero de familia (ley prov. 10305)
nomina al Fiscal de Familia como funcionario de la administración de justicia en esta materia y,
por ende, como representante del interés público general (art. 3).
En el interior de la provincia, los tribunales civiles tienen también competencia en las
cuestiones familiares. En dichas circunscripciones, la ley procesal aplicable es la ley prov.
8465. Sin perjuicio de ello, bajo el prisma de lo dispuesto por el citado art. 3 de la ley prov.
10305, debe ser juzgada la intervención del Ministerio Público Fiscal en esos lugares.-

c.7) Relaciones de consumo:


El art. 52, segundo párrafo, de la ley 24.240 -modif. por ley 26.361- (Ley de Defensa del
Consumidor) literalmente reza: “El Ministerio Público, cuando no intervenga como parte,
actuará obligatoriamente como fiscal de la ley”. Esto significa que el Ministerio Público Fiscal
resulta parte obligada y debe necesariamente dársele intervención en esta clase de procesos.
En relación al carácter de la sanción de nulidad por haberse omitido dar intervención a este
órgano en las causas de consumo, se observan dos etapas en la jurisprudencia del TSJ:
Primera etapa – Nulidad absoluta (fallo “Jimenez”)
Nuestro Máximo Tribunal en aquel precedente había destacado: “Sobre el particular, adviértase
que la intervención del Ministerio Fiscal cuando se encuentra vinculada esta categoría de
derechos de incidencia colectiva -denominados “de tercera generación”- es la constante, desde
que así lo contempla actualmente -en el orden nacional- la nueva ley de Ministerio Público (Ley
Nº 24.946) que en su art. 41, inc. a) establece la intervención del órgano en todas las causas
en que el interés público lo requiera de acuerdo al art. 120 de la Constitución Nacional; en
particular para prevenir o evitar daños en el patrimonio social, la salud, el medio ambiente y el
consumidor y así surge de la interpretación armónica de lo normado en los arts. 120 y 42 de la
Constitución Nacional”[154]. En lo atinente al sentido y alcance de la intervención del órgano
en cuestión, la vocal opinante -Dra. Berta Kaller de Orchansky- expuso: “En este orden de
ideas no resulta ocioso remarcar que el Ministerio Público no interviene en nombre propio
ejerciendo la acción de otro, sino que su participación en el litigio de consumo lo es en virtud
del ejercicio de una legitimación que le es propia y que tiene un fin distinto al perseguido por el
consumidor o usuario. En otras palabras, la intervención obligada del Ministerio Público no es a
los fines que represente al particular damnificado en la relación de consumo, ni que actúe en el
nombre de una Asociación de consumidores, sino que interviene por un interés actual, colectivo
y relevante, en defensa del orden público y de la ley, resguardando la regularidad del proceso
en el que se encuentra en juego un derecho de incidencia colectiva y garantizando la fiel
observancia de los derechos expresamente consagrados en la propia Constitución Nacional.
Nótese que la sanción de la ley 24240, que rige en nuestro país desde el 15 de octubre de
1993, ha significado la consagración de un sistema de normas imperativas que tiende a dar
protección y defender al consumidor, partiendo de la presunción de que éste constituye la parte
débil de los contratos de consumo. Y en este orden, la intervención del Ministerio Público está
prevista a los fines de garantizar un proceso ágil y regular que asegure la realización del valor
justicia en una relación jurídica caracterizada básicamente por la desigualdad entre los
extremos de la misma”[155].
A su turno, el Sr. Fiscal de Cámaras en el mismo precedente citado había expresado: “La ley
24240 parte de la idea de vulnerabilidad y debilidad jurídica del consumidor y por ello ha
establecido normas protectoras y de orden público (art. 67) para garantizar el pleno ejercicio de
los derechos del consumidor frente al poder económico de las empresas, pretendiendo así un
equilibrio entre ambos polos de la relación de consumo. La intervención del Ministerio
Público...a los fines de garantizar ese equilibrio consagrado por la Constitución Nacional en
cuanto a la igualdad entre las partes en el proceso, excede en mucho al mero control del
trámite impreso como pretende el codemandado...”[156].
En virtud de los argumentos anteriormente vertidos, la casación local concluyó que “…el sólo
silencio del consumidor o la omisión de éste de solicitar al Tribunal se garantice la debida
intervención del Ministerio Público en el litigio, no resulta motivo que autorice tener por
subsanada o consentida la nulidad en la que se incurre al no darse intervención al Ministerio
Fiscal en los procesos que expresamente se han enmarcado en la ley de Defensa al
consumidor”; consagrándose de esta manera una nulidad procesal absoluta, no subsanable de
ningún modo.-
Segunda etapa – Nulidad relativa (fallo “Fernández”).
Sin embargo, tras una revisión del tópico, el Tribunal Superior de Justicia sostuvo: “mal podría
extraerse que la Sala haya propugnado en el trance que la concreta verificación del vicio de
actividad de que se trata provoque, necesariamente y en todos los casos, la insanable nulidad
del proceso tramitado sin la intervención que al Ministerio Público Fiscal le confiere el art. 52 de
la Ley 24.240 como “fiscal de la ley”. (…) tal decisión no obedeció por manera alguna al
mantenimiento de una ‘doctrina judicial’ que instruyera, a modo de derrotero inexorable,
proveer a la nulidad del proceso ante la mera evidencia de haberse omitido la convocatoria a
dicho Ministerio. Diversamente, ese desenlace advino a la ponderación que la Sala, bien que a
partir de aquel marco teórico, efectuara de las particularidades que informara el caso concreto”.
En ese sentido se continuo precisando: “es dable concluir que cualquiera sea el estado del
proceso en el que se detecte la existencia del vicio consistente en la omisión de convocar al
M.P.F. en los términos del mentado art. 52, L.D.C., la intervención efectiva que dicho órgano
tome en el juicio -aún tardía- posee aptitud intrínseca suficiente para purgar el vicio y sanear,
en consecuencia, la nulidad que aquél hubiese podido generar, a menos -como se dijo- que él
mismo, en su condición de único legitimado a hacer valer la irregularidad de mentas, asuma la
titularidad del requerimiento nulificante, en las condiciones supra descriptas.- Por lo demás, así
lo ha entendido calificada doctrina, al señalar que si el proceso se desenvuelve sin la
intervención del Ministerio Público, “…el proceso es nulo, pero de nulidad relativa. No en el
sentido de que la convalidación de las partes permite sanear el vicio, sino de tolerar que la vista
al fiscal permita a éste considerar la legalidad de lo cumplido y la inexistencia de perjuicios
eventuales que pudieran cuestionarse en defensa del orden que al Ministerio se le impone”
(cfr.: Gozaíni, Osvaldo Alfredo, “Protección procesal de usuarios y consumidores”, en: Mosset
Iturraspe, Jorge - Wajntraub, Javier H., Ley de Defensa del consumidor - Ley 24.240, Santa Fe,
2010, Ed. Rubinzal-Culzoni, pág. 397) [157].
La tesis expuesta luego fue mantenida por el Máximo Tribunal en Auto n° 162 de fecha
28/06/2016 in re “LUCERO PÁEZ, AGUSTÍN EZEQUIEL C/ JUMBO RATAIL ARGENTINA S.A.
– SUPERMERCADO VEA – ORDINARIO – DAÑOS Y PERJ – OTRAS FORMAS DE
RESPONS. EXTRACONTRACTUAL” – Expte. n° 1507097/36 y Sent. n° 72 de fecha
28/06/2016 in re “OLOCCO, FRANCO ARIEL C/ BERKLEY INTERNACIONAL SEGUROS S.A.
– ORDINARIO – COBRO DE PESOS – RECURSO DE CASACION” – Expte. n° 1575952/36).-

c.8) Beneficio de Litigar sin Gastos:


El Tribunal Superior por Acuerdo Reglamentario nro. 1260, de fecha 18 de febrero de 2015,
derogó el Acuerdo Reglamentario nro. 363, de fecha 20 de mayo de 1997, mediante el cual
sugería a los señores jueces que dispongan la intervención del Ministerio Público Fiscal en este
tipo de juicios. Así dispone que en los Beneficios de Litigar sin Gastos únicamente se ordene
la intervención de la parte contraria del proceso principal, de la Caja de Previsión y Seguridad
Social para Abogados y Procuradores de la Provincia y de la Oficina de Tasa de Justicia del
Área de Administración del Poder Judicial.

III. Reglas aplicables a ambos Ministerios Públicos


a) El art. 52 del C.P.C.C.
El precepto contenido en el art. 52 de nuestra compilación adjetiva expresa: “El Ministerio
Público y los demás funcionarios que a cualquier título intervienen en el proceso, estarán
sometidos a las reglas precedentes, debiendo expedirse o ejercer sus funciones dentro de los
plazos fijados”.
Es decir, que la norma comprende tanto a los Asesores letrados como al Ministerio Público
Fiscal, y significa, por lógica consecuencia, que es dable solicitar el decaimiento del derecho
dejado de usar por los integrantes de estos órganos, en el caso de que no cumplan con la
carga procesal impuesta; vgr: al no evacuar una vista o un traslado.-

b) Facultades para recurrir


Cierta doctrina limita la legitimidad de este órgano a los casos en que actúe en representación
de alguna de las partes (como acontece con el Asesor Letrado que actúa en representación del
ausente), o en un papel esencialmente equiparable al de ellas, y no si su intervención se
reduce a una función de control[158]-[159].
El Dr. Vénica, en un crítico trabajo de doctrina, repudia que se establezca como regla la
posibilidad de recurrir del Ministerio Público. Dice: “Por otro lado, cabe preguntarse qué
sucedería si aceptando las partes el pronunciamiento judicial sólo recurre el Ministerio.
Respecto del art. 117 inc. 4, LN 1893, que imponía al Ministerio nacional ´velar por el
cumplimiento de las leyes, decretos, reglamentos y demás disposiciones que deban aplicar los
Tribunales, pidiendo el remedio de los abusos que notaren`, decía Ibáñez Frocham: ´Podría
pensarse que ello autorizaría el recurso en interés de la ley, lo que felizmente nadie pretende.
No hay que complicar los litigios. Nuestros jueces conocen el derecho. Si lo aplicaran mal
queda al litigante la facultad de hacer corregir el error mediante un recurso. Ello es suficiente
para resguardar los fines perseguidos por el Estado al expedir el derecho objetivo. Si
anexáramos otra representación promiscua más justificaríamos la antigua maldición del gitano
‘Dios te dé pleitos…, aunque los ganes’´”[160].
En la vereda de enfrente, se encuentra otro sector de la doctrina que propugna darle al
Ministerio Público facultades impugnativas más amplias. El profesor Raúl Fernández, aludiendo
a los casos en que el Ministerio Público no actúa en un rol de parte, destaca: “…entiendo que
también en los demás supuestos la ley les reconoce igualmente la legitimación para recurrir.
Así, si se ha planteado una excepción de incompetencia (que impone la participación del
Fiscal), y el funcionario dictaminó en un sentido contrario al asumido en la resolución, el mismo
puede apelar para lograr que se revise la decisión”[161].
Sigue diciendo el citado autor: “Admitido en el proceso, deben reconocérsele facultades
suficientes para ejercer, en su totalidad, la función que la ley le asigna” [162]-[163].
Lo mismo sucedería, para esta doctrina amplia, con los Asesores Letrados, que actúan en
defensa de los intereses de los menores de edad, incapaces y con capacidad restringida,
situación en la cual -se dice- debe reconocérseles legitimación para impugnar aún en contra de
la posición del representante legal. Y con mayor razón en los casos en los que, por ejemplo, el
Asesor pudo oponerse a la venta de un bien del menor.-
Veamos que ha dicho la jurisprudencia al respecto. Para ilustrar este punto con un ejemplo, se
puede mencionar un fallo de la Cámara de Apelación de Bell Ville que sostuvo: “En tanto
agente de la legalidad, no se encuentra legitimado, en la generalidad de los casos, para
deducir recursos, salvo excepcionalmente como en el caso en examen, según nuestro modo de
ver, en tanto denuncia la inobservancia del debido proceso legal en el juicio de adopción, y
denuncia la afectación de los derechos del niño, que tiene raigambre constitucional”[164].
En igual senda la misma Cámara en otro pronunciamiento expuso, el Asesor Letrado carece de
legitimación para recurrir cuando sólo ejerce funciones de asistencia y contralor. Descartando
que los miembros del ministerio pupilar puedan ser considerados terceros, sólo pueden deducir
recursos cuando actúan en representación de alguna de las partes o en un papel
esencialmente equiparable al de ellas y no si su intervención se reduce a la función de control.
El Ministerio no realiza actos a nombre de los incapaces, ni es su mandatario convencional o
legal. La representación consiste en que obrando a favor de sus intereses, concurre con su
dictamen en todo litigio en que el menor sea parte, y controla la actuación judicial o extrajudicial
de sus representantes necesarios. No hay, pues, procuración o delegación, sino asistencia y
control. Especialmente debe tenerse en cuenta que la intervención del ministerio no sustituye ni
puede reemplazar a la actuación que necesariamente y en todos los casos debe tener el
representante del incapaz [165].
La Cámara Primera de Familia se ha pronunciado también sobre el tema pero reconociéndole
amplias facultades al Ministerio, al hacer lugar a un recurso directo deducido contra una
denegación de apelación de un Juzgado de Familia, fundada en que carece de facultades para
cuestionar. Destacó: “Tal restricción a las potestades de dicho funcionario no tiene sustento
jurídico ni lógico, en el caso bajo estudio, por varias razones. En primer lugar, porque se niega
todo sentido a la participación obligatoria del Ministerio Público Fiscal, otorgada por las
Constituciones y la ley en determinados procesos o en materias que enuncian… pues si por
expresas disposiciones legales, el Ministerio Público Fiscal debe intervenir en ciertas causas,
emitir opinión y plantear, eventualmente, sus objeciones al procedimiento, va de suyo que está
habilitado para cuestionar, en otra instancia, las medidas adoptadas por el juez cuando éstas
desatienden sus observaciones sin fundamento; de otra manera, cabría concluir que la
intervención de este funcionario es meramente “decorativa”. Por lo tanto… el participante
puede utilizar las vías recursivas ordinarias y extraordinarias que la ley prevé; de lo contrario,
las normas que imponen su participación carecerían de razón y su cometido sería
ineficaz”[166].
Por último, justo es referenciar un fallo del Tribunal Superior de Justicia en el que puntualiza
que en materia civil el Ministerio Público Fiscal carece de legitimación recursiva cuando no está
reglada expresamente su intervención para el caso. En ese sentido expuso: “Los supuestos
que justifican la participación del Ministerio Público Fiscal en el ámbito civil son de
interpretación estricta, de donde se infiere que su intervención sólo es admisible en los casos
expresamente reglados. De este modo, si no existe un precepto adjetivo que especial y
específicamente autorice al Ministerio Público Fiscal a intervenir en juicio civil, luego su
participación deviene en inadmisible, aún cuando en la causa se encuentre involucrado un
interés público. Se subraya que la ausencia de un precepto legal que en términos expresos
otorgue al Ministerio Fiscal facultades para participar en calidad de parte en la categoría de
procedimiento que aquí se tramita, impide conceptuar que el recurso de casación articulado en
autos por el Fiscal de Cámaras resulte formalmente admisible. Y ello es así por más que la
intención que guía su pretensión de rescindir la decisión de la a quo sea de carácter
social…”[167].

c) Valor de los dictámenes del Ministerio Público


Como ya se ha aludido en apartados previos, de esta clase teórica recalcamos la idea de que
aun cuando los dictámenes de este órgano son indispensables en forma previa a decidir
cualquier cuestión en que estén en juego los intereses de los incapaces o el orden público,
estos no son vinculantes; el juez debe fallar conforme a derecho, independientemente de que
la decisión que estime apropiada coincida o no con el dictamen emitido por el Ministerio
Público[168].
Con esto damos por finalizado el desarrollo teórico correspondiente a la Unidad nro. 1, los
invitamos a continuar con la problemática que plantea la intervención de los terceros en el
proceso civil, cuestión esta que se analizará en la unidad siguiente.

REFERENCIAS

[1] Lorenzetti, Ricardo Luis, “Código Civil y Comercial de la Nación Comentado”, Rubinzal-
Culzoni, 2014, Tomo I, pág. 573.

[2] López Olaciregui, en Salvat Raymundo, Tratado de Derecho Civil argentino, Parte general,
T. I, pág. 919, adición nro. 1179-B; citado por Falcón, Enrique M., Tratado de Derecho Procesal
Civil y Comercial, Tomo I, Parte General-Demanda, Edit. Rubinzal-Culzoni, pág. 174.-

[3] Boretto, Mauricio en Marisa Herrera y otros “Código Civil y Comercial de la Nación
Comentado”, Infojus, 2015, Tomo I, pág. 282.

[4] Falcón, Enrique M., ob. cit., Tomo I, pág. 174/175.-

[5] No debe crearse una confusión en el sentido de entender que éstas constituyen una
clasificación de lo que hemos denominado partes -procesalmente hablando-. Cabe aclarar por
ahora, ya que se verá in extenso ut infra, que las partes principales (actor y demandado)
pueden ser plurales (varios actores o varios demandados); en otras palabras, los polos activos
y pasivos de la relación jurídico-procesal (partes principales), pueden estar integrados por más
de una persona (partes plurales).

[6] Alvarado Velloso, Adolfo, Introducción al estudio del Derecho Procesal, II, pág. 86, citado
por Falcón, Enrique M., ob. cit., Tomo I, pág. 299.-

[7] Ramacciotti, Hugo, Compendio de derecho procesal civil y comercial de Córdoba, Edit.
Depalma, 1986, Tomo I, pág. 193.-

[8] Alsina, Hugo, Tratado Teórico Práctico de Derecho Procesal Civil y Comercial, Edit. Ediar
Tomo I, pág. 279, n° 2.-

[9] Ramacciotti, Hugo, ob. cit., Tomo I, pág. 194.-

[10] La falta de personería no está prevista dentro de las "excepciones" que se transforman en
actividades oficiosas del juez como la litispendencia o la cosa juzgada. Pero el juez no puede
dictar sentencias que no tengan efectos en la realidad. De manera que, advertida la falta de
personería ya sea por la parte o de oficio, debe proceder a intimar a la parte cuya personería
falta o no está acreditada total o debidamente a integrarla bajo apercibimiento de que vencido
el plazo sin que el actor cumpla lo resuelto se lo tendrá por desistido del proceso,
imponiéndosele las costas (art. art. 188 último párr. del C.P.C.C.). Según lo enseña Chiovenda
("Principios..., T. II, pág. 22, nota 23 y pág. 200) los jueces y tribunales no pueden exponerse a
dictar una sentencia inútil que, después de pronunciada, pueda ser desconocida por la parte
vencida. El vicio apuntado -falta de personería- no puede ser suplido por la conformidad de la
otra parte ni por su falta de advertencia, pues una solución contraria importaría llegar al
absurdo de tramitar todo el proceso "sin real intervención de la parte". Eso ocurre cuando, por
ejemplo, quien comparece a juicio invocando la representación de una sociedad, no ha
justificado su personería con documentos suficientes. En éstos casos, está en juego la
integración correcta del proceso y por lo tanto es deber del juez efectuar un minucioso estudio
de los documentos que se invocan ante de proveer a la demanda, sin perjuicio de que
ulteriormente pueda realizarlo en cualquier etapa del proceso y hasta la sentencia. La
representación judicial y la personería exceden el interés de los litigantes porque compromete
la seriedad del proceso y evita el dictado de resoluciones judiciales inútiles o de imposible
cumplimiento. Es un principio general que la falta de personería no puede nunca purgarse y por
eso los jueces deben declararla de oficio, ya que no pueden dictar una sentencia si no están
presentes en el juicio, por sí o por sus representantes -legales o convencionales-, los titulares
de los derechos en litigio (Conf. Cám. 1° de Apel. Cba., in re "Héctor Messio y Cía. S.R.L. c/
Ginese Juan Carlos -Cumplimiento de Contrato-", Auto nro. 231 del 26/04/04).-

[11] Ramacciotti, Hugo, ob. cit., Tomo I, pág. 195.-

[12] Conf. Palacio-Alvarado Velloso, Código Procesal Civil y Comercial de la Nación..., Edit.
Rubinzal-Culzoni; tomo 7; nro. 357.3.2., pág. 343-344.
[13] Tratándose de una demanda de daños y perjuicios de tipo resarcitoria, lo esencial es poner
de relieve la calidad de “damnificado” para lo cual debe acreditarse alguna situación que
demuestre la incidencia del hecho lesivo en un interés del actor, la cual debe existir al momento
en que el daño se causó. Dicha incidencia es ostensible respecto del titular registral del
inmueble dañado, como así también de los usufructuarios del mismo.-

[14] “La falta de acción, que debería denominarse falta de legitimación sustancial (pasiva o
activa), comprenden los casos en que se denuncia que actor o demandado no son titulares de
la relación jurídica sustancial en que se funda la pretensión. O que siendo un litisconsorcio
necesario, la pretensión no ha sido deducida por todos o frente a todos los sujetos procesales
legitimados. Sería, hablando en términos comunes, ausencia de derecho a reclamar lo que se
está reclamando” (Altamirano, Eduardo, Conferencia brindada en el marco del Curso Teórico
Práctico de Derecho Procesal Civil, organizado por el Colegio de Abogados de Marcos Juárez,
agosto de 2007).-

[15] Pongamos un ejemplo: conforme el actual 1741 CCyC. (art. 1078 del C.C.) no tiene
legitimación sustancial activa el padre para reclamar el daño moral sufrido por su hijo que
quedó incapacitado a causa de un accidente, salvo el supuesto de gran discapacidad. Como
tampoco tiene legitimación sustancial pasiva el poseedor animus dómini de un inmueble en una
acción de desalojo (art. 750 del C.P.C.C.).-

[16] La personería es la capacidad procesal específica para actuar en un proceso. Resulta


pues, un presupuesto procesal para que el proceso se pueda articular válidamente. La
personería es, así vista, un ingrediente necesario que integra la capacidad para ser parte en el
proceso para aquellos que carecen de la facultad para actuar por sí (aquellos que no tienen
“voz” en el proceso) y les otorga legitimación para estar en el proceso (Falcón, ob. cit., pág.
304).

[17] La legitimatio ad processum es el presupuesto para la existencia de una relación jurídica


válida, y se encuentra vinculada con la capacidad civil para ser parte en un proceso o, en su
caso, con la validez y justificación de la representación de quienes actúan por la parte. La
llamada legitimatio ad causam exige la concurrencia de una necesaria identidad entre el
pretensor y el titular del derecho cuyo reconocimiento se pretende, como también entre el
sujeto obligado frente al derecho pretendido (Cám. Nac. Com., sala “C”, 13-2-98, “Federación
Argentina de Comunidades Terapéuticas A. C. c/ Organización Coordinadora Argentina”, J.A.
2001 –II, sínt.).-

[18] Falcón, ob. cit., pág. 303.-

[19] En rigor de verdad el problema de la legitimación procesal o legitimatio ad prosessum no


se agota con el análisis de los incapaces de ejercicio, sino que abarca también la cuestión
referida a la representación suficiente, es decir el apoderamiento (art. 90, párr.. 2° y 3° del
C.P.C.C.).-

[20] Cfr. Palacio, Lino, Derecho Procesal Civil, Tomo I, pág. 20, nro. 215, y 32, nro. 216
[21] Fernández Silvia E. en Marisa Herrera y otros “Código Civil y Comercial de la Nación
Comentado”, Infojus, Tomo I, pág. 57.

[22] Lorenzetti, Ricardo Luis, ob. cit., Tomo I, págs. 109/110.

[23] Fernández Silvia E. en Marisa Herrera y otros, ob. cit., Tomo I, pág. 57.

[24] Fernández Silvia E. en Marisa Herrera y otros, ob. cit., Tomo I, págs. 86/87.

[25] Lorenzetti, Ricardo Luis, ob. cit., Tomo I, pág. 99.

[26] Highton, Elena I. “Los jóvenes o adolescentes en el Código Civil y Comercial” La Ley
13.04.15 N° 2502.

[27] Lorenzetti, Ricardo Luis, ob. cit., Tomo I, pág. 120.

[28] Rivera, Julio César – Medina, Graciela “Código Civil y Comercial de la Nación Comentado”,
Tomo II, siguiendo a Del Mazo, pág. 600.

[29] Lorenzetti, Ricardo Luis, ob. cit., Tomo I, pág. 124.

[30] Fernández Silvia E. en Marisa Herrera y otros, ob. cit. Tomo I, pág. 87.

[31] Lorenzetti, Ricardo Luis, ob. cit., Tomo I, pág. 435.

[32] Lorenzetti, Ricardo Luis, ob. cit., Tomo IV, pág. 480.

[33] Pellegrini, María Victoria en Marisa Herrera y otros “Código Civil y Comercial de la Nación
Comentado”, Infojus, Tomo II, pág. 530.

[34] Lorenzetti, Ricardo Luis, ob. cit., Tomo IV, págs. 485/486.

[35] Leguisamón, Héctor Eduardo “Representación convencional o voluntaria en juicio en el


Código Civil y Comercial”, RCCyC 2016 (marzo), 53
[36] En el orden Nacional, vide art. 34 inc. 5°, apartado “b”.

[37] Arg. art. 97 del C.P.C.C.; y art. 53 inc. 6° del C.P.C.C.N.

[38] Lorenzetti, Ricardo Luis, ob. cit., Tomo II, págs. 444 y 447.

[39] Boretto, Mauricio en Marisa Herrera y otros “Código Civil y Comercial de la Nación
Comentado”, Infojus, Tomo I, págs. 283/284.

[40] Duprat, Diego A. J. - Marcos, Guillermo A. “Sociedades anómalas, informales, atípicas,


simples o residuales” LA LEY 07/07/2015, 1 Cita Online: AR/DOC/1779/2015.

[41] Grispo, Jorge Daniel “Sociedades no constituidas según los tipos del capítulo II y otros
supuestos”, LA LEY 10/07/2015 1.

[42] Para la aplicación de la teoría de la apariencia debe tratarse de actos que no fueran
notoriamente ajenos a la función que desempeñaba el agente involucrado. Por ello, no puede
ser trasladado de forma automática a los restantes actos celebrados en “representación de la
sociedad” (Cám. Nac. Com., sala “B”, 17-2-04, “Radio Victoria Catamarca S.A. c/
Supermercados Mayoristas Makro S.A.”, J.A. 2004 –III, fasc.7, págs. 72/73; fallo citado por
Falcón, ob. cit., pág. 394.-

[43] T.S.J., fallo de fecha 9 de mayo de 2000, publicado en "Fallos Obligatorios..., Ortiz
Pellegrini - Junyent Bas, Edit. Lerner, pág. 767/777)

[44] Cám. Nac. Com., Sala “A”, agosto 4-977, "Kraft, Guillermo Ltda. S.A.", E.D., 74-726).-

[45] In re "Sava S.A. c/ Santoro, Osvaldo L." (9/12/80), L.L., t. 1981-D, pág. 189, jurisprudencia
citada en el fallo comentado).-

[46] Lorenzetti, Ricardo Luis, ob. cit., Tomo IX, pág. 553.

[47] Palacio, Lino E. –Alvarado Velloso, Adolfo, ob. cit., tomo 2, nro. 53.1.2.2.1, págs. 442/444.-

[48] El art. 27 del Código Procesal anterior (ley prov. 1419), eximía de acreditar la
representación si era ejercida con motivo de un empleo público. Se decía que habiendo sido
publicado su nombramiento, le bastaba al representante invocar el carácter que inviste. Si bien
respecto de ciertos funcionarios se puede suponer notoria la investidura (por ejemplo, del
representante –legal- de la Dirección de Administración del Excmo. T.S.J.), no es así en
relación a muchos otros (Vénica, Oscar Hugo, Comentario a la reforma procesal civil y
comercial, Edit. García Torralba, pág. 35). Por tanto, la única excepción es la que resulta del
art. 7 de la ley prov. 7854, en tanto ley especial, pero a quienes invoquen delegación de
facultades del Fiscal de Estado les corresponde agregar el escrito de sustitución a que alude el
art. 6 de la mencionada ley (Cám. 7° de Cba., Semanario Jurídico nro. 971, del 10/02/94, pág.
159).-

[49] Vénica, Oscar Hugo, “Código Procesal Civil y Comercial de la Provincia de Córdoba”, Edit.
Marcos Lerner, Tomo I, pág. 274.-

[50] Una situación particular se presenta cuando fallece quien el actor pretende demandar
(deudor); se plantea el interrogante acerca de en contra de quien se debe dirigir la demanda.
Dado que en nuestro derecho la sucesión, o mejor dicho, el estado de indivisión de la masa
hereditaria no es sujeto de derecho, la demanda debe enderezarse contra todos los herederos.
Al respecto se ha dicho que si los mismos son conocidos se debe proporcionar sus nombres;
en caso contrario se los citará por edictos. A fin de develar quienes son los sucesores,
corresponde requerir informes al Registro Público de Juicios Universales (Ley prov. 7869), lo
que pueden hacer los particulares o los letrados de acuerdo con el art. 18 de la ley prov. 5805,
como lo autoriza el art. 7 de la ley prov. 7869. Puede suceder que el juicio sucesorio no se
haya iniciado, por lo que no hay otra alternativa que citar por edictos a los herederos del
deudor, sin otra indicación posible que el nombre y apellido del causante, debiéndose continuar
luego, en su caso, como está dispuesto respecto de los rebeldes (art. 113 del C.P.C.C.).

[51] Conf. C.S.J.N., 29-4-82, “Bengolea, Santiago c/ Provincia de Bs. As.”, L.L. 1982 -D- pág.
461.-

[52] CSJN, 15-3-94, “Ferrer de Rodríguez, Alicia B. c/ Avellaneda Huergo, Enrique A.”, E.D.
158-540. Una vez más el más alto tribunal de la nación aplica la “teoría del exceso de rigor
formal” (exceso ritual manifiesto), pergeñada a partir del famoso caso “Colalillo…”.-

[53] LLoveras Nora B., Orlandi Olga E. y Faraoni Fabián E. en Marisa Herrera y otros “Código
Civil y Comercial de la Nación Comentado”, Infojus, Tomo VI, pág. 99.

[54] Fontanarrosa, Rodolfo O. “Derecho Comercial Argentino”, Ed. Zavalía, 1994, Tomo I, pág.
447.

[55] Fontanarrosa, ob. cit., pág. 48.

[56] Lorenzetti, Ricardo Luis, ob. cit., Tomo II, pág. 421.

[57] Palacio-Alvarado Velloso, “Código Procesal…”, tomo 2, comentario al art. 46, pág. 424.
Los autores citados expresan que tal delegación del ejercicio del derecho de postulación
procesal (ius postulandi) configura la hipótesis de la representación voluntaria, la que se halla
regulada por las disposiciones concernientes al contrato de mandato (art. 1869 y ss del C.C.)
en tanto ellas no se opongan a las contenidas en las leyes procesales (art. 1870 inc. 6° del
C.C.). La legislación procesal local debe primar sobre la legislación nacional de fondo, ya que
constituye materia reservada a las provincias.-

[58] Leguisamón, Héctor Eduardo “Representación convencional o voluntaria en juicio en el


Código Civil y Comercial”, RCCyC 2016 (marzo), 53

[59] Vénica, ob. cit., tomo I, pág. 230. Advertimos de este modo que el ordenamiento ritual
autóctono sólo permite otorgar poder a los profesionales del derecho (abogados o
procuradores), por lo que no puede reconocerse personería al mandatario de una sociedad que
no es abogado o procurador. También como consecuencia de lo explicitado, se puede afirmar
que los administradores de bienes ajenos no pueden representar judicialmente. Respecto de
los representantes de los incapaces, quedan incluidos en el art. 80 1° párr. del C.P.C.C., esto
es, pueden actuar en ejercicio de esa calidad con patrocinio letrado -obligatorio, según art. 80-,
u otorgando poder a un abogado o procurador. En esta misma línea se ha expedido nuestro
tribunal casatorio afirmando: “el llamado “ius postulandi” en la representación voluntaria ha sido
reservado, en forma exclusiva y excluyente, a favor de los abogados y procuradores (salvo las
excepciones expresamente previstas). Así la elección del mandatario no puede recaer en
cualquier persona capaz, sino en determinados profesionales especializados. En efecto,
expresamente se limita la facultad de delegar el ejercicio del derecho de postulación procesal
en un grupo de personas que reúnan dos requisitos: la posesión de título habilitante (abogado y
procurador) y la inscripción en la matrícula. Por ello, para representar voluntariamente a otro en
juicio en la Provincia de Córdoba es necesario ser abogado o procurador matriculado […] La
reserva legal de la representación voluntaria judicial de las partes en los abogados
matriculados obedece a distintas finalidades, todas ellas legítimas, atendibles y razonables. En
efecto, primeramente la representación por parte de un profesional del derecho responde a la
necesidad de garantizar al sujeto titular del interés el efectivo y eficaz ejercicio de su derecho
de defensa, ya que el éxito de las pretensiones que se formulan ante los tribunales dependen
en mucha medida, por un lado, de que éstas se hayan formalizado acertadamente, y por otro,
de que se aprovechen de manera adecuada las diferentes oportunidades de actuación procesal
que la ley concede a cada parte. Y para lograr todo esto son imprescindibles conocimientos
jurídicos especializados que sólo el abogado posee. Además, concurre un interés público en la
imposición de que los litigantes confíen su representación voluntaria sólo a un Abogado y no a
otro profesional, interés el cual radica en el hecho innegable de que la intervención de estos
profesionales facilita el adecuado funcionamiento de los tribunales. Así, la intervención de
Abogado contribuye al mejor funcionamiento de la Administración de Justicia. Recuérdese en
esta línea que sólo los abogados (y no otros profesionales) han recibido una preparación
universitaria específica para el litigio. Por ello, considero que la administración de justicia no
podría funcionar –al menos no del modo ideal- sin los profesionales del derecho. Su
intervención es garantía de ciencia y probidad, de dominio del procedimiento técnico y forense,
de precisión y sobriedad en la exposición de los hechos, en la fundamentación del derecho y
en la clara determinación del objeto de su defensa. Sobre el tópico, enseña autorizada doctrina
que: “la función del abogado es necesaria para el Estado, tan necesaria como la del juez,
porque ambos actúan como servidores del derecho. El carácter público de la abogacía explica
la potestad estatal de exigir el patrocinio profesional en toda controversia o proceso judicial y el
consecuente control de la matrícula y de los requisitos morales inherentes al ejercicio de la
profesión. Por otra parte, la actividad del abogado y la del juez generan, espontáneamente, un
recíproco control que resulta beneficioso para la administración de justicia. La abogacía, en
definitiva, es un claro ejemplo del ejercicio privado de funciones públicas, respecto de la cual,
las asociaciones y los colegios de abogados están interesados, tanto en el imperio de la ley y la
independencia de los jueces, cuanto en la capacitación y respeto de quienes ejercen con
decoro y dignidad la profesión de abogados” (FAYT, Carlos S., Presente y futuro de la
abogacía, LA LEY 1997-F, 1130) […] Finalmente, la ratio de la norma radica también en un
claro interés –también de naturaleza pública- consistente en la defensa de las incumbencias
profesionales propias de la profesión de la abogacía. Sólo éste profesional está habilitado para
ejercitar el ius postulandi, estableciendo -en este sentido- el art. 16 inc. 1º de la Ley 5805 que:
“El ejercicio de la profesión comporta para el abogado las siguientes facultades: El desempeño
del ministerio de la abogacía en sus distintas formas: asesoramiento, patrocinio,
representación, defensa y de las otras funciones que le estén encomendadas por la ley...”. Por
lo demás, el régimen colegiado y sancionatorio al que se encuentran sometidos los abogados
respecto de sus incumbencias profesionales es un reaseguro del sistema de justicia vigente
[…] En mérito de todo lo desarrollado, está claro que aquél mandato judicial que se otorgue a
un sujeto que no tenga las cualidades de abogado matriculado, como tal, carece de toda
idoneidad para justificar la personaría en juicio. En efecto, un poder en el cual –como en el
caso- se asignen al representante facultades para “promover y contestar demandas y
reconvenciones, excepciones, vistas y traslado, recusar con o sin causa (...) oponer
excepciones de cualquier índole, absuelva y haga absolver posiciones, preste y exija
juramentos o causiones juratorias, fianzas” (fs. 5), etc., sólo puede ser otorgado a favor de un
profesional abogado matriculado. Situaciones como la presente configura un mandato con
"objeto jurídicamente imposible", porque viola las normas que regulan el ejercicio profesional en
los juicios (art.1891 CC, Spota A. "Instituciones de Derecho Civil - Contratos", VIII, p.80, Ed.
Depalma, Bs.As., 1983) que acarrea graves consecuencias que justifican plenamente la
solución a que adoptamos. Es que la norma impide acciones reciprocas, la ausencia al derecho
de retribución, libera del derecho de rendir cuentas, reclamar daños y la posibilidad de reclamar
el dinero entregado por adelantado y ello es así porque la imposibilidad jurídica se identifica
con la ilicitud, originaria y absoluta (Lorenzetti, en Alberto BUERES - Elena HIGHTON, "Código
Civil y normas complementarias. Análisis doctrinario y jurisprudencial", T. 4D, p.239,
Hammurabi, Bs.As., 2003). La excepción a la regla es que el mandatario no supiere o no
tuviere razón de saber que el mandato era ilícito o de objeto jurídicamente imposible, "buena fe
diligente que en el caso del mandato de objeto legalmente imposible no puede alegarse por
razones de orden público (Spota, ob. y pág. cit..) y porque no se trata de una ignorancia
excusable (López de Zavalía, Fernando J., "Teoría de los contratos", T. 4, Parte Especial (3),
p.526/7, Víctor P. de Zavalia Editor, Bs.As., 1993) […] la sustitución del mandato presupone
una designación válida del mandatario. Por lo tanto, si el designado mandatario no es una de
las personas habilitadas para el ejercicio de la procuración judicial (por ser contador) no puede
tampoco cumplir válidamente con la delegación desde que no puede sustituir a alguien un
derecho que no tiene. A lo expuesto, sólo resta agregar que una solución contraria importaría
una grave afectación al ámbito de incumbencias profesionales de los abogados, toda vez que
la exigencia de que en ellos recaiga la representación en juicio procura –precisamente- que sea
el letrado el que haga de directo intermediario entre el particular y el Tribunal sin que interfieran
mediadores que carezcan de la habilitación y capacitación necesaria” (TSJ Cba., Sala Civil, in
re "TARJETA NARANJA S.A. C/ LESCANO OLGA GRACIELA Y OTRO – ABREVIADO –
COBRO DE PESOS – RECURSO DE APELACIÓN – RECURSO DE CASACIÓN (Expte. T-
01/06)", Sent. nro. 3, del 18/02/2009).

[60] Conf. Kielmanovich, Jorge L., Código Procesal Civil y Comercial de la Nación, Comentado
y anotado, Edit. Abeledo Perrot, cuarta edición ampliada y actualizada, Tomo 1, pág. 96.

[61] FENOCHIETTO, Carlos E., Código Procesal Civil y Comercial de la Provincia de Bs. As.,
4° ed., Bs. As., Astrea, 1998, t. I pág. 72.

[62] En doctrina, a estos documentos se los denomina “habilitantes de instancia”.-


[63] Si, no obstante, se hubiere aceptado al supuesto representante del actor y se tratare de la
demanda, el demandado está habilitado a oponer la excepción de falta de personería (art. 184
inc. 2 del C.P.C.C.). Si fuera el demandado al comparecer quien no acompaña los documentos
habilitantes de instancia, da lugar a la declaración de rebeldía, pues la presentación de quien
no acredita la representación del accionado equivale a la incomparecencia de éste (art. 110 inc.
1° del C.P.C.C.). De tratarse de un comparendo posterior, en donde se invoque representación
de cualquiera de las partes, el contrario puede plantear la falta de personería vía incidental, o,
en su caso, pedir la rebeldía (art. 110 inc. 4° del C.P.C.C.) (Vénica, ob. cit., tomo I, pág. 276).-

[64] Cfr. T.S.J., in re “Incidente de impugnación de subasta de River Side S.A. en: Cuerpo de
ejecución de sentencia en: Academia Femenina del Sagrado Corazón c/ Chateau S.A. –
Ejecución Hipotecaria-Rec. De casación”, A.I. nro. 182, del 20/09/02; Sem. Jurídico nro. 1384
del 24/10/02.-

[65] Sobre la nulidad de lo actuado sin poder puede consultarse con provecho Molina de
Camminal, María Rosa, Nulidades en el proceso civil, edit. Advocatus, pág. 217 y ss.). Expresa
la mencionada autora que en principio, cuando la parte titular de derechos que se están
actuando en el proceso no ha realizado personalmente un acto, puede ratificar lo actuado en su
nombre, y ello tiene efectos retroactivos. Pero aclara lo siguiente: “Esta pauta se utiliza para los
supuestos de actos procesales que no deban necesariamente ser practicados en un momento
determinado dentro del proceso. Cuando se trata de actos que deben ser realizados en un
plazo, la ratificación, para producir efectos, se debe practicar dentro del término prescripto por
la ley para el acto de que se trate” (ob. cit. pág. 219). Es así que, tratándose de términos
fatales, la ratificación, para ser válida deberá ser practicada antes del vencimiento del plazo
dentro del cual el acto debió cumplirse (art. 50 del C.P.C.C.). En relación a los actos para los
que rige un plazo perentorio no fatal, la ratificación puede hacerse antes del acuse de
decaimiento (art. 48 del C.P.C.C.).-

[66] Leguisamón, Héctor Eduardo “Representación convencional o voluntaria en juicio en el


Código Civil y Comercial”, RCCyC 2016 (marzo), 53

[67] Leguisamón, íb.

[68] Sagüés, Néstor Pedro “Elementos de derecho constitucional”, Ed. Astrea, Tomo II, pág.
129.

[69] Vénica, ob. cit., tomo I, pág. 278.-

[70] Ferrer Martínez, Rogelio, Código Procesal Civil y Comercial de la Provincia de Córdoba,
edit. Advocatus, tomo I, pág. 224.

[71] Los poderes apud-acta se hacen mediante la suscripción de un formulario ante el mismo
tribunal, con lo que quedan incorporados a las actuaciones una vez firmados por el juez (Ferrer
Martínez, ob. cit., tomo I, pág. 224).-
[72] El art. 51 de la ley orgánica del poder judicial, prescribe: “El juez de Paz de Campaña
tendrá las siguientes atribuciones: 1) Intervenir en el otorgamiento de poderes en los lugares
donde no hubiere Escribano Público…”.-

[73] Vénica, ob. cit., tomo I, pág. 278.-

[74] Es el caso de los representantes legales, por ejemplo: la madre que reclama alimentos
para su hijo menor de edad y que otorga -en ese carácter- poder apud-acta o carta poder a
favor de un letrado. En tal supuesto, se torna necesario consignar en el poder el carácter que
inviste, esto es, dejar bien en claro que el apoderamiento no es para actuar por derecho propio
sino en nombre y representación del verdadero pretensor que es el hijo, y acompañar además
la partida de nacimiento del mismo a los fines de acreditar su carácter de representante legal.

[75] Hay notificaciones que corresponde hacer en el domicilio real de la parte, como por
ejemplo la prueba de absolución de posiciones (art. 144 inc. 3° del C.P.C.C.). Se puede citar
como ejemplo también la notificación de la regulación de honorarios del mandante, cuando éste
pretende cobrar esos emolumentos al propio cliente (en realidad: ex cliente). En función de lo
expuesto, por más que la resolución que contenga la regulación de los honorarios haya sido
notificada al domicilio constituido (estudio jurídico del apoderado), el plazo para apelar la
regulación de honorarios del mandatario comienza a correr a partir de la notificación al
domicilio real del mandante.-

[76] Conf. Falcón, ob. cit., pág. 401.

[77] Palacio, Lino, Manual de Derecho Procesal Civil, Edit. Abeledo Perrot.-

[78] La acción en curso por reparación de las consecuencias no patrimoniales puede ser
continuada por los herederos al fallecer el actor. La única condición es que haya sido
promovida en vida por el de cujus (art. 1741 CCyC.).-

[79] Cfr. Falcón, ob. cit., pág. 417. En la órbita Nacional, esta cuestión se encuentra tratada en
el art. 53 inc. 5° y 6° del C.P.C.C.N. Así, concluye el mandato por muerte o incapacidad del
poderdante (inc. 5°), si bien, en tales casos el apoderado mantendrá su personalidad hasta que
los herederos o representante legal tomen la intervención que les corresponda en el proceso, o
venza el plazo fijado a tales fines, citándolos directamente si se conocieran sus domicilios, o
por edictos durante dos días consecutivos, sin no fueran conocidos, bajo apercibimiento de
continuar el juicio en rebeldía en el primer caso y de nombrarles defensor en el segundo.
Asimismo, cuando el deceso o la incapacidad hubiere llegado a conocimiento del mandatario,
la ley procesal señala que éste deberá comunicarlo al juez dentro del plazo de diez días, bajo
pena de perder el derecho a cobrar los honorarios que se devengaren con posterioridad. Como
en su par local, el Código Procesal de la Nación prevé también como modo de cesación del
mandato, la muerte o inhabilidad del mandatario (inc. 6), hecho este que apareja la necesaria
suspensión del procedimiento y el señalamiento de un plazo para que el mandante comparezca
por sí o por apoderado, citándolo en la forma y con el apercibimiento previsto en el inciso
anterior en lo que respecta a la declaración de rebeldía (Cfr. Kielmanovich, Jorge L., “Código
Procesal…”, ob. cit., pág. 103.-

[80] Cabe preguntarse si es aplicable en el ámbito local la norma contenida en el art. 44 del
C.P.C.N., a mérito de lo dispuesto por el art. 887 del C.P.C.C..

[81] Ramacciotti, ob. cit., pág. 247.

[82] Ramacciotti, ob. cit., pág. 248.

[83] Ramacciotti, ob. cit., pág. 252.

[84] Colombo, Carlos J., Código Procesal y Comercial de la Nación, anotado y comentado,
Edit. Abeledo-Perrot, 4° edición, tomo I, pág. 190.

[85] Colombo, ob. cit., pág. 190.

[86] Conf. González Castro, Manuel, en Teoría General del Proceso, Tomo I (Directoras
Ferreyra de De la Rúa – González de la Vega de Opl), Edit. Advocatus, pág. 334.-

[87] Colombo, ob. cit., pág. 247.-

[88] Ramacciotti, ob. cit., pág. 254. A nivel Nacional, este instituto encuentra regulación en el
art. 88 del C.P.C.C.N., que prescribe: “Podrán varias partes demandar o ser demandadas en
un mismo proceso cundo las acciones sean conexas por el título, o por el objeto, o por ambos
elementos a la vez”.-

[89] Se puede apreciar la similar redacción que presenta con su par nacional, transcripto en la
nota anterior.-

[90] TSJ, Sem. Jurídico nro. 826, 28/02/91, pág. 198.

[91] citado por Ramacciotti, ob. cit., pág. 257, nota 43.-

[92] Ramacciotti, ob. cit., pág. 261.

[93] Cam. Nac. Civ., Sala E, 19-6-98, D.J. 2000 -1-pág. 286
[94] Vénica, Oscar Hugo, ob. cit., tomo II, pág. 242.-

[95] Se puede consultar con provecho el fallo de la Cám. 1° de Apel. Cba., L.L. Cba. 1995, pág.
233, en donde se expresa que la incontestación de la demanda por uno de los colitigantes no
trae aparejado el apercibimiento del art. 192 del C.P.C.C.

[96] Cám. Nac. Civ., sala E, 9-10-91, “Marsengo, Juan C. c/ Pons, Ernesto”; J.A. 1992 –III,
sínt..-

[97] El art. 341 del C.P.C.C. prescribe: “El impulso del procedimiento por uno de los
litisconsortes extenderá sus efectos a los restantes”.-

[98] El proceso es uno solo, de manera que cualquier acto suspensivo del procedimiento
realizado por cada uno de los litigantes beneficia a todos los demás. Por esta razón, conforme
al principio de adquisición procesal, las actividades que las partes desarrollan en el juicio se
influyen recíprocamente y las benefician o perjudican por igual, cualquiera sea que ejecute el
acto, pues este tiene carácter común, independientemente de la parte que lo produzca. Este
principio, de ordinario referido a las partes enfrentadas en el proceso, con mayor razón debe
regir en las relaciones entre los litisconsortes (Falcón, ob. cit., pág. 322).

[99] Se ha resuelto a este respecto que si se trata de una obligación divisible y los
coacreedores han demandado conjuntamente constituyendo un litisconsorcio activo, las
excepciones y defensas deben considerarse individualmente, ya que la acumulación de
pretensiones no significa que la decisión sea la misma para todos los litisconsortes
(Ramacciotti, ob. cit., pág. 263, nota n° 63).-

[100] Existiendo acumulación subjetiva, la valoración de la prueba debe ser hecha en conjunto,
con valor directo o presunción según se refiera a un hecho individual o común; cuando sea
común, el juez debe considerarla aunque no haya sido ofrecida por un actor o un demandado,
por lo que producida prueba respecto de un hecho común, ello bastará para tenerlo por
acreditado con respecto a todos (Cám. Nac. Civ., sala “C”, 27-10-69, E.D. 30-346).-

[101] Cám. Nac. Civ., sala “G”, 28-11-91, “Cortés, Alberto y otro c/ Artinao González, Sergio H.,
J.A. 1995 –III, sínt.-

[102] En este supuesto la confesión sólo puede tener valor de un indicio. Si uno de los
litisconsortes niega la confesión de los demás, hace necesario que ésta sea comprobada
fehacientemente (Cám. Civ., sala “D”, 24-2-97, L.L. 1998 –D- pág. 483.-

[103] Conf. Alsina, ob. cit., tomo II, pág. 273.


[104] Conf. Falcón, ob. cit., pág. 325.-

[105] T.S.J., in re “Palacios Valladolid Vicente y otro c/ Eduardo Nuciforo –Ordinario-Recurso


de Revisión-“, Sent. nro. 110 del 28/09/99.-

[106] Fernández, Raúl, Impugnaciones ordinarias y extraordinarias en el C.P.C.C. de Córdoba,


Edit. Alveroni, pág. 109.-

[107] Cám. 8° de Apel. Cba., Gómez Rubén A. c/ Ruiz María E. y otro" sentencia del 27/02/01;
L.L. Cba., 2001 pág. 910 y ss..-

[108] TSJ, Morchio de García, Graciela E. y otros c/ Luciano Terenzio y otra -Ejecución de
Sentencia (sumas líquidas)-Recurso directo", auto nro. 173 del 04/09/02, Sem. Jurídico nro.
1383 del 17/10/02.-

[109] Devis Echandía, Hernando, Teoría general del proceso, pág. 385 y ss.-

[110] En el mismo sentido se puede consultar un interesante fallo del T.S.J. in re “Cesarin José
A. y otros –p.ss.aa de propagación culposa de enfermedades contagiosas-“; sent. nro. 123 de
fecha 22/10/99.

[111] Altamirano, Eduardo Christian – Torres, Jorge David Torres, Actualidad Jurídica no. 121
año 5 2da. quinc. Mar. 2007 p. 8011-8024. Para profundizar sobre el tema, se puede consultar
con provecho la copiosa jurisprudencia relacionada en el interesante trabajo citado.

[112] Art. 89: “Litisconsorcio necesario. Cuando la sentencia no pudiere pronunciarse útilmente
más que con relación a varias personas, éstas habrán de demandar o ser demandadas en un
mismo proceso. Si así no sucediere, el juez de oficio o a solicitud de cualquiera de las partes
ordenará, antes de dictar la providencia de apertura a prueba, la integración de la litis dentro de
un plazo que señalará, quedando en suspenso el desarrollo del proceso mientras se cita al
litigante o litigantes omitidos”.

[113] En este caso la acción deberá entablarse conjuntamente contra el padre y la madre.

[114] Falcon, ob. cit., pág. 337.

[115] Señala el Dr. Falcón que en las acciones de impugnación y reconocimiento de filiación,
tanto el marido, a quien le cuadra la presunción de paternidad del art. 243 del C.C., como el
tercero a quien se le atribuye ser el verdadero padre, conforman un litisconsorcio pasivo
necesario (ob. cit., pág. 336, nota nro. 88).
[116] Ramacciotti, ob. cit., pág. 269.-

[117] Ramacciotti, ob. cit., pág. 270.-

[118] Conf. Falcón, ob. cit., pág. 333. El autor citado destaca que en el caso de litisconsorcio
pasivo obligatorio se produce una derogación de las reglas de competencia y el
desplazamiento de la misma.-

[119] Conf. Alsina, ob. cit., tomo I, pág. 339.-

[120] Conf. Alsina, ob. cit., pág. 342.-

[121] La sentencia recaída en estas condiciones es inútil, inocua, de imposible ejecución.

[122] Fernández, Raúl, ob. cit., pág. 110.-

[123] Falcón, ob. cit., pág. 341, citando jurisprudencia de la casación local y santafesina.-

[124] Ramacciotti, ob. cit., pág. 273.-

[125] Falcón, ob. cit., pág. 339. Hay que dejar a salvo -claro está- el supuesto en que los
allanados también hubieren sido culpables de la reclamación o se encontraren en mora; en tal
caso, también deberán soportar las costas juntamente con los litisconsortes que resistieron,
conforme lo dispone el art. 131 del C.P.C.C..-

[126] Vénica, Código Procesal Civil y Comercial de la Pcia. de Cba., Edit. Marcos Lerner, tomo
II, pág. 244.-

[127] Es la solución propiciada por el notable procesalista Oscar Hugo Vénica. En mi opinión,
bastaría denunciar el déficit de la integración mediante un escrito, en cualquier estadio
procesal, ofreciendo prueba si es necesario acreditar alguna cuestión de hecho. Ante ese
pedido, el tribunal, si es ostensible el defecto de integración, procederá a integrar
inmediatamente la litis; si no surge de autos, ordenará correr traslado a la contraria, si lo estima
pertinente, dispondrá la producción de la prueba ofrecida, y dictará resolución.-

[128] Conf. Falcón, ob. cit., pág. 331; y Cám. Nac. Civ., sala “B”, 14-5-87, L.L. 1987 –D- pág.
318.-
[129] Giannini, Leandro J. “Los derechos de incidencia colectiva en el Proyecto de Código Civil
y Comercial (Aportes para su redefinición)”, DJ05/09/2012, 89.

[130] Juzg. 44 CC, Dr. Alicia del Carmen Mira, en autos “Fundación Club de Derecho Argentina
c/ Banco Itaú Argentina S.A. – Abreviado – Otros” (Expte N° 2849064/36), decreto de fecha
31/05/2016.

[131] Ferreyra de De la Rua-González de la Vega de Opl, Teoría General del Proceso, Edit.
Advocatus, Tomo I, pág. 259.-

[132] Ferreyra de De la Rua-González de la Vega de Opl, ob. cit., pág. 259-260.-

[133] Díaz, Clemente, Instituciones de derecho procesal, Edit. Abeledo-Perrot, Bs. As., Tomo II
–A-, pág. 458.-

[134] Autores citados por Junyent Bas, Francisco, “El rol institucional del Ministerio Público. A
propósito de su legitimación en causas civiles, concursales, de familia, de relaciones de
consumo y acciones colectivas donde esté de por medio el orden público”; Semanario Jurídico
nro. 1652, del 10/04/08, pág. 457.

[135] Polverini, Verónica “El Ministerio Público en el Proyecto de Código Civil”, DFyP 2014
(octubre), 144.

[136] Camps, Carlos E. “La capacidad de ejercicio de derechos en el proceso civil”, RCCyC
2016 (marzo), 3.

[137] SCBA, 15-04-58, L.L. 93-605.-

[138] Vénica, Oscar Hugo, ob. cit., Tomo I, pág. 297.-

[139] Vénica, ob. cit., Tomo I, pág. 297.-

[140] Lorenzetti, Ricardo Luis, ob. cit., Tomo I, pág. 457.

[141] Polverini, Verónica “El Ministerio Público en el Proyecto de Código Civil”, DFyP 2014
(octubre), 144.
[142] Ferreyra de De la Rúa-González de la Vega de Opl, ob. cit., pág. 264.-

[143] Junyent Bas - Flores, El Ministerio Público Fiscal: algo más que un órgano penal; Sem.
Jurídico nro. 1479, pág. 485.

[144] Ídem nota anterior, pág. 486.

[145] Dictamen C nro. 752 del 4/9/01 en autos "Barboza Malvina René y otros c/ Provincia de
Córdoba -Ordinario-Recurso de inconstitucionalidad-".-

[146] "Jimenez Tomas c/ Citibank N.A. y otra -Ordinario-Recurso Directo-" ("J" 05/01),
Sentencia nro. 72 del 21 de julio de 2003; Semanario Jurídico nro. 1424, del 04/09/03.-

[147] Junyent Bas-Flores, ob. cit. pág. 487.-

[148] Ídem nota anterior.

[149] En contra: TSJ, in re Jiménez c/ Citibank, fallo citado. En la referida resolución, el tribunal
casatorio estimó que si no existe una norma adjetiva que especial y específicamente otorgue
competencia al Ministerio Público Fiscal para intervenir en juicio civil, la misma deviene en
inadmisible, aún cuando en la causa se encuentre involucrado el interés público. Destacó que:
“lo expuesto importa ya dos soluciones a la cuestión a resolver y las mismas pueden ser
enunciadas del siguiente modo: 1) para que se encuentre habilitada la legitimación procesal del
Ministerio Público Fiscal resulta indispensable que exista una norma atributiva de tal función y
2) La participación del Ministerio se vincula a cuestiones de índole social o pública, y por lo
tanto la omisión de la misma no puede ser subsanada por el consentimiento tácito de un
particular”.

[150] Alem de Quiroga, Liliana Emilce, Intervención del Ministerio Público Fiscal en los juicios
de insania e inhabilitación judicial; Sem. Jur. nro. 1431, 23/10/03, pág. 517.-

[151] Junyent Bas-Flores, ob. cit., pág. 489.-

[152] Vénica, Oscar Hugo, Código Procesal Civil y Comercial de la Provincia de Córdoba...,
Edit. Marcos Lerner, Tomo VI, pág. 86.-

[153] En este aspecto, se puede consultar con provecho Carranza, Gustavo, “El fiscal y la
declamatoria, Foro de Cba. Nro. 51, pág. 107 y ss.
[154] T.S.J., Jimenez c/ Citibank N.A., fallo cit. nota 146.

[155] Ídem nota anterior.

[156] Fiscalía General, Dictamen C-44 in re "JIMENEZ TOMAS C/ CITIBANK N.A. Y OTRA –
ORDINARIO RECURSO DIRECTO" (febrero de 2002). En otros pasajes, el Sr. Fiscal Gral.
subrayó que “Si bien la relación de consumo tiene base contractual y por ello puede quedar
subsumida en alguno de los ámbitos legales tradicionales del ordenamiento jurídico, el interés
comprometido impone que tales relaciones sean juzgadas a la luz de ciertas líneas directrices
propias. Es en función de ello que se contempla la obligatoria intervención del Ministerio
Público como fiscal de la ley. Dicho órgano debe velar por la aplicación de las reglas generales
de consumo que hacen a la defensa de los intereses despersonalizados, por lo que su
intervención se impone aunque se trate de un reclamo de naturaleza particular, como el de
marras.

[157] TSJ, Sala Civil, Sentencia N° 62 del 03/06/2015 “FERNÁNDEZ, RUPERTO C/ LIBERTAD
S.A. – ORDINARIO – COBRO DE PESOS – RECURSO DE APELACIÓN – RECURSO DE
CASACIÓN” (F 28/13) (Expte. Nº 1741312/36).

[158] Vénica, Oscar, ob. cit., Tomo III, pág. 390.

[159] En la misma tesitura, se puede consular Alsina, Hugo, Tratado teórico-práctico de


derecho procesal civil y comercial, Tomo I, Cía Arg. De Editores, pág. 513.

[160] Vénica, Oscar Hugo, El Ministerio Público Fiscal en los procesos no penales.
Legitimación para recurrir; Semanario Jurídico nro. 1618, del 25/07/07, pág. 109 y ss.

[161] Fernández, Raúl, Impugnaciones ordinarias y extraordinarias en el CPCC de Córdoba,


Edit. Alveroni, pág. 78.

[162] Fernández, Raúl, ob. cit., pág. 79.-

[163] En la misma postura, Palacio, Lino E.-Alvarado Velloso, Adolfo, Código Procesal Civil y
Comercial de la Nación, explicado y anotado jurisprudencialmente y bibliográficamente, Tomo
6, Edit. Rubinzal-Culzoni, nro. 2471.5.1, pág. 31.-

[164] La Ley Cba., 2001, pág. 1144, fallo citado por Vénica, en el Ministerio Público Fiscal en
los procesos no penales. Legitimación para recurrir.-
[165] Cámara en lo Civil y Comercial de Bell Ville, Auto N° 19 del 04.03.10 in re “Cardozo,
Gerardo Rene y Andrea Lanfranco c/Elvio Lerda y Otros-Ordinario”, Diario Jurídico N° 1878 del
09/06/10.

[166] Foro de Córdoba nro. 113, pág. 156, fallo citado por Vénica, ob. cit. nota 164. A este
respecto comenta el autor citado un fallo de la casación local: “El del TSJ, caso muy
particular,… admitió una casación per saltum del fiscal general en el conocido caso de los
remises habilitados a circular por medidas cautelares adoptadas en acciones de amparo, en
donde jugaron cuestiones políticas, puesto que el mismo resultado se hubiera obtenido
simplemente con que la Municipalidad de Córdoba hubiera apelado” (puede consultarse el
precedente en Foro de Córdoba nro. 56, pág. 217)

[167] TSJ, Sala Civil, Auto N° 377 del 12.10.11. in re "Boccolini Gustavo Luis c/ Dirección del
Registro General de la Provincia-Rec. Apela c./Decisión autoridad administrativa o Persona
Pub. No estatal (Civil) Recurso de casación", Diario Jurídico N° 2277 del 19/03/12.

[168] Peralta Mariscal, Leopoldo, ob. cit., pág. 257. Aunque referido al Ministerio de Menores,
la solución es aplicable al Ministerio Público Fiscal.-

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