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Sala II

Causa Nº FLP 17/2012/TO1/29/CFC12


“VAÑEK, Antonio y otros s/ recurso
de casación”
Cámara Federal de Casación Penal

Registro N°: 880/22

En la ciudad de Buenos Aires, capital de la República Argentina, a


los once días del mes de julio del año dos mil veintidós, se reúne
de conformidad con lo establecido en las Acordadas N° 24/21 y
cctes. de la CSJN y N° 5/21 y cctes. de esta CFCP, los integrantes
de la Sala II de la Cámara Federal de Casación Penal, el señor
juez Carlos A. Mahiques, como presidente, y los señores jueces
Guillermo J. Yacobucci y Alejandro W. Slokar, como Vocales,
asistidos por el Prosecretario de Cámara Juan Martín Nogueira, a
los efectos de resolver los recursos de casación interpuestos
contra la sentencia dictada por el Tribunal Oral en lo Criminal
Federal N° 1 de La Plata en esta causa FLP 17/2012/TO1/29/CFC12
del registro de esta Sala, caratulada: “Vañek, Antonio y otros s/
recurso de casación”; deducidos por el defensor oficial de Antonio
Vañek, Juan Carlos Herzberg, José Casimiro Fernández Carró, Carlos
José Ramón Schaller, Luis Rocca y Eduardo Antonio Meza, doctor
Gastón Ezequiel Barreiro (cfr. fs. 308/384); el defensor
particular de Jorge Alberto Errecaborde y Roberto Eduardo Guitián,
doctor Sebastián Olmedo Barrios (cfr. fs. 409/460 vta.); y los
doctores María Luz Santos Morón, Nicolás Tassara y Pía Garralda en
representación de la querella unificada integrada por la
Asociación de Ex Detenidos-Desaparecidos, los querellantes
particulares Tania Nuez, Elsa Pavón, Carlos Zaidman, Clara María
Petrakos y Rosalía Isabela Valenzi, la Fundación “Anahí”
encabezada por María Isabel Chorobik de Mariani y Elsa Pavón; que
junto con la Asociación de Profesionales que Lucha (APEL), el
Centro de Profesionales por los Derechos Humanos (CeProDH), el
Centro por los Derechos Humanos Hermanos Zaragoza, Comité de
Acción Jurídica (CAJ), la Federación Universitaria de La Plata

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(FULP), la organización HIJOS de La Plata y “Liberpueblo”,
integran el colectivo “Justicia YA! La Plata” (cfr. fs. 391/402).
Intervienen en esta instancia por el Ministerio Público
Fiscal, el fiscal general, doctor Raúl Omar Pleé; por Juan Carlos
Herzberg, Carlos José Ramón Schaller y Luis Rocca, el defensor
público oficial, doctor Guillermo A. Todarello; por Roberto
Eduardo Fernando Guitián, los defensores particulares, doctores
Carmen María Ibáñez y Gerardo Ibáñez; por Jorge Alberto
Errecaborde, el defensor particular, doctor Sebastián Olmedo
Barrios y, por último, las querellas notificadas en autos.
Habiéndose efectuado el sorteo para que los señores
jueces emitan su voto, resultó designado para hacerlo, en primer
término, el juez Alejandro W. Slokar, en segundo lugar, el juez
Guillermo J. Yacobucci y, por último, el juez Carlos A. Mahiques.

El señor juez Alejandro W. Slokar dijo:


-I-
1°) Que el Tribunal Oral en lo Criminal Federal N° 1 de
La Plata, en la causa N° 17/2012/TO1 de su registro, en lo
pertinente, decidió: “PRIMERO: 1. POR UNANIMIDAD; NO HACIENDO
LUGAR A LA EXCEPCIÓN DE FALTA DE ACCIÓN POR PRESCRIPCIÓN formulada
respecto del imputado Antonio Meza, por el Dr. Juan José Barragán
al momento de contestar la vista corrida por el artículo 354 del
código ritual y reeditada al pronunciar los alegatos (artículos
340 inc. 2 -a contrario sensu- y subsiguientes y 358 del Código
Procesal Penal de la Nación); 2. POR UNANIMIDAD; NO HACIENDO LUGAR
A LA EXCEPCIÓN DE FALTA DE ACCIÓN POR PRESCRIPCIÓN formulada
respecto de los imputados Juan Alberto Errecaborde y Roberto
Eduardo Fernando Guitián, por el Dr. Sebastián Olmedo Barrios al
momento de contestar la vista corrida por el artículo 354 del
ritual y reeditada al pronunciar los alegatos (artículos 340 inc.
2 -a contrario sensu- y subsiguientes y 358 del Código Procesal
Penal de la Nación); 3. POR UNANIMIDAD, NO HACIENDO LUGAR A LA
EXCEPCIÓN DE FALTA DE ACCIÓN POR PRESCRIPCIÓN respecto de los

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“VAÑEK, Antonio y otros s/ recurso
de casación”
Cámara Federal de Casación Penal

imputados Carlos José Ramón Schaller, Antonio Vañek, Juan Carlos


Herzberg, Casimiro Fernández Carró y Luis Rocca, planteada por los
Dres. Defensores Oficiales Gastón Barreiro y Fernando Buján; 4.
POR UNANIMIDAD, NO HACIENDO LUGAR al planteo de nulidad por la
intervención de las Secretarías de Derechos Humanos de la Nación y
de la provincia de Buenos Aires; 5. POR UNANIMIDAD, NO HACIENDO
LUGAR al planteo de nulidad de los alegatos de las partes
acusadoras incoado por la Defensa Oficial a la que adhirieron las
defensas particulares de los Dres. Barragán y Olmedo Barrios; 6.
POR UNANIMIDAD, NO HACIENDO LUGAR al planteo de nulidad de las
declaraciones indagatorias tomadas oportunamente a los imputados
en autos incoada por los señores defensores; 7. POR UNANIMIDAD, NO
HACIENDO LUGAR al pedido de extinción de la acción penal por
amnistía, incoado por el Dr. Olmedo Barrios en representación de
los imputados Errecaborde y Guitián; 8. POR UNANIMIDAD, NO
HACIENDO LUGAR, al pedido de insubsistencia de la acción penal por
afectación al plazo razonable incoada por el Dr. Olmedo Barrios en
representación de los imputados Jorge Alberto Errecaborde y
Roberto Eduardo Fernando Guitián; 9. POR UNANIMIDAD, NO HACIENDO
LUGAR, al pedido de inconstitucionalidad de la nulidad de las
leyes 23.521 y 23.492, conocidas como de obediencia debida y punto
final, incoado por el Dr. Olmedo Barrios en representación de los
imputados Jorge Alberto Errecaborde y Roberto Eduardo Fernando
Guitián; 10. POR MAYORÍA, NO HACIENDO LUGAR, a la nulidad de la
ampliación de la acusación en los términos del artículo 381 del
Código Procesal Penal de la Nación incoada por el Dr. Olmedo
Barrios en representación de los imputados Jorge Alberto
Errecaborde y Roberto Eduardo Fernando Guitián. Con disidencia del
juez Germán Castelli; SEGUNDO: 1. CONDENANDO, POR MAYORÍA, a
ANTONIO VAÑEK […] como coautor del delito internacional de
GENOCIDIO perpetrado durante la última dictadura cívico-militar
(1976-1983) a la pena de 25 (VEINTICINCO) AÑOS DE PRISIÓN,
INHABILITACIÓN ABSOLUTA y PERPETUA, DEMÁS ACCESORIAS LEGALES, y al

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PAGO de las COSTAS del PROCESO, por la desaparición forzada de
Mario Horacio Revoledo; (según los artículos 118 C.N.; II de la
Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio
-Decreto Ley 6286/1956-; artículos 5, 12, 19 inciso 4°, 29 inc.
3°, 45, y 142 ter primer párrafo del Código Penal según ley 26.679
y artículos 530, 531 y 533 del Código Procesal Penal de la
Nación). En disidencia parcial el juez Germán Castelli; 2.
CONDENANDO, POR MAYORÍA, a JUAN CARLOS HERZBERG […] como coautor
del delito internacional de GENOCIDIO perpetrado durante la última
dictadura cívico-militar (1976-1983) a la pena de 25 (VEINTICINCO)
AÑOS DE PRISIÓN, INHABILITACIÓN ABSOLUTA y PERPETUA, DEMÁS
ACCESORIAS LEGALES, y al PAGO de las COSTAS del PROCESO, por la
desaparición forzada de Mario Horacio Revoledo (según los
artículos 118 C.N.; II de la Convención para la Prevención y
Sanción del Delito de Genocidio –Decreto Ley 6286/1956-; artículos
5, 12, 19 inciso 4°, 29 inc. 3°, 45, 142 ter primer párrafo del
Código Penal según ley 26.679 y artículos 530, 531 y 533 del
Código Procesal Penal de la Nación). En disidencia parcial el juez
Germán Castelli; 3. CONDENANDO, POR MAYORÍA, a JORGE ALBERTO
ERRECABORDE […] como coautor del delito internacional de GENOCIDIO
perpetrado durante la última dictadura cívico-militar (1976-1983)
a la PENA de PRISIÓN PERPETUA, INHABILITACIÓN ABSOLUTA y PERPETUA,
DEMÁS ACCESORIAS LEGALES, y al PAGO de las COSTAS del PROCESO, por
los homicidios doblemente calificados por alevosía y por haberse
cometido con el concurso premeditado de dos o más personas, en
perjuicio de Miguel Orlando Galván Lahoz y Roberto Pampillo; en
concurso material con la desaparición forzada de Osvaldo Enrique
Busseto, Roberto José de la Cuadra, Ricardo Nuez, Juan Carlos
Blasetti, Diego Arturo Salas y Elsa Noemí Triana, y desaparición
forzada de personas agravada por ser la víctima una mujer
embarazada respecto de Norma Raquel Raggio Baliño de Balbuena, en
los últimos cuatro casos en concurso real con la aplicación de
tormentos por un funcionario público a los presos que guarde
agravado por ser la víctima un perseguido político; en concurso

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real con privación ilegal de la libertad agravada y aplicación de


tormentos por un funcionario público a los presos que guarde
agravada por ser la víctima un perseguido político en perjuicio de
Carlos Daniel Núñez (según los artículos 118 C.N.; artículo II de
la Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio
-Decreto Ley 6286/1956-; artículos 5, 12, 19 inciso 4°, 29 inc.
3°, 45, 55, 80 incs. 2 y 6 -según Ley 21.338, ratificada por la
23.077-, 142 ter primer y segundo párrafo, según ley 26.679 y
arts. 144 bis inc. 1°, con la agravante prevista en el último
párrafo de dicho artículo, en cuanto remite a los incs. 1° y 5°
del artículo 142 y 144 ter primer y segundo párrafo todos del
Código de fondo, según Ley 14.616 y Ley 20.642 –vigentes al
momento de los hechos- artículos 530, 531 y 533 del Código
Procesal Penal de la Nación). En disidencia parcial el juez Germán
Castelli; 4. CONDENANDO, POR MAYORÍA, a JOSÉ CASIMIRO FERNÁNDEZ
CARRÓ […] como coautor del delito internacional de GENOCIDIO
perpetrado durante la última dictadura cívico-militar (1976-1983)
a la PENA de PRISIÓN PERPETUA, INHABILITACIÓN ABSOLUTA y PERPETUA,
y DEMÁS ACCESORIAS LEGALES, y al PAGO de las COSTAS del PROCESO,
por el homicidio doblemente calificado por alevosía y por haberse
cometido con el concurso premeditado de dos o más personas en
perjuicio de Reina Ramona Leguizamón, en concurso material con la
desaparición forzada de Diego Arturo Salas y Elsa Noemí Triana, y
desaparición forzada de personas agravada por ser la víctima una
mujer embarazada en perjuicio de Norma Raquel Raggio Baliño de
Balbuena, en los tres casos en concurso real con aplicación de
tormentos por parte de un funcionario público a los presos que
guarde agravada por ser la víctima un perseguido político; y
privación ilegal de la libertad agravada por ser cometida con
violencias y amenazas y aplicación de tormentos por un funcionario
público a los presos que guarde agravada por ser la víctima un
perseguido político en perjuicio de Luis Ramón Etchepare, Carlos
García, Carlos Daniel Núñez, Mario Arturo Francisco Peláez y Marta

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Isabel Cáneva (según los artículos 118 C.N.; artículo II de la
Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio
-Decreto Ley 6286/1956-; artículos 5, 12, 19 inciso 4°, 29 inc.
3°, 45, 55, 80 inc. 2 y 6 -según Ley 21.338, ratificada por la
23.077-, 142 ter primer y segundo párrafo según ley 26679 y arts.
144 bis inc. 1°, con la agravante prevista en el último párrafo de
dicho artículo, en cuanto remite a los incs. 1° y 5° del artículo
142 del código Penal y artículo 144 ter primer y segundo párrafo
del mismo cuerpo normativo, según Ley 14.616 y Ley 20.642 –
vigentes al momento de los hechos- y artículos 530, 531 y 533 del
código Procesal Penal de la Nación). En disidencia parcial el juez
Germán Castelli; 5. CONDENANDO, POR MAYORÍA, a ROBERTO EDUARDO
FERNANDO GUITIÁN […] como coautor del delito internacional de
GENOCIDIO perpetrado durante la última dictadura cívico-militar
(1976-1983) a la PENA de PRISIÓN PERPETUA, INHABILITACIÓN ABSOLUTA
y PERPETUA, DEMÁS ACCESORIAS LEGALES, y al PAGO de las COSTAS del
PROCESO, por los homicidios doblemente calificados por haberse
cometido con alevosía y el concurso premeditado de dos o más
personas en perjuicio de Reina Ramona Leguizamón, Miguel Orlando
Galván Lahoz y Roberto Pampillo; en concurso material con la
desaparición forzada de personas de Diego Arturo Salas y Elsa
Noemí Triana y la desaparición forzada de personas agravada por
ser la víctima una mujer embarazada en perjuicio de Norma Raquel
Raggio Baliño de Balbuena; en los tres casos en concurso real con
aplicación de tormentos por parte de un funcionario público a los
presos que guarde agravada por ser la víctima un perseguido
político; y privación ilegal de la libertad agravada por ser
cometida con violencia y amenazas y aplicación de tormentos por un
funcionario público a los presos que guarde agravada por ser la
víctima un perseguido político en perjuicio de Luis Ramón
Etchepare, Carlos García, Carlos Daniel Núñez, Mario Arturo
Francisco Peláez y Marta Isabel Cáneva (según los artículos 118
C.N.; artículo II de la Convención para la Prevención y Sanción
del Delito de Genocidio -Decreto Ley 6286/1956-; artículos 5, 12,

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de casación”
Cámara Federal de Casación Penal

19 inciso 4°, 29 inc. 3°, 45, 55, 80 inc. 2 y 6 -según Ley 21.338,
ratificada por la 23.077-, 142 ter primer y según párrafo según
ley 26.679 del Código Penal y artículos 144 bis inc. 1°, con la
agravante prevista en el último párrafo de dicho artículo, en
cuanto remite a los incisos 1° y 5° del artículo 142 del Código
Penal y artículo 144 ter primer y segundo párrafo del mismo cuerpo
normativo, según Ley 14.616 y Ley 20.642 -vigentes al momento de
los hechos- artículos 530, 531 y 533 del código Procesal Penal de
la Nación). En disidencia parcial el juez Germán Castelli; 6.
CONDENANDO, POR MAYORÍA, a CARLOS JOSÉ RAMÓN SCHALLER […] como
coautor del delito internacional de GENOCIDIO perpetrado durante
la última dictadura cívico-militar (1976-1983) a la pena de 25
(VEINTICINCO) AÑOS DE PRISIÓN, INHABILITACIÓN ABSOLUTA y PERPETUA,
DEMÁS ACCESORIAS LEGALES, y al PAGO de las COSTAS del PROCESO, por
la privación ilegal de la libertad agravada por haberse cometido
con violencias y amenazas y aplicación de tormentos por un
funcionario público a los presos que guarde agravada por ser la
víctima un perseguido político en perjuicio de María Adela
Barraza, Carmelo Cipollone, Luis Alberto Díaz, Luis María
Digaetano, Nicolás Luis Di Mattia, Alberto Dizzini, María Beatriz
Horrac, Julio Alberto Machado, Ricardo Mario Melano, María del
Carmen Miranda, Pedro Niselsky, Carlos Hugo Perdomo, Américo
Horacio Piccinini, Juan Pombo, Dionisio Puz, Luis Aníbal
Rivadeneira, Hugo Ernesto Ruiz Díaz, Eduardo Schaposnik, Jorge
Alberto Arri, Ángel Oscar Revoledo, Jorge Estanislao Bogusa,
Manuel Carrete, Rosa Francisca Nievas, Ana María Nievas, Adolfo
Oscar Lanoo, José Luis Dervaric, Roberto Miguel Aguirre; (según
los artículos artículo 118 C.N.; artículo II de la Convención para
la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio -Decreto Ley
6286/1956-; artículos 5, 12, 19 inciso 4°, 29 inc. 3°, 45, 55, 144
bis inc. 1°, con la agravante prevista en el último párrafo de
dicho artículo, en cuanto remite a los incisos 1° y 5° del
artículo 142 del Código Penal y artículo 144 ter primer y segundo

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párrafo del mismo cuerpo normativo, según Ley 14.616 y Ley 20.642
–vigentes al momento de los hechos-, y artículos 530, 531 y 533
del Código Procesal Penal de la Nación). En disidencia parcial el
juez Germán Castelli; 7. CONDENANDO, POR MAYORÍA, a LUIS ROCCA […]
como coautor del delito internacional de GENOCIDIO perpetrado
durante la última dictadura cívico-militar (1976-1983) a la pena
de 25 (VEINTICINCO) AÑOS PRISIÓN, INHABILITACIÓN ABSOLUTA y
PERPETUA, DEMÁS ACCESORIAS LEGALES, y al PAGO de las COSTAS del
PROCESO, por la desaparición forzada de Juan Carlos Blasetti en
concurso real con aplicación de tormentos por parte de un
funcionario público a los presos que guarde agravada por ser la
víctima un perseguido político; y privación ilegal de la libertad
agravada por haberse cometido con violencia y amenazas y
aplicación de tormentos por un funcionario público a los presos
que guarde agravada por ser la víctima un perseguido político en
perjuicio de Jorge Barontini, Ricardo Buergo, Luis Ramón
Etchepare, Carlos García, Horacio García Gerbolés, Vladimiro
Klimaseski, Roberto Adoníbal Páez, Ricardo José Reynoso, Luis
Rivadeneira, Juan Carlos Sosa y Mario Roberto Zecca, todos ellos
concurriendo materialmente entre sí (Según los artículos artículo
118 C.N.; artículo II de la Convención para la Prevención y
Sanción del Delito de Genocidio -Decreto Ley 6286/1956-; arts. 5,
12, 19 inciso 4°, 29 inc. 3°, 45, 55 y art 142 ter del código
Penal según ley 26679, y arts. 144 bis inc. 1°, con la agravante
prevista en el último párrafo de dicho artículo, en cuanto remite
a los incisos 1° y 5° del artículo 142 del Código Penal y artículo
144 ter primer y segundo párrafo del mismo cuerpo normativo según
Ley 14.616 y Ley 20.642 –vigentes al momento de los hechos-,
artículos 530, 531 y 533 del Código Procesal Penal de la Nación).
En disidencia parcial el juez Germán Castelli; 8. CONDENANDO, POR
MAYORÍA, a EDUARDO ANTONIO MEZA […] como coautor del delito
internacional de GENOCIDIO perpetrado durante la última dictadura
cívico-militar (1976-1983) a la pena de 25 (VEINTICINCO) AÑOS de
PRISIÓN, INHABILITACIÓN ABSOLUTA y PERPETUA, DEMÁS ACCESORIAS

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“VAÑEK, Antonio y otros s/ recurso
de casación”
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LEGALES, y al PAGO de las COSTAS del PROCESO, por la privación


ilegal de la libertad y aplicación de tormentos por un funcionario
público a los presos que guarde agravada por ser la víctima un
perseguido político en perjuicio de Jorge Vladimiro Klimaseski,
Luis Ramón Etchepare, Roberto Adoníbal Páez, Luis Aníbal
Rivadeneira, Ricardo José Reynoso, Ricardo Buergo, Jorge
Barontini, Horacio García Gerbolés, Carlos García, Juan Carlos
Sosa, Jorge Alberto Arri, Jorge Estanislao Bogusa, Ángel Oscar
Revoledo, Manuel Carrete, Ana María Nievas, Rosa Francisca Nievas,
Adolfo Oscar Lanoo, José Luis Dervaric y Roberto Miguel Aguirre,
hechos que concurren materialmente entre sí (según el artículo 118
C.N.; artículo II de la Convención para la Prevención y Sanción
del Delito de Genocidio -Decreto Ley 6286/1956-; artículos 5, 12,
19 inciso 4°, 29 inc. 3° , 45, 55, 144 bis inc. 1° del C.P., con
la agravante prevista en el último párrafo de dicho artículo, en
cuanto remite a los incs. 1° y 5° del artículo 142 del mismo
cuerpo normativo; 144 ter primer y segundo párrafo C.P., según Ley
14.616 y Ley 20.642 -vigentes al momento de los hechos- artículos
530, 531 y 533 del Código Procesal Penal de la Nación). En
disidencia parcial el juez Germán Castelli; 9. ABSOLVIENDO, POR
MAYORÍA, a CARLOS RAMÓN JOSÉ SCHALLER respecto de los casos de
Luis Córdoba, Miguel Reinaldo Aguirre y Juan Alejandro Aguirre.
Con disidencia del juez Carlos Alberto Rozanski que vota por la
condena; 10. ABSOLVIENDO, POR MAYORÍA, a LUIS ROCCA respecto del
caso de Luis Eduardo Bloga. Con disidencia del Juez Carlos Alberto
Rozanski que vota por la condena; 11. ABSOLVIENDO, POR MAYORÍA, a
EDUARDO ANTONIO MEZA respecto del caso de Luis Ricardo Córdoba,
Miguel Reinaldo Aguirre, Juan Alejandro Aguirre. Con disidencia
del juez Carlos Alberto Rozanski que vota por la condena; TERCERO:
1. POR MAYORÍA de los Jueces Rozanski y Álvarez, REVOCAR las
prisiones domiciliarias de los imputados Antonio Vañek, Juan
Carlos Herzberg, Jorge Alberto Errecaborde, José Casimiro
Fernández Carró, Carlos José Ramón Schaller, Luis Rocca y Eduardo

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Antonio Meza; para lo cual se ordena la inmediata realización de
estudios médicos a efectos de indicar los establecimientos más
adecuados para que los aquí condenados cumplan las penas
impuestas. En disidencia el juez Germán Castelli […]; SEXTO: 1.
HACIENDO SABER al Poder Ejecutivo Nacional el fallo recaído en la
presente causa, a fin de que una vez firme, se dé inicio al
proceso de baja por exoneración de los condenados, y a la
suspensión del goce de toda jubilación, pensión o retiro, en los
casos en que corresponda (según el artículo 19 del Código Penal de
la Nación)…” (vid sentencia de fs. 1/306 de presente legajo).
-II-
2°) Que contra ese pronunciamiento dedujeron recursos de
casación el doctor Gastón Ezequiel Barreiro, en cuanto a Antonio
Vañek, Juan Carlos Herzberg, José Casimiro Fernández Carró, Carlos
José Ramón Schaller, Luis Rocca y Eduardo Antonio Meza (fs.
308/384); el doctor Sebastián Olmedo Barrios en ejercicio de la
defensa particular de Jorge Alberto Errecaborde y Roberto Eduardo
Fernando Guitián (fs. 409/460 vta.); y los doctores María Luz
Santos Morón, Nicolás Tassara y Pía Garralda por los querellantes
particulares Tania Nuez, Elsa Pavón, Carlos Zaidman, Clara María
Petrakos y Rosalía Isabela Valenzi y la querella unificada formada
por el colectivo “Justicia YA! La Plata” (fs. 391/402).
3°) Que los recursos fueron concedidos (fs. 386/vta.,
404/405 y 432/433) y mantenidos en la instancia por todas las
partes recurrentes (fs. 480, 481/vta. y 483).
4°) Que a raíz de lo informado por el Tribunal Oral en lo
Criminal Federal N° 1 de La Plata con relación al deceso de los
imputados Eduardo Antonio Meza, Antonio Vañek y José Casimiro
Fernández Carró (arts. 59, inc. 1 del CP y 336, inc. 1 del CPPN),
esta Sala ha declarado abstracto el tratamiento de los planteos
deducidos a su respecto (en el caso de Eduardo Antonio Meza y
Antonio Vañek, Rta. 16/08/19 Reg. 1551/19 y por José Casimiro
Fernández Carro, Rta. 5/11/21 Reg. 1851/21).

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5°) Recurso interpuesto por los doctores María Luz Santos


Morón, Nicolás Tassara y Pía Garralda en representación de la
querella unificada (fs. 391/402).
Que la querella unificada dirigió su impugnación, en lo
que será objeto de estudio en el sub lite (cfr. considerando 4°
del presente sufragio), contra los puntos dispositivos 9° y 10°
del apartado “SEGUNDO”, esto es, las absoluciones de Carlos José
Ramón Schaller respecto de los casos de Luis Córdoba, Miguel
Reinaldo Aguirre y Juan Alejandro Aguirre, y de Luis Rocca en lo
relativo al caso de Luis Eduardo Bloga (fs. 304).
La parte recurrente sustentó el remedio incoado en las
hipótesis previstas en ambos incisos del art. 456 del rito. Luego
de repasar los requisitos formales de admisibilidad, sostuvo la
“arbitrariedad” en la valoración de los hechos y las pruebas
relacionados con la responsabilidad que a los imputados les cupo
en los acontecimientos por los que fueron absueltos, sosteniendo
que el tribunal había aplicado erróneamente la ley sustantiva
(cfr. fs. 393 vta.).
Entendió, en ese sentido, que el judicante realizó una
“defectuosa deducción de la comprobación de extremos fácticos
conducentes a resolver en forma favorable a su petición” y que
esta insuficiente motivación comporta una infracción tanto al art.
123 del CPPN como a la garantía del debido proceso contenida en el
art. 18 de CN (ibidem).
Asimismo, precisó que: “el deber que pesa sobre los
jueces en el sentido de formular una exposición lógicamente
razonada de los fundamentos en que apoyan sus conclusiones cumple
un principio que concierne incluso al sistema republicano de
gobierno, que trasunta en la posibilidad de que los justiciables,
sean absueltos o condenados, pueden comprender claramente por qué
lo han sido” (fs. 395).
Puntualmente, estimó que: “[l]a contradicción […] queda
de manifiesto en el voto del Dr. Álvarez en los fundamentos de la

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sentencia cuando dice que no se han podido demostrar dónde
estuvieron secuestradas las víctimas ni quiénes intervinieron en
sus secuestros” y destacó que: “si esos mismos testimonios
sirvieron para acreditar otros casos y la participación de las
mismas fuerzas armadas, entonces ¿por qué para unos casos sí
sirven los testimonios y para otros casos no?” (fs. 396).
A su vez, la querella impugnante remarcó que el pedido de
condena se debe al cargo que ocupaban estos imputados y a su
ubicación en la cadena de mando al momento de los hechos,
“habiendo impartido órdenes como así también proporcionando a los
ejecutores los medios necesarios para cumplirlas, es decir, han
realizados actos sin los cuales no habrían podido cometerse estos
terribles hechos” (fs. 396 vta./397).
Concluyó aseverando que la responsabilidad de Schaller y
Rocca en los mentados hechos resulta “evidente y ampliamente
acreditada conforme las probanzas vertidas en el juicio oral” (fs.
397).
a) Específicamente, con relación a Schaller y al
fallecido Meza (cfr. considerando 4° de este sufragio) recordó que
esa parte solicitó la condena a prisión perpetua y,
subsidiariamente, a 25 años de prisión para los encausados,
quienes “resultan coautores del delito de genocidio constituido
por los delitos de privación ilegítima de la libertad y aplicación
de tormentos a Luis Córdoba, Miguel Reinaldo Aguirre y Juan
Alejandro Aguirre” (fs. 397).
Evocó en apoyo de su postura los testimonios de Luis
Ricardo Córdoba, Julio Alberto Machado, Ruiz Díaz, Luis María
Digaetano y Carmelo Ciapollone, haciendo hincapié en cuanto “surge
claramente el paso de las víctimas por Escuela Naval, cabiéndole
responsabilidad penal a los imputados Carlos Ramón José Schaller y
Eduardo Antonio Meza” (cfr. fs. 398). Además, tuvo en cuenta que
estos testimonios sirvieron como prueba para acreditar el
secuestro y tortura de otras víctimas cuyos casos sí tuvieron
condena para los mismos responsables, motivo por el cual “más se

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Causa Nº FLP 17/2012/TO1/29/CFC12
“VAÑEK, Antonio y otros s/ recurso
de casación”
Cámara Federal de Casación Penal

los debería tener en consideración para tener probado su propio


secuestro” (fs. 398).
b) Análogos defectos le atribuyó a la absolución de Luis
Rocca con relación al caso de Luis Eduardo Bloga, respecto del que
solicitó la imposición de la pena de prisión perpetua y,
subsidiariamente, condena a 25 años de prisión.
Sobre ello, puso de manifiesto que al realizar la
ampliación respecto a este caso, esa parte resaltó el testimonio
de Bloga, especialmente en lo atinente a su estadía en una
dependencia de Prefectura Naval, a las torturas sufridas, a su
reconocimiento a policías, marinos y sus secuestradores y a la
identificación de varios represores de la Unidad Penitenciaria N°
9 de La Plata. A partir de ello, señaló que los delitos cometidos
contra Bloga debían ser juzgados en el presente juicio y que de
los elementos probatorios “surge que fue víctima del accionar
represivo de la Fuerza de Tareas 5”, por ende “no es razonable que
no se condene al imputado cuando se visualiza claramente su grado
de participación como integrante de la Prefectura en el momento en
que se sucedieron los hechos” (fs. 399).
c) De otra banda, transcribió algunos pasajes del alegato
en los que se señaló la metodología que, a su entender, debía
emplearse para cuantificar las penas, haciendo hincapié en que los
imputados “son genocidas” y que: “[n]uestro país se encuentra
internacionalmente obligado a garantizar la reparación integral a
las víctimas de este tipo aberrante de delitos” (cfr. fs. 399).
En esa línea, sostuvo “estamos frente al delito más grave
contra la humanidad, el crimen de crímenes”, por ende “corresponde
aplicarle [a Rocca] la pena más grave, conforme a la escala penal
vigente al momento de los hechos en nuestro país” (fs. 399 vta.).
d) Por otro cauce argumental, criticó la “ausencia de
fundamentación y pronunciamiento” respecto al pedido de ampliación
de la medida cautelar reparatoria requerida por la fiscalía sobre
el reconocimiento de antigüedad y aportes para el acceso a la

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jubilación y el ingreso de hijos e hijas a los puestos de trabajo
de los padres víctimas de terrorismo de Estado; solicitando,
asimismo, que se hiciera extensiva la medida “no sólo a los
trabajadores del Estado, ARS e YPF sino también a Techint, como es
el caso de Propulsora y el Frigorífico Swift” (fs. 399 vta.).
En apoyo de su pedido detalló la recomendación de la
resolución de la Secretaría de DDHH de la Provincia de Buenos
Aires y el art. 10 del convenio colectivo de trabajo del Astillero
Río Santiago en lo concerniente a los hijos de trabajadores
detenidos desparecidos.
Como corolario, solicitó que se case la sentencia
recurrida y que se dicte un nuevo pronunciamiento conforme a la
ley y a la doctrina cuya aplicación se requiere, sin reenvío
(arts. 470 y 471 CPPN). Fundó su petición en doctrina, en el fallo
“Casal” de la Corte Suprema de Justicia de la Nación y en
jurisprudencia de esta Cámara Federal de Casación Penal.
Hizo reserva de caso federal.
6°) Recurso interpuesto por el doctor Gastón Ezequiel
Barreiro, Defensor Público Oficial de Antonio Vañek, Juan Carlos
Herzberg, José Casimiro Fernández Carró, Carlos José Ramón
Schaller, Luis Rocca y Eduardo Antonio Meza (fs. 308/384).
Que la defensa de los nombrados sostuvo que la resolución
adoptada por el tribunal oral es contraria a derecho y arbitraria
y entendió que, en su dictado, se ha incurrido en una
inobservancia de disposiciones legales y, en especial,
constitucionales (fs. 313 vta./314).
a) Como primer motivo de agravio, el recurrente cuestionó
el rechazo del planteo de extinción de la acción penal por
prescripción, señalando que la afirmación de que en materia de
derechos humanos o crímenes internacionales rige una costumbre
internacional que implica la imprescriptibilidad de éstos “vulnera
el principio de legalidad” (fs. 334).
Asimismo indicó que la Convención sobre la
Imprescriptibilidad de los Crímenes de Guerra y de los Crímenes de

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“VAÑEK, Antonio y otros s/ recurso
de casación”
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Lesa Humanidad entró en vigor con posterioridad a los hechos del


proceso, destacando que: “la categoría de delitos de lesa
humanidad no se encontraba incorporada a nuestro derecho interno
al momento de la comisión de los hechos”, con lo cual “nadie […]
podía conocer esta atribución” (fs. 334/337).
Seguidamente, criticó el criterio mayoritario de la Corte
Suprema de Justicia de la Nación in re “Simón”, en el sentido de
que la imprescriptibilidad de los crímenes contra la humanidad es
una norma del ius cogens, que haya sido así al momento de la
comisión de los hechos y, además, que esa circunstancia baste para
aplicarla a los sucesos de autos. En favor de su pretensión
extintiva invocó la Convención Interamericana sobre Desaparición
Forzada de Personas, la Convención sobre la Imprescriptibilidad de
los Crímenes de Guerra y el voto minoritario del fallo “Simón”
(cfr. fs. 334/338).
Agregó que: “es insostenible intentar convalidar la
aplicación retroactiva de las pautas que surgen de los tratados
internacionales utilizando como fundamento la sentencia de la
Corte Interamericana de Derechos Humanos en el caso ‘Barrios
Altos’, porque no puede admitirse que institutos como la
prescripción de la acción hayan sido elaborados con el objetivo de
impedir la investigación y sanción de los responsables de las
violaciones graves de derechos humanos” y que: “en ningún pasaje
de dicho precedente se ha sostenido que las reglas deben ser
aplicadas retroactivamente” (fs. 336/vta.). Asimismo, precisó que
el respeto a la garantía de igualdad (art. 16 CN) “impone el
criterio de prescripción o imprescriptibilidad para todos los
ciudadanos” y que un criterio diverso “consagra un derecho penal
de enemigo” (fs. 338).
En esas condiciones, solicitó que se declare la
prescripción de la acción penal en las presentes actuaciones y, en
consecuencia, se absuelva a los encausados.

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En lo que respecta a la tipicidad de los “delitos de lesa
humanidad o genocidio”, reeditó los argumentos expuestos en los
alegatos en lo atinente a la “ausencia de prueba del elemento
subjetivo del tipo, que integra esas figuras delictivas” (fs. 336
vta.).
Dentro de ese horizonte impugnaticio, señaló que en el
caso de sus asistidos “no se encontraba probado el dolo
específico”, motivo por el cual las conductas reprochadas
“devienen atípicas” con relación a esos crímenes internacionales,
lo que: “lleva a decretar […] la prescripción de la acción penal”
(fs. 336 vta./337). Por estas razones, aseveró que: “en estricta
aplicación de los arts. 1 y 402 del CPPN, 2, 59 inc. 3°, 62 y 63
del CP, 18 y 75 inc. 22 de la CN, II y III de la DADDH, 7 y 11.2
de la DUDH, 9 y 24 de la CADH y 3, 9, 14 y 15 del PIDCyP, debe
casarse la decisión impugnada y declarase la prescripción de los
hechos objeto del presente proceso, con la consecuente absolución
de [sus] defendidos” (fs. 338).
b) Como otro motivo de censura, el recurrente sostuvo que
mediaba la existencia de una ley más benigna -la N° 23.492- “que
debería resultar de aplicación a [sus] asistidos, con la necesaria
solución liberatoria” (fs. 338). Por ese andarivel, indicó que el
tribunal oral podía -y debía- abandonar la postura tomada en el
precedente “Simón”, y que: “la simple remisión al fallo dictado
por la Corte no solo constituye una falta de fundamentación, sino
que implica incurrir en la conocida ‘falacia ad autoritarem’” (fs.
340).
Expuso que las amnistías instauradas por las leyes
denominadas de Obediencia Debida y Punto Final son “herramientas
que buscan fines superiores” y que: “en el caso de una guerra
civil la paz de toda la sociedad es un fin superior a la justicia
en casos individuales” (fs. 341 vta.). Por ello, refirió que la
irrevocabilidad de los derechos subjetivos nacidos por una ley de
amnistía, que fue confirmada en su momento por la Corte Suprema de
Justicia de la Nación, “debe ser un principio absoluto” (ibidem).

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“VAÑEK, Antonio y otros s/ recurso
de casación”
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Con apoyo en cita doctrinaria, alegó que: “la


inconstitucionalidad de la ley 25.779 […] deviene manifiesta” y
que: “las leyes 23.492 y 23.521 son constitucionales” porque:
“fueron sancionadas con las atribuciones propias que la
Constitución Nacional le concede al Poder Legislativo” (cfr. fs.
341/343).
En esa inteligencia, hizo hincapié en que con la sanción
de estas normas, “se buscó el castigo de quienes habían dado las
órdenes desde la cadena de mando para que se cometan los actos
ilícitos y no en aquellos que las habían cumplido o se habían
excedido” (fs. 343 vta.).
c) Por otro andarivel solicitó que se declare la nulidad
del debate “por violación a la garantía de imparcialidad del
juzgador” (fs. 344). Al respecto, entendió que ello quedó
demostrado “con la negativa de producir prueba de cargo […]
tendiente a demostrar la falta de participación de Schaller en los
documentos que se reprochan respecto de su intervención en el caso
de las víctimas Horrac y Barraza” (ibidem).
En esa línea, cuestionó también las ampliaciones de las
acusaciones que, desde su óptica, “vulneraban las mandas
procedimentales, el debido proceso y la defensa en juicio” (fs.
344/vta.). Aunado a ello, enumeró circunstancias que, para esa
defensa, resultan demostrativas de la “falta de imparcialidad” del
juez Rozanski, relativos a manifestaciones y decisiones tomadas
por aquel magistrado en el marco de otras causas seguidas por
delitos de lesa humanidad y en este mismo expediente y que dan
cuenta, a su entender, de “un ánimo especial en el nombrado juez
hacia la elusión de cualquier ‘obstáculo’ legal y constitucional
que se interponga en el camino hacia la condena de los acusados, a
la pena máxima posible” (cfr. fs. 344 vta./346 vta.).
d) En otro cauce, postuló la declaración de nulidad del
debate “por haberse vulnerado la normativa procesal que impide la
presencia de testigos durante la recepción de otras declaraciones

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testimoniales en juicio, esto es, el art. 384 del C.P.P.N.” (fs.
347).
Puso de relieve que ello tuvo lugar “mediante la
autorización […] a que los testigos que ya habían declarado -pero
podían ser eventualmente llamados a declarar- permanezcan en la
sala presenciando otras declaraciones y también, a que testigos
que ni siquiera habían prestado declaración pero lo harían con
posterioridad, presencien declaraciones recibidas previamente”;
circunstancia que, en su opinión, “se vio agravada al ordenarse la
transmisión del debate -incluidas todas las declaraciones
testimoniales- por el Centro de Información Judicial” (ibidem,
énfasis omitido).
e) De otra parte, solicitó la declaración de nulidad de
las acusaciones de las querellas conformadas por las Secretarías
de Derechos Humanos de la Nación y de la Provincia de Buenos
Aires, por entender que: “el Fiscal es el único titular legítimo
de la acción pública y que la concurrencia de tres acusadores
públicos […] afecta el principio de igualdad de armas y, por ende,
el derecho de defensa en juicio y el debido proceso legal” (fs.
347 vta./348). Bajo ese horizonte, invocó el art. 120 de CN y puso
de manifiesto que no comprendía “cuál era la necesidad que el
Fiscal tiene de ser auxiliado en este proceso por querellantes
estatales” (fs. 348).
f) Por otro sendero, solicitó la nulidad de todas las
declaraciones indagatorias y de los alegatos por la
“indeterminación” del hecho imputado (fs. 348 vta.). Puntualmente,
se agravió de la utilización de fórmulas tales como “dominar”,
“formar parte”, “integrar” o “a través de un aparato organizado de
poder”, “sin distinción de roles ni actuación”, lo cual lleva a la
“afectación” del derecho de defensa y el debido proceso (ibidem).
Precisó que: “no sólo no se ha informado al acusado en
forma detallada y circunstanciada de la imputación […], sino que
ni siquiera se los ha notificado de imputación alguna” (cfr. fs.
349). Enfatizó que: “decir ‘autoría mediata a través de un aparato

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“VAÑEK, Antonio y otros s/ recurso
de casación”
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organizado de poder’ no es definir un hecho; es enunciar una


categoría jurídica”, y criticó la aplicación de esa teoría
(ibidem).
g) En otro pasaje sostuvo que los alegatos y la sentencia
eran nulos “por violación al principio de congruencia” (fs. 350
vta.). En concreto, cuestionó la acusación alternativa efectuada
en la oportunidad prevista en el art. 393 del CPPN por el delito
de genocidio y el de lesa humanidad concurrentemente, o bien, por
el delito de lesa humanidad, advirtiendo que: “en esa instancia ya
se ha producido toda la prueba y ya no existe posibilidad de
control por parte de la defensa” (fs. 350 vta./351).
Expresó que: “tampoco queda claro si se está invocando
alguna forma de concurrencia de delitos de las previstas en los
artículos 54 y siguientes del C.P.” y que, por otro lado,
“pretender una condena por ‘delitos de lesa humanidad’, es
pretender una condena por una categoría de delitos y no por un
delito específico dentro de esa categoría, como podría ser, por
ejemplo, la desaparición forzada” (fs. 351). Observó que: “se lee
en la parte dispositiva del fallo que [sus] asistidos fueron
condenados por el ‘delito internacional de genocidio’ y luego se
refieren a otras figuras de privación ilegal de la libertad,
aplicación de tormentos y, en su caso, homicidio” y que tal
enunciado le resulta “incomprensible […] no se entiende por qué
delito se está condenando” (fs. 351 vta.).
En otra línea argumental, sostuvo que el tribunal aplicó
la figura de desaparición forzada de personas “retroactivamente y
violando la congruencia […] el derecho de defensa en juicio y de
la garantía de debido proceso”, lo que llevó a una condena por una
pena “más de cuatro veces mayor a la solicitada por el Fiscal”
(fs. 351). Para abonar su hipótesis, destacó que, al modificarse
la calificación legal, se añadió un elemento adicional -la
negativa a brindar información sobre el paradero de la persona
privad de la libertad- que se encuentra previsto sólo en la

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desaparición forzada, pero no en la privación ilegítima de la
libertad (ibidem).
Adujo que los jueces que conformaron la mayoría aplicaron
“retroactivamente” la ley N° 26.697 y, de este modo, extendieron
las condenas hasta 25 años de prisión. Esta circunstancia,
entendió, resultaba “escandalosa” especialmente en los casos de
Herzberg y Vañek, respecto a quienes el fiscal y una de las
querellas solicitaron la aplicación de la pena máxima de 6 años
que prevé la figura de privación ilegítima de la liberad por la
cual los imputados fueron llevados a juicio (ibidem).
h) De otra parte, impetró la nulidad de las ampliaciones
de las acusaciones por entender que resultan “contrarias a las
normas procesales y que han afectado distintas garantías
constitucionales y convencionales”, en tanto “no se encuentran
dentro de las excepciones del artículo 381 del digesto ritual”
(fs. 352).
En primer lugar, señaló que: “se vulnera el principio de
congruencia” debido a que: “se introducen hechos diferentes e
imputaciones distintas a la base fáctica sentada en lo
requerimiento de elevación a juicio” (fs. 352).
También apuntó que: “se había quebrantado la garantía de
juez natural” en los casos de Reina Ramona Leguizamón -cuya
privación de la libertad, aplicación de tormentos y posterior
hallazgo sin vida están siendo investigados por el Juzgado Federal
N° 3 de La Plata- y de Miguel Reinaldo Aguirre, Juan Alejandro
Aguirre, Roberto Miguel Aguirre, Jorge Estanislao Bogusa, Manuel
Carrete, Luis Ricardo Córdoba, Ana María Nievas y Rosa Francisca
Nievas -respecto de los que la Fiscalía impulsó la acción penal en
la sede judicial pertinente- (fs. 352).
Con relación a los casos de Eduardo Luis Bloga y Adolfo
Oscar Lanoo, resaltó que: “siquiera se requirió la acción penal” a
su respecto (fs. 352 vta.).
Finalmente, subrayó que la solicitud de ampliación por el
hecho que damnificó a Jorge Alberto Arri resultaba un “desacierto

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“VAÑEK, Antonio y otros s/ recurso
de casación”
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jurídico”, cuestionó el dictamen favorable del fiscal sobre ese


caso en tanto fue “extemporáneo” y criticó “el planteo efectuado
por el fiscal al entender que, como por este hecho se elevó la
causa a juicio por Osvaldo Tomás Méndez [que ha fallecido], la
imputación podía ser transferida como moneda de cambio a
cualquiera de los justiciables” (ibidem).
En ese marco, planteó la “afectación a la garantía del
debido proceso” porque: “[n]o se respetan […] cuatro estamentos
insoslayables; a saber: acusación, defensa, prueba y sentencia”
(ibidem, énfasis omitido). A su vez, estimó que se habían afectado
los derechos de defensa en juicio, al doble conforme judicial, a
controlar la acusación y a una defensa técnica eficaz ante el
“escaso tiempo” de poder definir una adecuada estrategia (fs.
353).
En suma, afirmó que: “el tribunal hizo una creación
pretoriana de las ampliaciones de las acusaciones in mala parte
creando un per saltum express en la etapa de instrucción a la de
debate sin respetar con decoro las garantías desarrolladas ut
supra” (ibidem).
i) En lo que concierne a las condenas de sus asistidos,
postuló la “ausencia de prueba” y un “uso inadecuado de las reglas
de imputación” (ibidem). Así, repasó las críticas doctrinarias y
jurisprudenciales a la categoría de “autoría mediata a través de
aparatos de poder”, especialmente en lo atinente a la pretendida
fungibilidad del ejecutor y a la posibilidad de compatibilizar
dicho constructo dogmático con las previsiones del art. 45 CP,
enfatizando que la Corte Suprema de Justicia de la Nación, en la
causa N° 13, “rechazó su aplicación” (cfr. fs. 354/357).
Sumado a estas objeciones, analizó la “ausencia de prueba
del domino de la organización, del poder de mando, de haber
impartido órdenes vinculadas con el hecho, de la fungibilidad de
los ejecutores de la especial predisposición de los ejecutores al
hecho” (fs. 357). Entendió, al respecto, que: “ni siquiera el

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poder de mando puede deducirse de forma automática a partir del
lugar jerárquico que ocupó el acusado en la estructura” y que: “la
acusación debió probar quiénes eran los destinatarios primigenios
de las órdenes y, a su vez, quienes intervendrían como sustitutos
en caso de incumplimiento por los primeros” (fs. 357 vta.). En
esta dirección, mencionó que la utilización de esta categoría
dogmática importa una “violación” a los principios de legalidad y
culpabilidad (fs. 358 vta.).
j) En orden a las imputaciones de Herzberg en particular,
criticó que: “ni siquiera se ha intentado probar” el poder de
mando que ostentaba, las órdenes que imparti[ó], la predisposición
elevada de los autores inmediatos del hecho ni el aporte […] a los
hechos ilícitos investigados” (fs. 358 vta./359). Sobre esta
sustancia, aseveró que la condena por estos hechos “viola
flagrantemente el principio in dubio pro reo y torna la sentencia
en absolutamente nula” (fs. 359 vta.).
En la misma línea argumental, alegó la “ausencia total de
prueba acerca de cuál ha sido el destino de Mario Horacio Revoledo
tras su invocado secuestro” (fs. 359). Específicamente, analizó
que: “por fuera de las declaraciones del hermano de Mario Horacio
[Revoledo…] no existían pruebas de la estadía de la víctima […] en
los centros clandestinos de detención que constituyen el objeto
procesal de este debate” y citó los testimonios del resto de sus
familiares que han sido “claros y contundentes en cuanto a que no
cuentan con información alguna acerca de qué fue lo ocurrido tras
el secuestro” (cfr. fs. 359/vta.).
Indicó así que de los fundamentos esbozados en la
resolución atacada a fin de fundar la responsabilidad penal de
Herzberg, “no puede inferirse o deducirse lógicamente” su
participación en el hecho que damnificó a Revoledo (fs. 359 vta.).
Respecto de la responsabilidad atribuida a Schaller,
luego de destacar extractos de la sentencia sobre este extremo,
concluyó que lo sostenido por los jueces “no da cuenta de la

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“VAÑEK, Antonio y otros s/ recurso
de casación”
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intervención concreta de [su] representado en los hechos que se le


atribuyen y por los que fue condenado” (cfr. fs. 360 vta.).
Adujo que se sostuvo que existen cuatro documentos que
darían cuenta de la intervención en los hechos ilícitos de su
representado, pero que: “[e]n tres de ellos constaría un sello sin
firma” y que en el otro -el acta de entrega de Horrac y Barraza-
“luce una firma prácticamente invisible” que: “no sería ni la
firma ni la letra de […] Schaller, según él mismo afirmó, sin que
los jueces o fiscales se hayan ocupado de corroborar sus dichos y,
más aun, habiendo los jueces del tribunal rechazado sin fundamento
legal alguno el pedido de peritaje formulado en el debate,
cercenando así de manera flagrante el derecho de defensa en
juicio” (fs. 361/vta.).
Al respecto, arguyó que: “la Fiscalía sostuvo […] que el
imputado o la defensa no se encargaron de demostrar su falsedad”,
ante lo cual afirmó que: “[n]o debió ser Schaller quien pruebe que
esa no es su firma, sino que debe ser el Estado el que pruebe que
sí lo es, ante la negación del acusado” (fs. 361).
Remarcó que esa constancia “no puede de ningún modo ser
utilizada como elemento de cargo; y, por lo tanto, al menos no
tenerse por acreditada la intervención de [su] representado en el
suceso que habría derivado en la privación de libertad de esas dos
víctimas [Horrac y Barraza]” (ibidem). Finalmente, se agravió de
la condena por cuanto sostuvo que se encuentra cimentada
“únicamente” en la posición jerárquica que ostentó (fs. 361 vta.).
En análogo sentido, con relación a Rocca, argumentó que:
“no ha sido fundada” la intervención del acusado en los hechos
ilícitos traídos a juicio, recurriendo otra vez el tribunal a
“fórmulas genéricas y potenciales acusaciones” (fs. 362/363).
k) En otra dirección, con relación a las penas impuestas
por el a quo postuló que era un “grosero error” la negativa a
admitir atenuantes por parte del tribunal y entendió que, en todo
caso, a sus acusados debía aplicárseles la pena mínima prevista en

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la escala penal correspondiente, toda vez que: “debía contemplarse
la posibilidad de corroboración de la actuación del agente en
error sobre la antijuridicidad de la conducta”; error que, “si no
es tenido por inevitable […] al menos debe […] reducir la medida
del reproche a su mínima expresión” (fs. 368).
Destacó en esa línea el contexto de la formación de los
imputados en instituciones de estructuración jerárquica, donde “la
obediencia al superior es tenida por un valor supremo”, y sus
circunstancias personales, por lo que concluyó que su capacidad de
motivación normativa se vio “reducida” (ibidem). También aseveró
que: “no ha sido corroborada” cuál ha sido la intervención
concreta de sus asistidos en los hechos traídos a juicio”, por lo
que solicitó que se entienda, al menos por aplicación del
principio in dubio pro imputado, que ese grado de intervención “es
el mínimo y, por lo tanto, se valore esa circunstancia atenuante y
se aplique también por este motivo el mínimo de la escala penal”
(fs. 368/vta.).
Por último, adhirió a las consideraciones efectuadas en
el voto de la disidencia acerca de que el “excesivo” tiempo de
prisión preventiva “debe ser mensurado a modo de compensación, a
la hora de la determinación judicial de la pena” (fs. 368
vta./369). De igual modo, señaló que: “no puede desconocerse la
edad avanzada que atraviesan [sus] asistidos” y, consecuentemente,
“los padecimientos que vienen sufriendo en encierro cautelar, y
además la consecuencia inevitable de la aplicación efectiva de la
pena impuesta […], que no es otra que la imposibilidad del
recupero de la libertad y, por ende, de la ineludible frustración
de la manda constitucional de resocialización de los condenados”
(fs. 369).
l) En lo concerniente a la revocación de las prisiones
domiciliarias, criticó que el tribunal tomó esa decisión que: “sin
mayor análisis afecta […] el derecho de salud y a la vida” y
solicitó la anulación de lo allí dispuesto (fs. 369). Concluyó
aseverando que el arresto o prisión domiciliaria “es un ‘derecho’

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“VAÑEK, Antonio y otros s/ recurso
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que tiene la persona encarcelada que posee más de 70 años de edad


y en condiciones de salud que la pone dentro de uno de los grupos
más vulnerables” (fs. 381).
m) De otro lado, entendió “arbitraria” la exoneración y
suspensión de la jubilación, pensión o retiro, postulando que la
aplicación del art. 19, inc. 4° del CP y del art. 80 de la ley N°
19.101 “tornan a la pena en inhumana, cruel, degradante e
inconstitucional, vulnerando el derecho a la propiedad, el
principio de igualdad ante la ley y el derecho a la seguridad
social (arts. 14, 14 bis, 16, 17, 18 y 28 CN; 5 y 21 CADH; 5, 16,
17, 18, 22 y 25 DADDH y 7 y 10 PIDCyP)” (fs. 382).
Al respecto, afirmó que el régimen previsional argentino
encuentra amparo en el tercer párrafo del art. 14 bis de nuestra
Carta Magna y que el haber jubilatorio constituye un “derecho
adquirido” consagrado en el art. 17 CN que: “debe ser garantizado
por el Estado” (fs. 382/vta.). En tal inteligencia, aseguró que
los derechos a la seguridad social, a la subsistencia mínima, a
una vejez digna y a la salud están constitucionalmente tutelados y
que la aplicación de la normativa invocada implica una
“mortificación innecesaria” (fs. 382).
Sumado a ello, adunó que: “la suspensión del goce de la
jubilación establecida no corresponde, habida cuenta que los
haberes de retiro que [sus] asistidos perciben no construyen
retribuciones graciables; sino que, por el contrario, son el
producto de los aportes realizados durante el transcurso de sus
actividades laborales al sistema previsional” (fs. 383). Como
colofón, aseveró que: “[l]a adhesión de nuestro país al sistema de
protección de Derechos Humanos obliga a la coherencia sistemática
que priorice sin restricciones la vigencia para todas las personas
frente al poder punitivo estatal” (fs. 383 vta.).
Por estos argumentos, señaló que: “también debería
casarse esta sentencia y declarar nulo el punto que afecta el

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derecho al retiro, jubilación y/o pensión de los justiciables”
(ibidem).
Hizo reserva de caso federal.
7°) Recurso deducido por el doctor Sebastián Olmedo
Barrios, en ejercicio de la defensa particular de Jorge Alberto
Errecaborde y Roberto Eduardo Guitián (fs. 409/460 vta.).
Que el impugnante sustentó la admisibilidad de su recurso
y propugnó que el tribunal oral condenó a sus asistidos en
contrario de lo preceptuado por los arts. 16 y 18 de la CN;
quebrantando lo establecido por los arts. 1°, 2°, 3°; 123, 404
inc. 2° y conc. del CPPN y efectuando una errónea aplicación de
los arts. 45, 46 y 80 del CP (cfr. fs. 411, énfasis omitido).
a) Primariamente, cuestionó el rechazo del planteo
relativo a la prescripción de la acción penal, con sustento en la
posición disidente del precedente “Simón” (cfr. fs. 414 vta.).
En apoyo de su postura, invocó el art. 24 del Estatuto de
Roma y afirmó que la ley N° 26.200 “le otorga primacía” al art. 18
CN por sobre la Convención sobre Imprescriptibilidad de los
Crímenes de Guerra y Crímenes de Lesa Humanidad (fs. 415/416).
Agregó que el art. 11 de la ley N° 26.200 omite referir que la
imprescriptibilidad de los delitos previstos por el Estatuto de
Roma será aplicada retroactivamente y que el art. 13 establece una
previsión expresa contra ella, reafirmando la plena vigencia del
principio de legalidad “aún en el caso de delitos de lesa
humanidad” (fs. 416). En consecuencia, alegó que cualquier
análisis referido a la sucesión temporal de leyes que hayan
dispuesto lo contrario “queda sin efecto por derogación tácita
ocurrida mediante el dictado de la ley 26.200” que: “impone la
irrestricta aplicación del art. 18 CN” (ibidem).
Sumado a ello, apuntó que el art. 8 de la Convención
Internacional para la Protección de Todas las Personas contra las
Desapariciones Forzadas “contempla […] una previsión que da por
supuesto que no es retroactiva la imprescriptibilidad por esa
clase de delitos” (ibidem). Adujo que con estas dos leyes queda

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“clara la supremacía del art. 18 de la Constitución Nacional” y


que: “no corresponde aplicar una ley o un tratado internacional
que se contraponga al principio de legalidad” (ibidem).
También alegó que mediante la utilización de los
conceptos de “costumbre internacional”, “norma consuetudinaria
internacional” y “ius cogens”, que reputó extraños al derecho
penal, se viola el principio de legalidad (fs. 424 vta.).
Por otra parte, puntualizó que los delitos imputados a
sus pupilos “requieren de un contexto especial que no estaba
incluido en el Código Penal ni en el Código de Justicia Militar,
ley vigente al momento de los hechos” (fs. 416/vta., énfasis
omitido). Citó, en abono de su postura, el fallo “Ausaressess” del
Tribunal de Casación francés.
b) A su vez, en lo que atañe al pedido de aplicación de
las leyes N° 23.492 y 23.521 efectuado durante el debate, alegó
que: “se eludió el planteo referente a la ley 25.779”,
circunstancia que determina la “arbitrariedad” de lo decidido (fs.
428 vta.). Basó su planteo en los arts. 4.6 de la CADH y 6.4 del
PIDCP y en el principio pro homine, a la vez que sostuvo la
“inaplicabilidad” del precedente “Barrios Altos” de la Corte IDH
(fs. 431/433 vta.).
En esas condiciones, afirmó que el criterio de los
magistrados de la anterior instancia “no se ajusta a los cánones
constitucionales e internacionales” (fs. 432 vta., énfasis
omitido). Párrafo siguiente, hizo hincapié en “la posible
responsabilidad internacional del Estado argentino para el caso de
que se consideren vigentes al caso las leyes 23.492 y 23.521” y
enfatizó que, decidir como lo hizo el a quo, es “contrario a la
equidad que debe regir en los actos de gobierno (art. 16 CN)” (fs.
433 vta./434, énfasis omitido).
c) En otra dirección, adujo que la descripción que se
hace en la sentencia del hecho que damnificó a Leguizamón es
“igualmente o más indeterminada que en la indagatoria” (fs. 435

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vta.). En ese sendero, señaló que la sentencia se sustenta en
generalidades y en imputaciones “por analogía”, en tanto no se
puntualiza concretamente cuál fue la conducta del imputado (fs.
452/vta.).
Seguidamente, mudó su crítica a la incongruencia que
existió entre el hecho por el que se indagó a Guitián y aquél por
el cual se lo acusó y luego condenó, arguyendo que: “se [amplió]
significantemente el objeto del juicio” (fs. 434 vta./435 vta.).
En especial, criticó que este hecho fue “incluido
intempestivamente, violando palmariamente el principio de
congruencia, y respecto al cual ni siquiera ha tenido oportunidad
de defenderse” (fs. 460).
Por todo ello, alegó que se vulneró el derecho de defensa
en juicio y las reglas del debido proceso reconocidos por los
arts. 18, 33 y 74, inc. 22 de la CN, por cuanto “se obstruyó la
intervención de la defensa mediante una nueva acusación que
anteriormente no existía” (fs. 436). En síntesis, afirmó que
corresponde declarar la nulidad de la acusación respecto de
Guitián con relación al tramo acusatorio relativo a Leguizamón.
d) En otro tramo de su libelo recursivo, expresó que: “en
franca violación a la garantía del juez natural (arts. 18 y 75,
inc. 22, CN), se aplicó al trámite de la causa el procedimiento de
la ley 23.984 con una retroactividad que la ley no dispone”,
propiciando el empleo de la opción del art. 12 (en función del
art. 19) de la ley N° 24.121 (fs. 436 vta./437).
Indicó, en esa línea, que: “[d]e cualquier modo, el
principio de aplicación de la nueva ley procesal a causas en
trámite se emplea para normas generales de competencia y cede ante
normas especiales”, en este caso, ante la ley N° 23.049, “que
expresamente sometía a la competencia del Consejo Supremo de las
Fuerzas Armadas al personal militar […] o, en el peor de los
casos, […] de la ley 2.372” (fs. 437, énfasis omitido). Por
último, señaló que su agravio radicaba en que la participación
adjudicada a sus asistidos en el delito de homicidio “se tiene por

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probada con testimonio, que no habría servido para fundar una


condena según el antiguo régimen procesal de prueba tasada” (fs.
437/vta.).
e) De otra parte, cuestionó el análisis de la prueba con
relación a la materialidad del objeto del ilícito, la autoría y la
responsabilidad atribuida a sus defendidos, por interpretar que se
efectuó “un juicio dogmático que no encuentra lógica ni respaldo
en las probanzas producidas en el debate” (cfr. fs. 437 vta.).
Así, planteó que, con relación a las víctimas, “no se
pudo dar circunstancias concretas y probadas del momento o rango
de tiempo en el que estuvieron supuestamente cautivas en
dependencias supuestamente navales” (fs. 438); extremo que, desde
su punto de vista, conllevaría a la nulidad de la sentencia (art.
404, inc. 3, CPPN) y que resulta demostrativa de la arbitrariedad
con la que se llegó al pronunciamiento (fs. 438 vta.). Continuó
detallando que: “el tribunal responde a los cuestionamientos de la
valoración de la prueba formulados por la mayoría de las defensas
en base a la apreciación de las conductas que dan los testigos” y
replicó que: “los motivos por los cuales una persona habría
actuado de determinada manera construyen la justificación de la
conducta, pero no nos dicen si la conducta existió o no” (fs. 439,
énfasis omitido).
Aunado a ello, añadió que las conductas de los testigos
durante el debate y las contradicciones afirmadas por los mismos
en declaraciones anteriores “mantiene la duda sobre la
credibilidad de sus dichos”, a pesar de lo cual fueron tomados
“sin cuestionamiento” (fs. 439). Sostuvo que se han tomado por
ciertos los dichos “de quienes forzosamente debían faltar a la
verdad, de quienes solo han ‘recordado’ lo que les convenía” y que
demostraron “una evidente preparación” de las declaraciones (fs.
452 vta./453, énfasis omitido). Asimismo, refirió que algunos
“variaron sus anteriores declaraciones y/o se contradijeron” y

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otros “directamente mintieron”, denunciando así una “inversión de
la prueba” (fs. 453, énfasis omitido).
En concreto, cuestionó el testimonio de Elda Mabel Lois,
a cuyo respecto indicó que los recuerdos “con el tiempo tienden a
olvidarse, confundirse, diluirse y mezclarse y más si, como en
esta causa, hablamos de mucho tiempo atrás” (fs. 440/441, énfasis
omitido). Insistió en que el tribunal omitió considerar tanto el
principio de inocencia como el de in dubio pro reo (fs. 451).
En ese orden de censuras, impugnó los criterios
utilizados por el tribunal para, ante la falta de prueba que
alega, afirmar la vinculación de sus asistidos a los hechos, tales
como: presencia permanente del imputado en la zona de los hechos,
haber recibido mención en sus legajos, pertenecer a Inteligencia
en el caso de Guitián, participación en las torturas, tener
personas a cargo y participar en los traslados (fs. 451 vta./452).
En ese sentido, criticó que se demuestre la participación de sus
asistidos con las constancias de haber estado en la zona o a
partir los dichos de quienes aluden a la –“incorrecta”- vestimenta
de quienes los detenían y la presencia de Errecaborde y Guitián en
el momento de los hechos (fs. 452 vta.).
Resaltó al respecto que sus defendidos “no fueron
identificados como participantes del ilícito que se les imputa” ni
existen pruebas “concretas, claras y firmes” que los incriminen en
los hechos y, por tanto, solicitó que se revoquen sus condenas
(fs. 453 vta.). De seguido, también planteó que los fundamentos de
la sentencia constituyen una reproducción” de otros fallos
anteriores, lo cual resulta – siempre en su entender- contrario a
lo preceptuado por el art. 123 del ritual (fs. 455).
De otra parte, reprochó que la atribución del carácter de
“perseguido político” deviene “errónea desde el momento que las
supuestas víctimas han confesado su pertenencia a organizaciones
guerrilleras” (fs. 455 vta.).
En lo que respecta a Errecaborde, enfatizó que la mera
ocupación de su cargo como Comandante de la Fuerza de Tareas N° 5

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de la Armada, “no puede significar la comisión de delitos o que


conozca o apañe la ejecución de éstos por parte de sus Superiores
o Subalternos” (ibidem). A su vez, el impugnante endilgó los
mismos defectos a la decisión dictada en desmedro de Guitián y
destacó que: “no ha habido un solo testimonio que los incriminase.
Ninguna real prueba de cargo ha surgido a lo largo del debate”
(fs. 458 vta.). A su vez, alegó que el desempeño de sus defendidos
en Unidades de la Armada Argentina (ARA) bajo ningún aspecto puede
ser considerado ilegal (fs. 458 vta./459).
Finalmente, en lo atinente a la condena por los
homicidios de Miguel Orlando Galván Lahoz y Roberto Pampillo,
enumeró circunstancias que, para esa defensa, resultaban
demostrativas de una interpretación “falsa” de los hechos y brindó
su versión de éstos (fs. 459/vta.). De tal modo estimó evidente
“que considerar a Guitián autor del delito de ‘Homicidio’,
transformándolo de víctima obvia de una agresión en autor de tan
grave ilícito, carece de toda lógica y fundamentación” y que: “la
violación al principio de legítima defensa resulta en el caso
indiscutible” (fs. 459 vta./460). Agregó que Errecaborde “ninguna
participación tuvo en los hechos y que ni siquiera estaba en la
zona de conflicto” (fs. 459 vta.).
f) En lo relativo a las penas de prisión perpetua,
reiteró el pedido de inconstitucionalidad por presentarse “diáfana
la inequidad (arts. 16 C.N., 24 CADH y 26 PIDCyP)” y porque:
“[e]stá en juego […] el principio de proporcionalidad”, al “no
estarle permitido al juez graduar la pena según la gravedad del
delito” (fs. 442 vta.).
Postuló, a su vez, que: “es imposible efectuar una
valoración equitativa en abstracto” y que la situación de sus
defendidos “no tiene correlato en la pena en concreto” (fs. 443,
énfasis omitido). Así, entendió que el tribunal brindó argumentos
abstractos que no se condicen con la solución a la que se arribó y

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reclamó la nulidad por arbitrariedad en el pronunciamiento (cfr.
fs. 444 vta.).
De seguido, continuó indicando que: “la prueba de la
existencia de violación del principio de culpabilidad o
proporcionalidad de la pena en [su] concreto caso, estaba dada, no
sólo por el ejemplo de las diferentes calidades de participación
de [sus] defendidos, sino asimismo por la propia decisión recaída
en el precedente de la causa n° 13/84”, porque: “allí se condenó
como autor al Comandante en Jefe del Ejército Jorge Rafael Videla
[…] por hechos más aberrantes a pena idéntica a la aquí impuesta a
[sus] pupilos procesales” (fs. 444 vta./445, énfasis omitido).
Siguiendo la misma línea argumental, afirmó que corresponde hacer
una distinción entre autores mediatos y directos a la hora de
graduar la pena (fs. 445).
A mayor abundamiento, advirtió que el art. 7 de la ley N°
26.200 “reafirma […] la inconstitucionalidad de la aplicación
automática y sumisa de una única opción en punto a la reacción
penal (art. 26 de la DADDH, art. 5 DUDH y art. 75, inc. 22, CN)”,
con lo que: “no puede considerarse constitucionalmente hábil la
pena fija contenida en el art. 144, inc. 2, CP” (fs. 446). Resaltó
que: “ni siquiera se acepta esa previsión legal absoluta dentro de
los estándares fijados por el derecho supranacional al que adhiere
nuestro país” (fs. 446 vta.). Agregó que, con la pena fija, las
previsiones de los arts. 40 y 41 CP pasan a ser “letra muerta”
(fs. 447).
También mencionó que del PIDCyP y del Estatuto de Roma
“se extrae […el…] principio de estricta jurisdiccional de las
penas; porque si un tribunal superior puede revisar su imposición,
es claro que atañe al Poder Judicial la determinación en concreto
de la sanción” (ibidem, énfasis omitido). Advirtió que, de otro
modo, “tampoco existiría compatibilidad ente la pena fija y los
fines que le asigna a la sanción penal el art. 5.6 de la CADH” y
que, en este caso, “no se formularon apreciación alguna compatible
con el art. 8.6 CADH” (ibidem). Observó, finalmente, que dada la

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edad de sus asistidos si la pena se excediera “no sólo no se


alcanzaría la resocialización”, sino que: “seguramente se
produciría el óbito de los mismos” (fs. 448).
Por último, fundó la inconstitucionalidad de la sanción
prevista en el art. 80 del CP también en el entendimiento de que:
“lleva ínsita la indeterminación del momento en el cual
definitivamente se tendrá por cumplida la pena” (ibidem). Planteó
que este tipo de sanción “no tiene fin sino con la muerte del
condenado” y “lesiona la intangibilidad”, reclamando su
inconstitucionalidad por constituir “una pena cruel, inusitada,
inhumana y degradante y en definitiva un tormento psíquico,
contrario a los ya invocados arts. XXVI DADDH, 5 DUDH, 5.2. CADH,
7 PICDCP y 1ro de la Convención contra la Tortura y otros Tratos o
Penas Crueles, Inhumanos y Degradantes” (fs. 449 vta./450 vta.,
énfasis omitido).
En función de lo anterior, señaló que: “si la medida de
la pena queda subordinada a las autoridades penitenciarias o al
régimen homónimo, es claro que lo que allí se califica es el
comportamiento carcelario y no el comportamiento delictivo” (fs.
450 vta.).
Hizo reserva de caso federal.
8°) Que, durante el término de oficina (art. 466 del
CPPN), se presentaron las defensas oficiales de Carlos José Ramón
Schaller y Luis Rocca, doctor Federico García Jurado (fs.
546/557); de Juan Carlos Herzberg, doctora María Laura Lema (cfr.
fs. 558/566); el entonces Fiscal General ante esta instancia,
doctor Ricardo Gustavo Wechsler (fs. 575/602) y la defensora
particular de José Casimiro Fernández Carró, doctora María Laura
Olea (fs. 603/449 –cfr. considerando 4° del presente sufragio-).
a) En primer lugar, la asistencia técnica de José Ramón
Schaller y Luis Rocca retomó los agravios referidos a la invocada
responsabilidad objetiva de sus asistidos en razón del cargo que
ocupaban al momento de los hechos (cfr. fs. 546 vta./547) y

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violación al principio de congruencia por “inobservancia” del art.
381 CPPN, añadiendo que las ampliaciones de las acusaciones
implicaban una infracción al principio de ne bis in idem (cfr. fs.
547/549 vta.).
También reclamó, en torno a la cuestión de la invocada
aplicación retroactiva de la figura de desaparición forzada en el
caso de Rocca, que afecta el principio de congruencia y con ello
el derecho de defensa y que debe descartarse por aplicación de la
ley más benigna como “lógica derivación del principio pro homine”,
haciendo hincapié en que el tramo de la conducta referido a omitir
o negar información sobre el paradero de la víctima “en momento
alguno fue imputado a [su] defendido” (cfr. 549 vta./552 vta.).
Insistió en el cuestionamiento sobre la “falta de consideración
del tiempo trascurrido como compensador de la gravedad de los
injustos” a la hora de mesurar la pena (cfr. fs. 552 vta./553
vta.) y sobre la pretensión de inconstitucionalidad del art. 19,
inc. 4°, del CP (553 vta./554 vta.).
Así, en cada uno de esos puntos retomó las críticas
esgrimidas en el recurso de casación de su antecesor en la
instancia y amplió los fundamentos.
Asimismo, introdujo un nuevo agravio relativo a la
afectación de la garantía a ser juzgado sin dilaciones indebidas y
dentro de un plazo razonable (fs. 554 vta.). Apoyó su postura en
la decisión tomada por la Corte IDH en el caso “Kimel vs.
Argentina”, para concluir que el tiempo trascurrido desde la
comisión de los hechos, y desde el inicio de su investigación,
autorizan a dar primacía a esta garantía constitucional (cfr. fs.
554 vta./555). En esa línea, señaló que los plazos establecidos
para que opere la prescripción de la acción penal “no constituyen
un permiso máximo, sino que encuentran su límite en el derecho
fundamental a ser juzgado sin dilaciones indebidas dentro de un
plazo razonable” (fs. 555 vta., énfasis omitido).
Por otro lado, indicó que el recurso del querellante no
puede admitirse, por entender que no existe arbitrariedad en las

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absoluciones, y alegó que esa parte pretende someter a una segunda


revisión cuestiones de hecho y prueba que no están comprendidas en
los motivos del art. 456 CPPN (fs. 555 vta./556).
Sintetizó su posición aseverando que dichos obstáculos
legales “no pueden ser superados por la doctrina establecida por
la Corte Suprema de Justicia de la Nación en ‘Casal’”, pues ésta
no se extiende a la hipótesis del querellante que recurre la
absolución; recordando que en sentido análogo se ha pronunciado la
Corte Suprema de Justicia de la Nación in re “Arce” (fs.
556/vta.).
Hizo reserva de caso federal.
b) La defensa oficial de Juan Carlos Herzberg amplió los
fundamentos brindados en el recurso de casación respecto a la
infracción al derecho de defensa por la indeterminación del aporte
efectuado por su defendido en la desaparición forzada de Revoledo,
enfatizando que: “[e]n razón de ello, los argumentos brindados
lucen dogmáticos pues se limitan a responsabilizar en base al
cargo o función en una institución y no a partir de una conducta o
aporte específico, lo cual supone una atribución objetiva de
responsabilidad violatoria del derecho penal de acto” (fs. 558/559
vta.).
También reforzó el recurso de su antecesor con relación a
la errónea calificación del hecho como desaparición forzada, con
más la “inaplicabilidad” de dicha figura por violación al
principio de legalidad e irretroactividad de la ley penal (cfr.
fs. 559 vta./561). Invocó el precedente “Granillo Ocampo” de la
Corte Suprema de Justicia de la Nación en apoyo de su postura,
insistiendo en que: “la aplicación de la ley más benigna es lógica
derivación del principio pro homine” (fs. 561 vta./562).
Luego, alegó que calificar los hechos de esta manera
afecta el principio de congruencia y con ello el derecho de
defensa, pues “no estamos ante un mero cambio de calificación sino
ante una modificación de la base fáctica de la imputación” (fs.

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362 vta.). En la misma línea argumental, apuntó que respecto del
tramo de la conducta referido a negar la privación u omitir
información sobre el paradero de la persona “en momento alguno fue
imputado a [su] defendido” (fs. 362 vta./363).
Finalmente, se extendió sobre los planteos relacionados
con la alegada arbitrariedad en la imposición de la pena, por
falta de fundamentación y por el incumplimiento de los arts. 40 y
41 del CP (fs. 564/565 vta.).
Hizo reserva de caso federal.
c) Por su parte, el representante del Ministerio Público
Fiscal se presentó a fs. 575/602, describió los antecedentes del
caso y los agravios presentados por las defensas y,
posteriormente, argumentó en favor del rechazo de los recursos por
ellas impetrados.
9°) Que a fs. 491/507 vta. el doctor Sebastián Olmedo
Barrios, defensor de Jorge Alberto Errecaborde y Roberto Eduardo
Guitián, denunció como “hecho nuevo” la parcialidad de los jueces
Carlos Alberto Rozanski y César Álvarez con relación a su
actuación en el marco de la causa de marras, acompañando
documentación en sustento de sus afirmaciones y solicitando que se
declare la nulidad del juicio llevado a cabo contra sus ahijados
procesales.
10°) Que en la audiencia realizada en la oportunidad
prevista por los artículos 465 y 468 del ritual, participó el
defensor público oficial de Juan Carlos Herzberg, Carlos José
Ramón Schaller y Luis Rocca, doctor Guillermo A. Todarello, quien
se remitió al recurso de casación interpuesto por su antecesor en
la instancia y a las presentaciones traídas durante el término de
oficina.
En particular, manifestó que iba a dar respuesta al
remedio casatorio incoado por la querella contra las absoluciones
dictadas por el tribunal de origen respecto de Schaller y Rocca.
Al respecto, señaló que los casos por los que fueron
absueltos esos dos imputados aparecen incorporados mediante el

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proceso de ampliación de la acusación (art. 381 CPPN) y que, en


esa oportunidad, el voto minoritario del doctor Castelli postuló
la nulidad de aquella medida, mientras que los magistrados Álvarez
y Rozanski la aceptaron. Luego, el juez Álvarez votó por la
absolución, criterio que la querella criticó por entenderlo
contradictorio. Sin embargo, esa defensa afirmó que la decisión de
ampliar la acusación y luego absolver no es contradictoria, pues
más allá de su oposición a la ampliación, deviene razonable la
decisión desincriminatoria tomada por el magistrado, toda vez que
no se tuvo por probado que las víctimas Luis Eduardo Bloga, Luis
Córdoba, Miguel Reinaldo Aguirre y Juan Alejandro Aguirre hayan
estado detenidas en el ámbito de la Prefectura Naval Argentina.
Asimismo, adujo que en el caso de Bloga –por el que se amplió la
acusación respecto de Rocca- siquiera se logró comprobar dónde
estuvo detenido.
Adunado a ello, destacó que se remitieron actuaciones
para continuar con la investigación de esos casos, motivo por el
cual no se podría enunciar, en la hipótesis, un supuesto de
impunidad.
Así, solicitó que se rechace el recurso interpuesto por
el acusador privado.
En segundo lugar, los defensores particulares de Roberto
Eduardo Fernando Guitián, doctores Gerardo Ibáñez y Carmen María
Ibáñez presentaron breves notas.
Luego de sustentar la admisibilidad del recurso de
casación oportunamente interpuesto, retomaron los agravios
esgrimidos por la anterior asistencia técnica en cuanto a la
“violación” al principio de legalidad e irretroactividad de la ley
penal más gravosa, postulando la extinción de la acción por
prescripción.
De otra parte, en lo que atañe a la alegada
inaplicabilidad de la figura del genocidio, adhirieron a las

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consideraciones formuladas por el vocal Castelli en su voto, por
entender que afecta gravemente el principio de legalidad.
Por otro lado sostuvieron que se aplicó retroactivamente
la figura de la desaparición forzada de personas y que
correspondía declarar la nulidad de las ampliaciones acusatorias
por afectación al principio de congruencia.
A continuación, argumentaron a favor de la arbitraria
valoración de la prueba efectuada en la sentencia recurrida,
señalando, en particular, que el BIM 3 “no fue un centro
clandestino de detención” y criticando las declaraciones de los
testigos en el juicio oral y público. En particular, indicaron
que: “cuando un testigo-víctima, después de cuarenta y pico de
años, con toda la información que ha intoxicado esa memoria,
sostiene que ha estado en un lugar, el tribunal debió analizar con
una lupa más importante”.
Puntualmente, cuestionaron la inclusión de los casos de
Reina Ramona Leguizamón y Martha Isabel Cáneva en la
irregularmente admitida ampliación acusatoria y señalaron que la
actuación de Guitián en los homicidios de Miguel Orlando Galván
Lahoz y Roberto Pampillo se desarrolló “en el cumplimiento de un
acto del servicio y en el cumplimiento de su deber”.
Concluyeron solicitando se revoque la sentencia impugnada
y que se tenga presente la reserva federal.
Por su parte, la defensa particular de Jorge Alberto
Errecaborde, doctor Sebastián Olmedo Barrios, presentó breves
notas en las que volvió a destacar la denuncia efectuada por esa
parte por ante el Consejo de la Magistratura de la Nación por
“manifiesta arbitrariedad” con relación a la actuación de los
magistrados Álvarez y Rozanski y a alegar, en esa inteligencia, la
violación a la garantía de imparcialidad del juzgador.
Luego, retomó los argumentos en favor de la prescripción
de la acción penal y las críticas esgrimidas en lo concerniente a
las declaraciones testimoniales prestadas en el juicio oral y
público.

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Sala II
Causa Nº FLP 17/2012/TO1/29/CFC12
“VAÑEK, Antonio y otros s/ recurso
de casación”
Cámara Federal de Casación Penal

Asimismo, sostuvo que afirmar que su ahijado procesal


“era responsable de lo ocurrido a las supuestas víctimas por razón
de competencia funcional o material” resulta falso. Indicó que la
participación de Errecaborde en los hechos “el tribunal la
acredita con las constancias de haber estado destinado en la zona
o con los dichos de testigos que aluden a circunstancias que no
demuestran absolutamente nada en contra de [su] defendido […]”,
puntualizando que: “puede apreciarse una diferencia entre los
testimonios de los familiares y amigos de las víctimas”.
Por todo ello, solicitó que se revoque la condena de
Errecaborde por carecer de fundamento suficiente y por haberse
omitido, a su favor, la eventual aplicación de los principios de
inocencia y de in dubio pro reo.
A su turno, participó de la audiencia el doctor Adolfo
Pedro Griffo, abogado por la parte querellante Secretaría de
Derechos Humanos de la Nación, aclarando que no iba a expedirse
respecto de los agravios sobre la vigencia de la acción penal y
demás planteos reiterados que ya fueron tratados en la sentencia.
En cuanto al planteo defensista por violación al
principio de igualdad de armas por la intervención de esa querella
y a la alegación de que el Ministerio Público Fiscal es el único
titular de la acción, sostuvo, por una parte, que aquel agravio
era extemporáneo al momento de introducirlo en el debate, pues la
participación de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación
fue expresamente aceptada desde el inicio de las actuaciones.
Además, señaló que dicho cuestionamiento ya fue respondido y que,
al respecto, rige el principio de preclusión.
Sin perjuicio de esta cuestión procesal, puntualizó que
el Ministerio Público Fiscal no representa al Poder Ejecutivo de
la Nación sino los intereses de la sociedad toda, cuya
intervención tiene relevancia en estos casos para salvaguardar de
la responsabilidad internacional del Estado en estos juicios. A
mayor abundamiento, indicó que el Informe del Comité de Derechos

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Humanos del año 2010 para la Argentina, así como la ley N° 22.520
y el decreto PEN N° 1020/2006 autorizan a la Secretaría de
Derechos Humanos a presentarse en estos juicios, haciendo hincapié
en que la constitucionalidad de dichas normas no fue cuestionada.
Por último, apuntó que la defensa no explicó de qué modo
el derecho de defensa de sus pupilos se vio afectado en el caso en
concreto.
De otra parte, expuso acerca del planteo por violación al
principio congruencia y al de irretroactividad de la ley penal por
la aplicación de la figura de desaparición forzada de personas.
En primer término, en cuanto al cuestionamiento de las
defensas referido a que el cambio de subsunción jurídica habría
agregado un “elemento adicional” solo presente en la figura de
desaparición forzada de personas y no en la privación ilegítima de
la libertad —la negativa a dar información sobre el paradero de la
víctima—, sostuvo que el principio de congruencia salvaguarda la
incolumidad de los hechos y no de las calificaciones jurídicas.
Sobre esta sustancia, señaló que la descripción de las
conductas reprochadas a los imputados fue clara y no varió a lo
largo de todo el proceso, respetándose el principio de
congruencia, pues no cambió la plataforma fáctica. En ese sentido,
insistió en que no hubo vulneración de derecho de defensa, toda
vez que los acusados conocían la imputación y siempre se mencionó
que las víctimas aún continúan desparecidas, extremo que no
resultó sorpresivo, y que tuvieron la posibilidad de producir
prueba.
Por otro lado, en lo que atañe al planteo de violación al
principio de irretroactividad de la ley penal por aplicación del
tipo penal en cuestión, entendió que el tribunal fue claro en la
sentencia al considerar que dicho principio no fue vulnerado, toda
vez que las conductas reprochadas ya se encontraban prohibidas en
el ámbito internacional, como así también en la legislación
interna en nuestro CP y en el derecho de gentes. Agregó que el
tipo penal explicitado en la acusación y recogido por el a quo es

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“VAÑEK, Antonio y otros s/ recurso
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más específico. En abono de su postura, hizo referencia al voto


del doctor Maqueda en el fallo “Simón”, previo a la ley que
incorpora la figura de desaparición forzada de personas en nuestra
legislación interna.
A continuación, expuso en la audiencia la doctora
Guadalupe Godoy, abogada por la Liga Argentina Por los Derechos
del Hombre, Unión por los Derechos Humanos de La Plata y por los
demás querellantes, advirtiendo que el acto procesal que se estaba
realizando se estaba celebrando seis años después del dictado de
la sentencia, que habían fallecido tres imputados y varias
víctimas y que, por ello, solicitó una pronta resolución,
manifestado su preocupación ante la posibilidad de que se ordenan
remisiones.
Luego de adherir a la exposición del doctor Griffo,
entendió que constituyen una ofensa profunda las acusaciones
genéricas del doctor Sebastián Olmedo Barrios sobre los “testigos-
víctimas”, sobre la denunciada preparación de testigos y al argüir
que los mismos tuvieron una “memoria intoxicada” al declarar.
Con relación a los casos de Cáneva y Leguizamón, advirtió
una contradicción en la fundamentación del doctor Ibánez,
señalando que el nombrado abogado leyó párrafos que no pertenecen
al voto del juez Rozanski, sino a la acusación de la querella
“Justicia Ya!”.
En cuanto a la ampliación de la acusación, manifestó que
la arbitraria fragmentación de las causas atenta contra la
eficacia probatoria y que en estos casos es razonable un solo
proceso. Hizo hincapié en que es necesario analizar la unidad
final de acción, es decir, el plan estratégico global que estaba
dirigido a terminar con parte de la población.
Más allá de ello, entendió que a mayor cantidad de casos
también le corresponde una mayor posibilidad de conformar
comunidad probatoria y una más amplia defensa en juicio.

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Agregó que, en la hipótesis, la ampliación de la
acusación fue efectuada respetando los derechos de las víctimas,
la tutela judicial efectiva y el debido proceso.
En lo concerniente a la permanencia de Leguizamón y
Cáneva en el BIM 3, se remitió a la presentación de Laura Lence
(Universidad Nacional de la Plata), quien efectuó un trabajo de
recolección de los testimonios, especialmente sobre la persecución
del movimiento obrero en Berisso y Ensenada en la época de los
hechos objeto de este juicio. Asimismo, hizo referencia al
testimonio de la hija de Cáneva y a la demás prueba documental que
acredita el hecho.
Por fin, en cuanto a la calificación de los hechos de
autos como genocidio, se remitió a los términos de la sentencia en
crisis.
Asimismo, los doctores María Luz Santos Morón, Nicolás
Tassara y Pía Garralda, en representación de la querella unificada
integrada por la Asociación de Ex- Detenidos Desaparecidos,
querellantes particulares y organismos que integran el colectivo
“Justicia YA! La Plata”, presentaron breves notas, sosteniendo los
fundamentos sobre los planteos ya formulados en el recurso de
casación interpuesto oportunamente y agraviándose de los puntos
dispositivos 9, 10 y 11 del pronunciamiento atacado.
Por ese sendero, cuestionaron la arbitrariedad en la
valoración de los hechos y las pruebas relacionadas con la
responsabilidad que a Schaller, Rocca y Meza les cupo en los
episodios por los que fueron acusados y absueltos por el tribunal,
entendiendo que el a quo incurrió en una “clara contradicción”
respecto del tratamiento de los casos de Luis Córdoba, Miguel
Reinaldo Aguirre, Juan Alejandro Aguirre y Luis Eduardo Bloga.
Sostuvieron que esta errónea e insuficiente valoración de
la prueba condujo a la mayoría del tribunal a atribuir una también
“errónea” significación jurídica a los hechos materia de debate
que fueran calificados por esa parte como constitutivos del delito
de genocidio.

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Finalmente, manifestaron que la sentencia omitió


expedirse en la parte dispositiva, acerca de la ampliación de la
medida cautelar reparatoria respecto de todos los trabajadores de
ARS, Propulsora Siderurgia, Swift e YPF “víctimas del accionar
genocida, solicitada por es[a] parte en su alegato”, circunstancia
que también solicitó sea subsanada en la instancia casatoria.
Por último, presentó breves notas el representante del
Ministerio Público Fiscal ante esta instancia, doctor Raúl Omar
Pleé, pidiendo que se rechacen las impugnaciones de las defensas
por constituir, en lo sustancial, una reedición de razonamientos
ya desarrollados en la etapa previa de la causa. Señaló que los
agravios de las asistencias técnicas aparecen bien rebatidos en la
resolución que se ataca, sin que se logren conmover los sólidos
fundamentos expuestos en tal oportunidad en la que se ha dado
acabada respuesta a los agravios que ahora se reiteran ante esta
instancia, evidenciándose una mera discrepancia por parte de las
defensas, con los criterios escogidos por el juzgador, lo que
resulta insuficiente para fundar la arbitrariedad alegada.
De otra parte, adujo que esa Fiscalía “ha rebatido de
manera fundada cada uno de los cuestionamientos efectuados por los
defensores” mediante el dictamen presentado durante el término de
oficina, al que se remitió en honor a la brevedad.
En lo que respecta al “agravio nuevo” planteado por la
defensa de Carlos Ramón Schaller y Luis Rocca en su ampliación de
fundamentos, relacionado a la violación de la garantía a ser
juzgado sin dilaciones indebidas y dentro de un plazo razonable,
recordó que la Corte Suprema de Justicia de la Nación “ha
reconocido en varias oportunidades la relación existente entre el
instituto de la prescripción y el derecho de ser juzgado dentro de
un plazo razonable, como uno de los instrumentos idóneos para
hacer valer ese derecho”. Por ello, entendió que las razones
expuestas por el Máximo Tribunal al tratar la cuestión relativa a
la extinción de la acción penal por prescripción “determinan

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también, en el caso, el rechazo del agravio relativo a la
vulneración de la garantía de plazo razonable, máxime teniendo en
cuenta que la consecuencia inmediata de aplicar la pretensión del
recurrente sería, lógicamente, la extinción de la acción penal,
circunstancia que colisiona con los criterios fijados en los
precedentes ‘Priebke’, ‘Arancibia Clavel’, ‘Simón’ y ‘Mazzeo’”.
Agregó que: “no basta la sola invocación de determinado
lapso para afirmar la irrazonabilidad de la duración del proceso”,
puesto que: “de acuerdo a la interpretación que han realizado los
órganos internacionales competentes para su aplicación, la
garantía en cuestión no consiste en una regla matemática que
permita medir, a ciencia cierta, la razonabilidad del plazo, sino
que, por el contrario, en una norma elástica de ponderación de las
diversas variables involucradas”.
Así, en cuanto a los parámetros a valorar para
interpretar esta garantía que los recurrentes dicen afectada,
recordó que se ha dicho que es preciso tomar en cuenta, para
determinar la razonabilidad del plazo en que se desarrolla un
proceso: a) la complejidad del asunto, b) la actividad procesal
del interesado y c) la conducta de las autoridades judiciales y
que, en tales condiciones, “no se advierte, ni tampoco demuestra
la defensa, que los tiempos procesales impresos al presente
proceso fueran irrazonables, ya que sólo se limita a invocar la
transgresión de la garantía en cuestión, pero sin hacerse cargo de
acreditar la vulneración que alega, mediante un análisis detallado
del trámite del presente proceso”.
Para finalizar, refirió que en los casos en los que se
imputan al acusado delitos calificados como de lesa humanidad “se
encuentra comprometida la responsabilidad internacional del Estado
Argentino, que debe garantizar el juzgamiento de todos los hechos
de esas características, de acuerdo con el derecho internacional
vinculante para nuestro país”. Y que esa responsabilidad
internacional “no se agota con la obligación de investigar y
juzgar a los responsables de los crímenes de lesa humanidad

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ocurridos en el país en el período histórico que relevan las


presentes actuaciones, sino que se extiende también en el deber de
sancionar a sus responsables, tal como surge de los precedentes de
la Corte Interamericana de Derechos Humanos”.
En virtud de todo lo expuesto, afirmó que ninguno de los
recurrentes logró demostrar la vulneración de las garantías
constitucionales que invocan, correspondiendo, en consecuencia,
los rechazos de los recursos de casación interpuestos.
-III-
11°) Que, sentado lo expuesto, corresponde señalar que
los recursos de casación interpuestos son –por vía de principio-
formalmente admisibles. Están dirigidos contra una sentencia de
carácter definitivo (art. 457 del CPPN) y se han invocado agravios
fundados en la inobservancia de la ley sustantiva y procesal (art.
456, incs. 1° y 2° del ritual).
Así, el examen de la sentencia debe abordarse a la luz de
los parámetros establecidos por la Corte Suprema de Justicia de la
Nación en Fallos: 328:3399 (“Casal, Matías Eugenio”), que impone
el esfuerzo por revisar todo lo que sea susceptible de revisar o
sea, de agotar la revisión de lo revisable (cfr. considerando 23°
del voto de los jueces Petracchi, Maqueda, Zaffaroni y Lorenzetti;
considerando 11° del voto del juez Fayt y considerando 12° del
voto de la jueza Argibay), y conforme los estándares establecidos
por la Corte Interamericana de Derechos Humanos en el caso
“Mohamed vs. República Argentina” (sentencia del 23 de noviembre
de 2012, sobre Excepción Preliminar, Fondo, Reparaciones y Costas,
párr. 162).
Es que, en pos de garantizar la revisión de la sentencia
definitiva de conformidad con los artículos 8.2.h de la Convención
Americana sobre Derechos Humanos y 14.5 del Pacto Internacional
sobre Derechos Civiles y Políticos (artículo 75, inc. 22, CN), “el
art. 456 del Código Procesal Penal de la Nación debe entenderse en
el sentido de que habilita a una revisión amplia de la sentencia,

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todo lo extensa que sea posible al máximo esfuerzo de revisión de
los jueces de casación, conforme a las posibilidades y constancias
de cada caso particular y sin magnificar las cuestiones reservadas
a la inmediación, sólo inevitables por imperio de la oralidad
conforme a la naturaleza de las cosas” (considerando 34°, del
citado precedente del cimero tribunal).
De otra banda, en cuanto a la introducción de nuevos
planteos por las partes en esta instancia, cabe señalar que el
derecho de defensa en juicio, comprensivo del derecho al recurso,
impone su tratamiento por este tribunal. En este sentido ha
sostenido esta Sala que: “si bien las instancias recursivas se
rigen por el principio dispositivo y se encuentran, por ello,
sujetas al cumplimiento de requisitos legales, esas condiciones no
pueden estar sujetas a fórmulas de tal rigor que conviertan en
ilusorios derechos de raigambre constitucional (arts. 8, inc. 2,
ap. h), C.A.D.H.; 14, inc. 5, P.I.D.C.P. y 75, inc. 22, C.N.). El
criterio amplio en orden a la aceptación de los agravios
introducidos en la audiencia de informes ha sido confirmado por la
C.S.J.N. en los casos ‘Catrilaf’ (c.2979, expte. XLII, rta.:
26/06/2007), ‘Rodríguez’ (expte. R.764.XLIV, rta.: 09/03/2010);
entre otros” (cfr. causa N° 15496, caratulada: “Acosta, Jorge
Eduardo y otros s/ recurso de casación”, reg. N° 630/14, rta. el
23/04/2014).
Asimismo, no debe soslayarse que la garantía de revisión
del pronunciamiento que pone fin al proceso también corresponde a
la querella y se encuentra íntimamente vinculada, a su respecto,
con la obligación del estado argentino de investigar los hechos, e
identificar, juzgar y, en su caso, sancionar a los responsables,
para de esta manera garantizar el derecho a la verdad de las
víctimas (Fallos: 329:5994, y en el mismo sentido esta Sala in re
“Riveros, Santiago Omar y otros s/ recurso de casación”, causa N°
11515, rta. el 7/12/12, reg. N° 20904; “Menéndez, Luciano Benjamín
y otros”, causa FCB 97000408/2012/TO1/CFC1, rta. el 14/05/2019,
reg. N° 955/19, entre otros).

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En esta línea se ha pronunciado la Corte IDH, en


reiteradas oportunidades, sosteniendo que: “el derecho a la verdad
se encuentra subsumido en el derecho de la víctima o sus
familiares a obtener de los órganos competentes del Estado el
esclarecimiento de los hechos violatorios y las responsabilidades
correspondientes, a través de la investigación y el juzgamiento
que provienen de los artículos 8 y 25 de la Convención” (Corte
IDH, Caso “Bámaca Velásquez Vs. Guatemala”, Reparaciones y Costas,
Sentencia de 22 de febrero de 2002, Serie C N° 91, párr. 201).
En similar sentido, en el caso “Bulacio Vs. Argentina” se
señaló que: “[e]sta manera de ejercer los medios que la ley pone
al servicio de la defensa, ha sido tolerada y permitida por los
órganos judiciales intervinientes, con olvido de que su función no
se agota en posibilitar un debido proceso que garantice la defensa
en juicio, sino que debe además asegurar en tiempo razonable, el
derecho de la víctima o sus familiares a saber la verdad de lo
sucedido y que se sancione a los eventuales responsables” (Corte
IDH; Caso “Bulacio Vs. Argentina”; Fondo, Reparaciones y Costas,
Sentencia de 18 de Septiembre de 2003; Serie C N° 100; párr. 114).
Y agregó que: “[e]l derecho a la tutela judicial efectiva exige
entonces a los jueces que dirijan el proceso de modo de evitar que
dilaciones y entorpecimientos indebidos, conduzcan a la impunidad,
frustrando así la debida protección judicial de los derechos
humanos” (ibidem, párr. 115).
Por otro andarivel, resulta aplicable la doctrina del
alto tribunal en el precedente “Di Nunzio, Beatriz Herminia”
(Fallos: 328:1108), según la cual esta Cámara está llamada a
intervenir “siempre que se invoquen agravios de naturaleza federal
que habiliten la competencia de esta Corte, por vía extraordinaria
en el ámbito de la justicia penal nacional conforme el
ordenamiento procesal vigente, estos deben ser tratados
previamente por la Cámara Nacional de Casación Penal, en su
carácter de tribunal intermedio, constituyéndose de esta manera en

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tribunal superior de la causa para la justicia nacional en materia
penal, a los efectos del art. 14 de la ley 48” (Considerando 13°).
Lo hasta aquí delineado, descarta entonces las censuras
respecto de la admisibilidad del recurso de la parte acusadora,
esbozadas por la defensa de Carlos José Ramón Schaller y Luis
Rocca en su presentación en los días de oficina en ante esta
instancia; más aún cuando la parte impugnante ha invocado la
arbitrariedad de la sentencia y se encuentra legitimada para
intervenir también a la luz de las previsiones del art. 460 (en
función del primer inciso del art. 458) del ceremonial.
-IV-
12°) Que, in primis, corresponde adentrarse en el
análisis de las críticas deducidas por las defensas de Juan Carlos
Herzberg, Carlos José Ramón Schaller, Luis Rocca, Jorge Alberto
Errecaborde y Roberto Eduardo Fernando Guitián que se dirigen a
cuestionar la vigencia de la acción penal, la supuesta vulneración
del principio de legalidad, la pretendida inconstitucionalidad de
la ley N° 25.889 y la alegada validez de las leyes de “Obediencia
Debida” y “Punto Final”, las cuales -se adelanta- habrán de ser
desestimadas.
Al respecto, cabe apuntar que los planteos articulados
por los impugnantes ya han sido homogéneamente resueltos por la
Corte Suprema de Justicia de la Nación (Fallos: 327:3312;
328:2056, entre tantos otros), las cuatro Salas de esta Cámara
(cfr. Sala I, causa N° 7896, caratulada: “Etchecolatz, Miguel
Osvaldo s/ recursos de casación e inconstitucionalidad”, rta. el
18/05/07, reg. N° 10488; causa N° 7758, caratulada: “Simón, Julio
Héctor s/ recurso de casación”, rta. el 15/05/07 y causa N° 9517,
caratulada: “Von Wernich, Christian Federico s/ recurso de
casación”, rta. el 27/03/09, reg. N° 13516; Sala III, causas N°
9896, caratulada: “Menéndez, Luciano Benjamín y otros s/recurso de
casación”, rta. el 25/08/10, reg. N° 1253/10 y N° FTU
81810081/2012/TO1/CFC3, caratulada “Albornoz, Roberto Heriberto y
otros s/rec. de casación”, rta. el 31/08/2018, reg. N° 1063/18;

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Sala IV causa N° 12821, caratulada: “Molina, Gregorio Rafael


s/recurso de casación”, rta. el 17/02/12, reg. N° 162/12; y de
esta Sala causa N° 12652, caratulada: “Barcos, Horacio Américo s/
recurso de casación”, rta. el 23/03/12, reg. N° 19754; causa N°
10431, caratulada: “Losito, Horacio y otros s/ recurso de
casación”, rta. el 18/04/12, reg. N° 19853; causa N° 15496,
caratulada: “Acosta, Jorge Eduardo y otros s/ recurso de
casación”, reg. N° 630/14, rta. el 23/04/14 y causa N° FCB
97000408/2012/TO1/CFC1, caratulada: “Menéndez, Luciano Benjamín y
otros s/ recurso de casación”, rta. el 14/05/19, reg. N° 905/19,
entre muchas otras) y por el derecho penal internacional (Vgr. el
Estatuto de la Corte Penal Internacional y la jurisprudencia
emanada de ese órgano, entre muchos otros).
Así, de los recursos casatorios no emergen argumentos
plausibles de confutar o ameritar una revisión del criterio
relativo a la existencia de un sistema de derecho común e
indisponible para todos los estados, cuyo origen se remonta, al
menos, a los primeros años subsiguientes a la segunda guerra
mundial, cuyo contenido, reconocido e inserto en nuestra carta
fundamental con más la legislación y jurisprudencia de los
tribunales internacionales, reúne -como se dijo- la
imprescriptible e inderogable obligación de investigación y
sanción de los delitos de esta laya (cfr. esta Sala in re “Brusa,
Víctor Hermes y otros s/ recurso de casación”, causa N° 12314,
rta. 19/5/12, reg. N° 19959; causa N° FCB 97000408/2012/TO1/CFC1,
caratulada: “Menéndez, Luciano Benjamín y otros s/ recurso de
casación”, rta. el 14/05/19, reg. N° 955/19 y “Saint Amant, Manuel
Fernando y otros s/ recurso de casación”, causa N° FRO
82000/10/CFC15, rta. el 09/09/19, reg. N° 1689/19, entre otros).
Este deber, que se erige como imperativo jurídico para
todos los poderes estaduales, tiene primacía sobre cualquier
disposición en contrario de los ordenamientos jurídicos locales,

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ocupando por tanto la posición más alta entre todas las otras
normas y principios, aun las del derecho interno.
En lo atingente al carácter imprescriptible de conductas
como las juzgadas en este proceso, la Corte Suprema de Justicia de
la Nación ha dicho que la “convención sólo afirma la
imprescriptibilidad, lo que importa el reconocimiento de una norma
ya vigente (ius cogens) en función del derecho internacional
público de origen consuetudinario. De esta manera, no se fuerza la
prohibición de retroactividad de la ley penal, sino que se
reafirma un principio instalado por la costumbre internacional,
que ya tenía vigencia al tiempo de comisión de los hechos”
(Fallos: 327:3312, Considerando 28°).
En punto a la pretensión de las defensas de descartar la
subsunción de las conductas de sus asistidos en las figuras
previstas en instrumentos internacionales, con invocación del
principio de legalidad, el alto tribunal ha sostenido también que
las cláusulas de los tratados modernos gozan de la presunción de
su operatividad “por ser, en su mayoría, claras y completas para
su directa aplicación por los Estados partes e individuos sin
necesidad de una implementación directa” y “la modalidad de
aceptación expresa mediante adhesión o ratificación convencional
no es exclusiva a los efectos de determinar la existencia del ius
cogens. En la mayoría de los casos, se configura a partir de la
aceptación en forma tácita de una práctica determinada” (Fallos:
318:2148, voto del juez Bossert)”.
Asimismo, indicó que: “al momento de los hechos, el
Estado argentino ya había contribuido a la formación de la
costumbre internacional a favor de la imprescriptibilidad de los
crímenes contra la humanidad” (conf. Fallos: 318:2148, voto del
juez Bossert, considerando 88° y siguientes) y determinó que: “de
acuerdo con lo expuesto y en el marco de esta evolución del
derecho internacional de los derechos humanos, puede decirse que
la Convención de Imprescriptibilidad de Crímenes de Guerra y Lesa
Humanidad, ha representado únicamente la cristalización de

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principios ya vigentes para nuestro Estado Nacional como parte de


la Comunidad Internacional” (Fallos: 327:3312, Considerandos 30° a
32°).
Finalmente, señaló que: “la calificación de los delitos
contra la humanidad no depende de la voluntad de los Estados
nacionales” y que: “las fuentes del derecho internacional
imperativo consideran como aberrantes la ejecución de cierta clase
de actos y, por ello, esas actividades deben considerarse
incluidas dentro del marco normativo que procura la persecución de
aquellos que cometieron esos delitos” (cfr. Fallos: 328:2056, voto
del juez Maqueda, Considerandos 56° y 57°).
Se ha dicho asimismo que: “la extrema gravedad de ciertos
crímenes, acompañada por la renuencia o la incapacidad de los
sistemas penales nacionales para enjuiciarlos, son el fundamento
de la criminalización de los crímenes en contra de la humanidad
según el Derecho Internacional” (Ambos, Kai, “Temas de Derecho
penal internacional y europeo”, Marcial Pons, Madrid, 2006, p.
181). También, que se trata de un mandato de justicia elemental,
siendo que: “la impunidad de las violaciones de los derechos
humanos (culture of impunity) es una causa importante para su
constante repetición” (cfr. Werle, Gerhard, “Tratado de Derecho
Penal Internacional”, Tirant lo Blanch, Valencia, 2005, p. 84).
Los antecedentes expuestos permiten concluir, sin
hesitación, que la imprescriptibilidad de estos crímenes no deriva
de una categorización ad hoc y ex post facto, como parecen sugerir
los recurrentes y, en suma, conlleva a descartar los planteos que
giran en torno de la prescripción de la acción y los que se
yerguen en la afectación al principio de legalidad.
Así, las alegaciones que plantean las defensas en favor
de su pretensión de clausurar la acción por prescripción ya han
sido objeto de oportuna consideración en los precedentes antes
mencionados.

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Aunado a ello, la invocación de lo resuelto en una
decisión aislada de un tribunal extranjero -el caso “Aussaresses”
de la Sala Criminal de la Corte de Casación de Francia- efectuada
por el defensor de Jorge Alberto Errecaborde y Roberto Eduardo
Fernando Guitián, no constituye antecedente con mayor entidad para
conmover aquellos argumentos expresados por el cimero tribunal
nacional ni, en definitiva, los que en el derecho internacional
dan sustento suficiente a la doctrina de la imprescriptibilidad de
estos crímenes, que en ese ámbito se encuentra a esta altura del
desarrollo universal, como se dijo, suficientemente arraigada y
consolidada (cfr. causa N° 15496, caratulada: “Acosta, Jorge
Eduardo y otros s/ recurso de casación”, supra cit.).
Por lo demás, se tiene presente que el máximo tribunal
nacional, en situaciones análogas, ha rechazado por insustanciales
los planteos que pretenden la revisión de la doctrina sentada en
Fallos: 327:3312 y 328:2056, cuando el recurrente no ofrece nuevos
argumentos que ameriten una nueva evaluación de lo decidido (cfr.
causa E. 191. L° XLIII, “Etchecolatz, Miguel Osvaldo s/ recurso
extraordinario”, sentencia del 17/02/2009).
En definitiva, corresponde rechazar los agravios
deducidos sobre estos extremos.
13°) Que en cuanto atañe a los planteos esgrimidos
durante los días de oficina por la defensa de José Ramón Schaller
y Luis Rocca por vulneración del derecho de sus pupilos a ser
juzgados en un plazo razonable, vale recordar que el órgano
sentenciante, a la hora de responder el planteo reeditado por la
asistencia técnica en esta instancia, argumentó que, en la
hipótesis, “acuden circunstancias que deben ser consideradas a la
hora de evaluar la razonabilidad de la duración del proceso. La
primera de ellas es que el plazo se debe computar desde el inicio
de las actuaciones y no desde la fecha de los hechos o el
advenimiento de la democracia, tal como parece sugerirlo la
defensa” (fs. 26 vta.).

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Sala II
Causa Nº FLP 17/2012/TO1/29/CFC12
“VAÑEK, Antonio y otros s/ recurso
de casación”
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Además, el a quo puso de relieve “las concretas


circunstancias del caso, valorando la complejidad de este tipo de
procesos y sobre todo remarcando el hecho de que los propios
funcionarios públicos que se valieron de la estructura de poder
estatal llevaron a cabo las graves violaciones a los derechos
humanos, y con el fin de garantizar su impunidad, ocultaron toda
clase de rastros de los delitos llevados adelante e, incluso, el
destino final de muchas personas de quienes, hasta el día de la
fecha, se desconoce su destino, tal como surge expresamente de la
presente causa” (ibidem).
Por último, en la pieza sentencial se valoró que: “[l]a
defensa no ha fundado además, en qué consiste la demora o dilación
en la que se incurrió a partir de las concretas circunstancias de
la causa” (ibidem).
En ese marco, en tanto la cuestión debatida recibió una
adecuada respuesta por parte del tribunal de juicio, que no logró
ser desbaratada por los argumentos reeditados en esta instancia
por la defensa, cabe sin más memorar que, respecto de hechos como
los juzgados en la presente causa, el cimero tribunal ha
puntualizado que el estado argentino debe -de conformidad con el
derecho internacional que lo vincula- garantizar su juzgamiento,
por cuanto el incumplimiento de tal obligación compromete su
responsabilidad internacional (Fallos: 328:2056 y 330:3248).
Por cierto, la mencionada obligación no apareja la
cancelación de la garantía a ser juzgado en un plazo razonable,
sino -antes bien- la necesaria ponderación judicial de ambos
intereses de rango superior en su vinculación dialéctica (cfr.
esta Sala in re: “Losito, Horacio y otros s/ recurso de casación”,
supra cit., voto de los jueces David y Slokar; y mutatis mutandi
mi voto en la causa N° 13652 de la Sala III, “Videla, Jorge Rafael
s/ control de prórroga de prisión preventiva”, rta. el 30/12/2011,
reg. N° 2045/11).

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A su vez, ha sostenido el máximo tribunal al pronunciarse
respecto al plazo razonable de la prisión preventiva que: “el
principio republicano de gobierno impone entender que la voluntad
de la ley, cuando permite exceder el plazo ordinario, no es la de
abarcar cualquier delito, sino los delitos más graves y complejos
de investigar, o sea, en particular aquellos contra la vida y la
integridad física de las personas, cuya protección penal debe
privilegiarse y cuya impunidad acarrea gran alarma social y
desprestigia en máxima medida la función tutelar del Estado”
(Fallos: 335:533, Considerando 21°). Y agregó: “[a] la magnitud de
la excepción corresponde una pareja delimitación por gravedad y
complejidad de los hechos bajo juzgamiento, pues lo contrario
implicaría anular virtualmente el carácter excepcional de la
norma” (ibidem).
Continuó señalando que: “la reapertura de los juicios por
crímenes de lesa humanidad ha puesto en funcionamiento procesos
por delitos contra esos bienes jurídicos, cometidos en muchos
casos en concurso real de múltiples hechos, cuya complejidad en
mucho mayor que los casos corrientes conocidos por los jueces de
la Nación e incluso de hechos únicos con asombrosa y
extraordinaria acumulación de graves resultados”.
Por fin, el máximo tribunal nacional remató: “[s]e suma a
ello que la Nación Argentina tiene el deber internacional de
sancionarlos y de impedir legal y jurisdiccionalmente su
impunidad” (Considerando 23°). En esa misma línea, reafirmó la
obligación nacional de sancionar estos delitos y de impedir legal
y jurisdiccionalmente su impunidad, y enunció la necesidad de
valorar entre otras cosas “la complejidad del caso” (Considerando
24°).
En definitiva, resulta insoslayable atender a la doctrina
inveterada de la Corte Suprema de Justicia de la Nación en cuanto
a que las leyes deben interpretarse siempre evitando darles un
sentido que coloque en pugna sus disposiciones destruyendo las
unas por las otras, y adoptando como verdadero el que las concilie

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“VAÑEK, Antonio y otros s/ recurso
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y deje a todas con valor y efecto (Fallos: 334:485; 331:858 y


143:118, entre muchos otros).
Así, el análisis de la cuestión relativa al derecho cuya
inobservancia denuncia la defensa no puede prescindir de los
temperamentos fijados por el alto tribunal en el mencionado
precedente “Acosta” supra cit. y en Fallos: 327:327 y 322:360
(disidencia de los jueces Petracchi y Boggiano).
Tales criterios se ajustan también a los receptados por
la Corte IDH que, al referirse al concepto de “plazo razonable”,
remitiéndose al estándar elaborado por el Tribunal Europeo de
Derechos Humanos, sostuvo que: “es preciso tomar en cuenta tres
elementos para determinar la razonabilidad del plazo en el que se
desarrolla un proceso: a) la complejidad del asunto, b) actividad
procesal del interesado y c) conducta de las autoridades
judiciales” (conf. casos “Hilaire, Constantine y Benjamín y otros
Vs. Trinidad y Tobago”, Fondo, Reparaciones y Costas, Sentencia
del 21 de junio de 2002, serie C N° 94; “Suárez Rosero Vs.
Ecuador”, Fondo, Sentencia del 12 de noviembre de 1997, serie C N°
35; y “Genie Lacayo Vs. Nicaragua”, Fondo, Reparaciones y Costas,
Sentencia del 29 de enero de 1997, serie C N° 20; entre otros,
criterio que el Tribunal de Estrasburgo ha seguido en los casos
“Katte Klitsche de la Grange v. Italy”, caso n° 21/1993/416/495,
sentencia del 27 de octubre de 1994, párr. 51; “X v. France”, caso
n° 81/1991/333/406, sentencia del 31 de marzo de 1992, párr. 32;
“Kemmache v. France”, casos n° 41/1990/232/298 y 53/1990/244/315,
sentencia del 27 de noviembre 1991, párr. 60; “Moreira de Azevedo
v. Portugal”, caso n° 22/1989/182/240, sentencia del 23 de octubre
de 1990, párr. 71).
En virtud de lo hasta aquí reseñado, no puede perderse de
vista que, entre otros puntos, la defensa omite atender que además
del tiempo trascurrido que alega, al momento de analizar la
actividad del órgano jurisdiccional debe examinarse la complejidad
y los obstáculos de la investigación, la cantidad de partes y la

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pluralidad de testigos que debieron ser citados para intervenir
durante el debate (sumando a ello que varios han fallecido), como
así también la dificultad en la recolección de los elementos de
prueba ya sea de cargo o descargo, todo lo cual repercutió en la
extensión de la etapa del juicio oral.
A resultas de lo expuesto, teniendo en cuenta que las
asistencias técnicas se limitan meramente a referenciar la
conocida doctrina del alto tribunal sobre la materia, sin relevar
las circunstancias concretas de la hipótesis, ni la complejidad de
estos procesos, los agravios esgrimidos en tal dirección deben ser
desechados.
14°) Que cabe también desestimar la cuestión articulada
por la asistencia técnica de Jorge Alberto Errecaborde y Roberto
Eduardo Fernando Guitián, relativa a la ley aplicable al trámite
de las actuaciones y, como consecuencia de ello, también a la
alegada violación a la garantía de juez natural, al argumentarse
que la ley N° 23.049 “expresamente sometía a la competencia del
Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas al personal militar […] o,
en el peor de los casos, […] de la ley 2.372” (fs. 437, énfasis
omitido).
Adujo a favor de su agravio que la participación
adjudicada a sus asistidos por el delito de homicidio “se tiene
por probada con un testimonio, que no habría servido para fundar
una condena según el antiguo régimen procesal de prueba tasada”
(fs. 437/vta.).
Al respecto, se evidencia que las alegaciones del
recurrente no alcanzan a refutar la doctrina de la Corte Suprema
de Justicia de la Nación -establecida para una hipótesis de
similares aristas al presente- según la cual “la cláusula del
artículo 18 de la Constitución Nacional que dice ‘Ningún habitante
de la Nación puede ser […] juzgado por comisiones especiales, o
sacado de los jueces designados por la ley antes del hecho de la
causa’ no brinda amparo frente a modificaciones de la ley procesal
como la que tuvo lugar en el sub examine”, pues “el verdadero

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“VAÑEK, Antonio y otros s/ recurso
de casación”
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fundamento de la formulación, en su doble aspecto, de la garantía


de los jueces naturales, consiste en la voluntad de asegurar a los
habitantes de la Nación una justicia imparcial, cuyas decisiones
no pudieran presumirse teñidas de partidismo contra el
justiciable, completando así el pensamiento de implantar una
justicia igual para todos, que informara la abolición de los
fueros personales […]. Lo inadmisible, lo que la Constitución
repudia, es el intento de privar a un juez de la jurisdicción en
un caso concreto y determinado, para conferírsela a otro juez que
no la tiene, en forma tal que por esta vía indirecta se llegue a
constituir una verdadera comisión especial disimulada bajo la
calidad de juez permanente de que se pretende investir a un
magistrado de ocasión’ (Fallos: 310:804, considerando 6°)” (cfr.
dictamen del Procurador, al que reenvió el máximo tribunal en
Fallos: 335:1305).
En esa oportunidad, también se remarcó que: “la facultad
de cambiar las leyes procesales es una atribución que pertenece a
la soberanía, y no existe derecho a ser juzgado por un determinado
procedimiento pues las leyes sobre esa materia son de orden
público, especialmente cuando estatuyen acerca de la manera de
descubrir y perseguir delitos, es compatible con la garantía del
juez natural, conforme lo expresó el Tribunal en el precedente de
Fallos: 17:22, en cuanto sostuvo ‘Que el objeto del artículo diez
y ocho de la Constitución ha sido proscribir las leyes ex post
facto, y los juicios por comisiones nombradas especialmente para
el caso, sacando al acusado de la jurisdicción permanente de los
jueces naturales, para someterlo a Tribunales o jueces
accidentales o de circunstancias: que estas garantías
indispensables para la seguridad individual no sufren menoscabo
alguno, cuando a consecuencia de reformas introducidas por la ley
en la administración de justicia criminal, ocurre alguna
alteración en las jurisdicciones establecidas, atribuyendo a
nuevos Tribunales permanentes, cierto género de causas de que

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antes conocían otros que se suprimen o cuyas atribuciones
restringen: que la interpretación contraria serviría muchas veces
de obstáculo a toda mejora en esta materia, obligando a conservar
magistraturas o jurisdicciones dignas de supresión o reformas’”
(ibidem).
A la luz de cuanto precede, no se verifica -y tampoco la
parte ha anoticiado a la instancia- cuál ha sido el concreto
perjuicio que se derivaría de la circunstancia de que las
actuaciones hayan tramitado de conformidad con las prescripciones
del Código Procesal Penal de la Nación, máxime cuando el sistema
procesal instrumentado por la ley N° 23.984 constituye un modelo
ostensiblemente más tuitivo del derecho de defensa que el
antecedente, cuya aplicación el impugnante dogmáticamente
pretende, sin demostrar menoscabo a derechos y garantías de sus
asistidos.
Por lo demás, en torno al cuestionamiento esbozado sobre
el modo de valorar la prueba y el aparente beneficio que le
hubiera reputado a la parte la aplicación del antiguo régimen
procesal de prueba tasada, se aprecia que el agravio que expresa
resulta meramente conjetural y que, sumado a cuanto se expondrá
respecto de la ponderación integral del acervo probatorio cargoso,
el planteo por su contenido hipotético deviene inverificable, lo
que sella negativamente su suerte.
15°) Que, en igual sentido, tampoco puede progresar la
alegada vulneración de la garantía de imparcialidad del tribunal
formulada por las asistencias técnicas de Juan Carlos Herzberg,
Carlos José Ramón Schaller, Luis Rocca y Alberto Errecaborde y de
Roberto Eduardo Fernando Guitián, fundada en el obrar de los
magistrados durante el debate -que rechazaron pruebas requeridas
por la defensa y a la vez admitieron la ampliación de las
acusaciones formuladas durante el debate-, invocando a favor de
sus planteos las decisiones adoptadas por los jueces Carlos
Alberto Rozanski y César Álvarez en estas y otras actuaciones.

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“VAÑEK, Antonio y otros s/ recurso
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Así, no resulta ocioso recordar que la Corte IDH se ha


pronunciado en reiteradas oportunidades respecto a esta garantía
en su sentido amplio (Corte IDH, “Caso Apitz Barbera y otros Vs.
Venezuela”, Excepción Preliminar, Fondo, Reparaciones y Costas,
Sentencia del 5 de agosto de 2008, Serie C N° 182; y “Caso del
Tribunal Constitucional Vs. Perú”, Fondo, Reparaciones y Costas,
Sentencia de 31 de enero de 2001, Serie C N° 55, entre otros) y,
en todos ellos, a partir de un análisis ex post, ha evaluado si se
advertían en el caso en concreto -a partir de la conducta de los
jueces a lo largo del proceso- las violaciones alegadas. A partir
de aquel análisis, que resulta aplicable mutatis mutandis a la
especie, serán las circunstancias concretas del caso las que, en
definitiva, determinen si aparece o no comprometida esa garantía
(cfr. esta Sala in re “Dupuy, Abel David y otros s/ recurso de
casación”, causa N° 13733, rta. el 23/12/2014, reg. N° 2663/14).
Ahora bien; con relación a los planteos de la defensa de
Herzberg, Schaller y Rocca que funda la parcialidad denunciada en
el rechazo de prueba requerida por esa parte, en primer lugar,
cabe poner de resalto que el recurrente no especifica siquiera a
qué medida probatoria concreta hace referencia, sino que –
genéricamente- formula mención a “la negativa de producir prueba
de cargo”. Desde esa perspectiva, esta alegación vaga e imprecisa
resulta insuficiente para acreditar violación alguna al principio
de imparcialidad.
No debe perderse de vista, además, que la desestimación
de las medidas de prueba se ajusta a las previsiones de los arts.
356, 357 y 388 del ritual, que establecen como potestad del
tribunal oral la decisión acerca de su admisión y rechazo
pudiendo, en ese marco, desestimar la que resulte impertinente o
superabundante.
Es del caso apuntar aquí que el mencionado órgano
jurisdiccional resultó soberano en la apreciación de la
pertinencia y utilidad de las medidas de prueba y su admisión o

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rechazo corresponde a la esfera de sus poderes discrecionales,
incensurables en casación, salvo que su ejercicio arbitrario
implique una efectiva privación de defensa, supuesto éste que no
se advierte en la especie, ni tampoco la parte ha demostrado.
De otra banda, con relación a la admisión de la
ampliación de las acusaciones efectuada durante el debate que la
mentada defensa invoca para robustecer este acápite, tampoco se
evidencia un obrar parcial de los sentenciantes pues, sin
perjuicio de lo que se propondrá infra sobre el extremo, el
tribunal oral se ajustó a las pretensiones de las querellas, sin
exceder su jurisdicción.
En suma, no se observa que los actos y disposiciones
enunciados por la referida asistencia técnica constituyan extremos
que den pábulo objetivo a una “parcialidad”, sino que antes bien
remiten a decisiones sobre la dirección del debate o respecto de
resoluciones ajustadas a las facultades de acuerdo a la normativa
que en cada caso rige (Fallos: 314:416).
Tampoco ello puede razonablemente deducirse de las
manifestaciones vertidas y de las decisiones tomadas por el
magistrado Rozanski en el marco de otras causas seguidas por
delitos de lesa humanidad a las que se hace referencia en su
impugnación.
En lo tocante a este extremo, interesa señalar que: “no
basta para fundar un planteo recusatorio [en este caso, al planteo
de parcialidad] la sola referencia a criterios jurídicos que
habrían sido expresados en pretéritas intervenciones ni la
invocación abstracta de normas que se consideran inobservadas sino
se indica -ni surge- algún elemento que demuestre que los
magistrados recusados adelantaron juicio respecto a la vinculación
del encartado con los hechos que se le imputan en la presente”
(cfr., mutatis mutandis, causa N° 16225 caratulada: “Videla, Jorge
Rafael s/ rec. de queja”, rta. el 25 de abril de 2013, reg. N°
402/13).

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“VAÑEK, Antonio y otros s/ recurso
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Asimismo, en anteriores oportunidades esta Sala sostuvo


que no resulta suficiente para demostrar la parcialidad de los
magistrados la divergente opinión de la defensa con decisiones
adoptadas por los jueces en el marco de otra causa y que tampoco
“corresponde admitir la vía intentada [cuando] no surge de modo
manifiesto qué perjuicio le ocasionó la decisión impugnada, ni se
especificó correctamente en los agravios -ante su ausencia- cómo
ella puso en jaque los derechos de los imputados” (cfr. causa N°
14832, caratulada: “Stricker, Carlos Andrés y otros s/rec. de
queja”, rta. el 14/11/2012, reg. N° 20815 y causa N° 15820,
caratulada: “Stricker, Carlos Andrés y otros s/ rec. de queja”,
rta. en la misma fecha, reg. N° 20821).
En definitiva, no existe elemento alguno que permita
inferir -y menos aún tener por comprobado- que el entonces
magistrado Rozanski adelantó su opinión o tomó posición a partir
de las causas en las que anteriormente intervino, ni se acredita
actitud alguna de la que pueda deducirse un interés particular del
juzgador con el resultado del pleito. De allí que no existen -ni
el defensor ha podido demostrar- causales subjetivas ni objetivas
que acrediten fundadamente su invocada parcialidad para intervenir
en el presente proceso y que habiliten, por ende, la pretendida
nulidad del debate (Fallos: 303:554 y 322:507, entre tantos
otros).
A idéntico destino conduce la presentación ante esta
instancia efectuada por la defensa de Errecaborde y Guitián, en la
que denunció como “hechos nuevos” extremos que resultan
insuficientes para abonar su denuncia de parcialidad por parte de
los magistrados Rozanski y Álvarez, pues también parte de
aseveraciones tan vagas como genéricas.
En esa dirección, cabe indicar que la columna de opinión
publicada por el doctor Rozanski en un periódico o su postura
junto a la del magistrado Álvarez sobre asuntos de relevancia
pública -que el impugnante alega como fundamentos de su

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pretensión-, constituyen circunstancias claramente inidóneas para
demostrar la concurrencia de una hipótesis de parcialidad como la
que se propicia (cfr., en este sentido, la Corte IDH en el “Caso
López Lone y otros Vs. Honduras”, Excepción Preliminar, Fondo,
Reparaciones y Costas, sentencia del 5 de octubre de 2015, Serie C
N° 302, párr. 157 y 165 y el Informe del Relator Especial de la
ONU sobre la independencia de los magistrados y abogados
presentado en el marco del 41° periodo de sesiones del Consejo de
Derechos Humanos).
En este mismo sentido, el alto tribunal al interpretar la
garantía constitucional de la imparcialidad del juzgador, ha dicho
que: “las causales de interés en el resultado del pleito y odio o
enemistad deben tener apoyo en circunstancias objetivamente
comprobables, con aptitud para justificar el apartamiento de los
jueces por hallarse comprometida su imparcialidad” y que esos
extremos manifiestamente no concurren si, como en el sub-examine
“quien formula tales alegaciones solo infiere una eventual
animosidad, originada en hipotéticos acontecimientos futuros sobre
la base de un artículo periodístico” (Fallos: 326:1403).
En función de lo hasta aquí desarrollado, puede
concluirse que lo decisivo en materia de garantía de imparcialidad
es establecer si, desde el punto de vista de las circunstancias
externas (objetivas), existen elementos que autoricen a abrigar
dudas con relación a la imparcialidad con que debe desempeñarse
todo juez, con prescindencia de qué es lo que pensaba en su fuero
interno, siguiendo el adagio justice must not only be done: it
must also be seen to be done (casos del Tribunal Europeo de
Derechos Humanos “Delcourt vs. Bélgica”, 17/1/1970, serie A, N° 11
párr. 31; “Cubber vs. Bélgica”, 26/10/1984, serie A, N° 86, párr.
24; Fallos: 330:2327, entre muchos), requisito que las defensas no
han logrado demostrar.
Así las cosas, luego de llevar a cabo un análisis sobre
la actuación del órgano sentenciante, se colige que las defensas
han efectuado alegaciones desprovistas de todo sustento fáctico y

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jurídico, sin lograr acreditar en forma fehaciente un obrar


parcial por parte de los magistrados ni tampoco las supuestas
circunstancias vinculadas a cómo se llevó a cabo el debate que
impliquen avasallamiento alguno de la garantía constitucional
invocada, lo que confirma la inviabilidad del planteo.
A la luz de lo analizado, los cuestionamientos efectuados
por las defensas relativos a la alegada vulneración de la garantía
de ser juzgados por un tribunal imparcial deben ser rechazados.
16°) Que también deben desestimarse las formulaciones de
las representantes de Juan Carlos Herzberg, Carlos José Ramón
Schaller y Luis Rocca atinentes a la nulidad de la sentencia por
violación a la garantía del debido proceso, del derecho de defensa
en juicio y al principio de igualdad de armas, en razón de la
intervención de las querellas en estas actuaciones.
Ello pues, en primer lugar, sus agravios se basan en la
reedición de los planteos que ya han tenido adecuada respuesta en
la instancia anterior, sin que el impugnante logre demostrar el
desacierto de la decisión ni una concreta afectación a los
principios que invoca.
Al respecto, se impone recordar que el a quo ha brindado
debida respuesta a la defensa sobre este tópico durante el juicio
oral, en cuanto argumentó que: “la pretensión resulta improcedente
y extemporánea” pues “la intervención de las Secretarías de
Derechos Humanos de la Nación y de la Provincia de Buenos Aires,
fue expresamente aceptada por el Tribunal desde su inicio sin que
la parte que ahora realiza el planteo la haya objetado como
correspondía, si en verdad ello la agraviaba. Los principios de
preclusión procesal y responsabilidad por los actos propios
resultarían entonces por si suficientes para rechazar el pedido”
(fs. 22 vta.).
Se remarcó en la sentencia, además, que: “el Código
Procesal Penal de la Nación autoriza expresamente la figura del

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querellante y le confiere en forma expresa facultades propias
durante el proceso”.
Sobre esa base, el a quo estableció que: “el planteo es
insuficiente, por un lado, porque no se ha impugnado la validez
constitucional de las normas que regulan esa participación ni se
ha explicado con claridad por qué motivos debiera negarse a las
áreas específicas del Poder Ejecutivo la posibilidad de
constituirse en calidad de querellante en procesos en los que se
ventilan los atentados más graves contra los propios cimientos del
Estado Democrático” (ibidem).
En esa línea, el órgano sentenciante siguió: “el
argumento relativo a la igualdad de armas no explicita la razón
por la cual ella debiera considerarse vulnerada en concreto por el
hecho de que uno o más querellantes revistan la condición de
sujeto público. En definitiva, […] resulta improcedente la crítica
en orden a la estructuración del presente proceso y a los actores
que han intervenido en él, a tenor de roles expresamente
reconocidos en la ley, básicamente porque la acusación fue
materializada por el órgano que constitucionalmente debe hacerlo y
las defensas tuvieron las respectivas oportunidades procesales
para refutarla, ofreciendo y controlando la prueba, y alegando
todo cuanto creyeran conveniente en favor de sus asistidos” (fs.
22 vta./23).
Finalmente, indicó que el reclamo también aparecía como
evidentemente tardío, en razón del momento procesal en el que fue
articulado.
Sentado ello, se impone señalar que el principio de
igualdad de armas, como garantía fundamental que resguarda el
debido proceso -art. 18 CN-, significa reconocer a las partes los
mismos medios de ataque y de defensa, implica la existencia de
idénticas posibilidades y cargas de alegación, prueba e
impugnación en el ejercicio de su ministerio. Este principio
adquiere especial relevancia durante la sustanciación del juicio

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“VAÑEK, Antonio y otros s/ recurso
de casación”
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oral y público, donde el contradictorio cobra decidido


protagonismo.
Ahora bien; esta paridad no debe ser interpretada como la
exigencia de garantizar una equiparación matemática de las partes,
sino que demanda de igualdad de oportunidades. Del derecho de
defensa en juicio se desprende que el perseguido penalmente debe
tener la posibilidad de ejercer su defensa en paridad de situación
con quien (o quienes) intentan destruir su estado de inocencia. Es
decir, que en todo proceso debe existir el mayor equilibrio
posible entre las partes, para la debida defensa de sus intereses
y derechos. En la hipótesis de autos, la defensa ha tenido
igualdad de posibilidades para ofrecer pruebas, producirlas y
controlarlas, como así también ha tenido oportunidad de defenderse
de las imputaciones formuladas por los acusadores, siendo que se
encuentran debidamente observadas, además, las formas sustanciales
del juicio exigidas por el art. 18 constitucional.
Asimismo, menester es recordar que para que la
declaración de invalidez de un acto procesal resulte procedente,
es indispensable que se verifique un perjuicio real y concreto,
esto es, que se haya producido una efectiva limitación de un
derecho. En estas condiciones, la pretensión del recurrente
aparece enderezada a una declaración de nulidad por la nulidad
misma, por cuanto no ha demostrado el perjuicio que le causan los
actos cuya invalidez pretende.
Además, la argumentación del impugnante desatiende la
doctrina emanada en el antecedente “Santillán” del cimero tribunal
(Fallos: 321:2021), que reconoció la autonomía del acusador
privado respecto del público. En esa ocasión, el máximo tribunal
explicó: “se sigue que la exigencia de acusación, como forma
sustancial en todo proceso penal, salvaguarda la defensa en juicio
del justiciable, sin que tal requisito tenga otro alcance que el
antes expuesto o contenga distingo alguno respecto del carácter

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público o privado de quien la formula (Fallos: 143:5)”
(Considerando 10°).
En esa línea de argumentación, resaltó que: “todo aquel a
quien la ley reconoce personería para actuar en juicio en defensa
de sus derechos está amparado por la garantía del debido proceso
legal consagrada por el art. 18 de la Constitución Nacional […]
asegura a todos los litigantes por igual el derecho a obtener una
sentencia fundada previo juicio llevado en legal forma” (Fallos:
268:266, Considerando 2°). Ello en el marco del derecho a la
jurisdicción consagrado implícitamente en el art. 18 de la Carta
Magna y cuyo alcance, como la posibilidad de ocurrir ante algún
órgano jurisdiccional en procura de justicia y obtener de él
sentencia útil relativa a los derechos de los litigantes (Fallos:
199:617; 305:2150, entre otros), es coincidente con el que
reconocen los arts. 8°, párrafo primero, de la Convención
Americana sobre Derechos Humanos y 14.1. del Pacto Internacional
de Derechos Civiles y Políticos” (Considerando 11°).
Tal doctrina avala la legitimidad del acusador privado de
actuar independientemente durante el desarrollo del proceso penal,
siempre y cuando haya cumplido con lo previsto por el art. 347 y
cc. del digesto de rito; por lo tanto, en el sub examine, los
querellantes se hallaban autorizados para alegar en la oportunidad
del art. 393 del CPPN, de modo que la acusación formulada por esas
partes habilitó al a quo para fallar en los casos traídos por los
acusadores privados.
A su vez, esta Sala ha sostenido, evocando la
jurisprudencia de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, que:
“las garantías constitucionales en el proceso penal amparaban no
sólo al acusado sino a todo aquél a quien la ley le reconoce
personería para actuar en juicio en defensa de sus derechos sea
que actúe como acusador o acusado, demandante o demandado’
(Fallos: 268:266)” (cfr. causa N° 9448, caratulada: “Dutelli,
Julián Esteban s/ recurso de casación”, rta. el 20/3/2012, reg. N°
19.744 y, en igual sentido, causa N° 14.149, caratulada: “Landau,

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Pablo Javier s/ recurso de casación”, rta. e1 4/06/12, reg. N°


20003).
El sistema de enjuiciamiento vigente especialmente
prescribe la formulación de acusaciones independientes de los
acusadores en las diversas etapas del proceso (Vrg. arts. 346,
347, 393 del CPPN). Es, en ese entendimiento, en el cual debe
analizarse la imputación pública y privada como acusaciones que
pueden o no coincidir en todos sus extremos, pero sí deberán
subsistir separadamente hasta la sentencia (Fallos: 321:2021)”
(causa N° 12314 caratulada: “Brusa, Víctor Hermes y otros
s/recurso de casación”, supra cit.).
En razón de lo expuesto, toda vez que no se observa de
qué manera se habrían restringido las garantías y los derechos que
aduce la defensa a partir de la participación de las partes
querellantes en la presente causa, corresponde rechazar el
agravio.
17°) Que, en otro sendero, tampoco pueden prosperar los
planteos de las defensas dirigidos contra la invocada
“indeterminación” en las acusaciones respecto de los hechos
endilgados a sus asistidos. Los agravios invocados sobre estos
extremos resultan ser una mera reedición de aquellos efectuados
oportunamente durante el juicio y a los cuales el a quo brindó
debida respuesta.
Efectivamente; de la lectura del pronunciamiento atacado
se evidencia que la respuesta del tribunal oral para arribar al
rechazo de las pretensiones defensistas resulta debidamente
fundada, al haberse comprobado que las descripciones fácticas
efectuadas en las distintas etapas procesales fueron relatadas de
forma precisa y circunstanciada y que el ejercicio del derecho de
defensa estuvo garantizado en todas las instancias.
En ese orden, corresponde recordar que el órgano
colegiado consideró que: “tanto en los alegatos como en la
acusación, e incluso al momento de las indagatorias, no solo se

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explicitaron los aspectos relativos a la modalidad comisiva que
caracterizó a los hechos ilícitos por los que se sometió a proceso
a los acusados, sino que, como corresponde, se identificaron en
forma concreta los hechos, como sucesos de la vida real,
atribuidos con todas sus circunstancias, de tiempo, modo, y lugar
y con identificación clara y especifica de las víctimas, así como
de la afectación producida a cada una de ellas” (fs. 23 vta.).
Continuó: “No es cierto entonces que en los actos
procesales cuestionados se haya remitido a valoraciones genéricas,
ni que se haya limitado la imputación a la mera existencia y
participación en un aparato de poder en cuyo contexto se
cometieron delitos sino que, por el contrario, se hizo eje, como
marca la ley, en cada uno de los casos que produjo la afectación
de cada uno de los bienes jurídicos que se estimaron afectados,
mediante una descripción clara, precisa y circunstanciada”
(ibidem).
Por último, el a quo indicó que: “[l]as indagatorias,
tanto como la acusación y los alegatos, constituyen actos
procesales únicos e indivisibles, resultando por ende insuficiente
la critica que hace eje en la lectura parcial de ellos sin hacerse
cargo, en definitiva, del sentido y alcance que deriva de su
lectura integral” (ibidem).
En función de ese razonamiento, la cuestión introducida
por las defensas, donde atribuyen a las indagatorias -aún con el
grado de provisoriedad que caracteriza a aquella etapa del
proceso- y a las acusaciones un defecto de indeterminación que,
siempre a su juicio, las invalida, es improcedente en tanto sus
alegaciones se evidencian genéricas en la hipótesis y se apartan
de las constancias de la causa.
Es que, de la compulsa de las piezas procesales
cuestionadas en modo alguno se advierten las falencias que los
recurrentes les atribuyen, sino que -de adverso- se comprueba que
han sido precisadas las circunstancias de modo, tiempo y lugar de
las conductas endilgadas a cada uno de los imputados -con la

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complejidad de las múltiples maniobras atribuidas-, por lo que se


ha dado cumplimiento a las previsiones de los arts. 294, 347 y 393
del rito, cuyos alcances luego han respetado los juzgadores en el
instrumento sentencial. En fin, no se vislumbra la alegada
imprecisión y consecuente desconocimiento de las imputaciones que
hubiese impedido el pleno ejercicio del derecho de defensa.
Por consecuencia, las circunstancias de hecho detalladas
en las indagatorias y en las acusaciones, lejos de resultar una
atribución de responsabilidad amplia como alegan los recurrentes,
demarcaron adecuadamente el sustrato fáctico de los eventos
imputados y el aporte concreto de cada uno de los imputados en
ellos. De su cotejo surge la descripción clara de los
acontecimientos imputados a los encausados, incluyendo los lugares
de comisión, las víctimas y el rol que les cupo en los hechos
criminosos allí enunciados.
De esta manera, se observa que los agravios de las
asistencias técnicas sobre estos puntos carecen de motivación
suficiente, pues se trata de simples afirmaciones que efectúan sin
enunciar qué defecto concreto advierten en las descripciones
fácticas formuladas en las distintas etapas procesales a las que
hacen alusión en sus escritos recursivos, sin lograr exhibir un
supuesto de arbitrariedad ni un yerro o el perjuicio producido a
los encartados.
En definitiva, no se configura en la hipótesis una
situación de menoscabo para las defensas de los incusos quienes,
tal como surge de las constancias de la causa, no sólo conocían la
descripción -detallada, clara y precisa- de los hechos por los que
fueron sometidos a juzgamiento, sino que también contaron con la
correlativa oportunidad de neutralizar aquellas imputaciones y
ejercer de manera efectiva su ministerio.
En estas condiciones, la pretensión de los recurrentes
aparece enderezada a una declaración de nulidad por la nulidad
misma, por cuanto no han demostrado el perjuicio que le causan los

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actos cuya invalidez se pretende. Y aquí es menester indicar, una
vez más, que para que la declaración de invalidez de un acto
procesal resulte procedente, es indispensable que se verifique un
perjuicio real y concreto, esto es, que se haya producido una
efectiva limitación de un derecho, circunstancia que no se
contrasta en autos y que conduce a descartar los presentes
planteos.
18°) Que, de otra banda, deben rechazarse los
señalamientos introducidos por las asistencias técnicas de Juan
Carlos Herzberg, Carlos José Ramón Schaller y Luis Rocca respecto
a la alegada afectación al principio de congruencia en orden a que
los acusadores requirieron la elevación de la causa a juicio
respecto de sus asistidos por el delito de privación ilegítima de
la libertad, mas luego solicitaron condena por la figura de
desaparición forzada de personas, que fue recogida en la
sentencia.
Primariamente, ha de recordarse que en el sistema
diagramado por el ordenamiento procesal de aplicación, el
requerimiento de elevación a juicio por los hechos establecidos
resulta una formulación acusatoria provisional, ya que este último
carácter sólo se alcanzará después de realizado el juicio, es
decir, producidas las pruebas que constituyen el fundamento de la
pretensión definitiva, sea condenatoria o absolutoria.
Así, se trata de una pretensión progresiva, que no se
deduce en un sólo y único acto, sino que sigue un orden
secuencial, pues se manifiesta a lo largo de la instrucción,
mediante la actividad de instar diligencias, y culmina -una vez
transcurrido el juicio oral- con la formulación de la acusación
completa, concretada en los alegatos conclusivos sobre los hechos
(cfr. esta Sala in re “Acosta”, supra cit.).
Desde esa perspectiva, una acusación válida resulta un
acto complejo que se integra con el requerimiento de elevación a
juicio y con el alegato, siendo este último el acto que se orienta

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a integrar el reproche y que concreta objetiva y subjetivamente la


pretensión (Vid. doctrina de Fallos: 329:2596).
Efectuadas estas formulaciones inaugurales e ingresando
en el análisis del extremo señalado por el impugnante con orden a
la existencia de “incongruencia” en razón del empleo del tipo de
desaparición forzada de personas en reemplazo del de privación
ilegal de la libertad, lo cierto es que los doctores Baibiene y
Griffo -en representación de las Secretarías de Derechos Humanos
de la Nación y Provincia de Buenos Aires, unificadas-, en la
oportunidad prevista por el art. 393 del ordenamiento adjetivo,
solicitaron -en lo que aquí interesa- la condena por desaparición
forzada de personas al encausado Errecaborde por los casos de
Norma Raggio Baliño, Diego Arturo Salas, Elisa Noemí Triana,
Osvaldo Enrique Busetto, Roberto de la Cuadra, Ricardo Nuez y Juan
Carlos Blasetti; a Herzberg, por el caso de Mario Horacio
Revoledo; a Guitián por los casos de Norma Raggio Baliño y Diego
Salas; y a Rocca por el caso de Juan Carlos Blasetti.
En la misma etapa procesal, por esa misma figura –
desaparición forzada de personas- también impetraron la condena de
los nombrados respecto de los mentados casos, la doctora Guadalupe
Godoy, en representación de la Liga Unión por los Derechos
Humanos, la Liga Argentina por los Derechos Humanos, Estela de la
Cuadra, Eduardo Torres, María Fernanda y Leandro Nahuel Páez; y
los doctores Pía Garralda y Nicolás Tassara, por la querella en
representación de Nilda Eloy y Margarita Cruz, por la Asociación
“Ex Detenidos Desaparecidos”, Fundación “Anahí por la Justicia, la
Identidad y los Derechos Humanos”, Carlos Alberto Zaidman, Elsa
Beatriz Pavón, Clara María Petrakos, Rosalía Isabella Valenzi y
Tania Nuez.
A la luz de lo hasta aquí analizado, cabe remarcar que la
mutación en la calificación legal sobre los hechos endilgados no
surgió del tribunal oral, sino de las alegaciones de las partes
querellantes.

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Ahora bien; se impone indicar que el principio de
congruencia, como máxima expresión de la inviolabilidad de la
defensa en juicio, importa a todo aquello que signifique una
sorpresa para quien se defiende, en el sentido de un dato con
trascendencia sobre el cual imputado y su asistencia técnica no
tuvieron la oportunidad de expedirse, controlar o enfrentar,
lesiona esa garantía (cfr. esta Sala in re “Acosta”, supra cit.).
A partir de lo supra desarrollado, se desprende que los
imputados fueron informados en la oportunidad prevista por el art.
393 del ceremonial sobre la calificación legal que se les
pretendía endilgar, sin que se vieran impedidos de refutar ni
“contra-probar” la esgrimida aplicación del tipo de desaparición
forzada de personas. En ese marco, no se advierte el perjuicio
sostenido en el libelo recursivo, dado que la calificación
jurídica atribuida fue informada en el debate por los acusadores,
habilitando así el contradictorio.
Asimismo, de un análisis de las constancias de autos
dable es vislumbrar la identidad entre la significación jurídica
referida en los alegatos y aquella por la que fueron condenados
los incusos. Es decir, existió equivalencia entre la figura legal
que fuera materia de acusación y la que la sentencia acogió, sin
observarse ni un cambio brusco ni significativo en la tipificación
de los hechos que hubiera sorprendido a las defensas y mermado sus
posibilidades reales de resistir la acusación.
En concreto, el impugnante solo apuntó de modo genérico
que los tipos penales que conformaron las acusaciones respecto de
sus pupilos violaron el principio de congruencia y que ello
impactó en el ejercicio del derecho de defensa, sin explicar de
qué forma se vulneró, esto es, sin precisar la prueba que se le
impidió producir en concreto para neutralizar la acusación,
cambiar su estrategia o cualquier otro acto propio del ejercicio
del ministerio que le compete.
En definitiva, y de acuerdo a como fueron esgrimidos los
planteos efectuados en torno a este extremo, no se evidencia en el

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sub examine una afectación al principio invocado, ya que la


defensa de ningún modo expuso en qué punto la acusación por la
figura legal de desaparición forzada de personas enrostrada en los
alegatos y dispuesta por el tribunal oral puede traducirse en un
agravio concreto para esa parte y, mucho menos, en qué medida
existiría una falta de correlación entre dicha decisión y la
solicitud de las acusaciones, en función de hechos que guardaban
identidad.
A todo evento, de la lectura de las presentes actuaciones
es dable observar que el núcleo fáctico sobre el que se asienta el
juicio de tipicidad realizado en la sentencia resulta el mismo
sobre el que se cimentaron los actos esenciales del proceso. Sólo
se advierte una modificación de la calificación legal a propuesta
de los acusadores privados planteada durante el debate, mas ello
no implicó ninguna alteración en el sustrato fáctico del caso ni
trajo aparejada indefensión para los imputados.
Por lo tanto, también el agravio aquí analizado debe ser
descartado.
19°) Que, de contrario, sí cabe acoger el planteo
esgrimido en orden a la afectación al principio de congruencia con
relación a las ampliaciones de las acusaciones por los hechos que
no se encontraban incorporados oportunamente en los requerimientos
de elevación a juicio.
En particular, se trata de la ampliación de la imputación
deducida durante el juicio por la querella Liga Argentina por los
Derechos del Hombre, Unión por los Derechos Humanos de La Plata;
Estela de La Cuadra, Eduardo Torres, María Fernanda y Leandro
Nahuel Páez, a cargo de la doctora Guadalupe Godoy, y también por
los doctores Pía Garralda y Nicolás Tassara, representando a los
querellantes Nilda Eloy y Margarita Cruz por la Asociación “Ex
detenidos desaparecidos”, Fundación “Anahí por la Justicia, la
Identidad y los Derechos Humanos”, Carlos Alberto Zaidman, Elsa
Beatriz Pavón, Clara María Petrakos, Rosalía Isabella Valenzi y

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Tania Nuez, respecto de los casos que damnificaron a Reina Ramona
Leguizamón, Marta Isabel Cáneva, Ángel Oscar Revoledo, Jorge
Alberto Arri, Jorge Estanislao Bogusa, Manuel Carrete, Ana María
Nievas, Rosa Francisca Nievas, José Luis Dervaric, Adolfo Oscar
Lanoo, Roberto Miguel Aguirre, Miguel Reinaldo Aguirre, Juan
Alejandro Aguirre, Luis Ricardo Córdoba y Eduardo Bloga.
Ello derivó, posteriormente, en las condenas del
encartado Guitián, por los casos de Reina Ramona Leguizamón y
Martha Isabel Cáneva, y de Schaller, por los hechos que
damnificaron a Ángel Oscar Revoledo, Jorge Alberto Arri, Roberto
Miguel Aguirre, Jorge Estanislao Bogusa, Manuel Carrete, Ana María
Nievas, Rosa Francisca Nievas, Adolfo Oscar Lanoo y José Luis
Dervaric. Asimismo, el encausado Rocca fue absuelto por el caso de
Luis Eduardo Bloga y Schaller también fue desvinculado respecto de
los hechos de los que resultaron víctimas Luis Córdoba, Miguel
Reinaldo Aguirre y Juan Alejandro Aguirre.
En ese marco, si bien la alegada violación a la garantía
de ne bis in idem arrimada por la defensa de Schaller durante el
término de oficina no resulta conducente –pues no se trata de una
sentencia dictada con anterioridad, que versa sobre los casos por
los cuales se amplió la acusación en el debate, ni existe una
“renovación” que habilite a invocar la infracción de tal garantía
(cfr., mutatis mutandis, Fallos: 326:2805)-, devino cierto que la
ampliación referida, en las particularidades de la especie,
menoscabó el principio de congruencia, como correlato del derecho
de defensa.
En este sentido, corresponde memorar liminarmente que,
por regla, y tal se anticipó, la acusación definida en el
requerimiento de elevación a juicio tiene lugar previo a la
dialéctica de la audiencia y servirá como límite a la pretensión
acusatoria y al poder de decisión del tribunal, que sólo podrá
ocuparse de las circunstancias fácticas allí expuestas.
En función de lo anterior, el hecho descripto en el
requerimiento de elevación a juicio, el contenido en el alegato

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final y el fijado en la sentencia deberán ser idénticos en sus


aspectos esenciales para respetar el principio de congruencia,
toda vez que el primero fija el objeto del plenario.
Así lo sostuvo la Corte Suprema de Justicia de la Nación
in re “Sircovich” (Fallos: 329:4634) y “Ciuffo” (Fallos: 330:5020)
al establecer: “El hecho que se juzga debe ser exactamente el
mismo que el que fue objeto de imputación y debate en el proceso,
es decir, aquel sustrato fáctico sobre el cual los actores
procesales desplegaron su necesaria actividad acusatoria o
defensiva”.
Desde esa perspectiva, la congruencia fáctica se exige
como tutela al ejercicio eficaz de la defensa del imputado y
garantiza la inmutabilidad e intangibilidad de la base histórica
material de la imputación para, de este modo, posibilitar que el
encausado prepare su teoría del caso. De no ser así, se estaría
violando la garantía de la defensa en juicio, ya que se le
quitaría al imputado la posibilidad de saber cuál es el evento que
se le atribuye, como así también de efectuar todos los descargos
que estime pertinentes.
Ahora bien; en la hipótesis del sub lite menester es
confrontar los hechos descriptos en los requerimientos de
elevación a juicio, en las oportunidades de ampliaciones de las
acusaciones y en los alegatos, y así observar cómo se plasman en
la sentencia.
En efecto; del cotejo de esas piezas procesales se deriva
que durante el curso del debate, estos acusadores privados
incorporaron nuevos hechos (casos) no comprendidos en los
requerimientos de elevación a juicio -verificados mediante su
falta de identidad con los allí definidos- ni subsumibles en
alguno de los supuestos de los que están taxativamente regulados
en el art. 381 del código adjetivo; en tanto, el tribunal hizo
lugar a esas ampliaciones, modificando así, palmariamente, el
factum del proceso. Así pues, la inclusión de hechos materialmente

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diferentes se hace notoria, además, a poco de advertirse el modo
en que estos nuevos casos se hicieron concurrir entre sí, en forma
real (art. 55 CP).
De otra parte, con respecto a la incorporación de estos
casos en los alegatos finales del juicio oral, menester es señalar
que lo que habilita la oportunidad prevista en el art. 393 del
CPPN, como se señaló en el considerando anterior, es el
perfeccionamiento definitivo de la pretensión punitiva, mas no la
alteración de los elementos sustanciales (los hechos) de la
imputación originaria, tal sucedió en la especie. Lo que debe
respetarse en las diferentes etapas, y no ocurrió, es la
coherencia entre la entidad fáctica atribuida.
En este punto, no es ocioso recordar que la Corte Suprema
de Justicia de la Nación, en ocasión de pronunciarse in re
“Del’Olio” (Fallos: 329:2596) sostuvo que, al darse por decaído el
derecho a responder la vista que prevé el art. 346 del rito, tal
decisión “aparejó la perdida de los derechos procesales vinculados
al acto precluido” (considerando 6°), añadiendo con un énfasis
esclarecedor que: “Si el particular ofendido no concretó
objetivamente y subjetivamente su pretensión, no podría integrar
legítimamente una incriminación que no formuló previamente”
(ibidem).
La solución dada al supuesto por el máximo tribunal
resulta de aplicación habida cuenta que, como ya se señaló, una
acusación válida es un acto complejo que se integra en momentos
procesales distintos, con el requerimiento de elevación a juicio y
con el alegato, pero que no afectan su unidad ya que ambos
constituyen un “bloque indisoluble” (cfr. considerando 14° del
voto del ministro Zaffaroni en Fallos: 327:5863).
Ha de colegirse, en definitiva, que el tribunal no estaba
habilitado para resolver sobre tal pretensión punitiva, en tanto
la legitimidad del pronunciamiento debe soportarse en la condición
esencial del inquebrantable derecho de defensa en juicio. Teniendo
ello presente, las ampliaciones de las acusaciones no debieron

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haber sido dispuestas ni los alegatos por los casos nuevos


pudieron ser recogidos en la sentencia, por no haberse mantenidos
incólumes los datos históricos originariamente atribuidos y,
luego, no haberse verificado en el juicio los presupuestos que
habilitan una acusación válida por los hechos diversos añadidos.
En base a ello, es pertinente señalar que la garantía de
defensa en juicio no puede quedar limitada a la etapa del debate
oral y público, sino que su vigencia debe extenderse a la fase
previa de discusión acerca de la ponderación de su realización, y
durante la instrucción. En ese sentido, los organismos
internacionales han ratificado la vigencia de la normativa
supranacional durante el transcurso de la investigación penal a
partir, justamente, de la constatación de la necesidad de proteger
con el mayor celo las garantías del debido proceso durante la
investigación preliminar.
En esta inteligencia, en tanto la Corte Federal en el
precedente “Tarifeño” señaló que las formas sustanciales del
juicio requieren de acusación, defensa, prueba y sentencia, cabe
concluir que el proceso no se ajustó a los mandatos
constitucionales de debido proceso (art. 18 CN).
A todo evento, corresponde remitirse también a los
argumentos esgrimidos por los representantes del Ministerio
Público Fiscal de la instancia anterior, Fiscal General doctor
Hernán Schapiro y Fiscal ad hoc doctor Juan Martín Nogueira,
quienes, en oportunidad de contestar los traslados conferidos, no
acompañaron -de forma explícita- las ampliaciones de las
acusaciones propiciadas por las querellas respectivas y
entendieron que: “no resultaban adecuadas” para la instancia de
juicio que se encontraba en curso (cfr. acta de debate de fs.
5620/5621 vta. y dictamen obrante a fs. 5641/5642).
Cabe aclarar en este punto que si bien exceptuaron de su
oposición la ampliación por el caso de la víctima Jorge Alberto
Arri –al sostener que con relación a esos hechos se había

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requerido la elevación a juicio respecto a otro imputado (Osvaldo
Tomás Méndez)-; lo cierto es que además de cuanto ya se ha
señalado, como bien destacan los agentes de la Unidad Fiscal en la
presentación ya citada, Méndez falleció meses antes del inicio del
juicio, por lo cual tampoco conformó la acusación durante la
apertura del debate ni siquiera a su respecto, menos aún con
relación a Schaller (art. 374 del ritual).
Por lo expuesto, postulo anular parcialmente la sentencia
en cuanto dispuso no hacer lugar a la nulidad de la ampliación de
la acusación por los hechos que damnificaron a las víctimas Reina
Ramona Leguizamón, Marta Isabel Cáneva, Ángel Oscar Revoledo,
Jorge Alberto Arri, Jorge Estanislao Bogusa, Manuel Carrete, Ana
María Nievas, Rosa Francisca Nievas, Adolfo Oscar Lanoo, Roberto
Miguel Aguirre y José Luis Dervaric, conforme el punto dispositivo
“PRIMERO, 10”.
En consecuencia, corresponde reenviar los autos al
tribunal de origen para que, previa sustanciación, se dicte nuevo
pronunciamiento con relación a las penas impuestas a los imputados
Schaller y Guitián, en tanto habían resultado condenados por los
casos de Jorge Alberto Arri, Ángel Oscar Revoledo, Jorge
Estanislao Bogusa, Manuel Carrete, Rosa Francisca Nievas, Ana
María Nievas, Adolfo Oscar Lanoo, José Luis Dervaric, Roberto
Miguel Aguirre -el primero-, Reina Ramona Leguizamón y Marta
Isabel Cáneva -el segundo- (puntos dispositivos “SEGUNDO: 6 y 5,
respectivamente).
Sin perjuicio de lo hasta aquí expuesto, se impone
remitir las actuaciones para que el a quo disponga lo pertinente,
con la celeridad que el caso impone y por las vías procesales
correspondientes, a fin de que sustancien todos los hechos
incluidos en las ampliaciones de las acusaciones y, de proceder,
se complete el inmediato juzgamiento y condena de quienes resulten
responsables.
Es que, también respecto de aquellos encausados que medió
absolución por casos comprendidos en las resoluciones del tribunal

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cuestionadas (casos de Miguel Reinaldo Aguirre, Juan Alejandro


Aguirre y Luis Ricardo Córdoba –respecto de Schaller- y Eduardo
Bloga –respecto de Rocca-), en tanto subsiste la pretensión
acusatoria articulada en el recurso deducido por la parte
querellante (cfr. considerando 28° del presente sufragio), no
puede soslayarse que la Corte Suprema de Justicia de la Nación ha
puntualizado, de conformidad con el derecho internacional que lo
vincula, la obligación de garantizar la identificación, el
juzgamiento y, en su caso, la sanción a los responsables de la
comisión de delitos contra la humanidad, como los investigados en
esta causa, y el incumplimiento de tal obligación compromete la
responsabilidad internacional del estado argentino (Fallos:
328:2056, 330:3248 y 329:5994).
20°) Que corresponde desestimar las alegaciones de la
defensa de Juan Carlos Herzberg, Carlos José Ramón Schaller y Luis
Rocca en cuanto postuló la nulidad del debate por haberse
vulnerado las previsiones del art. 384 CPPN, en torno de la
presencia de testigos durante la recepción de otras declaraciones
testimoniales en juicio; circunstancia que, en su opinión, se vio
agravada al ordenarse la transmisión de las audiencias por el
Centro de Información Judicial.
En efecto; se advierte que la referida norma prevé la
incomunicación de los testigos que hayan de declarar en el juicio
oral lo que, entre otras cuestiones, impide que los que estén
llamados a intervenir como tales presencien, antes de hacerlo, las
sesiones del debate. La razón de la medida se centra en evitar que
un testigo brinde su declaración condicionado o influido por lo
que ha oído deponer a otro o, en su caso, a los acusados. En
consecuencia, la forma correcta de proceder es la que señala la
ley, esto es, que los testigos permanezcan incomunicados y que
declaren de uno en uno. Empero, ello no es condición de la validez
de la prueba testifical, sin perjuicio de que, en cada caso, haya
podido producir efectos que deberán ser analizados extrayendo las

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oportunas consecuencias en orden al poder probatorio y la
credibilidad de los concretos deponentes.
Desde esa perspectiva, no puede soslayarse que si bien la
presencia del testigo en la sala de audiencias desatiende la letra
del mentado artículo, esta norma está dirigida a los órganos
jurisdiccionales y orientada a garantizar, en lo posible, la
veracidad de los testimonios que se viertan ante éstos, evitando
que resulten condicionados por otras manifestaciones previas; mas
no implica un mandato imperativo o una norma prohibitiva en el
sentido de que su inobservancia provoque la imposibilidad de
practicar la prueba o, en su caso, de valorarla.
Adunado a ello, asiste razón al judicante al responder al
planteo que la defensa reedita en esta instancia, en cuanto
sostuvo que: “desde un aspecto más práctico, pretender que las
declaraciones de personas que han declarado en múltiples
ocasiones, (ante comisión CONADEP, Juicio a las Juntas, juicios
por la verdad y múltiples juicios orales) y respecto de quienes en
muchos casos, se han escrito libros, permanezcan desconocidas,
para el resto de los testigos que se encuentran en igual
situación, ante el peligro de una eventual contaminación del
relato, es una ficción que la defensa no puede sostener
seriamente. Esos testimonios resultan de extrema relevancia y,
contrariamente a lo argumentado, se han registrado en diversas
ocasiones discrepancias que dan por tierra la hipótesis que lo
considera un discurso unívoco y que ciertamente robustecen la
confiabilidad del testimonio” (fs. 151).
De otra banda, en lo concerniente a la trasmisión del
debate por el Centro de Información Judicial, cabe recordar que el
tribunal al contestar el planteo que fue objeto de tratamiento y
debida solución en la instancia anterior, indicó que: “la
transmisión de todo o parte de un testimonio, hace al principio de
publicidad del debate, y máxime en estos juicios, donde se
ventilan cuestiones tan caras y sensibles a la sociedad en su
conjunto” (ibidem).

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Sobre este punto, es pertinente recordar que el art. 363


del ritual reglamenta, como principio, la publicidad del debate en
cuanto asegura la regularidad del proceso y facilita el recíproco
control de todos los intervinientes, incluso por la concurrencia
en general.
De esta manera, el principio de publicidad del juicio
criminal tiene fundamento tanto en el interés del justiciable para
controlar el resguardo de las garantías con las que es juzgado,
como en el interés de los ciudadanos en general en conocer el modo
como se administra el servicio de justicia. Dicho principio
constituye una de las condiciones fundamentales de legitimidad del
judicial y una garantía constitucional (arts. 75 inc. 22 de la CN,
8 de la CADH; 10 y 11, inc. 1, de la DUDDH; 14.1 del PIDCyP; 26 de
la DADDH y 6.1 del Convenio Europeo de Derechos Humanos).
Asimismo, contra toda opacidad, visibilizar mediante la
transmisión de las audiencias, entre otras medidas, las diferentes
tareas del judicial, constituye una medida armónica y necesaria
propia del principio de transparencia en el Poder Judicial como
colofón de un sistema republicano de gobierno (art. 1 CN).
Bajo estas directrices, la Corte Suprema de Justicia de
la Nación dictó la Acordada Nº 29/08 en la que, con el objeto de
elevar la calidad institucional del Poder Judicial y profundizar
el estado de Derecho vigente en la República, entendió apropiado
para el logro de estos altos objetivos promover la difusión de los
juicios orales. Ello con el objeto de “garantizar el derecho a la
información en los casos judiciales de trascendencia pública que
generan gran interés en la ciudadanía” y que: “como las salas de
los tribunales sólo pueden albergar a un limitado número de
personas, su transmisión por medios audiovisuales evitaría la
exclusión de aquellos que no pueden ingresar al recinto”.
Aunque, por sobre todo, no se debe perder de vista que el
impugnante no especificó, en aras de sustentar su agravio, en qué
forma lo declarado por los testigos resultó mendaz, no ajustado a

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la realidad de los hechos o influenciado por lo oído previamente,
en el improbable caso de que ello haya sucedido. De esta manera,
la defensa tampoco ha logrado probar el perjuicio que dicho
proceder le hubiera ocasionado.
En este marco, las objeciones que tienden más a
cuestionar el contenido, credibilidad y veracidad de los
testimonios, serán abordadas infra al analizar las reglas que
gobiernan la valoración del acervo probatorio producido en el
proceso, donde se verá que la presencia de testigos y la
trasmisión del debate, en la hipótesis, en nada afectó o
condicionó la objetividad o veracidad de sus dichos, y que el
recurso no aportó elemento alguno que permita cuestionar las
conclusiones a las que oportunamente arribó el a quo.
En definitiva, no se advierte ni se demuestra una
vinculación que, en términos de correlación lógica, pueda
razonablemente aventurar un perjuicio concreto para la parte
recurrente ni dar sustento mínimo al alegado riesgo para los
principios de rango superior a los que, de modo genérico, se hace
alusión en el libelo recursivo.
Por lo tanto, la invalidez propiciada por la asistencia
técnica no puede recibir respuesta favorable ante la falta de
perjuicio acreditado y debe ser desestimada.
-V-
21°) Que, sentado lo precedentemente expuesto, y previo a
examinar las críticas efectuadas por las defensas respecto de las
responsabilidades atribuidas a sus asistidos, habida cuenta que
sus planteos han confluido en censurar la valoración de la prueba
efectuada en la instancia anterior que determinó las respectivas
participaciones de sus pupilos; cabe recordar que esta Sala ya ha
sostenido en anteriores oportunidades (cfr. esta sala in re
“Brusa, Víctor Hermes y otros s/ recurso de casación”, “Losito,
Horacio y otros s/ recurso de casación”, supra cit. –entre tantas
otras) que nuestro digesto rituario ha adoptado el sistema de la
sana crítica racional (artículo 398, 2° párrafo del CPPN), que

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amalgamado a la exigencia constitucional de fundamentación de las


sentencias, requiere que se expresen los elementos de prueba a
partir de los cuales se arriba a una determinada conclusión
fáctica y “la explicación del porqué de la conclusión, siguiendo
las leyes del pensamiento humano (principios lógicos de igualdad,
contradicción, tercero excluido y razón suficiente), de la
experiencia y de la psicología común” (cfr. Maier, Julio B. J.,
Derecho Procesal Penal, Tomo I, 2ª ed., 3ª reimp., Editores del
Puerto, Buenos Aires, 2004, p. 482).
En este sentido, el máximo tribunal del país ha
destacado: “La doctrina rechaza en la actualidad la pretensión de
que pueda ser válida ante el derecho internacional de los Derechos
Humanos una sentencia que se funde en la llamada libre o íntima
convicción, en la medida en que por tal se entienda un juicio
subjetivo de valor que no se fundamente racionalmente y respecto
del cual no se pueda seguir (y consiguientemente criticar) el
curso de razonamiento que lleva a la conclusión de que un hecho se
ha producido o no se ha desarrollado de una u otra manera. Por
consiguiente, se exige como requisito de la racionalidad de la
sentencia, para que ésta se halle fundada, que sea reconocible el
razonamiento del juez. Por ello se le impone que proceda conforme
a la sana crítica, que no es más que la aplicación de un método
racional en la reconstrucción de un hecho pasado” (Fallos:
328:3398, considerando 29).
También enfatizó el cimero órgano nacional que: “la regla
de la sana crítica se viola cuando directamente el juez no la
aplica en la fundamentación de la sentencia. Puede decirse que en
este caso, la sentencia carece de fundamento y, por ende, esta es
una grosera violación a la regla que debe ser valorada,
indefectiblemente tanto por el tribunal de casación como por esta
Corte. Cuando no puede reconocerse en la sentencia la aplicación
del método histórico en la forma que lo condicionan la
Constitución y la ley procesal, corresponde entender que la

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sentencia no tiene fundamento. En el fondo, hay un acto arbitrario
de poder” (ibidem, considerando 31).
En esa línea, se ha señalado también que: “[l]a sana
crítica establece la plena libertad para el convencimiento de los
jueces, reconociendo como límite el respeto a las normas que
gobiernan la corrección del pensamiento, es decir las leyes de la
lógica, de la psicología y de la experiencia común (CNCP, Sala II,
LL, 1995-C-525), por lo que le es exigible que las conclusiones a
las que se arribe en la sentencia sean el fruto racional de las
pruebas del proceso, sin afectación del principio lógico de razón
suficiente que exige que la prueba en que aquella se funde sólo
permita arribar a esa única conclusión y no a otra (CNCP, Sala II,
citada; CNCP, Sala IV, DJ, 1996 -2-274, en el que se añade que la
sana crítica exige el debido respeto no sólo de aquél principio,
sino además, de los de identidad, de no contradicción y del
tercero excluido)” (Navarro, Guillermo Rafael y Daray Roberto
Raúl, Código Procesal Penal de la Nación. Análisis doctrinal y
jurisprudencial, Tomo 2, 2ª ed., Hammurabi, Buenos Aires, 2006, p.
1142).
Esta es, por otra parte, la pauta que impera por los
tribunales internacionales, en el sentido de que tienen la
potestad de apreciar y valorar las pruebas según las reglas de la
sana crítica, evitando adoptar una rígida determinación del
quantum de la prueba necesaria para sustentar un fallo (cfr. Corte
IDH. Caso “Velásquez Rodríguez vs. Honduras”, Sentencia del 29 de
julio de 1988. Serie C N° 4, párrs. 127/131; Caso “Bulacio vs.
Argentina”, Sentencia de 18 de septiembre de 2003, Serie C N° 100,
párr. 42; Caso “Myrna Mack Chang vs. Guatemala”, Sentencia del 25
de noviembre de 2003, Serie C N° 101, párr. 120; Caso “Maritza
Urrutia vs. Guatemala”, Sentencia del 27 de noviembre de 2003,
Serie C N° 103, párr. 48; y Caso “Herrera Ulloa vs. Costa Rica”,
Sentencia del 2 de julio de 2004, Serie C N° 107, párr. 57).
A su vez, en lo que atañe a los criterios que gobiernan
la valoración de la prueba, la Corte Suprema de Justicia de la

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Nación ha señalado que si se verifica que se han ponderado


testimonios, prueba de presunciones e indicios en forma
fragmentada y aislada, incurriéndose en ciertas omisiones en
cuanto a la verificación de hechos que conducen a la solución del
litigio, sin haberse efectuado una visión de conjunto ni una
adecuada correlación de los testimonios y de los elementos
indiciarios, ello constituye una causal de arbitrariedad que
afecta las garantías constitucionales de defensa en juicio y
debido proceso (Fallos: 311:621).
De otra banda, en lo referente al derecho del imputado a
obtener un pronunciamiento que exprese por escrito el razonamiento
en que se funda, ya se ha dicho que de ninguna manera impone la
obligación de explicar en la sentencia cada detalle de las
valoraciones que se hagan respecto de la prueba producida en el
juicio (cfr. “Brusa, Víctor Hermes y otros s/ recurso de
casación”, supra cit.).
El principio de razón suficiente implica que las
afirmaciones a que llega una sentencia deben derivar
necesariamente de los elementos de prueba que se han invocado en
su sustento. Son pautas del correcto entendimiento humano,
contingentes y variables con relación a la experiencia del tiempo
y del lugar, pero estables y permanentes en cuanto a los
principios lógicos en que debe apoyarse una sentencia.
Así, el razonamiento empleado en el fallo debe ser
congruente respecto de las premisas que establece y las
conclusiones a las que arriba, debiendo expresar por escrito las
razones que condujeron a su decisión para posibilitar el control
de legalidad.
Por otro lado, sabido es que la declaración de
culpabilidad -que exige un estado de certeza apodíctica- puede
basarse tanto en las llamadas pruebas directas como en las
indirectas, siempre que éstas consistan en indicios que en su
conjunto resulten unívocos y no anfibológicos, porque son los

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primeros los que en definitiva tienen aptitud lógica para
sustentar una conclusión cierta (cfr. “Brusa, Víctor Hermes y
otros s/ recurso de casación” supra cit. y sus citas).
A este respecto también los organismos internacionales de
derechos humanos se han pronunciado, señalando: “La práctica de
los tribunales internacionales e internos demuestra que la prueba
directa, ya sea testimonial o documental, no es la única que puede
legítimamente considerarse para fundar la sentencia. La prueba
circunstancial, los indicios y las presunciones, pueden
utilizarse, siempre que de ellos puedan inferirse conclusiones
consistentes sobre los hechos” (Corte IDH. Caso “Velásquez
Rodríguez vs. Honduras”, Sentencia del 29 de julio de 1988. Serie
C N° 4, párr. 130).
De tal suerte, la eficacia probatoria de la prueba
indiciaria dependerá, en primer lugar, de que el hecho
constitutivo del indicio esté fehaciente acreditado; en segundo
término, del grado de veracidad, objetivamente comprobable, en la
enunciación general con la cual se lo relaciona con aquél; y, por
último, de la corrección lógica del enlace entre ambos términos
(Cafferata Nores, José I., La prueba en el proceso penal. Con
especial referencia a la ley 23.984, 4ª edición, Depalma, Buenos
Aires, 2001, p. 190).
Es decir, debe corroborarse en el caso si verdaderamente
existió una cadena de indicios que demuestren, a través de las
reglas de la experiencia, que los magistrados efectuaron una
operación mental mediante la cual infirieron la autoría del
imputado en el suceso investigado (cfr. Parra Quijano, Jairo,
Tratado de la prueba judicial. Indicios y presunciones, Tomo IV,
3ª edición, Ediciones Librería del Profesional, Santa Fe de
Bogotá, 1997, p. 21).
Específicamente sobre la importancia de estos medios de
convicción, la Corte IDH se ha pronunciado en procesos de esta
naturaleza, en los que se investiga la comisión de delitos de lesa
humanidad, y señaló que: “La prueba indiciaria o presuntiva

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resulta de especial importancia cuando se trata de denuncias sobre


la desaparición, ya que esta forma de represión se caracteriza por
procurar la supresión de todo elemento que permita comprobar el
secuestro, el paradero y la suerte de las víctimas” (Corte IDH.
Caso “Velásquez Rodríguez vs. Honduras”, supra cit. párr. 131).
Sentado cuanto precede, y en el marco de amplia revisión
del pronunciamiento (Fallos: 328:3399) se evidencia que los
remedios casatorios interpuestos se han alzado sobre la
verosimilitud de algunas de las declaraciones testimoniales y, en
este orden, la evaluación de la credibilidad de cada relato
cuestionado se centrará en evaluar si la decisión es producto de
un razonamiento lógico-deductivo sustentado en su correlación con
otras pruebas o indicios surgidos del debate.
En cuanto al valor de esta categoría de prueba, la Cámara
Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional Federal de
esta ciudad, en el marco de la célebre causa N° 13/84, supo
afirmar que: “el valor de la prueba testimonial adquiere un valor
singular; la naturaleza de los hechos así lo determina…”; y agregó
que: “la declaración testimonial es un medio de prueba que se
privilegia frente a modos particulares de ejecución en los que
deliberadamente se borran las huellas, o bien se trata de delitos
que no dejan rastros de su perpetración, o se cometen al amparo de
la privacidad. En tales supuestos a los testigos se los llama
necesarios”.
Continuó en el mismo sentido: “En la especie, la manera
clandestina en que se encaró la represión, la deliberada
destrucción de documentos y de huellas, el anonimato en que
procuraron escudarse sus autores, avala el aserto”. Y concluyó:
“No debe extrañar, entonces, que la mayoría de quienes actuaron
como órganos de prueba revistan la calidad de parientes o de
víctimas. Son testigos necesarios” (cfr. Sentencia dictada por la
Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional
Federal de la Capital Federal, Tomo I, 2ª ed., Imprenta del

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Congreso de la Nación, Buenos Aires, 1987, p. 294).
Por su parte, la doctrina ha enseñado de antaño: “…la más
fuerte garantía de la estabilidad del testimonio es su perfecta
concordancia con los resultados que las demás pruebas suministran.
Si el testigo es convencido de mentira o error acerca de un punto
de hecho, el juez no puede dejar de concebir desconfianza y dudas
sobre su buena voluntad o sobre sus facultades de observación;
pero, al contrario, su convicción se aumenta cuando ve confirmado
y corroborado el testimonio por todas las demás pruebas
descubiertas en la causa” (Mittermaier, Karl Joseph Antón, Tratado
de la prueba en materia criminal, 1ª edición, Hammurabi, Buenos
Aires, 2006, pp. 310-311).
En el marco conceptual detallado, al tiempo de responder
a los planteos relativos a esta cuestión, no podrán soslayarse las
particularidades de los hechos que han sido materia de juicio.
Efectivamente: las características de estos eventos y la
clandestinidad que caracterizó a los procedimientos, tanto en el
caso de las detenciones ilegales, como durante la privación de
libertad, permiten conocer que el acervo probatorio que ha
permitido reconstruir los acontecimientos endilgados no resultó
sobreabundante; empero, ello no implica que la prueba evocada no
resulte contundente y confiable para haberle permitido al
sentenciante arribar al grado de convicción exigido por nuestro
ordenamiento.
En ese plano, no es dable soslayar que las
particularidades de hechos de la naturaleza de los que aquí se
juzgan y el paso del tiempo desde que ellos sucedieron, también
pueden influir en el recuerdo del testigo o en la circunstancia de
exigir su misma presencia en el debate. Sin embargo ello, de modo
alguno, permite admitir las consideraciones de la defensa
esbozadas durante la audiencia realizada en esta instancia, con
relación a la concurrencia en estos casos de una “memoria
intoxicada” por parte de los testigos. Nuevamente, en estos
supuestos resultan la reconstrucción, contraste y coherencia con

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otra prueba, la que permite conocer la fuerza convictiva de


aquellos testimonios.
Ya se ha sostenido en otras oportunidades que en la
valoración debe prestarse consideración al tiempo transcurrido
desde el acaecimiento de los hechos y su posible impacto en la
precisión de los dichos y, por tanto, la existencia de
discrepancias menores no desacreditan necesariamente el testimonio
(cfr. “Brusa, Víctor Hermes y otros s/ recurso de casación”, supra
cit.).
En lo que atañe a la valoración de la prueba testimonial
prestada por quien además aparece como víctima de un delito se ha
señalado que: “una vez introducido como tal en un proceso
concreto, es claro que su apreciación requiere dos juicios. Uno
primero -externo- sobre el hablante; otro sobre lo hablado. Esto
último, a su vez, ha de examinarse en dos planos: en sí mismo,
como discurso, para evaluar su grado de consistencia interna; y
desde el punto de vista de la información que contenga, que ha de
ponerse en relación con la obtenida a partir de otros medios
probatorios. Así la práctica de la testifical se articula en tres
tramos; el de la audición del declarante; el de la determinación
del crédito que como tal pudiera o no merecer; y el que tendría
por objeto evaluar si lo narrado es o no cierto”, siendo que
además: “No hay duda de que el segundo momento es el de mayor
dificultad. En efecto, pues en él se trata de calibrar la
sinceridad del deponente, es decir, de saber si cuenta realmente
lo que cree que presenció. Para ello habrá que estar a las
particularidades de la declaración, al modo de prestarla, a la
existencia o no de motivos -interés- para desfigurar u ocultar la
verdad, a la coherencia de la actual con anteriores
manifestaciones recogidas en la causa” (Ibáñez, Perfecto Andrés,
Prueba y convicción judicial en el proceso penal, Hammurabi,
Buenos Aires, 2009, pp. 113-114).
Dentro de ese marco conceptual, cabe recordar que -en lo

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sustancial- las defensas de los encartados han efectuado críticas
descontextualizadas al modo en que el a quo ha valorado la prueba,
como también han omitido especificar qué puntos oscuros presenta
el análisis concreto que contiene la sentencia respecto de cada
uno de los hechos y –especialmente- las responsabilidades
atribuidas a sus pupilos; requisito ineludible en orden al
progreso de un planteo que –precisamente- radica en la alegada
arbitrariedad en la valoración probatoria.
En este sentido, las referencias que los recurrentes
introducen a modo de ejemplo al formular sus cuestionamientos,
resultan insuficientes para sustentar los alegados defectos de
fundamentación que afectarían los razonamientos expuestos por el
órgano de juicio al fundar sus conclusiones en torno a cada uno de
los eventos tratados.
En definitiva, éste y no otro, es el marco referencial
que exige el análisis del extremo.
22°) Que, con relación a los hechos juzgados en estos
actuados, debe tenerse en cuenta, en primer término, que las
críticas de las defensas se dirigieron antes bien contra la
acreditación del accionar desplegado por sus asistidos y no a
cuestionar la materialidad ilícita de los eventos bajo estudio,
salvo las excepciones que se analizarán particularmente.
Efectuada esta aclaración inicial, corresponde apuntar
que el órgano sentenciante realizó un repaso histórico para
contextualizar la época en la que se desarrollaron los
acontecimientos juzgados y, entre otros puntos, señaló que éstos
“se inscriben como parte del plan de criminalidad estatal
sistemático y generalizado, instituido durante la última dictadura
cívico-militar (1976-1983) desplegada en nuestro país” (fs.
130/vta.). Continuó: “Tales delitos, desplegados con propósitos
ideológicos, políticos y económicos, constituyen graves
violaciones a los derechos humanos, que tuvieron lugar,
esencialmente, en contra de los trabajadores de las empresas

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situadas en las localidades de Berisso, Ensenada y en la zona de


Río Santiago” (ibidem).
En la sentencia se estableció también que a partir de
elementos probatorios reunidos durante el debate –especialmente
documentales y testimoniales-, se pudo acreditar que: “[e]n el
marco del plan sistemático de criminalidad organizada estatal
instaurado en nuestro país por el gobierno de facto, fue la
denominada Fuerza de Tareas n° 5, que conformaba un eslabón de la
estructura operacional de la Armada Argentina, y se hallaba
integrada por miembros de esa fuerza y de la Prefectura Naval, la
que llevó adelante un intenso despliegue represivo ilegal
dirigido, principalmente, contra trabajadores” (fs. 130 vta.).
Seguidamente, se detalló el diseño normativo que delineó
el plan criminal para llevar adelante la llamada “lucha contra la
subversión”, con especial referencia a los “decretos de
aniquilamiento” N° 2770, N° 2771 y N° 2772 y a la Directiva del
Consejo de Defensa N° 1/75 (cfr. 130 vta./131).
Se asentó, a su vez, que: “el Consejo de Defensa […]
señaló, en relación con la Armada, que debía operar ofensivamente
en el ámbito de su jurisdicción territorial y, fuera de ella, en
apoyo de las otras Fuerzas Armadas” (fs. 131). En el contexto
reseñado, se describió el PLAN DE CAPACIDADES – PLACINTARA CON N°
1 “S”/75, contribuyente a la Directiva del Consejo de Defensa N°
1/75 en la “lucha Antisubversiva”, “cuyo objeto fue establecer los
lineamientos generales que debía adoptar la Armada Argentina en su
accionar contra el denominado ‘oponente subversivo’, en el marco
de las que se le asignó la zona portuaria de La Plata, Berisso y
Ensenada, a la Fuerza de Tareas n° 5” (fs. 131/vta.).
Específicamente, el a quo tuvo por probado que la Fuerza
de Tareas N° 5 (FUERTAR Nº 5) desplegó sus operaciones ilegales
valiéndose de una estructura conformada por cuatro dependencias
que fueron utilizadas como centros clandestinos de detención: la
ex Base Naval (Liceo Naval y Escuela Naval), la sede de la

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Prefectura Naval, el Batallón de Infantería de Marina N° 3
“Almirante Eleazar Videla” y el Hospital Naval Río Santiago, donde
las personas fueron trasladas y/o alojadas luego de sus secuestros
(cfr. fs. 131 vta.).
El órgano sentenciante hizo mención a las acciones que
debía ejecutar la FUERTAR 5, detalladas en el Anexo “B” –relativo
al concepto de la Operación-, y a los ocho Anexos referidos a
Inteligencia, al concepto de las Operaciones, al concepto de la
Acción Estratégica, a las Jurisdicciones y Acuerdos, a los Asuntos
Jurídicos, al Personal, a la Logística y a las Comunicaciones
(cfr. fs. 131/136).
Seguidamente realizó un recorrido por algunos de los
conceptos existentes en el Reglamento General del Servicio Naval
(R.G-1-003), con especial alusión al artículo 11.101006 relativo a
la “Organización de Tareas”, haciendo hincapié en que la Fuerza de
Tareas era el máximo escalón que puede tener una Organización de
Tareas, compuesta por dos o más Grupos de Tareas (cfr. fs.
136/vta.).
Sumado a todo ello, con relación a la Conducción Superior
de la Armada indicó que: “el reglamento establece que la integran
los titulares de los Comandos y Organismos superiores de cada una
de las áreas del quehacer institucional, a saber: a) El Área
Dirección: estaba a cargo del Jefe del Estado Mayor General de la
Armada, Subjefe del Estado Mayor General de la Armada y el
Director del Estado Mayor de la Armada; b) El Área Operativa: a
cargo del Comandante de Operaciones Navales, Comandante de la
Flota de Mar, Comandante de Aviación Naval, Comandante de
Infantería de Marina y el Comandante de Submarinos; c) El Área
Logística: a cargo del Director General del personal Naval, del
Director General del Material Naval y del Director General de
Instrucción Naval” (fs. 136 vta.).
En otro orden, se relevó en la sentencia el Reglamento
Orgánico RA-9-004 que establece que el Comando de Operaciones
Navales (CON) depende directamente del Comandante en Jefe de la

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Armada, siendo responsable del planeamiento, organización y


ejecución de las operaciones navales para el control de las áreas
marítimas de interés y las tareas de adiestramiento operativo de
las Fuerzas de la Armada.
El tribunal afirmó que: “[s]e previó también que el
Comando de Operaciones Navales debe ser ejercido por un oficial
Superior de la A.R.A con la denominación de Comandante de
Operaciones Navales y sus tareas particulares, entre otras, son
ejercer el Comando de las Fuerzas Navales, Aeronavales y de
Infantería de Marina; formular el plan anual de actividades del
CON y aprobar los planes contribuyentes; designar a los
comandantes de las Fuerzas de Tareas o Grupos de Tareas que
constituya” (ibidem).
En el acápite “FUERZA DE TAREA 5”, los judicantes
remarcaron el actuar represivo de la Armada, a fin de dar un
acabado encuadre a la estructura de la Fuerza de Tareas N° 5, con
la información que se desprendía de los legajos personales, de la
documentación contenida en los boletines navales y de los listados
generales de pago del personal.
Sobre la cadena de mando, se consideró la estructura de
la Armada en su faz netamente represiva, “que comenzaba en el
vértice de la pirámide de mando, con los Comandantes de la Fuerza
cuyo máximo responsable al momento de los hechos fue el Almirante
Emilio Eduardo Massera. El Estado Mayor General de la Armada tenía
varias ramas de intervención, entre ellas, la Jefatura de
Operaciones. Asimismo, el Comando de Operaciones Navales era el
órgano que comandaba los procedimientos militares tanto oficiales
como clandestinos. De ese Comando dependían directamente las once
Fuerzas de Tareas diseminadas en territorio nacional donde la
Armada tenía jurisdicción; entre ellas, la Fuerza de Tareas N° 5”
(fs. 137).
Destacaron los sentenciantes que allí se establecía que
era el Comandante de Operaciones quien tenía la facultad de

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ordenar la “represión” y se estipulaban excepciones en los
supuestos en que la situación local impusiera a los Comandantes de
las Fuerzas de Tareas adoptar por sí dicha medida. Establecieron
también que: “[u]na vez ordenada la represión, el momento y el
modo de empleo de la fuerza lo decidía el Comandante de la Fuerza
de Tareas” (ibidem).
Luego, el a quo tuvo por probado que la Fuerza de Tareas
N° 5 fue la autoridad superior en la zona de Río Santiago y en las
mencionadas ciudades aledañas, cuyo comando “correspondía al
Director de la Escuela Naval Militar, circunstancia que se respetó
solo por un corto período, ya que […] al menos entre el 19 de
julio y el 26 de noviembre de 1976 […] fue ejercido en forma
concurrente por el Capitán José Néstor Estévez –quien era Director
de la Escuela Naval– y el Capitán Errecaborde” (fs. 137 vta.). A
continuación, aclaró que: “en el año 1977 […] fue ejercido por el
Director del Liceo Naval, revistiendo dicho cargo el Capitán de
Navío Juan Carlos Herzberg” (ibidem).
En la sentencia se detalló también “el hecho de que
quienes se alternaron el Comando de dicha fuerza fueron los
Directores de la Escuela Naval y el Liceo Naval, habiéndose
incluso utilizado sus edificios como Centros Clandestinos de
Detención donde se alojó a un número elevado de las víctimas de
autos” (fs. 138).
Aunado a ello, el tribunal de juicio enumeró las
constancias obrantes en los legajos del personal que cumplió
funciones en el BIM 3 (Batallón de Infantería de Marina Nº 3), que
daban cuenta de la participación de éstos en Operaciones de “lucha
contra la subversión” (cfr. fs. 138/vta.).
En ese marco, el órgano sentenciante expuso que la zona
de Río Santiago constituyó uno de los cordones industriales más
importantes de la época, destacando la general y cotidiana
actividad gremial y la militancia política y social de los
trabajadores de la zona; contexto que era conocido por la Fuerza
de Tareas N° 5, ya que, a través de las tareas de inteligencia,

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realizaba seguimientos e investigaciones, infiltrándose en las


empresas y participando en sus reuniones (ibidem).
Se especificó, a la vez, que la mayoría de las víctimas
fueron secuestradas en sus domicilios particulares y en los
lugares de trabajo, que fueron liberadas o puestas a disposición
del PEN y que otras fueron muertas o permanecen desaparecidas
(cfr. fs. 140).
En cuanto a la estructura del circuito, también se tuvo
por acreditado que los Grupos de Tareas que conformaban la FT5
realizaban operativos conjuntos con otras fuerzas y que sus
víctimas, en muchos casos, eran derivadas a Centros Clandestinos
del Ejército o de la Policía (ibidem). Asimismo, se tuvo por
probado que la FUERTAR 5 también ejerció su influencia fuera del
ámbito espacial y jurisdiccional asignado (ibidem).
Los magistrados sentenciantes destacaron el rol
preponderante que Inteligencia tuvo en la llamada “lucha contra la
subversión”, observando la persecución sobre los trabajadores y
sindicatos de Astilleros Río Santiago SA, Propulsora Siderúrgica
SA, YPF y Frigorífico SWIFT; sobre supuestos hechos “subversivos”
y organizaciones políticas, entre otras acciones (Vid. valoración
de la sentencia a fs. 141/vta.).
A continuación, en el pronunciamiento se describieron
detalladamente los lugares y dependencias donde funcionaron los
centros clandestinos de detención (cfr. fs. 141 vta./145 vta.).
Por último, el a quo ponderó, en particular, la represión
al movimiento obrero, teniendo por acreditado que: “la labor
represiva del FT5 se concentró mayoritariamente, aunque no de modo
exclusivo, en la persecución, represión y hasta desaparición, de
un grupo significativo de trabajadores con algún tipo de
representación gremial o simple participantes activos de asambleas
en procura de mayores y mejores condiciones de trabajo,
concretamente trabajadores de las empresas Astilleros Río Santiago

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(ARS), YPF, Frigorífico Swift y Propulsora Siderúrgica” (fs. 146,
énfasis omitido).
Puntualizó que el FT5 desplegó una gran represión en la
región, seleccionando un vasto grupo de trabajadores, a partir de
las tareas inteligencia y con la expresa colaboración de las
empresas y de ciertos dirigentes sindicales de la época (cfr. fs.
148).
Es así que el a quo ponderó que a partir del golpe de
estado y tras la feroz represión de los primeros meses, las
empresas intentaron erradicar cualquier forma de organización
sindical de base, procurando instaurar mediante el terror el
disciplinamiento de los trabajadores para aplicar sin
resistencias, políticas de mayor ajuste económico. En particular,
se detalló en la sentencia que se produjo en el Astillero Río
Santiago un éxodo –impuesto- de mano de obra calificada, con un
paradojal resultado a partir del terror: menos trabajadores, menor
salario y mayor producción, todo ello fue posible gracias a la
desarticulación de la organización sindical de base impuesta a
partir de 1976.
En esa línea, el órgano sentenciante estableció que:
“[e]stos indicadores del rendimiento del trabajo, en el marco de
un pronunciado éxodo de la mano de obra implicaban que el producto
era realizado por una menor cantidad de operarios, daban cuenta
del significativo avance patronal sobre el ordenamiento social y
productivo de la planta…”.
De esta manera, el a quo tuvo por probado que en este
contexto se produjeron los hechos que seguidamente se
pormenorizarán.
23°) Que, en ese marco, a la luz de lo propuesto en el
considerando 19° de presente sufragio, no corresponde dar
tratamiento a los agravios referidos a los casos de Reina Ramona
Leguizamón, Marta Isabel Cáneva, Ángel Oscar Revoledo, Jorge
Alberto Arri, Jorge Estanislao Bogusa, Manuel Carrete, Ana María
Nievas, Rosa Francisca Nievas, Adolfo Oscar Lanoo, Roberto Miguel

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Causa Nº FLP 17/2012/TO1/29/CFC12
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Aguirre, Luis Eduardo Bloga, Luis Córdoba, Miguel Reinaldo


Aguirre, Juan Alejandro Aguirre y José Luis Dervaric, como así
tampoco adentrarse en la valoración elaborada por el a quo sobre
esos hechos.
Sentado ello, respecto de los demás casos que se tuvieron
por probados en el instrumento sentencial, menester es aclarar que
los cuestionamientos de los casacionistas estuvieron dirigidos –
centralmente- a la atribución de responsabilidad de sus asistidos
y que, como se adelantó, en torno a la materialidad de los hechos
sólo se efectuaron objeciones genéricas; motivo por el cual se
abordarán aquellos sucesos que recibieron críticas expresas por
parte de las asistencias técnicas. Por lo demás, cabe destacar que
el tribunal oral reconstruyó los acontecimientos bajo estudio a
partir de un cuadro probatorio unívoco producido durante el
debate.
En suma, se debe apuntar que, a partir de la prueba
producida durante el juicio y aquella incorporada por lectura, el
tribunal oral tuvo por probado, en lo que aquí interesa, los
hechos que a continuación se detallan:
a) ASTILLERO RÍO SANTIAGO.
1. Jorge Barontini:
Los sentenciantes tuvieron por acreditado que: “Jorge
Barontini, quien era empleado de Astilleros Río Santiago y
pertenecía a ATE Ensenada, fue secuestrado el día 29 de abril de
1976 y trasladado a la sede de Prefectura Naval, donde permaneció
hasta el día 7 de mayo de 1976. Asimismo, se ha acreditado que
mientras estuvo detenido fue sometido a interrogatorios y
tormentos. Luego trasladado a la Unidad 9 de La Plata, ingresando
el día 14 de julio de 1976”. Afirmaron que: “el motivo de la baja,
con fecha 31 de marzo de 1976, fue ‘Despido por ley 21.260’”.
Al respecto, también aseveraron que: “Jorge Barontini fue
secuestrado por su condición de trabajador y sindicalista de base,
constituyéndose por esa única razón objeto de persecución del

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circuito represivo que operó en la zonza industrial de Berisso y
Ensenada”.
2. Juan Carlos Blasetti:
El tribunal tuvo por cierto que: “Juan Carlos Blasetti,
delegado gremial de Astilleros Río Santiago, fue secuestrado a la
1:15 de la mañana del día 10 de septiembre de 1976 de su domicilio
particular, sito en calle Libertad N° 1045 de la ciudad de
Ensenada, por personas armadas vestidas de civil. De allí lo
trasladaron a Prefectura donde fue sometido a tormentos,
desconociéndose su posterior destino; hasta la fecha, continúa
desaparecido”.
En relación a este hecho en concreto, adujo la defensa
que: “se pretende tenérselo por acreditado con la declaración de
su esposa”. Sin embargo, y como se precisará a continuación, si
bien el tribunal valoró dicho pormenorizado y detallado relato, no
fue el único elemento probatorio en el que se basó para tener por
comprobado el mentado suceso.
En primer lugar, el órgano sentenciante justipreció los
dichos de Graciela Noemí Pinero, cónyuge de Blasetti, quien el día
26 de noviembre de 2003 en su declaración en el denominado “Juicio
por la Verdad” -que obra en el Anexo a fs. 459/468-, relató: “el
10 de septiembre, una y cuarto una y veinte de la mañana, ella
estaba despierta y sintió portazos de autos en la calle e
inmediatamente golpes, se levantó a mirar que pasaba y era gente
que ya estaba en el patio, vestidos de civil y encapuchados que
preguntaban por su marido, entraron, lo levantaron,
automáticamente le dijeron que se levantara que se cambiara, que
agarrara los documentos, revolvieron la casa buscando armas que no
encontraron, por supuesto […] ellos estaban en una habitación
pequeña, con sus dos hijos. A su marido lo sacaron de esa
habitación y ella ya no supo que le decían o le preguntaban; a él
lo mantuvieron en otra habitación más alejada unos 10 minutos. Los
vecinos vieron vehículos -Ford Falcon verdes y gente pero nadie

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Causa Nº FLP 17/2012/TO1/29/CFC12
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salió […] hay una chica que le dijo que vio el operativo y siguió
los autos hasta Prefectura” (valorado en la sentencia a fs. 152).
Sin embargo, contrariamente a cuanto sostiene el
impugnante, este no fue el único elemento probatorio ponderado por
el tribunal, sino que los extremos descriptos fueron confirmados
por el testimonio de Elsa Noemí Gómez, quien fue clara y precisa
al indicar que vio el operativo del secuestro de Blasetti: ”tras
seguir el automóvil que lo transportaba, agarraron por la calle
Libertad y los perdió llegando a la Comisaría de Ensenada, en
dirección al Puerto” y agregó que: “fue a buscar a la esposa y la
llevó a la Comisaría para hacer la denuncia” (ibidem).
A su vez, sus dichos se ratifican con la declaración en
la audiencia de debate del día 26 de agosto de María Lorena
Blasetti, hija de la víctima.
Asimismo, se incorporó por lectura el legajo personal de
la víctima remitido por Astilleros Río Santiago. Según se detalló
en la sentencia, allí obra un telegrama remitido por la empresa
con motivo de la “ausencia injustificada” de Blasetti desde el día
10 de septiembre de 1976, fechado el 13 de diciembre de 1976,
donde se lo intima a reincorporarse al trabajo y, en caso
contrario, se entenderá “abandono de tareas”. Además, figura la
Planilla de Baja del Personal Obrero, fechada 15 de diciembre de
1976, donde el motivo de la baja es “abandono del servicio”.
Aunado a ello, se valoró como prueba documental
incorporada al debate la causa N° 2197/SU, caratulada: “Blasetti,
Juan Carlos s/ averiguación”, de la que surge a fs. 19/33 los
legajos remitidos por el Archivo de la ex DIPBA, correspondientes
a la víctima. En ellos se encontró su ficha personal que remite al
Legajo Mesa Ds. Varios 6274 “Privación ilegal de la libertad a
Juan Carlos Blasetti. UR La Plata 13/9/76”, donde consta la
denuncia de su esposa por el hecho; y el legajo Ds. Varios 14.668
que tiene como asunto “Paradero de Bourgigne Norberto y otros”,
donde hay una solicitud de informe sobre pedidos de habeas corpus

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de diferentes personas, entre las que se encuentra Juan Carlos
Blasetti.
También, acumulada a la causa N° 2197/SU, el a quo
destacó la causa N° 1476/SU, caratulada: “Blasetti, Juan Carlos s/
el Dr. Raúl S. Caro Betelu interpone habeas corpus a su favor”,
iniciada el día 15 de septiembre de 1976, a pedido de la esposa de
Blasetti ante el Juzgado Federal N° 2 de La Plata; todos los
informes solicitados fueron respondidos de forma negativa, motivo
por el cual a fs. 13 y con fecha 4 de noviembre de 1976, el juez
instructor, Leopoldo J. Russo, resolvió: “Rechazar el presente
recurso de habeas corpus interpuesto a fs. 1 a favor de Juan
Carlos Blasetti, con costas al interponente”.
Por otro lado, el tribunal tuvo especialmente en cuenta
que: “a Juan Carlos Blasetti lo secuestran con posterioridad al
asesinato y desaparición de muchos de sus compañeros de
Astilleros, irrumpieron en el hogar que compartía con su esposa y
sus dos pequeñas hijas, por la fuerza -dando golpes y portazos-,
personas vestidas de civil y encapuchadas, le dijeron que se
vistiera y lo retuvieron en una habitación mientras revolvían toda
la casa buscando armas, luego lo subieron a un auto civil dejando
a su familia sin información de donde era trasladado” (fs. 152
vta.).
El derrotero transcripto le permitió al órgano
sentenciante concluir que: “Juan Carlos Blasetti fue secuestrado
por su condición de trabajador y sindicalista de base,
constituyéndose por esa única razón objeto de persecución del
circuito represivo que operó en la zonza industrial de Berisso y
Ensenada” (ibidem).
En este punto, se advierte que el embate de la defensa
referente a que el presente hecho se tuvo por probado solo con la
declaración de Graciela Noemí Pinero omite relevar las probanzas
detalladas en la sentencia y enunciadas precedentemente que,
consideradas en su totalidad, permitieron, con sobrada
suficiencia, tener por acreditado el secuestro y posterior

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Causa Nº FLP 17/2012/TO1/29/CFC12
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desaparición de Juan Carlos Blasetti. La crítica ensayada, pues,


no encuentra sustento en tanto el testimonio de la esposa de
Blasetti -que ya de por sí luce contundente- fue valorado de modo
integral con lo depuesto por otros testigos y con prueba
documental que permitieron al tribunal otorgarles verosimilitud a
sus dichos.
Por lo expuesto, cabe colegir que la evidencia descripta
por el a quo, por su concordancia, uniformidad y poder convictivo,
llevan a desestimar los planteos de la defensa en este extremo.
3. Nicolás Di Mattía:
De seguido, el tribunal aseveró en la sentencia: “Nicolás
Di Mattía era trabajador de Astilleros Río Santiago y fue privado
ilegalmente de la libertad en horas de la mañana del 30 de marzo
de 1976 de su lugar de trabajo por personal de la Marina,
Prefectura Naval Argentina y personal de seguridad del Astillero
Río Santiago de la ciudad de Ensenada. La víctima permaneció
privada ilegalmente de su libertad en el Centro Clandestino de
Detención que funcionó en la Prefectura Naval de Ensenada, donde
fue sometido a tormentos”.
Destacó que con fecha 31 de marzo de 1976 lo despidieron
“por aplicación de la ley 21.260”. También que: “[f]inalmente, la
víctima fue trasladada a la Unidad Penitencia n° 9”. Por último,
se valoró que: “Nicolás Di Mattía, fue secuestrado, por su
condición de trabajador y sindicalista de base, constituyéndose
por esa única razón objeto de persecución del circuito represivo
que operó en la zonza industrial de Berisso y Ensenada”.
4. Luis Alberto Díaz Esquerra:
Se comprobó durante el juicio que: “Luis Alberto Díaz
Esquerra fue secuestrado en horas de la mañana del 30 de marzo de
1976 desde el Astillero Río Santiago por personal de la Marina y
Prefectura” y que: “[l]a víctima permaneció en cautiverio en el
Centro clandestino de detención que funcionó en la Prefectura
Naval de Ensenada, donde fue sometido a tormentos, junto a un

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grupo de compañeros que fueron trasladados allí desde su lugar de
trabajo”.
Asimismo, se tuvo por acreditado que, tras permanecer
cautivo, fue trasladado a la Unidad N° 9 de La Plata, siendo
liberado el día 19 de junio de 1979 bajo el Decreto N° 571/79.
Esta descripción le permitió aseverar al a quo que: “Díaz
Esquerra, fue secuestrado, por su condición de trabajador y
sindicalista de base, constituyéndose por esa única razón objeto
de persecución del circuito represivo que operó en la zonza
industrial de Berisso y Ensenada”.
5. Luis María Digaetano:
Con relación a este hecho, el tribunal afirmó en la
sentencia que: “Luis María Digaetano, empleado de Astilleros Río
Santiago, fue secuestrado a las 14 horas del día 2 de abril de
1976 de su lugar de trabajo por personal de la Marina, de
Prefectura y de la seguridad interna del Astillero Río Santiago,
quienes lo encapucharon y golpearon; siendo trasladado desde allí
hacia la sede de Prefectura Naval de Ensenada, lugar donde
permaneció una noche y fue sometido a tormentos”.
Continuó detallando que: “De allí fue trasladado a los
buques ‘33 orientales’ y ‘Bahía Aguirre’. El 29 de abril de 1976,
a la Unidad Penitenciaria N° 2 Villa Devoto y el 24 de septiembre
de 1976 a la Unidad Penitenciaria N° 9 La Plata. Fue liberado el 4
de abril de 1977”.
Luego, se valoró que en su legajo figura la “Planilla de
baja del personal obrero”, en la que se registra con fecha 10 de
mayo de 1976 la extinción del vínculo laboral en los términos de
la ley N° 21.260. Adunó el órgano jurisdiccional que: “Luis María
Digaetano fue secuestrado por su condición de trabajador,
constituyéndose por esa única razón objeto de persecución del
circuito represivo que operó en la zonza industrial de Berisso y
Ensenada”.
6. Alberto Dizzini:

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El órgano sentenciante tuvo por acreditado que el


nombrado “fue secuestrado el día 30 de marzo de 1976 en el mismo
operativo que Dionisio Puz, y otros trabajadores del Astillero Río
Santiago. Todos ellos se encontraban ingresando a dicho
establecimiento fabril, y posteriormente fueron trasladados por
personal de la Marina hasta la sede de Prefectura Naval de
Ensenada donde fueron sometidos a tormentos”. Se agregó en el
pronunciamiento que: “[h]asta ese momento, Dizzini se desempeñaba
como trabajador del Astillero Río Santiago. Luego de ello, en ese
mismo día, fue conducido junto a otras personas que compartieron
cautiverio a la Unidad Penitenciaria n° 9 de La Plata”.
El tribunal también indicó que: “la víctima fue sometida
a distintos tormentos e interrogatorios en la Prefectura Naval de
Ensenada”. A su vez, se sostuvo que Alberto Dizzini, tras
permanecer cautivo fue trasladado a la Unidad N° 9 de La Plata y
liberado el 3 de mayo de 1978: “con fecha 30 de marzo de 1976 fue
detenido por las autoridades militares en la ciudad de Ensenada,
quedando a disposición del PEN bajo el decreto 1310/76, cesando
dicha disposición y en consecuencia puesto en libertad el 3 de
mayo de 1978 en virtud del decreto Ley 284”.
7. Luis Ramón Etchepare:
El tribunal tuvo por cierto que: “Luis Ramón Etchepare
fue secuestrado el día 21 de abril de 1976, a las 10 de la mañana
de su domicilio particular por personal de la Marina, siendo
trasladado al Batallón de Infantería de Marina N° 3, y a la
Prefectura Naval donde fue torturado y golpeado. Asimismo, fue
llevado al Centro Clandestino de Detención de 1 y 60, y
posteriormente a la Unidad 9 donde fue liberado”.
Con relación a este hecho, el embate defensista se
dirigió única y puntualmente a cuestionar que el damnificado
declaró que en Prefectura lo llevaron por un “túnel chiquito” a un
calabozo, pero que ese túnel no surgiría de las constancias
documentales incorporadas a la causa.

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Para dar una cabal respuesta a este planteo, es oportuno
memorar los elementos probatorios valorados por el órgano de
juicio para tener por acreditado el episodio cuestionado por la
defensa. En ese sentido, el sentenciante justipreció las
constancias obrantes en causa N° 44/85, donde constan sus
declaraciones en el marco del denominado “Juicio por la Verdad” y,
asimismo, el Legajo CONADEP N° 6063. En ese carril, se detalló que
Luis Ramón Etchepare relató que: “el día 21 de abril de 1976,
-mientras trabajaba en Astilleros Río Santiago, había solicitado
permiso para sacarse una muela, cuando llegó a su domicilio se
encontró con una patrulla, al mando del teniente Giménez, le
revolvieron toda la casa, asustaron a su esposa, estaban con armas
largas y le hicieron preguntas como donde trabajaba. Lo tuvieron
encerrado en su habitación, él les pregunto ‘¿Contra quién están
luchando?’ y le respondieron ‘contra la subversión’, entonces
preguntó por qué lo detenían a él que era un obrero y le
contestaron que estaba comprometido y que se callara. A su esposa
un guardiamarina se la llevó a la cocina con dos custodias, a su
nenito de siete meses lo sacaron de la cuna. En el secuestro
intervinieron un jeep, tres camiones y de 10 a 12 soldados de la
marina que estaban armados como si estuvieran en guerra […] lo
llevaron al BIM 3 sentado en un jeep y atrás 3 camiones cargados
con soldados, él vivía en Berisso y el BIM está en Ensenada. Luego
de allí, lo bajaron del Jeep, lo encapucharon y lo llevaron a
Subprefectura” (valorado en el instrumento sentencial a fs.
156/vta.).
El colegiado siguió valorando el testimonio de la víctima
sobre las situaciones allí vividas, en cuanto expresó: “a la
tarde, lo pusieron contra una pared, lo amenazaban, le golpeaban
los pies, lo llevaron a un calabozo donde lo encapucharon le
sacaron el cinto y los cordones de los zapatos y lo esposaron. A
la noche lo sacaron y lo hicieron pasar por un […] ‘para abajo
como un túnel chiquitito, lo pusieron en una mesa chiquita, los
pies colgando, las manos colgando’ y le aplicaron picana eléctrica

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“VAÑEK, Antonio y otros s/ recurso
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en el pecho, en la boca y en las manos y alguien le preguntaba y


otro lo insultaba, él no los vio porque estaba vendado. Le
preguntaban por los compañeros de trabajo y él decía que no sabía
nada. La situación descripta habrá durado uno o dos días, en los
cuales por las noches lo sacaban de un calabozo para llevarlo una
sala donde lo torturaban y después de ahí lo devolvían” (ibidem).
A continuación, el órgano de juicio agregó: “También
refirió que sufrió un simulacro de fusilamiento y les decían que
los iban a llevar al río para matarlos y tirarlos. En Prefectura
estuvo con otros detenidos, Páez, Klimaseski, la esposa de
Klimaseski y su hijo de dos años de edad. Destacó que una noche
que lo llevaron a una oficina, ahí sintió la voz de la señora que
lloraba y de la criatura, porque la criatura lo miraba a él,
supone, y le decía ‘cuco mama, cuco’. El que supo que fue
torturado fue Páez, porque lo ponían cerca de él cuando lo estaban
torturando” (ibidem).
De seguido, se expuso en la sentencia que: “[e]l 24 de
abril de 1976 aproximadamente fue trasladado al Centro Clandestino
de Detención ubicado en la calle 1 y 60. Mencionó: “allí, una vez
preguntó cuándo los iban a dejar en libertad, les respondieron que
ellos allí estaban en ‘depósito’, porque eran detenidos de la
Marina; entonces parecía que tenían un régimen especial”.
Finalmente, el 1 de agosto fue conducido a la Unidad Penitenciaria
N° 9 La Plata y posteriormente fue liberado” (ibidem).
Sumado a ello, se destacó la prueba documental
incorporada, que daba cuenta que trabajaba en Astilleros Río
Santiago. En este sentido, su legajo permitió observar el
telegrama recibido por dicha empresa el día 23 de abril, donde en
su cuerpo figura que: “fue detenido el jueves 22 al allanar
fuerzas militares la casa vecina donde vivía el cuñado que había
huido dejándole material comprometedor”, en el reverso figura la
anotación: “aplicar normas sobre ausentismo” y, más adelante, se
halla la “Planilla de Baja del Personal Obrero”, fechado 27 de

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mayo de 1976, donde los motivos de la baja son abandono del
servicio.
De la misma manera, su paso por la Unidad N° 9 se
acreditó, tal como expuso el a quo, mediante el Anexo
“Fichas/Legajos de Unidades Carcelarias remitidos por la
Secretaría Única de la CFALP”, en cuya fs. 17 figura la ficha N°
154130, de la que surge que Etchepare ingresó allí el 3 de agosto
de 1976 y de su Legajo Penitenciario surge que fue detenido en su
domicilio el día 21 de abril de 1976 y que se hallaba a
disposición del Poder Ejecutivo Nacional por decreto N° 1315 del
15 de julio de 1976.
A su vez, se ponderó en la sentencia que en la causa N°
2296/SU, caratulada: “Etchepare, Luis Ramón s/ averiguación”, a
fs. 2/10 se encuentra el legajo CONADEP, a fs. 27/30 hay
documentación de la DIPBA. Mesa “Ds” Varios 2703 y a fs. 37/39
consta el Legajo Penitenciario de la Unidad N° 9. Asimismo, al
solicitarse información a la DIPBA, remitieron el legajo
previamente mencionado con un Informe de la Inteligencia Naval
donde figura como “activista gremial de izquierda” y alojado en
“PNA” y con fecha de detención 15/07/76.
Esta descripción le permitió al tribunal aseverar que:
“Luis Ramón Etchepare fue secuestrado por su condición de
trabajador y sindicalista de base, constituyéndose por esa única
razón objeto de persecución del circuito represivo que operó en la
zonza industrial de Berisso y Ensenada” (fs. 157).
Sentado cuanto precede, cabe colegir que el
cuestionamiento que introdujo la defensa en punto a la valoración
del relato Etchepare por haber mencionado éste la existencia de un
“túnel chiquito”, estriba exclusivamente en la falta de
concordancia de este detalle con las constancias incorporadas a la
causa. A este respecto, y tal como se explicó al exponer las
pautas de valoración de la prueba testifical en el considerando
21° de este sufragio, la circunstancia de que las víctimas puedan
haber efectuado referencias a distintos detalles de los sucesos

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Sala II
Causa Nº FLP 17/2012/TO1/29/CFC12
“VAÑEK, Antonio y otros s/ recurso
de casación”
Cámara Federal de Casación Penal

encuentra razonable explicación en la conjunción que conforman el


paso del tiempo y las lógicas diferencias vivenciales y de
percepción propias de cada subjetividad.
De otro lado, resulta pertinente apuntar que, en lo
sustancial, Etchepare ha sido contundentemente conteste y su
relato preciso y claro halla correlación en los testimonios de
otras víctimas (Páez en cuanto declaró que: “supo que ahí
[Subprefectura] estuvo Etchepare” y Klimaseski que refirió que:
“en la Subprefectura estuvo detenido con Luis Etchepare”) y con la
prueba documental reseñada ut supra.
La declaración de esta víctima, entonces, fue analizada
conglobadamente a la luz de prueba testimonial y documental que le
otorga fuerza convictiva a sus dichos, y que fue valorada por el
tribunal a la hora de reconstruir los acontecimientos que lo
damnificaron. La coincidencia en los extremos descriptos en las
declaraciones permitió al sentenciante formar un cuadro probatorio
unívoco respecto a los hechos que tuvieron por víctima a
Etchepare, no advirtiéndose vicios que afecten las conclusiones a
las que arribó. Así, el cuestionamiento esgrimido, de la manera en
que lo trae la defensa, no logra conmover lo sostenido en la
anterior instancia por el tribunal oral, lo que deviene en el
rechazo del agravio.
8. Julio Alberto Machado:
Con relación a esta víctima, el tribunal aseveró en la
sentencia que el nombrado “fue secuestrado el día 25 de marzo de
1976 a las 7:30 de la mañana en su domicilio de la calle Zapiola
sin número, entre Mitre y Vergara de la ciudad de Berisso, por un
operativo realizado por el personal de la Marina quienes, frente a
su familia, lo encapucharon y lo subieron a un micro. En este
vehículo la víctima estuvo dando vueltas hasta las 14:00 horas,
cuando fue llevado a Prefectura Naval de Ensenada. Allí permaneció
hasta las 21:00 horas siendo constantemente torturado con
diferentes modalidades”.

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También, consideró acreditado que la víctima “fue subida
a una lancha y trasladada a la Escuela Naval situada en la Isla
Santiago, allí fue alojada en una edificación cuya disposición era
similar a celdas, pero sin puertas. En cada una de ellas iban
ubicando a las personas que llegaban. Allí, Machado fue
interrogado en reiteradas oportunidades acerca de su actividad
gremial, específicamente sobre el vínculo que mantenía con su
compañero de trabajo de Astilleros Río Santiago de apellido
Córdoba, con quien formaba parte de la Lista Celeste, postulada a
conducir el gremio de ATE Ensenada. Estos interrogatorios se
produjeron mientras estaba encapuchado y con los brazos atados,
durante estos días solo recibió un sándwich para alimentarse”.
Y continuó: “Luego de cinco días fue subido a una lancha
y trasladado a la base que los militares tenían en Astilleros Río
Santiago. Allí lo esperaba un micro que lo llevó a la Unidad 9.
Ese viaje lo realizó con sus manos atadas con alambre al asiento
que tenía delante”.
Posteriormente, se afirmó en la sentencia que Julio
Alberto Machado, ingresó a la Unidad el 28 de marzo de 1976,
puesto a disposición del PEN en virtud del decreto N° 1315/76,
siendo liberado el 30 de diciembre de 1977, cesando la disposición
del PEN el 2 de enero de 1978. Se sostuvo que el nombrado
trabajaba en la fábrica Astillero Río Santiago y que: “[e]n marzo
de 1976 cesó su relación por los motivos que lo tuvieron a Julio
Machado como víctima, reincorporándose en agosto del año 2006 y
continuando hasta la fecha en condición de trabajador ‘Dispensado’
extraordinariamente para realizar tareas”.
Por todo ello, el a quo concluyó que: “Julio Alberto
Machado, fue secuestrado, por su condición de trabajador y
sindicalista de base, constituyéndose por esa única razón objeto
de persecución del circuito represivo que operó en la zonza
industrial de Berisso y Ensenada”.
9. María del Carmen Miranda:

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Se tuvo por acreditado en el pronunciamiento que: “el 30


de marzo la nombrada fue secuestrada junto a un grupo de
compañeros a medida que iban ingresando a su lugar de trabajo, en
el Astilleros Río Santiago de la ciudad de Ensenada. De allí
fueron llevados por un grupo de agentes de la Marina, Prefectura
Naval Argentina y miembros de la seguridad interna de la fábrica
al Centro Clandestino de Detención que funcionaba en la sede de la
Prefectura Naval en Ensenada, donde fueron sometidos a tormentos”.
El tribunal asumió probado que la víctima ingresó el 31
de marzo de 1976 a la Unidad N° 8 de Olmos, egresando con destino
a la Unidad N° 2 de Devoto el 23 de noviembre del mismo año. Por
otra parte, se indicó que con fecha 31 de marzo de 1976 fue
despedida por la aplicación de la Ley N° 21.260.
Concluyó el sentenciante que: “la señora Miranda fue
secuestrada por su condición de trabajadora y sindicalista de
base, constituyéndose por esa única razón objeto de persecución
del circuito represivo que operó en la zonza industrial de Berisso
y Ensenada”.
10. Pedro Niselsky:
El órgano de juicio consideró acreditado que el nombrado
“fue secuestrado el día 24 de marzo de 1976 desde el interior de
su domicilio, ubicado en la calle 169 N° 2663 entre 28 y 29 de la
Localidad de Berisso. Hasta ese momento era empleado en el
Astillero Río Santiago. El secuestro fue realizado por hombres de
la Marina y de Prefectura, quienes revisaron su casa y sus
papeles, allí fue encapuchado y trasladado unos cincuenta metros
donde fue subido a un micro y atado en el asiento, que luego lo
condujo a sede de Prefectura Naval. En dicha oportunidad, la
víctima también expresó haber recibido diversos golpes e insultos.
Luego de ello lo subieron a un ferri, donde recibió distintas
amenazas de ser tirado al Río Santiago, y fue trasladado a las
instalaciones de la Escuela Naval situada en la Isla Santiago,

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donde fue alojado en celdas sin puertas, lugar donde solía estar
habitado por los Cadetes de dicha institución”.
Del mismo modo, tuvo por probado que: “la víctima fue
interrogada en un recinto dispuesto en un lugar separado de las
celdas donde los colocaron, y fue interrogado por varias personas.
Las preguntas se relacionaban con la bomba a la fragata ‘Santísima
Trinidad’, por las armas, su actividad política y diferentes
personas”. También refirió que: “[e]stuvo secuestrado en dicho
centro clandestino hasta el mediodía del 28 de marzo de 1976,
donde fue trasladado hasta la Base de la Marina en el Astillero
Río Santiago, para luego ser transportado en un micro hasta la
Unidad Penitenciaria No 9 de La Plata”.
Valoró el a quo que: “Niselsky fue trasladado hasta
Prefectura Naval de Ensenada, donde permaneció unas horas, y luego
lo trasladaron a la Escuela Naval y finalmente a la Unidad 9° de
La Plata”. Se aseveró que quedó a disposición del PEN acorde al
decreto N° 1310/76, cesando dicha disposición al PEN, y en
consecuencia puesto en libertad el día 19 de noviembre de 1980
bajo el decreto Ley N° 1242/80.
Por otro lado, se remarcó en la sentencia que el 31 de
marzo de 1976 “fue despedido por los hechos que lo tuvieron por
víctima […] siendo reincorporado al establecimiento fabril el día
1o de junio de 2006 y continuando su relación de trabajo hasta la
actualidad bajo la condición de ‘Dispensado’ por un período
extraordinario”. Concluyó el sentenciante que: “Pedro Niselsky fue
secuestrado por su condición de trabajador y sindicalista de base,
constituyéndose por esa única razón objeto de persecución del
circuito represivo que operó en la zonza industrial de Berisso y
Ensenada”.
11. Ricardo Alberto Nuez:
El sentenciante tuvo por probado que: “Ricardo Alberto
Nuez, activista gremial de Astilleros Río Santiago y militante
político, fue secuestrado y desaparecido a la una de la mañana del
31 de julio de 1976 de su domicilio particular, sito en calle 25

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Causa Nº FLP 17/2012/TO1/29/CFC12
“VAÑEK, Antonio y otros s/ recurso
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de Mayo N° 700 de la ciudad de Ensenada, por personas armadas


vestidas de civil, no se conoce su posterior destino y a la fecha
continúa desaparecido”. Destacó que su hija dijo que: “hace
responsable a la Marina y a la Prefectura del secuestro y
desaparición de su progenitor y la de los demás compañeros”.
En el pronunciamiento también se expuso “su pertenencia
como trabajador de Astilleros” y que: “en su Legajo figura la
‘Planilla de baja del personal obrero’, del 11 de noviembre de
1976, la que registra abandono de servicio como motivo de
extinción del vínculo de trabajo, recomendando su no
reincorporación”. Por último, se aseveró que: “Ricardo Alberto
Nuez fue secuestrado por su condición de trabajador y sindicalista
de base, constituyéndose por esa única razón objeto de persecución
del circuito represivo que operó en la zonza industrial de Berisso
y Ensenada”.
12. Mario Arturo Francisco Peláez:
En lo concerniente a este caso, el tribunal afirmó en la
sentencia que: “Arturo Francisco Peláez, quien era delegado
gremial de Astilleros Río Santiago, fue secuestrado el día 16 de
enero de 1976 de su domicilio particular, sito en calle 128 N°
1582 de la ciudad de Berisso, ‘por un comando del Batallón de
Infantería de Marina’. Fue conducido al BIM 3 donde fue sometido a
interrogatorios y tormentos” y que: “días después fue conducido a
otro destino donde estuvo 24 horas y posteriormente lo liberaron”.
13. Américo Horacio Piccinini:
El tribunal de juicio estableció en la sentencia que:
“Américo Horacio Piccinini ha sido secuestrado el día 30 de marzo
de 1976 desde su lugar de trabajo, el Astillero Río Santiago, por
un grupo de personas que supo identificar como miembros de la
Marina, Prefectura y personal de seguridad de la fábrica.
Posteriormente, junto con un grupo de compañeros de trabajo, fue
trasladado al centro clandestino de detención que funcionó en la
sede de Prefectura Naval de Ensenada, siendo maltratado física y

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psicológicamente en ese lugar”. Continuó refiriendo que: “[a]llí
permaneció todo el día, y luego el 31 de marzo fue trasladado a la
Unidad Penitenciaria N° 9 de La Plata y liberado el 19 de mayo de
1976”.
También se señaló que con fecha 30 de marzo de 1976 la
despidieron “por aplicación de la ley 21.260”. Concluyó el a quo
que: “Piccinini, fue secuestrado, por su condición de trabajador y
sindicalista de base, constituyéndose por esa única razón objeto
de persecución del circuito represivo que operó en la zonza
industrial de Berisso y Ensenada”.
14. Juan Pombo:
Los judicantes consideraron acreditado que: “la víctima
era empleado de Astilleros Río Santiago cuando se produjo su
secuestro el día 24 de marzo de 1976, y que luego permaneció
privado ilegalmente de la libertad en los Centros Clandestinos de
Detención que funcionaron en la sede de Prefectura Naval y la
Escuela Naval. En todo este recorrido fue sometido a tormentos y
malos tratos”.
Además, se estableció que: “el 29 de marzo de 1976 fue
llevado a la Unidad Penitenciaria N° 9 La Plata, desde donde fue
liberado el 3 de mayo de 1978”. Aclaró que quedó, desde el 24 de
marzo de 1976, a disposición del PEN bajo el decreto N° 1310/76,
cesando dicha disposición y, en consecuencia, puesto en libertad,
el 3 de mayo de 1978 en virtud del decreto N° 284/78. Se explicitó
también que: “Juan Pombo, fue secuestrado, por su condición de
trabajador y sindicalista de base, constituyéndose por esa única
razón objeto de persecución del circuito represivo que operó en la
zonza industrial de Berisso y Ensenada”.
15. Dionisio Puz:
El a quo ha tenido por acreditado en la sentencia que:
“el nombrado era trabajador de Astillero Río Santiago, y fue
secuestrado el día 30 de marzo de 1976 desde la puerta de ingreso
del establecimiento fabril. Este operativo fue realizado por un
grupo de personas que identificó como miembros de la Marina,

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Sala II
Causa Nº FLP 17/2012/TO1/29/CFC12
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Prefectura y personal de seguridad del Astillero. Durante todo


este recorrido fue sometido a tormentos y malos tratos”.
En igual sentido, tuvo por cierto que: “[p]osteriormente
fue trasladado al centro clandestino de detención que funcionó en
la sede de Prefectura Naval de Ensenada, y al día siguiente fue
trasladado hasta la Unidad Penitenciaria N° 9 de La Plata” y
“liberado en 17 de julio de 1978”. Asimismo, se afirmó que quedó a
disposición del PEN 30 de marzo de 1976 bajo el decreto Ley N°
1310/76, cesando dicha disposición y, en consecuencia, puesto en
libertad, el 27 de julio de 1978 en virtud del decreto Ley N°
1617/78. También se valoró que con fecha 31 de marzo de 1976 lo
despidieron por aplicación de la ley N° 21.260.
Ese marco le permitió al sentenciante corroborar que: “el
señor Puz, fue secuestrado, por su condición de trabajador y
sindicalista de base, constituyéndose por esa única razón objeto
de persecución del circuito represivo que operó en la zonza
industrial de Berisso y Ensenada”.
16. Juan Carlos Sosa:
En la sentencia se estableció que Juan Carlos Sosa “fue
privado de su libertad y trasladado al Centro Clandestino de
detención que funcionó en la sede de Prefectura Naval de la ciudad
de Ensenada, donde fue sometido a tormentos, desde el 29 de abril
y el 7 de mayo de 1976”. También que quedó a disposición del PEN
bajo el decreto N° 1310/76, cesando dicha disposición y, en
consecuencia, puesto en libertad, el 3 de mayo de 1978 en virtud
del decreto Ley N° 284/78.
En ese contexto se dio por probado que: “el señor Sosa
fue secuestrado por su condición de trabajador y sindicalista de
base, constituyéndose por esa única razón objeto de persecución
del circuito represivo que operó en la zonza industrial de Berisso
y Ensenada”.
b) PROPULSORA SIDERÚRGICA.
17. Carmelo Cipollone:

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En el pronunciamiento también se tuvo por acreditado que:
“Carmelo Cipollone, quien era trabajador y delegado gremial de
Propulsora Siderúrgica de Ensenada, fue secuestrado el día 24 de
marzo de 1976 a las 8 de la mañana desde su casa por la Armada
Argentina. Fue llevado en un camión de la Armada hasta el muelle
de la Escuela Naval donde había personal de Prefectura y, desde
allí, al Liceo Naval. Quedó demostrado que durante este trayecto
fue sometido a tormentos y malos tratos. Con posterioridad, el 29
de marzo de ese mismo año, fue trasladado a la Unidad
Penitenciaria no 9 de La Plata desde donde fue liberado en una
fecha cercana al 27 de mayo de 1976”.
Agregó el a quo que el 27 del mismo mes y año su esposa
recibió un telegrama que decía que estaba despedido “por abandono
de tareas” y que le dijeron “que tenía que agarrar la poca plata
que le daban e irse porque en ese lugar no iba a trabajar nunca
más”. Por último, el sentenciante concluyó “Carmelo Cipollone fue
secuestrado por su condición de trabajador y sindicalista de base,
constituyéndose por esa única razón objeto de persecución del
circuito represivo que operó en la zona industrial de Berisso y
Ensenada”.
18. María Beatriz Horrac:
Se dio por probado por el colegio de juicio que María
Beatriz Horrac “fue secuestrada el día 5 de abril de 1976 desde el
interior de su lugar de trabajo, oficina de Techint ubicada en
Propulsora Siderúrgica. Hasta ese momento se desempeñaba como
Secretaria de Gerencia de Techint. El secuestro fue realizado por
hombres armados vestidos de civil, que revisaron su oficina y sus
papeles, allí fue encapuchada y fue tirada dentro de un vehículo
que la condujo a sede de prefectura Naval, donde estuvo con
Barraza, aunque la víctima también expresó haber estado en BIM3”.
Asimismo, se consideró acreditado que: “Horrac fue
interrogada en una oficina, en diferentes oportunidades y por
varias personas, las preguntas se relacionaban con su actividad y
la de otras personas, mientras era interrogada, siempre estuvo con

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la capucha colocada en su cabeza y las manos atadas en la


espalda”. De seguido, se aseveró que: “tras permanecer cautiva,
fue traslada por personal de Prefectura Naval a la Unidad N°8 de
Olmos el día 7 de abril de 1976, luego fue traslada a la Unidad
Penitenciaria N° 2 de Devoto y liberada en julio de 1980”.
Finalmente, el órgano sentenciante remarcó que la
nombrada fue puesta a disposición del PEN recién el 14 de mayo de
1976 mediante el decreto N° 427/76.
19. Carlos Hugo Perdomo:
El tribunal de juicio también tuvo por probado que: “Hugo
Carlos Perdomo, que era trabajador de Propulsora Siderúrgica de
Ensenada, fue secuestrado el 26 de marzo de 1976, cuando se
presentó en Prefectura de La Plata, y sometido a tormentos. Fue
trasladado hacia la Escuela Naval y con posterioridad a la Unidad
Penitenciaria no 9 desde donde fue liberado”.
En ese orden, se añadió que Perdomo manifestó que: “en
los meses que estuvo detenido recibió un telegrama de la empresa”.
En ese contexto se explicó en la sentencia que: “Perdomo fue
secuestrado por su condición de trabajador y sindicalista de base,
constituyéndose por esa única razón objeto de persecución del
circuito represivo que operó en la zonza industrial de Berisso y
Ensenada.
20. Luis Aníbal Rivadeneira:
Con relación a este hecho, el tribunal estableció por
cierto en la sentencia que: “Luis Aníbal Rivadeneira, que era
trabajador y delegado gremial de Propulsora Siderúrgica de
Ensenada, fue secuestrado el día 19 de abril de 1976 a la
madrugada, cuando se encontraba en su domicilio por Fuerzas
Conjuntas de Prefectura y Marina, totalizando un grupo de entre
doce y quince personas. Fue trasladado al Batallón de Infantería
Marina no 3, desde ahí a Prefectura Naval y luego a 1 y 60. Quedó
demostrado que durante este trayecto fue sometido a tormentos.

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Después de unos meses fue trasladado a la Unidad Penitenciaria N°
9 de La Plata desde donde fue liberado en el año 1982”.
Agregó que: “las condiciones de detención […]
configuraron tormentos”. Se resaltó que la víctima relató que:
“luego de su liberación intento en reiteradas oportunidades volver
a su trabajo en Propulsora, pero nunca lo logró; se enteró que al
tercer día de su privación de libertad, llego un telegrama a su
casa por medio del cual lo echaban por abandono de trabajo; aclaró
que si lo indemnizaron en dos oportunidades, una de ellas fue en
forma privada en un café en Capital Federal, en dicha ocasión le
hicieron firmar una constancia por la que se comprometía a no
realizar reclamos posteriores”.
Adunó el a quo que Rivadeneira fue puesto a disposición
del PEN por decreto N° 850/79, sin embargo, como fecha del
decreto, figura la de 22 de junio de 1976, coincidentemente con la
registrada como fecha de detención. Consideró, por último, que:
“Luis Aníbal Rivadeneira, fue secuestrado, por su condición de
trabajador y sindicalista de base, constituyéndose por esa única
razón objeto de persecución del circuito represivo que operó en la
zonza industrial de Berisso y Ensenada”.
21. Mario Roberto Zecca:
Con relación a este hecho, el a quo estableció que:
“Mario Roberto Zecca, que era trabajador de Propulsora Siderúrgica
de Ensenada, fue secuestrado el día 26 de junio de 1976 en su
lugar de trabajo por personal de la Armada Argentina. Fue llevado
en un camión hasta Prefectura donde lo mantuvieron detenido por
algunas horas hasta que por la noche lo trasladaron a la Liceo
Naval en una lancha. Desde ahí es liberado cuatro días más tarde.
Quedó demostrado que durante todo este trayecto fue sometido a
tormentos y malos tratos”. Respecto de su fuente laboral, se
describió que la víctima aclaró que de Propulsora se fue en 1978
porque: “ya no aguantó más”.
c) DESTILERÍA YPF.
22. Ricardo Buergo:

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Vinculado a este caso, el tribunal tuvo por probado en la


sentencia que: “Ricardo Buergo, que era trabajador de Destilería
YPF y militante de la Juventud Peronista, fue secuestrado el día
27 de abril de 1976 cuando se encontraba en su trabajo. Asimismo,
se tiene probado que el nombrado, encapuchado y vendado, fue
trasladado a Prefectura Naval donde fue sometido a tormentos y
liberado el 11 de mayo del mismo año en los montes de Punta Lara.
Buergo fue nuevamente secuestrado el 22 de diciembre de 1976 y
hasta la fecha continúa desaparecido”. También se corroboró que el
20 de mayo de 1976 Buergo presentó la renuncia.
En ese contexto, el órgano jurisdiccional aseveró en el
pronunciamiento que: “Ricardo Buergo, fue secuestrado, por su
condición de trabajador y militante político, constituyéndose por
esa única razón objeto de persecución del circuito represivo que
operó en la zonza industrial de Berisso y Ensenada”.
23. Roberto José De la Cuadra:
En cuanto atañe a esta víctima, el tribunal ponderó que:
“era trabajador de la empresa YPF y activista político y gremial.
Fue secuestrado y desaparecido por fuerzas dependientes de la
Fuerza de Tareas N° 5 el 2 de septiembre de 1976. Se desconoce qué
destino tuvo el nombrado con posterioridad a eso, a la fecha
continúa desaparecido”.
Agregó que la hermana de la víctima señaló que en el
legajo de YPF figura que se desvinculó de la empresa por “abandono
de trabajo atento la normativa vigente”. Se tuvo por cierto
también en el pronunciamiento que: “Roberto José de la Cuadra fue
secuestrado, por su condición de trabajador y sindicalista de base
y militante del Partido Comunista Marxista Leninista,
constituyéndose por esa única razón objeto de persecución del
circuito represivo”.
24. Mario Horacio Revoledo:
Se tuvo debidamente probado en el instrumento sentencial
que: “Mario Horacio Revoledo era trabajador de la empresa YPF,

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activista gremial y político. Fue secuestrado y desaparecido con
la intervención de fuerzas conjuntas, dependientes de la Fuerza de
Tareas N° 5 y de la Brigada de Investigaciones de La Plata, el 18
de mayo de 1977. Posteriormente, el nombrado fue alojado en una de
las instituciones que componían la FT5 y se desconoce qué destino
tuvo con posterioridad a eso, a la fecha continúa desaparecido”.
En este punto, la crítica de la asistencia técnica de
Juan Carlos Herzberg se ciñó a cuestionar, de manera genérica y
vaga, la “ausencia total de prueba acerca de cuál ha sido el
destino de Mario Horacio Revoledo”.
Ahora bien; a fin de dar respuesta al planteo de la
defensa, interesa remarcar que el tribunal justipreció, para tener
por probado el hecho que se cuestiona, la declaración prestada por
su hermano, Ángel Oscar Revoledo, quien sostuvo que: “Mario
Horacio fue secuestrado en la época de la dictadura, más
precisamente el 18 de mayo de 1977 en la ciudad de Berisso, en su
domicilio, suponen que se lo llevó la policía de la provincia pero
estaban de civil, en aquella ocasión estaba con su ex esposa y sus
dos hijos más chicos, luego llegaron su padre y su madre”
(valorado en la sentencia fs. 179 vta.).
Añadió este testigo que: “Mario trabajaba en YPF, estaba
afiliado al partido justicialista y tenía actividad gremial, luego
supo que fue llevado a la Escuela Naval y luego al BIM 3,
actualmente permanece desaparecido” (ibidem).
También tuvo en cuenta el órgano decisorio los dichos de
Diego Horacio Revoledo, hijo de la víctima, quien relató que: “a
su papá lo fueron a buscar el día 17 de mayo del año 1977, eran
como a las 16:00 hs. y aparecieron alrededor de cuatro autos, se
metieron en su domicilio y preguntaron por él, quien en ese
momento se encontraba trabajando en YPF. Posteriormente se
dirigieron a la vivienda del fondo del terreno donde habitaban su
tía, junto con sus primos. En esas circunstancias tuvieron a toda
la familia hasta el otro día que volvió su papá del trabajo y se
llevaron. Refirió que posteriormente se dirigieron a hacer la

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“VAÑEK, Antonio y otros s/ recurso
de casación”
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denuncia y cuando llegaron a Investigaciones de La Plata, se


encontraron con tres de los sujetos que habían estado toda la
noche en su casa” (justipreciado en el pronunciamiento a estudio a
fs. 179 vta./180).
Se destacó, a su vez, en la sentencia que: “un muchacho
que trabajaba con su papá le dijo que lo tuvieron tirado en un
camión de la Marina” (merituado en la resolución en crisis a fs.
180). De seguido, el testigo narró, respecto de la militancia de
su padre, que: “participaba de la JTP y también militaba ayudando
a la gente en los barrios que cree que también era delegado en
YPF” (ibidem).
Finalmente, se consideró el testimonio de Alicia Susana
Bordoni, prima de Mario Horacio Revoledo, quien declaró que: “se
enteró de todo lo acontecido cuando se acercaron a su familia para
contarles que se habían llevado a Mario” y relató que: “el día 17
de mayo de 1977, ingresaron a la casa de Mario un grupo numeroso
de personas, realizaron un operativo muy grande, cercaron toda la
manzana, había gente de civil y armada que se identificaron como
de las fuerzas conjuntas. Como su primo se encontraba trabajando
en el turno nocturno, se quedaron durante toda la noche en la
casa” (ibidem).
A la vez, detalló el a quo que: “por aquel entonces en el
domicilio de Mario vivían su señora, los dos hijos y la esposa de
su hermano que estaba detenido en la Unidad Nro. 9 de la Plata, al
cual se lo habían llevado el día 24 de marzo de 1976” (ibidem).
También se memoró que: “el día del procedimiento los
juntaron a todos en la casa de Mario, incluidos los niños, fue una
situación sumamente violenta, abusaron de la casa, los
maltrataron, dijeron que no tenían ningún apuro que iban a esperar
a que volviera y que si no lo hacía se llevaban a otros. Cuando
llego a la casa lo detuvieron y nunca más tuvieron ninguna
noticia, hicieron una cantidad enorme de averiguaciones, pero
nunca más supieron nada de él hasta el día de hoy” (ibidem).

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Respecto de la situación previa a la detención, la testigo declaró
que: “Mario era trabajador de YPF […] lo metieron en un auto y se
lo llevaron” (ponderado en el instrumento sentencial a fs. 180/
vta.).
Sobre la fuente de trabajo de la víctima, Bordoni dio
cuenta de que: “la familia fue a YPF a pedir que le mantuvieran el
puesto laboral y le dijeron que estaba despedido por abandono de
trabajo” (valorado en el pronunciamiento a estudio a fs. 180
vta.).
Además de los coincidentes testimonios evocados, se
justipreció como prueba documental incorporada la causa N°
1150/SU, “Revoledo, Mario Horacio s/habeas corpus”, y N° 65/SU que
corre por cuerda junto con el legajo personal de YPF de la
víctima, y la documentación aportada por la Comisión Provincial
por la Memoria.
En efecto, la mentada causa N° 65/SU, que se corresponde
con la causa N° 18.989 del Juzgado Federal N° 3 de La Plata, se
inicia con la presentación de un habeas corpus efectuada por
Valeriana Florentín, esposa de Mario Revoledo, con fecha 4 de mayo
de 1978. Asimismo, en igual fecha, el Juez Héctor Carlos Adamo,
instructor de la causa, ordena se solicite a la policía de la
provincia de Buenos Aires, a la Policía Federal, al Comando en
Jefe del Ejército y al Ministerio del Interior que informe si
Revoledo se encontraba detenido a Disposición del PEN y en su caso
el decreto que así lo disponía. Posteriormente, el día 25 de julio
de 1978, ante las respuestas negativas de los informes requeridos,
se resuelve no hacer lugar al recurso interpuesto.
Por otro lado, amerita destacar que, tal como señaló el
tribunal de juicio, la causa N° 1150/SU tiene su origen en los
autos N° 87.422 del Juzgado Federal N° 1 de La Plata, a partir de
la presentación efectuada el 10 de febrero de 1984 por Carmen
Suárez de Diez, Irma Teresa Samperi de Docters y Carmen Rosa Bega,
patrocinadas por el doctor Torres Molina, donde ratificaron el
recurso de habeas corpus interpuesto en favor de Mario Horacio

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Revoledo. Con fecha 24 de julio del mismo año, el doctor Héctor G.


de la Serna, Juez instructor, ordenó que se libren “los oficios
del caso”. Con los informes recibidos, todos negativos, con fecha
9 de noviembre se desestimó el recurso interpuesto.
Adunado a ello, el a quo tuvo en cuenta la declaración de
Valeriana Florentín, del 23 de mayo de 2000, en el marco del
denominado “Juicio por la Verdad”, donde expresó: “el 17 de mayo a
las 18.45 más o menos, aparecieron unos hombres armados […] mi
marido se había ido a trabajar, porque trabajaba en YPF, el
entraba a las siete de la tarde […] bueno, estos hombres
aparecieron, yo estaba con los chicos e ingresaron a mi domicilio,
estuvieron hasta las siete, siete y veinte de la mañana del 18 de
mayo […] cuando volvía mi marido del trabajo, lo llevaron detenido
y nunca más supe el paradero de mi marido” y que: “tuvo
comentarios de que su marido había sido llevado a la Escuela Naval
de Río Santiago”.
También se apuntó que, en la causa de referencia, se
encuentra agregada copia del legajo CONADEP 4585, en el que surge
que en el operativo en el que se secuestró a Revoledo actuaron
Fuerzas conjuntas.
Además, se encuentra agregada una copia del Legajo DIPBA,
mesa referencia N° 10.771, caratulado “Actos del 17 de Octubre de
1970” que comprende un informe realizado por la Unidad Regional VI
de La Plata dirigido a la SIPBA enviando una nómina de detenidos
por los actos programados por el 17 de octubre entre los que se
encuentra Mario Horacio Revoledo.
De otra parte, como anexo 1 de la causa N° 1150/SU obra
el Legajo Personal de Y.P.F. de Revoledo, se expuso que en él
consta una resolución de fecha 26 de septiembre de 1977 que, en su
parte pertinente, reza: “RESUELVE: 1.Disponer la ‘cesantía’ por
‘abandono de servicio’ a partir del día 19 de mayo de 1977, del
agente Mario Horacio Revoledo -Legajo Personal no 91456- de
función: Auxiliar Mayor-Sectores: Auxiliares-categoría 12 -

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Partida: 232.699-por hallarse incurso en lo previsto en el
capítulo III apartado c) artículo 15) de la orden no 192, que
reglamenta el régimen de faltas y sanciones’”. En respuesta de
esto, a fs. 60 obra un telegrama firmado por Valeriana Florentín
de Revoledo, con fecha 27 de mayo de 1977, que consigna: “Mario
Horacio Revoledo no se presenta al trabajo por estar detenido”.
Finalmente, se valoró en la sentencia la documentación
remitida por la Comisión Provincial por la Memoria, entre la que
se encuentra el Legajo Mesa Ds, Varios, N° 2658, caratulado
“Solicita ambiental sobre actividades de Pedro Apaolaza…”, que
contiene un informe remitido a la SIPBA confirmación sobre
“elementos MONTONEROS”, de fecha 3 de diciembre de 1974 y que, al
respecto, hay una nómina de personas, entre las que se encuentra
Revoledo, que trabajan en el Comedor Universitario y que, según el
informe, “continúan trabajando como integrantes de la Organización
Montoneros (actuando en la JTP -Arg José Savino Navarro) y
miembros activista de ATULP”.
Lo anteriormente descripto le permitió al tribunal de
juicio aseverar que: “Mario Horacio Revoledo, fue secuestrado, por
su condición de trabajador y activista gremial y político,
constituyéndose por esa única razón objeto de persecución del
circuito represivo que operó en la zona industrial de Berisso y
Ensenada” (fs. 181/vta.).
En ese marco, reseñados los elementos probatorios
valorados por el sentenciante para tener por acreditado este
hecho, corresponde dar respuesta a las críticas defensitas con
relación a la “ausencia total de prueba acerca de cuál ha sido el
destino de Mario Horacio Revoledo”. En estas condiciones, es dable
recordar lo expuesto en el considerando 21° con relación a la
importancia de la prueba indiciaria o presuntiva cuando se trata
de denuncias sobre desaparición de personas y a las
características de estos hechos, los cuales implican la
destrucción de prueba en busca de la impunidad de sus
perpetuadores.

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A mayor abundamiento, corresponde evocar lo establecido


por la Corte IDH en el caso “Godínez Cruz Vs. Honduras” (Fondo,
Sentencia de 20 de enero de 1989, Serie C, N° 5), en cuanto a que
en los casos de desaparición de seres humanos “es especialmente
válida la prueba indiciaria que fundamenta una presunción
judicial. Se trata de un medio probatorio utilizado en todos los
sistemas judiciales y puede ser el único instrumento para que se
cumpla el objeto y fin de la Convención Americana […] cuando las
violaciones a los derechos humanos implican la utilización del
poder del Estado para la destrucción de los medios de prueba
directos de los hechos, en procura de una total impunidad o de la
cristalización de una suerte de crimen perfecto” (párr. 155).
Asimismo, dicho tribunal internacional remarcó, en el
caso “Blake Vs. Guatemala” (Fondo, Sentencia de 24 de enero de
1998, Serie C N° 36), que: “estima posible que la desaparición de
un determinado individuo sea demostrada mediante pruebas
testimoniales indirectas y circunstanciales, sumadas a inferencias
lógicas pertinentes, así como su vinculación a una práctica
general de desapariciones […] las pruebas documentales y
testimoniales directas no son las únicas que pueden fundamentar la
sentencia. Las pruebas circunstanciales, los indicios y
presunciones pueden igualmente utilizarse, siempre que de ellos
puedan inferirse conclusiones consistentes sobre los hechos”
(párr. 49).
Se señaló también que: “[n]o puede admitirse el argumento
en el sentido de que la situación misma de indeterminación del
paradero de una persona, no implica que hubiese sido privada de su
vida ‘ya que faltaría […] el cuerpo del delito’ […]. Es
inaceptable este razonamiento puesto que bastaría que los autores
de una desaparición forzada ocultasen o destruyesen el cadáver de
una víctima, lo que es frecuente en estos casos, para que se
produjera la impunidad absoluta de los infractores, quienes en
esta situación pretenden borrar toda huella de la desaparición”

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(caso “Castillo Páez vs. Perú”, Fondo, Sentencia del
03/11/1997, Serie C N° 34, párr. 73).
En concordancia con estos criterios, debe atribuirse
especial valor a las declaraciones de los testigos antes
mencionados, dentro del contexto y de las circunstancias de un
caso de desaparición, con todas las dificultades probatorias que
de ésta se derivan, donde los medios de prueba son esencialmente
testimonios indirectos y circunstanciales en razón de la propia
naturaleza de este delito.
A la luz de lo hasta aquí analizado, se deriva que la
detención y posterior desaparición de Mario Horacio Revoledo no
fue un evento aislado sino que constituyó una práctica del Estado
argentino durante la época de los hechos, llevada a cabo
principalmente por agentes de sus fuerzas armadas y de seguridad,
por la cual se capturaba a miembros identificados como proclives a
la “subversión”, se les retenía clandestinamente sin dar noticia a
autoridad judicial competente, se los torturaba física y
psicológicamente para la obtención de información e, incluso, se
les causaba la muerte.
Dicha práctica es un elemento de primera importancia para
fundar, junto con otros indicios concordantes -los testimonios y
la documental analizada por el tribunal-, la acreditación judicial
de los hechos de los que Mario Horacio Revoledo resultó víctima.
Probada la existencia de una sistemática represiva de
desapariciones de personas por razones políticas, gremiales,
ideológicas o de militancia, ejecutada o tolerada por las
autoridades argentinas entre los años 1976 a 1983 (ver causa N°
13/85), puede aseverarse que se ha acreditado en autos que las
condiciones en que se produjo la desaparición de Mario Horacio
Revoledo coinciden con las de aquel método.
Adunado a ello, y contrariamente a lo sostenido por la
defensa de Herzberg en su escrito recursivo, las conclusiones del
tribunal lejos están de basarse únicamente en los testimonios de
los familiares de Revoledo -que de por sí fueron contestes y

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contundentes-, sino que se apoyan también en prueba documental


-causa N° 1150/SU, caratulada: “Revoledo, Mario Horacio s/habeas
corpus” y N° 65/SU que corre por cuerda con el legajo personal de
YPF de la víctima, la documentación aportada por la Comisión
Provincial por la Memoria, causa N° 87.422, copia del legajo
CONADEP 4585, la copia del Legajo DIPBA, mesa referencia N°
10.771, caratulado: “Actos del 17 de Octubre de 1970”-, la cual
fue conglobadamente valorada.
De esta forma, no son elementos aislados, sino un cuadro
probatorio unívoco de extremos que por sí solos no resultan
suficientes, pero analizados de conjunto permiten tener por
acreditado el secuestro y desaparición de Mario Horacio Revoledo.
Por ello, no existe un cuadro de duda que torne aplicable la regla
prevista en el art. 3 del rito como pretende la defensa, ya que la
ponderación efectuada por el tribunal resulta suficiente, en tanto
arriba a su conclusión tras correlacionar el contexto represivo,
las declaraciones prestadas y la prueba documental que obra en el
expediente.
25. Hugo Ernesto Ruiz Díaz:
El tribunal oral tuvo por probado en la sentencia que:
“Hugo Ernesto Ruiz Díaz, empleado de la empresa Y.P.F, fue
secuestrado el día 25 de marzo de 1976 desde la clínica La Merced
de Ensenada, lo llevaron a la Prefectura Naval y, horas más tarde
ese mismo día, fue trasladado a la Escuela Naval. Quedó además
comprobado que en ambos lugares fue sometido a tormentos. Luego
fue trasladado a la Unidad Penitenciaria n° 9 desde donde recuperó
su libertad el primero de mayo de 1978”.
Añadió que la víctima “[s]e enteró posteriormente que
entre marzo y noviembre de 1976 lo esperaron para que vuelva a
trabajar, luego lo echaron por abandono de trabajo. Al regreso de
la democracia volvió a trabajar a la destilería”. Finalmente, se
describió que, con fecha 26 de abril de 1978, por decreto N° 293
cesa la detención a disposición del Poder Ejecutivo Nacional.

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d) FRIGORÍFICO SWIFT.
26. Horacio García Gerbolés:
Con relación a este evento, en la sentencia se tuvo por
probado que: “Horacio García Gerbolés, quien era trabajador y
delegado del frigorífico Swift fue detenido el 29 de abril de
1976, por personal de la Subprefectura y de las Fuerzas Conjuntas.
Fue trasladado a Subprefectura, donde fue sometido a tormentos y
malos tratos, y luego el 7 de mayo a Infantería de la Policía de
la Provincia de Buenos Aires ubicada en 1 y 60. Finalmente el 17
de julio de 1976 es alojado en la Unidad Penitenciaria n° 9 desde
donde es liberado el 11 de octubre de 1979”.
Se especificó que a la Unidad Carcelaria 9 fue ingresado
con fecha 14 de julio de 1976 y a disposición del PEN por decreto
N° 998/76, y que, además, el cese de detención fue a partir del 11
de octubre de 1979 por decreto N° 2427/79. Así, el a quo concluyó
que: “Horacio García Gerbolés, fue secuestrado, por su condición
de trabajador y sindicalista de base, constituyéndose por esa
única razón objeto de persecución del circuito represivo que operó
en la zonza industrial de Berisso y Ensenada”.
27. Vladimiro Jorge Klimaseski:
En la sentencia ha quedado acreditado que: “Jorge
Vladimiro Klimaseski, trabajador del frigorífico Swift, fue
secuestrado el 20 de abril de 1976, por efectivos del Batallón de
Infantería Marina N° 3. Fue trasladado hasta la Prefectura Naval
de La Plata, donde fue sometido a tormentos. Aproximadamente dos
días después fue trasladado a 1 y 60 y finalmente a la Unidad
Penitenciaria N° 9 de La Plata desde donde fue liberado en el año
1980”. Se detalló también que fue puesto a disposición PEN
mediante decreto N° 00571.
28. Ricardo Mario Melano:
En lo atingente a este hecho, el tribunal tuvo por
probado que: “Ricardo Mario Melano, trabajador del frigorífico
Swift, fue secuestrado el día 26 de marzo de 1976 desde su lugar
de trabajo y trasladado hasta la Prefectura Naval donde permaneció

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detenido durante algunas horas, luego lo trasladaron en un ferri a


un lugar que no identificó, donde permaneció detenido durante tres
días. Quedó probado que durante todo este trayecto fue sometido a
tormentos. Finalmente fue trasladado a la Unidad Penitenciaria N°
9 de La Plata. Desde esta unidad fue liberado el 22 de mayo.
Durante este tiempo nunca estuvo detenido a disposición del Poder
Ejecutivo Nacional ni se legalizó su situación”.
Por otra parte, se dio por cierto que: “[e]n Prefectura
fue sometido a distintos tormentos” y que luego lo trasladaron un
lugar en el que: “[l]as propias condiciones de detención […]
resultaban tormentos”. Finalmente, el órgano jurisdiccional valoró
que, respecto de su fuente laboral, la víctima resultó despedida
“por abandono de tareas”.
29. Roberto Adoníbal Páez:
Se justipreció en la sentencia que: “Roberto Adoníbal
Páez, quien era trabajador y delegado gremial del Frigorífico
Swift de Berisso y militante del Partido Comunista, fue privado de
su libertad el día 21 de abril de 1976 a las 10.30 de la mañana en
su casa por personal del Batallón de Infantería de Marina 3. Fue
trasladado en una camioneta hasta la Subprefectura Nacional,
ubicada en el puerto de La Plata donde fue sometido a tormentos.
Con posterioridad, fue trasladado a calle 1 y 59, Infantería
Motorizada, y el 20 de julio de 1976 a la Unidad Penitenciaria N°
9 de La Plata. Finalmente, el 21 de mayo de 1979 fue trasladado a
la Unidad 1 de Caseros desde donde recuperó su libertad el día 19
de julio de 1980”.
De seguido, el a quo agregó que: “las condiciones de
detención en configuraron tormentos por sí mismas”. Describió a
continuación que, el 26 de mayo de 1976, fue detenido puesto a
disposición del Poder Ejecutivo Nacional por imperio del Decreto
N° 571.
En ese marco, se indicó que: “Roberto Adoníbal Páez, fue
secuestrado, por su condición de trabajador y sindicalista de

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base, constituyéndose por esa única razón objeto de persecución
del circuito represivo que operó en la zonza industrial de Berisso
y Ensenada”.
30. Ricardo José Reynoso:
Respecto de este evento, el órgano sentenciante señaló
que: “Ricardo José Reynoso, que era trabajador del Frigorífico
Swift de Berisso, fue privado de su libertad el día 22 de abril de
1976 a la tarde por personal de Prefectura. Fue trasladado en un
auto hasta la Subprefectura donde fue sometido a tormentos. Con
posterioridad, fue trasladado a calle 1 y 59, Infantería
Motorizada, y el 20 de julio de 1976 a la Unidad Penitenciaria N°
9 de La Plata y, con fecha 3 de noviembre de 1981, se le otorgó
por decreto 1821 del Poder Ejecutivo Nacional la libertad
vigilada”. En ese cauce, el órgano jurisdiccional tuvo por probado
que se encontraba detenido por decreto N° 571, fechado el 26 de
mayo de 1976.
e) OTROS CASOS.
31. María Adela Barraza:
El a quo tuvo por cierto en la sentencia que: “María
Adela Barraza fue secuestrada el día 5 de abril del año 1976 en
horas de la madrugada en su domicilio, ubicado en aquel entonces,
en calle 5 N° 107, por un operativo realizado por personal de la
Marina, en su casa y delante de su familia, fue vendada y
encapuchada para ser trasladada inmediatamente a la localidad de
Ensenada, conducida específicamente a la sede de Prefectura Naval.
Allí permaneció al menos dos días, sentada en un banco, totalmente
encapuchada, atadas sus manos y amordazada y controlada
permanentemente”.
Asimismo, se aseveró que: “fue interrogada en una
oficina, en diferentes oportunidades y por varias personas, las
preguntas se relacionaban con su actividad y la de personas que no
conocía, mientras era interrogada, siempre estuvo con la capucha
colocada en su cabeza y las manos atadas en la espalda, lo que le

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provocaba la permanente sensación de incertidumbre entre la vida y


la muerte”.
También se corroboró que: “[t]ras permanecer en sede de
Prefectura, fue traslada por personal de esa fuerza a la Unidad N°
8 de Olmos el día 7 de abril de 1976, luego fue traslada a la
Unidad Penitenciaria de Devoto y liberada en el año 1978 desde
Coordinación Federal”. Finalmente, afirmó el tribunal que la
nombrada fue puesta a disposición del PEN, en el mes de octubre de
1976, mediante el decreto N° 571/76.
32. Osvaldo Enrique Busetto:
Se tuvo por probado en el pronunciamiento impugnado que:
“Busetto, agente de la policía bonaerense, militante del ERP y
estudiante avanzado de la carrera de arquitectura, fue secuestrado
el día 9 de septiembre de 1976, en las inmediaciones de la plaza
San Martín de La Plata por un grupo de personas vestidas de civil
que iban en vehículos Torino. Luego de dispararle en la pierna y
el abdomen, lo subieron al baúl de uno de los autos y lo
trasladaron al Hospital Naval ubicado en Berisso. En ese lugar lo
intervinieron quirúrgicamente por la gravedad de las heridas de
balas que había recibido, y mientras se encontraba internado fue
sometido a interrogatorios y torturas por oficiales de la Marina.
Luego, fue conducido a diversos centros clandestinos de detención
-donde no recibió ningún tipo de atención médica- y a la fecha
permanece desaparecido, sin que se haya obtenido ningún tipo de
información sobre su paradero”.
Por otra parte, el tribunal estableció su paso por el
Pozo de Banfield, el BIM3 y el centro clandestino de detención
ubicado en Arana.
33. Carlos García:
El a quo tuvo por cierto que: “Carlos García fue
secuestrado el día 30 de abril de 1976, en horas de la madrugada,
de su domicilio ubicado en la calle 3 y 32 de La Plata. Hasta ese
momento era empleado y delegado gremial del Banco Comercial de La

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Plata. El secuestro fue realizado por hombres de la Armada que lo
llevaron en primer lugar al BIM 3, luego a Prefectura y vuelto a
llevar al Batallón para luego liberarlo unos días después. Durante
todo este trayecto la víctima fue sometida a tormentos y malos
tratos”.
En este caso, el embate defensista se dirigió,
puntualmente, a cuestionar la declaración de la víctima, quien
dijo haber escuchado ruido de botes a pesar de encontrarse a “150
metros de distancia de la sede”.
Ahora bien; a fin de comprobar la materialidad de este
hecho, cabe señalar que el tribunal de juicio tuvo en cuenta el
testimonio de García brindado en el marco del denominado “Juicio
por la Verdad”, el 10 de octubre de 2001, obrante en la causa N°
2141/SU, caratulada: “García, Carlos s/ averiguación”, incorporada
a la presente, donde relata “cómo, el 30 de abril de 1976,
personal de la Armada irrumpe en su domicilio y lo revisan todo.
Aclara que esto sucede posteriormente al secuestro de su hermano,
Horacio García, y que en su casa vivían, junto con él, su esposa,
sus dos hijos, su cuñada y los tres hijos de ella” (valorado en la
sentencia a fs. 194 vta.).
Luego, en la sentencia se expuso que: “durante el
procedimiento su hija quiso ver por una ventana donde estaba él y
un soldado de Infantería de Marina, que yo lo sé porque es un
lugar donde fui a parar, le apunta con la ametralladora” (ibidem).
Continúo refiriendo que: “de su casa lo llevaron al Batallón de
Infantería de Marina 3 y que pudo observar todo el trayecto porque
no estaba encapuchado” y señaló que ahí le hicieron una revisación
médica, que el médico que lo revisó confirmó que estaba operado
recientemente de la vesícula y que le dijo al oficial que lo
custodiaba ‘liviano se le puede dar’” (merituado en el
pronunciamiento a estudio a fs. 194 vta./195).
Se valoró que también dijo que: “después lo trasladaron
encapuchado a un lugar donde escuchó el ruido del tren que pasaba,
posteriormente sentía el olor al Río de la Plata que tienen un

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lugar donde había una manufactura como era el Frigorífico Swift y


el Armour y el ruido como de botes después lo ratificó el hecho de
que detienen a una persona que no la vi, pero que estaba al lado
mío, que lo habían detenido porque había estado remando en zona
que era prohibida. Es en este lugar donde fue sometido a tormentos
[…] el 1° o el 2 de mayo, viene un soldado, un Marino, me lleva de
malas maneras, me deja en una casilla, siempre encapuchado y hay
dos señores, me dice ‘quedate así, no tuerzas la vista, fijate si
esto es tuyo o no’ […] me san la venda y veo un libro que se
habían llevado de casa, […] era un libro que me lo había dado mi
hermano y que ellos se lo habían llevado en la intervención que
tuvieron en mi casa, le digo esto es un libro que encontré, porque
sabía que lógicamente me comprometía […] me dice ‘no este es un
libro que vos te llevaste y estaba en lo de tu hermano’, le digo
‘no mire yo lo encontré en Plaza Italia, una noche que vengo del
centro’. ‘Bueno subite acá’, me desnudaron, me torturaron por el
bajo vientre, me torturaron en la boca y todo el cuerpo, por la
herida donde yo estaba recién operado, una herida fresca y me
pasaban la picana hasta que en el bajo vientre evidentemente hubo
un contacto, se produjo un [fogonazo y me quemo todo […] Y me dice
‘te hiciste torturar’]. Finalmente, dijo que al otro día un
guardia le dijo que su hermano estaba también allí” (justipreciado
en el instrumento sentencial a fs. 195).
En concordancia con este relato, se ponderó la
declaración de Horacio García Gerboles en el marco del “Juicio por
la Verdad”, quien “expresó que su hermano estuvo en Subprefectura,
igual que él” (ibidem).
Asimismo, se tuvo en cuenta que Carlos García declaró que
después de estar en Subprefectura, lo volvieron a llevar al
Batallón y que ahí, en una oficina, le leyeron un documento que
decía que había estado a disposición del PEN y que recuperaba su
libertad; agregó que allí le hicieron firmar “encapuchado” varios
papeles y después de eso lo llevaron, junto a otra persona a un

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auto y los dejan en Berisso. Más adelante, tal como destacó el a
quo, aclaró que los dos oficiales que lo fueron a detener “se
identificaron como de Infantería de Marina” (ibidem). Ello llevó a
que el tribunal de juicio sostuviera que: “la evidencia descripta
por su concordancia, uniformidad y poder convictivo, persuaden
plenamente al tribunal de lo afirmado respecto de los hechos que
damnificaron a Carlos García” (ibidem).
Reseñado dicho cuadro probatorio, se advierte que la
referencia que introduce el defensor respecto a que la víctima se
encontraba “a 150 metros de distancia de la sede” y que por esa
circunstancia resulta “dudoso” que hubiera podido escuchar barcos,
aparece por sí sola insuficiente para demostrar la inexistencia
del hecho; pues, del modo en que lo cuestiona la asistencia
técnica, no se han logrado rebatir las razones por las que se tuvo
por acreditado este suceso ni se alcanza a confutar lo sostenido
por el a quo para tener por probada la materialidad del
acontecimiento.
En definitiva, el detalle referido a si Carlos García
pudo o no escuchar el ruido de los botes, resulta exiguo para
demostrar el supuesto de arbitrariedad que se invoca a la luz los
elementos de convicción reseñados en el pronunciamiento a estudio.
Máxime, si se tiene en cuenta que la declaración de la víctima ha
sido valorada con exhaustividad y corroborada, en lo esencial, con
el plexo probatorio que ilustra el contexto general donde se
desarrollaron los acontecimientos.
De esa manera, la queja del impugnante sólo se traduce en
una mera discrepancia con la correcta valoración practicada en
relación con el testimonio de la víctima en su correlato con el
resto de los elementos de prueba analizados en la sentencia.
En virtud de ello, en tanto resulta coherente, razonable
y fundado el análisis de logicidad delineado en la sentencia para
arribar a esa conclusión y por demás contundente la prueba
convocada a los fines de acreditar tales extremos, corresponde
rechazar el agravio formulado por la defensa en el este punto.

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Sala II
Causa Nº FLP 17/2012/TO1/29/CFC12
“VAÑEK, Antonio y otros s/ recurso
de casación”
Cámara Federal de Casación Penal

34. Carlos Daniel Núñez:


Con respecto a este evento, el tribunal tuvo por cierto
en la sentencia que: “el nombrado fue secuestrado el día 16 de
octubre de 1976, cuando recién contaba con 16 años de edad, por un
grupo de hombres vestidos de fajina, fue conducido a la Comisaría
Primera y luego al Centro Clandestino de Detención que funcionó en
el BIM N° 3. Allí fue torturado e interrogado y en diferentes
oportunidades fue conducido a Arana donde también fue torturado y
sometido a interrogatorios, que buscaban información sobre su
hermana y su cuñado”.
En lo atinente al caso, los agravios de la defensa se
dirigieron, puntualmente, a cuestionar si podía sostenerse con el
grado de certeza que requiere la habilitación de una sentencia
condenatoria, que la víctima estuvo efectivamente detenida en el
BIM 3 y no, en cambio, en algún otro sitio. También controvirtió
el traslado del damnificado desde el BIM 3 hasta Arana, tildándolo
de “extraño”, y observó que el secuestro se habría producido en La
Plata donde el BIM 3 “no tenía jurisdicción”. Finalmente, advirtió
que Núñez manifestó haber compartido cautiverio en el BIM 3 junto
con Norma Raquel Raggio Baliño de Balbuena y su esposo quienes,
como se verá a continuación, fueron secuestrados en su domicilio
en Cacharí, partido de Azul, a 306 km de distancia de Buenos
Aires. Asimismo, alegó que: “no existía ninguna conexión operativa
ni administrativa del BIM 3 con esa distante localidad”.
Teniendo ello presente, corresponde recordar que el
tribunal consideró que el hecho analizado fue acreditado mediante
la declaración de la propia víctima, quien, durante en el juicio
oral, resaltó que: “trabajaba en el Mercado Central y tenía apenas
16 años cuando fue secuestrado, hecho que ocurrió a las 5 de la
tarde del día 16 de octubre de 1976 de su domicilio particular,
ubicado en calle 138 entre 41 y 42 de la localidad de Ensenada,
por parte de un grupo armado de personas vestidas con ropa de
fajina de color verde oliva, que llevaban una foto de su hermana.

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En el auto lo pusieron en el piso, así fueron hasta la Comisaría
primera según lo que calculó por el trayecto, ahí lo dejaron todo
un día en un lugar muy chico, al día siguiente lo llevaron a otro
lugar en auto, luego se dio cuenta que era el BIM 3, afirmó que
identificó el lugar por el trayecto corto que realizaron, porque
se escuchaban campanas y el tren, había militares y también
soldados” (valorado en la sentencia a fs. 195 vta.).
Continuó refiriendo que: “permaneció allí doce días, en
ese lugar fue donde pudo ver a Norma Raggio que estaba embarazada,
también estuvo con Diego y Elisa de la familia Triana, que eran
los que los contenían a ellos que eran chicos, ese matrimonio que
tenía dos hijos le pidieron que cuando salga le avise a la familia
y que cuiden a sus hijos. Ellos, menos Norma que estaba
embarazada, fueron torturados. En algunas ocasiones fueron
llevados a otro lugar, que consideró podría ser Arana donde
también fueron víctimas de tortura” (ibidem).
En cuanto a las condiciones de cautiverio, se valoró que
fue definitivamente claro al expresar que: “en los 12 días en que
estuvo en el BIM 3, estuvieron vendados, atados atrás, en un
cuarto de 4 por 4, que tenía una puerta de hierro, con cadenas y
cuando escuchaban que las sacaban, sabían que era para pegarles,
no le dieron picana pero sí le pegaron mientras le preguntaban por
su hermana María Rosa Núñez y su cuñado Juan Carlos Rodríguez,
quienes militaban en la juventud peronista […] también se llevaron
a otros hermanos, fue el único sobreviviente de la familia, en su
casa seguían haciendo allanamientos todo el tiempo. Finalmente lo
liberaron en la calle 53 entre 29 y 30, cerca de una estación de
servicios, en horas de la madrugada” (ibidem).
En ese marco, el sentenciante corroboró que: “[e]s
evidente del relato de la propia víctima que su secuestro obedeció
al propósito de extraer información sobre la actividad militante
de su hermana y cuñado, hoy desaparecidos” (ibidem). A raíz de lo
expuesto, señaló como conclusión que: “la evidencia descripta por
su concordancia, uniformidad y poder convictivo, persuaden

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“VAÑEK, Antonio y otros s/ recurso
de casación”
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plenamente al tribunal de lo afirmado respecto de los hechos que


damnificaron a Carlos Daniel Núñez” (ponderado en el
pronunciamiento a estudio a fs. 195 vta./196).
Sentado cuanto precede, corresponde dar tratamiento al
agravio de la defensa dirigido a cuestionar si Núñez estuvo
efectivamente en el BIM 3, como se tuvo por probado en el
instrumento sentencial. En ese sendero, cabe hacer hincapié en
que, en su declaración, Núñez explicó que reconoció que el lugar
en donde se encontraba cautivo que era el BIM 3 “por el trayecto
corto que realizaron, porque se escuchaban campanas y el tren,
había militares y también soldados”.
Asimismo, menester es destacar que la víctima dijo que
estuvo con Norma Raggio y con Diego y Elisa Triana, respecto de
quienes también se tuvo por probado su cautiverio en ese centro
clandestino de detención y cuyos casos no fueron expresamente
cuestionados por la defensa. A mayor abundamiento, es pertinente
memorar que en la sentencia, se reseñó que la madre de la víctima
fue al BIM 3 y, luego de insistir durante 10 días, se le dijo que
una persona le iba a dar el dato de donde estaba su nieto, lo que
efectivamente sucedió.
Lo anteriormente descripto guarda correspondencia con lo
reseñado en el considerando 22° en lo atinente a que el BIM 3 fue
una de las dependencias que fueron utilizadas como centro
clandestino de detención por la Fuerza de Tareas N° 5.
De este modo, carecen de sustento las alegaciones
genéricas de la defensa tendientes a sostener la falta de
elementos probatorios que ubiquen a Núñez en el BIM 3. Las
críticas al valor otorgado por el tribunal a su testimonio
evidencian un déficit en el análisis de este elemento que impide
atender a este agravio, en tanto el colegiado de instancia
anterior ha expresado las circunstancias que permitieron otorgarle
plena credibilidad a su relato que, como se explicó anteriormente,

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fue justipreciado de modo integral con otros elementos de
convicción.
Por otra parte, las alegaciones respecto a que el BIM 3
no tenía jurisdicción en La Plata pierden sustento, otra vez, ante
el contexto reseñado en el considerando 22°, donde se describió el
PLAN DE CAPACIDADES-PLACINTARA en el que se le asignó a la Fuerza
de Tareas N° 5 la zona portuaria de La Plata, Berisso y Ensenada y
del que surge, específicamente, que esa Fuerza desplegó sus
operaciones ilegales valiéndose de una estructura conformada por
cuatro dependencias que fueron utilizadas como centros
clandestinos de detención, entre ellos, el BIM 3.
Luego, con relación al “extraño” traslado padecido por
Núñez al que hace referencia la defensa, cabe destacar que varias
víctimas de la represión ilegal desatada en la época en que
sucedieron los hechos, han declarado haber sufrido distintos
desplazamientos entre centros clandestinos de detención, lo que
constituye un hecho notorio no controvertido (cfr. Ac. 1/12 de
esta CFCP). Esta práctica, lejos de ser “extraña”, era habitual y
obedecía a distintos objetivos, desde razones de logística hasta
desorientación hacia las víctimas.
Finalmente, respecto a la observación defensista en punto
a que: “no existía ninguna conexión operativa ni administrativa
del BIM 3” con Azul, se recuerda que quedó acreditado al analizar
la estructura del circuito clandestino de represión, que los
Grupos de Tareas que conformaban la Fuerza de Tareas N° 5
realizaban operativos conjuntos con otras fuerzas y que sus
víctimas, en muchos casos, eran derivadas a centros clandestinos
del Ejército o de la Policía.
Asimismo, se tuvo por probado que la Fuerza de Tareas N°
5 también ejerció su influencia fuera del ámbito espacial y
jurisdiccional asignado, motivos por los cuales la circunstancia
de que el secuestro de Norma Raquel Raggio Baliño de Balbuena y su
esposo haya sucedido en Cacharí, Partido de Azul, localidad
alejada del BIM 3, no resulta un impedimento para tener por

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probadas sus estadías en ese centro clandestino de detención


atento el acervo probatorio reseñado precedentemente.
Por fin, la liberación de Núñez en las inmediaciones del
Hospital Italiano de La Plata tampoco es un argumento para
descartar su estadía en el BIM 3, ya que la soltura de las
víctimas en lugares alejados del centro clandestino de detención
donde estuvieron secuestradas constituía otra práctica usual, cuyo
fin era desorientar a la víctima y procurar la impunidad de los
responsables.
Por todo ello, las censuras efectuadas por la defensa en
este extremo deberán ser desestimadas, en tanto no brindan una
argumentación que permita advertir un error en las conclusiones a
las que en la sentencia arriba el a quo.
35. Norma Raquel Raggio Baliño de Balbuena:
El sentenciante tuvo por probado que: “el día 28 de
octubre de 1976, Norma Raquel Raggio, embarazada de 8 meses, y su
esposo Raúl Balbuena, fueron secuestrados en Cacharí, partido de
Azul. En el lugar también estaba la hija de la pareja de un año y
medio de edad, que quedó al cuidado de su tío. Norma Raggio fue
trasladada hasta el BIM 3, donde permaneció alojada un tiempo más,
desconociéndose su posterior paradero como así también si dio a
luz y en su caso, cuál fue el destino del niño o niña nacido en
cautiverio”.
36. Diego Arturo Salas:
Respecto de los hechos que damnificaron al nombrado, se
acreditó en la sentencia que: “fue secuestrado en horas de la
madrugada del día 26 de octubre de 1976, desde su domicilio
particular y junto a su esposa Elisa Noemí Triana, de allí fue
conducido al centro clandestino de detención que funcionó en el
Batallón de Infantería Marina N 3”. Se agregó que: “ambos
permanecen a la fecha desaparecidos” y que: “participaban de las
actividades de la Parroquia de las Victorias, asimismo se ha

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acreditado que ambos estudiaban medicina y eran militantes de la
JUP”.
37. Eduardo Oscar Schaposnik:
Con relación a este episodio, el órgano sentenciante
confirmó que: “el nombrado, militante del Partido Marxista
Leninista Argentino, fue secuestrado el 4 de abril de 1976, fue
trasladado al centro clandestino de detención que funcionó en
calles 1 y 60 y mientras estuvo allí, fue retirado y conducido en
varias oportunidades, al Centro Clandestino de Detención que
funcionó en la sede de la Prefectura Naval, donde fue sometido a
interrogatorios, torturas y tormentos de diversa índole”.
En otro orden, sostuvo que: “en el mes de mayo de 1979 la
víctima fue anotada a disposición del PEN y el 23 de septiembre de
ese mismo año fue conducido a la Unidad Penitenciaria N° 9 La
Plata; siendo finalmente liberado en el año 1982.
38. Elsa Noemí Triana:
En cuanto respecta a este hecho, el tribunal tuvo por
probado que: “la nombrada, estudiante de medicina y militante de
la JUP, fue secuestrada en horas de la madrugada del día 26 de
octubre de 1976, desde su domicilio particular, junto a su esposo
Diego Arturo Salas, permaneciendo privada de libertad en el CCD
que funcionó en el BIM 3, desde allí nunca más fue vista al igual
que su esposo”. Nuevamente, se destacó que Elisa Triana y su
esposo, realizaban trabajo social y concurrían a la Parroquia
“Nuestra señora de las Victorias”.
39. Miguel Orlando Galván Lahoz y Roberto Pampillo:
Ha quedado acreditado en la sentencia que: “Miguel
Orlando Galván Lahoz y Roberto Pampillo fueron asesinados el día
19 de octubre de 1976, en un operativo efectuado por Fuerzas
Conjuntas de la Policía de la Provincia de Buenos Aires y la
Armada Argentina en el edificio sito en la calle 58 N° 607 de la
ciudad de La Plata”.
Con relación a estos acontecimientos, la asistencia
técnica de Roberto Eduardo Fernando Guitián y Jorge Alberto

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Errecaborde dirigió su embate contra el testimonio de Elda Mabel


Lois, alegando de manera genérica que la testigo “padece de serias
lagunas y confusiones”. Asimismo, enumeró circunstancias que, para
esa parte, resultaban demostrativas de una interpretación “falsa”
de los hechos y brindó su versión de los mismos. De esta manera,
estimó evidente “que considerar a Guitián autor del delito de
‘Homicidio’, transformándolo de víctima obvia de una agresión en
autor de tan grave ilícito, carece de toda lógica y
fundamentación” y que: “la violación al principio de legítima
defensa resulta en el caso indiscutible”. Agregó que Errecaborde
“ninguna participación tuvo en los hechos y que ni siquiera estaba
en la zona de conflicto” (fs. 459 vta.).
Para dar respuesta a estos agravios, corresponde comenzar
memorando que, tal como destacó el a quo, la señora Lois prestó
declaración testimonial en la audiencia de debate el 24 de agosto,
oportunidad en la que manifestó que en 1976 vivía en el edificio
de calle 58 N° 607, de la ciudad de La Plata. La testigo relató
que: “el día 19 de octubre de 1976, cuando volvió a su casa, los
ascensores del edificio estaban parados, había un señor de traje
gris que le dijo que no podía subir, porque estaban haciendo una
inspección de rutina, eran más o menos 6:30” y que: “en un momento
vio que estaban revisando el cuarto piso por que el ascensor
estaba parado ahí, al ratito escucharon tiros como de
ametralladora, el señor de traje abrió la puerta y les dijo a
todos los que estaban que se vayan inmediatamente, ella volvió a
tocar el portero y su marido le dijo que se vaya. Cuando salían se
chocaron con gente que venía a hacer el operativo, en la esquina
existía una florería donde se refugiaron porque había dos manzanas
acordonadas, con muchos Carros de asalto y efectivos, en un
momento fueron policías a la florería pidiendo teléfonos y por eso
los mandaron al sótano, apagaron las luces, llamaron por teléfono
y se fueron” (valorado en la sentencia a fs. 198 vta.).

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De seguido, añadió que fueron muchas horas las que duró
el operativo: “se escuchó mucho tiroteo, luego quedó todo en
silencio, cargaron cosas en camiones como libros y una bolsa
grande que entre dos o tres tiraron en un camión, luego los
vecinos sacaron la conclusión de que podría haber sido un cuerpo
porque era un bulto muy grande” (ibidem).
Se valoró en la sentencia que la testigo remarcó también
que: “en las escaleras desde el 4 piso hasta la salida del
edificio era todo sangre como que había sido arrastrado un cuerpo
y se enteraron de que habían matado a los dos chicos que tenían un
estudio jurídico ahí” (ibidem). Asimismo, refirió que: “los dos
chicos muertos eran abogados, uno de ellos era Pompillo, al que
conocía […] ellos alquilaban el departamento” (ibidem). Continuó
con su relato sosteniendo que: “el departamento quedó destrozado,
con la puerta rota, todo abierto, lo desmantelaron, sacaron hasta
los tapar rollos y levantaron las alfombras, estuvo muchos años
abandonados, el portero tapió la puerta” (ibidem).
Ahora bien; resulta menester poner de resalto que para
tener por acreditado el evento descripto, el tribunal no solo
valoró el testimonio brindado en las audiencias de debate oral por
Elda Mabel Lois, sino también las declaraciones de Herminia Galván
y Fernando Luis Galván, hijos de Miguel Orlando Galván Lahoz.
En esa inteligencia, se tuvieron en cuenta los dichos de
Herminia Galván, hija de la víctima, en cuanto decían que: “su
padre era abogado, tenía 27 años y había dejado de trabajar en la
Municipalidad y había puesto un estudio junto a otro abogado, el
día que a su papá lo matan su mamá tenía que ir al estudio a
conocer al socio y el lugar, su mamá decidió no ir”. Agregó que:
“a la madrugada les fueron a avisar que hubo un tiroteo y que los
habían levantado en el estudio” (ibidem).
Refirió la testigo que: “sus abuelos maternos se hicieron
cargo de ella, porque también se llevaron a su mamá y que su
abuela le contó que como su abuelo era marino es el que se encargó
de buscar a su mamá” y que aclaró que: “por ser marino pudo

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averiguar sobre su padre y que el 21 de octubre le devuelven el


cuerpo, por lo que le contaron se lo dan en una repartición de la
Marina” (ibidem). Por otra parte, agregó que: “[s]u mamá decía que
era abogado de presos políticos, tenía un compromiso con
militantes de la facultad y una vinculación con Montoneros. Su
mamá le contó que, en un diario de La Plata, al día siguiente
salió que hubo un enfrentamiento en el estudio de su papá y que
decía que el abogado estaba junto a su esposa” (ponderado en el
pronunciamiento a estudio a fs. 199).
En el mismo sentido declaró su hijo, Fernando Luis
Galván, a quien su madre le refirió que: “su padre falleció por
causa de la militancia. Lo mataron el 19 de octubre de 1976, sabe
que el socio está desaparecido y era abogado” (ibidem). Relató
que: “se enteró que lo venían siguiendo a su papá porque había
caído presa una mujer que era correo, es decir que llevaba
información y uno de los nombres que dio fue el de su papá, que
hubo un vacío de protección dentro de la agrupación y por eso cae,
como que no le avisan o lo dejan librado. Agregó que el cuerpo de
su papá lo encuentran unos días después, y en el cuerpo tenia
pintado NN, logran hallar el cuerpo y se lo llevan, la persona que
contactaron era de la Marina” (ibidem).
También se ponderó la documentación aportada por la
Comisión Provincial por la Memoria, los legajos REDEFA aportados
por la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación (N° 514 y N°
905), las copias de los recortes periodísticos del diario “El Día”
de las fechas 20 y 21 de octubre de 1976 y el anexo caratulado
“Casos de Galván Lahoz y Pampillo”, Legajo de Prueba FLP
17/2012/29.
Asimismo, se justipreció esta prueba con la documentación
brindada por la Comisión Provincial por la Memoria, donde se
encuentran las fichas personales de Lahoz Galván y de Roberto
Pampillo, confeccionadas el 29 de octubre de 1976, en la que las
víctimas están registradas como fallecidas. El tribunal, al

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valorar este extremo probatorio, señaló que: “[e]s interesante que
en la ficha de Galván Lahoz se consigna como domicilio la
dirección en la que fue ejecutado el operativo. Además, en el
legajo DS varios N° 6634, caratulado como asunto: tiroteo con
subversivos en 58 N° 607, fechado el 20 de octubre de 1966 obra un
informe confeccionado por la Comisaría novena de La Plata el 19 de
octubre de 1976, caracterizado como ‘Secreto’ que expresa: ‘como
resultado del enfrentamiento fueron abatidos los dos ocupantes del
inmueble los que fueron identificados como Miguel Orlando Galván
Lahoz, abogado, clase 1949, ddo. en el lugar y Roberto Pampillo,
C.I.P.F N° 4.732.960 y herido un suboficial de la Marina.
Elementos secuestrados fueron retirados por personal de la armada
(…) el 19 del corriente siendo aproximadamente las 20.15 horas,
fuerzas conjuntas, Marina y Policías, en operativo, se
constituyeron en calle 58 N° 607, cuarto piso departamento A los
efectos de llevar a cabo un procedimiento antisubversivo’”
(meritado en la resolución atacada a fs. 199/vta.).
Consideró el a quo que obra en autos, además, el legajo
Mesa DS N° 6785, caratulado: “listado de personas con orden de
capturas”, en el que hay una solicitud de colaboración firmada por
Ricardo Alberto Ducrot, Jefe del Destacamento de Inteligencia N°
101, fechada el 1 de noviembre de 1976, estrictamente secreto y
confidencial, dirigido al Jefe de Policía de la Provincia de
Buenos Aires, donde solicita detención de integrantes de la OPM
“Montoneros” (apreciado en la sentencia a fs. 199 vta.). Para
mayor ilustración, se indicó en la sentencia que: “se adjunta foto
de la causante, como así también de su hija, la que cursa el
tercer grado en una escuela de La Plata, con el nombre de Laura
Pampillo, hija de Roberto Pampillo (f) y la causante” (ibidem).
Finalmente, corresponde valorar la referencia de la Carpeta Varios
legajo 32195, en el que figura el listado de víctimas que se
encontraban como NN en el cementerio de La Plata, fechado en 1984,
entre las que figuran identificadas Miguel Orlando Galván Lahoz y
Roberto Pampillo.

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De otra parte, se ponderaron los legajos REDEFA en donde


obran actas de defunción y consta que el 19 de octubre de 1976, a
las 20 horas, en la calle 58 entre 7 y 8 de la ciudad de La Plata,
fallecieron Roberto Pampillo y Miguel Orlando Galván Lahoz, a
consecuencia de destrucción de masa encefálica por proyectil de
arma de fuego, “expidiendo en ambos casos el certificado médico
correspondiente el doctor Jorge A. Zenof que –como se ha informado
en el legajo correspondiente al expediente 376 799/95, que se
tiene a la vista para emitir opinión– pertenecía como médico de
guardia a la Dirección de Sanidad de la Policía de la provincia de
Buenos Aires”.
También debe destacarse, tal como remarcó el órgano de
juicio, que el 20 de octubre de 1976 en la edición del diario “El
Día” de esa ciudad, se publicó una nota titulada “Dos extremistas
fueron abatidos en un tiroteo registrado en La Plata”. En esa nota
se relata el “enfrentamiento”, se dice que fueron abatidos un
hombre y una mujer que sería su pareja. También se corroboró que,
al día siguiente, 21 de octubre de 1976, en una nota titulada
“Nuevos detalles sobre el tiroteo”, se corrige que los muertos son
dos hombres y se dan los nombres de las víctimas de autos.
En ese contexto, el tribunal sentenciante evocó el relato
del Cabo Principal Eugenio González, quien dijo: “fui destacado
formando parte de tropa del Batallón (Batallón de Infantería de
Marina 3) y de la Policía de la Provincia de Buenos Aires que a
cargo del señor Segundo Comandante debía efectuar la revisión de
un edificio de departamentos ubicada en la intersección de las
calles 7 y 58 de La Plata en busca de delincuentes subversivos. Yo
formaba parte de una de las parejas de búsqueda y actuaba como
apoyo del señor Teniente de Navío de I.M. Roberto Eduardo Fernando
Guitián. Al llegar a un departamento cuyo piso y número no
recuerdo, luego de que se tocara el timbre se abrió parcialmente
la puerta y apareció una persona de sexo masculino que dudaba en
facilitarnos el acceso. Ante ello irrumpí en la vivienda y

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simultáneamente la persona que nos recibió escapó hacia la cocina
y desde un pasillo lateral asomo un brazo que empuñaba un revólver
abriendo fuego hacia donde nos encontrábamos. Inmediatamente me
arrojé hacia adelante para poder disparar mi arma y en ese
instante fui alcanzado por un proyectil disparado por el revólver
[…] efectué dos disparos sobre uno de los delincuentes y le arrojé
dos granadas de mano una de las cuales no explotó. Simultáneamente
con la apertura de fuego de los delincuentes el señor Teniente
Guitián hizo fuego sobre ellos” (valorado en el pronunciamiento a
fs. 200).
De otra parte, se ponderó el cuestionario remitido por el
instructor de la causa al Comandante del Batallón de Infantería
Marina del BIM 3, Antonio Ángel Mocellini, a fin de esclarecer los
hechos ocurridos el 19 de octubre de 1976 y que: “[e]n su
respuesta Mocellini expresa que ese día se desempeñó como Jefe de
efectivos del BIM 3 y de la Policía de la Provincia de Buenos
Aires, en el procedimiento antisubversivo realizado en el edificio
ubicada en 7 y 59 (sic) de La Plata” (ibidem). A su vez, “[s]eñala
que el procedimiento tenía como fin reconocer una pareja de
delincuentes subversivos y que para revisar el edificio se
organizaron en parejas, que una de ellas era la de Eugenio
González y Roberto Eduardo Fernando Guitián y que es ese grupo el
que inspeccionó el cuarto piso, ocurriendo el enfrentamiento en el
que fue herido el Cabo González” (ibidem). Agrega que,
posteriormente, se hizo presente en el lugar y condujo
personalmente la acción de combate” (justipreciado en el
instrumento sentencial a fs. 200 vta.). Al finalizar el
cuestionario, solicita que se le dé carácter de secreto “por
tratarse de información sobre operaciones contra la subversión en
una guerra que aún se está librando y por razones de
contrainteligencia, dado que se detallan circunstancias y personas
intervinientes” (ibidem).
A partir de lo hasta aquí desarrollado, y teniendo en
cuenta el vasto y variado plexo cargoso reseñado, no cabe más que

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concluir que la crítica efectuada por la defensa al testimonio de


Elda Mabel Lois es parcial, genérica, vaga e imprecisa. Los
argumentos brindados por el casacionista para desacreditar sus
dichos son meramente dogmáticos y no traslucen ni acreditan un
perjuicio concreto. Aquí, en lo concerniente a la valoración de la
verosimilitud de declaraciones testimoniales, se remite, una vez
más, en un todo, a lo expuesto en el considerando 21° de este
voto.
En este contexto, las genéricas consideraciones marcadas
por el impugnante respecto a la memoria de la testigo y a
supuestas contradicciones en las que habría incurrido, resultan
manifiestamente irrelevantes para menguar el valor asignado a su
relato; máxime cuando su declaración, en lo sustancial, tuvo
correlato en otras pruebas que la confirman. Es que no sólo la
testigo ha depuesto en forma elocuente, sino que su declaración,
como se dijo, no constituye el único “hilo conductor” de la
pesquisa, sino que se encuentra corroborada por otros elementos de
prueba, de modo que el planteo de la asistencia técnica resulta
insustancial.
Cabe colegir, entonces, que la reseña de los términos del
pronunciamiento cuestionado pone de relieve la manifiesta
improcedencia de la impugnación defensista, pues la materialidad
del hecho ha quedado correctamente determinada por el a quo en
base a un examen de las pruebas recopiladas en el curso del debate
y de conformidad a las reglas de la sana crítica racional, sin que
se exhiba la arbitrariedad pretendida por la asistencia técnica.
La defensa no logró rebatir los sólidos argumentos
brindados por el tribunal, sino que sólo manifestó su desacuerdo
con las conclusiones arribadas por aquél. En efecto, a lo largo de
su desarrollo recursivo, intentó brindar una interpretación de los
hechos favorable a los intereses de sus pupilos procesales, la que
se encuentra ampliamente superada y refutada por la propia prueba
del debate que fue correctamente valorada por el tribunal de

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mérito. De esta forma, se advierte que el a quo fundadamente ha
explicitado los motivos que permitieron descartar las alegaciones
desincriminatorias formuladas por la defensa, las cuales pierden
virtualidad a la luz del plexo probatorio hasta aquí analizado.
-VI-
24°) Que, sentado cuanto precede, corresponde abocarse al
tratamiento de los planteos que involucran el disenso con la
atribución de responsabilidad de los imputados y los embates
dirigidos contra las calificaciones legales en las que se
encuadraron las conductas reprochadas.
a.1) En primer lugar, cabe desestimar los agravios
vinculados con la participación atribuida a Juan Carlos Herzberg
por la desaparición de Mario Horacio Revoledo.
En este punto, su defensa, en lo sustancial, reeditó el
planteo respecto a que no habría prueba suficiente para acreditar
con certeza que el nombrado tuviera intervención en el hecho
endilgado. Puntualmente, se agravió en orden a que: “ni siquiera
se ha intentado probar” el poder de mando que ostentaba, las
órdenes que impartió, la predisposición elevada de los autores
inmediatos del hecho ni el aporte del acusado al hecho ilícito
investigado. Sobre esta sustancia, aseveró que la condena “viola
flagrantemente el principio in dubio pro reo y tornan la sentencia
en absolutamente nula” (fs. 359 vta.). Por otra parte, criticó la
utilización de la categoría de autoría mediata a través de
aparatos de poder al momento de abordar la participación de su
asistido.
Ahora bien; a fin de dilucidar la responsabilidad del
imputado en el acontecimiento que damnificó a Mario Horacio
Revoledo, el tribunal, liminarmente, circunscribió su accionar en
el marco normativo reseñado detalladamente en el acápite “Contexto
General y circuito represivo” de la sentencia e invocó aquellos
elementos de convicción -especialmente prueba documental- que le
permitieron tener por probado que entre el 18 de febrero y el 26
de diciembre de 1977 Juan Carlos Herzberg, Capitán de la

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“VAÑEK, Antonio y otros s/ recurso
de casación”
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Infantería de Marina, cumplió funciones como Director del Liceo


Naval y Comandante de la Fuerza de Tareas N° 5.
En esa línea, el sentenciante valoró las calificaciones
del legajo de conceptos del imputado obrantes a fs. 58/59 y
destacó las manifestaciones del Comandante de Operaciones Navales
Antonio Vañek, quien, en la oportunidad de expedirse respecto del
desempeño del imputado, señaló: “condujo las operaciones con
eficiencia”- y el informe de concepto correspondiente al período
18 de febrero de 1977 al 31 de diciembre de 1977, suscripto por
Luis Sánchez Moreno, Contralmirante de la Dirección de Instrucción
Naval, respecto al desempeño, organización y eficacia de Herzberg
al mando de la Fuerza de Tareas N°5 (meritados in extenso en el
fallo).
En igual dirección, el entonces Comandante de las Fuerzas
Armadas, Emilio Eduardo Massera, firmó una resolución numerada
como 99, donde tuvo por cumplida la tarea de Herzberg y asentó
“[q]ue por resolución del Comandante en Jefe de la Armada N° 996
‘C’/77 se establece que la titularidad del cargo de Comandante de
la Fuerza de Tareas N° 5 durante el año 1977 significa el
ejercicio pleno del Comando; que la titularidad de dicha Fuerza de
Tareas la ejerce el señor Capitán de Navío I.M. D. Juan Carlos
Herzberg sobre quien la junta de Calificaciones asesorara
oportunamente de que era apto para el Comando en su actual
jerarquía; que por aplicación del artículo 4° de la Resolución del
Comandante en Jefe de la Armada N°374 ‘C’/77 resulta de estricta
justicia dar por cumplida la condición de comando en su actual
grado al citado oficial superior” (valorado en el instrumento
sentencial a fs. 202/vta.).
A su vez, se ponderó de forma conglobada esta prueba
documental con la nota obrante a fs. 36/38 del legajo de concepto
de José Néstor Estévez, elevada al Director de Instrucción Naval,
Contraalmirante Luis Sánchez Moreno, y fechada el 23 de febrero de
1977, en la que manifiesta que el día 4 de febrero intervino en

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una reunión presidida por el Jefe de Operaciones del Estado Mayor
General de la Armada, Vicealmirante Oscar Montes, de la cual
participó también el Director de Instrucción Naval,
Contraalmirante Luis Sánchez Moreno, en la que Montes le expresó
las razones de la designación del Capitán de Navío I.M. Juan
Carlos Herzberg como Director del Liceo Naval y Comandante de la
Fuerza de Tareas N° 5, y le expresó que la solución de acumular la
Subdirección de la Escuela Naval y la Fuerza de Tareas N° 5 no se
consideraba conveniente, por ser la primera demasiada absorbente
lo que dificultaría el ejercicio de la tarea operativa. El día 14
de febrero Sánchez Moreno le informó que, por orden del señor Jefe
del Estado Mayor General de la Armada, el Capitán Herzberg
asumiría y acumularía las funciones de Director del Liceo Naval y
el Comando de la Fuerza de Tareas N° 5. El tribunal razonó que:
“[e]n esa discusión se demuestra la importancia de la tarea de
ejercer el Comando de la Fuerza de Tareas N° 5. Finalmente, ese
rol termina siendo asignado al señor Herzberg” (fs. 203).
En idéntico sentido, el órgano colegiado apuntó un
informe datado “Río Santiago, 30 de noviembre de 1977”, firmado
por Juan Carlos Herzberg y que tiene un sello del Comando de
Operaciones Navales, y añadió la importancia del legajo personal
del Oficial Eduardo Villarraza donde, a fs. 46, obra una
calificación que el imputado efectúa en su carácter de superior
(valorados in extenso en el fallo).
A ello se sumó la valoración del ya referido Plan de
Capacidades PLACINTARA, en el que se determinan las tareas,
composición y jurisdicción de las once fuerzas de tareas
organizadas, y del que surge que se delegó en los Comandantes el
planeamiento concreto, la coordinación y conducción de las
operaciones que se circunscribieran dentro del “plan contra la
subversión” (ver considerando 22° del presente sufragio).
Todos estos elementos de prueba permitieron tener por
acreditado el aporte de Herzberg dentro de la cadena jerárquica en
la FUERTAR 5, la cual, lejos de representar una asignación

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Sala II
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meramente formal, fue efectivamente ejercida con relevante


desempeño por el imputado durante la época en que ocurrió el
acontecimiento del que resultó víctima Mario Horacio Revoledo.
En este marco, y contrariamente a lo sostenido por el
recurrente, asiste razón al tribunal en cuanto a la atribución de
responsabilidad de Herzberg, en tanto su aporte y dominio sobre la
desaparición de Mario Horacio Revoledo radicó en que era él, como
Comandante de la Fuerza de Tareas N° 5, quien impartía órdenes con
el fin de “combatir la subversión” que, como ya se ha analizado,
consistían en la aprehensión de presuntos sospechosos, su
mantenimiento clandestino en cautiverio bajo condiciones inhumanas
y su sometimiento a tormentos con el propósito de obtener
información.
Se ha comprobado, entonces, que todas las medidas
adoptadas respecto del referido Revoledo eran ordenadas por
Herzberg quien, en definitiva, proporcionó los medios necesarios
para que se lleve a cabo su secuestro y la desaparición, habiendo
tenido por su posición, además, la facultad de hacerlos cesar.
De otro lado, respecto de la categorización del rol de
este imputado como “coautor” definida por el sentenciante, lo
cierto es que lo relevante en este punto es que ha quedado
demostrado, y en efecto el tribunal se ha preocupado por definirlo
claramente, que Herzberg poseía el dominio del hecho que determina
su grado de intervención (art. 45 del CP) al establecer el marco
de ejecución que permitió llevarlo adelante. Ello priva de
sustento fáctico a las alegaciones de la defensa basadas en que no
se demostró cuál habría sido el aporte del imputado en estos
hechos.
En este extremo, debe señalarse que con relación a las
críticas dirigidas a cuestionar la aplicación de la teoría de
“autor mediato” de Roxin al momento de abordar las participaciones
de los encausados -análisis que vale también para el resto de los
coimputados que a continuación se abordará-, esta Sala lleva dicho

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que, para definir el régimen de autoría y participación en estos
casos, “[l]a cuestión del dominio del hecho no es otra cosa que la
de la cantidad de intervención, es decir, en el caso de sujetos
que intervienen en la fase previa, la cuestión es en qué medida
determinan el marco de la ejecución, y, con ello, la ejecución
misma, o, en el caso de los ejecutores, la cuestión acerca del
margen de configuración que aun permite el marco. A cualquier
interviniente le incumbe, en cuanto miembro del colectivo, la
ejecución en el marco configurado para ella” (causa N° 11515,
caratulada: “Riveros, Santiago Omar y otros s/ recurso de
casación”, causa N° 15496, caratulada: “Acosta, Jorge Eduardo y
otros s/ recurso de casación” y causa N° 13733, caratulada:
“Dupuy, Abel David y otros s/ recurso de casación”, ya citadas
precedentemente, entre otras).
Asimismo, se ha destacado que el componente subjetivo en
la coautoría es la existencia de una decisión conjunta sobre el
hecho, la que puede provenir de un acuerdo expreso o tácito, el
que se basa en la distribución de funciones o roles de cada uno de
los que toman parte en su ejecución. Este acuerdo común permite
atribuir a cada uno de los partícipes los aportes de los otros. En
la exigencia de que los coautores prevean un acuerdo común para
cometer el hecho, se sienta el principio de la imputación
recíproca de las distintas contribuciones, de manera que cada
coautor pueda considerarse como autor de la totalidad (causa N°
10431, caratulada, “Losito, Horacio y otros s/ recurso de
casación, supra citada; causa N° 765/13, caratulada: “Lugones,
Inés Graciela y otros s/recurso de casación”, rta. el 13/10/2015,
reg. N° 1651/15).
De esta manera, se colige que cada autor se ha reservado
un dominio funcional, pues la intervención de cada uno es
imprescindible para que el injusto pueda cometerse del modo
previsto.
En efecto, no puede perderse de vista que, en la especie,
el propio tribunal de juicio concluyó fundadamente que Herzberg

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tuvo el dominio sobre los hechos, evidenciado en el rol que


detentaba en su cargo, la ascendencia habida en razón del mismo
sobre el ámbito geográfico en el que sucedió el hecho y también
por el aporte sustantivo efectuado a través de las órdenes
concretadas de conformidad con la normativa oportunamente
reseñada.
Así, se observa que el reproche penal del nombrado se
fundó en razón del cargo, la competencia que tenía cuando se
produjo la desaparición de Revoledo y las acciones desplegadas
para su ejecución, los cuales dieron cuenta de un dominio
funcional y territorial de decisiones al momento y en el lugar del
hecho. En suma, lo sostenido por el recurrente en cuanto niega que
su defendido haya tenido responsabilidad por las prácticas
analizadas sólo se traduce en una mera discrepancia con la
correcta valoración practicada en relación con la prueba analizada
en la sentencia, motivo por el cual cabe rechazar los agravios
formulados por la defensa en el este punto.
a.2) El cuadro incriminatorio hasta aquí reseñado
permitió al tribunal responsabilizar a Juan Carlos Herzberg por la
desaparición forzada de Mario Horacio Revoledo (art. 142 ter,
primer párrafo del CP, según ley N° 26.679).
Corresponde señalar que, este punto, critican las
defensas que el tribunal -por mayoría- haya aplicado esta figura
“retroactivamente y violando el principio de legalidad”.
Previo a dar respuesta puntual a este planteo, se estima
pertinente efectuar algunas consideraciones en torno a la figura
legal que se encuentra en juego en la especie, señaladas, mutatis
mutandis, por esta Sala II en el marco de la causa FCR
12007020/2005/TO1/CFC1, caratulada “Tillería, Fabián Alcides y
otros s/recurso de casación” (rta. el 18/09/2018, reg. N°
1393/18).
Allí se dijo que, como es sabido, el delito de
desaparición forzada de personas encuentra su recepción normativa

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en el art. 2 de la Convención Interamericana sobre Desaparición
Forzada de Personas, aprobada por la ley N° 24.556, y elevada a
jerarquía constitucional por ley N° 24.820; asimismo, en el art.
7°, inc. i), del Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional
y en el art. 2 de la Convención Internacional para la Protección
de todas las Personas contra las Desapariciones Forzadas de
Naciones Unidas.
Esto es, la mencionada ley N° 24.820 constitucionalizó en
1997 la Convención Interamericana sobre Desaparición Forzada de
Personas, exigiendo que toda persona privada de libertad lo sea en
lugares oficialmente reconocidos, con presentación inmediata a la
autoridad judicial competente y registros actualizados a
disposición de quien tenga legítimo interés.
Se sabe que este injusto fue tipificado como delito de
lesa humanidad en el Estatuto de Roma adoptado el 17 de julio de
1998 y aprobado mediante ley N° 25.390 (promulgada el 8 de enero
de 2001), regulando en el art. 7.2.i) que por “desaparición
forzada de personas” se entenderá la aprehensión, la detención o
el secuestro de personas por un Estado u organización política, o
con su autorización, apoyo o aquiescencia, seguido por la negativa
a informar sobre la privación de libertad o dar información sobre
la suerte o el paradero de estas personas, con la intención de
dejarlas fuera del amparo de la ley por un período prolongado.
Por su parte, la ley N° 26.200 (Implementación del
Estatuto de Roma, aprobado por la Ley N° 25.390), promulgada el 5
de enero de 2007, en su art. 9 reprime, entre los delitos de lesa
humanidad, a la desaparición forzada de personas con la pena de
prisión de 3 a 25 años y, si ocurre la muerte de la víctima, con
prisión perpetua.
De otro lado, los arts. II y III de la Convención
Interamericana sobre Desaparición Forzada, de la cual Argentina
forma parte, definen la desaparición forzada como la privación de
la libertad de una o más personas, cualquiera que fuere su forma,
cometida por agentes del Estado o por personas o grupos de

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personas que actúan con la autorización, el apoyo o la


aquiescencia del Estado, seguida de la falta de información o de
la negativa a reconocer dicha privación de libertad o informar
sobre el paradero de la persona, con lo cual se impide el
ejercicio de los recursos legales y de las garantías procesales
pertinentes.
En ese marco, dicha infracción será considerada como
continuada o permanente mientras no se establezca el destino o
paradero de la víctima.
Se trata de un crimen que configura una grave violación a
los derechos humanos, dada la particular relevancia de las
damnificaciones que conlleva y la naturaleza de los derechos
vulnerados. De ahí su carácter de pluriofensivo, pues implica una
violación compleja de los mentados derechos.
Asimismo, como se expuso, es un injusto permanente en el
cual el acto de desaparición y su ejecución se inician con la
privación de la libertad de la persona y la consecuente falta de
información sobre su destino, y permanece hasta tanto no se
conozca el paradero de la persona desaparecida. El carácter
pluriofensivo y permanente de la desaparición forzada se colige de
la propia definición del art. II de la Convención Interamericana
sobre la Desaparición Forzada de Personas, los travaux
préparatoires a ésta, su preámbulo y normativa, que señalan como
elementos concurrentes y constitutivos de la desaparición forzada:
a) la privación de la libertad; b) la intervención directa de
agentes estatales o la aquiescencia de éstos y c) la negativa de
reconocer la detención y revelar la suerte o el paradero de la
persona interesada (cfr. párr. 95 del Caso “Torres Millacura vs.
Argentina”, sentencia del 26 de agosto de 2011 de la Corte
Interamericana de Derechos Humanos).
En el preámbulo de la Convención sobre Desaparición
Forzada se establece que: “la desaparición forzada de personas
viola múltiples derechos esenciales de la persona humana de

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carácter inderogable, tal como están consagrados en la Convención
Americana sobre Derechos Humanos, en la Declaración Americana de
los Derechos y Deberes del Hombre y en la Declaración Universal de
Derechos Humanos”.
La caracterización indicada ha quedado consolidada en la
jurisprudencia de la Corte IDH sobre la materia -cfr. caso
“Goiburú y otros vs. Paraguay”. Fondo, Reparaciones y Costas.
Sentencia del 22 de septiembre de 2006. Serie C No. 153, párr. 83;
caso “Gomes Lund y otros (Guerrilha do Araguaia) Vs. Brasil”,
supra nota 70, párr. 104; y caso “Gelman Vs. Uruguay”, supra nota
76, párr. 65-. Y, asimismo, en la jurisprudencia del Sistema
Europeo de Derechos Humanos -C.E.D.H. caso “Kurt Vs. Turquía”.
Sentencia de 25 de mayo de 1998, párrs. 124 a 128; caso “Cakici
Vs. Turquía”. Sentencia de 8 de Julio de 1999, párrs. 104 a 106;
caso “Timurtas Vs. Turquía”. Sentencia de 13 de junio de 2000,
párrs. 102 a 105; caso “Tas Vs. Turquía”. Sentencia del 14 de
noviembre de 2000, párrs. 84 a 87; y caso “Chipre Vs. Turquía”.
Sentencia de 10 de mayo de 2001, párrs. 132 a 134 y 147 a 149
(cfr. párr. 95)-.
A partir de las leyes N° 25.390, 26.200, 24.556 y 24.820,
la figura bajo análisis conformó nuestro derecho positivo y se
incorporó al Código Penal a través del texto del art. 142 ter
mediante la ley N° 26.679, sancionada el 13 de abril de 2011 (BO
09/05/2011).
De este modo, se dio cumplimiento a la obligación del
Estado de adecuar su normativa interna a las disposiciones de la
Convención Interamericana sobre Desaparición Forzada de Personas,
derivada de la norma consuetudinaria conforme a la cual el Estado
que ha suscrito una convención internacional debe introducir en su
derecho interno las modificaciones necesarias para asegurar el
cumplimiento de las obligaciones asumidas.
En este orden, cabe señalar que el 31 de octubre de 1995
Argentina ratificó la Convención Interamericana sobre Desaparición
Forzada de Personas, la cual entró en vigencia el 28 de febrero de

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1996, fecha en la que se realizó el depósito del instrumento de


ratificación en la Secretaría de la Organización de los Estados
Americanos. Por lo tanto, a partir de ese momento, surgió para el
país la obligación específica de tipificar ese delito de
conformidad con el art. III de ese instrumento.
Dicho artículo establece que los Estados “se comprometen
a adoptar, con arreglo a los procedimientos constitucionales, las
medidas legislativas que fueron necesarias para tipificar como
delito la desaparición forzada de personas”. Asimismo, de acuerdo
con el art. I.d) de ese instrumento, los Estados parte se
comprometen a “[t]omar las medidas de carácter legislativo,
administrativo, judicial o de cualquier otra índole necesarias
para cumplir con los compromisos asumidos en la presente
Convención”.
No obstante ello, la tipificación en el orden doméstico
del delito de desaparición forzada de personas fue llevada a cabo
mediante la sanción de la ley N° 26.679 el 13 de abril de 2011.
No resulta ocioso traer a colación el texto del art. 142
ter del CP, que establece que: “se impondrá prisión de DIEZ (10) a
VEINTICINCO (25) años e inhabilitación absoluta y perpetua para el
ejercicio de cualquier función pública y para tareas de seguridad
privada, al funcionario público o a la persona o miembro de un
grupo de personas que, actuando con la autorización, el apoyo o la
aquiescencia del Estado, de cualquier forma, privare de la
libertad a una o más personas, cuando este accionar fuera seguido
de la falta de información o de la negativa a reconocer dicha
privación de libertad o de informar sobre el paradero de la
persona. La pena será de prisión perpetua si resultara la muerte o
si la víctima fuere mujer embarazada, una persona menor de
dieciocho (18) años, una persona mayor de setenta (70) años o una
persona con discapacidad. La misma pena se impondrá cuando la
víctima sea una persona nacida durante la desaparición forzada de
su madre. La escala penal prevista en el mentado artículo podrá

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reducirse en un tercio del máximo y en la mitad del mínimo
respecto de los autores o partícipes que liberen con vida a la
víctima o proporcionen información que permita su efectiva
aparición con vida”.
Los bienes jurídicos que se afectan al realizar las
acciones supra descriptas, además de la vida y la libertad,
remiten también al adecuado ejercicio funcional y al derecho a
conocer la verdad del destino de la persona desaparecida y al
contexto en el que ésta se produjo, colocándosela en un estado de
completa vulnerabilidad.
Por ello, como se expresó precedentemente, se trata de un
ilícito pluriofensivo que integra la categoría de delitos
continuos o permanentes, pues la ejecución permanece mientras se
mantiene el estado consumativo y, recién cuando éste cesa, puede
afirmarse su agotamiento, de modo que el injusto continúa
consumándose hasta que culmina la situación antijurídica.
Formuladas las consideraciones precedentes, menester es
recordar que el tribunal de juicio calificó la conducta endilgada
al encartado como constitutiva de la figura típica de desaparición
forzada de personas.
En lo aquí relevante, los magistrados que conformaron la
mayoría sostuvieron la aplicación de la ley N° 26.679 sobre la
base de que: “[e]l carácter permanente del delito, hace que éste
siga perpetrando en el tiempo, mientras continúe la omisión de dar
información respecto del destino de la víctima ‘obligación
impuesta en cabeza del Estado a través de sus funcionarios o de
quienes actuaron bajo su autorización, apoyo o aquiescencia’. En
los casos concretos por lo que condena[ron], esa omisión sigue
intacta de modo que resulta aplicable el tipo penal descripto en
el art. 142 ter del CP”.
Sentado ello, y contrariamente a lo sostenido por las
defensas, se advierte que el a quo ha efectuado una correcta
aplicación de la ley sustantiva contenida en el art. 142 ter del
CP −cfr. ley N° 26.679−, toda vez que, tratándose el sub judice de

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un delito continuo o permanente, el estado de comisión prosigue


exteriorizándose en el tiempo hasta el agotamiento de la conducta
típica, y si esta resulta alcanzada por una nueva ley más grave
que la que rigió en un primer momento del iter criminis, la última
ley debe ser la de aplicación.
Con relación a este extremo se remite en un todo al
criterio vertido en el marco de la causa “Tillería” supra cit.,
oportunidad en la que se expuso que, tal lo sostenido
inveteradamente, los dispositivos que dimanan de los organismos
correspondientes al sistema de protección interamericano de
derechos humanos guardan operatividad plena y vinculante (cfr.
causa N° FSM 493/2008/TO1/4/1/CFC4, caratulada: “Riveros, Santiago
Omar s/recurso de casación”, reg. N° 715/17, rta. 9/6/2017).
En esa inteligencia y en orden a la materia a resolver,
la Corte Interamericana de Derechos Humanos ha sostenido respecto
de la tipificación del delito de desaparición forzada de personas
que: “por tratarse de un delito de ejecución permanente, es decir,
cuya consumación se prolonga en el tiempo, al entrar en vigor la
tipificación del delito de desaparición forzada de personas en el
derecho penal interno, si se mantiene la conducta delictiva, la
nueva ley resulta aplicable” sin infracción al principio de
legalidad contenido en el art. 9 CADH (cfr. Corte IDH, caso “Tiu
Tojín Vs. Guatemala”. Fondo, Reparaciones y Costas. Sentencia de
26 de noviembre de 2008. Serie C n° 190, párr. 87, el destacado no
corresponde al original), por lo que cabe la aplicación, en la
especie, del tipo del art. 142 ter del CP.
Así también, en el caso “Torres Millacura y otros Vs.
Argentina”, la Corte IDH destacó que: “[E]n tal sentido, el
análisis de la desaparición forzada debe abarcar el conjunto de
los hechos que se presentan a consideración del Tribunal en el
presente caso. Sólo de este modo el análisis legal de la
desaparición forzada es consecuente con la violación compleja de
derechos humanos que ésta conlleva, con su carácter continuada o

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permanente y con la necesidad de considerar el marco de abusos
policiales en que ocurrieron los hechos, a fin de analizar sus
efectos prolongados en el tiempo y enfocar integralmente sus
consecuencias” (cfr. caso “Torres Millacura y otros Vs.
Argentina”. Fondo, Reparaciones y Costas. Sentencia de 26 de
agosto de 2011. Serie C n° 229, párr. 97).
En igual sentido se había expresado en el litigio “Chitay
Nech y otros Vs. Guatemala”, observando que: “[A]l analizar un
supuesto de desaparición forzada se debe tener en cuenta que la
privación de la libertad del individuo sólo debe ser entendida
como el inicio de la configuración de una violación compleja que
se prolonga en el tiempo hasta que se conoce la suerte y el
paradero de la víctima. El análisis de una posible desaparición
forzada no debe enfocarse de manera aislada, dividida y
fragmentada sólo en la detención, o la posible tortura, o el
riesgo de perder la vida, sino más bien el enfoque debe ser en el
conjunto de los hechos que se presentan en el caso en
consideración ante la Corte, tomando en cuenta la jurisprudencia
del Tribunal al interpretar la Convención Americana, así como la
CIDFP para los Estados que la hayan ratificado” (cfr. caso “Chitay
Nech y otros Vs. Guatemala”. Excepciones Preliminares, Fondo,
Reparaciones y Costas. Sentencia de 25 de mayo de 2010. Serie C N°
212, párr. 89).
Por ello, la adopción en el sub lite de un criterio
contrario al establecido nada menos que por el órgano a cargo de
hacer efectivo el cumplimiento de los derechos reconocidos por la
Convención, podría acarrear responsabilidad internacional en ese
orden, de lo que se deriva por principio el deber de enmarcar la
suerte del sub examine en aquel criterio, so riesgo de poner en
crisis el sistema de protección regional de derechos humanos.
Desde un punto de vista análogo se expidieron los ministros
Zaffaroni y Petracchi en el caso “Bulacio” (Fallos: 327:5668,
causa E.224.XXXIX, caratulada: “Espósito, Miguel Ángel s/

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incidente de prescripción de la acción penal promovidos por su


defensa”, del 23 de diciembre de 2004).
En virtud de todas las consideraciones expuestas,
corresponde rechazar las impugnaciones deducidas en este extremo.
b.1) Por otra parte, tampoco pueden tener favorable
acogida los agravios formulados por la defensa de Jorge Alberto
Errecaborde dirigidos a cuestionar la valoración realizada por el
tribunal respecto de su intervención en los hechos.
El impugnante alegó que la mera ocupación de su cargo
como Comandante de la Fuerza de Tareas N° 5 de la Armada Argentina
“no puede significar la comisión de delitos o que conozca o apañe
la ejecución de éstos por parte de sus Superiores o Subalternos”;
y criticó que se demuestre la participación de su asistido con las
constancias de haber estado en la zona o a partir los dichos de
quienes aluden a la –“incorrecta”- vestimenta de quienes los
detenían y la presencia de Errecaborde en el momento de los
hechos. Resaltó que su defendido “no fue […] identificado […] como
participante […] del ilícito que se le […] imputa” ni existen
pruebas “concretas, claras y firmes” que lo incrimine en los
hechos. A su vez, alegó que el desempeño de su asistido en
Unidades de la Armada Argentina (ARA) “bajo ningún aspecto puede
ser considerado ilegal” (fs. 458 vta./459).
Ahora bien; corresponde señalar la participación de
Errecaborde en los hechos que damnificaron a Miguel Orlando Galván
Lahoz, Roberto Pampillo, Osvaldo Enrique Busetto, Roberto José de
la Cuadra, Ricardo Nuez, Juan Carlos Blasetti, Diego Arturo Salas,
Elsa Noemí Triana, Norma Raquel Raggio Baliño de Balbuena y Carlos
Daniel Núñez fue abordada por el tribunal oral a partir de su
aporte brindado en el marco de la estructura represiva en la que
estaba inmerso.
Desde esa perspectiva, los judicantes valoraron el legajo
personal del encartado para corroborar que se desempeñó entre el
19 de julio y el 26 de noviembre de 1976 con el grado de Capitán

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de Navío y cumpliendo funciones en la conducción de Fuerza de
Tareas “empeñada en la guerra antisubversiva” (meritado en la
resolución recurrida a fs. 203 vta.).
En ese mismo sentido, se invocó en la sentencia, inter
alia, una resolución firmada por el Almirante Emilio Massera,
fechada el 29 de noviembre de 1977, en la que otorga al imputado
la condición de Comandante de la Fuerza de Tareas N° 5 (cfr. fs.
137/138); los resúmenes elaborados para ser elevados a oficiales
superiores respecto del desempeño, conducción y aptitudes del
nombrado (cfr. fs. 118/119, 120/121, 144/145, 146); y las
calificaciones de sus subordinados firmadas por Errecaborde (cfr.
fs. 42).
También se destacó la importancia del PLACINTARA en la
organización de la Armada en el marco de la represión que tuvo
lugar durante la última dictadura militar y la relevancia del rol
asignado al incuso durante el período analizado. En ese ejercicio,
el tribunal recordó, nuevamente, que: “[l]a FUERTAR 5, a cargo del
imputado Errecaborde en el período determinado estaba integrada
por la Escuela Naval Militar, el Liceo Naval Almirante Brown, el
Hospital Naval Río Santiago, el Batallón de I.M. n° 3, la
Prefectura de La Plata, el Centro de Incorporación y Formación de
Conscriptos de I.M. y las Dependencias con asiento en La Plata,
Berisso y Ensenada” (fs. 204). Respecto de su jurisdicción, se
determinó que ésta incluye “los establecimientos y otras
dependencias de la Armada ubicadas en la zona de Río Santiago,
Hospital Naval Río Santiago, Batallón de Infantería Marina n° 3,
Astillero Naval Río Santiago, Prefectura de La Plata, Destilería
Y.P.F. en Dock Central y zona portuaria de La Plata, así como
también, respecto a los aeródromos y la zona de los partidos de
Berisso y Ensenada y de la jurisdicción vecina” (ibidem).
En función de lo anterior, el sentenciante, a partir de
un análisis integral de la prueba reproducida durante la audiencia
de debate, ubicó funcionalmente a Errecaborde como máxima
autoridad a nivel operativo dentro de la Armada en la época de los

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hechos aquí juzgados, esto es, como Comandante de la Fuerza de


Tareas N° 5, y afirmó que: “no solo cumplía las tareas asignadas
por su cargo sino que, de modo consciente y directo, realizaba
tareas que excedían aquél, según las disposiciones orgánicas
demostrando su compromiso en la ‘lucha contra la subversión’” (fs.
205).
En ese marco, se advierte que lleva razón el a quo cuando
sostiene que el imputado, en su carácter de Comandante de Fuerza
de Tareas N° 5, ejercía su capacidad de mando en la jurisdicción
completa, que incluía los distintos complejos funcionales que
ciertamente tenían que ver con el desarrollo y despliegue de
actividades represivas sobre trabajadores y militantes políticos,
cumpliendo e impartiendo órdenes y proporcionando personal y
recursos materiales para tales fines.
De esta manera, se observa que la prueba reseñada resultó
concluyente en exhibir el rol fundamental que le cupo a
Errecaborde en el engranaje montado en el ataque dirigido contra
un sector de la población categorizado como “enemigo”. A la luz de
la normativa y de la prueba documental relevada, emerge de manera
prístina el dominio que el imputado tuvo sobre las vidas de las
víctimas en los hechos aquí juzgados.
En este cuadro, resulta válida la conclusión de que el
nombrado, como Comandante de Fuerza de Tareas N° 5, fue quien
diseñó el “marco” de las acciones concretas, proporcionó los
medios necesarios y ordenó su ejecución, por lo que se trata de
uno de los autores, habiendo tenido el co-dominio de las acciones
llevadas a cabo en tal contexto y guardado, además, por su
posición, la facultad de poder cesar las mismas.
Por ello, lejos está de ser certera la aseveración de la
asistencia técnica en punto a que, respecto de su defendido, se
forjó una responsabilidad objetiva, ya que -como quedó probado en
el debate- estos sucesos tuvieron lugar bajo las órdenes de
Errecaborde y dentro de un marco operacional desplegado en forma

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conjunta por autoridades de las fuerzas armadas y de seguridad del
país.
De otro lado, sobre la categorización del rol de
Errecaborde como “coautor mediato”, cabe remitirse en un todo al
análisis efectuado en el apartado precedente respecto de Juan
Carlos Herzberg.
En virtud de lo hasta aquí reseñado, se advierte que el
impugnante se ha limitado a duplicar en esta instancia los
alegatos del juicio, sin rebatir los argumentos que fundadamente
esgrimió el a quo para tener por acreditada la responsabilidad de
Errecaborde por estos hechos; demostrando una mera discrepancia en
la valoración del acervo probatorio construido por el
sentenciante, pero sin lograr probar la arbitrariedad denunciada;
por lo que, en consecuencia, los planteos en este extremo deben
ser desechados.
b.2) El marco incriminatorio hasta aquí reseñado permitió
al tribunal responsabilizar a Jorge Alberto Errecaborde por los
homicidios doblemente calificados por alevosía y por haberse
cometido con el concurso premeditado de dos o más personas, en
perjuicio de Miguel Orlando Galván Lahoz y Roberto Pampillo; en
concurso material con la desaparición forzada de Osvaldo Enrique
Busseto, Roberto José de la Cuadra, Ricardo Nuez, Juan Carlos
Blasetti, Diego Arturo Salas y Elsa Noemí Triana, y desaparición
forzada de personas agravada por ser la víctima una mujer
embarazada respecto de Norma Raquel Raggio Baliño de Balbuena -en
los últimos cuatro casos en concurso real con la aplicación de
tormentos por un funcionario público a los presos que guarde
agravado por ser la víctima un perseguido político-; en concurso
real con privación ilegal de la libertad agravada y aplicación de
tormentos por un funcionario público a los presos que guarde
agravada por ser la víctima un perseguido político en perjuicio de
Carlos Daniel Núñez (arts. 80 incs. 2 y 6 -según Ley N° 21.338,
ratificada por la N° 23.077-, 142 ter primer y segundo párrafo,
según ley 26.679 y 144 bis inc. 1°, con la agravante prevista en

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el último párrafo de dicho art., en cuanto remite a los incs. 1° y


5° del art. 142 y 144 ter primer y segundo párrafo todos del CP,
según Ley N° 14.616 y Ley N° 20.642 –vigentes al momento de los
hechos-).
Con relación al agravio relacionado a la alegada
aplicación “retroactiva” de la figura de desaparición forzada de
personas, cabe hacer remisión, en un todo, a lo ya establecido en
el apartado a.2) del presente considerando.
De otro lado, la defensa de Jorge Alberto Errecaborde y
Roberto Eduardo Fernando Guitián reprochó la atribución del
carácter de “perseguido político” a las víctimas, porque sostuvo
que muchos eran miembros de “organizaciones guerrilleras”.
En cuanto a la aplicación de esta agravante, menester es
recordar que el tribunal indicó que: “no caben dudas que tal
extremo se ha dado en autos, por cuanto la finalidad buscada y los
claros objetivos genocidas estaban trazados en esa dirección. El
plan sistemático instaurado, en el caso concreto, buscó la
eliminación de un colectivo de trabajadores y estudiantes
universitarios, tal como hemos afirmado en la presente sentencia”
(fs. 230 vta.). Recordó que: “la doctrina es unánime al sostener
que perseguido político ‘no es sólo el imputado de un delito por
causa política, sino también el individuo arrestado o detenido por
motivo político como es el de ser opositor al régimen establecido
o a las personas que ejercen el gobierno’ (Tratado de Derecho
Penal, Ricardo Núñez, Marcos Lerner Editora Córdoba, 1992, T. IV.
p. 57)” (ibidem).
De lo transcripto, se observa que el a quo fundó
adecuadamente la configuración de la agravante de perseguido
político de las víctimas supra mencionadas, y la defensa demuestra
meramente un disenso en el criterio elegido por los jueces
sentenciantes, sin lograr confutarlo en la instancia.
Es que, a los fines de identificar la mentada
calificación, es preciso evaluar la situación desde la perspectiva

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del plan que sirvió como móvil a los sujetos activos, con
independencia de que las víctimas revistiesen o no, al momento del
hecho, actividad asociada a una militancia política-partidaria
concreta. De los casos analizados en el presente juicio, quedó
demostrado que aquello que motivaba la aplicación de tormentos era
una causa política impartida en miras del plan sistemático de
represión ilegal implementado por las fuerzas que asaltaron de
facto el poder en marzo de 1976.
En esta línea, se impone memorar que la acción represiva
dirigida a sancionar a los “enemigos” se encontraba documentada en
el Plan de Capacidades-PLACINTARA, donde se enumeran -como fuera
mencionado en el exordio de la sentencia- las metas a alcanzar,
puntualizando, entre ellas, la de aniquilar a la subversión y sus
ideólogos.
En síntesis, la agravante establecida en el segundo
párrafo del art. 144 ter del CP se encuentra suficientemente
acreditada con los testimonios brindados por las víctimas al
respecto, cuando relataran el tenor de los interrogatorios a los
que fueron sometidos mientras eran torturados y al colectivo de
trabajadores, militantes o estudiantes al que pertenecían, lo que
autoriza a considerar que los tormentos fueron realizados en
perjuicio de perseguidos políticos, teniendo en cuenta
fundamentalmente el contexto histórico en que tuvieron lugar, los
cuales ya fueron especificados in extenso en los considerandos
precedentes.
A la luz de lo hasta aquí reseñado, cabe rechazar las
pretensiones deducidas sobre estos puntos por la defensa.
c.1) Respecto de la participación de Roberto Eduardo
Fernando Guitián, su defensa alegó que no había surgido ninguna
prueba “real” de cargo a lo largo del debate referida a la
responsabilidad atribuida su asistido.
En ese sentido, criticó que se demuestre su
responsabilidad con las constancias de haber estado en la zona o a
partir los dichos de quienes aluden a la –“incorrecta”- vestimenta

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de quienes los detenían y la presencia de Guitián en el momento de


los hechos. Resaltó que su defendido “no fue […] identificado […]
como participante[…] del ilícito que se le[…] imputa” ni existen
pruebas “concretas, claras y firmes” que lo incrimine en los
hechos. A su vez, alegó que el desempeño de su asistido en
Unidades de la Armada Argentina (ARA) “bajo ningún aspecto puede
ser considerado ilegal” (fs. 458 vta./459).
Ahora; menester es recordar que, para evaluar la
participación del imputado en los hechos que tuvieron por víctimas
a Miguel Orlando Galván Lahoz, Roberto Pampillo, Diego Arturo
Salas, Elsa Noemí Triana, Norma Raquel Raggio Baliño de Balbuena,
Luis Ramón Etchepare, Carlos García, Carlos Daniel Núñez y Mario
Arturo Francisco Peláez, el tribunal oral tuvo por acreditado que:
“a partir del 14 de enero de 1976 y durante los años siguientes,
el imputado Roberto Eduardo Fernández Guitián se desempeñó como
Jefe de Operaciones del Batallón de Infantería Marina N° 3” (fs.
206 vta.).
Para arribar a dicha conclusión, meritó las fojas de
concepto firmadas por el nombrado, la evaluación de su desempeño y
su propia foja de concepto -especialmente donde se destaca que
tiene “naturalmente inclinación a tareas de inteligencia”-
obrantes en su legajo a fs. 104, 107, 111 y 113.
También recordó el judicante, una vez más, que: “[q]uedó
acreditado al momento de analizar el funcionamiento de la FUERTAR
5 y sus funciones asignadas por el PLACINTARA, la importancia del
Batallón de Infantería Marina N° 3 en este armado represivo” y
que: “hay contundentes indicios de que el rol ocupado por Guitián,
lejos de implicar una responsabilidad formal, fue efectivamente
ejercido en la ‘Lucha Contra la Subversión’ organizada desde la
Fuerza de Tareas N° 5” (fs. 207). En este sentido, resaltó un
informe firmado por el Capitán de Corbeta Enrique Martínez, de
Informaciones del Comando de Operaciones Navales de la Fuerza de
Tareas N° 5, con fecha 30 de septiembre de 1977, sobre el concepto

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de Guitián, en el que manifiesta que: “es distinguido y reconocido
por sus condiciones personales de las que se destaca su valor
personal y su ejemplo como combatiente” y se agrega que: “mantiene
permanente con el área de inteligencia, destacándose su
colaboración y verdadero interés en el intercambio de información,
constituyendo su actitud de gran utilidad” (valorado en el fallo a
fs. 207).
Adunado a ello, se justipreció que a fs. 112 y con fecha
17 de diciembre de 1976, el Comandante Capitán de Navío Jorge
Errecaborde, calificando el desempeño en la Fuerza de Tareas N° 5,
entendió que Guitián demostró “especial aptitud para la conducción
de un grupo en operaciones de combate. Coopera espontáneamente
mostrándose siempre bien dispuesto para emprender cualquier tarea
por dura que esta sea”. Terminó calificando su desempeño como de
“Sobrenormal-excepcional”.
A mayor abundamiento, el sentenciante valoró que de la
ficha de censo de militar de fs. 110, surge que el 8 de julio de
1976 el imputado manifestó que deseaba permanecer en la zona
porque está en “plena de actividad, en cuanto a operaciones
militares de LCS, razón que, profesional y personalmente, refuerza
mi solicitud de permanencia en el destino”. En esa misma
oportunidad dejó constancia de que realizó un curso de Instructor
en “Adoctrinamiento Anti-Subversivo” de una duración de siete
días. Finalmente, declara que: “le agrada dictar clases a nivel de
oficiales” en las materias de “Adoctrinamiento Antisubversivo y
Coordinación de los fuegos de apoyo”. Como resultado de estas
manifestaciones, el entonces Comandante Fernández Carró, ante las
presunciones de traslado entendió “muy conveniente la permanencia
de este oficial para la continuidad de las tareas”.
En función de lo anterior, se tuvo probado que el cargo
que el encausado ejercía implicaba un lugar de poder, decisión y
dirección de ejecución del plan criminal conforme las directivas
generales emanadas de la Junta Militar y, consecuentemente con
ello, debía responder en calidad de coautor mediato en virtud de

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su voluntad de dominio del hecho que le cupo en el seno del


aparato organizado de poder.
Y es que, de acuerdo al material recabado, no puede
soslayarse la calidad funcional de Guitián en los hechos, el rol
atribuido en la sentencia al imputado y la especial trascendencia
que esa condición imprimió a los sucesos en los que se ha
acreditado su intervención. Teniendo ello en cuenta, el desacuerdo
de la defensa en cuanto al encuadre dado a su intervención -como
coautor funcional- no encuentra asidero.
Sumado a ello, corresponde señalar que, puntualmente, el
tribunal consideró que: “quedó acreditada la participación directa
de Guitián en el operativo que terminó con los homicidios de
Miguel Orlando Galván Lahoz y Roberto Pampillo, hecho ocurrido el
19 de octubre de 1976” (fs. 207 vta.). En ese sentido, se valoró
“en cuanto hace a la referencia de tiempo y lugar el
reconocimiento hecho por el imputado en la misma declaración
indagatoria”, la cual “da cuenta de la presencia del imputado en
el operativo mencionado, y que terminó con la muerte de Miguel
Orlando Galván Lahoz y Roberto Pampillo. Sin embargo, la
descripción que realiza respecto de las características del
accionar represivo en esas circunstancias, no resultan
verosímiles” (ibidem).
El órgano jurisdiccional corroboró que la concurrencia
del imputado, además, se vio ratificada por las constancias
obrantes en las actuaciones tramitadas por la Armada Argentina,
caratuladas “Heridas sufridas por CPIM Eugenio González”, que fue
agregada a la prueba documental incorporada a estas actuaciones
como “Anexo: Casos de Galván Lahoz y Pampillo”. En este
expediente, obra un parte circunstancial de accidentes en el
servicio, realizado con motivo del accidente sufrido por el Cabo
Principal de I.M. Eugenio González, donde se dejó constancia que
Roberto Eduardo Guitián fue uno de los testigos del hecho (fs. 1).
Asimismo, se puntualizó en la sentencia que la versión de Eugenio

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González sobre los hechos, ponderada ut supra, difiere de la
presentada por Guitián.
Así, en punto al caso vinculado a los homicidios de
Miguel Orlando Galván Lahoz y Roberto Pampillo, puede afirmarse
que los elementos de juicio reunidos, que permitieron reproducir
el escenario en el que se sucedieron los hechos que involucraron
una logística previa de preparación y luego el despliegue
operativo con el consabido destino de las víctimas, conducen, sin
mayores hesitaciones, a descartar las explicaciones invocadas por
la defensa para desvincular a Guitián como coautor del
acontecimiento.
De esta manera, la versión brindada por el incuso en su
declaración -y sobre la cual insiste la defensa en su remedio
impugnaticio- quedó desvirtuada y se observa que todos los
elementos invocados por esa parte han sido sopesados por el
tribunal en la sentencia, arribando a la incriminación del
nombrado a partir de un análisis global de ellos y dando fundada
respuesta a cada una de las alegaciones desarrolladas por la
defensa, las cuales evidencian un mero disenso en cuanto a la
valoración del acervo probatorio.
En suma, quedó debidamente demostrada la responsabilidad
del imputado Roberto Eduardo Guitián respecto de los casos
mencionados ut supra, en tanto -como ha quedado acreditado- no se
verifica la concurrencia de un supuesto de arbitrariedad o
ilogicidad que afecte el razonamiento expuesto en la sentencia.
c.2) El mentado cuadro situacional reseñado permitió al
a quo tener por probada la intervención de Roberto Eduardo Guitián
en los homicidios doblemente calificados por haberse cometido con
alevosía y el concurso premeditado de dos o más personas en
perjuicio de Miguel Orlando Galván Lahoz y Roberto Pampillo; en
concurso material con la desaparición forzada de personas de Diego
Arturo Salas y Elsa Noemí Triana y la desaparición forzada de
personas agravada por ser la víctima una mujer embarazada en
perjuicio de Norma Raquel Raggio Baliño de Balbuena; en los tres

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casos en concurso real con aplicación de tormentos por parte de un


funcionario público a los presos que guarde agravada por ser la
víctima un perseguido político; y privación ilegal de la libertad
agravada por ser cometida con violencia y amenazas y aplicación de
tormentos por un funcionario público a los presos que guarde
agravada por ser la víctima un perseguido político en perjuicio de
Luis Ramón Etchepare, Carlos García, Carlos Daniel Núñez y Mario
Arturo Francisco Peláez (arts. 80 inc. 2 y 6 -según Ley N° 21.338,
ratificada por la 23.077-, 142 ter primer y según párrafo según
ley N° 26.679 del CP y 144 bis inc. 1°, con la agravante prevista
en el último párrafo de dicho artículo, en cuanto remite a los
incs. 1° y 5° del art. 142 del CP y art. 144 ter primer y segundo
párrafo del mismo cuerpo normativo, según Ley N° 14.616 y Ley N°
20.642 –vigentes al momento de los hechos-.
Con relación al agravio relacionado a la supuesta
aplicación “retroactiva” de la figura de desaparición forzada de
personas, nuevamente cabe reenviar, sin más, a lo ya expresado en
el apartado a.2) del presente considerando.
d.1) En lo que atañe a la responsabilidad de Carlos José
Schaller, su defensa alegó que lo sostenido por los jueces de
instancia anterior “no da cuenta de la intervención concreta de
[su] representado en los hechos que se le atribuyen y por los que
fue condenado” y descalificó la condena por cuanto sostuvo que se
encuentra cimentada “únicamente” en la posición jerárquica que
ostentó su asistido.
Puntualmente, en lo que concierne a los casos de Horrac y
Barraza, refirió el impugnante que en tres de los cuatro
documentos valorados para dar cuenta de la intervención del
imputado en los hechos ilícitos “constaría un sello sin firma”
-sin especificar a qué instrumento se refiere- y que, en el cuarto
-el acta de entrega de Horrac y Barraza-, “luce una firma
prácticamente invisible” que Schaller negó como propia.

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En ese marco, corresponde remarcar que el tribunal
responsabilizó al encausado por su participación en los hechos que
tuvieron por víctimas a María Adela Barraza, Carmelo Cipollone,
Luis Alberto Díaz, Luis María Digaetano, Nicolás Luis Di Mattia,
Alberto Dizzini, María Beatriz Horrac, Julio Alberto Machado,
Ricardo Mario Melano, María del Carmen Miranda, Pedro Niselsky,
Carlos Hugo Perdomo, Américo Horacio Piccinini, Juan Pombo,
Dionisio Puz, Luis Aníbal Rivadeneira, Hugo Ernesto Ruiz Díaz y
Eduardo Schaposnik.
Así, primero se tuvo por acreditado que: “entre el
período comprendido entre el 18 de marzo de 1976 y el 19 de abril
de 1976, el señor Carlos José Schaller cumplió funciones como Jefe
Interino de la Prefectura de La Plata -zona Río de La Plata” (fs.
208 vta.).
Para así concluir, el sentenciante afirmó que esta
información “surge a requerimiento de la defensa del imputado, y
queda acreditada tanto por los dichos del Prefecto General Pedro
Daniel Tuhay, como por la foja de Servicios del imputado. De allí
surge que fue nombrado en ese cargo con fecha 31 de diciembre
1971, haciéndose cargo interinamente de la Prefectura La Plata, el
18 de marzo de 1976. En la misma foja de Servicio consta que
Schaller pasó a revistar en situación de Retiro Efectivo
voluntario el 1° de mayo de 1978 con el grado Prefecto Principal”
(ibidem).
Además, otra vez se justipreció que en el Plan de
Capacidades PLANCINTARA se encontraba especificado el rol que la
Prefectura conformó en la estructura represiva de la Fuerza de
Tareas N° 5, como dependencia subordinada. Al respecto, el
juzgador meritó que el rol asignado a Schaller quedó probado “por
el cargo que ocupaba dentro de la Prefectura y la cadena
jerárquica de las FT5, [que] lejos de representar una asignación
meramente formal, fue efectivamente ejercido por el imputado
durante esa época” (ibidem).

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En este sentido, el a quo ponderó la copia certificada


del legajo de la ex DIPBA N° 4742, relativo a la investigación que
realizó respecto al exjuez federal Juan Carlos Nievas, en donde
consta un informe elaborado por la COGRUTAR 5.4 y que fuera
dirigido al exjuez para que tome conocimiento de la
COFUERTARCINCO, en el cual se observa el sello de Schaller
(valorado en la sentencia a fs. 208 vta.).
De este modo, la judicatura sostuvo que: “queda
acreditado que el imputado tuvo bajo su órbita de mando -al menos
de modo interino- a la Prefectura Zona Río de La Plata que operaba
en la región, lo que claramente comprendió el cumplimiento y
emisión de órdenes, como así también la autorización para la
utilización de recursos materiales. En este sentido, se ha
demostrado en las audiencias de debate que Prefectura ha utilizado
sus recursos para el traslado de detenidos en muchas ocasiones”
(fs. 208 vta./209).
Asimismo, el tribunal justipreció que las explicaciones
esgrimidas por Schaller para deslindarse de responsabilidad “no
resultan verosímiles”, en tanto “el PLACINTARA en la organización
de la represión que desplegó el Estado Argentino durante la última
dictadura cívico-militar, y del cargo central que ocupaba el
imputado dentro de la Prefectura -Zona Río de La Plata-, no hay
posibilidad de que desconociera la normativa y los objetivos que
tenían asignadas las Fuerzas de Tareas; máxime cuando esa
normativa vigente regulaba las funciones que debía desempeñar,
resultando de este modo oponibles a quien asuma ese cargo” (fs.
209).
Para arribar a dicha conclusión, valoró también el
Informe aportado por la Comisión Provincial por la Memoria, sobre
todo el Legajo Mesa DS, Carpeta Varios, N° 4752, firmado por
Schaller, y el expediente Mesa DS Varios N° 11507, caratulado
“Posible acto de sabotaje en el frigorífico Swift”, que refiere
que: “por razones de jurisdicción la Prefectura local fue el

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organismo que se abocó al hecho, Procediendo a la detención de
alrededor veinte personas”, fechado en abril de 1978.
También destacó el órgano sentenciante el informe
elaborado por el Equipo de Investigación del Área Jurídica
Nacional de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación,
respecto al funcionamiento de la Armada Argentina y la Prefectura
Naval en las zonas de Berisso, Ensenada, La Plata y sus cercanías.
Allí se describe la conformación de la Fuerza de Tareas N° 5, sus
dependencias y el personal de ambas Fuerzas Armada y de Seguridad,
en la cual surge el nombre de Carlos José Schaller (cfr. fs. 210).
Delimitada de esta forma la actuación de Schaller y a
partir de los lapsos de cautiverio acreditados para cada caso en
particular al tratar la materialidad de los hechos, es que el
órgano jurisdiccional aseveró su responsabilidad por “la privación
de la libertad y la aplicación de tormentos en perjuicio de María
Adela Barraza, Carmelo Cipollone, Luis Alberto Díaz, Luis María
Digaetano, Nicolás Luis Di Mattia, Alberto Dizzini, María Beatriz
Horrac, Julio Alberto Machado, Ricardo Mario Melano, María del
Carmen Miranda, Pedro Niselsky, Carlos Hugo Perdomo, Américo
Horacio Piccinini, Juan Pombo, Dionisio Puz, Luis Aníbal
Rivadeneira, Hugo Ernesto Ruiz Díaz, Eduardo Shaposnik” (fs. 209
vta.).
Concluyó que las víctimas fueron secuestradas desde sus
domicilios y/o sus lugares de trabajo en las localidades de
Berisso y Ensenada y que eran, en su mayoría, empleados y
activistas de Astilleros Río Santiago S.A, Propulsora Siderúrgica
S.A., YPF y Frigorífico SWIFT SA; expresamente descriptos dentro
de la jurisdicción de la FUERTAR 5 por el PLACINTARA, respecto de
la cual Schaller tenía responsabilidad en su carácter de Jefe
Interino de Prefectura, zona Río de La Plata, durante todo ese
período.
En base a ello, se estableció que Schaller tuvo el
dominio funcional de los centros de detención donde ocurrieron los
sucesos y colaboró en los hechos poniendo a disposición los medios

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Sala II
Causa Nº FLP 17/2012/TO1/29/CFC12
“VAÑEK, Antonio y otros s/ recurso
de casación”
Cámara Federal de Casación Penal

necesarios, tanto materiales como humanos, precisamente ordenando


su utilización para las privaciones de libertad y la imposición de
torturas.
Ahora bien; en lo atinente a los planteos referidos a los
casos de Horrac y Barraza, los cuestionamientos no alcanzan a
conmover el dato de que, en lo sustancial, las declaraciones y la
prueba documental fueron coincidentes en cuanto al secuestro de
las nombradas víctimas por la Fuerza de Tareas N° 5 y a su
cautiverio en la sede de Prefectura Naval y al cargo que ostentaba
Schaller como Jefe Interino de la Prefectura de La Plata al
momento de los hechos.
Ello así, por cuanto el tribunal de juicio sustentó sus
conclusiones en la prueba testimonial y documental reseñada, que
-de conjunto- conforma un plexo probatorio conteste y contundente,
que da cuenta tanto del acaecimiento de los hechos como de la
responsabilidad que le cupo al acusado en aquellos, circunstancias
que la defensa no logró confutar. La invocada ajenidad de Schaller
en los hechos que ensaya su asistencia técnica, pretende
sustentarse en consideraciones descontextualizadas y parciales de
la prueba colectada, que no alcanzan a demostrar el defecto de
fundamentación que se plantea.
En definitiva, la valoración conglobada y la ponderación
integra y conjunta de la prueba meritada por el a quo constituyen
fundamento de validez suficiente para la conclusión arribada en
punto a la atribución de responsabilidad efectuada, como coautor
por los sucesos por los que resultó condenado Schaller. En
consecuencia, los planteos efectuados por el recurrente no pueden
tener favorable acogida.
d.2) El marco descripto llevó a que el tribunal oral
responsabilizara a Carlos José Ramón Schaller, por la privación
ilegal de la libertad agravada por haberse cometido con violencias
y amenazas y aplicación de tormentos por un funcionario público a
los presos que guarde agravada por ser la víctima un perseguido

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político en perjuicio de María Adela Barraza, Carmelo Cipollone,
Luis Alberto Díaz, Luis María Digaetano, Nicolás Luis Di Mattia,
Alberto Dizzini, María Beatriz Horrac, Julio Alberto Machado,
Ricardo Mario Melano, María del Carmen Miranda, Pedro Niselsky,
Carlos Hugo Perdomo, Américo Horacio Piccinini, Juan Pombo,
Dionisio Puz, Luis Aníbal Rivadeneira, Hugo Ernesto Ruiz Díaz y
Eduardo Schaposnik (arts. 144 bis inc. 1, con la agravante
prevista en el último párrafo de dicho art., en cuanto remite a
los incs. 1° y 5° del art. 142 del CP y art. 144 ter primer y
segundo párrafo del mismo cuerpo normativo, según Ley N° 14.616 y
Ley N° 20.642 -vigentes al momento de los hechos).
e.1) Por último, con relación a la participación de Luis
Rocca en los hechos juzgados, su defensa planteó en el instrumento
recursivo que: “no ha sido fundada [su] real intervención” y que
la atribución de responsabilidad de su asistido se debió
únicamente a “fórmulas genéricas y potenciales acusaciones”.
En lo concerniente a este punto, el tribunal dio por
acreditada la intervención del acusado en los hechos que tuvieron
por víctimas a Juan Carlos Blasetti, Jorge Barontini, Ricardo
Buergo, Luis Ramón Etchepare, Carlos García, Horacio García
Gerbolés, Vladimiro Klimaseski, Roberto Adoníbal Páez, Ricardo
José Reynoso, Luis Rivadeneira, Juan Carlos Sosa y Mario Roberto
Zecca. En efecto, se valoró en la sentencia que: “entre el 1° de
enero de 1976 y el 15 de diciembre de 1976, Luis Rocca, estuvo en
el ámbito de la Prefectura de La Plata -zona Río de La Plata-
cumpliendo funciones como Jefe de la Unidad. Esto fue informado
por el Prefecto Mayor Oscar René Elola y surge de la foja de
concepto del imputado, que fue asignado en ese cargo con fecha 1°
de enero de 1976 permaneciendo en él hasta el 15 de diciembre
1976” (fs. 209 vta./210).
Del mismo modo, se tuvo en cuenta el legajo de concepto
que califica a Luis Rocca en su calidad de comandante del grupo de
Tareas 5.4 entre los años 1975 y 1976, firmada por el comandante
de las Fuerzas de Tareas N° 5, Jorge A. Errecaborde, y el a quo

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Sala II
Causa Nº FLP 17/2012/TO1/29/CFC12
“VAÑEK, Antonio y otros s/ recurso
de casación”
Cámara Federal de Casación Penal

apuntó la foja obrante en el legajo personal de Schaller relativa


a los cargos interinos que desempeñó el ex Prefecto, en donde se
deja constancia de su paso, como Jefe interino, por Prefectura
zona Río de La Plata (valorados en la sentencia a fs. 209
vta./210).
En esa línea, se ponderó de nuevo el Plan de Capacidades
PLACINTARA para aseverar que: “se encuentra especificado el rol
que la Prefectura conformó en la estructura represiva de la FT5,
como dependencia subordinada […] recibiendo y emitiendo órdenes y
facilitando los recursos humanos y materiales necesarios para
ejecutar las acciones de ‘lucha contra la subversión’” (fs. 210).
Sumado a ello, se apreció la copia certificada del
informe de la DIPBA que concluye que uno de los grupos de tareas
que operó en la zona era el “COGRUTAR 5.4” de la propia Prefectura
Naval Argentina, o por lo menos, que operaba en su nombre en el
ámbito local; y también que en el legajo de Osvaldo Méndez obra
una foja de concepto respecto del período comprendido entre el 1°
de agosto de 1975 y el 31 de octubre de 1976, firmada por el
Prefecto Principal de la Prefectura de La Plata, Luis Rocca (fs.
64). De este modo, el tribunal consideró que: “queda acreditado
que el imputado tuvo bajo su órbita de mando a la Prefectura Zona
Río de La Plata” (fs. 210 y vta.).
Por ese sendero, en el fallo se sostuvo que: “teniendo en
cuenta el cargo que desempeñaba Rocca, no resulta verosímil, a la
luz de la importancia que tuvo el PLACINTARA en la organización de
la represión que desplegó el Estado Argentino durante la última
dictadura militar, y del cargo central que ocupaba el imputado
dentro de La Prefectura -Zona Río de La Plata-, que desconociera
la normativa y los objetivos que tenían asignadas las Fuerzas de
Tareas; máxime cuando esa normativa vigente regulaba las tareas
que debía desempeñar en su función, resultando de este modo
oponibles a quien asuma ese cargo” (ibidem).

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En tal dirección, el órgano sentenciante valoró también
el informe aportado por la Comisión Provincial por la Memoria que
da cuenta de este contexto represivo, destacando el Legajo Mesa DS
varios N° 2692 que acreditó el cargo de Jefe de Prefectura La
Plata y el rango de Prefecto Principal de Luis Rocca, y el
expediente Mesa DS Varios N° 11507 caratulado “Posible acto de
sabotaje en el frigorífico Swift”, que refiere que: “por razones
de jurisdicción la Prefectura local fue el organismo que se abocó
al hecho, procediendo a la detención de alrededor veinte
personas”, y se encuentra fechado en abril de 1978 (valorados en
el fallo a fs. 210 y vta.).
Por último, se destacó, por su relevancia, el informe
elaborado por el Equipo de Investigación del Área Jurídica
Nacional de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación,
respecto al funcionamiento de la Armada Argentina y la Prefectura
Naval en las zonas de Berisso, Ensenada, La Plata y sus cercanías,
en el que se describe la conformación de la Fuerza de Tarea N° 5,
con las dependencias y el personal de ambas Fuerzas Armada y de
Seguridad, en la cual surge el nombre de Luis Rocca como el Jefe
de Prefectura Naval La Plata.
En suma, todos estos elementos de prueba permitieron
tener por acreditado el aporte de Rocca dentro de la cadena
jerárquica en la FUERTAR 5; la cual, lejos de representar una
asignación meramente formal, fue efectivamente ejercida por el
encartado durante esa época.
De esta manera, el tribunal de juicio concluyó que:
“queda demostrada la responsabilidad del imputado Luis Rocca
respecto del secuestro y desaparición y aplicación de tormentos de
Juan Carlos Blasetti y la privación de la libertad y aplicación de
tormentos en perjuicio de Jorge Barontini, Ricardo Buergo, Luis
Ramón Etchepare, Carlos García, Horacio García Gerboles, Vladimiro
Klimaseski, Roberto Adoníbal Páez, Ricardo José Reynoso, Luis
Rivadeneira, Juan Carlos Sosa y Mario Roberto Zecca” (fs. 210 y
vta.).

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Causa Nº FLP 17/2012/TO1/29/CFC12
“VAÑEK, Antonio y otros s/ recurso
de casación”
Cámara Federal de Casación Penal

A partir de estas probanzas, y al igual que en los casos


precedentes, el juzgador aseveró también que las víctimas fueron
secuestradas desde sus domicilios y/o sus lugares de trabajo en
las localidades de Berisso y Ensenada y que eran, en su mayoría,
empleados y activistas de Astillero Río Santiago S.A, Propulsora
Siderúrgica S.A., YPF y Frigorífico SWIFT SA; expresamente
descriptas dentro de la jurisdicción de la FUERTAR 5 por el
PLACINTARA, respecto de la cual Rocca tenía plena autoridad en su
carácter de Jefe de Prefectura zona Río de La Plata, en ese
período.
En función de lo expuesto, corresponde memorar -una vez
más y en contrario a la posición de la defensa- que las víctimas
nombradas fueron trasladadas a la sede de Prefectura Naval al
tiempo en que Rocca estuvo cumpliendo funciones como Jefe de la
Unidad, motivo por el cual los agravios sólo evidencian una
opinión diversa sobre la cuestión debatida y resuelta. Es que, las
críticas referidas a que no ha sido fundada la intervención de
Rocca en los hechos pierden todo sustento, ya que los
acontecimientos fueron valorados de forma contextualizada en base
al rol definido y protagónico de este incuso dentro de Prefectura
de La Plata y su responsabilidad asignada en función de su aporte
indispensable, sin el cual no podrían haberse realizado los
episodios delictivos.
Por ello, los cuestionamientos de la defensa relativos a
la responsabilidad de Rocca por estos hechos no tienen asidero ni
demuestran la arbitrariedad que alegan en cuanto al razonamiento
reconstruido en la sentencia; motivo por el cual deben ser
desechados.
e.2) El cuadro incriminatorio hasta aquí reseñado
permitió al órgano sentenciante responsabilizar a Luis Rocca por
la desaparición forzada de Juan Carlos Blasetti en concurso real
con aplicación de tormentos por parte de un funcionario público a
los presos que guarde agravada por ser la víctima un perseguido

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político; y privación ilegal de la libertad agravada por haberse
cometido con violencia y amenazas y aplicación de tormentos por un
funcionario público a los presos que guarde agravada por ser la
víctima un perseguido político en perjuicio de Jorge Barontini,
Ricardo Buergo, Luis Ramón Etchepare, Carlos García, Horacio
García Gerbolés, Vladimiro Klimaseski, Roberto Adoníbal Páez,
Ricardo José Reynoso, Luis Rivadeneira, Juan Carlos Sosa y Mario
Roberto Zecca, todos ellos concurriendo materialmente entre sí
(arts. 142 ter del CP según ley N° 26679, y 144 bis inc. 1°, con
la agravante prevista en el último párrafo de dicho art., en
cuanto remite a los incs. 1° y 5° del art. 142 del CP y art. 144
ter primer y segundo párrafo del mismo cuerpo normativo según Ley
N° 14.616 y Ley N° 20.642 -vigentes al momento de los hechos-).
Finalmente, con relación a los planteos vinculados a la
supuesta aplicación “retroactiva” de la figura legal de
desaparición forzada de personas, es del caso remitirse en un todo
a lo ya expuesto en el apartado a.2) del presente considerando.
25°) Que, de otra banda, la censura de los casacionistas
en orden a la significación de las conductas atribuidas como
participación en el delito de genocidio, no puede ser de recibo.
a) En efecto; resulta un criterio receptado de ordinario
en la teoría general de los recursos que, a los efectos de
impugnar una decisión jurisdiccional, no basta con detentar la
titularidad abstracta de la facultad de recurrir, sino que su
ejercicio concreto demanda que el legitimado verifique un interés,
conocido bajo el rótulo de agravio (o gravamen), y que éste sea
provocado por el tenor de la decisión atacada.
En palabras del maestro: “El interés en recurrir estriba,
entonces, en la afectación directa, por parte de la resolución
atacada por el recurso, de un derecho o de un interés legítimo del
recurrente, que merece protección jurídica” (Maier, Julio B. J.,
“Derecho procesal penal. Parte general. Actos procesales”, t. III,
Editores del Puerto, Buenos Aires, 2011, p. 286).

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“VAÑEK, Antonio y otros s/ recurso
de casación”
Cámara Federal de Casación Penal

Así, en relación al art. 432 párrafo segundo del rito, se


afirma que: “El interés a que alude esa norma remite a la
disconformidad entre la posición adoptada por la parte y el
contenido de la resolución, o sea al vencimiento, y debe por lo
tanto apreciarse desde el punto de vista del ordenamiento jurídico
y no según el criterio subjetivo del recurrente” (Palacio, Lino
Enrique, “Los recursos en el proceso penal”, Abeledo-Perrot,
Buenos Aires, 1998, p. 18).
Con este mismo horizonte se sostiene que la intervención
jurisdiccional demanda de la existencia de un caso o controversia
por mandato del art. 116 constitucional, por cuanto es de la
propia esencia del Judicial decidir sobre colisiones efectivas de
derechos. Se trata de una condición que se configura solo cuando
concurren dos recaudos: de una parte, debe tratarse de una
controversia que persigue la determinación del derecho debatido
entre partes adversas, fundado en un interés específico, directo,
o inmediato atribuible al litigante; por otra, la causa no debe
ser abstracta en el sentido de tratarse de un planteo prematuro o
que hubiera devenido insustancial (Fallos: 307:2384; 342: 917 y
343:195).
Al respecto, repárese que el considerando V de la
sentencia (rotulado “Calificación jurídica”) consta de dos
apartados, el primero referido al “marco legal propiciado por el
derecho internacional: el genocidio”, y el segundo donde se
procede a analizar “Los tipos penales previstos en el derecho
interno”.
Conforme se inauguró el sufragio mayoritario, surge del
referido segmento sentencial que: “…en el marco del genocidio
perpetrado se ha privado ilegítimamente de la libertad, aplicado
tormentos, cometido homicidios y se ha desaparecido forzadamente a
personas”.
Entonces, el a quo no se limitó a considerar meramente
que las conductas juzgadas y condenadas en autos resulten

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constitutivas del crimen internacional de genocidio, sino que -de
consuno con ello- prudentemente analizó y subsumió los hechos en
diversas figuras previstas en el Código Penal argentino, de
acuerdo al alcance asignado al tratar la situación de cada
imputado. En suma, se colige de la sentencia dictada que: “dado
que las figuras del Código Penal encastran perfectamente en las
previsiones de esa Convención, a nuestro modo de ver el cuerpo
jurídico aplicable al caso está dado por los dos cuerpos
normativos, el tratado y el Código Penal”.
En este contexto, ha sido entendido que si los
recurrentes no lograron develar el concreto agravio que le habría
ocasionado la circunstancia supra apuntada la respuesta a ese
planteo no modifica las condiciones legales y procesales (Sala I,
causa n° FLP 91133453/2013/TO1/14/CFC7 “Machuca, Raúl Rolando y
otros s/recurso de casación”, reg. n° 1399/20, rta. 14/10/2020;
causa FLP 91003389/2012/TO1/94/1, caratulada: “Hidalgo Garzón,
Carlos del Señor y otros s/recurso de casación” reg. n° 641/21
rta. 7/5/2021; Sala IV, causa n° CFP 10630/2009/TO1/28/CFC15,
caratulada: “Almirón, Miguel Ángel y otros s/recurso de casación”,
reg. n° 1762/17 rta. 15/12/2017; causa n° FMP
33004447/2004/TO1/CFC66, caratulada: “Arrillaga, Alfredo Manuel y
otros s/recurso de casación”; reg. N° 1460/18, rta. 11/10/2018;
causa n° FMZ 97000076/2012/TO1/4/CFC1, caratulada “Petra
Recabarren, Guillermo Max y otros s/recurso de casación”, reg. n°
1806/19, rta. 5/9/2019, entre otras).
Asimismo, mediando reclamo de acusadora, esta Sala supo
señalar que: “…resulta insustancial el tratamiento de aquellos
agravios […] en la medida que el interés sustancial requerido por
la ley demanda que la materia controvertida pueda tener especial
incidencia en el resultado del pronunciamiento, la circunstancia
de no haberse demostrado esa virtualidad, afecta en el punto la
fundamentación del recurso” (causa n° FMP 93003277/2001/TO1/CFC2,
caratulada: “Arrillaga, Alfredo Manuel y otros s/ recurso de
casación” reg. n° 2058/18 rta. 28/11/2018; causa n° FRO

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“VAÑEK, Antonio y otros s/ recurso
de casación”
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85000120/2008/8/CFC4, caratulada: “Díaz Bessone, Ramón Genaro y


otros s/ recurso de casación”, reg. n° 2442/18 rta. 27/12/2018).
De tal modo, por cuanto los hechos materia de juzgamiento
fueron también subsumidos en tipos penales previstos en el
ordenamiento interno, no se logra acreditar el agravio causado,
por cuanto indefectiblemente habrían de ser calificados como
delitos de lesa humanidad -extremo que, por cierto, expresamente
se consideró en la sentencia impugnada- y consecuentemente
imprescriptibles, tal como fue supra expuesto (Cfr. consid. 12°).
Cabe notar que del análisis de la condena se advierte que
los delitos juzgados fueron cometidos en el marco del plan
generalizado y sistemático de represión desplegado por el último
gobierno de facto y, de esta manera, la comisión múltiple de los
hechos punibles en cuestión (torturas, homicidios, privaciones
ilegales de la libertad, desapariciones forzadas de personas)
aparejan las imprescriptibles e imperativas obligaciones de
investigación y sanción (Cfr. causa n° 12652, caratulada: “Barcos,
Horacio Américo s/ recurso de casación”, reg. n° 19754, reg. n°
19.754, rta. el 23/3/12; causa n° 10431, caratulada: “Losito,
Horacio y otros s/ recurso de casación”, reg. n° 19853, rta.
18/04/12; causa n° 12314, caratulada: “Brusa, Víctor Hermes y
otros s/ recurso de casación”, reg. n° 19959, rta. el 19/5/12;
causa n° 12830, caratulada: “Riveros, Santiago Omar y otros s/
recurso de casación”, reg. n° 20905, rta. el 7/12/12; causa n°
15503, caratulada: “Lona, Ricardo s/ recurso de casación”, reg. n°
207/13, rta. 20/3/13; esta causa n° 13514, caratulada: “Rodríguez,
José s/ recurso de casación”, reg. n° 857/13, rta. 2/7/13, entre
otras).
Por cierto, sumado a lo debidamente analizado en la pieza
impugnada, y a las consideraciones supra expuestas, es de toda
notoriedad que ese marco de ejecución ocurrió “en forma
generalizada y por un medio particularmente deleznable cual es el
aprovechamiento clandestino del aparato estatal. Ese modo de

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comisión favoreció la impunidad, supuso extender el daño
directamente causado a las víctimas, a sus familiares y allegados,
totalmente ajenos a las actividades que se atribuían e importó un
grave menoscabo al orden jurídico y a las instituciones creadas
por él” (cfr. Fallos: 309:33).
Este cuadro fue correctamente reseñado por el tribunal en
el apartado “Contexto General y circuito represivo”, cuando se
indicó que: “[l]os sucesos fehacientemente acreditados a lo largo
de todo el debate se inscriben como parte del plan de criminalidad
estatal sistemático y generalizado, instituido durante la última
dictadura cívico-militar (1976-1983) desplegada en nuestro país.
Tales delitos, desplegados con propósitos ideológicos, políticos y
económicos, constituyen graves violaciones a los derechos humanos,
que tuvieron lugar, esencialmente, en contra de los trabajadores
de las empresas situadas en las localidades de Berisso, Ensenada y
en la zona de Río Santiago” (cfr. fs. 130 vta.).
En esa línea, también se señaló que: “a partir de que las
Fuerzas Armadas usurparon el poder, imperó en la República
Argentina un régimen clandestino e ilegal de represión, que
utilizando el poder estatal ejecutó gran cantidad de delitos,
tales como privaciones ilegales de la libertad, torturas,
desaparición forzada de personas, homicidios, y hasta apropiación
de menores, además de los que resultaron consecuencias necesarias
de aquéllos” (ibidem).
Y siguió: “[e]l circuito clandestino motorizado desde el
aparato estatal tuvo como sede numerosos centros clandestinos de
detención instalados en todo el país, en dependencias de las
fuerzas armadas, policiales y penitenciarias, en los que
diariamente se torturaba mediante prácticas atroces, humillantes e
inhumanas, y se exterminaban personas” (ibidem).
Así, se definió el elemento contextual del plan de acción
conjunto de atrocidades instaurado en nuestro país por el último
régimen de facto, cuando se describió que: “[n]o se trata de
sucesos aislados, sino que se inscriben y forman parte de un

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“VAÑEK, Antonio y otros s/ recurso
de casación”
Cámara Federal de Casación Penal

universo de criminalidad organizada estatal, respecto de la que se


han expedido diversos tribunales del país, especialmente a partir
de la causa n° 13/84 -conocida como Juicio a las Juntas-, así como
organismos locales e internacionales que bregan por la protección
de los derechos humanos, coincidiendo en que la dictadura cívico-
militar implementada entre los años 1976-1983, ha cometido
infinidad de ilícitos que constituyen crímenes de lesa humanidad y
por tanto imprescriptibles”.
b) Aunado a lo expuesto, y ex abundantia, el criterio
establecido por los sentenciantes a partir del análisis de los
elementos del delito internacional de genocidio en tanto
aplicables a los sucesos ventilados en este proceso, ejecutados en
el marco de las graves violaciones a derechos humanos cometidas
durante la última dictadura cívico-militar, resulta a estas
alturas inconmovible.
Se conoce: el término genocidio aparece acuñado hacia
1944 por Lemkin, para quien resultaba “la destrucción del patrón
nacional del grupo oprimido [y] la imposición del patrón nacional
del opresor” (Lemkin, Raphaël, “El dominio del Eje en la Europa
Ocupada. Incluye el Informe sobre la prevención y sanción del
crimen de genocidio (Informe Whitaker, ONU)”, Prometeo,
Universidad Nacional de Tres de Febrero, Buenos Aires, 2009, p.
154). En el medio local, en el despuntar de la década del ’50,
también se proponía incluir al genocidio dentro de los delitos
contra la comunidad de las naciones (Cfr. Laplaza, Francisco P.,
“El delito de genocidio o genticidio”, Buenos Aires, Arayú, 1953,
p. 72).
Pero desde la señera Resolución 96(1) de la Asamblea
General de las Naciones Unidas, del 11 de diciembre de 1946, y los
conocidos debates que concluyeron en el texto de la
Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio
hacia 1948 (Cfr. Schabas, William A., “Genocide in International
Law. The Crime of Crimes”, 2° edición, Cambridge University Press,

183
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Cambridge, 2009, p. 59 y ss.), continua su desarrollo en los
instrumentos constitutivos de los tribunales ad hoc de las
Naciones Unidas para la ex Yugoslavia y Rwanda, y culmina con el
Estatuto de la Corte Penal Internacional.
No debe omitirse a este respecto la temprana
jurisprudencia de la Corte Internacional de Justicia en punto a
las obligaciones de los Estados respecto a la sanción del
Genocidio: “The origins of the Convention show that it was the
intention of the United Nations to condemn and punish genocide as
‘a crime under international law’ involving a denial of the right
of existence of entire human groups, a denial which shocks the
conscience of mankind and results in great losses to humanity, and
which is contrary to moral law and to the spirit and aims of the
United Nations (Resolution 96 (1) of the General Assembly,
December 11th 1946). The first consequence arising from this
conception is that the principles underlying the Convention are
principles which are recognized by civilized nations as binding on
States, even without any conventional obligation. A second
consequence is the universa1 character both of the condemnation of
genocide and of the Co-operation required ‘in order to liberate
mankind from such an odious scourge’ (Preamble to the Convention)”
(Corte Internacional de Justicia, Reservations to the Convention
on the Prevention and Punishment of the Crime of Genocide,
Advisory Opinion, ICJ Reports 1951, 28 de mayo de 1951, p. 15).
Ahora, bien es cierto que la aplicación de la categoría
“Genocidio” se estableció a episodios históricos heterogéneos, lo
que plantea “un problema aparentemente inextricable de taxonomía,
relativo a las diversas significaciones atribuidas a este término”
(Sémelin, Jacques, Genocidio en “Revista de Derecho Penal y
Criminología”, año 2, n° 1, La Ley, Buenos Aires, febrero, 2012,
p. 76). Baste a este respecto advertir las diversas definiciones
teóricas de este crimen internacional (Cfr., por todos, Jones,
Adam, “Genocide. A Comprehensive Introduction”, 3° edición,
Routledge, London-New York, 2017, p. 64 y ss.).

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“VAÑEK, Antonio y otros s/ recurso
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Cámara Federal de Casación Penal

Es así que: “desde su nacimiento, la palabra ‘genocidio’


se construye a caballo entre las ciencias sociales y el derecho
internacional. Por consiguiente, ese término tiene un carácter
fuertemente normativo […] Lo esencial de las investigaciones sobre
el genocidio es precisamente tributario de este enfoque jurídico:
el campo de los estudios sobre el genocidio fue engendrado por la
ley” (Sémelin, Jacques, “Purificar y destruir. Los usos políticos
de las masacres y genocidios”, Universidad Nacional de San Martín,
Buenos Aires, 2013, p. 317).
Así se advierte en la evolución de la jurisprudencia
internacional vigente, desde la sentencia del Tribunal Penal
Internacional para Ruanda en el precedente “Akayesu” (“The
Prosecutor v. Jean-Paul Akayesu”, Case No. ICTR-96-4-T, sentencia
del 2 de septiembre de 1998) hasta los Tribunales de Camboya en el
caso de Nuon Chea and Khieu Samphan (ECCC, Case File/Dossier No.
002/19-09-2007/ECCC/TC, sentencia del 27 de marzo de 2019).
En la cuestión examinada por los órganos juzgadores la
opinión dominante resulta que la enumeración de los grupos —cuanto
menos desde los términos de la convención— es exhaustiva, y su
definición, en mayor o menor medida, remite a “procesos sociales
de adscripción” (Werle, Gerhard, “Tratado de Derecho Penal
Internacional”, Tirant lo Blanch, Valencia, 2005, p. 317 y, en tal
sentido, TPIR, “The Prosecutor v. Clément Kayishema and Obed
Ruzindana”, Case No. ICTR-95-1-T, sentencia del 21 de mayo de
1999; TPIR, “The Prosecutor v. Georges Anderson Nderubumwe
Rutaganda”, TPIR, Case No. ICTR-96-3-T, sentencia del 6 de
diciembre de 1999; “The Prosecutor v. Alfred Musema, TPIR, Case
No. ICTR-96-13-A, sentencia del 27 de enero de 2000; TPIY, “The
Prosecutor v. Goran Jelisić”, Case No. IT-95-10-T, sentencia de 14
de diciembre de 1999; TPIY “Prosecutor v. Radislav Krstić”, Case
No. IT-98-33-T, sentencia del 2 de agosto de 2001).
c) A más, en nuestro orden, las graves violaciones a los
derechos humanos cometidas por la última dictadura cívico-militar

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valoradas como constitutivas del crimen de los crímenes, no
resulta en rigor novedosa y mucho menos parece una idea
contemporánea.
Ya la primera denuncia de la Comisión Argentina de
Derechos Humanos (CADHU) se tituló, precisamente, “Argentina:
proceso al genocidio” (Vid. CADHU, “Argentina: Proceso al
Genocidio”, Colihue, Buenos Aires, 2014; asimismo, Duhalde,
Eduardo Luis, “El Estado Terrorista argentino”, Colihue Buenos
Aires, 2013, p. 291). Más adelante, la cuestión aparece ventilada
en el marco del célebre juicio a las juntas por la querella de las
familias Israel y Fernández Meijide (Feierstein, Daniel, “Memorias
y representaciones. Sobre la elaboración del genocidio”, Fondo de
Cultura Económica, Buenos Aires, 2012, pp. 138/139).
Dentro de este decurso histórico no puede desconocerse la
sólida pesquisa iniciada en los años noventa en el Sumario 19/1997
del Juzgado Central de Instrucción N° 5 de Madrid, por entonces a
cargo del juez Baltasar Garzón, quién procuró juicio y sanción
cuando en esta latitud reinaba la impunidad.
Mediante el auto de fecha 2 de noviembre de 1999 el
magistrado sostuvo que: “Los Comandantes Generales de las Fuerzas
Armadas Argentinas, con sus inspiradores civiles, planean el
genocidio antes del golpe militar de marzo de 1976. La severa
legislación y las amplias facultades represivas que les concede el
gobierno constitucional no les alcanza para lograr lo que
estimaban una solución drástica: la eliminación física del grupo
nacional opositor a su ideología y a su proyecto”.
Así también señaló que: “Los hechos ocurridos en
Argentina entre los años 1976 y 1983 de los que forman parte los
aquí investigados pueden ser subsumidos además de en la
destrucción de un grupo nacional, en la destrucción de un grupo
por motivos religiosos, equiparando esta conducta a la destrucción
de un grupo religioso” en el entendimiento que: “El hecho de que
existan niños desaparecidos que en Argentina fueron segregados de
sus familias para que se desarrollaran en la ideología cristiana,

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en vez de en la atea o no cristiana de sus familias, - según los


genocidas -, es un elemento esencial para la consolidación de la
calificación de la conducta como genocidio”.
En conclusión: “…sino puede eliminarse la motivación
política cuando esa acción genocida es por razones étnicas o
religiosas con mayor razón, no puede prescindirse de la
calificación como genocidio cuando la base de la acción delictiva
está formada por la motivación política y el objeto de la agresión
es exactamente el mismo grupo de personas (grupo nacional, al que
pertenece también el agresor, como sector predominante por el uso
de la fuerza), a través de los mismos medios comisivos, -muertes,
secuestro seguido de desaparición, torturas, agresiones sexuales,
o desplazamientos forzosos- y con la misma finalidad de eliminar
la discrepancia ideológica y de oposición política, que en todo
caso se manifiesta en uno y otro supuestos. Los partidos
políticos, como elementos básicos de convivencia y de integración
de la democracia (art. 6 en relación con el art. 1 de la
Constitución Española), y, son parte integrante del grupo Nacional
en el que desarrollan su función constitucional, y, por ende toda
agresión a los mismos y, especialmente al liderazgo que se ejerce
ataca a la propia identidad del grupo. En idéntico sentido cabe
hablar de los demás sectores ideológicos que forman el concepto de
grupo nacional para lo cual no debe acudirse exclusivamente a
aspectos territorialistas de ubicación del grupo sino también a lo
que le da una identidad real, cultural, profesional, social y
política determinadas”.
Al respecto, el desarrollo de la significación jurídica
en términos de genocidio aparece suficientemente consolidado en la
jurisprudencia federal (Cfr., entre otros, Tribunal Oral en lo
Criminal Federal nº 1 de la Plata, causa Nº 2251/06, caratulada:
Etchecolatz, Miguel Osvaldo s/ homicidio calificado”, sentencia de
26/09/2006; causa Nº 2506/07, caratulada: “Von Wernich, Cristian
Federico s/ inf. arts. 144 bis, 144 ter, 80 inc. 7, 54 del CP”,

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sentencia de 09/10/2007; causa Nº 2901/09, caratulada: “Dupuy,
Abel David y otros s/ homicidio, tormentos, privación ilegal de la
libertad y otros”, sentencia de 24/10/2010; causa Nº 2965/09,
caratulada: “Alonso, Omar –Herzberg, Juan Carlos s/ inf. artículos
139, 146 y 293 C.P.”, sentencia de 14/12/2010; causa Nº 2955/09,
caratulada: “Almeida, Domingo y otros s/ inf. arts. 80, 139, 142,
144, 146, 45, 54 y 55 del C.P.”, sentencia de 25/03/2013; causa Nº
3389/12, caratulada: “Hidalgo Garzón, Carlos del Señor y otros s/
infracción art. 144 inc. 1, último párrafo, 142 inc. 1° y 5°
agravado por el art. 144 ter. 1° y 2° párrafo según ley 14,616 en
concurso real, art. 80 inc. 2°, 146 y 139 inc.2° del CP en
concurso ideal”, sentencia de 29/12/2014; causa Nº 10630/2009,
caratulada: “Almirón, Miguel Ángel y otros s/ privación ilegal de
la libertad (art. 144 bis inc. 1) e imposición de tortura (art.
144 ter inc.1)” sentencia de 26/02/2015. Tribunal Oral en lo
Criminal Federal de Mar del Plata, causa Nº 237/09, caratulada:
“Unidad de Asistencia en causas por violaciones a los derechos
humanos durante el terrorismo de Estado s/ denuncia”, sentencia de
23/02/2011; causa Nº 2473, caratulada: “Secretaría de Derechos
Humanos de la Provincia de Buenos Aires s/ denuncia”, sentencia de
30/03/2012. Tribunal Oral en lo Criminal Federal nº 1 de Mendoza,
causa Nº 001-M, caratulada: “Menéndez Sánchez, Luciano Benjamín y
otros s/ infr. art. 144 bis C.P.” y sus acumulados N° 009-M, 010-
M, 011-M, 022-M, 025-M, 031-M, 032-S y 055-M”, sentencia de
28/10/2011; causa Nº 075/M, caratulada: “Furio Etcheverri, Paulino
Enrique s/ infr. art. 144 bis C.P.”, sentencia de 22/03/2013;
causa Nº 14000125/2006/TO1, caratulada: “Menéndez Sánchez, Luciano
B. y Otros s/ inf. art. 144 bis inc. 1 C.P.” y sus acumulados Nº
14000171/2004/TO1, 14000214/2007/TO1, 14000656/2010/TO1,
14000800/2012/TO2, 14000793/2012/TO1, 36455/2014/TO1,
14000095/2016/TO1, 14000177/2007/TO2, 14000778/2012/TO2,
14000021/2004/TO1, 14000800/2012/TO4, sentencia de 22/11/2018.
Tribunal Oral en lo Criminal Federal nº 2 de Mendoza, causa Nº
93002704/2010, caratulada: “Báez Malbec, Miguel Ángel y otros s/

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privación ilegal de libertad (art. 144 bis inc.1) y imposición de


tortura (art. 144 ter.inc.1)”, sentencia de 28/08/2017. Tribunal
Oral en lo Criminal Federal de Bahía Blanca, causa Nº 982,
caratulada: “Bayón, Juan Manuel y otros s/ privación ilegal de la
libertad agravada, reiterada, aplicación de tormentos reiterada,
homicidio agravado a Bombara, Daniel José y otros en área del
Cuerpo Ejército V”, sentencia de 06/11/2012; causa Nº 1067
caratulada: “Stricker, Carlos Andrés y otros s/privación ilegal de
la libertad agravada, reiterada, homicidio agravado reiterado a
YOTTI, Gustavo y otros en área controlada oper. Cuerpo Ejército
V”, sentencia de 20/2/2014; causa N° 1103/11, caratulada:
“Fracassi, Eduardo René y otros s/ privación ilegítima de la
libertad (artículo 144 bis, inciso 1°)”, sentencia de 01/03/2016;
causa Nº FBB 131943/2016/TO1, caratulada: “Boccalari Gustavo Abel
s/ inf. art. 144 ter 1° párrafo –según ley 14.616; inf. art. 144
bis inc. 1 y último párrafo– según ley 14.616 en función del art.
142 inc. 1 – ley 20.642; homicidio agravado con ensañamiento-
alevosía” sentencia de 19/05/2017. Tribunal Oral en lo Criminal
Federal de Paraná, causa Nº 1960/10, caratulada: “Harguindeguy,
Albano Eduardo y otros s/ inf. art. 151 y otros del C. Penal” y
sus acumuladas causa N° 1991/10 caratulada: “Díaz Bessone, Ramón
Genaro y otros s/ inf. art. 141 y otros del C. Penal” y N° 2138/11
caratulada: “Valentino, Juan Miguel y otros s/ inf. art. 141 y
otros del C. Penal”, sentencia de 4/04/2013; causa Nº FPA
13000001/2012/TO2, caratulada: “Céparo, Atilio Ricardo sobre inf.
art. 144 bis en circ. art. 142 inc. 1, 2, 3, 5”, sentencia de
26/10/2016. Tribunal Oral en lo Criminal Federal de Formosa, causa
Nº 3119, caratulada: “Camicha, Juan Carlos y otros s/ asociación
ilícita, Privación Ilegítima de la Libertad, etc”, sentencia de
13/11/2013; causa Nº 33000200/TO1/2006, caratulada: “Domato,
Horacio Rafael s/ asociación ilícita en concurso real con
privación ilegítima de la libertad personal, etc.”, sentencia de
16/12/2016. Tribunal Oral en lo Criminal Federal nº 1 de Rosario,

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causa N° FRO 81000095/2010, caratulada: “Porra, Ariel Zenón;
Pelliza, Alberto Enrique; González, Marino Héctor; Cabrera, Juan
Andrés s/ privación ilegal de la libertad, amenazas, tormentos y
desaparición física” y acum. 117/09, caratulada: “Guerrieri, Oscar
Pascual, Amelong, Juan Daniel, Fariña, Jorge Alberto, Costanzo,
Eduardo Rodolfo, Pagano, Walter Salvador Dionisio s/ asociación
ilícita”, sentencia de 24/02/2014. Tribunal Oral en lo Criminal
Federal nº 2 de Rosario, causa N° FRO 85000124/2010 caratulada:
“Nast, Lucio César s/ privación ilegal de la libertad agravada en
concurso real con los delitos de tormentos calificados y
asociación ilícita (Parcial Expte. Nº 120/08)”, sentencia de
02/12/2014. Tribunal Oral en lo Criminal Federal de Jujuy, causa
N° 76000073/2011, caratulada: “Vargas, Antonio Orlando y otros s/
privación ilegal de libertad, imposición de tortura, homicidio
agravado por alevosía y por el concurso de dos o más personas”,
sentencia de 11/08/2014. Tribunal Oral en lo Criminal Federal Nº 1
de la Capital Federal, causa Nº CFP 2637/2004/TO3, caratulada:
“Ferrer, José Néstor; Nerone, Rolando Oscar; y Gutiérrez, Oscar
Roberto s/ privación ilegal de la libertad agravada por mediar
violencia o amenazas y homicidio agravado por alevosía” y “Enciso,
César Alejandro s/ privación ilegal de la libertad agravada por
mediar violencia o amenazas (art. 144 bis – inc. 1°- y último
párrafo –ley 14.616-, en función del art. 142 –inc. 1°- ley 20.642
ambos del C.P.)”, sentencia de 03/11/2017).
Y es que también en el ámbito nacional especializada
doctrina se ha encargado de analizar la mentada categoría a la luz
de las graves violaciones de derechos humanos cometidas durante la
última dictadura (véase Alagia, Alejandro, “Día ‘D’ hora ‘H’:
Crímenes masivos cometidos en Argentina (1976-1983) y genocidio.
El caso del campo concentracionario ‘A.B.O.’”, en Revista de
Derecho Penal y Criminología, N° 1, febrero de 2012, Ed. La Ley,
pp. 81 y ss.; Mántaras, Mirta, “Genocidio en Argentina”, Taller
del Sur, Buenos Aires, 2005; Ferreira, Marcelo, El genocidio en la
Argentina: su caracterización como "eliminación parcial de grupo

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nacional" en “Revista de Derecho Penal y Criminología”, año 2, n°


8, La Ley, Buenos Aires, septiembre, 2012, p. 84 y ss.).
Así, a partir de un estricto relevamiento de la normativa
y jurisprudencia internacional actualizada sobre la materia, se ha
concluido que: “Si está demostrado que los acusados participan en
la ejecución sistematizada de detenciones masivas en campos de
concentración organizados por una dictadura militar, si se probó
que intervinieron en aplicaciones generalizadas de tormentos y que
obligaban a padecer graves sufrimientos psíquicos y físicos a los
prisioneros, y que los acusados también participaron en
ejecuciones también masivas, el delito que comenten es un crimen
de lesa humanidad […]. Pero si en el juicio también se acredita
inequívocamente que los acusados sabían que participaban en un
plan sistemático de destrucción total o parcial de un grupo humano
de la población del país, la prohibición penal que se afecta está
contenida en el delito de lesa humanidad más grave, el de
genocidio del art. II de la Convención del 1948…” (cfr. Alagia,
Alejandro, “Día ‘D’ hora ‘H’…”, supra cit.).
Al mismo tiempo, respecto de la experiencia local, se
expuso que: “Para los perpetradores argentinos la nacionalidad
como ciudadanía amplia sólo era compatible con valores
‘occidentales y cristianos’ que las órdenes secretas de
aniquilamiento establecieron. Por ello la vida del grupo nacional
aniquilado o afectado gravemente fue para los perpetradores
indigna de ser tratada en calidad de libre e igual ante ley. Las
órdenes de aniquilamiento dividieron a la población nacional entre
ciudadanos dignos de serlo y otros declarados sin valor de vida,
identificándoselos con el cáncer, la infiltración venenosa o con
un tumor social que se hacía necesario extirpar. Los miembros de
este grupo nacional quedan reducidos, por órdenes secretas de
aniquilamiento en abstracto y por la experiencia concentracionaria
en concreto, a grupo sacrificable al que se puede asesinar sin

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cometer homicidio, en beneficio de toda la sociedad y para que
ésta pueda vivir” (ibidem).
El mentado análisis se entrama con otros aportes en punto
a que las prácticas genocidas resultan ser una “tecnología de
poder cuyo objetivo radica en la destrucción de las relaciones
sociales de autonomía y cooperación y de la identidad de una
sociedad, por medio del aniquilamiento de una fracción relevante
[de la misma] (…) y del uso del terror”, enfoque que, además de
visibilizar la magnitud de los horrores cometidos, permite
explicar el cómo, el porqué y el para qué del genocidio nacional
(Vid. Feierstein, Daniel, “El genocidio como práctica social.
Entre el nazismo y la experiencia argentina”, Fondo de Cultura
Económica, Buenos Aires, 2007, p. 83; del mismo, Interpretaciones
jurídicas y sociológicas con respecto al genocidio en Argentina en
“Revista de Derecho Penal y Criminología”, año 2, n° 2, La Ley,
Buenos Aires, marzo, 2012, p. 57 y ss.). El propio desarrollo
teórico puede observarse desde otros ámbitos científicos (Burucúa,
José Emilio, Kwiatkowski, Nicolás, “Cómo sucedieron estas cosas”
Representar masacres y genocidios”, Katz, Buenos Aires, 2014, pp.
12 y ss.).
En este sentido, es de destacar la categoría de
genocidio reorganizador expuesta para conceptualizar aquellos
procesos de exterminio que, como el caso argentino, buscan
transformar “las relaciones sociales hegemónicas al interior de un
Estado nación preexistente”, con el objetivo de “clausurar
aquellas relaciones que generan fricción o mediaciones al
ejercicio del poder –contestatarias, críticas, solidarias– y
reemplazarlas por una relación unidireccional con el poder”
(Feierstein, Daniel, “El genocidio como práctica social”, ob.
cit., pp. 100 y 104).
Más aún: a partir del análisis de los hechos como los
aquí juzgados se ha establecido también que el genocidio argentino
“habría buscado transformar la sociedad argentina reorganizando
las relaciones sociales mediante el extermino de la propia

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población, con el objeto de cerrar un período histórico que los


grupos hegemónicos percibieron como riesgoso para el sostenimiento
de sus propios intereses” (Barbero, Héctor A., “La dictadura como
genocidio. Articulaciones de sentido y tensiones de la memoria en
el juicio a la Fuerza de Tareas 5. La Plata, 2015”, Tesis de
Maestría en Historia y Memoria de la Facultad de Humanidades y
Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de la Plata,
disponible en http://sedici.unlp.edu.ar/handle/10915/119929).
Y en el presente proceso, el tribunal oral tuvo por
acreditado que: “la labor represiva del FT5 se concentró
mayoritariamente, aunque no de modo exclusivo, en la persecución,
represión y hasta desaparición, de un grupo significativo de
trabajadores con algún tipo de representación gremial o simple
participantes activos de asambleas en procura de mayores y mejores
condiciones de trabajo […], de las empresas Astilleros Río
Santiago (ARS), YPF, Frigorífico Swift y Propulsora Siderúrgica”.
Especialmente se señaló en la sentencia que: “el denominador común
para la construcción ‘del enemigo’ a perseguir y aniquilar,
resultó ser la pertenencia o participación en espacios que
bregaban por reivindicaciones laborales, en abierta crítica a la
denominada ‘burocracia sindical’ que no representaba los intereses
del sector obrero” (fs. 146).
Sumado a ello, se demostró en el debate que: “estos
trabajadores, contaban con una amplia legitimidad entre sus
compañeros, hacia el interior de las empresas. Tal es el caso de
Ricardo Nuez, Roberto José De la Cuadra, Juan Carlos Blasetti,
Mario Arturo Peláez, Carmelo Cipollone, Hugo Ruiz Díaz […], Mario
Horacio Revoledo y Pedro Niselsky entre otros, por lo que la
represión desplegada sobre ellos claramente tuvo el propósito de
persuadir mediante el empleo del terror al restante conjunto de
trabajadores. Podemos aseverar, entonces, que fue específicamente
ese sector, con una larga tradición de lucha y organización, el
principal blanco de los ataques convirtiendo a Astilleros Río

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Santiago, por ejemplo, en el establecimiento fabril con mayor
número de desaparecidos en el país…” (fs. 146 y vta.).
Por último, el a quo estableció en el juicio que: “el
ataque a este sector no ha sido azaroso, sino claramente dirigido
a desmembrar una estructura que se presentaba como ‘un férreo
enemigo’ de cara a las finalidades económicas de los grandes
grupos empresarios y al plan económico de la dictadura. Se trató
de desarticular un sector obrero, organizado, con arraigada
identidad como trabajadores, y alto compromiso en la defensa de la
dignidad del trabajo, la industria nacional y representativos del
trabajo calificado […]. El plan represivo implementado por la
dictadura cívico militar persiguió instalar un clima de terror y
de disciplinamiento social que no sólo resultó imprescindible para
la aplicación contemporánea y posterior de políticas socio
económicas de desigualdad, transferencia de recursos y
modificación sustancial del reparto de ingresos entre los diversos
sectores sociales, sino que lo tuvo como objeto y sin ello no se
entiende su propia existencia. El genocidio y su profunda tarea de
desarticulación de las instituciones de pertenencia de los
sectores del trabajo, a punto de desarmar el entramado de
relaciones de equilibrio de fuerzas y de negociación posible, tuvo
como objetivo el diseño de una nueva sociedad en la que sectores
enteros quedaron indefensos y disgregados frente a la
concentración del poder económico traducido en único poder social
efectivo, y con el respaldo abrumador del poder armado formal e
informal…” (cfr. fs. 146 vta./150).
Ciertamente –y en continuidad con la estructura del
pronunciamiento- ya hubo oportunidad de destacar que: “la
dictadura cívico-militar impulsó la restructuración de todo el
orden social. Para ello, el asalto predatorio a la economía
imponía un muevo patrón de acumulación y la subordinación estatal
a esa matriz de saqueo: monetarismo financiero, endeudamiento
externo y fuga, a la par de la sustitución de importaciones
mediante el hundimiento de la industria, con las consecuentes

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concentración, extranjerización y dolarización, todo ello


violatorio del derecho humano al desarrollo” (…) “desde todos
estas observaciones de calificados estudios socio-económicos, se
identifica que entre los propósitos básicos del golpe de estado se
procuró dinamitar el proceso de industrialización nacional, para
lo que se trató de reprimir y hasta aniquilar a dirigentes para el
indispensable disciplinamiento del movimiento obrero, de modo de
reestructurar las bases económicas, políticas y sociales de un
relativo estado de bienestar en el país, con consecuencias
persistentes que se proyectaron en posteriores crisis reeditadas,
desde la afirmación de políticas que exaltaron al capital
financiero (financierización) bajo el denominador común de
endeudamiento y fuga de capitales” (Cfr. causa n° FSM
27004012/2003/TO4/CFC214, caratulada: “Müller, Pedro y otros
s/recurso de casación”, reg. N° 1589/21, rta. 29/09/2021, voto del
juez Slokar).
En definitiva, con acierto en el voto mayoritario se ha
identificado a la represión dictatorial como “una política de
exterminio focalizada sobre un grupo nacional particular con el
objeto de, a través de la violencia física y la difusión del
terror, lograr la reorganización del conjunto de la sociedad. El
accionar represivo aparece así como un medio para la obtención de
un fin: el martirio de los individuos en tanto parte de un
colectivo determinado, socialmente significativo para los
victimarios, y el extermino de ese colectivo como instrumento para
la modificación de los lazos sociales”.
Ad eventum, cuadra señalar el criterio en orden a que el
móvil político de un ataque dirigido contra una de los grupos
especialmente protegidos (Vgr. grupo nacional) no resulta óbice
para la protección legal: “Una vez afirmado que el grupo al que se
ha dirigido el ataque con fines de destrucción del mismo es uno de
los protegidos en el tipo de injusto, nada impide, para mantener
esa calificación, que el sujeto activo del injusto añada a su

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voluntad criminal un móvil político porque, en toda destrucción de
cualquiera de los grupos, también los motivos políticos pueden ser
componentes del propósito de exterminio” (Ollé Sesé, Manuel, El
concepto de grupo nacional y grupo religioso en el crimen de
genocidio en “Revista de Derecho Penal y Criminología”, n° 7,
2016, pp. 161-178 ).
Es que el hecho de que los victimarios compartieran la
nacionalidad de las víctimas no resulta un impedimento para la
calificación jurídica realizada. Al respecto, el célebre informe
Whitaker, en cuanto aquí interesa, validaba de modo explícito el
entendimiento del genocidio como destrucción aún parcial de un
grupo nacional también por parte de miembros del mismo grupo (Cfr.
“Informe Whitaker sobre la prevención y sanción del crimen de
genocidio” en Lemkin, Raphaël, op. cit. pp. 424-425).
En ese marco, la interpretación que se limita a señalar
la exclusión del “grupo político” en la versión final de la
Convención para la Prevención y Sanción del delito de Genocidio
para así descartar su aplicación a supuestos como el del presente
proceso, no sólo desconoce los planteamientos ut supra referidos
que dan cuenta de su subsunción en el “grupo nacional”, sino que
además redunda en una discriminación negativa que niega el
carácter de víctimas de genocidio a quienes son perseguidos por
razones políticas (como también podrían serlo de género, identidad
sexual, discapacidad u otros), lo que resulta hermenéuticamente
inaceptable.
El manifiesto abuso de una télesis excluyente fundada en
afirmaciones apriorísticas y razonamientos puramente abstractos,
olvida la realidad humana y social que encierra cualquier masacre.
Así, el aserto de alcance formal y todas las deducciones que de él
puedan extraerse, se contrapone con lo que realmente sucedió y
aquello que verdaderamente se encuentra dentro de las lícitas
posibilidades de captación de todo intérprete.
Como no puede ser de otro modo, la negación de crímenes
como el Genocidio merece la condena de la comunidad internacional

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Causa Nº FLP 17/2012/TO1/29/CFC12
“VAÑEK, Antonio y otros s/ recurso
de casación”
Cámara Federal de Casación Penal

(Cfr., las resoluciones de la Asamblea General de las Naciones


Unidas n° A/RES/60/7, de 1° de noviembre de 2005; A/RES/61/255, de
26 de enero de 2007; y A/76/L.30, de 13 de enero de 2022) y
amerita la respuesta más cabal para su tratamiento jurídico-penal
en el plano interno, como lo enseña la experiencia comparada (Cfr.
Decisión Marco n° 2008/913/JAI del Consejo de la Unión Europea).
Por último, resta señalar que la calificación alternativa
de los hechos como constitutivos de genocidio fue sostenida por
los representantes del Ministerio Público Fiscal y por la querella
Asamblea Permanente por los Derechos Humanos La Plata y
Universidad Nacional de La Plata, tanto al requerir la elevación
de la causa a juicio como al momento de alegar. En ese sendero, es
del caso apuntar que la mentada acusación alternativa -que,
además, se encuentra incorporada en los digestos modernos- lo que
habilita es la posibilidad de que aquéllos sean, dentro de las
posibles hipótesis acusatorias, quienes formulen la calificación
legal sobre las acciones reprochadas.
Tampoco puede soslayarse que los hechos fueron
encuadrados directamente -y no de manera alternativa- bajo la
figura de genocidio por la querella Abuelas de Plaza de Mayo y por
la querella Secretaría de Derechos Humanos de la Nación y de la
Provincia de Buenos Aires.
En la especie, en tanto medió discusión y contradictorio
durante el debate acerca de si los delitos enrostrados constituían
o no el crimen de genocidio y, finalmente, se comprobó que –
efectivamente- lo eran, descartando de modo fundado las objeciones
efectuadas por las defensas, pierden relevancia los agravios
referidos a la acusación alternativa.
Por todo ello, se impone rechazar los recursos de
casación interpuestos por las defensas en lo tocante a este
extremo, debiendo estar al encuadre legal de los hechos juzgados y
condenados en este proceso como constitutivos del crimen de
Genocidio.

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-VII-
26°) Que, en atención a lo expuesto en el considerando
19° del presente sufragio, deviene inoficioso el tratamiento de
los planteos relativos a la individualización de las sanciones
impuestas a Roberto Eduardo Fernando Guitián y Carlos José Ramón
Schaller.
Sentado ello, cabe abordar la dosimetría punitiva
impuesta a Luis Rocca, Juan Carlos Herzberg y Jorge Alberto
Errecaborde, como así también las críticas efectuadas en este
extremo por las defensas, adelantando, desde ya, que no serán de
recibo.
Al respecto, cabe memorar que el a quo condenó a
Errecaborde, a la pena de prisión perpetua; y a los encausados
Herzberg y Rocca, a la pena de veinticinco (25) años de prisión.
a) En primer término, la defensa de Jorge Alberto
Errecaborde solicitó la declaración de inconstitucionalidad de la
pena de prisión perpetua prevista en el art. 80 del CP, aduciendo
la vulneración de los principios de proporcionalidad,
culpabilidad, equidad y resocialización, y poniendo foco en la
edad de su asistido. Subsidiariamente, alegó la falta de
fundamentación de la sanción impuesta.
Al respecto, se advierte, una vez más, una reedición de
los planteos desarrollados en el debate, sin lograr conmoverse los
fundamentos expuestos en la sentencia. De este modo, la alegación
pierde todo asidero a poco que se observa, tal como lo señaló el a
quo, que: “la prisión perpetua establecida en el código argentino
no es inconstitucional en sí, siempre que en los casos concretos
no se viole la regla de irracionalidad mínima en tanto, se guarde
cierta relación de proporcionalidad, aspectos evidenciados en
autos” (fs. 245).
Así, habiendo brindado el a quo adecuada respuesta a los
extremos esgrimidos en este punto por la defensa de Errecaborde,
cabe tan sólo recordar que es doctrina inveterada de la Corte
Suprema de Justicia de la Nación aquella según la cual “la

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“VAÑEK, Antonio y otros s/ recurso
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declaración de inconstitucionalidad de una disposición legal es un


acto de suma gravedad institucional, pues las leyes dictadas de
acuerdo a los mecanismos previstos en la Carta Fundamental gozan
de una presunción de legitimidad que opera plenamente, y obliga a
ejercer dicha atribución con la sobriedad y prudencia, únicamente
cuando la repugnancia de la norma con la cláusula constitucional
sea manifiesta, clara e indudable” (Fallos: 314:424; 319:178;
266:688; 248:73; 300:241), y de “incompatibilidad inconciliable”
(Fallos: 322:842; y 322:919); y cuando no exista la posibilidad de
otorgarle una interpretación que se compadezca con los principios
y garantías de la Constitución Nacional (Fallos: 310:500,
310:1799, 315:1958, entre otros). Razones que conllevan a
considerarla como ultima ratio del orden jurídico (Fallos:
312:122; 312:1437; 314:407; y 316:2624), es decir, procedente
“cuando no existe otro modo de salvaguardar algún derecho o
garantía amparado por la Constitución” (Fallos: 316:2624).
En particular, con relación a la pena aludida, se ha
dicho que: “no es inconstitucional en sí, dado que no es perpetua
en sentido estricto, sino relativamente indeterminada, pero
determinable” en el marco del régimen de progresividad en la
ejecución de la pena; y que: “[t]ampoco es inconstitucional como
pena fija, siempre que en el caso concreto no viole la regla de
irracionalidad mínima, pues guarda cierta relación de
proporcionalidad con la magnitud del injusto y de la culpabilidad”
(Zaffaroni, E. Raúl, et. al, “Derecho Penal. Parte General”, 2°
edición, Buenos Aires, Ediar, 2002, p. 946; en igual sentido esta
Sala in re: “Riveros, Santiago Omar s/recurso de casación”, causa
N° 11.515, supra cit.).
Por otro lado, en punto a los planteos en derredor a la
finalidad de la pena, cabe señalar que no logran superar cuanto ya
se ha dicho respecto a la indisponible obligación del estado
argentino de investigar y sancionar a los autores de crímenes

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contra la humanidad (en este mismo sentido, cfr. esta Sala in re
“Losito, Horacio y otros s/ recurso de casación”, ya citada).
Aunado a ello, también se impone remarcar que: “las
normativas sobre derechos humanos citadas -que son seguidas por el
artículo 1 de la ley 24.660- en realidad hacen referencia a la
finalidad de la ejecución de la pena y no a la del castigo; pues
una interpretación diferente implicaría que existe una
contradicción interna en los pactos que a pesar de haber sido
concebidos a favor del ser humano, autorizarían la intervención
obligatoria en el sujeto” (cfr. causa FRO 85000124/2010/11/CFC6,
caratulada: “Nast, Lucio César y otros s/ recurso de casación”,
rta. el 27 /12/2018, reg. N° 2443/18).
De otra parte, cabe también realizar una aclaración
respecto a aquellas consideraciones relativas a la
inconstitucionalidad de la pena perpetua en razón de la edad del
condenado. En este sentido, se advierte que este cuestionamiento
no encuentra apoyo en el ordenamiento jurídico actual, en el cual
el sistema de ejecución de la pena previsto en la ley N° 24.660 se
desarrolla a partir de un régimen de progresividad que permite al
condenado recuperar su libertad anticipada, a partir de diversos
institutos.
Efectivamente, la avanzada edad de Errecaborde le
permitió la obtención de la prisión domiciliaria, uno de los
institutos previsto por la mentada ley, que tiene como fin último
el resguardo del principio de humanidad consagrado en el art. 18
constitucional e instrumentos internacionales de derechos humanos
con jerarquía constitucional (arts. 5 de la DUDH, 7° del PIDCP y
5° de la CADH).
En definitiva, corresponde rechazar las alegaciones en
torno de la pretendida inconstitucionalidad de la pena de prisión
perpetua formuladas por el recurrente.
b) Sentado lo expuesto, atento a la sanción prevista en
el art. 80 del CP -cuya inconstitucionalidad se ha descartado ut
supra-, cabe adentrarse en el análisis de la penalidad impuesta al

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mentado Jorge Alberto Errecaborde y los agravios traídos por la


defensa en orden a la alegada falta de fundamentación.
En particular, se observa que el órgano sentenciante a
los fines de evaluar la sanción que correspondía aplicar al
nombrado, valoró “el modo de comisión de los hechos ilícitos
reprochados, los medios empleados para ejecutarlos y la extensión
de los daños causados, conforme lo establece el artículo 41 inciso
1° del Código Penal de la Nación” (fs. 244 vta.), a fin de lograr
mensurar con precisión el quantum de la pena a fijar.
En esa dirección, justipreció que los hechos investigados
eran “gravísimos, los más graves que jamás ha visto el Derecho
Penal […] circunstancia, que por sí sola implica un contenido de
dramatismo y daño que solo las propias víctimas pueden conocer”
(ibidem). En ese sentido, se resaltó también “el accionar
desplegado por [el] imputado […], quien […], como se acreditó,
operaba […] utilizando la infraestructura de la Armada o
Prefectura como centros de detención clandestinos y sometía […] a
los detenidos a condiciones inhumanas de cautiverio a la vez que
los doblegaban con todo tipo de tormentos y los aislaban
completamente del mundo exterior” (ibidem).
En cuanto a la extensión del daño causado, el a quo
indicó que: “las víctimas al recuperar su libertad, en los casos
que lo hicieron, vieron afectados el derecho a un trabajo digno,
coartando por completo su capacidad de desarrollarse en su
profesión u oficio, ya que no solo no podían reintegrarse al lugar
del que fueron ‘desraizados’, sino que además se les prohibió
normativamente (Ver Resolución 490 de la UNLP) formar parte de
alguna otra institución estatal y consecuentemente vulnerando
directamente su derecho de percibir una jubilación digna fruto de
su trabajo” (ibidem).
Así también, en lo que hace a la proyección a terceros
del daño provocado, consideró que: “sus familias también se vieron
afectadas, no solo por el terror y la angustia de no saber el

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destino de su ser querido, sino por la incertidumbre de no tener
un medio de subsistencia económico, que hasta ese momento existía.
Personas que permanecen desaparecidas, familias separadas,
modificación dañosa del entorno social, discriminación,
estigmatización social, perdida de chances, eliminación del
proyecto de vida que sufrieron las víctimas de este proceso de
modo sistemático, planificado y sostenido en el tiempo, del que
fueron responsables los imputados aquí condenados, impiden
observar atenuante alguna al momento de la mensuración aquí
efectuada” (fs. 244 vta./245).
En este orden de ideas, no se advierte que la penalidad
impuesta en el caso de Errecaborde resulte arbitraria o
desproporcionada. Ello, teniendo en cuenta, entre otros extremos,
el grado de culpabilidad que le cupo al imputado, la magnitud del
injusto -dada por la naturaleza y gravedad de los hechos- y el
contexto en que se sucedieron -que fue destacado por el tribunal
en numerosos tramos de su pronunciamiento-, tratándose en todos
los casos de gravísimas violaciones a los derechos humanos.
Asimismo, siendo que el objeto procesal y los imputados
de la causa N° 13/84 y la presente son diferentes, la alegación
del recurrente aparece desprovista de perjuicio y permite
descartar como baremo, tal como pretende la defensa en su libelo
recursivo, las alegaciones en torno de las penas impuestas en el
mencionado precedente.
Por último, no es ocioso recordar que la denuncia sobre
la falta de fundamentación de la sentencia no puede consistir en
una mera discrepancia con la dosimetría punitiva impuesta dentro
de la escala penal aplicable, por cuanto –como bien se conoce– el
desacuerdo no es sinónimo de arbitrariedad (Fallos: 302:284;
304:415).
En definitiva, puede colegirse que la sanción delimitada
en el caso, por las consideraciones antes señaladas, se ajusta a
las pautas establecidas en los artículos 40 y 41 CP y a los topes
previstos por la ley sustantiva, y no advirtiéndose ni habiéndose

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demostrado un supuesto de arbitrariedad que afecte la sanción


impuesta, corresponde en esta instancia su confirmación (Fallos:
293:294; 299:226; 300:92, entre otros).
c) Con relación a las sanciones impuestas a Juan Carlos
Herzberg y Luis Rocca, su asistencia técnica objetó las penas
establecidas por entender que carecían de fundamentación y, en
esas condiciones, alegó falta ponderación de los extremos
señalados en los arts. 40 y 41 del CP.
Puntualmente, invocó un exceso jurisdiccional del
tribunal por haberle impuesto a Herzberg la pena de 25 años de
prisión cuando el fiscal y de una de las querellas habían
solicitado condena a la pena máxima de 6 años. Asimismo, la
asistencia técnica de los nombrados postuló que era un “grosero
error” la negativa a admitir atenuantes por parte del tribunal y
entendió que, en todo caso, a sus acusados debía aplicárseles la
pena mínima prevista en la escala penal correspondiente, toda vez
que: “debía contemplarse la posibilidad de corroboración de la
actuación del agente en error sobre la antijuridicidad de la
conducta”; error que, “si no es tenido por inevitable […] al menos
debe […] reducir la medida del reproche a su mínima expresión”.
También destacó el contexto de la formación de los imputados en
instituciones de estructuración jerárquica, donde “la obediencia
al superior es tenida por un valor supremo”, y sus circunstancias
personales, por lo que concluyó que su capacidad de motivación
normativa se vio “reducida” (ibidem).
De otra parte, el impugnante aseveró que: “no ha sido
corroborada” cuál había sido la intervención concreta de sus
asistidos en los hechos traídos a juicio, por lo que afirmó que
por aplicación del principio in dubio pro ese grado de
intervención “es el mínimo y, por lo tanto, se valore esa
circunstancia atenuante y se aplique también por este motivo el
mínimo de la escala penal”. Adunado a ello, adhirió a las
consideraciones efectuadas en el voto de la disidencia acerca de

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que el “excesivo” tiempo de prisión preventiva “debe ser mensurado
a modo de compensación, a la hora de la determinación judicial de
la pena”. De igual modo, señaló que: “no puede desconocerse la
edad avanzada que atraviesan [sus] asistidos” y, consecuentemente,
“los padecimientos que vienen sufriendo en encierro cautelar, y
además la consecuencia inevitable de la aplicación efectiva de la
pena impuesta […], que no es otra que la imposibilidad del
recupero de la libertad y, por ende, de la ineludible frustración
de la manda constitucional de resocialización de los condenados”
(fs. 369).
De manera preliminar, con relación al invocado exceso
jurisdiccional del tribunal por haberle impuesto a Herzberg la
pena de 25 años de prisión cuando el fiscal y de una de las
querellas habían solicitado condena a la pena máxima de 6 años, se
evidencia que omite el casacionista reseñar que el resto de los
acusadores privados solicitaron 25 años de prisión y hasta prisión
perpetua para este imputado, habilitando al tribunal, de esta
manera, a graduar la sanción como lo hizo.
Teniendo ello presente, cabe recordar que los
sentenciantes que conformaron la mayoría, al mensurar la sanción
que correspondía aplicarle a Herzberg, no encontraron atenuantes,
y afirmaron que la respuesta punitiva a su respecto debía fijarse
en el máximo de la escala punitiva “en razón de haberse valido de
los altos cargos públicos que ocupa[ó] dentro de la estructura de
la armada para facilitar el empleo de los medios del estado para
la consecución de fines ilícitos de grave significación social”;
considerando, a la vez, que: “[el] imputado […] ocup[ó] los cargos
más altos de la estructura de mando de todos los que fueron
sometidos a proceso. Su capacidad de decisión respecto de las
conductas de otros partícipes y el cabal conocimiento de las
circunstancias en las que se desempeñaban ameritan sobradamente el
máximo de la escala penal” (cfr. fs. 244).
De otra banda, en lo que atañe a Rocca, entendieron que
la pena también debía fijarse en 25 años de prisión “en función de

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los ilícitos por los que responde […], prevista en la legislación


penal sustantiva para el concurso de delitos verificados en el
caso y teniendo en cuenta la magnitud de sus aportes y las demás
condiciones personales que surgen de los legajos respectivos”
(cfr. fs. 244/vta.).
Asimismo, sopesaron como agravantes “la modalidad de los
hechos aquí juzgados para ponderar la intensidad del injusto, el
grado de reiteración delictiva, la pluralidad de bienes jurídicos
lesionados y la gran cantidad de casos en los que se lo[…] halló
responsable[…] por los hechos ocurridos en la región La Plata,
Berisso y Ensenada” (cfr. fs. 244 vta.).
Ahora bien; la defensa entendió que: “debía contemplarse
la posibilidad de corroboración de la actuación del agente en
error sobre la antijuridicidad de la conducta” y contexto de la
formación de los imputados en instituciones de estructuración
jerárquica para, al menos, reducir la medida del reproche en su
mínima expresión. Al respecto, se advierte que estos planteos,
además de cuanto ya se expuso en el considerando 12° del presente
voto, pretenden prescindir del carácter ostensiblemente ilegal
tanto de las órdenes como de las conductas que en sí mismas se les
imputan.
Al respecto, se ha establecido que: “existe, pues, un
límite absoluto, que no deja espacio para una consideración
subjetiva, teniendo en cuenta el objetivo orden de valores (de
Derecho Internacional), en determinadas actividades delictivas se
parte del reconocimiento de la ilegalidad de la orden, y también
se atribuye a todo destinatario de la orden la capacidad de
efectuar tal reconocimiento” (Ambos, Kai, “La Corte Penal
Internacional”, p. 209, Rubinzal Culzoni, Santa Fe, 2007, p. 209,
donde remite a Zaffaroni (comp.) “Sistemas penales y Derechos
Humanos en América Latina”, 1986, p. 272).
Aunado a ello, no debe soslayarse que en punto al “error”
invocado, esta hipótesis tiene lugar cuando el sujeto conoce la

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tipicidad prohibitiva, aunque cree que su conducta está
justificada. Este error puede asumir distintas formas,
susceptibles de reducirse a dos principales: (a) la falsa
suposición de que existe una causa de justificación que la ley no
reconoce (falsa creencia en la existencia de un precepto
permisivo) y (b) la falsa suposición de circunstancias que hacen a
una situación objetiva de justificación (falsa creencia en una
tipicidad permisiva objetiva…)” (cfr. Zaffaroni, E. Raúl, et. al,
“Derecho Penal. Parte General”, 2° edición, Ediar, Buenos Aires,
2002, p. 739).
En la especie, se advierte que la defensa no ha logrado
acreditar la concurrencia de extremos que demuestren que sus
pupilos hayan actuado movidos por la falsa convicción de que, en
el caso, los amparaba una causa de justificación. En este punto,
no cabe perder de vista que las conductas atribuidas a los
encartados involucraron el secuestro de personas, el ocultamiento
de su paradero a sus familiares, la aplicación de gravísimos
tormentos, el cautiverio en condiciones infrahumanas y, en algunos
casos, el deceso de las víctimas, todo ello por su presunta
filiación gremial, política o ideológica.
Por ello, no se advierte una situación o circunstancia
que permita presumir que los acusados hayan perpetrado los graves
hechos que se les imputan en la falsa creencia de un supuesto de
validación normativa por vía de justificación que pueda llevar a
contemplarla como atenuante, la que en el derecho internacional
penal se descarta cuando involucran hechos como los que se juzgan
en estos autos (cfr. causa FRO 85000120/2008/8/CFC4, caratulada:
“Díaz Bessone, Ramón Genaro y otros s/ recurso de casación”, rta.
el 27/12/2018, reg. N° 2442/18).
En esta misma dirección, y en orden a la alegada
pertenencia a la estructura vertical de las Fuerzas Armadas, cabe
afirmar que la manifiesta antijuridicidad de las órdenes que se
pudieron haber impartido desde mandos superiores se traducen, para
el análisis, en otro indicio contundente del conocimiento de su

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ilegalidad. En estos casos se parte de la “…presunción de la


antijuridicidad manifiesta de la orden, de modo tal que se
desvirtúa la posibilidad de un error de prohibición inevitable y
permite atribuirle al subordinado el hecho” (cfr. Ambos, Kai,
“Impunidad y Derecho Penal Internacional, 2da. ed. actualizada,
ed. Ad Hoc, Buenos Aires, 1999, p. 258).
Asimismo, se ha indicado que: “[e]l principio de la
obediencia y disciplina dentro de las organizaciones jerárquicas
militares que sirve de base a una causa de exclusión de la
punibilidad fundada en una orden debe encontrar un límite allí
donde la ejecución de la orden conduce a la lesión de bienes
jurídicos fundamentales, como los que se protegen con los tipos
penales del ECPI. Pues no se puede fundamentar convincentemente
por qué el deber de obediencia del subordinado […] existente en la
relación interna, debería facultarlo en la relación externa a
intervenir en los bienes jurídicos fundamentales de los
ciudadanos” (cfr. Ambos, Kai, “La parte general del Derecho Penal
Internacional. Bases para una elaboración dogmática”, Trad.
Malarino, E., Konrad-Adenauer-Stiftung E.V., Temis, Duncker &
Humblot, Montevideo, 2004, p. 462).
Igualmente, en el marco del derecho penal internacional,
ya el Estatuto del Tribunal de Nüremberg estableció que la
circunstancia que el acusado actuara obedeciendo órdenes de su
gobierno o de un superior no le exonerará de responsabilidad (art.
8°). Este criterio había sido sostenido en los distintos juicios
llevados a cabo en ese marco y más tarde también en el caso
“Eichmann”. En esa oportunidad se dijo, respecto de argumentos del
tenor de los aquí planteados por las defensas, mutatis mutandi,
que la idea de excluir la punición mostrando al agente como un
sujeto obediente que lleva a cabo las órdenes injustas que le
trasmiten desde arriba en un régimen totalitario, basado en la
negación de todo derecho, no es aceptable en ningún estado del
mundo que se sustente en el estado de derecho, y que la defensa de

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obediencia debida es improcedente cuando se trata de órdenes cuya
ilicitud es manifiesta (cfr. District Court in Jerusalem, caso
40/61, “State of Israel v. Adolf Eichmann”, sentencia del 12 de
diciembre de 1961, párr. 216).
Por lo demás, en cuanto a los planteos respecto a la edad
avanzada que atraviesan los imputados y “los padecimientos que
vienen sufriendo en encierro cautelar, y además la consecuencia
inevitable de la aplicación efectiva de la pena impuesta […], que
no es otra que la imposibilidad del recupero de la libertad y, por
ende, de la ineludible frustración de la manda constitucional de
resocialización de los condenados”, corresponde remitirse en un
todo a lo expuesto en el apartado precedente. Es que tampoco en
estos casos el reclamo de los impugnantes logra encontrar apoyo en
el ordenamiento jurídico actual, en el cual el sistema de
ejecución de la pena previsto en la ley N° 24.660 (BO 16/07/96) se
desarrolla a partir de un régimen de progresividad que permite a
los condenados, recuperar su libertad anticipada, a partir de
diversos institutos.
Por otra parte, la aseveración defensista en cuanto a
que: “no ha sido corroborada” cuál ha sido la intervención
concreta de sus asistidos en los hechos traídos a juicio, por lo
que solicitó que se entendiera que ese grado de intervención “es
el mínimo y, por lo tanto, se valore esa circunstancia atenuante y
se aplique también por este motivo el mínimo de la escala penal”,
cabe remitirse sin más a lo desarrollado en el considerando 24° de
este sufragio, de donde surge, sin hesitación, el protagonismo de
los nombrados en los eventos objeto de este juicio.
Adunado a ello, las alegaciones acerca de que el
“excesivo” tiempo de prisión preventiva “debe ser mensurado a modo
de compensación, a la hora de la determinación judicial de la
pena” deben ser desechadas pues resultan ser meras críticas
genéricas, en las que no describe cuáles serían los puntos oscuros
de la argumentación del tribunal en la fijación de la sanción

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impuesta a la luz de los aberrantes crímenes cometidos por sus


asistidos, todo lo cual impone su rechazo.
En definitiva, los fundamentos establecidos para graduar
las mentadas sanciones acuerdan suficiente sustento a los montos
punitivos impuestos, en razón de la gravedad de los hechos
endilgados y las demás circunstancias reseñadas precedentemente, a
la vez que impiden morigerar las penas en el sentido que los
impugnantes pretenden.
Consecuentemente, a la luz de cuanto ha sido expuesto con
relación a la naturaleza de los hechos, la extensión del daño
causado y la modalidad de comisión desplegada, y atento a la
escala penal que resulta en definitiva de la pluralidad ofensiva
que se tuvo por probada respecto de los incusos, devienen
insustanciales los cuestionamientos dirigidos a que se ponderen
las circunstancias atenuantes expresadas por la defensa.
En ese marco, puede colegirse que las dosimetrías
punitivas delimitadas en cada caso, por las consideraciones antes
señaladas, se ajustan a las pautas establecidas en los artículos
40 y 41 del CP y a los topes previstos por la ley sustantiva
(artículo 55 del CP) y, no advirtiéndose ni habiéndose demostrado
un supuesto de arbitrariedad que afecte las sanciones impuestas,
corresponde en esta instancia confirmarlas (Fallos: 293:294;
299:226; 300:92, entre otros).
d) Finalmente, tampoco puede prosperar la alegada
inconstitucionalidad del art. 19, inc. 4, del CP planteada por la
defensa de Juan Carlos Herzberg, Carlos José Ramón Schaller y Luis
Rocca, pues -con ajuste a las particularidades de la especie- no
logra demostrar el impugnante el agravio actual y concreto que
determine la existencia de las especiales circunstancias que
tornan inaplicable la legislación en análisis, elemento que
resulta ser requisito inexcusable para aplicar un acto de tal
gravedad institucional como es la declaración de

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inconstitucionalidad de una norma (Fallos: 302:1149; 303:1708,
entre muchos otros).
A la luz de dichas premisas, se evidencia que la defensa
se ha limitado a cuestionar la constitucionalidad de la norma a
partir de una enunciación genérica de principios constitucionales
y meros juicios discrepantes con la normativa en trato, sin que
haya logrado demostrar que la inhabilitación dispuesta por el a
quo a sus asistidos le acarree un perjuicio concreto y actual que
afecte las garantías que invoca, a los efectos de demostrar el
interés actual que sustenta el agravio.
En este sentido, la crítica analizada tan sólo transita
en un plano que no logra hacer pie en constancia alguna que
evidencie la afectación enunciada.
Ello de conformidad también con lo sostenido en forma
inveterada en precedentes análogos al sub lite que resultan
aplicables mutatis mutandis a la especie (cfr. in re “Nast, Lucio
César y otros s/ recurso de casación”, Sala II, causa FRO
85000124/2010/11/CFC6, rta. el 27/12/2018, reg. N° 2443/18; y sus
citas), como así también lo resuelto por el cimero tribunal in re
“Menéndez” (Fallos: 344:391) -en base a la doctrina del “leal
acatamiento”; Fallos: 307:1094; 312:2007; 316:221; 318:2060;
319:699; 321:2294, entre otros- (cfr. mi voto in re “Albornoz,
Roberto Heriberto y otros s/recurso de casación”, Sala III, causa
FTU 81810029/2009/TO1/3/1/1/CFC4, rta. el 13/9/21, reg. Nª
1613/21).
27°) Que en lo tocante a los planteos vinculados con la
revocación de los arrestos domiciliarios de Juan Carlos Herzberg,
Carlos José Ramón Schaller y Luis Rocca, se impone memorar que han
recibido acabado y oportuno tratamiento en el marco de lo resuelto
por vía incidental (Cfr. legajo FLP 17/2012/TO1/26), al que cabe
remitirse en razón de brevedad.
-VIII-
28°) Que en lo atinente a los cuestionamientos de la
querella unificada vinculados a las absoluciones -por mayoría- de

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Causa Nº FLP 17/2012/TO1/29/CFC12
“VAÑEK, Antonio y otros s/ recurso
de casación”
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Carlos Ramón Schaller respecto de los casos de Luis Ricardo


Córdoba, Juan Alejandro Aguirre y Miguel Reinaldo Aguirre, y del
encausado Luis Rocca por el caso de Luis Eduardo Bloga, cabe hacer
lugar parcialmente a su recurso, en razón de las consideraciones
vertidas en el considerando 19° del presente voto, a cuyos
términos cabe remitirse.
Como se expuso, la indebida acogida de la ampliación
acusatoria formulada durante el debate impone la anulación de la
sentencia en este extremo y el reenvío de las actuaciones al a quo
para que disponga, por las vías procesales correspondientes, lo
pertinente a fin de que se dé curso a la investigación y de
proceder el juzgamiento de quienes resulten responsables en los
mentados hechos.
Finalmente, en cuanto al cuestionamiento introducido por
la querella relativo a la “ausencia de fundamentación y
pronunciamiento” respecto de la solicitud de ampliación de la
medida cautelar reparatoria pedida por la fiscalía sobre
reconocimientos de antigüedad y aportes para el acceso a la
jubilación y el ingreso de hijos e hijas a los puestos de los
trabajos de los padres víctimas del terrorismo de estado; cabe
memorar que, tal como surge del acta de fecha 7 de octubre de
2015, el representante del Ministerio Público Fiscal, en la
oportunidad prevista por el art. 393 del CPPN, solicitó que se
disponga una medida cautelar contra el Astillero Río Santiago, el
estado de la Provincia de Buenos Aires y el estado nacional, para
que mantengan la dispensa con percepción de haberes otorgada a los
trabajadores víctimas del terrorismo de estado (cfr. fs. 5907 de
los autos principales).
En el mismo periodo procesal, conforme surge del acta de
fecha 14 de octubre de aquel año, los doctores Lovelli –por la
querella de la Asociación de Abuelas de Plaza de Mayo-, Rodrigo,
Núñez y Rodríguez -por la APDH y la UNLP- y Griffo y Baibiene -en
representación de la Secretaría de Derechos Humanos Unificada de

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la Nación y Provincia- no se expresaron con respecto de la
solicitud de la medida cautelar efectuada por la Fiscalía (cfr.
fs. 5903/5910 de los autos principales).
Por su parte, la doctora Godoy –en representación de la
Liga Unión por los Derechos Humanos, La Liga Argentina por los
Derechos del Hombre, los hijos de Roberto Adoníbal Páez y Estela
de la Cuadra- pidió que se hiciera lugar a la medida propuesta por
la Fiscalía respecto del derecho jubilatorio y medida cautelar
respecto de los trabajadores del Astillero Río Santiago víctimas
del terrorismo de estado, pero no instó a que se efectúe
ampliación alguna (cfr. fs. 5911 vta. de los autos principales).
Lo mismo cabe referir respecto de la doctora Pía Garralda
–por la Asociación ex Detenidos Desparecidos y el colectivo
Justicia YA!- quien, a su turno, requirió que se haga lugar a la
medida cautelar referida a la jubilación solicitada por la
fiscalía y que se encomiende la situación de los hijos para que
ocupen en lugar de sus padres, pero sin impetrar que ésta se
hiciera extensiva también a los trabajadores de empresas que
pertenecen al grupo económico Techint (cfr. fs. 5913 vta. de los
autos principales).
En ese marco, al no haber sido solicitada la mentada
ampliación de la medida cautelar referida por ninguna de las
querellas al momento de alegar, se advierte que no correspondía al
a quo pronunciarse sobre aquello que nunca le había sido
requerido, pudiendo las partes, en todo caso, acudir por la vía
jurisdiccional pertinente. Ello impone descartar los planteos
esgrimidos en tal sentido.
29°) Que, en razón de lo expuesto, corresponde: 1°)
Rechazar los recursos de casación interpuestos por las defensas de
Juan Carlos Herzberg, Luis Rocca, Jorge Alberto Errecaborde,
Carlos José Ramón Schaller y Roberto Eduardo Fernando Guitián, sin
costas (arts. 456, 470, 471 a contrario sensu, 530 y ccdtes. del
CPPN); con excepción de lo propuesto en el considerando 19° del
presente sufragio respecto de Guitián y Schaller (puntos

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dispositivos “PRIMERO: 10”, “SEGUNDO: 5º y 6º” de la sentencia


impugnada); 2º) Hacer lugar parcialmente al recurso de casación
deducido por la querella unificada representada por los doctores
María Luz Santos Morón, Nicolás Tassara y Pía Garralda, de
conformidad con lo expuesto en el considerando 28º de este voto y,
en consecuencia, anular los puntos dispositivos “SEGUNDO: 9 y 10”
en cuanto disponen las absoluciones de Luis Rocca y Carlos José
Ramón Schaller, respectivamente; 3º) Reenviar las actuaciones al a
quo para que disponga lo pertinente a fin de que se sustancien –
por la vía correspondiente- los casos que damnificaron a Reina
Ramona Leguizamón, Marta Isabel Cáneva, Ángel Oscar Revoledo,
Jorge Alberto Arri, Jorge Estanislao Bogusa, Manuel Carrete, Ana
María Nievas, Rosa Francisca Nievas, José Luis Dervaric, Adolfo
Oscar Lanoo, Roberto Miguel Aguirre, Miguel Reinaldo Aguirre, Juan
Alejandro Aguirre, Luis Ricardo Córdoba y Eduardo Bloga; de
conformidad con lo expuesto en los considerandos 19° y 28° de este
sufragio; 4º) Tener presente la reserva de caso federal formulada
por los impugnantes.
Así doy mi voto.
El señor juez doctor Guillermo J. Yacobucci dijo:
1º) Tal como han sido contestados los agravios de las
partes en el voto que encabeza el acuerdo, sólo formularé algunas
observaciones y disidencias en determinadas cuestiones objeto de
impugnación. En lo demás, comparto, en lo sustancial, la solución
a la que arriba el juez que me precede.
2º) Con respecto a los planteos esbozados en los días de
oficina por las defensas de José Ramón Schaller y Luis Rocca
relativos a la alegada vulneración al principio de plazo
razonable, como así también en lo que atañe a la afectación de la
garantía de imparcialidad traído tardíamente por la asistencia
técnica de Alberto Errecaborde y Roberto Eduardo Guitián, observo,
más allá de su defecto de presentación en tiempo y forma –incluso
bajo la invocación de hechos nuevos- una clara falta de

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fundamentación de ambos agravios, por lo que concuerdo con las
conclusiones alcanzadas en el voto precedente para su rechazo.
3º) Por otro lado, con relación a la postulada vigencia
ultraactiva de la ley Nº 23.521 y la pretendida
inconstitucionalidad de la ley Nº 25.779, cabe apuntar que, sin
perjuicio de la postura jurídica individual que se tenga sobre el
particular, las cuestiones articuladas por los recurrentes -tal
como fue señalado por los sentenciantes- ya han sido
homogéneamente resueltas por la Corte Suprema de Justicia de la
Nación desde el precedente de Fallos: 328:2056 (“Simón”).
Así, observo que del recurso en trato no emergen nuevos
argumentos plausibles de confutar o ameritar una revisión del
criterio allí establecido. En consecuencia, cabe recordar que la
Corte ha señalado reiteradamente el deber que tienen las
instancias ordinarias de conformar sus decisiones a las sentencias
de la Corte dictadas en casos similares (Fallos: 307:1094;
312:2007; 316:221; 318:2060; 319:699; 321:2294), que se sustenta
tanto en su carácter de intérprete supremo de la Constitución
Nacional y de las leyes dictadas en su consecuencia, como en
razones de celeridad y economía procesal que hacen conveniente
evitar todo dispendio de actividad jurisdiccional (Fallos: 25:364;
212:51 y 160; 256:208; 303:1769; 311:1644 y 2004; 318:2103;
320:1660; 321:3201 y sus citas; y mi voto en la causa FRO
88000208/2011/TO1/4/CFC4, caratulada: “Brusa, Víctor Hermes y
otros s/ recurso de casación”, rta. el 24/6/19, reg. N° 1275/19,
entre otros).
4º) Por otra parte, coincido también con la solución
propuesta por el magistrado preopinante en torno a la anulación de
las ampliaciones de las acusaciones durante el debate, por hechos
que no se encontraban incluidos en los requerimientos de elevación
a juicio y que fueron incorporados por los acusadores privados en
aquella audiencia y en la sentencia definitiva, en palmaria
vulneración del principio de congruencia, corolario del derecho de
defensa. Tan notoria violación de garantías fundamentales, que

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lesionan el debido proceso, marcan una arbitrariedad que solo


puede ser reparada a través de su nulidad.
Como ya expuse al votar en el marco de la causa N° FSA
14000271/2013/TO1/CFC1, caratulada: “Gentil, Miguel Raúl y otro s/
recurso de casación” (rta. 23/10/2020, Reg. N° 1719/20) entre
tantas otras, la noción de congruencia expresa -como regla- que
una sentencia solo se debe expedir sobre el hecho y las
circunstancias que contiene la acusación, por las cuales ha sido
intimado el encausado y, por consiguiente, sobre aquellos
elementos de la imputación acerca de los cuales ha tenido
oportunidad de ser oído.
En esta línea argumental, es necesario señalar que el
principio en juego exige que la sentencia recaiga sobre la misma
base fáctica que fue objeto de una acusación clara, precisa y
circunstanciada, que permita al imputado y a su asistencia técnica
probar, contradecir y alegar sobre aquella; garantizando así el
derecho de defensa en juicio.
El fundamento de esta interpretación se encuentra
entonces constituido por la relación entre el principio de
congruencia y la máxima expresión de la inviolabilidad de la
defensa. Es decir, todo aquello que en la sentencia signifique una
sorpresa para quien se defiende, en el sentido de un dato con
trascendencia en ella, sobre el cual el imputado y su defensor no
tuvieron la oportunidad de expedirse, controlar o enfrentar,
lesiona esta garantía.
En el caso bajo análisis, la jurisdicción se ha expedido
sin soporte legal válido, no solo frente a las reglas del debido
proceso constitucionalmente establecidas, sino en contradicción
con los principios que la CADH establece a través del art. 8, en
especial atendiendo a las previsiones del art. 8.2.b y 2.c. de
aquel cuerpo normativo.
En efecto, la confrontación de las diversas piezas
requisitorias, los alegatos finales y la sentencia condenatoria,

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permiten afirmar que existió en aquella una mutación concreta en
la justipreciación de los hechos y circunstancias que fueran
objeto de juicio.
En ese orden, debe recordarse que la Corte Suprema en las
causas “Tarifeño” (T.XXII, 28/12/89) y en “Mostaccio J, G”
(17/01/04 C. M. 528 XXXV) –entre otras- señaló que las formas
sustanciales del juicio requieren de acusación, defensa, prueba y
sentencia. Encontrándose ausente, en el caso, el primer acto de
manera válida y legítima, cabe concluir que el proceso no se
ajustó a nuestros mandatos constitucionales de debido proceso
(art. 18 CN).
En ese marco, ya desde una perspectiva convencional ha de
ponderarse que la CorteIDH tiene dicho en relación al art. 8.2.b
de la CADH que “toda persona sujeta a un juicio de cualquier
naturaleza ante un órgano del Estado deberá contar con la garantía
de que dicho órgano […] actúe en los términos del procedimiento
legalmente previsto para el conocimiento y la resolución del caso
que se le somete” (Caso del Tribunal Constitucional. Fondo,
Reparaciones y Costas, supra nota 35, párr. 77; Caso La Cantuta,
supra nota 42, párr. 140, y Caso Almonacid Arellano y otros, supra
nota 37, párr. 130, entre otros).
Ese sistema de garantías condiciona el ejercicio del ius
puniendi del Estado, que debe asegurar que el inculpado o imputado
no sea sometido a decisiones arbitrarias, pues han de observarse
“las debidas garantías” que aseguren, según el procedimiento de
que se trate, el derecho al debido proceso (Caso Ruano Torres y
otros Vs. El Salvador. Fondo, Reparaciones y Costas. Sentencia de
5 de octubre de 2015. Serie C No. 303).
Precisamente, el modo irregular en que ha actuado el
Tribunal Oral en esta cuestión y que derivará en aspectos de la
sentencia analizada, pone en evidencia la lesión a las garantías
del debido proceso que, entre otras, supone un encadenamiento de
actos e incidencias (Corte IDH. Caso Castillo Petruzzi y otros Vs.
Perú. Fondo, Reparaciones y Costas. Sentencia de 30 de mayo de

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1999. Serie C No. 52, Caso Tibi Vs. Ecuador. Excepciones


Preliminares, Fondo, Reparaciones y Costas. Sentencia de 7 de
septiembre de 2004. Serie C No. 114, Caso Acosta Calderón Vs.
Ecuador. Fondo, Reparaciones y Costas. Sentencia de 24 de junio de
2005. Serie C No. 129, párr. 118; Caso López Álvarez Vs. Honduras.
Fondo, Reparaciones y Costas. Sentencia de 1 de febrero de 2006.
Serie C No. 141, párr. 149, Corte IDH, entre muchos otros).
Sobre esos presupuestos fundamentales, observo que se ha
violado el principio en trato, pues, la incorporación de nuevos
hechos que no formaban parte de la acusación original -delimitada
por los requerimientos de elevación a juicio- vulnera
palmariamente el principio de congruencia como corolario del
derecho de defensa (arts. 18, CN 8.2.b y 8.2.c de la CADH) y
lesiona el debido proceso.
Ello se concreta, especialmente, en la inclusión
sorpresiva y tardía que impidió a los imputados y sus defensas
preparar su estrategia durante el debate y ofrecer prueba en la
oportunidad pertinente, con el fin de resistir esta acusación.
Estas circunstancias, en este caso, no podían subsanarse con la
mera suspensión del debate para otorgar tiempo a las defensas de
reformular su estrategia, pues tampoco han tenido oportunidad de
confrontar aquellas hipótesis incriminatorias durante las
instancias preliminares al debate (instrucción y etapa
intermedia).
En consecuencia, corresponde anular la sentencia conforme
lo propone el colega preopinante, en cuanto a las condenas
recaídas respecto de los imputados Carlos José Ramón Schaller y
Roberto Eduardo Guitián por los hechos que tuvieron por víctimas a
Reina Ramona Leguizamón, Martha Isabel Caneva, Ángel Oscar
Revoledo, Jorge Alberto Arri, Jorge Estanislao Bogusa, Manuel
Carrete, Ana María Nievas, Rosa Francisca Nievas, Adolfo Oscar
Lanoo, Roberto Miguel Aguirre y José Luis Dervaric, y reenviar
para que continúe la investigación de los casos referidos.

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Este reenvío viene marcado por exigencias convencionales,
a pesar de las implicancias que tiene en un correcto progreso del
procedimiento penal (Corte IDH. Caso Cantoral Huamaní y García
Santa Cruz Vs. Perú. Excepción Preliminar, Fondo, Reparaciones y
Costas. Sentencia de 10 de julio de 2007. Serie C No. 16).
En este sentido también ha expresado la Corte Suprema que
“existe un doble orden de razones convencionales y
constitucionales por las que el Estado argentino tiene el
imperativo impostergable de investigar y sancionar las gravísimas
violaciones masivas a los derechos humanos cometidas durante la
última dictadura militar que configuran delitos de lesa humanidad
y que, a tal efecto, no solo no se pueden oponer normas internas
que obstaculicen el enjuiciamiento y eventual castigo de los
responsables sino que además está vedada la adopción de cualquier
otro tipo de medidas que disuelvan la posibilidad de reproche
(Fallos: 328:2056; 330:3248; 341:1207; 1988; entre otros)”.
En virtud de lo anterior, y sin perjuicio de dejar a
salvo mi criterio respecto de la cuestión, cabe adoptar la misma
conclusión respecto de las absoluciones que se dispusieron
respecto de los hechos que tuvieron por víctimas a Juan Alejandro
Aguirre y Miguel Reinaldo Aguirre, y Luis Eduardo Bloga, lo que
redunda, necesariamente, en la anulación de las absoluciones de
Schaller y Rocca respecto de los mismos, más allá de la
pertinencia que los argumentos del Tribunal pudieron tener
respecto de la cuestión de fondo.
5°) Los agravios de las defensas relacionados con el tipo
penal de desaparición forzada de personas y la calificación de los
hechos como genocidio requieren de un análisis específico,
disciplinado por el principio de legalidad y de aquellos criterios
que constituyen la regla de tipicidad.
Así, en lo que respecta a la figura de desaparición
forzada de personas, he de compartir la opinión volcada sobre el
particular en el voto que lidera el acuerdo.

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En primer término, por comprender que la crítica a la


falta de congruencia que postulan las defensas de Juan Carlos
Herzberg, Carlos José Ramón Schaller y Luis Rocca no puede
proceder, toda vez que los imputados fueron informados
adecuadamente de los hechos que constituyeron la plataforma
fáctica de su acusación.
Así, sin perjuicio de atender a los extremos esgrimidos
en el requerimiento de elevación a juicio y los alegatos ensayados
por la fiscalía -respecto a que se estaba frente al delito de
privación ilegítima de la libertad, no de desaparición forzada de
personas, como se determinó en la sentencia atacada-, he de
observar que tanto la privación de la libertad, como la
desaparición forzada de personas, tienen en común su
caracterización como delito permanente. Es decir, en lo sustancial
y en lo que aquí interesa, hay en los hechos una renovación
temporal de la decisión contraria a la norma por parte de los
imputados.
Además, ambos ilícitos expresan la lesión de un interés
jurídico relacionado con la libertad de las personas. Sin embargo,
la desaparición forzada posee, desde la perspectiva de la
tipicidad –objetiva y subjetiva-, una complejidad inexistente en
la otra figura, pues integra una lesividad más intensa, con una
antijuridicidad material de mayor extensión, aspectos que, sin
perjuicio de haber sido suficientemente conocidos por los
imputados al momento de ensayar su defensa, hacen operativo el
análisis frente a las exigencias surgidas del principio de
legalidad penal.
Respecto a este punto, las defensas se han agraviado,
especialmente en lo que refiere a la consideración de la ley
vigente al momento de los hechos, pues la configuración normativa
de la lesión de bienes jurídicos contemplada en el delito de
desaparición forzada de personas es diversa a la de privación de

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libertad, aunque resulte congruente en relación con la afectación
del bien jurídico libertad de las personas.
En los casos bajo estudio, la sentencia ha demostrado
suficientemente tanto la privación ilegítima de la libertad de las
víctimas y los tormentos a los que fueron sometidas, como que
quienes los perpetuaron revestían en ese momento el carácter de
funcionarios públicos, agravando así los sucesos.
Asimismo, tampoco se encuentra controvertida la
circunstancia de que las víctimas en modo alguno hayan recuperado
su libertad, se conozca su paradero o, más aún, que su situación
haya sido debidamente puesta en conocimiento de la justicia para
una correcta investigación. Por ello, los requisitos típicos del
delito de desaparición forzada de personas se encuentran
satisfechos.
Siendo así, es dable señalar que la desaparición forzada
de personas se trata, como se adelantó, de un delito permanente
que tiene consecuencias específicas en punto a la sucesión de
leyes en el tiempo que ha de tomarse en consideración para definir
la vigencia normativa de cara a los sucesos. Ello, conforme se ha
sostenido en el precedente “RIVAS, Osvaldo Arturo y otros
s/recurso de casación”, causa n° 9569, Reg. N°15.083, rta.
8/9/2009, de esta Sala, mutatis mutandi, asumible en estas
circunstancias.
La renovación dolosa que implica la comisión permanente
de la conducta delictiva, inveterada en la inconmovible
circunstancia de la ausencia de información respecto del paradero
de las víctimas, implica una comisión del injusto de manera
constante y sin solución de continuidad que habilita la aplicación
del tipo penal que configura el delito en trato, incluido en
nuestro ordenamiento a través de la ley 26.679, promulgada el 5 de
mayo de 2011, establecido en el enunciado del art. 142 ter del CP.
No es en esta clase de delitos la simple perduración del
resultado lo que los califica como permanentes, sino la
permanencia de una acción del agente que perdura en el tiempo aún

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después de la consumación. Así, se dice que “en el delito


permanente […] se da también una unidad de acción […], en el cual
pertenece a la acción típica no sólo la fundamentación, sino
también el mantenimiento de una situación antijurídica permanente”
(WELZEL, Hans, Derecho Penal Alemán, trad. de la 12ª. Edic.
alemana, Ed. Jurídica de Chile, Santiago, 1987, p. 310). O, en
otros términos, que “En los delitos de creación de un estado el
hecho queda concluido (consumado y agotado) con la realización de
un estado [...] en los delitos permanentes el estado, tras su
creación (es decir tras la consumación), debe ser mantenido por el
autor” (JAKOBS, Günther, Derecho Penal, Parte General, traducc. de
2ª. Edic., Marcial Pons, Madrid, 1997, apartado 6, p. 207, nro.
80).
Refuerza este punto la jurisprudencia constante de la
CorteIDH que ha establecido que “los actos de carácter continuo o
permanente se extienden durante todo el tiempo en el cual el hecho
continúa, manteniéndose su falta de conformidad con la obligación
internacional. En concordancia con lo anterior, la Corte recuerda
que el carácter continuo o permanente de la desaparición forzada
de personas ha sido reconocido de manera reiterada por el Derecho
Internacional de los Derechos Humanos, en el cual el acto de
desaparición y su ejecución inician con la privación de la
libertad de la persona y la subsiguiente falta de información
sobre su destino, y permanece hasta tanto no se conozca el
paradero de la persona desaparecida y los hechos no hayan sido
esclarecidos” (Corte IDH. Caso Gomes Lund y otros “Guerrilha do
Araguaia” Vs. Brasil. Excepciones Preliminares, Fondo, Reparación
y Costas. Sentencia de 24 de noviembre de 2010. Serie C No. 219.
17. En el mismo sentido: Caso González Medina y Familiares Vs.
República Dominicana. Excepciones Preliminares, Fondo,
Reparaciones y Costas. Sentencia de 27 de febrero de 2012, párr.
50; Caso Masacres de Río Negro Vs. Guatemala. Excepción

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Preliminar, Fondo, Reparaciones y Costas. Sentencia de 4 de
septiembre de 2012, párr. 112).
Entonces, sin perjuicio de atender el significativo
cambio contextual que implicó la re instalación de la democracia
en el estado argentino; no resulta posible afirmar que tal
circunstancia de quiebre, respecto al contexto comisivo, implicó
la restauración de la situación de aquellos que resultaron
víctimas de desaparición y, mucho menos, el sometimiento de sus
circunstancias concretas en las manos de la justicia.
Por lo expuesto, he de rechazar los agravios de las
defensas y confirmar la calificación de las conductas típicas como
delitos de desaparición forzada de personas.
6°) A) Ahora bien, respecto de la calificación de los
hechos como genocidio, título de imputación que fuera escogido en
el fallo -por la mayoría del tribunal y apartándose de la
imputación del Fiscal de juicio-, he de disentir con lo propuesto
en el voto que lidera el acuerdo en punto a la operatividad de tal
calificación respecto de los hechos comprobados.
Al respecto, del análisis de los argumentos de los jueces
que formaron esa mayoría, observo una notoria confusión y, a la
postre, arbitrariedad en orden a esa decisión. Es que resulta
necesario, en estas cuestiones, distinguir entre distintos planos
que, si bien tienen en común la finalidad de mostrar la gravedad
sustancial y excepcional de ciertos acontecimientos ilícitos, así
como el dolor de las víctimas y allegados, la reconstrucción de la
verdad y la justica, sin embargo, se desenvuelven por cauces
institucionales diversos.
Así, se impone diferenciar entre las adjetivaciones o
calificaciones que puedan expresarse mediante ciertos términos
dentro de la comunicación coloquial, el debate político, el
etiquetamiento sociológico, el señalamiento periodístico, o la
disputa agonal y, en lo que aquí importa, el significado normativo
del nomen iuris que la legalidad impone para calificar hechos
criminales.

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“VAÑEK, Antonio y otros s/ recurso
de casación”
Cámara Federal de Casación Penal

Valerse del término “genocidio”, o aun apuntar como


“genocidas” a sujetos que han llevado a cabo comportamientos de
intensa crueldad y capacidad lesiva contra la vida y la integridad
de las personas, permite expresar el disvalor de esos actos en la
dialéctica comunicativa. De esa manera, se señala una profunda
contradicción con principios y valores humanos en virtud de la
extensión cuantitativa y cualitativa de la afectación de los
derechos fundamentales. En perspectiva semántica, ese uso resulta
habilitado por su eficacia ilocucionaria en la consideración
comunicativa, que no necesariamente expresa el contenido de
antijuridicidad reglado por la legalidad penal y convencional del
término usado.
Esa aproximación ordinaria o coloquial, que resulta
admisible en ese campo agonal –social, moral, político,
periodístico-, sin embargo, puede no representar estrictamente el
valor normativo que el sistema jurídico –legal, internacional o
incluso de ius cogens- le otorga al concepto de genocidio para
exponer una determinación típica específica.
Eso es lo que acontece, en este caso, con la elección
hecha por dos de los jueces del tribunal de juicio cuando han
recurrido a la noción de genocidio para calificar los hechos
juzgados. Lo que es aceptable en la argumentación ordinaria no es
de recibo desde la aproximación normativa, que exige el respeto
por categorías jurídicas que no pueden ser desconocidas por la
jurisdicción, so pretexto de marcar un disvalor comunicativo que
consideran superior al otorgado por la denominación de lesa
humanidad que corresponde, como adelanto desde ahora, a los
sucesos comprobados.
Esto resulta impropio de la magistratura pues pone en
trance un concepto que ha merecido, durante casi un siglo, la
esforzada labor de los juristas para expresar ciertos
comportamientos ilícitos que, en su exteriorización normativa,
ofrecen una notoria complejidad. Su uso retórico en el ámbito de

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intervención judicial no solo crea inseguridad, al banalizar
aspectos propios de esa elaboración conceptual, sino que, además,
pone en crisis -como lógica consecuencia jurídica- el principio de
legalidad, las nociones del derecho internacional y convencional
y, más precisamente aún, uno de sus derivados, como es el
principio de tipicidad.
La falta de fundamento jurídico eficaz en el análisis de
los jueces que formaron la mayoría, y que se resalta aún con mayor
nitidez en confronte con el voto de la minoría y los razonamientos
de la acusación fiscal, hacen procedente los agravios de la
defensa sobre el punto.
En efecto, la Convención para la Prevención y Sanción del
Delito de Genocidio ha explicitado, en su artículo II, que ese
concepto se atribuye a ciertos crímenes perpetrados con la
“intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional,
étnico, racial o religioso como tal”. Entre esos delitos se
señalan la matanza de miembros del grupo; las lesiones graves a la
integridad física o mental de los miembros del grupo; el
sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que
hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial; medidas
destinadas a impedir los nacimientos en el seno del grupo; y el
traslado por fuerza de niños del grupo a otro grupo.
La referencia a propuestas previas a la determinación
legal alcanzada, que ampliaban la caracterización o identidad de
los grupos hechas en el fallo –fs. 432, por ejemplo-, aunque
importante para el debate histórico del tema, es inoperante en los
términos de la Convención de Viena sobre el Derecho de los
Tratados –interpretación- para ampliar el elenco de
caracterización grupal alcanzado. Ello, precisamente, puesto que
en la decisión final se descartó el objetivo asumido por la
mayoría en el fallo impugnado.
Desde esa aproximación legal, cabe recordar que el art.
31 de la Convención de Viena impone, como regla general, que un
tratado deberá interpretarse de buena fe, conforme al sentido

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corriente que haya de atribuirse a sus términos, en el contexto de


estos, y teniendo en cuenta su objeto y fin. Esta cuestión, por
cierto, se encuentra validada a través del art. 32 en cuanto
muestra, como medios de interpretación complementarios, los
trabajos preparatorios y las circunstancias de su celebración.
Precisamente, el contexto y los trabajos preparatorios
indican que se ha excluido de la caracterización de los grupos
aquella que ahora propone el fallo. Por lo demás, y en congruencia
con ese aspecto, una de las directrices interpretativas que se
mencionan en el tratado es la que dispone que se dará a un término
un sentido especial si consta que tal fue la intención de las
partes. A esta debe sumarse, como se verá, toda práctica
ulteriormente seguida en la aplicación del tratado por la cual
conste el acuerdo de las partes acerca de su interpretación.
Justamente, esta consideración sobre la noción de
genocidio es también aquella que la jurisprudencia internacional
ha desenvuelto, por ejemplo, en el precedente The Prosecutor vs.
Goran Jelisic del Tribunal Internacional para el juzgamiento de
los responsables de los crímenes cometidos en el territorio de la
ex Yugoslavia desde 1991 –ONU- cuando explica que la mens rea del
delito consiste en la destrucción, en todo o en parte, de un grupo
nacional como tal –as such- (considerandos 61, 62 y 66). Por eso,
su característica peculiar y uno de los aspectos que lo discierne
dentro de los crímenes de lesa humanidad.
El Tribunal señala la línea de interpretación que debe
aplicarse y por eso asume que lo hará de acuerdo al “principle
nullum crimen sine lege”, examinado los componentes legales del
crimen de genocidio, tomando en cuenta solo aquellos que lo
caracterizan sin lugar a dudas -“means to examine the legal
ingredients of the crime of genocide taking into account only
those which beyond all doubt form part of customary international
law”-. Esto marca cuál es la vía idónea de análisis del nomen

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iuris –genocidio- que ha sido desatendida en el voto de la mayoría
en la sentencia aquí ponderada.
Desde esos fundamentos de legalidad tazada y hermenéutica
convencional, los jueces están llamados a respetar la
consolidación de los términos jurídicos cuando estos representan
el nomen iuris de un crimen que integra componentes específicos
que ha demandado una seria discusión y se ha consolidado en esa
línea. Tan evidente resulta esta cuestión interpretativa que, en
el propio fallo, se admite que los grupos políticos como las
motivaciones políticas “quedaron excluidas” de la definición legal
-fs. 433-.
Por lo tanto, no pueden confundirse niveles de
expresividad que se muestran claramente diversos. El uso de
títulos de imputación que resultan ajenos a la hermenéutica
normativa de los sucesos crea confusión y, en lo que aquí importa,
en la intervención de este tribunal de revisión –Casación- no
puede ser dejado de lado en el análisis crítico de la decisión,
más allá de las relativas consecuencias operativas en punto a la
sanción. No se trata solo de la degradación de la ciencia jurídico
penal, sino de la afectación de garantías explícitamente
reconocidas a nivel local e internacional.
Es como si un juez tachara de robo y de ladrones a sus
autores, para referirse al comportamiento corrupto de funcionarios
públicos que se han apropiado en su actividad administrativa de
dineros estatales. Lo que es “permitido” en el lenguaje retórico o
la comunicación agonal resultaría un despropósito en un fallo
judicial, cuando en verdad lo que se tiene, ante la prueba
colectada, es una administración fraudulenta, una dádiva, un
cohecho; títulos de atribución normativos que tienen un
significado jurídico propio, distinto, claro está, al “robo” de
los ladrones. Ello así aun cuando, en lo coloquial, ese
señalamiento, con afán ilocucionario, resulte eficaz para mostrar
un disvalor de la actuación de los funcionarios de un gobierno. Ni
la analogía, la interpretación contra legem o la metáfora son

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permitidas en el marco de la juridicidad formal y material cuando


se somete una decisión a la revisión casatoria.
En el caso de la noción legal –típica- de genocidio es
relevante preservar su significado y expresividad normativa, pues
da lugar a una hermenéutica, a esta altura solidificada a nivel
internacional, que ha sido puesta en crisis en la decisión
arbitraria que, por mayoría, adoptó el tribunal de juicio. Es más,
la inaplicabilidad de esa atribución se muestra en la pretensión
de dar intensidad al crimen por la cualificación parcializada y
cuantificación de las víctimas cuando es sabido que el genocidio
incluso, como typus, no requiere de un número significativo de
muertes, pues lo relevante es una tendencia específica de la
imputación subjetiva que gobierna los actos ilícitos.
En la argumentación de los votos de la mayoría puede
inferirse, tras reconocer que la interpretación desde perspectiva
política no es de recibo, la pretensión de identificar bajo el
rótulo de grupo nacional a un tramado de relaciones sociales que
intenta describir como trabajadores. Primero, de una determinada
zona –Ensenada, Berisso-, luego, que se extendería a todo el
territorio para, finalmente, limitarlo a cierta opción política.
Esto se muestra, por ejemplo, a fs. 444 y siguientes, cuando en
verdad se señala como cómplices de los crímenes a otros
integrantes de ese mismo colectivo, para lo cual distingue entre
delegados gremiales de un sector –“opositores”- y delegados de
comisiones “oficialistas”. Estas premisas indican la carencia de
significado normativo para alcanzar la consideración de grupo
nacional de esas víctimas que se vinculan entre sí por ciertas
opciones políticas o sindicales de difícil generalización a la luz
del objetivo que se quiere demostrar.
Otro tanto ocurre con la concurrencia del voto de uno de
los jueces que argumenta que la noción de grupo nacional es
“absolutamente mudable” pero, además, “cuestionable” desde las
ciencias sociales –fs. 450- remitiendo al precedente “The

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Prosecutor vs. Goran Jelisic”, que ya fue motivo de cita más
arriba, pero claramente impertinente si lo que busca es justificar
la tesitura de su opinión. En efecto, basta con reparar en el
considerando 69 de ese precedente para descalificar su
operatividad en lo que pretende imponer el magistrado. Allí,
expresamente, se muestra la exclusión de la caracterización
política a la que recuren los votos de la mayoría dentro del fallo
para justificar la existencia de genocidio -“…the Statute protects
victims be longing to a national, ethnical, racial or religious
group and excludes members of political groups. The preparatory
work of the Convention demonstrates that a wish was expressed to
limit the field of application of the Convention to protecting
“stable” groups objectively defined and to which individuals
belong regardless of their own desire”-.
La mención que se hace en el voto a la mutabilidad de la
noción de grupo nacional, étnico, racial o religioso, se refiere
en verdad al análisis del contenido de alguna de esas
caracterizaciones que pueden mudar según las circunstancias
históricas y sociales. Sin embargo, no se ha demostrado en los
razonamientos de la mayoría que eso resulte operativo para el caso
bajo análisis.
Justamente, la evaluación de esas mutaciones ha sido
parte de la consideración de otro fallo –del ICTR- relevante en la
materia, relacionado ahora con los crímenes en Ruanda respecto de
los Tutsi, en el precedente The Prosecutor vs. Jean-Paul Akayesu
-Case No. ICTR-96-4-T.-. La cuestión discutida, en lo que aquí
interesa, resultaba compleja en tanto los crímenes se
desarrollaron dentro de un enfrentamiento civil armado y la
especificidad grupal podía resultar debatida, pues los Tutsi no
tenían una lengua o cultura diferente a los otros habitantes de
Ruanda (considerandos 124/128 y 170). Esto mostró que, en verdad,
la identificación del grupo dependía de aspectos étnicos, conforme
lo remarcó el relevamiento de un experto en la materia, Alison
Desforges. Es precisamente en ese contexto social, cultural y

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étnico que se puede aceptar que la noción de grupo con referencias


nacionales, religiosas o étnicas puede sufrir mutaciones a través
del tiempo, pero, a la vez, que hay categorías que han sido
fijadas hasta el presente (Considerandos 171/172).
Observo que nada de esta discusión se presenta en el
fallo aquí criticado y, por lo tanto, la referencia a la
mutabilidad de las categorías fijadas en la convención acerca de
los grupos no resulta de recibo en lo que a la solución del tema
respecta.
En consecuencia, la noción de genocidio ha quedado
circunscripta a un elenco determinado y estricto de situaciones
que lo caracteriza, sobre todo, respecto de otros crímenes y
atrocidades contra la humanidad. Especificidad, cabe acotar,
particularmente surgida de las exigencias de mens rea respecto de
ciertos grupos nacionales, étnicos, raciales o religiosos, ya que
no todo grupo o colectivo de personas aparecen integrados al
concepto de genocidio (Cfr. por todos, International Criminal Law
and Procedure, R. Cryer, H. Fridman, D. Robinson and E.
Wilmschort, Cambridge, 2007, chapter genocide).
Como no se ha probado que esto suceda en los delitos aquí
juzgados, la calificación de genocidio debe ser revisada. Esto,
claro está, no es óbice para entender que los injustos cuyo
juzgamiento y condena están bajo análisis de esta Cámara son
constitutivos de crímenes de lesa humanidad, tal como fue motivo
de acusación por el Fiscal durante el juicio, y plasmado en su
realización objetiva y subjetiva, como hechos probados en el
fallo.
Dicha calificación de modo alguno puede ser interpretada
como una acusación de índole alternativo, que triunfase por sobre
la desestimación de la subsunción de los hechos bajo la
denominación de genocidio. Al contrario, y sin perjuicio de lo
hasta aquí expresado, se trata de una consecuencia lógica derivada
de la inteligencia que sostiene que “el genocidio constituye tan

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sólo una especie o una modalidad agravada del género de los
crímenes de lesa humanidad” (Yves Ternon, El Estado criminal: los
genocidios en el siglo XX, Barcelona, Editorial Península, 1995,
pág. 44).
Es que “el genocidio desde el punto de vista normativo
es que se trata de un tipo penal que no protege, como a veces se
cree, el bien jurídico de la vida. En palabras de la gran
pensadora alemana Hannah Arendt, el genocidio constituye el crimen
de los crímenes porque pretende destruir la característica clave
de la condición humana, que es la diversidad” (Paolo D'Arcais,
Hannah Arendt, Existencia y libertad, Madrid, Editorial Tecnos,
1996, pág. 42), mientras que los crímenes de lesa humanidad
apuntan contra la humanidad en su totalidad sin distinciones y de
forma mucho más abarcativa, tal como lo definen sus propios
elementos objetivos de contexto.
De este modo, de acuerdo a los extremos expuestos, se
desestima la calificación de genocidio otorgada por el voto
mayoritario de la sentencia en crisis, a los delitos por ella
condenados, subsistiendo sobre ellos la adecuada subsunción bajo
la denominación legal de crímenes de lesa humanidad.
B) Consecuentemente, y sin perjuicio de adherir en lo
sustancial al voto preopinante respecto a la imprescriptibilidad
de los crímenes por los que fueran acusados y condenados los
encartados, he de destacar que, si bien es cierto que la categoría
de los delitos de lesa humanidad al momento de los hechos no se
encontraba positivizada como tal -conforme lo está en el presente-
según actual y constante doctrina de la Corte Suprema, a la que
cabe atenerse, sí se encontraba vigente en el derecho
internacional (ius cogens) y, en virtud del art. 118 CN, ya tenía
vigencia y resultaba vinculante para el ordenamiento argentino.
Por su parte, el Estatuto de Roma (aprobado por ley
25.390) que se encargó de sistematizar a nivel internacional los
delitos de lesa humanidad, en su art. 7 los define como
“cualquiera de los actos siguientes cuando se cometa como parte de

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un ataque generalizado o sistemático contra una población civil y


con conocimiento de dicho ataque: a) Asesinato; b) Exterminio; c)
Esclavitud; d) Deportación o traslado forzoso de población; e)
Encarcelación u otra privación grave de la libertad física en
violación de normas fundamentales de derecho internacional; f)
Tortura; g) violación, esclavitud sexual, prostitución forzada,
embarazo forzado, esterilización forzada u otros abusos sexuales
de gravedad comparable; h) Persecución de un grupo o colectividad
con identidad propia fundada en motivos políticos (…) en conexión
con cualquier acto mencionado en el presente párrafo o con
cualquier crimen de la competencia de la Corte; i) Desaparición
forzada de personas; j) El crimen de apartheid; k) Otros actos
inhumanos de carácter similar que causen intencionalmente grandes
sufrimientos o atenten gravemente contra la integridad física o la
salud mental o física”.
Así, de conformidad con la doctrina de la Corte Suprema
ya citada -que exige su leal acatamiento en las circunstancias del
presente caso-, los hechos aquí juzgados, en tanto se produjeron
en el período temporal transcurrido entre el 24 de marzo de 1976 y
el año 1978, en el marco de la ejecución del plan sistemático de
represión por parte de las fuerzas militares -con la colaboración
de personal de la policía- contra la población civil que resultaba
opositora a su régimen y que implicaron la comisión de homicidios,
privaciones ilegítimas de la libertad, la aplicación de tormentos
y otros actos inhumanos (Art. 7 incs. a, e, f, h y k del Estatuto
de Roma), deben quedar abarcados dentro de los delitos de lesa
humanidad.
Por lo demás, cabe recordar que en la causa 13/84,
“Causa originariamente instruida por el Consejo Supremo de las
Fuerzas Armadas en cumplimiento del decreto 159/83 del Poder
Ejecutivo Nacional”, quedó acreditada la existencia del plan
sistemático (cfr. capítulo XX del considerando 2°, Fallos de la
Corte, 309 tomo I).

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Siendo así, resulta lógico y oportuno señalar que habrá
de desestimarse lo alegado por la defensa oficial en
representación de los encartados Herzberg, Schaller y Rocca
referido a que no se encuentra probado el dolo de lesa humanidad
en tanto los nombrados desconocían la existencia del plan
sistemático. De ese modo, el agravio sobre la atribución de los
injustos a los nombrados asume no sólo sus aspectos objetivos,
sino también lo que hace a su necesaria imputación subjetiva. Su
rechazo corresponde en tanto, en la sentencia recurrida, se ha
acreditado que la Fuerza de Tareas N°5 -compuesta por fuerzas de
la Armada y la Prefectura Naval- actuó con el obvio y necesario
conocimiento del plan sistemático de represión que su acreditado
accionar acarreaba, conforme se lo examine de acuerdo con máximas
de experiencia indiscutibles a partir de ese obrar conjunto y
coordinado.
Al respecto, el voto mayoritario de la sentencia en
crisis ha destacado que los hechos investigados y juzgados no
resultan “sucesos aislados, sino que se inscriben y forman parte
de un universo de criminalidad organizada estatal, respecto de la
que se han expedido diversos tribunales del país, especialmente a
partir de la Causa n° 13/84 –conocida como Juicio a las Juntas-,
así como organismos locales e internacionales que bregan por la
protección de los derechos humanos, coincidiendo en que la
dictadura cívico-militar implementada entre los años 1976-1983, ha
cometido infinidad de ilícitos que constituyen crímenes de lesa
humanidad y por tanto imprescriptibles”.
Sobre el particular, se observó que “[e]n el marco del
plan sistemático de criminalidad organizada estatal instaurado en
nuestro país por el gobierno de facto, fue la denominada Fuerza de
Tareas n° 5, que conformaba un eslabón de la estructura
operacional de la Armada Argentina, y se hallaba integrada por
miembros de esa fuerza y de la Prefectura Naval, la que llevó
adelante un intenso despliegue represivo ilegal dirigido,
principalmente, contra trabajadores.”

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Específicamente, el tribunal de origen tuvo en cuenta que


“el plexo normativo se fundó en los denominados decretos de
aniquilamiento, Nros. 2770, 2771 y 2772, dictados el 6 de octubre
de 1975, mediante los que se puso de manifiesto el objetivo de
―aniquilar el accionar de los elementos subversivos en todo el
país, creándose a tal fin, el ―Consejo de Seguridad Interna,
integrado por el Presidente de la Nación, los Ministros del Poder
Ejecutivo y los Comandantes Generales de las Fuerzas Armadas (…)
Por su parte, se estableció que las Fuerzas Armadas, bajo el
Comando Superior del Presidente de la Nación, ejercido a través
del Consejo de Defensa, ejecutaría ―…las operaciones militares y
de seguridad que sean necesarias a los efectos de aniquilar el
accionar de los elementos subversivos en todo el país… (art. 1.
dec. 2772/75)”.
Siendo así, se destacó que “[e]n el contexto reseñado,
el Comandante de Operaciones Navales, Vicealmirante Luis María
Mendía, suscribió el 21 de noviembre de 1975, el PLAN DE
CAPACIDADES – PLACINTARA C.O.N. Nº 1 ―S/75, contribuyente a la
Directiva del Consejo de Defensa Nº 1/75 en la lucha
Antisubversiva, con el objeto de establecer los lineamientos
generales que debía adoptar la Armada Argentina en su accionar
contra el denominado ―oponente subversivo (…) allí se delinearon
formalmente los objetivos y las funciones asignadas a la Armada
dentro del esquema represivo, y se trazaron pautas organizativas
para dicha fuerza, en el marco de las que se le asignó la zona
portuaria de La Plata, Berisso y Ensenada, a la Fuerza de Tareas
n° 5 (…) Conforme el Placintara, la Fuerza de Tareas Nº 5, estaba
integrada por la Escuela Naval Militar, cuyo Director ejercía el
Comando, el Liceo Naval Almirante Brown, el Hospital Naval Río
Santiago, el Batallón de Infantería de Marina Nº 3 (BIM3), la
Prefectura La Plata, el Centro de Incorporación y Formación de
Conscriptos de I.M. y las dependencias con asiento en La Plata,
Berisso y Ensenada”.

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Por su parte, valoró también el tribunal oral que “la
zona de Río Santiago, fue[] jurisdicción de la Fuerza de Tareas Nº
5 ―Agrupación Río Santiago y, en relación con ello, el Anexo ―D
del Placintara -referido a las jurisdicciones y acuerdos-
determinó como jurisdicción de la FUERTAR 5 los ―2.5.1
Establecimientos y otras dependencias de la Armada ubicadas en la
zona de Río Santiago, Hospital Naval Río Santiago, Batallón de
Infantería de Marina Nº 3, Astillero Naval Río Santiago,
Prefectura de La Plata, Destilería Y.P.F en Dock Central y zona
portuaria de La Plata”.
Y sobre las acciones previstas para la Fuertar 5 se dijo
que incluían “a) 3.1.2. Administración y control del personal
detenido; b) 3.2.2. Captación de la opinión pública externa; c)
3.2.3. Inteligencia sobre el oponente interno; d) 3.2.5.
Contrainfiltración; e) 3.2.6. Contrainformación; f) 3.2.7.
Contraespionaje; g) 3.2.9. Contrasubversión; h) 3.2.10. Acciones
secretas ofensivas; i) 3.3.10. Respuestas a acciones sorpresivas
del oponente subversivo; j) 3.3.11. Represión; k) 3.3.12.
Conquista y ocupación de zonas y objetivos; l) 3.3.13. Ataque
terrestre a las fuerzas regulares e irregulares del oponente
subversivo; entre otras. Se aclara en relación con las distintas
acciones que ―Partiendo de la base que las Fuerzas se encuentran
en operaciones contra la subversión, su apresto, parcial o total,
deberá ser considerado una actitud permanente”.
En los puntos señalados, acompañó el voto minoritario,
quien señaló que “la conjunta privación ilegal de la libertad de
los trabajadores de las distintas empresas de la zona y,
principalmente, la coincidencia del objeto de los interrogatorios,
es otra prueba de la vieja infiltración de la Armada en estas
empresas”.
De esta forma, no puede sostenerse válidamente que el
personal de Armada y Prefectura Naval, que prestaba funciones en
el marco histórico del año en el que se sucedieron los hechos en
la ciudad de La Plata y sus alrededores, desconociera la

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existencia del plan sistemático de represión del cual formaba


parte. En consecuencia, los aspectos de imputación subjetiva, que
entran en consideración para sostener la responsabilidad de los
nombrados, encuentran soporte en los hechos y adecuada subsunción
en la categoría dogmática del dolo.
Por un lado, en la medida en que está demostrado -a
través de los comportamientos exteriorizados por los acusados en
el ejercicio de sus funciones- el conocimiento y voluntad de
llevar a cabo esos actos lesivos de indudable relevancia penal.
Por otra parte, esta comprobada situación de hecho encuentra
adecuado correlato en la comprensión normativa del dolo.
7°) En cuanto a la mensuración punitiva, resulta
inoficioso, a la luz de lo resuelto en el Considerando 4° de la
presente, el tratamiento de los agravios planteados por la defensa
oficial respecto del monto de la sanción impuesta a Carlos José
Ramón Schaller.
Asimismo, y sin perjuicio de las consideraciones
previamente expuestas, habré de estar por la confirmación de las
condenas a prisión perpetua impuestas a Jorge Alberto Errecaborde
y Roberto Eduardo Fernando Guitían, en virtud de los hechos de
homicidio agravado por los que ambos fueron encontrados penalmente
responsables.
Siendo así, sólo cabe abocarse al tratamiento de los
agravios traídos por la defensa oficial de Rocca y Herzberg y a
aquellos colacionados por el defensor particular, quien impugnó la
constitucionalidad de la pena de prisión perpetua a la cual fueran
condenados sus entonces defendidos, cuestionamientos que, en ambos
casos según los argumentos que serán ensayados, habrán de ser
rechazados.
En primer término, corresponde señalar que la
consideración efectuada por la defensa oficial, respecto de que
las condenas de sus asistidos debieron verse reducidas en tanto
“debe contemplarse la posibilidad de corroboración de la actuación

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de los agentes en error sobre la antijuridicidad de la conducta”,
no puede recibir favorable acogida.
En efecto, esas manifestaciones prescinden del carácter
ostensiblemente ilegal, tanto de las órdenes dadas, como de las
conductas que en sí mismas se imputan.
En este punto, cabe resaltar que los sucesos que nos
ocupan implican la muerte de varias víctimas, desapariciones y
privaciones ilegítimas de la libertad, por su presunta filiación
política o ideológica, en el marco de un ataque generalizado y
sistemático contra la población, circunstancia que caracteriza a
las imputaciones como delitos de lesa humanidad, todo lo cual era
conocido por los condenados, tal como ya señalé en el considerando
6°.
A la vez, las conductas endilgadas a los nombrados
impiden presumir que los imputados pudieran haber perpetrado los
graves hechos que se les imputan en la falsa creencia de un
supuesto de validación normativa por vía de justificación.
En esta misma dirección, y en orden a la pertenencia a la
estructura vertical de las fuerzas armadas, cabe afirmar que ya en
el Estatuto del Tribunal de Nüremberg se estableció que la
circunstancia de que el acusado actuara obedeciendo órdenes de su
gobierno o de un superior no le exonera de responsabilidad, a
pesar de que pueda considerarse un atenuante al determinar la
condena, si el Tribunal estimare que la justicia así lo exige
(art. 8).
En ese marco, los agravios aquí introducidos no logran
conmover el fundamento brindado por el tribunal – en su voto
mayoritario- que expuso que “los imputados, (…) operaban
utilizando la infraestructura de la Armada o Prefectura como
centros de detención clandestinos y sometían a los detenidos a
condiciones inhumanas de cautiverio a la vez que los doblegaban
con todo tipo de tormentos y los aislaban completamente del mundo
exterior”.

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Sala II
Causa Nº FLP 17/2012/TO1/29/CFC12
“VAÑEK, Antonio y otros s/ recurso
de casación”
Cámara Federal de Casación Penal

A la vez, señaló el a quo que los hechos sancionados


“[f]ormaron parte de un plan sistemático, el que encontraba
sustento en la doctrina represiva que le otorgaba a cada fuerza de
tareas: amplia autonomía en la ejecución de sus actividades y
amplia libertad de acción para cumplir con lo que consideraban
―necesidades operativas-”.
Esos criterios, que de hecho asumen la antigua doctrina
de los delitos mala in se, demuestran que este tipo de
comportamientos poseen un grado de integración en las reglas
sociales que la positivación, en verdad, solo dispone, en la
práctica, del grado de su punibilidad en virtud de la reconocida
antijuridicidad material que expresan. Por eso, en esos contextos,
la argumentación sobre posibles errores no es de recibo para el
Derecho.
En la misma línea, se advierte que las consideraciones
que llevaron a imponer a Rocca y Herzberg las penas de 25
(veinticinco) años de prisión e inhabilitación absoluta y perpetua
se ajustaron a las pautas establecidas en los artículos 40 y 41
del CP, sin advertirse que la parte recurrente haya precisado
suficientemente la existencia de un supuesto de arbitrariedad en
la consideración de aquellas imposiciones. En efecto, el tribunal
oral, luego de detallar los bienes jurídicos afectados, la
naturaleza de las acciones desplegadas y la extrema
responsabilidad que se desprendía de los cargos desempeñados por
los encartados al momento de los hechos, analizó acabadamente como
debían repercutir dichos extremos en la mensuración de la pena.
En particular, respecto de cuanto aquí interesa, se
remarcó en la sentencia que se ponderó “el concurso de delitos
verificados en el caso y teniendo en cuenta la magnitud de sus
aportes y las demás condiciones personales que surgen de los
legajos respectivos”, y especialmente en el caso de Herzberg el
“alto[] cargo[] público[] que ocup[ó] dentro de la estructura de
la armada para facilitar el empleo de los medios del estado para

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la consecución de fines ilícitos de grave significación social.
[y] (…) Su capacidad de decisión respecto de las conductas de
otros participes y el cabal conocimiento de las circunstancias en
las que se desempeñaban ameritan sobradamente el máximo de la
escala penal”.
Asimismo, se valoró como agravantes “la modalidad de los
hechos aquí juzgados para ponderar la intensidad del injusto, el
grado de reiteración delictiva, la pluralidad de bienes jurídicos
lesionados y la gran cantidad de casos en los que se los halló
responsables por los hechos ocurridos en la región La Plata,
Berisso y Ensenada”.
Así, no se advierte un supuesto de arbitrariedad en la
dosimetría punitiva (Fallos: 315:1658; 320:1463), ya que la
denuncia sobre una falta de fundamentación de la sentencia no
puede consistir en una mera discrepancia con la sanción impuesta,
por cuanto -como bien se conoce- el desacuerdo no es sinónimo de
arbitrariedad (Fallos: 302:284; 304:415).
Desde esta perspectiva, el equilibrio que debe existir
entre las consecuencias reales de la pena impuesta y la magnitud
del injusto se evidencia en el caso sub examine pues, los delitos
aquí juzgados, su naturaleza y gravedad, y el contexto en que se
sucedieron -que fue destacado por el tribunal en los extractos de
su pronunciamiento-, tratándose de graves violaciones a los
derechos humanos, imprime racionalidad a la decisión del tribunal
respecto a la pena impuesta a los imputados.
En este sentido, y como se dijo, puede colegirse que la
sanción prevista se ajusta a las pautas establecidas en los
artículos 40 y 41 del CP, al no advertirse ni demostrarse un
supuesto de arbitrariedad que afecte la decisión adoptada,
corresponde en esta instancia desestimar los planteos al respecto
(Fallos: 293:294; 299:226; 300:92, entre otros). En suma,
corresponde rechazar los agravios esbozados por la defensa oficial
en este punto.

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de casación”
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En otro extremo, respecto de los planteos subsistentes


ensayados por el defensor particular de los encartados Guitian y
Errecaborde sobre la inconstitucionalidad de la pena perpetua
impuesta a los mencionados, el voto mayoritario de la sentencia
impugnada -al que adhirió en solución el magistrado Castelli-, al
imponer la pena máxima, subrayó “el accionar desplegado por los
imputados, quienes, como se acreditó, operaban utilizando la
infraestructura de la Armada o Prefectura como centros de
detención clandestinos y sometían a los detenidos a condiciones
inhumanas de cautiverio a la vez que los doblegaban con todo tipo
de tormentos y los aislaban completamente del mundo exterior”.
Asimismo, de su lectura se desprende que “[e]n cuanto a
la extensión del daño causado, debe indicarse que las víctimas al
recuperar su libertad, en los casos que lo hicieron, vieron
afectados, el derecho a un trabajo digno, coartando por completo
su capacidad de desarrollarse en su profesión u oficio, ya que no
solo no podían reintegrarse al lugar del que fueron ―desraizados-,
si no que además se les prohibió normativamente, (Ver Resolución
490 de la UNLP) formar parte de alguna otra institución estatal y
consecuentemente vulnerando directamente su derecho de percibir
una jubilación digna fruto de su trabajo. Bastos fueron los
testimonios aportados al respecto, que dan cuenta que al momento
de ser secuestrados, muchos en sus propios lugares de trabajo,
recibieron un telegrama de despido por abandono de tareas, o
faltas injustificadas y que al momento de recuperar su libertad,
se presentaban en sus puestos de trabajos, siendo echados,
menospreciados y denigrados”.
Ello así, para finalmente estimar que “[p]ersonas que
permanecen desaparecidas, familias separadas, modificación dañosa
del entorno social, discriminación, estigmatización social,
perdida de chances, eliminación del proyecto de vida que sufrieron
las víctimas de este proceso de modo sistemático, planificado y
sostenido en el tiempo, del que fueron responsables los imputados

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aquí condenados, impiden observar atenuante alguna al momento de
la mensuración aquí efectuada”.
Siendo de ese modo, cabe señalar que respecto a este
monto de pena se ha dicho que “no es inconstitucional en sí, dado
que no es perpetua en sentido estricto, sino relativamente
indeterminada, pero determinable” en el marco del régimen de
progresividad en la ejecución de la pena; y “[t]ampoco es
inconstitucional como pena fija, siempre que en el caso concreto
no viole la regla de irracionalidad mínima, pues guarda cierta
relación de proporcionalidad con la magnitud del injusto y de la
culpabilidad” (Zaffaroni, E. Raúl, et. al., “Derecho Penal. Parte
General”, Ediar, Bs. As., 2000, p. 465).
Por tanto, no se advierte un supuesto de arbitrariedad en
la cuantificación punitiva (Fallos: 315:1658; 320:1463), ya que la
denuncia sobre una falta de fundamentación de la sentencia no
puede consistir en una mera discrepancia con el monto de la
sanción impuesta dentro de la escala penal aplicable, por cuanto
-como bien se conoce y ya he dicho- el desacuerdo no es sinónimo
de arbitrariedad (Fallos: 302:284; 304:415 y esta sala in re
“Sibilla, Alberto J. s/recurso de casación”, en causa nº 8568,
rta. el 13/12/2011, reg. nº 19554).
Cabe también realizar una aclaración respecto a aquellas
consideraciones relativas a la inconstitucionalidad de la pena
perpetua en razón de la edad de los condenados. En este sentido,
se advierte que el cuestionamiento resulta insustancial, pues no
encuentra apoyo en el ordenamiento jurídico actual en el cual el
sistema de ejecución de la pena previsto en la ley 24.660 (BO
16/07/96) se desarrolla a partir de un régimen de progresividad
que permite, a los condenados, recuperar su libertad anticipada a
partir de diversos institutos.
A todo evento, basta recordar la jurisprudencia de la
Corte Suprema de Justicia de la Nación sobre el particular para
rechazar la inconstitucionalidad (cfr. mutatis mutandis, Fallos:
328:4343, “Maldonado”). Por lo demás, en la etapa de ejecución, la

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de casación”
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parte tiene disponibles institutos que pueden atender la finalidad


de sus planteos.
En efecto, Jorge Alberto Errecaborde y Roberto Eduardo
Fernando Guitián se encuentran en prisión domiciliaria, que es uno
de los institutos previsto por la mentada ley, que tiene como fin
último el resguardo del principio de humanidad de las penas,
consagrado en el artículo 18 constitucional e instrumentos
internacionales de derechos humanos con jerarquía constitucional
(arts. 5 de la DUDH, 7 del PIDCP y 5 de la CADH).
Por las consideraciones expuestas, corresponde el rechazo
de los agravios aquí analizados, como así también la solicitud de
inconstitucionalidad invocada por la defensa particular.
8°) En torno al planteo de inconstitucionalidad del art.
19 inc. 4 CP, esgrimido por la defensa de Juan Carlos Herzberg,
Carlos José Ramón Schaller y Luis Rocca, coincido con la solución
propuesta por el magistrado que lidera el acuerdo. Ello así en
razón de que no se ha demostrado el agravio constitucional fundado
en los derechos a la seguridad social, a la subsistencia mínima, a
una vejez digna y a la salud que la parte invoca. Tales derechos
resultan resguardados, en principio, por el propio Estado en tanto
los condenados estén sujetos a su tutela –en prisión- y, en lo que
trascienda a esos aspectos, son los familiares con derecho a
pensión quienes tienen con los condenados deberes como garante.
Esto surge de la consideración sobre la interpretación del art. 12
del Código Penal que se muestra como medio idóneo para proveer las
limitaciones fácticas del condenado en el manejo de ciertos
derechos.
Sin perjuicio de ello, dejo asentado que, conforme expuse
al votar en el marco de la causa Nº FRO 82000149/10/CFC15,
caratulada: “SAINT AMANT, Manuel Fernando y otros s/ recurso de
casación” (rta. el 09/09/2019, reg. N° 1689/19), no corresponde
aplicar dicha sanción accesoria en la medida en la que se
restrinja el derecho de propiedad sobre un patrimonio que ha sido

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configurado a través del descuento forzoso a la retribución del
condenado durante la etapa laboral -previa al delito y sin
relación con este-. La remisión a quienes tienen derecho a pensión
no salva la cuestión, en tanto quita injustificadamente el derecho
reconocido legalmente en cabeza del titular.
Es en función de ello que, debido a que la jubilación,
pensión o retiro no tienen -en estos casos- naturaleza graciable,
sino que es consecuencia de lo trabajado previamente por los
condenados sin relación concreta con los delitos, debe atenderse a
los argumentos de la defensa en este punto y disponer que no
resulta aplicable a los casos el art. 19 inc. 4 CP.
En este aspecto, se advierte que a Jorge Alberto
Errecaborde y Roberto Eduardo Guitián también se les impuso la
pena prevista en el art. 12 CP y, con ello, la norma contemplada
en el art. 19 inc. 4 del mismo cuerpo legal. De esta forma y por
cuanto la no aplicabilidad del art. 19 inc. 4 no se basa en
motivos exclusivamente personales, sino en función del tipo de
cumplimiento de pena, corresponderá su aplicación extensiva a los
nombrados (art. 441 CPPN).
9°) En lo atinente al recurso deducido por la querella
unificada vinculado a las absoluciones -por mayoría- de Carlos
Ramón Schaller, respecto de los casos de Luis Córdoba, Juan
Alejandro Aguirre y Miguel Reinaldo Aguirre, y de Luis Rocca, por
el caso de Luis Eduardo Bloga, cabe estar a lo expuesto en torno a
la invalidez de la ampliación de la acusación analizada en el
considerando 4° de este voto –que incluye a los casos aquí
debatidos- y, en consecuencia, hacer lugar parcialmente el recurso
de casación interpuesto por esa parte.
Finalmente, habré de compartir las consideraciones
efectuadas por el magistrado que inicia el acuerdo en cuanto a
que, al no haber sido solicitada la ampliación de la medida
cautelar reparatoria por ninguna de las querellas en la
oportunidad prevista por el art. 393 del CPPN, no correspondía al
tribunal oral pronunciarse sobre aquello que nunca fue pedido y,

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en todo caso, atañe a la parte interesada acudir por la vía


pertinente.
10°) Por ello, voto por: 1°) RECHAZAR parcialmente los
recursos de casación interpuestos por las defensas de Juan Carlos
Herzberg, Luis Rocca, Jorge Alberto Errecaborde, Carlos José Ramón
Schaller y Roberto Eduardo Fernando Guitián, sin costas (arts.
456, 470, 471 a contrario sensu, 530 y ccdtes. del CPPN); con
excepción de lo propuesto en los considerandos 4° del presente
sufragio respecto de Guitián y Schaller (puntos dispositivos
“PRIMERO: 10”, “SEGUNDO: 5º y 6º” de la sentencia impugnada) y
6°a) en lo que respecta a la calificación de los hechos como
genocidio y en consecuencia, estar al encuadre de los delitos
juzgados en autos como crímenes de lesa humanidad; 2º) HACER LUGAR
parcialmente al recurso de casación deducido por la querella
unificada representada por los doctores María Luz Santos Morón,
Nicolás Tassara y Pía Garralda, de conformidad con lo expuesto en
el considerando 9º de este voto y, en consecuencia, anular los
puntos dispositivos “SEGUNDO: 9 y 10” en cuanto disponen las
absoluciones de Luis Rocca y Carlos José Ramón Schaller,
respectivamente; 3º) REENVIAR las actuaciones al a quo para que
disponga lo pertinente a fin de que se sustancien –por la vía
correspondiente- los casos que damnificaron a Reina Ramona
Leguizamón, Marta Isabel Cáneva, Ángel Oscar Revoledo, Jorge
Alberto Arri, Jorge Estanislao Bogusa, Manuel Carrete, Ana María
Nievas, Rosa Francisca Nievas, José Luis Dervaric, Adolfo Oscar
Lanoo, Roberto Miguel Aguirre, Miguel Reinaldo Aguirre, Juan
Alejandro Aguirre, Luis Ricardo Córdoba y Eduardo Bloga; de
conformidad con lo expuesto en los considerandos 4° y 9°; 4°)CASAR
PARCIALMENTE el punto SEXTO PRIMERO del dispositivo en cuanto
atañe a la aplicación del art. 19 inc. 4 del CP, de conformidad
con lo expuesto en el considerando 8° de este voto; 5°) Tener
presente la reserva de caso federal formulada por los impugnantes.
Así voto.

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El señor juez doctor Carlos A. Mahiques dijo:
I. En el mismo orden en que han sido respondidos los
agravios de las partes en el voto precedente, solo formularé
algunas puntualizaciones acerca de los tópicos más relevantes, ya
que, en lo demás, habré de adherir, en lo sustancial, a los
fundamentos jurídicos y a la conclusión propuesta por el colega
Guillermo J. Yacobucci.
II. Comparto con el anterior ponente la respuesta a los
agravios traídos por las defensas y referidas a las ampliaciones
de las acusaciones durante el debate respecto de hechos que no
estaban incluidos en los originarios requerimientos de elevación a
juicio, y que fueron incorporados por los acusadores privados en
el marco de la audiencia de debate e incluso en la sentencia
definitiva.
Sobre el punto he de insistir en que tal ampliación de la
plataforma fáctica derivó en una afectación a la garantía procesal
de congruencia como necesaria consecuencia del derecho a defensa
en juicio (art. 18 CN).
Acerca del mencionado principio de congruencia, cabe
recordar lo afirmado por la Corte Suprema de Justicia de la
Nación: “[…] en orden a la justicia represiva, es deber de los
magistrados, cualesquiera que fuesen las peticiones de la
acusación y la defensa o las calificaciones que ellas mismas hayan
formulado con carácter provisional, precisar las figuras
delictivas que juzgan, con plena libertad y exclusiva
subordinación a la ley, […] deber que encuentra su límite en el
ajuste del pronunciamiento a los hechos que constituyeron la
materia del juicio […]” (Fallos, 316:2713); doctrina de la que
cabe recoger que el principio al que alude –el de congruencia– se
verá conculcado siempre que no exista identidad entre el hecho
imputado en la indagatoria, el incluido en el auto de
procesamiento, el que fue materia de acusación y el que la
sentencia tuvo por recreado (cfr. CNCCC, Sosa, Miguel Ángel y otro

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s/ robo, causa nº 3.162/2013, Reg. nº 751/2016, rta. el


27/9/2016).
Aquella consigna garantizadora “(…) exige que el hecho
que se juzga debe ser exactamente el mismo que fue objeto de
imputación y debate en el proceso, es decir, aquel sustrato
fáctico sobre el cual los actores procesales desplegaron su
necesaria actividad acusatoria o defensiva” (confr. Fallos:
330:5020); y, “[…] de ordinario […] solo pretende que el fallo no
aprecie un hecho distinto al acusado, ni valore circunstancias no
introducidas por la acusación” (confr. J.B. Maier, Derecho
Procesal Penal, T. I. Fundamentos, Editores del Puerto, 2ª
edición, 2ª reimpresión, Bs. As., 2002, p. 569), siendo así lo
fundamental que los cambios no hayan desbaratado la estrategia
defensiva del acusado impidiéndole formular sus descargos.
En la especie, por el contrario, la inclusión de nuevos
hechos durante el debate fracturó la continuidad óntica de la
imputación que así se vio significativamente distorsionada con el
consiguiente perjuicio para los justiciables. En efecto, puede
aquí concluirse válidamente que aquella identidad, como expresión
concreta de la garantía de defensa en juicio (art. 18 CN), sufrió
un evidente menoscabo.
En conclusión, entiendo que corresponde anular la
sentencia conforme lo propone el colega preopinante en cuanto a
las condenas recaídas respecto de los imputados Carlos José Ramón
Schaller y Roberto Eduardo Guitián por los hechos que tuvieron por
víctimas a Reina Ramona Leguizamón, Martha Isabel Caneva, Ángel
Oscar Revoledo, Jorge Alberto Arri, Jorge Estanislao Bogusa,
Manuel Carrete, Ana María Nievas, Rosa Francisca Nievas, Adolfo
Oscar Lanoo, Roberto Miguel Aguirre y José Luis Dervaric, y
reenviar las actuaciones para que continúen investigándose los
casos referidos.
En el mismo sentido, deben casarse y anularse las
absoluciones dispuestas respecto de los hechos que damnificaron a

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Juan Alejandro Aguirre y Miguel Reinaldo Aguirre, y Luis Eduardo
Bloga, disponer el reenvío de los obrados a origen para su
adecuada investigación, lo cual, necesariamente, habrá de conducir
a la nulidad de las absoluciones de Schaller y Rocca respecto de
estos hechos.
En punto a la pena impuesta a Carlos José Ramón Schaller
y Roberto Eduardo Guitián, dejando a salvo mi criterio en cuanto a
la necesidad de cumplir en esta instancia con las previsiones de
los artículos 40 y 41 del Código Penal a los fines de la
mensuración punitiva (cfr. causa FTU 10746/2016/TO1/CFC1, Toloza,
Jorge Fernando y otros s/ recurso de casación rta. el 7/10/20,
reg. N° 1585/20 y sus citas) y al sólo efecto de conformar la
mayoría necesaria, adhiero al colega preopinante. Es decir,
corresponde reenviar las actuaciones al a quo para que se dicte
una nueva sanción penal respecto de Schaller, de conformidad con
la solución aquí propuesta, y mantener la pena impuesta a Guitián
en el sub lite –prisión perpetua-, pues en las particulares
circunstancias del caso aun ante el cambio de calificación
referenciado, aquéllas no se verían alteradas por las condenas por
los otros hechos que se confirman en este pronunciamiento.
III. Coincido con lo expuesto por el segundo votante, en
línea con lo sostenido también por el juez Slokar, en cuanto a la
aplicabilidad de la figura de Desaparición Forzada de Personas.
Nuestra Corte Suprema en el fallo “Simón” se pronunció en
el sentido de que la desaparición forzada de personas es un crimen
contra la humanidad, por lo que, concluyó que su regulación es
imperativa de Derecho Internacional general o norma de ius cogens
“; [...]la negativa de los apelantes a considerar el delito de
desaparición forzada de personas como un delito de lesa humanidad
[...] resulta inadmisible a la luz de principios del ius cogens
que imponen su represión por los órganos estatales y que permiten
tipificar a ese delito como autónomo en el actual estado de avance
de la ciencia jurídica [...]" (cfr. Consid. 95 del voto del juez
Maqueda, sentencia del 14 de junio de 2005, causa número 17.768).

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Dado el carácter de delito permanente que reviste aquella


figura resultará siempre aplicable la ley vigente en el último
tramo de la conducta en tanto el agente dio muestra con ella de no
querer modificar la situación de la víctima desde la consumación
de la abducción (cfr. Mis votos en causa nro. FSA
52000969/2009/TO1/CFC4 Cifre, Luis Arturo y otros s/ recurso de
casación, reg. 802/22, rta. 28/06/22; CPE 32191/2013/TO1/134/CFC40
Ale, Rubén Eduardo y otros s/ recurso de casación, reg. 1200/21,
rta. 16/7/21 y FSM 27004012/2003/TO1/3/CFC1, Villavicencio, Lidia
Fanni s/ recurso de casación, reg. 341/21, rta. 22/03/21). El
fundamento de la aplicación de la ley a esta actividad continuada
en el tiempo es que, por definición, el sujeto activo continúa o
mantiene de modo voluntario la consecuencia de la conducta ilícita
reprochada.
En el precedente “Jofre”, de la Corte Suprema, se afirmó
que "si el sujeto persiste en su conducta punible, si sigue
́ pese a lo que manda la nueva disposicion
adelante con su accion ́
legal, deberá aplicarsele
́ ́ severa, que voluntaria
la ley nueva mas
y deliberadamente insiste en seguir infringiendo, no pudiendo
́ en la circunstancia de
luego ampararse para mejorar su situacion
́ delictiva desarrollada la ejecutó bajo
que un tramo de la accion
́ benigna, ya que a pesar de la consecuencia mas
una ley mas ́ grave
dispuesta por la ́
ultima norma legal, siguió adelante con su
conducta criminal... El autor está en condiciones de adecuar su
conducta a las nuevas exigencias normativas... persiste en su
́
accion delictiva pese a conocer la mayor gravedad de ́
esta,
pudiendo desistir de su ̃
empeno criminal " (cfr. dict. del
Procurador General al que se remite la Corte Suprema de Justicia
in re, Jofre, Fallos 327:3279).
De este modo lo entendió también la CorteIDH que sostuvo
que por tratarse de violaciones graves de derechos humanos, y en
consideración del carácter continuado o permanente de la
desaparición forzada cuyos efectos no cesan mientras no se

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establezca la suerte o paradero de las víctimas y hasta que su
identidad sea determinada, el Estado debe “abstenerse de recurrir
a figuras como la amnistía” o cualquier eximente similar de
responsabilidad. (Cfr. Corte IDH. Caso Rochac Hernández y otros
Vs. El Salvador. Fondo, Reparaciones y Costas. Sentencia de 14 de
octubre de 2014. Serie C No. 285. 158, y Hermanas Serrano Cruz Vs.
El Salvador y Contreras y otros Vs. El Salvador).
La jurisprudencia constante de ese Tribunal regional ha
establecido “que los actos de carácter continuo o permanente se
extienden durante todo el tiempo en el cual el hecho continúa,
manteniéndose su falta de conformidad con la obligación
internacional (…) la Corte recuerda que el carácter continuo o
permanente de la desaparición forzada de personas ha sido
reconocido de manera reiterada por el Derecho Internacional de los
Derechos Humanos, en el cual el acto de desaparición y su
ejecución inician con la privación de la libertad de la persona y
la subsiguiente falta de información sobre su destino, y permanece
hasta tanto no se conozca el paradero de la persona desaparecida y
los hechos no hayan sido esclarecidos (…) La caracterización
pluriofensiva, en cuanto a los derechos afectados, y continuada o
permanente de la desaparición forzada, se desprende de la
jurisprudencia de es[e] Tribunal de manera constante desde su
primer caso contencioso hace más de veinte años, incluso, con
anterioridad a la definición contenida en la Convención
Interamericana sobre Desaparición Forzada de Personas”(Corte IDH,
caso Gomes Lund y otros, Guerrilha do Araguaia vs. Brasil.
Excepciones Preliminares, Fondo, Reparación y Costas, Sentencia de
24 de noviembre de 2010. Serie C No. 219).
En ese mismo sentido pueden confrontarse los fallos de la
citada Corte regional, González Medina y Familiares vs. República
Dominicana. Excepciones Preliminares, Fondo, Reparaciones y
Costas. Sentencia de 27 de febrero de 2012, párr. 50; Masacres de
Río Negro Vs. Guatemala. Excepción Preliminar, Fondo, Reparaciones
y Costas. Sentencia de 4 de septiembre de 2012, párr. 112, y Blake

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vs. Guatemala, sentencia del 24 de enero de 1998. En este último


fallo, incluso, uno de los jueces avanzó en la reafirmación de que
la desaparición forzada de personas adquirió el carácter de ius
cogens “convirtiéndose así en una norma imperativa de derecho
internacional general cuya vulneración está condenada por la
conciencia jurídica universal [...]"
Siendo ello así, considero ajustada la subsunción legal
realizada por el a quo a la norma de la Desaparición Forzada de
Personas, lo que conduce, a contrario, al rechazo de los agravios
de las defensas y a la ratificación de la condena en este tópico.
IV. Adhiero asimismo a los desarrollos del colega que me
precede en cuanto a la disconformidad con los votos que
conformaron la mayoría del tribunal sentenciante respecto a la
calificación de los crímenes juzgados como genocidio.
En efecto, como lo dije antes, el móvil constituye el
elemento diferenciador que caracteriza y distingue al Genocidio
del resto de los delitos internacionales contra la humanidad lato
sensu. La doctrina internacional en ese punto viene aseverando
desde antiguo que la diferencia entre Genocidio y el resto de los
crímenes mayores del derecho penal internacional, también
conocidos como “Core Crimes”, radica en la ultra-intencionalidad,
o el dolus specialis, que preside la actuación de los autores con
el fin de exterminar a uno o varios, de los grupos protegidos –
enumerados de forma taxativa por la norma-, de manera total o
parcial (cfr. Corte Penal Internacional, Decisión Sobre La
Solicitud Del Fiscal De Dictar Una Orden De Arresto Contra Omar Al
Bashir ICC-02/05-01/09-3, de 4 de marzo de 2009, párr. 139; Caso
Lubanga, Judgement, ICC01/04-01/06-2842 de 14 de marzo de 2012,
párrs. 1273, 1274; Tribunal Penal para la ex Yugoslavia, casos
Prosecutor v. Karadžić, IT-95–5/18-T, Judgment, 24 March 2016,
Karadžić Trial Judgment; Prosecutor v. Jelisić, IT-95–10-T,
Judgment, 14 de diciembre de 1999, para. 82; Prosecutor v.
Radislav Krstić, Case No. IT-98-33-A, Judgement, 19 April 2004,

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“Krstić Appeal Judgement”, para. 20; Corte Internacional de
Justicia, Application of the Convention on the Prevention and
Punishment of the Crime of Genocide, Bosnia and Herzegovina v.
Serbia, par. 295).
Esto significa que mientras la característica de “delito
internacional” de los crímenes de lesa humanidad, de guerra o de
agresión está dada por el elemento político o internacional que se
encuentra en el “actus reus”, es decir, en el tipo objetivo del
delito, en el caso del Genocidio, ese elemento internacional está
dado por la referida ultraintencionalidad (Mens rea). En otros
términos, que el mencionado elemento, que connota en especial a
esta infracción, se desplaza de la parte objetiva a la subjetiva,
justamente a través de la mentada “ultra-intencionalidad”.
No va dicho con ello que las víctimas del terrorismo de
Estado pertenecían a un "grupo nacional” en el sentido del
Estatuto de Roma. Pero justamente, lo que motivó el plan
sistemático de desaparición y tortura no fue la nacionalidad de
las víctimas, sino su “oposición al plan implementado”. Así, el
ataque perpetrado desde el aparato estatal contra la población
civil que acarreó la “destrucción parcial” de ese “grupo
nacional”, no estuvo dirigido contra dicha población por su
pertenencia a un grupo nacional, es decir, por ser argentinos,
sino por su ideología a pertenencia política, circunstancia que es
incluso reconocida por los acusadores privados.
En esta línea, y precisamente por no tratarse de hechos
aislados, sino planificados y ejecutados en el marco, y “como
parte de un ataque generalizado o sistemático”, es que dichos
ataques deben recibir la denominación de crímenes de “Lesa
Humanidad”, y ser, bajo esta calificación, juzgados y sancionados
por los tribunales competentes. Si se tratara de hechos aislados,
faltaría el elemento internacional característico de los “Core
Crimes”, y se estaría en el nivel de los delitos comunes. Resulta,
entonces, que es ese ataque “enmarcado en un plan mayor”, es lo
que le confiere el carácter de delito de Lesa umanidad (cfr. CFCP,

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Sala II
Causa Nº FLP 17/2012/TO1/29/CFC12
“VAÑEK, Antonio y otros s/ recurso
de casación”
Cámara Federal de Casación Penal

Sala I, Causa FRO 76000007/2011/TO1/CFC13, Patti, Luis Abelardo y


otros s/ recurso de casación reg. 526/21, rta. 21/04/21).
A modo de obiter dictum, cabe aclarar que la locución
jurídica “contexto de genocidio político” empleada por el tribunal
no existe como tal en sentido y como concepto normativo. Por de
pronto el Genocidio es un “crimen”, no un “contexto”. Se podría
hacer referencia, en todo caso, a un “contexto histórico” donde se
cometió el Genocidio, pero el significante de “contexto de
genocidio político” queda reservado, a todo evento, al campo de
las declaraciones simbólicas y no el de las nociones jurídicas.
Siempre se reconoció la diferencia entre la percepción social y el
sentido legal del término Genocidio (cfr. C. Stahn, A Critical
Introduction to International Criminal Law, Cambridge University
Press, Cambridge, 2019, p. 33), por lo que la referencia a un
contexto de “genocidio político” pareciera estar más vinculado a
una percepción o significación social que a un riguroso sentido
jurídico del término.
Sin embargo, que los hechos que son objeto de juzgamiento
no se subordinen normativamente en la figura del Genocidio, y que
se los considere crímenes de Lesa Humanidad, no los convierte en
menos graves o aberrantes. En el campo de los delitos
internacionales, no existen delitos más graves que otros por su
calificación legal. Todos ellos conllevan un menoscabo a bienes
jurídicos fundamentales como la paz, la dignidad humana y la
seguridad internacional. En todo caso, la “mayor gravedad” de los
hechos en sucesos de esas proporciones dependerá de sus
circunstancias y características, y no de su calificación legal.
En definitiva, aquellos crímenes –Genocidio, Lesa
Humanidad, Guerra y agresión- afectan a la comunidad internacional
en su conjunto, por la magnitud y el impacto del daño causado, que
es la circunstancia que fundamenta la jurisdicción universal y
también la competencia complementaria de la Corte Penal
Internacional.

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Por esa misma razón, la conminación de la pena estará
determinada por la gravedad del crimen cometido y no en razón del
nomen iuris del tipo penal reprochado (cfr. CFCP, Sala I, causa nº
FBB 93001103/2011/TO1/69/CFC21, Fracassi, Eduardo René y otros
s/recurso de casación”, reg. 2504/19, rta. 27/12/2019).
V. Finalmente, con relación a la crítica ensayada por la
defensa respecto de la constitucionalidad del art. 19 inc. 4 del
CP, adhiero en lo sustancial al voto del juez Slokar, en línea con
lo resuelto por la Corte Suprema de Justicia de la Nación en
“Menéndez” (cfr. Fallos: 344:391, del 23/03/21).
Por todo ello, en mérito del acuerdo que antecede, el
tribunal RESUELVE:
I.- Por unanimidad, RECHAZAR los recursos de casación
interpuestos por la defensa particular de Jorge Alberto
Errecaborde y Roberto Eduardo Fernando Guitián y por la defensa
oficial de Juan Carlos Herzberg, Luis Rocca, Carlos José Ramón
Schaller, sin costas (arts. 456, 470 y 471 a contrario sensu, 530
y ccdts. del CPPN); con excepción de lo aquí propuesto respecto de
la ampliación de la acusación -punto dispositivo “PRIMERO: 10)”-,
y en consecuencia, ANULAR la pena impuesta a Carlos José Ramón
Schaller y REENVIAR las actuaciones al a quo para que se dicte una
nueva sanción penal, de conformidad con lo ut supra expuesto
(Punto dispositivo “SEGUNDO: 6º”).
II.- Por unanimidad, HACER LUGAR parcialmente al recurso
de casación deducido por la querella unificada representada por
los doctores María Luz Santos Morón, Nicolás Tassara y Pía
Garralda y, en consecuencia, ANULAR los puntos dispositivos
“SEGUNDO: 9 y 10” en cuanto disponen las absoluciones de Luis
Rocca y Carlos José Ramón Schaller, respectivamente, y REENVIAR
las actuaciones al a quo para que disponga lo pertinente a fin de
que se investiguen –por la vía correspondiente- los casos que
damnificaron a Reina Ramona Leguizamón, Marta Isabel Cáneva, Ángel
Oscar Revoledo, Jorge Alberto Arri, Jorge Estanislao Bogusa,
Manuel Carrete, Ana María Nievas, Rosa Francisca Nievas, José Luis

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Sala II
Causa Nº FLP 17/2012/TO1/29/CFC12
“VAÑEK, Antonio y otros s/ recurso
de casación”
Cámara Federal de Casación Penal

Dervaric, Adolfo Oscar Lanoo, Roberto Miguel Aguirre, Miguel


Reinaldo Aguirre, Juan Alejandro Aguirre, Luis Ricardo Córdoba y
Eduardo Bloga.
III.- Por mayoría, ANULAR la sentencia recurrida en lo
que respecta a la calificación de los hechos como genocidio y, en
consecuencia, estar al encuadre de los delitos juzgados en autos
como crímenes de lesa humanidad.
IV.- TENER PRESENTE la reserva de caso federal formulada
por los impugnantes.
Regístrese, publíquese, notifíquese y hágase saber a la
Dirección de Comunicación y Gobierno Abierto de la Corte Suprema
de Justicia de la Nación (Acordadas Nº 42/15 y 5/19, CSJN).
Cumplido, remítanse las presentes actuaciones mediante pase
digital al Tribunal Oral en lo Criminal Federal N° 1 de La Plata
mediante pase digital, haciéndole saber lo resuelto también vía
correo electrónico y oficio DEO. Oportunamente devuélvanse las
piezas procesales reservadas en Secretaría.
Sirva la presente de atenta nota de envío.
FDO. CARLOS A. MAHIQUES, GUILLERMO J. YACOBUCCI y ALEJANDRO W. SLOKAR –en
disidencia parcial- (JUECES DE CÁMARA).
ANTE MÍ: JUAN MARTÍN NOGUEIRA (PROSECRETARIO DE CÁMARA)

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