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Causa FBB
93000001/2012/TO1/180/CFC172
“González Chipont, Guillermo Julio y
otros s/recurso de casación”
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y Carmen María Ibáñez y a Osvaldo Lucio Sierra, el defensor
particular doctor Carlos Eduardo Carrizo Salvadores.
Efectuado el sorteo para que los señores jueces emitan
su voto, resultaron designados para hacerlo en primer término
el señor juez Alejandro W. Slokar y, en segundo y tercer
lugar, la señora jueza Angela E. Ledesma y el juez Guillermo
J. Yacobucci, respectivamente.
El señor juez Alejandro W. Slokar dijo:
-I-
1º) Que el Tribunal Oral en lo Criminal Federal de
Bahía Blanca, en cuanto deviene pertinente, resolvió: “1)
RECHAZAR los planteos de extinción de la acción penal por
prescripción introducidos por la Defensa Oficial y los
defensores particulares Dres. Gerardo Ibáñez, Walter Ernesto
Tejada y Carlos Horacio Meira; 2) RECHAZAR el planteo de
insubsistencia de la potestad persecutoria por agotamiento del
plazo razonable realizado por la Defensa Oficial; 3) RECHAZAR
los planteos genéricos realizados por el Dr. Carlos Horacio
Meira con relación a Jorge Horacio Rojas; 4) RECHAZAR el
planteo de cosa juzgada realizado por la Defensa Oficial con
relación a Osvaldo Bernardino Páez y Oscar Lorenzo Reinhold;
5) DECLARAR LA NULIDAD PARCIAL del alegato realizado por el
Ministerio Publico Fiscal con relación a Miguel Ángel Nilos,
en cuanto pretendió achacarle el delito de falsedad
ideológica, hecho que no formo parte de la plataforma fáctica
definida por el requerimiento acusatorio y el auto de
elevación a juicio; 6) NO HACER LUGAR a la solicitud de
exclusión probatoria de la documentación proveniente del
archivo correspondiente a la ex Dirección de Inteligencia de
la Policía de la Provincia de Buenos Aires -DIPPBA-
peticionado por la Defensa Oficial; 7) NO HACER LUGAR a la
exclusión probatoria del expediente N° U-10-0993/94,
solicitado por el Dr. Gustavo Rodríguez, en su carácter de
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mediar violencias o amenazas, en concurso real con homicidio
agravado por alevosía, por el concurso premeditado de dos o
más personas y con el fin de lograr la impunidad, en perjuicio
de Ángel Enrique Arrieta y Carlos Oscar Trujillo; c) privación
ilegal de la libertad agravada por haber sido cometida por un
funcionario público con abuso de sus funciones o sin las
formalidades prescriptas por la ley agravada por mediar
violencias o amenazas y por su duración mayor a un mes, en
concurso material con imposición de tormentos agravados por
ser las víctimas perseguidas políticas en concurso real con
homicidio agravado por alevosía, por el concurso premeditado
de dos o más personas y con el fin de lograr la impunidad,
bajo la modalidad de desaparición forzada de personas, en
perjuicio de Raúl Ferreri (según lo prevén los artículos 2, 29
inciso 3°, 45, 55; 144 bis inciso 1 y último párrafo –ley
14.616-, en función del artículo 142 incisos 1 y 5 -ley
20.642-; 144 ter segundo párrafo -texto según ley 14.616-; 80
inc. 2, 6 y 7 -ley 21.338- del Código Penal y artículos 530 y
531 del CPPN); y d) ABSOLVERLO de los hechos que tuvieron como
víctimas a Graciela Alicia Romero y Raúl Eugenio Metz, por no
haberse podido acreditar la acusación en el debate (conforme
arts. 3 y 402 del CPPN) y respecto del delito de asociación
ilícita, al entender que no se encuentran acreditados los
elementos típicos contenidos en la figura prevista en el art.
210 del Código Penal; 14) CONDENAR a OSVALDO BERNARDINO PÁEZ
[…] a la pena de PRISIÓN PERPETUA, INHABILITACIÓN ABSOLUTA Y
PERPETUA, ACCESORIAS LEGALES Y AL PAGO DE LAS COSTAS DEL
PROCESO, por considerarlo coautor penalmente responsable de
los delitos de: a) privación ilegal de la libertad agravada
por haber sido cometida por un funcionario público con abuso
de sus funciones o sin las formalidades prescriptas por la
ley, agravada por mediar violencias o amenazas, en concurso
real con imposición de tormentos agravados por ser la víctima
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más personas y con el fin de lograr la impunidad, en perjuicio
de Alberto Ricardo Garralda y, bajo la modalidad de
desaparición forzada de personas, Fernando Jara y María
Graciela Izurieta; f) homicidio agravado por alevosía, por el
concurso premeditado de dos o más personas y con el fin de
lograr la impunidad, en perjuicio de Olga Silvia Souto
Castillo, Daniel Guillermo Hidalgo; g) sustracción de menor,
en perjuicio del hijo/a de María Graciela Izurieta (según lo
prevén los artículos 2, 29 inciso 3°, 45, 55; 144 bis inciso 1
y último párrafo –ley 14.616-, en función del artículo 142
incisos 1 y 5 -ley 20.642-; 144 ter segundo párrafo (texto
según ley 14.616) y arts. 91 y 92 [en función del art. 80 inc.
2]; art. 80 inc. 2, 6 y 7 -ley 21.338- y 146 del Código Penal
y artículos 530 y 531 del CPPN); y h) ABSOLVERLO del hecho que
tuvo como víctima a Daniel José Bombara por no haberse podido
acreditar la acusación en el debate (arts. 3 y 402 del CPPN) y
respecto del delito de asociación ilícita, al entender que no
se encuentran acreditados los elementos típicos contenidos en
la figura prevista en el art. 210 del Código Penal; 15)
CONDENAR a WALTER BARTOLOMÉ TEJADA […] a la pena de PRISIÓN
PERPETUA, INHABILITACIÓN ABSOLUTA Y PERPETUA, ACCESORIAS
LEGALES Y AL PAGO DE LAS COSTAS DEL PROCESO, por considerarlo
coautor penalmente responsable de los delitos de: a) privación
ilegal de la libertad agravada por haber sido cometida por un
funcionario público con abuso de sus funciones o sin las
formalidades prescriptas por la ley, agravada por mediar
violencias o amenazas y por su duración mayor a un mes en
concurso real con imposición de tormentos agravados por ser
las víctimas perseguidas políticas, respecto de Gladis
Sepúlveda, Elida Noemí Sifuentes y José Luis Gon; b) privación
ilegal de la libertad agravada por haber sido cometida por un
funcionario público con abuso de sus funciones o sin las
formalidades prescriptas por la ley, agravada por mediar
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políticas, respecto de Eduardo Alberto Hidalgo (HECHO I),
Simón León Dejter, Claudio Collazos, Estela Clara Di Toto,
Horacio Alberto López, Héctor Enrique Núñez, María Cristina
Jessenne, Braulio Raúl Laurencena, María Felicitas Balina y
Héctor Furia; c) privación ilegal de la libertad agravada por
haber sido cometida por un funcionario público con abuso de
sus funciones o sin las formalidades prescriptas por la ley,
agravada por mediar violencias o amenazas y por su duración
mayor a un mes, en concurso material con imposición de
tormentos agravados por ser las víctimas perseguidas
políticas, en perjuicio de Gladis Sepúlveda, Elida Noemí
Sifuentes, Mario Edgardo Medina, María Cristina Pedersen,
Eduardo Alberto Hidalgo (HECHO II), Víctor Benamo, Susana
Margarita Martínez, Rudy Omar Saiz, Orlando Luis Stirnemann,
Laura Manzo, María Emilia Salto, Rene Eusebio Bustos, Rubén
Aníbal Bustos, Raúl Agustín Bustos, María Marta Bustos,
Washington Barzola y Estrella Marina Menna; d) privación
ilegal de la libertad agravada por haber sido cometida por un
funcionario público con abuso de sus funciones o sin las
formalidades prescriptas por la ley, agravada por mediar
violencias o amenazas, en concurso material con imposición de
tormentos agravados por ser la víctima perseguida política y
lesiones gravísimas agravadas por alevosía, en perjuicio de
Nélida Esther Deluchi; e) privación ilegal de la libertad
agravada por haber sido cometida por un funcionario público
con abuso de sus funciones o sin las formalidades prescriptas
por la ley, agravada por mediar violencias o amenazas, en
concurso real con imposición de tormentos agravados por ser
las víctimas perseguidas políticas en concurso real con
homicidio agravado por alevosía, por el concurso premeditado
de dos o más personas y con el fin de lograr la impunidad, en
perjuicio de Daniel Bombara y Mónica Moran; f) privación
ilegal de la libertad agravada por haber sido cometida por un
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Iglesias, Carlos Carrizo, Sergio Ricardo Mengatto, Gustavo
Fabián Aragón, Gustavo Darío López, Alberto Adrián Lebed,
Emilio Rubén Villalba, Manuel Vera Navas, Vilma Diana Rial,
Mirna Edith Aberasturi, Daniel Osvaldo Esquivel, Francisco
Valentini y Eduardo Alberto Hidalgo (HECHO I); b) privación
ilegal de la libertad agravada por haber sido cometida por un
funcionario público con abuso de sus funciones o sin las
formalidades prescriptas por la ley, agravada por mediar
violencias o amenazas y por su duración mayor a un mes, en
concurso material con imposición de tormentos agravados por
ser las víctimas perseguidas políticas, en perjuicio de Pablo
Victorio Bohoslavsky, Julio Alberto Ruiz, Rubén Alberto Ruiz,
Héctor Juan Ayala, José María Petersen, Eduardo Gustavo Roth,
Renato Salvador Zoccali, Sergio Andrés Voitzuk, Néstor Daniel
Bambozzi, Eduardo Alberto Hidalgo (HECHO II), Mario Rodolfo
Crespo, José Luis Gon, Juan Carlos Monge, Luis Miguel García
Sierra, Oscar José Meilan, Jorge Antonio Abel, Patricia Irene
Chabat, Oscar Amilcar Bermúdez, Carlos Samuel Sanabria, Alicia
Mabel Partnoy, Susana Margarita Martínez, Héctor Osvaldo
González; c) privación ilegal de la libertad agravada por
haber sido cometida por un funcionario público con abuso de
sus funciones o sin las formalidades prescriptas por la ley,
agravada por mediar violencias o amenazas y por su duración
mayor a un mes, en concurso material con imposición de
tormentos agravados por ser las víctimas perseguidas políticas
y lesiones gravísimas agravadas por alevosía, en perjuicio de
Eduardo Mario Chironi; d) privación ilegal de la libertad
agravada por haber sido cometida por un funcionario público
con abuso de sus funciones o sin las formalidades prescriptas
por la ley, agravada por mediar violencias o amenazas y por su
duración mayor a un mes, en concurso real con imposición de
tormentos agravados por ser las víctimas perseguidas políticas
en concurso real con homicidio agravado por alevosía, por el
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tormentos agravados por ser las víctimas perseguidas
políticas, respecto de Gladis Sepúlveda, Elida Noemí Sifuentes
y José Luis Gon; b) privación ilegal de la libertad agravada
por haber sido cometida por un funcionario público con abuso
de sus funciones o sin las formalidades prescriptas por la
ley, agravada por mediar violencias o amenazas y por su
duración mayor a un mes en concurso real con imposición de
tormentos agravados por ser las víctimas perseguidas políticas
en concurso real con homicidio agravado por alevosía, por el
concurso premeditado de dos o más personas y con el fin de
lograr la impunidad, bajo la modalidad de desaparición forzada
de personas, respecto de Raúl Ferreri, Raúl Eugenio Metz y
Graciela Alicia Romero (conforme lo establecen los artículos
2, 29 inciso 3°, 45, 55; 144 bis inciso 1 y último párrafo –
ley 14.616-, en función del artículo 142 incisos 1 y 5 -ley
20.642-; 144 ter segundo párrafo -texto según ley 14.616-; 80
inc. 2, 6 y 7 -ley 21.338- del Código Penal y artículos 530 y
531 del CPPN); 19) CONDENAR a NORBERTO EDUARDO CONDAL […] a la
pena de PRISIÓN PERPETUA, INHABILITACIÓN ABSOLUTA Y PERPETUA,
ACCESORIAS LEGALES Y AL PAGO DE LAS COSTAS DEL PROCESO, por
considerarlo coautor penalmente responsable de los delitos de:
privación ilegal de la libertad agravada por haber sido
cometida por un funcionario público con abuso de sus funciones
o sin las formalidades prescriptas por la ley, agravada por
mediar violencias o amenazas y por su duración mayor a un mes
en concurso real con imposición de tormentos agravados por ser
las víctimas perseguidas políticas en concurso real con
homicidio agravado por alevosía, por el concurso premeditado
de dos o más personas y con el fin de lograr la impunidad,
bajo la modalidad de desaparición forzada de personas,
respecto de Raúl Ferreri, Raúl Eugenio Metz y Graciela Alicia
Romero (conforme lo establecen los artículos 2, 29 inciso 3°,
45, 55; 144 bis inciso 1 y último párrafo –ley 14.616-, en
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PERPETUA, INHABILITACIÓN ABSOLUTA Y PERPETUA, ACCESORIAS
LEGALES Y AL PAGO DE LAS COSTAS DEL PROCESO, por considerarlo
coautor penalmente responsable de los delitos de: a) privación
ilegal de la libertad agravada por haber sido cometida por un
funcionario público con abuso de sus funciones o sin las
formalidades prescriptas por la ley, agravada por mediar
violencias o amenazas en concurso real con imposición de
tormentos agravados por ser las víctimas perseguidas
políticas, respecto de Eduardo Alberto Hidalgo (HECHO I),
Simón León Dejter, Claudio Collazos, Estela Clara Di Toto,
Horacio Alberto López, Guillermo Oscar Iglesias, Guillermo
Pedro Gallardo, Carlos Carrizo, Sergio Ricardo Mengatto,
Gustavo Fabián Aragón, Gustavo Darío López, Alberto Adrián
Lebed, Emilio Rubén Villalba, Carlos Alberto Gentile, Héctor
Enrique Núñez, Manuel Vera Navas, Vilma Diana Rial, Mirna
Edith Aberasturi, Daniel Osvaldo Esquivel, María Cristina
Jessene, María Felicitas Balina, Héctor Furia y Braulio Raúl
Laurencena; b) privación ilegal de la libertad agravada por
haber sido cometida por un funcionario público con abuso de
sus funciones o sin las formalidades prescriptas por la ley,
agravada por mediar violencias o amenazas y por su duración
mayor a un mes, en concurso material con imposición de
tormentos agravados por ser las víctimas perseguidas
políticas, en perjuicio de José Luis Gon, Gladis Sepúlveda,
Elida Noemí Sifuentes, Patricia Irene Chabat, Mario Edgardo
Medina, María Cristina Pedersen, Eduardo Alberto Hidalgo
(HECHO II), Víctor Benamo, Susana Margarita Martínez, Pablo
Victorio Bohoslavsky, Julio Alberto Ruiz, Rubén Alberto Ruiz,
Héctor Juan Ayala, José María Petersen, Eduardo Gustavo Roth,
Renato Salvador Zoccali, Sergio Andrés Voitzuk, Néstor Daniel
Bambozzi, Mario Rodolfo Juan Crespo, Juan Carlos Monge, Luis
Miguel García Sierra, Oscar José Meilan, Jorge Antonio Abel,
Oscar Amilcar Bermúdez, Carlos Samuel Sanabria, Alicia Mabel
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Carlos Roberto Rivera, Zulma Raquel Matzkin, María Elena
Romero, Cesar Antonio Giordano, Zulma Araceli Izurieta, Estela
Maris Iannarelli, Carlos Mario Ilacqua, Andrés Oscar Lofvall,
Gustavo Marcelo Yotti, Darío José Rossi, Nancy Griselda
Cereijo, María Angélica Ferrari, Elizabeth Frers, Susana Elba
Traverso; y bajo la modalidad de desaparición forzada de
personas en perjuicio de Dora Rita Mercero, Luis Alberto
Sotuyo, Fernando Jara, María Graciela Izurieta, María Eugenia
González, Néstor Oscar Junquera, Raúl Ferreri, Graciela Alicia
Romero, Raúl Eugenio Metz, Néstor Alejandro Bossi y Julio
Argentino Mussi; f) homicidio agravado por alevosía, por el
concurso premeditado de dos o más personas y con el fin de
lograr la impunidad, en perjuicio de Olga Silvia Souto
Castillo, Daniel Guillermo Hidalgo y Patricia Elizabeth
Acevedo (según lo prevén los artículos 2, 29 inciso 3°, 45,
55; 144 bis inciso 1 y último párrafo –ley 14.616-, en función
del artículo 142 incisos 1 y 5 -ley 20.642-; 144 ter segundo
párrafo (texto según ley 14.616) y arts. 91 y 92, en función
del art. 80 inc. 2-; 80 inc. 2, 6 y 7 –ley 21.338- del Código
Penal y artículos 530 y 531 del CPPN); 22) CONDENAR a ENRIQUE
JOSE DEL PINO […] a la pena de PRISIÓN PERPETUA,
INHABILITACIÓN ABSOLUTA Y PERPETUA, ACCESORIAS LEGALES Y AL
PAGO DE LAS COSTAS DEL PROCESO, por considerarlo coautor
penalmente responsable de los delitos de: a) privación ilegal
de la libertad agravada por haber sido cometida por un
funcionario público con abuso de sus funciones o sin las
formalidades prescriptas por la ley, agravada por mediar
violencias o amenazas, en concurso real con imposición de
tormentos agravados por ser las víctimas perseguidas
políticas, respecto de Claudio Collazos, Estela Clara Di Toto,
Horacio Alberto López, Héctor Enrique Núñez, María Cristina
Jessenne, Braulio Raúl Laurencena, María Felicitas Balina y
Héctor Furia; b) privación ilegal de la libertad agravada por
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en concurso real con homicidio agravado por alevosía, por el
concurso premeditado de dos o más personas y con el fin de
lograr la impunidad, en perjuicio de Alberto Ricardo Garralda,
Ricardo Gabriel Del Rio, Juan Carlos Castillo, Pablo Francisco
Fornasari, Manuel Mario Tarchitzky, Roberto Adolfo Lorenzo; y
bajo la modalidad de desaparición forzada de personas en
perjuicio de Dora Rita Mercero, Luis Alberto Sotuyo y María
Graciela Izurieta (según lo prevén los artículos 2, 29 inciso
3°, 45, 55; 144 bis inciso 1 y último párrafo –ley 14.616-, en
función del artículo 142 incisos 1 y 5 -ley 20.642-; 144 ter
segundo párrafo [texto según ley 14.616] y arts. 91 y 92, en
función del art. 80 inc. 2; 80 inc. 2, 6 y 7 -ley 21.338- del
Código Penal y artículos 530 y 531 del CPPN); 23) CONDENAR a
JORGE HORACIO ROJAS […] a la pena de NUEVE (9) AÑOS DE
PRISIÓN, INHABILITACIÓN ABSOLUTA POR EL TIEMPO DE LA CONDENA,
ACCESORIAS LEGALES Y AL PAGO DE LAS COSTAS DEL PROCESO, por
considerarlo coautor penalmente responsable de los delitos de
a) privación ilegal de la libertad agravada por haber sido
cometida por un funcionario público con abuso de sus funciones
o sin las formalidades prescriptas por la ley, agravada por
mediar violencias o amenazas y por su duración mayor a un mes,
en concurso material con imposición de tormentos agravados por
ser las víctimas perseguidas políticas, en perjuicio de Pablo
Victorio Bohoslavsky, Julio Alberto Ruiz, Rubén Alberto Ruiz;
y partícipe necesario del delito de b) falsedad ideológica de
instrumento público (según lo establecen los artículos 2, 29
inciso 3°, 45, 55; 144 bis inciso 1 y último párrafo –ley
14.616-, en función del artículo 142 incisos 1 y 5 -ley
20.642-; 144 ter segundo párrafo -texto según ley 14.616-;
art. 293 primer párrafo (según ley 20.642) del Código Penal y
artículos 530 y 531 del CPPN); 24) CONDENAR a MIGUEL ÁNGEL
NILOS […] a la pena de NUEVE (9) AÑOS DE PRISIÓN,
INHABILITACIÓN ABSOLUTA POR EL TIEMPO DE LA CONDENA,
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PERPETUA, INHABILITACIÓN ABSOLUTA Y PERPETUA, ACCESORIAS
LEGALES Y AL PAGO DE LAS COSTAS DEL PROCESO, por considerarlo
coautor penalmente responsable de los delitos de: a) privación
ilegal de la libertad agravada por haber sido cometida por un
funcionario público con abuso de sus funciones o sin las
formalidades prescriptas por la ley, agravada por mediar
violencias o amenazas, en perjuicio de Eduardo Gustavo Roth,
Carlos Carrizo y Renato Salvador Zoccali; b) privación ilegal
de la libertad agravada por haber sido cometida por un
funcionario público con abuso de sus funciones o sin las
formalidades prescriptas por la ley, agravada por mediar
violencias o amenazas, en concurso real con imposición de
tormentos agravados por ser las víctimas perseguidas
políticas, de los que resultaron víctimas Gustavo Darío López,
Gustavo Fabián Aragón, José María Petersen, Mirna Edith
Aberasturi, Carlos Samuel Sanabria y Alicia Mabel Partnoy; c)
privación ilegal de la libertad agravada por haber sido
cometida por un funcionario público con abuso de sus funciones
o sin las formalidades prescriptas por la ley, agravada por
mediar violencias o amenazas y por su duración mayor a un mes,
en concurso real con imposición de tormentos agravados por ser
las víctimas perseguidas políticas en concurso real con
homicidio agravado por alevosía, por el concurso premeditado
de dos o más personas y con el fin de lograr la impunidad, en
perjuicio de María Elena Romero, Gustavo Marcelo Yotti, Cesar
Antonio Giordano y Zulma Araceli Izurieta; d) homicidio
agravado por alevosía, por el concurso premeditado de dos o
más personas y con el fin de lograr la impunidad, en perjuicio
de Patricia Elizabeth Acevedo (según lo prevén los artículos
2, 29 inciso 3°, 45, 55; 144 bis inciso 1 y último párrafo –
ley 14.616-, en función del artículo 142 incisos 1 y 5 -ley
20.642-; 144 ter segundo párrafo -texto según ley 14.616-; 80
inc. 2, 6 y 7 -ley 21.338- del Código Penal y artículos 530 y
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la libertad agravada por haber sido cometida por un
funcionario público con abuso de sus funciones o sin las
formalidades prescriptas por la ley, agravada por mediar
violencias o amenazas y por su duración mayor a un mes, en
concurso real con imposición de tormentos agravados por ser
las víctimas perseguidas políticas en concurso real con
homicidio agravado por alevosía, por el concurso premeditado
de dos o más personas y con el fin de lograr la impunidad, en
perjuicio de Alberto Ricardo Garralda, Ricardo Gabriel Del
Rio, Juan Carlos Castillo, Pablo Francisco Fornasari, Mario
Manuel Tarchitzky, Roberto Adolfo Lorenzo, Carlos Alberto
Rivera, Zulma Raquel Matzkin, María Elena Romero, Cesar
Antonio Giordano, Zulma Araceli Izurieta y Gustavo Marcelo
Yotti y, bajo la modalidad de desaparición forzada de
personas, en perjuicio de Dora Rita Mercero, Luis Alberto
Sotuyo y María Graciela Izurieta; e) homicidio agravado por
alevosía, por el concurso premeditado de dos o más personas y
con el fin de lograr la impunidad, en perjuicio de Olga Silvia
Souto Castillo, Daniel Guillermo Hidalgo y Patricia Elizabeth
Acevedo (según lo prevén los artículos 2, 29 inciso 3°, 45,
55; 144 bis inciso 1 y último párrafo –ley 14.616-, en función
del artículo 142 incisos 1 y 5 -ley 20.642-; 144 ter segundo
párrafo -texto según ley 14.616-; y 80 inc. 2, 6 y 7 -ley
21.338- y 293 primer párrafo (según ley 20.642) del Código
Penal y artículos 530 y 531 del CPPN); 28) CONDENAR a JORGE
ENRIQUE MANSUETO SWENDSEN […] a la pena de PRISIÓN PERPETUA,
INHABILITACIÓN ABSOLUTA Y PERPETUA, ACCESORIAS LEGALES Y AL
PAGO DE LAS COSTAS DEL PROCESO, por considerarlo coautor
penalmente responsable de los delitos de: a) privación ilegal
de la libertad agravada por haber sido cometida por un
funcionario público con abuso de sus funciones o sin las
formalidades prescriptas por la ley, agravada por mediar
violencias o amenazas y por su duración mayor a un mes en
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#31332031#404688445#20240319143917435
su duración mayor a un mes en perjuicio de Pablo Victorio
Bohoslavsky; Julio Alberto Ruiz; Rubén Alberto Ruiz; c)
privación ilegal de la libertad agravada por haber sido
cometida por un funcionario público con abuso de sus funciones
o sin las formalidades prescriptas por la ley, agravada por
mediar violencias o amenazas en concurso material con
imposición de tormentos agravados por ser las víctimas
perseguidas políticas en perjuicio de Gustavo Darío López,
María Cristina Jessenne, Braulio Raúl Laurencena, María
Felicitas Balina, Héctor Furia, Gustavo Fabián Aragón y Simón
León Dejter; d) privación ilegal de la libertad agravada por
haber sido cometida por un funcionario público con abuso de
sus funciones o sin las formalidades prescriptas por la ley,
agravada por mediar violencias o amenazas y por su duración
mayor a un mes, en concurso material con imposición de
tormentos agravados por ser las víctimas perseguidas
políticas, en perjuicio de Renato Salvador Zoccali, José María
Petersen, Carlos Samuel Sanabria, Alicia Mabel Partnoy, Hugo
Washington Barzola y Estrella Marina Menna; e) privación
ilegal de la libertad agravada por haber sido cometida por un
funcionario público con abuso de sus funciones o sin las
formalidades prescriptas por la ley, agravada por mediar
violencias o amenazas y por su duración mayor a un mes, en
concurso real con imposición de tormentos agravados por ser
las víctimas perseguidas políticas en concurso real con
homicidio agravado por alevosía, por el concurso premeditado
de dos o más personas y con el fin de lograr la impunidad, en
perjuicio de Ricardo Gabriel Del Rio, Pablo Francisco
Fornasari y Juan Carlos Castillo (según lo prevén los
artículos 2, 29 inciso 3°, 45, 55; 144 bis inciso 1 y último
párrafo –ley 14.616-, en función del artículo 142 incisos 1 y
5 -ley 20.642-; 144 ter segundo párrafo -texto según ley
14.616-; 80 inc. 2, 6 y 7 -ley 21.338- del Código Penal y
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Ruiz, Rubén Alberto Ruiz, Mario Rodolfo Crespo, Juan Carlos
Monge, Luis Miguel García Sierra, Carlos Samuel Sanabria,
Alicia Mabel Partnoy, Rudy Omar Saiz, Estrella Marina Menna;
c) privación ilegal de la libertad agravada por haber sido
cometida por un funcionario público con abuso de sus funciones
o sin las formalidades prescriptas por la ley, agravada por
mediar violencias o amenazas, en concurso material con
imposición de tormentos agravados por ser las víctimas
perseguidas políticas y lesiones gravísimas agravadas por
alevosía, en perjuicio de Nélida Esther Deluchi y Eduardo
Mario Chironi; d) privación ilegal de la libertad agravada por
haber sido cometida por un funcionario público con abuso de
sus funciones o sin las formalidades prescriptas por la ley,
agravada por mediar violencias o amenazas y por su duración
mayor a un mes, en concurso real con imposición de tormentos
agravados por ser las víctimas perseguidas políticas en
concurso real con homicidio agravado por alevosía, por el
concurso premeditado de dos o más personas y con el fin de
lograr la impunidad, en perjuicio de Carlos Roberto Rivera,
María Elena Romero, Cesar Antonio Giordano, Zulma Araceli
Izurieta, Stella Maris Ianarelli, Carlos Mario Ilacqua, Andrés
Oscar Lofvall, Gustavo Marcelo Yotti, Darío José Rossi, Nancy
Griselda Cereijo, María Angélica Ferrari, Elisabet Frers,
Susana Elba Traverso, Alberto Ricardo Garralda, Juan Carlos
Castillo, Pablo Francisco Fornasari, Roberto Adolfo Lorenzo,
Zulma Raquel Matzkin, Manuel Mario Tarchitzky y bajo la
modalidad de desaparición forzada de personas, de Dora Rita
Mercero, Luis Alberto Sotuyo, Raúl Ferreri, Fernando Jara,
María Graciela Izurieta, María Eugenia González, Néstor Oscar
Junquera, Graciela Alicia Romero y Néstor Alejandro Bossi; e)
sustracción de menores en perjuicio de los hijos nacidos en
cautiverio de María Graciela Izurieta y Graciela Alicia Romero
(según lo prevén los artículos 2, 29 inciso 3°, 45, 55; 144
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ser las víctimas perseguidas políticas, en perjuicio de José
Luis Gon, Eduardo Alberto Hidalgo (HECHO II), Pablo Victorio
Bohoslavsky, Julio Alberto Ruiz, Rubén Alberto Ruiz, Mario
Rodolfo Crespo, Juan Carlos Monge, Luis Miguel García Sierra,
Carlos Samuel Sanabria, Alicia Mabel Partnoy; c) privación
ilegal de la libertad agravada por haber sido cometida por un
funcionario público con abuso de sus funciones o sin las
formalidades prescriptas por la ley, agravada por mediar
violencias o amenazas, en concurso material con imposición de
tormentos agravados por ser las víctimas perseguidas políticas
y lesiones gravísimas agravadas por alevosía, en perjuicio de
Eduardo Mario Chironi; d) privación ilegal de la libertad
agravada por haber sido cometida por un funcionario público
con abuso de sus funciones o sin las formalidades prescriptas
por la ley, agravada por mediar violencias o amenazas y por su
duración mayor a un mes, en concurso real con imposición de
tormentos agravados por ser las víctimas perseguidas políticas
en concurso real con homicidio agravado por alevosía, por el
concurso premeditado de dos o más personas y con el fin de
lograr la impunidad, en perjuicio de Carlos Roberto Rivera,
María Elena Romero, Cesar Antonio Giordano, Zulma Araceli
Izurieta, Stella Maris Ianarelli, Andrés Oscar Lofvall,
Gustavo Marcelo Yotti, Darío José Rossi, Nancy Griselda
Cereijo, María Angélica Ferrari, Elisabet Frers, Susana Elba
Traverso, y bajo la modalidad de desaparición forzada de
personas, de Dora Rita Mercero, Fernando Jara, María Graciela
Izurieta, María Eugenia González, Néstor Oscar Junquera, Raúl
Ferreri, Graciela Alicia Romero y Néstor Alejandro Bossi; e)
sustracción de menores en perjuicio de los hijos nacidos en
cautiverio de María Graciela Izurieta y de Graciela Alicia
Romero (según lo prevén los artículos 2, 29 inciso 3°, 45, 55;
144 bis inciso 1 y último párrafo –ley 14.616-, en función del
artículo 142 incisos 1 y 5 -ley 20.642-; 144 ter segundo
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Hidalgo (HECHO II), Pablo Victorio Bohoslavsky, Julio Alberto
Ruiz, Rubén Alberto Ruiz, Mario Rodolfo Crespo, Juan Carlos
Monge, Luis Miguel García Sierra, Carlos Samuel Sanabria,
Alicia Mabel Partnoy; c) privación ilegal de la libertad
agravada por haber sido cometida por un funcionario público
con abuso de sus funciones o sin las formalidades prescriptas
por la ley, agravada por mediar violencias o amenazas, en
concurso material con imposición de tormentos agravados por
ser la víctima perseguida política y lesiones gravísimas
agravadas por alevosía, en perjuicio de Eduardo Mario Chironi;
d) privación ilegal de la libertad agravada por haber sido
cometida por un funcionario público con abuso de sus funciones
o sin las formalidades prescriptas por la ley, agravada por
mediar violencias o amenazas y por su duración mayor a un mes,
en concurso real con imposición de tormentos agravados por ser
las víctimas perseguidas políticas en concurso real con
homicidio agravado por alevosía, por el concurso premeditado
de dos o más personas y con el fin de lograr la impunidad, en
perjuicio de Carlos Roberto Rivera, María Elena Romero, Cesar
Antonio Giordano, Zulma Araceli Izurieta, Stella Maris
Ianarelli, Carlos Mario Ilacqua, Andrés Oscar Lofvall, Gustavo
Marcelo Yotti, Darío José Rossi, Nancy Griselda Cereijo, María
Angélica Ferrari, Elisabet Frers, y bajo la modalidad de
desaparición forzada de personas, de Fernando Jara, María
Graciela Izurieta, María Eugenia González, Néstor Oscar
Junquera, Graciela Alicia Romero y Raúl Ferreri; e)
sustracción de menores en perjuicio de los hijos nacidos en
cautiverio de María Graciela Izurieta y Graciela Alicia Romero
(según lo prevén los artículos 2, 29 inciso 3°, 45, 55; 144
bis inciso 1 y último párrafo –ley 14.616-, en función del
artículo 142 incisos 1 y 5 -ley 20.642-; 144 ter segundo
párrafo (texto según ley 14.616) y arts. 91 y 92 [en función
del art. 80 inc. 2]; 80 inc. 2, 6 y 7 -ley 21.338- y 146 del
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cometida por un funcionario público con abuso de sus funciones
o sin las formalidades prescriptas por la ley, agravada por
mediar violencias o amenazas, en concurso material con
imposición de tormentos agravados por ser la víctima
perseguida política y lesiones gravísimas agravadas por
alevosía, en perjuicio de Eduardo Mario Chironi; d) privación
ilegal de la libertad agravada por haber sido cometida por un
funcionario público con abuso de sus funciones o sin las
formalidades prescriptas por la ley, agravada por mediar
violencias o amenazas y por su duración mayor a un mes, en
concurso real con imposición de tormentos agravados por ser
las víctimas perseguidas políticas en concurso real con
homicidio agravado por alevosía, por el concurso premeditado
de dos o más personas y con el fin de lograr la impunidad, en
perjuicio de Carlos Roberto Rivera, Darío José Rossi y Susana
Elba Traverso, y bajo la modalidad de desaparición forzada de
personas, de Fernando Jara, María Graciela Izurieta, María
Eugenia González, Néstor Oscar Junquera, Raúl Ferreri y Néstor
Alejandro Bossi; e) sustracción de menores en perjuicio del
hijo/a de María Graciela Izurieta; (según lo prevén los
artículos 2, 29 inciso 3°, 45, 55; 144 bis inciso 1 y último
párrafo –ley 14.616-, en función del artículo 142 incisos 1 y
5 -ley 20.642-; 144 ter segundo párrafo (texto según ley
14.616) y arts. 91 y 92, en función del art. 80 inc. 2; 80
inc. 2, 6 y 7 [ley 21.338]; 146 del Código Penal y artículos
530 y 531 del CPPN) y f) ABSOLVERLO, de los hechos que
tuvieron como víctimas a Cesar Antonio Giordano, Carlos
Alberto Gentile, Zulma Araceli Izurieta, Raúl Eugenio Metz,
Graciela Alicia Romero y su hijo, por no haberse podido
acreditar la acusación en el debate (arts. 3 y 402 del CPPN);
34) CONDENAR a JOSÉ MARÍA MARTÍNEZ […] a la pena de PRISIÓN
PERPETUA, INHABILITACIÓN ABSOLUTA Y PERPETUA, ACCESORIAS
LEGALES Y AL PAGO DE LAS COSTAS DEL PROCESO, por considerarlo
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función del artículo 142 incisos 1 y 5 -ley 20.642-; 144 ter
segundo párrafo -texto según ley 14.616-; 80 inc. 2, 6 y 7 -
ley 21.338- y 146 del Código Penal y artículos 530 y 531 del
CPPN); 35) CONDENAR a HECTOR LUIS SELAYA […] a la pena de SEIS
(6) AÑOS DE PRISIÓN, INHABILITACIÓN ABSOLUTA POR EL TIEMPO DE
LA CONDENA, ACCESORIAS LEGALES Y AL PAGO DE LAS COSTAS DEL
PROCESO, por considerarlo coautor penalmente responsable de
los delitos de: privación ilegal de la libertad agravada por
haber sido cometida por un funcionario público con abuso de
sus funciones o sin las formalidades prescriptas por la ley,
agravada por mediar violencias o amenazas y por su duración
mayor a un mes, en perjuicio de Gladis Sepúlveda y Elida Noemí
Sifuentes (conforme lo establecen los artículos 2, 29 inciso
3°, 45, 55; 144 bis inciso 1 y último párrafo –ley 14.616-, en
función del artículo 142 incisos 1 y 5 -ley 20.642- del Código
Penal y artículos 530 y 531 del CPPN); 36) CONDENAR a ANDRES
REYNALDO MIRAGLIA […] a la pena de TRES (3) AÑOS DE PRISIÓN,
INHABILITACIÓN ABSOLUTA POR EL TIEMPO DE LA CONDENA,
ACCESORIAS LEGALES Y AL PAGO DE LAS COSTAS DEL PROCESO, por
considerarlo coautor penalmente responsable de los delitos de:
privación ilegal de la libertad agravada por haber sido
cometida por un funcionario público con abuso de sus funciones
o sin las formalidades prescriptas por la ley, agravada por
mediar violencias o amenazas y por su duración mayor a un mes,
en perjuicio de José Luis Gon (conforme lo establecen los
artículos 2, 29 inciso 3°, 45, 55; 144 bis inciso 1 y último
párrafo –ley 14.616-, en función del artículo 142 incisos 1 y
5 -ley 20.642- del Código Penal y artículos 530 y 531 del
CPPN); 37) CONDENAR a PEDRO JOSÉ NOEL […] a la pena de PRISIÓN
PERPETUA, INHABILITACIÓN ABSOLUTA POR EL TIEMPO DE LA CONDENA,
ACCESORIAS LEGALES Y AL PAGO DE LAS COSTAS DEL PROCESO, por
considerarlo coautor penalmente responsable de los delitos de:
a) privación ilegal de la libertad agravada por haber sido
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o sin las formalidades prescriptas por la ley, agravada por
mediar violencias o amenazas, en concurso material con
imposición de tormentos agravados por ser las víctimas
perseguidas políticas en concurso real con homicidio agravado
por alevosía, por el concurso premeditado de dos o más
personas y con el fin de lograr la impunidad en perjuicio de
Daniel José Bombara (conforme artículos 2, 29 inciso 3°, 45,
55; 144 bis inciso 1 y último párrafo –ley 14.616-, en función
del artículo 142 incisos 1 y 5 -ley 20.642-; 144 ter segundo
párrafo -texto según ley 14.616-; 80 inc. 2, 6 y 7 -ley
21.338- del Código Penal y artículos 530 y 531 del CPPN); 39)
CONDENAR a OSVALDO VICENTE FLORIDIA […] a la pena de DIEZ (10)
AÑOS DE PRISIÓN, INHABILITACIÓN ABSOLUTA POR EL TIEMPO DE LA
CONDENA, ACCESORIAS LEGALES Y AL PAGO DE LAS COSTAS DEL
PROCESO, por considerarlo coautor penalmente responsable de
los delitos de: a) privación ilegal de la libertad agravada
por haber sido cometida por un funcionario público con abuso
de sus funciones o sin las formalidades prescriptas por la ley
agravada por mediar violencias o amenazas y por su duración
mayor a un mes, en concurso material con imposición de
tormentos agravados por ser la víctima perseguida política, en
perjuicio de Jorge Antonio Abel; b) privación ilegal de la
libertad agravada por haber sido cometida por un funcionario
público con abuso de sus funciones o sin las formalidades
prescriptas por la ley agravada por mediar violencias o
amenazas y por su duración mayor a un mes, en concurso
material con imposición de tormentos agravados por ser la
víctima perseguida política y lesiones gravísimas agravadas
por alevosía, en perjuicio de Eduardo Mario Chironi; y c)
allanamiento ilegal (según lo prevén los artículos 2, 29
inciso 3°, 45, 55; 144 bis inciso 1 y último párrafo [ley
14.616], en función del artículo 142 incisos 1 y 5 -ley
20.642-; 144 ter segundo párrafo [texto según ley 14.616] y
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víctimas perseguidas políticas, de los que resultaron víctimas
Gladis Sepúlveda y Elida Noemí Sifuentes (conforme artículos
2, 29 inciso 3°, 45, 55; 144 bis inciso 1 y último párrafo
[ley 14.616], en función del artículo 142 incisos 1 -ley
20.642-; 144 ter segundo párrafo [texto según ley 14.616] del
Código Penal y artículos 530 y 531 del CPPN); y b) ABSOLVERLO
por el hecho del que resulto victima Raúl Ferreri por no
haberse podido comprobar la acusación en el debate (arts. 3 y
402 del CPPN); 42) CONDENAR a ANTONIO ALBERTO CAMARELLI, de
las demás condiciones personales obrantes en el exordio, a la
pena de TRES (3) AÑOS DE PRISIÓN, INHABILITACIÓN ABSOLUTA POR
EL TIEMPO DE LA CONDENA, ACCESORIAS LEGALES Y AL PAGO DE LAS
COSTAS DEL PROCESO, por considerarlo coautor penalmente
responsable del delito de privación ilegal de la libertad
agravada por haber sido cometida por un funcionario público
con abuso de sus funciones o sin las formalidades prescriptas
por la ley, agravada por mediar violencias o amenazas en
perjuicio de Gladis Sepúlveda (conforme lo establecido los
artículos 2, 29 inciso 3°, 45, 144 bis inciso 1 y último
párrafo [ley 14.616], en función del artículo 142 -ley
20.642); 43) DEJAR EXPRESA MENCIÓN que la totalidad de los
delitos enunciados en el presente decisorio constituyen
crímenes de lesa humanidad (artículos 118 de la CN y 1° de la
“Convención sobre la imprescriptibilidad de los crímenes de
guerra y de los crímenes de Lesa Humanidad”) y, POR MAYORÍA
(de los jueces Jorge Ferro y Martín Bava), que fueron
perpetrados en el marco del genocidio sufrido en nuestro país
durante la última dictadura cívico-militar (art. II de la
“Convención para la Prevención y Sanción del delito de
genocidio”). El Dr. Mario Tripputi voto en disidencia sobre
este punto; 44) ABSOLVER por el principio de la duda razonable
a ALBERTO MAGNO NIEVA, de las demás condiciones obrantes en
autos, de los hechos que le fueran imputados, disponiendo su
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ejercer las medidas a su alcance para que se inicie el proceso
de destitución contemplado en el Decreto Ley 19.101 (artículo
20 inciso 6° y 80 de la Ley para el Personal Militar); 50)
Firme que sea esta sentencia, ORDENAR LA BAJA de la Policía
Federal Argentina, de Osvaldo Vicente Floridia, haciendo saber
tal decisión al Ministerio de Seguridad de la Nación, a fin
que ejerza las medidas contempladas en la ley 21.965, Titulo
Quinto; 51) Firme que sea esta sentencia, ORDENAR LA BAJA de
la Policía de la provincia de Rio Negro, de Antonio Alberto
Camarelli, haciendo saber tal decisión al Ministerio de
Seguridad y Justicia de esa provincia, a fin que ejerza las
medidas contempladas en la Ley 679; 52) Firme que sea esta
sentencia, ORDENAR LA BAJA de la Policía Bonaerense, de Pedro
José Noel y Jesús Salinas, haciendo saber tal decisión al
Ministerio de Justicia y Seguridad de la provincia de Buenos
Aires, a fin que ejerza las medidas contempladas en Ley 13.201
y su decreto reglamentario 3.326/04 –artículos 64, 114, inciso
“b”; 53) Firme que sea esta sentencia, ORDENAR LA BAJA del
Servicio Penitenciario Bonaerense de Héctor Luis Selaya y
Andrés Reynaldo Miraglia, haciendo saber esta decisión al
Gobierno de la Provincia de Buenos Aires, a fin que tenga a
bien tomar las medidas contempladas en la Ley 9578/80; 54)
HACER LUGAR PARCIALMENTE a lo solicitado por el Ministerio
Público Fiscal y la parte querellante, y en consecuencia; A)
DISPONER, para el momento en que se encuentre firme esta
sentencia, que en el plazo de diez días el diario “LA NUEVA
PROVINCIA” de esta ciudad publique la rectificación ordenada
en los considerandos que anteceden; y B) RECHAZAR por
improcedente, por no ajustarse a derecho y resultar inadecuado
para este Tribunal Oral en lo Criminal Federal, las peticiones
formuladas con relación a la Universidad Nacional del Sur, la
Universidad Nacional del Comahue y el Gobierno Municipal…”
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4º) Que radicadas las actuaciones en esta Sala II, las
defensas postularon la recusación –en lo que aquí interesa- de
la señora jueza Angela E. Ledesma y el suscrito (cfr. fs.
447/454); planteos que fueron rechazados a fs. 458/459 (Reg.
Nº 768/18, rta. el 27/06/2018).
De otro lado, se ha declarado abstracto el tratamiento
de los planteos traídos por las partes en los remedios
casatorios deducidos con relación a Pedro José Noel (Reg. 355-
19 del 15/3/19), Osvaldo Antonio Laurella Crippa (Reg. N°
1694-19 del 9/9/19), Pedro Ángel Cáceres (Reg. N° 2448-19 del
6/12/19), Jorge Enrique Mansueto Swendsen (Reg. N° 188-19 del
27/2/19), Walter Bartolomé Tejada (Reg. N° 1003-22 del
17/8/22), José María Martínez (Reg. N° 1186-22 del 27/9/22),
Andrés Reynaldo Miraglia, Gabriel Cañicul (Reg. N° 1159/23;
rta. el 28/9/23) y Osvaldo Vicente Floridia (Reg. N° 103/24;
rta. el 29/2/24).
Por último, tampoco serán abordados los agravios
vinculados a Jesús Salinas, pues el incusado había sido
apartado del proceso por incapacidad sobreviviente (art. 77
del CPPN) previo a la realización de la audiencia desarrollada
en esta instancia (art. 468 del CPPN). Además, recientemente
el tribunal a quo dispuso su sobreseimiento en los términos
del art. 336 inc. 5 del CPPN, temperamento que ha sido
impugnado por el representante del Ministerio Público Fiscal
(cfr. sistema de gestión LEX100).
-II-
Que corresponde ahora reseñar sucintamente los agra-
vios expuestos por las partes en sus libelos recursivos.
5º) Recurso de casación deducido por el representante
del Ministerio Público Fiscal.
Que el recurrente comenzó repasando cuestiones sobre
la admisibilidad del recurso y encausó sus agravios en ambos
supuestos previstos en el art. 456 del código de ritos.
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los procedimientos en perjuicio de las tres víctimas por las
cuales se encuentra imputado el encausado”.
En otro andarivel, el representante de la vindicta
pública criticó la absolución de Oscar Lorenzo Reinhold por la
sustracción del hijo nacido en cautiverio de Graciela Alicia
Romero y por los hechos de los que fuera víctima Raúl Ferreri,
al entender que “…no resulta posible concebir que la máxima
autoridad de inteligencia de la Subzona 52, asesor del
comandante de ese territorio en todo lo relacionado con esa
materia y nexo entre el Comando de Brigada y la Comunidad
Informativa, haya podido desconocer toda la secuencia criminal
sufrida por las víctimas”.
Por otro lado, luego de reseñar los testimonios de
Adriana Metz, Miguel Panijan y Sergio Roberto Méndez Saavedra,
adujo que “…Graciela Alicia Romero se encontraba embarazada al
momento del secuestro y en el mes de abril de dicho año, dio a
luz a su hijo mientras permanecía cautiva en el citado centro
clandestino de Bahía Blanca y que el bebé le fue sustraído,
sin que a la fecha se conozca su destino”. Afirmó que el
imputado “…en virtud del rol y de los aportes del imputado,
Rehinlod no pudo desconocer el destino final”.
También resaltó que en la sentencia al tratar los
hechos que tuvieron por víctima a Ferreri, se tuvo por
acreditado que fue secuestrado en la ciudad de Neuquén en
noviembre de 1976, trasladado a Bahía Blanca, mantenido en
cautiverio en la CCDyT “La Escuelita, y que continúa
desaparecido, por lo que “deviene absurdo” que Reinhold no
resulte responsable.
De otro lado, el casacionista señaló que la sentencia
“…no se pronuncia de manera expresa, con relación a dos hechos
claramente identificados en la imputación y respecto de los
cuales el Ministerio Público Fiscal solicitó la condena de
Oscar Lorenzo Reinhold” y que “…nada se resuelve respecto a
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reseñar los testimonios de Graciela Iris Juliá, Pedro Roberto
Miramonte, Haydeé Cristina Gentil, Carlos Oscar Muller,
Armando Lauretti, Oscar Amilcar Bermúdez, Julio Alberto Ruiz,
Pablo Victorio Bohoslavsky, Jorge Antonio Abel y Eduardo Mario
Chironi, manifestó que “…el contexto en que se producían las
privaciones ilegales de la libertad de las víctimas del
terrorismo de Estado, no se alteraban en lo sustancial en
aquellas que se desarrollaban en la Unidad Penal N°4”.
Asimismo, citó las declaraciones prestadas por
Sepúlveda y Sifuentes en el marco del debate, quienes
señalaron que “…ingresaron al penal con los ojos vendados […],
ya habían permanecido cautivas en una unidad penal […] pero
que luego fueron trasladadas a un centro clandestino de
tortura como 'La Escuelita' […], como todas las víctimas que
provenían de [allí], llegaron en pésimas condiciones físicas y
psíquicas a la Unidad Penal N°4”.
De otra banda, el recurrente, en similares términos
que lo desarrollado con relación al imputado Selaya, se
agravió de que no se hubieran subsumido los hechos sufridos
por Gladis Beatriz Sepúlveda bajo la figura legal de tormentos
agravados por ser la víctima perseguida política, con relación
a Antonio Alberto Camarelli.
En ese contexto, remarcó que la sentencia “…omitió una
cuestión esencial en la materia de decisión: que la situación
en que fue colocada la víctima, a partir del secuestro y el
cautiverio en la sede policial que dirigía Camarelli,
constituye –por sí misma– un supuesto de tormento psicológico”
y que “[l]a omisión señalada partió de una
descontextualización de las acciones desarrolladas por [la
víctima], se concretaron en pleno terrorismo de Estado, cuando
era previsible para la víctima el sometimiento a prácticas de
torturas y desaparición”.
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las garantías de impunidad utilizadas, la forma en que los
imputados se comprometieron y tomaron parte de los hechos, y
la amplísima lesividad sobre las víctimas, sus familias y la
comunidad”.
De ese modo, arguyó que “…la ausencia de antecedentes
penales y […] la edad de los acusadores […] no corresponden
valorarse aquí como un atenuante del castigo”, y que la
premisa “…mientras se secuestraba y asesinaba en gran escala,
los acusados fueron coautores únicamente de algunos de esos
hechos, pero no del todo. De este modo, una circunstancia
agravante (la inserción en un plan criminal y un aparato de
impunidad) se transforma en un elemento atenuante.”
A continuación, con relación a Héctor Luis Selaya, a
quien se lo condenó a 6 años de prisión, se agravió al
entender que “…se aplicó menos de la mitad de la escala penal
computable”, y que manifestó que “…no se advierte motivo
válido por el cual la pena aplicada se encuentre por debajo de
la mitad de la escala penal computable, en virtud de la
cantidad y densidad de los agravantes existentes”.
Asimismo, en cuanto a la respuesta punitiva con
relación a Antonio Alberto Camarelli, a quien se lo condenó a
3 años de prisión, destacó que “…se aplicó menos de la mitad
de la escala penal computable (4 años, tomando un mínimo de 2
años y un máximo de 6 años)” y que –a su entender- no se
advierte motivo válido por el cual la pena aplicada, no se
encuentre por debajo de la mitad de la escala penal
computable.
En otro orden, objetó el rechazo de los pedidos de
revocatoria de la prisión domiciliaria de los imputados que
gozaban de ese beneficio, al entender que “…ante la nueva
situación fáctica, el planteo imponía que el Tribunal Oral
reevaluara los requisitos de procedencia y de mantenimiento de
la prisión domiciliaria”.
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Asamblea General de las Naciones Unidas en el año 1968 –es
decir con anterioridad a los hechos-, [el] 3 de septiembre de
2003 alcanzó status constitucional…” por lo que “…su
aplicación colisiona con la garantía consagrada en el art. 18
de la CN”.
En cuanto a la insubsistencia de la acción por plazo
razonable, adujo que el fallo dio a este extremo un
tratamiento meramente dogmático, toda vez que “…no fueron
concretamente [sus] defendidos quienes demoraron y
obstaculizaron la investigación […] sino el Estado a través de
sus instituciones y por contingencias políticas coyunturales y
a lo largo de décadas quien no se hizo cargo de la persecución
y juzgamiento de los crímenes de su pasado”.
Por otro lado, impugnó la aplicación de la figura del
genocidio y sostuvo que los fundamentos de la sentencia en
este extremo fueron aparentes y contrarios al art. 18 de la
CN. Argumentó que “…la inaplicabilidad de la figura de
genocidio a los hechos de la causa, pasa […] por la indebida
incorporación al derecho penal positivo interno de un tipo
penal creado por un organismo supranacional (la Asamblea
General de la ONU), distinto del Congreso de la Nación, único
Poder que tiene la potestad constitucional de legislar en
materia penal y fijar penas”.
Concluyó este punto de agravio señalando que “…al
momento en que se habrían cometido los hechos investigados en
autos, el delito de genocidio no se encontraba tipificado en
el ordenamiento jurídico argentino ya que aún no se había
establecido la pena que correspondía a la conducta que
describía la Convención” por lo que resultaba “…inviable, la
aplicación de una sanción que no se encontraba prevista en la
ley previa al hecho imputado, por clara afectación del
principio de legalidad que debe regir en todo Estado de
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correspondía o no aplicar una sanción distinta que no lesione
la intangibilidad humana”.
Adujo que “…en cuanto al aspecto subjetivo, las
deficiencias son mayores desde que no se desprende una
vinculación respecto de cada uno de los imputados, más allá de
la referencia genérica sobre la carencia de antecedentes
penales”.
Indicó que “…teniendo en cuenta la edad de [sus]
asistidos y su expectativa de sobrevida, la pena de prisión
perpetua impuesta, se torna efectivamente perpetua” lo que
implicaba –según su criterio- “…un agravamiento de la pena y
de su modalidad de ejecución, al propio tiempo que le impide
hacer efectivo su derecho al régimen de ¡a progresividad
penitenciaria, que tiene como fin disminuir paulatinamente el
rigor de la pena de prisión para reinsertarlo en la sociedad”
(se ha omitido el destacado).
Finalizó este argumento postulando que “[t]al extremo
es el que torna a la pena de prisión perpetua inconstitucional
en el caso concreto, dado que equivale a una agravación de la
pena o de sus modalidades de ejecución -en función de la
magnitud de la pena impuesta- que se encuentra en colisión con
normas del texto constitucional (art 18) y los instrumentos
internacionales incorporados a él (arts. 5, 6 y 29 Convención
Americana de Derechos Humanos; art. 10 Pacto Internacional de
Derechos Civiles y Políticos”.
Asimismo, destacó que en la sentencia recurrida se
omitió abordar “…el pedido de la defensa -introducido
subsidiariamente al planteo de insubsistencia de la acción
penal-, mediante el cual se solicitó que las dilaciones
Irrazonables sufridas por los imputados sean tenidas en cuenta
como extremos en la determinación y mensuración de la pena”.
d) Por otro andarivel, impugnó el rechazo del pedido
de declaración de inconstitucionalidad del art. 12 del Código
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planteado por la defensa y para que se declare la inconstitu-
cionalidad de la pérdida de haberes jubilatorios de [sus]
asistidos y que, en caso de quedar firme dichas bajas por sen-
tencia firme, se realice dejando constancia que debe subsistir
sus beneficios jubilatorios. Dicha omisión implica afectar el
principio de congruencia que debe respetar toda sentencia ya
que no resuelve la totalidad de las pretensiones de las par-
tes”.
De esta forma, postuló la inconstitucionalidad del
art. 19.4 del CP señalando al efecto que ello “…resulta
inconsistente que al condenado inhabilitado se lo incluya en
el sistema previsional en calidad de aportante por las
actividades que realice en una unidad penitenciaria y se lo
excluya de dicho sistema al privarlo de los beneficios
previsionales”.
f) Seguidamente, la parte recurrente desarrolló los
agravios vinculados a la atribución de responsabilidad de sus
defendidos y alegó que “…la sentencia incurre en un evidente
déficit descriptivo, a la hora de individualizar la pretendida
participación de [sus] asistidos en la comisión de [los hechos
juzgados]; ello es así en tanto adolece de una insuficiente y
hasta en sus casos contradictoria valoración de la prueba, a
partir de la cual pueda legítimamente demostrarse la adjudica-
ción de responsabilidad individual en cada uno de los casos
por los cuales en definitiva se los condena”.
En este sentido, apuntó que “…en los sucesos
atribuidos a [sus] asistidos, la sentencia condenatoria reposó
en su mera pertenencia a las fuerzas armadas y de seguridad
donde revistaban (ejército, policía y servicio penitenciario),
y en los cargos ocupados” y adunó que “[r]emitir a esa
comprobada situación […] como único fundamento de
responsabilidad en las gravísimas conductas por las cuales se
los condena en este proceso, sin incursionar en el análisis
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Alegó que “…el fallo ha pasado por alto que el
[Destacamento] era una Unidad o Formación de Cuerpo que
dependía directamente del Comandante, extremo que tuvo por
comprobado la CFABB en la causa Tejada (Expte. N° 65.626)”.
De seguido, arguyó que “…el Destacamento 181 […] no
era orgánico del Comando del 5° Cuerpo de Ejército, ni de su
Estado Mayor –ergo estaba fuera de su cadena de mando-, lo
cual significa que dependía directamente del Comandante de
Cuerpo…”.
A mayor abundamiento, sostuvo que “…está
convenientemente respaldado en la causa que el Gral. Vilas, en
el manejo de la Subzona y del CCD, se valió de un elemento de
la unidad de inteligencia (su jefe, el Cnel. Losardo),
habiéndolo hecho con alcance puramente personal, individual, y
por sus cualidades -intuitu personae-, interrogatorios, en
inteligencia y en operaciones, sin que de tal conclusión
derive, racionalmente, que Granada, Condal, Taffarel y
Aguirre, se hayan también desempeñado en ese ámbito
clandestino, entre otros motivos y como más adelante se
alegará, por no haberse verificado un solo señalamiento contra
ellos”.
Así, destacó que “…no se ha conseguido insertar
racionalmente y con apoyo en pruebas verificadas en el
proceso, a Granada, Condal, Taffarel y Aguirre, entre los
eslabones de la cadena de mando de la Subzona 51, que en el
ámbito de la inteligencia militar antisubversiva, en orden
descendente, la integraron los ya mencionados Vilas, Losardo y
Cruciani”.
Añadió al respecto “la ausencia absoluta de
imputaciones en contra de los nombrados, a quienes ni
víctimas, ni coimputados, ni testigos, ni ex conscriptos, los
sindican en hecho represivo alguno: nadie los ha señalado con
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En ese sentido, concluyó que el incusado obro “…al
amparo de la causa de justificación 'cumplimiento de un
deber', la cual excluyó antijuridicidad –es decir la
legalidad- de las privaciones 'ilegales' de la libertad de las
víctimas”.
Remarcó que, a su entender, siendo director de la
Unidad Penal de Bahía Blanca su asistido “…[nunca pudo]-
verosímilmente- haber estado en posición jurídica de evaluar
los ‘motivos’ o ‘antecedentes’ que determinaron al Poder
Ejecutivo, a poner bajo régimen de arresto a las víctimas por
las cuales se los condena” y que “…nunca pudo [habérsele]
representado la ilegitimidad de las normas que –según su
conocimiento o creencia- [estaba obligado] a cumplir, las
cuales derivaban del estado de sitio que imperaba en el país
en esa época, y se remontaba al gobierno constitucional…”.
Concluyó este argumento señalando que “…el hecho de
haber recibido y alojado en el sistema carcelario formal, a
las víctimas por las que se [lo] acusa, significó, en el saber
[del actual asistido] eliminar el carácter ilegal o
clandestino a sus privaciones de libertad…”.
i) Por otra parte, con relación a Enrique José del
Pino, objetó la “…omisión de tratamiento y/o indebido abordaje
de las posiciones defensivas introducidas durante el juicio”
lo que tornaba arbitraria la sentencia, especialmente ante la
“…inadecuada valoración de su legajo personal…” en contradic-
ción con las reglas de la sana crítica.
Sobre ese extremo, alegó que “…siendo que Vilas vivía
sólo en su despacho del Comando de Cuerpo, y que su familia
concurría a visitarlo sobre todos los fines de semana, las
únicas misiones efectivamente asignadas y cumplidas por el
imputado en el marco de dicha comisión personal, pasaron por
acompañar a su familia, cuando sus miembros se trasladaban a
Buenos Aires (donde vivía el grupo familiar de Vilas) hasta
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referido equipo de combate”, y citó al efecto doctrina y
jurisprudencia.
k) Sobre la situación individual de Carlos Alberto Fe-
rreyra, la parte recurrente denunció que la sentencia también
en este punto exhibía un vicio de arbitrariedad, en tanto
“[l]a pretendida integración de Ferreyra al denominado 'Equipo
de Combate contra la Subversión', 'Compañía Operacional' o
'Agrupación Tropas' del Comando del 5° Cuerpo del Ejército en
la época, fue oportunamente desestimada por [esa] defensa,
respaldándose suficientemente esta tesis, partiendo de los
testimonios de los ex conscriptos que se desempeñaran en dicha
compañía, y del análisis de los demás elementos de la causa
que dieron igual respaldo a tal desvinculación”.
Luego de reseñar las declaraciones ponderadas por el
tribunal oral al momento de fundar su fallo, sostuvo que a
partir de “…la arbitraria valoración de la prueba realizada en
la sentencia, [y…] el cúmulo de circunstancias puestas así en
evidencia, es que se verifica –consiguientemente- una duda
insuperable sobre el extremo de imputación […]; duda que
habilita, por beneficio favor rei, a desincriminarlo al
respecto”.
De otra banda, se agravió de que el a quo desestimara
la pretensión anulatoria e incorporara al proceso del
testimonio del Mayor Emilio Ibarra, que colocó funcionalmente
a Ferreyra dentro de la “agrupación de Tropas”, para así
sostener su intervención en la “lucha antisubversiva”.
l) A continuación, con relación al imputado Osvaldo
Bernardino Páez, cuestionó el rechazo de la excepción de cosa
juzgada promovida en el debate, al sostener que había sido de-
mostrada en el caso “…una flagrante infracción al principio
constitucional y convencional que proscribe la doble persecu-
ción penal (ne bis in idem), con anclaje en los arts. 1° in
fine del CPPN, 18, 33 y 75.22 de la CN y derecho internacional
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ejército, cumplidas por [su] asistido, fueron ajenas en
absoluto a la alegada LCS que se ventila en este juicio”.
ll) En otro orden, en relación al encausado Oscar Lo-
renzo Reinhold, la parte recurrente se agravió en idénticos
términos a lo expuesto con relación a su consorte Osvaldo Ber-
nardino Páez con respecto a la excepción de cosa juzgada pro-
movida durante el debate “…con relación a los hechos que dam-
nificaran a Raúl Eugenio Metz y Graciela Alicia Romero de
Metz…” que había sido rechazada por el tribunal a quo.
En lo demás, alegó que la sentencia resultaba
arbitraria ante “…las omisiones valorativas en que incurriera,
y en la sesgada valoración de la prueba utilizada para
condenar a Reinhold, siendo que su desvinculación con respecto
a la materia investigada en este juicio, se halla
suficientemente respaldada en los plurales y congruentes
elementos de la causa”.
Así, reseñó las características orgánicas de la
División 2 de Inteligencia del Comando de Brigada de
Infantería de Montaña 6° con asiento en Neuquén donde el
imputado se desempeñaba y arguyó que “…no habiendo el Tribunal
dado adecuado tratamiento a la pluralidad de posiciones
alegadas por [esa] defensa, el fallo deriva arbitrario y
amerita su revocación y la absolución de Oscar Lorenzo
Reinhold”.
m) En otro apartado de su libelo impugnaticio, con re-
lación a Arsenio Lavayén criticó el rechazo de las exclusiones
probatorias promovidas con relación a los datos “…autoinculpa-
torios irregularmente obtenidos del condenado, por parte de la
representante de la APDH de Neuquén, Noemí Fiorito de Labrune,
según fueran volcados en su informe de fecha 27 de marzo de
1997”.
Al efecto, la defensa señaló que “…tal circunstancia
fue debidamente respaldada […] a la luz de los antecedentes
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función reglamentaria asignada a Sierra […] se limitó a haber
sido un mero agente de relaciones públicas y al desempeño de
tareas puramente protocolares, bajo la dependencia directa e
inmediata, en su caso, del Comandante del 5 Cuerpo, Gral. De
Div. Osvaldo René Azpitarte”.
De esta forma, entendió arbitrario el tratamiento dado
en la sentencia a la atribución de responsabilidad de Sierra
en los hechos acontecidos, proyectando la descalificación del
pronunciamiento recurrido como acto jurisdiccionalmente
válido.
ñ) Ad finem, se refirió a la situación individual de
Antonio Alberto Camarelli, agraviándose por entender que el
fallo no dio adecuado tratamiento a los agravios con relación
a los hechos que damnificaran a Gladis Beatriz Sepúlveda.
Destacó el testimonio de la víctima y resaltó que “…se
extrae que, el único rol de la Comisaría de Cipolletti, habría
sido el haberle transmitido una medida dispuesta por la
autoridad militar, sin el agregado de violencia ni
intimidación de ningún tipo”.
Adunó que Sepúlveda “…estuvo detenida en esa comisaría
por algunas horas, pasando allí solo la noche del 14 de junio,
no habiendo relatado torturas, apremios ilegales, vejaciones
ni maltratos” y que “…dejó en claro que los destratos y
humillaciones comenzaron en el vuelo hacia Bahía Blanca”.
Por otro lado, en cuanto a que el imputado habría
obrado al amparo del art 34, inc 4 del CP, se remitió a lo ya
dicho respecto del imputado Selaya.
Coligió al respecto la defensa que “…el hecho de haber
recibido y alojado documentadamente a la víctima en la
comisaría, donde no describió interrogatorios ni torturas, y
luego haberla trasladado no al medio clandestino sino al
sistema carcelario formal –la UP Nº 9 de Neuquén-, no habiendo
relatado tampoco tormentos en ese establecimiento donde
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ex post facto en la Cámara Federal y se les otorgó, a esta
última la facultad de avocarse al conocimiento de las causas
llevadas por el CONSUFA (Consejo Superior de las Fuerzas
Armadas), si consideraba que éste Tribunal Militar incurría en
demoras”.
En el mismo andarivel, impugnó la sanción y aplicación
retroactiva de la Ley Nº 25779, que declaró la anulación de
las Leyes de Punto Final y Obediencia Debida; como así también
que se rechazara el planteo de prescripción de la acción penal
criticando la categorización de los hechos endilgados como
crímenes de lesa humanidad; ante la vulneración a los
principios de legalidad, irretroactividad de la ley penal,
igualdad ante la ley, cosa juzgada (ne bis in idem) y ley
penal más benigna.
Por otro lado, criticó la aplicación de la figura de
genocidio al sostener que “…no es posible encuadrar a las
víctimas del terrorismo de estado, en alguno de los colectivos
tutelados en los términos del art. II de la Convención para la
Prevención y Sanción del Genocidio”.
Además, se agravió de que el tribunal oral
responsabilizara a Miguel Ángel Chiesa, por los hechos
ocurridos en perjuicio de Julio Ruiz, Rubén Ruiz y Pablo
Victorio Boholasvsky y resaltó que el órgano decisor reconoció
que Chiesa “…no revistó en la Agrupación Tropa y tampoco fue
calificado por los oficiales que integraran la cadena de mando
que supervisaba esa unidad de combate (Ibarra y Bayón)”, pero
que sin embargo “…se redunda en cuestiones irreversibles como
ofrecer peso probatorio a determinados testimonios obrantes en
la causa, marcando cierta resistencia a asumir la falta de
pruebas para condenar a [su] defendido”.
En esa línea, adujo que “…contrariamente a lo
sostenido en el fallo en recurso, no surge probado que Chiesa
haya revestido bajo las órdenes del jefe de la unidad, lo que
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Eduardo Guillermo Buamscha y Héctor Miguel Negrete y la prueba
documental presentada por la querella APDH de la que surge que
Domínguez sería “el abuelo” y que cumplía funciones en el
centro de detención “La Escuelita”.
Finalmente, se agravió sobre el rechazo de la
exclusión probatoria de la documentación proveniente del
archivo de la ex Dirección de Inteligencia de la Policía de
Provincia de Buenos Aires (DIPPBA), aduciendo que “…no pueden
ser considerados como instrumentos públicos en los términos
del art. 979 inc.2 del CC. pues provienen de un organismo
público, autónomo y autárquico creado por la Legislatura de la
Provincia de Buenos Aires, como lo es la Comisión Provincial
de la Memoria al amparo de la ley 12483 enrolándose en la
tesis restringida referida al concepto de instrumento
público”.
Por todo ello, solicitó que se haga lugar al recurso
de casación e hizo expresa reserva del caso federal.
8º) Recursos de casación deducidos por el defensor
particular, doctor Sebastián Olmedo Barrios, en favor de los
imputados Miguel Ángel Nilos y Desiderio Andrés González.
Que el impugnante sustentó la admisibilidad de su
recurso y encausó los agravios en ambos supuestos del art. 456
del código de ritos, sosteniendo que la sentencia resulta
arbitraria por cuanto “parte de argumentos dogmáticos, han
impuestos penas severas, soslayando las pruebas y normas
imperativas, confundiendo a un inocente con una persona
merecedora de la prisión e inhabilitación absoluta impuestas y
de la baja de las filas del Ejército (es decir que ha incidido
en créditos alimentarios, sin sustento legal)” (se han omitido
resaltados).
Alegó que no debía aplicarse en resguardo del
principio constitucional de irretroactividad de la ley penal
“…el agravante de los tormentos, por ser la víctima perseguida
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responsable de un evento al que es ajeno” a la vez que se
afirmó que “…concurrió al domicilio citado cuando, las actas
no lo explican”.
Por otro lado, a favor del encausado Desiderio
González, arguyó que “…ninguno de los sujetos pasivos lo
sindica como su victimario…” y que “…no es posible identificar
el aporte concreto del condenado respecto de cada hecho que
motiva la pena máxima impuesta, pues no es identificado en
cada caso y las víctimas no lo mencionan. Los demás elementos
valorados, son genéricos, y de ellos no se puede derivar
certeza. A partir de una comisión a BAHIA BLANCA, no se puede
inferir que durante todo el tiempo de ella su función fue
guardia de LA ESCUELITA, pues las tareas le son dadas en el
comando de destino (Cdo Cpo Ej Vto)”.
En base a todo lo expuesto, propició que se haga lugar
al recurso interpuesto, haciendo expresa reserva del caso
federal.
9º) Recurso de casación deducido por el defensor par-
ticular de Jorge Horacio Rojas, doctor Carlos Horacio Meira.
Que, en primer lugar, el recurrente comenzó repasando
cuestiones sobre la admisibilidad del recurso y encausó sus
agravios en el segundo inciso del art. 456 del código procesal
penal.
Así, alegó que el a quo incurrió en “…una arbitraria
valoración de los hechos y pruebas incorporados en la causa, y
en consecuencia, un desapego de las normas procesales
expresamente previstas bajo sanción de inadmisibilidad,
caducidad o nulidad”.
En ese sentido, afirmó que “[su] defendido no tomó
parte de la ejecución de los hechos; no se encontraba en el
lugar de la detención ni en el Consejo de Guerra llevado a
cabo sobre Bohoslavsky, Julio Ruiz y Rubén Ruiz” y que “…
ninguna de las víctimas, incluida la esposa de Boholavsky,
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Estado Argentino reconoció ante la Corte Interamericana de
Derechos Humanos como única excepción al principio de
irretroactividad a la desaparición forzada de personas, que no
incluye la privación ilegal de la libertad”. Sostuvo, entonces
que el falló impugnado “…ha dictado una condena en
incumplimiento del compromiso contraído” y que, por lo tanto,
debía “declararse nula la consideración de Genocidio a los
hechos tratados en este juicio”.
Por otro lado, sostuvo que su asistido debió ser
juzgado en base a la Ley Nº 14.029 Código de Justicia Militar,
por ser la vigente al momento de los hechos de este caso, de
acuerdo a lo que se había establecido también en el mentado
fallo Argüelles de la Corte IDH y también, para “colocarlo en
situación de igualdad ante la ley respecto de las autoridades
militares que fueron juzgadas y cumplieron sus penas en base a
este Código […] lo que no ocurrió al aplicarse un Código ajeno
a la jurisdicción pertinente”.
Ad finem, desarrolló su agravio en cuanto a que en la
sentencia se atribuyó a Rojas la condición de funcionario
público, aduciendo que “[e]l Código Penal determina el
significado del concepto empleados, en su Artículo 77, donde
especialmente separa el término 'funcionario público' del
término 'militar'”.
En consecuencia, solicitó que se haga lugar al recurso
interpuesto, haciendo expresa reserva del caso federal.
10º) Recurso de casación deducido por los defensores
particulares, doctores Gerardo y Carmen María Ibáñez, en favor
del imputado Alejandro Lawless.
Que, liminarmente, la defensa particular del imputado
Lawless encausó su recurso en el art. 456 del CPPN.
En primer término, cuestionó la integración del
tribunal, aduciendo que “…los tres magistrados ya habían
intervenido integrando este mismo Tribunal Oral Federal de
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A la postre, manifestó que “[l]a acción penal por los
hechos de la condena se encuentra prescripta conforme con las
disposiciones del Código Penal de la Nación, resultando
inaplicable cualquier otra disposición legal posterior a los
hechos de la causa, que establezca la imprescriptibilidad de
la acción de los delitos imputados”.
Al fin, solicitó que se haga lugar al recurso
interpuesto a favor de su asistido e hizo expresa reserva del
caso federal.
11º) a) Que puestos los autos en el término de oficina
(art. 466 del CPPN) se presentó el Fiscal General ante esta
instancia, doctor Javier De Luca (fs. 522/553), quien reeditó
y reforzó los agravios formulados en el libelo impugnaticio e
insistió en cuanto a que si se hacía lugar a su pretensión
acusatoria respecto de Nieva, Páez, Selaya, Camarelli, Rei-
nhold, Sierra, Ferreyra y Lawless se los condene desde esta
instancia, sin reenvío y previa audiencia de visu, con excep-
ción de los condenados a prisión perpetua respecto de quienes
debía mantenerse la pena máxima impuesta.
En su presentación también propició fundadamente el
rechazo de los recursos de las defensas.
Destacó en su escrito que la sentencia condenatoria se
encuentra debidamente fundada y, en particular, respecto a la
valoración del acervo probatorio, resaltó que el tribunal a
quo expresamente señaló que para tener por acreditados los
hechos “se ha otorgado una centralidad a las declaraciones
testimoniales, no sólo de las víctimas que han sobrevivido a
los hechos sino al paso del tiempo, también de los familiares
o de aquellos terceros que los percibieran de otra manera.
Respecto de este último punto se identifican testimonios con
distinto valor probatorio, en tanto existen testigos
presenciales, de oídas u otros que simplemente pueden
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Con relación al incusado Nieva, se agravió de la falta
de fundamentación del recurso del acusador público y mencionó
que éste “…se limita a exponer su discrepancia con la
sentencia y los fundamentos brindados por los magistrados…” y
que “…Nievas: no estuvo en Tucumán ni tampoco recibió un
balazo en la pierna…” (se omitieron resaltados).
En cuanto a la solicitud de revocatoria de la prisión
domiciliaria de los encausados González Chipont y Páez,
sostuvo que no era admisible porque no lograba demostrar la
existencia de “…un perjuicio real, concreto, material y
jurídico”.
Por último, alegó que “…esta instancia revisora se
encuentra incapacitada de condenar a Alberto Magno Nieva…”,
toda vez que “…el recurso de la parte acusadora encuentra el
límite en la inmediación ya que sólo los jueces q presenciaron
el debate pueden condenar…”, y que en caso de que se lo
condene se aplique el art. 442 del CPPN “…se otorgue efecto
suspensivo a la resolución que se dicte, manteniendo el status
quo que a la fecha ostenta […] Nieva”
c) A su turno, también se presentaron en
representación del encausado Antonio Alberto Camarelli, el
doctor Federico García Jurado (cfr. fs. 566/571vta.); y por
Héctor Luis Selaya, la doctora María Eugenia Di Laudo (cfr.
579/582vta.), quienes realizaron sus respectivas
presentaciones, reeditando los planteos formulados en la
impugnación original.
La última letrada referida, en particular, solicitó se
declarara inadmisible el recurso de casación interpuesto por
el Ministerio Público Fiscal, en cuanto pretende que se
califique también como tormentos agravados por ser las
víctimas perseguidas políticas, a los hechos que damnificaron
a Gladis Beatriz Sepúlveda y Élida Noemí Sifuentes, respecto
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Pública Oficial Adjunta Nº 2 ante la Cámara Federal de Ca-
sación Penal, doctora Graciela L. Galván, respecto de Carlos
Alberto Ferreyra, Osvaldo Bernardino Páez, Arsenio Lavayén,
Enrique José del Pino, Alberto Magno Nieva, Oscar Lorenzo Rei-
nhold, Miguel Ángel Nilos, Antonio Alberto Camarelli y Héctor
Luis Selaya.
En primer lugar, el representante del Ministerio
Público Fiscal se remitió a lo dictaminado en oportunidad de
presentarse durante el término de oficina y solicitó que se
rechacen los recursos presentados por las defensas de los
encausados.
A su turno, el abogado Gutiérrez propugnó que se haga
lugar a los recursos interpuestos, que se declare la
inconstitucionalidad del art. 19.4 del digesto de rito, y se
agravió de la baja de las filas del Ejército dispuesta por el
tribunal y de la falta de pruebas para condenar a sus
asistidos.
Puntualizó en el caso del imputado González que “…los
homicidios calificados que se le atribuyen ninguno de ellos
ocurrió dentro del LUGAR DE REUNIÓN DE LOS DETENIDOS, sino que
ocurrieron fuera de los mismos, o bien se tiene a las víctimas
como desaparecidos”. A la vez que alegó que “[s]u
participación se habría limitado a la retención de las
personas, sin injerencia alguna en el destino final” y que
ello resultaba “…extensivo a los sucesos de los hijos de MARIA
GRACIELA IZURIETA y DE ROMERO DE METZ, que habrían nacido en
el cautiverio de las madres”.
De otro lado, el defensor particular, doctor Walter E.
Tejada, reeditó los agravios expuestos en el recurso de
casación, entre ellos el planteo de inconstitucionalidad de
las normas aplicadas durante el juicio, la violación de la
garantía de juez natural, la impugnación de las leyes de
Obediencia Debida y Punto Final, el planteo de prescripción e
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Así, el examen del pronunciamiento debe abordarse a la
luz de los parámetros establecidos por la Corte Suprema de
Justicia de la Nación en Fallos: 328:3399 (“Casal, Matías
Eugenio”), que impone el esfuerzo por revisar todo lo que sea
susceptible de revisar o sea, de agotar la revisión de lo
revisable (cfr. considerando 5º del voto de los jueces
Petracchi, Maqueda, Zaffaroni y Lorenzetti; considerando 11º
del voto del juez Fayt y considerando 12º del voto de la jueza
Argibay), y de conformidad con los estándares establecidos por
la Corte Interamericana de Derechos Humanos en el caso
“Mohamed vs. República Argentina” (sentencia del 23 de
noviembre de 2012, sobre Excepción Preliminar, Fondo,
Reparaciones y Costas, párrafo 162).
Es que, en pos de garantizar la revisión de la
sentencia de conformidad con los artículos 8.2.h de la
Convención Americana sobre Derechos Humanos y 14.5 del Pacto
Internacional sobre Derechos Civiles y Políticos (artículo 75,
inc. 22, de la Constitución Nacional) “el art. 456 del Código
Procesal Penal de la Nación debe entenderse en el sentido de
que habilita a una revisión amplia de la sentencia, todo lo
extensa que sea posible al máximo esfuerzo de revisión de los
jueces de casación, conforme a las posibilidades y constancias
de cada caso particular y sin magnificar las cuestiones
reservadas a la inmediación, sólo inevitables por imperio de
la oralidad conforme a la naturaleza de las cosas”
(Considerando 34 del precedente “Casal”, supra cit.).
De otra parte, resulta aplicable la doctrina del alto
tribunal in re “Di Nunzio, Beatriz Herminia” (Fallos:
328:1108), según la cual esta Cámara está llamada a intervenir
“siempre que se invoquen agravios de naturaleza federal que
habiliten la competencia de esta Corte, por vía extraordinaria
en el ámbito de la justicia penal nacional conforme el
ordenamiento procesal vigente, estos deben ser tratados
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Horacio Américo s/ recurso de casación”, rta. el 23/03/12,
reg. N° 19754; causa N° 10431, caratulada: “Losito, Horacio y
otros s/ recurso de casación”, rta. el 18/04/12, reg. N°
19853; causa N° 15496, caratulada: “Acosta, Jorge Eduardo y
otros s/ recurso de casación”, reg. N° 630/14, rta. el
23/04/14 y causa N° FCB 97000408/2012/TO1/CFC1, caratulada:
“Menéndez, Luciano Benjamín y otros s/ recurso de casación”,
rta. el 14/05/19, reg. N° 905/19, entre muchas otras) y por el
derecho penal internacional (Vgr. el Estatuto de la Corte
Penal Internacional y la jurisprudencia emanada de ese órgano,
entre muchos otros).
Así, del planteo no emergen argumentos plausibles de
confutar o ameritar una revisión del criterio relativo a la
existencia de un sistema de derecho común e indisponible para
todos los estados, cuyo origen se remonta, al menos, a los
primeros años subsiguientes a la segunda guerra mundial, cuyo
contenido, reconocido e inserto en nuestra carta fundamental,
con más la legislación y jurisprudencia de los tribunales
internacionales, reúne -como se dijo- la imprescriptible e
inderogable obligación de investigación y sanción de los
delitos de esta laya (cfr. esta Sala in re “Brusa, Víctor
Hermes y otros s/ recurso de casación”, causa N° 12314, rta.
19/5/12, reg. N° 19959; causa N° FCB 97000408/2012/TO1/CFC1,
caratulada: “Menéndez, Luciano Benjamín y otros s/ recurso de
casación”, rta. el 14/05/19, reg. N° 955/19 y “Saint Amant,
Manuel Fernando y otros s/ recurso de casación”, causa N° FRO
82000/10/CFC15, rta. el 09/09/19, reg. N° 1689/19, entre
otros).
Este deber, que se erige como imperativo jurídico para
todos los poderes estaduales, tiene primacía sobre cualquier
disposición en contrario de los ordenamientos jurídicos
locales, ocupando -por tanto- la posición más alta entre todas
las otras normas y principios, aun las del derecho interno.
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determinó que: “de acuerdo con lo expuesto y en el marco de
esta evolución del derecho internacional de los derechos
humanos, puede decirse que la Convención de
Imprescriptibilidad de Crímenes de Guerra y Lesa Humanidad, ha
representado únicamente la cristalización de principios ya
vigentes para nuestro Estado Nacional como parte de la
Comunidad Internacional” (Fallos: 327:3312, Considerandos 30°
a 32°).
Finalmente, señaló que: “la calificación de los
delitos contra la humanidad no depende de la voluntad de los
Estados nacionales” y que: “las fuentes del derecho
internacional imperativo consideran como aberrantes la
ejecución de cierta clase de actos y, por ello, esas
actividades deben considerarse incluidas dentro del marco
normativo que procura la persecución de aquellos que
cometieron esos delitos” (cfr. Fallos: 328:2056, voto del juez
Maqueda, Considerandos 56° y 57°).
Se ha dicho también que: “la extrema gravedad de
ciertos crímenes, acompañada por la renuencia o la incapacidad
de los sistemas penales nacionales para enjuiciarlos, son el
fundamento de la criminalización de los crímenes en contra de
la humanidad según el Derecho Internacional” (Ambos, Kai,
“Temas de Derecho penal internacional y europeo”, Marcial
Pons, Madrid, 2006, p. 181). También, que se trata de un
mandato de justicia elemental, siendo que: “la impunidad de
las violaciones de los derechos humanos (culture of impunity)
es una causa importante para su constante repetición” (cfr.
Werle, Gerhard, “Tratado de Derecho Penal Internacional”,
Tirant lo Blanch, Valencia, 2005, p. 84).
Los antecedentes expuestos permiten concluir, sin
hesitación, que la imprescriptibilidad de estos crímenes no
deriva de una categorización ad hoc y ex post facto, como
parecen sugerir los recurrentes y, en suma, conlleva a
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focalizada sobre un grupo nacional particular con el objeto
de, a través de la violencia física y la difusión del terror,
lograr la reorganización del conjunto de la sociedad. El
accionar represivo aparece así como un medio para la obtención
de un fin: el martirio de los individuos en tanto parte de un
colectivo determinado, socialmente significativo para los
victimarios, y el extermino de ese colectivo como instrumento
para la modificación de los lazos sociales” (cfr. “Vañek”
supra cit., considerando 25° c) de mi sufragio, con sus
citas).
En definitiva, y por todo lo expuesto precedentemente,
corresponde rechazar los agravios deducidos por los
recurrentes sobre estos extremos.
15°) Que, en otro andarivel, respecto de los cuestio-
namientos de las defensas en cuanto a la supuesta vulneración
del derecho de sus pupilos a ser juzgados en un plazo razona-
ble, vale recordar que el órgano sentenciante a la hora de
responder el planteo reeditado por las asistencias técnicas en
esta instancia, argumentó que, en la hipótesis, “…las razones
expuestas por la Defensa Oficial […] resultan meramente dogmá-
ticas en tanto no explica concretamente las razones que cons-
tituyen la causa de la dilación del proceso penal y, en conse-
cuencia, cuál es la irracionalidad del plazo, sin reconocer
por un lado la complejidad que conllevó este juicio y, en se-
gundo lugar, las razones que impidieron que iniciara con ante-
rioridad”.
Además, el a quo puso de relieve “…la complejidad que
revisten las presentes actuaciones, la cual se revela
reparando en la gravedad y cantidad de los hechos investigados
(se trata de delitos de lesa humanidad, la cantidad de
víctimas y de imputados, la voluminosa documentación, las
causas conexas e incorporadas como medios de prueba, la
dificultad para recabar información de los hechos investigados
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las personas, cuya protección penal debe privilegiarse y cuya
impunidad acarrea gran alarma social y desprestigia en máxima
medida la función tutelar del Estado” (Fallos: 335:533,
Considerando 21°) y agregó que: “[a] la magnitud de la
excepción corresponde una pareja delimitación por gravedad y
complejidad de los hechos bajo juzgamiento, pues lo contrario
implicaría anular virtualmente el carácter excepcional de la
norma” (ibidem).
En este sentido, señaló que “la reapertura de los
juicios por crímenes de lesa humanidad ha puesto en
funcionamiento procesos por delitos contra esos bienes
jurídicos, cometidos en muchos casos en concurso real de
múltiples hechos, cuya complejidad es mucho mayor que los
casos corrientes conocidos por los jueces de la Nación e
incluso de hechos únicos con asombrosa y extraordinaria
acumulación de graves resultados”.
Por último, concluyó que “[s]e suma a ello que la
Nación Argentina tiene el deber internacional de sancionarlos
y de impedir legal y jurisdiccionalmente su impunidad”
(Considerando 23°). En esa misma línea, reafirmó la obligación
nacional de sancionar estos delitos y de impedir legal y
jurisdiccionalmente su impunidad, y enunció la necesidad de
valorar entre otras cosas “la complejidad del caso”
(Considerando 24°).
Además, el cimero tribunal in re "Videla" (Fallos:
341:336) aseveró que: “el examen del agravio sobre la
conculcación de la garantía de plazo razonable importa
reconocer que, en nuestro país, el juzgamiento de los hechos
perpetrados durante el terrorismo de Estado ha afrontado
dificultades excepcionales derivadas, en parte, del dominio de
las estructuras estatales que -durante años- tuvieron sus
autores, y también de las múltiples medidas que fueron
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con posterioridad al restablecimiento del sistema democrático”
(Fallos: 327:3312, considerandos 7° y 8°) .
En definitiva, resulta insoslayable atender a la
doctrina inveterada de la Corte Suprema de Justicia de la
Nación en cuanto a que las leyes deben interpretarse siempre
evitando darles un sentido que coloque en pugna sus
disposiciones destruyendo las unas por las otras, y adoptando
como verdadero el que las concilie y deje a todas con valor y
efecto (Fallos: 334:485; 331:858 y 143:118, entre muchos
otros).
Así, el análisis de la cuestión relativa al derecho
cuya inobservancia denuncia la defensa no puede prescindir de
los temperamentos fijados por el alto tribunal los precedentes
citados.
Tales criterios se ajustan también a los receptados
por la Corte IDH que, al referirse al concepto de “plazo
razonable”, remitiéndose al estándar elaborado por el Tribunal
Europeo de Derechos Humanos, sostuvo que: “es preciso tomar en
cuenta tres elementos para determinar la razonabilidad del
plazo en el que se desarrolla un proceso: a) la complejidad
del asunto, b) actividad procesal del interesado y c) conducta
de las autoridades judiciales” (conf. casos “Hilaire,
Constantine y Benjamín y otros Vs. Trinidad y Tobago”, Fondo,
Reparaciones y Costas, Sentencia del 21 de junio de 2002,
serie C N° 94; “Suárez Rosero Vs. Ecuador”, Fondo, Sentencia
del 12 de noviembre de 1997, serie C N° 35; y “Genie Lacayo
Vs. Nicaragua”, Fondo, Reparaciones y Costas, Sentencia del 29
de enero de 1997, serie C N° 20; entre otros, criterio que el
Tribunal de Estrasburgo ha seguido en los casos “Katte
Klitsche de la Grange v. Italy”, caso n° 21/1993/416/495,
sentencia del 27 de octubre de 1994, párr. 51; “X v. France”,
caso n° 81/1991/333/406, sentencia del 31 de marzo de 1992,
párr. 32; “Kemmache v. France”, casos n° 41/1990/232/298 y
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Es que, en primer término, corresponde recordar que
esta Sala in re “Aguirre, Víctor Raúl y otros s/ recurso de
casación” (causa N° 413/13-482/13 reg. N° 2662/14, rta.
23/12/14) ya se pronunció respecto de un planteo anterior de
las partes –tanto defensas, como acusadores- contra la
recusación de los magistrados sentenciantes, a cuyos
argumentos corresponde remitirse en razón de brevedad.
Por lo demás, en estas instancias, no puede perderse
de vista tampoco que la Corte IDH se ha pronunciado en
reiteradas oportunidades respecto a esta garantía en su
sentido amplio (Corte IDH, caso “Apitz Barbera y otros Vs.
Venezuela”, sentencia del 5 de agosto de 2008 -Excepción
Preliminar, Fondo, Reparaciones y Costas-, Serie C 182; y caso
del Tribunal Constitucional Vs. Perú, sentencia de 31 de enero
de 2001 -Fondo, Reparaciones y Costas-, Serie C 55, entre
otros), y en todos ellos, a partir de un análisis ex post, ha
evaluado si se advertían en el caso en concreto -a partir de
la conducta de los jueces a lo largo del proceso- las
violaciones alegadas.
Así las cosas, luego de llevar a cabo un análisis de
esta naturaleza sobre la actuación del órgano sentenciante en
el pronunciamiento en crisis, no se advierten elementos que
sugieran la materialización de un obrar parcial por parte de
los magistrados, lo que confirma la improcedencia de los
planteos.
En efecto, las razones en las que las partes
recurrentes intentaron fundar los agravios estriban en que el
tribunal se basó en parte de los elementos de prueba
producidos en el marco de las referidas causas “Bayón” y
“Fracassi”, circunstancia que por vía de principio resulta
inidónea para acreditar la vulneración que se predica. Es que,
el órgano decisor procedió de acuerdo a las directrices
emanadas de las Reglas Prácticas definidas en las Acordadas de
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jurisdiccional válido (Fallos: 293:294; 299:226; 300:92;
301:449; 303:888, entre otros), por lo que se impone el
rechazo de los recursos de casación respecto a estos extremos.
17°) Que habrá de desestimarse también el agravio for-
mulado por la asistencia técnica de los coencausados Chiesa y
Domínguez, relativo a la ley aplicable al trámite de las ac-
tuaciones y, como consecuencia de ello, también a la alegada
violación de la garantía de juez natural.
Al respecto, se evidencia que las críticas de la
defensa no alcanzan a refutar la doctrina del cimero tribunal,
aplicable a la especie mutatis mutandis, según la cual “la
cláusula del artículo 18 de la Constitución Nacional que dice
‘Ningún habitante de la Nación puede ser […] juzgado por
comisiones especiales, o sacado de los jueces designados por
la ley antes del hecho de la causa’ no brinda amparo frente a
modificaciones de la ley procesal como la que tuvo lugar en el
sub examine” pues “el verdadero fundamento de la formulación,
en su doble aspecto, de la garantía de los jueces naturales,
consiste en la voluntad de asegurar a los habitantes de la
Nación una justicia imparcial, cuyas decisiones no pudieran
presumirse teñidas de partidismo contra el justiciable,
completando así el pensamiento de implantar una justicia igual
para todos, que informara la abolición de los fueros
personales […]. Lo inadmisible, lo que la Constitución
repudia, es el intento de privar a un juez de la jurisdicción
en un caso concreto y determinado, para conferírsela a otro
juez que no la tiene, en forma tal que por esta vía indirecta
se llegue a constituir una verdadera comisión especial
disimulada bajo la calidad de juez permanente de que se
pretende investir a un magistrado de ocasión’ (Fallos:
310:804, considerando 6°)” (cfr. dictamen del Procurador, al
que reenvió el máximo tribunal en Fallos: 335:1305).
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tuitivo del derecho de defensa que el antecedente, cuya
aplicación el impugnante dogmáticamente pretende, sin
demostrar menoscabo a derechos y garantías de sus asistidos
(en este mismo sentido, esta Sala II, in re “Acosta, Jorge
Eduardo y otros s/ recurso de casación”, causa N° 15496, reg.
N° 630/14, rta. 23/4/14, entre otros).
18°) Que, en esta misma línea argumental, se impone
desestimar también la pretensión absolutoria formulada respec-
to de Osvaldo Bernardino Páez y Oscar Lorenzo Reinhold en or-
den a la alegada vulneración al principio de ne bis in idem,
apoyado en que ya habían sido juzgados en el marco del expe-
diente “Mántaras, Mirtha s/ plantea inconstitucionalidad ley
23.521” (Expte. M. 643 – XXI) de fecha 24/6/88 de la Corte Su-
prema.
En lo que atañe al encausado Páez, la defensa detalló
que esta solución se había adoptado con relación a los hechos
que damnificaron a Nélida Ester Deluchi, Alberto Ricardo
Garralda y Ángel Enrique Arrieta, y con relación a Reinhold
respecto de los hechos vinculados a Raúl Eugenio Metz y
Graciela Alicia Romero de Metz, al dejar sin efecto su
citación a prestar declaración indagatoria.
Conforme surge de la sentencia recurrida, el tribunal
actuante al momento de rechazar los agravios que la defensa
reedita en iguales términos en el sub lite explicó que “[la]
Defensa Oficial no demostró ni se verifica en el caso la
existencia del presupuesto que habilita la solución que se
pretende, esto es un pronunciamiento judicial definitivo que
haya agotado la investigación y juzgamiento de las
responsabilidades de Reinhold y Páez con relación a los hechos
señalados que […] constituyen delitos de lesa humanidad
respecto de los cuales el estado argentino asumió compromiso
frente a la comunidad internacional”.
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beneficiarios de tales leyes no pueden invocar ni la
prohibición de retroactividad de la ley penal más grave ni la
cosa juzgada (Voto del Dr. Santiago Petracchi, considerando
31)’”.
Sumado a ello, los magistrados remarcaron que “…en
sintonía con lo establecido por la Sala II en el caso ‘ACOSTA’
(C°15496) que la reapertura de las causas es la reanudación,
aunque tardía, del cumplimiento de la obligación de investigar
y juzgar acabadamente y con arreglo al sistema constitucional
de normas que rigen nuestro sistema jurídico, los gravísimos
hechos que constituyen el objeto de la litis”.
En consecuencia, a raíz de lo hasta aquí analizado,
resulta evidente que el recurrente no ha logrado rebatir las
razones expuestas por el tribunal de juicio para sostener el
rechazo de los planteos aquí reeditados y, al no observarse la
afectación a la garantía invocada, corresponde rechazar el
recurso de la defensa en este punto.
-V-
19º) Que, sentado cuanto precede y previo a examinar
las críticas efectuadas por las partes respecto de las respon-
sabilidades endilgadas a los acusados, habida cuenta de que
sus planteos han confluido en censurar la valoración de la
prueba efectuada en la instancia anterior que determinó las
respectivas participaciones, cabe recordar que esta Sala ya ha
sostenido en anteriores oportunidades (cfr. esta sala in re
“Brusa, Víctor Hermes y otros s/ recurso de casación”, “Losi-
to, Horacio y otros s/ recurso de casación”, supra cit. –entre
tantas otras) que nuestro digesto rituario ha adoptado el sis-
tema de la sana crítica racional (artículo 398, 2° párrafo del
CPPN), que amalgamado a la exigencia constitucional de funda-
mentación de las sentencias, requiere que se expresen los ele-
mentos de prueba a partir de los cuales se arriba a una deter-
minada conclusión fáctica y “la explicación del porqué de la
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que lo condicionan la Constitución y la ley procesal,
corresponde entender que la sentencia no tiene fundamento. En
el fondo, hay un acto arbitrario de poder” (ibidem,
considerando 31).
En esa línea, se ha señalado también que: “[l]a sana
crítica establece la plena libertad para el convencimiento de
los jueces, reconociendo como límite el respeto a las normas
que gobiernan la corrección del pensamiento, es decir las
leyes de la lógica, de la psicología y de la experiencia común
(CNCP, Sala II, LL, 1995-C-525), por lo que le es exigible que
las conclusiones a las que se arribe en la sentencia sean el
fruto racional de las pruebas del proceso, sin afectación del
principio lógico de razón suficiente que exige que la prueba
en que aquella se funde sólo permita arribar a esa única
conclusión y no a otra (CNCP, Sala II, citada; CNCP, Sala IV,
DJ, 1996 -2-274, en el que se añade que la sana crítica exige
el debido respeto no sólo de aquél principio, sino además, de
los de identidad, de no contradicción y del tercero excluido)”
(Navarro, Guillermo Rafael y Daray, Roberto Raúl, Código
Procesal Penal de la Nación. Análisis doctrinal y
jurisprudencial, Tomo 2, 2ª ed., Hammurabi, Buenos Aires,
2006, p. 1142).
Esta es, por otra parte, la pauta que impera por los
tribunales internacionales, en el sentido de que tienen la
potestad de apreciar y valorar las pruebas según las reglas de
la sana crítica, evitando adoptar una rígida determinación del
quantum de la prueba necesaria para sustentar un fallo (cfr.
Corte IDH. Caso “Velásquez Rodríguez vs. Honduras”, Sentencia
del 29 de julio de 1988. Serie C N° 4, párrs. 127/131; Caso
“Bulacio vs. Argentina”, Sentencia de 18 de septiembre de
2003, Serie C N° 100, párr. 42; Caso “Myrna Mack Chang vs.
Guatemala”, Sentencia del 25 de noviembre de 2003, Serie C N°
101, párr. 120; Caso “Maritza Urrutia vs. Guatemala”,
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conclusiones a las que arriba, debiendo expresar por escrito
las razones que condujeron a su decisión para posibilitar el
control de legalidad.
Por otro lado, sabido es que la declaración de
culpabilidad -que exige un estado de certeza apodíctica- puede
basarse tanto en las llamadas pruebas directas como en las
indirectas, siempre que éstas consistan en indicios que en su
conjunto resulten unívocos y no anfibológicos, porque son los
primeros los que en definitiva tienen aptitud lógica para
sustentar una conclusión cierta (cfr. “Brusa, Víctor Hermes y
otros s/ recurso de casación” supra cit. y sus citas).
A este respecto también los organismos internacionales
de derechos humanos se han pronunciado, señalando: “La
práctica de los tribunales internacionales e internos
demuestra que la prueba directa, ya sea testimonial o
documental, no es la única que puede legítimamente
considerarse para fundar la sentencia. La prueba
circunstancial, los indicios y las presunciones, pueden
utilizarse, siempre que de ellos puedan inferirse conclusiones
consistentes sobre los hechos” (Corte IDH. Caso “Velásquez
Rodríguez vs. Honduras”, Sentencia del 29 de julio de 1988.
Serie C N° 4, párr. 130).
De tal suerte, la eficacia probatoria de la prueba
indiciaria dependerá, en primer lugar, de que el hecho
constitutivo del indicio esté fehaciente acreditado; en
segundo término, del grado de veracidad, objetivamente
comprobable, en la enunciación general con la cual se lo
relaciona con aquél; y, por último, de la corrección lógica
del enlace entre ambos términos (Cafferata Nores, José I., La
prueba en el proceso penal. Con especial referencia a la ley
23.984, 4ª edición, Depalma, Buenos Aires, 2001, p. 190).
Es decir, debe corroborarse en el caso si
verdaderamente existió una cadena de indicios que demuestren,
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medio de prueba que se privilegia frente a modos particulares
de ejecución en los que deliberadamente se borran las huellas,
o bien se trata de delitos que no dejan rastros de su
perpetración, o se cometen al amparo de la privacidad. En
tales supuestos a los testigos se los llama necesarios”.
Continuó en el mismo sentido: “En la especie, la
manera clandestina en que se encaró la represión, la
deliberada destrucción de documentos y de huellas, el
anonimato en que procuraron escudarse sus autores, avala el
aserto”. Y concluyó: “No debe extrañar, entonces, que la
mayoría de quienes actuaron como órganos de prueba revistan la
calidad de parientes o de víctimas. Son testigos necesarios”
(cfr. Sentencia dictada por la Cámara Nacional de Apelaciones
en lo Criminal y Correccional Federal de la Capital Federal,
Tomo I, 2ª ed., Imprenta del Congreso de la Nación, Buenos
Aires, 1987, p. 294).
Por su parte, la doctrina ha enseñado de antaño: “…la
más fuerte garantía de la estabilidad del testimonio es su
perfecta concordancia con los resultados que las demás pruebas
suministran. Si el testigo es convencido de mentira o error
acerca de un punto de hecho, el juez no puede dejar de
concebir desconfianza y dudas sobre su buena voluntad o sobre
sus facultades de observación; pero, al contrario, su
convicción se aumenta cuando ve confirmado y corroborado el
testimonio por todas las demás pruebas descubiertas en la
causa” (Mittermaier, Karl Joseph Antón, Tratado de la prueba
en materia criminal, 1ª edición, Hammurabi, Buenos Aires,
2006, pp. 310-311).
En el marco conceptual detallado, al tiempo de
responder a los planteos relativos a esta cuestión, no podrán
soslayarse las particularidades de los hechos que han sido
materia de juicio. Efectivamente: las características de estos
eventos y la clandestinidad que caracterizó a los
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juicios. Uno primero -externo- sobre el hablante; otro sobre
lo hablado. Esto último, a su vez, ha de examinarse en dos
planos: en sí mismo, como discurso, para evaluar su grado de
consistencia interna; y desde el punto de vista de la
información que contenga, que ha de ponerse en relación con la
obtenida a partir de otros medios probatorios. Así la práctica
de la testifical se articula en tres tramos; el de la audición
del declarante; el de la determinación del crédito que como
tal pudiera o no merecer; y el que tendría por objeto evaluar
si lo narrado es o no cierto”, siendo que, además: “No hay
duda de que el segundo momento es el de mayor dificultad. En
efecto, pues en él se trata de calibrar la sinceridad del
deponente, es decir, de saber si cuenta realmente lo que cree
que presenció. Para ello habrá que estar a las
particularidades de la declaración, al modo de prestarla, a la
existencia o no de motivos -interés- para desfigurar u ocultar
la verdad, a la coherencia de la actual con anteriores
manifestaciones recogidas en la causa” (Perfecto Ibáñez,
Andrés, Prueba y convicción judicial en el proceso penal,
Hammurabi, Buenos Aires, 2009, pp. 113-114).
20º) Que, vinculado a los hechos imputados en estos
actuados, primeramente, debe tenerse en cuenta que las críti-
cas de las defensas se dirigieron más bien contra la acredita-
ción del accionar desplegado por sus asistidos y no con rela-
ción a la materialidad de los eventos bajo estudio y, por lo
demás, cabe destacar aquí que el tribunal oral reconstruyó los
acontecimientos bajo estudio a partir de un cuadro probatorio
unívoco producido durante el debate.
a) Así, en primer lugar, el a quo realizó un repaso
histórico para contextualizar la época en la que se desarro-
llaron los hechos juzgados y, entre otros puntos, señaló que
la Zona de Defensa 5 estuvo a cargo del Comando del V Cuerpo
del Ejército con asiento en Bahía Blanca, con jurisdicción en
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De seguido, los magistrados puntualizaron que el
Estado mayor del V Cuerpo estuvo conformado por 4
Departamentos: El dpto. I de Personal (G-1); Dpto. II de
Inteligencia (G-2); Depto. III de Operaciones (G-3); y Depto.
IV Logística; los que, a su vez, se conformaban con distintas
Divisiones y Secciones con inferior Jerarquía.
En este punto, aclararon que según el Reglamento
Interno mencionado supra, el comando habría de ejercerse “‘…a
lo largo de una cadena de comando perfectamente determinada’,
a través de la cual el Comandante haría a cada comandante
dependiente ‘responsable de todo lo que sus respectivas
fuerzas hagan o dejen de hacer’, agregándose que las órdenes
habrían de impartirse ‘siguiendo esta cadena de comando’”, y
que “…a los fines de la denominada ‘lucha antisubversiva’, el
Comandante del V Cuerpo de Ejército constituía la máxima
autoridad de la Zona de Defensa 5 y sus órdenes –adoptadas con
el asesoramiento del 2do Comandante y el Estado Mayor- habrían
de seguir la cadena de mandos que se continuaba con los
Comandos de Subzonas 51, 52 y 53, razón por la cual el Comando
del V Cuerpo de Ejército y su Estado Mayor se encuentra
implicado en todos los hechos cometidos en la jurisdicción de
la Zona 5”.
A su vez, en el instrumento sentencial se valoró que
“…el Departamento I de Personal del V Cuerpo del Ejército
estuvo a cargo de Hugo Carlos Fantoni, […] y conforme al
reglamento RC-3-30 de Organización y funcionamiento de los
Estados Mayores, el Jefe de Personal tenía responsabilidad
primaria sobre todos los aspectos relacionados con individuos
bajo control militar directo, tanto amigos como enemigos,
militares como civiles” y que “…una de sus principales
funciones era la administración de personal, que en cuanto a
los detenidos, comprendía su reunión y procesamiento
(clasificación, internación, seguridad, traslados, liberación,
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En cuanto a las funciones, refirieron que “[e]l
Departamento II trabajaba en todos los aspectos relacionados
con el enemigo y dentro de sus funciones estaba la reunión de
información y su procesamiento; la distribución y el uso de
esa inteligencia; la contrainteligencia. Estas tareas
implicaban la coordinación con todas las operaciones tácticas
(RC-3-30). Se trataba del órgano de dirección de Inteligencia
y a él respondía funcionalmente el DESTACAMENTO DE
INTELIGENCIA 181, que era el único medio técnico de
inteligencia que disponía el Ejército. Este último ejecutaba
las órdenes provenientes del Comando y comunicaba los
resultados obtenidos (RC-16-5). En un apartado especial
expondremos la estructura orgánica de esta Unidad de
Inteligencia”.
De otra banda, respecto al DEPARTAMENTO III –
OPERACIONES, señalaron que “[d]e conformidad con el RC-3-30,
el Jefe de Operaciones tenía la responsabilidad primaria sobre
todos los aspectos relacionados con la organización,
instrucción y operaciones. De este modo, dentro de las
funciones asignadas al G-3 se encontraban la de mantener
actualizada la nómina de los elementos dependientes, proponer
la organización y el equipamiento de las unidades, preparar y
difundir los planes y órdenes de operaciones, supervisar y
coordinar la ejecución de las mismas, integrar el apoyo de
fuego y la maniobra táctica, planear en coordinación con el
Jefe de Logística los movimientos de tropas y planear las
operaciones sicológicas, entre otras. Todo ello grafica la
importancia de esta área en la ejecución del plan criminal,
que necesariamente debía interactuar con las demás. Desde
febrero de 1976 y hasta fines de ese mismo año fue JEFE DE
OPERACIONES el imputado JUAN MANUEL BAYÓN y le sucedió Rafael
Benjamín De Piano. El Departamento III estaba compuesto por
dos divisiones: DIVISIÓN PLANES Y DIVISIÓN EDUCACIÓN E
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realización de determinados operativos”, y tomaron como
ejemplo de ello que se había podido acreditar en la presente
causa la participación de los imputados Jorge Horacio Rojas y
de Miguel Ángel Chiesa.
De seguido, describieron que el Departamento IV –
Logística, tenía como funciones “…la provisión de los
elementos y servicios necesarios para los procedimientos y los
movimientos de tropa en coordinación con el Jefe de
Operaciones (RC-3-30)”.
Respecto del accionar del equipo de combate contra la
subversión, el a quo detalló que se había comprobado la
intervención de la mencionada unidad en diferentes
“enfrentamientos simulados” que había concluido con el
asesinato de numerosas víctimas, y que conforme se desprendía
de las declaraciones del propio Ibarra “…la operacional
trabajaba sobre la base de los requerimientos del departamento
III de Operaciones […] La información la suministraba el
DEPARTAMENTO II INTELIGENCIA. Las personas detenidas eran
entregadas al personal de inteligencia (sea en las guardias
del comando o en los operativos). Una vez logrado el objetivo
[…] controlaban el resultado del operativo un juez y un médico
[…y que cuando] hubo enfrentamientos las personas terminaron
muertas, no hubo heridos”.
De otro lado, se consignó en la sentencia que
“[c]uando se detenía personas se las entregaba a inteligencia
dentro del cuartel, que se encargaban de interrogarlos en el
centro de detenidos. En otras ocasiones se entregaban en la
unidad IV de Villa Floresta”.
Al mismo tiempo, los magistrados actuantes
describieron las funciones y los integrantes del Destacamento
de Inteligencia 181, y recalcaron que “…respondía
funcionalmente al Departamento de Inteligencia del Comando del
V Cuerpo de Ejército y era el único medio técnico de
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información recabada sobre las personas que aparecían
sindicadas como ‘elementos subversivos’. Esta hermenéutica
coincide con lo que dispusiera el ‘Plan del
Ejército’(Contribuyente del Plan de Seguridad Nacional)…” y
que a las distintas disposiciones reglamentarias “…confirman
los dichos de Vilas con relación a las tareas de valorización
y clasificación de la información reunida, así como respecto a
los canales que la misma seguía en la estructura militar y en
el marco de la Comunidad Informativa (se trata de dos
elementos de prueba independientes que nos llevan a sostener
una misma función). Asimismo, podremos apreciar la vinculación
técnica del Destacamento con el G-2 (departamento II de
Inteligencia del Quinto Cuerpo) y funcional con el Comandante
de la Subzona 51”.
De otra banda, remarcaron que el Destacamento de
Inteligencia 181 estaban vinculados también con “…el personal
detenido en el centro clandestino bajo la jurisdicción del
Quinto Cuerpo de Ejército. En tal sentido, Vilas señaló que
los interrogatorios llevados a cabo en dichos lugares estaban
a cargo de personal perteneciente a la citada unidad de
inteligencia…” y recordaron que ello había sido confirmado por
el Mayor Emilio Ibarra.
En cuanto a su ubicación funcional, dicha subunidad
estaba “…emplazada en el ámbito del Departamento III a cargo
del Coronel Juan Manuel Bayón (condenado por [ese] Tribunal en
la causa n° 93000982/2009/TO1 y en el presente juicio), quien
integraba el Estado Mayor y dependía directamente del
Comandante de la Subzona 51, Adel E. Vilas”.
En suma, los judicantes sintetizaron que “[d]esde el
momento inicial que una persona era detenida en el marco de la
‘lucha contra la subversión’, ingresada a una dependencia, de
acuerdo a lo establecido en el PON 24/75, se debía informar al
Destacamento de Inteligencia 181, con detalle de sus datos de
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todo el territorio a su cargo, que comprendía los partidos
bonaerenses de Tornquist, Coronel Pringles, González Chávez,
Coronel Dorrego, Tres Arroyos, Villarino, Bahía Blanca y el
departamento Caleu de La Pampa. Asimismo, […] en las
instalaciones de la citada unidad también funcionaron centros
clandestinos de detención”.
Sobre ello, los magistrados agregaron que contaba con
cuatro Divisiones, que tal como surgía del “libro histórico”,
cambiaron su conformación, y que “…[e]n 1976 encontramos las
siguientes: Banda, Servicios, Comando y Comunicaciones […] y
una división de Combate denominada ‘Mayor Keller’[…]. Las
mismas, en 1977 se distribuyeron entre las Compañías que
conformaron la nueva organización de la unidad. De este modo,
además de la Banda, se integró con la Compañía ‘A’ (ex
Compañía de Combate), la Compañía ‘B’ (ex Compañía de Comando
y Comunicaciones) y la Compañía Comando y Servicios (ex
Compañía Servicio)”.
Seguidamente, en la sentencia se describió que la
Unidad Regional Quinta de Bahía Blanca “…fue uno de los
organismos de la Policía de la Provincia de Buenos Aires que
integró la estructura represiva de la Subzona 51” y que “…se
hallaba bajo el control operacional del Comando del V Cuerpo
del Ejército”.
A su vez, se tuvo en cuenta que “[d]entro este
esquema, las Unidades Regionales tenían rango de Departamento
de la Dirección General de Seguridad y ejercían jurisdicción
sobre los partidos que la Jefatura de Policía determinara en
consideración de la importancia demográfica y económica de
cada zona. El ejercicio de esa jurisdicción territorial las
colocaba por encima de todas las Comisarías y organismos
inferiores de la Policía, cualquiera fuera su especialidad,
que funcionaran en la respectiva jurisdicción –las cuales
dependían directamente de la Unidad Regional-; e incluso los
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propios de un grupo operativo encargado de ejecutar
secuestros, interrogatorios y traslados al CCD “La Escuelita”
de Bahía Blanca, el principal centro de detención de la zona.
En cuanto a los Centros Clandestinos de Detención que
operaron dentro de la Subzona 51, el tribunal tuvo por probado
que allí habían pasado gran cantidad de víctimas quienes
fueron sometidas a interrogatorios, simulacros de
fusilamiento, vejaciones, torturas y condiciones inhumanas de
detención, y que “…a partir del 24 de marzo de 1976,
integrantes de la Segunda Sección Baqueanos del Regimiento de
Infantería de Montaña 26 –con base en Junín de los Andes-,
dependiente del Comando de Brigada de Infantería de Montaña VI
–con asiento en Neuquén–, fueron comisionados a realizar
‘operaciones’ al Comando Quinto Cuerpo, desempeñándose como
guardias de ese centro clandestino de detención”.
Por otra parte, el a quo señaló también que se
utilizaron como centros clandestinos de detención, distintas
construcciones de los terrenos del Comando del V Cuerpo del
Ejército, para albergar personas secuestradas.
En orden al Batallón de Comunicaciones 181 situado en
las inmediaciones del Comando del V Cuerpo, en la sentencia,
se tuvo por demostrado que funcionaron centros clandestinos de
detención, concretamente en el edificio del Batallón, y que se
acondicionaron distintos ambientes para mantener privadas
ilegítimamente de la libertad a las víctimas.
También, sobre la Unidad Penal 4 de Villa Floresta de
Bahía Blanca, los jueces expusieron que “…formó parte de la
estructura represiva fue la Unidad Penal 4 del Barrio Villa
Floresta de Bahía Blanca. Recordemos que el Servicio
Penitenciario de la Provincia de Buenos Aires también se
encontraba bajo el control operacional del Ejército”, y que en
este caso concreto estaba subordinada operacionalmente al
Comando del V Cuerpo del Ejército.
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espacio de legalidad, los allí alojados a lo máximo que podían
aspirar era a permanecer, por un tiempo indeterminado, a
disposición del PEN como expresión de un blanqueamiento de su
detención”, y que “…sus situaciones no mejoraron de manera
significativa ya que fueron objeto de violentos traslados
hacia y desde la UP4; no recibieron la atención médica
adecuada al deteriorado estado de salud que tenían al llegar;
a veces, a modo de castigo, fueron sometidos a períodos de
aislamiento; recibieron la clasificación de detenidos
‘especiales’ que significó, por ejemplo, que se continuaran
ejerciendo actividades de inteligencia sobre ellos y sobre las
visitas que recibían, de manera que los datos que se obtenían
circulaban dentro de la comunidad informativa; debieron
soportar violentas requisas y nuevos interrogatorios,
inclusive por los mismos torturadores de ‘La Escuelita’”.
A su vez, en la sentencia se asentó que la Delegación
Cuatrerismo de Bahía Blanca, también funcionó como Centro
Clandestino de Detención, siendo la Delegación Viedma de la
Policía Federal Argentina, otro de los lugares donde
permanecían las víctimas detenidas.
En cuanto a la Subzona de Defensa 52, se tuvo por
acreditado que “…su Comando estuvo en cabeza de la Brigada de
Infantería de Montaña VI con sede en la ciudad de Neuquén. […]
El Comando de la Brigada de Infantería de Montaña VI fue la
máxima autoridad de la Subzona 52, y su funcionamiento se
encontraba regulado por el RC-3-30…”.
En ese sentido, es que se analizó que el Destacamento
de Inteligencia 182, fue la Unidad de Inteligencia de la
Subzona 52, con asiento en la ciudad de Neuquén, valorando que
“…poseía dependencia orgánica del Cuerpo respectivo a su
emplazamiento y sujeción final al Batallón de Inteligencia 601
J-II, de Estado Mayor General del Ejército, con sede en Buenos
Aires”.
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criben.
1) DANIEL JOSÉ BOMBARA
El tribunal comprobó que “[e]l nombrado militaba en la
Juventud Universitaria Peronista y fue secuestrado el 29 de
diciembre de 1975, a las 06:15 horas, junto a María Emilia
Salto y Laura Manzo en la intersección de las calles Santa
Cruz y Bravard de la ciudad de Bahía Blanca, por personal del
Comando Radioeléctrico de la Policía de la provincia de Buenos
Aires, por orden del Comando V Cuerpo de Ejército”.
Añadió que: “María Emilia relató haber sido
sorprendida por una persona armada y vestida de civil, quien
la hizo ingresar a un patrullero blanco de la Policía de la
provincia de Buenos Aires en el que ya estaban Laura y Daniel.
Recordó que se les hizo poner la cabeza abajo y fue vendada.
Los tres pasaron luego a una camioneta o camión, y fueron
llevados a un lugar desconocido. Allí fueron torturados los
tres, refiriendo que a Daniel le pegaban muy fuerte con un
palo o algo de goma, se escuchaban sus gritos y cómo era
interrogado. En un determinado momento, luego de escucharlo
gemir y con la respiración agitada, se produjo un silencio
total, susurros, insultos en voz baja y corridas. La nombrada
fue subida a un vehículo, tirada boca abajo, y sintió que al
lado suyo colocaban a alguien que no hablaba ni se movía para
compensar su cuerpo ante el movimiento del traslado, lo que le
hizo pensar que se trataba de Bombara, y que el mismo había
muerto en el lugar producto de las torturas”.
Por otra parte, y de acuerdo a las constancias
obrantes en el expediente judicial que se tramitara con motivo
de una supuesta tentativa de fuga de la víctima, “puede
reconstruirse la versión policial sobre los últimos momentos
en que habría permanecido con vida Bombara. En tal sentido, el
30/12/1975 a las 22:00 horas, Daniel habría sido ingresado por
personal de la Dirección de Investigaciones de La Plata, en la
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provincia de Buenos Aires, por orden del Comando V Cuerpo de
Ejército”.
A su vez, “María Emilia relató haber sido sorprendida
por una persona armada y vestida de civil, quien la hizo
ingresar a un patrullero blanco de la Policía de la provincia
de Buenos Aires, en el que ya estaban Laura y Daniel. Recordó
que se les hizo poner la cabeza abajo y fue vendada. Los tres
pasaron luego a una camioneta o camión, y fueron llevados a un
lugar desconocido. Tanto María Emilia como Laura fueron
desnudadas, atadas de pies y manos sobre una cama de metal,
interrogadas y torturadas con picana eléctrica en diferentes
partes del cuerpo como muslos, antebrazos, tobillos, rodillas,
genitales y senos”.
Continuó el a quo: “Después de permanecer detenidas en
Comisarías de la policía provincial de Bahía Blanca, Salto en
la Primera y Manzo en la Segunda, ingresaron a la Unidad Penal
N° 4 de Villa Floresta el 06/01/1976, siendo trasladadas a la
penitenciaría N° 8 de Olmos el 25/02/1976, para luego regresar
a la cárcel de Bahía Blanca el 10/09/1976. Finalmente, las
víctimas fueron trasladadas a la Unidad N° 2 de Villa Devoto
el 14/12/1976”.
Por otro lado, “María Emilia Salto, pasó luego a
cumplir arresto en la ciudad de Cipolletti, siendo autorizada
a desplazarse por el ejido urbano sujeta a control de la
Policía de la provincia de Río Negro, conforme Decreto N° 1703
del 22 de octubre de 1981, dejando de estar arrestada a
disposición del PEN mediante Decreto N° 385 de fecha
23/08/1982”.
Así también: “Laura Manzo pasó a cumplir arresto en la
localidad de Quilmes de acuerdo al Decreto N° 802 del
29/07/1981, siendo autorizada a desplazarse por dicha ciudad
sujeta a control de la Policía de la provincia de Buenos
Aires, dejando de estar a disposición del PEN mediante Decreto
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Se afirmó en el instrumento sentencial que “[e]l
nombrado, quien al tiempo de los hechos era diputado
provincial por el FREJULI, fue secuestrado junto a su esposa
Mirta Justa Bustos, el 23 de marzo de 1976, entre las 23 y 24
horas aproximadamente, en el domicilio de calle Garay 975 de
Bahía Blanca, por un grupo del Ejército al mando del General
Vilas, siendo trasladados ambos en un jeep al Comando V Cuerpo
de Ejército. Estando allí, Medina fue ingresado atado y con
los ojos vendados al centro clandestino ‘La Escuelita’, donde
fue torturado e interrogado con relación a las armas que
habrían sido encontradas en el domicilio citado”.
Posteriormente, “la víctima fue trasladada a la Unidad
Penal N° 4 de Villa Floresta donde permaneció cuatro meses,
pasando luego por la cárcel de Rawson, la comisaría de
cuatrerismo de Bahía Blanca, la Jefatura de Policía y la
Comisaría Quinta de La Plata, volviendo a ser transportado al
establecimiento carcelario de la provincia de Chubut ya
mencionado. Finalmente, Medina pasó por las unidades penales
de Villa Devoto y Caseros previo a obtener la libertad
vigilada a fines del año 1980, no pudiendo abandonar el ejido
urbano de la ciudad de Bahía Blanca”.
6) RENÉ EUSEBIO BUSTOS, RUBÉN ANÍBAL BUSTOS Y RAÚL
AGUSTÍN BUSTOS
El tribunal oral comprobó que “[las] tres víctimas,
militantes del partido Justicialista, fueron secuestradas el
23 de marzo de 1976, a las 02:30 horas, en el domicilio de
calle Balboa N° 2137 de Bahía Blanca, en el marco de un
operativo desplegado por el ejército, la policía provincial y
federal. Las tres fueron trasladadas al Comando V Cuerpo de
Ejército, e ingresadas con los ojos vendados al centro
clandestino ‘La Escuelita’, donde fueron torturadas e
interrogadas con relación a las armas que habrían sido
encontradas en el domicilio citado”.
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Blanca, e ingresado al centro clandestino de detención ‘La
Escuelita’”.
Inicialmente “la víctima estuvo alojada en una especie
de caballeriza, lo que pudo advertir en razón de no
encontrarse vendada en principio, recordando que se trataba de
un galpón rectangular que tenía un portón de entrada de dos
hojas y que estaba construido con chapas de cinc. Luego fue
vendada y a los quince días llevada a otra construcción.
Conforme los testimonios de Miramonte y Medina, Stirnemann fue
objeto de un particular método de tortura que consistía en
colocar un gato sobre su pecho, aplicándosele electricidad al
animal con una picana para que éste lo lastimara”.
Posteriormente, “el 13 de agosto de 1976 la víctima
fue ingresada a la Unidad Penal N° 4 de Villa Floresta y
puesta a disposición del P.E.N. al día siguiente. Permaneció
allí hasta septiembre, mes en que fue trasladada a la cárcel
de Rawson, pasando después a la Unidad N° 9 de La Plata,
accediendo a la libertad vigilada el 7 de enero de 1981 y
cesando su arresto el 17 de julio de ese año”.
9) MARÍA MARTA BUSTOS
Se acreditó en la decisión en crisis que la nombrada,
“quien se desempeñaba como concejal de Bahía Blanca por el
FREJULI, fue secuestrada el 7 de abril de 1976, a las 16:15
horas, en el domicilio de calle Balboa N° 2137 de Bahía
Blanca, por personal armado de la Policía Federal, siendo
transportada hasta la delegación local de dicha fuerza. Al día
siguiente fue trasladada al Quinto Cuerpo de Ejército, e
ingresada en una habitación del Batallón de Comunicaciones N°
181”.
Luego “el 23 de abril de ese año, la víctima fue
trasladada a la Unidad Penal N° 4 de Villa Floresta, pasando
luego por la cárcel de Olmos, donde el 9 de agosto dio a luz a
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secuestradas el 7 de mayo de 1976, a las 23:30 horas, en el
domicilio de calle Casanova N° 183, Dpto. “C”, de Bahía
Blanca, por un grupo de personas armadas y encapuchadas,
quienes los trasladaron atados y vendados al centro
clandestino de detención ‘La Escuelita’”.
Se aseveró que “Estela Clara fue liberada a los dos
días del hecho, formulando la correspondiente denuncia
policial el 12 de mayo de ese año, mientras su esposo
continuaba secuestrado. Éste último fue liberado luego de
permanecer diez días en el citado centro clandestino, donde
fuera interrogado por su supuesta pertenencia al ERP, así como
con relación a su militancia política en el partido Comunista
y la Municipalidad, siendo amenazado con ser fusilado y el
pasaje de corriente eléctrica mediante “picana”, habiéndosele
también colocado un roedor que caminara sobre su cuerpo y
rostro”.
Por último, “las víctimas debieron renunciar a sus
puestos de trabajo en la Municipalidad de Bahía Blanca”.
12) MÓNICA MORÁN
Se comprobó que “[l]a nombrada, quien militaba en el
Partido Revolucionario de los Trabajadores, fue secuestrada el
10 de junio de 1976 por cinco personas armadas y con rostro
descubierto, en el domicilio sito en calle Rondeau N° 220 de
Bahía Blanca, donde funcionaba el teatro ‘La Ranchería’, e
ingresada al centro clandestino de detención ‘La Escuelita’,
siendo advertida su presencia en el lugar por Pedro Maidana,
Dora Seguel, Gladis Sepúlveda y Graciela Ana Kalnisko. La
víctima fue asesinada el 24 de junio de ese año, en el marco
de un enfrentamiento simulado por el Ejército, en el inmueble
de calle Santiago del Estero N° 376 de la citada localidad,
habiendo sido visto su cadáver dentro del Hospital Militar,
según relatara”.
13) ÉLIDA NOEMÍ SIFUENTES Y GLADIS SEPÚLVEDA
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14) PABLO FRANCISCO FORNASARI, JUAN CARLOS CASTILLO,
ZULMA RAQUEL MATZKIN Y MANUEL MARIO TARCHITZKY
En el presente caso se abordan en forma conjunta los
hechos que tuvieron por víctimas a las personas nombradas,
toda vez que, de acuerdo a lo comprobado en la sentencia,
“aquellas aparecieron muertas en el inmueble sito en calle
Catriel N° 321 de la localidad de Bahía Blanca, como abatidas
en un enfrentamiento fraguado por el ejército”.
En este sentido, “el día 25 de junio de 1976, Pablo
Francisco Fornasari y Juan Carlos Castillo fueron secuestrados
en un control de ruta en cercanías de la ciudad de Bahía
Blanca, mientras circulaban a bordo de una camioneta propiedad
de este último, siendo ingresados inicialmente a la guardia
del Comando del V Cuerpo de ejército, permaneciendo luego
alojados en celdas individuales en el Batallón de
Comunicaciones 181, conforme el testimonio de Juan Oscar
Gatica y el texto de la misiva que Fornasari remitiera a su
esposa. Allí fueron interrogados por el encausado Otero,
siendo retirado del lugar Castillo al día siguiente e
ingresado a ‘La Escuelita’, donde habría sido asesinado, de
acuerdo a la declaración de Susana Beatriz Rosso”.
De seguido, se aseveró que “Pablo Francisco Fornasari,
quien conocía a Otero de la época en que realizara la
conscripción militar en Campo de Mayo, fue sacado del lugar
casi una semana después que Castillo y llevado también al
citado centro clandestino donde ambos fueran torturados,
conforme los dichos de Alicia Mabel Partnoy. Las víctimas
mencionadas pertenecían al partido Peronista Auténtico”.
Así, afirmó el a quo que “Zulma Matzkin, militaba en
la Juventud Universitaria Peronista, fue secuestrada el 19 de
julio de 1976 en su lugar de trabajo, sito en calle Alsina N°
95 de Bahía Blanca y trasladada al centro clandestino ‘La
Escuelita’, donde fue careada con Laura Iliana Fuxman, siendo
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En consecuencia, “el 31 de julio de 1976 Rudy Omar
Saiz fue trasladado a la ciudad de Mar del Plata,
permaneciendo alojado entre quince y veinte días en el
Destacamento Playa Grande, pasando luego a la Comisaria Cuarta
de dicha localidad, de donde fue liberado el 12 de septiembre
de ese año”.
16) HUGO WASHINGTON BARZOLA
Se tuvo por acreditado en la sentencia que “el
nombrado fue secuestrado de su domicilio, sito en calle 19 de
mayo N° 1460 del Barrio Palihue de Bahía Blanca, el 20 de
julio del año 1976, a las 04:19 horas de la madrugada, por
tres personas armadas vestidas de civil que se identificaron
como policías, quienes previo a requisar su casa lo obligaron
a subir a un auto mientras una de ellas le apuntaba con una
pistola en la cabeza. Sin perjuicio de que se le colocó una
capucha, la víctima pudo percibir que lo llevaron por el
camino de ‘La Carrindanga’ e ingresaron al centro clandestino
‘La Escuelita’, donde fue tabicado, golpeado y se le ataron
las manos a la espalda con alambre de atar fardos”.
A su vez, “luego fue trasladado por caminos internos
hasta el Batallón de Comunicación N° 181, donde se le quitó el
tabique y fue desatado, permaneciendo inicialmente en el retén
de guardia y después en un amplio salón. Mientras estuvo
detenido en la citada unidad militar, en una oportunidad fue
encapuchado e interrogado. Asimismo, compartió cautiverio con
Solari Irigoyen, Amaya y Laurencena, entre otras personas,
siendo finalmente liberado casi tres meses después de haber
sido secuestrado”.
17) MARÍA CRISTINA JESSENE
La nombrada, de acuerdo a como ha quedado acreditado
en el pronunciamiento sub examine “fue secuestrada el 20 de
julio de 1976, a las 17:00 horas aproximadamente, en el
domicilio de su tía sito en calle H. Irigoyen N° 252, piso 6°,
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palo a la intemperie mientras lloviznaba, perdió el
conocimiento, y se despertó en la pieza del capellán al ser
oscultada en la panza por un médico que revisaba los latidos
de su bebé”.
Así también se asentó que “el 19 de agosto de 1976 la
víctima fue ingresada a la Unidad Penal N° 4 de Villa
Floresta, donde fue puesta a disposición del P.E.N. y pudo ser
visitada por sus familiares, siendo trasladada vía aérea el 22
de noviembre de ese año a la Unidad Penal N° 2 de Villa
Devoto, y alojada luego en el hospital de la cárcel de Olmos,
donde el 21 de diciembre de ese año dio a luz a su hija”.
Por último, “la víctima fue liberada en julio de 1977,
luego de pasar nuevamente por la Unidad Penal de Villa Devoto,
y por la sede de Coordinación Federal”.
19) MARÍA FELICITAS BALIÑA
En el instrumento sentencial, se asentó que “La
víctima, quien trabajaba como enfermera en el Hospital
Interzonal ‘Dr. Penna’, fue secuestrada el 23 de julio de
1976, a las 05:00 horas aproximadamente, en el domicilio de
calle H. Irigoyen N° 252, piso 6°, Dpto. ‘C’, de Bahía Blanca,
por un grupo de personas armadas, que vestían ropa de fajina y
borceguíes, y decían pertenecer al ejército, quienes la
trasladaron al Batallón de Comunicaciones N° 181. Luego de
permanecer en un pasillo de dicha unidad, pasó por otro lugar
donde había varias personas, y fue llevada a una habitación
donde compartió cautiverio con Estrella Menna de Turatta,
María Cristina Jessenne, y una mujer de Ingeniero White que
había sido detenida junto con su hijo”.
Finalmente, “durante su detención, María Felicitas fue
interrogada en varias oportunidades, siendo finalmente
liberada el 11 de agosto de 1976”.
20) MARÍA GRACIELA IZURIETA, SU HIJO NACIDO EN CAUTI-
VERIO Y ALBERTO GARRALDA
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fecha desaparecida, al igual que la criatura que naciera en
cautiverio”.
21) FERNANDO JARA
Se acreditó en la sentencia que “[el] nombrado
militaba en Montoneros y fue secuestrado de su domicilio, sito
en el Barrio Rosendo López de Bahía Blanca, el último día
hábil previo al inicio de las vacaciones escolares invernales
del año 1976, a las 04:00 horas de la madrugada
aproximadamente, por personas con la cara tapada, que vestían
de verde y usaban borceguíes”.
A su vez, “fue ingresado al centro clandestino de
detención ‘La Escuelita’, donde se le anunció que sería
fusilado, siendo advertida su presencia en el lugar por María
Eugenia Flores Riquelme, Nélida Isabel Trípodi, Vilma Diana
Rial de Meilán y Mario Rodolfo Juan Crespo”.
Finalmente, “en las primeras horas del 16 de diciembre
1976, Fernando Jara fue sacado del centro clandestino y
asesinado por personal del Ejército, bajo la metodología de un
enfrentamiento simulado en la intersección de las calles
Cerrito y Casanova de esta ciudad. Al día de la fecha el
cadáver de la víctima continúa desaparecido”.
22) NÉLIDA ESTHER DELUCHI
Esta víctima, de acuerdo a cuanto se ha tenido por
probado, “fue secuestrada en agosto de 1976, retirada de
madrugada de su domicilio de Pasaje Podestá 1017 donde residía
junto a su madre y sus tres hijos. Fue llevada a la Escuelita,
donde la ataron a una cama de hierro y le aplicaron descargas
eléctricas mientras era interrogada en un galpón, luego le
vendaron los ojos y fue alojada en una habitación grande en la
que permaneció durante todo su cautiverio. A fines del mes de
agosto de 1976 la llevan en auto hasta la puerta de su casa
donde es dejada en libertad. Durante al menos dos años luego
de su liberación recibió en su casa la visita de un guardia de
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Batallón de Comunicaciones 181, al menos entre el 18 o 19 de
agosto y el 23 de septiembre de 1976. En la madrugada del 07
de diciembre de 1976 y sin que conste que haya sido liberado,
apareció muerto junto a Carlos Roberto Rivera en la calle 17
de mayo al 1800 de esta ciudad, a consecuencia de un
enfrentamiento simulado con personal del Comando Quinto Cuerpo
del Ejército”.
26) BRAULIO RAÚL LAURENCENA
En la sentencia se afirmó que “fue privado de su
libertad por personal del Comando Quinto Cuerpo de Ejército
entre el 18 y el 19 agosto de 1976, alojado en un primer
momento en el gimnasio del Batallón de Comunicaciones 181 y
luego en una habitación cercana a la guardia del Batallón.
Recuperó su libertad el 6 de septiembre de 1976. Al momento de
los hechos formaba parte del partido socialista”.
27) ÁNGEL ENRIQUE ARRIETA Y CARLOS OSCAR TRUJILLO
Se asentó en la decisión en crisis que “Ángel Enrique
Arrieta, quien militaba en el Partido Comunista al momento de
los hechos, fue secuestrado el 20 de agosto de 1976 alrededor
de las 21.30 horas, en la vivienda que habitaba junto a María
Inés Valdebenito en la calle Moreno N° 1512 (con entrada por
calle Líbano N° 56) de Bahía Blanca. Un grupo de dos personas
encapuchadas y armadas violentaron la puerta de ingreso, se
identificaron como policías y mediante amenazas se llevaron a
Ángel en una camioneta marca Chevrolet color rojo que era
conducida por un tercer integrante”.
Por otra parte, “Carlos Oscar Trujillo, fue
secuestrado alrededor del 22 de agosto de 1976 en horas del
mediodía, cuando salía del domicilio donde residía en calle
Edison N° 1025 de la ciudad de Bahía Blanca, por un grupo de
tres personas armadas que lo subieron por la fuerza a un
automóvil Ford Falcon”.
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primeros dos días encapuchado y fue interrogado. Allí estuvo
hasta el 21 de septiembre de 1976, fecha en la que recuperó su
libertad. Simón León Dejter era afiliado al partido
comunista”.
29) EDUARDO ALBERTO HIDALGO
Se asentó en la sentencia que “el nombrado fue privado
de su libertad el 24 de septiembre de 1976, trasladado
encapuchado a un predio en la calle Parchappe donde le
aplicaron picana eléctrica en el pecho. Luego de doce (12)
días fue dejado en libertad”.
A su vez, “el 9 de noviembre de 1976 fue secuestrado
nuevamente y se lo mantuvo cautivo en el centro clandestino de
detención ‘La Escuelita’. Allí fue sometido a condiciones
inhumanas de cautiverio: en una oportunidad lo ataron desnudo
a un palo y lo golpearon durante todo un día; luego de ese
episodio fue esposado de pies y manos, desnudo, a un catre de
hierro, lugar en el que lo dejaron con dos perros, le
aplicaron electricidad en la cabeza y lo golpearon
reiteradamente. Fue sometido a simulacros de fusilamiento y en
una ocasión estaqueado a un palo con las piernas y los brazos
abiertos, modalidad en la que lo mantuvieron por dos días sin
poder comer o hacer sus necesidades. El 23 de noviembre de
1976 fue trasladado a la Unidad Penal N° 4 de Villa Floresta
en un estado físico desmejorado, y tres días más tarde a la
Unidad 9 de La Plata, allí permaneció hasta el 24 de agosto de
1978, fecha en la que reingresó a la Unidad Penal 4 desde
dónde recuperó la libertad el 23 de diciembre de 1978”.
30) RAÚL GRISKAN, JORGE HUGO GRISKAN Y LILIANA BEATRIZ
GRISKAN
Se acreditó en el instrumento sentencial que “fueron
secuestrados a fines de septiembre de 1976 en el domicilio de
Estomba N° 300 de esta ciudad y trasladados al Batallón de
Comunicaciones 181 del Comando Quinto Cuerpo. Liliana fue
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mediodía. Allí fue golpeado y le pasaron un cable del velador
por el cuerpo, durante los días posteriores a su detención, su
mujer, Perla Noemí Barnes, y sus hijos permanecieron con una
guardia permanente en el domicilio, sin dejar que ingresaran
otras personas”.
Por otro lado, “Pablo Victorio Bohoslavsky fue
secuestrado en su domicilio de Córdoba 67 de esta ciudad,
alrededor de las 14:00 horas, por un grupo de personas
vestidas de civil, en uno de los dormitorios de su casa le
pasaron corriente eléctrica con un cable pelado. Luego de su
detención se instaló allí una guardia, de este modo es que al
llegar Rubén Alberto Ruiz a ese lugar es secuestrado y durante
dos días personal del ejército lo retuvo en ese domicilio,
para luego trasladarlo a la Escuelita. La guardia del ejército
en ese domicilio se mantuvo por algunos días más”.
Aunado a ello, se pudo establecer que “el 22 de
noviembre de 1976 fueron sacados de la Escuelita y dejados en
el Parque de Mayo. A los pocos segundos los vuelven a detener
y son llevados al Batallón de Comunicaciones 181. Allí se les
comunicó que iban a ser sometidos a un Consejo de Guerra. El
17 de diciembre de 1976 fueron condenados por el Consejo de
Guerra Especial Estable de la Subzona de Defensa 51, Julio
Alberto Ruiz y Pablo Victorio Bohoslavsky a la pena de un año
y seis meses de reclusión y Rubén Alberto Ruiz a la pena de
siete meses de prisión. El 21 de febrero de 1977 el Consejo
Superior de las Fuerzas Armadas resolvió anular la sentencia
del Consejo de Guerra y condenó a Julio Alberto Ruiz a la pena
de cinco años de reclusión e inhabilitación absoluta perpetua,
a Pablo Victorio Bohoslavsky a la pena de cuatro años y seis
meses de reclusión e inhabilitación absoluta perpetua, y a
Rubén Alberto Ruiz a la pena de dos años y seis meses de
reclusión e inhabilitación absoluta perpetua. El 04 de enero
de 1977 ingresaron a la Unidad Penal 4 de Villa Floresta,
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y en febrero del mismo año fue trasladado a la ciudad de
Buenos Aires, concretándose su salida del país el 13 de marzo
de 1979. Juan Carlos Monge era militante del Partido Peronista
Auténtico al momento de los hechos”.
34) MANUEL VERA NAVAS
En la sentencia se señaló que “el nombrado fue
secuestrado el 3 de noviembre de 1976 en su domicilio de
Saavedra 2128 de esta ciudad, por un grupo de personas armadas
que entraron de manera violenta, armados y se identificaron
como ‘policías’. En ese lugar fue golpeado y tabicado,
condición que mantuvo hasta el día de su liberación. Fue
trasladado a ‘La Escuelita’ donde, entre otras condiciones
inhumanas de cautiverio, fue sometido a un simulacro de
fusilamiento, a golpes y a sesiones de picana eléctrica en las
que era interrogado, siempre atado desnudo a una cama de
hierro. El 6 de noviembre de 1976 fue liberado de ese centro
clandestino de detención. Al momento de los hechos era
afiliado al Partido Comunista”.
35) JOSÉ LUIS GON
El órgano decisor de la anterior instancia afirmó que
“el nombrado era militante del Partido Revolucionario de los
Trabajadores al momento de los hechos. A principio del mes de
noviembre de 1976, fue privado de su libertad en Posadas,
Misiones. Una vez recluido en dependencias de Información y
Seguridad de esa ciudad, fue golpeado en los dos oídos, lo que
le produjo daños en el sistema auditivo. El 11 de noviembre lo
trasladaron en un avión, vendado y con las manos atadas en la
espalda, a Bahía Blanca. En esta ciudad permaneció en
cautiverio en el centro clandestino de detención ‘La
Escuelita’, donde fue sometido a condiciones de cautiverio
inhumanas: estuvo vendado y fue golpeado en reiteradas
ocasiones. En una oportunidad lo ataron a un árbol y lo
golpearon ‘muy fuerte’. Se lo mantuvo mal alimentado, fue
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segundos y lo sacaban, lo volvían a meter y lo volvían a
sacar, todo mientras le pegaban con palos de goma”.
Se pudo establecer que “a mediados de diciembre de
1976 fueron vistos por última vez con vida en ‘La Escuelita’.
Al día de la fecha continúan desaparecidos”.
38) DANIEL GUILLERMO HIDALGO Y OLGA SILVIA SOUTO CAS-
TILLO
El a quo aseveró que los nombrados, “fueron asesinados
el 14 de noviembre de 1976, en el domicilio de Fitz Roy 137,
piso 4, departamento 1, de esta ciudad por personal de la
Agrupación Tropas perteneciente al Comando Quinto Cuerpo de
Ejército. Ambos militaban en la Juventud Peronista”.
39) LUIS MIGUEL GARCÍA SIERRA
En la sentencia se afirmó que el nombrado, “de
nacionalidad española, fue privado de su libertad el 26 de
noviembre de 1976 en Viedma y trasladado tabicado al centro
clandestino de detención ‘La Escuelita’. Allí permaneció en
condiciones inhumanas de cautiverio, continuamente vendado y
esposado; para dormir los primeros días debió hacerlo en el
suelo y luego en un catre sin colchón. Los primeros días lo
ataron de pies y manos al elástico de una cama y se le aplicó
picana eléctrica en el cuerpo mientras era interrogado”.
Posteriormente, “El 24 de diciembre de 1976 fue
trasladado a la Unidad Penal N° 4 de Villa Floresta del
Servicio Penitenciario Bonaerense y puesto a disposición del
Poder Ejecutivo Nacional el 3 de enero de 1977. El 22 de
agosto del mismo año fue trasladado a la Unidad Penitenciaria
N° 6 del Servicio Penitenciario Federal de Rawson, lugar en el
que permaneció hasta el 24 de septiembre de 1977 cuando se
decretó su expulsión del país, concretándose su salida con
destino a España entre el 26 y el 27 de octubre de 1977,
previo a un breve período de detención en la cárcel de
Caseros”.
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Asimismo, “en un primer momento le manifestaron que
debía quedarse pues querían hacerle algunas preguntas y luego
lo golpearon, lo encapucharon y lo trasladaron a la Escuelita.
Allí lo desnudaron, lo ataron de pies y manos a una cama y lo
dejaron hasta el día siguiente en esa posición, de vez en
cuando se acercaba un perro para olfatearlo; luego le
aplicaron picana eléctrica, en otra oportunidad lo ataron
cabeza abajo encapuchado y agarrado de los pies y lo
introducían en un tambor con agua hasta que casi se ahogaba y
luego lo sacaban y lo volvían a sumergir, así varias veces.
Durante su cautiverio en el centro clandestino de detención,
fue sometido a condiciones inhumanas de vida”.
Por otro lado, “el 17 de enero de 1977 fue trasladado
muy deteriorado físicamente a la Unidad Penal 4 de Villa
Floresta y el 19 de enero de 1977 fue puesto a disposición del
Poder Ejecutivo Nacional. Permaneció en Villa Floresta hasta
el 22 de agosto de 1977 que ingresó en el Instituto de
Seguridad y Resocialización Unidad 6 de Rawson, posteriormente
obtuvo la libertad vigilada y el 18 de enero de 1980 se dejó
sin efecto el arresto a disposición del Poder Ejecutivo
Nacional”.
42) OSCAR JOSÉ MEILÁN Y VILMA DIANA RIAL
Se acreditó que “las víctimas fueron privadas de su
libertad en la madrugada del 2 de diciembre de 1976 cuando
llegaban a su domicilio en las afueras de Carmen de Patagones,
mientras sus dos hijos menores (de quince y cuatro meses)
fueron dejados solos en el auto en marcha”.
Adunó el quo que “ambos fueron trasladados en auto a
Bahía Blanca, trayecto durante el que fueron golpeados y
sometidos a un simulacro de fusilamiento. Una vez recluidos en
el centro clandestino de detención La Escuelita, donde
permanecieron vendados durante todo el cautiverio, fueron
desnudados y estaqueados a un elástico de una cama en el que
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Clandestino de Detención ‘La Escuelita’ ubicado en el Comando
del Quinto Cuerpo del Ejército de esta ciudad. En el trayecto
le vendaron los ojos y lo encapucharon”.
Así también, “en ese centro clandestino recibió todo
tipo de torturas por parte de personal del Ejército, las que
consistieron en sesiones de aplicación de picana eléctrica en
una cama elástica sobre su pecho, tetillas, testículos y
rodillas, como así también sobre la sien de su cabeza, además
de golpes y patadas, todo ello con el fin de obtener datos con
relación a dónde guardaba unas supuestas armas que le
pertenecían. Como consecuencia de dichos padecimientos, sufrió
la fractura de una costilla y, en diversas oportunidades, la
cantidad y ferocidad de los ataques físicos y psíquicos
recibidos, lo llevaron a perder el conocimiento y delirar.
Entre otros abusos de los que fue víctima le fueron arrancadas
las uñas. Además, años más tarde le tuvieron que extirpar un
testículo como consecuencia de las sesiones de picana que le
infringieron en la zona genital. En otra ocasión fue colgado
durante cuarenta y ocho (48) horas de un caño sin tocar el
suelo lo que le produjo profundos cortes en sus muñecas”.
Posteriormente, “el día 24 de diciembre de ese mismo
año fue trasladado y alojado en la Unidad Penal 4 de Villa
Floresta. En ese lugar recibió atención médica por los
salvajes ataques recibidos. Durante su permanencia en esa
unidad fue puesto a disposición del PEN el día 3 de enero de
1977 conforme decreto 1/77”.
A su vez, “el día 22 de agosto de ese año, Eduardo
Chironi fue trasladado al Penal de la ciudad de Rawson, donde
permaneció hasta el mes de marzo de 1978 cuando fue puesto en
libertad en virtud del dictado del decreto del P.E.N. Nro.
511/78 de fecha 27 de febrero de 1978. A pesar de ello,
durante noventa días debió presentarse semanalmente en el
distrito militar de Viedma y no podía salir de esa ciudad.
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de agosto del mismo año fue trasladado a la cárcel de Rawson
(Unidad 6 del Servicio Penitenciario Federal). Recuperó la
libertad el 23 de diciembre de 1978”.
Añadió el tribunal oral que “Jorge Antonio Abel había
militado en la Unión de Estudiantes Secundarios, en la
Juventud Peronista y en el año 1976 era militante del Partido
Auténtico”.
46) GRACIELA ALICIA ROMERO, RAÚL EUGENIO METZ Y SU
HIJO NACIDO EN CAUTIVERIO
El tribunal oral asentó en el pronunciamiento en
estudio que “esta pareja fue secuestrada en la madrugada del
16 de diciembre de 1976 de su domicilio en la ciudad de Cutral
Có, en presencia de su hija de un año de edad, Adriana Elisa
Metz. Ambos fueron llevados a la Escuelita de Neuquén y luego,
a principios de enero, a la Escuelita de Bahía Blanca”.
Aseveró que “Graciela Romero estaba embarazada al
momento de su secuestro y dio a luz a un varón en la Escuelita
entre el 16 y el 17 de abril de 1977. Raúl Metz fue sacado de
la Escuelita a fines de enero de 1977 y Graciela Romero entre
el 22 y 23 de abril de 1977. Al día de la fecha continúan
desaparecidos”.
47) HÉCTOR JUAN AYALA
El a quo señaló que “el nombrado fue secuestrado el 20
de diciembre de 1976 aproximadamente a las 22.30 horas,
mientras se encontraba trabajando en una Chacra, en la que
además vivía con su familia, en la localidad de Viedma. Allí,
un grupo de diez a doce personas, armadas, vestidas de civil,
pertenecientes a la Policía Federal Argentina, lo subieron
violentamente a una camioneta Ford F-100 doble cabina, lo
tiraron en el piso del vehículo, encapucharon y patearon.
Luego de ello, tomaron rumbo hacia la delegación de la Policía
Federal Argentina de dicha ciudad. En el trayecto frenaron el
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De acuerdo a lo asentado en la sentencia “los hechos
ilícitos cometidos en perjuicio de los doce adolescentes que
formaban parte de ese colegio y un profesor respondieron a un
modus operandi que fue siempre el mismo, con la excepción de
Renato Zoccali, quien fue detenido por personal militar que lo
trasladó al Batallón de Comunicaciones 181, para luego
ingresarlo al centro clandestino ‘La Escuelita’”.
Además “Con relación a los alumnos Aragón, Carrizo,
López, Petersen, Roth y Zoccali, se simuló una liberación
desde el mencionado centro clandestino, siendo abandonados los
nombrados en cercanías del cementerio de Bahía Blanca, donde
fueron recogidos por personal del Ejército, para trasladados
al Batallón de Comunicaciones 181, lugar en que las
condiciones de cautiverio mejoraron notablemente y desde el
que fueron liberados”.
Estos hechos fueron analizados por el a quo entre los
CASO 48 a 60.
48) GUSTAVO FABIÁN ARAGÓN
Se afirmó en la sentencia que “el nombrado, quien
cursaba el tercer año en la Escuela Normal de Enseñanza
Técnica N° 1 de esta ciudad y era delegado de curso, se
encontraba el día 21 de diciembre de 1976 junto con un grupo
de amigos en el Club ‘Villa Mitre’ de esta ciudad, cuando vio
llegar a su padre junto con dos personas más vestidas de
civil, quienes los obligaron a subirse a un Ford Falcon y los
llevaron a su domicilio. Allí estaban su madre y hermana,
custodiadas por personas también vestidas de civil con medias
en la cabeza para no ser identificadas, quienes portaban armas
y les informaron que se llevarían a Gustavo. Desde allí fue
trasladado encapuchado y tirado en el suelo del vehículo al
Centro Clandestino de Detención ‘La Escuelita’. Por ese
entonces la víctima tenía 16 años de edad”.
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grupo de cuatro o cinco personas armadas y vestidas de civil
que irrumpieron en su domicilio en calle Humberto Primo N° 575
de dicha localidad, disparando al techo de la vivienda.
Mediante amenazas y golpes lo ingresaron a un auto y lo
trasladaron a ‘La Escuelita’”.
A su vez, “en ese centro clandestino permaneció en
todo momento atado y vendado. Durante las primeras dos semanas
sufrió diariamente diversos golpes en su cuerpo, insultos y
amenazas. Fue desnudado y atado a una cama elástica donde le
propinaron golpes de puño y le aplicaron picana eléctrica en
distintas partes de su cuerpo mientras era interrogado. Lo
acusaban de ser el autor de un atentado en una concesionaria
‘Ford’ y adiestrar a la guerrilla. Unos días más tarde lo
colocaron en un pozo con agua o aljibe, colgado de las manos y
desnudo”.
Por otro lado, “luego del tercer día de constantes
golpes y aplicación de picana, y en virtud de no soportar más
las dolencias producidas, empezó a reconocer haber participado
en los hechos sobre los que era interrogado, aunque esto no
era cierto. En un momento les indicó que en una vivienda del
barrio Palihue había armas enterradas, y después de un
procedimiento en búsqueda de las mismas, al no hallarse nada,
le propinaron golpes de puño en su cuerpo y con una pala”.
Asimismo, se afirmó que “transcurrido un lapso de más
de dos semanas durante el cual fuera torturado, lo trasladaron
a otra dependencia de ‘La Escuelita’, donde permaneció quince
días más. Allí también estuvo vendado y atado, pero las
sesiones de golpes y picana cesaron. Comenzaron a alimentarlo
con mayor frecuencia porque hasta ese momento había bajado
alrededor de doce kilos. Durante su cautiverio escuchó los
gritos de sus compañeros, y antes de ser sacado del lugar
debió firmar varias declaraciones donde reconocía los hechos
que le adjudicaban”.
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interrogaban y le achacaban la participación en un atentado a
la Chrysler. Durante su permanencia en el centro clandestino,
alrededor de veinticuatro días, escuchó llantos y gritos de
otras personas”.
De seguido, “una noche, aproximadamente el 13 de enero
de 1977, lo trasladaron junto con otros compañeros de la ENET
a las cercanías del cementerio de esta ciudad, donde fueron
momentáneamente liberados y a modo intimidatorio sus captores
efectuaron unos disparos, apareciendo inmediatamente un camión
del Ejército, del que bajó un oficial joven y un grupo de
conscriptos, trasladándolos al Batallón de Comunicaciones 181
de esta ciudad. Allí recibieron algunas provisiones y les
dejaron asearse, siendo la víctima nuevamente interrogada.
Finalmente, alrededor del 21 de enero de 1977 fue liberada
junto a Gustavo López y Eduardo Roth desde ese mismo lugar”.
Finalmente, “durante el tiempo que permaneció cautivo,
su familia se presentó en el Quinto Cuerpo de Ejército y la
Unidad Regional V de la Policía provincial de esta ciudad, a
fin de dar con su paradero sin obtener resultados”.
51) ALBERTO ADRIÁN LEBED
Se asentó en la sentencia que “la víctima, quien al
tiempo de los hechos tenía 17 años y era alumno del secundario
de la ENET N° 1 de Bahía Blanca, fue secuestrado a mediados
del mes de diciembre de 1976 durante la noche, mientras dormía
en el domicilio donde vivía con sus padres y hermano en la
calle Entre Ríos 1351 de dicha localidad. Un grupo de
alrededor ocho personas armadas y vestidas de civil
irrumpieron en el domicilio y lo sacaron con violencia, lo
encapucharon, lo metieron en la parte trasera de un auto y
trasladaron al centro clandestino de detención ‘La
Escuelita’”.
A su vez, “en ese lugar padeció distintos
interrogatorios y la aplicación de picana eléctrica. Para
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encapucharon, metieron en la parte trasera de un vehículo, y
trasladaron a ‘La Escuelita’”.
Asimismo, “al llegar al centro clandestino, le
propinaron golpes de puño y apuntaron con un arma en la cabeza
bajo la amenaza de que si abría los ojos le dispararían. Le
sacaron el pulóver que lo cubría, lo vendaron, y le ataron las
manos para luego conducirlo a una habitación donde había
personas tiradas en el piso en las mismas condiciones. Las
ataduras le produjeron lastimaduras en sus muñecas. No lo
dieron de comer durante las primeras cuarenta y ocho horas”.
De seguido, se afirmó que “en ese lugar padeció dos
interrogatorios. El primero de ellos se realizó a los tres
días de haber llegado, en una habitación contigua a donde
permanecía cautivo. Las personas que lo interrogaron eran tres
y llevaron a su compañero Zóccali, quien también estaba
detenido y fue forzado a sugerirle a López que reconozca
supuestas actividades en las que habrían participado juntos.
Luego de ello, se llevaron a Zóccali, desnudaron a López, lo
ataron de pies y manos en una camilla de metal, le aplicaron
picana eléctrica en las sienes, testículos, y por todo el
cuerpo mientras lo interrogaban. Perdió el conocimiento por
cuarenta minutos en esa primera oportunidad”.
Por otro lado, “la segunda sesión de interrogatorio
con picana eléctrica se produjo al quinto día de su llegada a
‘La Escuelita’. Luego de finalizada la misma le tomaron una
declaración que le hicieron firmar pero no leyó. En otro
momento, le practicaron un simulacro de fusilamiento por
haberlo encontrado hablando, fue sacado al patio vendado y los
guardias dispararon tiros al aire”.
Además, “durante su cautiverio en el centro
clandestino escuchó gritos de otras personas, tanto hombres
como mujeres, producto de las torturas. Además, advirtió la
presencia de una mujer embarazada a quien maltrataban e
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En la sentencia se señaló que esta víctima, “quien
tenía 17 años y era alumno del secundario de la ENET N° 1 de
Bahía Blanca, fue secuestrado el día 20 de diciembre de 1976
durante la noche, en el domicilio que habitaba junto a sus
padres en calle Ingeniero Luiggi N° 650 de dicha localidad,
por un grupo de personas armadas, vestidas de civil y que se
identificaron como policías. Al ingresar en el domicilio,
encerraron a sus padres en una habitación, obligaron a Sergio
a cambiarse, le taparon la cabeza con una funda de almohada,
lo subieron en la parte trasera de un auto y lo trasladaron a
‘La Escuelita’. Durante el trayecto lo apuntaban
permanentemente con un arma en el estómago e interrogaban
respecto a distintos compañeros del colegio”.
A su vez, “al llegar al centro clandestino, le ataron
las manos, lo vendaron e identificaron para luego conducirlo a
una habitación donde había otras personas en esas mismas
condiciones. Con el transcurso de los días pudo reconocer a
compañeros de la Escuela Industrial, y desde dicha habitación
escuchaba los gritos de otras personas producto de las
sesiones de tortura”.
Posteriormente, “a las dos semanas de permanecer en el
lugar, lo interrogaron en una habitación separada sobre su
participación en un atentado a una concesionaria “Ford”, y
ante sus respuestas negativas lo golpearon hasta tirarlo al
suelo. A los dos días lo volvieron a interrogar luego de ser
sorprendido mientras hablaba con un compañero. En esta
oportunidad le aplicaron picana eléctrica en el costado
izquierdo de su cuerpo. Dos días después lo sometieron a un
tercer interrogatorio y le hicieron firmar una declaración”.
Aseveró el a quo que “durante su cautiverio permaneció
con las manos atadas, los ojos vendados, siempre tirado en el
suelo, y recibió escasa comida. Luego de permanecer alrededor
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Se describió también que “producto de las sesiones de
picana, manifestó –falsamente- haber participado en el
atentado por el que lo interrogaban y afirmó que conocía un
depósito de armas en la ciudad. Esa misma noche, cuando los
guardias le informaron que concurrirían al depósito, Petersen
dijo que la información brindada era falsa por lo que
volvieron a aplicarle picana eléctrica”.
Por otro lado, “después de permanecer aproximadamente
veintitrés días en ‘La Escuelita’, el 13 de enero de 1977 la
víctima fue sacada del centro clandestino junto a otros
compañeros de la ENET, simulándose que se los liberaba, siendo
recogidos inmediatamente en inmediaciones del cementerio por
personal del Ejército que los trasladó al Batallón de
Comunicaciones N° 181. Allí le efectuaron algunas curaciones
dado su deteriorado estado de salud y lo interrogaron en dos
oportunidades, la primera vez con los ojos vendados.
Trascurrida una semana en el Batallón, fue liberado el 21 de
enero de 1977 y regresó a su hogar. Su estado de salud era
delicado, perdió peso y le quedaron marcas en su cuerpo
producto de los golpes y la aplicación de picana eléctrica”.
Afirmó el a quo que “mientras permaneció cautivo, su
familia realizó distintas gestiones para dar con su paradero,
y su padre presentó un hábeas corpus en el Juzgado Federal de
este medio que fue rechazado por improcedente”.
55) EDUARDO GUSTAVO ROTH
El tribunal de juicio señaló que el nombrado, “quien
al tiempo de los hechos tenía 16 años y cursaba el cuarto año
en la ENET N° 1 de Bahía Blanca, fue secuestrado el 20 de
diciembre de 1976 alrededor de las 21:00 horas en el domicilio
que habitaba junto a sus padres en calle Salta N° 777 de esta
ciudad. En ese momento, un grupo de entre cuatro y cinco
personas armadas y vestidas de civil ingresaron en el
domicilio, encerraron a sus padres en una habitación,
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semana fue liberado el 21 de enero de 1977, siendo retirado
del Batallón por su padre”.
Por último, “mientras la víctima permanecía
secuestrada, la familia realizó distintas gestiones para dar
con su paradero, y su padre presentó un hábeas corpus en el
Juzgado Federal de esta ciudad que fue rechazado por
improcedente”.
56) SERGIO ANDRÉS VOITZUK
El a quo afirmó que esta víctima, “quien al momento de
los hechos tenía 18 años y cursaba estudios en la Escuela de
Enseñanza Técnica N° 1, fue secuestrado el día 20 de diciembre
de 1976 alrededor de las 22:00 horas mientras se encontraba en
el domicilio que habitaba junto con sus padres y hermanos en
la calle Santiago del Estero al 500 de la ciudad de Bahía
Blanca. En ese momento un grupo de personas golpearon la
puerta de la vivienda, se identificaron como policías y
entraron por la fuerza con sus rostros cubiertos, portando
armas largas y cortas y preguntando por la víctima.
Seguidamente, mientras amenazaban a la familia, vendaron y
encapucharon a Sergio, lo introdujeron en un vehículo en el
piso de la parte trasera, lo taparon con una tela y lo
condujeron a ‘La Escuelita’”.
Asimismo, “al arribar al centro clandestino fue
inmediatamente conducido a una habitación donde lo
desvistieron completamente, lo ataron de brazos y piernas a
una cama metálica y fue sometido a sesiones de picana
eléctrica en diversas partes del cuerpo, entre ellas la boca,
axilas, genitales y cabeza, durante un lapso aproximado de una
hora y media. Al mismo tiempo lo interrogaban sobre su
participación en un atentado en la concesionaria Ford ‘Amado
Cattáneo’ y si conocía un depósito de armas”.
Aunó a ello el a quo que “una vez finalizada la
aplicación de picana eléctrica, fue desatado y uno de los
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El a quo comprobó que el nombrado, “quien al momento
de los hechos tenía 17 años y cursaba estudios en la Escuela
de Enseñanza Técnica N° 1 de Bahía Blanca, fue secuestrado a
mediados del mes de diciembre de 1976, a la tarde noche,
mientras se encontraba en el domicilio que habitaba junto con
sus padres y hermanos en la calle Italia N° 776 de dicha
localidad. Un grupo de personas vestidas con uniforme militar
y empuñando armas de fuego, irrumpió en el domicilio,
esposaron a Renato y lo llevaron al Batallón de Comunicaciones
N° 181 para averiguación de antecedentes según le informaran a
su padre”.
Asimismo, “una vez que arribaron al Batallón, lo
ubicaron en una habitación esposado y lo interrogaron en
distintas oportunidades sobre su participación en el atentado
a la firma ‘Amado Cattáneo’, lo que negó en todo momento.
Dormía en el suelo de una habitación sobre un colchón y allí
mismo le daban escasas raciones de comida. Luego de permanecer
una semana aproximadamente en ese lugar, le informaron que lo
iban a liberar, pero en lugar de ello fue encapuchado y
trasladado tapado en la parte trasera de un auto a ‘La
Escuelita’”.
Continuó describiendo el tribunal actuante que: “Allí
advirtió la presencia de otras personas, permaneció en todo
momento con las manos atadas y los ojos vendados y en
distintas ocasiones fue sometido a golpes por parte de los
guardias. En un primer interrogatorio, le preguntaron
nuevamente sobre su participación en el atentado a la
concesionaria “Ford”. Luego fue conducido a una habitación
donde lo tendieron en una cama y le aplicaron picana eléctrica
sobre su cuerpo, interrogándolo con relación a dicho atentado,
requiriéndosele que identificara otros compañeros y cabecillas
de la organización. Las sesiones de tortura con picana
eléctrica se repitieron en dos oportunidades más y le dejaron
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trasera de un auto tirado en el piso y lo trasladaron al
centro clandestino ‘La Escuelita’”.
A la vez, “una vez que arribaron al lugar, lo
identificaron, le ataron las manos con una soga y lo llevaron
a una habitación donde había otras personas en su misma
situación. Permaneció en esas condiciones hasta el 2 de enero
de 1977, cuando fue llevado a una sala donde lo desvistieron,
lo mojaron y ataron a un camastro de hierro, le aplicaron
picana eléctrica por todo el cuerpo, especialmente en las
piernas y dedos, mientras lo interrogaban para que identifique
a miembros de la Juventud Peronista o Montoneros dentro del
colegio donde dictaba clases”.
Además, “en otra oportunidad fue careado con una
persona que los guardias identificaron como Néstor Bambozzi,
donde ésta le pedía que identifique a los alumnos que
pertenecían a esas agrupaciones y se le aplicó nuevamente
picana eléctrica. En otro momento le exhibieron una serie de
fotografías de distintas casas y le pidieron que indicara en
cuál de ellas había armas guardadas, y con el único fin de no
seguir siendo torturado, señaló una de ellas desconociendo si
realmente en ese lugar se guardaban esos elementos.
Seguidamente, fue conducido hasta esa vivienda para que apunte
concretamente si era la casa donde estaban las armas y
respondió afirmativamente para evitar nuevos padecimientos
físicos”.
De seguido, se asentó que “en una oportunidad en la
que pudo correrse las vendas observó que en el lugar de
cautiverio había un cartel que indicaba ‘despacio escuela’, y
al ser descubierto le aplicaron picana eléctrica como castigo.
Cada sesión de interrogatorio con picana eléctrica duró entre
una hora y una hora y media. Luego de la última sesión, fue
atado de pies y manos en una viga y perdió el conocimiento”.
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desde el centro clandestino a cercanías de su domicilio donde
fue liberado”.
Por otro lado, “mientras estuvo secuestrado, su
familia realizó distintas gestiones para dar con su paradero y
presentó un hábeas corpus, sin obtener resultados. Cabe
destacar que, con posterioridad a su liberación, sufrió
secuelas psicológicas que le impidieron continuar estudiando
debido a que tenía miedo de concurrir a su escuela. Además,
durante un largo período de tiempo tuvo marcas en sus manos
por haber sido atado y estaqueado”.
60) GUILLERMO PEDRO GALLARDO
La sentencia dejó asentado que esta víctima “quien al
momento de los hechos tenía 18 años y cursaba estudios en la
Escuela de Enseñanza Técnica N° 1 de Bahía Blanca, fue
secuestrado en la noche del 4 de enero de 1977 mientras
regresaba al domicilio donde vivía con sus padres en la calle
Thompson 760 de esa ciudad. En ese momento un grupo de
personas vestidas de civil descendieron de dos vehículos
portando armas e identificándose como integrantes de la
Policía Federal Argentina, y obligaron a Guillermo a subirse a
uno de los vehículos, lo vendaron y trasladaron a ‘La
Escuelita’”.
Así también, “una vez que ingresaron al centro
clandestino, le retuvieron sus documentos personales y lo
interrogaron sobre su participación en ‘la guerra’. Ante sus
respuestas negativas, fue conducido a otra habitación donde
permaneció tirado en el piso, y al solicitar orinar, fue
salvajemente golpeado en todo el cuerpo por los guardias.
Posteriormente, fue sometido a la práctica denominada “ruleta
rusa”, siéndole gatillada un arma por distintas partes de su
cuerpo. Siempre vendado y con las manos atadas, después fue
conducido a una habitación donde había otras personas en sus
mismas condiciones”.
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Unión de Estudiantes Secundarios respectivamente, fueron
secuestrados en el caso de la primera en su lugar de trabajo,
y el segundo en el hotel donde vivían en la ciudad de Córdoba,
por personal uniformado del Ejército, el 21 de diciembre de
1976, aproximadamente a las 19:00 horas. Los nombrados fueron
ingresados al centro clandestino “La Perla”, donde su
presencia fue advertida por Héctor Ángel Teodoro Kunzmann.
Luego se los trasladó al centro de detención ‘La Escuelita’ de
Bahía Blanca, donde permanecieron alojados hasta ser
asesinados”.
Por otra parte, “María Elena Romero y Gustavo Yotti,
quienes militaban en Montoneros y la Unión de Estudiantes
Secundarios respectivamente, fueron secuestrados en la pensión
donde vivían en calle Caronti N° 41 o 43 de esta ciudad, por
personal uniformado del Ejército los primeros días de febrero
de 1977, siendo ingresados a ‘La Escuelita’”.
Comprobó el tribunal oral que “en la noche del 12 de
abril de ese año, los cuatro fueron sacados del lugar dormidos
por la aplicación de inyecciones, para después aparecer como
muertos en el marco de un enfrentamiento simulado por el
Ejército, de acuerdo al testimonio de Alicia Partnoy, Carlos
Sanabria y Sergio Voitzuk”.
62) OSCAR AMÍLCAR BERMÚDEZ
El a quo describió que “la víctima militaba en el
peronismo de base y hasta abril de 1975 vivió en la ciudad de
Bahía Blanca, estudiaba en la Universidad Nacional del Sur
Ingeniería Agrónoma, era empleado no docente y participaba de
la actividad gremial de ATUNS, fue desafectado laboralmente
con la intervención de Remus Tetu, y a raíz de que se sentía
objeto de persecución se trasladó inicialmente a la localidad
de Pigüé y, finalmente, se radicó con su familia en Viedma”.
A su vez, “el 7 de enero de 1977 alrededor de las
05:30 horas de la madrugada, cuando se disponía a ir a
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libertad el 12 de enero de 1977 al mediodía en Bahía Blanca.
Alicia Partnoy fue detenida por personal de la Agrupación
Tropas del Quinto Cuerpo de Ejército en su domicilio de Canadá
240, quedando su hija Ruth Irupé de dieciocho meses de edad
sola en la casa. Desde allí se trasladaron al lugar de trabajo
de su marido, Carlos Sanabria, concretando allí su detención”.
Aseveró que “fueron trasladados al Batallón de
Comunicaciones 181 del Quinto Cuerpo de Ejército, donde son
vendados y les toman declaración, entre la tarde y la noche de
ese día son llevados en forma separada a la Escuelita. Allí a
Carlos Sanabria lo ataron desnudo a una cama y le aplicaron
picana eléctrica por todo el cuerpo y electricidad mediante
electrodos en las sienes y en los testículos. Alicia Partnoy
por su parte fue sometida a simulacros de fusilamiento; ambos
permanecieron vendados y la mayoría del tiempo, atados a una
cama” (se ha omitido el destacado).
Por último, “el 25 de abril de 1977 son trasladados a
la cárcel de Villa Floresta. Al llegar a la Unidad 4 de Villa
Floresta fueron alojados solos en celdas separadas y
permanecieron incomunicados cerca de dos meses. Por decreto
1532 del 26 de mayo de 1977 fueron puestos a disposición del
Poder Ejecutivo Nacional. El 22 de agosto de 1977 Carlos
Sanabria es trasladado al Instituto de Seguridad y
Resocialización Unidad 6 de Rawson, y el 8 de octubre de 1977
Alicia Partnoy es trasladada a la cárcel de Villa Devoto.
Ambos fueron autorizados a salir del país con destino a los
Estados Unidos de América, concretándose la salida del país de
Carlos Samuel Sanabria el 22 de octubre de 1979 y la de Alicia
Partnoy el 23 de diciembre de 1979”.
64) NANCY CEREIJO, ANDRÉS LOFVALL, CARLOS ILACQUA Y
ESTELA IANNARELLI
El a quo tuvo por acreditado que “las víctimas
nombradas, quienes militaban en la Unión de Estudiantes
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los fusilaron, simulando un enfrentamiento armado que fue dado
a conocer a través de los medios de comunicación”.
Aseveró el tribunal sentenciante que “el mismo modus
operandi fue utilizado días más tarde con Andrés y Nancy,
puntualmente el 23 de abril por la noche, cuando fueron
trasladados a la localidad de Avellaneda y también asesinados
en el marco de un enfrentamiento simulado”.
Finalmente, se afirmó que “durante el cautiverio las
familias de los jóvenes realizaron innumerables gestiones para
dar con su paradero, a través de la Iglesia, personalmente en
el Comando del Vto. Cuerpo del Ejército, mediante presentación
de hábeas corpus ante la justicia federal de Bahía Blanca y
denuncias en Comisarías locales, todo ello con resultado
negativo”.
65) ELISABET FRERS Y MARÍA EUGENIA FERRARI
El tribunal a quo describió en la sentencia que
“Elisabet Frers militaba en la Juventud Universitaria Católica
y María Eugenia Ferrari estudiaba Bioquímica en la Universidad
Nacional del Sur. Ambas mantenían una relación de amistad”.
Afirmó que “Elisabet Frers fue secuestrada el 05 de
febrero de 1977 en el domicilio de Pedro Pico 465 de la ciudad
de Bahía Blanca mientras que María Eugenia Ferrari fue
secuestrada el 26 de febrero de 1977 de su domicilio de Siches
3942 de Ingeniero White. Ambas fueron recluidas en el centro
de detención clandestino ‘La Escuelita’, donde fueron vistas
por última vez el 13 de abril de 1977, fecha en la que se las
trasladó. El 21 abril de 1977 aparecieron muertas en Diagonal
73 en proximidades del Parque Alberdi en la ciudad de La
Plata”.
66) PATRICIA ACEVEDO
En el instrumento jurisdiccional en crisis se tuvo por
comprobado, sin dubitación, que Acevedo “fue asesinada el 26
de febrero de 1977 en el domicilio de Chiclana 1009 de Bahía
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Roca N° 1048 de Comodoro Rivadavia, siendo luego ingresado al
Regimiento de Infantería N° 8 de dicha localidad”.
A su vez, “el 27 de marzo de ese año la víctima fue
transportada a Bahía Blanca en un avión Hércules junto con
otras once personas, entre las que se encontraba Carlos
Alberto Pereyra, Mario Néstor Trevisan, Horacio Segundo
Quiroga, Julio García, Jorge Luís Lambert, Osvaldo Flores,
Abel Salvador Mariano y Julio César Anríquez. El traslado de
los nombrados, quienes fueron atados y vendados arriba de la
aeronave, fue realizado por personal militar y dos oficiales
de la policía de la provincia de Buenos Aires, Luís Cadierno y
Gustavo Abel Boccalari”.
De seguido, se afirmó que “en la ciudad de Bahía
Blanca, Julio A. Mussi fue introducido en un estrecho vagón de
madera que estaba en cercanías de las vías del ferrocarril,
donde funcionaba la división Cuatrerismo de la policía de la
provincia de Buenos Aires, en la intersección de las calles
Chile y España”.
Por otro lado, “la víctima y el resto de los
secuestrados permanecieron en dicho vagón, atados, vendados y
custodiados. Desde allí eran llevados a otro lugar no muy
alejado para ser interrogados y torturados mediante aplicación
de picana eléctrica. De acuerdo a los testimonios de Carlos A.
Pereyra, Abel S. Mariano, Mario N. Trevisan, Horacio S.
Quiroga y Julio García, la víctima se pudo desatar, intentó
escapar del lugar y recibió de parte de los guardias una
fuerte golpiza”.
Finalmente, se aseveró que “Julio Argentino no fue
regresado al vagón, siendo escuchado por última vez por
Trevisan, lo que también fue confirmado por Quiroga,
agonizando y quejándose dentro de un calabozo. Al día de la
fecha continúa desaparecido”.
69) HÉCTOR OSVALDO GONZÁLEZ
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Se ha dado tratamiento en forma conjunta en la
sentencia “al caso de Néstor Alejandro Bossi y Susana Elba
Traverso, pues ambos se encontraban casados y tenían una hija
de 16 meses al momento del hecho”.
Con relación a Néstor Alejandro Bossi, se afirmó que
“fue secuestrado el día 03 de junio de 1977 alrededor de las
18 horas en cercanías a la Plaza Rivadavia de la ciudad de
Bahía Blanca mientras conducía su automóvil, en compañía de
Francisco Valentini. Al frenar en un semáforo, un grupo de
personas armadas y vestidas de civil descendieron de dos
vehículos y mediante violencia y amenazas, los bajaron del
auto, los encapucharon con sus propias vestimentas, los
subieron a los vehículos en los que se movilizaban y los
trasladaron al centro clandestino de detención ‘La
Escuelita’”.
Por su parte, “Susana Elba Traverso fue secuestrada el
mismo día alrededor de las 22 horas, cuando un grupo de
personas armadas irrumpió en el domicilio donde residía junto
con Bossi, ubicado en calle Humboldt 1980 de la ciudad de
Bahía Blanca, y mediante amenazas y violencia la retiraron del
lugar junto con su hija María Susana Bossi, quien tenía 16
meses de vida. Susana fue trasladada también a ‘La Escuelita’,
y la menor fue abandonada por los secuestradores en la puerta
del “Pequeño Cottolengo” de Bahía Blanca, junto con una muda
de ropa y una nota con el número telefónico de sus abuelos.
Además, el mismo grupo armado se apoderó de la totalidad de
los muebles de la vivienda de Bossi y Traverso”.
Se describió que “las condiciones de detención en ese
centro clandestino han sido detalladas en los distintos casos
analizados en esta sentencia por lo cual a ellos nos
remitimos. Allí Néstor y Susana fueron vendados y atados desde
su llegada, además de ser interrogados, recibir golpes y, en
el caso de Néstor, aplicación de picana eléctrica”.
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personas armadas y vestidas de civil que se movilizaban en dos
vehículos, los obligaron a descender y mediante amenazas y
violencia, los encapucharon con su propia vestimenta, los
subieron al piso trasero de los vehículos en los que ellos se
trasladaban y los condujeron hasta el centro clandestino de
detención ‘La Escuelita’”.
El a quo describió que esta víctima “permaneció
durante todo su cautiverio con los ojos vendados, esposado y
fue alojado en una especie de calabozo donde había una cama.
En diversas oportunidades le propinaron golpes de puño, fue
amenazado con armas de fuego e interrogado sobre la actividad
que desarrollaba junto con Bossi. En una oportunidad le
colocaron a modo intimidatorio un cuchillo en el cuello.
Además, escuchaba los golpes y aplicación de picana eléctrica
que sufrían otros detenidos”.
De seguido, aseveró el a quo que la víctima
“permaneció en esas condiciones durante 15 días
aproximadamente, hasta que en un momento lo hicieron
higienizarse en un baño para luego trasladarlo, con sus ojos
cubiertos por unos anteojos oscuros, hasta la terminal de
ómnibus de la ciudad de Bahía Blanca. Allí lo liberaron previo
a ordenarle que suba a un colectivo que lo condujo hacia la
ciudad de Buenos Aires. En ese momento las personas que lo
trasladaron le dijeron que olvide lo sucedido y que no vuelva
más a Bahía Blanca”.
Añadió el tribunal que “durante el cautiverio, su
madre presentó un hábeas corpus ante el Juzgado Federal de
Bahía Blanca que fue rechazado”.
72) DANIEL OSVALDO ESQUIVEL
En la sentencia se afirmó que Esquivel “fue privado de
su libertad el 21 de junio de 1977 en inmediaciones de la
plaza Rivadavia, allí fue reducido por cuatro personas que lo
golpearon, le pusieron una capucha, lo esposaron y lo
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Además, “en ese lugar fueron alojados unas horas y
desde allí le hicieron entrega al padre de Susana de sus hijos
menores de edad. Seguidamente Susana y Ricardo fueron
conducidos hasta la intersección de la Ruta N° 3 y la N° 22
donde los entregaron a personal del Ejército Argentino,
quienes los subieron al piso trasero de otro vehículo previo a
atarlos y vendarlos para luego trasladarlos al centro
clandestino de detención ‘La Escuelita’ de Bahía Blanca”.
Se aseveró también que “en ese lugar permanecieron
alrededor de diez días permanentemente vendados y atados. Los
primeros días Susana fue interrogada sobre las personas con
las que se relacionaba y la actividad política que
desarrollaba. Además, en uno de los interrogatorios le
aplicaron picana eléctrica por distintas partes de su cuerpo.
Durante su cautiverio escuchó los gritos de otras personas que
eran golpeadas y picaneadas. La comida que le proveían era
escasa, la que consistía mayormente en sopas y caldos”.
Por otro lado, “luego de transcurridos alrededor de
diez días, el 21 de octubre por la noche la trasladaron junto
con su esposo hacia un camino cercano a ‘La Escuelita’ donde
fueron liberados momentáneamente, pero inmediatamente apareció
un vehículo con dos oficiales que nuevamente los detuvieron y
llevaron a la Unidad Penal N° 4 de Villa Floresta”.
Continuó el a quo describiendo que “Allí fue ubicada
en una celda, y sometida a dos interrogatorios que versaban
sobre sus relaciones personales y actividad política. Luego de
permanecer poco más de un mes fue liberada el día 30 de
noviembre de 1977 por orden del Comando del Vto. Cuerpo del
Ejército. Para ese momento su esposo ya había sido liberado de
la Unidad el día 28 de octubre”.
Adunó que “previo a su secuestro, Susana fue
cesanteada de su trabajo el día 6 de octubre de 1977 por
aplicación de la Ley de Prescindibilidad, pues le informaron
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sacaron las esposas y la ropa, lo mojaron con agua y lo ataron
con sunchos a una cama metálica donde le aplicaron picana
eléctrica en los labios, pies, genitales y el resto del
cuerpo, mientras al mismo tiempo le tapaban la boca con una
almohada. La aplicación de picana se interrumpía para
golpearlo e interrogarlo con relación a su actividad política,
personas que frecuentaba y consumo de drogas”.
Sumado a ello y “finalizada la sesión de tortura,
apareció una persona que le preguntó qué estaba haciendo en el
Quinto Cuerpo de Ejército, lo que nos permite ubicar a la
víctima en algún lugar de dicho Comando. Después de ello fue
nuevamente trasladada junto con Domínguez, vendada y atada en
un vehículo durante tres horas, hasta que se detuvo la marcha
del mismo, lo obligaron a descender y le practicaron un
simulacro de fusilamiento. Seguidamente sus captores le
dijeron que por un momento no se quitara las vendas hasta que
se alejaran del lugar bajo amenaza de muerte. Cuando pudo
desatarse se dio cuenta que estaba a dos mil metros camino
adentro del ingreso al pueblo Cardenal Cagliero y eran
alrededor de las 06:00 de la mañana del día siguiente a su
secuestro. Desde allí caminó unos cuarenta kilómetros hasta la
ciudad de Viedma donde finalmente pudo reencontrarse con su
familia”.
Asimismo, “al día siguiente se dirigió junto con su
padre hacia la Comisaría de la Policía Federal de esa ciudad
donde mantuvieron una reunión con el Comisario, quien frente a
sus reclamos les advirtió que eso le había sucedido por
juntarse con las personas que solía hacerlo”.
c) Las circunstancias que rodearon a cada uno de los
acontecimientos fueron analizadas y detalladas minuciosamente
en cada hipótesis a partir de la prueba producida e incorpora-
da durante el debate, que da cuenta del modo en que acaecieron
esos sucesos.
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descontextualizadas al modo en que el a quo ha valorado la
prueba, como también han omitido especificar qué puntos
oscuros presenta el análisis concreto que contiene la
sentencia respecto de cada uno de los hechos y –especialmente-
las responsabilidades atribuidas a sus pupilos; requisito
ineludible en orden al progreso de un planteo que –
precisamente- radica en la alegada arbitrariedad en la
valoración probatoria.
Cabe adunar que el tribunal a quo se expidió dentro de
los planteos liminares a las pretensiones de exclusiones
probatorias formulados por las defensas durante el debate y
sobre los que las partes impugnantes insisten en la instancia.
La mayoría de estas objeciones, por corresponder a imputados
en particular, serán abordadas infra al tratar las
responsabilidades respectivas.
En particular, con relación a la incorporación al
proceso de la documentación de la ex DIPPBA y a los
testimonios brindados en el marco de los “Juicios por la
verdad” que fueron ponderados en el sub lite -en particular
del Mayor Emilio Ibarra-, tal como se señaló en la sentencia
en crisis su planteo resulta “…genérico y abstracto pues no
especifica vicios o defectos, ni qué documento afecta
concretamente a cuál de sus asistidos o respecto de cuál
desconoce su contenido o firmas” y que “…solamente introduce
un manto de sospecha sobre la falta de control sobre la
originalidad de estos instrumentos, pero sin argumentos
precisos”.
Sumado a ello, los magistrados consideraron que “…esta
prueba fue incorporada con total transparencia durante la
instrucción y luego al debate. La Defensa Oficial y sus
representados tuvieron (acorde al derecho que les asiste)
todas las posibilidades y oportunidades de controlar y
contradecir esta prueba, aunque optaron por el silencio
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pruebas de descargo”, y que “…al momento del ofrecimiento de
prueba en la etapa de debate (art. 355 CPPN) no hubo oposición
a su incorporación por parte del Defensor Oficial”.
Además, explicaron que “…se trata de una declaración
de una persona fallecida, es decir, uno de los supuestos
expresamente previstos por el Código de rito de procedencia de
la lectura de un testimonio (art. 391 inc. 3 CPPN), y, además,
que la ley permite al Tribunal de juicio la lectura de
declaraciones prestadas por coimputados (art. 392 CPPN)”, y
concluyeron que “…la incorporación de la declaración atacada
resulta plenamente válida puesto que fueron cumplidas todas
las formalidades contenidas en el ordenamiento procesal
vigente…”.
A mayor abundamiento, consideraron que además la
cuestionada declaración constituía “…una prueba de cargo más
para sostener la condena del nombrado y, por lo tanto, será
valorada con la prudencia que requiere el análisis de la
declaración de un coimputado y en forma conjunta con el resto
de los elementos”.
De todo lo expuesto supra, se desprende que el
tribunal ante ambos planteos expuso acabadamente los
argumentos por los cuales se encontraban las pruebas
legítimamente incorporadas al debate e hizo especial hincapié
en que en todas las hipótesis aquellos elementos confluían con
un cuadro cargoso unívoco que será desarrollado y analizado al
estudiar las responsabilidades penales en particular.
En consecuencia, las críticas de las defensas
constituyen una reedición de aquellas alegaciones expuestas
ante el tribunal, las que fueron debidamente atendidas por el
a quo, revelándose un mero disenso con los argumentos
brindados para su desestimación sin demostrar un perjuicio
actual y concreto en sus planteos, por lo que corresponde
rechazar los agravios de los recurrentes en estos extremos.
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designado en comisión en el Comando Quinto Cuerpo de Ejército
desde el 3 de septiembre de 1976 hasta enero de 1978,
proveniente del Batallón Logístico de Montaña VI de la
localidad de Zapala.
Asimismo, los judicantes detallaron que, durante el
período imputado, el encausado se encontraba cumpliendo
funciones en el Departamento II (Inteligencia) del Quinto
Cuerpo del Ejército de Bahía Blanca.
En este sentido, relevaron que González Chipont fue
calificado durante el año 1976/1977 “…por las autoridades del
Departamento II del Quinto Cuerpo de Ejército, Coronel Aldo
Mario Álvarez (Jefe del Departamento II Inteligencia) y
Teniente Coronel Walter Bartolomé Tejada (Auxiliar del
Departamento II Inteligencia…)” obteniendo elogiosas
calificaciones de los mencionados superiores.
A continuación, se describió in extenso en la
sentencia recurrida los sucesivos destinos del incusado en los
años posteriores.
Por otro lado, los jueces valoraron profusamente los
testimonios del Mayor Emilio Jorge Fernando Ibarra, el cual
consideraron que resultaba fundamental “…no sólo para apreciar
la composición de la Agrupación, sino también para entender
cómo operaban coordinadamente los Departamentos II y III del
Quinto Cuerpo de Ejército, utilizando la información producida
por el Destacamento de Inteligencia 181”.
De tal suerte, recordaron que el mencionado testigo
había descripto el funcionamiento de la “Agrupación Tropa” y
su vinculación con González Chipont de acuerdo al origen de su
comisión, y destacaron al efecto que en su declaración Ibarra
había referido que los integrantes de esa agrupación
“provenían de distintos lugares, mencionando expresamente la
localidad de ZAPALA…”.
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[…] algunos fueron en la jurisdicción lo suficientemente
resonantes para facilitar el aniquilamiento del enemigo
subversivo”.
La defensa insiste en esta instancia en la exclusión
de esa pieza por sostener la vulneración del principio de
autoincriminación forzada.
Este planteo fue adecuadamente descartado por el
tribunal en cuanto señaló que “…la presentación de esa nota se
enmarca en un reclamo administrativo promovido por el propio
acusado […] No derivó de la aplicación de una sanción/multa
administrativa o castrense donde necesariamente se hubiese
visto forzado a efectuar un descargo en defensa propia” y en
consecuencia resultaban “…manifestaciones voluntarias
atribuidas al imputado, realizadas con discernimiento,
intención y libertad (art. 260 del Código Civil y Comercial)
sobre una acción espontánea mediante la cual el propio
González Chipont reclamó contra la clasificación que le
impidió su ascenso y luego contra el pase a retiro
obligatorio, descartándose por ende, que haya mediado un acto
de violencia contra su persona”.
En base a ello, los judicantes concluyeron que la
prueba cuestionada revestía una “…importancia fundamental a
efectos de acreditar la existencia de los dos pilares sobre
los cuales se [asentaba] la responsabilidad penal del
condenado, […] a) su participación en operativos militares
antisubversivos como integrante del equipo de combate del
Quinto Cuerpo de Ejército (Agrupación Tropa) y b) su
pertenencia orgánica al Departamento II (Inteligencia)”, pero
que sin embargo era una prueba más dentro de todo el acervo
probatorio valorado a los efectos de corroborar el aporte del
encausado en los hechos por los que fuera responsabilizado.
Además, destacaron que “…[existía] un cauce de
información independiente al suministrado por González Chipont
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Por último, los judicantes valoraron que el Mayor
Ibarra había referido que en el operativo mencionado había
participado “…personal de Inteligencia reforzado por personal
[suyo], el que resultó herido ahí fue el subteniente Méndez”.
Componen también el plexo probatorio los relatos de
numerosas víctimas del centro clandestino conocido como “La
Escuelita”, quienes habían ubicado a diferentes oficiales que
operaban en el mencionado lugar y pertenecían también al
departamento de inteligencia, por lo que “…las acciones de los
integrantes de la gran unidad de inteligencia de la que formó
parte el acusado permite completar el cuadro probatorio, que
resulta coherente en cuanto a cuáles fueron los aportes en la
lucha contra el enemigo subversivo, esto es, producción de
inteligencia, conocimiento de los secuestrados e intervención
dentro del centro clandestino de detención en interrogatorios,
tortura y asesinatos”.
De esta forma, luego de relevar normativa militar, los
magistrados actuantes concluyeron que “…el Comandante de
Subzona 51 recibía información y antecedentes producidos por
el Destacamento de Inteligencia 181, los cuales eran
utilizados por los Departamento II y III para coordinar los
‘operativos antisubversivos’” y que a partir de los
testimonios de Zoia y Re se lograba acreditar cómo funcionaba
la coordinación entre las tareas de inteligencia y las
operaciones tácticas.
Por otro lado, el tribunal a quo destacó que con
relación a los casos que se le imputaban al encausado González
Chipont “[l]os antecedentes referidos a las víctimas
circulaban en la Comunidad Informativa, habiendo sido
valorizados por el Destacamento 181, siendo utilizados por el
G-2 para coordinar con el G-3 los operativos militares que
concluirían con el secuestro de las víctimas y en algunos
casos su posterior aparición como abatidas en enfrentamientos
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Estable del Comando de Subzona 51 que los juzgara en el marco
del sumario Letra 5J7 nro. 1040/7”, y que el mencionado
procedimiento “…careció de las garantías básicas del debido
proceso y fue utilizado para ‘blanquear’ la situación de los
nombrados que se encontraban detenidos en el centro
clandestino de detención ‘La Escuelita’ y luego de una
supuesta liberación fueron vueltos a detener para ser llevados
al Batallón 181, donde se los notificó de la realización del
Consejo de Guerra”.
Así, los judicantes coligieron que ese “juicio tuvo
como verdadero objetivo encubrir y dar una apariencia de
legalidad a la detención ilegal que venían sufriendo Ruiz,
Ruiz y Bohoslavsky y la participación en él de Guillermo Julio
González Chipont es indubitable. El nombrado, en su calidad de
vocal, estuvo presente en la audiencia de prueba, votó
afirmativamente la prisión preventiva rigurosa de los
imputados, analizó y votó cada una de las de las tareas que
desplegaban los integrantes del Departamento II del Quinto
Cuerpo de Ejército, lo que [les] permite dar cuenta del aporte
concreto del encausado”.
En base a todo lo expuesto precedentemente, el
tribunal a quo concluyó que “…Guillermo Julio González
Chipont, en su carácter de Oficial, con la jerarquía de
Capitán del Departamento II (G-2) del Quinto Cuerpo de
Ejército, conforme lo establecido en los reglamentos militares
analizados, ocupó un rol fundamental en la perpetración de los
delitos juzgados, no pudiendo haber permanecido ajeno a las
tareas que desde dicho Departamento se desplegaban en el marco
del plan sistemático concebido para ‘aniquilar a la
subversión’, sin perjuicio de su participación en los
operativos militares que en cumplimiento de dicho plan
realizaba la Agrupación Tropa, pues así lo corrobora la
documentación valorada”.
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víctimas en cuyo enfrentamiento y aniquilamiento intervino
como 2do. Jefe del Equipo de Combate”.
De tal suerte, señalaron los judicantes que “[l]a
totalidad de las víctimas por las que aquí se lo juzga, a
excepción de Daniel Hidalgo, Olga Silvia Souto Castillo y
Patricia Acevedo, quienes fueran asesinados directamente,
permanecieron cautivas en alguno de los centros clandestinos
de detención que funcionaron bajo el control operacional del
Ejército en Bahía Blanca, y en la mayoría de los casos fueron
interrogados bajo torturas, desarrollándose estos hechos
durante el tiempo que el imputado se encontraba en comisión en
esta ciudad”, estos extremos demuestran el “…aporte concreto
del condenado, es decir, la planificación y efectiva
disposición final de aquellas, sin dejar de señalar que el G-2
tenía un rol fundamental de asesoramiento al Comandante de la
Subzona 51 a la hora de decidir la puesta en libertad de un
detenido (V. PON 24/75, punto 9)”.
Como corolario, subrayaron que la responsabilidad del
incusado se fundaba en las constancias obrantes en su legajo
personal y en “…la profusa reglamentación militar a que [han]
hecho referencia en el curso del presente exordio, sus dos
reclamos administrativos del año 1980, y las testimoniales que
lo señalan como integrante de la compañía ‘antisubversiva’(V.
Declaración Carlos Alfredo Zoia, 30/11/2011), y como agente de
inteligencia del ejército (V. Declaración de María Claudia Re,
24/11/2011) y en las constancias del sumario del Consejo de
Guerra Letra 5J7 nro. 1040/7”.
Así entonces, coligieron que el encausado González
Chipont debía responder penalmente por “…los hechos que
tuvieron como víctimas a Guillermo Oscar Iglesias, Carlos
Carrizo, Sergio Ricardo Mengatto, Gustavo Fabián Aragón,
Gustavo Darío López, Alberto Adrián Lebed, Emilio Rubén
Villalba, Manuel Vera Navas, Vilma Diana Rial, Mirna Edith
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previa, la cuestión es en qué medida determinan el marco de la
ejecución, y, con ello, la ejecución misma, o, en el caso de
los ejecutores, la cuestión acerca del margen de configuración
que aun permite el marco. A cualquier interviniente le
incumbe, en cuanto miembro del colectivo, la ejecución en el
marco configurado para ella” (causa Nº 11515, caratulada:
“Riveros, Santiago Omar y otros s/ recurso de casación”; causa
Nº 15496, caratulada: “Acosta, Jorge Eduardo y otros s/
recurso de casación”, causa Nº 13733, caratulada: “Dupuy, Abel
David y otros s/ recurso de casación”, ya citadas
precedentemente, entre otras).
Ello por cuanto, de acuerdo a la organización de poder
de la estructura jerárquica, tuvieron el dominio de la
voluntad de quienes resultaban ejecutores, participando de
manera activa del plan criminal pergeñado desde la estructura
estatal, cuyo fin era el aniquilamiento sistemático de
personas a quienes llamaban “subversivas”. De tal suerte, los
cargos que poseían los imputados dentro de la mencionada
estructura de poder, era desde donde se ejercía el mando y
decisión de la ejecución del plan criminal, conforme las
órdenes emanadas de la Junta Militar.
En consecuencia, quienes resultasen los ejecutores
materiales de los crímenes aquí analizados, actuaron como
consecuencia de las órdenes impartidas por los superiores y
retransmitidas por las cadenas de mando hacia las respectivas
áreas.
En base a lo expuesto precedentemente, puede colegirse
que los cuestionamientos de la defensa en relación al rechazo
de la exclusión probatoria del expediente disciplinario y de
la declaración del Mayor Emilio Ibarra, a que la mera
dependencia orgánica al Departamento II de inteligencia no
probaba la responsabilidad del incusado en los hechos y a la
falta de prueba respecto de la pertenencia de González Chipont
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entre otros destinos, desde diciembre de 1975 pasó a continuar
sus servicios al Destacamento de Inteligencia 181 y el 30 de
enero de 1976 pasa a desempeñarse en el Comando del V Cuerpo
del Ejército.
Repasó las diferentes comisiones en las que se había
desempeñado el incusado durante la época de los hechos y las
calificaciones obtenidas de sus superiores, destacando que
desde el 6 de diciembre de 1975 cumplió funciones en el
Destacamento de Inteligencia 181; el 30 de enero de 1976 se
desempeñó en el Comando Quinto Cuerpo de Ejército; desde el 16
de octubre de 1976 en el Comando V Cuerpo “como Jefe de la
División […] ‘Relaciones del Ejército’” y “Ayudante del
Comandante del V Cuerpo” hasta el 30 de octubre de 1977,
continuando sus servicios de “Comando en Jefe del Ejército en
Buenos Aires a partir del 31 de octubre de ese año…”.
En tal dirección, el órgano decisor explicó que “…el
Destacamento 181 actuaba en forma coordinada y conjunta con el
Departamento II, subordinado funcionalmente a éste último en
el marco del plan criminal”, por lo que el encartado “…fue el
eslabón de enlace entre ambos, revistando por un corto plazo
en el primero, para pasar a desempeñarse luego en el citado
Departamento”.
A su vez, se destacó en el instrumento sentencial que
“…la responsabilidad penal de Osvaldo Lucio Sierra se
fundamenta en haber intervenido en la llamada etapa de
señalización del blanco, haciendo circular en la Comunidad de
Inteligencia información y antecedentes de personas sindicadas
como elementos subversivos, en carácter de enlace entre el
Destacamento 181 y el Departamento II hasta el 16/10/1976, y a
partir de esa fecha como colaborador directo del Comandante
del V Cuerpo. Ello a punto tal de conocer el destino final de
las víctimas […]. El acusado era la persona a la que distintos
sectores de la sociedad civil, particularmente las autoridades
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probatorios que se desarrollan a continuación, que Sierra
ofició como enlace entre el Departamento II y el Destacamento
181”, lo que explicaba “…por qué el encausado mantenía
entrevistas con víctimas o sus familiares en el edificio donde
funcionaba el Destacamento 181, a pesar de estar destinado
orgánicamente en el Quinto Cuerpo de Ejército”. Adunaron
también que los casos del Suboficial Santiago Cruciani y
Norberto Eduardo Condal, quienes pertenecían orgánicamente a
una dependencia, pero al mismo tiempo se desempeñaban en otro
lugar.
En particular, los magistrados señalaron que “[c]omo
oficial de enlace entre el Destacamento y el Departamento II,
Osvaldo Lucio Sierra intervino en la señalización de blancos,
es decir, en la identificación de personas que podían estar
vinculadas al ‘enemigo subversivo’, y tomó parte en la
planificación de las operaciones militares que se llevaron a
cabo para secuestrarlas y colocarlas en los centros
clandestinos bajo jurisdicción del Ejército. Fue así que la
información que se obtenía producto de los interrogatorios
bajo aplicación de tormentos dentro de esos centros
clandestinos, fue utilizada por el Departamento II para
asesorar a los Comandantes de Subzona 51 y Zona de Defensa 5,
para determinar si las víctimas debían ser liberadas, pasadas
al sistema carcelario, o asesinadas haciendo desaparecer sus
cadáveres”.
De otra banda, resaltó el tribunal a quo la
declaración indagatoria prestada por el Coronel Aldo Mario
Álvarez, quien había atestiguado respecto al funcionamiento de
la unidad de inteligencia, quiénes se desempeñaban en los
diferentes cargos y cómo se obtenía y circulaba la
información.
En base a ello, se sostuvo en la sentencia que “…la
práctica sistemática de destrucción de la información después
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Destacamento 181 dependía funcionalmente del primero: ‘El
Departamento II Inteligencia era del escalón superior del
Destacamento. Según [aprendió] después los Departamentos de
Inteligencia generan las directivas y órdenes y el Comandante
se las imparte al Destacamento… no [conoció] la organización
pero era un lugar con poca gente, muy poca gente. Tres
oficiales, algún suboficial y algún soldado’”.
A su vez, se hizo hincapié en la sentencia recurrida
en el lugar que ocupaba Sierra en la estructura militar y se
señaló que “…según [surgía] del Libro Histórico del año 1977
del Comando Quinto Cuerpo de Ejército, el nombrado era el
tercer Mayor en jerarquía y antigüedad de todo el Comando,
debajo de Luís Alberto Farías Barrera y Arturo Ricardo
Palmieri, en un total de ocho (8) oficiales que detentaban
para la época ese mismo grado militar” y que, como ya se
apuntó, “…entre el 30/01/1976 y el 15/10/1976 el encausado se
desempeñó en la orgánica del Departamento II”.
Por otro lado, resaltó el a quo la Nota del Ejército
del 21 de julio de ese año, suscrita por el “Mayor Osvaldo
Lucio Sierra”, dirigida a la Sección Información de la
Prefectura Zona Atlántico y coligió al respecto que ésta
confirmaba “…la tesis acusatoria, en tanto Osvaldo Lucio
Sierra le solicitaba información al resto de los integrantes
de la Comunidad de Inteligencia, a los fines de poder
suministrar datos a los interrogadores que actuaban en el
centro clandestino ‘La Escuelita’, y lo hacía desde el
Destacamento 181, lo que permite corroborar no sólo su
carácter de enlace con el Departamento II, sino también la
intervención activa de ambas reparticiones en el intercambio
de información vinculada al ‘enemigo subversivo’”.
Sumado a ello, se relevaron en el instrumento
sentencial una serie de testimonios que “…ubicaban al
encausado en el edificio sito en el centro de la ciudad de
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del operativo organizado por el V Cuerpo de Ejército en el que
habían secuestrado a su familia, su padre se había
entrevistado con el encausado. En esa oportunidad, recordó el
declarante que le “…preguntó qué estaba pasando con [su] hijo
y [su] nuera, que [los] habían venido a buscar encapuchados” y
recordó que: “el mayor Osvaldo Lucio Sierra le dijo ‘usted es
buena gente, no es tiempo de militancia, dígale a su hijo que
me venga a ver a Inteligencia en Bahía, calle San Martín al
100’. [le] avisan, consulto con algunos compañeros qué hacer,
fui a San Martín 148, estaba la central de Inteligencia, con
escudo en la puerta. Había un colimba que me atendió con
uniforme. Preguntó por el mayor Sierra, al rato vino un señor
que se presentó como tal”.
Además, también se resaltó en el instrumento
sentencial que Randazzo recordó el diálogo que había tenido en
ese entonces con el encausado, en tanto él le había referido:
“’…para tomarle declaración a usted lo tengo que detener,
porque no es legal de otro modo’. ‘Bueno, deténgame’. ‘Bueno,
venga mañana a tal hora’. Voy al otro día, me hacen subir al
primer piso, me dice ‘Le vamos a tomar declaración, pero usted
nos tiene que prometer que si algún día le preguntan, dirá que
le tomaron declaración encapuchado, que estuvo varios días
alojado en un lugar que no sabía, que luego fue liberado en
Parque de Mayo, de noche y encapuchado.’ Cuando terminó la
declaración me dijo ‘no sé si no le va a pasar nada, pero
déjense de joder, la cosa no es con ustedes, déjense de joder
con la militancia, saludos a su padre… Estaba vestido de
civil, y el día de la declaración estaba con otro oficial, que
sería del mismo rango, vestido de militar, el escribiente era
un conscripto. Era todo un ambiente de oficinas militares,
mucha gente uniformada… Luego me lo he cruzado dos o tres
veces en el centro. Es más vi fotos de él en La Nueva
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En la sentencia también se valoraron los dichos de
Mario Orlando Dalhoff, quien había atestiguado que luego de su
secuestro en marzo de 1977, su] madre y su tía “se contactaron
con un mayor Sierra, allegado al general Catuzzi, creo que era
jefe del Regimiento. Les dijeron que [lo] liberarían cerca de
Semana Santa, cosa que sucedió”. Cabe destacar, que, a partir
de ese relato, el a quo tuvo por acreditado que “…aún después
de pasar a desempeñarse como Jefe de la División de Relaciones
del Ejército, colaborador directo del Comandante del Quinto
Cuerpo Osvaldo René Azpitarte, a punto tal de que era
calificado únicamente por él, Sierra continuó vinculado al
manejo de información de las personas secuestradas en el marco
de la lucha contra la subversión, con conocimiento certero
sobre el destino final de las mismas”.
De seguido, los magistrados actuantes explicaron que
las declaraciones de Eliseo Ricardo Pérez y de Susana
Margarita Martínez –entre otras-, resultaban esclarecedoras
también respecto del conocimiento de Sierra sobre el destino
final de las víctimas secuestradas. Así, Pérez declaró que
mientras permaneció secuestrado en “La Escuelita” su padre
había recibido “…una carta en un determinado momento del Mayor
Sierra preguntando si [él era] hijo de él, y le dice que lo
único que puede hacer por mí es que aparezca con vida” y que
“…el acusado estuvo destinado con el grado de Mayor entre los
años 1973 y 1975 en la localidad de Olavarría, que se
encuentra ubicada aproximadamente a cincuenta kilómetros de
Azul. Se trata de un elemento objetivo que se puede corroborar
a partir del legajo personal de Osvaldo Lucio Sierra, que
torna verosímil el relato del testigo, el que da cuenta de la
influencia que el nombrado tenía sobre la estructura militar
en el marco del plan criminal, a la hora de determinar el
destino final de las víctimas…”.
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sabía quiénes serían liberados y qué personas serían
asesinadas, ocultándose sus cuerpos para asegurar la
impunidad. En tal sentido, resulta determinante su pertenencia
a la orgánica del Departamento II hasta octubre de 1976, […]
dicho departamento contaba con la información que se utilizaba
en los cónclaves de la Comunidad de Inteligencia para decidir
la suerte de las personas secuestradas”.
Añadieron al respecto, que de los testimonios
brindados por las víctimas se desprendía que más allá de “…su
alejamiento de la orgánica del Departamento II, al pasar a
ocupar el cargo de Jefe de División de Relaciones del
Ejército, el encausado no permaneció ajeno a lo que sucedía en
los centros clandestinos bajo jurisdicción del Ejército y al
destino final de las víctimas…”.
Finalmente, a mayor abundamiento, hicieron referencia
a las funciones que los reglamentos militares asignaban al
Jefe de la División de Relaciones del Ejército y citaron in
extenso el RC-3-30, “Organización y Funcionamiento de los
Estados Mayores” y el reglamento RC-9-1 sobre “Operaciones
Contra Elementos Subversivos”.
En particular, en cuanto a la segunda normativa
citada, en la sentencia se resaltó que “…en su art. 4.003,
apartado d, destaca la necesidad de conservar el apoyo de la
población para el éxito de las operaciones en la lucha contra
la subversión, resultando fundamental en tal sentido el cargo
que Sierra desempeñó a partir del 16/10/1976 como Jefe de
Relaciones del Ejército. Ello explica que el acusado oficiara
como contacto con las autoridades eclesiásticas y otros
sectores de la sociedad civil, como vimos en los casos de
Julio Argentino Mussi y Susana Margarita Martínez” y que “En
el citado reglamento se hace constar que ‘la población
constituye el objetivo y el medio donde debe desarrollar su
acción la contrasubversión… en las operaciones
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la estructura militar con capacidad de conocer el destino
final de aquellas”.
Con base en el desarrollo precedente, respecto de los
planteos formulados por la defensa sobre los que insiste en
esta instancia relativos a que el encausado resultaba ajeno a
las actividades ilegales del departamento al que pertenecía,
los magistrados actuantes aseveraron que “…el hecho de que
Sierra no calificara en sus legajos personales a oficiales
como Corres o Sosa, con comprobada intervención en el centro
clandestino ‘La Escuelita’, no alcanza para excluirlo de la
estructura represiva, máxime cuando existen distintos
elementos de prueba que lo ubican en la misma (testimonios,
reglamentos, legajo personal)”. Adunaron que “…las
declaraciones valoradas, así como la nota remitida por Mayer
al acusado rogándole que recibiera a los familiares de
Martínez y Gaitán, dan cuenta de que su actuación distaba de
ser ‘meramente protocolar’, o la de un ‘agente de relaciones
públicas’ como pretende la defensa; pues la intermediación de
Sierra podía significar para las víctimas la posibilidad de
salir del ámbito clandestino donde permanecían secuestradas”.
En razón de lo expuesto en los párrafos precedentes y
desarrollado in extenso en el instrumento sentencial respecto
de la intervención del encausado Sierra, corresponde rechazar
los planteos de la defensa en estos puntos, toda vez que el
tribunal luego de un análisis integral del abundante acervo
probatorio existente, consideró que se encontraba demostrada
su intervención en los hechos imputados, por lo que los
cuestionamientos se revelan como meras discrepancias con lo
resuelto a su respecto.
Es que, de conformidad con lo señalado por el a quo,
“…su jerarquía y sobre todo las funciones que se comprobó
ejecutó, permiten atribuirle un dominio organizativo en la
estructura represiva del Comando Quinto Cuerpo, lo que
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aún en el caso del personal de inteligencia. El caso de Sierra
no resulta la excepción, sino por el contrario un claro
ejemplo de que, de acuerdo a lo que las víctimas resaltaron
elocuentemente durante el debate, los sucesivos cargos que
cumplió en el Destacamento de Inteligencia 181, en el DII y
directamente para el Comandante del V Cuerpo del ejército
excedió un actuar legal, tal como pretende sostener la defensa
en el libelo recursivo.
Así también, las críticas de la defensa con relación a
que el cargo detentado por su asistido Sierra era “meramente
administrativo”, “sin poder de decisión o intervención en los
hechos que se le imputan”, se revelan parvos a la luz de la
copiosa prueba ya analizada.
En conclusión, la hipótesis ensayada por la parte
recurrente no logra conmover los argumentos expuestos por el
tribunal de juicio al tener por acreditada la participación
del imputado en los hechos por los que fue condenado y
constituyen meras discrepancias con la correcta evaluación
realizada por el tribunal a quo, omitiendo demostrar
presupuestos objetivos que abonen a su postura
desvinculatoria; lo que deriva el rechazo del remedio
casatorio.
b) Que restan abordar los agravios traídos por el re-
presentante del Ministerio Público Fiscal contra la decisión
del tribunal oral que calificó los hechos cometidos en perjui-
cio de Raúl, Jorge Hugo y Liliana Beatriz Griskan sólo bajo la
figura legal de privación ilegal de la libertad agravada, sin
dar siquiera respuesta a la acusación en lo relativo a la ca-
tegorización de aquellos acontecimientos endilgados a Sierra,
–entre otros-, también como imposición de tormentos agravados.
Así, se evidencia que en el apartado titulado “Hechos
Probados” de la sentencia en crisis, se describieron las
circunstancias que rodearon los hechos cometidos en perjuicio
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brindados por las propias víctimas. Entre ellos, el de Liliana
Beatriz Griskan, quien luego de narrar las circunstancias en
las que fue detenida, precisó: “…Estuve presa tres semanas, no
fui sometida a torturas físicas sino psicológicas, nos llamaba
el teniente coronel y nos decía: ‘si vos estuviste en un
organismo subversivo, hay que poner las barbas en remojo; si
no, estás salvada’” y que “[u]na vez cuando fui al baño un
teórico conscripto intentó manosearme”.
A su vez, del mismo relato surge que “[v]enían y nos
hacían jueguitos: ‘¿vos me viste a la mañana?’ ‘¿Fui yo quién
te interrogó?’ y cosas así” y que les dispensaban “[u]n trato
aparentemente cordial y sin embargo, sabían lo que estaba
ocurriendo: había un chico llamado Escudero y se lo llevaron
para matarlo. Es difícil determinar un trato cuando en la
superficie es de una manera, y uno sabe que la vida de uno
está en peligro en todo momento. Escudero era estudiante de
Filosofía”.
Por su parte, Jorge Hugo Griskan declaró sobre las
circunstancias de su detención y recordó: “Mi hermana fue
separada de mi padre y de mí. Nos llevaron a un lugar que
después me comentaron que era el gimnasio. Estuvimos juntos
con mucha gente conocida por pertenecer al mismo pueblo donde
nosotros desplegábamos nuestra actividad agropecuaria,
Algarrobo… En el transcurso de esas tres semanas, nosotros no
supimos absolutamente nada de mi hermana, […] nadie nos dijo
por qué estábamos ahí. A mi padre y a mí nos hicieron un
aparente interrogatorio a los 17 u 18 días de estar ahí. Nos
preguntaron por qué creíamos estar ahí. Por supuesto que
dijimos que no teníamos idea de por qué”. Agregó también: “Mi
hermana después por el relato de ella, […] sí fue maltratada
psicológicamente, no físicamente. Era visitada todas las
noches por el subteniente Alejandro Lawless, sin darse a
conocer. Ella era estudiante en la Universidad de Humanidades,
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sometidas a interrogatorios (Petersen, Carrizo, López) y que
en ocasiones ello ocurría estando los prisioneros con los ojos
vendados (López, Petersen) y algunas víctimas especificaron
que para esto fueron conducidos a una oficina en el primer
piso (Petersen y Carrizo)”.
A su vez, tal como lo destacó el acusador público en
su libelo recursivo y lo había desarrollado ya durante los
alegatos finales, resulta relevante el rol de esta guarnición
militar que, además, funcionaba a corta distancia y de manera
coordinada con “La Escuelita”.
En estas condiciones, asiste razón al impugnante en
cuanto señaló que “[n]o se trata de soslayar las
circunstancias particulares que sufrieron cada una de [las
víctimas], sino de no recortar arbitrariamente sus privaciones
ilegales de la libertad, invisibilizando una de sus
características centrales: el modo en que eran tratadas
aquellas personas calificadas como ‘subversivas’ en el marco
del plan criminal y la suerte a la que se encontraban sujetas
su vida y su integridad física y mental”.
Desde estas condiciones, puede colegirse que la
responsabilidad del incusado por los tormentos sufridos por
estas víctimas -en calidad de coautor- se encuentran
acreditadas a partir de las gravosas circunstancias que
rodearon sus privaciones ilegales de libertad en el Batallón
de Comunicaciones 181 y, en este sentido, no empece aquella
categorización que el destino de los cautivos alojados en otro
centro clandestino de detención, en algunas hipótesis, haya
sido más riguroso.
En esta línea, apuntó acertadamente el representante
de la vindicta pública que el “…hecho de que las condiciones
de detención en el Batallón de Comunicaciones 181 no sean las
mismas que en el CCDyT ‘La Escuelita’ de Bahía Blanca […] no
se sigue necesariamente que las condiciones sufrida por las
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relevado en el instrumento sentencial.
En consecuencia, circunstancias como las descriptas en
los testimonios referenciados relativas a la penosa suerte que
corrían las personas cautivas por parte de las fuerzas
estatales en los diferentes centros clandestinos de detención
–de los que el Batallón de Comunicaciones 181 no fue una
excepción-, la incertidumbre sobre su destino y el de sus
familiares, en un contexto en el cual era conocido que
compañeros y familiares habían sido secuestrados,
desaparecidos y asesinados; la falta de atención médica
adecuada –agravada por la graves condiciones de detención a su
ingreso- y las características del alojamiento en las que
permanecían detenidas, resultan suficientes para tener por
configurado el delito de imposición de tormentos también en
las hipótesis de la familia Griskan, por el que Sierra deberá
responder en calidad de coautor, a la luz de lo establecido
por el órgano decisor con relación a los hechos por los que sí
lo condenó y en base a la propia descripción elaborada por el
tribunal de la figura típica en juego.
Al respecto, cabe resaltar lo considerado por el
propio órgano decisor en el apartado “6°) CALIFICACIÓN LEGAL Y
TIPOS PENALES APLICABLES. II. Tormentos” en que lo que refiere
a esta categoría legal puntualizó que “…el artículo 144 ter
del código penal, según ley n° 14.616 (BO 17.10.1958), pena al
funcionario público que impusiere, a los presos que guarde,
cualquier especie de tormento; e incrementa la consecuencia
penal, en el caso de que el sujeto pasivo sea un perseguido
político”. Y a la vez que añadió: “Al comentar el texto de la
mencionada ley, Soler se refería en general a la tortura como
‘…toda inflicción de dolores con el fin de obtener
determinadas declaraciones. Cuando esa finalidad existe, como
simple elemento subjetivo del hecho, muchas acciones que
ordinariamente podrían no ser más que vejaciones o apremios,
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acusación en torno a la calificación legal escogida; más aún
cuando se lo analiza a la luz de lo relevado por el propio
tribunal en cuanto a la situación a la que fueron sometidas
estas víctimas, los elementos de prueba producidos durante el
debate y el análisis realizado respecto de la figura legal
pretendida.
Corresponde memorar que la exigencia de fundamentación
sirve no sólo a la publicidad y control republicano, sino que
también persigue la exclusión de decisiones irregulares o
arbitrarias y pone límite a la libre discrecionalidad del juez
(cfr. causa Nº 15496, caratulada: “Acosta, Jorge Eduardo s/
recurso de casación”, supra cit, entre tantas otras).
En estas condiciones, se impone anular parcialmente el
pronunciamiento definitivo en este extremo y, en las
particulares circunstancias de la especie, el dictado de una
sentencia condenatoria en esta instancia -sin reenvío- con
relación a Sierra por resultar coautor penalmente del delito
de imposición de tormentos agravados cometidos en perjuicio de
estas víctimas, tal como reclama el acusador público. Ello, de
conformidad con lo establecido en in re “Guglielminetti, Raúl
Antonio y Etchebarne, Juan Alfredo s/ recurso de casación”,
causa CFP 8405/2010/TO1/CFC21 de la Sala IV de esta Cámara,
rta. 5/6/23, reg. N° 715/23 –y sus citas-, como así también en
FMZ 361/2018/TO1/3/CFC1, caratulada: “Fernández Serione, Lucas
Emmanuel s/recurso de casación” de esta Sala II, rta.
23/5/2023, reg. N° 499/23.
Por todo ello, corresponde hacer lugar al recurso de
casación deducido por el representante del Ministerio Público
Fiscal en este punto, anular parcialmente el punto dispositivo
16 en cuanto condena a Osvaldo Lucio Sierra sólo por la
privación ilegal de la libertad agravada con relación a Jorge
Hugo Griskan, Raúl Griskan y Liliana Beatriz Griskan, y
condenarlo también por resultar coautor penalmente responsable
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Ahora bien, corroborado este extremo –que no ha sido
controvertido- y habiendo sido descriptas ya las funciones del
Destacamento 181 en el marco del plan criminal y la manera en
que actuaba en forma coordinada y conjunta con el Departamento
II, los judicantes fundamentaron la responsabilidad penal del
incusado aduciendo que tenía a su cargo “…reunir información
respecto a personas sindicadas como ‘elementos subversivos’,
valorarla, calificarla y elevarla al Jefe del Destacamento
181, Coronel Antonio Losardo, quien la ponía a disposición del
Comandante de la Subzona 51”.
En ese sentido, resaltaron que “[e]sa información era
utilizada para ‘señalar blancos’ en toda la Zona de Defensa 5,
toda vez que de acuerdo a lo establecido en la Directiva
404/75, el Destacamento donde revistaba el encausado estaba
asignado a dicha Zona de Defensa en el marco de la 'lucha
contra la subversión'” y que además la mencionada información
“…fue utilizada para secuestrar y llevar adelante los
interrogatorios bajo aplicación de tormentos dentro de los
centros clandestinos bajo jurisdicción del Ejército, y decidir
el destino final de Sepúlveda, Sifuentes, Gon, Ferreri, Metz y
Romero”.
Así, los magistrados consideraron que Granada, “…en su
carácter de Jefe de la única Sección de Ejecución que existía
dentro del Destacamento al tiempo de los hechos, tuvo a su
cargo reunir la información vinculada a personas sindicadas
como ‘elementos subversivos’, establecer la importancia de la
misma, calificarla y elevarla al Jefe de la Unidad”.
Por otro lado, el a quo relevó la prueba documental
incorporada al debate y destacó que “…durante los años 1976 y
1977 se distribuía la producción de inteligencia valorizada en
los términos expuestos por Vilas dentro de la Comunidad
Informativa respecto a operativos realizados por las distintas
fuerzas, recibiendo además el Destacamento 181 nóminas de
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el manejo de un registro de antecedentes de individuos
sindicados como ‘elementos subversivos’ que debían ser
‘aniquilados’. Esas nóminas de personas buscadas, con
‘información valorada’ (de acuerdo a la función asignada al
Destacamento por el RC 16-5, art. 3.007) resultó ser
determinante en el desencadenamiento del derrotero de los
hechos ilícitos que concluyeron con el secuestro y los
tormentos que sufrieran las seis víctimas, y la desaparición
física de tres de ellas (Ferreri, Romero y Metz)”.
A partir de las pruebas ponderadas, tanto documentales
como testimoniales extensamente desarrolladas en la sentencia
recurrida, los jueces determinaron la materialidad de los
hechos y entendieron que las víctimas por las que Granada fue
condenado en el sub lite se correspondían con aquellas
secuestradas fuera de la Subzona 51, pero que sin embargo esta
circunstancia no podía “…eximir de responsabilidad al
encausado, toda vez que su aporte se produce antes de que se
materialicen las privaciones de la libertad, al proveer
información a la estructura militar para ‘identificar
blancos’; durante el tiempo que aquellas permanecen en los
centros clandestinos bajo jurisdicción del Ejército, donde son
torturadas e interrogadas por personal bajo dependencia
directa de Granada, quien […] calificara a Cruciani; y
finalmente en la determinación del destino final de los
secuestrados, pues la información que obraba en el
Destacamento 181 era utilizada para decidir quién sería
liberado, puesto a disposición del PEN, ingresado a un
establecimiento carcelario o asesinado”.
En base a ello, el tribunal de juicio tuvo por
acreditado que el encausado “…tomó parte en la ejecución y su
aporte ha sido determinante en los hechos de los que se lo
acusa” en calidad de coautor, de los delitos cometidos en
perjuicio de Gladis Sepúlveda, Elida Noemí Sifuentes, José
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el a quo y revelan un análisis fragmentario y
descontextualizado del acervo probatorio ponderado, por lo que
la desvinculación del imputado por estos acontecimientos que
ensaya la asistencia no alcanzan a demostrar el defecto de
fundamentación que se plantea.
Es que, en definitiva, a partir de la prueba ponderada
ha quedado demostrado que Granada poseía dominio en los hechos
juzgados al intervenir en la delimitación del marco de
ejecución que permitió llevar a cabo los sucesos cometidos
contra las víctimas. El plexo convictivo resulta concluyente
en exhibir cuál fue el rol fundamental del acusado en el
engranaje represivo ya descripto.
Así entonces, la impugnación incoada deberá
desestimarse también en este extremo.
25º) Responsabilidad penal de Norberto Eduardo Condal
Que ingresando en el análisis de los agravios traídos
por la defensa de Norberto Eduardo Condal, liminarmente cabe
resaltar que se tuvo por acreditado que el 26 de diciembre de
1974, fue dado de alta en la Escuela de Inteligencia de Campo
de Mayo y que con fecha 12 de diciembre de 1975, pasó a
continuar sus servicios en el Destacamento de Inteligencia 181
de Bahía Blanca; “…consignándose en la calificación del año
militar (15/10/1976) que continúa en la Primera Sección
Ejecución de esa unidad”.
En ese sentido, el tribunal resaltó las materias del
Curso N° 5 de Técnico en Inteligencia que realizó el encausado
y que hicieron a la formación de Condal con anterioridad a su
llegada a Bahía Blanca, “por guardar relación directa con las
tareas que pasó a desarrollar en la Primera Sección Ejecución
del Destacamento”, como “ser contrainteligencia y actividades
especiales de inteligencia, inteligencia, actividades
psicológicas, inf. político social, Inf. Ideológica
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desempeñarse como Oficial ‘en comisión’ en el Departamento II
de Inteligencia del Comando V Cuerpo”.
Por ello, el tribunal a quo se remitió a lo analizado
al momento de expedirse sobre la responsabilidad del
coimputado Granada respecto al rol que cumplía la Primera
Sección del Ejecución del Destacamento 181 y destacó que el
imputado Condal, prestó funciones en el Destacamento 181, como
Oficial Teniente Primero (AEI) en la misma Sección que
Granada, con el mismo grado militar, a pesar de que este
último se desempeñaba como Jefe de la Sección, y que “…durante
todo ese tiempo el encausado desarrolló las mismas tareas
tendientes a ‘identificar blancos’, entre los que se
encontraban las víctimas”.
Así, advirtió que Condal “…tenía acceso al registro de
información que llevaba el Destacamento 181” y que “…también
respondía pedidos de remisión de antecedentes que realizaban
otros integrantes de la Comunidad Informativa”.
De otra banda, resulta relevante destacar que a partir
de los testimonios de Eduardo Ferreri y Luis Carlos Metz, los
magistrados actuantes consideraron que se encontraba
acreditado que “…si bien las tres víctimas fueron secuestradas
fuera de la jurisdicción de la Subzona 51, tanto Ferreri, como
Romero y Metz, se vieron obligados a radicarse en Neuquén y
Cultra-co respectivamente, con motivo de la persecución que
sufrían en Bahía Blanca” y que “…previo a que se
materializaran sus detenciones en jurisdicción de la Subzona
52, existió un proceso de señalización del blanco en el que
intervino Condal como integrante de la Sección Primera
Ejecución del Destacamento 181. De tal manera, previo a pasar
en comisión al Departamento II de Inteligencia, el encausado
intervino en la identificación de las víctimas como ‘elementos
subversivos’ que debían ser aniquilados”.
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estructura militar información para 'identificar blancos';
durante el tiempo que las víctimas permanecen en los centros
clandestinos bajo jurisdicción del Ejército (proceso de
extracción de información) y, finalmente, en la determinación
del destino final de los secuestrados”.
En virtud de los elementos analizados, el a quo
concluyó que Condal debía responder en carácter de coautor de
los hechos que tuvieron como víctimas a Raúl Ferreri, Raúl
Eugenio Metz y Graciela Alicia Romero.
Ahora bien; respecto de los cuestionamientos de la
defensa con relación a que el destacamento al que pertenecía
su asistido no era orgánico del Comando del V Cuerpo de
Ejército y estaba fuera de la cadena de mando, ello ya ha sido
abordado al analizar la responsabilidad del coimputado
Granada, por lo que –en razón de brevedad- corresponde
remitirse a lo allí analizado.
En consecuencia, cabe colegir que la sentencia se
encuentra debidamente fundada, y se ha realizado un
razonamiento lógico derivado del examen de los elementos de
prueba producidos e incorporados durante el proceso, que
descartan las alegaciones desvinculatorias de la parte
impugnante y que llevan al rechazo del remedio procesal.
26º) Responsabilidad penal de Carlos Alberto Taffarel.
Con relación a Carlos Alberto Taffarel, el tribunal de
juicio luego de describir profusamente su carrera militar en
los años anteriores al período aquí juzgado y con el fin de
contextualizar su accionar en los acontecimientos reprochados,
resaltó que “…durante el período 1975/1976, con el cargo de
Teniente Primero de Artillería, por las tareas desarrolladas
en el Destacamento de Inteligencia 181, el encausado fue
calificado por los sucesivos Jefes del Destacamento 181…” a la
vez que destacó las elogiosas calificaciones que constaban en
su legajo.
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se encuentra acreditado con el legajo personal de Víctor Raúl
Aguirre, quien también fuera destinado a la sección de
Actividades Sicológicas Secretas, inicialmente como Auxiliar y
después como Encargado. En tal sentido, es Carlos Alberto
Taffarel, quien calificó a Aguirre e incluso le impuso una
sanción por incumplir obligaciones vinculadas a las tareas que
se desempeñaban en la sección…” y citaron al efecto el “…ANEXO
3 (ACCIÓN SICOLÓGICA) A LA DIRECTIVA DEL COMANDANTE GENERAL
DEL EJÉRCITO N° 404/75 (LUCHA CONTRA LA SUBVERSIÓN)”.
En este andarivel, el tribunal a quo explicitó que el
incuso era un oficial con “aptitud especial en inteligencia” y
que “…si bien no existen elementos que lo sindiquen como
interrogador, lo cierto es que cumplía con las aptitudes para
desarrollar las tareas que ejecutó el Destacamento de
Inteligencia 181. Se trata de una característica que hemos
advertido al referirnos a todos los acusados que revistaron en
dicha unidad (Granada, Condal y Aguirre), pues los testimonios
que dan cuenta del paso de las seis víctimas por el centro
clandestino ‘La Escuelita’, acreditan la existencia de medidas
de contrainteligencia (tabique o vendas en los ojos), que en
muchas oportunidades pudieron ser burladas por los detenidos,
llegando así a poder identificarse entre ellos, e incluso
también a sus interrogadores”.
Aunado a ello, los magistrados destacaron que otros
oficiales del Departamento II “fueron identificados como
interrogadores y torturadores que operaron en el mencionado
centro clandestino” y que “la falta de reconocimiento por
parte de los testigos víctimas de otros interrogadores en el
lugar, no permite desvincular a Taffarel del centro
clandestino ‘La Escuelita’, pues hemos visto que el PON 24/75
coloca en cabeza del Destacamento 181 el control del lugar”.
De otra banda, relevaron las diferentes directivas
militares respecto de las “operaciones sicológicas”, y
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clandestinos bajo jurisdicción del Ejército, y después de
determinarse el destino final de las mismas, que en los casos
de Raúl Ferreri, Raúl Eugenio Metz y Graciela Alicia Romero,
consistió en su desaparición física”.
En este punto, resaltaron que con relación a “…Gladis
Sepúlveda y Elida Noemí Sifuentes, [contaban] con los
documentos que acreditan que el Destacamento 181 era informado
respecto al ingreso y egreso de las mismas a las distintas
unidades penales, lo que nos permite tener por acreditado que
dicha unidad de inteligencia debía mantener actualizados los
antecedentes que obraban en su registro” y que respecto a “…la
situación particular de José Luís Gon, quien fuera secuestrado
y torturado inicialmente en la localidad de Posadas por
Santiago Cruciani y Víctor Raúl Aguirre, y trasladado luego a
Bahía Blanca donde sería ingresado al centro clandestino ‘La
Escuelita’”.
Esta circunstancia permitió tener por cierto que “…
Carlos Alberto Taffarel tenía injerencia directa en el centro
clandestino, pues Aguirre dependía directamente de aquel,
revistaba en la Sección a su cargo y era calificado por el
encausado”.
A su vez, adunó el a quo que “…la información que se
obtenía de las víctimas mediante la aplicación de torturas
mientras permanecían cautivas en ‘La Escuelita’, servía para
abastecer el registro que administraba el Destacamento 181, y
que Taffarel podía utilizar para planificar las operaciones
sicológicas que demandara la ‘lucha contra la subversión’”.
A partir de las diferentes pruebas ponderadas, los
jueces sentenciaron que “…el aporte del acusado aparece en la
‘selección del blanco’, planificando las operaciones
sicológicas que debían comenzar a desarrollarse con
anterioridad al secuestro de las personas sindicadas como
‘elementos subversivos’ que debían ser ‘aniquilados’, cuyos
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reediciones de argumentos ya planteados ante el tribunal, por
lo que corresponde rechazar el recurso en trato.
27º) Responsabilidad de Víctor Raúl Aguirre
Que, de seguido, con relación a la responsabilidad
penal de Víctor Raúl Aguirre al igual que con relación a los
demás consortes de causa, el a quo analizó detalladamente la
carrera del incusado dentro del Ejército, destacando al efecto
que “Según el informe de calificación del año 1972/1973 de su
legajo personal, el 1 de diciembre de 1972, en calidad de
Sargento de Artillería, y luego de egresar como 'Técnico del
Servicio Geográfico'” y que su formación como suboficial de
inteligencia continuó a partir del 9 de enero de 1973 en la
SIDE.
En particular, durante el período en el que tuvieron
lugar los hechos que forman parte de la acusación, Víctor Raúl
Aguirre se desempeñó como Sargento Primero de Artillería en la
sección “Operaciones Sicológicas Secretas” del Destacamento de
Inteligencia 181 de Bahía Blanca, primero en calidad de
Auxiliar y luego como encargado de dicha sección.
En ese sentido, el a quo ponderó que fue calificado
por Carlos Alberto Taffarel, Antonio Losardo y Luis Alberto
González, obteniendo siempre “los puntajes máximos y elogiosas
calificaciones”.
Además, se justipreció que en su Legajo Personal
obraba un informe del cual resultaba “…una comisión de
servicio a la ciudad de Posadas […] que permite acreditar que
el encausado junto a Santiago Cruciani, quien también
integraba el Destacamento 181 y registra en su legajo una
comisión a dicha localidad para la misma época, intervino en
el secuestro y torturas de José Luís Gon en aquella localidad,
así como en su traslado a Bahía Blanca, donde sería ingresado
al centro clandestino ‘La Escuelita’”.
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demuestra su legajo personal en relación al caso de José Luís
Gon”.
Por otro andarivel, en la sentencia también se destacó
que “…como integrante de la Unidad de Inteligencia que
administrara un registro de antecedentes de personas
sindicadas como 'elementos subversivos', intervino en la
llamada etapa de 'señalización del blanco', que en los hechos
se materializó en el secuestro de noventa (90) víctimas que
permanecieron cautivas en el centro clandestino 'La
Escuelita'”.
De seguido, los judicantes refirieron que “…como
integrante de la sección a cargo de Carlos Alberto Taffarel,
intervino en la planificación de las operaciones sicológicas
que demandaba la lucha contra la subversión […] previo a que
se perpetraran los secuestros, y mientras las víctimas
permanecían cautivas en los centros clandestinos donde se les
extraía información mediante la aplicación de tormentos” y que
“…se llevaban adelante operaciones sicológicas destinadas a
impactar en toda la población civil a partir de la propaganda,
como hemos visto al analizar los reglamentos militares. […]
esas operaciones continuaban desarrollándose incluso después
de decidirse la suerte de los secuestrados, sea que fueran
liberados, ingresados al sistema carcelario, asesinados y
presentados a la población (mediante la utilización de los
medios de comunicación) como muertos en enfrentamientos con
las fuerzas legales; o finalmente mediante la desaparición
física”.
Además, tuvieron por probado que en los homicidios
cometidos en perjuicio de Mónica Moran, Alberto Ricardo
Garralda, Ricardo Gabriel Del Río, Carlos Roberto Rivera, Juan
Carlos Castillo, Pablo Francisco Fornasari, Manuel Mario
Tarchitzky, Zulma Raquel Matzkin, Roberto Adolfo Lorenzo,
María Elena Romero, Cesar Antonio Giordano, Zulma Araceli
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del Ejército difundidos por medios de comunicación locales y
nacionales […]. En tal sentido, los artículos periodísticos
[habían] tenido siempre como fuente un comunicado previo del
Ejército, lo que se advierte atento el tenor de aquellos, que
prácticamente reproducían el texto de dichos comunicados en
forma literal. En particular, los mismos destacaban siempre la
'patriótica colaboración de la población' y la peligrosidad de
quienes eran sindicados como 'extremistas'…”.
Al momento de responder las críticas sobre la falta de
prueba para acreditar la presencia de Aguirre en el centro
clandestino de detención, los judicantes sostuvieron
fundadamente que “…sería absurdo creer que por el sólo hecho
de que los acusados no hayan sido identificados o reconocidos,
o no les conozcamos un ‘alias’, los mismos no hayan formado
parte del entramado represivo con un aporte concreto en los
hechos que se les achacan, pues hemos descrito distintos
elementos probatorios autónomos (declaraciones, legajo,
reglamentaciones) que permiten atribuirles responsabilidad
penal a los cuatro integrantes del Destacamento 181”.
A la postre, advirtieron que el encausado Aguirre, en
su carácter de auxiliar y luego como encargado de la Sección
Operaciones Sicológicas Secretas del Destacamento de
Inteligencia 181 conforme lo establecido en los reglamentos
militares analizados, ocupó un rol fundamental en la
perpetración de los delitos juzgados, con un aporte concreto
en las tareas que desde dicha sección se desarrollaron en el
marco del plan sistemático concebido para “aniquilar a la
subversión”.
En este sentido, explicaron que el aporte del incusado
“…puede vislumbrarse en la ‘selección del blanco’, al revistar
como Suboficial en una unidad que tenía a su cargo el manejo
de un registro de antecedentes de individuos sindicados como
‘elementos subversivos’ que debían ser ‘aniquilados’. Esas
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y su participación en los delitos reprochados. En la medida
que el recurrente no ha confutado estos argumentos, sino
únicamente reeditado los planteos originales, ya respondidos
debidamente en el pronunciamiento criticado, corresponde
rechazar el agravio.
En este marco, es del caso apuntar que cada uno de
estos hechos no debe valorarse de forma aislada sino
contextualizada en base al rol que tuvo Aguirre dentro del
Destacamento 181, corroborado a partir de un análisis integral
de la prueba reproducida durante la audiencia de debate que
ubicó funcionalmente al imputado en el anclaje clandestino.
Con los alcances hasta aquí establecidos puede
colegirse que el tribunal fundó adecuadamente la
responsabilidad de Víctor Raúl Aguirre como coautor de los
delitos de: a) privación ilegal de la libertad agravada por
haber sido cometida por un funcionario público con abuso de
sus funciones o sin las formalidades prescriptas por la ley,
agravada por mediar violencias o amenazas en concurso real con
imposición de tormentos agravados por ser las víctimas
perseguidas políticas, respecto de Eduardo Alberto Hidalgo
(HECHO I), Simón León Dejter, Claudio Collazos, Estela Clara
Di Toto, Horacio Alberto López, Guillermo Oscar Iglesias,
Guillermo Pedro Gallardo, Carlos Carrizo, Sergio Ricardo
Mengatto, Gustavo Fabián Aragón, Gustavo Darío López, Alberto
Adrián Lebed, Emilio Rubén Villalba, Carlos Alberto Gentile,
Héctor Enrique Núñez, Manuel Vera Navas, Vilma Diana Rial,
Mirna Edith Aberasturi, Daniel Osvaldo Esquivel, María
Cristina Jessene, María Felicitas Baliña, Héctor Furia y
Braulio Raúl Laurencena; b) privación ilegal de la libertad
agravada por haber sido cometida por un funcionario público
con abuso de sus funciones o sin las formalidades prescriptas
por la ley, agravada por mediar violencias o amenazas y por su
duración mayor a un mes, en concurso material con imposición
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Mónica Morán; e) privación ilegal de la libertad agravada por
haber sido cometida por un funcionario público con abuso de
sus funciones o sin las formalidades prescriptas por la ley,
agravada por mediar violencias o amenazas y por su duración
mayor a un mes, en concurso real con imposición de tormentos
agravados por ser las víctimas perseguidas políticas en
concurso real con homicidio agravado por alevosía, por el
concurso premeditado de dos o más personas y con el fin de
lograr la impunidad, en perjuicio de Alberto Ricardo Garralda,
Ricardo Gabriel Del Río, Juan Carlos Castillo, Pablo Francisco
Fornasari, Manuel Mario Tarchitzky, Roberto Adolfo Lorenzo,
Carlos Roberto Rivera, Zulma Raquel Matzkin, María Elena
Romero, Cesar Antonio Giordano, Zulma Araceli Izurieta, Estela
Maris Iannarelli, Carlos Mario Ilacqua, Andrés Oscar Lofvall,
Gustavo Marcelo Yotti, Darío José Rossi, Nancy Griselda
Cereijo, María Angélica Ferrari, Elizabeth Frers, Susana Elba
Traverso; y bajo la modalidad de desaparición forzada de
personas en perjuicio de Dora Rita Mercero, Luís Alberto
Sotuyo, Fernando Jara, María Graciela Izurieta, María Eugenia
González, Néstor Oscar Junquera, Raúl Ferreri, Graciela Alicia
Romero, Raúl Eugenio Metz, Néstor Alejandro Bossi y Julio
Argentino Mussi; f) homicidio agravado por alevosía, por el
concurso premeditado de dos o más personas y con el fin de
lograr la impunidad, en perjuicio de Olga Silvia Souto
Castillo, Daniel Guillermo Hidalgo y Patricia Elizabeth
Acevedo.
28º) Responsabilidad penal de Enrique José del Pino
Que, corresponde adentrarse ahora en el análisis de la
responsabilidad penal de Enrique José del Pino, a los efectos
de dar un adecuado tratamiento a los cuestionamientos traídos
por la defensa del nombrado.
Al efecto, en la sentencia se analizó su carrera
militar desde que fue dado de alta en la Escuela de
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parte del grupo de oficiales y suboficiales de confianza de
Vilas, que habían cumplido tareas en el Operativo
Independencia en Tucumán bajo sus órdenes (al igual que
Aguirre y Sierra), habiendo sido individualizado por el
nombrado como un Oficial de Inteligencia, perteneciente a la
Subzona 5” y que “…Del Pino era un Oficial con aptitud
especial en inteligencia (AEI), que detentaba al tiempo de los
hechos el mismo cargo que Granada, Taffarel y Condal, habiendo
sido ascendidos los cuatro encausados al grado de Capitán el
31 de diciembre de 1976. Particularmente, debemos destacar que
para julio de ese año los tres oficiales mencionados en último
término revistaban en el Destacamento de Inteligencia 181”.
Corroborado este extremo, ya habiendo sido descriptas
las tareas llevadas a cabo en el circuito clandestino en marco
del plan criminal en la Subzona 51, el tribunal resaltó que “…
Enrique José Del Pino era un oficial de confianza del
Comandante de la Subzona 51, con aptitud especial de
inteligencia, con comprobada participación en tareas
operacionales en los hechos ilícitos cometidos en perjuicio de
Mónica Morán, que estuvo destinado en comisión al Comando V
Cuerpo, siendo calificado durante dicho período directamente
por aquel” y que el encausado “…no sólo aparece ubicado dentro
de la estructura militar afectada a la lucha contra la
subversión, sino que además reúne las mismas aptitudes de
inteligencia que los integrantes del Destacamento 181 y del
Departamento II, que cuentan con comprobada injerencia en el
centro clandestino 'La Escuelita'”.
En estas condiciones, y en base a lo expuesto
precedentemente, se colige que la sentencia se encuentra
debidamente fundada, habiendo alcanzado el grado de certeza
exigido para esta etapa procesal, a partir de un razonamiento
lógico derivado del análisis de las pruebas incriminatorias
incorporadas y producidas durante el debate.
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pronunciamiento criticado, corresponde rechazar el recurso de
la defensa en este punto.
Con los alcances hasta aquí establecidos, puede
colegirse que el tribunal fundó adecuadamente la
responsabilidad de Enrique José Del Pino como coautor de los
delitos de: a) privación ilegal de la libertad agravada por
haber sido cometida por un funcionario público con abuso de
sus funciones o sin las formalidades prescriptas por la ley,
agravada por mediar violencias o amenazas, en concurso real
con imposición de tormentos agravados por ser las víctimas
perseguidas políticas, respecto de Claudio Collazos, Estela
Clara Di Toto, Horacio Alberto López, Héctor Enrique Núñez,
María Cristina Jessenne, Braulio Raúl Laurencena, María
Felicitas Baliña y Héctor Furia; b) privación ilegal de la
libertad agravada por haber sido cometida por un funcionario
público con abuso de sus funciones o sin las formalidades
prescriptas por la ley, agravada por mediar violencias o
amenazas y por su duración mayor a un mes, en concurso
material con imposición de tormentos agravados por ser las
víctimas perseguidas políticas, en perjuicio de Gladis
Sepúlveda, Elida Noemí Sifuentes, Mario Edgardo Medina, María
Cristina Pedersen, Víctor Benamo, Rudy Omar Saiz, Orlando Luís
Stirnemann, René Eusebio Bustos, Rubén Aníbal Bustos, Raúl
Agustín Bustos, María Marta Bustos Hugo, Washington Barzola y
Estrella Marina Menna; c) privación ilegal de la libertad
agravada por haber sido cometida por un funcionario público
con abuso de sus funciones o sin las formalidades prescriptas
por la ley, agravada por mediar violencias o amenazas, en
concurso material con imposición de tormentos agravados y
lesiones gravísimas agravadas por alevosía, en perjuicio de
Nélida Esther Deluchi; d) privación ilegal de la libertad
agravada por haber sido cometida por un funcionario público
con abuso de sus funciones o sin las formalidades prescriptas
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Los magistrados detallaron que durante el período de
calificaciones pertenecientes a los años 1975/76 el imputado
fue calificado por las máximas autoridades “…del Departamento
III Operaciones del Quinto Cuerpo de Ejército, Coronel Juan
Manuel Bayón y por el segundo comandante y Jefe del Estado
Mayor, General de Brigada Adel Edgardo Vilas, en el primer
informe de calificación y General de Brigada Abel Teodoro
Catuzzi, en el segundo”.
En este sentido, destacaron que “[c]onforme se expuso
al analizar la estructura del Comando Quinto Cuerpo de
Ejército el Departamento III estaba compuesto por la División
Planes y División Educación e Instrucción y Acción Cívica. A
cargo de la primera estuvo Rubén Ferreti, en tanto que,
durante 1976, al frente de la segunda estuvo Osvaldo
Bernardino Páez”.
Así, a partir del análisis integral de la prueba
producida e incorporada durante el debate, el tribunal
actuante retomó los argumentos expuestos al abordar la
responsabilidad del coimputado Juan Manuel Bayón –fallecido-,
Jefe del Departamento III, de quien Páez dependía en forma
directa por ser uno de los Jefes de división y tuvo por
acreditado el aporte del Departamento de Operaciones en la
“lucha antisubversiva”.
De seguido, los judicantes repasaron los diferentes
elementos de conclusión que abonaban la hipótesis condenatoria
y destacaron en primer lugar que “…el 27 de marzo de 1976 se
constituyó el Consejo de Guerra Especial Estable de la Subzona
de Defensa 51 (OD- NRO. 58/76) y el comandante de la Subzona
de Defensa 51, General de Brigada Adel Edgardo Vilas designó a
Osvaldo Bernardino Páez como presidente de ese Consejo de
Guerra […]. En tal calidad juzgó y condenó a Julio Alberto
Ruiz, Rubén Alberto Ruiz y Pablo Victorio Bohoslavsky
[quienes] habían permanecido durante más de un mes ilegalmente
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testigo relató que “…el 15 de septiembre de 1976 [lo]
detuvieron en un operativo que hicieron en esa localidad (Tres
Arroyos) […] era un día de semana, la ciudad estaba
absolutamente acordonada en la planta urbana. El ejército
había llevado muchos efectivos y entre 70 u 80 vehículos,
creo, y dos ambulancias. A eso de las once de la mañana llega
uno de [sus] alumnos al estudio, bastante alterado, preocupado
y [le] manifiesta que le habían ‘reventado’ la casa […] Le
dije que lo más adecuado era que se presentara, si no sus
posibilidades iban a ser pequeñas. [Fueron] a la
Municipalidad, allí estaba el Teniente Coronel Páez…
[salieron] de la municipalidad apuntados por dos conscriptos
armados con FAL, y un oficial [apuntándoles] atrás con una
pistola [los] trasladaron a la comisaría”. Añadió también que
“[estuvieron] en el patio de la comisaría; empiezan a caer
muchos detenidos…” y permanecieron “en calabozo hasta las 12
de la noche”. Explicitó que “habían detenido a unas sesenta
personas y [terminaron] quedando 5, que [los] trasladaron a
Bahía Blanca y [los] llevaron en dos ambulancias…”. Aclaró que
los detuvieron “el 15, el 16 nos trasladan a eso de las tres o
cuatro de la tarde en el convoy, en una ambulancia iba [él]
esposado con Sangiuliano…”.
Además, se ponderó que este testigo continuó relatando
que permaneció alojado “8 días, durante los que [lo]
interrogaron 3 veces” y que “el interrogador le dijo ‘Páez
quiere hablar con vos’. Luego [lo] llevan al despacho de Páez,
que era como un laberinto, [pasaron] por varios pasillos”. A
su vez, explicitó que en esa oportunidad: “lo atiende Páez […]
Trato cortante, en ningún momento [le] pidió disculpas de
nada… y en determinado momento [le] preguntó si sabía de qué
[lo] habían acusado. [Le] dijo que había infundido el marxismo
en el colegio. Sin embargo, [le] dijo que no me hiciera
problemas, porque el director del establecimiento, un señor
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GRIGNOLI había hablado muy bien de mí”. Añadió que “…le dijo
una serie de barbaridades: si se equivocaban de 10 a 1, no
tenía importancia, que estaban en una guerra justa, en una
guerra santa… Él [lo] llevó a la terminal, [iban] en un Falcon
Sprint, [vio] que pone un revolver Mágnum en la consola, [le]
dijo que no lo hacía por [el] sino por protección…De acuerdo a
lo que [le] manifestó el chico que [lo] interrogaba, Páez
tenía el poder para [darle] la libertad”. Afirmó también que
“Páez debía tener unos veinte años más que [él] en ese
momento, robusto, no muy alto, facciones normales, cejudo. Una
persona común […]. Pero que Páez estuvo en Tres Arroyos, sí.
Así se hizo saber a la población, que Páez había hecho el
operativo. Él [le] dijo que había estado a cargo del
operativo”.
Este testimonio, tuvo correlato en prueba documental
incorporada al debate, entre ella, “un memorando dirigido el
28 de septiembre de 1976 al señor Director de la DIPBA, en la
ciudad de La Plata producido por la delegación Bahía Blanca en
relación al ‘procedimiento antisubversivo en Tres Arroyos’ se
indica que entre los días 14 y 15 de septiembre de 1976 ‘se
llevó a cabo en la localidad de Tres Arroyos un operativo
rastrillo dispuesto por el Comando del Quinto Cuerpo de
Ejército, Sub-zona Defensa 51, participando fuerzas de
Ejército y de [esa] Policía…” y la “…copia de las ediciones de
los día 16 y 17 de septiembre de 1976 del diario LA VOZ DEL
PUEBLO en los cuales se hace referencia al operativo”.
Asimismo, los judicantes explicaron que se habían
recuperado una serie de documentos producidos por el Ejército
Argentino que contenían la firma del imputado “…mediante los
cuales se solicitaba la captura de personas relacionadas con
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actividades subversivas” y que en estos documentos “…figuran
entre los destinatarios otros elementos de la comunidad
informativa local, la Unidad Regional Quinta, el Batallón de
Comunicaciones 181, la Delegación de la Policía Federal, el
Departamento II Inteligencia, y en la mayoría de ellos también
se consigna la Agrupación Tropa”.
En otro extremo, el tribunal actuante refirió que el
testimonio de José Luis Capozio, quien había sido conscripto
durante el año 1976, dio cuenta de la participación activa del
encausado en la “lucha contra la subversión”, y en su
declaración aseveró que “…Páez participaba de reuniones con el
Mayor Ibarra, jefe de la Agrupación Tropa”.
A su vez, reseñaron también los magistrados las
declaraciones de Fernando Gustavo Chironi, Juan Carlos Sotuyo,
Braulio Raúl Laurencena y Luis Dolores Leiva y resaltaron que
éstos sindicaban al imputado “…asumiendo diferentes roles
aunque siempre relacionados con personas vinculadas a
actividades subversivas, actuando incluso a veces junto con
personal del Departamento II Inteligencia del Comando Quinto
Cuerpo de Ejército, incluso en la sede del Destacamento de
Inteligencia 181”.
Finalmente, coligieron que “…Osvaldo Bernardino Páez,
en su carácter de Jefe de una División del Departamento III
Operaciones e integrante del Estado Mayor del Quinto Cuerpo de
Ejército, conforme lo establecido en los reglamentos militares
analizados, ocupó un rol fundamental en la perpetración de los
delitos juzgados, no pudiendo haber permanecido ajeno a las
tareas que se desplegaban en el marco del plan sistemático
concebido para ‘aniquilar a la subversión’”.
Sentado cuanto precede, del análisis realizado ut
supra se desprende que la sentencia se encuentra debidamente
fundada, habiendo alcanzado el grado de certeza exigido para
esta etapa procesal, a partir de un razonamiento lógico
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marco del plan sistemático concebido para ‘aniquilar la
subversión’” (cfr. sentencia en crisis).
En consecuencia, y tal como fue expuesto por el a quo,
la responsabilidad del encartado “…no sólo se funda en las
constancias obrantes en su legajo personal, sino también en la
profusa reglamentación militar a que hemos hecho referencia al
abordar la responsabilidad de su superior [Bayón], en los
documentos suscriptos por Páez que [han] referido
precedentemente y en los testimonios reseñados…”.
Con los alcances hasta aquí establecidos puede
colegirse que el tribunal fundó adecuadamente la
responsabilidad de Osvaldo Bernardino Páez como coautor de los
delitos de a) privación ilegal de la libertad agravada por
haber sido cometida por un funcionario público con abuso de
sus funciones o sin las formalidades prescriptas por la ley,
agravada por mediar violencias o amenazas, en concurso real
con imposición de tormentos agravados por ser la víctima
perseguida política, respecto de María Cristina Jessene, María
Felicitas Baliña y Eduardo Alberto Hidalgo (HECHO I); b)
privación ilegal de la libertad agravada por haber sido
cometida por un funcionario público con abuso de sus funciones
o sin las formalidades prescriptas por la ley, agravada por
mediar violencias o amenazas y por su duración mayor a un mes,
en concurso material con imposición de tormentos agravados por
ser las víctimas perseguidas políticas en perjuicio de José
Luis Gon, Élida Noemí Sifuentes, Gladis Sepúlveda, Patricia
Irene Chabat, Mario Edgardo Medina, María Cristina Pedersen,
Eduardo Alberto Hidalgo (HECHO II); c) privación ilegal de la
libertad agravada por haber sido cometida por un funcionario
público con abuso de sus funciones o sin las formalidades
prescriptas por la ley, agravada por mediar violencias o
amenazas, en concurso material con imposición de tormentos
agravados por ser la víctima perseguida política y lesiones
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mutatis mutandis lo resuelto in re “Bayón” supra cit., “Luce-
na, Alberto Carlos y otro s/ recurso de casación” (causa Nº
16097, rta. el 29/10/2015, reg. Nº 1750/15) y, más reciente-
mente, en “Filippo, Héctor Mario y otros s/ recurso de ca-
sación” (causa FCT 36019469/2007/TO2/CFC7, rta. 13/7/2023,
reg. Nº 806/23).
En esta línea, el representante del Ministerio Público
Fiscal remarcó en su libelo impugnaticio que, de contrario a
lo sostenido por el a quo, en la hipótesis sub examine se
configuraba la “…existencia de una asociación ilícita
destinada a cometer delitos, que excede la mera actuación
grupal o colectiva en cada uno de ellos. Ello viene dado
fundamentalmente por el fin criminal que se persiguió en la
‘lucha contra la subversión’, que fue la eliminación y
persecución de personas a las que se calificaba como
opositoras políticas” y que “…al plan criminal no le
interesaban en particular una o varias víctimas, sino que
buscaba, justamente, destruir y perseguir a todo un grupo
(cuyos contornos eran por demás amplio y difuso), lo que
demuestra que existió una voluntad asociativa de carácter
permanente y criminal y no una mera concurrencia de personas
en los hechos”.
Adunó también que “[t]al empresa colectiva, y de
acuerdo a la índole de los objetivos perseguidos, no pudo sino
conformarse a través de una estructura altamente organizada y
de cierta estabilidad, con clara asignación de roles en la
faena criminal que no se agotan (ni pudieron agotarse) en la
mera división de funciones en cada uno de los hechos. No
advertir ambos fenómenos es cercenar lo principal del plan
criminal, esto es la destrucción intencional, planificada y
organizada de un grupo de la población”.
A la luz de lo apuntado, se evidencia que los extremos
señalados por el recurrente al sostener esta acusación durante
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Además, los magistrados reseñaron que “…de los
‘castigos y penas’ que surgen del informe de calificación
citado se consigna una sanción de arresto el 22 de marzo de
1977 impuesta por el Jefe del Departamento III Operaciones” y
destacaron que “…este dato resulta de interés pues confirma
que su comisión se desempeñó dentro del Comando Quinto Cuerpo
pero específicamente en el Departamento III Operaciones, de
donde dependía estructuralmente el equipo de combate, lo que
guarda relación con el asiento de su calificación”.
En base a ello, entendieron que la declaración del
imputado resultaba “…contradictoria desde un punto de vista
externo, no coincide con los datos que surgen de su legajo
personal y también desde un punto de vista interno, pues
afirma no haber estado destinado a la Agrupación Tropas pero
la primera entrevista que refiere haber tenido al llegar a la
unidad es con el Mayor Emilio Ibarra (jefe de esa agrupación)
y además, afirma haber recibido órdenes y directivas del
teniente Casela”.
En esta línea argumental, en la sentencia recurrida se
consignó que “…se incorporó por lectura el expediente original
que registra el reclamo presentado por Carlos Alberto Ferreyra
en el año 1991 […donde había expresado que] ‘en el año 1977
fui enviado en comisión del servicio al comando de Cuerpo
Ejército Vto […] a órdenes del señor General Vilas integrando
un equipo especial en la guerra contra la subversión’”.
De otra parte, los judicantes destacaron que respecto
de la pertenencia del incusado a esa cofradía “…que llevaba
adelante los operativos de secuestro y asesinato de las
víctimas, Emilio Ibarra (Jefe de la Agrupación) expuso en su
declaración que Carlos Ferreyra pertenecía a esa unidad bajo
su mando” y que el mencionado testigo había dicho que “…su
unidad de combate estaba integrada por un total de
aproximadamente doscientos hombres, divididos en cinco
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aspecto funcional del cargo del acusado, es decir, cuáles eran
sus capacidades y formación. Su legajo y calificación, el
testimonio del Mayor Ibarra, la declaración de Casela y los
testimonios de los conscriptos encuentran en el reglamento un
indicio concordante para sostener que el acusado integró el
Equipo de Combate contra la Subversión y por lo tanto debe
responder penalmente por los secuestros, traslados y
fusilamientos ejecutados por esta unidad de combate”.
Posteriormente, destacaron que se había comprobado
durante el juicio oral que “…el Equipo de Combate estuvo a
cargo del secuestro y traslado al centro clandestino de
detención ‘La Escuelita’ de Gustavo Fabián Aragón, José María
Petersen, Eduardo Gustavo Roth, Mirna Edith Aberasturi, Carlos
Samuel Sanabria y Alicia Mabel Partnoy y que intervino en los
operativos de privación de la libertad y homicidio de María
Elena Romero, Gustavo Marcelo Yotti, Cesar Antonio Giordano,
Zulma Araceli Izurieta y Patricia Acevedo” y que además “…
Emilio Ibarra reconoció la intervención del Equipo de Combate
en los operativos que tuvieron como víctimas a María Elena
Romero, Gustavo Marcelo Yotti, Cesar Antonio Giordano, Zulma
Araceli Izurieta, Alicia Mabel Partnoy y Patricia Acevedo”.
En este sentido, refirieron que con relación a “…los
hechos de los que fue víctima Sanabria, sólo basta recordar
que fue trasladado al centro de detención clandestino junto a
Alicia Partnoy, lo que da cuenta no sólo de la intervención de
esta unidad sino de los medios con los que contaba” y que
“[o]tro elemento de prueba que confirma la participación en
los hechos analizados lo constituyen el expediente N°
U100993/94 mediante el que se registró el reclamo realizado
por Guillermo Julio González Chipont, quien reconoce su
participación en los ‘enfrentamientos y aniquilamientos’ de
César Giordano y Patricia Acevedo”.
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hechos de los que fueron víctimas Aragón, Carrizo, López,
Petersen, Roth y Zóccali (VER CASOS 48, 50, 52, 54, 55 Y 57)”.
En este andarivel, con relación a las objeciones de la
defensa en cuanto a la concurrencia de “…una serie de
testimonios de conscriptos que no mencionan al acusado”, los
magistrados precisaron que “[e]ste argumento es desacertado
[…] pues no sólo valora testimonios de aspirantes de reserva
que no pertenecieron a la operacional (Cevedio, Taranato) sino
también que no tiene en cuenta que la comisión del acusado es
a partir de enero de 1977, lo que debe considerarse teniendo
en cuenta que en muchos casos los conscriptos podían cambiar
de función o de destino” y que además resultaba
“contradictorio con el legajo del acusado, con la presentación
en la que reconoce su intervención, con la calificación y el
testimonio de Emilio Ibarra”.
Por consecuencia, y en base a la valoración supra
referenciada el tribunal de juicio concluyó que “…de acuerdo
al rol que asumió dentro del Equipo de Combate contra la
Subversión (destino funcional que se le adjudicó) y por haber
controlado una parte de esa estructura interviniendo en los
operativos de secuestro y asesinato llevados a cabo por esa
unidad de combate, consideramos que el acusado deberá
responder penalmente en calidad de coautor por los secuestros,
cautiverios y homicidios de los que resultaron víctimas
Gustavo Darío López, Carlos Carrizo, Renato Salvador Zoccali,
Gustavo Fabián Aragón, José María Petersen, Eduardo Gustavo
Roth, Mirna Edith Aberasturi, Carlos Samuel Sanabria, Alicia
Mabel Partnoy, Patricia Elizabeth Acevedo, María Elena Romero,
Gustavo Marcelo Yotti, Cesar Antonio Giordano, Zulma Araceli
Izurieta.
Así entonces, de todo lo expuesto precedentemente se
desprende que el tribunal a quo fundó adecuadamente la
responsabilidad penal del encausado Ferreyra y su pertenencia
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libertad.
En primer término, cabe destacar que resulta de
aplicación lo analizado al tratar la responsabilidad de Sierra
con relación a la configuración del delito previsto en el art.
144 ter del CP, en torno a los padecimientos sufridos por las
víctimas alojadas en el Batallón de Comunicaciones 181.
Así entonces, en base a lo ya señalado en aquel
apartado, se advierte que asiste razón al representante de la
vindicta pública en torno a que, a partir de los testimonios
producidos durante el debate se ha podido acreditar que las
circunstancias que rodearon los secuestros de las víctimas y
las graves condiciones de alojamiento a las que fueron
sometidas en aquel predio, permiten tener por configurados los
elementos típicos exigidos para la configuración del tipo
penal pretendido por el acusador público también en estas
hipótesis.
En el particular, además no puede soslayarse que, tal
como señaló el impugnante, Eduardo Gustavo Roth (caso 55) fue
ingresado al Batallón de Comunicaciones 181 luego de su
secuestro en su domicilio por personas vestidas de civil y su
traslado encapuchado hasta la “La Escuelita” donde permaneció
privado de su libertad durante veinte días, período durante el
cual fue sometido a severos interrogatorios bajo la aplicación
de corriente eléctrica en su cuerpo y estuvo inconsciente
durante varios días, sometido a constantes golpes y escasa
alimentación.
A su vez, similares padecimientos sufrieron Carlos
Carrizo y Renato Salvador Zoccali (casos 50 y 57), quienes al
momento de los hechos poseían 16 y 17 años. A la vez, tal como
destaca el acusador público, “con relación a este último el
estado de incertidumbre sobre su destino era aún mayor, en
virtud de que ya había permanecido cautivo en el Batallón de
Comunicaciones y, tras afirmarle que sería liberado, fue
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de las aberrantes torturas físicas de las víctimas (menores de
edad) antes de ser entregadas a los padres, como mecanismo
para garantizar la impunidad”.
Así, pues, no cabe duda alguna de que “…el
procedimiento a través del cual fueron trasladados de una sede
hacia otra (ubicada a escasos metros), implicó un operativo de
simulación de liberación, que sólo se puede explicar en virtud
de la continuidad señalada. En el caso de FERREYRA, no debe
perderse de vista que el fundamento de su responsabilidad en
el caso, reside en la participación en dicho operativo de
simulación y traslado, que en sí mismo constituyó un acto de
tormento sobre las víctimas”.
Es que, en definitiva, en este mismo sentido se
pronunció el órgano jurisdiccional al atribuir responsabilidad
penal a Ferreyra con relación a los estudiantes de la ENET
secuestrados y trasladados desde el centro clandestino de
detención “La Escuelita”, entre los que se encontraban estas
tres víctimas.
Al respecto, resaltó el a quo que: “fueron sacados de
ese lugar, trasladados hasta las inmediaciones del cementerio
de esta ciudad donde en un contexto de amenazas y violencias
(atados, vendados) se simuló liberarlos, siendo inmediatamente
detenidos (nuevamente) y trasladados al Batallón de
Comunicaciones 181 (ver CASOS de Aragón, Carrizo, López,
Petersen, Roth y Zóccali)”.
En este contexto, aseveró el órgano jurisdiccional:
“Se ha demostrado a su vez que esta simulación en la
interrupción de la detención y cambio de lugar de secuestro,
es decir, desde ‘La Escuelita’ al Batallón de Comunicaciones
181, se realizó luego de ‘tres semanas’, ‘más de veinte días’
o alrededor del ‘13 de enero’ según los testimonios que se han
valorado en cada caso. En otras palabras, el traslado se
produjo una vez que el acusado había pasado a cumplir
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querellantes, respondió que estaban todos vendados y no
recordó si también se encontraban atados”.
Frente a este cuadro probatorio el tribunal coligió
que: “la intervención del acusado se corrobora a partir de
dicho traslado hacia el Batallón de Comunicaciones 181, y por
lo tanto, deberá responder por este tramo de la ejecución de
los hechos de los que fueron víctimas Aragón, Carrizo, López,
Petersen, Roth y Zóccali (VER CASOS 48, 50, 52, 54, 55 Y 57)”.
Más allá de esta aseveración, el tribunal si bien con
relación a algunos de los jóvenes víctimas de aquel traslado
sí condenó a Ferreyra como coautor por las privaciones
ilegales de la libertad y también por la imposición de
tormentos agravados; en las hipótesis de Carrizo, Roth y
Zóccali omitió -sin fundamentación- incluir esta última
calificación legal, por la que sí había sido acusado.
A resultas de lo expuesto, la contradicción
evidenciada se traduce en un palmario apartamiento de las
reglas de la sana crítica racional que impone la
descalificación del pronunciamiento como acto jurisdiccional
válido, conforme la doctrina del tribunal cimero en materia de
arbitrariedad (Fallos: 311:1438; 312:1150, entre otros).
Así las cosas, las circunstancias fácticas ya
mencionadas vinculadas no solo al contexto en el que se
ejecutó aquel traslado durante el cual el grupo de estudiantes
fue sometido a un simulacro de fusilamiento; las condiciones
de detención en las que luego permanecieron alojados en el
Batallón de Comunicaciones 181, agravadas también por los
severos tratos infringidos con anterioridad y, también, la
incertidumbre respecto de cuál sería su destino final,
permiten responsabilizar a Ferreyra en esta instancia, de
acuerdo a su rol dentro del plan criminal, por los tormentos
sufridos también por Roth, Zoccali y Carrizo.
En definitiva, corresponde hacer lugar al recurso de
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Sección en el Escuadrón ‘A’” y que al momento de declarar
durante el debate el encausado “…confirmó que durante 1975
tuvo como destino […] el ‘operativo independencia’ […] y que
en ese lugar se desempeñaba como Jefe de Sección de la Fuerza
de Tareas ‘Fronterita’, actuando en lo que denominó
‘enfrentamientos clásicos”.
Por otro lado, explicó que “…su superior en el Quinto
Cuerpo de Ejército, quien le daba las órdenes, era el Teniente
Coronel Palau, quien revestía el cargo de Ayudante General del
Cuerpo, dependiente del Jefe del Estado Mayor (General Vilas).
Es importante aclarar que de esta ayudantía dependía
directamente la Compañía Comando y Servicios”.
A su vez, los magistrados hicieron hincapié en que
“[e]n cuanto a la extensión de su comisión en el Quinto
Cuerpo, de su legajo personal surge que habría terminado el 22
de diciembre de 1976, mientras que el alta en el nuevo destino
se registra el 6 de enero de 1977” y puntualizaron que “…el
principio de ejecución de los hechos es holgadamente anterior
a esa fecha, siendo que al 22 de diciembre las víctimas ya
habían incluso sido sometidas al Consejo de Guerra (y pasado
previamente por ‘La Escuelita’ y el Batallón de Comunicaciones
181)”.
Finalmente, los judicantes entendieron que “…más allá
del rol que le correspondía al acusado dentro del Quinto
Cuerpo, […] lo cierto es que tuvo la formación de un Jefe de
Sección, y en esa calidad cumplió tareas en el ‘Operativo
Independencia’ y en Esquel, en los años anteriores a ser
comisionado a Bahía Blanca”.
Por otra parte, respecto al incusado Miguel Ángel
Chiesa, valoraron que de su legajo personal surgía que al
igual que el encausado Rojas “…provenía del Destacamento de
Exploración de Caballería de Montaña de Esquel, destino en el
que ejercía el cargo de Jefe de Sección del Escuadrón Comando
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Ibarra’. Recordó que dentro de ese grupo circulaban ‘el
Subteniente Santamaría, El Teniente Primero Fox, el Sargento
Cáceres, el Teniente o Subteniente Rojas […]’ Explicó que fue
chofer particular del Mayor Ibarra y que pudo observar en dos
oportunidades cómo se realizaban los procedimientos
‘antisubversivos’”.
En consecuencia, el tribunal concluyó que “[la]
responsabilidad [de los imputados Chiesa y Rojas] se encuentra
fundada en la prueba directa de su participación en el
secuestro de las víctimas, circunstancia que debe ser
analizada según las consideraciones genéricas respecto del rol
y el cargo de los acusados…”.
En otro orden de ideas, con relación a Miguel Ángel
Nilos, los judicantes destacaron que “…se ha probado que
integró la Agrupación Tropas, pero con un grado de suboficial
subalterno (Cabo Primero de Caballería)” y que de su legajo
personal surgía que “…fue comisionado al Comando Quinto Cuerpo
de Ejército (a partir del 29 de marzo de 1975), proveniente
del Destacamento de Exploración de Caballería de Montaña de
Esquel, esto es, el mismo lugar de origen que sus coimputados
[Rojas y Chiesa]”.
Además, explicaron que “…fue calificado, entre el 16
de octubre de 1976 y el 15 de octubre de 1977, por el Jefe del
Equipo de Combate contra la Subversión, Mayor Emilio Ibarra y
por el entonces (1977) segundo jefe del Departamento III
Operaciones, Coronel Eloy Martín. El 10 de enero de 1977 dejó
de prestar servicios ‘en comisión’ y pasó a cumplir funciones
de modo efectivo en el Quinto Cuerpo”, y que “[d]urante el año
1977 adquirió el carácter de Jefe de Grupo, dentro del Equipo
de Combate […y que] las licencias que allí se consignan
durante los años 1976 y 1977, no se superponen con la
ejecución de los hechos de los que se lo acusó”.
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De la referida prueba documental, concluyeron los
magistrados que “…el acta da cuenta de la intervención de la
Agrupación Tropas, siempre bajo la cadena de mando del
Departamento III Operaciones, y en este caso puntual, que se
designó a los acusados (Rojas y Nilos) para intervenir en el
operativo como parte de esa unidad” y adelantaron que la misma
resultaba falsa, en cuanto a que “…todos los testigos de cargo
del caso han declarado algo distinto a lo que allí se informa
(en particular se falsea el secuestro de Pablo Victorio
Bohoslavsky)”.
Asimismo, valoraron que en el documento referenciado
se dispuso que “…dadas las características del material
hallado y su implicancia subversiva, procedí a dejar una
custodia a cargo del Subteniente DON MIGUEL ÁNGEL CHIESA y
cuatro Soldados Conscriptos pertenecientes a la Agrupación
Tropas de este Comando de Cuerpo, hasta tanto lo dispongan las
autoridades que ordenaron el presente operativo, y a trasladar
el material secuestrado hasta el Departamento II- ICIA para su
inteligencia técnica por personal especializado en el mismo”.
En este sentido, explicaron los jueces que en el acta
se había afirmado que “…instalada la guardia, retirados los
efectivos militares que ejecutaran el operativo, y mientras se
preparaba el material secuestrado para su traslado, se
apersonó en la vivienda mencionada un individuo que al ser
interrogado por el suscripto y el personal del guardia que se
encontraba no visible en el interior de la vivienda, no pudo
justificar su presencia, y habiendo sido demorado en la misma
e indagado telefónicamente al Departamento II resultó ser
RUBÉN ALBERTO RUIZ (a) ‘Lucas’…., integrante con el titular
del inmueble y otros más de una célula del Peronismo de Base
(FAP), por lo que se procedió a su detención y su traslado al
Cuartel del Comando del Quinto Cuerpo de Ejército”, y que al
pie de la misma se encontraban las firmas de “’EMILIO IBARRA,
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Guerra y que Rojas “…expresó que participó en dicho operativo
en calidad de testigo por orden del Mayor Ibarra y que
‘observó durante dicho procedimiento… a una ocupante
acompañada de menores en evidente estado de alteración
nerviosa y que en el registro de dos habitaciones ubicadas en
el fondos y separada del resto de la casa se descubrió un
fogón en cuyo piso se hallaba un recipiente de fibrocemento.
En el interior del mismo se hallaron panfletos…’” y que “…
atribuyó el estado de alteración nerviosa de la ocupante al
comentario de que su esposo habría sido llevado por terceros o
la posibilidad de haber huido con ellos…”.
Además, el tribunal de juicio sentenció que “[l]o
consignado en estos documentos se contradice con todos los
elementos de prueba del caso, principalmente con los
testimonios de las personas involucradas […y que] el estado de
nervios que Haydee Gentile confirmó haber tenido se debía no
sólo al allanamiento ilegal de su domicilio, sino al hecho de
que se encontraba embarazada (lo que nos muestra su mayor
grado de vulnerabilidad durante el suceso), que se encontraban
en el lugar sus hijos menores de edad y particularmente, que
fue secuestrado Pablo Bohovslavsky (su esposo)”.
De tal suerte, explicaron que el incuso Nilos “…
durante el trámite que [han] referido se le recibió
declaración […] quien ratificó el contenido del acta de
allanamiento de la calle Córdoba 67…” y que a pesar de los
cuestionamientos por parte del imputado de las firmas del acta
“[l]a pericia caligráfica ratificó la intervención de Miguel
Ángel Nilos”.
Por todo ello, los jueces a quo concluyeron que “…a
los elementos indiciarios que vinculaban a los acusados a la
Agrupación Tropas, al hecho de que los tres provenían de la
misma unidad de origen, se agrega que se ha comprobado que
participaron del allanamiento realizado en el domicilio de
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dejó una guardia en el domicilio, que el operativo fue
dirigido por el Jefe de la Agrupación Tropas, que la
metodología del operativo respondió a la que utilizaba, que el
destino que se les marca a los acusados en las firmas se
corresponde con el de sus legajos y que la firma de Miguel
Nilos se corresponde con la de su legajo personal”.
Además, los magistrados actuantes señalaron que había
cierta contradicción entre la declaración durante la
investigación y la realizada durante el debate, habiendo
reconocido en ambas haber cumplido funciones en la “…defensa
del cuartel, es decir, que ese sería el objetivo por el cual
se lo comisionó en Bahía Blanca”, pero que durante la primera
oportunidad “…indicó que esa tarea constituía una de las
funciones primordiales del Equipo de Combate contra la
Subversión[…], reconoce haber firmado el acta de allanamiento,
pero dice haberla suscripto dentro del cuartel, esto es,
dentro del comando”, siendo las circunstancias referenciadas
opuestas a lo declarado durante el debate por parte del
encausado.
Así, afirmaron que “[t]eniendo a la vista las firmas
del legajo […de Rojas] y las del acta de allanamiento y
declaración del Consejo de Guerra, [ese] Tribunal advierte que
son visiblemente idénticas”, y que se trata “…en síntesis de
una serie de contradicciones centrales, pues se refieren al
acto de firmar el documento y a las funciones que desempeñó
dentro del Quinto Cuerpo, circunstancias sobre las que el
acusado no ha sido claro, al margen de que no encuentran
elementos de prueba independientes para verificar su postura”.
Por otra parte, los judicantes puntualizaron que “…la
intervención en un operativo de este tenor guarda relación y
se corresponde con las funciones que el acusado [Rojas] había
desempeñado en sus destinos anteriores”, ya que de su legajo
personal y su declaración demostraban que fue Jefe de Sección
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acreditada en la sentencia dictada en la Causa N°
93000982/2009/TO1 ‘Bayón’, corrobora a su vez este extremo”.
En cuanto a los cuestionamientos de la defensa de
Nilos respecto de la responsabilidad penal de su asistido en
orden a los tormentos de los que fueron víctimas Julio Ruiz,
Rubén Ruiz y Bohoslavsky, los sentenciantes afirmaron que “…la
participación en la privación ilegal de la libertad de las
víctimas acarrea la responsabilidad de Nilos por todo el
hecho, teniendo en cuenta su indivisibilidad…”, y que “…[l]a
participación en la ejecución de la etapa inicial (secuestro)
no puede aislarse en este caso de los actos posteriores
(traslado, alojamiento en un centro clandestino de detención y
tormentos) pues implicaría desconocer la metodología de
realización de los hechos y sobre todo que se ejecutaron en
virtud de un reparto de tareas guiado por un plan común”.
En base a lo expuesto precedentemente, concluyeron que
por los hechos imputados debían responder en calidad de
autores (art. 45 del CP), ya que “…Chiesa, Rojas y Nilos
tomaron parte en la ejecución del hecho, y si bien, como lo ha
postulado las defensas su intervención se limitaría a la etapa
inicial del iter criminis, por el modus operandi de los hechos
objeto de debate, esa intervención no puede entenderse de
manera aislada sino como uno de los aportes imprescindibles en
la división de tareas para la consumación del hecho delictivo
que damnificó a Julio Ruiz, Rubén Ruiz y Pablo Victorio
Bohoslavsky”.
Finalmente, explicaron que “…se le atribuyó a Jorge
Rojas haber suscripto el acta de allanamiento ilegal de calle
Córdoba 67 (Pablo Bohoslavsky), actuando como falso testigo
del mismo, instrumentos que fueron utilizados durante el
Consejo de Guerra Especial Estable – de carácter simulado –
mediante el cual se dio continuidad a la privación ilegal de
la libertad”, y que “[s]obre este punto [se habían] expedido
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Ad finem, corresponde rechazar los recursos de las
defensas por los coimputados Rojas, Nilos y Chiesa.
32º) Responsabilidad penal de Raúl Artemio Domínguez.
Que, el tribunal de juicio al momento de analizar la
responsabilidad penal de Raúl Artemio Domínguez, tuvo por
acreditado que según surgía de su legajo personal “…ingresó al
Ejército Argentino el 31 de diciembre de 1974, como Cabo ‘en
comisión’ Baqueano, siendo destinado a prestar servicios al
Regimiento de Infantería de Montaña 26 (RIM) con sede en Junín
de los Andes, unidad dependiente del Comando de la Brigada de
Infantería de Montaña VI, con sede en Neuquén […]” y que “…
nació el 26 de junio de 1940 en la provincia de Mendoza, y se
lo describe como de tez trigueña, cabellos castaños, ojos
negros y 1,78 m. de estatura”.
Además, valoraron que durante los años 1975 y 1976 se
desempeñó como “…Cabo ‘en comisión’ de la Segunda Sección de
Baqueanos del Regimiento de Infantería de Montaña 26 (RIM 26)
de Junín de los Andes, provincia de Neuquén” y que “[c]on
fecha 24 de marzo de 1976, se registró en el legajo ‘Sale a
operaciones con la unidad (ODR 56/76)’, indicándose como
destino la ciudad de Bahía Blanca, regresando a Junín de los
Andes el 14 de abril de ese año (ODR 92/76). Nuevamente el 29
de junio de 1976 se registró otra comisión a esta ciudad bajo
la ODR 121/76, la que se extendió hasta el 2 de septiembre de
ese mismo año (ODR 165/76)”.
Destacaron los magistrados que el encausado recibió
elogiosas calificaciones de sus superiores, siendo promovido
también de Cabo a Cabo Primero, y que “…ha quedado probado que
el encausado, durante los años 1976, 1977 y 1978, se
encontraba cumpliendo diferentes comisiones en Bahía Blanca al
tiempo en que las víctimas permanecieron cautivas en el centro
clandestino de detención ‘La Escuelita’, y que, durante el año
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testimonial, citando al efecto los dichos de Noemí Fiorito
Labrune y Diego Martínez, quienes refirieron que el imputado
era conocido con el apodo de “el abuelo”, y que ello también
se encontraba respaldado por “…el informe presentado el 27 de
marzo de 1998 por la Asamblea por los Derechos Humanos de
Neuquén en el que aparece el nombre de Domínguez, con el alias
‘el abuelo’ entre el personal del RIM 26 que cumplía funciones
de vigilancia en el Centro Clandestino de Detención ‘La
Escuelita’”.
Sumado a ello, tuvo en cuenta el órgano de juicio los
testimonios de “…Gustavo Florencio Monforte, ex conscripto del
Batallón de Comunicaciones 181, y Héctor Miguel Negrete cuyas
declaraciones fueron valoradas al tratar la generalidad de los
guardias, y que confirman la presencia de personal del RIM 26
operando en el centro clandestino ‘La Escuelita’”.
A partir de las declaraciones referenciadas ut supra,
el a quo afirmó que el imputado “…[era] la persona
individualizada con el alias ‘Abuelo’ [y que existían] una
serie de testimonios brindados en el marco del debate de la
causa FBB 93000982/2009/TO1 ‘Bayón’ que [daban] cuenta de que
‘el abuelo’ era uno de los guardias del lugar…”. A la vez,
hizo referencia a que otros testimonios como los de Jorge
Antonio Abel, Mario Rodolfo Juan Crespo en el marco de los
“Juicios por la verdad” en el año 2000 y los de “…Eduardo
Mario Chironi en su declaración en la causa 105/85 y Alicia
Mabel Partnoy (declaración de fs. 185/202 en la causa 94 de la
CFABB, ratificada a fs. 203/207 el 9 de agosto de 1984 ante el
Juzgado Federal nro. 1 de esta ciudad)”, también daban cuenta
del mencionado apodo.
En base al análisis conglobado de la prueba agregada
en la causa, el a quo consideró que “…se ha comprobado que el
acusado formó parte de la sección del RIM 26 que a partir del
24 de marzo de 1976 fue comisionada periódicamente al Quinto
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intervención que asumió, en calidad de coautor (art. 45 CP),
por los delitos de los que fueron víctimas Carlos Carrizo,
Sergio Ricardo Mengatto, Gustavo Fabián Aragón, Gustavo Darío
López, Emilio Rubén Villalba, Manuel Vera Navas, Vilma Diana
Rial, Daniel Osvaldo Esquivel, Patricia Irene Chabat, María
Cristina Pedersen, Héctor Juan Ayala, José María Petersen,
Eduardo Gustavo Roth, Renato Salvador Zoccali, Sergio Andrés
Voitzuk, Néstor Daniel Bambozzi, Oscar José Meilán, Jorge
Antonio Abel, Orlando Luis Stirneman, Mirna Edith Aberasturi,
Héctor Osvaldo González, José Luis Gon, Eduardo Alberto
Hidalgo (HECHO II), Pablo Victorio Bohoslavsky, Julio Alberto
Ruiz, Rubén Alberto Ruiz, Mario Rodolfo Crespo, Juan Carlos
Monge, Luis Miguel García Sierra, Carlos Samuel Sanabria,
Alicia Mabel Partnoy, Rudy Omar Saiz, Estrella Marina Menna,
Nélida Esther Deluchi, Eduardo Mario Chironi, Carlos Roberto
Rivera, María Elena Romero, Cesar Antonio Giordano, Zulma
Araceli Izurieta, Stella Maris Ianarelli, Carlos Mario
Ilacqua, Andrés Oscar Lofvall, Gustavo Marcelo Yotti, Darío
José Rossi, Nancy Griselda Cereijo, María Angélica Ferrari,
Elisabet Frers, Susana Elba Traverso, Alberto Ricardo
Garralda, Juan Carlos Castillo, Pablo Francisco Fornasari,
Roberto Adolfo Lorenzo, Zulma Raquel Matzkin, Manuel Mario
Tarchitzky, Dora Rita Mercero, Luis Alberto Sotuyo, Raúl
Ferreri, Fernando Jara, María Graciela Izurieta, María Eugenia
González, Néstor Oscar Junquera, Graciela Alicia Romero,
Néstor Alejandro Bossi y los hijos nacidos en cautiverio de
María Graciela Izurieta y de Graciela Alicia Romero”.
Ahora bien; de lo relevado supra, se desprende que los
agravios de la defensa con relación a la incorporación de
cierta prueba al proceso, la orfandad probatoria para
demostrar el aporte concreto de su defendido y su
identificación, no logran conmover los argumentos expuestos
por el tribunal de juicio al tener por acreditada la
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trigueña, cabello negro, ojos pardos y 1,75 metros de
estatura”.
Así, los magistrados explicaron que del mencionado
documento surgía que “[e]l 14 de diciembre de 1974, ya con el
grado de Cabo pasó a continuar sus servicios en la Segunda
Sección Baqueanos del Regimiento de Infantería de Montaña 26
con sede en Junín de los Andes, unidad dependiente del Comando
de la Brigada de Infantería de Montaña VI…”, y que fue
calificado favorablemente por sus superiores y ascendido al
cargo de Sargento.
Puntualmente se valoró en la sentencia que “[e]l 24 de
marzo de 1976 se registró en su legajo ‘sale con la unidad a
operaciones (ODR 56/76)’, indicándose como destino la ciudad
de Bahía Blanca, regresando a Junín de los Andes el 11 de
abril de ese año (ODR 70/76)”.
Finalmente, los judicantes detallaron que “[e]l 16 de
enero de 1981 se dispuso su retiro obligatorio, atento haber
sido considerado inútil para todo servicio y haberle
diagnosticado que padece de ‘Alcoholismo crónico’”.
En base al análisis del legajo mencionado, el tribunal
tuvo por acreditado que el encausado “…durante los años 1976 y
1977, se encontraba cumpliendo diferentes comisiones en Bahía
Blanca al tiempo en que las víctimas permanecieron cautivas en
el centro clandestino de detención ‘La Escuelita’, y que fue
calificado por el subteniente Fernando Videla, condenado en la
causa Stricker por su actuación como jefe de los guardias del
centro clandestino de detención, responsabilidad que fuera
confirmada por la Sala II de la Cámara Federal de Casación
Penal”.
En este sentido, al igual que al analizar la
responsabilidad del coimputado Domínguez, el a quo resaltó los
legajos personales del resto de los integrantes de la Segunda
Sección Baqueanos y, en particular, el “Libro Histórico” del
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Juicio por la Verdad el 07 de julio del 2000, dio las
características físicas del imputado apodado “Zorzal”,
mencionando en este sentido que “…era un hombre morrudo, con
la nariz colorada como de alcohólico, la cara blanca pero
colorada como de alcohólico, un hombre con pelo negro, no muy
alto […] tendría 35/38 años, vestía de gente, la voz era una
voz un poco gruesa, era un hombre que también se dirigía
dulcemente… esa voz de gente que fuma o que toma, lo que no
tenía ese olor a alcohol como tenía siempre ‘jabalí’, también
era uno de los que cuidaba, guardias frecuentes, como que eran
permanentes”, y que en “…su testimonio obrante a fs. 4 del
expediente 86 (21) indicó que a fines del año 1976 el acusado
la visitó en su casa junto con ‘Chamamé’ […] un día antes de
fin de año llegan […] con una botella de AstiGancia para
brindar, porque “Zorzal” se iba a la casa, que estaba ubicada
en Bariloche y no volvía más a Bahía Blanca. Y que le dice que
si quiere escribirle que lo haga a nombre de ‘Pepe’, que era
su hermano, al correo de Bariloche, que allí se lo
entregarían, ya que el tal ‘Pepe’ trabajaba en el correo de
esa ciudad”, hecho que fuera confirmado por la hija de la
víctima Claudia Guerín.
En base a lo expuesto, el a quo estimó que “[l]as
descripciones realizadas por Partnoy y Deluchi de quien en el
centro clandestino de detención se desempeñaba bajo el alias
‘Zorzal’ son concluyentes para atribuirle este alias a Arsenio
Lavayén, en primer lugar porque las características físicas
reseñadas por ambas, altura, color de cabello y edad
aproximada coinciden con las que se encuentran consignadas en
el legajo personal de Lavayén, y con las que este Tribunal ha
podido apreciar en las audiencias de debate y además Alicia
Partnoy indicó el apellido (Lavayén) asociado a ese alias
(Zorzal)”.
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ascendencia mapuche, nacido y criado en zona de cordillera,
había sido baqueano. Después del tema este del centro
clandestino, él tuvo un episodio de locura, con un episodio
agudo de alcoholismo, estuvo en tratamiento, el ejército le
dio rápidamente de baja. Cuando yo lo entrevisté él se estaba
reponiendo de todo eso, estaba retomando su vida normal, su
vida familiar, ya había pasado la convalecencia y él me dijo
yo era baqueano del Ejército Argentino, y que cuando los
animales fueron reemplazados por Jeep, a él lo usaron para ser
guardián en los centros y mire lo que hizo de mí el ejército.
Él se acordaba del parto, se acordaba de Graciela cuando la
hacían caminar, pero no supo qué pasó con el hijo… A Lavayén
le decían ‘zorzal’, no tengo idea porque lo llamaban así pero
ellos reconocieron que así los llamaban. Cuándo fui a verlo a
Lavayén, que fui a verlo varias veces, […] y me reconocieron
los apodos, no eran apodos secretos o para ocultar su
identidad, así lo llamaban los compañeros”.
Sumado a ello, también tuvieron consideración los
testimonios de “…Gustavo Florencio Monforte, ex conscripto del
Batallón de Comunicaciones 181, Héctor Miguel Negrete y
Eduardo Guillermo Buamscha, cuyas declaraciones fueron
valoradas al tratar la generalidad de los guardias y que
confirman la presencia de personal del RIM 26 operando en el
centro clandestino ‘La Escuelita’”.
A partir de toda la prueba producida durante el
proceso y relevada por el tribunal en el instrumento
sentencial, el tribunal de juicio tuvo por acreditado que el
encausado “…es la persona individualizada con el alias
‘Zorzal’ […y que] existen una serie de testimonios brindados
en el marco del debate de la causa FBB 93000982/2009/TO1
‘Bayón’ que dan cuenta de que ‘zorzal’ era uno de los guardias
del lugar”, entre los que se encontraban los de “…Juan Carlos
Monge […],Oscar José Meilán […], Sergio Andrés Voitzuk […],
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testimoniales de Fiorito y Martínez prestadas en las causas
referidas fueron realizadas en presencia del representante de
la Defensa Oficial en respeto de todas las garantías
constitucionales para el contralor de esa prueba”.
Sumado a ello, destacaron que “…los datos revelados
por los testigos durante las declaraciones no resultan la
piedra basal sobre la que se estructura la responsabilidad
penal de Arsenio Lavayén […] sino que aparecen como
circunstancias que ameritan ser ponderadas armoniosamente con
las restantes pruebas producidas a instancia de las partes
para tenerlas por comprobadas o refutadas”.
Concretamente, en cuanto al contenido de las
mencionadas declaraciones y en el contexto en el que se habían
dado, el órgano de juicio concluyó que “…los dichos del
acusado fueron realizados en el marco de una conversación
entre particulares en la que asume el riesgo que esas
expresiones sean posteriormente reproducidos a terceros pues
la expectativa de confidencialidad no es esperable en tal caso
como sí podría serlo en otro ámbito […por lo que] la
circunstancia alegada por la defensa en cuanto a que las
manifestaciones fueron realizadas por el acusado en un
supuesto estado de ebriedad resulta incomprobable y no
ameritan ser ni siquiera rebatidas por [ese] Tribunal…”.
Además, respecto a la garantía que veda la
autoincriminación forzosa, los magistrados refirieron que “…el
Alto Tribunal desde hace tiempo ha sostenido el principio de
que lo prohibido por la ley fundamental es compeler física o
moralmente a una persona con el fin de obtener comunicaciones
o expresiones que deberían provenir de su libre voluntad
(Fallos 255:18) como así también que los datos aportados por
un imputado -incluso detenido- en forma espontánea resultan en
principio válidos, salvo que fueren producto de una coacción
(Fallos 315:2505; 317:241, entre otros)”.
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intervención que asumió, en calidad de coautor (art. 45 CP),
por los delitos de los que fueron víctimas Carlos Carrizo,
Sergio Ricardo Mengatto, Gustavo Fabián Aragón, Gustavo Darío
López, Emilio Rubén Villalba, Manuel Vera Navas, Vilma Diana
Rial, Daniel Osvaldo Esquivel, Patricia Irene Chabat, Héctor
Juan Ayala, José María Petersen, Eduardo Gustavo Roth, Renato
Salvador Zoccali, Sergio Andrés Voitzuk, Néstor Daniel
Bambozzi, Oscar José Meilán, Jorge Antonio Abel, Orlando Luis
Stirneman, Mirna Edith Aberasturi, Héctor Osvaldo González,
José Luis Gon, Eduardo Alberto Hidalgo (HECHO II), Pablo
Victorio Bohoslavsky, Julio Alberto Ruiz, Rubén Alberto Ruiz,
Mario Rodolfo Crespo, Juan Carlos Monge, Luis Miguel García
Sierra, Carlos Samuel Sanabria, Alicia Mabel Partnoy, Eduardo
Mario Chironi, Carlos Roberto Rivera, María Elena Romero,
Cesar Antonio Giordano, Zulma Araceli Izurieta, Stella Maris
Ianarelli, Andrés Oscar Lofvall, Gustavo Marcelo Yotti, Darío
José Rossi, Nancy Griselda Cereijo, María Angélica Ferrari,
Elisabet Frers, Susana Elba Traverso, Dora Rita Mercero, Raúl
Ferreri, Fernando Jara, María Graciela Izurieta, María Eugenia
González, Néstor Oscar Junquera, Graciela Alicia Romero,
Néstor Alejandro Bossi y los hijos nacidos en cautiverio de
María Graciela Izurieta y de Graciela Alicia Romero”.
Sentado cuanto precede, corresponde desestimar los
planteos interpuestos de la parte recurrente en relación a la
identificación de su asistido como guardia del centro
clandestino de detención, la omisión de valoración de prueba
dirimente, la ponderación de ciertos testimonios y el rechazo
de la exclusión probatoria de las declaraciones brindadas por
el encausado por presunta violación a la garantía de
autoincriminación pues, tal como fue expuesto en los párrafos
anteriores, el tribunal sentenciante repasó los diferentes
elementos de prueba y como ellos fueron incorporados al
proceso, por lo que las alegaciones defensistas no logran
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y que luego del análisis de su legajo personal “…ha quedado
probado que el encausado, durante los años 1976, 1977 y 1978,
se encontraba cumpliendo diferentes comisiones en Bahía Blanca
al tiempo en que las víctimas permanecieron cautivas en el
centro clandestino de detención ‘La Escuelita’”.
Con este marco, y tal como fue expuesto al analizar la
responsabilidad penal de los coimputados Domínguez y Lavayén,
los magistrados actuantes relevaron el análisis de los legajos
personales de otros de los integrantes de la Segunda Sección
Baqueanos y la información que surgía del “Libro Histórico”
del RIM 26, donde aparecía nombrado el encausado González -
entre otros- y las actividades desarrolladas por la Unidad en
Bahía Blanca; hasta regresar junto a Lavayén el 11 de abril a
Junín de los Andes.
Asimismo, respecto de la intervención personal del
acusado dentro del centro clandestino los judicantes tuvieron
en cuenta no sólo las probanzas citadas precedentemente, sino
también una serie de testimonios que ubicaban al imputado en
el centro clandestino de detención, a saber, Eduardo Guillermo
Buamscha y Raúl Héctor González.
Sumado a ello, el a quo refirió en la sentencia que “…
como elementos de prueba independientes de los antes referidos
se incorporó el informe presentado el 27 de marzo de 1998 por
la Asamblea por los Derechos Humanos de Neuquén en el que
aparece el nombre de González, con el alias ‘el perro’ entre
el personal del RIM 26 que cumplía funciones de vigilancia en
el Centro Clandestino de Detención ‘La Escuelita’ (fs. 111 del
expediente 56.882) y la declaración de Diego Martínez quién
también aportó información sobre el apodo utilizado por el
condenado…”.
De esta forma, los jueces intervinientes tuvieron en
cuenta los testimonios de “…Gustavo Florencio Monforte, ex
conscripto del Batallón de Comunicaciones 181, y Héctor Miguel
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que su aporte obedeció a una distribución de funciones o
roles, que permite considerarlo autor de la totalidad de los
hechos aún sin haber participado en todas las etapas de su
ejecución (ver CFCP, Sala II, FBB 93000982/2009/TO1/41/CFC10,
resuelta el 23/03/2017)”.
De otro lado, en cuanto a los cuestionamientos de la
asistencia técnica en relación la identificación del imputado
bajo el apodo de “perro”, explicaron que “…si bien el Tribunal
consideró acreditado el uso de ese apodo, aun cuando no se
hubiera arribado a una tal conclusión, la presencia del
encausado en el centro clandestino de detención ha sido
acreditada a partir de su legajo personal, y los demás
elementos de prueba que hemos desarrollado a lo largo del
presente exordio”, y que la defensa no aportó una hipótesis de
investigación distinta de la que allí se había sostenido.
En base a lo expuesto, el tribunal actuante puntualizó
que “…luego de analizar la totalidad de los elementos que las
partes introdujeron al debate en torno a esta responsabilidad,
[consideraron] que existen elementos suficientes para tener
por acreditado que Desiderio Andrés González se desempeñó como
guardia del centro clandestino ‘La Escuelita’, ejerciendo el
control, la custodia y sobre todo, interviniendo de manera
efectiva en el aseguramiento de la privación ilegal de la
libertad de las víctimas, dentro de un lugar de cautiverio
donde fueron sometidas a graves tormentos y donde en muchos
casos se decidió su destino final (desaparición y homicidio)”,
por lo que debía responder “…de acuerdo al grado de
intervención que asumió, en calidad de coautor (art. 45 CP),
por los delitos de los que fueron víctimas Carlos Carrizo,
Sergio Ricardo Mengatto, Gustavo Fabián Aragón, Gustavo Darío
López, Emilio Rubén Villalba, Manuel Vera Navas, Vilma Diana
Rial, Patricia Irene Chabat, Héctor Juan Ayala, José María
Petersen, Eduardo Gustavo Roth, Renato Salvador Zoccali,
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los sentenciantes para arribar a un pronunciamiento
condenatorio.
Por todo lo reseñado, corresponde rechazar el recurso
de la defensa en los puntos señalados precedentemente.
35º) Responsabilidad penal de Alejandro Lawless
a) Que, a los efectos de dar respuesta a los cuestio-
namientos de la defensa del imputado Alejandro Lawless, co-
rresponde destacar que el tribunal de juicio hizo un repaso de
los diferentes cargos detentados por el encausado. En particu-
lar, se resaltó que “El 17 de marzo de 1976, con el grado de
Teniente, el imputado asumió la jefatura de la Compañía Comu-
nicaciones y Comando de esa unidad, cargo que ejerció hasta el
27 de enero de 1977, cuando pasó a la Compañía Comando y Ser-
vicios, como Jefe de la Sección Arsenales”.
En lo atingente a estos cargos, puntualizaron que fue
calificado por las máximas autoridades del Batallón de
Comunicaciones 181, Teniente Coronel Argentino Cipriano Tauber
y Mayor Carlos Andrés Stricker y por el Teniente Coronel Jorge
Enrique Mansueto Swendsen y el Mayor Alejandro Osvaldo
Marjanov, recibiendo las puntuaciones máximas.
En este punto, el tribunal de juicio explicitó que “…
la responsabilidad penal de Alejandro Lawless se fundamenta en
haber intervenido, como Jefe de la Compañía Comunicaciones y
Comando, en operativos militares en los que se materializaban
secuestros de personas sindicadas como ‘elementos subversivos’
en el Área 511” y que además “…también había tenido a su cargo
la custodia de las víctimas mientras permanecieron cautivas en
los Centros Clandestinos que funcionaron en jurisdicción del
Batallón de Comunicaciones 181”.
Aunado a ello, los judicantes consideraron que la
prueba testimonial resultaba concluyente y citaron, al efecto,
los relatos de los ex conscriptos Rubén Alberto Miceli y el ya
referido Gustavo Florencio Monforte. A la vez, resaltaron que
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En cuanto al testimonio de Gustavo Florencio Monforte,
el a quo resaltó que había realizado el servicio militar
obligatorio en el Batallón de Comunicaciones 181 desde el 16
de marzo de 1976 hasta mayo de 1977, quien había confirmado
que diferentes compañías del Batallón de Comunicaciones 181
intervinieron en operativos afectados contra la “lucha contra
la subversión” y además que había “…visto personas privadas de
la libertad dentro del Batallón, confirmando no sólo la
existencia de los centros clandestinos, sino también probando
que un simple conscripto podía tener acceso”.
A su vez, de modo conteste el referido Miceli
manifestó que como conscripto ingresó en el Batallón de
Comunicaciones el 19 de marzo de 1976 y describió que “…
primero [estuvo] en la compañía A de combate, luego [lo]
pasaron a la B y [formaron] equipos que ellos le decían
retenes y [hacían] operativos”.
Asimismo, señalaron que el mencionado testigo también
dio cuenta de “…la existencia de personas detenidas dentro del
Batallón”, ya que “…en su calidad de conscripto de la compañía
dirigida por Lawless, se encargó de custodiar a personas que
permanecían secuestradas en el gimnasio, llegando a tomar
contacto personal con ellas. Refirió que a algunas las conocía
de Punta Alta”.
Así, citaron la declaración de Héctor Daniel Mitre que
había ingresado la conscripción en el Batallón el 19 de marzo
de 1976, siendo asignado a la Compañía de Comunicaciones,
quien se expidió en similar sentido a los dos testimonios
analizados precedentemente.
Por otra parte, en la sentencia recurrida se valoraron
in extenso los testimonios de Jorge Hugo Griskan y Liliana
Beatriz Griskan quienes coincidieron al identificar al
encausado durante su cautiverio, describiendo diferentes
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Raúl Griskan (caso 30), el acusado intervino en el operativo
de secuestro de los nombrados, asegurando su custodia mientras
permanecieron alojados en dependencias del Batallón de
Comunicaciones 181”.
De seguido, explicaron que “[e]n relación a los
alumnos de la ENET (casos 48, 50, 52, 54, 55 y 57) […] al
pasar de ‘La Escuelita’ al Batallón de Comunicaciones 181, a
las víctimas se les retiraron las vendas y ataduras, se les
practicaron curaciones […] y fueron alojadas en un calabozo.
[…por lo que] Lawless debe responder por mantener la privación
ilegal de la libertad de las víctimas en los casos de Carrizo
y Roth (casos 50 y 55); concurriendo aquel delito con el de
tormentos agravados en los casos de Aragón, López y Petersen
(casos 48, 52 y 54)”.
En cuanto al hecho que damnificase a Renato Zoccali,
el a quo refirió que “…el encausado debe responder por la
privación ilegal de la libertad en concurso real con tormentos
agravados. […] ha quedado acreditado que el secuestro de la
víctima fue realizado por personal militar que la trasladó al
Batallón de Comunicaciones para una supuesta averiguación de
antecedentes. Asimismo, en el momento que le anunciaron sería
liberado, se lo encapuchó y condujo al centro clandestino ‘La
Escuelita’. […] mientras permanecía en la unidad en la que
revistaba el encausado, encontrándose bajo su custodia
funcional, fue introducida al mencionado centro clandestino
donde padeció distintos tipos de torturas. En ese contexto,
Lawless sí debe responder por los tormentos que Zoccali
padeció en ‘La Escuelita’, puesto que el Batallón ofició en
este caso como puerta de entrada al centro clandestino. […] y
que] que este último funcionaba a una distancia muy corta del
lugar y en terrenos de dicha unidad…”.
En similar sentido, los magistrados actuantes se
pronunciaron respecto a “…las víctimas Carlos Samuel Sanabria
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ámbito de custodia funcional de Lawless, para pasar después al
mencionado centro clandestino”.
Por último, en cuanto a “…Ricardo Gabriel Del Río
(caso 25), [ese] Tribunal considera aplicable el mismo
estándar explicado [aplicado en los casos que damnificaron a
Fornasari y Castillo…], puesto que la víctima permaneció
detenida en el gimnasio del Batallón 181, dejando de ser
advertida en el lugar, para finalmente aparecer asesinada
mediante la misma modalidad de enfrentamiento fraguado con el
Ejército, junto a Carlos Roberto Rivera, quien se encontraba
secuestrado en ‘La Escuelita’ (ver caso 31)”.
Sentado cuanto precede, respecto al agravio defensista
en torno a la ajenidad de su asistido en la “lucha contra la
subversión”, se expuso en la sentencia que “…la unidad no sólo
no era ajena al plan criminal sistemático, sino que sus
distintas compañías tanto en 1976 como 1977, intervinieron en
operativos ‘antisubversivos’, de acuerdo a lo prescripto por
las Directivas Militares de la época (ver Directiva 1/75,
404/75)”, y además que no existían elementos probatorios que
“…[les] permitan determinar qué función tenía asignada cada
una de ellas en ese contexto”.
En esta línea argumental, los jueces explicaron que “…
a partir de los testimonios de los conscriptos [han] visto que
el Batallón de Comunicaciones recibía nóminas de personas
buscadas con pedido de captura por estar vinculadas a la
‘subversión’, y de qué manera esas detenciones en algunas
oportunidades eran realizadas en el marco de los operativos
referenciados, y en otros casos como aconteció con Hugo
Washington Bárzola, en horas de la noche, con notas típicas de
clandestinidad…”, por lo que los testimonios sumados al resto
de los elementos probatorios, según el tribunal actuante,
permitían descartar el planteo de la defensa respecto a la
ajenidad del Batallón al plan criminal.
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por tanto permaneciera ajeno a lo que sucedía con los
prisioneros”.
Así, afirmaron que “…Lawless se encargó de armar las
guardias (llamadas ‘imaginarias’), para custodiar los centros
clandestinos donde permanecieron detenidas las víctimas. Fue
el testigo Miceli, integrante de la compañía de
‘Comunicaciones y Comando’, quien relató cómo tomó a su cargo
la custodia del gimnasio, reconociendo algunas personas por
estar vinculadas a la política, en la localidad de Punta
Alta”.
En base a ello, en la sentencia se consignó que “…el
encausado tomó parte en la ejecución y su aporte [había] sido
determinante en los hechos de los que se lo acusa,
circunstancia por la que deberá responder como coautor
(conforme art. 45 del CP) […por] los secuestros, tormentos y
homicidios que tuvieron como víctimas a Jorge Hugo Griskan,
Raúl Griskan, Liliana Beatriz Griskan, María Cristina Jessene,
María Felicitas Baliña, Héctor Furia, Braulio Raúl Laurencena,
Estrella Marina Menna, Hugo Washington Barzola, Simón León
Dejter, Carlos Carrizo, Gustavo Fabián Aragón, Gustavo Darío
López, Pablo Victorio Bohoslavsky, Julio Alberto Ruíz, Rubén
Alberto Ruíz, José María Petersen, Eduardo Gustavo Roth,
Renato Salvador Zoccali, Carlos Samuel Sanabria, Alicia Mabel
Partnoy, Ricardo Gabriel Del Rio, Juan Carlos Castillo, Pablo
Francisco Fornasari.
Así entonces, la hipótesis desincriminatoria que
plantea la asistencia técnica, parte de un análisis
descontextualizado, apartado de las circunstancias comprobadas
de la causa que soslaya las declaraciones de numerosos
testigos, no solo los conscriptos, sino víctimas que lo
identificaron directamente durante los hechos que los
damnificaron. Las impugnaciones sobre las que insiste la
defensa en esta instancia han recibido debida respuesta en el
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Es que la responsabilidad de Lawless no se
circunscribe a los sometimientos físicos y psíquicos sufridos
por estas víctimas en el centro clandestino de detención “La
Escuelita”, sino a lo acontecido aun luego de aquel
sometimiento al ser trasladados al Batallón de Comunicaciones
181.
Así entonces, la extensión del cautiverio de todas
estas víctimas provenientes del centro clandestino de
detención “La Escuelita” en las penosas condiciones ya
detalladas y su permanencia en el Batallón de Comunicaciones
181 en las graves condiciones de cautiverio, permiten colegir
el grado de intervención y conocimiento de Lawless, como
Oficial Jefe de Compañía, de acuerdo al comprobado rol en los
operativos “antisubversivos” y en la custodia de los detenidos
de acuerdo a lo analizado supra.
Puede colegirse también con relación a este imputado
que el tribunal actuante omitió valorar circunstancias
fácticas conducentes y dirimentes acreditadas en el debate que
permiten concluir que se configuró el delito previsto en el
art. 144 ter del CP con relación a los hechos cometidos en
perjuicio de estas víctimas.
De todo ello, se deriva que la sentencia en crisis
también en esta hipótesis ha partido de un análisis parcial
del acervo probatorio producido durante el debate,
especialmente en lo que refiere al rol específico de Lawless
dentro del plan criminal pergeñado, lo que evidencia entonces
la arbitrariedad alegada por el acusador público en su
impugnación (Fallos: 311:1438; 312:1150, entre otros).
En definitiva, corresponde hacer lugar al recurso de
casación deducido por el representante del Ministerio Público
Fiscal, anular parcialmente el punto dispositivo 29 en cuanto
condena a Alejando Lawless sólo por la privación ilegal de la
libertad agravada con relación a Jorge Hugo Griskan, Raúl
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Con este marco, explicaron que respecto de los hechos
que se le imputan “…Sifuentes fue secuestrada el 12/06/76 en
el domicilio de sus padres en la ciudad de Neuquén, por
personal policial uniformado de la provincia y del ejército,
mientras que Gladis Sepúlveda fue detenida el 14 de junio de
ese año al presentarse en la comisaría N° 24 de Cipolletti.
Ambas fueron ingresadas en la Unidad Penal N° 9 de Neuquén, y
el 15/06/1976 se las trasladó vía aérea a Bahía Blanca, atadas
y vendadas junto con otras personas, permaneciendo
secuestradas en el centro clandestino de detención ‘La
Escuelita’ de [esa] ciudad, donde fueron torturadas” y que
“[f]inalmente las víctimas fueron ingresadas a la cárcel de
Villa Floresta el 25 de junio de 1976, donde permanecieron
hasta el 14 de diciembre de ese año, cuando fueron trasladadas
a la Unidad Penal N° 2 de Villa Devoto”.
En otro extremo, en cuanto a los elementos
probatorios, el a quo destacó que “…la nota del ejército de
fecha 25/06/1976 suscripta por el Jefe de División Enlace y
Registro del Comando Quinto Cuerpo, Mayor Arturo Ricardo
Palmieri, que lleva por objeto ‘ordenar internación’, dirigida
al Jefe de la Unidad Carcelaria 4 de Bahía Blanca,
consignándose: ‘De orden del Comandante de la Subzona 51
procederá a alojar en esa Unidad, en calidad de detenidas, a
las siguientes delincuentes subversivas: 1. SEPULVEDA GLADYS.
2. SIFUENTES ELIDA NOEMI’…” y que “[d]icha comunicación
constituye la materialización del procedimiento
específicamente reglamentado en el P.O.N. 24/75 […] referido a
la ‘Clasificación legal de los detenidos’, inciso b), cuarto
párrafo se consigna: ‘la tramitación de puesta a disposición
del PEN y las comunicaciones a establecimientos policiales o
carcelarios serán cursadas por el G1’”.
En consecuencia, los magistrados actuantes concluyeron
que ello demostraba el grado de compromiso del encausado en la
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donde permanecieron secuestradas y fueron torturadas Elida
Noemí Sifuentes y Gladis Sepúlveda”.
Por último, respecto de los dichos de Núñez relevaron
que “[a]l ingresar a la cárcel, […] los ‘presos PEN’ eran
ubicados en el ‘pabellón 5 y 6 nuevos […] Los internos
referidos dependían directamente del jefe de la Unidad,
vigilancia y tratamiento’”, y que el jefe de la Unidad Penal
era visitado en su despacho por autoridades militares “…lo
cual confirma el contacto directo para asegurar la custodia de
aquellas personas que eran sindicadas como ‘elementos
subversivos’” y reforzaron este argumentos citando la
ampliación de la declaración indagatoria del incusado.
Aunado a ello, se hizo referencia en la sentencia en
crisis al testimonio de María Emilia Salto, quien había
manifestado “…cómo fue trasladada junto con el resto de las
‘presas políticas’, entre las que se encontraban Sifuentes y
Sepúlveda, a la Unidad Penal N° 2 de Villa Devoto…” y el de
Gladis Sepúlveda quien había descripto el traslado aéreo a la
Unidad Penal N° 2 “…fue muy violento, también. [tenían] que ir
con la cabeza gacha, corriendo, [las] empujaban y golpeaban.
[subieron] al avión corriendo, [estaban] dobladas en dos. No
[iban] vendadas pero no [podían] levantar la cabeza […iban]
las presas políticas…”, citando al efecto documentación que
acreditaba dicho traslado.
En cuanto al aporte del imputado al plan sistemático,
los judicantes puntualizaron que “…no sólo se limitó a renovar
la privación ilegal de la libertad sino que consistió en
mantener informados a los servicios de inteligencia, sobre el
ingreso o egreso a la cárcel de aquellas personas que eran
señaladas como ‘elementos subversivos’” y señalaron en este
sentido que existían “…oficios remitidos al Jefe Regional de
la SIDE, del Destacamento de Inteligencia 181, del Servicio de
Inteligencia de la Prefectura Marítima Zona Sud y al
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opción, abandonando el país en agosto de 1979, y Sifuentes
finalmente pudo acceder a un régimen de libertad vigilada en
diciembre de 1981 (lo que puede corroborarse en el análisis de
los casos)”.
En este contexto, el tribunal de juicio sentenció que
“…[contaba] con elementos suficientes para tener por
acreditado que Héctor Luís Selaya intervino en su carácter de
Jefe de la Unidad Penal N° 4 de Bahía Blanca en la privación
ilegal de la libertad de Elida Noemí Sifuentes y Gladis
Sepúlveda (caso 13) por lo que deberá responder en calidad de
coautor (art. 45 CP)”.
Ahora, sentado cuanto precede, corresponde advertir
que los agravios defensistas con relación a la responsabilidad
penal del encausado y a su participación en el plan criminal
deberán ser rechazados, toda vez que puede colegirse que la
decisión impugnada se encuentra debidamente fundada también
sobre estos aspectos, sin que las censuras traídas por la
defensa demuestren más que un mero disenso con el criterio
definido fundadamente por los sentenciantes.
Así, con relación a los agravios de la defensa
respecto a que su asistido habría obrado al amparo de una
causa de justificación de acuerdo al art. 34 del CP, el
tribunal de juicio consideró que “…Selaya no era un simple
‘funcionario administrativo’ ni un ‘hombre medio’, sino el
jefe de un establecimiento penitenciario. La jerarquía de su
cargo le imponía el deber de verificar si la orden que recibía
se adecuaba o no al ordenamiento jurídico, fundamentalmente a
la Constitución Nacional, independientemente de su ‘apariencia
de legalidad’” y que “…el defecto del planteo de la Defensa
Oficial, radica en sostener que un gobierno de facto pueda
declarar el estado de sitio, toda vez que la Constitución
Nacional no reconoce la legitimidad de aquel, y menos aún su
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ostensiblemente ilegal tanto de las órdenes dadas como de las
conductas que en sí mismas se imputan. En esta línea, se ha
dicho que “existe, pues, un límite, absoluto, que no deja
espacio para una consideración subjetiva, teniendo en cuenta
el objetivo orden de valores (de Derecho Internacional), en
determinadas actividades delictivas se parte del
reconocimiento de la ilegalidad de la orden, y también se
atribuye a todo destinatario de la orden la capacidad de
efectuar tal reconocimiento” (Ambos, Kai, “La Corte Penal
Internacional”, p. 209, Ed. Rubinzal Culzoni, 2007 -remite a
Zaffaroni (comp.) “Sistemas penales y Derechos Humanos en
América Latina”, 1986, p. 272, y otros-).
En este punto, no puede perderse de vista que las
conductas atribuidas al encartado Selaya implican los
tormentos y la mantención de las privaciones ilegítimas de la
libertad, por su presunta filiación política o ideológica, en
el marco de un ataque generalizado y sistemático contra la
población, circunstancia que caracteriza a las imputaciones
como delitos de lesa humanidad.
Es decir, no debe soslayarse que los hechos juzgados
en la presente han sucedido en un marco de ejecución “en forma
generalizada y por un medio particularmente deleznable cual es
el aprovechamiento clandestino del aparato estatal. Ese modo
de comisión favoreció la impunidad, supuso extender el daño
directamente causado a las víctimas, a sus familiares y
allegados, totalmente ajenos a las actividades que se
atribuían e importó un grave menoscabo al orden jurídico y a
las instituciones creadas por él” (cfr. Fallos: 309:33).
Por ello, y considerando además el grado de
instrucción y jerarquía del imputado, tampoco se advierte una
circunstancia que permita presumir que éste haya perpetrado
los graves hechos que se le imputa en la falsa creencia de un
supuesto de validación normativa por vía de justificación.
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A su vez, ya el Estatuto del tribunal de Nüremberg
estableció que la circunstancia que el acusado actuara
obedeciendo órdenes de su gobierno o de un superior no le
exonerará de responsabilidad (art. 8.12). Este criterio había
sido sostenido en los distintos juicios llevados a cabo en ese
marco y más tarde también en el caso “Eichmann”. Así, los
argumentos del tenor de los que plantean las defensas, en los
que la idea de excluir la punición mostrando al agente como un
sujeto obediente que lleva a cabo las órdenes injustas que le
trasmiten desde la cúpula del régimen totalitario, no son
aceptables en ningún estado del mundo que se sustente en el
estado de derecho, y la defensa de obediencia debida es
improcedente cuando se trata de órdenes cuya ilicitud es
manifiesta (cfr. District Court in Jerusalem, caso 40/61,
“State of Israel v. Adolf Eichmann”, sentencia del 12 de
diciembre de 1961, parág. 216).
Sentado ello, no puede dejar de señalarse que es
principio en materia recursiva que los planteos que articulen
las partes no pueden ser meras disconformidades contra
decisiones adversas a su pretensión, sino que deben exponerse
con indicación de los motivos fácticos y jurídicos que
demuestren tanto el yerro de la decisión que se pretende
conmover, como el interés o perjuicio concreto que se
derivaría de la misma, requisito que se vincula con la
fundamentación autónoma que deben tener los recursos en orden
a su procedencia (Fallos: 332:2397, 332:1124 y 331:810, entre
otros), circunstancias que no se advierten en la especie.
De tal suerte, corresponde rechazar los agravios
esbozados al respecto.
Por lo demás, la hipótesis desincriminatoria que
plantea la asistencia técnica, parte de un análisis
descontextualizado, apartado de las circunstancias comprobadas
de la causa y resulta una reedición de aquellas alegaciones ya
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sobre su destino final originado en lo vivenciado durante sus
ilegales secuestros y sus extensos cautiverios. Esos extremos,
analizados de forma contextualizada, permiten tener por
configurado el delito de imposición de tormentos por el que
Selaya ha sido oportunamente acusado.
Asimismo, cabe adunar que en el libelo recursivo en
trato se resaltó que durante su alegato expuso “una serie de
elementos probatorios que demostraban cómo esas condiciones
generales se particularizaban en las privaciones ilegales de
la libertad desarrolladas en el establecimiento carcelario a
cargo de Selaya y que daban cuenta de que las víctimas
ingresaban en grave estado de salud física y mental y, en
algunos casos, eran sometidas a interrogatorios, incluso por
parte de personal militar”; extremos que fueron omitidos por
el tribunal al momento de pronunciarse respecto de la
responsabilidad del incusado.
Entre los testimonios resaltados por el acusador
público, hizo referencia a los relatos de Graciela Iris Juliá,
Pedro Roberto Miramonte, Haydeé Cristina Gentilli, Carlos
Oscar Muller, Armando Lauretiti, Oscar Amílcar Bermúdez, Julio
Alberto Ruiz, Pablo Victorio Boholslavsky, Jorge Antonio Abel
y Eduardo Mario Chironi.
A partir de este acervo probatorio, ninguna duda cabe
de que efectivamente, tal como señaló el impugnante, “el
contexto en que se producían las privaciones ilegales de la
libertad de las víctimas del terrorismo de Estado, no se
alteraban en lo sustancial en aquellas que se desarrollaban en
la Unidad Penal Nº 4”.
Es que esta circunstancia, además, fue reconocida por
el propio tribunal al analizar el rol de este establecimiento
carcelario dentro de la “Estructura Orgánica de la Zona de
Defensa 5”.
Al respecto, el órgano jurisdiccional actuante dio
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actividades de inteligencia sobre ellos y sobre las visitas
que recibían, de manera que los datos que se obtenían
circulaban dentro de la comunidad informativa; debieron
soportar violentas requisas y nuevos interrogatorios,
inclusive por los mismos torturadores de ‘La Escuelita’” (el
resaltado no obra en el original).
En estas condiciones, puede afirmarse, sin hesitación,
que la acusación por los tormentos sufridos por estas dos
víctimas –por la que Selaya debe responder en calidad de
coautor- no estaba ceñida a los padecimientos por ellas
sufridos en el centro clandestino de detención “La Escuelita”
–como argumenta el tribunal para arribar a su desvinculación-,
sino por haber mantenido las graves condiciones de detención
de aquellas personas que permanecían -ilegalmente detenidas-
bajo su órbita de control en la unidad penitenciaria que él
dirigía.
Así entonces, la omisión de condenar al imputado por
las aflicciones físicas y psíquicas a las que continuaron
siendo sometidas estas víctimas al ingresar en ese
establecimiento, se revela en este extremo incluso
contradictoria con los propios argumentos desarrollados por el
órgano sentenciante a la hora de describir las condiciones de
alojamiento en aquel establecimiento.
Al efecto, y conforme surge de la sentencia en crisis,
ambas víctimas eran estudiantes de servicio social de la
Universidad Nacional del Comahue y luego de sus secuestros en
el mes de junio de 1976, sus traslados vía aérea a Bahía
Blanca el 15 de junio de 1976 “atadas y vendadas junto con
otras personas e ingresadas al centro clandestino de detención
‘La Escuelita’”, el 25 de junio de ese año “fueron ingresadas
a la cárcel de Villa Floresta, donde permanecieron hasta el 14
de diciembre de 1976, cuando fueron trasladadas a la Unidad
Penal N° 2 de Villa Devoto”.
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–de los que esta unidad carcelaria no fue una excepción-, la
incertidumbre sobre su destino, en un contexto en el cual era
conocido que otros compañeros habían sido secuestrados,
desaparecidos y asesinados, la falta de atención médica
adecuada –agravada por la graves condiciones de detención a su
ingreso- y las condiciones de alojamiento en las que
permanecieron detenidas, resultan suficientes para tener por
configurado el delito de imposición de tormentos, por el que
Selaya deberá responder en calidad de coautor, a la luz de lo
establecido por el órgano decisor con relación a su rol como
Director de aquel establecimiento.
En definitiva, puede colegirse que la sentencia en
crisis ha partido en este punto de un análisis parcializado y
contradictorio del acervo probatorio producido durante el
debate, especialmente en lo que refiere al aporte rol
específico de Selaya dentro del plan criminal pergeñado, lo
que evidencia entonces un palmario apartamiento de las reglas
de la sana crítica racional e imponen la descalificación del
pronunciamiento como acto jurisdiccional válido, conforme la
doctrina del tribunal cimero en materia de arbitrariedad
(Fallos: 311:1438; 312:1150, entre otros).
En estas condiciones, se impone la anulación parcial
del pronunciamiento definitivo en este extremo y, en las
particulares circunstancias de la especie, el dictado de una
sentencia condenatoria en esta instancia -sin reenvío- con
relación a Selaya, a la imposición de tormentos cometidos en
perjuicio de estas víctimas, tal como reclama el acusador
público.
En consecuencia, cabe hacer lugar al recurso de
casación deducido por el representante del Ministerio Público
Fiscal en este punto, anular parcialmente el punto dispositivo
35 en cuanto condena a Héctor Luis Selaya sólo por la
privación ilegal de la libertad agravada con relación a Gladis
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Al momento de los hechos se desempeñó como Jefe de la División
II – Inteligencia (G2) de esa brigada. Desempeñó ese cargo con
el grado de Mayor…”.
Además, se valoró en la sentencia que “[c]on fecha 16
de octubre de 1976 […] se desempeñaba como Jefe de la División
mencionada y que desde el 31 de diciembre de 1976 ascendió al
grado de Teniente Coronel” por lo que “…desde el punto de
vista funcional es que al momento de los hechos el acusado era
el JEFE DE LA DIVISIÓN DE INTELIGENCIA DEL COMANDO DE BRIGADA
DE INFANTERÍA DE MONTAÑA VI, en otras palabras, la máxima
autoridad en inteligencia de la SUBZONA 5.2, lo que se conoce
como G-2” y destacaron al efecto que ello se encontraba
sustentado por las manifestaciones realizadas por el propio
imputado y por las de Laurella Crippa y en el Libro Histórico
de la brigada.
A su vez, se tuvo en cuenta el testimonio de Carlos
Galván, quien había expuesto que “…en su calidad de
periodista, concurrió el 24 de marzo de 1976 al Comando de la
Brigada VI a una reunión de la que participaron distintos
colegas y medios en la que se les presentó al acusado como el
Jefe de Inteligencia…”.
De seguido, los judicantes refirieron que “…del Libro
Histórico de esa brigada, correspondiente a 1976, surge que
Reinhold está incluido dentro del listado del personal
superior como Jefe de la División 2 y Laurella como Jefe de la
Policía de la Provincia” y resaltaron que “…el acusado
desempeñaba el cargo más alto vinculado a inteligencia dentro
de la Subzona 52 con un grado de oficial (Mayor y Teniente
Coronel), y dependía de forma directa del Comandante de la
Brigada VI (Sexton) que se encontraba subordinado de manera
directa al Comandante del Quinto Cuerpo de Ejército (zona 5)”.
En este marco, explicaron que “…el cargo desempeñado
es un elemento central para achacarle responsabilidad […] son
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enmarca en el contexto del plan sistemático criminal. Esa
información era sobre personas, que fueron buscadas,
secuestradas, sometidas a cautiverio en distintos lugares de
detención (desde centros clandestinos a unidades
penitenciarias) y en algunos casos desaparecidas o asesinadas”
y citaron al efecto los arts. 3005 y 3006 del RC 3-30
“Organización y Funcionamiento de los Estados Mayores”.
Esta tarea de asesoramiento del encausado fue
reconocida por el Jefe de la Brigada de Infantería de Montaña
VI, José Luis Sexton quien “…al declarar ante la Cámara
Federal de Apelaciones de esta jurisdicción reconoció que en
las reuniones de la comunidad informativa participaba el G2
(Reinhold) en calidad de asesor y que a partir de esa
información se elaboraba el plan de operaciones”.
En este punto, el tribunal de juicio destacó que “[s]e
ha comprobado […] que el acusado ha dado órdenes de traslado
de detenidos, que se ha entrevistado con familiares de
víctimas secuestradas y que ha acudido personalmente a
sesiones de interrogatorios en el centro clandestino que
funcionó bajo la órbita de la Brigada VI. Esta intervención en
las etapas del iter criminis surge de las pruebas producidas
durante la audiencia de debate” y citó documentación al
efecto.
Sumado a ello, relevó el testimonio de Noemí Fiorito
de Labrune, quien relató que “…se entrevistó, durante la época
de los hechos con el acusado, en varias oportunidades.
Confirmó el cargo que el nombrado desempeñaba dentro de la
brigada y que su designación fue consecuencia de la
designación de Laurella Crippa en la policía. Explicó que el
acusado recibía a algunos de los familiares de las personas
secuestradas, que durante las entrevistas se jactaba del
dominio que tenía sobre el destino de dichas personas (‘a ese
no lo vamos a largar’); también explicó la conexión que
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en las distintas etapas que integraron la cadena represiva del
plan sistemático”.
Ello no obstante, la defensa insiste en esta instancia
en cuanto a que la división a cargo del encausado no poseía
los medios para las tareas y funciones que se le atribuyen,
que el Batallón de Ingenieros en Construcciones 181 de Neuquén
era quien ejercía el control del centro clandestino de
detención “La escuelita” de Neuquén y por último que la
responsabilidad de las acciones “contrasubversivas” realizadas
en la Subzona 52 sólo podían ser imputables al Comandante de
esa estructura General de Brigada José Luis Sexton, y que no
se había comprobado que haya existido delegación de autoridad
o de responsabilidad en cabeza del acusado Reinhold.
En cuanto al primer agravio referenciado, éste fue
debidamente abordado en la sentencia recurrida donde se
consignó que la defensa “…analizan la división de inteligencia
fuera de contexto y le asignan una función aislada de la
estructura militar a la que pertenecía, es decir, como si no
hubiera estado conectada con el Destacamento de Inteligencia
182 y con toda una serie de elementos que el propio acusado
reconoció intervenían en la recolección de información
(Policía provincial, Federal y Gendarmería) […]. En este
sentido, no hay dudas de que quien asesoraba al Comandante en
inteligencia fue el acusado y esto se debe a que poseía la
máxima jerarquía de toda la Subzona 52 para cumplir con esa
tarea”.
Respecto al segundo extremo de censura, el tribunal de
juicio destaco que la defensa presentaba dicha crítica como si
“…este argumento constituyera un eximente de responsabilidad
del acusado, que dirigía la inteligencia de la Subzona 52, rol
que dentro de esa estructura fuera corroborado en tres
oportunidades en las sentencias del Tribunal de Neuquén
[citadas en la sentencia recurrida]”.
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participación efectiva del acusado y a su vez, confirma que
estaba a cargo de una parte de la estructura, concretamente,
la que se refería a las actividades de inteligencia. Todas
estas circunstancias encuentran respaldo en las pruebas
valoradas y en el reglamento RC 3-30 ‘Organización y
Funcionamiento de los Estados Mayores’”.
En otro extremo, en cuanto a la prueba testimonial,
manifestaron que “…no constituyen una reedición de los hechos
por los que ha sido juzgado anteriormente el acusado sino que
son el efecto de la complejidad de este tipo de
investigaciones que se han ido realizando con acusaciones
parciales, debido a la complejidad y sobre todo, a la escala y
magnitud de los hechos (cientos de víctimas en diferentes
jurisdicciones) lo que desborda la realización de un único
juicio oral […y] que constituyen pruebas directas de las
funciones que cumplía el acusado”.
De otra banda, con relación a las críticas de la
defensa vinculados a que al constar en su legajo personal el
tiempo que estuvo en Bahía Blanca designado no daba cuenta del
accionar clandestino que se le imputaba, los magistrados
refirieron que “…no constituyen una prueba central de su
responsabilidad sino que se han incorporado como un elemento
más para fundar la jerarquía funcional del acusado” y citaron
al efecto lo manifestado por el Ministerio Público Fiscal en
cuanto a que “…esas comisiones muestran […el] circuito de
cautiverio de muchas víctimas, que pasaban desde Neuquén a
Bahía Blanca, tal como acaeció en los casos por los que se
juzga al acusado. En el mismo sentido, la circulación
implicaba no sólo a las víctimas sino a la información
(inteligencia) a los efectos de la ejecución de la lucha
antisubversiva”.
Por último, los judicantes explicaron que la
responsabilidad funcional del acusado se fundamentaba en que
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En base a ello, los magistrados consideraron que Oscar
Lorenzo Reinhold debía responder penalmente “…en calidad de
coautor (art. 45 CP) por haber tenido el dominio de los hechos
durante los secuestros y la aplicación de los tormentos de los
que fueron víctimas Gladis Sepúlveda, Élida Noemí Sifuentes,
Raúl Eugenio Metz y Graciela Alicia Romero (tiempo I)”.
Ahora bien; sentado cuanto precede corresponde afirmar
que los extremos señalados por el tribunal en la sentencia en
crisis llevaron a que el a quo concluyera que debía
descartarse la alegada ajenidad y desconocimiento del acusado
respecto de los hechos que se le imputan, toda vez que tal y
como fue expuesto precedentemente su grado jerárquico y su
accionar dentro de la estructura clandestina evidenciaban el
compromiso con el plan represivo.
Por todo ello, lo argumentado por la defensa en cuanto
a la falta de elementos que permitan tener por acreditada la
intervención del imputado Reinhold en las prácticas
analizadas, no alcanza a confutar lo sostenido por los
magistrados actuantes para demostrar su participación y sólo
se traduce en una mera discrepancia con la correcta valoración
realizada a partir de la abundante prueba relevada por el a
quo, en su correlato con el resto de los elementos
probatorios.
En razón de lo expuesto, corresponde rechazar en este
punto el recurso de la defensa.
b) Que, por último, con relación al incusado Reinhold
deberán abordarse aquí los agravios formulados por el
Ministerio Público Fiscal fundados en la arbitrariedad de la
sentencia derivada de la omisión del a quo de pronunciarse
expresamente respecto de la intervención del incusado en los
homicidios de Raúl Eugenio Metz y Graciela Alicia Romero, por
los que había sido acusado; como así también las objeciones
erigidas contra su absolución por la sustracción del hijo de
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secuestros en Cipolleti, Neuquén y Cultral-có, es decir, en la
Subzona 52 sin la intervención del jefe máximo de inteligencia
en el planeamiento previo (declaración de Sexton) y en su
ejecución y que como paso siguiente, se haya trasladado a esas
víctimas a lugares de reunión de detenidos que operaron bajo
su control (Unidad N° 9 y Escuelita), donde especialmente
Romero y Metz fueron sometidos a graves tormentos”.
Sumado a ello, los magistrados mencionaron que “…el
fundamento para deslindar de responsabilidad al acusado por la
sustracción del hijo de Graciela Alicia Romero, que se ha
constatado nació alrededor de abril de 1977 (recordemos a esos
fines que fue trasladada a Bahía Blanca en diciembre de 1976)
y de los hechos de los que fue víctima Raúl Ferreri, es
justamente que al estar recluidos en el centro clandestino de
detención correspondiente a la Subzona 51 (Vilas) el acusado
había perdido cualquier poder de disposición o capacidad de
incidencia sobre los hechos de los que se los acusa”.
Ello no obstante, en el mismo instrumento sentencial,
y a los efectos de descartar ciertos cuestionamientos de la
defensa, el tribunal actuante consideró que la participación
del referido Reinhold se fundaba en haber sido la máxima
autoridad de inteligencia en la Subzona 52, su jerarquía
funcional y el conocimiento del encausado de las diferentes
etapas de la cadena represiva dentro del plan sistemático.
En estas condiciones, asiste razón al acusador público
cuando señaló que “…en la parte dispositiva nada se resuelve
respecto a los homicidios de Raúl Eugenio METZ y de Graciela
Alicia ROMERO, sin que su condena por las privaciones ilegales
de la libertad y los tormentos sufridos por las mismas, supla
esa omisión” y puntualizó que “[ese] Ministerio Público Fiscal
imputó todos esos hechos en concurso real (art. 55 del Código
Penal) y la propia sentencia no desconoció la existencia de
tales hechos ni la manera de concurrencia señalada, por lo que
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Romero, un nacimiento en la clandestinidad y la posterior
sustracción.
Estos elementos, a la luz del rol de Reinhold, debían
ser atendidos por el tribunal oral a la hora de definir hasta
dónde su accionar resultaba jurídicamente relevante respecto
del acontecer posterior al traslado de estas víctimas y su
niño nacido en cautiverio.
De igual modo, respecto del hecho que tuvo como
víctima a Raúl Ferreri, los jueces concluyeron que
correspondía encuadrarlo en “…el tipo penal de privación
ilegal de la libertad, agravada por haber sido cometida por un
funcionario público con abuso de sus funciones o sin las
formalidades prescriptas por la ley, por mediar violencias o
amenazas y por su duración mayor a un mes, en concurso real
con imposición de tormentos agravados por ser la víctima
perseguida política en concurso real con homicidio agravado
por alevosía y por el concurso premeditado de dos o más
personas y con el fin de lograr impunidad”.
A su vez, en cuanto a Reinhold, los judicantes
refirieron que “[e]n el caso de Raúl Ferreri esta ruptura de
la responsabilidad se constata a partir de la ausencia de
elementos para demostrar quienes intervinieron en su
secuestro, cómo fue trasladado y que circunstancias acaecieron
previo a que sea trasladado a ‘La Escuelita’ de Bahía Blanca
(ver CASO 36)”.
Cabe destacar que se tuvo por probado en el
instrumento jurisdiccional impugnado que esta víctima fue
secuestrada en Neuquén y, más allá de que no se conocen los
pormenores del operativo de secuestro, lo cual no resulta
extraño dentro del contexto de clandestinidad e ilegalidad que
se estaba desarrollando en esa época, lo cierto es que aquel
procedimiento se ejecutó bajo la órbita de Reinhold.
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para así dar respuesta a las alegaciones de la parte
acusadora.
Así entonces, la omisión de tratamiento de estos
argumentos conducentes (Fallos: 311:1438; 312:1150) como así
también la ausencia de pronunciamiento expreso con relación a
la acusación formulada por el Fiscal con relación a los
homicidios de los integrantes de la pareja, demuestran la
arbitrariedad denunciada.
En estas condiciones, entonces, se impone hacer lugar
al recurso de casación interpuesto por el Fiscal en este
extremo, anular parcialmente el punto dispositivo 40.a) en
cuanto condena al encausado Reinhold únicamente por las
privaciones ilegítimas de la libertad de Raúl Eugenio Metz y
Graciela Alicia Romero; y el punto dispositivo 40.b) en cuanto
lo absuelve por la sustracción del hijo de Graciela Alicia
Romero y de los hechos de los que resultó víctima Raúl
Ferreri. Finalmente, en tanto, la anulación dispuesta exige
una nueva ponderación de los elementos de cargo, con los
alcances aquí delineados, corresponde remitir las presentes
actuaciones al a quo, a fin de que, por quien corresponda y
previa sustanciación, se dicte un nuevo pronunciamiento.
38º) Responsabilidad penal de Antonio Alberto
Camarelli.
a) Que del análisis de los agravios traídos por la de-
fensa de Antonio Alberto Camarelli, corresponde destacar que
el tribunal oral tuvo por acreditado que el nombrado “…llegó a
[ese] juicio acusado por los hechos de los que fue víctima
Gladis Sepúlveda…”.
En este sentido, los magistrados recordaron que “…fue
detenida el 14 de junio de 1976 al presentarse en la Comisaría
N° 24 de Cipolletti como consecuencia de la previa detención
de sus familiares. Desde ese lugar fue trasladada al día
siguiente a la Unidad Penal N° 9 de Neuquén. Con posterioridad
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disponiendo de los recursos de la dependencia a fin de
materializar detenciones y traslados de los cautivos en un
contexto de participación directa dentro de la Subzona 52,
constituyen razones que justifican su responsabilidad penal”.
De otra banda, en la sentencia se hizo referencia al
rol que cumplía la comisaría bajo el mando de Camarelli en la
“lucha contra la subversión”, y se destacaron al efecto las
manifestaciones vertidas por el General José Luis Sexton,
Comandante de la Brigada de Infantería de Montaña VI (Neuquén)
quien había explicitado que “…en la Subzona prácticamente el
60 o 70% de las personas detenidas lo fue por orden del
Comando de Zona 5 y el lugar de alojamiento, si no le fue
ordenado, lo dispuso a propuesta del Jefe 1 Personal[…y que] a
tales efectos disponía de dos seccionales de Policía en
Neuquén, de una Delegación de la Policía Federal en Neuquén de
la Unidad Penal nro. 9 de Neuquén, de una seccional de Policía
en Cipolletti…”.
Por ello, el tribunal sentenció que “…Camarelli
ostentaba el puesto jerárquico y de organización más alto en
una Seccional policial estratégica para la materialización de
las órdenes emanadas por el Ejército, encontrándose al frente
de la totalidad del personal que allí revistaba resultando ser
el responsable de fijar los lineamientos de las acciones que
se ejecutaban, por lo que concluimos era el titular de todas
las prerrogativas que dicha circunstancia implicaba,
ordenando, dirigiendo y coordinando cada una de las maniobras
clandestinas llevadas a cabo en el ámbito de esa dependencia,
siendo éste el argumento central donde se fundamenta su
responsabilidad en el hecho enrostrado”.
Además, los magistrados consideraron que “[e]ntre las
maniobras que organizó y condujo se encuentra el operativo
realizado días antes que se concrete la detención de Gladis,
por la Policía de la Provincia de Río Negro, en el domicilio
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de la Comisaría luego de dirigirse personalmente no resulta
óbice para determinar que esa voluntad de acercarse se
encontraba viciada pues adviértase que su concurrencia se
produjo a las pocas horas de aquel violento operativo policial
desplegado en el domicilio donde residía con su familia (la
que fue interrogada) y en su lugar de trabajo, lo cual género
en la persona de Gladis un temor cierto a sufrir un mal mayor
si se mantenía oculta de las fuerzas policiales o bien que se
tomen represalias peores contra su familia, todo lo cual
termina por agravar la privación de libertad sufrida por
haberse realizado mediante el empleo de violencia o amenazas”.
Al efecto, el a quo ultimó que la responsabilidad del
acusado en el hecho que se le imputa, resultaba “…
incuestionable pues fue el personal a su mando el que la
materializó en la sede de la Comisaría en la que cumplía
funciones revistando un cargo de jerarquía (Comisario
Principal) que lo ubica como la máxima autoridad. Ello sin
perjuicio de que el accionar desplegado haya respondido a una
orden de captura proveniente del Quinto Cuerpo del Ejército
tal como le fue informado a la víctima en ese mismo momento”,
por lo que “…se ve plasmado el actuar subordinado y bajo
control operacional que las policías llevaron adelante durante
el proceso militar, formando parte de la estructura
represiva”.
Luego de lo relevado anteriormente, en la sentencia se
expidieron concretamente respecto de los agravios defensistas
con relación a que la conducta del encausado Camarelli no
había sido “ilegal”, sino que “…obra ajustada a las normas
vigentes en la época”, destacando que ello “…se [contraponía]
con el propio lineamiento en cuanto a que las únicas tareas
que continuó dirigiendo Camarelli luego de la ‘toma’ de la
Comisaría eran las propias de prevención e investigación de
delitos […y que] detener a una persona sin orden judicial y
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país y se encuentra asentada en su legajo personal en el
acápite ‘otros antecedentes’: ‘24 de marzo 1976. Designase
Jefe de Operaciones Especiales (DOE) en la Subzona N° 5212 con
asiento en Cipolletti y actuará con las facultades propias de
los Jefes Militares, dentro de las leyes y reglamentos
policiales y con jurisdicción operativa dentro del área
asignada’”.
Llegado este punto del análisis, corresponde afirmar
que la sentencia se encuentra debidamente fundada, habiendo
alcanzado el grado de certeza exigido para esta etapa
procesal, a partir de un razonamiento lógico derivado del
estudio de todos los elementos probatorios incorporados a la
causa y producidos durante el debate oral y público.
Con este marco, habrán de desestimarse los planteos
que involucran un disenso en la valoración de la prueba y la
ajenidad del encausado de los hechos que se le imputan
formulados por la defensa en su impugnación, toda vez que
ellos ya fueron debidamente abordados por los judicantes en la
sentencia recurrida.
De otra banda, la defensa insiste en esta instancia,
remitiéndose a lo expuesto por el coimputado Selaya- en el
planteo de que su asistido había obrado en la creencia de que
acataba una orden legal ajustada a las normas de la época.
Así, conforme se expuso al analizar la responsabilidad
de coencausado Selaya a cuyos fundamentos me remito brevitatis
causae, toda vez que no puede soslayarse que las conductas
atribuidas al incusado Camarelli implican los tormentos y la
mantención de las privaciones ilegítimas de la libertad, por
su presunta filiación política o ideológica, en el marco de un
ataque generalizado y sistemático contra la población,
circunstancia que caracteriza a las imputaciones como delitos
de lesa humanidad, por lo que corresponde rechazar el recurso
de la defensa en este punto.
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implicaba que “…no sólo personal sino también los vehículo
oficiales de la dependencia a su cargo para asegurar el
traslado de la víctima hacia la Unidad Penal mencionada”, lo
que fue corroborado por la propia víctima y en “…los datos
consignados en el libro de registro de entrada y salida de
detenidos de la Unidad donde aparece identificada con el
número de orden ‘206’, con sus datos personales, detallándose
como autoridad que dispuso su detención “Policía de Cipolletti
RN”, con fecha de ingreso 15/06/76 a las 12:00 horas y egreso
en mismo día a las 19:30 horas por orden del Comando Sexta
Brigada de Montaña de Neuquén”.
En base a ello, los magistrados tuvieron por
acreditado que el encausado “…tuvo en el tramo inicial iter
criminis, esto es, en el grado de intervención funcional y
personal en el secuestro y traslado de la víctima a la Unidad
Penal N° 9 consideramos que deberá responder como coautor
penalmente responsable de la privación ilegal de la libertad
agravada de Gladis Sepúlveda”.
Además, remarcaron que “…de la comisaría de Cipolletti
la víctima pasó primero por la Unidad N° 9 de Neuquén (tiempo
II) y luego, fue trasladada por la policía de Neuquén al
aeropuerto de la ciudad desde el que se la llevó por orden del
Comando Quinto Cuerpo de Ejército a la Escuelita de Bahía
Blanca (tiempo III)”, por lo que advirtieron “…un corte en el
nexo causal de la privación ilegítima de la libertad de
Sepúlveda en lo que respecta a la intervención de Camarelli,
pues a partir del momento de la efectiva entrega de la víctima
a las autoridades del Servicio Penitenciario Federal y más aún
durante su permanencia en la Unidad Penal N° 9, el poder de
disposición que el acusado poseía sobre el hecho perdió
virtualidad”.
En este sentido, explicaron que “[d]urante la
permanencia de Gladis en la Seccional 24, en ningún momento
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tendrán favorable acogida.
Ello pues, asiste razón al recurrente en cuanto
entendió arbitraria la aseveración del órgano decisor que, por
un lado, sostuvo que el trato que recibió la víctima hasta ser
trasladada a la Unidad Penal Nº 9 de Neuquén “no permite
vislumbrar que se haya materializado elemento alguno del tipo
penal de imposición de tormentos” y que, por otro lado, en lo
que respecta a los hechos acaecidos luego de que la víctima
fuera retirada de la comisaría a cargo del imputado, “el
acusado aparece ya remotamente alejado del dominio del hecho,
pues una vez que aseguró su detención y materializó su
traslado hasta la Unidad Penal neuquina, su aporte en el hecho
cesó”.
Ahora bien; tal como se expuso al analizar la
responsabilidad penal del coimputado Sierra –entre otros-,
circunstancias como el secuestro, traslado y alojamiento de
personas por las fuerzas estatales y su incertidumbre sobre su
destino final, en un contexto en el cual era conocido que
compañeros y familiares habían sido secuestrados,
desaparecidos y asesinados, resultan suficientes para tener
por configurado el delito de imposición de tormentos.
Sobre el particular, no puede perderse de vista –tal
como destacó el acusador público, que “…en la comisaría a
cargo de Camarelli, Sepúlveda tomó conocimiento de que su
captura respondía a una orden del Comando Vto. Cuerpo, de modo
que era consciente de la gravedad de la detención y de podría
ser trasladada a esa ciudad”. Este riesgo inminente padecido
por la víctima, permite per se, tener por configurado el
delito de “torturas psicológicas” (Corte IDH, caso “Maritza
Urrutia vs. Guatemala”, Fondo, Reparaciones y Costas,
Sentencia de 27/11/03, Serie C N° 103, párrs. 92 y 93, entre
otros).
A mayor abundamiento, fueron numerosos los testigos
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Por todo ello, puede colegirse que la sentencia en
crisis ha partido en este punto de un análisis parcial del
acervo probatorio producido durante el debate y de la
atribución de responsabilidad de Camarelli en los hechos
cometidos en perjuicio de esta víctima, lo que evidencia
entonces un palmario apartamiento de las reglas de la sana
crítica racional e impone la descalificación del
pronunciamiento como acto jurisdiccional válido, conforme la
doctrina del tribunal cimero en materia de arbitrariedad
(Fallos: 311:1438; 312:1150, entre otros).
En estas condiciones, se impone la anulación parcial
del pronunciamiento definitivo en este extremo por resultar
contrario a derecho y, en las particulares circunstancias de
la especie, el dictado de una sentencia condenatoria en esta
instancia -sin reenvío- con relación a la imposición de
tormentos agravados por ser perseguida política en perjuicio
de Gladis Beatriz Sepúlveda, tal como reclama el acusador
público.
Ad finem, en virtud de lo hasta aquí propuesto
corresponde remitir las actuaciones a su origen a fin de que,
por quien corresponda y previa audiencia de visu y con todas
las partes, dicte una nueva pena (arts. 470, 471, 530 y 531
del CPPN).
-VII-
39º) Sentado cuanto precede, corresponde abordar la
dosimetría punitiva impuesta a los encartados, como así
también las críticas efectuadas en este extremo por las
defensas y el acusador público.
a) En primer lugar, en tanto se ha propuesto al acuer-
do anular parcialmente la sentencia y condenar en esta instan-
cia a Héctor Luis Selaya, Oscar Lorenzo Reinhold y Antonio Al-
berto Camarelli como coautores del delito de imposición de
tormentos agravado (reiterado) que concurren realmente con los
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En particular ponderó la naturaleza y gravedad de las
acciones cometidas y de los medios empleados para ejecutarlas;
y la extensión del daño causado tanto a las víctimas y sus
familiares -producto de la violencia ejercida y la
incertidumbre y temor por el destino de sus seres queridos-,
como así también “hacia toda la comunidad”, con efectos que se
extienden hasta la actualidad.
En este sentido, detalló: “…estamos en presencia del
juzgamiento de crímenes contra la humanidad (cometidos en el
marco de un genocidio, según la interpretación de la mayoría
de este Tribunal). Es decir, nos enfrentamos a graves
violaciones a los Derechos Humanos cometidas contra un sector
de la población civil desde las estructuras del Estado. Se
trata de los más graves delitos que se pueden juzgar. Es así
que habiendo probado en autos la materialidad de tales hechos
e individualizado a sus responsables, la imposición de penas
deviene no sólo obligatoria sino también necesaria, con el
objetivo de reafirmar los valores esenciales de la vida en
sociedad y los principios democráticos que fueron arrasados
con la ejecución del plan criminal. El castigo implica también
una reparación del daño generado a las víctimas y a toda la
sociedad afectada por esta clase de delitos; la construcción
de memoria colectiva y una advertencia de no impunidad
tendiente a evitar la repetición de crímenes de este tipo.”
Además, remarcó que “…en principio podrían ser
aplicables las penas más graves previstas en el ordenamiento
jurídico” y que “…respecto de quienes se comprobó la
participación en homicidios triplemente agravados ejecutados
todos por funcionarios públicos, a los que se sumó siempre el
concurso de otros delitos (privación ilegal de la libertad
agravada y tormentos agravados), sin lugar a dudas la pena
aplicable será la prisión perpetua porque así lo establece el
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cual “la declaración de inconstitucionalidad de una
disposición legal es un acto de suma gravedad institucional,
pues las leyes dictadas de acuerdo a los mecanismos previstos
en la Carta Fundamental gozan de una presunción de legitimidad
que opera plenamente, y obliga a ejercer dicha atribución con
la sobriedad y prudencia, únicamente cuando la repugnancia de
la norma con la cláusula constitucional sea manifiesta, clara
e indudable” (Fallos: 314:424; 319:178; 266:688; 248:73;
300:241), y de “incompatibilidad inconciliable” (Fallos:
322:842; y 322:919); y cuando no exista la posibilidad de
otorgarle una interpretación que se compadezca con los
principios y garantías de la Constitución Nacional (Fallos:
310:500, 310:1799, 315:1958, entre otros). Razones que
conllevan a considerarla como ultima ratio del orden jurídico
(Fallos: 312:122; 312:1437; 314:407; y 316:2624), es decir,
procedente “cuando no existe otro modo de salvaguardar algún
derecho o garantía amparado por la Constitución” (Fallos:
316:2624).
En particular, con relación a la pena aludida, se ha
dicho que: “no es inconstitucional en sí, dado que no es
perpetua en sentido estricto, sino relativamente
indeterminada, pero determinable” en el marco del régimen de
progresividad en la ejecución de la pena; y “[t]ampoco es
inconstitucional como pena fija, siempre que en el caso
concreto no viole la regla de irracionalidad mínima, pues
guarda cierta relación de proporcionalidad con la magnitud del
injusto y de la culpabilidad” (Zaffaroni, E. Raúl, et al.,
“Derecho Penal. Parte General”, 2° edición, Buenos Aires,
Ediar, 2002, p. 946; en igual sentido esta Sala in re:
“Riveros, Santiago Omar s/recurso de casación”, causa N°
11.515, supra cit., entre tantos otros).
A este respecto, también desestimar aquellas críticas
relativas a la inconstitucionalidad de la pena perpetua en
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participación y culpabilidad del acusado. En efecto, existe un
marco normativo internacional que establece que los delitos
que tipifican hechos constitutivos de graves violaciones a los
derechos humanos deben contemplar penas adecuadas en relación
con la gravedad de los mismos” (Corte IDH; Caso “Manuel Cepeda
Vargas Vs. Colombia”; Excepciones Preliminares, Fondo,
Reparaciones y Costas. Sentencia de 26 de Mayo de 2010; Serie
C No. 213; parág. 150).
En esa dirección, dentro del ámbito de las Naciones
Unidas, la Convención contra la Tortura y Otros Tratos o Penas
Crueles, Inhumanos o Degradantes, en su Preámbulo se menciona
de manera expresa "…la obligación que incumbe a los estados en
virtud de la Carta [de las Naciones Unidas], en particular del
artículo 55, de promover el respeto universal y la observancia
de los derechos humanos y libertades fundamentales, y en su
articulado impone a los estados el deber de perseguir esa
clase de delitos e imponer penas adecuadas”.
Bajo esa misma hermenéutica, aunque referido a un
concreto grupo de conductas criminales, el Comité contra la
Tortura se ha expedido en contra de las medidas de impunidad
en la Argentina (Comunicaciones 1/1988; 2/1988; 3/1988), y en
sus precedentes ha recordado su jurisprudencia según la cual
los Estados Partes tienen la obligación de sancionar a las
personas consideradas responsables de la comisión de actos de
tortura, y que la imposición de penas menos severas y la
concesión del indulto son incompatibles con la obligación de
imponer penas adecuadas ("Sr. Kepa Urra Guridi v. Spain",
Comunicación N° 212/2002, U.N. Doc. CAT/C/34/D/212/2002
[2005]).
A su vez, cabe adunar que frente a la naturaleza de
algunas de las hipótesis juzgadas en el sub lite, en tanto las
víctimas resultaron mujeres, no puede dejar de memorarse lo
señalado en numerosas oportunidades, en cuanto a que: “se
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otros s/recurso de casación”
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40º) Que, de otra banda, corresponde precisar que
tampoco tendrán favorable acogida los planteos defensistas con
relación a la inconstitucionalidad de los arts. 12 y 19.4 del
CP, toda vez que se advierte que -con ajuste a las
particularidades de la especie- no logran demostrar los
impugnantes el agravio actual y concreto que determine la
existencia de las especiales circunstancias que tornan
aplicable la legislación excepcional en análisis, elemento que
resulta ser requisito inexcusable para aplicar un acto de tal
gravedad institucional como es la declaración de
inconstitucionalidad de una norma (Fallos: 302:1149; 303:1708,
entre muchos otros).
En consecuencia, se impone reenviar a las
consideraciones expuestas al sufragar in re “Obregón, Juan
Carlos y otros s/ recurso de casación”, causa Nº 14900, rta.
el 19/2/2016, reg. Nº 81/16; Nº 73000764/2008/TO1/2/CFC4 y
también “Guzmán, Mari Isabel y otros s/ recurso de casación”,
causa FCB 23025/2015/TO1/CFC1, rta. el 15/08/2018, reg. Nº
1165/18, en función del precedente del cimero tribunal in re
“González Castillo, Cristian Maximiliano y otro s/robo con
arma de fuego”, causa CSJ 3341/2015/RH1, rta. 11/5/2017; FRO
85000124/2010/11/CFC6, caratulada: “Nast, Lucio César y otros
s/ recurso de casación”, rta. el 27/12/2018, reg. N° 2443/18;
como así también lo resuelto por el cimero tribunal in re
“Menéndez” (Fallos: 344:391), de acuerdo a lo sufragado in re
(“Albornoz, Roberto Heriberto y otros s/recurso de casación”,
Sala III, causa FTU 81810029/2009/TO1/3/1/1/CFC4, rta. el
13/9/21, reg. Nº 1613/21).
41º) Que, de otro lado, con relación a las críticas de
las defensas tendientes a impugnar los puntos dispositivos 52º
y 53º de la sentencia en derredor a “ordenar la baja” en ser-
vicio, cabe destacar que, más allá de los términos en que fue
redactado tal extremo en el pronunciamiento en crisis, esa
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suscitan en las causas deben resolverse teniendo en cuenta las
circunstancias presentes al momento de la deliberación y no
las que imperaban al tiempo de su interposición (cfr. Corte
Suprema de Justicia de la Nación, Fallos 285:353; 310:819;
315:584, entre otros), más aún frente al dinamismo propio que
involucra la materia en trato, resulta insustancial el planteo
en esta oportunidad.
-VIII-
43º) Que, ad finem, corresponde adelantar que serán de
recibo los cuestionamientos formulados por el representante
del Ministerio Público Fiscal contra la absolución de Alberto
Magno Nieva.
En efecto, el a quo absolvió por el principio de la
duda a Alberto Magno Nieva por los hechos por los que había
sido acusado, al sostener que por el rango en la jerarquía
militar que ostentaba “no poseía capacidad de mando y
decisión” y que, los testimonios producidos no permitían
acreditar su pertenencia a la “Agrupación Tropa” ni certeza
sobre el origen de su herida en la pierna.
Frente a ello, el impugnante señaló que la decisión se
aparta de las constancias probatorias de la causa al omitir
valorar elementos conducentes y dirimentes que sustentaban la
imputación de Nieva en el sub lite.
Así, el acusador público se ocupó de refutar los
argumentos expuestos por el tribunal y resaltó que la
contradicción señalada por el a quo entre el legajo del
encausado y el testimonio de Norberto Carlos Cevedio “…recae
sobre un punto ajeno a lo que resulta pertinente a la
acusación. Esto es así porque la imputación se fundaba -entre
otros elementos probatorios– en la afirmación de Cevedio, en
el sentido de que Nieva le aseveró que había participado en
los hechos en perjuicio de Luis Alberto Sotuyo, con la
expresión ‘a ese lo boleteé yo’” y que “…no hay elemento que
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conducen de manera autónoma a dos planos fácticos conectados.
En efecto, por un lado, el testimonio de CEVEDIO por sí mismo
lo expone a NIEVA asumiendo como propia la actividad criminal
de asesinar una persona, y por el otro, un conjunto de
testimonios y documentos coinciden en demostrar que NIEVA
formaba parte del grupo operativo que realizaba ese tipo de
procedimientos criminales”.
De otra banda, se agravió en orden a que “…la
sentencia emitió una conclusión sobre la falta de
participación de NIEVA en el hecho de SOTUYO, sin haber
ingresado a analizar, en lo más mínimo, su pertenencia al
grupo operativo que realizaba los procedimientos de secuestro
y ultimación”, y refirió que los judicantes habían realizado
una valoración segmentada sobre los elementos probatorios
esenciales.
En este sentido, luego de repasar los diferentes
argumentos utilizados por el tribunal de juicio, el fiscal
actuante destacó que “…el conocimiento sobre el destino final
de la víctima Luis Alberto Sotuyo que el imputado Alberto
Magno Nieva expuso al testigo Norberto Carlos Cevedio, guarda
plena consonancia con la pertenencia a la Agrupación Tropas
señalada por el testigo José Luis Capozio y con la regularidad
con que los cuadros de la Compañía Comando y Servicios fueron
incorporados a ese grupo operativo, que –conforme lo consideró
acreditado la misma sentencia– ejecutó los procedimientos en
perjuicio de las tres víctimas por las cuales se encuentra
imputado el encausado” y solicitó que se deje sin efecto la
absolución del incusado.
Sentado cuanto precede, se evidencia que,
efectivamente, los extremos señalados por el recurrente al
sostener las acusaciones antedichas durante el debate y
también en esta instancia, no fueron debidamente sopesados en
la sentencia, advirtiéndose de la lectura del mencionado
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corresponda y previa sustanciación, se dicte un nuevo
pronunciamiento de acuerdo a lo aquí establecido.
-IX-
44º) Que, finalmente, frente al avanzado estadío pro-
cesal de la litis, teniendo en cuenta también que se trata del
tercer tramo de la mega causa rotulada “V Cuerpo de Ejército”,
no puede soslayarse el voluminoso y complejo acervo probatorio
que conforma este proceso y el valor significativo que invis-
ten no solo las piezas originales que a la fecha se encuentran
reservadas en la dependencia del tribunal oral, sino también
los registros fílmicos y, en particular, los testimonios de
los sobrevivientes brindados durante las extensas audiencias
desarrolladas en los juicios.
A cuenta de ello, fue el propio representante del
Ministerio Público Fiscal quien en esta instancia advirtió
sobre la complejidad que plantea la ausencia o destrucción del
material probatorio (Vid. dictamen presentado en la
oportunidad prevista en el art. 466 del CPPN, p. 32).
De tal suerte, se impone memorar aquí las directrices
delineadas en las Reglas Prácticas dictadas por esta Cámara en
las Acordadas Nº 1/12 y Nº 2/22, que específicamente, en su
Regla Cuarta, encomienda la “conservación de la prueba”.
Es que, el resguardo de aquel material, en definitiva,
emana de la ineludible obligación internacional asumida por el
estado argentino de garantizar el derecho a la verdad de las
víctimas de graves violaciones a los derechos humanos, sus
familiares y la sociedad en su conjunto.
Así, cabe remarcar que la Corte IDH ha sostenido que
“el conocimiento de la verdad de lo ocurrido en violaciones de
derechos humanos […], es un derecho inalienable y un medio
importante de reparación para la víctima y en su caso, para
sus familiares y es una forma de esclarecimiento fundamental
para que la sociedad pueda desarrollar mecanismos propios de
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establece que los Estados tienen la responsabilidad de
preservar y transmitir la memoria relativa a las violaciones
de los derechos humanos” y que esa responsabilidad “…se deriva
del deber de los Estados de garantizar el derecho inalienable
de todas las personas a conocer la verdad sobre tales
violaciones y el deber de preservar los archivos y otras
pruebas relativas a esas violaciones, con miras a preservar
del olvido la memoria colectiva” (Informe del 10/07/2023,
titulado “Estándares jurídicos internacionales que sustentan
los pilares de la justicia transicional”, A/HRC/54/24, párr.
57).
En estas condiciones y en cumplimiento de las
mencionadas “Reglas Prácticas”, se impone exhortar al tribunal
oral a que arbitre los medios necesarios con el objeto de
preservar las pruebas producidas e incorporadas a esta causa,
no solo a través de su digitalización y resguardo, sino
también procurando el acceso eficaz y eficiente al material
para su reutilización y su difusión. A tal fin, deberá
establecer criterios protocolizados respecto del inventario de
estos elementos, de su custodia, guarda y publicidad, aún
luego de culminados estos procesos, optimizando los recursos
tecnológicos disponibles y articulando con las autoridades y
entidades pertinentes.
-X-
45º) Que, en virtud de lo hasta aquí desarrollado,
propongo al acuerdo, 1º) RECHAZAR los recursos de casación
interpuestos por las defensas oficiales de Víctor Raúl
Aguirre, Antonio Alberto Camarelli, Norberto Eduardo Condal,
Enrique José Del Pino, Carlos Alberto Ferreyra, Guillermo
Julio González Chipont, Jorge Horacio Granada, Arsenio
Lavayén, Osvaldo Bernardino Páez, Oscar Lorenzo Reinhold,
Héctor Luis Selaya, Osvaldo Lucio Sierra y Carlos Alberto
Taffarel, sin costas, y las defensas particulares de Miguel
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demás delitos por los que fue condenado (arts. 45, 55 y 144
ter del CP); ANULAR parcialmente el punto dispositivo 26º en
cuanto condena a Carlos Alberto Ferreyra sólo por la privación
ilegal de la libertad agravada con relación a Eduardo Gustavo
Roth, Carlos Carrizo y Renato Salvador Zoccali y condenarlo
también por resultar coautor penalmente responsable del delito
de imposición de tormentos agravado, reiterado en tres
oportunidades en perjuicio de esas víctimas, que deberán
concurrir realmente con los demás delitos por los que fue
condenado (arts. 45, 55 y 144 ter del CP); ANULAR parcialmente
el punto dispositivo 29º en cuanto condena a Alejando LAWLESS
sólo por la privación ilegal de la libertad agravada con
relación a Jorge Hugo Griskan, Raúl Griskan, Liliana Beatriz
Griskan, Pablo Victorio Bohoslavsky, Julio Alberto Ruíz, Rubén
Alberto Ruíz, Eduardo Gustavo Roth y Carlos Carrizo y
condenarlo también por resultar coautor penalmente responsable
del delito de imposición de tormentos agravado reiterado en
ocho oportunidades, en perjuicio de estas víctimas, que
deberán concurrir de forma real con los demás delitos por los
que fue condenado (arts. 45, 55 y 144 ter del CP); ANULAR
parcialmente el punto dispositivo 35º de la sentencia
recurrida, en cuanto condena a Héctor Luis Selaya sólo por la
privación ilegal de la libertad agravada con relación a Gladis
Sepúlveda y Elida Noemí Sifuentes, y condenarlo también por
resultar coautor penalmente responsable del delito de
imposición de tormentos agravado, reiterado en dos
oportunidades en perjuicio de estas víctimas que deberá
concurrir de forma real con los demás delitos por los que fue
condenado (arts. 45, 55 y 144 ter del CP); ANULAR parcialmente
el punto dispositivo 42º de la sentencia recurrida, en cuanto
condena a Antonio Alberto Camarelli sólo por la privación
ilegal de la libertad agravada con relación a Gladis
Sepúlveda, y condenarlo también por resultar coautor
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respecta a los remedios procesales deducidos por las
asistencias técnicas de los acusados.
A) En primer lugar, con relación a los
cuestionamientos relativos a la categorización de los hechos
juzgados como crímenes de lesa humanidad, al rechazo de los
planteos de extinción de la acción penal por prescripción,
violación al principio de legalidad, inconstitucionalidad de
la ley N° 25779 e infracción a la garantía de plazo razonable;
por compartir los fundamentos de mi colega preopinante, habré
de remitirme sin más a lo expresado al votar en las causas CFP
14217/2003/TO1/CFC140, “Acosta, Jorge Eduardo y otros /
recurso de casación”, rta. el 15/5/23, reg. N° 457/23; N°
12314, “Brusa, Víctor Hermes y otros s/ recurso de casación”,
rta. 18/05/2012, reg. N° 19959; FRO 88000021/2010/TO1/CFC1,
“Sambuelli, Danilo Alberto y otros s/recurso de casación”,
rta. 06/04/17, Reg. nº 511/17 todas del registro de esta Sala
II, como así también, en la causa FMP 13000001/2007/TO1/CFC71,
“Isasmendi Sola, Eduardo Carlos y otros s/ recurso de
casación”, rta. el 26/8/22, reg. N° 1116/22.4 de la Sala IV de
este cuerpo.
En particular, en cuanto a las críticas de la defensa
vinculadas a que, en el pronunciamiento a estudio, por
mayoría, el tribunal declaró que los hechos bajo estudio
“fueron perpetrados en el marco del genocidio sufrido en
nuestro país durante la última dictadura cívico-militar”; solo
habré de señalar que el planteo resulta insustancial por
cuanto no se ha demostrado el perjuicio concreto que provoca
aquella mención.
En efecto, más allá de esa declaración, los hechos
fueron subsumidos en tipos penales previstos en el sistema
legal, enmarcados a la vez como crímenes de lesa humanidad y,
por tanto, imprescriptibles, de acuerdo a lo ya analizado. En
ese orden, no se advierte cuál sería la solución distinta a la
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impugnado, ni los recurrentes han acompañado elemento alguno
que demuestre que los jueces hayan anticipado juicio respecto
a la responsabilidad de los imputados por los hechos
investigados en esta causa, lo que impide acceder a sus
pretensiones.
C) En la misma línea argumental, no pueden ser de
recibo las objeciones de las defensas vinculadas a la alegada
infracción al principio constitucional que proscribe la doble
persecución penal (ne bis in idem) con relación a Osvaldo
Bernardino Páez y Oscar Lorenzo Reinhold; pues ante las
particulares y excepcionales circunstancias del caso, resulta
de aplicación, entre otros, lo resuelto por el alto tribunal
en “Mazzeo” –Fallos: 328:2056- y “Menéndez” –Fallos: 278:85-;
como así también numerosa jurisprudencia de los tribunales
internacionales de derechos humanos citados por el magistrado
que inaugura el acuerdo.
D) Por otro lado, coincido con el juez Slokar en que
las críticas de la defensa en torno a la valoración del acervo
convictivo incriminatorio que permitió a los judicantes tener
por acreditados los hechos juzgados y la intervención en ellos
de los acusadores no superan más que un mero disenso con lo
decidido en el instrumento sentencial, sin lograr fundar la
arbitrariedad alegada.
Tal como ha sido reseñado por mi colega, se debe
destacar que los magistrados han evaluado un vasto y complejo
plexo probatorio constituido, entre otros elementos, por
numerosos testimonios brindados durante el transcurso del
extenso debate oral y público, prueba documental e informativa
introducida al proceso y otras declaraciones producidas con
anterioridad e incorporadas por lectura, cuyo valor convictivo
-por su naturaleza- debe analizarse de forma conglobada con el
resto del cuadro incriminatorio.
Entre otros cuestionamientos, las defensas han
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tribunal de juicio en la estructura lógica del fallo
examinado.
E) Por otro lado, en torno a los agravios traídos por
las defensas contra los montos punitivos establecidos por el
tribunal, habré de adherir a las consideraciones vertidas en
el sufragio que antecede; por cuanto se advierte que el
tribunal oral –con relación a todos los imputados- fundó
adecuadamente las sanciones impuestas, según los principios
constitucionales que rigen en la materia y lo establecido en
los arts. 40 y 41 del CP y arts. 123 y 404 inc. 2 del CPPN,
conforme a los lineamientos que he sentado al votar en las
causas n 4833, “Luján, Marco Antonio s/rec. de casación”, reg.
n 229/04, de fecha 3 de mayo de 2004; n 4906, “Cristaldo,
Marcos Matías s/rec. de casación”, reg. n 445/04, del 25 de
agosto de 2004; n 5075, “González Robles, Rogelio Vicente y
otros s/rec. de casación”, reg. n 831/04, de fecha 20 de
diciembre de 2004; n 7342, “Oviedo, Jorge Darío s/rec. de
casación”, reg. n 83/07, del 12 de febrero de 2007; todas de
la Sala III, entre muchas otras -a cuyas consideraciones me
remito en honor a la brevedad-.
En efecto, conforme surge del voto del colega
preopinante, se han meritado la naturaleza y gravedad de los
hechos, en particular en el contexto del ataque generalizado y
sistemático contra seres humanos que los caracterizó; el modo
de intervención de cada uno de los acusados, la situación de
vulnerabilidad en la cual se encontraban las víctimas y los
daños que les originaron.
F) Por último, me interesa puntualizar, en lo que
respecta a la inconstitucionalidad postulada por la defensa en
torno a los arts. 12 y 19, inciso 4° del CP, también en este
punto habré de adherir a la solución propuesta por el juez que
inaugura el acuerdo, en virtud de lo expuesto, mutatis
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la imputación resulta defectuosa toda vez que el Fiscal –en un
análisis disociado– no logró explicar de qué manera las
exigencias típicas se condicen con los hechos investigados que
había descripto anteriormente” y que “…ni las constancias
probatorias incorporadas al presente proceso, ni su valoración
conjunta permiten tener acreditado, con la certeza positiva
requerida en esta instancia de juicio, la configuración del
delito de asociación ilícita”.
De tal suerte, y en orden a los extremos mencionados,
cabe advertir que no se encuentran reunidos en el sub examen
los elementos del tipo penal por el cual el fiscal solicita
que sea condenado el imputado Páez y, en consecuencia, el
remedio casatorio no logra demostrar la arbitrariedad alegada,
sino, más bien, sólo evidencia un mero disenso con la
valoración probatoria efectuada por el tribunal de juicio
(cfr. mi voto en Sala II causa Nº FBB
93001067/2011/TO1/4/CFC4, caratulada: “Stricker, Carlos Andrés
y otros s/ recurso de casación”, reg. Nº 279/17, rta.
23/3/2017).
Sobre el particular, interesa recordar que la doctrina
de la arbitrariedad no tiene por objeto corregir sentencias
equivocadas o que la parte recurrente estime tales según su
criterio divergente, sino que atiende sólo a supuestos en los
que se verifica un apartamiento palmario de la solución
prevista por la ley o una absoluta carencia de fundamentación
(Fallos: 293:344; 274:462; 308:914; 313:62; 315:575), lo que
no se advierte en el caso.
En definitiva, corresponde rechazar el recurso de
casación incoado por el Ministerio Público Fiscal en este
punto.
B) De igual modo, en cuanto a los agravios de la parte
acusadora vinculados a Reinhold, cabe precisar que tampoco en
esta hipótesis el recurrente logra demostrar la arbitrariedad
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alegada.
En primer lugar, en cuanto a la falta de condena del
imputado por los homicidios de Graciela Alicia Romero y Raúl
Metz, el tribunal de juicio realizó un profuso análisis de la
actuación del encausado en los hechos y recordó que “…el
secuestro de Graciela Alicia Romero y Raúl Metz fue realizado
en Cutral-co, lugar desde donde fueron trasladados a ‘La
Escuelita’ de Neuquén bajo control de la Subzona 52. En ese
lugar se comprobó que fueron torturados, y aproximadamente
luego de quince días trasladados a Bahía Blanca”.
En cuanto al grado de participación de Reinhold, los
magistrados concluyeron que “…las funciones de inteligencia
que de acuerdo al cargo (G2 de la Subzona 52) ejerció el
encausado, permiten atribuirle responsabilidad penal en los
secuestros y torturas de estas cuatro víctimas por lo menos en
esta primera etapa de los hechos, es decir, desde su
secuestro, pasando por el cautiverio en el centro de detención
clandestino de esa Subzona. A este podríamos llamar tiempo I
de los hechos de los que fueron víctimas. El tiempo II estaría
marcado por su traslado y cautiverio en ‘La Escuelita’ de
Bahía Blanca” por lo que consideraron que debía responder el
encausado “…en calidad de coautor (art. 45 CP) por haber
tenido el dominio de los hechos durante los secuestros y la
aplicación de los tormentos de los que fueron víctimas Gladis
Sepúlveda, Élida Noemí Sifuentes, Raúl Eugenio Metz y Graciela
Alicia Romero (tiempo I)”.
De lo expuesto precedentemente se puede colegir que el
tribunal fundó adecuadamente su decisión respecto de porque
debían responder por los secuestros y torturas impuestos a las
víctimas Romero y Metz, toda vez que consideraron que la
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actuación del encausado podía circunscribirse únicamente al
denominado “tiempo I”, habiendo sucedido los homicidios de
ambas víctimas por fuera de su dominio en el “tiempo II”.
Por otro lado, en base a la desincriminación del
imputado por “…la sustracción del hijo de Graciela Alicia
Romero, que se ha constatado nació alrededor de abril de 1977
(recordemos a esos fines que fue trasladada a Bahía Blanca en
diciembre de 1976) y de los hechos de los que fue víctima Raúl
Ferreri, es justamente que al estar recluidos en el centro
clandestino de detención correspondiente a la Subzona 51
(Vilas) el acusado había perdido cualquier poder de
disposición o capacidad de incidencia sobre los hechos de los
que se los acusa”.
En este sentido, destacaron que el cambio de Subzona
de la 52 a la 51 implicaba “…el deslinde de responsabilidad
del acusado por lo que sucedió con posterioridad a su
intervención, es decir, en lo que se ha denominado más arriba
tiempo II”, tal y como fue expuesto con anterioridad.
Particularmente, en el caso de Ferrari puntualizaron
que la “ruptura de la responsabilidad se constata a partir de
la ausencia de elementos para demostrar quienes intervinieron
en su secuestro, cómo fue trasladado y que circunstancias
acaecieron previo a que sea trasladado a ‘La Escuelita’ de
Bahía Blanca” y que además a ello se sumaban “…dos
consideraciones, la primera, que se incorporó un memorándum
que materializa que las actividades de inteligencia sobre su
búsqueda estaban siendo realizadas por el Destacamento de
Inteligencia 181 y por el Departamento II de Inteligencia
(Subzona 51) del Comando del Quinto Cuerpo, a quienes se les
ha atribuido responsabilidad por este caso, y en segundo
lugar, que fue visto por varios testigos durante su cautiverio
en ‘La Escuelita’ de Bahía Blanca, donde este Tribunal
interpreta se decidió su desaparición forzada”.
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permaneció cautiva luego de ser trasladada fuera de la
dependencia policial que Camarelli dirigía.
Puede colegirse entonces, que en esta hipótesis la
sentencia también se encuentra debidamente fundada.
En síntesis, entiendo, tal como se anticipó en los
aspectos analizados en este punto, no contiene defectos de
logicidad, ni transgresiones a las reglas de la sana crítica
racional que, eventualmente, pudieran conducir a la
descalificación de lo decidido como acto jurisdiccional
válido; de modo que la resolución de estas aristas, han sido
sustentados razonablemente y los agravios de los querellantes
en tal sentido, sólo evidencian una opinión diversa sobre la
cuestión debatida y resuelta (CSJN Fallos: 302:284; 304:415;
entre otros).
D) A su vez, y en similares términos, corresponde
también desestimar el recurso fiscal respecto de la absolución
de Alberto Magno Nieva, en tanto la decisión se encuentra
debidamente fundada y la parte no logra demostrar la
arbitrariedad denunciada.
Así, al momento de descartar la responsabilidad penal
del encausado se consignó en el instrumento sentencial que “…
la imprecisión de los elementos de prueba analizados en torno
a sindicar concretamente al acusado y a las funciones que
realizaba impiden a nuestro entender afirmar con el grado de
certeza que requiere esta etapa procesal que pertenecía a la
Agrupación Tropas” y que “…no se ha comprobado su
participación en los hechos concretos que se le achacan ni
siquiera existen elementos de prueba que permitan
racionalmente hacernos concluir que Nieva cumplía un rol
funcional vinculado con la metodología represiva que se montó
desde el Quinto Cuerpo de Ejército. Tampoco es un caso que
pudiera justificarse desde la autoría mediata, en tanto el
acusado revestía el cargo de Sargento al momento de los
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firmemente seguro, tiene la plena certeza: ¿de qué? De que le
faltan pruebas para condenar” (Sentis Melendo, In dubio Pro
Reo, Pag. 158, Ediciones Jurídicas Europa – América, 1971).
En conclusión, el tribunal ponderó adecuadamente los
elementos de prueba y la actuación del imputado para arribar a
su absolución, por lo que corresponde rechazar en este punto
el recurso fiscal.
E) En otro orden, resta analizar la pretensión del
Ministerio Público Fiscal de que Osvaldo Lucio Sierra,
Alejandro Lawless, Carlos Alberto Ferreyra y Héctor Luis
Selaya sean condenados también como coautores del delito de
imposición de tormentos agravados respecto de Jorge Hugo
Griskan, Raúl Griskan y Liliana Beatriz Griskan (el encausado
Sierra); Eduardo Gustavo Roth, Carlos Carrizo y Renato
Salvador Zoccali (Ferreyra); Jorge Hugo Griskan, Raúl Griskan,
Liliana Beatriz Griskan, Pablo Victorio Bohoslavsky, Julio
Alberto Ruíz, Rubén Alberto Ruíz, Eduardo Gustavo Roth y
Carlos Carrizo (Lawless) y Gladis Sepúlveda y Elida Noemí
Sifuentes (Selaya).
En todas estas hipótesis, el acusador público pretende
que las conductas que el tribunal oral subsumió únicamente
bajo la figura de privación ilegal de la libertad, sean
categorizadas también como imposición de tormentos agravados
en tanto adujo que se encontraban configurados los elementos
típicos de aquella figura legal.
En este marco situacional, sin perder de vista las
circunstancias fácticas apuntadas en la impugnación vinculadas
a las aplicaciones físicas y psíquicas sufridas por las
víctimas en todos los establecimientos en los permanecieron
alojadas, lo cierto es que, del modo en que han sido
introducidos los cuestionamientos en el remedio incoado, no
aporta la parte recurrente elementos suficientes que permitan
sostener, con el grado de certeza exigido para esta etapa
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de casación deducidos por las defensas de los encausados, en
las particulares circunstancias del caso, adhiero, en lo
sustancial, a las consideraciones vertidas por mis colegas, en
cuanto rechazan los remedios procesales en estudio.
Ello, con excepción de aquellos agravios vinculados a
la categorización de los delitos juzgados bajo la figura de
genocidio y a la aplicación del art. 19.4 del CP.
a) Así, en torno a la decisión del tribunal a quo que,
por mayoría, declaró que los ilícitos endilgados “…fueron per-
petrados en el marco del genocidio sufrido en nuestro país du-
rante la última dictadura cívico-militar…”, he de disentir con
lo propuesto en el voto que lidera el acuerdo en torno a la
operatividad de tal calificación respecto de los hechos com-
probados.
Más allá de las relativas consecuencias operativas en
punto a la condena impuesta, el uso de títulos de imputación
que resultan ajenos a la hermenéutica normativa de los sucesos
crea confusión y, por lo tanto, la intervención de este órgano
revisor no puede dejar de lado el análisis crítico de esa
decisión. En consecuencia, sellada que se encuentra la suerte
de este planteo y en razón de brevedad, entiendo aplicables
las consideraciones vertidas al entender en la causa FLP
17/2012/TO1/29/CFC12, “Vañek, Antonio y otros s/ recurso de
casación” (rta. el 11/6/22, reg. N° 880/22).
De este modo, corresponde hacer lugar al recurso de la
defensa y desestimarse tal título imputativo; subsistiendo,
claro está, la adecuada subsunción bajo la denominación
convencional de crímenes de lesa humanidad, encuadre que ha
sido debidamente fundado en la sentencia a la luz de la
doctrina del más alto tribunal en la materia (Fallos: 327:3312
y 318:2148).
b) Por otro lado, también dejo asentada mi posición
divergente en lo atinente a los cuestionamientos vinculados a
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quita injustificadamente el derecho reconocido legalmente en
cabeza del titular.
Es en función de ello que, en la medida que la
jubilación, pensión o retiro no tienen en este caso naturaleza
graciable, sino que es consecuencia de lo trabajado
previamente por los nombrados, sin relación concreta con los
delitos, procede atender a los argumentos de los impugnantes
en este punto y disponer que no resulta aplicable a los casos
el art. 19 inc. 4 del CP.
Esta interpretación por lo demás, respeta, a mi
entender, los criterios sentados por la Corte Suprema en el
fallo “Menéndez” (causa FTU 81810029/2009/TO1/3/1/1/RH1, rta.
el 23/03/2021), oportunidad en que el máximo tribunal -con
remisión al dictamen fiscal- se expidió en favor de la
constitucionalidad de la norma (cfr. mutatis mutandis, mi voto
en las causas FSM 27004012/2003/TO14/CFC199, caratulada: “Apa,
Jorge Norberto y otro s/ recurso de casación”, rta. el
08/08/2023, reg. N° 860/23 y FRO 82000149/10/CFC15,
caratulada: “Saint Amant, Manuel Fernando y otros s/ recurso
de casación”, rta. 09/09/2019, reg. N° 1689/19).
Por lo demás, se advierte que si bien las defensas de
los imputados Alejandro Lawless, Jorge Horacio Rojas, Miguel
Ángel Chiesa, Miguel Ángel Nilos, Raúl Artemio Domínguez y
Arsenio Lavayén no formularon objeciones en torno al artículo
mencionado, lo cierto es que la no aplicabilidad de este
precepto legal no se basa en motivos exclusivamente
personales, sino en función del tipo de cumplimiento de pena,
y, en consecuencia, corresponde hacer extensiva la decisión a
los nombrados (art. 441 CPPN).
2º) Por otro lado, con relación al recurso de casación
interpuesto por el representante del Ministerio Público Fiscal
adelanto que habré de adherir a la solución -de rechazo-
propuesta por la jueza Angela Ledesma.
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b) En otro orden, con relación a la pretensión del
acusador público de condenar a Oscar Lorenzo Reinhold por los
homicidios de Raúl Eugenio Metz y Graciela Alicia Romero y la
sustracción del hijo de la pareja nacido en cautiverio; el
pronunciamiento en crisis se encuentra debidamente fundado y
el impugnante no ha aportado elemento de juicio alguno que
acredite que el acusado haya desplegado conductas reprochables
penalmente respecto de los sucesos que damnificaron a estas
víctimas luego de que dejaran de estar bajo su órbita de com-
petencia, en la Subzona 52.
En esa dirección, el acusador no ha invocado
circunstancias concretas que permitan sostener, con el grado
de certeza exigido para esta etapa procesal, que la situación
de las víctimas en el tramo del iter criminis identificado por
el tribunal a quo como “Tiempo II” estuviera a cargo del
acusado, ya sea de modo directo o a través de posiciones de
garantía, competencias residuales o ubicaciones de dominio
social o institucional emergentes de su comprensión de los
hechos aquí imputados.
En estas condiciones, si se aceptasen los agravios
expuestos por la parte acusadora, supondrían una arbitraria
consideración de la estructura de competencias por la cual
cada persona es llamada a responder; máxime cuando la
evidencia colectada en pos de acreditar su intervención arroja
dudas para opacar los extremos de la acusación.
De esta forma, se considera debidamente fundada la
decisión del a quo de condenar a Reinhold únicamente por las
privaciones ilegales de la libertad agravadas y la imposición
de tormentos cometidas en perjuicio de Raúl Eugenio Metz y
Graciela Alicia Romero (“tiempo I”) y no así, por los
homicidios de la pareja ocurridos luego del traslado de las
víctimas a la Subzona 51.
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c) En esta misma línea argumental, corresponde deses-
timar también los agravios del impugnante en lo que refiere a
la pretendida extensión de responsabilidad penal de Antonio
Alberto Camarelli por la imposición de tormentos sufridos por
Gladis Beatriz Sepúlveda luego de que esta víctima saliera del
ámbito de custodia de la Comisaría 24 de Cipoletti, a cargo de
este imputado.
Es que, al respecto, se encuentra debidamente fundada
la sentencia en cuanto considera que, si bien por su
competencia jerárquica sí resulta responsable por la privación
ilegal de la libertad de esta víctima en aquella dependencia
policial (tramo del iter criminis identificado en la sentencia
como “tiempo I”), existió “un corte del nexo causal” en lo que
respecta a la intervención criminal de Camarelli luego de que
fuera entregada en el Unidad Nº 9 de Neuquén (“tiempo II”) y
desde allí trasladada al aeropuerto de aquella ciudad para ser
derivada, por orden del Comando Quinto Cuerpo de Ejército, a
“La Escuelita” en Bahía Blanca (“tiempo III”).
En este sentido, el a quo aseveró -con razón- que “el
acusado aparece ya remotamente alejado del dominio del hecho,
pues una vez que aseguró su detención y materializó su
traslado hasta la Unidad Penal neuquina, su aporte en el hecho
cesó”.
A la vez, el sentenciante aclaró que “durante la
permanencia de Gladis en la Seccional 24, en ningún momento
fue vendada ni sometida a golpes, aplicación de picana
eléctrica u otros medios de tortura utilizados asiduamente en
la época, como así tampoco durante su traslado y alojamiento
en la Unidad Penal N° 9”. Asimismo, puntualizó en pos de su
temperamento desvinculatorio que esta imputación “se debilita
aún más al ser ubicada en el centro clandestino aquí en Bahía
Blanca, pues la ruptura de su dominio sobre los hechos se
apoya en el cambio de Subzona (desde la 52 a la 51), a la que
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Tal como ya se ha resaltado previamente, no todo es
asunto de todos, ni cualquier rol se muestra como garante de
otros, ni posee un dominio social ilimitado. La simple mención
del cargo que ostentaba cada uno de estos imputados no permite
tener por acreditada su responsabilidad penal.
Ciertamente, en estos escenarios, en resguardo del
principio de culpabilidad, la exigibilidad penal requiere de
una ponderación especial, teniendo en cuenta el marco normati-
vo, el rango de integración del sujeto en la organización re-
presiva, su consiguiente dominio normativo –en términos de im-
putación objetiva y subjetiva- y, a la postre, su competencia
por los acontecimientos y resultados ilícitos.
En este orden de ideas, con relación al imputado Sie-
rra, de acuerdo a como ha sido comprobado en la sentencia, du-
rante la época de los hechos aquí analizados revistaba en el
Destacamento 181, subordinado funcionalmente al Departamento
II y actuaba como enlace entre ambos.
Así entonces, a la luz de la estructura orgánica, su
alejamiento normativo de acuerdo a su ámbito de competencia
impide sostener su intervención criminal por los hechos aquí
objeto de imputación, tal como pretende el acusador. Es que,
tampoco ejerció de forma directa ningún mando de jerarquía
dentro del Batallón de Comunicaciones 181 que supusiera tener
bajo su esfera de custodia, influencia y responsabilidad el
destino de las víctimas en aquel predio.
Como colofón, entonces, el titular de la acción
pública dedicó su profusa impugnación a analizar las
circunstancias que –a su entender- permitían tener por
configurado el delito de tormentos respecto de los hechos
ocurridos en el Batallón de Comunicaciones 181, pero de modo
alguno trajo elementos que permitieran acreditar debidamente
el dominio funcional de Sierra en ellos.
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debidamente fundado, en tanto no logra demostrar la arbitra-
riedad de la sentencia que alega.
Sobre esta imputación, el órgano decisor sostuvo que
el imputado “nunca pud[o] haber tenido el control o dominio –
ni directo ni mediato– sobre hechos pretéritos ocurridos antes
del traslado de las víctimas a la unidad”.
De esta forma, tal como fue analizado en el sufragio
que inaugura el acuerdo, resultó adecuado el razonamiento de
tribunal oral que sí imputó a Selaya, como director de aquella
unidad, la privación ilegal de la libertad de estas víctimas,
provenientes del centro clandestino “La Escuelita”, a quienes
“mantuvo detenidas, y a sabiendas de la existencia del plan
criminal sistemático para ‘aniquilar la subversión’”. Pero
seguidamente, el a quo entendió que concurría una “disminución
del riesgo” en lo que respecta a la integridad física y la
vida de estas personas, al sostener que al “pasar de un centro
de detención clandestino a una unidad penitenciaria, con el
decreto que ‘blanqueaba’ su detención, sí puede medirse desde
el punto de vista típico (desvalor de acto y desvalor de
resultado), específicamente, para absolver al acusado por los
tormentos de los que se lo acusa”.
Así las cosas, en los términos que han sido descritas
en el recurso de casación, las circunstancias que -a entender
del acusador- habrían configurado el delito de imposición de
tormentos a víctimas por las condiciones en las que ingresaron
a la Unidad Penitenciaria Nº 4 del SPB; no resultan
suficientes para tener por acreditada la responsabilidad penal
de Selaya, como director de aquel establecimiento. Es que,
como ya se ha señalado previamente, especialmente a analizar
los agravios de esta misma parte con relación a Reinhold, su
responsabilidad no puede sustentarse tan solo en su cargo
directivo (responsabilidad objetiva) y menos aún en
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encartado fuera responsable penalmente de los delitos por los
que ha sido acusado.
No es ocioso señalar que los principios y garantías
constitucionales operan, por cierto, aún frente a gravísimos
delitos como los aquí tratados y la legitimación
jurisdiccional para la condena de esos sucesos surge del
respeto de criterios básicos como la presunción de inocencia y
la operatividad del principio de culpabilidad. El tribunal de
juicio ha mostrado que no existe en el presente caso certeza
respecto de la intervención del justiciable en la comisión de
los hechos delictivos aquí juzgados, dando lugar a la duda.
Aquella se pone de manifiesto razonablemente, en la sentencia,
por la existencia de motivos que conducen tanto a presumir
como a negar la participación del nombrado en los hechos que
se le enrostran.
En suma, de acuerdo a lo analizado por la jueza
Ledesma en su sufragio, las conclusiones alcanzadas por los
magistrados de la anterior instancia no se muestran
arbitrarias y los cuestionamientos del acusador público
nuevamente se evidencian tan solo un mero disenso con los
criterios asumidos por el tribunal de mérito al arribar a su
absolución.
g) Por último, en torno a los agravios formulados por
el representante del Ministerio Público Fiscal contra el re-
chazo del pedido de revocación de las prisiones domiciliarias,
adhiero a en este punto a la solución de la jueza Ledesma, por
cuanto la imprecisión y falta de fundamentación de la impugna-
ción –tanto en la presentación recursiva original, como en
esta instancia- impone su desestimación.
Así voto.
En mérito del acuerdo que antecede, el tribunal, por
mayoría, RESUELVE:
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CSJN). Cumplido, remítanse las presentes actuaciones mediante
pase digital al Tribunal Oral en lo Criminal Federal de Bahía
Blanca, quien deberá practicar las comunicaciones pertinentes
y notificar personalmente a los imputados. Hágase saber lo
resuelto a aquel órgano vía correo electrónico y oficio DEO, y
oportunamente remítanse las piezas procesales reservadas en
Secretaría.
Sirva la presente de atenta nota de envío.
FDO. ALEJANDRO W. SLOKAR –en disidencia parcial-, ANGELA E. LEDESMA y GUILLERMO J.
YACOBUCCI –en disidencia parcial- (JUECES DE CÁMARA).
ANTE MÍ: MARIA XIMENA PERICHON (SECRETARIA DE CÁMARA).
Signature Not Verified Signature Not Verified Signature Not Verified Signature Not Verified
Digitally signed by GUILLERMO Digitally signed by ALEJANDRO Digitally signed by ANGELA Digitally signed by MARIA
JORGE YACOBUCCI WALTER SLOKAR ESTER LEDESMA XIMENA PERICHON
Date: 2024.03.20 13:17:16416
ART Date: 2024.03.20 13:31:41 ART Date: 2024.03.20 13:58:10 ART Date: 2024.03.20 14:09:41 ART
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