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Sala II

Causa FBB
93000001/2012/TO1/180/CFC172
“González Chipont, Guillermo Julio y
otros s/recurso de casación”

Cámara Federal de Casación Penal

Registro Nº: 186/24

En la Ciudad de Buenos Aires, capital de la República


Argentina, a los 20 días del mes de marzo de 2024, se reúne la
Sala II de la Cámara Federal de Casación Penal, integrada por
la señora jueza Angela Ester Ledesma, como Presidenta y los
señores jueces doctores Guillermo J. Yacobucci y Alejandro W.
Slokar y, como Vocales, asistidos por la Secretaria de Cámara,
María Ximena Perichon, a los efectos de resolver los recursos
de casación interpuestos en la presente causa FBB
93000001/2012/TO1/180/CFC172, caratulada: “González Chipont,
Guillermo Julio y otros s/ recurso de casación” del registro
de esta Sala II.
Representa en la instancia al Ministerio Público
Fiscal, el señor Fiscal General, doctor Javier A. De Luca; a
Carlos Alberto Ferreyra, Osvaldo Bernardino Páez, Arsenio
Lavayén, Enrique José del Pino, Alberto Magno Nieva, Oscar
Lorenzo Reinhold, Miguel Ángel Nilos, Antonio Alberto
Camarelli y Héctor Luis Selaya, la señora Defensora Pública
Coadyuvante, doctora Graciela L. Galván; a Miguel Ángel Chiesa
y Raúl Artemio Domínguez, el defensor particular doctor Walter
E. Tejada; Jorge Horacio Rojas, el letrado particular Carlos
Horacio Meira; a Andrés Desiderio González, Norberto Eduardo
Condal, Guillermo Julio González Chipont, Jorge Horacio
Granada, Víctor Raúl Aguirre y Carlos Alberto Taffarel, el
defensor particular doctor Mauricio Daniel Gutiérrez; a
Alejandro Lawless los defensores particulares doctores Gerardo

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y Carmen María Ibáñez y a Osvaldo Lucio Sierra, el defensor
particular doctor Carlos Eduardo Carrizo Salvadores.
Efectuado el sorteo para que los señores jueces emitan
su voto, resultaron designados para hacerlo en primer término
el señor juez Alejandro W. Slokar y, en segundo y tercer
lugar, la señora jueza Angela E. Ledesma y el juez Guillermo
J. Yacobucci, respectivamente.
El señor juez Alejandro W. Slokar dijo:
-I-
1º) Que el Tribunal Oral en lo Criminal Federal de
Bahía Blanca, en cuanto deviene pertinente, resolvió: “1)
RECHAZAR los planteos de extinción de la acción penal por
prescripción introducidos por la Defensa Oficial y los
defensores particulares Dres. Gerardo Ibáñez, Walter Ernesto
Tejada y Carlos Horacio Meira; 2) RECHAZAR el planteo de
insubsistencia de la potestad persecutoria por agotamiento del
plazo razonable realizado por la Defensa Oficial; 3) RECHAZAR
los planteos genéricos realizados por el Dr. Carlos Horacio
Meira con relación a Jorge Horacio Rojas; 4) RECHAZAR el
planteo de cosa juzgada realizado por la Defensa Oficial con
relación a Osvaldo Bernardino Páez y Oscar Lorenzo Reinhold;
5) DECLARAR LA NULIDAD PARCIAL del alegato realizado por el
Ministerio Publico Fiscal con relación a Miguel Ángel Nilos,
en cuanto pretendió achacarle el delito de falsedad
ideológica, hecho que no formo parte de la plataforma fáctica
definida por el requerimiento acusatorio y el auto de
elevación a juicio; 6) NO HACER LUGAR a la solicitud de
exclusión probatoria de la documentación proveniente del
archivo correspondiente a la ex Dirección de Inteligencia de
la Policía de la Provincia de Buenos Aires -DIPPBA-
peticionado por la Defensa Oficial; 7) NO HACER LUGAR a la
exclusión probatoria del expediente N° U-10-0993/94,
solicitado por el Dr. Gustavo Rodríguez, en su carácter de

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defensor oficial de Guillermo Julio González Chipont; 8) NO


HACER LUGAR a la exclusión probatoria de las misivas aportadas
por Paula Blaser, solicitada por el Representante de la
Defensa Oficial, respecto de sus asistidos Pedro José Noel y
Jesús Salinas; 9) NO HACER LUGAR a la exclusión probatoria de
la declaración de Emilio Ibarra, receptada el 7 de diciembre
de 1999 ante la Cámara Federal de Apelaciones de esta ciudad,
durante la tramitación de los juicios por la verdad; 10) NO
HACER LUGAR a la exclusión probatoria de la copia de la
RESOLUCION ‘N°1 “UR.IID.3’, planteada por la Defensa Oficial
con relación a Alberto Antonio Camarelli; 11) NO HACER LUGAR a
la exclusión probatoria de los testimonios prestados por Noemí
Fiorito y Diego Martínez, solicitada por la Defensa Oficial
respecto de Arsenio Lavayén; 12) RECHAZAR el planteo de
inconstitucionalidad de la pena de prisión perpetua solicitada
por la Defensa Oficial en favor de sus asistidos; 13) CONDENAR
a JUAN MANUEL BAYÓN […] a la pena de PRISIÓN PERPETUA,
INHABILITACIÓN ABSOLUTA Y PERPETUA, ACCESORIAS LEGALES Y AL
PAGO DE LAS COSTAS DEL PROCESO, por considerarlo coautor
penalmente responsable de los delitos de: a) privación ilegal
de la libertad agravada por haber sido cometida por un
funcionario público con abuso de sus funciones o sin las
formalidades prescriptas por la ley, agravada por mediar
violencias o amenazas y por su duración mayor a un mes, en
concurso material con imposición de tormentos agravados por
ser las víctimas perseguidas políticas en perjuicio de José
Luis Gon, Elida Noemí Sifuentes y Gladis Sepúlveda; b)
privación ilegal de la libertad agravada por haber sido
cometida por un funcionario público con abuso de sus funciones
o sin las formalidades prescriptas por la ley, agravada por

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mediar violencias o amenazas, en concurso real con homicidio
agravado por alevosía, por el concurso premeditado de dos o
más personas y con el fin de lograr la impunidad, en perjuicio
de Ángel Enrique Arrieta y Carlos Oscar Trujillo; c) privación
ilegal de la libertad agravada por haber sido cometida por un
funcionario público con abuso de sus funciones o sin las
formalidades prescriptas por la ley agravada por mediar
violencias o amenazas y por su duración mayor a un mes, en
concurso material con imposición de tormentos agravados por
ser las víctimas perseguidas políticas en concurso real con
homicidio agravado por alevosía, por el concurso premeditado
de dos o más personas y con el fin de lograr la impunidad,
bajo la modalidad de desaparición forzada de personas, en
perjuicio de Raúl Ferreri (según lo prevén los artículos 2, 29
inciso 3°, 45, 55; 144 bis inciso 1 y último párrafo –ley
14.616-, en función del artículo 142 incisos 1 y 5 -ley
20.642-; 144 ter segundo párrafo -texto según ley 14.616-; 80
inc. 2, 6 y 7 -ley 21.338- del Código Penal y artículos 530 y
531 del CPPN); y d) ABSOLVERLO de los hechos que tuvieron como
víctimas a Graciela Alicia Romero y Raúl Eugenio Metz, por no
haberse podido acreditar la acusación en el debate (conforme
arts. 3 y 402 del CPPN) y respecto del delito de asociación
ilícita, al entender que no se encuentran acreditados los
elementos típicos contenidos en la figura prevista en el art.
210 del Código Penal; 14) CONDENAR a OSVALDO BERNARDINO PÁEZ
[…] a la pena de PRISIÓN PERPETUA, INHABILITACIÓN ABSOLUTA Y
PERPETUA, ACCESORIAS LEGALES Y AL PAGO DE LAS COSTAS DEL
PROCESO, por considerarlo coautor penalmente responsable de
los delitos de: a) privación ilegal de la libertad agravada
por haber sido cometida por un funcionario público con abuso
de sus funciones o sin las formalidades prescriptas por la
ley, agravada por mediar violencias o amenazas, en concurso
real con imposición de tormentos agravados por ser la víctima

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perseguida política, respecto de María Cristina Jessene, María


Felicitas Balina y Eduardo Alberto Hidalgo (HECHO I); b)
privación ilegal de la libertad agravada por haber sido
cometida por un funcionario público con abuso de sus funciones
o sin las formalidades prescriptas por la ley, agravada por
mediar violencias o amenazas y por su duración mayor a un mes,
en concurso material con imposición de tormentos agravados por
ser las víctimas perseguidas políticas en perjuicio de José
Luis Gon, Elida Noemí Sifuentes, Gladis Sepúlveda, Patricia
Irene Chabat, Mario Edgardo Medina, María Cristina Pedersen,
Eduardo Alberto Hidalgo (HECHO II); c) privación ilegal de la
libertad agravada por haber sido cometida por un funcionario
público con abuso de sus funciones o sin las formalidades
prescriptas por la ley, agravada por mediar violencias o
amenazas, en concurso material con imposición de tormentos
agravados por ser la víctima perseguida política y lesiones
gravísimas agravadas por alevosía, en perjuicio de Nélida
Esther Deluchi; d) privación ilegal de la libertad agravada
por haber sido cometida por un funcionario público con abuso
de sus funciones o sin las formalidades prescriptas por la
ley, agravada por mediar violencias o amenazas, en concurso
real con homicidio agravado por alevosía, por el concurso
premeditado de dos o más personas y con el fin de lograr la
impunidad, en perjuicio de Ángel Enrique Arrieta y Carlos
Oscar Trujillo; e) privación ilegal de la libertad agravada
por haber sido cometida por un funcionario público con abuso
de sus funciones o sin las formalidades prescriptas por la
ley, agravada por mediar violencias o amenazas y por su
duración mayor a un mes, en concurso real con homicidio
agravado por alevosía, por el concurso premeditado de dos o

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más personas y con el fin de lograr la impunidad, en perjuicio
de Alberto Ricardo Garralda y, bajo la modalidad de
desaparición forzada de personas, Fernando Jara y María
Graciela Izurieta; f) homicidio agravado por alevosía, por el
concurso premeditado de dos o más personas y con el fin de
lograr la impunidad, en perjuicio de Olga Silvia Souto
Castillo, Daniel Guillermo Hidalgo; g) sustracción de menor,
en perjuicio del hijo/a de María Graciela Izurieta (según lo
prevén los artículos 2, 29 inciso 3°, 45, 55; 144 bis inciso 1
y último párrafo –ley 14.616-, en función del artículo 142
incisos 1 y 5 -ley 20.642-; 144 ter segundo párrafo (texto
según ley 14.616) y arts. 91 y 92 [en función del art. 80 inc.
2]; art. 80 inc. 2, 6 y 7 -ley 21.338- y 146 del Código Penal
y artículos 530 y 531 del CPPN); y h) ABSOLVERLO del hecho que
tuvo como víctima a Daniel José Bombara por no haberse podido
acreditar la acusación en el debate (arts. 3 y 402 del CPPN) y
respecto del delito de asociación ilícita, al entender que no
se encuentran acreditados los elementos típicos contenidos en
la figura prevista en el art. 210 del Código Penal; 15)
CONDENAR a WALTER BARTOLOMÉ TEJADA […] a la pena de PRISIÓN
PERPETUA, INHABILITACIÓN ABSOLUTA Y PERPETUA, ACCESORIAS
LEGALES Y AL PAGO DE LAS COSTAS DEL PROCESO, por considerarlo
coautor penalmente responsable de los delitos de: a) privación
ilegal de la libertad agravada por haber sido cometida por un
funcionario público con abuso de sus funciones o sin las
formalidades prescriptas por la ley, agravada por mediar
violencias o amenazas y por su duración mayor a un mes en
concurso real con imposición de tormentos agravados por ser
las víctimas perseguidas políticas, respecto de Gladis
Sepúlveda, Elida Noemí Sifuentes y José Luis Gon; b) privación
ilegal de la libertad agravada por haber sido cometida por un
funcionario público con abuso de sus funciones o sin las
formalidades prescriptas por la ley, agravada por mediar

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violencias o amenazas y por su duración mayor a un mes en


concurso real con imposición de tormentos agravados por ser
las víctimas perseguidas políticas en concurso real con
homicidio agravado por alevosía, por el concurso premeditado
de dos o más personas y con el fin de lograr la impunidad,
bajo la modalidad de desaparición forzada de personas, de los
que resultaron víctimas Raúl Ferreri, Raúl Eugenio Metz y
Graciela Alicia Romero (conforme los artículos 2, 29 inciso
3°, 45, 55; 144 bis inciso 1 y último párrafo –ley 14.616-, en
función del artículo 142 incisos 1 y 5 -ley 20.642-; 144 ter
segundo párrafo -texto según ley 14.616-; 80 inc. 2, 6 y 7 -
ley 21.338- del Código Penal y artículos 530 y 531 del CPPN);
y c) ABSOLVERLO respecto del delito de asociación ilícita, en
tanto no se encuentran acreditados los elementos típicos
contenidos en la figura prevista en el art. 210 del Código
Penal (conforme arts. 3 y 402 del CPPN); 16) CONDENAR a
OSVALDO LUCIO SIERRA […] a la pena de PRISIÓN PERPETUA,
INHABILITACIÓN ABSOLUTA Y PERPETUA, ACCESORIAS LEGALES Y AL
PAGO DE LAS COSTAS DEL PROCESO, por considerarlo coautor
penalmente responsable de los delitos de: a) privación ilegal
de la libertad agravada por haber sido cometida por un
funcionario público con abuso de sus funciones o sin las
formalidades prescriptas por la ley, agravada por mediar
violencias o amenazas, en perjuicio de Jorge Hugo Griskan;
Raúl Griskan, Liliana Beatriz Griskan; b) privación ilegal de
la libertad agravada por haber sido cometida por un
funcionario público con abuso de sus funciones o sin las
formalidades prescriptas por la ley, agravada por mediar
violencias o amenazas, en concurso real con imposición de
tormentos agravados por ser las víctimas perseguidas

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políticas, respecto de Eduardo Alberto Hidalgo (HECHO I),
Simón León Dejter, Claudio Collazos, Estela Clara Di Toto,
Horacio Alberto López, Héctor Enrique Núñez, María Cristina
Jessenne, Braulio Raúl Laurencena, María Felicitas Balina y
Héctor Furia; c) privación ilegal de la libertad agravada por
haber sido cometida por un funcionario público con abuso de
sus funciones o sin las formalidades prescriptas por la ley,
agravada por mediar violencias o amenazas y por su duración
mayor a un mes, en concurso material con imposición de
tormentos agravados por ser las víctimas perseguidas
políticas, en perjuicio de Gladis Sepúlveda, Elida Noemí
Sifuentes, Mario Edgardo Medina, María Cristina Pedersen,
Eduardo Alberto Hidalgo (HECHO II), Víctor Benamo, Susana
Margarita Martínez, Rudy Omar Saiz, Orlando Luis Stirnemann,
Laura Manzo, María Emilia Salto, Rene Eusebio Bustos, Rubén
Aníbal Bustos, Raúl Agustín Bustos, María Marta Bustos,
Washington Barzola y Estrella Marina Menna; d) privación
ilegal de la libertad agravada por haber sido cometida por un
funcionario público con abuso de sus funciones o sin las
formalidades prescriptas por la ley, agravada por mediar
violencias o amenazas, en concurso material con imposición de
tormentos agravados por ser la víctima perseguida política y
lesiones gravísimas agravadas por alevosía, en perjuicio de
Nélida Esther Deluchi; e) privación ilegal de la libertad
agravada por haber sido cometida por un funcionario público
con abuso de sus funciones o sin las formalidades prescriptas
por la ley, agravada por mediar violencias o amenazas, en
concurso real con imposición de tormentos agravados por ser
las víctimas perseguidas políticas en concurso real con
homicidio agravado por alevosía, por el concurso premeditado
de dos o más personas y con el fin de lograr la impunidad, en
perjuicio de Daniel Bombara y Mónica Moran; f) privación
ilegal de la libertad agravada por haber sido cometida por un

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funcionario público con abuso de sus funciones o sin las


formalidades prescriptas por la ley, agravada por mediar
violencias o amenazas y por su duración mayor a un mes, en
concurso real con imposición de tormentos agravados por ser
las víctimas perseguidas políticas en concurso real con
homicidio agravado por alevosía, por el concurso premeditado
de dos o más personas y con el fin de lograr la impunidad, en
perjuicio de Alberto Ricardo Garralda, Ricardo Gabriel Del
Rio, Juan Carlos Castillo, Pablo Francisco Fornasari, Manuel
Mario Tarchitzky, Roberto Adolfo Lorenzo, Carlos Roberto
Rivera, Zulma Raquel Matzkin; y bajo la modalidad de
desaparición forzada, respecto de Dora Rita Mercero, Luis
Alberto Sotuyo, María Graciela Izurieta y Julio Argentino
Mussi; g) sustracción de menores, en perjuicio del hijo/a de
María Graciela Izurieta (según lo prevén los artículos 2, 29
inciso 3°, 45, 55; 144 bis inciso 1 y último párrafo –ley
14.616-, en función del artículo 142 incisos 1 y 5 -ley
20.642-; 144 ter segundo párrafo (texto según ley 14.616) y
arts. 91 y 92 [en función del art. 80 inc. 2]; 80 inc. 2, 6 y
7 -ley 21.338- y 146 del Código Penal y artículos 530 y 531
del CPPN); 17) CONDENAR a GUILLERMO JULIO GONZÁLEZ CHIPONT […]
a la pena de PRISIÓN PERPETUA, INHABILITACIÓN ABSOLUTA Y
PERPETUA, ACCESORIAS LEGALES Y AL PAGO DE LAS COSTAS DEL
PROCESO, por considerarlo coautor penalmente responsable de
los delitos de: a) privación ilegal de la libertad agravada
por haber sido cometida por un funcionario público con abuso
de sus funciones o sin las formalidades prescriptas por la
ley, agravada por mediar violencias o amenazas, en concurso
real con imposición de tormentos agravados por ser las
víctimas perseguidas políticas, respecto de Guillermo Oscar

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Iglesias, Carlos Carrizo, Sergio Ricardo Mengatto, Gustavo
Fabián Aragón, Gustavo Darío López, Alberto Adrián Lebed,
Emilio Rubén Villalba, Manuel Vera Navas, Vilma Diana Rial,
Mirna Edith Aberasturi, Daniel Osvaldo Esquivel, Francisco
Valentini y Eduardo Alberto Hidalgo (HECHO I); b) privación
ilegal de la libertad agravada por haber sido cometida por un
funcionario público con abuso de sus funciones o sin las
formalidades prescriptas por la ley, agravada por mediar
violencias o amenazas y por su duración mayor a un mes, en
concurso material con imposición de tormentos agravados por
ser las víctimas perseguidas políticas, en perjuicio de Pablo
Victorio Bohoslavsky, Julio Alberto Ruiz, Rubén Alberto Ruiz,
Héctor Juan Ayala, José María Petersen, Eduardo Gustavo Roth,
Renato Salvador Zoccali, Sergio Andrés Voitzuk, Néstor Daniel
Bambozzi, Eduardo Alberto Hidalgo (HECHO II), Mario Rodolfo
Crespo, José Luis Gon, Juan Carlos Monge, Luis Miguel García
Sierra, Oscar José Meilan, Jorge Antonio Abel, Patricia Irene
Chabat, Oscar Amilcar Bermúdez, Carlos Samuel Sanabria, Alicia
Mabel Partnoy, Susana Margarita Martínez, Héctor Osvaldo
González; c) privación ilegal de la libertad agravada por
haber sido cometida por un funcionario público con abuso de
sus funciones o sin las formalidades prescriptas por la ley,
agravada por mediar violencias o amenazas y por su duración
mayor a un mes, en concurso material con imposición de
tormentos agravados por ser las víctimas perseguidas políticas
y lesiones gravísimas agravadas por alevosía, en perjuicio de
Eduardo Mario Chironi; d) privación ilegal de la libertad
agravada por haber sido cometida por un funcionario público
con abuso de sus funciones o sin las formalidades prescriptas
por la ley, agravada por mediar violencias o amenazas y por su
duración mayor a un mes, en concurso real con imposición de
tormentos agravados por ser las víctimas perseguidas políticas
en concurso real con homicidio agravado por alevosía, por el

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otros s/recurso de casación”

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concurso premeditado de dos o más personas y con el fin de


lograr la impunidad, en perjuicio de Alberto Ricardo Garralda,
Cesar Antonio Giordano, Zulma Araceli Izurieta, Roberto Adolfo
Lorenzo, María Elena Romero, Darío José Rossi, Nancy Griselda
Cereijo, María Angélica Ferrari, Elisabet Frers, Susana Elba
Traverso, Gustavo Marcelo Yotti, Ricardo Gabriel Del Rio,
Carlos Roberto Rivera, Stella Maris Ianarelli, Carlos Mario
Ilacqua, Andrés Oscar Lofvall, y bajo la modalidad de
desaparición forzada de personas, de Julio Argentino Mussi,
María Graciela Izurieta, Fernando Jara, Luis Alberto Sotuyo,
María Eugenia González, Néstor Oscar Junquera, Dora Rita
Mercero, Raúl Ferreri, Graciela Alicia Romero, Raúl Eugenio
Metz y Néstor Alejandro Bossi; e) homicidio agravado por
alevosía, por el concurso premeditado de dos o más personas y
con el fin de lograr la impunidad, en perjuicio de Olga Silvia
Souto Castillo, Daniel Hidalgo y Patricia Acevedo (según lo
prevén los artículos 2, 29 inciso 3°, 45, 55; 144 bis inciso 1
y último párrafo –ley 14.616-, en función del artículo 142
incisos 1 y 5 -ley 20.642-; 144 ter segundo párrafo (texto
según ley 14.616) y arts. 91 y 92, en función del art. 80 inc.
2; 80 inc. 2, 6 y 7 -ley 21.338- del Código Penal y artículos
530 y 531 del CPPN); 18) CONDENAR a JORGE HORACIO GRANADA […]
a la pena de PRISIÓN PERPETUA, INHABILITACIÓN ABSOLUTA Y
PERPETUA, ACCESORIAS LEGALES Y AL PAGO DE LAS COSTAS DEL
PROCESO, por considerarlo coautor penalmente responsable de
los delitos de: a) privación ilegal de la libertad agravada
por haber sido cometida por un funcionario público con abuso
de sus funciones o sin las formalidades prescriptas por la
ley, agravada por mediar violencias o amenazas y por su
duración mayor a un mes en concurso real con imposición de

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tormentos agravados por ser las víctimas perseguidas
políticas, respecto de Gladis Sepúlveda, Elida Noemí Sifuentes
y José Luis Gon; b) privación ilegal de la libertad agravada
por haber sido cometida por un funcionario público con abuso
de sus funciones o sin las formalidades prescriptas por la
ley, agravada por mediar violencias o amenazas y por su
duración mayor a un mes en concurso real con imposición de
tormentos agravados por ser las víctimas perseguidas políticas
en concurso real con homicidio agravado por alevosía, por el
concurso premeditado de dos o más personas y con el fin de
lograr la impunidad, bajo la modalidad de desaparición forzada
de personas, respecto de Raúl Ferreri, Raúl Eugenio Metz y
Graciela Alicia Romero (conforme lo establecen los artículos
2, 29 inciso 3°, 45, 55; 144 bis inciso 1 y último párrafo –
ley 14.616-, en función del artículo 142 incisos 1 y 5 -ley
20.642-; 144 ter segundo párrafo -texto según ley 14.616-; 80
inc. 2, 6 y 7 -ley 21.338- del Código Penal y artículos 530 y
531 del CPPN); 19) CONDENAR a NORBERTO EDUARDO CONDAL […] a la
pena de PRISIÓN PERPETUA, INHABILITACIÓN ABSOLUTA Y PERPETUA,
ACCESORIAS LEGALES Y AL PAGO DE LAS COSTAS DEL PROCESO, por
considerarlo coautor penalmente responsable de los delitos de:
privación ilegal de la libertad agravada por haber sido
cometida por un funcionario público con abuso de sus funciones
o sin las formalidades prescriptas por la ley, agravada por
mediar violencias o amenazas y por su duración mayor a un mes
en concurso real con imposición de tormentos agravados por ser
las víctimas perseguidas políticas en concurso real con
homicidio agravado por alevosía, por el concurso premeditado
de dos o más personas y con el fin de lograr la impunidad,
bajo la modalidad de desaparición forzada de personas,
respecto de Raúl Ferreri, Raúl Eugenio Metz y Graciela Alicia
Romero (conforme lo establecen los artículos 2, 29 inciso 3°,
45, 55; 144 bis inciso 1 y último párrafo –ley 14.616-, en

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“González Chipont, Guillermo Julio y
otros s/recurso de casación”

Cámara Federal de Casación Penal

función del artículo 142 incisos 1 y 5 -ley 20.642-; 144 ter


segundo párrafo -texto según ley 14.616-; 80 inc. 2, 6 y 7 -
ley 21.338- del Código Penal y artículos 530 y 531 del CPPN);
20) CONDENAR a CARLOS ALBERTO TAFFAREL […] a la pena de
PRISIÓN PERPETUA, INHABILITACIÓN ABSOLUTA Y PERPETUA,
ACCESORIAS LEGALES Y AL PAGO DE LAS COSTAS DEL PROCESO, por
considerarlo coautor penalmente responsable de los delitos de:
a) privación ilegal de la libertad agravada por haber sido
cometida por un funcionario público con abuso de sus funciones
o sin las formalidades prescriptas por la ley, agravada por
mediar violencias o amenazas y por su duración mayor a un mes
en concurso real con imposición de tormentos agravados por ser
las víctimas perseguidas políticas, respecto de Gladis
Sepúlveda, Elida Noemí Sifuentes y José Luis Gon; b) privación
ilegal de la libertad agravada por haber sido cometida por un
funcionario público con abuso de sus funciones o sin las
formalidades prescriptas por la ley, agravada por mediar
violencias o amenazas y por su duración mayor a un mes en
concurso real con imposición de tormentos agravados por ser
las víctimas perseguidas políticas en concurso real con
homicidio agravado por alevosía, por el concurso premeditado
de dos o más personas y con el fin de lograr la impunidad,
bajo la modalidad de desaparición forzada de personas,
respecto de Raúl Ferreri, Raúl Eugenio Metz y Graciela Alicia
Romero (conforme lo establecen los artículos 2, 29 inciso 3°,
45, 55; 144 bis inciso 1 y último párrafo –ley 14.616-, en
función del artículo 142 incisos 1 y 5 -ley 20.642-; 144 ter
segundo párrafo -texto según ley 14.616-; 80 inc. 2, 6 y 7 -
ley 21.338- del Código Penal y artículos 530 y 531 del CPPN);
21) CONDENAR a VÍCTOR RAUL AGUIRRE […] a la pena de PRISIÓN

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PERPETUA, INHABILITACIÓN ABSOLUTA Y PERPETUA, ACCESORIAS
LEGALES Y AL PAGO DE LAS COSTAS DEL PROCESO, por considerarlo
coautor penalmente responsable de los delitos de: a) privación
ilegal de la libertad agravada por haber sido cometida por un
funcionario público con abuso de sus funciones o sin las
formalidades prescriptas por la ley, agravada por mediar
violencias o amenazas en concurso real con imposición de
tormentos agravados por ser las víctimas perseguidas
políticas, respecto de Eduardo Alberto Hidalgo (HECHO I),
Simón León Dejter, Claudio Collazos, Estela Clara Di Toto,
Horacio Alberto López, Guillermo Oscar Iglesias, Guillermo
Pedro Gallardo, Carlos Carrizo, Sergio Ricardo Mengatto,
Gustavo Fabián Aragón, Gustavo Darío López, Alberto Adrián
Lebed, Emilio Rubén Villalba, Carlos Alberto Gentile, Héctor
Enrique Núñez, Manuel Vera Navas, Vilma Diana Rial, Mirna
Edith Aberasturi, Daniel Osvaldo Esquivel, María Cristina
Jessene, María Felicitas Balina, Héctor Furia y Braulio Raúl
Laurencena; b) privación ilegal de la libertad agravada por
haber sido cometida por un funcionario público con abuso de
sus funciones o sin las formalidades prescriptas por la ley,
agravada por mediar violencias o amenazas y por su duración
mayor a un mes, en concurso material con imposición de
tormentos agravados por ser las víctimas perseguidas
políticas, en perjuicio de José Luis Gon, Gladis Sepúlveda,
Elida Noemí Sifuentes, Patricia Irene Chabat, Mario Edgardo
Medina, María Cristina Pedersen, Eduardo Alberto Hidalgo
(HECHO II), Víctor Benamo, Susana Margarita Martínez, Pablo
Victorio Bohoslavsky, Julio Alberto Ruiz, Rubén Alberto Ruiz,
Héctor Juan Ayala, José María Petersen, Eduardo Gustavo Roth,
Renato Salvador Zoccali, Sergio Andrés Voitzuk, Néstor Daniel
Bambozzi, Mario Rodolfo Juan Crespo, Juan Carlos Monge, Luis
Miguel García Sierra, Oscar José Meilan, Jorge Antonio Abel,
Oscar Amilcar Bermúdez, Carlos Samuel Sanabria, Alicia Mabel

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“González Chipont, Guillermo Julio y
otros s/recurso de casación”

Cámara Federal de Casación Penal

Partnoy, Rudy Omar Saiz, Orlando Luis Stirnemann, Héctor


Osvaldo González, Estrella Marina Menna y Hugo Washington
Barzola; c) privación ilegal de la libertad agravada por haber
sido cometida por un funcionario público con abuso de sus
funciones o sin las formalidades prescriptas por la ley,
agravada por mediar violencias o amenazas, en concurso
material con imposición de tormentos agravados por ser la
víctima perseguida política y lesiones gravísimas agravadas
por alevosía, en perjuicio de Nélida Esther Deluchi y Eduardo
Mario Chironi (se acredita respecto de este último caso el
agravante previsto en el inc. 5 del art. 142 del Código
Penal); d) privación ilegal de la libertad agravada por haber
sido cometida por un funcionario público con abuso de sus
funciones o sin las formalidades prescriptas por la ley,
agravada por mediar violencias o amenazas, en concurso real
con imposición de tormentos agravados por ser las víctimas
perseguidas políticas en concurso real con homicidio agravado
por alevosía, por el concurso premeditado de dos o más
personas y con el fin de lograr la impunidad, en perjuicio de
Mónica Moran; e) privación ilegal de la libertad agravada por
haber sido cometida por un funcionario público con abuso de
sus funciones o sin las formalidades prescriptas por la ley,
agravada por mediar violencias o amenazas y por su duración
mayor a un mes, en concurso real con imposición de tormentos
agravados por ser las víctimas perseguidas políticas en
concurso real con homicidio agravado por alevosía, por el
concurso premeditado de dos o más personas y con el fin de
lograr la impunidad, en perjuicio de Alberto Ricardo Garralda,
Ricardo Gabriel Del Rio, Juan Carlos Castillo, Pablo Francisco
Fornasari, Manuel Mario Tarchitzky, Roberto Adolfo Lorenzo,

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Carlos Roberto Rivera, Zulma Raquel Matzkin, María Elena
Romero, Cesar Antonio Giordano, Zulma Araceli Izurieta, Estela
Maris Iannarelli, Carlos Mario Ilacqua, Andrés Oscar Lofvall,
Gustavo Marcelo Yotti, Darío José Rossi, Nancy Griselda
Cereijo, María Angélica Ferrari, Elizabeth Frers, Susana Elba
Traverso; y bajo la modalidad de desaparición forzada de
personas en perjuicio de Dora Rita Mercero, Luis Alberto
Sotuyo, Fernando Jara, María Graciela Izurieta, María Eugenia
González, Néstor Oscar Junquera, Raúl Ferreri, Graciela Alicia
Romero, Raúl Eugenio Metz, Néstor Alejandro Bossi y Julio
Argentino Mussi; f) homicidio agravado por alevosía, por el
concurso premeditado de dos o más personas y con el fin de
lograr la impunidad, en perjuicio de Olga Silvia Souto
Castillo, Daniel Guillermo Hidalgo y Patricia Elizabeth
Acevedo (según lo prevén los artículos 2, 29 inciso 3°, 45,
55; 144 bis inciso 1 y último párrafo –ley 14.616-, en función
del artículo 142 incisos 1 y 5 -ley 20.642-; 144 ter segundo
párrafo (texto según ley 14.616) y arts. 91 y 92, en función
del art. 80 inc. 2-; 80 inc. 2, 6 y 7 –ley 21.338- del Código
Penal y artículos 530 y 531 del CPPN); 22) CONDENAR a ENRIQUE
JOSE DEL PINO […] a la pena de PRISIÓN PERPETUA,
INHABILITACIÓN ABSOLUTA Y PERPETUA, ACCESORIAS LEGALES Y AL
PAGO DE LAS COSTAS DEL PROCESO, por considerarlo coautor
penalmente responsable de los delitos de: a) privación ilegal
de la libertad agravada por haber sido cometida por un
funcionario público con abuso de sus funciones o sin las
formalidades prescriptas por la ley, agravada por mediar
violencias o amenazas, en concurso real con imposición de
tormentos agravados por ser las víctimas perseguidas
políticas, respecto de Claudio Collazos, Estela Clara Di Toto,
Horacio Alberto López, Héctor Enrique Núñez, María Cristina
Jessenne, Braulio Raúl Laurencena, María Felicitas Balina y
Héctor Furia; b) privación ilegal de la libertad agravada por

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“González Chipont, Guillermo Julio y
otros s/recurso de casación”

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haber sido cometida por un funcionario público con abuso de


sus funciones o sin las formalidades prescriptas por la ley,
agravada por mediar violencias o amenazas y por su duración
mayor a un mes, en concurso material con imposición de
tormentos agravados por ser las víctimas perseguidas
políticas, en perjuicio de Gladis Sepúlveda, Elida Noemí
Sifuentes, Mario Edgardo Medina, María Cristina Pedersen,
Víctor Benamo, Rudy Omar Saiz, Orlando Luis Stirnemann, Rene
Eusebio Bustos, Rubén Aníbal Bustos, Raúl Agustín Bustos,
María Marta Bustos Hugo, Washington Barzola y Estrella Marina
Menna; c) privación ilegal de la libertad agravada por haber
sido cometida por un funcionario público con abuso de sus
funciones o sin las formalidades prescriptas por la ley,
agravada por mediar violencias o amenazas, en concurso
material con imposición de tormentos agravados y lesiones
gravísimas agravadas por alevosía, en perjuicio de Nélida
Esther Deluchi; d) privación ilegal de la libertad agravada
por haber sido cometida por un funcionario público con abuso
de sus funciones o sin las formalidades prescriptas por la
ley, agravada por mediar violencias o amenazas, en concurso
real con imposición de tormentos agravados por ser las
víctimas perseguidas políticas en concurso real con homicidio
agravado por alevosía, por el concurso premeditado de dos o
más personas y con el fin de lograr la impunidad, en perjuicio
de Mónica Moran; e) privación ilegal de la libertad agravada
por haber sido cometida por un funcionario público con abuso
de sus funciones o sin las formalidades prescriptas por la
ley, agravada por mediar violencias o amenazas y por su
duración mayor a un mes, en concurso real con imposición de
tormentos agravados por ser las víctimas perseguidas políticas

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en concurso real con homicidio agravado por alevosía, por el
concurso premeditado de dos o más personas y con el fin de
lograr la impunidad, en perjuicio de Alberto Ricardo Garralda,
Ricardo Gabriel Del Rio, Juan Carlos Castillo, Pablo Francisco
Fornasari, Manuel Mario Tarchitzky, Roberto Adolfo Lorenzo; y
bajo la modalidad de desaparición forzada de personas en
perjuicio de Dora Rita Mercero, Luis Alberto Sotuyo y María
Graciela Izurieta (según lo prevén los artículos 2, 29 inciso
3°, 45, 55; 144 bis inciso 1 y último párrafo –ley 14.616-, en
función del artículo 142 incisos 1 y 5 -ley 20.642-; 144 ter
segundo párrafo [texto según ley 14.616] y arts. 91 y 92, en
función del art. 80 inc. 2; 80 inc. 2, 6 y 7 -ley 21.338- del
Código Penal y artículos 530 y 531 del CPPN); 23) CONDENAR a
JORGE HORACIO ROJAS […] a la pena de NUEVE (9) AÑOS DE
PRISIÓN, INHABILITACIÓN ABSOLUTA POR EL TIEMPO DE LA CONDENA,
ACCESORIAS LEGALES Y AL PAGO DE LAS COSTAS DEL PROCESO, por
considerarlo coautor penalmente responsable de los delitos de
a) privación ilegal de la libertad agravada por haber sido
cometida por un funcionario público con abuso de sus funciones
o sin las formalidades prescriptas por la ley, agravada por
mediar violencias o amenazas y por su duración mayor a un mes,
en concurso material con imposición de tormentos agravados por
ser las víctimas perseguidas políticas, en perjuicio de Pablo
Victorio Bohoslavsky, Julio Alberto Ruiz, Rubén Alberto Ruiz;
y partícipe necesario del delito de b) falsedad ideológica de
instrumento público (según lo establecen los artículos 2, 29
inciso 3°, 45, 55; 144 bis inciso 1 y último párrafo –ley
14.616-, en función del artículo 142 incisos 1 y 5 -ley
20.642-; 144 ter segundo párrafo -texto según ley 14.616-;
art. 293 primer párrafo (según ley 20.642) del Código Penal y
artículos 530 y 531 del CPPN); 24) CONDENAR a MIGUEL ÁNGEL
NILOS […] a la pena de NUEVE (9) AÑOS DE PRISIÓN,
INHABILITACIÓN ABSOLUTA POR EL TIEMPO DE LA CONDENA,

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otros s/recurso de casación”

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ACCESORIAS LEGALES Y AL PAGO DE LAS COSTAS DEL PROCESO, por


considerarlo coautor penalmente responsable del delito de
privación ilegal de la libertad agravada por haber sido
cometida por un funcionario público con abuso de sus funciones
o sin las formalidades prescriptas por la ley, agravada por
mediar violencias o amenazas y por su duración mayor a un mes,
en concurso material con imposición de tormentos agravados por
ser las víctimas perseguidas políticas, en perjuicio de Pablo
Victorio Bohoslavsky, Julio Alberto Ruiz, Rubén Alberto Ruiz
(según lo establecen los artículos 2, 29 inciso 3°, 45, 55;
144 bis inciso 1 y último párrafo –ley 14.616-, en función del
artículo 142 incisos 1 y 5 -ley 20.642-; 144 ter segundo
párrafo -texto según ley 14.616- del Código Penal y artículos
530 y 531 del CPPN); 25) CONDENAR a MIGUEL ÁNGEL CHIESA […] a
la pena de NUEVE (9) AÑOS DE PRISIÓN, INHABILITACIÓN ABSOLUTA
POR EL TIEMPO DE LA CONDENA, ACCESORIAS LEGALES Y AL PAGO DE
LAS COSTAS DEL PROCESO, por considerarlo coautor penalmente
responsable del delito de privación ilegal de la libertad
agravada por haber sido cometida por un funcionario público
con abuso de sus funciones o sin las formalidades prescriptas
por la ley, agravada por mediar violencias o amenazas y por su
duración mayor a un mes, en concurso material con imposición
de tormentos agravados por ser las víctimas perseguidas
políticas, en perjuicio de Pablo Victorio Bohoslavsky, Julio
Alberto Ruiz, Rubén Alberto Ruiz (según lo establecen los
artículos 2, 29 inciso 3°, 45, 55; 144 bis inciso 1 y último
párrafo –ley 14.616-, en función del artículo 142 incisos 1 y
5 -ley 20.642-; 144 ter segundo párrafo -texto según ley
14.616- del Código Penal y artículos 530 y 531 del CPPN); 26)
CONDENAR a CARLOS ALBERTO FERREYRA […] a la pena de PRISIÓN

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PERPETUA, INHABILITACIÓN ABSOLUTA Y PERPETUA, ACCESORIAS
LEGALES Y AL PAGO DE LAS COSTAS DEL PROCESO, por considerarlo
coautor penalmente responsable de los delitos de: a) privación
ilegal de la libertad agravada por haber sido cometida por un
funcionario público con abuso de sus funciones o sin las
formalidades prescriptas por la ley, agravada por mediar
violencias o amenazas, en perjuicio de Eduardo Gustavo Roth,
Carlos Carrizo y Renato Salvador Zoccali; b) privación ilegal
de la libertad agravada por haber sido cometida por un
funcionario público con abuso de sus funciones o sin las
formalidades prescriptas por la ley, agravada por mediar
violencias o amenazas, en concurso real con imposición de
tormentos agravados por ser las víctimas perseguidas
políticas, de los que resultaron víctimas Gustavo Darío López,
Gustavo Fabián Aragón, José María Petersen, Mirna Edith
Aberasturi, Carlos Samuel Sanabria y Alicia Mabel Partnoy; c)
privación ilegal de la libertad agravada por haber sido
cometida por un funcionario público con abuso de sus funciones
o sin las formalidades prescriptas por la ley, agravada por
mediar violencias o amenazas y por su duración mayor a un mes,
en concurso real con imposición de tormentos agravados por ser
las víctimas perseguidas políticas en concurso real con
homicidio agravado por alevosía, por el concurso premeditado
de dos o más personas y con el fin de lograr la impunidad, en
perjuicio de María Elena Romero, Gustavo Marcelo Yotti, Cesar
Antonio Giordano y Zulma Araceli Izurieta; d) homicidio
agravado por alevosía, por el concurso premeditado de dos o
más personas y con el fin de lograr la impunidad, en perjuicio
de Patricia Elizabeth Acevedo (según lo prevén los artículos
2, 29 inciso 3°, 45, 55; 144 bis inciso 1 y último párrafo –
ley 14.616-, en función del artículo 142 incisos 1 y 5 -ley
20.642-; 144 ter segundo párrafo -texto según ley 14.616-; 80
inc. 2, 6 y 7 -ley 21.338- del Código Penal y artículos 530 y

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531 del CPPN) y e) ABSOLVER A CARLOS ALBERTO FERREYRA, por no


haberse podido acreditar su intervención (arts. 3 y 402 del
CPPN) en los hechos de los que fueron víctimas Néstor Daniel
Bambozzi, Sergio Andrés Voitzuk, Alberto Adrián Lebed, Emilio
Rubén Villalba, Sergio Ricardo Mengatto y Guillermo Pedro
Gallardo; 27) CONDENAR a PEDRO ANGEL CÁCERES […] a la pena de
PRISIÓN PERPETUA, INHABILITACIÓN ABSOLUTA Y PERPETUA,
ACCESORIAS LEGALES Y AL PAGO DE LAS COSTAS DEL PROCESO, por
considerarlo partícipe necesario del delito de: a) falsedad
ideológica de instrumento público (art. 54 CP); y coautor
penalmente responsable de los delitos de: b) privación ilegal
de la libertad agravada por haber sido cometida por un
funcionario público con abuso de sus funciones o sin las
formalidades prescriptas por la ley, agravada por mediar
violencias o amenazas, en concurso real con imposición de
tormentos agravados por ser las víctimas perseguidas
políticas, respecto de Guillermo Oscar Iglesias, Guillermo
Pedro Gallardo, Carlos Carrizo, Sergio Ricardo Mengatto,
Gustavo Fabián Aragón, Gustavo Darío López, Alberto Adrián
Lebed, Emilio Rubén Villalba y Mirna Edith Aberasturi; c)
privación ilegal de la libertad agravada por haber sido
cometida por un funcionario público con abuso de sus funciones
o sin las formalidades prescriptas por la ley, agravada por
mediar violencias o amenazas y por su duración mayor a un mes,
en concurso material con imposición de tormentos agravados por
ser las víctimas perseguidas políticas, en perjuicio de Pablo
Victorio Bohoslavsky, Julio Alberto Ruiz, Rubén Alberto Ruiz,
José María Petersen, Eduardo Gustavo Roth, Renato Salvador
Zoccali, Sergio Andrés Voitzuk, Néstor Daniel Bambozzi, Carlos
Samuel Sanabria y Alicia Mabel Partnoy; d) privación ilegal de

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la libertad agravada por haber sido cometida por un
funcionario público con abuso de sus funciones o sin las
formalidades prescriptas por la ley, agravada por mediar
violencias o amenazas y por su duración mayor a un mes, en
concurso real con imposición de tormentos agravados por ser
las víctimas perseguidas políticas en concurso real con
homicidio agravado por alevosía, por el concurso premeditado
de dos o más personas y con el fin de lograr la impunidad, en
perjuicio de Alberto Ricardo Garralda, Ricardo Gabriel Del
Rio, Juan Carlos Castillo, Pablo Francisco Fornasari, Mario
Manuel Tarchitzky, Roberto Adolfo Lorenzo, Carlos Alberto
Rivera, Zulma Raquel Matzkin, María Elena Romero, Cesar
Antonio Giordano, Zulma Araceli Izurieta y Gustavo Marcelo
Yotti y, bajo la modalidad de desaparición forzada de
personas, en perjuicio de Dora Rita Mercero, Luis Alberto
Sotuyo y María Graciela Izurieta; e) homicidio agravado por
alevosía, por el concurso premeditado de dos o más personas y
con el fin de lograr la impunidad, en perjuicio de Olga Silvia
Souto Castillo, Daniel Guillermo Hidalgo y Patricia Elizabeth
Acevedo (según lo prevén los artículos 2, 29 inciso 3°, 45,
55; 144 bis inciso 1 y último párrafo –ley 14.616-, en función
del artículo 142 incisos 1 y 5 -ley 20.642-; 144 ter segundo
párrafo -texto según ley 14.616-; y 80 inc. 2, 6 y 7 -ley
21.338- y 293 primer párrafo (según ley 20.642) del Código
Penal y artículos 530 y 531 del CPPN); 28) CONDENAR a JORGE
ENRIQUE MANSUETO SWENDSEN […] a la pena de PRISIÓN PERPETUA,
INHABILITACIÓN ABSOLUTA Y PERPETUA, ACCESORIAS LEGALES Y AL
PAGO DE LAS COSTAS DEL PROCESO, por considerarlo coautor
penalmente responsable de los delitos de: a) privación ilegal
de la libertad agravada por haber sido cometida por un
funcionario público con abuso de sus funciones o sin las
formalidades prescriptas por la ley, agravada por mediar
violencias o amenazas y por su duración mayor a un mes en

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otros s/recurso de casación”

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concurso real con imposición de tormentos agravados por ser la


víctima perseguida política, respecto de José Luis Gon; b)
privación ilegal de la libertad agravada por haber sido
cometida por un funcionario público con abuso de sus funciones
o sin las formalidades prescriptas por la ley, agravada por
mediar violencias o amenazas y por su duración mayor a un mes
en concurso real con imposición de tormentos agravados por ser
las víctimas perseguidas políticas en concurso real con
homicidio agravado por alevosía, por el concurso premeditado
de dos o más personas y con el fin de lograr la impunidad,
bajo la modalidad de desaparición forzada de personas,
respecto de Raúl Ferreri, Raúl Eugenio Metz y Graciela Alicia
Romero (conforme lo establecen los artículos 2, 29 inciso 3°,
45, 55; 144 bis inciso 1 y último párrafo –ley 14.616-, en
función del artículo 142 incisos 1 y 5 -ley 20.642-; 144 ter
segundo párrafo -texto según ley 14.616-; 80 inc. 2, 6 y 7 -
ley 21.338- del Código Penal y artículos 530 y 531 del CPPN);
29) CONDENAR a ALEJANDRO LAWLESS […] a la pena de PRISIÓN
PERPETUA, INHABILITACIÓN ABSOLUTA Y PERPETUA, ACCESORIAS
LEGALES Y AL PAGO DE LAS COSTAS DEL PROCESO, por considerarlo
coautor penalmente responsable de los delitos de: a) privación
ilegal de la libertad agravada por haber sido cometida por un
funcionario público con abuso de sus funciones o sin las
formalidades prescriptas por la ley, agravada por mediar
violencias o amenazas, en perjuicio de Jorge Hugo Griskan;
Raúl Griskan; Liliana Beatriz Griskan, Carlos Carrizo y
Eduardo Gustavo Roth; b) privación ilegal de la libertad
agravada por haber sido cometida por un funcionario público
con abuso de sus funciones o sin las formalidades prescriptas
por la ley, agravada por mediar violencias o amenazas, y por

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su duración mayor a un mes en perjuicio de Pablo Victorio
Bohoslavsky; Julio Alberto Ruiz; Rubén Alberto Ruiz; c)
privación ilegal de la libertad agravada por haber sido
cometida por un funcionario público con abuso de sus funciones
o sin las formalidades prescriptas por la ley, agravada por
mediar violencias o amenazas en concurso material con
imposición de tormentos agravados por ser las víctimas
perseguidas políticas en perjuicio de Gustavo Darío López,
María Cristina Jessenne, Braulio Raúl Laurencena, María
Felicitas Balina, Héctor Furia, Gustavo Fabián Aragón y Simón
León Dejter; d) privación ilegal de la libertad agravada por
haber sido cometida por un funcionario público con abuso de
sus funciones o sin las formalidades prescriptas por la ley,
agravada por mediar violencias o amenazas y por su duración
mayor a un mes, en concurso material con imposición de
tormentos agravados por ser las víctimas perseguidas
políticas, en perjuicio de Renato Salvador Zoccali, José María
Petersen, Carlos Samuel Sanabria, Alicia Mabel Partnoy, Hugo
Washington Barzola y Estrella Marina Menna; e) privación
ilegal de la libertad agravada por haber sido cometida por un
funcionario público con abuso de sus funciones o sin las
formalidades prescriptas por la ley, agravada por mediar
violencias o amenazas y por su duración mayor a un mes, en
concurso real con imposición de tormentos agravados por ser
las víctimas perseguidas políticas en concurso real con
homicidio agravado por alevosía, por el concurso premeditado
de dos o más personas y con el fin de lograr la impunidad, en
perjuicio de Ricardo Gabriel Del Rio, Pablo Francisco
Fornasari y Juan Carlos Castillo (según lo prevén los
artículos 2, 29 inciso 3°, 45, 55; 144 bis inciso 1 y último
párrafo –ley 14.616-, en función del artículo 142 incisos 1 y
5 -ley 20.642-; 144 ter segundo párrafo -texto según ley
14.616-; 80 inc. 2, 6 y 7 -ley 21.338- del Código Penal y

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“González Chipont, Guillermo Julio y
otros s/recurso de casación”

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artículos 530 y 531 del CPPN); y f) ABSOLVERLO por no haberse


podido acreditar su intervención en los hechos que tuvieron
como víctimas a Mario Edgardo Medina, Gladis Sepúlveda, Elida
Noemí Sifuentes, María Cristina Pedersen, Orlando Luis
Stirnemann y Nélida Esther Deluchi (arts. 3 y 402 del CPPN);
30) CONDENAR a RAÚL ARTEMIO DOMÍNGUEZ […] a la pena de PRISIÓN
PERPETUA, INHABILITACIÓN ABSOLUTA Y PERPETUA, ACCESORIAS
LEGALES Y AL PAGO DE LAS COSTAS DEL PROCESO, por considerarlo
coautor penalmente responsable de los delitos de: a) privación
ilegal de la libertad agravada por haber sido cometida por un
funcionario público con abuso de sus funciones o sin las
formalidades prescriptas por la ley, agravada por mediar
violencias o amenazas, en concurso real con imposición de
tormentos agravados por ser las víctimas perseguidas
políticas, respecto de Carlos Carrizo, Sergio Ricardo
Mengatto, Gustavo Fabián Aragón, Gustavo Darío López, Emilio
Rubén Villalba, Manuel Vera Navas, Vilma Diana Rial, Daniel
Osvaldo Esquivel, Patricia Irene Chabat, María Cristina
Pedersen, Héctor Juan Ayala, José María Petersen, Eduardo
Gustavo Roth, Renato Salvador Zoccali, Sergio Andrés Voitzuk,
Néstor Daniel Bambozzi, Oscar José Meilan, Jorge Antonio Abel,
Orlando Luis Stirneman, Mirna Edith Aberasturi y Héctor
Osvaldo González; b) privación ilegal de la libertad agravada
por haber sido cometida por un funcionario público con abuso
de sus funciones o sin las formalidades prescriptas por la
ley, agravada por mediar violencias o amenazas y por su
duración mayor a un mes, en concurso material con imposición
de tormentos agravados por ser las víctimas perseguidas
políticas, en perjuicio de José Luis Gon, Eduardo Alberto
Hidalgo (HECHO II), Pablo Victorio Bohoslavsky, Julio Alberto

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Ruiz, Rubén Alberto Ruiz, Mario Rodolfo Crespo, Juan Carlos
Monge, Luis Miguel García Sierra, Carlos Samuel Sanabria,
Alicia Mabel Partnoy, Rudy Omar Saiz, Estrella Marina Menna;
c) privación ilegal de la libertad agravada por haber sido
cometida por un funcionario público con abuso de sus funciones
o sin las formalidades prescriptas por la ley, agravada por
mediar violencias o amenazas, en concurso material con
imposición de tormentos agravados por ser las víctimas
perseguidas políticas y lesiones gravísimas agravadas por
alevosía, en perjuicio de Nélida Esther Deluchi y Eduardo
Mario Chironi; d) privación ilegal de la libertad agravada por
haber sido cometida por un funcionario público con abuso de
sus funciones o sin las formalidades prescriptas por la ley,
agravada por mediar violencias o amenazas y por su duración
mayor a un mes, en concurso real con imposición de tormentos
agravados por ser las víctimas perseguidas políticas en
concurso real con homicidio agravado por alevosía, por el
concurso premeditado de dos o más personas y con el fin de
lograr la impunidad, en perjuicio de Carlos Roberto Rivera,
María Elena Romero, Cesar Antonio Giordano, Zulma Araceli
Izurieta, Stella Maris Ianarelli, Carlos Mario Ilacqua, Andrés
Oscar Lofvall, Gustavo Marcelo Yotti, Darío José Rossi, Nancy
Griselda Cereijo, María Angélica Ferrari, Elisabet Frers,
Susana Elba Traverso, Alberto Ricardo Garralda, Juan Carlos
Castillo, Pablo Francisco Fornasari, Roberto Adolfo Lorenzo,
Zulma Raquel Matzkin, Manuel Mario Tarchitzky y bajo la
modalidad de desaparición forzada de personas, de Dora Rita
Mercero, Luis Alberto Sotuyo, Raúl Ferreri, Fernando Jara,
María Graciela Izurieta, María Eugenia González, Néstor Oscar
Junquera, Graciela Alicia Romero y Néstor Alejandro Bossi; e)
sustracción de menores en perjuicio de los hijos nacidos en
cautiverio de María Graciela Izurieta y Graciela Alicia Romero
(según lo prevén los artículos 2, 29 inciso 3°, 45, 55; 144

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“González Chipont, Guillermo Julio y
otros s/recurso de casación”

Cámara Federal de Casación Penal

bis inciso 1 y último párrafo –ley 14.616-, en función del


artículo 142 incisos 1 y 5 -ley 20.642-; 144 ter segundo
párrafo -texto según ley 14.616- y arts. 91 y 92 [en función
del art. 80 inc. 2]; art. 80 inc. 2, 6 y 7 -ley 21.338- del
Código Penal y artículos 530 y 531 del CPPN); y f) ABSOLVERLO
de los hechos que tuvieron como víctimas a Guillermo Oscar
Iglesias, Raúl Eugenio Metz y Carlos Alberto Gentile, por no
haberse podido acreditar la acusación en el debate (arts. 3 y
402 del CPPN); 31) CONDENAR a ARSENIO LAVAYÉN […] a la pena de
PRISIÓN PERPETUA, INHABILITACIÓN ABSOLUTA Y PERPETUA,
ACCESORIAS LEGALES Y AL PAGO DE LAS COSTAS DEL PROCESO, por
considerarlo coautor penalmente responsable de los delitos de:
a) privación ilegal de la libertad agravada por haber sido
cometida por un funcionario público con abuso de sus funciones
o sin las formalidades prescriptas por la ley, agravada por
mediar violencias o amenazas, en concurso real con imposición
de tormentos agravados por ser las víctimas perseguidas
políticas, respecto de Carlos Carrizo, Sergio Ricardo
Mengatto, Gustavo Fabián Aragón, Gustavo Darío López, Emilio
Rubén Villalba, Manuel Vera Navas, Vilma Diana Rial, Daniel
Osvaldo Esquivel, Patricia Irene Chabat, Héctor Juan Ayala,
José María Petersen, Eduardo Gustavo Roth, Renato Salvador
Zoccali, Sergio Andrés Voitzuk, Néstor Daniel Bambozzi, Oscar
José Meilan, Jorge Antonio Abel, Mirna Edith Aberasturi,
Orlando Luis Stirneman y Héctor Osvaldo González; b) privación
ilegal de la libertad agravada por haber sido cometida por un
funcionario público con abuso de sus funciones o sin las
formalidades prescriptas por la ley, agravada por mediar
violencias o amenazas y por su duración mayor a un mes, en
concurso material con imposición de tormentos agravados por

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ser las víctimas perseguidas políticas, en perjuicio de José
Luis Gon, Eduardo Alberto Hidalgo (HECHO II), Pablo Victorio
Bohoslavsky, Julio Alberto Ruiz, Rubén Alberto Ruiz, Mario
Rodolfo Crespo, Juan Carlos Monge, Luis Miguel García Sierra,
Carlos Samuel Sanabria, Alicia Mabel Partnoy; c) privación
ilegal de la libertad agravada por haber sido cometida por un
funcionario público con abuso de sus funciones o sin las
formalidades prescriptas por la ley, agravada por mediar
violencias o amenazas, en concurso material con imposición de
tormentos agravados por ser las víctimas perseguidas políticas
y lesiones gravísimas agravadas por alevosía, en perjuicio de
Eduardo Mario Chironi; d) privación ilegal de la libertad
agravada por haber sido cometida por un funcionario público
con abuso de sus funciones o sin las formalidades prescriptas
por la ley, agravada por mediar violencias o amenazas y por su
duración mayor a un mes, en concurso real con imposición de
tormentos agravados por ser las víctimas perseguidas políticas
en concurso real con homicidio agravado por alevosía, por el
concurso premeditado de dos o más personas y con el fin de
lograr la impunidad, en perjuicio de Carlos Roberto Rivera,
María Elena Romero, Cesar Antonio Giordano, Zulma Araceli
Izurieta, Stella Maris Ianarelli, Andrés Oscar Lofvall,
Gustavo Marcelo Yotti, Darío José Rossi, Nancy Griselda
Cereijo, María Angélica Ferrari, Elisabet Frers, Susana Elba
Traverso, y bajo la modalidad de desaparición forzada de
personas, de Dora Rita Mercero, Fernando Jara, María Graciela
Izurieta, María Eugenia González, Néstor Oscar Junquera, Raúl
Ferreri, Graciela Alicia Romero y Néstor Alejandro Bossi; e)
sustracción de menores en perjuicio de los hijos nacidos en
cautiverio de María Graciela Izurieta y de Graciela Alicia
Romero (según lo prevén los artículos 2, 29 inciso 3°, 45, 55;
144 bis inciso 1 y último párrafo –ley 14.616-, en función del
artículo 142 incisos 1 y 5 -ley 20.642-; 144 ter segundo

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párrafo -texto según ley 14.616-; arts. 91 y 92 [en función


del art. 80 inc. 2]; art. 80 inc. 2, 6 y 7 -ley 21.338- y 146
del Código Penal y artículos 530 y 531 del CPPN); y f)
ABSOLVERLO de los hechos que tuvieron como víctimas a
Guillermo Oscar Iglesias, Luis Alberto Sotuyo y Raúl Eugenio
Metz, por no haberse podido acreditar la acusación en el
debate (arts. 3 y 402 del CPPN); 32) CONDENAR a ANDRÉS
DESIDERIO GONZÁLEZ […] a la pena de PRISIÓN PERPETUA,
INHABILITACIÓN ABSOLUTA Y PERPETUA, ACCESORIAS LEGALES Y AL
PAGO DE LAS COSTAS DEL PROCESO, por considerarlo coautor
penalmente responsable de los delitos de: a) privación ilegal
de la libertad agravada por haber sido cometida por un
funcionario público con abuso de sus funciones o sin las
formalidades prescriptas por la ley, agravada por mediar
violencias o amenazas, en concurso real con imposición de
tormentos agravados por ser las víctimas perseguidas
políticas, respecto de Carlos Carrizo, Sergio Ricardo
Mengatto, Gustavo Fabián Aragón, Gustavo Darío López, Emilio
Rubén Villalba, Manuel Vera Navas, Vilma Diana Rial, Patricia
Irene Chabat, Héctor Juan Ayala, José María Petersen, Eduardo
Gustavo Roth, Renato Salvador Zoccali, Sergio Andrés Voitzuk,
Néstor Daniel Bambozzi, Oscar José Meilan, Jorge Antonio Abel,
Orlando Luis Stirneman, Mirna Edith Aberasturi y Héctor
Osvaldo González; b) privación ilegal de la libertad agravada
por haber sido cometida por un funcionario público con abuso
de sus funciones o sin las formalidades prescriptas por la
ley, agravada por mediar violencias o amenazas y por su
duración mayor a un mes, en concurso material con imposición
de tormentos agravados por ser las víctimas perseguidas
políticas, en perjuicio de José Luis Gon, Eduardo Alberto

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Hidalgo (HECHO II), Pablo Victorio Bohoslavsky, Julio Alberto
Ruiz, Rubén Alberto Ruiz, Mario Rodolfo Crespo, Juan Carlos
Monge, Luis Miguel García Sierra, Carlos Samuel Sanabria,
Alicia Mabel Partnoy; c) privación ilegal de la libertad
agravada por haber sido cometida por un funcionario público
con abuso de sus funciones o sin las formalidades prescriptas
por la ley, agravada por mediar violencias o amenazas, en
concurso material con imposición de tormentos agravados por
ser la víctima perseguida política y lesiones gravísimas
agravadas por alevosía, en perjuicio de Eduardo Mario Chironi;
d) privación ilegal de la libertad agravada por haber sido
cometida por un funcionario público con abuso de sus funciones
o sin las formalidades prescriptas por la ley, agravada por
mediar violencias o amenazas y por su duración mayor a un mes,
en concurso real con imposición de tormentos agravados por ser
las víctimas perseguidas políticas en concurso real con
homicidio agravado por alevosía, por el concurso premeditado
de dos o más personas y con el fin de lograr la impunidad, en
perjuicio de Carlos Roberto Rivera, María Elena Romero, Cesar
Antonio Giordano, Zulma Araceli Izurieta, Stella Maris
Ianarelli, Carlos Mario Ilacqua, Andrés Oscar Lofvall, Gustavo
Marcelo Yotti, Darío José Rossi, Nancy Griselda Cereijo, María
Angélica Ferrari, Elisabet Frers, y bajo la modalidad de
desaparición forzada de personas, de Fernando Jara, María
Graciela Izurieta, María Eugenia González, Néstor Oscar
Junquera, Graciela Alicia Romero y Raúl Ferreri; e)
sustracción de menores en perjuicio de los hijos nacidos en
cautiverio de María Graciela Izurieta y Graciela Alicia Romero
(según lo prevén los artículos 2, 29 inciso 3°, 45, 55; 144
bis inciso 1 y último párrafo –ley 14.616-, en función del
artículo 142 incisos 1 y 5 -ley 20.642-; 144 ter segundo
párrafo (texto según ley 14.616) y arts. 91 y 92 [en función
del art. 80 inc. 2]; 80 inc. 2, 6 y 7 -ley 21.338- y 146 del

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Código Penal y artículos 530 y 531 del CPPN); y f) ABSOLVERLO,


de los hechos que tuvieron como víctimas a Guillermo Oscar
Iglesias, Carlos Alberto Gentile y Raúl Eugenio Metz, por no
haberse podido acreditar su intervención (arts. 3 y 402 del
CPPN); 33) CONDENAR a GABRIEL CAÑICUL […] a la pena de PRISIÓN
PERPETUA, INHABILITACIÓN ABSOLUTA Y PERPETUA, ACCESORIAS
LEGALES Y AL PAGO DE LAS COSTAS DEL PROCESO, por considerarlo
coautor penalmente responsable de los delitos de: a) privación
ilegal de la libertad agravada por haber sido cometida por un
funcionario público con abuso de sus funciones o sin las
formalidades prescriptas por la ley, agravada por mediar
violencias o amenazas, en concurso real con imposición de
tormentos agravados por ser las víctimas perseguidas
políticas, respecto de Carlos Carrizo, Sergio Ricardo
Mengatto, Gustavo Fabián Aragón, Gustavo Darío López, Emilio
Rubén Villalba, Manuel Vera Navas, Vilma Diana Rial, Daniel
Osvaldo Esquivel, Patricia Irene Chabat, Héctor Juan Ayala,
José María Petersen, Eduardo Gustavo Roth, Renato Salvador
Zoccali, Sergio Andrés Voitzuk, Néstor Daniel Bambozzi, Oscar
José Meilan, Jorge Antonio Abel y Héctor Osvaldo González; b)
privación ilegal de la libertad agravada por haber sido
cometida por un funcionario público con abuso de sus funciones
o sin las formalidades prescriptas por la ley, agravada por
mediar violencias o amenazas y por su duración mayor a un mes,
en concurso material con imposición de tormentos agravados por
ser las víctimas perseguidas políticas, en perjuicio de José
Luis Gon, Eduardo Alberto Hidalgo (HECHO II), Pablo Victorio
Bohoslavsky, Julio Alberto Ruiz, Rubén Alberto Ruiz, Mario
Rodolfo Crespo, Juan Carlos Monge, Luis Miguel García Sierra;
c) privación ilegal de la libertad agravada por haber sido

31

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cometida por un funcionario público con abuso de sus funciones
o sin las formalidades prescriptas por la ley, agravada por
mediar violencias o amenazas, en concurso material con
imposición de tormentos agravados por ser la víctima
perseguida política y lesiones gravísimas agravadas por
alevosía, en perjuicio de Eduardo Mario Chironi; d) privación
ilegal de la libertad agravada por haber sido cometida por un
funcionario público con abuso de sus funciones o sin las
formalidades prescriptas por la ley, agravada por mediar
violencias o amenazas y por su duración mayor a un mes, en
concurso real con imposición de tormentos agravados por ser
las víctimas perseguidas políticas en concurso real con
homicidio agravado por alevosía, por el concurso premeditado
de dos o más personas y con el fin de lograr la impunidad, en
perjuicio de Carlos Roberto Rivera, Darío José Rossi y Susana
Elba Traverso, y bajo la modalidad de desaparición forzada de
personas, de Fernando Jara, María Graciela Izurieta, María
Eugenia González, Néstor Oscar Junquera, Raúl Ferreri y Néstor
Alejandro Bossi; e) sustracción de menores en perjuicio del
hijo/a de María Graciela Izurieta; (según lo prevén los
artículos 2, 29 inciso 3°, 45, 55; 144 bis inciso 1 y último
párrafo –ley 14.616-, en función del artículo 142 incisos 1 y
5 -ley 20.642-; 144 ter segundo párrafo (texto según ley
14.616) y arts. 91 y 92, en función del art. 80 inc. 2; 80
inc. 2, 6 y 7 [ley 21.338]; 146 del Código Penal y artículos
530 y 531 del CPPN) y f) ABSOLVERLO, de los hechos que
tuvieron como víctimas a Cesar Antonio Giordano, Carlos
Alberto Gentile, Zulma Araceli Izurieta, Raúl Eugenio Metz,
Graciela Alicia Romero y su hijo, por no haberse podido
acreditar la acusación en el debate (arts. 3 y 402 del CPPN);
34) CONDENAR a JOSÉ MARÍA MARTÍNEZ […] a la pena de PRISIÓN
PERPETUA, INHABILITACIÓN ABSOLUTA Y PERPETUA, ACCESORIAS
LEGALES Y AL PAGO DE LAS COSTAS DEL PROCESO, por considerarlo

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coautor penalmente responsable de los delitos de: a) privación


ilegal de la libertad agravada por haber sido cometida por un
funcionario público con abuso de sus funciones o sin las
formalidades prescriptas por la ley, agravada por mediar
violencias o amenazas, en concurso real con imposición de
tormentos agravados por ser las víctimas perseguidas
políticas, respecto de Daniel Osvaldo Esquivel y Héctor
Osvaldo González; b) privación ilegal de la libertad agravada
por haber sido cometida por un funcionario público con abuso
de sus funciones o sin las formalidades prescriptas por la
ley, agravada por mediar violencias o amenazas y por su
duración mayor a un mes, en concurso material con imposición
de tormentos agravados por ser las víctimas perseguidas
políticas, en perjuicio de Carlos Samuel Sanabria y Alicia
Mabel Partnoy; c) privación ilegal de la libertad agravada por
haber sido cometida por un funcionario público con abuso de
sus funciones o sin las formalidades prescriptas por la ley,
agravada por mediar violencias o amenazas y por su duración
mayor a un mes, en concurso real con imposición de tormentos
agravados por ser las víctimas perseguidas políticas en
concurso real con homicidio agravado por alevosía, por el
concurso premeditado de dos o más personas y con el fin de
lograr la impunidad, en perjuicio de María Elena Romero, Cesar
Antonio Giordano, Zulma Araceli Izurieta, Gustavo Marcelo
Yotti, María Angélica Ferrari, Elisabet Frers, Susana Elba
Traverso, y bajo la modalidad de desaparición forzada de
personas, de Graciela Alicia Romero y Néstor Alejandro Bossi;
d) sustracción de menores en perjuicio del hijo de Graciela
Alicia Romero (según lo prevén los artículos 2, 29 inciso 3°,
45, 55; 144 bis inciso 1 y último párrafo –ley 14.616-, en

33

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función del artículo 142 incisos 1 y 5 -ley 20.642-; 144 ter
segundo párrafo -texto según ley 14.616-; 80 inc. 2, 6 y 7 -
ley 21.338- y 146 del Código Penal y artículos 530 y 531 del
CPPN); 35) CONDENAR a HECTOR LUIS SELAYA […] a la pena de SEIS
(6) AÑOS DE PRISIÓN, INHABILITACIÓN ABSOLUTA POR EL TIEMPO DE
LA CONDENA, ACCESORIAS LEGALES Y AL PAGO DE LAS COSTAS DEL
PROCESO, por considerarlo coautor penalmente responsable de
los delitos de: privación ilegal de la libertad agravada por
haber sido cometida por un funcionario público con abuso de
sus funciones o sin las formalidades prescriptas por la ley,
agravada por mediar violencias o amenazas y por su duración
mayor a un mes, en perjuicio de Gladis Sepúlveda y Elida Noemí
Sifuentes (conforme lo establecen los artículos 2, 29 inciso
3°, 45, 55; 144 bis inciso 1 y último párrafo –ley 14.616-, en
función del artículo 142 incisos 1 y 5 -ley 20.642- del Código
Penal y artículos 530 y 531 del CPPN); 36) CONDENAR a ANDRES
REYNALDO MIRAGLIA […] a la pena de TRES (3) AÑOS DE PRISIÓN,
INHABILITACIÓN ABSOLUTA POR EL TIEMPO DE LA CONDENA,
ACCESORIAS LEGALES Y AL PAGO DE LAS COSTAS DEL PROCESO, por
considerarlo coautor penalmente responsable de los delitos de:
privación ilegal de la libertad agravada por haber sido
cometida por un funcionario público con abuso de sus funciones
o sin las formalidades prescriptas por la ley, agravada por
mediar violencias o amenazas y por su duración mayor a un mes,
en perjuicio de José Luis Gon (conforme lo establecen los
artículos 2, 29 inciso 3°, 45, 55; 144 bis inciso 1 y último
párrafo –ley 14.616-, en función del artículo 142 incisos 1 y
5 -ley 20.642- del Código Penal y artículos 530 y 531 del
CPPN); 37) CONDENAR a PEDRO JOSÉ NOEL […] a la pena de PRISIÓN
PERPETUA, INHABILITACIÓN ABSOLUTA POR EL TIEMPO DE LA CONDENA,
ACCESORIAS LEGALES Y AL PAGO DE LAS COSTAS DEL PROCESO, por
considerarlo coautor penalmente responsable de los delitos de:
a) privación ilegal de la libertad agravada por haber sido

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otros s/recurso de casación”

Cámara Federal de Casación Penal

cometida por un funcionario público con abuso de sus funciones


o sin las formalidades prescriptas por la ley, agravada por
mediar violencias o amenazas en concurso real con imposición
de tormentos agravados por ser las víctimas perseguidas
políticas en perjuicio de Laura Manzo y María Emilia Salto; b)
privación ilegal de la libertad agravada por haber sido
cometida por un funcionario público con abuso de sus funciones
o sin las formalidades prescriptas por la ley, agravada por
mediar violencias o amenazas, en concurso material con
imposición de tormentos agravados por ser las víctimas
perseguidas políticas en concurso real con homicidio agravado
por alevosía, por el concurso premeditado de dos o más
personas y con el fin de lograr la impunidad en perjuicio de
Daniel José Bombara (conforme artículos 2, 29 inciso 3°, 45,
55; 144 bis inciso 1 y último párrafo –ley 14.616-, en función
del artículo 142 incisos 1 y 5 -ley 20.642-; 144 ter segundo
párrafo –texto según ley 14.616-; 80 inc. 2, 6 y 7 -ley
21.338- del Código Penal y artículos 530 y 531 del CPPN); 38)
CONDENAR a JESUS SALINAS […] a la pena de PRISIÓN PERPETUA,
INHABILITACIÓN ABSOLUTA POR EL TIEMPO DE LA CONDENA,
ACCESORIAS LEGALES Y AL PAGO DE LAS COSTAS DEL PROCESO, por
considerarlo coautor penalmente responsable de los delitos de:
a) privación ilegal de la libertad agravada por haber sido
cometida por un funcionario público con abuso de sus funciones
o sin las formalidades prescriptas por la ley, agravada por
mediar violencias o amenazas en concurso real con imposición
de tormentos agravados por ser las víctimas perseguidas
políticas en perjuicio de Laura Manzo y María Emilia Salto; b)
privación ilegal de la libertad agravada por haber sido
cometida por un funcionario público con abuso de sus funciones

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o sin las formalidades prescriptas por la ley, agravada por
mediar violencias o amenazas, en concurso material con
imposición de tormentos agravados por ser las víctimas
perseguidas políticas en concurso real con homicidio agravado
por alevosía, por el concurso premeditado de dos o más
personas y con el fin de lograr la impunidad en perjuicio de
Daniel José Bombara (conforme artículos 2, 29 inciso 3°, 45,
55; 144 bis inciso 1 y último párrafo –ley 14.616-, en función
del artículo 142 incisos 1 y 5 -ley 20.642-; 144 ter segundo
párrafo -texto según ley 14.616-; 80 inc. 2, 6 y 7 -ley
21.338- del Código Penal y artículos 530 y 531 del CPPN); 39)
CONDENAR a OSVALDO VICENTE FLORIDIA […] a la pena de DIEZ (10)
AÑOS DE PRISIÓN, INHABILITACIÓN ABSOLUTA POR EL TIEMPO DE LA
CONDENA, ACCESORIAS LEGALES Y AL PAGO DE LAS COSTAS DEL
PROCESO, por considerarlo coautor penalmente responsable de
los delitos de: a) privación ilegal de la libertad agravada
por haber sido cometida por un funcionario público con abuso
de sus funciones o sin las formalidades prescriptas por la ley
agravada por mediar violencias o amenazas y por su duración
mayor a un mes, en concurso material con imposición de
tormentos agravados por ser la víctima perseguida política, en
perjuicio de Jorge Antonio Abel; b) privación ilegal de la
libertad agravada por haber sido cometida por un funcionario
público con abuso de sus funciones o sin las formalidades
prescriptas por la ley agravada por mediar violencias o
amenazas y por su duración mayor a un mes, en concurso
material con imposición de tormentos agravados por ser la
víctima perseguida política y lesiones gravísimas agravadas
por alevosía, en perjuicio de Eduardo Mario Chironi; y c)
allanamiento ilegal (según lo prevén los artículos 2, 29
inciso 3°, 45, 55; 144 bis inciso 1 y último párrafo [ley
14.616], en función del artículo 142 incisos 1 y 5 -ley
20.642-; 144 ter segundo párrafo [texto según ley 14.616] y

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otros s/recurso de casación”

Cámara Federal de Casación Penal

arts. 91 y 92, en función del art. 80 inc. 2; artículo 80 inc.


2, 6 y 7 [ley 21.338], 151 del Código Penal y artículos 530 y
531 del CPPN); 40) CONDENAR a OSCAR LORENZO REINHOLD […] a la
pena de CATORCE (14) AÑOS DE PRISIÓN, INHABILITACIÓN ABSOLUTA
POR EL TIEMPO DE LA CONDENA, ACCESORIAS LEGALES Y AL PAGO DE
LAS COSTAS DEL PROCESO, por considerarlo coautor penalmente
responsable de los delitos de: a) privación ilegal de la
libertad agravada por haber sido cometida por un funcionario
público con abuso de sus funciones o sin las formalidades
prescriptas por la ley, agravada por mediar violencias o
amenazas, en concurso material con imposición de tormentos
agravados por ser las víctimas perseguidas políticas, de los
que resultaron víctimas Gladis Sepúlveda, Elida Noemí
Sifuentes, Raúl Eugenio Metz y Graciela Alicia Romero
(conforme artículos 2, 29 inciso 3°, 45, 55; 144 bis inciso 1
y último párrafo [ley 14.616], en función del artículo 142
incisos 1 -ley 20.642-; 144 ter segundo párrafo [texto según
ley 14.616] del Código Penal y artículos 530 y 531 del CPPN);
y b) ABSOLVERLO, por la sustracción de la que resulto victima
el hijo de Graciela Alicia Romero y del hecho del que resulto
victima Raúl Ferreri (arts. 3 y 402 del CPPN); 41) CONDENAR a
OSVALDO ANTONIO LAURELLA CRIPPA […] a la pena de NUEVE (9)
AÑOS DE PRISIÓN, INHABILITACIÓN ABSOLUTA POR EL TIEMPO DE LA
CONDENA, ACCESORIAS LEGALES Y AL PAGO DE LAS COSTAS DEL
PROCESO, por considerarlo coautor penalmente responsable de
los delitos de: a) privación ilegal de la libertad agravada
por haber sido cometida por un funcionario público con abuso
de sus funciones o sin las formalidades prescriptas por la
ley, agravada por mediar violencias o amenazas, en concurso
material con imposición de tormentos agravados por ser las

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víctimas perseguidas políticas, de los que resultaron víctimas
Gladis Sepúlveda y Elida Noemí Sifuentes (conforme artículos
2, 29 inciso 3°, 45, 55; 144 bis inciso 1 y último párrafo
[ley 14.616], en función del artículo 142 incisos 1 -ley
20.642-; 144 ter segundo párrafo [texto según ley 14.616] del
Código Penal y artículos 530 y 531 del CPPN); y b) ABSOLVERLO
por el hecho del que resulto victima Raúl Ferreri por no
haberse podido comprobar la acusación en el debate (arts. 3 y
402 del CPPN); 42) CONDENAR a ANTONIO ALBERTO CAMARELLI, de
las demás condiciones personales obrantes en el exordio, a la
pena de TRES (3) AÑOS DE PRISIÓN, INHABILITACIÓN ABSOLUTA POR
EL TIEMPO DE LA CONDENA, ACCESORIAS LEGALES Y AL PAGO DE LAS
COSTAS DEL PROCESO, por considerarlo coautor penalmente
responsable del delito de privación ilegal de la libertad
agravada por haber sido cometida por un funcionario público
con abuso de sus funciones o sin las formalidades prescriptas
por la ley, agravada por mediar violencias o amenazas en
perjuicio de Gladis Sepúlveda (conforme lo establecido los
artículos 2, 29 inciso 3°, 45, 144 bis inciso 1 y último
párrafo [ley 14.616], en función del artículo 142 -ley
20.642); 43) DEJAR EXPRESA MENCIÓN que la totalidad de los
delitos enunciados en el presente decisorio constituyen
crímenes de lesa humanidad (artículos 118 de la CN y 1° de la
“Convención sobre la imprescriptibilidad de los crímenes de
guerra y de los crímenes de Lesa Humanidad”) y, POR MAYORÍA
(de los jueces Jorge Ferro y Martín Bava), que fueron
perpetrados en el marco del genocidio sufrido en nuestro país
durante la última dictadura cívico-militar (art. II de la
“Convención para la Prevención y Sanción del delito de
genocidio”). El Dr. Mario Tripputi voto en disidencia sobre
este punto; 44) ABSOLVER por el principio de la duda razonable
a ALBERTO MAGNO NIEVA, de las demás condiciones obrantes en
autos, de los hechos que le fueran imputados, disponiendo su

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“González Chipont, Guillermo Julio y
otros s/recurso de casación”

Cámara Federal de Casación Penal

inmediata libertad (conforme art. 3 y 402 del CPPN) salvo que


existiere orden en contrario de autoridad competente; 45)
DISPONER QUE EL CUMPLIMIENTO DE LA PENA sea en prisiones
federales comunes bajo la jurisdicción del Servicio
Penitenciario Federal; y en caso que no existiere tal
posibilidad, se procurará el cupo pertinente en prisiones
provinciales, procurando que correspondan al domicilio del
condenado (art. 16 CN., arts. 5, 7, 41 del C.P.); 46) RECHAZAR
el pedido de revocatoria de los arrestos domiciliarios
realizado por el Ministerio Publico Fiscal y la Secretaria de
Derechos Humanos del Ministerio de Justicia de la Nación, por
resultar improcedente de acuerdo a las pautas legales
previstas en la ley 24.660; 47) HACER SABER a las víctimas de
estas actuaciones que tienen derecho a ser informadas y
expresar opinión ante al juez de ejecución o juez competente,
cuando se sustancie cualquier planteo en el que se pueda
decidir la incorporación de las personas condenadas a: salidas
transitorias; régimen de semilibertad; libertad condicional;
prisión domiciliaria; prisión discontinua o semidetención;
libertad asistida y régimen preparatorio para su liberación. A
esos fines deberán solicitar intervención y fijar domicilio,
pudiendo designar representante legal, proponer peritos y
establecer el modo en el que recibirán las comunicaciones
(conforme lo establece expresamente el artículo 11 bis de la
ley 24.660); 48) NO HACER LUGAR AL PLANTEO DE
INCONSTITUCIONALIDAD del art. 12 del Código Penal realizado
por la Defensa Oficial […]; 49) Firme que sea esta sentencia,
ORDENAR LA BAJA de las filas del Ejército Argentino, de los
Oficiales y Suboficiales aquí condenados, haciendo saber tal
decisión al Poder Ejecutivo Nacional, a fin que tenga a bien

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ejercer las medidas a su alcance para que se inicie el proceso
de destitución contemplado en el Decreto Ley 19.101 (artículo
20 inciso 6° y 80 de la Ley para el Personal Militar); 50)
Firme que sea esta sentencia, ORDENAR LA BAJA de la Policía
Federal Argentina, de Osvaldo Vicente Floridia, haciendo saber
tal decisión al Ministerio de Seguridad de la Nación, a fin
que ejerza las medidas contempladas en la ley 21.965, Titulo
Quinto; 51) Firme que sea esta sentencia, ORDENAR LA BAJA de
la Policía de la provincia de Rio Negro, de Antonio Alberto
Camarelli, haciendo saber tal decisión al Ministerio de
Seguridad y Justicia de esa provincia, a fin que ejerza las
medidas contempladas en la Ley 679; 52) Firme que sea esta
sentencia, ORDENAR LA BAJA de la Policía Bonaerense, de Pedro
José Noel y Jesús Salinas, haciendo saber tal decisión al
Ministerio de Justicia y Seguridad de la provincia de Buenos
Aires, a fin que ejerza las medidas contempladas en Ley 13.201
y su decreto reglamentario 3.326/04 –artículos 64, 114, inciso
“b”; 53) Firme que sea esta sentencia, ORDENAR LA BAJA del
Servicio Penitenciario Bonaerense de Héctor Luis Selaya y
Andrés Reynaldo Miraglia, haciendo saber esta decisión al
Gobierno de la Provincia de Buenos Aires, a fin que tenga a
bien tomar las medidas contempladas en la Ley 9578/80; 54)
HACER LUGAR PARCIALMENTE a lo solicitado por el Ministerio
Público Fiscal y la parte querellante, y en consecuencia; A)
DISPONER, para el momento en que se encuentre firme esta
sentencia, que en el plazo de diez días el diario “LA NUEVA
PROVINCIA” de esta ciudad publique la rectificación ordenada
en los considerandos que anteceden; y B) RECHAZAR por
improcedente, por no ajustarse a derecho y resultar inadecuado
para este Tribunal Oral en lo Criminal Federal, las peticiones
formuladas con relación a la Universidad Nacional del Sur, la
Universidad Nacional del Comahue y el Gobierno Municipal…”

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Sala II
Causa FBB
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“González Chipont, Guillermo Julio y
otros s/recurso de casación”

Cámara Federal de Casación Penal

(veredicto del 4 de octubre de 2017 y fundamentos del 4 de


diciembre de 2017. Se han omitido destacados).
2º) Que contra ese pronunciamiento dedujeron recursos
de casación –en cuanto subsisten los motivos de agravios- los
defensores oficiales en representación de Víctor Raúl Aguirre,
Antonio Alberto Camarelli, Norberto Eduardo Condal, Enrique
José Del Pino, Carlos Alberto Ferreyra, Guillermo Julio Gonzá-
lez Chipont, Jorge Horacio Granada, Arsenio Lavayén, Osvaldo
Bernardino Páez, Oscar Lorenzo Reinhold, Héctor Luis Selaya,
Osvaldo Lucio Sierra y Carlos Alberto Taffarel; el defensor
particular, doctor Walter E. Tejada, en favor de los imputados
Miguel Ángel Chiesa y Raúl Artemio Domínguez; el defensor par-
ticular, doctor Sebastián Olmedo Barrios, en favor de los im-
putados Miguel Ángel Nilos y Desiderio Andrés González; el de-
fensor particular doctor Carlos Horacio Meira por el imputado
Jorge Horacio Rojas; los defensores particulares, doctores Ge-
rardo y Carmen María Ibáñez, en favor del imputado Alejandro
Lawless; y el representante del Ministerio Público Fiscal,
doctor Alejandro Salvador Cántaro.
3º) Que los remedios procesales fueron concedidos por
el a quo, algunos parcialmente y otros en su totalidad, y man-
tenidos en la instancia por los recurrentes.
A su vez, esta Sala II, por mayoría –con mi
disidencia-, resolvió declarar inadmisible el recurso de queja
interpuesto por el representante del Ministerio Público Fiscal
contra el rechazo del recurso de casación incoado “en relación
al monto de pena impuesta a Jorge Horacio Rojas, Miguel Ángel
Nilos, Miguel Ángel Chiesa y Osvaldo Vicente Floridia (arts.
444 y 458 a contrario sensu CPPN)” (reg. Nº 1862/18, rta. el
31/10/18).

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4º) Que radicadas las actuaciones en esta Sala II, las
defensas postularon la recusación –en lo que aquí interesa- de
la señora jueza Angela E. Ledesma y el suscrito (cfr. fs.
447/454); planteos que fueron rechazados a fs. 458/459 (Reg.
Nº 768/18, rta. el 27/06/2018).
De otro lado, se ha declarado abstracto el tratamiento
de los planteos traídos por las partes en los remedios
casatorios deducidos con relación a Pedro José Noel (Reg. 355-
19 del 15/3/19), Osvaldo Antonio Laurella Crippa (Reg. N°
1694-19 del 9/9/19), Pedro Ángel Cáceres (Reg. N° 2448-19 del
6/12/19), Jorge Enrique Mansueto Swendsen (Reg. N° 188-19 del
27/2/19), Walter Bartolomé Tejada (Reg. N° 1003-22 del
17/8/22), José María Martínez (Reg. N° 1186-22 del 27/9/22),
Andrés Reynaldo Miraglia, Gabriel Cañicul (Reg. N° 1159/23;
rta. el 28/9/23) y Osvaldo Vicente Floridia (Reg. N° 103/24;
rta. el 29/2/24).
Por último, tampoco serán abordados los agravios
vinculados a Jesús Salinas, pues el incusado había sido
apartado del proceso por incapacidad sobreviviente (art. 77
del CPPN) previo a la realización de la audiencia desarrollada
en esta instancia (art. 468 del CPPN). Además, recientemente
el tribunal a quo dispuso su sobreseimiento en los términos
del art. 336 inc. 5 del CPPN, temperamento que ha sido
impugnado por el representante del Ministerio Público Fiscal
(cfr. sistema de gestión LEX100).
-II-
Que corresponde ahora reseñar sucintamente los agra-
vios expuestos por las partes en sus libelos recursivos.
5º) Recurso de casación deducido por el representante
del Ministerio Público Fiscal.
Que el recurrente comenzó repasando cuestiones sobre
la admisibilidad del recurso y encausó sus agravios en ambos
supuestos previstos en el art. 456 del código de ritos.

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En primer término, impugnó la absolución de Páez en


orden al delito de asociación ilícita, al sostener –en
contraposición de lo establecido por el órgano jurisdiccional-
que “…el artículo 210 del Código Penal no exige que la
asociación ilícita se monte sobre un grupo que, desde el
primer momento, haya tenido un fin ilícito ni limita la
consumación típica a que la asociación no se encuentre
amparada o a que no se inserte en el seno mismo del Estado” y
que “…existió un grupo de más de tres personas que se
vincularon, con conocimiento y voluntad, para cometer delitos,
tareas que paradigmáticamente fueron llevadas a cabo a través
de una planificación y división de roles”.
De otra banda, se agravió por la absolución dictada en
favor de Alberto Magno Nieva por los hechos que tuvieron como
víctimas a Luis Alberto Sotuyo, Dora Rita Mercero y Roberto
Adolfo Lorenzo al entender que la sentencia resultaba
arbitraria por apartarse manifiestamente de las constancias
probatorias de la causa.
Así, la parte recurrente insistió en que la prueba
reunida, entre otros elementos los testimonios de Norberto
Carlos Cevedio y José Luis Capozio, “nos demuestra la
inserción de Nieva en la Agrupación Tropas”.
Al respecto, resaltó que “…el conocimiento sobre el
destino final de la víctima Luis Alberto Sotuyo que el
imputado Alberto Magno Nieva expuso al testigo Norberto Carlos
Cevedio, guarda plena consonancia con la pertenencia a la
Agrupación Tropas señalada por el testigo José Luis Capozio y
con la regularidad con que los cuadros de la Compañía Comando
y Servicios fueron incorporados a ese grupo operativo, que –
conforme lo consideró acreditado la misma sentencia– ejecutó

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los procedimientos en perjuicio de las tres víctimas por las
cuales se encuentra imputado el encausado”.
En otro andarivel, el representante de la vindicta
pública criticó la absolución de Oscar Lorenzo Reinhold por la
sustracción del hijo nacido en cautiverio de Graciela Alicia
Romero y por los hechos de los que fuera víctima Raúl Ferreri,
al entender que “…no resulta posible concebir que la máxima
autoridad de inteligencia de la Subzona 52, asesor del
comandante de ese territorio en todo lo relacionado con esa
materia y nexo entre el Comando de Brigada y la Comunidad
Informativa, haya podido desconocer toda la secuencia criminal
sufrida por las víctimas”.
Por otro lado, luego de reseñar los testimonios de
Adriana Metz, Miguel Panijan y Sergio Roberto Méndez Saavedra,
adujo que “…Graciela Alicia Romero se encontraba embarazada al
momento del secuestro y en el mes de abril de dicho año, dio a
luz a su hijo mientras permanecía cautiva en el citado centro
clandestino de Bahía Blanca y que el bebé le fue sustraído,
sin que a la fecha se conozca su destino”. Afirmó que el
imputado “…en virtud del rol y de los aportes del imputado,
Rehinlod no pudo desconocer el destino final”.
También resaltó que en la sentencia al tratar los
hechos que tuvieron por víctima a Ferreri, se tuvo por
acreditado que fue secuestrado en la ciudad de Neuquén en
noviembre de 1976, trasladado a Bahía Blanca, mantenido en
cautiverio en la CCDyT “La Escuelita, y que continúa
desaparecido, por lo que “deviene absurdo” que Reinhold no
resulte responsable.
De otro lado, el casacionista señaló que la sentencia
“…no se pronuncia de manera expresa, con relación a dos hechos
claramente identificados en la imputación y respecto de los
cuales el Ministerio Público Fiscal solicitó la condena de
Oscar Lorenzo Reinhold” y que “…nada se resuelve respecto a

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los homicidios de Raúl Eugenio Metz y de Graciela Alicia


Romero, sin que su condena por las privaciones ilegales de la
libertad y los tormentos sufridos por las mismas, supla esa
omisión”.
Al mismo tiempo, con relación a Héctor Luis Selaya,
por entonces Director de la Unidad Penal N° 4 del Servicio
Penitenciario Bonaerense, por los casos cometidos en perjuicio
de Gladis Sepúlveda y Elida Noemí Sifuentes, arguyó que “…si
bien la sentencia consideró acreditadas las privaciones
ilegales de la libertad, interpretó que no cabía
responsabilizarlo por el delito de tormentos” y que el
tribunal de juicio no valoró circunstancias fácticas
conducentes y dirimentes acreditadas en el debate que
demuestran que en todos los hechos imputados que se configuró
el delito de tormentos agravados por ser las víctimas
perseguidas políticas.
En ese sentido, remarcó que “[n]o se trata de soslayar
las circunstancias particulares que sufrieron cada una de
ellas, sino de no recortar arbitrariamente sus privaciones
ilegales de la libertad, invisibilizando una de sus
características centrales: el modo en que eran tratadas
aquellas personas calificadas como ‘subversivas’ en el marco
del plan criminal y la suerte a la que se encontraban sujetas
su vida y su integridad física y mental”, y que se tuvo por
acreditado que Selaya remitía constante información a la
comunidad informativa sobre las víctimas y sus familiares y
que utilizó a las personas como “fuentes de información” en el
marco del plan criminal.
Además, adujo que se probó en autos “la existencia de
un pabellón especial para los 'presos políticos'” y, luego de

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reseñar los testimonios de Graciela Iris Juliá, Pedro Roberto
Miramonte, Haydeé Cristina Gentil, Carlos Oscar Muller,
Armando Lauretti, Oscar Amilcar Bermúdez, Julio Alberto Ruiz,
Pablo Victorio Bohoslavsky, Jorge Antonio Abel y Eduardo Mario
Chironi, manifestó que “…el contexto en que se producían las
privaciones ilegales de la libertad de las víctimas del
terrorismo de Estado, no se alteraban en lo sustancial en
aquellas que se desarrollaban en la Unidad Penal N°4”.
Asimismo, citó las declaraciones prestadas por
Sepúlveda y Sifuentes en el marco del debate, quienes
señalaron que “…ingresaron al penal con los ojos vendados […],
ya habían permanecido cautivas en una unidad penal […] pero
que luego fueron trasladadas a un centro clandestino de
tortura como 'La Escuelita' […], como todas las víctimas que
provenían de [allí], llegaron en pésimas condiciones físicas y
psíquicas a la Unidad Penal N°4”.
De otra banda, el recurrente, en similares términos
que lo desarrollado con relación al imputado Selaya, se
agravió de que no se hubieran subsumido los hechos sufridos
por Gladis Beatriz Sepúlveda bajo la figura legal de tormentos
agravados por ser la víctima perseguida política, con relación
a Antonio Alberto Camarelli.
En ese contexto, remarcó que la sentencia “…omitió una
cuestión esencial en la materia de decisión: que la situación
en que fue colocada la víctima, a partir del secuestro y el
cautiverio en la sede policial que dirigía Camarelli,
constituye –por sí misma– un supuesto de tormento psicológico”
y que “[l]a omisión señalada partió de una
descontextualización de las acciones desarrolladas por [la
víctima], se concretaron en pleno terrorismo de Estado, cuando
era previsible para la víctima el sometimiento a prácticas de
torturas y desaparición”.

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En similar sentido, impugnó que tampoco se calificaran


como tormentos agravados los hechos sufridos por Jorge Hugo
Griskan, Raúl Griskan, Liliana Beatriz Griskan, Eduardo
Gustavo Roth, Carlos Carrizo, Renato Salvador Zoccali, Pablo
Victorio Bohoslavsky, Julio Alberto Ruíz Y Rubén Alberto Ruíz
al momento de condenar a Osvaldo Lucio Sierra, Carlos Alberto
Ferreyra y Alejandro Lawless.
Así, remitiéndose a los argumentos brindados con
relación a Selaya, destacó que “[e]n la sentencia se parte de
considerar que las condiciones de detención en esa sede no
eran las mismas que las experimentadas en el CCDyT ‘La
Escuelita’ de Bahía Blanca” y se agravió al manifestar que “…
el hecho de que las condiciones de detención en el Batallón de
Comunicaciones 181 no sean las mismas que en el CCDyT ‘La
Escuelita’ de Bahía Blanca (consideración que no se discute),
no se sigue necesariamente que las condiciones sufridas por
las víctimas en la primera sede no sean aptas para configurar
el delito de tormentos. Las extremas condiciones de un centro
de cautiverio, no tienen influencia alguna para determinar la
atipicidad de las condiciones de otro”.
Por otro andarivel, el fiscal actuante criticó la
falta de proporcionalidad y adecuación de las sanciones
impuestas a Héctor Luis Selaya y Antonio Alberto Camarelli,
debido a la gravedad de los hechos por los cuales fueron
condenados.
Así, entendió que “…la pena temporal aplicada por la
sentencia a los imputados referidos, por no compadecerse con
la naturaleza y la gravedad de los crímenes cometidos por los
acusados, y no guardar proporcionalidad con las circunstancias
concretas de comisión, esto es, las modalidades de ejecución,

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las garantías de impunidad utilizadas, la forma en que los
imputados se comprometieron y tomaron parte de los hechos, y
la amplísima lesividad sobre las víctimas, sus familias y la
comunidad”.
De ese modo, arguyó que “…la ausencia de antecedentes
penales y […] la edad de los acusadores […] no corresponden
valorarse aquí como un atenuante del castigo”, y que la
premisa “…mientras se secuestraba y asesinaba en gran escala,
los acusados fueron coautores únicamente de algunos de esos
hechos, pero no del todo. De este modo, una circunstancia
agravante (la inserción en un plan criminal y un aparato de
impunidad) se transforma en un elemento atenuante.”
A continuación, con relación a Héctor Luis Selaya, a
quien se lo condenó a 6 años de prisión, se agravió al
entender que “…se aplicó menos de la mitad de la escala penal
computable”, y que manifestó que “…no se advierte motivo
válido por el cual la pena aplicada se encuentre por debajo de
la mitad de la escala penal computable, en virtud de la
cantidad y densidad de los agravantes existentes”.
Asimismo, en cuanto a la respuesta punitiva con
relación a Antonio Alberto Camarelli, a quien se lo condenó a
3 años de prisión, destacó que “…se aplicó menos de la mitad
de la escala penal computable (4 años, tomando un mínimo de 2
años y un máximo de 6 años)” y que –a su entender- no se
advierte motivo válido por el cual la pena aplicada, no se
encuentre por debajo de la mitad de la escala penal
computable.
En otro orden, objetó el rechazo de los pedidos de
revocatoria de la prisión domiciliaria de los imputados que
gozaban de ese beneficio, al entender que “…ante la nueva
situación fáctica, el planteo imponía que el Tribunal Oral
reevaluara los requisitos de procedencia y de mantenimiento de
la prisión domiciliaria”.

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A la postre, solicitó que se dicte un nuevo


pronunciamiento condenatorio en la instancia, sin necesidad de
realizar un nuevo juicio e hizo reserva del caso federal.
6º) Recurso de casación deducido por la defensa ofi-
cial de Víctor Raúl Aguirre, Antonio Alberto Camarelli, Nor-
berto Eduardo Condal, Enrique José Del Pino, Carlos Alberto
Ferreyra, Guillermo Julio González Chipont, Jorge Horacio Gra-
nada, Arsenio Lavayén, Osvaldo Bernardino Páez, Oscar Lorenzo
Reinhold, Héctor Luis Selaya, Osvaldo Lucio Sierra y Carlos
Alberto Taffarel
Que, en los alcances de la concesión del recurso
casatorio, la defensa oficial se agravió por estimar que el
tribunal oral aplicó erróneamente la ley sustantiva y adjetiva
(art. 456, inc. 1° y 2°, CPPN), por carecer la sentencia de
motivación suficiente e incurrir en contradictoria
fundamentación, lo que demostraba su arbitrariedad.
a) Así, impugnó el rechazo de los planteos de extin-
ción de la acción penal por prescripción, insubsistencia de la
potestad persecutoria por agotamiento del plazo razonable de
los acusados e inaplicabilidad de la figura de genocidio.
En este sentido, remarcó que “…la cuestión de la
prescripción no fue introducida por [esa] parte en los
términos en que se la falla, toda vez que no se puso en
discusión en este punto el carácter de lesa humanidad de los
hechos juzgados, sino los alcances de los principios de
legalidad e irretroactividad de la ley penal” y que “…la norma
de derecho internacional invocada en la sentencia, esto es la
‘Convención Internacional sobre la Imprescriptibilidad de los
Crímenes de Guerra y de Lesa Humanidad’, no resulta aplicable
al supuesto de autos pues, si bien fue adoptada por la

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Asamblea General de las Naciones Unidas en el año 1968 –es
decir con anterioridad a los hechos-, [el] 3 de septiembre de
2003 alcanzó status constitucional…” por lo que “…su
aplicación colisiona con la garantía consagrada en el art. 18
de la CN”.
En cuanto a la insubsistencia de la acción por plazo
razonable, adujo que el fallo dio a este extremo un
tratamiento meramente dogmático, toda vez que “…no fueron
concretamente [sus] defendidos quienes demoraron y
obstaculizaron la investigación […] sino el Estado a través de
sus instituciones y por contingencias políticas coyunturales y
a lo largo de décadas quien no se hizo cargo de la persecución
y juzgamiento de los crímenes de su pasado”.
Por otro lado, impugnó la aplicación de la figura del
genocidio y sostuvo que los fundamentos de la sentencia en
este extremo fueron aparentes y contrarios al art. 18 de la
CN. Argumentó que “…la inaplicabilidad de la figura de
genocidio a los hechos de la causa, pasa […] por la indebida
incorporación al derecho penal positivo interno de un tipo
penal creado por un organismo supranacional (la Asamblea
General de la ONU), distinto del Congreso de la Nación, único
Poder que tiene la potestad constitucional de legislar en
materia penal y fijar penas”.
Concluyó este punto de agravio señalando que “…al
momento en que se habrían cometido los hechos investigados en
autos, el delito de genocidio no se encontraba tipificado en
el ordenamiento jurídico argentino ya que aún no se había
establecido la pena que correspondía a la conducta que
describía la Convención” por lo que resultaba “…inviable, la
aplicación de una sanción que no se encontraba prevista en la
ley previa al hecho imputado, por clara afectación del
principio de legalidad que debe regir en todo Estado de

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Derecho”, y citó al efecto jurisprudencia y doctrina en la


materia.
b) Seguidamente, criticó el rechazo del pedido de ex-
clusión de la documentación de la Ex DIPPBA poniendo en duda
su originalidad y destacó que “…las condiciones que esta docu-
mentación está incorporada al debate [les] resulta imposible
‘aseverar’ cuales copias son falsas, ya que justamente para
arribar a dicha conclusión debemos contar con los originales
de tales instrumentos para que se realicen los peritajes cali-
gráficos de rigor”.
Añadió también que “…la incorporación de todos los
documentos afectan a nuestros asistidos ya que si bien algunos
son utilizados de manera específica contra un imputado lo
cierto es que todos son analizados por los acusadores para
arribar a sus conclusiones en cuanto a la forma en que habrían
acontecido los hechos de la época…”.
c) En otro orden, cuestionó la determinación de las
penas, aduciendo que el tribunal recayó en la inobservancia de
los arts. 123 y 403 del CPPN, 5, 14, 56, 58 y ccdtes. del CP.
Así, destacó que “…si bien la resolución identifica
teóricamente las normas aplicables para la mensuración de la
pena, en la práctica no logró satisfacer los requisitos
previstos en el texto legal”.
En este sentido, se agravió de que a aquellos acusados
“…a los que se le impuso condena a prisión perpetua sobre la
base de tratarse de una pena indivisible, no fueron abordados
los aspectos subjetivos a su respecto” toda vez que “[e]n esta
causa en particular y teniendo en cuenta la edad de [sus]
asistidos el aspecto subjetivo no debió ser dejado de lado
sino que debió procurarse y analizarse si en el caso concreto

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correspondía o no aplicar una sanción distinta que no lesione
la intangibilidad humana”.
Adujo que “…en cuanto al aspecto subjetivo, las
deficiencias son mayores desde que no se desprende una
vinculación respecto de cada uno de los imputados, más allá de
la referencia genérica sobre la carencia de antecedentes
penales”.
Indicó que “…teniendo en cuenta la edad de [sus]
asistidos y su expectativa de sobrevida, la pena de prisión
perpetua impuesta, se torna efectivamente perpetua” lo que
implicaba –según su criterio- “…un agravamiento de la pena y
de su modalidad de ejecución, al propio tiempo que le impide
hacer efectivo su derecho al régimen de ¡a progresividad
penitenciaria, que tiene como fin disminuir paulatinamente el
rigor de la pena de prisión para reinsertarlo en la sociedad”
(se ha omitido el destacado).
Finalizó este argumento postulando que “[t]al extremo
es el que torna a la pena de prisión perpetua inconstitucional
en el caso concreto, dado que equivale a una agravación de la
pena o de sus modalidades de ejecución -en función de la
magnitud de la pena impuesta- que se encuentra en colisión con
normas del texto constitucional (art 18) y los instrumentos
internacionales incorporados a él (arts. 5, 6 y 29 Convención
Americana de Derechos Humanos; art. 10 Pacto Internacional de
Derechos Civiles y Políticos”.
Asimismo, destacó que en la sentencia recurrida se
omitió abordar “…el pedido de la defensa -introducido
subsidiariamente al planteo de insubsistencia de la acción
penal-, mediante el cual se solicitó que las dilaciones
Irrazonables sufridas por los imputados sean tenidas en cuenta
como extremos en la determinación y mensuración de la pena”.
d) Por otro andarivel, impugnó el rechazo del pedido
de declaración de inconstitucionalidad del art. 12 del Código

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Penal, por entender que “…la sentencia no valoró los


argumentos defensistas relativos a la inconstitucionalidad de
la norma indicada por constituir una pena degradante que se
asemeja en sus efectos a la muerte civil contemplada por el
derecho Romano, contraponiéndose con los fines
resocializadores que emanan de los tratados internacionales de
Derechos Humanos incorporados al derecho interno mediante el
art. 75 inc. 22 de la Constitución Nacional y que imponen al
estado el trato humano y digno de las personas privadas de
libertad, contrariando así, los fines de reinserción social de
las penas privativas de la libertad, a la par de vulnerar el
principio de intrascendencia de la pena a terceros”.
Además, criticó la suspensión de la responsabilidad
parental “…en virtud de condena superior a los tres años” y
señaló al respecto que ello “…implica hacer trascender los
efectos de la punición de los padres a los hijos al
encontrarle impedido para elegir el modo de crianza conforme
al proyecto de vida familiar elegido, que claramente involucra
al niño. En este sentido, el hecho de que la responsabilidad
parental del padre pueda ser suplida plenamente por la madre,
no puede ser entendido en modo alguno como sustentado en el
mayor y mejor interés del niño”.
Por último, el recurrente sostuvo que “…la suspensión
de la responsabilidad parental y la privación de la libre
administración y disposición de los bienes de [sus] asistidos,
constituye un atentado innecesario e irrazonable contra su
dignidad, la protección integral de la familia (art. 14 bis
CN) y la propiedad (art. 17 CN)”.
e) En otro orden, criticó que la baja de los condena-
dos “…fueron dispuestas omitiendo considerar el pedido expreso

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planteado por la defensa y para que se declare la inconstitu-
cionalidad de la pérdida de haberes jubilatorios de [sus]
asistidos y que, en caso de quedar firme dichas bajas por sen-
tencia firme, se realice dejando constancia que debe subsistir
sus beneficios jubilatorios. Dicha omisión implica afectar el
principio de congruencia que debe respetar toda sentencia ya
que no resuelve la totalidad de las pretensiones de las par-
tes”.
De esta forma, postuló la inconstitucionalidad del
art. 19.4 del CP señalando al efecto que ello “…resulta
inconsistente que al condenado inhabilitado se lo incluya en
el sistema previsional en calidad de aportante por las
actividades que realice en una unidad penitenciaria y se lo
excluya de dicho sistema al privarlo de los beneficios
previsionales”.
f) Seguidamente, la parte recurrente desarrolló los
agravios vinculados a la atribución de responsabilidad de sus
defendidos y alegó que “…la sentencia incurre en un evidente
déficit descriptivo, a la hora de individualizar la pretendida
participación de [sus] asistidos en la comisión de [los hechos
juzgados]; ello es así en tanto adolece de una insuficiente y
hasta en sus casos contradictoria valoración de la prueba, a
partir de la cual pueda legítimamente demostrarse la adjudica-
ción de responsabilidad individual en cada uno de los casos
por los cuales en definitiva se los condena”.
En este sentido, apuntó que “…en los sucesos
atribuidos a [sus] asistidos, la sentencia condenatoria reposó
en su mera pertenencia a las fuerzas armadas y de seguridad
donde revistaban (ejército, policía y servicio penitenciario),
y en los cargos ocupados” y adunó que “[r]emitir a esa
comprobada situación […] como único fundamento de
responsabilidad en las gravísimas conductas por las cuales se
los condena en este proceso, sin incursionar en el análisis

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concreto de las circunstancias de hecho de las cuales debiera


razonablemente derivar su participación individual en cada uno
de los casos, […] implica soslayar los principios
constitucionales de culpabilidad, derecho penal de acto,
personalidad de las penas y asociados (CN arts. 18, 33 y 75
inc. 22)”.
De otra banda, denunció la arbitrariedad de la
sentencia ante “la omisión o inadecuado tratamiento de
extremos consustanciales al derecho de defensa de nuestros
asistidos -oportunamente introducidos en el juicio y
dirimentes a la correcta solución del caso-, tornan aplicable
aquella doctrina, que por otro lado, cuenta con respaldo
constitucional en el principio de razonabilidad de los actos
públicos (CN arts. 1 y 33), siendo además la vía elegida, el
único medio idóneo para descalificar -en este aspecto- la
sentencia, de la cual deriva un perjuicio concreto, evidente,
actual e irreparable -interés directo-, que legitima la
presente vía de impugnación en favor de los condenados (CPPN
art. 432)”.
g) En particular, remarcó la situación del personal
del Destacamento de Inteligencia 181 de Bahía Blanca, cuyos
integrantes eran Víctor Raúl Aguirre, Norberto Eduardo Condal,
Jorge Horacio Granada y Carlos Alberto Taffarel y denunció que
el tribunal “…ha desconsiderado arbitrariamente en la senten-
cia extremos esenciales alegados por [esa] parte en el debate,
atinentes a la ubicación orgánica y funcional de la unidad
técnica de inteligencia donde se desempeñaran [sus] actuales
asistidos dentro del esquema castrense vigente en la época
juzgada: el Destacamento 181”.

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Alegó que “…el fallo ha pasado por alto que el
[Destacamento] era una Unidad o Formación de Cuerpo que
dependía directamente del Comandante, extremo que tuvo por
comprobado la CFABB en la causa Tejada (Expte. N° 65.626)”.
De seguido, arguyó que “…el Destacamento 181 […] no
era orgánico del Comando del 5° Cuerpo de Ejército, ni de su
Estado Mayor –ergo estaba fuera de su cadena de mando-, lo
cual significa que dependía directamente del Comandante de
Cuerpo…”.
A mayor abundamiento, sostuvo que “…está
convenientemente respaldado en la causa que el Gral. Vilas, en
el manejo de la Subzona y del CCD, se valió de un elemento de
la unidad de inteligencia (su jefe, el Cnel. Losardo),
habiéndolo hecho con alcance puramente personal, individual, y
por sus cualidades -intuitu personae-, interrogatorios, en
inteligencia y en operaciones, sin que de tal conclusión
derive, racionalmente, que Granada, Condal, Taffarel y
Aguirre, se hayan también desempeñado en ese ámbito
clandestino, entre otros motivos y como más adelante se
alegará, por no haberse verificado un solo señalamiento contra
ellos”.
Así, destacó que “…no se ha conseguido insertar
racionalmente y con apoyo en pruebas verificadas en el
proceso, a Granada, Condal, Taffarel y Aguirre, entre los
eslabones de la cadena de mando de la Subzona 51, que en el
ámbito de la inteligencia militar antisubversiva, en orden
descendente, la integraron los ya mencionados Vilas, Losardo y
Cruciani”.
Añadió al respecto “la ausencia absoluta de
imputaciones en contra de los nombrados, a quienes ni
víctimas, ni coimputados, ni testigos, ni ex conscriptos, los
sindican en hecho represivo alguno: nadie los ha señalado con

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alcances incriminatorios, siendo éste un dato objetivo que


pasa seguidamente a respaldarse…”.
Enumeró también las funciones de inteligencia militar
que cumplían sus defendidos las cuales –a su entender- habían
sido arbitrariamente desatendidas por el tribunal en la
sentencia recurrida.
En este contexto, adunó que “…la responsabilidad de la
acción sicológica era privativa de los máximos niveles de la
conducción militar; Fue así como debió haber sido analizado
este asunto, contextualizándoselo desde una macro perspectiva
global o general, y no desde la posición individual de un mero
Teniente 1º como lo era Taffarel, y menos aún de un Sargento
1º como lo era Aguirre, quienes no tuvieron a su alcance
ningún dominio ni control sobre las probadas actividades
sicológicas desplegadas […], por las máximas autoridades del
aparato criminal al que se le adjudica haber pertenecido”,
toda vez que –según su criterio- “…la sentencia no relacionó
en concreto en que había consistido el aporte de cada uno (ya
que ni siquiera se describió), en conexión con los hechos por
los que se los condena en este juicio”.
h) En lo que respecta a Héctor Luis Selaya, como inte-
grante del Servicio Penitenciario de la Provincia de Buenos
Aires, criticó que éste fue responsabilizado como coautor del
delito de privación ilegal de la libertad agravada de las víc-
timas “…no habiendo dado adecuado tratamiento en la sentencia
al punto de la ‘ilegalidad’ en las detenciones”.
Adujo también que “…se ha verificado […] la eximente
de responsabilidad prevista en el art. 34 inc. 4° del CP, y
que por ende, no son punibles, habiendo sido éste un extremo
arbitrariamente desconsiderado en el fallo”.

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En ese sentido, concluyó que el incusado obro “…al
amparo de la causa de justificación 'cumplimiento de un
deber', la cual excluyó antijuridicidad –es decir la
legalidad- de las privaciones 'ilegales' de la libertad de las
víctimas”.
Remarcó que, a su entender, siendo director de la
Unidad Penal de Bahía Blanca su asistido “…[nunca pudo]-
verosímilmente- haber estado en posición jurídica de evaluar
los ‘motivos’ o ‘antecedentes’ que determinaron al Poder
Ejecutivo, a poner bajo régimen de arresto a las víctimas por
las cuales se los condena” y que “…nunca pudo [habérsele]
representado la ilegitimidad de las normas que –según su
conocimiento o creencia- [estaba obligado] a cumplir, las
cuales derivaban del estado de sitio que imperaba en el país
en esa época, y se remontaba al gobierno constitucional…”.
Concluyó este argumento señalando que “…el hecho de
haber recibido y alojado en el sistema carcelario formal, a
las víctimas por las que se [lo] acusa, significó, en el saber
[del actual asistido] eliminar el carácter ilegal o
clandestino a sus privaciones de libertad…”.
i) Por otra parte, con relación a Enrique José del
Pino, objetó la “…omisión de tratamiento y/o indebido abordaje
de las posiciones defensivas introducidas durante el juicio”
lo que tornaba arbitraria la sentencia, especialmente ante la
“…inadecuada valoración de su legajo personal…” en contradic-
ción con las reglas de la sana crítica.
Sobre ese extremo, alegó que “…siendo que Vilas vivía
sólo en su despacho del Comando de Cuerpo, y que su familia
concurría a visitarlo sobre todos los fines de semana, las
únicas misiones efectivamente asignadas y cumplidas por el
imputado en el marco de dicha comisión personal, pasaron por
acompañar a su familia, cuando sus miembros se trasladaban a
Buenos Aires (donde vivía el grupo familiar de Vilas) hasta

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Bahía Blanca y asimismo, brindar la custodia de la vivienda


asignada al mencionado General en el barrio Palihue de esa
ciudad, la cual era ocupada por su familia cuan ésta viajaba”.
Además, arguyó que “…Del Pino no residía en Bahía
Blanca, alternaba su desempeño en la fuerza entre su destino
de origen –el Batallón de Compañía 601 de la Capital Federal,
en cuyo marco ya fue juzgado por los tribunales federales de
esa ciudad-, y los esporádicos viajes que hacía con la familia
de Vilas a esta ciudad, habiéndose tratado de una comisión de
tiempo parcial o no completo, sin que haya sido demostrado por
prueba objetivamente verificable en contrario, que en ese
tracto, haya tenido alguna concreta intervención en las fases
de inteligencia y/u operativas compatibles con la alegada
LCS”.
j) En otro andarivel, respecto de Guillermo Julio Gon-
zález Chipont, la defensa solicitó, en primer lugar, la exclu-
sión probatoria del Expediente U-10-0993/94, sosteniendo que
su defendido “…nunca fue advertido de las consecuencias que
podría provocarle una 'confesión ficta' vertida en un ámbito
extrajudicial sobre su supuesta participación en delitos”.
Asimismo, con relación a la autoría y responsabilidad
penal atribuidas, alegó que los sentenciantes evaluaron un
antecedente disciplinario asentado en su legajo personal para
“…arbitrariamente derivar su pretendida dependencia a la
mencionada 'Agrupación Tropas', compañía a la que se relaciona
con la realización de los operativos denominados
'antisubversivos' en jurisdicción del Comando del V Cuerpo del
Ejército…”, entendiendo que “…[resultaba] ininteligible
derivar de un acto descomedido como el informado en el legajo
y fuera motivo de sanción, la pertenencia de [su] defendido al

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referido equipo de combate”, y citó al efecto doctrina y
jurisprudencia.
k) Sobre la situación individual de Carlos Alberto Fe-
rreyra, la parte recurrente denunció que la sentencia también
en este punto exhibía un vicio de arbitrariedad, en tanto
“[l]a pretendida integración de Ferreyra al denominado 'Equipo
de Combate contra la Subversión', 'Compañía Operacional' o
'Agrupación Tropas' del Comando del 5° Cuerpo del Ejército en
la época, fue oportunamente desestimada por [esa] defensa,
respaldándose suficientemente esta tesis, partiendo de los
testimonios de los ex conscriptos que se desempeñaran en dicha
compañía, y del análisis de los demás elementos de la causa
que dieron igual respaldo a tal desvinculación”.
Luego de reseñar las declaraciones ponderadas por el
tribunal oral al momento de fundar su fallo, sostuvo que a
partir de “…la arbitraria valoración de la prueba realizada en
la sentencia, [y…] el cúmulo de circunstancias puestas así en
evidencia, es que se verifica –consiguientemente- una duda
insuperable sobre el extremo de imputación […]; duda que
habilita, por beneficio favor rei, a desincriminarlo al
respecto”.
De otra banda, se agravió de que el a quo desestimara
la pretensión anulatoria e incorporara al proceso del
testimonio del Mayor Emilio Ibarra, que colocó funcionalmente
a Ferreyra dentro de la “agrupación de Tropas”, para así
sostener su intervención en la “lucha antisubversiva”.
l) A continuación, con relación al imputado Osvaldo
Bernardino Páez, cuestionó el rechazo de la excepción de cosa
juzgada promovida en el debate, al sostener que había sido de-
mostrada en el caso “…una flagrante infracción al principio
constitucional y convencional que proscribe la doble persecu-
ción penal (ne bis in idem), con anclaje en los arts. 1° in
fine del CPPN, 18, 33 y 75.22 de la CN y derecho internacional

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de los DD.HH. asociado que la accede, concretamente, los arts.


8.4 y 29 de la CADH y 14.7 del PIDCP”.
Afirmó que “…se ha verificado identidad de plataforma
material entre los hechos que damnificaran a Nélida Ester
Deluchi, Alberto Ricardo Garralda y Ángel Enrique Arrieta (por
los cuales Páez resultara condenado en este juicio), y los
casos cometidos en perjuicio de las mismas víctimas, que ya
fueran investigados por la CFABB en la Causa N° 11/86 de su
registro, por los cuales [su] defendido fuera llamado a
prestar declaración indagatoria en fecha 19/2/1987 (confr. Fs.
437 y siguientes, en especial fs. 441/444 y 522 de las pre
mencionadas actuaciones), luego en última instancia, resultara
desprocesada por la CSJN en fecha 24/6/1988 (confr. Fs. 2049 y
siguientes. De la misma causa, Expte. M 643 – XXI, ‘Mántaras,
Mirta s/ plantea inconstitucionalidad ley 23.521’)”.
A su vez, denunció una “…selectiva y parcializada
valoración de la prueba utilizada para condenarlo” y sostuvo
que “[s]egún consta acreditado en las actuaciones, [su]
defendido se desempeñó paralelamente durante el año 1976 como
'Jefe de la División Educación e Instrucción' y 'Jefe de la
División Acción Cívica', dependientes del Departamento III de
Operaciones del Comando del 5° Cuerpo de Ejército, siendo de
observar que la División Acción Cívica debió haber funcionado
bajo la órbita del Departamento V de Asuntos Civiles, pero que
en Bahía Blanca no estaba organizado en la época por no ser
tiempo de guerra, por lo que con arreglo a la reglamentación
militar de entonces, las misiones del mismo debían ser
cumplidas por el Departamento III de Operaciones” y que “…las
actividades de 'educación' e 'instrucción' de los cuadros del

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ejército, cumplidas por [su] asistido, fueron ajenas en
absoluto a la alegada LCS que se ventila en este juicio”.
ll) En otro orden, en relación al encausado Oscar Lo-
renzo Reinhold, la parte recurrente se agravió en idénticos
términos a lo expuesto con relación a su consorte Osvaldo Ber-
nardino Páez con respecto a la excepción de cosa juzgada pro-
movida durante el debate “…con relación a los hechos que dam-
nificaran a Raúl Eugenio Metz y Graciela Alicia Romero de
Metz…” que había sido rechazada por el tribunal a quo.
En lo demás, alegó que la sentencia resultaba
arbitraria ante “…las omisiones valorativas en que incurriera,
y en la sesgada valoración de la prueba utilizada para
condenar a Reinhold, siendo que su desvinculación con respecto
a la materia investigada en este juicio, se halla
suficientemente respaldada en los plurales y congruentes
elementos de la causa”.
Así, reseñó las características orgánicas de la
División 2 de Inteligencia del Comando de Brigada de
Infantería de Montaña 6° con asiento en Neuquén donde el
imputado se desempeñaba y arguyó que “…no habiendo el Tribunal
dado adecuado tratamiento a la pluralidad de posiciones
alegadas por [esa] defensa, el fallo deriva arbitrario y
amerita su revocación y la absolución de Oscar Lorenzo
Reinhold”.
m) En otro apartado de su libelo impugnaticio, con re-
lación a Arsenio Lavayén criticó el rechazo de las exclusiones
probatorias promovidas con relación a los datos “…autoinculpa-
torios irregularmente obtenidos del condenado, por parte de la
representante de la APDH de Neuquén, Noemí Fiorito de Labrune,
según fueran volcados en su informe de fecha 27 de marzo de
1997”.
Al efecto, la defensa señaló que “…tal circunstancia
fue debidamente respaldada […] a la luz de los antecedentes

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consignados en su propio legajo de servicios y en su historia


clínica. Tales asientos documentan fehacientemente el extremo
alegado, en cuanto remontan el inicio del cuadro patológico de
[su] asistido al año 1978, y dan crédito al relato que
ofreciera en su declaración indagatoria, en el sentido de que
estaba ebrio cuando fuera entrevistado”.
Adunó que “…dentro del rubro 'partes de enfermo', se
observa que Lavayén fue evacuado al Hospital Militar de Campo
de Mayo por 'esquizofrenia' y psicosis aguda en enero de 1979,
y meses más tarde fue hospitalizado en dicho nosocomio, por
padecer de 'alcoholismo crónico y alucinosis alcohólica'”.
n) De seguido, con relación a Osvaldo Lucio Sierra,
dividió los cuestionamientos en tres aspectos, diferenciándo-
los de acuerdo con los cargos cumplidos durante el período in-
vestigado.
En cuanto al primer tramo de la imputación respecto a
su desempeño en el Destacamento de Inteligencia 181, se
agravió por entender que Sierra nunca fue puesto en funciones
en esa guarnición “…al punto de no constar calificación por
sus superiores en su legajo personal, ni tampoco su situación
de revista resulta comprendida por los registros históricos de
la unidad de la época”.
Luego, en cuanto al destino en el Comando del 5°
Cuerpo de Ejército (Departamento II), arguyó que “…si bien
orgánicamente […] dependieron del mencionado Departamento […],
en los hechos se desempeñó –funcionalmente- por fuera de esa
estructura y como elementos agregados directamente a la
mencionada Subzona…”.
Añadió también que por su actividad como Oficial de
Relaciones del Ejército en el mismo Comando de Cuerpo “…la

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función reglamentaria asignada a Sierra […] se limitó a haber
sido un mero agente de relaciones públicas y al desempeño de
tareas puramente protocolares, bajo la dependencia directa e
inmediata, en su caso, del Comandante del 5 Cuerpo, Gral. De
Div. Osvaldo René Azpitarte”.
De esta forma, entendió arbitrario el tratamiento dado
en la sentencia a la atribución de responsabilidad de Sierra
en los hechos acontecidos, proyectando la descalificación del
pronunciamiento recurrido como acto jurisdiccionalmente
válido.
ñ) Ad finem, se refirió a la situación individual de
Antonio Alberto Camarelli, agraviándose por entender que el
fallo no dio adecuado tratamiento a los agravios con relación
a los hechos que damnificaran a Gladis Beatriz Sepúlveda.
Destacó el testimonio de la víctima y resaltó que “…se
extrae que, el único rol de la Comisaría de Cipolletti, habría
sido el haberle transmitido una medida dispuesta por la
autoridad militar, sin el agregado de violencia ni
intimidación de ningún tipo”.
Adunó que Sepúlveda “…estuvo detenida en esa comisaría
por algunas horas, pasando allí solo la noche del 14 de junio,
no habiendo relatado torturas, apremios ilegales, vejaciones
ni maltratos” y que “…dejó en claro que los destratos y
humillaciones comenzaron en el vuelo hacia Bahía Blanca”.
Por otro lado, en cuanto a que el imputado habría
obrado al amparo del art 34, inc 4 del CP, se remitió a lo ya
dicho respecto del imputado Selaya.
Coligió al respecto la defensa que “…el hecho de haber
recibido y alojado documentadamente a la víctima en la
comisaría, donde no describió interrogatorios ni torturas, y
luego haberla trasladado no al medio clandestino sino al
sistema carcelario formal –la UP Nº 9 de Neuquén-, no habiendo
relatado tampoco tormentos en ese establecimiento donde

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asimismo se registrara su ingreso y permanencia […] significo


[…]- en el saber y creencia de [su] actual defendido- eliminar
el carácter clandestino al delito de privación ‘ilegal’ de la
libertad por el que se lo condenara, tratándose, todas éstas
circunstancias suficientemente respaldadas que no crearon ni
incrementaron ningún riesgo prohibido, sino todo lo contrario,
lo disminuyeron”.
En estas condiciones, solicitó que se hiciera lugar al
recurso de casación presentado e hizo reserva del caso
federal.
7º) Recurso de casación deducido por el defensor par-
ticular, doctor Walter E. Tejada, en favor de los imputados
Miguel Ángel Chiesa y Raúl Artemio Domínguez.
Que en el remedio procesal que fue concedido
parcialmente por el tribunal oral, el impugnante comenzó
repasando cuestiones relativas a la admisibilidad del recurso
e invocó el primer supuesto del art. 456 del código de ritos.
Cuestionó la “…confirmación de la constitución del
Tribunal a pesar de haberse planteado recusaciones de los
miembros del Tribunal Oral Criminal Federal Nro. 1 de Bahía
Blanca Subrogante ante el temor fundado de parcialidad, sobre
la base de que, ésta constitución falló, adelantando su
criterio condenatorio en la causa denominada ‘BAYON’, por
imputaciones similares a las de la presente causa”.
Planteó también la inconstitucionalidad del proceso
derivada de la vulneración al principio de inocencia frente a
“la aplicación de prisiones preventivas permanentes” de sus
defendidos y del principio de juez natural en tanto “[d]e
manera arbitraria […] se sustrajo a los jueces naturales [y]
se modificó el Código de Justicia Militar, se designó a jueces

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ex post facto en la Cámara Federal y se les otorgó, a esta
última la facultad de avocarse al conocimiento de las causas
llevadas por el CONSUFA (Consejo Superior de las Fuerzas
Armadas), si consideraba que éste Tribunal Militar incurría en
demoras”.
En el mismo andarivel, impugnó la sanción y aplicación
retroactiva de la Ley Nº 25779, que declaró la anulación de
las Leyes de Punto Final y Obediencia Debida; como así también
que se rechazara el planteo de prescripción de la acción penal
criticando la categorización de los hechos endilgados como
crímenes de lesa humanidad; ante la vulneración a los
principios de legalidad, irretroactividad de la ley penal,
igualdad ante la ley, cosa juzgada (ne bis in idem) y ley
penal más benigna.
Por otro lado, criticó la aplicación de la figura de
genocidio al sostener que “…no es posible encuadrar a las
víctimas del terrorismo de estado, en alguno de los colectivos
tutelados en los términos del art. II de la Convención para la
Prevención y Sanción del Genocidio”.
Además, se agravió de que el tribunal oral
responsabilizara a Miguel Ángel Chiesa, por los hechos
ocurridos en perjuicio de Julio Ruiz, Rubén Ruiz y Pablo
Victorio Boholasvsky y resaltó que el órgano decisor reconoció
que Chiesa “…no revistó en la Agrupación Tropa y tampoco fue
calificado por los oficiales que integraran la cadena de mando
que supervisaba esa unidad de combate (Ibarra y Bayón)”, pero
que sin embargo “…se redunda en cuestiones irreversibles como
ofrecer peso probatorio a determinados testimonios obrantes en
la causa, marcando cierta resistencia a asumir la falta de
pruebas para condenar a [su] defendido”.
En esa línea, adujo que “…contrariamente a lo
sostenido en el fallo en recurso, no surge probado que Chiesa
haya revestido bajo las órdenes del jefe de la unidad, lo que

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reafirma ante la circunstancia objetiva de que este no


participó ni siquiera como testigo en aquel proceso, lo que si
se atribuye a otros consortes de causa” y que “…de los 54
testigos propuestos por el Ministerio Público, entre ellos 7
ex soldados y que habían pertenecido a la Agrupación Tropa,
ninguno de ellos pudo arrimar una mínima prueba de algún grado
de participación en los graves hechos que se le imputa” (se ha
omitido el destacado).
El recurrente, por otra parte, abordó la atribución de
responsabilidad penal que realizó el tribunal oral respecto de
los guardias del centro clandestino de detención “La
Escuelita” y adujo con relación a Raúl Artemio Domínguez que a
partir de los legajos personales de los imputados surgía que
la Sección de Baqueanos fue comisionada rotativamente en Bahía
Blanca y que “…sin perjuicio de ello, tal dato no alcanza para
atribuir responsabilidad penal por los hechos imputados, ya
que por ejemplo, las comisiones se mantuvieron en el año 1978
y no existen denuncias ni hechos investigados de esa data, lo
que genera la duda de que el personal tuviera la misión
cuestionada como única e indiscutible”.
En ese sentido, alegó que su defendido “…estuvo en
Bahía Blanca en los años 1976, 1977 y 1978 por comisiones en
esa ciudad. Sin embargo, el hecho de que víctimas
permanecieran cautivas y que en el año 1976 fuera calificado
por el Subteniente Videla, ni que otros baqueanos que indiquen
cierto 'modus operandi' no alcanza a tener por acreditada su
responsabilidad penal”.
Del mismo modo, criticó las constancias del Libro
Histórico del RIM 26 ponderadas por el a quo, los dichos de
los testigos Noemí Fiorito, Gustavo Florencio Monforte,

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Eduardo Guillermo Buamscha y Héctor Miguel Negrete y la prueba
documental presentada por la querella APDH de la que surge que
Domínguez sería “el abuelo” y que cumplía funciones en el
centro de detención “La Escuelita”.
Finalmente, se agravió sobre el rechazo de la
exclusión probatoria de la documentación proveniente del
archivo de la ex Dirección de Inteligencia de la Policía de
Provincia de Buenos Aires (DIPPBA), aduciendo que “…no pueden
ser considerados como instrumentos públicos en los términos
del art. 979 inc.2 del CC. pues provienen de un organismo
público, autónomo y autárquico creado por la Legislatura de la
Provincia de Buenos Aires, como lo es la Comisión Provincial
de la Memoria al amparo de la ley 12483 enrolándose en la
tesis restringida referida al concepto de instrumento
público”.
Por todo ello, solicitó que se haga lugar al recurso
de casación e hizo expresa reserva del caso federal.
8º) Recursos de casación deducidos por el defensor
particular, doctor Sebastián Olmedo Barrios, en favor de los
imputados Miguel Ángel Nilos y Desiderio Andrés González.
Que el impugnante sustentó la admisibilidad de su
recurso y encausó los agravios en ambos supuestos del art. 456
del código de ritos, sosteniendo que la sentencia resulta
arbitraria por cuanto “parte de argumentos dogmáticos, han
impuestos penas severas, soslayando las pruebas y normas
imperativas, confundiendo a un inocente con una persona
merecedora de la prisión e inhabilitación absoluta impuestas y
de la baja de las filas del Ejército (es decir que ha incidido
en créditos alimentarios, sin sustento legal)” (se han omitido
resaltados).
Alegó que no debía aplicarse en resguardo del
principio constitucional de irretroactividad de la ley penal
“…el agravante de los tormentos, por ser la víctima perseguida

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política, que no rige en la actualidad, y se contempló en la


ley Nro. 14616” y que “…no se ha hecho aplicación de la ley
más benigna entre la fecha del hecho y el dictado de la
sentencia impugnada”.
De seguido, solicitó el “…cese de la aplicación
retroactiva de la imprescriptibilidad de los hechos
calificados de lesa humanidad”, referenciando al respecto que
el “…derecho internacional no describe conductas típicas, y
que el art 2 del C PENAL, hace aplicable, las normas sobre
prescripción contenidas en los arts. 62 y cc del C PENAL,
frente a la costumbre internacional, por ser contenido pétreo
de la C NACIONAL, no modificable por los tratados
internacionales constitucionalizados”.
En otro andarivel, se agravió también de la
incorporación al debate de declaraciones testimoniales
desarrolladas en los “Juicios por la verdad” catalogando las
manifestaciones allí brindadas como “coaccionadas por la ley
penal”.
Asimismo, propició la anulación de la sentencia por
cuanto “…no reconoce el razonamiento en orden a la
responsabilidad penal” aduciendo que sus defendidos “…no
tuvieron en su poder a las víctimas, con lo cual se desplaza
la tipicidad establecida en las figuras de la privación ilegal
de la libertad”.
Con relación al imputado Nilos, afirmó que el órgano
decisor incurrió en arbitrariedad “…especialmente al
condenarlo, sin pruebas” por los hechos sucedidos en perjuicio
de Julio y Rubén Ruiz.
Al respecto, adujo que el tribunal “…por simple
suposición y cotejo con otras detenciones, lo encuentra

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responsable de un evento al que es ajeno” a la vez que se
afirmó que “…concurrió al domicilio citado cuando, las actas
no lo explican”.
Por otro lado, a favor del encausado Desiderio
González, arguyó que “…ninguno de los sujetos pasivos lo
sindica como su victimario…” y que “…no es posible identificar
el aporte concreto del condenado respecto de cada hecho que
motiva la pena máxima impuesta, pues no es identificado en
cada caso y las víctimas no lo mencionan. Los demás elementos
valorados, son genéricos, y de ellos no se puede derivar
certeza. A partir de una comisión a BAHIA BLANCA, no se puede
inferir que durante todo el tiempo de ella su función fue
guardia de LA ESCUELITA, pues las tareas le son dadas en el
comando de destino (Cdo Cpo Ej Vto)”.
En base a todo lo expuesto, propició que se haga lugar
al recurso interpuesto, haciendo expresa reserva del caso
federal.
9º) Recurso de casación deducido por el defensor par-
ticular de Jorge Horacio Rojas, doctor Carlos Horacio Meira.
Que, en primer lugar, el recurrente comenzó repasando
cuestiones sobre la admisibilidad del recurso y encausó sus
agravios en el segundo inciso del art. 456 del código procesal
penal.
Así, alegó que el a quo incurrió en “…una arbitraria
valoración de los hechos y pruebas incorporados en la causa, y
en consecuencia, un desapego de las normas procesales
expresamente previstas bajo sanción de inadmisibilidad,
caducidad o nulidad”.
En ese sentido, afirmó que “[su] defendido no tomó
parte de la ejecución de los hechos; no se encontraba en el
lugar de la detención ni en el Consejo de Guerra llevado a
cabo sobre Bohoslavsky, Julio Ruiz y Rubén Ruiz” y que “…
ninguna de las víctimas, incluida la esposa de Boholavsky,

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“González Chipont, Guillermo Julio y
otros s/recurso de casación”

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menciona la presencia de Rojas como testigo, ni de ninguna


otra forma”.
En otro sendero, señaló que “[r]especto a la
pretensión del TOF de ubicar a Rojas en el domicilio de Julio
Ruiz, en cuya acta de allanamiento no se menciona a [su]
defendido, dicho tribunal en el fallo expresa: ‘En su
testimonio, Julio Ruiz describió a dos militares con las
características físicas de Rojas y Nilos lo que apoyaría de
manera indiciaria la tesis de que los acusados estuvieron en
ambos domicilios”, pero que “[la] expresión apoyaría, en
potencial, no fue luego corroborada con ningún otro tipo de
prueba ni indicio, llegando a una condena sustentada en una
‘tesis’ que como tal precisamente necesita ser probada”, en
violación al in dubio pro reo.
De otra banda, la defensa retomó el argumento
desincriminatorio de índole temporal sostenido por su asistido
durante el debate, en cuanto a que para el 15 de diciembre de
1976 ya estaba de licencia, imposibilitando su presencia en el
Consejo de Guerra realizado del 15 al 17 de ese mes y año.
Advirtió también que Rojas “…no estuvo en los lugares
de los hechos, y una generalización no es suficiente para
demostrar lo contrario…” y que, por lo tanto, “no ejecutó la
privación de la libertad de ninguna víctima”.
Asimismo, criticó la aplicación de la calificación de
genocidio, entendiendo que “…resulta ineficaz la
fundamentación porque no pueden definir o identificar sobre
cuál 'grupo nacional' fueron los uniformados”.
Agregó, al efecto que, en tanto su defendido fue
condenado por privación ilegal de la libertad, no era
aplicable la doctrina del caso “Argüelles”, en tanto allí “el

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Estado Argentino reconoció ante la Corte Interamericana de
Derechos Humanos como única excepción al principio de
irretroactividad a la desaparición forzada de personas, que no
incluye la privación ilegal de la libertad”. Sostuvo, entonces
que el falló impugnado “…ha dictado una condena en
incumplimiento del compromiso contraído” y que, por lo tanto,
debía “declararse nula la consideración de Genocidio a los
hechos tratados en este juicio”.
Por otro lado, sostuvo que su asistido debió ser
juzgado en base a la Ley Nº 14.029 Código de Justicia Militar,
por ser la vigente al momento de los hechos de este caso, de
acuerdo a lo que se había establecido también en el mentado
fallo Argüelles de la Corte IDH y también, para “colocarlo en
situación de igualdad ante la ley respecto de las autoridades
militares que fueron juzgadas y cumplieron sus penas en base a
este Código […] lo que no ocurrió al aplicarse un Código ajeno
a la jurisdicción pertinente”.
Ad finem, desarrolló su agravio en cuanto a que en la
sentencia se atribuyó a Rojas la condición de funcionario
público, aduciendo que “[e]l Código Penal determina el
significado del concepto empleados, en su Artículo 77, donde
especialmente separa el término 'funcionario público' del
término 'militar'”.
En consecuencia, solicitó que se haga lugar al recurso
interpuesto, haciendo expresa reserva del caso federal.
10º) Recurso de casación deducido por los defensores
particulares, doctores Gerardo y Carmen María Ibáñez, en favor
del imputado Alejandro Lawless.
Que, liminarmente, la defensa particular del imputado
Lawless encausó su recurso en el art. 456 del CPPN.
En primer término, cuestionó la integración del
tribunal, aduciendo que “…los tres magistrados ya habían
intervenido integrando este mismo Tribunal Oral Federal de

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“González Chipont, Guillermo Julio y
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Bahía Blanca, en un juicio celebrado con anterioridad a este


que aquí nos convoca (causa n° 93001103/2011/TO1, caratulado
'Fracassi…'), en el que resultara condenado [su defendido],
también por su actuación durante el período en que se
desempeñara en el Batallón de Comunicaciones 181 de Bahía
Blanca”.
Además, agregó que “…en aquel anterior pronunciamiento
condenatorio, a excepción de algunos matices de menor
relevancia, se valoró prácticamente el mismo plexo probatorio,
vinculado a un espacio temporal y especial, idéntico a este
juicio”.
A continuación, arguyó que la sentencia en crisis
resultaba arbitraria ya que ni en este juicio (“González
Chipont”) ni en el anterior (“Fracassi”) se puedo comprobar
que Lawless “…haya tan siquiera asistido a un determinado
operativo o procedimiento, menos aún, puntualmente en algún
determinado procedimiento en el que resultaran afectadas
determinadas víctimas que hayan resultado individualizadas.
Del mismo modo, jamás se pudo determinar, aunque se aceptase
que hubo de intervenir, en qué circunstancias lo hizo, qué
actividad realizó, ni cuál fue su rol y responsabilidad etc.”.
A su vez, señaló que la calificación como delitos de
lesa humanidad “…tiene un origen histórico y no deriva de la
costumbre, pese a lo que hoy pretenden algunos tribunales
argentinos”. Iteró que resultaban inaplicables las normas
posteriores a la comisión de los hechos investigados, y que
“[l]a sentencia que se impugna, resulta violatoria del
principio constitucional de legalidad (arts. 18 CN, y 9 del
Pacto de San José de Costa Rica) y el de irretroactividad de
la ley más gravosa”.

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A la postre, manifestó que “[l]a acción penal por los
hechos de la condena se encuentra prescripta conforme con las
disposiciones del Código Penal de la Nación, resultando
inaplicable cualquier otra disposición legal posterior a los
hechos de la causa, que establezca la imprescriptibilidad de
la acción de los delitos imputados”.
Al fin, solicitó que se haga lugar al recurso
interpuesto a favor de su asistido e hizo expresa reserva del
caso federal.
11º) a) Que puestos los autos en el término de oficina
(art. 466 del CPPN) se presentó el Fiscal General ante esta
instancia, doctor Javier De Luca (fs. 522/553), quien reeditó
y reforzó los agravios formulados en el libelo impugnaticio e
insistió en cuanto a que si se hacía lugar a su pretensión
acusatoria respecto de Nieva, Páez, Selaya, Camarelli, Rei-
nhold, Sierra, Ferreyra y Lawless se los condene desde esta
instancia, sin reenvío y previa audiencia de visu, con excep-
ción de los condenados a prisión perpetua respecto de quienes
debía mantenerse la pena máxima impuesta.
En su presentación también propició fundadamente el
rechazo de los recursos de las defensas.
Destacó en su escrito que la sentencia condenatoria se
encuentra debidamente fundada y, en particular, respecto a la
valoración del acervo probatorio, resaltó que el tribunal a
quo expresamente señaló que para tener por acreditados los
hechos “se ha otorgado una centralidad a las declaraciones
testimoniales, no sólo de las víctimas que han sobrevivido a
los hechos sino al paso del tiempo, también de los familiares
o de aquellos terceros que los percibieran de otra manera.
Respecto de este último punto se identifican testimonios con
distinto valor probatorio, en tanto existen testigos
presenciales, de oídas u otros que simplemente pueden

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“González Chipont, Guillermo Julio y
otros s/recurso de casación”

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acreditar una circunstancia específica de las que se


intentan…”.
Relevó también, que: “…la complejidad que nos plantea
el paso del tiempo, la ausencia de algunas pruebas centrales
que encuentran su causa allí o en la destrucción que de ellas
han hecho las Fuerzas Armadas, nos impiden tener el cuadro
completo de lo acontecido, pero ello no es obstáculo para que
a partir de un trabajo minucioso con los elementos
introducidos al debate oral, algunos con mayor peso y otros
con una valor indirecto o complementario, se reconstruya de
manera fundada los hechos acaecidos en esta jurisdicción bajo
el dominio del Comando Quinto Cuerpo de Ejército…”.
b) A su vez, en la misma oportunidad procesal, la
entonces defensora oficial de Víctor Raúl Aguirre, Norberto
Eduardo Condal, Enrique José Del Pino, Guillermo Julio
González Chipont, Jorge Horacio Granada, Carlos Alberto
Ferreyra, Arsenio Lavayén, Alberto Magno Nieva, Osvaldo
Bernardino Páez y Carlos Alberto Taffarel, doctora Valeria
Salerno (fs. 583/616vta), reeditó los argumentos expuestos en
el recurso de casación y amplió sus fundamentos respecto a la
falta de determinación del aporte de sus asistidos, de la
imposibilidad de ofrecer prueba de descargo y la falta de
fundamentación de la pena impuesta.
Respecto al recurso fiscal, sostuvo que no logró
demostrarse la existencia de una cuestión federal para la
habilitación del remedio por cuanto sólo demostró un mero
disenso con la valoración probatoria llevada a cabo por el a
quo, a la vez que alegó que la condena en esta instancia de
sus defendidos pretendida por el acusador, imposibilitaría el
ejercicio del derecho al recurso.

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Con relación al incusado Nieva, se agravió de la falta
de fundamentación del recurso del acusador público y mencionó
que éste “…se limita a exponer su discrepancia con la
sentencia y los fundamentos brindados por los magistrados…” y
que “…Nievas: no estuvo en Tucumán ni tampoco recibió un
balazo en la pierna…” (se omitieron resaltados).
En cuanto a la solicitud de revocatoria de la prisión
domiciliaria de los encausados González Chipont y Páez,
sostuvo que no era admisible porque no lograba demostrar la
existencia de “…un perjuicio real, concreto, material y
jurídico”.
Por último, alegó que “…esta instancia revisora se
encuentra incapacitada de condenar a Alberto Magno Nieva…”,
toda vez que “…el recurso de la parte acusadora encuentra el
límite en la inmediación ya que sólo los jueces q presenciaron
el debate pueden condenar…”, y que en caso de que se lo
condene se aplique el art. 442 del CPPN “…se otorgue efecto
suspensivo a la resolución que se dicte, manteniendo el status
quo que a la fecha ostenta […] Nieva”
c) A su turno, también se presentaron en
representación del encausado Antonio Alberto Camarelli, el
doctor Federico García Jurado (cfr. fs. 566/571vta.); y por
Héctor Luis Selaya, la doctora María Eugenia Di Laudo (cfr.
579/582vta.), quienes realizaron sus respectivas
presentaciones, reeditando los planteos formulados en la
impugnación original.
La última letrada referida, en particular, solicitó se
declarara inadmisible el recurso de casación interpuesto por
el Ministerio Público Fiscal, en cuanto pretende que se
califique también como tormentos agravados por ser las
víctimas perseguidas políticas, a los hechos que damnificaron
a Gladis Beatriz Sepúlveda y Élida Noemí Sifuentes, respecto

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de quienes se atribuyó responsabilidad penal a su asistido


Héctor Luis Selaya.
En ese sentido, remarcó que “…corresponde desestimar
la tesis que asimila el delito de tormentos a las condiciones
de detención carcelaria" y que “…el tormento es la aplicación
de procedimientos causantes de intenso dolor, siendo su nota
característica -que deslinda su ámbito de aplicación con
respecto a otras figuras más leves denominadas de magnitud
inferior-, la intensidad del sufrimiento de la víctima”.
También, arguyó que “…resulta incompatible con la sana
crítica racional suponer que el personal penitenciario haya
actuado dolosamente para mantener las detenciones ilegales,
porque si así fuera, no hubiese inscripto a los internos en
los registros respectivos”.
d) Además, durante el trámite de este legajo
realizaron presentaciones in pauperis los imputados Jorge
Horacio Granada y Carlos Alberto Ferreyra, las que fueron
acompañadas por sus defensas y agregadas oportunamente al
expediente.
12º) Que, en la oportunidad prevista por el art. 468
del ritual, aportaron breves notas el Fiscal General ante la
Cámara Federal de Casación Penal, doctor Javier Augusto De
Luca; el doctor Mauricio Gutiérrez como defensor particular de
Víctor Raúl Aguirre, Guillermo Julio González Chipont, Jorge
Horacio Granada, Carlos Alberto Taffarel, Norberto Eduardo
Condal y Desiderio Andrés González; el doctor Walter E. Teja-
da, en representación de Miguel Ángel Chiesa y Raúl Artemio
Domínguez; los letrados defensores doctor Gerardo Ibáñez y
doctora Carmen María Ibáñez en representación de Alejandro
Lawless; y la Defensora Pública Coadyuvante de la Defensoría

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Pública Oficial Adjunta Nº 2 ante la Cámara Federal de Ca-
sación Penal, doctora Graciela L. Galván, respecto de Carlos
Alberto Ferreyra, Osvaldo Bernardino Páez, Arsenio Lavayén,
Enrique José del Pino, Alberto Magno Nieva, Oscar Lorenzo Rei-
nhold, Miguel Ángel Nilos, Antonio Alberto Camarelli y Héctor
Luis Selaya.
En primer lugar, el representante del Ministerio
Público Fiscal se remitió a lo dictaminado en oportunidad de
presentarse durante el término de oficina y solicitó que se
rechacen los recursos presentados por las defensas de los
encausados.
A su turno, el abogado Gutiérrez propugnó que se haga
lugar a los recursos interpuestos, que se declare la
inconstitucionalidad del art. 19.4 del digesto de rito, y se
agravió de la baja de las filas del Ejército dispuesta por el
tribunal y de la falta de pruebas para condenar a sus
asistidos.
Puntualizó en el caso del imputado González que “…los
homicidios calificados que se le atribuyen ninguno de ellos
ocurrió dentro del LUGAR DE REUNIÓN DE LOS DETENIDOS, sino que
ocurrieron fuera de los mismos, o bien se tiene a las víctimas
como desaparecidos”. A la vez que alegó que “[s]u
participación se habría limitado a la retención de las
personas, sin injerencia alguna en el destino final” y que
ello resultaba “…extensivo a los sucesos de los hijos de MARIA
GRACIELA IZURIETA y DE ROMERO DE METZ, que habrían nacido en
el cautiverio de las madres”.
De otro lado, el defensor particular, doctor Walter E.
Tejada, reeditó los agravios expuestos en el recurso de
casación, entre ellos el planteo de inconstitucionalidad de
las normas aplicadas durante el juicio, la violación de la
garantía de juez natural, la impugnación de las leyes de
Obediencia Debida y Punto Final, el planteo de prescripción e

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irretroactividad de la ley penal y finalmente la


responsabilidad de sus defendidos en los hechos endilgados.
En otro orden, el doctor Gerardo Ibáñez y la doctora
Carmen María Ibáñez, reprodujeron los argumentos expuestos en
el recurso de casación en trato y solicitaron que se haga
lugar al remedio interpuesto.
Por último, la Defensora Pública mantuvo los agravios
expuestos en el remedio casatorio y solicitó que “…se haga
extensivo lo manifestado en tales ocasiones a la situación de
Miguel Ángel Nilos, principalmente en orden a la arbitrariedad
de la sentencia con afectación al principio ‘in dubio pro
reo’, al haberse rechazado la exclusión de prueba testimonial
valorada en contra del asistido”.
Además, respecto del mencionado imputado explicó que
también que “…le es extensivo el agravio relacionado con la
extinción de la acción penal por prescripción, e
insubsistencia de la acción penal por plazo razonable de
duración del proceso” [y el…] desacertado pedido de baja por
exoneración de los imputados…”.
Finalmente, se propició el rechazo del recurso fiscal
y solicitó que se hiciera lugar a los planteos interpuestos en
el remedio defensista.
-III-
13°) Que los recursos de casación interpuestos son -
por vía de principio- formalmente admisibles. Están dirigidos
contra una sentencia de carácter definitivo (art. 457 del
CPPN) y se han invocado agravios fundados en la inobservancia
de las leyes sustantiva y procesal (art. 456, incs. 1º y 2º
del ritual).

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Así, el examen del pronunciamiento debe abordarse a la
luz de los parámetros establecidos por la Corte Suprema de
Justicia de la Nación en Fallos: 328:3399 (“Casal, Matías
Eugenio”), que impone el esfuerzo por revisar todo lo que sea
susceptible de revisar o sea, de agotar la revisión de lo
revisable (cfr. considerando 5º del voto de los jueces
Petracchi, Maqueda, Zaffaroni y Lorenzetti; considerando 11º
del voto del juez Fayt y considerando 12º del voto de la jueza
Argibay), y de conformidad con los estándares establecidos por
la Corte Interamericana de Derechos Humanos en el caso
“Mohamed vs. República Argentina” (sentencia del 23 de
noviembre de 2012, sobre Excepción Preliminar, Fondo,
Reparaciones y Costas, párrafo 162).
Es que, en pos de garantizar la revisión de la
sentencia de conformidad con los artículos 8.2.h de la
Convención Americana sobre Derechos Humanos y 14.5 del Pacto
Internacional sobre Derechos Civiles y Políticos (artículo 75,
inc. 22, de la Constitución Nacional) “el art. 456 del Código
Procesal Penal de la Nación debe entenderse en el sentido de
que habilita a una revisión amplia de la sentencia, todo lo
extensa que sea posible al máximo esfuerzo de revisión de los
jueces de casación, conforme a las posibilidades y constancias
de cada caso particular y sin magnificar las cuestiones
reservadas a la inmediación, sólo inevitables por imperio de
la oralidad conforme a la naturaleza de las cosas”
(Considerando 34 del precedente “Casal”, supra cit.).
De otra parte, resulta aplicable la doctrina del alto
tribunal in re “Di Nunzio, Beatriz Herminia” (Fallos:
328:1108), según la cual esta Cámara está llamada a intervenir
“siempre que se invoquen agravios de naturaleza federal que
habiliten la competencia de esta Corte, por vía extraordinaria
en el ámbito de la justicia penal nacional conforme el
ordenamiento procesal vigente, estos deben ser tratados

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“González Chipont, Guillermo Julio y
otros s/recurso de casación”

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previamente por la Cámara Nacional de Casación Penal, en su


carácter de tribunal intermedio, constituyéndose de esta
manera en tribunal superior de la causa para la justicia
nacional en materia penal, a los efectos del art. 14 de la ley
48” (Considerando 13).
-IV-
14°) Que, en primer orden, corresponde adentrarse en
el análisis de las críticas dirigidas a cuestionar la vigencia
de la acción penal, la supuesta vulneración del principio de
legalidad, la pretendida inconstitucionalidad de la ley N°
25.779 y la alegada validez de las leyes de “Obediencia Debi-
da” y “Punto Final”, como así también aquellas objeciones vin-
culadas a la categorización de los hechos como genocidio.
Cabe apuntar que los planteos articulados ya han sido
homogéneamente resueltos por la Corte Suprema de Justicia de
la Nación (Fallos: 327:3312; 328:2056, entre tantos otros),
por las cuatro Salas de esta Cámara (cfr. Sala I, causa N°
7896, caratulada: “Etchecolatz, Miguel Osvaldo s/ recursos de
casación e inconstitucionalidad”, rta. el 18/05/07, reg. N°
10488; causa N° 7758, caratulada: “Simón, Julio Héctor s/
recurso de casación”, rta. el 15/05/07 y causa N° 9517,
caratulada: “Von Wernich, Christian Federico s/ recurso de
casación”, rta. el 27/03/09, reg. N° 13516; Sala III, causas
N° 9896, caratulada: “Menéndez, Luciano Benjamín y otros
s/recurso de casación”, rta. el 25/08/10, reg. N° 1253/10 y N°
FTU 81810081/2012/TO1/CFC3, caratulada “Albornoz, Roberto
Heriberto y otros s/rec. de casación”, rta. el 31/08/2018,
reg. N° 1063/18; Sala IV causa N° 12821, caratulada: “Molina,
Gregorio Rafael s/recurso de casación”, rta. el 17/02/12, reg.
N° 162/12; y de esta Sala causa N° 12652, caratulada: “Barcos,

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Horacio Américo s/ recurso de casación”, rta. el 23/03/12,
reg. N° 19754; causa N° 10431, caratulada: “Losito, Horacio y
otros s/ recurso de casación”, rta. el 18/04/12, reg. N°
19853; causa N° 15496, caratulada: “Acosta, Jorge Eduardo y
otros s/ recurso de casación”, reg. N° 630/14, rta. el
23/04/14 y causa N° FCB 97000408/2012/TO1/CFC1, caratulada:
“Menéndez, Luciano Benjamín y otros s/ recurso de casación”,
rta. el 14/05/19, reg. N° 905/19, entre muchas otras) y por el
derecho penal internacional (Vgr. el Estatuto de la Corte
Penal Internacional y la jurisprudencia emanada de ese órgano,
entre muchos otros).
Así, del planteo no emergen argumentos plausibles de
confutar o ameritar una revisión del criterio relativo a la
existencia de un sistema de derecho común e indisponible para
todos los estados, cuyo origen se remonta, al menos, a los
primeros años subsiguientes a la segunda guerra mundial, cuyo
contenido, reconocido e inserto en nuestra carta fundamental,
con más la legislación y jurisprudencia de los tribunales
internacionales, reúne -como se dijo- la imprescriptible e
inderogable obligación de investigación y sanción de los
delitos de esta laya (cfr. esta Sala in re “Brusa, Víctor
Hermes y otros s/ recurso de casación”, causa N° 12314, rta.
19/5/12, reg. N° 19959; causa N° FCB 97000408/2012/TO1/CFC1,
caratulada: “Menéndez, Luciano Benjamín y otros s/ recurso de
casación”, rta. el 14/05/19, reg. N° 955/19 y “Saint Amant,
Manuel Fernando y otros s/ recurso de casación”, causa N° FRO
82000/10/CFC15, rta. el 09/09/19, reg. N° 1689/19, entre
otros).
Este deber, que se erige como imperativo jurídico para
todos los poderes estaduales, tiene primacía sobre cualquier
disposición en contrario de los ordenamientos jurídicos
locales, ocupando -por tanto- la posición más alta entre todas
las otras normas y principios, aun las del derecho interno.

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Sala II
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“González Chipont, Guillermo Julio y
otros s/recurso de casación”

Cámara Federal de Casación Penal

En lo atingente al carácter imprescriptible de


conductas como las juzgadas en este proceso, la Corte Suprema
de Justicia de la Nación ha dicho que la “convención sólo
afirma la imprescriptibilidad, lo que importa el
reconocimiento de una norma ya vigente (ius cogens) en función
del derecho internacional público de origen consuetudinario.
De esta manera, no se fuerza la prohibición de retroactividad
de la ley penal, sino que se reafirma un principio instalado
por la costumbre internacional, que ya tenía vigencia al
tiempo de comisión de los hechos” (Fallos: 327:3312,
Considerando 28°).
En punto a las críticas respecto a la subsunción de
las conductas reprochadas a los encausados en las figuras
previstas en instrumentos internacionales, con invocación del
principio de legalidad, el alto tribunal ha sostenido también
que las cláusulas de los tratados modernos gozan de la
presunción de su operatividad “por ser, en su mayoría, claras
y completas para su directa aplicación por los Estados partes
e individuos sin necesidad de una implementación directa” y
“la modalidad de aceptación expresa mediante adhesión o
ratificación convencional no es exclusiva a los efectos de
determinar la existencia del ius cogens. En la mayoría de los
casos, se configura a partir de la aceptación en forma tácita
de una práctica determinada” (Fallos: 318:2148, voto del juez
Bossert)”.
Asimismo, indicó que: “al momento de los hechos, el
Estado argentino ya había contribuido a la formación de la
costumbre internacional a favor de la imprescriptibilidad de
los crímenes contra la humanidad” (conf. Fallos: 318:2148,
voto del juez Bossert, considerando 88° y siguientes) y

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determinó que: “de acuerdo con lo expuesto y en el marco de
esta evolución del derecho internacional de los derechos
humanos, puede decirse que la Convención de
Imprescriptibilidad de Crímenes de Guerra y Lesa Humanidad, ha
representado únicamente la cristalización de principios ya
vigentes para nuestro Estado Nacional como parte de la
Comunidad Internacional” (Fallos: 327:3312, Considerandos 30°
a 32°).
Finalmente, señaló que: “la calificación de los
delitos contra la humanidad no depende de la voluntad de los
Estados nacionales” y que: “las fuentes del derecho
internacional imperativo consideran como aberrantes la
ejecución de cierta clase de actos y, por ello, esas
actividades deben considerarse incluidas dentro del marco
normativo que procura la persecución de aquellos que
cometieron esos delitos” (cfr. Fallos: 328:2056, voto del juez
Maqueda, Considerandos 56° y 57°).
Se ha dicho también que: “la extrema gravedad de
ciertos crímenes, acompañada por la renuencia o la incapacidad
de los sistemas penales nacionales para enjuiciarlos, son el
fundamento de la criminalización de los crímenes en contra de
la humanidad según el Derecho Internacional” (Ambos, Kai,
“Temas de Derecho penal internacional y europeo”, Marcial
Pons, Madrid, 2006, p. 181). También, que se trata de un
mandato de justicia elemental, siendo que: “la impunidad de
las violaciones de los derechos humanos (culture of impunity)
es una causa importante para su constante repetición” (cfr.
Werle, Gerhard, “Tratado de Derecho Penal Internacional”,
Tirant lo Blanch, Valencia, 2005, p. 84).
Los antecedentes expuestos permiten concluir, sin
hesitación, que la imprescriptibilidad de estos crímenes no
deriva de una categorización ad hoc y ex post facto, como
parecen sugerir los recurrentes y, en suma, conlleva a

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“González Chipont, Guillermo Julio y
otros s/recurso de casación”

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descartar los planteos que giran en torno de la prescripción


de la acción y los que se yerguen en la afectación al
principio de legalidad.
Así, las alegaciones que plantean las defensas en
favor de su pretensión de clausurar la acción por prescripción
ya han sido objeto de oportuna consideración en los
precedentes antes mencionados.
Por lo demás, se tiene presente que el máximo tribunal
nacional, en situaciones análogas, ha rechazado por
insustanciales los planteos que pretenden la revisión de la
doctrina sentada en Fallos: 327:3312 y 328:2056, cuando el
recurrente no ofrece nuevos argumentos que ameriten una nueva
evaluación de lo decidido (cfr. causa E. 191. L° XLIII,
“Etchecolatz, Miguel Osvaldo s/ recurso extraordinario”,
sentencia del 17/02/2009).
Por otro andarivel, en torno a las críticas de la
defensa vinculadas a la tipificación de los hechos juzgados
como genocidio, más allá de que resultaría inoficioso su
tratamiento por cuanto los hechos aquí analizados se
encuentran categorizados como crímenes de lesa humanidad,
resulta aplicable mutatis mutandis las consideraciones
vertidas en mi voto in re “Vañek, Antonio y otros s/ recurso
de casación” (causa FLP 17/2012/TO1/29/CFC12 de la Sala II,
rta. el 11/7/22, reg. N° 880/22).
En este sentido, no cabe duda alguna a partir de un
estricto entendimiento de la normativa y jurisprudencia
nacional e internacional actualizada sobre la materia, que los
hechos en juzgamiento deben ser calificados legalmente como
constitutivos del crimen de genocidio en los términos
convencionales, en tanto parten de “una política de exterminio

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focalizada sobre un grupo nacional particular con el objeto
de, a través de la violencia física y la difusión del terror,
lograr la reorganización del conjunto de la sociedad. El
accionar represivo aparece así como un medio para la obtención
de un fin: el martirio de los individuos en tanto parte de un
colectivo determinado, socialmente significativo para los
victimarios, y el extermino de ese colectivo como instrumento
para la modificación de los lazos sociales” (cfr. “Vañek”
supra cit., considerando 25° c) de mi sufragio, con sus
citas).
En definitiva, y por todo lo expuesto precedentemente,
corresponde rechazar los agravios deducidos por los
recurrentes sobre estos extremos.
15°) Que, en otro andarivel, respecto de los cuestio-
namientos de las defensas en cuanto a la supuesta vulneración
del derecho de sus pupilos a ser juzgados en un plazo razona-
ble, vale recordar que el órgano sentenciante a la hora de
responder el planteo reeditado por las asistencias técnicas en
esta instancia, argumentó que, en la hipótesis, “…las razones
expuestas por la Defensa Oficial […] resultan meramente dogmá-
ticas en tanto no explica concretamente las razones que cons-
tituyen la causa de la dilación del proceso penal y, en conse-
cuencia, cuál es la irracionalidad del plazo, sin reconocer
por un lado la complejidad que conllevó este juicio y, en se-
gundo lugar, las razones que impidieron que iniciara con ante-
rioridad”.
Además, el a quo puso de relieve “…la complejidad que
revisten las presentes actuaciones, la cual se revela
reparando en la gravedad y cantidad de los hechos investigados
(se trata de delitos de lesa humanidad, la cantidad de
víctimas y de imputados, la voluminosa documentación, las
causas conexas e incorporadas como medios de prueba, la
dificultad para recabar información de los hechos investigados

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en el desarrollo del proceso penal). A ello debe sumarse las


múltiples fuerzas y jurisdicciones intervinientes en los
hechos y la existencia de varios centros clandestinos dentro
del circuito delictivo”.
En ese marco, en tanto la cuestión debatida recibió
una adecuada respuesta por parte del tribunal de juicio, que
no logró ser desbaratada por los argumentos reeditados en esta
instancia por las defensas, cabe sin más memorar que, respecto
de hechos como los juzgados en la presente causa, el cimero
tribunal ha puntualizado que el estado argentino debe -de
conformidad con el derecho internacional que lo vincula-
garantizar su juzgamiento, por cuanto el incumplimiento de tal
obligación compromete su responsabilidad internacional
(Fallos: 328:2056 y 330:3248).
Por cierto, la mencionada obligación no apareja la
cancelación de la garantía a ser juzgado en un plazo
razonable, sino -antes bien- la necesaria ponderación judicial
de ambos intereses de rango superior en su vinculación
dialéctica (cfr. esta Sala in re: “Losito, Horacio y otros s/
recurso de casación”, supra cit., mi voto conjunto con el juez
David; y mutatis mutandis mi voto en la causa N° 13652 de la
Sala III, “Videla, Jorge Rafael s/ control de prórroga de
prisión preventiva”, rta. el 30/12/2011, reg. N° 2045/11).
A su vez, ha sostenido el máximo tribunal al
pronunciarse respecto al plazo razonable de la prisión
preventiva que: “el principio republicano de gobierno impone
entender que la voluntad de la ley, cuando permite exceder el
plazo ordinario, no es la de abarcar cualquier delito, sino
los delitos más graves y complejos de investigar, o sea, en
particular aquellos contra la vida y la integridad física de

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las personas, cuya protección penal debe privilegiarse y cuya
impunidad acarrea gran alarma social y desprestigia en máxima
medida la función tutelar del Estado” (Fallos: 335:533,
Considerando 21°) y agregó que: “[a] la magnitud de la
excepción corresponde una pareja delimitación por gravedad y
complejidad de los hechos bajo juzgamiento, pues lo contrario
implicaría anular virtualmente el carácter excepcional de la
norma” (ibidem).
En este sentido, señaló que “la reapertura de los
juicios por crímenes de lesa humanidad ha puesto en
funcionamiento procesos por delitos contra esos bienes
jurídicos, cometidos en muchos casos en concurso real de
múltiples hechos, cuya complejidad es mucho mayor que los
casos corrientes conocidos por los jueces de la Nación e
incluso de hechos únicos con asombrosa y extraordinaria
acumulación de graves resultados”.
Por último, concluyó que “[s]e suma a ello que la
Nación Argentina tiene el deber internacional de sancionarlos
y de impedir legal y jurisdiccionalmente su impunidad”
(Considerando 23°). En esa misma línea, reafirmó la obligación
nacional de sancionar estos delitos y de impedir legal y
jurisdiccionalmente su impunidad, y enunció la necesidad de
valorar entre otras cosas “la complejidad del caso”
(Considerando 24°).
Además, el cimero tribunal in re "Videla" (Fallos:
341:336) aseveró que: “el examen del agravio sobre la
conculcación de la garantía de plazo razonable importa
reconocer que, en nuestro país, el juzgamiento de los hechos
perpetrados durante el terrorismo de Estado ha afrontado
dificultades excepcionales derivadas, en parte, del dominio de
las estructuras estatales que -durante años- tuvieron sus
autores, y también de las múltiples medidas que fueron

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articuladas para evitar represalias futuras y garantizar


impunidad”.
Añadió: “No escapa al conocimiento judicial que, con
el objetivo de dificultar o impedir el juzgamiento de los
crímenes cometidos durante el último gobierno militar y
garantizar la impunidad de sus autores, se destruyeron
archivos, se amedrentaron testigos, se dictaron leyes de
autoamnistía y ‘desaparecieron’ personas. Sería más que
ingenuo considerar que un Estado usurpado, cuyos agentes y
estructuras ejecutaron un plan sistemático en el marco del
cual fueron cometidos crímenes atroces, fuera -a la vez-un
Estado dispuesto y/o capaz de investigar, juzgar y castigar
esos delitos”.
Continuó en este sendero argumental: “la sujeción a
proceso de los […] imputados, y la incertidumbre que conlleva,
no viene sosteniéndose en forma ininterrumpida desde el
regreso a la democracia. De hecho, las pendulares condiciones
jurídicas descriptas en el considerando 6° solo se vieron
despejadas, de modo generalizado, a partir de la declaración
de nulidad (legislativa) y de inconstitucionalidad (judicial)
de las leyes de Obediencia Debida y de Punto Final”.
En esta condiciones, remató: “En ese momento, la
justicia argentina debió iniciar una compleja tarea de
indagación y reconstrucción de los hechos ocurridos durante el
gobierno militar, con las dificultades derivadas del paso del
tiempo, la pérdida de rastros, pruebas, registros y
testimonios y -como ya se señaló- de las estrategias
desplegadas para garantizar impunidad de autores y partícipes
cuando tenían pleno dominio del aparato estatal y -también y
por motivos que no corresponde analizar en este expediente-

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con posterioridad al restablecimiento del sistema democrático”
(Fallos: 327:3312, considerandos 7° y 8°) .
En definitiva, resulta insoslayable atender a la
doctrina inveterada de la Corte Suprema de Justicia de la
Nación en cuanto a que las leyes deben interpretarse siempre
evitando darles un sentido que coloque en pugna sus
disposiciones destruyendo las unas por las otras, y adoptando
como verdadero el que las concilie y deje a todas con valor y
efecto (Fallos: 334:485; 331:858 y 143:118, entre muchos
otros).
Así, el análisis de la cuestión relativa al derecho
cuya inobservancia denuncia la defensa no puede prescindir de
los temperamentos fijados por el alto tribunal los precedentes
citados.
Tales criterios se ajustan también a los receptados
por la Corte IDH que, al referirse al concepto de “plazo
razonable”, remitiéndose al estándar elaborado por el Tribunal
Europeo de Derechos Humanos, sostuvo que: “es preciso tomar en
cuenta tres elementos para determinar la razonabilidad del
plazo en el que se desarrolla un proceso: a) la complejidad
del asunto, b) actividad procesal del interesado y c) conducta
de las autoridades judiciales” (conf. casos “Hilaire,
Constantine y Benjamín y otros Vs. Trinidad y Tobago”, Fondo,
Reparaciones y Costas, Sentencia del 21 de junio de 2002,
serie C N° 94; “Suárez Rosero Vs. Ecuador”, Fondo, Sentencia
del 12 de noviembre de 1997, serie C N° 35; y “Genie Lacayo
Vs. Nicaragua”, Fondo, Reparaciones y Costas, Sentencia del 29
de enero de 1997, serie C N° 20; entre otros, criterio que el
Tribunal de Estrasburgo ha seguido en los casos “Katte
Klitsche de la Grange v. Italy”, caso n° 21/1993/416/495,
sentencia del 27 de octubre de 1994, párr. 51; “X v. France”,
caso n° 81/1991/333/406, sentencia del 31 de marzo de 1992,
párr. 32; “Kemmache v. France”, casos n° 41/1990/232/298 y

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53/1990/244/315, sentencia del 27 de noviembre 1991, párr. 60;


“Moreira de Azevedo v. Portugal”, caso n° 22/1989/182/240,
sentencia del 23 de octubre de 1990, párr. 71).
En virtud de lo hasta aquí reseñado, no puede perderse
de vista que, entre otros puntos, la defensa omite atender que
además del tiempo trascurrido que alega, al momento de
analizar la actividad del órgano jurisdiccional debe
examinarse, tal como detalladamente resaltó el a quo, la
complejidad y voluminosidad de estas actuaciones, la
pluralidad de partes en este proceso, los obstáculos en la
investigación y que se trata de un tercer tramo de la MEGA
CAUSA conocida como “05/07 V CUERPO DEL EJERCITO”.
A resultas de lo expuesto, teniendo en cuenta que la
asistencia técnica se limita meramente a referenciar la
conocida doctrina del alto tribunal sobre la materia, sin
relevar las circunstancias concretas de la hipótesis, ni la
complejidad de estos procesos, los agravios esgrimidos en tal
dirección deben ser desechados.
16°) Que corresponde atender ahora a los agravios de
las defensas de los incusados Lawless, Chiesa y Domínguez vin-
culados a la vulneración de la garantía de imparcialidad deri-
vada de que los magistrados sentenciantes ya habían juzgado a
sus asistidos en procesos anteriores (específicamente en las
causas conocidas como “Fracassi” y “Bayon”), habiendo analiza-
do en aquellos juicios la misma prueba y el accionar de sus
pupilos en los mismos cargos desempeñados durante el mismo pe-
ríodo aquí juzgado.
Sin embargo, las objeciones no pueden prosperar, por
cuanto no se han demostrado una base objetiva que permita
inferir el temor de parcialidad que alegan.

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Es que, en primer término, corresponde recordar que
esta Sala in re “Aguirre, Víctor Raúl y otros s/ recurso de
casación” (causa N° 413/13-482/13 reg. N° 2662/14, rta.
23/12/14) ya se pronunció respecto de un planteo anterior de
las partes –tanto defensas, como acusadores- contra la
recusación de los magistrados sentenciantes, a cuyos
argumentos corresponde remitirse en razón de brevedad.
Por lo demás, en estas instancias, no puede perderse
de vista tampoco que la Corte IDH se ha pronunciado en
reiteradas oportunidades respecto a esta garantía en su
sentido amplio (Corte IDH, caso “Apitz Barbera y otros Vs.
Venezuela”, sentencia del 5 de agosto de 2008 -Excepción
Preliminar, Fondo, Reparaciones y Costas-, Serie C 182; y caso
del Tribunal Constitucional Vs. Perú, sentencia de 31 de enero
de 2001 -Fondo, Reparaciones y Costas-, Serie C 55, entre
otros), y en todos ellos, a partir de un análisis ex post, ha
evaluado si se advertían en el caso en concreto -a partir de
la conducta de los jueces a lo largo del proceso- las
violaciones alegadas.
Así las cosas, luego de llevar a cabo un análisis de
esta naturaleza sobre la actuación del órgano sentenciante en
el pronunciamiento en crisis, no se advierten elementos que
sugieran la materialización de un obrar parcial por parte de
los magistrados, lo que confirma la improcedencia de los
planteos.
En efecto, las razones en las que las partes
recurrentes intentaron fundar los agravios estriban en que el
tribunal se basó en parte de los elementos de prueba
producidos en el marco de las referidas causas “Bayón” y
“Fracassi”, circunstancia que por vía de principio resulta
inidónea para acreditar la vulneración que se predica. Es que,
el órgano decisor procedió de acuerdo a las directrices
emanadas de las Reglas Prácticas definidas en las Acordadas de

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esta CFCP Nº 1/12 y 2/22, a la vez que tan solo le permitieron


al a quo contextualizar los hechos juzgados.
En estas condiciones, puede colegirse que los
impugnantes no han logrado demostrar la concreta afectación a
la garantía invocada ni han señalado extremo alguno que
demuestre que los jueces hayan anticipado juicio en los tramos
anteriores invocados respecto a la responsabilidad de los
encartados por los hechos juzgados en el sub lite,
circunstancias que obstan a la viabilidad de sus pretensiones.
En tal sentido, se tiene presente el criterio del alto
tribunal, aplicable al caso, de acuerdo al cual el
prejuzgamiento consiste en revelar con anticipación al momento
de la sentencia, una declaración de ciencia en forma precisa y
fundada sobre el mérito del proceso, o bien, expresiones que
permitan deducir la actuación futura del magistrado por haber
anticipado su criterio en la causa, de manera tal que las
partes alcanzan el conocimiento de la solución que se dará al
litigio por una vía que no es la prevista por la ley en
garantía de los derechos comprometidos (Fallos: 313:1277,
320:2488). A su vez, en materia de imparcialidad judicial lo
decisivo es establecer si, desde el punto de vista de las
circunstancias externas (objetivas), existen elementos que
autoricen a abrigar dudas con relación a la imparcialidad con
que debe desempeñarse el juez (Fallos: 329:3034), extremos que
no se evidencian en la especie.
En consecuencia, a la luz de lo hasta aquí analizado
la decisión adoptada por el tribunal, en cuanto a su
conformación, ha sido sustentada razonablemente y cuenta con
los fundamentos jurídicos mínimos, necesarios y suficientes,
que impiden la descalificación del fallo como acto

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jurisdiccional válido (Fallos: 293:294; 299:226; 300:92;
301:449; 303:888, entre otros), por lo que se impone el
rechazo de los recursos de casación respecto a estos extremos.
17°) Que habrá de desestimarse también el agravio for-
mulado por la asistencia técnica de los coencausados Chiesa y
Domínguez, relativo a la ley aplicable al trámite de las ac-
tuaciones y, como consecuencia de ello, también a la alegada
violación de la garantía de juez natural.
Al respecto, se evidencia que las críticas de la
defensa no alcanzan a refutar la doctrina del cimero tribunal,
aplicable a la especie mutatis mutandis, según la cual “la
cláusula del artículo 18 de la Constitución Nacional que dice
‘Ningún habitante de la Nación puede ser […] juzgado por
comisiones especiales, o sacado de los jueces designados por
la ley antes del hecho de la causa’ no brinda amparo frente a
modificaciones de la ley procesal como la que tuvo lugar en el
sub examine” pues “el verdadero fundamento de la formulación,
en su doble aspecto, de la garantía de los jueces naturales,
consiste en la voluntad de asegurar a los habitantes de la
Nación una justicia imparcial, cuyas decisiones no pudieran
presumirse teñidas de partidismo contra el justiciable,
completando así el pensamiento de implantar una justicia igual
para todos, que informara la abolición de los fueros
personales […]. Lo inadmisible, lo que la Constitución
repudia, es el intento de privar a un juez de la jurisdicción
en un caso concreto y determinado, para conferírsela a otro
juez que no la tiene, en forma tal que por esta vía indirecta
se llegue a constituir una verdadera comisión especial
disimulada bajo la calidad de juez permanente de que se
pretende investir a un magistrado de ocasión’ (Fallos:
310:804, considerando 6°)” (cfr. dictamen del Procurador, al
que reenvió el máximo tribunal en Fallos: 335:1305).

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En esa oportunidad, también se remarcó que: “la


facultad de cambiar las leyes procesales es una atribución que
pertenece a la soberanía, y no existe derecho a ser juzgado
por un determinado procedimiento pues las leyes sobre esa
materia son de orden público, especialmente cuando estatuyen
acerca de la manera de descubrir y perseguir delitos, es
compatible con la garantía del juez natural, conforme lo
expresó el Tribunal en el precedente de Fallos: 17:22, en
cuanto sostuvo ‘Que el objeto del artículo diez y ocho de la
Constitución ha sido proscribir las leyes ex post facto, y los
juicios por comisiones nombradas especialmente para el caso,
sacando al acusado de la jurisdicción permanente de los jueces
naturales, para someterlo a Tribunales o jueces accidentales o
de circunstancias: que estas garantías indispensables para la
seguridad individual no sufren menoscabo alguno, cuando a
consecuencia de reformas introducidas por la ley en la
administración de justicia criminal, ocurre alguna alteración
en las jurisdicciones establecidas, atribuyendo a nuevos
Tribunales permanentes, cierto género de causas de que antes
conocían otros que se suprimen o cuyas atribuciones
restringen: que la interpretación contraria serviría muchas
veces de obstáculo a toda mejora en esta materia, obligando a
conservar magistraturas o jurisdicciones dignas de supresión o
reformas’” (ibidem).
A la luz de cuanto precede, no se verifica cuál ha
sido el concreto perjuicio que se derivaría de la
circunstancia de que las actuaciones hayan tramitado de
conformidad con las prescripciones del Código Procesal Penal
de la Nación, máxime cuando el sistema procesal instrumentado
por la ley N° 23.984 constituye un modelo ostensiblemente más

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tuitivo del derecho de defensa que el antecedente, cuya
aplicación el impugnante dogmáticamente pretende, sin
demostrar menoscabo a derechos y garantías de sus asistidos
(en este mismo sentido, esta Sala II, in re “Acosta, Jorge
Eduardo y otros s/ recurso de casación”, causa N° 15496, reg.
N° 630/14, rta. 23/4/14, entre otros).
18°) Que, en esta misma línea argumental, se impone
desestimar también la pretensión absolutoria formulada respec-
to de Osvaldo Bernardino Páez y Oscar Lorenzo Reinhold en or-
den a la alegada vulneración al principio de ne bis in idem,
apoyado en que ya habían sido juzgados en el marco del expe-
diente “Mántaras, Mirtha s/ plantea inconstitucionalidad ley
23.521” (Expte. M. 643 – XXI) de fecha 24/6/88 de la Corte Su-
prema.
En lo que atañe al encausado Páez, la defensa detalló
que esta solución se había adoptado con relación a los hechos
que damnificaron a Nélida Ester Deluchi, Alberto Ricardo
Garralda y Ángel Enrique Arrieta, y con relación a Reinhold
respecto de los hechos vinculados a Raúl Eugenio Metz y
Graciela Alicia Romero de Metz, al dejar sin efecto su
citación a prestar declaración indagatoria.
Conforme surge de la sentencia recurrida, el tribunal
actuante al momento de rechazar los agravios que la defensa
reedita en iguales términos en el sub lite explicó que “[la]
Defensa Oficial no demostró ni se verifica en el caso la
existencia del presupuesto que habilita la solución que se
pretende, esto es un pronunciamiento judicial definitivo que
haya agotado la investigación y juzgamiento de las
responsabilidades de Reinhold y Páez con relación a los hechos
señalados que […] constituyen delitos de lesa humanidad
respecto de los cuales el estado argentino asumió compromiso
frente a la comunidad internacional”.

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Además, el a quo precisó también que: “[l]a cita de la


sentencia dictada por la Corte Suprema de Justicia de la
Nación, en el marco de los autos Mántaras Mirtha s/ plantea
inconstitucionalidad ley 23.521 efectuada por la defensa,
resulta desacertada puesto que [Páez] no fu[é] pasibl[e] del
dictado de una sentencia que l[o] condene o absuelva y que, en
definitiva, rompa o determine su inocencia presunta”, toda vez
que “…ni siquiera fueron sometidos a un juicio oral, puesto
que para el caso de Páez se ordenó su desprocesamiento y
respecto de Reinhold se dejó sin efecto su citación a prestar
declaración indagatoria mientras la causa transitaba la etapa
provisoria de instrucción, como consecuencia de la aplicación
de la presunción absoluta de haber obrado en virtud de
obediencia debida, entre otras cuestiones ajenas al objeto
procesal de [esa] decisión”.
En consecuencia, concluyó el órgano colegiado que: “…
no hay aplicación de la excepción en virtud de un proceso
penal anterior puesto que formalmente ni Reinhold o Páez
fueron condenados o absueltos por los hechos que aquí se le
imputan. Las identidades requeridas para aplicar la excepción
no se han acreditado…”.
A mayor abundamiento, se remarcó en la sentencia en
crisis que en ya mencionado precedente “Simón” (Fallos:
328:2056), “…la Corte sostuvo que ‘a fin de dar cumplimiento a
los tratados internacionales en materia de derechos humanos,
la supresión de las leyes de punto final y obediencia debida
resulta impostergable y ha de producirse de tal forma que no
pueda derivarse de ellas obstáculo normativo alguno para la
persecución de hechos como los que constituyen el objeto de la
presente causa. Esto significa que quienes resultaron

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beneficiarios de tales leyes no pueden invocar ni la
prohibición de retroactividad de la ley penal más grave ni la
cosa juzgada (Voto del Dr. Santiago Petracchi, considerando
31)’”.
Sumado a ello, los magistrados remarcaron que “…en
sintonía con lo establecido por la Sala II en el caso ‘ACOSTA’
(C°15496) que la reapertura de las causas es la reanudación,
aunque tardía, del cumplimiento de la obligación de investigar
y juzgar acabadamente y con arreglo al sistema constitucional
de normas que rigen nuestro sistema jurídico, los gravísimos
hechos que constituyen el objeto de la litis”.
En consecuencia, a raíz de lo hasta aquí analizado,
resulta evidente que el recurrente no ha logrado rebatir las
razones expuestas por el tribunal de juicio para sostener el
rechazo de los planteos aquí reeditados y, al no observarse la
afectación a la garantía invocada, corresponde rechazar el
recurso de la defensa en este punto.
-V-
19º) Que, sentado cuanto precede y previo a examinar
las críticas efectuadas por las partes respecto de las respon-
sabilidades endilgadas a los acusados, habida cuenta de que
sus planteos han confluido en censurar la valoración de la
prueba efectuada en la instancia anterior que determinó las
respectivas participaciones, cabe recordar que esta Sala ya ha
sostenido en anteriores oportunidades (cfr. esta sala in re
“Brusa, Víctor Hermes y otros s/ recurso de casación”, “Losi-
to, Horacio y otros s/ recurso de casación”, supra cit. –entre
tantas otras) que nuestro digesto rituario ha adoptado el sis-
tema de la sana crítica racional (artículo 398, 2° párrafo del
CPPN), que amalgamado a la exigencia constitucional de funda-
mentación de las sentencias, requiere que se expresen los ele-
mentos de prueba a partir de los cuales se arriba a una deter-
minada conclusión fáctica y “la explicación del porqué de la

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conclusión, siguiendo las leyes del pensamiento humano (prin-


cipios lógicos de igualdad, contradicción, tercero excluido y
razón suficiente), de la experiencia y de la psicología común”
(cfr. Maier, Julio B. J., Derecho Procesal Penal, Tomo I, 2ª
ed., 3ª reimp., Editores del Puerto, Buenos Aires, 2004, p.
482).
En este sentido, el máximo tribunal del país ha
destacado: “La doctrina rechaza en la actualidad la pretensión
de que pueda ser válida ante el derecho internacional de los
Derechos Humanos una sentencia que se funde en la llamada
libre o íntima convicción, en la medida en que por tal se
entienda un juicio subjetivo de valor que no se fundamente
racionalmente y respecto del cual no se pueda seguir (y
consiguientemente criticar) el curso de razonamiento que lleva
a la conclusión de que un hecho se ha producido o no se ha
desarrollado de una u otra manera. Por consiguiente, se exige
como requisito de la racionalidad de la sentencia, para que
ésta se halle fundada, que sea reconocible el razonamiento del
juez. Por ello se le impone que proceda conforme a la sana
crítica, que no es más que la aplicación de un método racional
en la reconstrucción de un hecho pasado” (Fallos: 328:3398,
considerando 29).
También enfatizó el cimero órgano nacional que: “la
regla de la sana crítica se viola cuando directamente el juez
no la aplica en la fundamentación de la sentencia. Puede
decirse que en este caso, la sentencia carece de fundamento y,
por ende, esta es una grosera violación a la regla que debe
ser valorada, indefectiblemente tanto por el tribunal de
casación como por esta Corte. Cuando no puede reconocerse en
la sentencia la aplicación del método histórico en la forma

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que lo condicionan la Constitución y la ley procesal,
corresponde entender que la sentencia no tiene fundamento. En
el fondo, hay un acto arbitrario de poder” (ibidem,
considerando 31).
En esa línea, se ha señalado también que: “[l]a sana
crítica establece la plena libertad para el convencimiento de
los jueces, reconociendo como límite el respeto a las normas
que gobiernan la corrección del pensamiento, es decir las
leyes de la lógica, de la psicología y de la experiencia común
(CNCP, Sala II, LL, 1995-C-525), por lo que le es exigible que
las conclusiones a las que se arribe en la sentencia sean el
fruto racional de las pruebas del proceso, sin afectación del
principio lógico de razón suficiente que exige que la prueba
en que aquella se funde sólo permita arribar a esa única
conclusión y no a otra (CNCP, Sala II, citada; CNCP, Sala IV,
DJ, 1996 -2-274, en el que se añade que la sana crítica exige
el debido respeto no sólo de aquél principio, sino además, de
los de identidad, de no contradicción y del tercero excluido)”
(Navarro, Guillermo Rafael y Daray, Roberto Raúl, Código
Procesal Penal de la Nación. Análisis doctrinal y
jurisprudencial, Tomo 2, 2ª ed., Hammurabi, Buenos Aires,
2006, p. 1142).
Esta es, por otra parte, la pauta que impera por los
tribunales internacionales, en el sentido de que tienen la
potestad de apreciar y valorar las pruebas según las reglas de
la sana crítica, evitando adoptar una rígida determinación del
quantum de la prueba necesaria para sustentar un fallo (cfr.
Corte IDH. Caso “Velásquez Rodríguez vs. Honduras”, Sentencia
del 29 de julio de 1988. Serie C N° 4, párrs. 127/131; Caso
“Bulacio vs. Argentina”, Sentencia de 18 de septiembre de
2003, Serie C N° 100, párr. 42; Caso “Myrna Mack Chang vs.
Guatemala”, Sentencia del 25 de noviembre de 2003, Serie C N°
101, párr. 120; Caso “Maritza Urrutia vs. Guatemala”,

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“González Chipont, Guillermo Julio y
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Sentencia del 27 de noviembre de 2003, Serie C N° 103, párr.


48; y Caso “Herrera Ulloa vs. Costa Rica”, Sentencia del 2 de
julio de 2004, Serie C N° 107, párr. 57).
A su vez, en lo que atañe a los criterios que
gobiernan la valoración de la prueba, la Corte Suprema de
Justicia de la Nación ha señalado que si se verifica que se
han ponderado testimonios, prueba de presunciones e indicios
en forma fragmentada y aislada, incurriéndose en ciertas
omisiones en cuanto a la verificación de hechos que conducen a
la solución del litigio, sin haberse efectuado una visión de
conjunto ni una adecuada correlación de los testimonios y de
los elementos indiciarios, ello constituye una causal de
arbitrariedad que afecta las garantías constitucionales de
defensa en juicio y debido proceso (Fallos: 311:621).
De otra banda, en lo referente al derecho del imputado
a obtener un pronunciamiento que exprese por escrito el
razonamiento en que se funda, ya se ha dicho que de ninguna
manera impone la obligación de explicar en la sentencia cada
detalle de las valoraciones que se hagan respecto de la prueba
producida en el juicio (cfr. “Brusa, Víctor Hermes y otros s/
recurso de casación”, supra cit.).
El principio de razón suficiente implica que las
afirmaciones a que llega una sentencia deben derivar
necesariamente de los elementos de prueba que se han invocado
en su sustento. Son pautas del correcto entendimiento humano,
contingentes y variables con relación a la experiencia del
tiempo y del lugar, pero estables y permanentes en cuanto a
los principios lógicos en que debe apoyarse una sentencia.
Así, el razonamiento empleado en el fallo debe ser
congruente respecto de las premisas que establece y las

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conclusiones a las que arriba, debiendo expresar por escrito
las razones que condujeron a su decisión para posibilitar el
control de legalidad.
Por otro lado, sabido es que la declaración de
culpabilidad -que exige un estado de certeza apodíctica- puede
basarse tanto en las llamadas pruebas directas como en las
indirectas, siempre que éstas consistan en indicios que en su
conjunto resulten unívocos y no anfibológicos, porque son los
primeros los que en definitiva tienen aptitud lógica para
sustentar una conclusión cierta (cfr. “Brusa, Víctor Hermes y
otros s/ recurso de casación” supra cit. y sus citas).
A este respecto también los organismos internacionales
de derechos humanos se han pronunciado, señalando: “La
práctica de los tribunales internacionales e internos
demuestra que la prueba directa, ya sea testimonial o
documental, no es la única que puede legítimamente
considerarse para fundar la sentencia. La prueba
circunstancial, los indicios y las presunciones, pueden
utilizarse, siempre que de ellos puedan inferirse conclusiones
consistentes sobre los hechos” (Corte IDH. Caso “Velásquez
Rodríguez vs. Honduras”, Sentencia del 29 de julio de 1988.
Serie C N° 4, párr. 130).
De tal suerte, la eficacia probatoria de la prueba
indiciaria dependerá, en primer lugar, de que el hecho
constitutivo del indicio esté fehaciente acreditado; en
segundo término, del grado de veracidad, objetivamente
comprobable, en la enunciación general con la cual se lo
relaciona con aquél; y, por último, de la corrección lógica
del enlace entre ambos términos (Cafferata Nores, José I., La
prueba en el proceso penal. Con especial referencia a la ley
23.984, 4ª edición, Depalma, Buenos Aires, 2001, p. 190).
Es decir, debe corroborarse en el caso si
verdaderamente existió una cadena de indicios que demuestren,

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“González Chipont, Guillermo Julio y
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a través de las reglas de la experiencia, que los magistrados


efectuaron una operación mental mediante la cual infirieron la
autoría del imputado en el suceso investigado (cfr. Parra
Quijano, Jairo, Tratado de la prueba judicial. Indicios y
presunciones, Tomo IV, 3ª edición, Ediciones Librería del
Profesional, Santa Fe de Bogotá, 1997, p. 21).
Específicamente sobre la importancia de estos medios
de convicción, la Corte IDH se ha pronunciado en procesos de
esta naturaleza, en los que se investiga la comisión de
delitos de lesa humanidad, y señaló que: “La prueba indiciaria
o presuntiva resulta de especial importancia cuando se trata
de denuncias sobre la desaparición, ya que esta forma de
represión se caracteriza por procurar la supresión de todo
elemento que permita comprobar el secuestro, el paradero y la
suerte de las víctimas” (Corte IDH. Caso “Velásquez Rodríguez
vs. Honduras”, supra cit. párr. 131).
Sentado cuanto precede, y en el marco de amplia
revisión del pronunciamiento (Fallos: 328:3399) se evidencia
que los remedios casatorios interpuestos se han alzado sobre
la verosimilitud de algunas de las declaraciones testimoniales
y, en este orden, la evaluación de la credibilidad de cada
relato cuestionado se centrará en evaluar si la decisión es
producto de un razonamiento lógico-deductivo sustentado en su
correlación con otras pruebas o indicios surgidos del debate.
En cuanto al valor de esta categoría de prueba, la
Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional
Federal de esta ciudad, en el marco de la célebre causa N°
13/84, supo afirmar que: “el valor de la prueba testimonial
adquiere un valor singular; la naturaleza de los hechos así lo
determina…”; y agregó que: “la declaración testimonial es un

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medio de prueba que se privilegia frente a modos particulares
de ejecución en los que deliberadamente se borran las huellas,
o bien se trata de delitos que no dejan rastros de su
perpetración, o se cometen al amparo de la privacidad. En
tales supuestos a los testigos se los llama necesarios”.
Continuó en el mismo sentido: “En la especie, la
manera clandestina en que se encaró la represión, la
deliberada destrucción de documentos y de huellas, el
anonimato en que procuraron escudarse sus autores, avala el
aserto”. Y concluyó: “No debe extrañar, entonces, que la
mayoría de quienes actuaron como órganos de prueba revistan la
calidad de parientes o de víctimas. Son testigos necesarios”
(cfr. Sentencia dictada por la Cámara Nacional de Apelaciones
en lo Criminal y Correccional Federal de la Capital Federal,
Tomo I, 2ª ed., Imprenta del Congreso de la Nación, Buenos
Aires, 1987, p. 294).
Por su parte, la doctrina ha enseñado de antaño: “…la
más fuerte garantía de la estabilidad del testimonio es su
perfecta concordancia con los resultados que las demás pruebas
suministran. Si el testigo es convencido de mentira o error
acerca de un punto de hecho, el juez no puede dejar de
concebir desconfianza y dudas sobre su buena voluntad o sobre
sus facultades de observación; pero, al contrario, su
convicción se aumenta cuando ve confirmado y corroborado el
testimonio por todas las demás pruebas descubiertas en la
causa” (Mittermaier, Karl Joseph Antón, Tratado de la prueba
en materia criminal, 1ª edición, Hammurabi, Buenos Aires,
2006, pp. 310-311).
En el marco conceptual detallado, al tiempo de
responder a los planteos relativos a esta cuestión, no podrán
soslayarse las particularidades de los hechos que han sido
materia de juicio. Efectivamente: las características de estos
eventos y la clandestinidad que caracterizó a los

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procedimientos, tanto en el caso de las detenciones ilegales,


como durante la privación de libertad, permiten conocer que el
acervo probatorio que ha permitido reconstruir los
acontecimientos endilgados no resultó sobreabundante; empero,
ello no implica que la prueba evocada no resulte contundente y
confiable para haberle permitido al sentenciante arribar al
grado de convicción exigido por nuestro ordenamiento.
En ese plano, no es dable soslayar que las
particularidades de hechos de la naturaleza de los que aquí se
juzgan y el paso del tiempo desde que ellos sucedieron,
también pueden influir en el recuerdo del testigo o en la
circunstancia de exigir su misma presencia en el debate. Sin
embargo ello, de modo alguno, permite admitir las
consideraciones de la defensa esbozadas durante la audiencia
realizada en esta instancia, con relación a la concurrencia en
estos casos de una “memoria intoxicada” por parte de los
testigos. Nuevamente, en estos supuestos resultan la
reconstrucción, contraste y coherencia con otra prueba, la que
permite conocer la fuerza convictiva de aquellos testimonios.
Ya se ha sostenido en otras oportunidades que en la
valoración debe prestarse consideración al tiempo transcurrido
desde el acaecimiento de los hechos y su posible impacto en la
precisión de los dichos y, por tanto, la existencia de
discrepancias menores no desacredita necesariamente el
testimonio (cfr. “Brusa, Víctor Hermes y otros s/ recurso de
casación”, supra cit.).
En lo que atañe a la valoración de la prueba
testimonial prestada por quien además aparece como víctima de
un delito se ha señalado que: “una vez introducido como tal en
un proceso concreto, es claro que su apreciación requiere dos

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juicios. Uno primero -externo- sobre el hablante; otro sobre
lo hablado. Esto último, a su vez, ha de examinarse en dos
planos: en sí mismo, como discurso, para evaluar su grado de
consistencia interna; y desde el punto de vista de la
información que contenga, que ha de ponerse en relación con la
obtenida a partir de otros medios probatorios. Así la práctica
de la testifical se articula en tres tramos; el de la audición
del declarante; el de la determinación del crédito que como
tal pudiera o no merecer; y el que tendría por objeto evaluar
si lo narrado es o no cierto”, siendo que, además: “No hay
duda de que el segundo momento es el de mayor dificultad. En
efecto, pues en él se trata de calibrar la sinceridad del
deponente, es decir, de saber si cuenta realmente lo que cree
que presenció. Para ello habrá que estar a las
particularidades de la declaración, al modo de prestarla, a la
existencia o no de motivos -interés- para desfigurar u ocultar
la verdad, a la coherencia de la actual con anteriores
manifestaciones recogidas en la causa” (Perfecto Ibáñez,
Andrés, Prueba y convicción judicial en el proceso penal,
Hammurabi, Buenos Aires, 2009, pp. 113-114).
20º) Que, vinculado a los hechos imputados en estos
actuados, primeramente, debe tenerse en cuenta que las críti-
cas de las defensas se dirigieron más bien contra la acredita-
ción del accionar desplegado por sus asistidos y no con rela-
ción a la materialidad de los eventos bajo estudio y, por lo
demás, cabe destacar aquí que el tribunal oral reconstruyó los
acontecimientos bajo estudio a partir de un cuadro probatorio
unívoco producido durante el debate.
a) Así, en primer lugar, el a quo realizó un repaso
histórico para contextualizar la época en la que se desarro-
llaron los hechos juzgados y, entre otros puntos, señaló que
la Zona de Defensa 5 estuvo a cargo del Comando del V Cuerpo
del Ejército con asiento en Bahía Blanca, con jurisdicción en

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el sur de la Provincia de Buenos Aires y la Patagonia, y que


el mencionado comando había sido ejercido por el General Os-
valdo René Azpitarte (durante los años 1976 y 1977) y el Gene-
ral José Antonio Vaquero posteriormente.
Asimismo, en la sentencia se consignó que conforme al
reglamento interno del Ejército RC 3-30 “Organización y
Funcionamiento de los Estados Mayores”, el comando era “…la
autoridad y responsabilidad legales con que se inviste a un
militar para ejercer el mando sobre una organización militar,
aun coercitivamente. Por extensión llámese también comando al
ejercicio de esa autoridad, la que abarca fundamentalmente la
responsabilidad en lo que a educación, instrucción,
operaciones, gobierno, administración y control se refiere”.
En cuanto a la función del comandante, se explicó que
era la persona que ejercía el comando, que era asistido por un
segundo comandante y un estado mayor, y que “‘[e]l Comandante
y su estado mayor constituyen una sola entidad militar que
tendrá un único propósito: el exitoso cumplimiento de la
misión que ha recibido el comandante’ para lo cual el estado
mayor deberá proporcionarle al comandante ‘la colaboración más
efectiva’, debiendo existir entre ellos, ‘la compenetración
más profunda’ […]. Asimismo disponía que ‘el comandante
comandará su estado mayor, a través de un jefe de estado mayor
que lo dirigirá y supervisará’”.
Estos cargos fueron ocupados por el General Acdel
Edgardo Vilas (desde diciembre de 1975) y el General Abel
Teodoro Catuzzi (desde diciembre de 1976 hasta octubre de
1979) quienes sucesivamente ocuparon el cargo de Segundo
Comandante de Cuerpo de Ejército y ejercieron, a su vez, la
Jefatura del Estado Mayor.

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De seguido, los magistrados puntualizaron que el
Estado mayor del V Cuerpo estuvo conformado por 4
Departamentos: El dpto. I de Personal (G-1); Dpto. II de
Inteligencia (G-2); Depto. III de Operaciones (G-3); y Depto.
IV Logística; los que, a su vez, se conformaban con distintas
Divisiones y Secciones con inferior Jerarquía.
En este punto, aclararon que según el Reglamento
Interno mencionado supra, el comando habría de ejercerse “‘…a
lo largo de una cadena de comando perfectamente determinada’,
a través de la cual el Comandante haría a cada comandante
dependiente ‘responsable de todo lo que sus respectivas
fuerzas hagan o dejen de hacer’, agregándose que las órdenes
habrían de impartirse ‘siguiendo esta cadena de comando’”, y
que “…a los fines de la denominada ‘lucha antisubversiva’, el
Comandante del V Cuerpo de Ejército constituía la máxima
autoridad de la Zona de Defensa 5 y sus órdenes –adoptadas con
el asesoramiento del 2do Comandante y el Estado Mayor- habrían
de seguir la cadena de mandos que se continuaba con los
Comandos de Subzonas 51, 52 y 53, razón por la cual el Comando
del V Cuerpo de Ejército y su Estado Mayor se encuentra
implicado en todos los hechos cometidos en la jurisdicción de
la Zona 5”.
A su vez, en el instrumento sentencial se valoró que
“…el Departamento I de Personal del V Cuerpo del Ejército
estuvo a cargo de Hugo Carlos Fantoni, […] y conforme al
reglamento RC-3-30 de Organización y funcionamiento de los
Estados Mayores, el Jefe de Personal tenía responsabilidad
primaria sobre todos los aspectos relacionados con individuos
bajo control militar directo, tanto amigos como enemigos,
militares como civiles” y que “…una de sus principales
funciones era la administración de personal, que en cuanto a
los detenidos, comprendía su reunión y procesamiento
(clasificación, internación, seguridad, traslados, liberación,

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etc.). Estas potestades también estaban contenidas en el


Procedimiento Operativo Normal (PON)24/75”.
En otro orden, se tuvo por probado que “[d]entro de
este Departamento [se encontraba] la DIVISIÓN REGISTRO Y
ENLACE, cuyo Jefe fue, desde fines de 1976, HUGO JORGE DELMÉ
(condenado en causa Nro. 982 ‘Bayón’, imputado en esta causa y
actualmente fallecido) […] [a quien le correspondía] mantener
un intercambio de información continuo y la coordinación entre
dos o más comandos, no sólo dentro del Ejército sino también
con otras Fuerzas (RC-3-30)”, y que conforme numerosos
testimonios producidos durante el desarrollo del proceso se
había podido acreditar que “…esta articulación se ejercía,
además, con los familiares de los privados ilegalmente de la
libertad ya que Delmé era quien los recibía en el Comando y
sistemáticamente les negaba o falseaba información”.
También destacaron los magistrados sentenciantes que
el Departamento II -Inteligencia- había desempeñado un papel
fundamental “…en la ejecución del plan criminal junto al
DESTACAMENTO DE INTELIGENCIA 181. La importancia medular de
las tareas de inteligencia en la ‘lucha contra la subversión’
emana de la mayoría de los reglamentos militares…” y que al
momento de los hechos “…el Jefe de Inteligencia del Comando
del V Cuerpo fue el Coronel ALDO MARIO ÁLVAREZ. Pero también
integraron este Departamento el Teniente Coronel WALTER
BARTOLOMÉ TEJADA […]; el Mayor OSVALDO LUCIO SIERRA […]; el
capitán GUILLERMO JULIO GONZÁLEZ CHIPONT […]; y el Teniente
Primero NORBERTO EDUARDO CONDAL…”, e incluyeron al imputado
Enrique José del Pino, quien a pesar de no haber integrado
orgánicamente el departamento mencionado, fue parte de la
actividad de inteligencia desplegada.

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En cuanto a las funciones, refirieron que “[e]l
Departamento II trabajaba en todos los aspectos relacionados
con el enemigo y dentro de sus funciones estaba la reunión de
información y su procesamiento; la distribución y el uso de
esa inteligencia; la contrainteligencia. Estas tareas
implicaban la coordinación con todas las operaciones tácticas
(RC-3-30). Se trataba del órgano de dirección de Inteligencia
y a él respondía funcionalmente el DESTACAMENTO DE
INTELIGENCIA 181, que era el único medio técnico de
inteligencia que disponía el Ejército. Este último ejecutaba
las órdenes provenientes del Comando y comunicaba los
resultados obtenidos (RC-16-5). En un apartado especial
expondremos la estructura orgánica de esta Unidad de
Inteligencia”.
De otra banda, respecto al DEPARTAMENTO III –
OPERACIONES, señalaron que “[d]e conformidad con el RC-3-30,
el Jefe de Operaciones tenía la responsabilidad primaria sobre
todos los aspectos relacionados con la organización,
instrucción y operaciones. De este modo, dentro de las
funciones asignadas al G-3 se encontraban la de mantener
actualizada la nómina de los elementos dependientes, proponer
la organización y el equipamiento de las unidades, preparar y
difundir los planes y órdenes de operaciones, supervisar y
coordinar la ejecución de las mismas, integrar el apoyo de
fuego y la maniobra táctica, planear en coordinación con el
Jefe de Logística los movimientos de tropas y planear las
operaciones sicológicas, entre otras. Todo ello grafica la
importancia de esta área en la ejecución del plan criminal,
que necesariamente debía interactuar con las demás. Desde
febrero de 1976 y hasta fines de ese mismo año fue JEFE DE
OPERACIONES el imputado JUAN MANUEL BAYÓN y le sucedió Rafael
Benjamín De Piano. El Departamento III estaba compuesto por
dos divisiones: DIVISIÓN PLANES Y DIVISIÓN EDUCACIÓN E

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INSTRUCCIÓN Y ACCIÓN CÍVICA. A cargo de la primera estuvo


Rubén FERRETTI, en tanto que, durante 1976, al frente de la
División Educación estuvo el imputado OSVALDO BERNARDINO
PÁEZ”.
En este sentido, el a quo tuvo por acreditado que
dentro del mencionado departamento “…funcionó un grupo
operativo especialmente conformado por personal proveniente de
distintas unidades que recibió indistintamente la denominación
‘Agrupación Tropa’, ‘Compañía Operacional’, ‘Equipo de
Combate’ o ‘Equipo de Lucha Antisubversiva’. Estuvo comandada
por el fallecido Emilio Jorge IBARRA, quien declaró que
dependía del Jefe de la División Planes (Juicio por la Verdad,
audiencia del 07/12/99). Su estructura orgánica estaba
conformada, además, por un Segundo Jefe y otras cuatro
Secciones: Sección Exploración, Sección Caballería, Sección
Artillería y la Sección Infantería” y mencionaron que los
imputados Ferreyra, Cáceres y Nilos habían integrado el
mencionado grupo operativo.
Sobre este punto, los sentenciantes consideraron que
“…el grupo operativo comandado por Ibarra contaba con una
sección de infantería y/o de caballería, a la que se agregaban
elementos de combate de otro tipo como podían ser las
secciones de exploración y de artillería. Esta estructura
orgánica de lo que se registró en un primer momento como
‘AGRUPACIÓN TROPA’ O ‘EQUIPO DE COMBATE’, ubicada dentro de la
División Planes del Departamento de Operaciones bajo el mando
de Ibarra, no excluía la posibilidad de que este último
recibiera refuerzos de personal procedente de otras
subunidades o departamentos del V Cuerpo de Ejército por
disposición del Comandante de la Subzona 51, para la

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realización de determinados operativos”, y tomaron como
ejemplo de ello que se había podido acreditar en la presente
causa la participación de los imputados Jorge Horacio Rojas y
de Miguel Ángel Chiesa.
De seguido, describieron que el Departamento IV –
Logística, tenía como funciones “…la provisión de los
elementos y servicios necesarios para los procedimientos y los
movimientos de tropa en coordinación con el Jefe de
Operaciones (RC-3-30)”.
Respecto del accionar del equipo de combate contra la
subversión, el a quo detalló que se había comprobado la
intervención de la mencionada unidad en diferentes
“enfrentamientos simulados” que había concluido con el
asesinato de numerosas víctimas, y que conforme se desprendía
de las declaraciones del propio Ibarra “…la operacional
trabajaba sobre la base de los requerimientos del departamento
III de Operaciones […] La información la suministraba el
DEPARTAMENTO II INTELIGENCIA. Las personas detenidas eran
entregadas al personal de inteligencia (sea en las guardias
del comando o en los operativos). Una vez logrado el objetivo
[…] controlaban el resultado del operativo un juez y un médico
[…y que cuando] hubo enfrentamientos las personas terminaron
muertas, no hubo heridos”.
De otro lado, se consignó en la sentencia que
“[c]uando se detenía personas se las entregaba a inteligencia
dentro del cuartel, que se encargaban de interrogarlos en el
centro de detenidos. En otras ocasiones se entregaban en la
unidad IV de Villa Floresta”.
Al mismo tiempo, los magistrados actuantes
describieron las funciones y los integrantes del Destacamento
de Inteligencia 181, y recalcaron que “…respondía
funcionalmente al Departamento de Inteligencia del Comando del
V Cuerpo de Ejército y era el único medio técnico de

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inteligencia del que disponía el Ejército dentro de la Subzona


51 (cf. RC-16-5)”.
En ese sentido, tuvieron por probado que “[e]l
Destacamento cumplía distintas funciones en el marco del plan
criminal: recolectaba información sobre posibles 'elementos
subversivos', llevaba un registro actualizado de
'antecedentes' de aquellos, y distribuía esa información a los
integrantes de la Comunidad Informativa. Dichas funciones se
vinculan directamente con la etapa inicial del iter criminis,
que denominamos 'señalización del blanco'. Una vez agotada
dicha instancia, el Destacamento no sólo asesoraba al
Departamento II en la planificación de los procedimientos
(secuestro o ultimación) que llevaban a cabo los elementos
operativos del Departamento III, sino que también suministraba
personal que realizaba interrogatorios dentro de los centros
clandestinos bajo jurisdicción del Ejército…”.
En base a ello, concluyeron que “…la información que
se extraía en dichos lugares mediante la aplicación de
torturas, particularmente en 'La Escuelita', era luego
clasificada y valorada en el Destacamento, para ser girada
nuevamente al resto de los integrantes de la Comunidad
Informativa. De esta manera, se retroalimentaba el plan
criminal, produciéndose nuevas 'identificaciones de blancos'
que culminaban en secuestros, torturas y asesinatos o
desapariciones”.
Puntualizaron también que gracias a la diferente
prueba incorporada al proceso de había podido asociar “…las
funciones del Destacamento de Inteligencia 181 con la primera
etapa de la operatoria delictiva, esto es, la selección del
blanco. A tales fines, dicha unidad almacenaba toda la

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información recabada sobre las personas que aparecían
sindicadas como ‘elementos subversivos’. Esta hermenéutica
coincide con lo que dispusiera el ‘Plan del
Ejército’(Contribuyente del Plan de Seguridad Nacional)…” y
que a las distintas disposiciones reglamentarias “…confirman
los dichos de Vilas con relación a las tareas de valorización
y clasificación de la información reunida, así como respecto a
los canales que la misma seguía en la estructura militar y en
el marco de la Comunidad Informativa (se trata de dos
elementos de prueba independientes que nos llevan a sostener
una misma función). Asimismo, podremos apreciar la vinculación
técnica del Destacamento con el G-2 (departamento II de
Inteligencia del Quinto Cuerpo) y funcional con el Comandante
de la Subzona 51”.
De otra banda, remarcaron que el Destacamento de
Inteligencia 181 estaban vinculados también con “…el personal
detenido en el centro clandestino bajo la jurisdicción del
Quinto Cuerpo de Ejército. En tal sentido, Vilas señaló que
los interrogatorios llevados a cabo en dichos lugares estaban
a cargo de personal perteneciente a la citada unidad de
inteligencia…” y recordaron que ello había sido confirmado por
el Mayor Emilio Ibarra.
En cuanto a su ubicación funcional, dicha subunidad
estaba “…emplazada en el ámbito del Departamento III a cargo
del Coronel Juan Manuel Bayón (condenado por [ese] Tribunal en
la causa n° 93000982/2009/TO1 y en el presente juicio), quien
integraba el Estado Mayor y dependía directamente del
Comandante de la Subzona 51, Adel E. Vilas”.
En suma, los judicantes sintetizaron que “[d]esde el
momento inicial que una persona era detenida en el marco de la
‘lucha contra la subversión’, ingresada a una dependencia, de
acuerdo a lo establecido en el PON 24/75, se debía informar al
Destacamento de Inteligencia 181, con detalle de sus datos de

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filiación, de las circunstancias en que hubiese sido


aprehendido y el material que le hubiera sido secuestrado […
por lo que] no solo intervenía en los preparativos (selección
del blanco y metodología del operativo) sino con posterioridad
al secuestro. Evidentemente, una vez que se producía el
secuestro, la persona era convertida en un objeto de
información para una nueva fijación del blanco y esa tarea
estaba en manos del Destacamento de Inteligencia 181”.
Por otro lado, refirieron que del “libro histórico”
surgía que “…al tiempo de los hechos juzgados durante el año
1976, el Destacamento se componía de: cinco oficiales
identificados como Personal Superior (Antonio Losardo, Luis
Alberto González, Carlos Alberto Taffarel, Norberto Eduardo
Condal y Jorge Horacio Granada); once Suboficiales denominados
como Personal Subalterno (entre ellos Víctor Raúl Aguirre);
dieciséis soldados conscriptos (Tropa) y en calidad de
Personal Civil de Inteligencia, catorce personas. En otras
palabras, para tomar dimensión de la unidad que analizamos,
durante el mencionado período se integraba con cuarenta y seis
(46) personas [… y que] para el año 1977, se mantiene la misma
cantidad de Personal Superior y Subalterno, incrementándose
notablemente la cantidad de soldados conscriptos (Tropa) que
pasan a ser treinta y dos (32), y el Personal Civil de
Inteligencia que aumenta a veinticinco (25) personas”.
En otro andarivel, con respecto al Batallón de
Comunicaciones 181 (Área 511), el tribunal explicó que estaba
situado en un predio lindante al del Comando del Quinto
Cuerpo, y que a los fines de la ‘lucha antisubversiva’ “…el
Jefe del Batallón fue al mismo tiempo Jefe del Área de
Seguridad 511, y como tal tenía responsabilidad directa sobre

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todo el territorio a su cargo, que comprendía los partidos
bonaerenses de Tornquist, Coronel Pringles, González Chávez,
Coronel Dorrego, Tres Arroyos, Villarino, Bahía Blanca y el
departamento Caleu de La Pampa. Asimismo, […] en las
instalaciones de la citada unidad también funcionaron centros
clandestinos de detención”.
Sobre ello, los magistrados agregaron que contaba con
cuatro Divisiones, que tal como surgía del “libro histórico”,
cambiaron su conformación, y que “…[e]n 1976 encontramos las
siguientes: Banda, Servicios, Comando y Comunicaciones […] y
una división de Combate denominada ‘Mayor Keller’[…]. Las
mismas, en 1977 se distribuyeron entre las Compañías que
conformaron la nueva organización de la unidad. De este modo,
además de la Banda, se integró con la Compañía ‘A’ (ex
Compañía de Combate), la Compañía ‘B’ (ex Compañía de Comando
y Comunicaciones) y la Compañía Comando y Servicios (ex
Compañía Servicio)”.
Seguidamente, en la sentencia se describió que la
Unidad Regional Quinta de Bahía Blanca “…fue uno de los
organismos de la Policía de la Provincia de Buenos Aires que
integró la estructura represiva de la Subzona 51” y que “…se
hallaba bajo el control operacional del Comando del V Cuerpo
del Ejército”.
A su vez, se tuvo en cuenta que “[d]entro este
esquema, las Unidades Regionales tenían rango de Departamento
de la Dirección General de Seguridad y ejercían jurisdicción
sobre los partidos que la Jefatura de Policía determinara en
consideración de la importancia demográfica y económica de
cada zona. El ejercicio de esa jurisdicción territorial las
colocaba por encima de todas las Comisarías y organismos
inferiores de la Policía, cualquiera fuera su especialidad,
que funcionaran en la respectiva jurisdicción –las cuales
dependían directamente de la Unidad Regional-; e incluso los

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organismos dependientes de las Direcciones Operativas (es


decir, de la Dirección de Investigaciones y la Dirección de
Informes) quedarían subordinados a ella, estableciéndose que
dicho estado sería en lo que comprendiera la faz operativa y
dentro de lo específico (art. 210 Dto. 9102/74).
Particularmente entre estos últimos organismos se encontraban
las Brigadas de Investigaciones y Cuatrerismo (dependientes de
la Dirección de Investigaciones), y las Delegaciones
(dependientes de la Dirección de Informaciones), todas las
cuales tenían jerarquía de división (arts. 215 y 221
respectivamente del Dto. 9102/74), y por lo tanto, inferior a
la Unidad Regional que era un Departamento”.
De este modo, en la sentencia se sintetizó que “…la
Unidad Regional V de Bahía Blanca puesta bajo el control
operacional del Comando del V Cuerpo de Ejército a los fines
de la denominada “lucha antisubversiva”, llevó adelante
operativos de secuestros –contando para ello con un grupo
operativo propio-; colaboró con el cautiverio clandestino de
personas secuestradas que fueron alojadas y torturadas en
dependencias policiales ubicadas en su jurisdicción
territorial -donde era la máxima autoridad policial, primero
en términos operativos (hasta diciembre de 1976) y luego de
coordinación-; e integró la comunidad informativa local
colaborando con la actividad de inteligencia dentro de la
Subzona 51”.
En otro orden, con respecto al Distrito Militar Río
Negro, Delegación de la Policía Federal de Viedma (Área 513)
los judicantes valoraron que constituyó un importante eslabón
para la ejecución del plan criminal, y actuó bajo el control
operacional del Ejército y sus integrantes realizaron actos

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propios de un grupo operativo encargado de ejecutar
secuestros, interrogatorios y traslados al CCD “La Escuelita”
de Bahía Blanca, el principal centro de detención de la zona.
En cuanto a los Centros Clandestinos de Detención que
operaron dentro de la Subzona 51, el tribunal tuvo por probado
que allí habían pasado gran cantidad de víctimas quienes
fueron sometidas a interrogatorios, simulacros de
fusilamiento, vejaciones, torturas y condiciones inhumanas de
detención, y que “…a partir del 24 de marzo de 1976,
integrantes de la Segunda Sección Baqueanos del Regimiento de
Infantería de Montaña 26 –con base en Junín de los Andes-,
dependiente del Comando de Brigada de Infantería de Montaña VI
–con asiento en Neuquén–, fueron comisionados a realizar
‘operaciones’ al Comando Quinto Cuerpo, desempeñándose como
guardias de ese centro clandestino de detención”.
Por otra parte, el a quo señaló también que se
utilizaron como centros clandestinos de detención, distintas
construcciones de los terrenos del Comando del V Cuerpo del
Ejército, para albergar personas secuestradas.
En orden al Batallón de Comunicaciones 181 situado en
las inmediaciones del Comando del V Cuerpo, en la sentencia,
se tuvo por demostrado que funcionaron centros clandestinos de
detención, concretamente en el edificio del Batallón, y que se
acondicionaron distintos ambientes para mantener privadas
ilegítimamente de la libertad a las víctimas.
También, sobre la Unidad Penal 4 de Villa Floresta de
Bahía Blanca, los jueces expusieron que “…formó parte de la
estructura represiva fue la Unidad Penal 4 del Barrio Villa
Floresta de Bahía Blanca. Recordemos que el Servicio
Penitenciario de la Provincia de Buenos Aires también se
encontraba bajo el control operacional del Ejército”, y que en
este caso concreto estaba subordinada operacionalmente al
Comando del V Cuerpo del Ejército.

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Al efecto, citaron el PON Nº 24/75 donde se encontraba


establecido el procedimiento para la “…detención, registro y
administración de delincuentes subversivos” en la Subzona 51,
siendo además obligación de la mencionada unidad carcelaria “…
informar periódicamente al Comando Cuerpo Ejército V, Subzona
51, Departamento I, Personal, ‘la población subversiva’
alojada en sus instalaciones […], previéndose asimismo, que
tales internos podían ser interrogados por personal militar o
policial autorizado por el Comando ‘cuando resultare
necesario’”.
Además, refirieron que podía observarse una “…se
observa una sistematicidad que se corresponde con las
características del plan criminal acreditado en la conocida
causa 13, en tanto se ha comprobado que el destino de las
víctimas tenía tres alternativas: la liberación desde el
centro clandestino de detención; el fusilamiento bajo un falso
enfrentamiento o la desaparición forzada; y el traslado a una
Unidad Penal conocida vulgarmente como ‘blanqueamiento’, que
significaba salir de la clandestinidad para continuar la
detención en un centro carcelario bajo una apariencia de
legalidad. Fue en este último tramo del plan criminal de
persecución y exterminio que cumplieron un rol fundamental las
Unidades Carcelarias, como fue la Unidad Penal Nro. 4 de Villa
Floresta”.
En este sentido, el tribunal de juicio detalló que “…
la cárcel de Villa Floresta fue el lugar al que, por decisión
de la (ilegítima) ‘autoridad militar’, fueron trasladados,
desde los centros clandestinos de detención, aquellos
prisioneros cuyos destinos signados no fueron la muerte, la
desaparición o la liberación directa. Lejos de ser el Penal un

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espacio de legalidad, los allí alojados a lo máximo que podían
aspirar era a permanecer, por un tiempo indeterminado, a
disposición del PEN como expresión de un blanqueamiento de su
detención”, y que “…sus situaciones no mejoraron de manera
significativa ya que fueron objeto de violentos traslados
hacia y desde la UP4; no recibieron la atención médica
adecuada al deteriorado estado de salud que tenían al llegar;
a veces, a modo de castigo, fueron sometidos a períodos de
aislamiento; recibieron la clasificación de detenidos
‘especiales’ que significó, por ejemplo, que se continuaran
ejerciendo actividades de inteligencia sobre ellos y sobre las
visitas que recibían, de manera que los datos que se obtenían
circulaban dentro de la comunidad informativa; debieron
soportar violentas requisas y nuevos interrogatorios,
inclusive por los mismos torturadores de ‘La Escuelita’”.
A su vez, en la sentencia se asentó que la Delegación
Cuatrerismo de Bahía Blanca, también funcionó como Centro
Clandestino de Detención, siendo la Delegación Viedma de la
Policía Federal Argentina, otro de los lugares donde
permanecían las víctimas detenidas.
En cuanto a la Subzona de Defensa 52, se tuvo por
acreditado que “…su Comando estuvo en cabeza de la Brigada de
Infantería de Montaña VI con sede en la ciudad de Neuquén. […]
El Comando de la Brigada de Infantería de Montaña VI fue la
máxima autoridad de la Subzona 52, y su funcionamiento se
encontraba regulado por el RC-3-30…”.
En ese sentido, es que se analizó que el Destacamento
de Inteligencia 182, fue la Unidad de Inteligencia de la
Subzona 52, con asiento en la ciudad de Neuquén, valorando que
“…poseía dependencia orgánica del Cuerpo respectivo a su
emplazamiento y sujeción final al Batallón de Inteligencia 601
J-II, de Estado Mayor General del Ejército, con sede en Buenos
Aires”.

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De otra banda, respecto del Batallón de Ingenieros de


Construcciones 181 con asiento en la ciudad de Neuquén, los
judicantes detallaron que “…tenía dependencia operativa del
Comando de Brigada VI, y fue designado a su vez asiento de
Jefatura para el Área de Seguridad 5.2.1. La citada área […]
abarcaba los Departamentos de Confluencia, Provincia del
NEUQUEN, y GENERAL ROCA, Provincia de RIO NEGRO, zonas estas
de la mayor densidad poblacional de toda la Patagonia
Argentina”.
También, en la sentencia consignaron que la Policía de
la Provincia de Neuquén, quedó sujeta al control operacional
del Ejército en virtud de la Directiva 1/75 del Consejo de
Defensa y la Directiva 404/75 del Comandante General del
Ejército “… a los fines de la denominada ‘lucha
antisubversiva’, lo que implicaba –igual que para el resto de
las policías provinciales del país- cumplir con requerimientos
operacionales de esa Fuerza, actuar incluso por propia
iniciativa dando inmediato conocimiento a la autoridad
militar, y participar de la comunidad informativa”.
A la postre, el a quo tuvo por probado que “…la
Comisaría de Cipolleti –Unidad Policial Nro. 24 por entonces-,
no sólo estaba sujeta al control operacional del Ejército por
disposición de la Directiva 1/75 del Consejo de Defensa y la
Directiva 404/75 del Comandante General del Ejército” y que “…
fue utilizada para el alojamiento clandestino de detenidos,
varios de los cuales fueron sometidos a tormentos”.
b) Finalmente, en lo relativo a los hechos que en par-
ticular se juzgaron en estas actuaciones, acaecidos en juris-
dicción del Comando del V Cuerpo de Ejército, el tribunal oral
tuvo por acreditado los eventos que a continuación se trans-

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criben.
1) DANIEL JOSÉ BOMBARA
El tribunal comprobó que “[e]l nombrado militaba en la
Juventud Universitaria Peronista y fue secuestrado el 29 de
diciembre de 1975, a las 06:15 horas, junto a María Emilia
Salto y Laura Manzo en la intersección de las calles Santa
Cruz y Bravard de la ciudad de Bahía Blanca, por personal del
Comando Radioeléctrico de la Policía de la provincia de Buenos
Aires, por orden del Comando V Cuerpo de Ejército”.
Añadió que: “María Emilia relató haber sido
sorprendida por una persona armada y vestida de civil, quien
la hizo ingresar a un patrullero blanco de la Policía de la
provincia de Buenos Aires en el que ya estaban Laura y Daniel.
Recordó que se les hizo poner la cabeza abajo y fue vendada.
Los tres pasaron luego a una camioneta o camión, y fueron
llevados a un lugar desconocido. Allí fueron torturados los
tres, refiriendo que a Daniel le pegaban muy fuerte con un
palo o algo de goma, se escuchaban sus gritos y cómo era
interrogado. En un determinado momento, luego de escucharlo
gemir y con la respiración agitada, se produjo un silencio
total, susurros, insultos en voz baja y corridas. La nombrada
fue subida a un vehículo, tirada boca abajo, y sintió que al
lado suyo colocaban a alguien que no hablaba ni se movía para
compensar su cuerpo ante el movimiento del traslado, lo que le
hizo pensar que se trataba de Bombara, y que el mismo había
muerto en el lugar producto de las torturas”.
Por otra parte, y de acuerdo a las constancias
obrantes en el expediente judicial que se tramitara con motivo
de una supuesta tentativa de fuga de la víctima, “puede
reconstruirse la versión policial sobre los últimos momentos
en que habría permanecido con vida Bombara. En tal sentido, el
30/12/1975 a las 22:00 horas, Daniel habría sido ingresado por
personal de la Dirección de Investigaciones de La Plata, en la

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delegación Cuatrerismo de Bahía Blanca a cargo de Luís


Cadierno. El 01/01/1976 a las 20:00 horas habría sido retirado
por ese mismo personal, con la finalidad de proceder al
reconocimiento de un lugar donde se llevarían a cabo en horas
nocturnas reuniones de integrantes de la Organización
Montoneros. Mientras la víctima era trasladada, esposada y
custodiada por tres personas, habría logrado abrir la puerta y
arrojarse del vehículo en movimiento, sufriendo en
consecuencia diversas lesiones”.
Ello habría motivado que, “con intervención de la
Seccional Primera de la Policía de la provincia de Buenos
Aires, Daniel fuera trasladado al Hospital del V Cuerpo de
Ejército, para pasar después por la citada seccional, donde el
02/01/1976 se constataría su grave estado de salud. Luego,
personal del Comando Radioeléctrico lo habría trasladado a la
Unidad Penal N° 4 de esta ciudad, donde fallecería producto de
politraumatismos ese mismo 2 de enero de 1976”.
Finalmente, “el cadáver de Daniel José Bombara
desaparece mientras era transportado por personal del Comando
Radioeléctrico en la madrugada del 03/01/1976, en el marco de
un enfrentamiento fraguado por las fuerzas policiales, siendo
recientemente recuperados sus restos por tareas del Equipo
Argentino de Antropología Forense”.
2) MARÍA EMILIA SALTO Y LAURA MANZO
El órgano sentenciantes tuvo por acreditado que “[las]
nombradas militaban en la Juventud Peronista y fueron
secuestradas junto a Daniel Bombara, el 29 de diciembre de
1975, a las 06:15 horas, en la intersección de las calles
Santa Cruz y Bravard de la ciudad de Bahía Blanca, por
personal del Comando Radioeléctrico de la Policía de la

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provincia de Buenos Aires, por orden del Comando V Cuerpo de
Ejército”.
A su vez, “María Emilia relató haber sido sorprendida
por una persona armada y vestida de civil, quien la hizo
ingresar a un patrullero blanco de la Policía de la provincia
de Buenos Aires, en el que ya estaban Laura y Daniel. Recordó
que se les hizo poner la cabeza abajo y fue vendada. Los tres
pasaron luego a una camioneta o camión, y fueron llevados a un
lugar desconocido. Tanto María Emilia como Laura fueron
desnudadas, atadas de pies y manos sobre una cama de metal,
interrogadas y torturadas con picana eléctrica en diferentes
partes del cuerpo como muslos, antebrazos, tobillos, rodillas,
genitales y senos”.
Continuó el a quo: “Después de permanecer detenidas en
Comisarías de la policía provincial de Bahía Blanca, Salto en
la Primera y Manzo en la Segunda, ingresaron a la Unidad Penal
N° 4 de Villa Floresta el 06/01/1976, siendo trasladadas a la
penitenciaría N° 8 de Olmos el 25/02/1976, para luego regresar
a la cárcel de Bahía Blanca el 10/09/1976. Finalmente, las
víctimas fueron trasladadas a la Unidad N° 2 de Villa Devoto
el 14/12/1976”.
Por otro lado, “María Emilia Salto, pasó luego a
cumplir arresto en la ciudad de Cipolletti, siendo autorizada
a desplazarse por el ejido urbano sujeta a control de la
Policía de la provincia de Río Negro, conforme Decreto N° 1703
del 22 de octubre de 1981, dejando de estar arrestada a
disposición del PEN mediante Decreto N° 385 de fecha
23/08/1982”.
Así también: “Laura Manzo pasó a cumplir arresto en la
localidad de Quilmes de acuerdo al Decreto N° 802 del
29/07/1981, siendo autorizada a desplazarse por dicha ciudad
sujeta a control de la Policía de la provincia de Buenos
Aires, dejando de estar a disposición del PEN mediante Decreto

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N° 483 del 8 de marzo de 1982, emigrando del país con rumbo a


Bélgica en octubre de ese año, como fuera relatado por su hija
en la audiencia de debate”.
3) CLAUDIO COLLAZOS
En la sentencia se asentó que “[e]l nombrado tenía
militancia política, pertenecía al Sindicato Municipal, y fue
secuestrado en la ciudad de Bahía Blanca el 19 de marzo de
1976, a las 06:30 horas en la intersección de las calles
Laudelino Cruz y Haití, mientras esperaba un colectivo para
dirigirse a su trabajo en la Municipalidad. Fue abordado por
un grupo de personas armadas y con las caras cubiertas con
medias de mujer, quienes previo a golpearlo y reducirlo, lo
trasladaron al centro clandestino ‘La Escuelita’, donde fue
torturado e interrogado respecto a sus compañeros de
militancia. Finalmente, fue liberado en la madrugada del 24 de
marzo de ese año en la intersección de las calles Zelarrayán y
Caronti de Bahía Blanca”.
4) HÉCTOR ENRIQUE NÚÑEZ
Con relación a esta víctima, el a quo aseveró que
“[f]ue secuestrado en su lugar de trabajo en el edificio de la
Municipalidad, el 19 de marzo de 1976, a las 12:10 horas
aproximadamente, por dos personas que se presentaron como
integrantes de la Policía Federal, quienes lo trasladaron en
un automóvil, con los ojos vendados, al centro clandestino ‘La
Escuelita’, donde fue torturado e interrogado respecto a su
supuesta vinculación con Montoneros. Finalmente, fue liberado
en la madrugada del 24 de marzo de ese año en una obra en
construcción en calle Terrada”.
5) MARIO EDGARDO MEDINA

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Se afirmó en el instrumento sentencial que “[e]l
nombrado, quien al tiempo de los hechos era diputado
provincial por el FREJULI, fue secuestrado junto a su esposa
Mirta Justa Bustos, el 23 de marzo de 1976, entre las 23 y 24
horas aproximadamente, en el domicilio de calle Garay 975 de
Bahía Blanca, por un grupo del Ejército al mando del General
Vilas, siendo trasladados ambos en un jeep al Comando V Cuerpo
de Ejército. Estando allí, Medina fue ingresado atado y con
los ojos vendados al centro clandestino ‘La Escuelita’, donde
fue torturado e interrogado con relación a las armas que
habrían sido encontradas en el domicilio citado”.
Posteriormente, “la víctima fue trasladada a la Unidad
Penal N° 4 de Villa Floresta donde permaneció cuatro meses,
pasando luego por la cárcel de Rawson, la comisaría de
cuatrerismo de Bahía Blanca, la Jefatura de Policía y la
Comisaría Quinta de La Plata, volviendo a ser transportado al
establecimiento carcelario de la provincia de Chubut ya
mencionado. Finalmente, Medina pasó por las unidades penales
de Villa Devoto y Caseros previo a obtener la libertad
vigilada a fines del año 1980, no pudiendo abandonar el ejido
urbano de la ciudad de Bahía Blanca”.
6) RENÉ EUSEBIO BUSTOS, RUBÉN ANÍBAL BUSTOS Y RAÚL
AGUSTÍN BUSTOS
El tribunal oral comprobó que “[las] tres víctimas,
militantes del partido Justicialista, fueron secuestradas el
23 de marzo de 1976, a las 02:30 horas, en el domicilio de
calle Balboa N° 2137 de Bahía Blanca, en el marco de un
operativo desplegado por el ejército, la policía provincial y
federal. Las tres fueron trasladadas al Comando V Cuerpo de
Ejército, e ingresadas con los ojos vendados al centro
clandestino ‘La Escuelita’, donde fueron torturadas e
interrogadas con relación a las armas que habrían sido
encontradas en el domicilio citado”.

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Adunó que: “Posteriormente, habiendo permanecido entre


quince y veinte días en el centro clandestino mencionado,
fueron trasladadas a la Unidad Penal N° 4 de Villa Floresta,
donde estuvieron alojados cuatro meses, siendo luego
transportadas en avión hacia la cárcel de Rawson el 13 de
agosto de 1976. Desde dicha unidad penal fueron liberadas
sucesivamente: Raúl Agustín Bustos salió en libertad
condicional el 30 de diciembre de 1978; Rubén Aníbal Bustos
fue excarcelado y liberado el 13 de febrero de 1979; y René
Eusebio Bustos obtuvo inicialmente la libertad vigilada por
Decreto N° 1679 del 18 de agosto de 1980, no pudiendo alejarse
del ejido urbano de la ciudad de Bahía Blanca, hasta cesar
definitivamente su arresto a disposición del PEN, con la
emisión del Decreto N° 264 del 13 de febrero de 1981”.
7) HÉCTOR FURIA
Se corroboró en la sentencia que “[el] nombrado fue
secuestrado en el domicilio de calle Primera Junta N° 482, el
24 de marzo de 1976, a las 05:00 horas aproximadamente, por
personal del ejército, quienes lo trasladaron al Batallón de
Comunicaciones N° 181, donde fue interrogado, siendo
finalmente liberado el 21 de abril de ese año, a las 18:30
horas”.
8) ORLANDO LUÍS STIRNEMANN
El órgano decisor tuvo por probado que “[fue]
secuestrado el 6 de abril de 1976 en la localidad de
Malabrigo, provincia de Santa Fe, por una comisión de la
Policía de dicha provincia, permaneciendo detenido en la
ciudad de Reconquista durante tres días, para luego ser
trasladado vía aérea por una comisión del ejército a Bahía

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Blanca, e ingresado al centro clandestino de detención ‘La
Escuelita’”.
Inicialmente “la víctima estuvo alojada en una especie
de caballeriza, lo que pudo advertir en razón de no
encontrarse vendada en principio, recordando que se trataba de
un galpón rectangular que tenía un portón de entrada de dos
hojas y que estaba construido con chapas de cinc. Luego fue
vendada y a los quince días llevada a otra construcción.
Conforme los testimonios de Miramonte y Medina, Stirnemann fue
objeto de un particular método de tortura que consistía en
colocar un gato sobre su pecho, aplicándosele electricidad al
animal con una picana para que éste lo lastimara”.
Posteriormente, “el 13 de agosto de 1976 la víctima
fue ingresada a la Unidad Penal N° 4 de Villa Floresta y
puesta a disposición del P.E.N. al día siguiente. Permaneció
allí hasta septiembre, mes en que fue trasladada a la cárcel
de Rawson, pasando después a la Unidad N° 9 de La Plata,
accediendo a la libertad vigilada el 7 de enero de 1981 y
cesando su arresto el 17 de julio de ese año”.
9) MARÍA MARTA BUSTOS
Se acreditó en la decisión en crisis que la nombrada,
“quien se desempeñaba como concejal de Bahía Blanca por el
FREJULI, fue secuestrada el 7 de abril de 1976, a las 16:15
horas, en el domicilio de calle Balboa N° 2137 de Bahía
Blanca, por personal armado de la Policía Federal, siendo
transportada hasta la delegación local de dicha fuerza. Al día
siguiente fue trasladada al Quinto Cuerpo de Ejército, e
ingresada en una habitación del Batallón de Comunicaciones N°
181”.
Luego “el 23 de abril de ese año, la víctima fue
trasladada a la Unidad Penal N° 4 de Villa Floresta, pasando
luego por la cárcel de Olmos, donde el 9 de agosto dio a luz a

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“González Chipont, Guillermo Julio y
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su hija. Finalmente, María Marta pasó por la cárcel de Villa


Devoto, previo a recuperar su libertad sobre finales de 1976”.
10) VÍCTOR BENAMO
De acuerdo a como fue acreditado por los judicantes,
“la víctima, quien tenía militancia en el partido peronista,
fue secuestrada el 23 de abril de 1976, a la salida de los
tribunales de Banfield, después de haberse presentado
espontáneamente en la Brigada de policía de Avellaneda para
informarse respecto a su situación por una acusación que sobre
él recaía”.
A su vez, se asentó que “[l]uego fue trasladado vía
aérea a Bahía Blanca e ingresado al centro clandestino de
detención ‘La Escuelita’, donde estuvo treinta y tres días,
siendo objeto de interrogatorios y torturas, tales como la
aplicación de electricidad con picana y permanecer colgado de
sus brazos. El 26 de mayo de 1976 fue transportado a la Unidad
Penal N° 4 de Villa Floresta, donde pudo recibir atención
médica de su hermano cuando éste lo visitó. En esa misma fecha
se dictó el decreto mediante el cual quedaba arrestado a
disposición del Poder Ejecutivo Nacional”.
Finalmente, “el 13 de agosto de 1976, la víctima fue
trasladada a la Unidad Penal N° 6 de Rawson, pasando luego por
la comisaría de cuatrerismo de Bahía Blanca, la Jefatura de
Policía y la Comisaría Quinta de La Plata, volviendo a ser
transportado al establecimiento carcelario de la provincia de
Chubut ya mencionado, accediendo tiempo después a abandonar el
país, mediante el ejercicio del derecho de opción”.
11) ESTELA CLARA DI TOTO Y HORACIO ALBERTO LÓPEZ
Los nombrados, de acuerdo a como ha sido descrito en
la sentencia, eran “militantes del partido Comunista y fueron

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secuestradas el 7 de mayo de 1976, a las 23:30 horas, en el
domicilio de calle Casanova N° 183, Dpto. “C”, de Bahía
Blanca, por un grupo de personas armadas y encapuchadas,
quienes los trasladaron atados y vendados al centro
clandestino de detención ‘La Escuelita’”.
Se aseveró que “Estela Clara fue liberada a los dos
días del hecho, formulando la correspondiente denuncia
policial el 12 de mayo de ese año, mientras su esposo
continuaba secuestrado. Éste último fue liberado luego de
permanecer diez días en el citado centro clandestino, donde
fuera interrogado por su supuesta pertenencia al ERP, así como
con relación a su militancia política en el partido Comunista
y la Municipalidad, siendo amenazado con ser fusilado y el
pasaje de corriente eléctrica mediante “picana”, habiéndosele
también colocado un roedor que caminara sobre su cuerpo y
rostro”.
Por último, “las víctimas debieron renunciar a sus
puestos de trabajo en la Municipalidad de Bahía Blanca”.
12) MÓNICA MORÁN
Se comprobó que “[l]a nombrada, quien militaba en el
Partido Revolucionario de los Trabajadores, fue secuestrada el
10 de junio de 1976 por cinco personas armadas y con rostro
descubierto, en el domicilio sito en calle Rondeau N° 220 de
Bahía Blanca, donde funcionaba el teatro ‘La Ranchería’, e
ingresada al centro clandestino de detención ‘La Escuelita’,
siendo advertida su presencia en el lugar por Pedro Maidana,
Dora Seguel, Gladis Sepúlveda y Graciela Ana Kalnisko. La
víctima fue asesinada el 24 de junio de ese año, en el marco
de un enfrentamiento simulado por el Ejército, en el inmueble
de calle Santiago del Estero N° 376 de la citada localidad,
habiendo sido visto su cadáver dentro del Hospital Militar,
según relatara”.
13) ÉLIDA NOEMÍ SIFUENTES Y GLADIS SEPÚLVEDA

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El órgano sentenciante tuvo por acreditado que “el 12


de junio de 1976, en horas de la madrugada, la nombrada en
primer término fue secuestrada en el domicilio de sus padres
sito en calle Juan XXIII N° 1388 de Neuquén, por personal
policial uniformado de la provincia y del ejército, siendo
ingresada a la Unidad Penal N° 9 de dicha localidad. Asimismo,
Gladis Sepúlveda fue detenida el 14 de junio de ese año al
presentarse en la comisaría N° 24 de Cipolletti, e ingresada
al día siguiente a la citada unidad penitenciaria”.
Además, se asentó que “ambas eran estudiantes de
servicio social de la Universidad Nacional del Comahue,
militaban en el PRT y fueron trasladadas vía aérea a Bahía
Blanca el 15 de junio de 1976, atadas y vendadas junto con
otras personas e ingresadas al centro clandestino de detención
‘La Escuelita’, donde se las interrogó con relación a sus
actividades en la citada casa de estudios. Gladis Sepúlveda
refirió haber sido golpeada a latigazos, sometida a simulacro
de fusilamiento y descargas eléctricas mediante la aplicación
de picana, mientras Elida Sifuentes recordó haber sido
golpeada en el lugar”.
Finalmente, “el 25 de junio de ese año las víctimas
fueron ingresadas a la cárcel de Villa Floresta, donde
permanecieron hasta el 14 de diciembre de 1976, cuando fueron
trasladadas a la Unidad Penal N° 2 de Villa Devoto.
Finalmente, Sepúlveda hizo uso del derecho de opción para
salir del país con destino a la República Federal de Alemania
en agosto de 1979, mientras que Sifuentes accedió al régimen
de libertad vigilada el 6 de diciembre de 1981 en la ciudad de
Neuquén, previo a quedar definitivamente en libertad al año
siguiente”.

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14) PABLO FRANCISCO FORNASARI, JUAN CARLOS CASTILLO,
ZULMA RAQUEL MATZKIN Y MANUEL MARIO TARCHITZKY
En el presente caso se abordan en forma conjunta los
hechos que tuvieron por víctimas a las personas nombradas,
toda vez que, de acuerdo a lo comprobado en la sentencia,
“aquellas aparecieron muertas en el inmueble sito en calle
Catriel N° 321 de la localidad de Bahía Blanca, como abatidas
en un enfrentamiento fraguado por el ejército”.
En este sentido, “el día 25 de junio de 1976, Pablo
Francisco Fornasari y Juan Carlos Castillo fueron secuestrados
en un control de ruta en cercanías de la ciudad de Bahía
Blanca, mientras circulaban a bordo de una camioneta propiedad
de este último, siendo ingresados inicialmente a la guardia
del Comando del V Cuerpo de ejército, permaneciendo luego
alojados en celdas individuales en el Batallón de
Comunicaciones 181, conforme el testimonio de Juan Oscar
Gatica y el texto de la misiva que Fornasari remitiera a su
esposa. Allí fueron interrogados por el encausado Otero,
siendo retirado del lugar Castillo al día siguiente e
ingresado a ‘La Escuelita’, donde habría sido asesinado, de
acuerdo a la declaración de Susana Beatriz Rosso”.
De seguido, se aseveró que “Pablo Francisco Fornasari,
quien conocía a Otero de la época en que realizara la
conscripción militar en Campo de Mayo, fue sacado del lugar
casi una semana después que Castillo y llevado también al
citado centro clandestino donde ambos fueran torturados,
conforme los dichos de Alicia Mabel Partnoy. Las víctimas
mencionadas pertenecían al partido Peronista Auténtico”.
Así, afirmó el a quo que “Zulma Matzkin, militaba en
la Juventud Universitaria Peronista, fue secuestrada el 19 de
julio de 1976 en su lugar de trabajo, sito en calle Alsina N°
95 de Bahía Blanca y trasladada al centro clandestino ‘La
Escuelita’, donde fue careada con Laura Iliana Fuxman, siendo

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advertida su presencia en el lugar por Estrella Marina Mena de


Turata, Juan Carlos Aure y Roberto Staheli, quienes dieron
cuenta de los interrogatorios y las torturas a que fuera
sometida mediante la aplicación de electricidad con ‘picana’”.
Por otro lado, “Manuel Mario Tarchitzky, militaba en
la Juventud Peronista, fue secuestrado el 21 de julio de 1976
entre las 02:15 y 03:00 horas, en el domicilio sito en calle
Salta N° 549 de Bahía Blanca, por un grupo de personas
fuertemente armadas, quienes por su indumentaria y actitud
pertenecían al ejército, conforme resulta de la nota remitida
por el padre de la víctima, Abraham Tarchitzky, al Comandante
del V Cuerpo de ejército. La presencia de Manuel Mario dentro
del centro clandestino ‘La Escuelita’ fue advertida por
Fuxman, Staheli y Domingo Menna”.
15) RUDY OMAR SAIZ
El tribunal a quo aseveró que “la víctima, quien tenía
participación gremial como empleado de la DGI, fue secuestrado
el 7 de julio de 1976 a las 13:30 horas, en el domicilio de
calle Bolivia N° 925, departamento N° 8, de Tres Arroyos, por
un grupo de personas de la policía de la provincia de Buenos
Aires, quienes estaban armadas, vestían ropa de fajina y lo
trasladaron a la Comisaría Primera de dicha localidad”.
A su vez, “en horas de la tarde la víctima fue
transportada a la Unidad Regional de la Policía Bonaerense en
la ciudad de Bahía Blanca, donde previo ser esposado y
encapuchado, fue entregado a personal del ejército e ingresado
al centro clandestino de detención ‘La Escuelita’, donde fue
sometido a interrogatorios, mientras era acusado de ser
responsable de la zona sur del ERP, y torturado mediante la
aplicación de electricidad con picana”.

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En consecuencia, “el 31 de julio de 1976 Rudy Omar
Saiz fue trasladado a la ciudad de Mar del Plata,
permaneciendo alojado entre quince y veinte días en el
Destacamento Playa Grande, pasando luego a la Comisaria Cuarta
de dicha localidad, de donde fue liberado el 12 de septiembre
de ese año”.
16) HUGO WASHINGTON BARZOLA
Se tuvo por acreditado en la sentencia que “el
nombrado fue secuestrado de su domicilio, sito en calle 19 de
mayo N° 1460 del Barrio Palihue de Bahía Blanca, el 20 de
julio del año 1976, a las 04:19 horas de la madrugada, por
tres personas armadas vestidas de civil que se identificaron
como policías, quienes previo a requisar su casa lo obligaron
a subir a un auto mientras una de ellas le apuntaba con una
pistola en la cabeza. Sin perjuicio de que se le colocó una
capucha, la víctima pudo percibir que lo llevaron por el
camino de ‘La Carrindanga’ e ingresaron al centro clandestino
‘La Escuelita’, donde fue tabicado, golpeado y se le ataron
las manos a la espalda con alambre de atar fardos”.
A su vez, “luego fue trasladado por caminos internos
hasta el Batallón de Comunicación N° 181, donde se le quitó el
tabique y fue desatado, permaneciendo inicialmente en el retén
de guardia y después en un amplio salón. Mientras estuvo
detenido en la citada unidad militar, en una oportunidad fue
encapuchado e interrogado. Asimismo, compartió cautiverio con
Solari Irigoyen, Amaya y Laurencena, entre otras personas,
siendo finalmente liberado casi tres meses después de haber
sido secuestrado”.
17) MARÍA CRISTINA JESSENE
La nombrada, de acuerdo a como ha quedado acreditado
en el pronunciamiento sub examine “fue secuestrada el 20 de
julio de 1976, a las 17:00 horas aproximadamente, en el
domicilio de su tía sito en calle H. Irigoyen N° 252, piso 6°,

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Dpto. “B”, de Bahía Blanca, por cuatro personas armadas, dos


vestidos de civil y dos con ropa de fajina verde, quienes la
trasladaron inicialmente a la Unidad Regional V de la Policía
de la Provincia de Buenos Aires, y después al Batallón de
Comunicaciones N° 181”.
Asimismo, “al llegar a este último lugar, inicialmente
se le tapó la cabeza con una frazada y permaneció atada,
siendo interrogada mientras se le pasaba un revólver por sus
manos. Luego fue llevada a una habitación donde compartió
cautiverio con una mujer embarazada, quien resultó ser
Estrella Menna de Turatta, y María Felicitas Baliña”.
Finalmente, “la víctima fue liberada el 28 de julio de
1976 a las 19:30 horas”.
18) ESTRELLA MARINA MENNA DE TURATTA
Por otro lado, el tribunal tuvo por acreditado que “la
nombrada, quien se encontraba embarazada, fue secuestrada el
20 de julio de 1976, entre las 17:00 y 18:00 horas
aproximadamente, en su domicilio de calle Fitz Roy N° 238, de
Bahía Blanca, por catorce efectivos del ejército armados, un
subteniente y un teniente, quienes la trasladaron al Batallón
de Comunicaciones N° 181, siendo alojada en la habitación del
capellán, donde compartió cautiverio con Cristina Jessene y
María Felicitas Baliña”.
Además, “esa misma noche fue vendada, encapuchada, le
ataron las manos a la espalda, y la llevaron en un auto junto
con otro joven al centro clandestino ‘La Escuelita’. Allí le
realizaron un simulacro de fusilamiento en el exterior de la
construcción, siendo luego ingresada a una habitación donde le
hicieron escuchar una declaración de Zulma Matzkin, quien la
nombraba junto a otras personas. Después permaneció atada a un

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palo a la intemperie mientras lloviznaba, perdió el
conocimiento, y se despertó en la pieza del capellán al ser
oscultada en la panza por un médico que revisaba los latidos
de su bebé”.
Así también se asentó que “el 19 de agosto de 1976 la
víctima fue ingresada a la Unidad Penal N° 4 de Villa
Floresta, donde fue puesta a disposición del P.E.N. y pudo ser
visitada por sus familiares, siendo trasladada vía aérea el 22
de noviembre de ese año a la Unidad Penal N° 2 de Villa
Devoto, y alojada luego en el hospital de la cárcel de Olmos,
donde el 21 de diciembre de ese año dio a luz a su hija”.
Por último, “la víctima fue liberada en julio de 1977,
luego de pasar nuevamente por la Unidad Penal de Villa Devoto,
y por la sede de Coordinación Federal”.
19) MARÍA FELICITAS BALIÑA
En el instrumento sentencial, se asentó que “La
víctima, quien trabajaba como enfermera en el Hospital
Interzonal ‘Dr. Penna’, fue secuestrada el 23 de julio de
1976, a las 05:00 horas aproximadamente, en el domicilio de
calle H. Irigoyen N° 252, piso 6°, Dpto. ‘C’, de Bahía Blanca,
por un grupo de personas armadas, que vestían ropa de fajina y
borceguíes, y decían pertenecer al ejército, quienes la
trasladaron al Batallón de Comunicaciones N° 181. Luego de
permanecer en un pasillo de dicha unidad, pasó por otro lugar
donde había varias personas, y fue llevada a una habitación
donde compartió cautiverio con Estrella Menna de Turatta,
María Cristina Jessenne, y una mujer de Ingeniero White que
había sido detenida junto con su hijo”.
Finalmente, “durante su detención, María Felicitas fue
interrogada en varias oportunidades, siendo finalmente
liberada el 11 de agosto de 1976”.
20) MARÍA GRACIELA IZURIETA, SU HIJO NACIDO EN CAUTI-
VERIO Y ALBERTO GARRALDA

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Se tuvo por acreditado que “María Graciela, quien


militaba en Juventud Universitaria Peronista, fue secuestrada
junto a Alberto R. Garralda, quien tenía militancia en
Montoneros, el 23 de julio de 1976 a las 22:45 horas
aproximadamente, por personal militar vestido de civil y
armado, en el domicilio sito en calle 11 de Abril N° 331,
departamento 10 de Bahía Blanca. Ambos fueron introducidos
violentamente en uno de los vehículos militares del V Cuerpo
de Ejército que estaba estacionado frente a la vivienda, lo
que fue presenciado por numerosos vecinos, conforme resulta de
la denuncia formulada ante la CONADEP”.
De seguido, el tribunal afirmó que “las víctimas
fueron trasladadas al centro clandestino de detención ‘La
Escuelita’. En el caso de Izurieta, su presencia en el lugar
fue advertida por María Cristina Pedersen, José Luís Robinson,
Oscar José Meilán, Vilma Diana Rial de Meilán, Emilio
Villaroel y Pablo Victorio Bohoslavsky. Respecto a la
ubicación de Garralda dentro del centro clandestino, Alicia
Mabel Partnoy recordó que pasó por el lugar antes de que ella
fuera secuestrada”.
Asimismo, “el 18 de septiembre de 1976, Alberto
Ricardo Garralda fue sacado del centro clandestino y asesinado
por personal del Ejército, bajo la metodología de un
enfrentamiento simulado en la intersección de las calles
Dorrego y General Paz de la ciudad de Bahía Blanca”.
Por último, “el 1 de diciembre de 1976 María Graciela
logró remitir una carta a sus padres haciéndoles saber que se
encontraba embarazada de seis meses y medio, habiendo sido
advertida su presencia por última vez en el centro clandestino
los últimos días de ese mes, permaneciendo hasta el día de la

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fecha desaparecida, al igual que la criatura que naciera en
cautiverio”.
21) FERNANDO JARA
Se acreditó en la sentencia que “[el] nombrado
militaba en Montoneros y fue secuestrado de su domicilio, sito
en el Barrio Rosendo López de Bahía Blanca, el último día
hábil previo al inicio de las vacaciones escolares invernales
del año 1976, a las 04:00 horas de la madrugada
aproximadamente, por personas con la cara tapada, que vestían
de verde y usaban borceguíes”.
A su vez, “fue ingresado al centro clandestino de
detención ‘La Escuelita’, donde se le anunció que sería
fusilado, siendo advertida su presencia en el lugar por María
Eugenia Flores Riquelme, Nélida Isabel Trípodi, Vilma Diana
Rial de Meilán y Mario Rodolfo Juan Crespo”.
Finalmente, “en las primeras horas del 16 de diciembre
1976, Fernando Jara fue sacado del centro clandestino y
asesinado por personal del Ejército, bajo la metodología de un
enfrentamiento simulado en la intersección de las calles
Cerrito y Casanova de esta ciudad. Al día de la fecha el
cadáver de la víctima continúa desaparecido”.
22) NÉLIDA ESTHER DELUCHI
Esta víctima, de acuerdo a cuanto se ha tenido por
probado, “fue secuestrada en agosto de 1976, retirada de
madrugada de su domicilio de Pasaje Podestá 1017 donde residía
junto a su madre y sus tres hijos. Fue llevada a la Escuelita,
donde la ataron a una cama de hierro y le aplicaron descargas
eléctricas mientras era interrogada en un galpón, luego le
vendaron los ojos y fue alojada en una habitación grande en la
que permaneció durante todo su cautiverio. A fines del mes de
agosto de 1976 la llevan en auto hasta la puerta de su casa
donde es dejada en libertad. Durante al menos dos años luego
de su liberación recibió en su casa la visita de un guardia de

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‘la Escuelita’. Por las descargas eléctricas recibidas sufrió


reiteradas infecciones renales y tuvo que ser intervenida
quirúrgicamente en dos oportunidades por prolapso del riñón y
en el año 1982 fue jubilada transitoriamente por invalidez a
causa de la incapacidad física y psíquica”.
24) LUIS ALBERTO SOTUYO, DORA RITA MERCERO Y ROBERTO
ADOLFO LORENZO
Afirmó el tribunal, que los nombrados “fueron
secuestrados el 14 de agosto de 1976 en la vivienda de San
Lorenzo 740 de la ciudad de Bahía Blanca, por personal de la
Agrupación Tropas del Quinto Cuerpo de Ejército. La propiedad
permaneció ocupada por personal de esa fuerza y a partir del
15 de octubre de 1976, se autorizó a la familia a ingresar y
tomar posesión”.
Asimismo, “luego de su secuestro, Luis Alberto Sotuyo
y Dora Rita Mercero estuvieron cautivos en la Escuelita, donde
fueron vistos hasta septiembre de 1976 y mediados de diciembre
del mismo año, respectivamente. Durante su cautiverio en ese
centro clandestino de detención fueron torturados y Luis
Alberto fue visto gravemente herido. Ambos continúan a la
fecha desaparecidos”.
Por su parte, “el 18 de septiembre de 1976, Roberto
Adolfo Lorenzo fue asesinado junto a Cristina Elisa
Coussemente en la ruta 33 km. 12, a las afueras de Bahía
Blanca, luego de un enfrentamiento simulado en el que
intervino nuevamente la Agrupación Tropas del Comando Quinto
Cuerpo de Ejército”.
25) RICARDO GABRIEL DEL RIO
El tribunal a quo aseveró que “fue secuestrado el 11
de agosto de 1976, estuvo cautivo dentro del Gimnasio del

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Batallón de Comunicaciones 181, al menos entre el 18 o 19 de
agosto y el 23 de septiembre de 1976. En la madrugada del 07
de diciembre de 1976 y sin que conste que haya sido liberado,
apareció muerto junto a Carlos Roberto Rivera en la calle 17
de mayo al 1800 de esta ciudad, a consecuencia de un
enfrentamiento simulado con personal del Comando Quinto Cuerpo
del Ejército”.
26) BRAULIO RAÚL LAURENCENA
En la sentencia se afirmó que “fue privado de su
libertad por personal del Comando Quinto Cuerpo de Ejército
entre el 18 y el 19 agosto de 1976, alojado en un primer
momento en el gimnasio del Batallón de Comunicaciones 181 y
luego en una habitación cercana a la guardia del Batallón.
Recuperó su libertad el 6 de septiembre de 1976. Al momento de
los hechos formaba parte del partido socialista”.
27) ÁNGEL ENRIQUE ARRIETA Y CARLOS OSCAR TRUJILLO
Se asentó en la decisión en crisis que “Ángel Enrique
Arrieta, quien militaba en el Partido Comunista al momento de
los hechos, fue secuestrado el 20 de agosto de 1976 alrededor
de las 21.30 horas, en la vivienda que habitaba junto a María
Inés Valdebenito en la calle Moreno N° 1512 (con entrada por
calle Líbano N° 56) de Bahía Blanca. Un grupo de dos personas
encapuchadas y armadas violentaron la puerta de ingreso, se
identificaron como policías y mediante amenazas se llevaron a
Ángel en una camioneta marca Chevrolet color rojo que era
conducida por un tercer integrante”.
Por otra parte, “Carlos Oscar Trujillo, fue
secuestrado alrededor del 22 de agosto de 1976 en horas del
mediodía, cuando salía del domicilio donde residía en calle
Edison N° 1025 de la ciudad de Bahía Blanca, por un grupo de
tres personas armadas que lo subieron por la fuerza a un
automóvil Ford Falcon”.

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Continuó el a quo: “El 24 de agosto de 1976, alrededor


de las 15.00 horas, fueron hallados por Rubén Norberto
Olavarría los cuerpos sin vida de Arrieta y Trujillo en el
barrio ‘El Saladero’ de Ingeniero White. Ambos tenían los pies
y las manos atadas y presentaban impactos de bala”.
Por otro lado, “durante el período en que Arrieta
permaneció secuestrado, su familia realizó diversas
averiguaciones para dar con su paradero, y su concubina María
Inés Valdebenito realizó una denuncia ante la policía de la
provincia de Buenos Aires. Cabe señalar que Gustavo Carlson,
sobrino de la víctima, refirió que su tío días antes de ser
secuestrado le dijo que sentía que lo estaban vigilando”.
En otro orden, “Clara Angélica Trujillo, con
posterioridad a la muerte de su hermano fue amenazada en una
comisaría de esta ciudad, manifestándosele que podía pasarle
algo a su hijo si seguía haciendo averiguaciones respecto a
Carlos”.
Finalmente, “Emilia Elena Arrieta de Carlson, hermana
de Ángel, el 19 de febrero de 1987 presentó una denuncia ante
la Cámara Federal de Apelaciones de esta ciudad, solicitando
se investigue el homicidio de su hermano, señalando que el 21
de agosto de 1976 personal del Ejército Argentino ingresó en
el domicilio de aquel, revisándolo completamente”.
28) SIMÓN LEÓN DEJTER
El a quo tuvo por comprobado que “fue secuestrado el
09 de septiembre de 1976 en Algarrobo, partido de Villarino.
En un primer momento fue alojado, encapuchado, en el
destacamento policial de esa localidad y luego trasladado a
Bahía Blanca, al gimnasio del Batallón de Comunicaciones del
Comando Quinto Cuerpo del Ejército, donde permaneció los

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primeros dos días encapuchado y fue interrogado. Allí estuvo
hasta el 21 de septiembre de 1976, fecha en la que recuperó su
libertad. Simón León Dejter era afiliado al partido
comunista”.
29) EDUARDO ALBERTO HIDALGO
Se asentó en la sentencia que “el nombrado fue privado
de su libertad el 24 de septiembre de 1976, trasladado
encapuchado a un predio en la calle Parchappe donde le
aplicaron picana eléctrica en el pecho. Luego de doce (12)
días fue dejado en libertad”.
A su vez, “el 9 de noviembre de 1976 fue secuestrado
nuevamente y se lo mantuvo cautivo en el centro clandestino de
detención ‘La Escuelita’. Allí fue sometido a condiciones
inhumanas de cautiverio: en una oportunidad lo ataron desnudo
a un palo y lo golpearon durante todo un día; luego de ese
episodio fue esposado de pies y manos, desnudo, a un catre de
hierro, lugar en el que lo dejaron con dos perros, le
aplicaron electricidad en la cabeza y lo golpearon
reiteradamente. Fue sometido a simulacros de fusilamiento y en
una ocasión estaqueado a un palo con las piernas y los brazos
abiertos, modalidad en la que lo mantuvieron por dos días sin
poder comer o hacer sus necesidades. El 23 de noviembre de
1976 fue trasladado a la Unidad Penal N° 4 de Villa Floresta
en un estado físico desmejorado, y tres días más tarde a la
Unidad 9 de La Plata, allí permaneció hasta el 24 de agosto de
1978, fecha en la que reingresó a la Unidad Penal 4 desde
dónde recuperó la libertad el 23 de diciembre de 1978”.
30) RAÚL GRISKAN, JORGE HUGO GRISKAN Y LILIANA BEATRIZ
GRISKAN
Se acreditó en el instrumento sentencial que “fueron
secuestrados a fines de septiembre de 1976 en el domicilio de
Estomba N° 300 de esta ciudad y trasladados al Batallón de
Comunicaciones 181 del Comando Quinto Cuerpo. Liliana fue

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“González Chipont, Guillermo Julio y
otros s/recurso de casación”

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alojada en la sala de guardia mientras que Jorge y Raúl en el


gimnasio del Batallón. Allí permanecieron cautivos alrededor
de tres semanas y luego fueron liberados. Liliana Beatriz
Griskan era estudiante del departamento de Humanidades y
adherente a la Juventud Universitaria Peronista”.
31) CARLOS ROBERTO RIVERA
El a quo señaló que “la víctima fue secuestrado el
primero de octubre de 1976 por personas vestidas de civil
fuertemente armadas en su domicilio de Chiclana 1656,
departamento 1 de Bahía Blanca. Desde ese lugar fue trasladado
al centro clandestino de detención ‘La Escuelita’, lugar en el
que permaneció en cautiverio hasta que en la madrugada del 7
de diciembre de 1976 fue asesinado junto a Ricardo Gabriel Del
Río en la calle 17 de mayo N° 1800 luego de un enfrentamiento
simulado en el que participó personal del Comando Quinto
Cuerpo de Ejército. Carlos Roberto Rivera militaba en la
Juventud Peronista al momento de los hechos”.
32) JULIO ALBERTO RUIZ, PABLO VICTORIO BOHOSLAVSKY Y
RUBÉN ALBERTO RUIZ
Se asentó en la sentencia que “los nombrados eran
militantes del Peronismo de Base y fueron secuestrados el 19
de octubre de 1976 por personal de la Agrupación Tropas del
Comando Quinto Cuerpo de Ejército y llevados al centro
clandestino de detención ‘La Escuelita’, donde permanecieron
hasta el 22 de noviembre permanentemente con los ojos
vendados, les fue aplicada picana eléctrica, un alambre por el
cuerpo y en una oportunidad Julio Ruiz y Pablo Bohoslavsky
fueron colgados con los brazos para atrás durante 24 horas”.
A su vez, “Julio Alberto Ruiz fue retenido en su
domicilio de Cacique Venancio 631 de esta ciudad, antes del

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mediodía. Allí fue golpeado y le pasaron un cable del velador
por el cuerpo, durante los días posteriores a su detención, su
mujer, Perla Noemí Barnes, y sus hijos permanecieron con una
guardia permanente en el domicilio, sin dejar que ingresaran
otras personas”.
Por otro lado, “Pablo Victorio Bohoslavsky fue
secuestrado en su domicilio de Córdoba 67 de esta ciudad,
alrededor de las 14:00 horas, por un grupo de personas
vestidas de civil, en uno de los dormitorios de su casa le
pasaron corriente eléctrica con un cable pelado. Luego de su
detención se instaló allí una guardia, de este modo es que al
llegar Rubén Alberto Ruiz a ese lugar es secuestrado y durante
dos días personal del ejército lo retuvo en ese domicilio,
para luego trasladarlo a la Escuelita. La guardia del ejército
en ese domicilio se mantuvo por algunos días más”.
Aunado a ello, se pudo establecer que “el 22 de
noviembre de 1976 fueron sacados de la Escuelita y dejados en
el Parque de Mayo. A los pocos segundos los vuelven a detener
y son llevados al Batallón de Comunicaciones 181. Allí se les
comunicó que iban a ser sometidos a un Consejo de Guerra. El
17 de diciembre de 1976 fueron condenados por el Consejo de
Guerra Especial Estable de la Subzona de Defensa 51, Julio
Alberto Ruiz y Pablo Victorio Bohoslavsky a la pena de un año
y seis meses de reclusión y Rubén Alberto Ruiz a la pena de
siete meses de prisión. El 21 de febrero de 1977 el Consejo
Superior de las Fuerzas Armadas resolvió anular la sentencia
del Consejo de Guerra y condenó a Julio Alberto Ruiz a la pena
de cinco años de reclusión e inhabilitación absoluta perpetua,
a Pablo Victorio Bohoslavsky a la pena de cuatro años y seis
meses de reclusión e inhabilitación absoluta perpetua, y a
Rubén Alberto Ruiz a la pena de dos años y seis meses de
reclusión e inhabilitación absoluta perpetua. El 04 de enero
de 1977 ingresaron a la Unidad Penal 4 de Villa Floresta,

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donde estuvieron alojados hasta el 22 de agosto de 1977 que


ingresaron en el Instituto de Seguridad y Resocialización
Unidad 6 de Rawson. Reingresaron a la Unidad 4 de Villa
Floresta el 05 de enero de 1979 y fueron trasladados
nuevamente a la Unidad 6 de Rawson el 3 de abril de 1979,
recuperaron la libertad al haber agotado la condena, Rubén
Alberto Ruiz el 18 de junio de 1979, Pablo Victorio
Bohoslavsky el 20 de junio de 1981 y Julio Alberto Ruiz el 21
de diciembre de 1981”.
33) JUAN CARLOS MONGE
El a quo aseveró que “fue detenido ilegalmente el 01
de noviembre de 1976 en su domicilio de esta ciudad por
personas de civil armadas que se identificaron como policías y
trasladado a ‘La Escuelita’. En ese lugar fue sometido a
condiciones inhumanas de cautiverio, permaneció casi todo el
tiempo vendado, presenció simulacros de fusilamiento y fue
interrogado en varias oportunidades, atado desnudo a una cama
de metal, al tiempo que le aplicaban picana eléctrica en su
cuerpo y le transmitían electricidad por medio de electrodos
colocados en las sienes. En una oportunidad este mismo
procedimiento fue realizado en el patio y luego de aplicarle
picana lo dejaron durante toda la noche, desnudo y estaqueado
a la cama hasta la mañana siguiente. En otra ocasión lo
colgaron atado de las muñecas sobre una cloaca y lo
mantuvieron allí durante veinticuatro (24) horas. El 24 de
diciembre de 1976 fue trasladado a la Unidad Penal N° 4 de
Villa Floresta y el 3 de enero de 1977 fue puesto a
disposición del Poder Ejecutivo Nacional, a mediados de agosto
de 1977 fue trasladado a la Unidad 6 de Rawson. El 24 de enero
de 1979 se lo autorizó a salir del país con destino a Bélgica

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y en febrero del mismo año fue trasladado a la ciudad de
Buenos Aires, concretándose su salida del país el 13 de marzo
de 1979. Juan Carlos Monge era militante del Partido Peronista
Auténtico al momento de los hechos”.
34) MANUEL VERA NAVAS
En la sentencia se señaló que “el nombrado fue
secuestrado el 3 de noviembre de 1976 en su domicilio de
Saavedra 2128 de esta ciudad, por un grupo de personas armadas
que entraron de manera violenta, armados y se identificaron
como ‘policías’. En ese lugar fue golpeado y tabicado,
condición que mantuvo hasta el día de su liberación. Fue
trasladado a ‘La Escuelita’ donde, entre otras condiciones
inhumanas de cautiverio, fue sometido a un simulacro de
fusilamiento, a golpes y a sesiones de picana eléctrica en las
que era interrogado, siempre atado desnudo a una cama de
hierro. El 6 de noviembre de 1976 fue liberado de ese centro
clandestino de detención. Al momento de los hechos era
afiliado al Partido Comunista”.
35) JOSÉ LUIS GON
El órgano decisor de la anterior instancia afirmó que
“el nombrado era militante del Partido Revolucionario de los
Trabajadores al momento de los hechos. A principio del mes de
noviembre de 1976, fue privado de su libertad en Posadas,
Misiones. Una vez recluido en dependencias de Información y
Seguridad de esa ciudad, fue golpeado en los dos oídos, lo que
le produjo daños en el sistema auditivo. El 11 de noviembre lo
trasladaron en un avión, vendado y con las manos atadas en la
espalda, a Bahía Blanca. En esta ciudad permaneció en
cautiverio en el centro clandestino de detención ‘La
Escuelita’, donde fue sometido a condiciones de cautiverio
inhumanas: estuvo vendado y fue golpeado en reiteradas
ocasiones. En una oportunidad lo ataron a un árbol y lo
golpearon ‘muy fuerte’. Se lo mantuvo mal alimentado, fue

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amenazado de muerte, permaneció más de un mes sin poder ir de


cuerpo, fue obligado a hacer sus necesidades fisiológicas,
atado, y trasladado en varias ocasiones al lugar donde se
aplicaba la ‘tortura’ (picana eléctrica). Entre el 06 y el 07
de enero de 1977 fue trasladado a la Unidad Penal N° 4 de
Villa Floresta en un estado físico desmejorado y el 19 de
enero fue puesto a disposición del Poder Ejecutivo Nacional.
En dicha unidad penitenciaria estuvo hasta el 23 de septiembre
de ese año, fecha en que recuperó la libertad”.
36) RAÚL FERRERI
El a quo afirmó que el nombrado “que secuestrado en
Neuquén en noviembre de 1976 y trasladado a Bahía Blanca. Se
lo mantuvo en cautiverio en el centro clandestino de detención
‘La Escuelita’, donde se encontraba vendado, esposado y se le
aplicó picana eléctrica. Fue visto por última vez el 6 de
enero de 1977. Al día de la fecha continúa desaparecido. Al
momento de los hechos era militante del Partido Revolucionario
de los Trabajadores”.
37) MARÍA EUGENIA GONZÁLEZ Y NÉSTOR OSCAR JUNQUERA
El tribunal a quo aseveró que “las víctimas fueron
secuestradas el 9 de noviembre de 1976 en su domicilio de
Paunero 629 de esta ciudad por personas armadas de civil y
fueron trasladados a ‘La Escuelita’. Ambos militaban en la
Juventud Peronista”.
Así también, “en ese lugar María Eugenia González y
Néstor Junquera fueron torturados. Se corroboró
particularmente que al último de los nombrados se lo ató de
pies y manos y encapuchado, se lo sumergió en un tambor de
doscientos (200) litros lleno de agua, donde lo tenían unos

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segundos y lo sacaban, lo volvían a meter y lo volvían a
sacar, todo mientras le pegaban con palos de goma”.
Se pudo establecer que “a mediados de diciembre de
1976 fueron vistos por última vez con vida en ‘La Escuelita’.
Al día de la fecha continúan desaparecidos”.
38) DANIEL GUILLERMO HIDALGO Y OLGA SILVIA SOUTO CAS-
TILLO
El a quo aseveró que los nombrados, “fueron asesinados
el 14 de noviembre de 1976, en el domicilio de Fitz Roy 137,
piso 4, departamento 1, de esta ciudad por personal de la
Agrupación Tropas perteneciente al Comando Quinto Cuerpo de
Ejército. Ambos militaban en la Juventud Peronista”.
39) LUIS MIGUEL GARCÍA SIERRA
En la sentencia se afirmó que el nombrado, “de
nacionalidad española, fue privado de su libertad el 26 de
noviembre de 1976 en Viedma y trasladado tabicado al centro
clandestino de detención ‘La Escuelita’. Allí permaneció en
condiciones inhumanas de cautiverio, continuamente vendado y
esposado; para dormir los primeros días debió hacerlo en el
suelo y luego en un catre sin colchón. Los primeros días lo
ataron de pies y manos al elástico de una cama y se le aplicó
picana eléctrica en el cuerpo mientras era interrogado”.
Posteriormente, “El 24 de diciembre de 1976 fue
trasladado a la Unidad Penal N° 4 de Villa Floresta del
Servicio Penitenciario Bonaerense y puesto a disposición del
Poder Ejecutivo Nacional el 3 de enero de 1977. El 22 de
agosto del mismo año fue trasladado a la Unidad Penitenciaria
N° 6 del Servicio Penitenciario Federal de Rawson, lugar en el
que permaneció hasta el 24 de septiembre de 1977 cuando se
decretó su expulsión del país, concretándose su salida con
destino a España entre el 26 y el 27 de octubre de 1977,
previo a un breve período de detención en la cárcel de
Caseros”.

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Por último, se señaló que “durante la época en que


acontecieron los hechos era militante de la Unión de
Estudiantes Secundarios y de la Juventud Peronista”.
40) DARÍO JOSÉ ROSSI
El tribunal oral acreditó que Rossi “fue secuestrado
el 29 de noviembre de 1976 en su domicilio de la ciudad de
Viedma por un grupo de personas armadas vestidas de civil, que
se desplazaban en Ford Falcon. Fue trasladado a Bahía Blanca y
recluido en el centro clandestino de detención ‘La Escuelita’.
En ese lugar fue sometido a sesiones de interrogatorio
mientras le aplicaban picana eléctrica y a las condiciones de
cautiverio que allí se aplicaron a todos los detenidos (atado
de pies y manos, tabicado, mal alimentados, en condiciones de
higiene precarias). El 02 de marzo de 1977 fue asesinado, por
personal del Comando Quinto Cuerpo de Ejército, en la
intersección de las calles Salta y Panamá de esta ciudad.
Darío Rossi era militante universitario y trabajaba en el
barrio universitario adjudicando viviendas a las personas de
bajos recursos”.
41) MARIO RODOLFO JUAN CRESPO
Se afirmó en el sub lite que: “Sobre fines de
noviembre de 1976, ante un nuevo intento de secuestro por
parte de agentes de la policía Federal de Viedma (ya había
estado secuestrado durante el mes de julio), a través de su
suegro Jorge Atilio Rosas, oficial de la policía de la
provincia de Buenos Aires, se enteró que se le realizaba un
seguimiento ordenado Quinto Cuerpo de Ejército, por lo que
viajó a la ciudad de Bahía Blanca y se presentó en el Comando
Quinto Cuerpo de Ejército de esta ciudad”.

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Asimismo, “en un primer momento le manifestaron que
debía quedarse pues querían hacerle algunas preguntas y luego
lo golpearon, lo encapucharon y lo trasladaron a la Escuelita.
Allí lo desnudaron, lo ataron de pies y manos a una cama y lo
dejaron hasta el día siguiente en esa posición, de vez en
cuando se acercaba un perro para olfatearlo; luego le
aplicaron picana eléctrica, en otra oportunidad lo ataron
cabeza abajo encapuchado y agarrado de los pies y lo
introducían en un tambor con agua hasta que casi se ahogaba y
luego lo sacaban y lo volvían a sumergir, así varias veces.
Durante su cautiverio en el centro clandestino de detención,
fue sometido a condiciones inhumanas de vida”.
Por otro lado, “el 17 de enero de 1977 fue trasladado
muy deteriorado físicamente a la Unidad Penal 4 de Villa
Floresta y el 19 de enero de 1977 fue puesto a disposición del
Poder Ejecutivo Nacional. Permaneció en Villa Floresta hasta
el 22 de agosto de 1977 que ingresó en el Instituto de
Seguridad y Resocialización Unidad 6 de Rawson, posteriormente
obtuvo la libertad vigilada y el 18 de enero de 1980 se dejó
sin efecto el arresto a disposición del Poder Ejecutivo
Nacional”.
42) OSCAR JOSÉ MEILÁN Y VILMA DIANA RIAL
Se acreditó que “las víctimas fueron privadas de su
libertad en la madrugada del 2 de diciembre de 1976 cuando
llegaban a su domicilio en las afueras de Carmen de Patagones,
mientras sus dos hijos menores (de quince y cuatro meses)
fueron dejados solos en el auto en marcha”.
Adunó el quo que “ambos fueron trasladados en auto a
Bahía Blanca, trayecto durante el que fueron golpeados y
sometidos a un simulacro de fusilamiento. Una vez recluidos en
el centro clandestino de detención La Escuelita, donde
permanecieron vendados durante todo el cautiverio, fueron
desnudados y estaqueados a un elástico de una cama en el que

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se les aplicó picana eléctrica por todo el cuerpo, mientras


eran interrogados”.
Además, “durante su cautiverio Oscar Meilán fue
golpeado por cuatro o cinco personas, producto de los golpes
se le fisuró una costilla y en ocasiones llevaban un perro que
le lamía las heridas y los pies”.
Finalmente, “Vilma Rial recuperó su libertad el 23 de
diciembre de 1976 y Oscar Meilán permaneció en ese centro de
tortura hasta el 17 de enero de 1977, fecha en que fue
trasladado a la Unidad Penal N° 4 de Villa Floresta. El 22 de
agosto de 1977 ingresó al Instituto de Seguridad y
Resocialización de la Unidad N° 6 de Rawson donde permaneció
hasta el 11 de abril de 1979, fecha en la que se le concedió
la libertad vigilada, la que se concretó el 11 de mayo de
1979”.
43) EDUARDO MARIO CHIRONI
Se acreditó que “el nombrado al momento de los hechos
era militante de la juventud peronista, se presentó el día 13
de diciembre de 1976 alrededor de las 18:00 horas en la
delegación de la ciudad de Viedma de la Policía Federal
Argentina junto con su hermano Fernando Gustavo Chironi y el
doctor Miguel Bermejo, luego de haber tomado conocimiento que
lo estaban buscando para detenerlo. En ese mismo momento fue
privado ilegítimamente de su libertad. Se lo mantuvo detenido
en esa delegación donde se lo interrogó sin aplicarle malos
tratos”.
Aunó a ello el tribunal de juicio que “el 15 de
diciembre de 1976 alrededor de las 06:00 horas fue trasladado
junto a Jorge Abel, en un Ford Falcon color verde, desde
aquella delegación de la Policía Federal hacia el Centro

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Clandestino de Detención ‘La Escuelita’ ubicado en el Comando
del Quinto Cuerpo del Ejército de esta ciudad. En el trayecto
le vendaron los ojos y lo encapucharon”.
Así también, “en ese centro clandestino recibió todo
tipo de torturas por parte de personal del Ejército, las que
consistieron en sesiones de aplicación de picana eléctrica en
una cama elástica sobre su pecho, tetillas, testículos y
rodillas, como así también sobre la sien de su cabeza, además
de golpes y patadas, todo ello con el fin de obtener datos con
relación a dónde guardaba unas supuestas armas que le
pertenecían. Como consecuencia de dichos padecimientos, sufrió
la fractura de una costilla y, en diversas oportunidades, la
cantidad y ferocidad de los ataques físicos y psíquicos
recibidos, lo llevaron a perder el conocimiento y delirar.
Entre otros abusos de los que fue víctima le fueron arrancadas
las uñas. Además, años más tarde le tuvieron que extirpar un
testículo como consecuencia de las sesiones de picana que le
infringieron en la zona genital. En otra ocasión fue colgado
durante cuarenta y ocho (48) horas de un caño sin tocar el
suelo lo que le produjo profundos cortes en sus muñecas”.
Posteriormente, “el día 24 de diciembre de ese mismo
año fue trasladado y alojado en la Unidad Penal 4 de Villa
Floresta. En ese lugar recibió atención médica por los
salvajes ataques recibidos. Durante su permanencia en esa
unidad fue puesto a disposición del PEN el día 3 de enero de
1977 conforme decreto 1/77”.
A su vez, “el día 22 de agosto de ese año, Eduardo
Chironi fue trasladado al Penal de la ciudad de Rawson, donde
permaneció hasta el mes de marzo de 1978 cuando fue puesto en
libertad en virtud del dictado del decreto del P.E.N. Nro.
511/78 de fecha 27 de febrero de 1978. A pesar de ello,
durante noventa días debió presentarse semanalmente en el
distrito militar de Viedma y no podía salir de esa ciudad.

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otros s/recurso de casación”

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Aclaró el a quo que “con posterioridad a su liberación


recibió distintas amenazas telefónicas, tenía el teléfono
intervenido y vigilancia policial en su domicilio. Además,
tuvo serias dificultades para conseguir trabajo durante varios
años” y que “falleció con fecha 22 de septiembre de 2008
debido a un cáncer pulmonar, afección que surgió y fue
desmejorando en los tiempos posteriores a su liberación”.
44) JORGE ANTONIO ABEL
El a quo tuvo por acreditado que “el 15 de diciembre
de 1976, muy temprano por la mañana, cuando se dirigía a su
lugar de trabajo, fue secuestrado por integrantes de la
Policía Federal de Viedma, quienes mediante golpes lo subieron
a una camioneta y lo trasladaron a la delegación, lugar desde
el que siguieron camino, luego de unos minutos. En el trayecto
de la ruta hacia el aeropuerto fue sometido a simulacros de
fusilamiento. En ese lugar lo cambiaron a otro automóvil (un
Ford Falcon) en el que lo tiraron junto a una persona que
reconoció como Eduardo Chironi. Ambos fueron trasladados a la
ciudad de Bahía Blanca”.
De seguido, fue recluido en el centro clandestino de
detención ‘La Escuelita’. Allí se lo mantuvo siempre tabicado,
fue golpeado de manera permanente durante todo el tiempo que
duró su detención en ese lugar (incluso hasta el punto de
hacerlo orinar producto de las golpizas), lo ataron de pies y
manos al elástico de una cama, fue desnudado y se le aplicó
corriente eléctrica en el cuerpo mientras era interrogado,
todo ello en condiciones de higiene y alimentación precarias”.
Asimismo, “el 24 de diciembre de 1976 fue trasladado a
la Unidad Penal 4 de Villa Floresta y el 3 de enero de 1977
fue puesto a disposición del Poder Ejecutivo Nacional, el 22

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de agosto del mismo año fue trasladado a la cárcel de Rawson
(Unidad 6 del Servicio Penitenciario Federal). Recuperó la
libertad el 23 de diciembre de 1978”.
Añadió el tribunal oral que “Jorge Antonio Abel había
militado en la Unión de Estudiantes Secundarios, en la
Juventud Peronista y en el año 1976 era militante del Partido
Auténtico”.
46) GRACIELA ALICIA ROMERO, RAÚL EUGENIO METZ Y SU
HIJO NACIDO EN CAUTIVERIO
El tribunal oral asentó en el pronunciamiento en
estudio que “esta pareja fue secuestrada en la madrugada del
16 de diciembre de 1976 de su domicilio en la ciudad de Cutral
Có, en presencia de su hija de un año de edad, Adriana Elisa
Metz. Ambos fueron llevados a la Escuelita de Neuquén y luego,
a principios de enero, a la Escuelita de Bahía Blanca”.
Aseveró que “Graciela Romero estaba embarazada al
momento de su secuestro y dio a luz a un varón en la Escuelita
entre el 16 y el 17 de abril de 1977. Raúl Metz fue sacado de
la Escuelita a fines de enero de 1977 y Graciela Romero entre
el 22 y 23 de abril de 1977. Al día de la fecha continúan
desaparecidos”.
47) HÉCTOR JUAN AYALA
El a quo señaló que “el nombrado fue secuestrado el 20
de diciembre de 1976 aproximadamente a las 22.30 horas,
mientras se encontraba trabajando en una Chacra, en la que
además vivía con su familia, en la localidad de Viedma. Allí,
un grupo de diez a doce personas, armadas, vestidas de civil,
pertenecientes a la Policía Federal Argentina, lo subieron
violentamente a una camioneta Ford F-100 doble cabina, lo
tiraron en el piso del vehículo, encapucharon y patearon.
Luego de ello, tomaron rumbo hacia la delegación de la Policía
Federal Argentina de dicha ciudad. En el trayecto frenaron el

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vehículo, hicieron descender a Ayala y efectuaron un simulacro


de fusilamiento”.
Así también, “una vez en la Comisaría, mientras era
amenazado, fue interrogado por el Comisario Forchetti sobre
sus actividades e ideología política. Le refirieron que a
través de la aplicación de picana iba a hablar. Seguidamente
lo encerraron en un altillo de la Comisaría, atado y vendado,
desde donde podía escuchar ruidos de armas”.
Posteriormente, “en la madrugada del día siguiente,
alrededor de las 06.00 horas, fue trasladado al centro
clandestino de detención ‘La Escuelita’. En ese lugar, Ayala
fue torturado mediante la aplicación de picana eléctrica: lo
desnudaron, colocaron en una cama, ataron, y propinaron
descargas eléctricas en distintas partes de su cuerpo”.
De seguido se asentó que: “el día 24 de diciembre fue
trasladado junto con otras personas, siempre atado y vendado,
a la Unidad Penal de Villa Floresta. Fue puesto a disposición
del Poder Ejecutivo Nacional el día 03 de enero de 1977
mediante decreto 1/77”.
Finalmente, “el día 22 de agosto de 1977 fue
trasladado junto con otros detenidos al penal de Rawson donde
permaneció cautivo hasta el 20 de junio de 1978 cuando fue
liberado bajo vigilancia. Cuatro meses después le otorgaron la
libertad definitiva. Con posterioridad a su liberación,
continuó recibiendo distintas amenazas verbales por parte de
personal policial de Viedma y tuvo serias dificultades para
conseguir un trabajo estable”.
ESCUELA NORMAL DE ENSEÑANZA TÉCNICA N° 1 DE BAHÍA
BLANCA

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De acuerdo a lo asentado en la sentencia “los hechos
ilícitos cometidos en perjuicio de los doce adolescentes que
formaban parte de ese colegio y un profesor respondieron a un
modus operandi que fue siempre el mismo, con la excepción de
Renato Zoccali, quien fue detenido por personal militar que lo
trasladó al Batallón de Comunicaciones 181, para luego
ingresarlo al centro clandestino ‘La Escuelita’”.
Además “Con relación a los alumnos Aragón, Carrizo,
López, Petersen, Roth y Zoccali, se simuló una liberación
desde el mencionado centro clandestino, siendo abandonados los
nombrados en cercanías del cementerio de Bahía Blanca, donde
fueron recogidos por personal del Ejército, para trasladados
al Batallón de Comunicaciones 181, lugar en que las
condiciones de cautiverio mejoraron notablemente y desde el
que fueron liberados”.
Estos hechos fueron analizados por el a quo entre los
CASO 48 a 60.
48) GUSTAVO FABIÁN ARAGÓN
Se afirmó en la sentencia que “el nombrado, quien
cursaba el tercer año en la Escuela Normal de Enseñanza
Técnica N° 1 de esta ciudad y era delegado de curso, se
encontraba el día 21 de diciembre de 1976 junto con un grupo
de amigos en el Club ‘Villa Mitre’ de esta ciudad, cuando vio
llegar a su padre junto con dos personas más vestidas de
civil, quienes los obligaron a subirse a un Ford Falcon y los
llevaron a su domicilio. Allí estaban su madre y hermana,
custodiadas por personas también vestidas de civil con medias
en la cabeza para no ser identificadas, quienes portaban armas
y les informaron que se llevarían a Gustavo. Desde allí fue
trasladado encapuchado y tirado en el suelo del vehículo al
Centro Clandestino de Detención ‘La Escuelita’. Por ese
entonces la víctima tenía 16 años de edad”.

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otros s/recurso de casación”

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Se asentó que “Luego de unos días, comenzó a sufrir


continuas sesiones de golpes e insultos. En un momento fue
trasladado a una sala donde lo desnudaron, lo ubicaron sobre
una cama elástica y le aplicaron descargas eléctricas mediante
el uso de picana, mientras lo interrogaban sobre un atentado
en una concesionaria ‘Ford’ y una reunión que se habría
llevado a cabo en una casa del barrio Palihue. En todo momento
estuvo vendado y atado, e incluso le colocaron el caño de un
arma en su boca, además de propinarle todo tipo de golpes.
Escuchó llantos y gritos de otras personas lo cual lo
perturbaba psicológicamente. Una noche lo llevaron vendado
junto con otras personas secuestradas a un patio, donde los
colocaron contra una pared al aire libre y le hicieron un
simulacro de fusilamiento”.
A su vez, “a las tres semanas de su detención lo
liberaron en las cercanías del cementerio de esta ciudad, pero
inmediatamente apareció un camión del ejército y un
patrullero, lo tiraron al piso junto con otros compañeros, le
colocaron un fusil FAL en la cabeza y los trasladaron al
Batallón de Comunicaciones 181 de esta ciudad. Allí les dieron
algunas provisiones y los dejaron asearse, pero al momento de
ser interrogarlo lo vendaron nuevamente”.
Finalmente, “el 21 de enero de 1977 fue liberado de
ese lugar siendo trasladado por el padre de su compañero
Gustavo López, quien lo llevó hasta su domicilio”.
49) NÉSTOR DANIEL BAMBOZZI
En el instrumento sentencial se afirmó que “la
víctima, quien al momento de los hechos tenía 19 años y
cursaba estudios en la E.N.E.T. N° 1 de Bahía Blanca, fue
secuestrado en la noche del 20 de diciembre de 1976, por un

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grupo de cuatro o cinco personas armadas y vestidas de civil
que irrumpieron en su domicilio en calle Humberto Primo N° 575
de dicha localidad, disparando al techo de la vivienda.
Mediante amenazas y golpes lo ingresaron a un auto y lo
trasladaron a ‘La Escuelita’”.
A su vez, “en ese centro clandestino permaneció en
todo momento atado y vendado. Durante las primeras dos semanas
sufrió diariamente diversos golpes en su cuerpo, insultos y
amenazas. Fue desnudado y atado a una cama elástica donde le
propinaron golpes de puño y le aplicaron picana eléctrica en
distintas partes de su cuerpo mientras era interrogado. Lo
acusaban de ser el autor de un atentado en una concesionaria
‘Ford’ y adiestrar a la guerrilla. Unos días más tarde lo
colocaron en un pozo con agua o aljibe, colgado de las manos y
desnudo”.
Por otro lado, “luego del tercer día de constantes
golpes y aplicación de picana, y en virtud de no soportar más
las dolencias producidas, empezó a reconocer haber participado
en los hechos sobre los que era interrogado, aunque esto no
era cierto. En un momento les indicó que en una vivienda del
barrio Palihue había armas enterradas, y después de un
procedimiento en búsqueda de las mismas, al no hallarse nada,
le propinaron golpes de puño en su cuerpo y con una pala”.
Asimismo, se afirmó que “transcurrido un lapso de más
de dos semanas durante el cual fuera torturado, lo trasladaron
a otra dependencia de ‘La Escuelita’, donde permaneció quince
días más. Allí también estuvo vendado y atado, pero las
sesiones de golpes y picana cesaron. Comenzaron a alimentarlo
con mayor frecuencia porque hasta ese momento había bajado
alrededor de doce kilos. Durante su cautiverio escuchó los
gritos de sus compañeros, y antes de ser sacado del lugar
debió firmar varias declaraciones donde reconocía los hechos
que le adjudicaban”.

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“González Chipont, Guillermo Julio y
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Posteriormente, “el 21 de enero de 1977 lo subieron a


un camión junto con Emilio Villalba y Sergio Voitzuk y lo
liberaron en la localidad de Ingeniero White. Le quedaron
marcas en su cuerpo de las torturas recibidas, principalmente
en su espalda, tobillos y muñecas”.
Aclaró el tribunal a quo que “mientras permaneció
secuestrado, su familia realizó distintas averiguaciones para
dar con su paradero, además de presentar un hábeas corpus ante
el Juzgado Federal de esta ciudad, sin obtener resultados
positivos”.
50) CARLOS CARRIZO
El a quo tuvo por acreditado que el nombrado, “quien
cursaba el tercer año del secundario en la Escuela Normal de
Enseñanza Técnica N° 1 de Bahía Blanca, fue secuestrado a
mediados del mes de diciembre del año 1976. En esa
oportunidad, se encontraba realizando un trabajo de disc
jockey cuando le informaron que un grupo de personas armadas
había concurrido al domicilio donde residía con sus padres, en
calle Estomba N° 143, piso 15 depto. G. Al apersonarse en su
vivienda se encontró con el departamento todo revuelto, a su
madre en un estado de conmoción nerviosa, y un grupo de
personas encapuchadas, vestidas de civil que portaban
ametralladoras, quienes lo subieron a la parte trasera de un
Ford Falcon, lo cubrieron con su propia campera y lo
condujeron a ‘La Escuelita’”.
Describió el tribunal de juicio que “allí permaneció
en todo momento vendado y atado. Fue sometido por lo menos en
tres oportunidades a distintos interrogatorios, mientras lo
golpeaban en todo el cuerpo, incluso con una manopla, lo que
le dejó marcas que perduraron durante largo tiempo. Lo

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interrogaban y le achacaban la participación en un atentado a
la Chrysler. Durante su permanencia en el centro clandestino,
alrededor de veinticuatro días, escuchó llantos y gritos de
otras personas”.
De seguido, “una noche, aproximadamente el 13 de enero
de 1977, lo trasladaron junto con otros compañeros de la ENET
a las cercanías del cementerio de esta ciudad, donde fueron
momentáneamente liberados y a modo intimidatorio sus captores
efectuaron unos disparos, apareciendo inmediatamente un camión
del Ejército, del que bajó un oficial joven y un grupo de
conscriptos, trasladándolos al Batallón de Comunicaciones 181
de esta ciudad. Allí recibieron algunas provisiones y les
dejaron asearse, siendo la víctima nuevamente interrogada.
Finalmente, alrededor del 21 de enero de 1977 fue liberada
junto a Gustavo López y Eduardo Roth desde ese mismo lugar”.
Finalmente, “durante el tiempo que permaneció cautivo,
su familia se presentó en el Quinto Cuerpo de Ejército y la
Unidad Regional V de la Policía provincial de esta ciudad, a
fin de dar con su paradero sin obtener resultados”.
51) ALBERTO ADRIÁN LEBED
Se asentó en la sentencia que “la víctima, quien al
tiempo de los hechos tenía 17 años y era alumno del secundario
de la ENET N° 1 de Bahía Blanca, fue secuestrado a mediados
del mes de diciembre de 1976 durante la noche, mientras dormía
en el domicilio donde vivía con sus padres y hermano en la
calle Entre Ríos 1351 de dicha localidad. Un grupo de
alrededor ocho personas armadas y vestidas de civil
irrumpieron en el domicilio y lo sacaron con violencia, lo
encapucharon, lo metieron en la parte trasera de un auto y
trasladaron al centro clandestino de detención ‘La
Escuelita’”.
A su vez, “en ese lugar padeció distintos
interrogatorios y la aplicación de picana eléctrica. Para

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ello, lo ataron en una cama, le transmitieron descargas


eléctricas por distintas partes de su cuerpo mientras le
preguntaban sobre su participación en hechos que desconocía.
En ese contexto, para que los captores cesen con las sesiones
de picana y golpes, reconoció su participación en atentados
que desconocía. En una oportunidad se le corrió la venda que
tapaba sus ojos y ello motivó que le dieran golpes en su
cuerpo y una patada en la cara”.
Por otro lado, “durante su permanencia en ‘La
Escuelita’ estuvo en todo momento vendado, atado, y escuchó
gritos de mujeres. La comida que le proveían era escasa y poco
sustanciosa y debía efectuar sus necesidades fisiológicas en
un tacho de metal. Luego de transcurrido alrededor de un mes,
una noche fue trasladado hasta un lugar cercano a las Bodegas
Giol, donde fue liberado”.
Añadió el órgano decisor que “mientras permaneció
secuestrado, su familia realizó distintas gestiones para dar
con su paradero y su padre presentó un hábeas corpus ante el
Juzgado Federal de este medio que fue rechazado por
improcedente. Con posterioridad a su liberación sufrió
secuelas psicológicas…”.
52) GUSTAVO DARÍO LÓPEZ
El a quo aseveró que el nombrado, “quien tenía 16 años
y era alumno del secundario de la ENET N° 1 de Bahía Blanca,
fue secuestrado el 21 de diciembre de 1976 durante la
madrugada, mientras dormía en el domicilio donde vivía con sus
padres y hermano en la calle Las Heras N° 968 de la localidad
de Bahía Blanca. Irrumpieron en la vivienda un grupo de
personas armadas y vestidas de civil que se identificaron como
policías, quienes lo sacaron con violencia del lugar,

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encapucharon, metieron en la parte trasera de un vehículo, y
trasladaron a ‘La Escuelita’”.
Asimismo, “al llegar al centro clandestino, le
propinaron golpes de puño y apuntaron con un arma en la cabeza
bajo la amenaza de que si abría los ojos le dispararían. Le
sacaron el pulóver que lo cubría, lo vendaron, y le ataron las
manos para luego conducirlo a una habitación donde había
personas tiradas en el piso en las mismas condiciones. Las
ataduras le produjeron lastimaduras en sus muñecas. No lo
dieron de comer durante las primeras cuarenta y ocho horas”.
De seguido, se afirmó que “en ese lugar padeció dos
interrogatorios. El primero de ellos se realizó a los tres
días de haber llegado, en una habitación contigua a donde
permanecía cautivo. Las personas que lo interrogaron eran tres
y llevaron a su compañero Zóccali, quien también estaba
detenido y fue forzado a sugerirle a López que reconozca
supuestas actividades en las que habrían participado juntos.
Luego de ello, se llevaron a Zóccali, desnudaron a López, lo
ataron de pies y manos en una camilla de metal, le aplicaron
picana eléctrica en las sienes, testículos, y por todo el
cuerpo mientras lo interrogaban. Perdió el conocimiento por
cuarenta minutos en esa primera oportunidad”.
Por otro lado, “la segunda sesión de interrogatorio
con picana eléctrica se produjo al quinto día de su llegada a
‘La Escuelita’. Luego de finalizada la misma le tomaron una
declaración que le hicieron firmar pero no leyó. En otro
momento, le practicaron un simulacro de fusilamiento por
haberlo encontrado hablando, fue sacado al patio vendado y los
guardias dispararon tiros al aire”.
Además, “durante su cautiverio en el centro
clandestino escuchó gritos de otras personas, tanto hombres
como mujeres, producto de las torturas. Además, advirtió la
presencia de una mujer embarazada a quien maltrataban e

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insultaban. En una oportunidad lo obligaron a hablar con


Gustavo Roth para que reconozca las actividades que
supuestamente realizaban y lo convenza de hablar. La comida
que recibían en el lugar era poco sustanciosa, en su mayoría
sopas”.
De esta forma, “después de permanecer más de veinte
días en ese centro clandestino, les informaron que los iban a
liberar, lo que generó un murmullo con sus otros compañeros y
motivó que los guardias los golpearan salvajemente. Pudo
reconocer distintos apodos de las personas que los custodiaban
tales como ‘zorzal’, ‘laucha’, ‘el tío’, ’el abuelo’ y
‘pocho’”.
Por otro lado, “una madrugada lo sacaron junto con
otros compañeros y los trasladaron vendados y atados a
cercanías del cementerio de esta ciudad, donde fueron
liberados por un momento, pues de manera inmediata fueron
recogidos por integrantes del Ejército, subidos a un camión,
desatados y conducidos al Batallón de Comunicaciones N° 181”.
Asimismo, “allí permanecieron alrededor de una semana,
fueron alojados todos juntos en una habitación con camas,
permanecían a cara descubierta y fueron atendidos por un
médico. A los tres días de estar en el Batallón, la víctima
fue vendada e interrogada, siendo finalmente liberada el 21 de
enero de 1977, y retirada del lugar junto a otros compañeros
por su padre”.
Finalmente, se aseveró que “durante el cautiverio su
familia realizó distintas gestiones para dar con su paradero,
y su padre presentó un hábeas corpus ante el Juzgado Federal
de este medio que fue rechazado por improcedente”.
53) SERGIO RICARDO MENGATTO

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En la sentencia se señaló que esta víctima, “quien
tenía 17 años y era alumno del secundario de la ENET N° 1 de
Bahía Blanca, fue secuestrado el día 20 de diciembre de 1976
durante la noche, en el domicilio que habitaba junto a sus
padres en calle Ingeniero Luiggi N° 650 de dicha localidad,
por un grupo de personas armadas, vestidas de civil y que se
identificaron como policías. Al ingresar en el domicilio,
encerraron a sus padres en una habitación, obligaron a Sergio
a cambiarse, le taparon la cabeza con una funda de almohada,
lo subieron en la parte trasera de un auto y lo trasladaron a
‘La Escuelita’. Durante el trayecto lo apuntaban
permanentemente con un arma en el estómago e interrogaban
respecto a distintos compañeros del colegio”.
A su vez, “al llegar al centro clandestino, le ataron
las manos, lo vendaron e identificaron para luego conducirlo a
una habitación donde había otras personas en esas mismas
condiciones. Con el transcurso de los días pudo reconocer a
compañeros de la Escuela Industrial, y desde dicha habitación
escuchaba los gritos de otras personas producto de las
sesiones de tortura”.
Posteriormente, “a las dos semanas de permanecer en el
lugar, lo interrogaron en una habitación separada sobre su
participación en un atentado a una concesionaria “Ford”, y
ante sus respuestas negativas lo golpearon hasta tirarlo al
suelo. A los dos días lo volvieron a interrogar luego de ser
sorprendido mientras hablaba con un compañero. En esta
oportunidad le aplicaron picana eléctrica en el costado
izquierdo de su cuerpo. Dos días después lo sometieron a un
tercer interrogatorio y le hicieron firmar una declaración”.
Aseveró el a quo que “durante su cautiverio permaneció
con las manos atadas, los ojos vendados, siempre tirado en el
suelo, y recibió escasa comida. Luego de permanecer alrededor

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de 30 días en el centro clandestino, fue liberado junto a


Guillermo Gallardo, aproximadamente el 20 de enero de 1977”.
Aunado a ello, se afirmó que “mientras permaneció
secuestrado, su familia realizó distintas gestiones para dar
con su paradero, y su padre presentó un hábeas corpus en el
Juzgado Federal de este medio que fue rechazado por
improcedente”.
54) JOSÉ MARÍA PETERSEN
El órgano decisor tuvo por acreditado que esta
víctima, “quien al tiempo de los hechos tenía dieciocho años y
había finalizado sus estudios en la ENET N° 1 de Bahía Blanca,
fue secuestrado el 20 de diciembre de 1976 alrededor de las
22:00 horas en el domicilio que habitaba junto a sus padres en
calle Trelew N° 513 de esa ciudad. Un grupo de entre cuatro y
cinco personas armadas y vestidas de civil ingresaron en el
domicilio, vendaron y ataron a Petersen, lo subieron en la
parte trasera de un auto y lo trasladaron a ‘La Escuelita’”.
Así, “al llegar al centro clandestino lo colocaron en
el suelo de una habitación junto con otras personas, la comida
que le proveían era escasa, se escuchaban gritos, y
cotidianamente recibía golpes de puño y patadas de los
guardias. Con el transcurso de los días pudo reconocer a
compañeros de la Escuela Industrial que también estaban allí
detenidos”.
Por otro lado, “unos días más tarde, lo interrogaron
respecto a un atentado en la concesionaria ‘Ford’ de la
ciudad. Fue atado de pies y manos en el elástico de una cama y
le aplicaron picana eléctrica por todo el cuerpo, y luego,
mientras se encontraba tirado en el suelo un perro lo mordió
en varias ocasiones”.

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Se describió también que “producto de las sesiones de
picana, manifestó –falsamente- haber participado en el
atentado por el que lo interrogaban y afirmó que conocía un
depósito de armas en la ciudad. Esa misma noche, cuando los
guardias le informaron que concurrirían al depósito, Petersen
dijo que la información brindada era falsa por lo que
volvieron a aplicarle picana eléctrica”.
Por otro lado, “después de permanecer aproximadamente
veintitrés días en ‘La Escuelita’, el 13 de enero de 1977 la
víctima fue sacada del centro clandestino junto a otros
compañeros de la ENET, simulándose que se los liberaba, siendo
recogidos inmediatamente en inmediaciones del cementerio por
personal del Ejército que los trasladó al Batallón de
Comunicaciones N° 181. Allí le efectuaron algunas curaciones
dado su deteriorado estado de salud y lo interrogaron en dos
oportunidades, la primera vez con los ojos vendados.
Trascurrida una semana en el Batallón, fue liberado el 21 de
enero de 1977 y regresó a su hogar. Su estado de salud era
delicado, perdió peso y le quedaron marcas en su cuerpo
producto de los golpes y la aplicación de picana eléctrica”.
Afirmó el a quo que “mientras permaneció cautivo, su
familia realizó distintas gestiones para dar con su paradero,
y su padre presentó un hábeas corpus en el Juzgado Federal de
este medio que fue rechazado por improcedente”.
55) EDUARDO GUSTAVO ROTH
El tribunal de juicio señaló que el nombrado, “quien
al tiempo de los hechos tenía 16 años y cursaba el cuarto año
en la ENET N° 1 de Bahía Blanca, fue secuestrado el 20 de
diciembre de 1976 alrededor de las 21:00 horas en el domicilio
que habitaba junto a sus padres en calle Salta N° 777 de esta
ciudad. En ese momento, un grupo de entre cuatro y cinco
personas armadas y vestidas de civil ingresaron en el
domicilio, encerraron a sus padres en una habitación,

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revisaron la propiedad, taparon la cabeza de la víctima con


una capucha, ataron sus manos, la subieron en la parte trasera
de un vehículo y trasladaron a ‘La Escuelita’”.
Así también, “una vez que arribaron a ese lugar, le
quitaron la capucha e inmediatamente le colocaron una venda
sobre sus ojos. Seguidamente lo llevaron a una habitación
donde lo desvistieron completamente, lo ataron de pies y manos
sobre una cama y comenzaron a aplicarle picana eléctrica sobre
su cuerpo mientras lo interrogaban sobre su participación en
un atentado a la firma ‘Amado Cattáneo’, y otro en el que
perdiera la vida el soldado Papini”.
Además, “la aplicación de picana eléctrica generó que
se desvaneciera y delirara durante cinco días aproximadamente.
Una vez que recuperó el conocimiento, advirtió que se
encontraba vendado y esposado, tendido sobre el suelo. En esas
circunstancias pudo detectar la presencia de compañeros de la
ENET en sus mismas condiciones, con quienes mantuvo
conversaciones en más de una oportunidad, siendo descubiertos
y golpeados por los guardias del lugar”.
Se describió en el instrumento sentencial que “la
comida que recibían era escasa y debían hacer sus necesidades
fisiológicas en un tarro de aceite en el mismo espacio donde
se encontraban detenidos. Después de permanecer
aproximadamente veinte días en ‘La Escuelita’, fue trasladado
el 13 de enero de 1977, junto a otros compañeros de la ENET,
al Batallón de Comunicaciones N° 181, previo a un simulacro de
liberación en las inmediaciones del cementerio local. Allí le
efectuaron algunas curaciones dado su lábil estado de salud,
lo interrogaron, le tomaron fotografías, y después de una

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semana fue liberado el 21 de enero de 1977, siendo retirado
del Batallón por su padre”.
Por último, “mientras la víctima permanecía
secuestrada, la familia realizó distintas gestiones para dar
con su paradero, y su padre presentó un hábeas corpus en el
Juzgado Federal de esta ciudad que fue rechazado por
improcedente”.
56) SERGIO ANDRÉS VOITZUK
El a quo afirmó que esta víctima, “quien al momento de
los hechos tenía 18 años y cursaba estudios en la Escuela de
Enseñanza Técnica N° 1, fue secuestrado el día 20 de diciembre
de 1976 alrededor de las 22:00 horas mientras se encontraba en
el domicilio que habitaba junto con sus padres y hermanos en
la calle Santiago del Estero al 500 de la ciudad de Bahía
Blanca. En ese momento un grupo de personas golpearon la
puerta de la vivienda, se identificaron como policías y
entraron por la fuerza con sus rostros cubiertos, portando
armas largas y cortas y preguntando por la víctima.
Seguidamente, mientras amenazaban a la familia, vendaron y
encapucharon a Sergio, lo introdujeron en un vehículo en el
piso de la parte trasera, lo taparon con una tela y lo
condujeron a ‘La Escuelita’”.
Asimismo, “al arribar al centro clandestino fue
inmediatamente conducido a una habitación donde lo
desvistieron completamente, lo ataron de brazos y piernas a
una cama metálica y fue sometido a sesiones de picana
eléctrica en diversas partes del cuerpo, entre ellas la boca,
axilas, genitales y cabeza, durante un lapso aproximado de una
hora y media. Al mismo tiempo lo interrogaban sobre su
participación en un atentado en la concesionaria Ford ‘Amado
Cattáneo’ y si conocía un depósito de armas”.
Aunó a ello el a quo que “una vez finalizada la
aplicación de picana eléctrica, fue desatado y uno de los

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captores colocó un arma sobre su cabeza y le advirtió que diga


la verdad sino lo iban a matar. Ante su respuesta negativa,
fue conducido a un tanque o aljibe con agua donde lo esposaron
de sus muñecas en una viga transversal apenas pudiendo apoyar
sus pies en el fondo, donde el agua llegaba hasta su pecho.
Allí permaneció varias horas, fue interrogado y blanco de
burlas por parte de los captores, hasta perder el
conocimiento. Asimismo, en los últimos días del mes de
diciembre de 1976 fue sometido a un simulacro de
fusilamiento”.
Destacó además que la víctima “recordó que el trato
cotidiano por parte de los guardias era brutal, y que recibió
un particular maltrato verbal por su origen judío. La comida
que le proveían era muy escasa y poco sustanciosa. En una
oportunidad fue careado con otros dos alumnos de la escuela y
firmó una declaración de todo lo sucedido pero que no le
permitieron leer”.
Por otro lado, “el 21 de enero de 1977 fue subido a un
camión junto con Emilio Rubén Villalba y Néstor Bambozzi y
liberado a unos 40 kilómetros de la ciudad de Tornquist,
siendo luego trasladado por un camionero hasta una estación de
servicio en las afueras de la ciudad de Bahía Blanca y allí
recogido por sus padres”.
Finalmente, se asentó que “mientras permanecía en
cautiverio, su familia realizó junto con los padres de otros
alumnos secuestrados, distintas gestiones para dar con su
paradero, y presentaron un Hábeas Corpus en el Juzgado Federal
de este medio que fue rechazado por improcedente”.
57) RENATO SALVADOR ZÓCCALI

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El a quo comprobó que el nombrado, “quien al momento
de los hechos tenía 17 años y cursaba estudios en la Escuela
de Enseñanza Técnica N° 1 de Bahía Blanca, fue secuestrado a
mediados del mes de diciembre de 1976, a la tarde noche,
mientras se encontraba en el domicilio que habitaba junto con
sus padres y hermanos en la calle Italia N° 776 de dicha
localidad. Un grupo de personas vestidas con uniforme militar
y empuñando armas de fuego, irrumpió en el domicilio,
esposaron a Renato y lo llevaron al Batallón de Comunicaciones
N° 181 para averiguación de antecedentes según le informaran a
su padre”.
Asimismo, “una vez que arribaron al Batallón, lo
ubicaron en una habitación esposado y lo interrogaron en
distintas oportunidades sobre su participación en el atentado
a la firma ‘Amado Cattáneo’, lo que negó en todo momento.
Dormía en el suelo de una habitación sobre un colchón y allí
mismo le daban escasas raciones de comida. Luego de permanecer
una semana aproximadamente en ese lugar, le informaron que lo
iban a liberar, pero en lugar de ello fue encapuchado y
trasladado tapado en la parte trasera de un auto a ‘La
Escuelita’”.
Continuó describiendo el tribunal actuante que: “Allí
advirtió la presencia de otras personas, permaneció en todo
momento con las manos atadas y los ojos vendados y en
distintas ocasiones fue sometido a golpes por parte de los
guardias. En un primer interrogatorio, le preguntaron
nuevamente sobre su participación en el atentado a la
concesionaria “Ford”. Luego fue conducido a una habitación
donde lo tendieron en una cama y le aplicaron picana eléctrica
sobre su cuerpo, interrogándolo con relación a dicho atentado,
requiriéndosele que identificara otros compañeros y cabecillas
de la organización. Las sesiones de tortura con picana
eléctrica se repitieron en dos oportunidades más y le dejaron

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“González Chipont, Guillermo Julio y
otros s/recurso de casación”

Cámara Federal de Casación Penal

secuelas en los oídos y piernas. Además, fue careado con otros


compañeros para que reconocieran su participación en el citado
atentado”.
De seguido: “Una noche, aproximadamente el 13 de enero
de 1977, lo trasladaron junto con otros alumnos de la ENET a
cercanías del cementerio de esta ciudad, donde fueron
momentáneamente liberados y a modo intimidatorio sus captores
efectuaron disparos al aire mientras se retiraban, pero
inmediatamente apareció un camión del Ejército, se bajó un
grupo de conscriptos y los subieron para su traslado al
Batallón de Comunicaciones 181. Allí le dieron algunas
provisiones y lo interrogaron nuevamente. Trascurrida una
semana en ese lugar, fue liberado el 21 de enero de 1977,
cuando el padre de Gustavo Roth los retiró y llevó hasta su
domicilio. Desde allí se dirigió de regreso a su hogar. Había
perdido mucho peso y estaba severamente lastimado”.
Afirmó el sentenciante que “durante su cautiverio, su
padre efectuó distintas gestiones para dar con su paradero,
sin resultado alguno”.
58) EMILIO RUBÉN VILLALBA
En el instrumento sentencial se asentó que “la
víctima, quien se desempeñaba como profesor en la E.N.E.T N°
1, fue secuestrado el 26 de diciembre de 1976 alrededor de las
22:00 horas en la vivienda que habitaba junto a su esposa
ubicada en el barrio Rosendo López, Monoblock G, departamento
9 de la ciudad de Bahía Blanca. En ese momento un grupo de
personas vestidas de civil que se identificaron como policías,
irrumpió en su morada, encerraron a su esposa en el baño y
luego de preguntarle si era el profesor de la ENET N°1, lo
obligaron a cambiarse, lo vendaron y lo subieron en la parte

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trasera de un auto tirado en el piso y lo trasladaron al
centro clandestino ‘La Escuelita’”.
A la vez, “una vez que arribaron al lugar, lo
identificaron, le ataron las manos con una soga y lo llevaron
a una habitación donde había otras personas en su misma
situación. Permaneció en esas condiciones hasta el 2 de enero
de 1977, cuando fue llevado a una sala donde lo desvistieron,
lo mojaron y ataron a un camastro de hierro, le aplicaron
picana eléctrica por todo el cuerpo, especialmente en las
piernas y dedos, mientras lo interrogaban para que identifique
a miembros de la Juventud Peronista o Montoneros dentro del
colegio donde dictaba clases”.
Además, “en otra oportunidad fue careado con una
persona que los guardias identificaron como Néstor Bambozzi,
donde ésta le pedía que identifique a los alumnos que
pertenecían a esas agrupaciones y se le aplicó nuevamente
picana eléctrica. En otro momento le exhibieron una serie de
fotografías de distintas casas y le pidieron que indicara en
cuál de ellas había armas guardadas, y con el único fin de no
seguir siendo torturado, señaló una de ellas desconociendo si
realmente en ese lugar se guardaban esos elementos.
Seguidamente, fue conducido hasta esa vivienda para que apunte
concretamente si era la casa donde estaban las armas y
respondió afirmativamente para evitar nuevos padecimientos
físicos”.
De seguido, se asentó que “en una oportunidad en la
que pudo correrse las vendas observó que en el lugar de
cautiverio había un cartel que indicaba ‘despacio escuela’, y
al ser descubierto le aplicaron picana eléctrica como castigo.
Cada sesión de interrogatorio con picana eléctrica duró entre
una hora y una hora y media. Luego de la última sesión, fue
atado de pies y manos en una viga y perdió el conocimiento”.

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“González Chipont, Guillermo Julio y
otros s/recurso de casación”

Cámara Federal de Casación Penal

Por otro lado, “el 21 de enero de 1977 fue subido a un


camión junto con Sergio Voitzuk y Néstor Bambozzi y liberado
en las cercanías de la ciudad de Tornquist. En ese momento
había perdido ocho kilos y estaba muy deteriorado físicamente.
Fue recogido por un alumno en la ruta hacia Bahía Blanca,
quien lo dejó en las afueras de la ciudad”.
Añadió el a quo que “mientras permaneció secuestrado,
su esposa María Ester Trisi realizó distintas gestiones ante
las Fuerzas Armadas y la Iglesia para dar con su paradero.
Además, presentó un hábeas corpus en el Juzgado Federal de
este medio que fue rechazado por improcedente”.
59) GUILLERMO OSCAR IGLESIAS
Del instrumento sentencial surge que el nombrado,
“quien recientemente había finalizado sus estudios en la ENET
N° 1 de Bahía Blanca, fue secuestrado entre la noche del 27 y
la madrugada del 28 de diciembre de 1976 cuando regresaba a su
domicilio ubicado en calle Patricios N° 235, donde residía
junto con su familia, por al menos dos personas que lo ataron,
le pusieron vendas en los ojos y lo trasladaron a ‘La
Escuelita’”.
Se afirmó que “en el centro clandestino los captores
indagaron sobre las actividades de su familia. A la mañana
siguiente, lo llevaron a otra habitación, lo desnudaron,
ataron de pies y manos, e interrogaron respecto de nombres de
personas y hechos en los que habrían participado, mientras lo
golpeaban y le aplicaban picana eléctrica por todo el cuerpo”.
De esta forma, “durante su permanencia en ‘La
Escuelita’ estuvo en todo momento vendado y atado, hasta que
el 29 de diciembre de ese mismo año a la noche, fue trasladado

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desde el centro clandestino a cercanías de su domicilio donde
fue liberado”.
Por otro lado, “mientras estuvo secuestrado, su
familia realizó distintas gestiones para dar con su paradero y
presentó un hábeas corpus, sin obtener resultados. Cabe
destacar que, con posterioridad a su liberación, sufrió
secuelas psicológicas que le impidieron continuar estudiando
debido a que tenía miedo de concurrir a su escuela. Además,
durante un largo período de tiempo tuvo marcas en sus manos
por haber sido atado y estaqueado”.
60) GUILLERMO PEDRO GALLARDO
La sentencia dejó asentado que esta víctima “quien al
momento de los hechos tenía 18 años y cursaba estudios en la
Escuela de Enseñanza Técnica N° 1 de Bahía Blanca, fue
secuestrado en la noche del 4 de enero de 1977 mientras
regresaba al domicilio donde vivía con sus padres en la calle
Thompson 760 de esa ciudad. En ese momento un grupo de
personas vestidas de civil descendieron de dos vehículos
portando armas e identificándose como integrantes de la
Policía Federal Argentina, y obligaron a Guillermo a subirse a
uno de los vehículos, lo vendaron y trasladaron a ‘La
Escuelita’”.
Así también, “una vez que ingresaron al centro
clandestino, le retuvieron sus documentos personales y lo
interrogaron sobre su participación en ‘la guerra’. Ante sus
respuestas negativas, fue conducido a otra habitación donde
permaneció tirado en el piso, y al solicitar orinar, fue
salvajemente golpeado en todo el cuerpo por los guardias.
Posteriormente, fue sometido a la práctica denominada “ruleta
rusa”, siéndole gatillada un arma por distintas partes de su
cuerpo. Siempre vendado y con las manos atadas, después fue
conducido a una habitación donde había otras personas en sus
mismas condiciones”.

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“González Chipont, Guillermo Julio y
otros s/recurso de casación”

Cámara Federal de Casación Penal

A su vez, “transcurridos dos días aproximadamente, lo


condujeron a una sala donde lo desnudaron, le pasaron una
esponja mojada por su cuerpo, lo ataron de pies y manos al
elástico de una cama y comenzaron a aplicarle picana eléctrica
mientras lo interrogaban sobre quiénes eran los integrantes de
una organización que desconocía, y lo acusaban de haber
arrojado panfletos en la vía pública. Frente a sus respuestas
negativas, le inyectaron una sustancia denominada “suero de la
verdad”, que le produjo un gran calor y lo hizo delirar,
terminando desmayado. Cuando despertó se encontraba en otra
habitación, y con el correr de los días pudo reconocer a
compañeros de la ENET N°1 con quienes intercambiaban
alimentos, pues la comida que le proveían era escasa”.
Por otro lado, se asentó que “una noche, luego de
transcurridos alrededor de quince días de su secuestro, lo
trasladaron junto con su compañero Sergio Mengatto y fue
liberado alrededor de la medianoche, en las inmediaciones de
las calles Charlone y Malvinas, cerca de un andén del tren de
esta ciudad. Había perdido aproximadamente 17 kilos de peso y
estaba severamente lastimado”.
Durante el cautiverio, “su padre efectuó una denuncia
ante la Comisaría de la Policía de la Provincia de Buenos
Aires con intervención del Juzgado en lo Penal N° 1 de esta
ciudad, la que fue archivada el 27 de enero de 1977 por falta
de elementos probatorios que permitiesen identificar a los
autores del hecho”.
61) ZULMA IZURIETA, CÉSAR GIORDANO, MARÍA ELENA ROMERO
Y GUSTAVO YOTTI
Los nombrados, de acuerdo a lo afirmado por el a quo,
eran “militaban en la Juventud Universitaria Peronista y la

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Unión de Estudiantes Secundarios respectivamente, fueron
secuestrados en el caso de la primera en su lugar de trabajo,
y el segundo en el hotel donde vivían en la ciudad de Córdoba,
por personal uniformado del Ejército, el 21 de diciembre de
1976, aproximadamente a las 19:00 horas. Los nombrados fueron
ingresados al centro clandestino “La Perla”, donde su
presencia fue advertida por Héctor Ángel Teodoro Kunzmann.
Luego se los trasladó al centro de detención ‘La Escuelita’ de
Bahía Blanca, donde permanecieron alojados hasta ser
asesinados”.
Por otra parte, “María Elena Romero y Gustavo Yotti,
quienes militaban en Montoneros y la Unión de Estudiantes
Secundarios respectivamente, fueron secuestrados en la pensión
donde vivían en calle Caronti N° 41 o 43 de esta ciudad, por
personal uniformado del Ejército los primeros días de febrero
de 1977, siendo ingresados a ‘La Escuelita’”.
Comprobó el tribunal oral que “en la noche del 12 de
abril de ese año, los cuatro fueron sacados del lugar dormidos
por la aplicación de inyecciones, para después aparecer como
muertos en el marco de un enfrentamiento simulado por el
Ejército, de acuerdo al testimonio de Alicia Partnoy, Carlos
Sanabria y Sergio Voitzuk”.
62) OSCAR AMÍLCAR BERMÚDEZ
El a quo describió que “la víctima militaba en el
peronismo de base y hasta abril de 1975 vivió en la ciudad de
Bahía Blanca, estudiaba en la Universidad Nacional del Sur
Ingeniería Agrónoma, era empleado no docente y participaba de
la actividad gremial de ATUNS, fue desafectado laboralmente
con la intervención de Remus Tetu, y a raíz de que se sentía
objeto de persecución se trasladó inicialmente a la localidad
de Pigüé y, finalmente, se radicó con su familia en Viedma”.
A su vez, “el 7 de enero de 1977 alrededor de las
05:30 horas de la madrugada, cuando se disponía a ir a

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“González Chipont, Guillermo Julio y
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trabajar con su camión, fue secuestrado por integrantes de la


Policía Federal de Viedma, que lo esposaron, lo tabicaron y lo
llevaron con su camión hasta la ruta camino al aeropuerto. En
ese lugar, lo cambiaron a otro automóvil (una camioneta Ford
doble cabina) y dos personas, diferentes a las que intervienen
en el secuestro, lo trasladaron a la ciudad de Bahía Blanca”.
Asimismo, “en Bahía Blanca fue recluido en el centro
clandestino de detención ‘La Escuelita’. Allí fue recibido con
una patada en los testículos, se lo mantuvo siempre tabicado,
con las manos atadas en la espalda, en condiciones de higiene
y alimentación precarias y durante todo el tiempo que duró su
detención fue sometido a golpes con distintos elementos
(latigazos, patadas). Fue interrogado, atado de pies y manos
desnudo al elástico de una cama mientras le aplicaban
corriente eléctrica de diferente intensidad en el cuerpo;
sufrió a su vez simulacros de fusilamiento (luego de decir
“este no va a hablar, reventalo”, le colocaron una pistola en
la boca apuntando a los sesos)” (se ha omitido el destacado).
A su vez, “el 17 de enero de 1977 fue trasladado a la
Unidad Penal 4 de Villa Floresta y el 19 de enero de 1977 fue
puesto a disposición del Poder Ejecutivo Nacional. Estando en
cautiverio en esa unidad fue interrogado (encapuchado) por las
mismas personas que lo habían hecho previamente en ‘La
Escuelita’. El 20 de abril fue trasladado a la cárcel de
Rawson (Unidad 6 del Servicio Penitenciario Federal), donde
permaneció hasta recuperar su libertad a fines de diciembre de
1978”.
63) ALICIA MABEL PARTNOY Y CARLOS SAMUEL SANABRIA
El a quo afirmó que “ambos eran militantes de la
Juventud Universitaria Peronista y fueron privados de su

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libertad el 12 de enero de 1977 al mediodía en Bahía Blanca.
Alicia Partnoy fue detenida por personal de la Agrupación
Tropas del Quinto Cuerpo de Ejército en su domicilio de Canadá
240, quedando su hija Ruth Irupé de dieciocho meses de edad
sola en la casa. Desde allí se trasladaron al lugar de trabajo
de su marido, Carlos Sanabria, concretando allí su detención”.
Aseveró que “fueron trasladados al Batallón de
Comunicaciones 181 del Quinto Cuerpo de Ejército, donde son
vendados y les toman declaración, entre la tarde y la noche de
ese día son llevados en forma separada a la Escuelita. Allí a
Carlos Sanabria lo ataron desnudo a una cama y le aplicaron
picana eléctrica por todo el cuerpo y electricidad mediante
electrodos en las sienes y en los testículos. Alicia Partnoy
por su parte fue sometida a simulacros de fusilamiento; ambos
permanecieron vendados y la mayoría del tiempo, atados a una
cama” (se ha omitido el destacado).
Por último, “el 25 de abril de 1977 son trasladados a
la cárcel de Villa Floresta. Al llegar a la Unidad 4 de Villa
Floresta fueron alojados solos en celdas separadas y
permanecieron incomunicados cerca de dos meses. Por decreto
1532 del 26 de mayo de 1977 fueron puestos a disposición del
Poder Ejecutivo Nacional. El 22 de agosto de 1977 Carlos
Sanabria es trasladado al Instituto de Seguridad y
Resocialización Unidad 6 de Rawson, y el 8 de octubre de 1977
Alicia Partnoy es trasladada a la cárcel de Villa Devoto.
Ambos fueron autorizados a salir del país con destino a los
Estados Unidos de América, concretándose la salida del país de
Carlos Samuel Sanabria el 22 de octubre de 1979 y la de Alicia
Partnoy el 23 de diciembre de 1979”.
64) NANCY CEREIJO, ANDRÉS LOFVALL, CARLOS ILACQUA Y
ESTELA IANNARELLI
El a quo tuvo por acreditado que “las víctimas
nombradas, quienes militaban en la Unión de Estudiantes

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Secundarios (UES), fueron secuestradas el 3 de febrero de


1977”.
En particular, “Andrés Lofvall fue detenido en horas
del mediodía, en la vivienda ubicada en calle Cervantes N° 162
de Bahía Blanca, donde habitaba junto a Carlos Ilacqua, por un
grupo de personas armadas que irrumpió en ese lugar. Horas más
tarde en ese mismo domicilio fue secuestrada Estela Maris por
el mismo grupo armado que permaneció allí oculto. Nancy fue
detenida alrededor de las 19.00 horas en el Hotel “Italia” de
Bahía Blanca, donde trabajaba como camarera, por personal que
se identificó como perteneciente a la Brigada de
Investigaciones, vestido de civil y que portaban armas de
fuego. Finalmente, en horas del mediodía, fue secuestrado
Carlos Ilacqua en el inmueble ubicado en Darwing 536, por un
grupo de tres o cuatro personas vestidas de civil que portaban
armas. Carlos y Estela Maris eran pareja, al igual que Nancy y
Andrés; tenían entre 18 y 19 años”.
Posteriormente, “las cuatro víctimas fueron conducidas
al centro clandestino de detención ‘La Escuelita’, donde se
las interrogó y sometió a distintos tipos de tortura, de lo
que dio cuenta Alicia Partnoy en su testimonio. En el lugar
fueron reconocidos por distintos compañeros de militancia”.
Aunado a ello, “el día 13 de abril de 1977 se los
trasladó hacia el centro clandestino de detención que funcionó
en la ‘Dirección de Robos y Hurtos’ de La Plata, donde fueron
reconocidos por Adriana Archenti, quien los observó muy
maltratados físicamente”.
Por otro lado, “el día 16 de abril a la madrugada,
Carlos y Estela Maris fueron conducidos a la localidad de
Olmos, próxima a La Plata, donde personal de Fuerzas Conjuntas

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los fusilaron, simulando un enfrentamiento armado que fue dado
a conocer a través de los medios de comunicación”.
Aseveró el tribunal sentenciante que “el mismo modus
operandi fue utilizado días más tarde con Andrés y Nancy,
puntualmente el 23 de abril por la noche, cuando fueron
trasladados a la localidad de Avellaneda y también asesinados
en el marco de un enfrentamiento simulado”.
Finalmente, se afirmó que “durante el cautiverio las
familias de los jóvenes realizaron innumerables gestiones para
dar con su paradero, a través de la Iglesia, personalmente en
el Comando del Vto. Cuerpo del Ejército, mediante presentación
de hábeas corpus ante la justicia federal de Bahía Blanca y
denuncias en Comisarías locales, todo ello con resultado
negativo”.
65) ELISABET FRERS Y MARÍA EUGENIA FERRARI
El tribunal a quo describió en la sentencia que
“Elisabet Frers militaba en la Juventud Universitaria Católica
y María Eugenia Ferrari estudiaba Bioquímica en la Universidad
Nacional del Sur. Ambas mantenían una relación de amistad”.
Afirmó que “Elisabet Frers fue secuestrada el 05 de
febrero de 1977 en el domicilio de Pedro Pico 465 de la ciudad
de Bahía Blanca mientras que María Eugenia Ferrari fue
secuestrada el 26 de febrero de 1977 de su domicilio de Siches
3942 de Ingeniero White. Ambas fueron recluidas en el centro
de detención clandestino ‘La Escuelita’, donde fueron vistas
por última vez el 13 de abril de 1977, fecha en la que se las
trasladó. El 21 abril de 1977 aparecieron muertas en Diagonal
73 en proximidades del Parque Alberdi en la ciudad de La
Plata”.
66) PATRICIA ACEVEDO
En el instrumento jurisdiccional en crisis se tuvo por
comprobado, sin dubitación, que Acevedo “fue asesinada el 26
de febrero de 1977 en el domicilio de Chiclana 1009 de Bahía

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Blanca por personal de Inteligencia y de la Agrupación Tropas


del Comando del Quinto Cuerpo de Ejército. Al momento de los
hechos militaba en la Juventud Universitaria Peronista”.
El a quo “comprobó además que, unos meses antes habían
allanado las casas de sus padres y de sus tíos en su búsqueda
y el mismo 26 de febrero, horas antes de la muerte de Acevedo,
fueron secuestrados Carlos Raúl Principi, pareja de Acevedo
(alrededor del mediodía) y Mirna Edith Aberasturi, amiga (a
primera hora de la tarde), e interrogados acerca de su
paradero”.
67) MIRNA EDITH ABERASTURI
Surge de la sentencia que esta víctima “fue
secuestrada el 26 de febrero de 1977 aproximadamente siendo
las 14:30 horas, en el domicilio de calle Pueyrredón N° 642 de
Bahía Blanca, por un grupo de personas armadas vestidas de
civil que la introdujeron en un auto y la trasladaron bajo
amenazas al centro de detención clandestino ‘La Escuelita’,
donde fue tabicada y le ataron las manos, condiciones en las
que permaneció hasta el día de su liberación. En ese lugar fue
interrogada y obligada a ir al baño delante de los guardias
que custodiaban el lugar. El 28 de febrero por la noche
recuperó su libertad”.
Se afirmó que “al momento de su detención y durante
todo su cautiverio fue interrogada por su relación con
Patricia Acevedo, quien militaba en la Juventud Peronista y
que fue asesinada ese mismo día en horas de la tarde”.
68) JULIO ARGENTINO MUSSI
El órgano decisor aseveró que Mussi “fue secuestrado
el 22 de marzo de 1977 en las primeras horas de la mañana por
personal armado del ejército en el domicilio sito en calle

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Roca N° 1048 de Comodoro Rivadavia, siendo luego ingresado al
Regimiento de Infantería N° 8 de dicha localidad”.
A su vez, “el 27 de marzo de ese año la víctima fue
transportada a Bahía Blanca en un avión Hércules junto con
otras once personas, entre las que se encontraba Carlos
Alberto Pereyra, Mario Néstor Trevisan, Horacio Segundo
Quiroga, Julio García, Jorge Luís Lambert, Osvaldo Flores,
Abel Salvador Mariano y Julio César Anríquez. El traslado de
los nombrados, quienes fueron atados y vendados arriba de la
aeronave, fue realizado por personal militar y dos oficiales
de la policía de la provincia de Buenos Aires, Luís Cadierno y
Gustavo Abel Boccalari”.
De seguido, se afirmó que “en la ciudad de Bahía
Blanca, Julio A. Mussi fue introducido en un estrecho vagón de
madera que estaba en cercanías de las vías del ferrocarril,
donde funcionaba la división Cuatrerismo de la policía de la
provincia de Buenos Aires, en la intersección de las calles
Chile y España”.
Por otro lado, “la víctima y el resto de los
secuestrados permanecieron en dicho vagón, atados, vendados y
custodiados. Desde allí eran llevados a otro lugar no muy
alejado para ser interrogados y torturados mediante aplicación
de picana eléctrica. De acuerdo a los testimonios de Carlos A.
Pereyra, Abel S. Mariano, Mario N. Trevisan, Horacio S.
Quiroga y Julio García, la víctima se pudo desatar, intentó
escapar del lugar y recibió de parte de los guardias una
fuerte golpiza”.
Finalmente, se aseveró que “Julio Argentino no fue
regresado al vagón, siendo escuchado por última vez por
Trevisan, lo que también fue confirmado por Quiroga,
agonizando y quejándose dentro de un calabozo. Al día de la
fecha continúa desaparecido”.
69) HÉCTOR OSVALDO GONZÁLEZ

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“González Chipont, Guillermo Julio y
otros s/recurso de casación”

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Se tuvo por probado en la instancia anterior que el


nombrado “al momento de los hechos participaba de la Juventud
Peronista. La madrugada del 19 de abril de 1977 fue
secuestrado en su domicilio ubicado en Irigoyen al 500 de la
ciudad de Bahía Blanca, por un grupo de personas armadas y con
uniformes de fajina de la Marina. En ese lugar fueron
encapuchados y llevados a la Base Naval Puerto Belgrano, donde
fue sometido a sesiones de picana eléctrica”.
Así, “luego de dos o tres días en ese lugar es
trasladado al centro clandestino de detención ‘La Escuelita’
bajo el control del Quinto Cuerpo de Ejército. En este lugar
permaneció cautivo durante más de tres meses: tabicado,
esposado, sufrió amenazas, simulacros de fusilamiento, fue
golpeado de manera constante, objeto de lo que se conoce como
“submarino mojado” y fue interrogado en forma sucesiva, bajo
la aplicación de picana eléctrica en distintas partes de su
cuerpo desnudo”.
Por otro lado, “el 26 de julio de 1977 fue trasladado
a la Unidad Penitenciaria N° 4 de Villa Floresta del Servicio
Penitenciario Bonaerense, lugar en el que permaneció hasta el
22 de agosto del mismo año, cuando fue trasladado a la Unidad
Carcelaria N° 6 del Servicio Penitenciario Federal de Rawson”
y “en septiembre de 1979 fue trasladado a la Unidad Carcelaria
N° 9 de La Platal (SPB) lugar en el que estuvo detenido hasta
el mes de octubre de 1981, fecha en la que obtuvo la ‘libertad
vigilada’. El 23 de agosto de 1982 se dejó sin efecto el
arresto a disposición del Poder Ejecutivo Nacional”.
70) NÉSTOR ALEJANDRO BOSSI Y SUSANA ELBA TRAVERSO DE
BOSSI

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Se ha dado tratamiento en forma conjunta en la
sentencia “al caso de Néstor Alejandro Bossi y Susana Elba
Traverso, pues ambos se encontraban casados y tenían una hija
de 16 meses al momento del hecho”.
Con relación a Néstor Alejandro Bossi, se afirmó que
“fue secuestrado el día 03 de junio de 1977 alrededor de las
18 horas en cercanías a la Plaza Rivadavia de la ciudad de
Bahía Blanca mientras conducía su automóvil, en compañía de
Francisco Valentini. Al frenar en un semáforo, un grupo de
personas armadas y vestidas de civil descendieron de dos
vehículos y mediante violencia y amenazas, los bajaron del
auto, los encapucharon con sus propias vestimentas, los
subieron a los vehículos en los que se movilizaban y los
trasladaron al centro clandestino de detención ‘La
Escuelita’”.
Por su parte, “Susana Elba Traverso fue secuestrada el
mismo día alrededor de las 22 horas, cuando un grupo de
personas armadas irrumpió en el domicilio donde residía junto
con Bossi, ubicado en calle Humboldt 1980 de la ciudad de
Bahía Blanca, y mediante amenazas y violencia la retiraron del
lugar junto con su hija María Susana Bossi, quien tenía 16
meses de vida. Susana fue trasladada también a ‘La Escuelita’,
y la menor fue abandonada por los secuestradores en la puerta
del “Pequeño Cottolengo” de Bahía Blanca, junto con una muda
de ropa y una nota con el número telefónico de sus abuelos.
Además, el mismo grupo armado se apoderó de la totalidad de
los muebles de la vivienda de Bossi y Traverso”.
Se describió que “las condiciones de detención en ese
centro clandestino han sido detalladas en los distintos casos
analizados en esta sentencia por lo cual a ellos nos
remitimos. Allí Néstor y Susana fueron vendados y atados desde
su llegada, además de ser interrogados, recibir golpes y, en
el caso de Néstor, aplicación de picana eléctrica”.

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otros s/recurso de casación”

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A su vez, “luego de permanecer allí algo más de un


mes, alrededor del 8 o 9 de julio de ese mismo año fueron
trasladados hacia la ciudad de La Plata, donde se comprobó que
estuvieron detenidos en la Brigada de Investigaciones de esa
ciudad y en el Centro Clandestino ‘La Casita’”.
Se dejó asentado en el instrumento sentencial que “en
el año 2011 el Equipo Argentino de Antropología Forense logró
identificar los restos de Susana, que se encontraban
sepultados en el cementerio de la ciudad de La Plata. En el
estudio del material óseo se hallaron fragmentos de
proyectiles de arma de fuego recuperados en su mayoría de la
zona de la parrilla costal con presencia de fibras textiles
adheridas en ellas. Por su parte, Néstor Alejandro Bossi
permanece desaparecido”.
Por último, añadió el a quo “durante el cautiverio,
los familiares de ambos presentaron hábeas corpus ante la
justicia ordinaria y federal de la ciudad de Bahía Blanca y de
capital federal, los que fueron rechazados; y concurrieron al
Comando del Vto. Cuerpo del Ejército, donde les negaron
información. Además, Tomás Darío Laurito, esposo de la madre
de Susana Traverso, denunció las detenciones de las víctimas
ante la Cruz Roja, ONU, Nunciatura Apostólica y Ministerio del
Interior”.
71) FRANCISCO VALENTINI
El tribunal de la anterior instancia afirmó que
Valentini, “quien tenía 19 años al momento de los hechos, fue
secuestrado el día 03 de junio de 1977 alrededor de las 18.00
horas en cercanías a la plaza Rivadavia en el centro de la
ciudad de Bahía Blanca, mientras se desplazaba en un vehículo
junto a Néstor Alejandro Bossi. En ese momento, un grupo de

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personas armadas y vestidas de civil que se movilizaban en dos
vehículos, los obligaron a descender y mediante amenazas y
violencia, los encapucharon con su propia vestimenta, los
subieron al piso trasero de los vehículos en los que ellos se
trasladaban y los condujeron hasta el centro clandestino de
detención ‘La Escuelita’”.
El a quo describió que esta víctima “permaneció
durante todo su cautiverio con los ojos vendados, esposado y
fue alojado en una especie de calabozo donde había una cama.
En diversas oportunidades le propinaron golpes de puño, fue
amenazado con armas de fuego e interrogado sobre la actividad
que desarrollaba junto con Bossi. En una oportunidad le
colocaron a modo intimidatorio un cuchillo en el cuello.
Además, escuchaba los golpes y aplicación de picana eléctrica
que sufrían otros detenidos”.
De seguido, aseveró el a quo que la víctima
“permaneció en esas condiciones durante 15 días
aproximadamente, hasta que en un momento lo hicieron
higienizarse en un baño para luego trasladarlo, con sus ojos
cubiertos por unos anteojos oscuros, hasta la terminal de
ómnibus de la ciudad de Bahía Blanca. Allí lo liberaron previo
a ordenarle que suba a un colectivo que lo condujo hacia la
ciudad de Buenos Aires. En ese momento las personas que lo
trasladaron le dijeron que olvide lo sucedido y que no vuelva
más a Bahía Blanca”.
Añadió el tribunal que “durante el cautiverio, su
madre presentó un hábeas corpus ante el Juzgado Federal de
Bahía Blanca que fue rechazado”.
72) DANIEL OSVALDO ESQUIVEL
En la sentencia se afirmó que Esquivel “fue privado de
su libertad el 21 de junio de 1977 en inmediaciones de la
plaza Rivadavia, allí fue reducido por cuatro personas que lo
golpearon, le pusieron una capucha, lo esposaron y lo

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“González Chipont, Guillermo Julio y
otros s/recurso de casación”

Cámara Federal de Casación Penal

colocaron en el baúl de un Falcón verde. Fue trasladado a ‘La


Escuelita’, allí le sacaron la capucha, le vendaron los ojos,
le esposaron los pies y las manos atrás, modalidad que se
impuso durante todo su cautiverio. En ese lugar fue
interrogado al mismo tiempo que, atado desnudo sobre el
elástico de una cama, y con el cuerpo mojado, le aplicaban
picana eléctrica en sus genitales, en las axilas, en las
tetillas y lo golpeaban con una tabla en las plantas de los
pies. Luego de unos días de cautiverio le anuncian que sería
dejado en libertad, lo suben a un auto en el que se desplazan
durante media hora y en el trayecto le afirman que van a
matarlo. Al descender del auto realizan un simulacro de
fusilamiento. Finalmente, lo liberan en el camino de entrada a
la localidad de Cabildo, los primeros días de julio de 1977”.
El a quo afirmó que “Daniel Osvaldo Esquivel estaba al
momento delos hechos afiliado al Partido Comunista e integraba
la Comisión Directiva del Centro de Estudiantes de la
Universidad Tecnológica Nacional (regional Bahía Blanca)”.
73) SUSANA MARGARITA MARTÍNEZ
En el instrumento sentencial se afirmó que la
nombrada, “quien tenía 34 años al momento de los hechos, fue
secuestrada junto a su marido Ricardo Gaitán y sus dos hijos
menores durante el mediodía del 10 u 11 de octubre de 1977,
mientras se encontraba almorzando en su domicilio ubicado en
calle San Martín N° 522 de la ciudad de Viedma. En ese momento
se desplegó un operativo por parte de personal de la Policía
de la provincia de Río Negro que se hizo presente en la
vivienda y los detuvo para luego trasladarlos a la Comisaría
primera de esa ciudad”.

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Además, “en ese lugar fueron alojados unas horas y
desde allí le hicieron entrega al padre de Susana de sus hijos
menores de edad. Seguidamente Susana y Ricardo fueron
conducidos hasta la intersección de la Ruta N° 3 y la N° 22
donde los entregaron a personal del Ejército Argentino,
quienes los subieron al piso trasero de otro vehículo previo a
atarlos y vendarlos para luego trasladarlos al centro
clandestino de detención ‘La Escuelita’ de Bahía Blanca”.
Se aseveró también que “en ese lugar permanecieron
alrededor de diez días permanentemente vendados y atados. Los
primeros días Susana fue interrogada sobre las personas con
las que se relacionaba y la actividad política que
desarrollaba. Además, en uno de los interrogatorios le
aplicaron picana eléctrica por distintas partes de su cuerpo.
Durante su cautiverio escuchó los gritos de otras personas que
eran golpeadas y picaneadas. La comida que le proveían era
escasa, la que consistía mayormente en sopas y caldos”.
Por otro lado, “luego de transcurridos alrededor de
diez días, el 21 de octubre por la noche la trasladaron junto
con su esposo hacia un camino cercano a ‘La Escuelita’ donde
fueron liberados momentáneamente, pero inmediatamente apareció
un vehículo con dos oficiales que nuevamente los detuvieron y
llevaron a la Unidad Penal N° 4 de Villa Floresta”.
Continuó el a quo describiendo que “Allí fue ubicada
en una celda, y sometida a dos interrogatorios que versaban
sobre sus relaciones personales y actividad política. Luego de
permanecer poco más de un mes fue liberada el día 30 de
noviembre de 1977 por orden del Comando del Vto. Cuerpo del
Ejército. Para ese momento su esposo ya había sido liberado de
la Unidad el día 28 de octubre”.
Adunó que “previo a su secuestro, Susana fue
cesanteada de su trabajo el día 6 de octubre de 1977 por
aplicación de la Ley de Prescindibilidad, pues le informaron

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que constituía un factor real o potencial de perturbación del


normal funcionamiento del organismo donde cumplía funciones,
conforme lo preveía el art. 6 de la Ley 21260”.
Finalmente, se aclaró que “durante su cautiverio la
familia realizó diversas averiguaciones para dar con su
paradero, entre ellas, mantuvo un encuentro con el Obispo
Mayer, quien mediante una nota que redactara le solicitó al
Mayor Sierra que reciba a la familia de Susana. Según relató
el testigo Bagún, cuñado de la nombrada, esa nota fue
determinante para que se efectúe la liberación de Ricardo
Gaitán y un mes después la de Susana Martínez”.
74) CARLOS ALBERTO GENTILE
El órgano decisor tuvo por acreditado que Gentile
“quien al momento de los hechos tenía 17 años, fue secuestrado
el 16 de abril de 1978 alrededor de las 15:00 horas, en la
intersección de las calles Zatti y Urquiza de la ciudad de
Viedma, por un grupo de tres personas armadas que mediante
amenazas lo vendaron, encapucharon y ataron para luego subirlo
en el piso de la parte trasera de una camioneta Ford F100
doble cabina color celeste. Mientras conducían con rumbo
incierto le pisaban la cabeza para que no se moviera y le
preguntaron por su amigo Gustavo Domínguez, quien fue también
secuestrado ese día y subido al mismo vehículo”.
A su vez, “luego de conducir por alrededor de tres
horas, sus captores los bajaron y los introdujeron en un
galpón cuya entrada poseía una cortina de metal. Allí su amigo
Domínguez fue sometido a sesiones de picana eléctrica en una
habitación contigua mientras Carlos escuchaba los gritos
consecuentes del padecimiento sufrido. Seguidamente lo
condujeron a la habitación de la que salió su compañero, le

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sacaron las esposas y la ropa, lo mojaron con agua y lo ataron
con sunchos a una cama metálica donde le aplicaron picana
eléctrica en los labios, pies, genitales y el resto del
cuerpo, mientras al mismo tiempo le tapaban la boca con una
almohada. La aplicación de picana se interrumpía para
golpearlo e interrogarlo con relación a su actividad política,
personas que frecuentaba y consumo de drogas”.
Sumado a ello y “finalizada la sesión de tortura,
apareció una persona que le preguntó qué estaba haciendo en el
Quinto Cuerpo de Ejército, lo que nos permite ubicar a la
víctima en algún lugar de dicho Comando. Después de ello fue
nuevamente trasladada junto con Domínguez, vendada y atada en
un vehículo durante tres horas, hasta que se detuvo la marcha
del mismo, lo obligaron a descender y le practicaron un
simulacro de fusilamiento. Seguidamente sus captores le
dijeron que por un momento no se quitara las vendas hasta que
se alejaran del lugar bajo amenaza de muerte. Cuando pudo
desatarse se dio cuenta que estaba a dos mil metros camino
adentro del ingreso al pueblo Cardenal Cagliero y eran
alrededor de las 06:00 de la mañana del día siguiente a su
secuestro. Desde allí caminó unos cuarenta kilómetros hasta la
ciudad de Viedma donde finalmente pudo reencontrarse con su
familia”.
Asimismo, “al día siguiente se dirigió junto con su
padre hacia la Comisaría de la Policía Federal de esa ciudad
donde mantuvieron una reunión con el Comisario, quien frente a
sus reclamos les advirtió que eso le había sucedido por
juntarse con las personas que solía hacerlo”.
c) Las circunstancias que rodearon a cada uno de los
acontecimientos fueron analizadas y detalladas minuciosamente
en cada hipótesis a partir de la prueba producida e incorpora-
da durante el debate, que da cuenta del modo en que acaecieron
esos sucesos.

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En efecto, debido a que –en principio- no ha sido


discutida la materialidad de los hechos, sino la participación
de los encausados en ellos, corresponde destacar aquí que los
eventos imputados se trataron de secuestros efectuados en los
domicilios, al salir de éstos en plena calle o en los
comercios donde trabajaban las víctimas, a partir de los
cuales eran llevadas a distintos centros clandestinos de
detención y tortura, tales como “La Escuelita”, las
instalaciones del “Batallón de Comunicaciones 181” y la
“Unidad Nº 4 de Villa Floresta del Servicio Penitenciario
Bonaerense”. Algunos de ellos, fueron posteriormente liberados
o derivados a la Unidad Penal de Rawson, a la Unidad Penal de
Caseros o de Devoto y, en otros casos, permanecen
desaparecidos.
Así también, el tribunal oral tuvo por acreditado que
hubo acontecimientos en los que las víctimas directamente
fueron asesinadas en su domicilio, o una vez que eran
retiradas del CCDT en el que se hallaban alojadas. A su vez,
esos homicidios, en varias oportunidades, fueron difundidos
pública y mediáticamente como “enfrentamientos armados” entre
las fuerzas de seguridad y “delincuentes subversivos”, cuando
en realidad se efectuaban con una sólida planificación previa
y contra víctimas en total estado de indefensión.
De esta manera, el acervo probatorio reseñado y
detallado in extenso por el tribunal de juicio en la sentencia
permitió comprobar en cada uno de los acontecimientos las
circunstancias que rodearon los hechos enunciados
precedentemente.
En este contexto, puede colegirse que las críticas
efectuadas por las defensas de los encartados resultan

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descontextualizadas al modo en que el a quo ha valorado la
prueba, como también han omitido especificar qué puntos
oscuros presenta el análisis concreto que contiene la
sentencia respecto de cada uno de los hechos y –especialmente-
las responsabilidades atribuidas a sus pupilos; requisito
ineludible en orden al progreso de un planteo que –
precisamente- radica en la alegada arbitrariedad en la
valoración probatoria.
Cabe adunar que el tribunal a quo se expidió dentro de
los planteos liminares a las pretensiones de exclusiones
probatorias formulados por las defensas durante el debate y
sobre los que las partes impugnantes insisten en la instancia.
La mayoría de estas objeciones, por corresponder a imputados
en particular, serán abordadas infra al tratar las
responsabilidades respectivas.
En particular, con relación a la incorporación al
proceso de la documentación de la ex DIPPBA y a los
testimonios brindados en el marco de los “Juicios por la
verdad” que fueron ponderados en el sub lite -en particular
del Mayor Emilio Ibarra-, tal como se señaló en la sentencia
en crisis su planteo resulta “…genérico y abstracto pues no
especifica vicios o defectos, ni qué documento afecta
concretamente a cuál de sus asistidos o respecto de cuál
desconoce su contenido o firmas” y que “…solamente introduce
un manto de sospecha sobre la falta de control sobre la
originalidad de estos instrumentos, pero sin argumentos
precisos”.
Sumado a ello, los magistrados consideraron que “…esta
prueba fue incorporada con total transparencia durante la
instrucción y luego al debate. La Defensa Oficial y sus
representados tuvieron (acorde al derecho que les asiste)
todas las posibilidades y oportunidades de controlar y
contradecir esta prueba, aunque optaron por el silencio

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(también ejerciendo un derecho), durante toda la etapa de


instrucción, al momento que se proveyó la prueba, durante la
apertura del debate y en la específica oportunidad en que fue
incorporada”.
De esta forma, concluyeron que no existía afectación
alguna al derecho de defensa en juicio y que “…los archivos de
la ex DIPPBA forman parte de un plexo probatorio mucho más
amplio que este Tribunal tuvo en miras a la hora de determinar
las responsabilidades penales de cada uno de los imputados,
integrado por declaraciones testimoniales, legajos de concepto
y servicios, reglamentos militares, expedientes
administrativos, informes periciales, entre tantos otros, sin
que se haya estructurado el argumento central de autoría o
participación de alguno de los acusado únicamente en la
información emergente de esos archivos…”.
De otra banda, en cuanto a las objeciones respecto de
la declaración del Mayor Emilio Ibarra, los magistrados
actuantes precisaron que “[s]e trata de un testimonio prestado
en el Juicio por la Verdad desarrollado ante la Cámara Federal
de Apelaciones de Bahía Blanca. […]los procesos de este tipo
no tuvieron una finalidad punitiva, sino que fueron la vía
para el ejercicio autónomo del ‘derecho a la verdad’ frente a
los obstáculos legales que impedían a las víctimas recurrir a
la jurisdicción criminal para someter a ella a quienes
aparecían vinculados a la comisión de delitos de lesa
humanidad durante la última dictadura militar”.
En este sentido, refirieron que “…la cuestionada
declaración fue incorporada al expediente en la etapa de
instrucción y que desde entonces estuvo disponible para las
partes […] teniendo oportunidad de contradecirla y de ofrecer

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pruebas de descargo”, y que “…al momento del ofrecimiento de
prueba en la etapa de debate (art. 355 CPPN) no hubo oposición
a su incorporación por parte del Defensor Oficial”.
Además, explicaron que “…se trata de una declaración
de una persona fallecida, es decir, uno de los supuestos
expresamente previstos por el Código de rito de procedencia de
la lectura de un testimonio (art. 391 inc. 3 CPPN), y, además,
que la ley permite al Tribunal de juicio la lectura de
declaraciones prestadas por coimputados (art. 392 CPPN)”, y
concluyeron que “…la incorporación de la declaración atacada
resulta plenamente válida puesto que fueron cumplidas todas
las formalidades contenidas en el ordenamiento procesal
vigente…”.
A mayor abundamiento, consideraron que además la
cuestionada declaración constituía “…una prueba de cargo más
para sostener la condena del nombrado y, por lo tanto, será
valorada con la prudencia que requiere el análisis de la
declaración de un coimputado y en forma conjunta con el resto
de los elementos”.
De todo lo expuesto supra, se desprende que el
tribunal ante ambos planteos expuso acabadamente los
argumentos por los cuales se encontraban las pruebas
legítimamente incorporadas al debate e hizo especial hincapié
en que en todas las hipótesis aquellos elementos confluían con
un cuadro cargoso unívoco que será desarrollado y analizado al
estudiar las responsabilidades penales en particular.
En consecuencia, las críticas de las defensas
constituyen una reedición de aquellas alegaciones expuestas
ante el tribunal, las que fueron debidamente atendidas por el
a quo, revelándose un mero disenso con los argumentos
brindados para su desestimación sin demostrar un perjuicio
actual y concreto en sus planteos, por lo que corresponde
rechazar los agravios de los recurrentes en estos extremos.

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Así entonces, serán analizadas seguidamente las


intervenciones criminales de los imputados a quienes se los
acusan de haber formado parte del plan criminal, -clandestino
e ilegal-, implementado para secuestrar, torturar, asesinar y
producir la desaparición de personas, utilizando la estructura
orgánica de las fuerzas armadas y las de seguridad a ellas
subordinadas -federales y provinciales-, como al personal del
Servicio Penitenciario Bonaerense, arista hacia la que se
dirigieron mayormente las impugnaciones defensistas que a
continuación se analizarán.
Al respecto, en todas estas hipótesis el a quo sospesó
la prueba documental y pericial, las declaraciones prestadas
durante el debate por sesenta y dos testigos presenciales y
aquellas otras brindadas en otros debates e incorporadas al
sub lite (Ac. CFCP Nº 1/12), como así también los datos
surgidos de los legajos personales de los encausados con
relación a los cargos que ocupaban al momento de los hechos,
de su conocimiento y preparación, sus calificaciones que
permitieron la delimitación del rol dentro del plan criminal.
-VI-
21º) Que en este acápite corresponde ingresar en el
análisis de las críticas de las partes recurrentes respecto de
la intervención de cada uno de los incusados en los hechos
precedentemente mencionados.
22º) Responsabilidad penal de Guillermo Julio González
Chipont
Que, con relación a la intervención de Guillermo Julio
González Chipont en los hechos objeto de juzgamiento, el
tribunal de juicio destacó que de su legajo personal surgía
que ostentaba el cargo de Capitán de Caballería y que fue

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designado en comisión en el Comando Quinto Cuerpo de Ejército
desde el 3 de septiembre de 1976 hasta enero de 1978,
proveniente del Batallón Logístico de Montaña VI de la
localidad de Zapala.
Asimismo, los judicantes detallaron que, durante el
período imputado, el encausado se encontraba cumpliendo
funciones en el Departamento II (Inteligencia) del Quinto
Cuerpo del Ejército de Bahía Blanca.
En este sentido, relevaron que González Chipont fue
calificado durante el año 1976/1977 “…por las autoridades del
Departamento II del Quinto Cuerpo de Ejército, Coronel Aldo
Mario Álvarez (Jefe del Departamento II Inteligencia) y
Teniente Coronel Walter Bartolomé Tejada (Auxiliar del
Departamento II Inteligencia…)” obteniendo elogiosas
calificaciones de los mencionados superiores.
A continuación, se describió in extenso en la
sentencia recurrida los sucesivos destinos del incusado en los
años posteriores.
Por otro lado, los jueces valoraron profusamente los
testimonios del Mayor Emilio Jorge Fernando Ibarra, el cual
consideraron que resultaba fundamental “…no sólo para apreciar
la composición de la Agrupación, sino también para entender
cómo operaban coordinadamente los Departamentos II y III del
Quinto Cuerpo de Ejército, utilizando la información producida
por el Destacamento de Inteligencia 181”.
De tal suerte, recordaron que el mencionado testigo
había descripto el funcionamiento de la “Agrupación Tropa” y
su vinculación con González Chipont de acuerdo al origen de su
comisión, y destacaron al efecto que en su declaración Ibarra
había referido que los integrantes de esa agrupación
“provenían de distintos lugares, mencionando expresamente la
localidad de ZAPALA…”.

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Sumado a ello, el a quo valoró en la sentencia que el


referido testigo había explicado cómo se desarrollaba el
despliegue militar de la compañía de combate y había
expresamente mencionado que el personal de inteligencia
participaba también de los operativos.
De ello concluyeron que “…el encausado tomaba parte en
los operativos antisubversivos, como oficial de inteligencia y
como integrante de la ‘Agrupación Tropa’” lo cual había
también sido confirmado por el testimonio brindado por Carlos
Alberto Zoia quien había recordado que “…el encausado formaba
parte en los operativos antisubversivos como oficial de
inteligencia y como integrante de la ‘Agrupación Tropa’”.
Como otro elemento de prueba, el tribunal a quo valoró
la nota presentada por el acusado en el marco del expediente
administrativo N° U-10-0993/94, en la que, al objetar el
rechazo de su ascenso expresamente había resaltado su
desempeño como “…Jefe de Equipo de Combate en el Cdo Cpo Ej V.
Al iniciarse el Proceso de Reorganización Nacional, el
suscripto es enviado ‘en comisión’ al Cdo Cpo Ej V desde su
Unidad de origen (B Log M 6), donde por orden Superior se crea
a posteriori del 24 de marzo de 1976 un Equipo de Combate
dependiente del Oficial de Operaciones del Comando[…] Tales
actividades se desarrollaron en el marco de las ‘Operaciones
contra elementos subversivos’[…] El desempeño del causante fue
felicitado por el entonces Comandante del Cuerpo de Ejército
V, General de División D Osvaldo Rene Azpitarte quien
personalmente dispuso la permanencia del mismo como integrante
del Departamento II Inteligencia de la GUB…” y como “…miembro
del Dpto. II Inteligencia. […] correspondiéndole [a González
Chipont] las responsabilidades propias de su jerarquía y que

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[…] algunos fueron en la jurisdicción lo suficientemente
resonantes para facilitar el aniquilamiento del enemigo
subversivo”.
La defensa insiste en esta instancia en la exclusión
de esa pieza por sostener la vulneración del principio de
autoincriminación forzada.
Este planteo fue adecuadamente descartado por el
tribunal en cuanto señaló que “…la presentación de esa nota se
enmarca en un reclamo administrativo promovido por el propio
acusado […] No derivó de la aplicación de una sanción/multa
administrativa o castrense donde necesariamente se hubiese
visto forzado a efectuar un descargo en defensa propia” y en
consecuencia resultaban “…manifestaciones voluntarias
atribuidas al imputado, realizadas con discernimiento,
intención y libertad (art. 260 del Código Civil y Comercial)
sobre una acción espontánea mediante la cual el propio
González Chipont reclamó contra la clasificación que le
impidió su ascenso y luego contra el pase a retiro
obligatorio, descartándose por ende, que haya mediado un acto
de violencia contra su persona”.
En base a ello, los judicantes concluyeron que la
prueba cuestionada revestía una “…importancia fundamental a
efectos de acreditar la existencia de los dos pilares sobre
los cuales se [asentaba] la responsabilidad penal del
condenado, […] a) su participación en operativos militares
antisubversivos como integrante del equipo de combate del
Quinto Cuerpo de Ejército (Agrupación Tropa) y b) su
pertenencia orgánica al Departamento II (Inteligencia)”, pero
que sin embargo era una prueba más dentro de todo el acervo
probatorio valorado a los efectos de corroborar el aporte del
encausado en los hechos por los que fuera responsabilizado.
Además, destacaron que “…[existía] un cauce de
información independiente al suministrado por González Chipont

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en sus reclamos administrativos, que […permitía] acreditar el


primer presupuesto de su responsabilidad penal, es decir, su
participación en los operativos militares ‘antisubversivos’
llevados adelante por la Agrupación Tropa…”.
En estas condiciones de lo hasta aquí expuesto se
desprende que el tribunal otorgó adecuado tratamiento al
agravio relativo a la prueba cuestionada, por lo que los
argumentos expuestos por la defensa no logran conmover el
razonamiento seguido por el tribunal de juicio. Es que, en
definitiva, aquella prueba tampoco resulta dirimente –más allá
de su relevancia- a la hora de establecer la responsabilidad
de González Chipont, pues su intervención en la “lucha contra
la subversión” ha quedado comprobada, a través de otros
elementos de prueba justipreciados en la sentencia que
permitirían aun prescindir de esa pieza como elemento de
cargo.
De otra banda, en la sentencia se consignó que se
encontraba acreditada la participación del imputado y la
intervención de la “Agrupación Tropas” en el operativo de la
calle “Chiclana 1000 en el que fuera asesinada Patricia
Acevedo gracias al testimonio de María Claudia Re, Mario
Carlos Méndez y el Mayor Ibarra.
Al efecto, relevaron que Re había recordado “el
defecto que González Chipont tenía en su mano” y que en
ocasión de una reunión social “…la testigo fue interrogada por
el condenado, en relación al paradero de su prima Patricia
Acevedo” y que Mario Carlos Antonio durante un “operativo
antisubversivo” había afirmado haberse encontrado con el
encausado durante el desarrollo del mismo.

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Por último, los judicantes valoraron que el Mayor
Ibarra había referido que en el operativo mencionado había
participado “…personal de Inteligencia reforzado por personal
[suyo], el que resultó herido ahí fue el subteniente Méndez”.
Componen también el plexo probatorio los relatos de
numerosas víctimas del centro clandestino conocido como “La
Escuelita”, quienes habían ubicado a diferentes oficiales que
operaban en el mencionado lugar y pertenecían también al
departamento de inteligencia, por lo que “…las acciones de los
integrantes de la gran unidad de inteligencia de la que formó
parte el acusado permite completar el cuadro probatorio, que
resulta coherente en cuanto a cuáles fueron los aportes en la
lucha contra el enemigo subversivo, esto es, producción de
inteligencia, conocimiento de los secuestrados e intervención
dentro del centro clandestino de detención en interrogatorios,
tortura y asesinatos”.
De esta forma, luego de relevar normativa militar, los
magistrados actuantes concluyeron que “…el Comandante de
Subzona 51 recibía información y antecedentes producidos por
el Destacamento de Inteligencia 181, los cuales eran
utilizados por los Departamento II y III para coordinar los
‘operativos antisubversivos’” y que a partir de los
testimonios de Zoia y Re se lograba acreditar cómo funcionaba
la coordinación entre las tareas de inteligencia y las
operaciones tácticas.
Por otro lado, el tribunal a quo destacó que con
relación a los casos que se le imputaban al encausado González
Chipont “[l]os antecedentes referidos a las víctimas
circulaban en la Comunidad Informativa, habiendo sido
valorizados por el Destacamento 181, siendo utilizados por el
G-2 para coordinar con el G-3 los operativos militares que
concluirían con el secuestro de las víctimas y en algunos
casos su posterior aparición como abatidas en enfrentamientos

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fraguados por el Ejército, producto ello de operaciones


sicológicas planificadas desde la sección pertinente de la
unidad de inteligencia mencionada en primer término”, y que
allí se materializaba el “…aporte concreto de González
Chipont, como agente operacional y de inteligencia, como
integrante de la ‘Agrupación Tropa’ y del Departamento II del
Quinto Cuerpo de Ejército”.
Así, los judicantes aseveraron que respecto a los
interrogatorios en los centros clandestinos de detención “[e]n
concordancia con las tareas desarrolladas por el Destacamento
181 en dichos lugares, el Departamento II completaba las
tareas de la citada unidad de inteligencia”, y que resultaba
relevante al efecto el Procedimiento Operativo Normal (PON)
24/75 sobre “Detención, Registro Y Administración De
Delincuentes Subversivos”.
De tal suerte, consideraron que resultaba acreditada
“…la importancia del Departamento II en la determinación del
destino final de los secuestrados. No es casual que el G-2 y
el G-3 sean quienes ‘asesoren’ respecto a la conveniencia de
liberar a una persona. El primero utilizaba al detenido como
un objeto, arrancándole información por medio de la tortura en
los centros de detención, la cual luego era valorada,
procesada e interpretada a los fines de practicar nuevas
detenciones, que eran realizadas por el G-3, concretamente por
la Agrupación Tropa, de la cual formara parte González
Chipont, reproduciéndose así un círculo vicioso y siniestro…”.
En otro orden, resaltaron que “…tal como se señaló al
analizar el caso de Rubén Alberto Ruiz, Julio Alberto Ruiz y
Pablo Victorio Bohoslavsky, Guillermo Julio González Chipont
integró, en calidad de vocal, el Consejo de Guerra Especial

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Estable del Comando de Subzona 51 que los juzgara en el marco
del sumario Letra 5J7 nro. 1040/7”, y que el mencionado
procedimiento “…careció de las garantías básicas del debido
proceso y fue utilizado para ‘blanquear’ la situación de los
nombrados que se encontraban detenidos en el centro
clandestino de detención ‘La Escuelita’ y luego de una
supuesta liberación fueron vueltos a detener para ser llevados
al Batallón 181, donde se los notificó de la realización del
Consejo de Guerra”.
Así, los judicantes coligieron que ese “juicio tuvo
como verdadero objetivo encubrir y dar una apariencia de
legalidad a la detención ilegal que venían sufriendo Ruiz,
Ruiz y Bohoslavsky y la participación en él de Guillermo Julio
González Chipont es indubitable. El nombrado, en su calidad de
vocal, estuvo presente en la audiencia de prueba, votó
afirmativamente la prisión preventiva rigurosa de los
imputados, analizó y votó cada una de las de las tareas que
desplegaban los integrantes del Departamento II del Quinto
Cuerpo de Ejército, lo que [les] permite dar cuenta del aporte
concreto del encausado”.
En base a todo lo expuesto precedentemente, el
tribunal a quo concluyó que “…Guillermo Julio González
Chipont, en su carácter de Oficial, con la jerarquía de
Capitán del Departamento II (G-2) del Quinto Cuerpo de
Ejército, conforme lo establecido en los reglamentos militares
analizados, ocupó un rol fundamental en la perpetración de los
delitos juzgados, no pudiendo haber permanecido ajeno a las
tareas que desde dicho Departamento se desplegaban en el marco
del plan sistemático concebido para ‘aniquilar a la
subversión’, sin perjuicio de su participación en los
operativos militares que en cumplimiento de dicho plan
realizaba la Agrupación Tropa, pues así lo corrobora la
documentación valorada”.

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Sala II
Causa FBB
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“González Chipont, Guillermo Julio y
otros s/recurso de casación”

Cámara Federal de Casación Penal

Además, los magistrados justipreciaron que “…la


actuación de la Agrupación Tropa, se tuvo por acreditada en
los operativos realizados: a) en calle San Lorenzo 740, donde
fueron secuestrados Roberto Adolfo Lorenzo, Luis Alberto
Sotuyo y Dora Rita Mercero; b) en calle Canadá 240 y
seguidamente en Irigoyen al 100 donde se secuestró a Alicia
Mabel Partnoy y a Carlos Samuel Sanabria respectivamente, c)
en el traslado hacia el Batallón 181 de Eduardo Gustavo Roth,
José María Petersen, Gustavo Darío López, Carlos Carrizo,
Renato Salvador Zoccali y Gustavo Fabián Aragón, luego de ser
retirados de La Escuelita y d) en los operativos de secuestro
de Julio Alberto Ruiz, Rubén Alberto Ruiz y Pablo Victorio
Bohoslavsky”, y también “…quedó acreditada la participación de
la Agrupación Tropa en los procedimientos en los que fueran
asesinados Daniel Hidalgo y Silvia Souto Castillo en el
domicilio de Fitz Roy 137, Patricia Acevedo en Chiclana 1009
de la ciudad de Bahía Blanca y en los enfrentamientos
simulados en que mueren Alberto Ricardo Garralda, en calle
Dorrego y General Paz y Roberto Adolfo Lorenzo, en la ruta 33
kilómetro 12, en las afueras de [Bahía Blanca]”.
A su vez, explicitaron que conforme se desprendía de
la declaración del Mayor Ibarra, el imputado “…participó del
equipo de combate en los asesinatos de Zulma Izurieta, César
Antonio Giordano, María Elena Romero y Gustavo Marcelo Yotti”,
y también que “…la Agrupación Tropa […] intervino en el
asesinato de las víctimas Rivera y Del Río, simulándose un
enfrentamiento, hecho que se hizo público en la edición del 8
de diciembre de 1976 en el diario La Nueva Provincia”, extremo
que había sido corroborado también por el reclamo de González
Chipont a la junta de calificación “…donde enumera las

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víctimas en cuyo enfrentamiento y aniquilamiento intervino
como 2do. Jefe del Equipo de Combate”.
De tal suerte, señalaron los judicantes que “[l]a
totalidad de las víctimas por las que aquí se lo juzga, a
excepción de Daniel Hidalgo, Olga Silvia Souto Castillo y
Patricia Acevedo, quienes fueran asesinados directamente,
permanecieron cautivas en alguno de los centros clandestinos
de detención que funcionaron bajo el control operacional del
Ejército en Bahía Blanca, y en la mayoría de los casos fueron
interrogados bajo torturas, desarrollándose estos hechos
durante el tiempo que el imputado se encontraba en comisión en
esta ciudad”, estos extremos demuestran el “…aporte concreto
del condenado, es decir, la planificación y efectiva
disposición final de aquellas, sin dejar de señalar que el G-2
tenía un rol fundamental de asesoramiento al Comandante de la
Subzona 51 a la hora de decidir la puesta en libertad de un
detenido (V. PON 24/75, punto 9)”.
Como corolario, subrayaron que la responsabilidad del
incusado se fundaba en las constancias obrantes en su legajo
personal y en “…la profusa reglamentación militar a que [han]
hecho referencia en el curso del presente exordio, sus dos
reclamos administrativos del año 1980, y las testimoniales que
lo señalan como integrante de la compañía ‘antisubversiva’(V.
Declaración Carlos Alfredo Zoia, 30/11/2011), y como agente de
inteligencia del ejército (V. Declaración de María Claudia Re,
24/11/2011) y en las constancias del sumario del Consejo de
Guerra Letra 5J7 nro. 1040/7”.
Así entonces, coligieron que el encausado González
Chipont debía responder penalmente por “…los hechos que
tuvieron como víctimas a Guillermo Oscar Iglesias, Carlos
Carrizo, Sergio Ricardo Mengatto, Gustavo Fabián Aragón,
Gustavo Darío López, Alberto Adrián Lebed, Emilio Rubén
Villalba, Manuel Vera Navas, Vilma Diana Rial, Mirna Edith

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Sala II
Causa FBB
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“González Chipont, Guillermo Julio y
otros s/recurso de casación”

Cámara Federal de Casación Penal

Aberasturi, Daniel Osvaldo Esquivel, Eduardo Alberto Hidalgo


(HECHO I Y HECHO II), Pablo Victorio Bohoslavsky, Julio
Alberto Ruiz, Rubén Alberto Ruiz, Héctor Juan Ayala, José
María Petersen, Eduardo Gustavo Roth, Renato Salvador Zoccali,
Sergio Andrés Voitzuk, Néstor Daniel Bambozzi, Mario Rodolfo
Crespo, José Luis Gon, Juan Carlos Monge, Luís Miguel García
Sierra, Oscar José Meilán, Jorge Antonio Abel, Patricia Irene
Chabat, Oscar Amílcar Bermúdez, Carlos Samuel Sanabria, Alicia
Mabel Partnoy, Susana Margarita Martínez, Francisco Valentini,
Héctor Osvaldo González, Eduardo Mario Chironi, Julio
Argentino Mussi, Alberto Ricardo Garralda, Cesar Antonio
Giordano, Zulma Araceli Izurieta, Roberto Adolfo Lorenzo,
María Elena Romero, Darío José Rossi, Nancy Griselda Cereijo,
María Angélica Ferrari, Elizabeth Frers, Susana Elba Traverso,
Gustavo Marcelo Yotti, Ricardo Gabriel Del Río, Carlos Roberto
Rivera, Stella Maris Ianarelli, Carlos Mario Ilacqua, Andrés
Oscar Lofvall, María Graciela Izurieta, Fernando Jara, Luis
Alberto Sotuyo, María Eugenia González, Néstor Oscar Junquera,
Dora Rita Mercero, Raúl Ferreri, Graciela Alicia Romero, Raúl
Eugenio Metz, Néstor Alejandro Bossi, Olga Silvia Souto
Castillo, Daniel Hidalgo y Patricia Elizabeth Acevedo.
Ahora bien; debe señalarse que, con relación a las
críticas dirigidas a cuestionar la aplicación de la teoría de
“autor mediato” de Roxin al momento de analizar la
participación del encausado –planteo en el cual insisten en
esta instancia también las defensas de los restantes
imputados-, llevo dicho que para definir el régimen de autoría
y participación en estos casos “[l]a cuestión del dominio del
hecho no es otra cosa que la cantidad de intervención, es
decir, en el caso de sujetos que intervienen en la fase

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previa, la cuestión es en qué medida determinan el marco de la
ejecución, y, con ello, la ejecución misma, o, en el caso de
los ejecutores, la cuestión acerca del margen de configuración
que aun permite el marco. A cualquier interviniente le
incumbe, en cuanto miembro del colectivo, la ejecución en el
marco configurado para ella” (causa Nº 11515, caratulada:
“Riveros, Santiago Omar y otros s/ recurso de casación”; causa
Nº 15496, caratulada: “Acosta, Jorge Eduardo y otros s/
recurso de casación”, causa Nº 13733, caratulada: “Dupuy, Abel
David y otros s/ recurso de casación”, ya citadas
precedentemente, entre otras).
Ello por cuanto, de acuerdo a la organización de poder
de la estructura jerárquica, tuvieron el dominio de la
voluntad de quienes resultaban ejecutores, participando de
manera activa del plan criminal pergeñado desde la estructura
estatal, cuyo fin era el aniquilamiento sistemático de
personas a quienes llamaban “subversivas”. De tal suerte, los
cargos que poseían los imputados dentro de la mencionada
estructura de poder, era desde donde se ejercía el mando y
decisión de la ejecución del plan criminal, conforme las
órdenes emanadas de la Junta Militar.
En consecuencia, quienes resultasen los ejecutores
materiales de los crímenes aquí analizados, actuaron como
consecuencia de las órdenes impartidas por los superiores y
retransmitidas por las cadenas de mando hacia las respectivas
áreas.
En base a lo expuesto precedentemente, puede colegirse
que los cuestionamientos de la defensa en relación al rechazo
de la exclusión probatoria del expediente disciplinario y de
la declaración del Mayor Emilio Ibarra, a que la mera
dependencia orgánica al Departamento II de inteligencia no
probaba la responsabilidad del incusado en los hechos y a la
falta de prueba respecto de la pertenencia de González Chipont

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a la “Agrupación Tropas”, han sido oportunamente abordados por


el tribunal actuante, por lo que las críticas de la defensa no
logran conmover los sólidos argumentos expuestos por el
tribunal de juicio al respecto.
Ello por cuanto, el tribunal analizó de forma
conglobada tal como fue relevado supra, todos los elementos
que permitían corroborar los extremos por los que fue
condenado el encausado, tales como los testimonios de los
superiores, sus compañeros y las víctimas, su legajo personal,
los reclamos administrativos presentados por el encausado y la
profusa reglamentación militar, todo lo cual permitía
confirmar la responsabilidad del imputado en los hechos aquí
analizados, por lo que corresponde rechazar el recurso
interpuesto.
23º) Responsabilidad penal de Osvaldo Lucio Sierra.
a) Que en cuanto al análisis de la responsabilidad pe-
nal de Osvaldo Lucio Sierra, cabe resaltar en primer término
que el órgano jurisdiccional abordó integralmente las respon-
sabilidades penales de los integrantes del Destacamento de In-
teligencia 181, resaltando que aquella unidad técnica se en-
contraba asentada en el centro geográfico de Bahía Blanca, “en
pleno contacto con la sociedad civil, a diferencia del Depar-
tamento II que se ubicaba dentro del Comando Quinto Cuerpo de
Ejército…”; conforme lo ya desarrollado supra al analizar la
estructura general del V Cuerpo del Ejército. Entre ellos, no
solo el mencionado Sierra, sino también, Granada, Condal, Ta-
ffarel y Aguirre.
En este contexto, el a quo ponderó su legajo personal
del que surgía su intervención con “…el cargo de Mayor de
Caballería con aptitud especial de inteligencia (AEI)” y,

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entre otros destinos, desde diciembre de 1975 pasó a continuar
sus servicios al Destacamento de Inteligencia 181 y el 30 de
enero de 1976 pasa a desempeñarse en el Comando del V Cuerpo
del Ejército.
Repasó las diferentes comisiones en las que se había
desempeñado el incusado durante la época de los hechos y las
calificaciones obtenidas de sus superiores, destacando que
desde el 6 de diciembre de 1975 cumplió funciones en el
Destacamento de Inteligencia 181; el 30 de enero de 1976 se
desempeñó en el Comando Quinto Cuerpo de Ejército; desde el 16
de octubre de 1976 en el Comando V Cuerpo “como Jefe de la
División […] ‘Relaciones del Ejército’” y “Ayudante del
Comandante del V Cuerpo” hasta el 30 de octubre de 1977,
continuando sus servicios de “Comando en Jefe del Ejército en
Buenos Aires a partir del 31 de octubre de ese año…”.
En tal dirección, el órgano decisor explicó que “…el
Destacamento 181 actuaba en forma coordinada y conjunta con el
Departamento II, subordinado funcionalmente a éste último en
el marco del plan criminal”, por lo que el encartado “…fue el
eslabón de enlace entre ambos, revistando por un corto plazo
en el primero, para pasar a desempeñarse luego en el citado
Departamento”.
A su vez, se destacó en el instrumento sentencial que
“…la responsabilidad penal de Osvaldo Lucio Sierra se
fundamenta en haber intervenido en la llamada etapa de
señalización del blanco, haciendo circular en la Comunidad de
Inteligencia información y antecedentes de personas sindicadas
como elementos subversivos, en carácter de enlace entre el
Destacamento 181 y el Departamento II hasta el 16/10/1976, y a
partir de esa fecha como colaborador directo del Comandante
del V Cuerpo. Ello a punto tal de conocer el destino final de
las víctimas […]. El acusado era la persona a la que distintos
sectores de la sociedad civil, particularmente las autoridades

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eclesiásticas recurrieron para conocer el paradero de quienes


permanecían desaparecidos”.
Así también, los judicantes precisaron que “[e]ntre el
6 de diciembre de 1975 y el 30 de enero de 1976, estuvo
destinado en el Destacamento 181, […] cumplió funciones de
recolección de información sobre posibles ‘elementos
subversivos’, llevando un registro actualizado de
‘antecedentes’ de aquellos, distribuyendo esa información a
los integrantes de la Comunidad Informativa, y proveyendo
además personal para realizar interrogatorios en los centros
clandestinos bajo jurisdicción del Ejército”.
De tal modo, valoraron que “[e]l breve período
temporal en que Sierra prestara funciones en el Destacamento,
resulta relevante con relación a la imputación de los hechos
que tuvieron por víctimas a Daniel José Bombara, Laura Manzo y
María Emilia Salto. Tal como [han] referido en la materialidad
de los hechos, ha quedado acreditada la intervención de la
unidad de inteligencia en la señalización de las tres víctimas
como blancos a secuestrar”.
Repasaron asimismo los hechos que damnificaron a las
víctimas referidas y resaltaron que “…para la época de los
hechos Sierra se desempeñaba como Mayor (AEI), cargo que lo
colocaba por encima de Granada, Taffarel y Condal, con el
mismo grado militar que la segunda autoridad del Destacamento
(González)…”.
Por este andarivel, puntualizaron que “…el hecho de
que el acusado fuera calificado directamente por Adel E. Vilas
(Comandante de la Subzona 51) y Aldo Mario Álvarez (G-2) desde
el mismo día en que fuera destinado en el Destacamento 181,
permite tener por acreditado, a partir de distintos elementos

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probatorios que se desarrollan a continuación, que Sierra
ofició como enlace entre el Departamento II y el Destacamento
181”, lo que explicaba “…por qué el encausado mantenía
entrevistas con víctimas o sus familiares en el edificio donde
funcionaba el Destacamento 181, a pesar de estar destinado
orgánicamente en el Quinto Cuerpo de Ejército”. Adunaron
también que los casos del Suboficial Santiago Cruciani y
Norberto Eduardo Condal, quienes pertenecían orgánicamente a
una dependencia, pero al mismo tiempo se desempeñaban en otro
lugar.
En particular, los magistrados señalaron que “[c]omo
oficial de enlace entre el Destacamento y el Departamento II,
Osvaldo Lucio Sierra intervino en la señalización de blancos,
es decir, en la identificación de personas que podían estar
vinculadas al ‘enemigo subversivo’, y tomó parte en la
planificación de las operaciones militares que se llevaron a
cabo para secuestrarlas y colocarlas en los centros
clandestinos bajo jurisdicción del Ejército. Fue así que la
información que se obtenía producto de los interrogatorios
bajo aplicación de tormentos dentro de esos centros
clandestinos, fue utilizada por el Departamento II para
asesorar a los Comandantes de Subzona 51 y Zona de Defensa 5,
para determinar si las víctimas debían ser liberadas, pasadas
al sistema carcelario, o asesinadas haciendo desaparecer sus
cadáveres”.
De otra banda, resaltó el tribunal a quo la
declaración indagatoria prestada por el Coronel Aldo Mario
Álvarez, quien había atestiguado respecto al funcionamiento de
la unidad de inteligencia, quiénes se desempeñaban en los
diferentes cargos y cómo se obtenía y circulaba la
información.
En base a ello, se sostuvo en la sentencia que “…la
práctica sistemática de destrucción de la información después

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otros s/recurso de casación”

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de ser explotada, era la misma que se utilizaba en el


Destacamento 181, tal como detallaran los conscriptos […] Es
quizás esta la razón principal por la que [cuentan] con menos
documentos emitidos por el Departamento II o el Destacamento,
en el marco de la llamada ‘lucha contra la subversión’, a
diferencia de lo acontecido con los elementos de inteligencia
pertenecientes a otras fuerzas como la policía de la provincia
de Buenos Aires o la Prefectura…”.
Frente a este marco contextual, el a quo explicitó que
“…sin perjuicio de que Álvarez negara en todo momento que
existiera enlace alguno entre el Destacamento 181 y el
Departamento a su cargo, los dos mayores que integraban este
último durante el año 1976, tuvieron vinculación con la unidad
técnica de inteligencia”. Así entonces, destacó que el
encausado “…no sólo estuvo destinado en la orgánica del
Destacamento (06/12/1975-30/01/1976) según resulta de su
legajo personal, sino que durante el año 1976, ya habiendo
pasado a revistar al Departamento II, mantuvo entrevistas con
víctimas y familiares de estas en el edificio donde funcionaba
el Destacamento 181, en el centro de la ciudad de Bahía
Blanca”.
Por otro lado también los magistrados intervinientes
resaltaron “…los múltiples memorándums que [fueron] valorados
al [analizar] la materialidad de los hechos, que dan cuenta de
cómo circulaba la información vinculada a la lucha contra la
subversión entre el Destacamento 181 y el Departamento II, que
permite tener por acreditada la intervención activa de ambos
elementos de inteligencia en la estructura represiva de la
Subzona 51 y Zona de Defensa 5”; corroborado también en su
declaración por Julián Oscar Corres al sostener que “…el

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Destacamento 181 dependía funcionalmente del primero: ‘El
Departamento II Inteligencia era del escalón superior del
Destacamento. Según [aprendió] después los Departamentos de
Inteligencia generan las directivas y órdenes y el Comandante
se las imparte al Destacamento… no [conoció] la organización
pero era un lugar con poca gente, muy poca gente. Tres
oficiales, algún suboficial y algún soldado’”.
A su vez, se hizo hincapié en la sentencia recurrida
en el lugar que ocupaba Sierra en la estructura militar y se
señaló que “…según [surgía] del Libro Histórico del año 1977
del Comando Quinto Cuerpo de Ejército, el nombrado era el
tercer Mayor en jerarquía y antigüedad de todo el Comando,
debajo de Luís Alberto Farías Barrera y Arturo Ricardo
Palmieri, en un total de ocho (8) oficiales que detentaban
para la época ese mismo grado militar” y que, como ya se
apuntó, “…entre el 30/01/1976 y el 15/10/1976 el encausado se
desempeñó en la orgánica del Departamento II”.
Por otro lado, resaltó el a quo la Nota del Ejército
del 21 de julio de ese año, suscrita por el “Mayor Osvaldo
Lucio Sierra”, dirigida a la Sección Información de la
Prefectura Zona Atlántico y coligió al respecto que ésta
confirmaba “…la tesis acusatoria, en tanto Osvaldo Lucio
Sierra le solicitaba información al resto de los integrantes
de la Comunidad de Inteligencia, a los fines de poder
suministrar datos a los interrogadores que actuaban en el
centro clandestino ‘La Escuelita’, y lo hacía desde el
Destacamento 181, lo que permite corroborar no sólo su
carácter de enlace con el Departamento II, sino también la
intervención activa de ambas reparticiones en el intercambio
de información vinculada al ‘enemigo subversivo’”.
Sumado a ello, se relevaron en el instrumento
sentencial una serie de testimonios que “…ubicaban al
encausado en el edificio sito en el centro de la ciudad de

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Bahía Blanca, en calle San Martín al cien de la nomenclatura


catastral, donde funcionaba el Destacamento 181 en el año
1976, entrevistándose con víctimas y familiares de estas, a
pesar de que para la época revistaba en el Departamento II de
Inteligencia”.
En este sentido, los judicantes consideraron
conducentes los relatos de María Cristina Leiva, Daniel
Horacio Randazzo, Mario Orlando Dalhoff, Eliseo Ricardo Pérez,
Susana Margarita Martínez, Ricardo Horacio Gaitán, Eduardo
Bagur, Elsa Mussi y Oscar Domingo Azzi.
Al respecto, en primer lugar, hicieron referencia al
testimonio de Leiva, quien afirmó que luego de la detención de
su padre “a fines de abril, primeros días de mayo de 1976”,
fue derivado a “lo que después [supieron] era ‘la escuelita’”.
Y allí fue interrogado en presenta del incusado; a la vez que
añadió que “su padre fue citado al Destacamento de
Inteligencia, donde fue recibido por Sierra y se le informaron
cuáles eran las pautas de conducta que debía seguir, haciendo
saber que ella misma accedió a recibir en su domicilio al
encausado…” quien hizo referencia a la pérdida de su embarazo.
Cabe resaltar respecto de las críticas de la parte
recurrente en torno a la verosimilitud de este testimonio, el
órgano jurisdiccional confrontó los dichos de esta testigo con
los de su padre y coligió que “…no existen las incongruencias
o contradicciones que la Defensa pretende resaltar entre ambos
testimonios, más aún cuando advertimos que es la propia María
Cristina Leiva quien conoció personalmente al encausado, al
interesarse este último por la pérdida de su embarazo”.
Por otro lado, se ponderó también el elocuente
testimonio de Daniel Horacio Randazzo, quien recordó que luego

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del operativo organizado por el V Cuerpo de Ejército en el que
habían secuestrado a su familia, su padre se había
entrevistado con el encausado. En esa oportunidad, recordó el
declarante que le “…preguntó qué estaba pasando con [su] hijo
y [su] nuera, que [los] habían venido a buscar encapuchados” y
recordó que: “el mayor Osvaldo Lucio Sierra le dijo ‘usted es
buena gente, no es tiempo de militancia, dígale a su hijo que
me venga a ver a Inteligencia en Bahía, calle San Martín al
100’. [le] avisan, consulto con algunos compañeros qué hacer,
fui a San Martín 148, estaba la central de Inteligencia, con
escudo en la puerta. Había un colimba que me atendió con
uniforme. Preguntó por el mayor Sierra, al rato vino un señor
que se presentó como tal”.
Además, también se resaltó en el instrumento
sentencial que Randazzo recordó el diálogo que había tenido en
ese entonces con el encausado, en tanto él le había referido:
“’…para tomarle declaración a usted lo tengo que detener,
porque no es legal de otro modo’. ‘Bueno, deténgame’. ‘Bueno,
venga mañana a tal hora’. Voy al otro día, me hacen subir al
primer piso, me dice ‘Le vamos a tomar declaración, pero usted
nos tiene que prometer que si algún día le preguntan, dirá que
le tomaron declaración encapuchado, que estuvo varios días
alojado en un lugar que no sabía, que luego fue liberado en
Parque de Mayo, de noche y encapuchado.’ Cuando terminó la
declaración me dijo ‘no sé si no le va a pasar nada, pero
déjense de joder, la cosa no es con ustedes, déjense de joder
con la militancia, saludos a su padre… Estaba vestido de
civil, y el día de la declaración estaba con otro oficial, que
sería del mismo rango, vestido de militar, el escribiente era
un conscripto. Era todo un ambiente de oficinas militares,
mucha gente uniformada… Luego me lo he cruzado dos o tres
veces en el centro. Es más vi fotos de él en La Nueva

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Provincia, porque tuvo algún cargo en relaciones públicas, lo


vi uniformado”.
En lo atingente a la mencionada declaración
testimonial, el tribunal hizo especial hincapié en que “…la
recomendación que el acusado le habría realizado al testigo,
pues coincide con las medidas de contrainteligencia que
existían dentro de ‘La Escuelita’, y con la forma en que las
víctimas eran liberadas. Sierra conocía dichas medidas de
contrainteligencia, pues su pertenencia al Departamento II en
el marco de la lucha contra la subversión, permite acreditar
la injerencia del nombrado en todo lo que sucedía dentro del
centro clandestino” y que la identificación del imputado “…la
identificación de Sierra a través de una fotografía en el
diario local se condice con el nuevo destino que el acusado
tuvo a partir del 16 de octubre de 1976, como Jefe de la
División de Relaciones del Ejército en el V Cuerpo, lo que lo
convertía en una persona con exposición pública, conforme las
funciones que los reglamentos militares le asignan a dicho
Oficial”.
En particular, en torno al valor convictivo de este
testimonio, el órgano sentenciante de forma fundada desestimó
los deméritos formulados por la defensa y aseveró que el
testigo fue “claro” al identificar al encausado Sierra en tres
momentos: durante el interrogatorio de su padre el encausado
se identificó y le indicó que el testigo lo vaya a ver a la
sede de inteligencia; en la sede de San Martín del
destacamento 181 donde se presentó el testigo y el encausado
se identificó como Osvaldo Lucio Sierra y en la foto del
diario La Provincia.

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En la sentencia también se valoraron los dichos de
Mario Orlando Dalhoff, quien había atestiguado que luego de su
secuestro en marzo de 1977, su] madre y su tía “se contactaron
con un mayor Sierra, allegado al general Catuzzi, creo que era
jefe del Regimiento. Les dijeron que [lo] liberarían cerca de
Semana Santa, cosa que sucedió”. Cabe destacar, que, a partir
de ese relato, el a quo tuvo por acreditado que “…aún después
de pasar a desempeñarse como Jefe de la División de Relaciones
del Ejército, colaborador directo del Comandante del Quinto
Cuerpo Osvaldo René Azpitarte, a punto tal de que era
calificado únicamente por él, Sierra continuó vinculado al
manejo de información de las personas secuestradas en el marco
de la lucha contra la subversión, con conocimiento certero
sobre el destino final de las mismas”.
De seguido, los magistrados actuantes explicaron que
las declaraciones de Eliseo Ricardo Pérez y de Susana
Margarita Martínez –entre otras-, resultaban esclarecedoras
también respecto del conocimiento de Sierra sobre el destino
final de las víctimas secuestradas. Así, Pérez declaró que
mientras permaneció secuestrado en “La Escuelita” su padre
había recibido “…una carta en un determinado momento del Mayor
Sierra preguntando si [él era] hijo de él, y le dice que lo
único que puede hacer por mí es que aparezca con vida” y que
“…el acusado estuvo destinado con el grado de Mayor entre los
años 1973 y 1975 en la localidad de Olavarría, que se
encuentra ubicada aproximadamente a cincuenta kilómetros de
Azul. Se trata de un elemento objetivo que se puede corroborar
a partir del legajo personal de Osvaldo Lucio Sierra, que
torna verosímil el relato del testigo, el que da cuenta de la
influencia que el nombrado tenía sobre la estructura militar
en el marco del plan criminal, a la hora de determinar el
destino final de las víctimas…”.

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otros s/recurso de casación”

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Así también, Susana Margarita Martínez, Ricardo


Horacio Gaitán y Eduardo Bagur describieron cómo había sido el
derrotero familiar para conseguir la liberación de Martínez y
Gaitán y mencionaron al efecto que “…la nota a que hace
referencia el testigo Bagur, por medio de la cual el Arzobispo
Mayer le rogaba al Mayor Sierra que accediera a atender a los
familiares de las víctimas, se encuentra incorporada por
lectura al proceso. La misma está redactada en una hoja con
membrete del Arzobispado de Bahía Blanca, y en ella se
consigna: ‘Jorge Mayer saluda muy atentamente al Mayor Sierra
y se permite rogarle quiera atender al Ing. Eduardo J. Bagur
quien se interesa por sus cuñados Susana M. Martínez y Ricardo
M. Gaitán, quienes fueron detenidos en Viedma hace 8 días, y
según referencias estarían aquí en dependencias del Comando.
Quieren saber cómo están. ¿Podría informarles algo?
Agradecido, le reitera los saludos con todo respeto. Bahía
Blanca, Octubre 20 de 1977’”.
En similar sentido, los judicantes citaron las
declaraciones de Elsa Mussi y de Oscar Domingo Azzi, y
concluyeron que “…con los testimonios de Martínez, Gaitán,
Bagur y Elsa Mussi, [pueden] advertir que Sierra era la
persona a quien las autoridades eclesiásticas recurrían cuando
necesitaban información sobre alguna persona que se encontraba
desaparecida. Como veremos al analizar los reglamentos
militares que se ocupan de regular la función del Oficial Jefe
de la División de Relaciones del Ejército, esa función era
competencia del encausado” y que “…los testimonios valorados,
particularmente los de María Cristina Leiva, Mario Dalhoff,
Eliseo Pérez y Elsa Mussi permiten acreditar que Osvaldo Lucio
Sierra conocía el destino final de las personas secuestradas,

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sabía quiénes serían liberados y qué personas serían
asesinadas, ocultándose sus cuerpos para asegurar la
impunidad. En tal sentido, resulta determinante su pertenencia
a la orgánica del Departamento II hasta octubre de 1976, […]
dicho departamento contaba con la información que se utilizaba
en los cónclaves de la Comunidad de Inteligencia para decidir
la suerte de las personas secuestradas”.
Añadieron al respecto, que de los testimonios
brindados por las víctimas se desprendía que más allá de “…su
alejamiento de la orgánica del Departamento II, al pasar a
ocupar el cargo de Jefe de División de Relaciones del
Ejército, el encausado no permaneció ajeno a lo que sucedía en
los centros clandestinos bajo jurisdicción del Ejército y al
destino final de las víctimas…”.
Finalmente, a mayor abundamiento, hicieron referencia
a las funciones que los reglamentos militares asignaban al
Jefe de la División de Relaciones del Ejército y citaron in
extenso el RC-3-30, “Organización y Funcionamiento de los
Estados Mayores” y el reglamento RC-9-1 sobre “Operaciones
Contra Elementos Subversivos”.
En particular, en cuanto a la segunda normativa
citada, en la sentencia se resaltó que “…en su art. 4.003,
apartado d, destaca la necesidad de conservar el apoyo de la
población para el éxito de las operaciones en la lucha contra
la subversión, resultando fundamental en tal sentido el cargo
que Sierra desempeñó a partir del 16/10/1976 como Jefe de
Relaciones del Ejército. Ello explica que el acusado oficiara
como contacto con las autoridades eclesiásticas y otros
sectores de la sociedad civil, como vimos en los casos de
Julio Argentino Mussi y Susana Margarita Martínez” y que “En
el citado reglamento se hace constar que ‘la población
constituye el objetivo y el medio donde debe desarrollar su
acción la contrasubversión… en las operaciones

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“González Chipont, Guillermo Julio y
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contrasubversivas, la conducción debe estar orientada a


conservar o recuperar el apoyo de la población, ya que es éste
el objetivo de la subversión y el medio a través de la cual
lleva a cabo sus acciones”.
En este marco contextual, en cuanto al aporte concreto
del imputado en los acontecimientos sufridos por las víctimas,
el tribunal a quo remarcó que tal como había sido analizado al
desarrollar la materialidad de los hechos endilgados su
accionar se había manifestado “…en la señalización del blanco,
a partir de la identificación de las personas a secuestrar,
haciendo circular dentro de la comunidad de inteligencia los
antecedentes que las sindicaban como elementos subversivos”,
por lo que quedaba “…acreditada así la injerencia que Osvaldo
Lucio Sierra tenía sobre todo lo que acontecía en el centro
clandestino ‘La Escuelita’ (torturas –homicidios–
nacimientos), primero como integrante de la reducida orgánica
del Departamento II, y luego como colaborador directo del
Comandante de la Zona de Defensa 5”.
En base a todo lo expuesto, el tribunal actuante
concluyó que “…el encausado conocía el destino final de las
víctimas, a punto tal de llegar a garantizar a sus familiares
que aquellas se encontraban con vida, y en algunas ocasiones
hasta la fecha en que serían liberadas. […] Sierra era un
Mayor con aptitud especial de inteligencia, con superioridad
jerárquica y en antigüedad respecto a personas que detentaban
el mismo grado militar en el Comando, como Emilio Ibarra y
Hugo Jorge Delmé, ambos con comprobada participación en la
lucha contra la subversión; habiendo sido señalado por
distintas víctimas y familiares de estas como un integrante de

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la estructura militar con capacidad de conocer el destino
final de aquellas”.
Con base en el desarrollo precedente, respecto de los
planteos formulados por la defensa sobre los que insiste en
esta instancia relativos a que el encausado resultaba ajeno a
las actividades ilegales del departamento al que pertenecía,
los magistrados actuantes aseveraron que “…el hecho de que
Sierra no calificara en sus legajos personales a oficiales
como Corres o Sosa, con comprobada intervención en el centro
clandestino ‘La Escuelita’, no alcanza para excluirlo de la
estructura represiva, máxime cuando existen distintos
elementos de prueba que lo ubican en la misma (testimonios,
reglamentos, legajo personal)”. Adunaron que “…las
declaraciones valoradas, así como la nota remitida por Mayer
al acusado rogándole que recibiera a los familiares de
Martínez y Gaitán, dan cuenta de que su actuación distaba de
ser ‘meramente protocolar’, o la de un ‘agente de relaciones
públicas’ como pretende la defensa; pues la intermediación de
Sierra podía significar para las víctimas la posibilidad de
salir del ámbito clandestino donde permanecían secuestradas”.
En razón de lo expuesto en los párrafos precedentes y
desarrollado in extenso en el instrumento sentencial respecto
de la intervención del encausado Sierra, corresponde rechazar
los planteos de la defensa en estos puntos, toda vez que el
tribunal luego de un análisis integral del abundante acervo
probatorio existente, consideró que se encontraba demostrada
su intervención en los hechos imputados, por lo que los
cuestionamientos se revelan como meras discrepancias con lo
resuelto a su respecto.
Es que, de conformidad con lo señalado por el a quo,
“…su jerarquía y sobre todo las funciones que se comprobó
ejecutó, permiten atribuirle un dominio organizativo en la
estructura represiva del Comando Quinto Cuerpo, lo que

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“González Chipont, Guillermo Julio y
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constituye un aporte determinante en los hechos de los que se


lo acusa”, por los que debe responder como coautor penalmente
responsable de los secuestros, torturas y homicidios de los
que resultaron víctimas a Jorge Hugo Griskan, Raúl Griskan,
Liliana Beatriz Griskan, María Cristina Jessene, María
Felicitas Baliña, Héctor Furia, Braulio Raúl Laurencena,
Estrella Marina Menna, Hugo Washington Barzola, Eduardo
Alberto Hidalgo (HECHOS I Y II), Simón León Dejter, Claudio
Collazos, Estela Clara Di Toto, Horacio Alberto López, Héctor
Enrique Núñez, Gladis Sepúlveda, Elida Noemí Sifuentes, Mario
Edgardo Medina, María Cristina Pedersen, Víctor Benamo, Susana
Margarita Martínez, Rudy Omar Saiz, Orlando Luís Stirnemann,
Laura Manzo, María Emilia Salto, René Eusebio Bustos, Rubén
Aníbal Bustos, Raúl Agustín Bustos, María Marta Bustos, Nélida
Esther Deluchi, Daniel Bombara, Mónica Moran, Alberto Ricardo
Garralda, Ricardo Gabriel Del Rio, Juan Carlos Castillo, Pablo
Francisco Fornasari, Roberto Adolfo Lorenzo, Carlos Roberto
Rivera, Zulma Raquel Matzkin, Dora Rita Mercero, Luís Alberto
Sotuyo, Julio Argentino Mussi, Manuel Mario Tarchitzky, María
Graciela Izurieta y a su hijo/a nacida en cautiverio.
Sentado cuanto precede, corresponde colegir que el
tribunal a quo también en esta hipótesis realizó un
pormenorizado análisis de las pruebas producidas e
incorporadas al debate, para reconstruir la responsabilidad
penal del incusado Sierra, no logrando la defensa desvirtuar
la hipótesis incriminatoria.
En estas condiciones, no puede perderse de vista que,
más allá de lo que figuraba en los legajos personales respecto
a los distintos cargos y áreas a las que eran asignados, su
accionar excedía las funciones formales reglamentarias, más

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aún en el caso del personal de inteligencia. El caso de Sierra
no resulta la excepción, sino por el contrario un claro
ejemplo de que, de acuerdo a lo que las víctimas resaltaron
elocuentemente durante el debate, los sucesivos cargos que
cumplió en el Destacamento de Inteligencia 181, en el DII y
directamente para el Comandante del V Cuerpo del ejército
excedió un actuar legal, tal como pretende sostener la defensa
en el libelo recursivo.
Así también, las críticas de la defensa con relación a
que el cargo detentado por su asistido Sierra era “meramente
administrativo”, “sin poder de decisión o intervención en los
hechos que se le imputan”, se revelan parvos a la luz de la
copiosa prueba ya analizada.
En conclusión, la hipótesis ensayada por la parte
recurrente no logra conmover los argumentos expuestos por el
tribunal de juicio al tener por acreditada la participación
del imputado en los hechos por los que fue condenado y
constituyen meras discrepancias con la correcta evaluación
realizada por el tribunal a quo, omitiendo demostrar
presupuestos objetivos que abonen a su postura
desvinculatoria; lo que deriva el rechazo del remedio
casatorio.
b) Que restan abordar los agravios traídos por el re-
presentante del Ministerio Público Fiscal contra la decisión
del tribunal oral que calificó los hechos cometidos en perjui-
cio de Raúl, Jorge Hugo y Liliana Beatriz Griskan sólo bajo la
figura legal de privación ilegal de la libertad agravada, sin
dar siquiera respuesta a la acusación en lo relativo a la ca-
tegorización de aquellos acontecimientos endilgados a Sierra,
–entre otros-, también como imposición de tormentos agravados.
Así, se evidencia que en el apartado titulado “Hechos
Probados” de la sentencia en crisis, se describieron las
circunstancias que rodearon los hechos cometidos en perjuicio

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de estas víctimas (“Caso 30”) reconstruidos a partir de los


testimonios brindados por ellas y otros testigos que
compartieron cautiverio y dieron cuenta de las condiciones de
detención en las que permanecieron alojados en el Batallón de
Comunicaciones 181 (cfr. fs. 843/851 de la sentencia en
crisis).
Empero, al final de aquel apartado, el a quo se limitó
a concluir: “Los hechos encuentran subsunción en el tipo penal
de privación ilegal de la libertad, agravada por haber sido
cometida por un funcionario público con abuso de sus funciones
o sin las formalidades prescriptas por la ley y por mediar
violencias o amenazas” (fs. 851), omitiendo todo análisis –
insisto- en cuanto a la pretensión acusatoria que incluía la
subsunción de las conductas reprochadas a Sierra también bajo
la figura prevista en el art. 144 ter del CP.
En estas condiciones, se evidencia la arbitrariedad
denunciada por la parte recurrente, en tanto la decisión del
tribunal no sólo omitió dar respuesta a argumentos del
Ministerio Público Fiscal que resultaban conducentes para la
adecuada solución del sub lite (Fallos: 317:1583; 327:2273 y
sus citas, entre muchos otros); sino que además se apartó de
las constancias de la causa (Fallos: 341:427). Es que, de los
elementos de prueba producidos durante el debate, que el
propio tribunal reseña en el instrumento sentencial, surge de
manera prístina que los integrantes de la familia Griskan
fueron sometidos a graves aflicciones físicas y psíquicas
durante su encierro en el centro clandestino de detención,
bajo la órbita de Sierra.
En este sentido, los tormentos sufridos por estas
víctimas se encuentran acreditados a partir de los testimonios

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brindados por las propias víctimas. Entre ellos, el de Liliana
Beatriz Griskan, quien luego de narrar las circunstancias en
las que fue detenida, precisó: “…Estuve presa tres semanas, no
fui sometida a torturas físicas sino psicológicas, nos llamaba
el teniente coronel y nos decía: ‘si vos estuviste en un
organismo subversivo, hay que poner las barbas en remojo; si
no, estás salvada’” y que “[u]na vez cuando fui al baño un
teórico conscripto intentó manosearme”.
A su vez, del mismo relato surge que “[v]enían y nos
hacían jueguitos: ‘¿vos me viste a la mañana?’ ‘¿Fui yo quién
te interrogó?’ y cosas así” y que les dispensaban “[u]n trato
aparentemente cordial y sin embargo, sabían lo que estaba
ocurriendo: había un chico llamado Escudero y se lo llevaron
para matarlo. Es difícil determinar un trato cuando en la
superficie es de una manera, y uno sabe que la vida de uno
está en peligro en todo momento. Escudero era estudiante de
Filosofía”.
Por su parte, Jorge Hugo Griskan declaró sobre las
circunstancias de su detención y recordó: “Mi hermana fue
separada de mi padre y de mí. Nos llevaron a un lugar que
después me comentaron que era el gimnasio. Estuvimos juntos
con mucha gente conocida por pertenecer al mismo pueblo donde
nosotros desplegábamos nuestra actividad agropecuaria,
Algarrobo… En el transcurso de esas tres semanas, nosotros no
supimos absolutamente nada de mi hermana, […] nadie nos dijo
por qué estábamos ahí. A mi padre y a mí nos hicieron un
aparente interrogatorio a los 17 u 18 días de estar ahí. Nos
preguntaron por qué creíamos estar ahí. Por supuesto que
dijimos que no teníamos idea de por qué”. Agregó también: “Mi
hermana después por el relato de ella, […] sí fue maltratada
psicológicamente, no físicamente. Era visitada todas las
noches por el subteniente Alejandro Lawless, sin darse a
conocer. Ella era estudiante en la Universidad de Humanidades,

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una carrera conflictiva. Le hacía continuamente preguntas


sobre su vida de estudiante, era visitada asiduamente por él
en compañía de dos militares más” (se ha omitido el
destacado).
Pero a la vez, estas declaraciones deben ser sopesadas
de modo conglobado con otros testimonios que también dieron
cuenta de las paupérrimas condiciones de alojamiento de todos
los detenidos ilegales en distintos sectores: algunos de ellos
en un comedor en el que habían instalado cien camas, en
oficinas, pasillos, celdas o “en el gimnasio del Batallón”;
donde en muchas ocasiones permanecieron encapuchados y
sometidos a largas sesiones de torturas (vid. declaraciones de
Simón Dejter, Braulio Laurencena, María Felicitas Baliña y
Hugo Barzola, entre otros).
Frente al cuadro situacional descrito, si bien el
tribunal a quo consideró en otro pasaje del pronunciamiento
que “…de acuerdo a los testimonios colectados e incorporados
por lectura, las condiciones de encierro [en el Batallón de
Comunicaciones 181] distaban de ser las mismas de ‘La
Escuelita’…”; relevó también otras circunstancias que daban
cuenta de que las condiciones en las que permanecieron
privadas ilegalmente de su libertad estas víctimas también
configuraban tormentos agravados.
Es así que el tribunal a quo resaltó, además de lo
hasta aquí reseñado, el modo de alimentación (Gustavo López
dijo que la comida se la daban en un plato de metal y en unos
tachos iguales a los de La Escuelita) y que muchos cautivos
“estaban incomunicados con el exterior en habitaciones con
llave y candado…”. Agregó también que “…las víctimas
secuestradas en el Batallón de Comunicaciones 181 eran

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sometidas a interrogatorios (Petersen, Carrizo, López) y que
en ocasiones ello ocurría estando los prisioneros con los ojos
vendados (López, Petersen) y algunas víctimas especificaron
que para esto fueron conducidos a una oficina en el primer
piso (Petersen y Carrizo)”.
A su vez, tal como lo destacó el acusador público en
su libelo recursivo y lo había desarrollado ya durante los
alegatos finales, resulta relevante el rol de esta guarnición
militar que, además, funcionaba a corta distancia y de manera
coordinada con “La Escuelita”.
En estas condiciones, asiste razón al impugnante en
cuanto señaló que “[n]o se trata de soslayar las
circunstancias particulares que sufrieron cada una de [las
víctimas], sino de no recortar arbitrariamente sus privaciones
ilegales de la libertad, invisibilizando una de sus
características centrales: el modo en que eran tratadas
aquellas personas calificadas como ‘subversivas’ en el marco
del plan criminal y la suerte a la que se encontraban sujetas
su vida y su integridad física y mental”.
Desde estas condiciones, puede colegirse que la
responsabilidad del incusado por los tormentos sufridos por
estas víctimas -en calidad de coautor- se encuentran
acreditadas a partir de las gravosas circunstancias que
rodearon sus privaciones ilegales de libertad en el Batallón
de Comunicaciones 181 y, en este sentido, no empece aquella
categorización que el destino de los cautivos alojados en otro
centro clandestino de detención, en algunas hipótesis, haya
sido más riguroso.
En esta línea, apuntó acertadamente el representante
de la vindicta pública que el “…hecho de que las condiciones
de detención en el Batallón de Comunicaciones 181 no sean las
mismas que en el CCDyT ‘La Escuelita’ de Bahía Blanca […] no
se sigue necesariamente que las condiciones sufrida por las

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víctimas en la primera sede no sean aptas para configurar el


delito de tormentos” toda vez que “[l]as extremas condiciones
de un centro de cautiverio, no tienen influencia alguna para
determinar la atipicidad de las condiciones del otro” y que el
Batallón de Comunicaciones 181 era “…una unidad militar que
funcionaba a escasa distancia y de manera coordinada con ‘La
Escuelita’”.
Es que, tal como resaltó el acusador público en su
libelo impugnaticio, el órgano decisor omitió “…valorar
circunstancias fácticas conducentes y dirimentes acreditadas
en el debate, que demuestran que en todos los hechos imputados
se configuró [este] delito…” y varios testimonios que
resultaban determinantes a los efectos de acreditar la
situación que habían atravesado las mencionadas víctimas, en
particular en lo que se refiere al “modo en que eran tratadas
aquellas personas calificadas como ‘subversivas’ en el marco
del plan criminal y la suerte a que se encontraban sujetas su
vida y su integridad física y mental” durante sus cautiverios.
Finalmente, no puede soslayarse que el propio tribunal
de juicio reconoció que el incusado Sierra por el cargo y las
funciones de inteligencia que ostentaba dentro del plan
criminal, había sido una “pieza clave” durante la etapa de
“señalización del blanco”, “…haciendo circular en la Comunidad
de Inteligencia información y antecedentes de personas
sindicadas como elementos subversivos” en el enlace entre el
Destacamento 181 y el Departamento II y, posteriormente, como
“…colaborador directo del Comandante del V Cuerpo”; por lo que
las condiciones de detención y alojamiento en el mencionado
centro clandestino no escapaban de su conocimiento y dominio,
lo que se ve reforzado por el extenso acervo probatorio

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relevado en el instrumento sentencial.
En consecuencia, circunstancias como las descriptas en
los testimonios referenciados relativas a la penosa suerte que
corrían las personas cautivas por parte de las fuerzas
estatales en los diferentes centros clandestinos de detención
–de los que el Batallón de Comunicaciones 181 no fue una
excepción-, la incertidumbre sobre su destino y el de sus
familiares, en un contexto en el cual era conocido que
compañeros y familiares habían sido secuestrados,
desaparecidos y asesinados; la falta de atención médica
adecuada –agravada por la graves condiciones de detención a su
ingreso- y las características del alojamiento en las que
permanecían detenidas, resultan suficientes para tener por
configurado el delito de imposición de tormentos también en
las hipótesis de la familia Griskan, por el que Sierra deberá
responder en calidad de coautor, a la luz de lo establecido
por el órgano decisor con relación a los hechos por los que sí
lo condenó y en base a la propia descripción elaborada por el
tribunal de la figura típica en juego.
Al respecto, cabe resaltar lo considerado por el
propio órgano decisor en el apartado “6°) CALIFICACIÓN LEGAL Y
TIPOS PENALES APLICABLES. II. Tormentos” en que lo que refiere
a esta categoría legal puntualizó que “…el artículo 144 ter
del código penal, según ley n° 14.616 (BO 17.10.1958), pena al
funcionario público que impusiere, a los presos que guarde,
cualquier especie de tormento; e incrementa la consecuencia
penal, en el caso de que el sujeto pasivo sea un perseguido
político”. Y a la vez que añadió: “Al comentar el texto de la
mencionada ley, Soler se refería en general a la tortura como
‘…toda inflicción de dolores con el fin de obtener
determinadas declaraciones. Cuando esa finalidad existe, como
simple elemento subjetivo del hecho, muchas acciones que
ordinariamente podrían no ser más que vejaciones o apremios,

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se transforman en torturas…’ (SOLER, Sebastián (obra act.),


‘Derecho Penal Argentino’, 10° reimp., Tea, Buenos Aires,
1992, t. 4, p. 55)”.
A la vez, esta misma obra doctrinaria citada por el
tribunal en un siguiente pasaje, aclara: “Con todo, y aun
siendo ese el caso típico de torturas, al hacer referencia la
ley simplemente al acto de imponer cualquier especie de
tormento, admite la posible comisión de este delito con
independencia del propósito probatorio o procesal” y agrega “…
la calificación estará dada por la intensidad y por la
presencia de dolor físico o de dolor moral, pero no fundado ni
en la sola condición de detenido –en sí misma penosa- ni en la
pura humillación traída necesariamente por toda vejación o
todo apremio” (ibidem).
Ad eventum, resulta de aplicación también mutatis
mutandis lo desarrollado in re “Brusa” en torno a los alcances
del delito previsto en el art. 144 ter del Código Penal (Ley
N° 14.614, BO del 17/10/1958), a cuyos fundamentos en razón de
brevedad corresponde remitirse.
En definitiva, puede colegirse que la sentencia en
crisis ha partido de un análisis parcial del acervo probatorio
producido durante el debate, lo que evidencia entonces un
palmario apartamiento de las reglas de la sana crítica
racional e impone la descalificación del pronunciamiento como
acto jurisdiccional válido, conforme la doctrina del tribunal
cimero en materia de arbitrariedad (Fallos: 311:1438;
312:1150, entre otros).
De tal suerte, asiste razón al impugnante en cuanto a
que la decisión resulta arbitraria por la omisión de ponderar
elementos dirimentes y de responder planteos conducentes de la

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acusación en torno a la calificación legal escogida; más aún
cuando se lo analiza a la luz de lo relevado por el propio
tribunal en cuanto a la situación a la que fueron sometidas
estas víctimas, los elementos de prueba producidos durante el
debate y el análisis realizado respecto de la figura legal
pretendida.
Corresponde memorar que la exigencia de fundamentación
sirve no sólo a la publicidad y control republicano, sino que
también persigue la exclusión de decisiones irregulares o
arbitrarias y pone límite a la libre discrecionalidad del juez
(cfr. causa Nº 15496, caratulada: “Acosta, Jorge Eduardo s/
recurso de casación”, supra cit, entre tantas otras).
En estas condiciones, se impone anular parcialmente el
pronunciamiento definitivo en este extremo y, en las
particulares circunstancias de la especie, el dictado de una
sentencia condenatoria en esta instancia -sin reenvío- con
relación a Sierra por resultar coautor penalmente del delito
de imposición de tormentos agravados cometidos en perjuicio de
estas víctimas, tal como reclama el acusador público. Ello, de
conformidad con lo establecido en in re “Guglielminetti, Raúl
Antonio y Etchebarne, Juan Alfredo s/ recurso de casación”,
causa CFP 8405/2010/TO1/CFC21 de la Sala IV de esta Cámara,
rta. 5/6/23, reg. N° 715/23 –y sus citas-, como así también en
FMZ 361/2018/TO1/3/CFC1, caratulada: “Fernández Serione, Lucas
Emmanuel s/recurso de casación” de esta Sala II, rta.
23/5/2023, reg. N° 499/23.
Por todo ello, corresponde hacer lugar al recurso de
casación deducido por el representante del Ministerio Público
Fiscal en este punto, anular parcialmente el punto dispositivo
16 en cuanto condena a Osvaldo Lucio Sierra sólo por la
privación ilegal de la libertad agravada con relación a Jorge
Hugo Griskan, Raúl Griskan y Liliana Beatriz Griskan, y
condenarlo también por resultar coautor penalmente responsable

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del delito de imposición de tormentos agravados por ser las


víctimas perseguidas políticas, reiterado en tres
oportunidades que deberá concurrir de forma real con los demás
delitos por los que fue condenado (arts. 45, 55 y 144 ter
segundo párrafo del CP).
24º) Responsabilidad penal de Jorge Horacio Granada
Que, cabe ahora adentrarse en el análisis de los
agravios esgrimidos por la defensa de Jorge Horacio Granada
respecto de la atribución de responsabilidad de su asistido en
los hechos endilgados, que –cabe adelantar- serán
desestimados.
En la sentencia bajo estudio se tuvo por probado que
el encausado, el 4 de febrero de 1974 “…fue dado de alta en la
Escuela de Inteligencia de Campo de Mayo…” y que al finalizar
su formación el 13 de diciembre del año 1974 comenzó a prestar
servicios en el Destacamento de Inteligencia 181 de Bahía
Blanca “…siendo dado de alta en dicha unidad al día siguiente,
surgiendo de su legajo que para el 15/10/1975 continúa
desempeñándose como Jefe de Sección de Actividades Sicológicas
S”.
Así, el tribunal consideró que se encontraba
acreditado que “[a] partir del 1 de enero de 1976, el acusado
se desempeñó como Jefe de la Primera Sección Ejecución del
Destacamento 181, detentando el cargo de Teniente Primero de
Caballería con aptitud especial de inteligencia (AEI)” y que
“…continuó desempeñándose como Jefe de la Primera Sección
Ejecución del Destacamento de Inteligencia 181, siendo
ascendido al cargo de Capitán el 31/12/1976…” y recibiendo
“elogiosas calificaciones” por parte de sus superiores.

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Ahora bien, corroborado este extremo –que no ha sido
controvertido- y habiendo sido descriptas ya las funciones del
Destacamento 181 en el marco del plan criminal y la manera en
que actuaba en forma coordinada y conjunta con el Departamento
II, los judicantes fundamentaron la responsabilidad penal del
incusado aduciendo que tenía a su cargo “…reunir información
respecto a personas sindicadas como ‘elementos subversivos’,
valorarla, calificarla y elevarla al Jefe del Destacamento
181, Coronel Antonio Losardo, quien la ponía a disposición del
Comandante de la Subzona 51”.
En ese sentido, resaltaron que “[e]sa información era
utilizada para ‘señalar blancos’ en toda la Zona de Defensa 5,
toda vez que de acuerdo a lo establecido en la Directiva
404/75, el Destacamento donde revistaba el encausado estaba
asignado a dicha Zona de Defensa en el marco de la 'lucha
contra la subversión'” y que además la mencionada información
“…fue utilizada para secuestrar y llevar adelante los
interrogatorios bajo aplicación de tormentos dentro de los
centros clandestinos bajo jurisdicción del Ejército, y decidir
el destino final de Sepúlveda, Sifuentes, Gon, Ferreri, Metz y
Romero”.
Así, los magistrados consideraron que Granada, “…en su
carácter de Jefe de la única Sección de Ejecución que existía
dentro del Destacamento al tiempo de los hechos, tuvo a su
cargo reunir la información vinculada a personas sindicadas
como ‘elementos subversivos’, establecer la importancia de la
misma, calificarla y elevarla al Jefe de la Unidad”.
Por otro lado, el a quo relevó la prueba documental
incorporada al debate y destacó que “…durante los años 1976 y
1977 se distribuía la producción de inteligencia valorizada en
los términos expuestos por Vilas dentro de la Comunidad
Informativa respecto a operativos realizados por las distintas
fuerzas, recibiendo además el Destacamento 181 nóminas de

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Causa FBB
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“González Chipont, Guillermo Julio y
otros s/recurso de casación”

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personas buscadas con orden de captura', acusadas de integrar


'organizaciones subversivas', incluyéndose fotografías de las
mismas que luego engrosaban los archivos y carpetas que se
elaboraban en dicha unidad”.
De tal modo, en la sentencia se estableció que el
incusado “…era un Oficial, que al tiempo de los hechos detentó
sucesivamente los cargos de Teniente Primero y Capitán. Se
trataba de un Oficial con aptitud especial de inteligencia
(AEI), y si bien no existen elementos que lo sindiquen como
interrogador o lo ubiquen dentro del centro clandestino por
donde pasaron las seis víctimas por las que viene acusado, lo
cierto es que se ha comprobado que intervino en las tareas que
ejecutaba el Destacamento de Inteligencia 181”.
Además, se afirmó que la sección a cargo de Granada no
sólo intervino “en la señalización del blanco, sino que
también lo hizo en la determinación del destino final de las
víctimas”.
En ese sentido, concluyeron los judicantes de los
testimonios de las víctimas que permanecieron alojadas en el
centro clandestino conocido como “La Escuelita” de Bahía
Blanca surgía que “…eran interrogadas mediante la aplicación
de tormentos utilizando información que se encontraba
registrada en el Destacamento 181, la que era reunida y
valorada por la Sección a cargo de Granada. De igual manera,
producto de esos interrogatorios se obtenía nueva información
que era almacenada en la mencionada unidad de inteligencia, y
que servía para determinar el destino final de las víctimas”.
En cuanto al aporte concreto del imputado, valoraron
además que “…en la ‘selección del blanco’, al revistar como
Oficial, Jefe de la Sección de la Unidad que tenía a su cargo

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el manejo de un registro de antecedentes de individuos
sindicados como ‘elementos subversivos’ que debían ser
‘aniquilados’. Esas nóminas de personas buscadas, con
‘información valorada’ (de acuerdo a la función asignada al
Destacamento por el RC 16-5, art. 3.007) resultó ser
determinante en el desencadenamiento del derrotero de los
hechos ilícitos que concluyeron con el secuestro y los
tormentos que sufrieran las seis víctimas, y la desaparición
física de tres de ellas (Ferreri, Romero y Metz)”.
A partir de las pruebas ponderadas, tanto documentales
como testimoniales extensamente desarrolladas en la sentencia
recurrida, los jueces determinaron la materialidad de los
hechos y entendieron que las víctimas por las que Granada fue
condenado en el sub lite se correspondían con aquellas
secuestradas fuera de la Subzona 51, pero que sin embargo esta
circunstancia no podía “…eximir de responsabilidad al
encausado, toda vez que su aporte se produce antes de que se
materialicen las privaciones de la libertad, al proveer
información a la estructura militar para ‘identificar
blancos’; durante el tiempo que aquellas permanecen en los
centros clandestinos bajo jurisdicción del Ejército, donde son
torturadas e interrogadas por personal bajo dependencia
directa de Granada, quien […] calificara a Cruciani; y
finalmente en la determinación del destino final de los
secuestrados, pues la información que obraba en el
Destacamento 181 era utilizada para decidir quién sería
liberado, puesto a disposición del PEN, ingresado a un
establecimiento carcelario o asesinado”.
En base a ello, el tribunal de juicio tuvo por
acreditado que el encausado “…tomó parte en la ejecución y su
aporte ha sido determinante en los hechos de los que se lo
acusa” en calidad de coautor, de los delitos cometidos en
perjuicio de Gladis Sepúlveda, Elida Noemí Sifuentes, José

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Luís Gon, Raúl Ferreri, Raúl Eugenio Metz y Graciela Alicia


Romero.
De esta forma, y a partir del análisis realizado en
los párrafos precedentes, se colige que la sentencia se
encuentra debidamente fundada, habiendo alcanzado el grado de
certeza exigido para esta etapa procesal, a partir de un
razonamiento lógico derivado del análisis de los numerosos
elementos de prueba producidos e incorporados durante el
debate, por lo que habrán de desestimarse los planteos que
involucran un disenso en la valoración de la prueba respecto
de su intervención en los hechos por los que fue juzgado y la
intervención de éste dentro de la estructura miliar,
reeditados por la defensa en su impugnación. Es que, en todos
los extremos de sus agravios reformuló aquellos
cuestionamientos que originalmente desarrolló en contra de la
acusación y que ya han sido abordados y respondidos en el
instrumento sentencial.
En particular, en derredor a los cuestionamientos de
la defensa relativos a que el destacamento al que pertenecía
su asistido “no era orgánico del Comando del V Cuerpo de
Ejército” y estaba fuera de la cadena de mando, se evidencia
que este planteo fue debidamente respondido –y descartado- por
el tribunal de juicio toda vez que realizó un profuso estudio
de la estructura represiva montada en la Zona de Defensa 5
(cfr. fs. 1501 y ss. de la sentencia recurrida) y cómo estaba
inserta la unidad en dicha organización, extremo que también
fue analizado supra más al tratar las responsabilidades de sus
consortes.
Por consiguiente, las críticas esbozadas por la parte
recurrente resultan una reedición de aquellas presentadas ante

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el a quo y revelan un análisis fragmentario y
descontextualizado del acervo probatorio ponderado, por lo que
la desvinculación del imputado por estos acontecimientos que
ensaya la asistencia no alcanzan a demostrar el defecto de
fundamentación que se plantea.
Es que, en definitiva, a partir de la prueba ponderada
ha quedado demostrado que Granada poseía dominio en los hechos
juzgados al intervenir en la delimitación del marco de
ejecución que permitió llevar a cabo los sucesos cometidos
contra las víctimas. El plexo convictivo resulta concluyente
en exhibir cuál fue el rol fundamental del acusado en el
engranaje represivo ya descripto.
Así entonces, la impugnación incoada deberá
desestimarse también en este extremo.
25º) Responsabilidad penal de Norberto Eduardo Condal
Que ingresando en el análisis de los agravios traídos
por la defensa de Norberto Eduardo Condal, liminarmente cabe
resaltar que se tuvo por acreditado que el 26 de diciembre de
1974, fue dado de alta en la Escuela de Inteligencia de Campo
de Mayo y que con fecha 12 de diciembre de 1975, pasó a
continuar sus servicios en el Destacamento de Inteligencia 181
de Bahía Blanca; “…consignándose en la calificación del año
militar (15/10/1976) que continúa en la Primera Sección
Ejecución de esa unidad”.
En ese sentido, el tribunal resaltó las materias del
Curso N° 5 de Técnico en Inteligencia que realizó el encausado
y que hicieron a la formación de Condal con anterioridad a su
llegada a Bahía Blanca, “por guardar relación directa con las
tareas que pasó a desarrollar en la Primera Sección Ejecución
del Destacamento”, como “ser contrainteligencia y actividades
especiales de inteligencia, inteligencia, actividades
psicológicas, inf. político social, Inf. Ideológica

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Totalitaria, técnicas especiales, información geográfica,


interpretación de imágenes, criptografía, entre otras”.
A su vez, se tuvo por acreditado en la sentencia que
“[d]urante el período 1975/1976, detentando el cargo de
Teniente Primero de Comunicaciones, con aptitud especial de
inteligencia (AEI), por las tareas desarrolladas en el
Destacamento de Inteligencia 181, el encausado fue calificado
por los sucesivos Jefes del Destacamento 181 […y] el 18 de
octubre de 1976 el acusado pasó a desempeñarse en ‘comisión’,
al Departamento II de Inteligencia del Quinto Cuerpo de
Ejército” y que “El 13/01/1978 regresó de su comisión en el
Departamento II, para desempeñarse como Jefe de la Segunda
Sección Ejecución del Destacamento 181 […] continuando en el
cargo hasta 18/03/1979 que ‘pasa a continuar sus servicios en
la escuela superior de guerra, como cursante del curso RC-010
Básico de Comando’ en Buenos Aires…”.
Corroborado este extremo, a la luz de lo ya analizado
respecto del rol del Destacamento 181 en el marco del plan
criminal y su coordinación con el Departamento II, los
judicantes fundamentaron la responsabilidad penal de Condal en
los hechos juzgados.
En efecto, entendieron que su intervención criminal se
circunscribió a “…la etapa previa al secuestro de las
víctimas, como Oficial destinado en la Primera Sección
Ejecución del destacamento 181, donde se reunía, valoraba y
calificaba la información vinculada a personas sindicadas como
elementos subversivos; y al tiempo de materializarse las
detenciones ilegales de Ferreri, Romero y Metz, y su paso por
los centros clandestinos bajo jurisdicción del Ejército,

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desempeñarse como Oficial ‘en comisión’ en el Departamento II
de Inteligencia del Comando V Cuerpo”.
Por ello, el tribunal a quo se remitió a lo analizado
al momento de expedirse sobre la responsabilidad del
coimputado Granada respecto al rol que cumplía la Primera
Sección del Ejecución del Destacamento 181 y destacó que el
imputado Condal, prestó funciones en el Destacamento 181, como
Oficial Teniente Primero (AEI) en la misma Sección que
Granada, con el mismo grado militar, a pesar de que este
último se desempeñaba como Jefe de la Sección, y que “…durante
todo ese tiempo el encausado desarrolló las mismas tareas
tendientes a ‘identificar blancos’, entre los que se
encontraban las víctimas”.
Así, advirtió que Condal “…tenía acceso al registro de
información que llevaba el Destacamento 181” y que “…también
respondía pedidos de remisión de antecedentes que realizaban
otros integrantes de la Comunidad Informativa”.
De otra banda, resulta relevante destacar que a partir
de los testimonios de Eduardo Ferreri y Luis Carlos Metz, los
magistrados actuantes consideraron que se encontraba
acreditado que “…si bien las tres víctimas fueron secuestradas
fuera de la jurisdicción de la Subzona 51, tanto Ferreri, como
Romero y Metz, se vieron obligados a radicarse en Neuquén y
Cultra-co respectivamente, con motivo de la persecución que
sufrían en Bahía Blanca” y que “…previo a que se
materializaran sus detenciones en jurisdicción de la Subzona
52, existió un proceso de señalización del blanco en el que
intervino Condal como integrante de la Sección Primera
Ejecución del Destacamento 181. De tal manera, previo a pasar
en comisión al Departamento II de Inteligencia, el encausado
intervino en la identificación de las víctimas como ‘elementos
subversivos’ que debían ser aniquilados”.

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Además, relevaron que al momento de producirse sus


secuestros “Condal se encontraba desarrollando tareas ‘en
comisión’ en el Departamento II de Inteligencia del Quinto
Cuerpo de Ejército [y que] resulta fundamental apuntar que
también cumplió servicio ‘en comisión’ en dicho departamento
Julián Oscar Corres, quien fuera identificado por distintos
testigos-víctimas con el alias ‘Laucha’, como uno de los
torturadores e interrogadores que operaban dentro del centro
clandestino”.
Sumado a ello, destacó el a quo que durante el período
en el que las víctimas permanecieron secuestradas en “La
Escuelita” de Bahía Blanca el acusado “…también revistó en
comisión en el Departamento II de Inteligencia el encausado
Guillermo Julio González Chipont…” y que en el ya mencionado
“…reclamo administrativo iniciado por González Chipont […] del
año 1979” el imputado es identificado “…con el grado militar
de Capitán, como ‘personal superior’ que puede avalar la
intervención de González Chipont en el aniquilamiento de
distintas víctimas cuyos casos son juzgados en las presentes
actuaciones…”.
Así entonces, los judicantes concluyeron que el citado
documento les permitía confirmar también que “…Norberto
Eduardo Condal […] estaba abocado a la ‘lucha contra la
subversión’ al tiempo de los hechos por los que viene acusado,
y que intervenía en la última etapa del iter criminis. En el
caso de Ferreri, Romero y Metz, esa etapa de disposición final
consistió en la desaparición física de los nombrados”.
En este marco contextual, en la sentencia se coligió
que el aporte del incuso se produjo “…antes de que se
materialicen las privaciones de la libertad, al proveer a la

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estructura militar información para 'identificar blancos';
durante el tiempo que las víctimas permanecen en los centros
clandestinos bajo jurisdicción del Ejército (proceso de
extracción de información) y, finalmente, en la determinación
del destino final de los secuestrados”.
En virtud de los elementos analizados, el a quo
concluyó que Condal debía responder en carácter de coautor de
los hechos que tuvieron como víctimas a Raúl Ferreri, Raúl
Eugenio Metz y Graciela Alicia Romero.
Ahora bien; respecto de los cuestionamientos de la
defensa con relación a que el destacamento al que pertenecía
su asistido no era orgánico del Comando del V Cuerpo de
Ejército y estaba fuera de la cadena de mando, ello ya ha sido
abordado al analizar la responsabilidad del coimputado
Granada, por lo que –en razón de brevedad- corresponde
remitirse a lo allí analizado.
En consecuencia, cabe colegir que la sentencia se
encuentra debidamente fundada, y se ha realizado un
razonamiento lógico derivado del examen de los elementos de
prueba producidos e incorporados durante el proceso, que
descartan las alegaciones desvinculatorias de la parte
impugnante y que llevan al rechazo del remedio procesal.
26º) Responsabilidad penal de Carlos Alberto Taffarel.
Con relación a Carlos Alberto Taffarel, el tribunal de
juicio luego de describir profusamente su carrera militar en
los años anteriores al período aquí juzgado y con el fin de
contextualizar su accionar en los acontecimientos reprochados,
resaltó que “…durante el período 1975/1976, con el cargo de
Teniente Primero de Artillería, por las tareas desarrolladas
en el Destacamento de Inteligencia 181, el encausado fue
calificado por los sucesivos Jefes del Destacamento 181…” a la
vez que destacó las elogiosas calificaciones que constaban en
su legajo.

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Sumado a ello, refirieron los judicantes que “…desde


el 16 de octubre de 1976, continuó desempeñándose como Jefe de
la Sección Actividades Sicológicas ‘Secretas’ del Destacamento
de Inteligencia 181, siendo ascendido al cargo de Capitán el
31/12/1976…” y “como Jefe de la Primera Sección Ejecución a
partir del 1 de marzo de 1978 […], acumulando esa función con
la de Jefe de Sección de Actividades Sicológicas ‘S’ desde el
18 de abril de ese año […] quedando solamente a cargo de la
primera sección a partir del 05/03/1979, según resulta de los
informes de calificación de los años militares 1977/78 y
1978/79. Finalmente, el 24/01/1980 ‘pasa a continuar sus
servicios a la escuela superior de guerra, como cursante del
RC-010 Básico de Comando’”.
En este marco, ya habiendo sido descriptas las
funciones del destacamento 181 en el marco del plan criminal,
fundamentaron la responsabilidad penal del encausado Taffarel
“…en haber tenido a su cargo planificar las operaciones
sicológicas previas al secuestro de las víctimas en base a
información que las sindicaba como ‘elementos subversivos’, y
que obraba en el registro del Destacamento 181. Asimismo, esas
operaciones continuaron mientras aquellas eran sometidas a
interrogatorios bajo aplicación de tormentos dentro de los
centros clandestinos bajo jurisdicción del Ejército, y en la
etapa final del cautiverio, al decidirse la disposición final
(desaparición física o ingreso al sistema carcelario)”, y
destacaron que éste no resultaba ajeno a utilización de la
información que circulaba en el marco de la Comunidad
Informativa.
Por otro lado, destacaron que “…la Sección a cargo del
encausado existía en la orgánica del Destacamento 181, lo que

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se encuentra acreditado con el legajo personal de Víctor Raúl
Aguirre, quien también fuera destinado a la sección de
Actividades Sicológicas Secretas, inicialmente como Auxiliar y
después como Encargado. En tal sentido, es Carlos Alberto
Taffarel, quien calificó a Aguirre e incluso le impuso una
sanción por incumplir obligaciones vinculadas a las tareas que
se desempeñaban en la sección…” y citaron al efecto el “…ANEXO
3 (ACCIÓN SICOLÓGICA) A LA DIRECTIVA DEL COMANDANTE GENERAL
DEL EJÉRCITO N° 404/75 (LUCHA CONTRA LA SUBVERSIÓN)”.
En este andarivel, el tribunal a quo explicitó que el
incuso era un oficial con “aptitud especial en inteligencia” y
que “…si bien no existen elementos que lo sindiquen como
interrogador, lo cierto es que cumplía con las aptitudes para
desarrollar las tareas que ejecutó el Destacamento de
Inteligencia 181. Se trata de una característica que hemos
advertido al referirnos a todos los acusados que revistaron en
dicha unidad (Granada, Condal y Aguirre), pues los testimonios
que dan cuenta del paso de las seis víctimas por el centro
clandestino ‘La Escuelita’, acreditan la existencia de medidas
de contrainteligencia (tabique o vendas en los ojos), que en
muchas oportunidades pudieron ser burladas por los detenidos,
llegando así a poder identificarse entre ellos, e incluso
también a sus interrogadores”.
Aunado a ello, los magistrados destacaron que otros
oficiales del Departamento II “fueron identificados como
interrogadores y torturadores que operaron en el mencionado
centro clandestino” y que “la falta de reconocimiento por
parte de los testigos víctimas de otros interrogadores en el
lugar, no permite desvincular a Taffarel del centro
clandestino ‘La Escuelita’, pues hemos visto que el PON 24/75
coloca en cabeza del Destacamento 181 el control del lugar”.
De otra banda, relevaron las diferentes directivas
militares respecto de las “operaciones sicológicas”, y

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concluyeron al respecto que ellas resultaban demostrativas de


que “a partir de información y antecedentes que se obtienen
producto de tareas de inteligencia, se eligen los blancos de
operaciones sicológicas, y de qué manera se va planificando
una operación. Es así que se va delineando la interrelación
necesaria y constante entre los elementos de inteligencia y de
operaciones sicológicas, los cuales se encontraban reunidos en
el Destacamento 181, así como en su contacto directo con el
Departamento II”.
Frente a éste marco situacional, se advirtió en la
sentencia que el acusado en su carácter de Oficial a cargo de
la Sección pertinente del Destacamento 181, de acuerdo a lo
establecido por los reglamentos militares, planificó “…con
anterioridad al secuestro las víctimas (selección del blanco),
durante la permanencia de estas en centros clandestinos de
detención, y con posterioridad a la disposición final de
aquellas (traslado a unidad penitenciaria o desaparición
forzada)”.
De este modo, y luego del análisis de la prueba
ponderada, los magistrados actuantes concluyeron que “[l]as
operaciones sicológicas no se realizan sobre la marcha, sino
que deben ser planeadas con anterioridad a su ejecución
operativa, lo que necesariamente conlleva una conexión directa
con tareas de inteligencia” y que “[t]eniendo en cuenta la
especificidad de los reglamentos citados, [podían] establecer
que Taffarel utilizó la información que obraba en el registro
del Destacamento 181, particularmente los antecedentes de las
seis víctimas por las que viene acusado, para planificar las
operaciones sicológicas que se ejecutaron a partir del
secuestro de aquellas, durante su permanecía en los centros

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clandestinos bajo jurisdicción del Ejército, y después de
determinarse el destino final de las mismas, que en los casos
de Raúl Ferreri, Raúl Eugenio Metz y Graciela Alicia Romero,
consistió en su desaparición física”.
En este punto, resaltaron que con relación a “…Gladis
Sepúlveda y Elida Noemí Sifuentes, [contaban] con los
documentos que acreditan que el Destacamento 181 era informado
respecto al ingreso y egreso de las mismas a las distintas
unidades penales, lo que nos permite tener por acreditado que
dicha unidad de inteligencia debía mantener actualizados los
antecedentes que obraban en su registro” y que respecto a “…la
situación particular de José Luís Gon, quien fuera secuestrado
y torturado inicialmente en la localidad de Posadas por
Santiago Cruciani y Víctor Raúl Aguirre, y trasladado luego a
Bahía Blanca donde sería ingresado al centro clandestino ‘La
Escuelita’”.
Esta circunstancia permitió tener por cierto que “…
Carlos Alberto Taffarel tenía injerencia directa en el centro
clandestino, pues Aguirre dependía directamente de aquel,
revistaba en la Sección a su cargo y era calificado por el
encausado”.
A su vez, adunó el a quo que “…la información que se
obtenía de las víctimas mediante la aplicación de torturas
mientras permanecían cautivas en ‘La Escuelita’, servía para
abastecer el registro que administraba el Destacamento 181, y
que Taffarel podía utilizar para planificar las operaciones
sicológicas que demandara la ‘lucha contra la subversión’”.
A partir de las diferentes pruebas ponderadas, los
jueces sentenciaron que “…el aporte del acusado aparece en la
‘selección del blanco’, planificando las operaciones
sicológicas que debían comenzar a desarrollarse con
anterioridad al secuestro de las personas sindicadas como
‘elementos subversivos’ que debían ser ‘aniquilados’, cuyos

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antecedentes obraban registrados en la citada unidad de


inteligencia” y que “…como Jefe de Sección del Destacamento
181, el imputado conoció y participó en los actos previos a la
decisión del destino final de las víctimas. En este orden, fue
determinante en la decisión de hacer efectiva la desaparición
física de Raúl Ferreri, Raúl Eugenio Metz y Graciela Alicia
Romero, y de mantener con vida a Gladis Sepúlveda, Elida Noemí
Sifuentes y José Luís Gon, quienes ingresaron al sistema
carcelario”, hechos por los que debía responder en calidad de
coautor.
Así las cosas; sentado cuanto precede corresponde
adelantar que el recurso de la defensa no tendrá favorable
acogida, toda vez que del análisis supra realizado se
desprende que el tribunal de juicio realizó un examen
exhaustivo del acervo probatorio para concluir con la
responsabilidad penal del incusado Taffarel, por lo que las
críticas del impugnante se revelan como meras reediciones de
aquellas presentadas durante el juicio y no logran demostrar
la arbitrariedad denunciada.
En particular, respecto al agravio defensista con
relación a que la unidad a la que pertenecía su asistido no
era orgánica al Comando del Quinto Cuerpo del Ejército,
corresponde remitirse a lo analizado especialmente al atender
idéntico agravio con relación a Granada.
En suma, cabe redundar que en la sentencia se analizó
el rol del acusado dentro del plan criminal y se tuvo por
acreditada su participación en la estructura clandestina en la
época en que se sucedieron los hechos que le son reprochados,
por lo que las críticas de la defensa con relación a la
valoración probatoria resultan también en esta hipótesis meras

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reediciones de argumentos ya planteados ante el tribunal, por
lo que corresponde rechazar el recurso en trato.
27º) Responsabilidad de Víctor Raúl Aguirre
Que, de seguido, con relación a la responsabilidad
penal de Víctor Raúl Aguirre al igual que con relación a los
demás consortes de causa, el a quo analizó detalladamente la
carrera del incusado dentro del Ejército, destacando al efecto
que “Según el informe de calificación del año 1972/1973 de su
legajo personal, el 1 de diciembre de 1972, en calidad de
Sargento de Artillería, y luego de egresar como 'Técnico del
Servicio Geográfico'” y que su formación como suboficial de
inteligencia continuó a partir del 9 de enero de 1973 en la
SIDE.
En particular, durante el período en el que tuvieron
lugar los hechos que forman parte de la acusación, Víctor Raúl
Aguirre se desempeñó como Sargento Primero de Artillería en la
sección “Operaciones Sicológicas Secretas” del Destacamento de
Inteligencia 181 de Bahía Blanca, primero en calidad de
Auxiliar y luego como encargado de dicha sección.
En ese sentido, el a quo ponderó que fue calificado
por Carlos Alberto Taffarel, Antonio Losardo y Luis Alberto
González, obteniendo siempre “los puntajes máximos y elogiosas
calificaciones”.
Además, se justipreció que en su Legajo Personal
obraba un informe del cual resultaba “…una comisión de
servicio a la ciudad de Posadas […] que permite acreditar que
el encausado junto a Santiago Cruciani, quien también
integraba el Destacamento 181 y registra en su legajo una
comisión a dicha localidad para la misma época, intervino en
el secuestro y torturas de José Luís Gon en aquella localidad,
así como en su traslado a Bahía Blanca, donde sería ingresado
al centro clandestino ‘La Escuelita’”.

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Por otro lado, los magistrados detallaron que el


incusado Aguirre “…continuó desarrollando tareas en el
Destacamento de Inteligencia 181, hasta que el 22 de noviembre
de 1983 pasó a continuar sus servicios al Batallón de
Inteligencia 601 […] como Sargento Ayudante, lo que indica
evidentemente que estaba capacitado para cumplir tareas
específicas de inteligencia”.
Luego de enmarcar temporalmente la carrera del
imputado dentro del Ejército, los judicantes ponderaron
nuevamente las disposiciones reglamentarias ya analizadas al
tratar la responsabilidad penal del coimputado Taffarel que
les permitieron verificar el aporte concreto de Aguirre, toda
vez que éste se desempeñó bajo la dirección directa de aquél y
en la sección a su cargo.
Aunado a ello, también hicieron hincapié en que “…los
conocimientos adquiridos por el condenado como técnico
geográfico y técnico de Inteligencia, tienen una incidencia
fundamental en la etapa inicial o de selección del blanco, así
como en la etapa operativa. Concretamente, lo que podría
conceptualizarse como una función aséptica, técnica o
burocrática, en el contexto de un plan sistemático represivo y
teniendo en cuenta las cualidades que se le asigna en los
reglamentos que venimos analizando, adquiere relevancia
penal”.
De ese modo, el tribunal actuante señaló que el
imputado Aguirre “…no sólo reunía las aptitudes necesarias
para actuar como interrogador y revistaba en la unidad de
inteligencia que tenía asignada dicha función de conformidad a
lo establecido en el PON 24/75, sino que también realizó junto
a Santiago Cruciani tareas operacionales, tal como lo

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demuestra su legajo personal en relación al caso de José Luís
Gon”.
Por otro andarivel, en la sentencia también se destacó
que “…como integrante de la Unidad de Inteligencia que
administrara un registro de antecedentes de personas
sindicadas como 'elementos subversivos', intervino en la
llamada etapa de 'señalización del blanco', que en los hechos
se materializó en el secuestro de noventa (90) víctimas que
permanecieron cautivas en el centro clandestino 'La
Escuelita'”.
De seguido, los judicantes refirieron que “…como
integrante de la sección a cargo de Carlos Alberto Taffarel,
intervino en la planificación de las operaciones sicológicas
que demandaba la lucha contra la subversión […] previo a que
se perpetraran los secuestros, y mientras las víctimas
permanecían cautivas en los centros clandestinos donde se les
extraía información mediante la aplicación de tormentos” y que
“…se llevaban adelante operaciones sicológicas destinadas a
impactar en toda la población civil a partir de la propaganda,
como hemos visto al analizar los reglamentos militares. […]
esas operaciones continuaban desarrollándose incluso después
de decidirse la suerte de los secuestrados, sea que fueran
liberados, ingresados al sistema carcelario, asesinados y
presentados a la población (mediante la utilización de los
medios de comunicación) como muertos en enfrentamientos con
las fuerzas legales; o finalmente mediante la desaparición
física”.
Además, tuvieron por probado que en los homicidios
cometidos en perjuicio de Mónica Moran, Alberto Ricardo
Garralda, Ricardo Gabriel Del Río, Carlos Roberto Rivera, Juan
Carlos Castillo, Pablo Francisco Fornasari, Manuel Mario
Tarchitzky, Zulma Raquel Matzkin, Roberto Adolfo Lorenzo,
María Elena Romero, Cesar Antonio Giordano, Zulma Araceli

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“González Chipont, Guillermo Julio y
otros s/recurso de casación”

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Izurieta, Gustavo Marcelo Yotti, Olga Silvia Souto Castillo,


Daniel Guillermo Hidalgo, Patricia Elizabeth Acevedo y Darío
José Rossi, se “…realizó un montaje tendiente a presentar a
las víctimas como muertas en un enfrentamiento armado con
integrantes del Ejército”.
A su vez, los magistrados valoraron “a) actuaciones
judiciales en las que no obran actas de secuestro de las armas
que los nombrados habrían tenido en su poder al momento de
materializarse los enfrentamientos; b) ausencia de personal
militar herido en combate; c) testimonios que dan cuenta de
cómo las víctimas eran sacadas del centro clandestino 'La
Escuelita'(a excepción de Patricia Acevedo, Olga Souto
Castillo y Daniel Hidalgo). Particularmente, en los casos de
Estela Maris Iannarelli, Carlos Mario Ilacqua, Andrés Oscar
Lofvall, Nancy Griselda Cereijo, María Angélica Ferrari y
Elizabeth Frers, el plan criminal demandó que las víctimas
aparecieran como “abatidas” en otras ciudades alejadas de
Bahía Blanca”.
De tal suerte, agregaron con relación a las
mencionadas víctimas que “…la aparición de los cuerpos y la
entrega de estos a sus familiares, formó parte de esas
operaciones sicológicas. Los lugares donde aparecían los
cadáveres, es decir, donde se había llevado a cabo el
enfrentamiento simulado, eran elegidos por su ubicación
geográfica en el tejido urbano de la ciudad y en los
alrededores. Es allí donde aparecen como penalmente relevantes
los conocimientos que Aguirre detentaba como técnico
geográfico y en inteligencia”.
Concluyeron esta argumentación explicando que “…las
operaciones sicológicas concluían con comunicados oficiales

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del Ejército difundidos por medios de comunicación locales y
nacionales […]. En tal sentido, los artículos periodísticos
[habían] tenido siempre como fuente un comunicado previo del
Ejército, lo que se advierte atento el tenor de aquellos, que
prácticamente reproducían el texto de dichos comunicados en
forma literal. En particular, los mismos destacaban siempre la
'patriótica colaboración de la población' y la peligrosidad de
quienes eran sindicados como 'extremistas'…”.
Al momento de responder las críticas sobre la falta de
prueba para acreditar la presencia de Aguirre en el centro
clandestino de detención, los judicantes sostuvieron
fundadamente que “…sería absurdo creer que por el sólo hecho
de que los acusados no hayan sido identificados o reconocidos,
o no les conozcamos un ‘alias’, los mismos no hayan formado
parte del entramado represivo con un aporte concreto en los
hechos que se les achacan, pues hemos descrito distintos
elementos probatorios autónomos (declaraciones, legajo,
reglamentaciones) que permiten atribuirles responsabilidad
penal a los cuatro integrantes del Destacamento 181”.
A la postre, advirtieron que el encausado Aguirre, en
su carácter de auxiliar y luego como encargado de la Sección
Operaciones Sicológicas Secretas del Destacamento de
Inteligencia 181 conforme lo establecido en los reglamentos
militares analizados, ocupó un rol fundamental en la
perpetración de los delitos juzgados, con un aporte concreto
en las tareas que desde dicha sección se desarrollaron en el
marco del plan sistemático concebido para “aniquilar a la
subversión”.
En este sentido, explicaron que el aporte del incusado
“…puede vislumbrarse en la ‘selección del blanco’, al revistar
como Suboficial en una unidad que tenía a su cargo el manejo
de un registro de antecedentes de individuos sindicados como
‘elementos subversivos’ que debían ser ‘aniquilados’. Esas

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nóminas de personas buscadas, con ‘información valorada’ […]


resultaron determinantes en el desencadenamiento de los hechos
ilícitos, así como las operaciones sicológicas desplegadas
para encubrir el accionar criminal”, y que “…el Destacamento
181 controlaba el centro de detención ‘La Escuelita’ en todo
lo que respecta a la adopción de medidas de
contrainteligencia, y desarrollo de interrogatorios que eran
ejecutados por personal perteneciente a dicha unidad [y que…]
como integrante del Destacamento 181, el imputado conoció y
participó en los actos previos a la decisión de la alternativa
final. En este orden, fue determinante en la decisión del
armado de falsos enfrentamientos y del lugar donde iban a
desarrollarse, es decir, el ambiente geográfico donde se
llevaría a cabo el operativo en el que las víctimas
aparecerían como abatidas en combate, luego de ser agotadas
como fuente de información”.
En estas condiciones, del análisis realizado
anteriormente, se colige que la sentencia se encuentra
debidamente fundada, habiendo alcanzado el grado de certeza
exigido para esta etapa procesal, a partir de un razonamiento
lógico derivado del análisis de las pruebas incriminatorias
incorporadas y producidas durante el debate.
Como en anteriores hipótesis, en torno a las
objeciones de la defensa vinculadas a la vinculación orgánica
del Destacamento 181 al Quinto Cuerpo del Ejército,
corresponde remitirse a lo analizado en el acápite vinculado
al coimputado Granada, entre otros.
En virtud de lo hasta aquí reseñado se advierte que se
han descartado de forma fundada en la sentencia las
alegaciones de la defensa vinculadas a la orfandad probatoria,

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y su participación en los delitos reprochados. En la medida
que el recurrente no ha confutado estos argumentos, sino
únicamente reeditado los planteos originales, ya respondidos
debidamente en el pronunciamiento criticado, corresponde
rechazar el agravio.
En este marco, es del caso apuntar que cada uno de
estos hechos no debe valorarse de forma aislada sino
contextualizada en base al rol que tuvo Aguirre dentro del
Destacamento 181, corroborado a partir de un análisis integral
de la prueba reproducida durante la audiencia de debate que
ubicó funcionalmente al imputado en el anclaje clandestino.
Con los alcances hasta aquí establecidos puede
colegirse que el tribunal fundó adecuadamente la
responsabilidad de Víctor Raúl Aguirre como coautor de los
delitos de: a) privación ilegal de la libertad agravada por
haber sido cometida por un funcionario público con abuso de
sus funciones o sin las formalidades prescriptas por la ley,
agravada por mediar violencias o amenazas en concurso real con
imposición de tormentos agravados por ser las víctimas
perseguidas políticas, respecto de Eduardo Alberto Hidalgo
(HECHO I), Simón León Dejter, Claudio Collazos, Estela Clara
Di Toto, Horacio Alberto López, Guillermo Oscar Iglesias,
Guillermo Pedro Gallardo, Carlos Carrizo, Sergio Ricardo
Mengatto, Gustavo Fabián Aragón, Gustavo Darío López, Alberto
Adrián Lebed, Emilio Rubén Villalba, Carlos Alberto Gentile,
Héctor Enrique Núñez, Manuel Vera Navas, Vilma Diana Rial,
Mirna Edith Aberasturi, Daniel Osvaldo Esquivel, María
Cristina Jessene, María Felicitas Baliña, Héctor Furia y
Braulio Raúl Laurencena; b) privación ilegal de la libertad
agravada por haber sido cometida por un funcionario público
con abuso de sus funciones o sin las formalidades prescriptas
por la ley, agravada por mediar violencias o amenazas y por su
duración mayor a un mes, en concurso material con imposición

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de tormentos agravados por ser las víctimas perseguidas


políticas, en perjuicio de José Luís Gon, Gladis Sepúlveda,
Elida Noemí Sifuentes, Patricia Irene Chabat, Mario Edgardo
Medina, María Cristina Pedersen, Eduardo Alberto Hidalgo
(HECHO II), Víctor Benamo, Susana Margarita Martínez, Pablo
Victorio Bohoslavsky, Julio Alberto Ruíz, Rubén Alberto Ruíz,
Héctor Juan Ayala, José María Petersen, Eduardo Gustavo Roth,
Renato Salvador Zoccali, Sergio Andrés Voitzuk, Néstor Daniel
Bambozzi, Mario Rodolfo Juan Crespo, Juan Carlos Monge, Luís
Miguel García Sierra, Oscar José Meilán, Jorge Antonio Abel,
Oscar Amílcar Bermúdez, Carlos Samuel Sanabria, Alicia Mabel
Partnoy, Rudy Omar Saiz, Orlando Luís Stirnemann, Héctor
Osvaldo González, Estrella Marina Menna y Hugo Washington
Barzola; c) privación ilegal de la libertad agravada por haber
sido cometida por un funcionario público con abuso de sus
funciones o sin las formalidades prescriptas por la ley,
agravada por mediar violencias o amenazas, en concurso
material con imposición de tormentos agravados por ser la
víctima perseguida política y lesiones gravísimas agravadas
por alevosía, en perjuicio de Nélida Esther Deluchi y Eduardo
Mario Chironi (se acredita respecto de este último caso el
agravante previsto en el inc. 5 del art. 142 del Código
Penal); d) privación ilegal de la libertad agravada por haber
sido cometida por un funcionario público con abuso de sus
funciones o sin las formalidades prescriptas por la ley,
agravada por mediar violencias o amenazas, en concurso real
con imposición de tormentos agravados por ser las víctimas
perseguidas políticas en concurso real con homicidio agravado
por alevosía, por el concurso premeditado de dos o más
personas y con el fin de lograr la impunidad, en perjuicio de

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Mónica Morán; e) privación ilegal de la libertad agravada por
haber sido cometida por un funcionario público con abuso de
sus funciones o sin las formalidades prescriptas por la ley,
agravada por mediar violencias o amenazas y por su duración
mayor a un mes, en concurso real con imposición de tormentos
agravados por ser las víctimas perseguidas políticas en
concurso real con homicidio agravado por alevosía, por el
concurso premeditado de dos o más personas y con el fin de
lograr la impunidad, en perjuicio de Alberto Ricardo Garralda,
Ricardo Gabriel Del Río, Juan Carlos Castillo, Pablo Francisco
Fornasari, Manuel Mario Tarchitzky, Roberto Adolfo Lorenzo,
Carlos Roberto Rivera, Zulma Raquel Matzkin, María Elena
Romero, Cesar Antonio Giordano, Zulma Araceli Izurieta, Estela
Maris Iannarelli, Carlos Mario Ilacqua, Andrés Oscar Lofvall,
Gustavo Marcelo Yotti, Darío José Rossi, Nancy Griselda
Cereijo, María Angélica Ferrari, Elizabeth Frers, Susana Elba
Traverso; y bajo la modalidad de desaparición forzada de
personas en perjuicio de Dora Rita Mercero, Luís Alberto
Sotuyo, Fernando Jara, María Graciela Izurieta, María Eugenia
González, Néstor Oscar Junquera, Raúl Ferreri, Graciela Alicia
Romero, Raúl Eugenio Metz, Néstor Alejandro Bossi y Julio
Argentino Mussi; f) homicidio agravado por alevosía, por el
concurso premeditado de dos o más personas y con el fin de
lograr la impunidad, en perjuicio de Olga Silvia Souto
Castillo, Daniel Guillermo Hidalgo y Patricia Elizabeth
Acevedo.
28º) Responsabilidad penal de Enrique José del Pino
Que, corresponde adentrarse ahora en el análisis de la
responsabilidad penal de Enrique José del Pino, a los efectos
de dar un adecuado tratamiento a los cuestionamientos traídos
por la defensa del nombrado.
Al efecto, en la sentencia se analizó su carrera
militar desde que fue dado de alta en la Escuela de

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Inteligencia de Campo de Mayo el 2 de febrero de 1974. En lo


que aquí específicamente interesa, el 24 de diciembre de 1975
fue dado de alta en el Batallón de Inteligencia 601 y
designado Jefe de la Compañía Comando y Servicios, pasando a
desempeñarse en comisión al Comando Quinto Cuerpo de Ejército
el 11 de febrero de 1976.
Asimismo, destacaron los judicantes que durante el
período de 10/02/1976 al 15/10/1976 el encausado fue
calificado por Adel Edgardo Vilas, en carácter de Jefe del
Estado Mayor y Segundo Comandante del Quinto Cuerpo con el
máximo puntaje, y que “…durante ese año militar, al término de
su comisión, Del Pino regresó a Buenos Aires al ‘Centro de
Reunión’ (19/08/1976), registrando una comisión a la ‘Zona de
operaciones’ de Tucumán (31/08/1976), haciéndose presente
nuevamente en el Batallón de Inteligencia 601 el 06/09/1976”.
Finalmente, estando destinado en el Centro de reunión
del mencionado Batallón, el 3 de diciembre de 1976 fue
ascendido a Capitán “…de la misma forma que sucedió con los
condenados Granada, Condal y Taffarel”.
Como en otras hipótesis, el tribunal a quo mencionó
algunas de las materias de los cursos que realizó, por
entender que guardaba relación directa con las tareas que
pasaría a desarrollar al tiempo de los hechos investigados,
como por ejemplo “contrainteligencia y actividades especiales
de inteligencia, inteligencia, actividades psicológicas, inf.
político social, Inf. Ideológica Totalitaria, técnicas
especiales, información geográfica, interpretación de
imágenes, criptografía, entre otras”.
Así, del análisis en conjunto de la prueba agregada al
debate, el a quo tuvo por acreditado que “…Del Pino formaba

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parte del grupo de oficiales y suboficiales de confianza de
Vilas, que habían cumplido tareas en el Operativo
Independencia en Tucumán bajo sus órdenes (al igual que
Aguirre y Sierra), habiendo sido individualizado por el
nombrado como un Oficial de Inteligencia, perteneciente a la
Subzona 5” y que “…Del Pino era un Oficial con aptitud
especial en inteligencia (AEI), que detentaba al tiempo de los
hechos el mismo cargo que Granada, Taffarel y Condal, habiendo
sido ascendidos los cuatro encausados al grado de Capitán el
31 de diciembre de 1976. Particularmente, debemos destacar que
para julio de ese año los tres oficiales mencionados en último
término revistaban en el Destacamento de Inteligencia 181”.
Corroborado este extremo, ya habiendo sido descriptas
las tareas llevadas a cabo en el circuito clandestino en marco
del plan criminal en la Subzona 51, el tribunal resaltó que “…
Enrique José Del Pino era un oficial de confianza del
Comandante de la Subzona 51, con aptitud especial de
inteligencia, con comprobada participación en tareas
operacionales en los hechos ilícitos cometidos en perjuicio de
Mónica Morán, que estuvo destinado en comisión al Comando V
Cuerpo, siendo calificado durante dicho período directamente
por aquel” y que el encausado “…no sólo aparece ubicado dentro
de la estructura militar afectada a la lucha contra la
subversión, sino que además reúne las mismas aptitudes de
inteligencia que los integrantes del Destacamento 181 y del
Departamento II, que cuentan con comprobada injerencia en el
centro clandestino 'La Escuelita'”.
En estas condiciones, y en base a lo expuesto
precedentemente, se colige que la sentencia se encuentra
debidamente fundada, habiendo alcanzado el grado de certeza
exigido para esta etapa procesal, a partir de un razonamiento
lógico derivado del análisis de las pruebas incriminatorias
incorporadas y producidas durante el debate.

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Ahora bien; corresponde puntualizar que las críticas


de la asistencia técnica formulados contra la valoración del
Legajo Personal del encausado, son la consecuencia de un
análisis fragmentado y descontextualizado del acervo
probatorio considerado por el tribunal de juicio para concluir
respecto de la responsabilidad del encausado Del Pino. En este
sentido, los judicantes establecieron que “…el hecho de que
Del Pino haya sido destinado en comisión al Quinto Cuerpo de
Ejército, sin asignársele una repartición orgánica específica,
siendo calificado directamente por el Comandante de la Subzona
51, confirma a partir de los elementos valorados, que el
nombrado estuvo afectado a dicha estructura represiva durante
el período temporal en que revistó en comisión”, por lo que
las alegaciones de la defensa deberán ser desestimadas.
Así entonces, a partir del análisis del cuadro
convictivo desarrollado, habrán de rechazarse los planteos que
involucran un disenso en la valoración de la prueba formulados
por la defensa en su impugnación, toda vez que evidencian
también aquí una mera discrepancia, no logrando demostrar la
arbitrariedad alegada, en tanto el tribunal analizó el rol del
encausado en el plan represivo y logró acreditar la coautoría
funcional en los delitos enrostrados.
En virtud de lo hasta aquí reseñado se advierte que se
han descartado de forma fundada en la sentencia cada una de
las alegaciones de la defensa vinculadas a la orfandad
probatoria y a la participación de Del Pino en los delitos
reprochados, por lo que en la medida en que el recurrente no
ha confutado estos argumentos, sino únicamente reeditado los
planteos originales, ya respondidos debidamente en el

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pronunciamiento criticado, corresponde rechazar el recurso de
la defensa en este punto.
Con los alcances hasta aquí establecidos, puede
colegirse que el tribunal fundó adecuadamente la
responsabilidad de Enrique José Del Pino como coautor de los
delitos de: a) privación ilegal de la libertad agravada por
haber sido cometida por un funcionario público con abuso de
sus funciones o sin las formalidades prescriptas por la ley,
agravada por mediar violencias o amenazas, en concurso real
con imposición de tormentos agravados por ser las víctimas
perseguidas políticas, respecto de Claudio Collazos, Estela
Clara Di Toto, Horacio Alberto López, Héctor Enrique Núñez,
María Cristina Jessenne, Braulio Raúl Laurencena, María
Felicitas Baliña y Héctor Furia; b) privación ilegal de la
libertad agravada por haber sido cometida por un funcionario
público con abuso de sus funciones o sin las formalidades
prescriptas por la ley, agravada por mediar violencias o
amenazas y por su duración mayor a un mes, en concurso
material con imposición de tormentos agravados por ser las
víctimas perseguidas políticas, en perjuicio de Gladis
Sepúlveda, Elida Noemí Sifuentes, Mario Edgardo Medina, María
Cristina Pedersen, Víctor Benamo, Rudy Omar Saiz, Orlando Luís
Stirnemann, René Eusebio Bustos, Rubén Aníbal Bustos, Raúl
Agustín Bustos, María Marta Bustos Hugo, Washington Barzola y
Estrella Marina Menna; c) privación ilegal de la libertad
agravada por haber sido cometida por un funcionario público
con abuso de sus funciones o sin las formalidades prescriptas
por la ley, agravada por mediar violencias o amenazas, en
concurso material con imposición de tormentos agravados y
lesiones gravísimas agravadas por alevosía, en perjuicio de
Nélida Esther Deluchi; d) privación ilegal de la libertad
agravada por haber sido cometida por un funcionario público
con abuso de sus funciones o sin las formalidades prescriptas

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por la ley, agravada por mediar violencias o amenazas, en


concurso real con imposición de tormentos agravados por ser
las víctimas perseguidas políticas en concurso real con
homicidio agravado por alevosía, por el concurso premeditado
de dos o más personas y con el fin de lograr la impunidad, en
perjuicio de Mónica Morán; e) privación ilegal de la libertad
agravada por haber sido cometida por un funcionario público
con abuso de sus funciones o sin las formalidades prescriptas
por la ley, agravada por mediar violencias o amenazas y por su
duración mayor a un mes, en concurso real con imposición de
tormentos agravados por ser las víctimas perseguidas políticas
en concurso real con homicidio agravado por alevosía, por el
concurso premeditado de dos o más personas y con el fin de
lograr la impunidad, en perjuicio de Alberto Ricardo Garralda,
Ricardo Gabriel Del Rio, Juan Carlos Castillo, Pablo Francisco
Fornasari, Manuel Mario Tarchitzky, Roberto Adolfo Lorenzo; y
bajo la modalidad de desaparición forzada de personas en
perjuicio de Dora Rita Mercero, Luís Alberto Sotuyo y María
Graciela Izurieta.
29º) Responsabilidad penal de Osvaldo Bernardino Páez
a) Que respecto a los cuestionamientos desarrollados
por la asistencia técnica con relación a Osvaldo Bernardino
Páez, interesa recordar que en la sentencia bajo estudio se
tuvo por probado que el encausado el día 1 de enero de 1976 “…
con el grado de Teniente Coronel pasó a prestar servicios al
Departamento III del Comando Quinto Cuerpo de Ejército […] de-
sempeñándose como Jefe de la División Educación y al mismo
tiempo integró, como oficial, el Estado Mayor del Comando
Quinto Cuerpo de Ejército”.

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Los magistrados detallaron que durante el período de
calificaciones pertenecientes a los años 1975/76 el imputado
fue calificado por las máximas autoridades “…del Departamento
III Operaciones del Quinto Cuerpo de Ejército, Coronel Juan
Manuel Bayón y por el segundo comandante y Jefe del Estado
Mayor, General de Brigada Adel Edgardo Vilas, en el primer
informe de calificación y General de Brigada Abel Teodoro
Catuzzi, en el segundo”.
En este sentido, destacaron que “[c]onforme se expuso
al analizar la estructura del Comando Quinto Cuerpo de
Ejército el Departamento III estaba compuesto por la División
Planes y División Educación e Instrucción y Acción Cívica. A
cargo de la primera estuvo Rubén Ferreti, en tanto que,
durante 1976, al frente de la segunda estuvo Osvaldo
Bernardino Páez”.
Así, a partir del análisis integral de la prueba
producida e incorporada durante el debate, el tribunal
actuante retomó los argumentos expuestos al abordar la
responsabilidad del coimputado Juan Manuel Bayón –fallecido-,
Jefe del Departamento III, de quien Páez dependía en forma
directa por ser uno de los Jefes de división y tuvo por
acreditado el aporte del Departamento de Operaciones en la
“lucha antisubversiva”.
De seguido, los judicantes repasaron los diferentes
elementos de conclusión que abonaban la hipótesis condenatoria
y destacaron en primer lugar que “…el 27 de marzo de 1976 se
constituyó el Consejo de Guerra Especial Estable de la Subzona
de Defensa 51 (OD- NRO. 58/76) y el comandante de la Subzona
de Defensa 51, General de Brigada Adel Edgardo Vilas designó a
Osvaldo Bernardino Páez como presidente de ese Consejo de
Guerra […]. En tal calidad juzgó y condenó a Julio Alberto
Ruiz, Rubén Alberto Ruiz y Pablo Victorio Bohoslavsky
[quienes] habían permanecido durante más de un mes ilegalmente

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detenidos en el centro clandestino de detención ‘La


Escuelita’, lugar donde además fueron torturados”.
Si bien el órgano decisor explicitó que Páez ya fue
condenado por los hechos [cometidos en perjuicio de esas
víctimas] en el marco de la causa FBB 93000982/2009/TO1,
entendió que “esta circunstancia no obsta a que este elemento
sea valorado nuevamente por el Tribunal para acreditar el rol
desempeñado por Páez en el Departamento III Operaciones”.
Destacaron al respecto que “…el Consejo de Guerra se
constituyó en la Subzona de Defensa 51 y quién designó a Páez
para desempeñarse como presidente fue el Comandante de la
Subzona de Defensa 51 y que las personas que fueron juzgadas
lo fueron en el marco de la ‘lucha contra la subversión’, por
lo que su desempeño como presidente del Consejo de Guerra a lo
largo del año 1976 da cuenta de un rol fundamental en la
operatoria militar en la ‘lucha contra la subversión’”.
En otro orden argumentó el a quo que “…el Consejo de
Guerra Especial estuvo integrado por oficiales vinculados a
las operaciones antisubversivas, esto es, que se ha demostrado
que han cumplido algún rol en ella. Nótese que el sumario da
inicio con los partes circunstanciados del operativo realizado
por la Agrupación Tropas y lleva la firma del Mayor Ibarra”.
Sumado a ello, resaltó que resultaba esclarecedor
respecto al rol desempeñado por el encausado que éste había
estado al mando del “‘operativo antisubversivo’ llevado a cabo
en la ciudad de Tres Arroyos los días 14 y 15 de septiembre de
1976”.
De seguido, el tribunal de juicio, entre otros tantos
elementos incriminatorios, relevó el testimonio oportunamente
brindado por Jorge Ricardo Villalba (Acordada CFCP 1/12). El

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testigo relató que “…el 15 de septiembre de 1976 [lo]
detuvieron en un operativo que hicieron en esa localidad (Tres
Arroyos) […] era un día de semana, la ciudad estaba
absolutamente acordonada en la planta urbana. El ejército
había llevado muchos efectivos y entre 70 u 80 vehículos,
creo, y dos ambulancias. A eso de las once de la mañana llega
uno de [sus] alumnos al estudio, bastante alterado, preocupado
y [le] manifiesta que le habían ‘reventado’ la casa […] Le
dije que lo más adecuado era que se presentara, si no sus
posibilidades iban a ser pequeñas. [Fueron] a la
Municipalidad, allí estaba el Teniente Coronel Páez…
[salieron] de la municipalidad apuntados por dos conscriptos
armados con FAL, y un oficial [apuntándoles] atrás con una
pistola [los] trasladaron a la comisaría”. Añadió también que
“[estuvieron] en el patio de la comisaría; empiezan a caer
muchos detenidos…” y permanecieron “en calabozo hasta las 12
de la noche”. Explicitó que “habían detenido a unas sesenta
personas y [terminaron] quedando 5, que [los] trasladaron a
Bahía Blanca y [los] llevaron en dos ambulancias…”. Aclaró que
los detuvieron “el 15, el 16 nos trasladan a eso de las tres o
cuatro de la tarde en el convoy, en una ambulancia iba [él]
esposado con Sangiuliano…”.
Además, se ponderó que este testigo continuó relatando
que permaneció alojado “8 días, durante los que [lo]
interrogaron 3 veces” y que “el interrogador le dijo ‘Páez
quiere hablar con vos’. Luego [lo] llevan al despacho de Páez,
que era como un laberinto, [pasaron] por varios pasillos”. A
su vez, explicitó que en esa oportunidad: “lo atiende Páez […]
Trato cortante, en ningún momento [le] pidió disculpas de
nada… y en determinado momento [le] preguntó si sabía de qué
[lo] habían acusado. [Le] dijo que había infundido el marxismo
en el colegio. Sin embargo, [le] dijo que no me hiciera
problemas, porque el director del establecimiento, un señor

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GRIGNOLI había hablado muy bien de mí”. Añadió que “…le dijo
una serie de barbaridades: si se equivocaban de 10 a 1, no
tenía importancia, que estaban en una guerra justa, en una
guerra santa… Él [lo] llevó a la terminal, [iban] en un Falcon
Sprint, [vio] que pone un revolver Mágnum en la consola, [le]
dijo que no lo hacía por [el] sino por protección…De acuerdo a
lo que [le] manifestó el chico que [lo] interrogaba, Páez
tenía el poder para [darle] la libertad”. Afirmó también que
“Páez debía tener unos veinte años más que [él] en ese
momento, robusto, no muy alto, facciones normales, cejudo. Una
persona común […]. Pero que Páez estuvo en Tres Arroyos, sí.
Así se hizo saber a la población, que Páez había hecho el
operativo. Él [le] dijo que había estado a cargo del
operativo”.
Este testimonio, tuvo correlato en prueba documental
incorporada al debate, entre ella, “un memorando dirigido el
28 de septiembre de 1976 al señor Director de la DIPBA, en la
ciudad de La Plata producido por la delegación Bahía Blanca en
relación al ‘procedimiento antisubversivo en Tres Arroyos’ se
indica que entre los días 14 y 15 de septiembre de 1976 ‘se
llevó a cabo en la localidad de Tres Arroyos un operativo
rastrillo dispuesto por el Comando del Quinto Cuerpo de
Ejército, Sub-zona Defensa 51, participando fuerzas de
Ejército y de [esa] Policía…” y la “…copia de las ediciones de
los día 16 y 17 de septiembre de 1976 del diario LA VOZ DEL
PUEBLO en los cuales se hace referencia al operativo”.
Asimismo, los judicantes explicaron que se habían
recuperado una serie de documentos producidos por el Ejército
Argentino que contenían la firma del imputado “…mediante los
cuales se solicitaba la captura de personas relacionadas con

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actividades subversivas” y que en estos documentos “…figuran
entre los destinatarios otros elementos de la comunidad
informativa local, la Unidad Regional Quinta, el Batallón de
Comunicaciones 181, la Delegación de la Policía Federal, el
Departamento II Inteligencia, y en la mayoría de ellos también
se consigna la Agrupación Tropa”.
En otro extremo, el tribunal actuante refirió que el
testimonio de José Luis Capozio, quien había sido conscripto
durante el año 1976, dio cuenta de la participación activa del
encausado en la “lucha contra la subversión”, y en su
declaración aseveró que “…Páez participaba de reuniones con el
Mayor Ibarra, jefe de la Agrupación Tropa”.
A su vez, reseñaron también los magistrados las
declaraciones de Fernando Gustavo Chironi, Juan Carlos Sotuyo,
Braulio Raúl Laurencena y Luis Dolores Leiva y resaltaron que
éstos sindicaban al imputado “…asumiendo diferentes roles
aunque siempre relacionados con personas vinculadas a
actividades subversivas, actuando incluso a veces junto con
personal del Departamento II Inteligencia del Comando Quinto
Cuerpo de Ejército, incluso en la sede del Destacamento de
Inteligencia 181”.
Finalmente, coligieron que “…Osvaldo Bernardino Páez,
en su carácter de Jefe de una División del Departamento III
Operaciones e integrante del Estado Mayor del Quinto Cuerpo de
Ejército, conforme lo establecido en los reglamentos militares
analizados, ocupó un rol fundamental en la perpetración de los
delitos juzgados, no pudiendo haber permanecido ajeno a las
tareas que se desplegaban en el marco del plan sistemático
concebido para ‘aniquilar a la subversión’”.
Sentado cuanto precede, del análisis realizado ut
supra se desprende que la sentencia se encuentra debidamente
fundada, habiendo alcanzado el grado de certeza exigido para
esta etapa procesal, a partir de un razonamiento lógico

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derivado del análisis de las pruebas testimoniales,


documentales e informativas producidas e incorporadas durante
el proceso.
En este contexto, a partir del cuadro convictivo
desarrollado, habrán de desestimarse los planteos que
involucran un disenso en la valoración de la prueba formulados
por la defensa en su impugnación, pues en todos los extremos
de sus agravios reformuló aquellos cuestionamientos que
originalmente desarrolló en la anterior instancia y que ya han
sido abordados y respondidos en el instrumento sentencial.
En virtud de lo expuesto, es del caso apuntar que la
responsabilidad del incusado Páez en cada uno de estos hechos
no debe valorarse de forma aislada, sino contextualizada en
base a su aporte concreto dentro del plan criminal pergeñado,
acreditado a partir del análisis integral de la prueba
reproducida durante la audiencia de debate que ubicó
funcionalmente al incusado en el engranaje criminal, donde
tuvo dominio en los hechos endilgados.
Así, corresponde rechazar el planteo de la defensa en
cuanto a la alegada “ajenidad” de su asistido, toda vez que
conforme fue desarrollado supra, el imputado como Jefe de una
División del Departamento III e integrante del Estado Mayor
del Quinto Cuerpo del Ejército, ocupó un rol fundamental en la
perpetración de los delitos por los que fue juzgado, teniendo
en cuenta su lugar dentro de la estructura jerárquica, los
testimonios que lo ubican con un rol preponderante y con poder
de decisión sobre el destino de las víctimas y en la cadena de
mando; habiendo colegido el a quo entonces, que “…no pudo
haber permanecido ajeno a las tareas que se desplegaban en el

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marco del plan sistemático concebido para ‘aniquilar la
subversión’” (cfr. sentencia en crisis).
En consecuencia, y tal como fue expuesto por el a quo,
la responsabilidad del encartado “…no sólo se funda en las
constancias obrantes en su legajo personal, sino también en la
profusa reglamentación militar a que hemos hecho referencia al
abordar la responsabilidad de su superior [Bayón], en los
documentos suscriptos por Páez que [han] referido
precedentemente y en los testimonios reseñados…”.
Con los alcances hasta aquí establecidos puede
colegirse que el tribunal fundó adecuadamente la
responsabilidad de Osvaldo Bernardino Páez como coautor de los
delitos de a) privación ilegal de la libertad agravada por
haber sido cometida por un funcionario público con abuso de
sus funciones o sin las formalidades prescriptas por la ley,
agravada por mediar violencias o amenazas, en concurso real
con imposición de tormentos agravados por ser la víctima
perseguida política, respecto de María Cristina Jessene, María
Felicitas Baliña y Eduardo Alberto Hidalgo (HECHO I); b)
privación ilegal de la libertad agravada por haber sido
cometida por un funcionario público con abuso de sus funciones
o sin las formalidades prescriptas por la ley, agravada por
mediar violencias o amenazas y por su duración mayor a un mes,
en concurso material con imposición de tormentos agravados por
ser las víctimas perseguidas políticas en perjuicio de José
Luis Gon, Élida Noemí Sifuentes, Gladis Sepúlveda, Patricia
Irene Chabat, Mario Edgardo Medina, María Cristina Pedersen,
Eduardo Alberto Hidalgo (HECHO II); c) privación ilegal de la
libertad agravada por haber sido cometida por un funcionario
público con abuso de sus funciones o sin las formalidades
prescriptas por la ley, agravada por mediar violencias o
amenazas, en concurso material con imposición de tormentos
agravados por ser la víctima perseguida política y lesiones

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gravísimas agravadas por alevosía, en perjuicio de Nélida


Esther Deluchi; d) privación ilegal de la libertad agravada
por haber sido cometida por un funcionario público con abuso
de sus funciones o sin las formalidades prescriptas por la
ley, agravada por mediar violencias o amenazas, en concurso
real con homicidio agravado por alevosía, por el concurso
premeditado de dos o más personas y con el fin de lograr la
impunidad, en perjuicio de Ángel Enrique Arrieta y Carlos
Oscar Trujillo; e) privación ilegal de la libertad agravada
por haber sido cometida por un funcionario público con abuso
de sus funciones o sin las formalidades prescriptas por la
ley, agravada por mediar violencias o amenazas y por su
duración mayor a un mes, en concurso real con homicidio
agravado por alevosía, por el concurso premeditado de dos o
más personas y con el fin de lograr la impunidad, en perjuicio
de Alberto Ricardo Garralda y, bajo la modalidad de
desaparición forzada de personas, Fernando Jara y María
Graciela Izurieta; f) homicidio agravado por alevosía, por el
concurso premeditado de dos o más personas y con el fin de
lograr la impunidad, en perjuicio de Olga Silvia Souto
Castillo, Daniel Guillermo Hidalgo; g) sustracción de menor,
en perjuicio del hijo/a de María Graciela Izurieta.
En estas condiciones, corresponde rechazar el remedio
procesal deducido por la defensa oficial a su respecto.
b) Que, en otro andarivel, en derredor a los agravios
traídos por el acusador público con relación a la configura-
ción del delito de asociación ilícita por el que fue absuelto
el encausado Páez, conocedor del resultado de la deliberación
y sellada que se encuentra la suerte de este planteo, habré de
dejar asentada mi disidencia, por cuanto resulta de aplicación

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mutatis mutandis lo resuelto in re “Bayón” supra cit., “Luce-
na, Alberto Carlos y otro s/ recurso de casación” (causa Nº
16097, rta. el 29/10/2015, reg. Nº 1750/15) y, más reciente-
mente, en “Filippo, Héctor Mario y otros s/ recurso de ca-
sación” (causa FCT 36019469/2007/TO2/CFC7, rta. 13/7/2023,
reg. Nº 806/23).
En esta línea, el representante del Ministerio Público
Fiscal remarcó en su libelo impugnaticio que, de contrario a
lo sostenido por el a quo, en la hipótesis sub examine se
configuraba la “…existencia de una asociación ilícita
destinada a cometer delitos, que excede la mera actuación
grupal o colectiva en cada uno de ellos. Ello viene dado
fundamentalmente por el fin criminal que se persiguió en la
‘lucha contra la subversión’, que fue la eliminación y
persecución de personas a las que se calificaba como
opositoras políticas” y que “…al plan criminal no le
interesaban en particular una o varias víctimas, sino que
buscaba, justamente, destruir y perseguir a todo un grupo
(cuyos contornos eran por demás amplio y difuso), lo que
demuestra que existió una voluntad asociativa de carácter
permanente y criminal y no una mera concurrencia de personas
en los hechos”.
Adunó también que “[t]al empresa colectiva, y de
acuerdo a la índole de los objetivos perseguidos, no pudo sino
conformarse a través de una estructura altamente organizada y
de cierta estabilidad, con clara asignación de roles en la
faena criminal que no se agotan (ni pudieron agotarse) en la
mera división de funciones en cada uno de los hechos. No
advertir ambos fenómenos es cercenar lo principal del plan
criminal, esto es la destrucción intencional, planificada y
organizada de un grupo de la población”.
A la luz de lo apuntado, se evidencia que los extremos
señalados por el recurrente al sostener esta acusación durante

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el debate y que reproduce en la instancia no fueron valorados


adecuadamente en la sentencia, sin haberse brindado argumentos
dirigidos a explicitar los motivos por los que no fueron
sopesados.
Cabe destacar que si bien es sabido que los jueces no
están obligados a seguir a las partes en todas sus alegaciones
y argumentos, existe el deber de pronunciarse expresamente
sobre los puntos propuestos en cuanto sean decisivos o
relevantes en el pleito, puesto que la falta de
pronunciamiento con respecto a estos puntos trae aparejada la
nulidad de lo decidido por falta de fundamentación (Fallos:
228:279; 221:237, entre otros).
En este marco, la evidente falta de fundamentación, en
los términos exigidos por las previsiones establecidas en el
artículo 123 del ritual, impone la anulación parcial del
pronunciamiento recurrido en lo que respecta a la absolución
de Páez en orden al delito de asociación ilícita (punto
dispositivo 14. h. de la sentencia) y, en consecuencia, el
reenvío para que, por quien corresponda y previa sustanciación
se dicte un nuevo pronunciamiento.
30º) Responsabilidad penal de Carlos Alberto Ferreyra
a) Que, vinculado a la participación del imputado
Carlos Alberto Ferreyra, el tribunal de juicio tuvo por
acreditado que conforme surgía de su legajo personal “…con el
grado de Subteniente de Caballería (Oficial), fue destinado en
comisión al Comando Quinto Cuerpo de Ejército […], donde fue
calificado por el ‘Jefe del Equipo de Combate contra la
Subversión, Mayor Emilio Jorge Ibarra’ […] Allí se indica que
la comisión inició el 03 de enero y finalizó el 7 de mayo de
1977”, sin haber gozado de licencias durante ese período.

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Además, los magistrados reseñaron que “…de los
‘castigos y penas’ que surgen del informe de calificación
citado se consigna una sanción de arresto el 22 de marzo de
1977 impuesta por el Jefe del Departamento III Operaciones” y
destacaron que “…este dato resulta de interés pues confirma
que su comisión se desempeñó dentro del Comando Quinto Cuerpo
pero específicamente en el Departamento III Operaciones, de
donde dependía estructuralmente el equipo de combate, lo que
guarda relación con el asiento de su calificación”.
En base a ello, entendieron que la declaración del
imputado resultaba “…contradictoria desde un punto de vista
externo, no coincide con los datos que surgen de su legajo
personal y también desde un punto de vista interno, pues
afirma no haber estado destinado a la Agrupación Tropas pero
la primera entrevista que refiere haber tenido al llegar a la
unidad es con el Mayor Emilio Ibarra (jefe de esa agrupación)
y además, afirma haber recibido órdenes y directivas del
teniente Casela”.
En esta línea argumental, en la sentencia recurrida se
consignó que “…se incorporó por lectura el expediente original
que registra el reclamo presentado por Carlos Alberto Ferreyra
en el año 1991 […donde había expresado que] ‘en el año 1977
fui enviado en comisión del servicio al comando de Cuerpo
Ejército Vto […] a órdenes del señor General Vilas integrando
un equipo especial en la guerra contra la subversión’”.
De otra parte, los judicantes destacaron que respecto
de la pertenencia del incusado a esa cofradía “…que llevaba
adelante los operativos de secuestro y asesinato de las
víctimas, Emilio Ibarra (Jefe de la Agrupación) expuso en su
declaración que Carlos Ferreyra pertenecía a esa unidad bajo
su mando” y que el mencionado testigo había dicho que “…su
unidad de combate estaba integrada por un total de
aproximadamente doscientos hombres, divididos en cinco

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secciones y que había varios oficiales a cargo de ellas, que


vinieron en comisión, entre los que mencionó al acusado […y
dijo que] tenía varios colaboradores entre los que mencionó
específicamente a Ferreyra”.
Sumado a ello, relevaron los dichos de Mario Alberto
Casela quien manifestó que “…los jefes de sección del Equipo
de Combate a cargo de Ibarra eran: ‘Masson, de Infantería; la
sección Caballería era del Subteniente Ferreyra; la sección de
Artillería del Subteniente Santamaría’”.
Por otro andarivel, el tribunal a quo valoró la prueba
testimonial glosada en autos, citando al efecto las
declaraciones de los ex conscriptos Carlos Zoia y Jorge Luis
Fernández Avello, quienes “…corroboraron que el acusado
integraba el Equipo de Combate, que lo hacía en calidad de
oficial y los indicios que existen en cuanto a que podría
haber conducido una de las secciones”, siendo ambos contestes
al señalar diferentes situaciones en las que habría
intervenido el imputado.
A su vez, relevó que “[l]os testigos y los propios
acusados han coincidido en la estructuración del Equipo de
Combate en secciones, entre las que se encontraba la de
‘Caballería’” y citaron al efecto normativa militar.
De esta forma, los magistrados actuantes coincidieron
en que “[l]a capacidad del acusado para manejar una parte de
la estructura que conformó el grupo operativo, arroja un
argumento central para entender el dominio que tuvo sobre la
ejecución de los hechos que se le imputan”.
En base a lo expuesto en los párrafos precedentes, el
tribunal de juicio concluyó que los elementos probatorios
reseñados “…corroboran y le dan contenido a la acusación en el

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aspecto funcional del cargo del acusado, es decir, cuáles eran
sus capacidades y formación. Su legajo y calificación, el
testimonio del Mayor Ibarra, la declaración de Casela y los
testimonios de los conscriptos encuentran en el reglamento un
indicio concordante para sostener que el acusado integró el
Equipo de Combate contra la Subversión y por lo tanto debe
responder penalmente por los secuestros, traslados y
fusilamientos ejecutados por esta unidad de combate”.
Posteriormente, destacaron que se había comprobado
durante el juicio oral que “…el Equipo de Combate estuvo a
cargo del secuestro y traslado al centro clandestino de
detención ‘La Escuelita’ de Gustavo Fabián Aragón, José María
Petersen, Eduardo Gustavo Roth, Mirna Edith Aberasturi, Carlos
Samuel Sanabria y Alicia Mabel Partnoy y que intervino en los
operativos de privación de la libertad y homicidio de María
Elena Romero, Gustavo Marcelo Yotti, Cesar Antonio Giordano,
Zulma Araceli Izurieta y Patricia Acevedo” y que además “…
Emilio Ibarra reconoció la intervención del Equipo de Combate
en los operativos que tuvieron como víctimas a María Elena
Romero, Gustavo Marcelo Yotti, Cesar Antonio Giordano, Zulma
Araceli Izurieta, Alicia Mabel Partnoy y Patricia Acevedo”.
En este sentido, refirieron que con relación a “…los
hechos de los que fue víctima Sanabria, sólo basta recordar
que fue trasladado al centro de detención clandestino junto a
Alicia Partnoy, lo que da cuenta no sólo de la intervención de
esta unidad sino de los medios con los que contaba” y que
“[o]tro elemento de prueba que confirma la participación en
los hechos analizados lo constituyen el expediente N°
U100993/94 mediante el que se registró el reclamo realizado
por Guillermo Julio González Chipont, quien reconoce su
participación en los ‘enfrentamientos y aniquilamientos’ de
César Giordano y Patricia Acevedo”.

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Aunado a ello, memoraron los magistrados que “…el


Subteniente Mario Méndez fue condecorado por su intervención
en el homicidio de Patricia Acevedo (Boletín Reservado del
Ejército N° 4174). Esta circunstancia se comprobó a través de
los diversos testimonios producidos en el marco del debate de
la Causa N° 93000982/2009/TO1 ‘Bayón’ que se incorporaron a
este debate por lectura”.
En otro extremo, el tribunal a quo destacó que había
hipótesis en los que las víctimas “estando cautivas en ‘La
Escuelita’, fueron sacadas de ese lugar, trasladadas hasta las
inmediaciones del cementerio de esta ciudad donde en un
contexto de amenazas y violencias (atadas, vendadas) se simuló
liberarlas, siendo inmediatamente detenidas (nuevamente) y
trasladadas al Batallón de Comunicaciones 181 (ver CASOS de
Aragón, Carrizo, López, Petersen, Roth y Zóccali)”. Al
respecto, especificó que “…el traslado se produjo una vez que
el acusado había pasado a cumplir funciones en el Equipo de
Combate del Quinto Cuerpo”, valorando al efecto que “…la
intervención específica del Equipo de Combate, no sólo se
funda en la metodología y en el hecho de que era la fuerza de
tareas a la que de acuerdo a la prueba de los casos y por
definición (reglamentaria) le correspondía este tipo de
operativos, sino que a su vez, se corroboró la intervención en
ese traslado del Oficial Méndez y, por otro lado, por las
declaraciones de Gustavo Darío López y la de Néstor Hugo
Etcheverry…”.
En razón de todo ello, coligió el órgano decisor que
“…la intervención del acusado se corrobora a partir de dicho
traslado hacia el Batallón de Comunicaciones 181, y por lo
tanto, deberá responder por este tramo de la ejecución de los

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hechos de los que fueron víctimas Aragón, Carrizo, López,
Petersen, Roth y Zóccali (VER CASOS 48, 50, 52, 54, 55 Y 57)”.
En este andarivel, con relación a las objeciones de la
defensa en cuanto a la concurrencia de “…una serie de
testimonios de conscriptos que no mencionan al acusado”, los
magistrados precisaron que “[e]ste argumento es desacertado
[…] pues no sólo valora testimonios de aspirantes de reserva
que no pertenecieron a la operacional (Cevedio, Taranato) sino
también que no tiene en cuenta que la comisión del acusado es
a partir de enero de 1977, lo que debe considerarse teniendo
en cuenta que en muchos casos los conscriptos podían cambiar
de función o de destino” y que además resultaba
“contradictorio con el legajo del acusado, con la presentación
en la que reconoce su intervención, con la calificación y el
testimonio de Emilio Ibarra”.
Por consecuencia, y en base a la valoración supra
referenciada el tribunal de juicio concluyó que “…de acuerdo
al rol que asumió dentro del Equipo de Combate contra la
Subversión (destino funcional que se le adjudicó) y por haber
controlado una parte de esa estructura interviniendo en los
operativos de secuestro y asesinato llevados a cabo por esa
unidad de combate, consideramos que el acusado deberá
responder penalmente en calidad de coautor por los secuestros,
cautiverios y homicidios de los que resultaron víctimas
Gustavo Darío López, Carlos Carrizo, Renato Salvador Zoccali,
Gustavo Fabián Aragón, José María Petersen, Eduardo Gustavo
Roth, Mirna Edith Aberasturi, Carlos Samuel Sanabria, Alicia
Mabel Partnoy, Patricia Elizabeth Acevedo, María Elena Romero,
Gustavo Marcelo Yotti, Cesar Antonio Giordano, Zulma Araceli
Izurieta.
Así entonces, de todo lo expuesto precedentemente se
desprende que el tribunal a quo fundó adecuadamente la
responsabilidad penal del encausado Ferreyra y su pertenencia

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a estructura represiva, más concretamente a la “Agrupación


Tropas”, por lo que las críticas de la asistencia técnica en
derredor a la falta de prueba sobre su pertenencia a la
denominada unidad, la arbitraria valoración de la prueba y la
incorporación del testimonio del Mayor Emilio Ibarra,
constituyen una reedición de lo ya abordado por los
magistrados en el juicio y resultan meras discrepancias con lo
decidido no logrando el recurrente demostrar la arbitrariedad
denunciada.
Ello por cuanto, los magistrados actuantes a partir de
la prueba valorada in extenso precedentemente, lograron
determinar el rol y la incidencia del incusado en la
estructura jerárquica de la unidad a la que pertenecía y su
desempeño en el marco del plan criminal, logrando acreditar su
participación en los hechos por los que fue condenado.
A mayor abundamiento, corresponde precisar tal como se
ha mencionado al analizar la responsabilidad de los
coimputados en los puntos anteriores, que los elementos
probatorios cuestionados por la defensa no fueron los únicos
considerados por el tribunal al resolver la responsabilidad
penal del encausado, sino que son un elemento más dentro del
marco probatorio valorado.
Por todo lo expuesto, corresponde rechazar el recurso
de la defensa en los puntos señalados precedentemente.
b) Que, de otra banda, corresponde atender a los agra-
vios formulados por el representante del Ministerio Público
Fiscal respecto de la omisión de calificar como tormentos
agravados los hechos cometidos en perjuicio de Eduardo Gustavo
Roth, Carlos Carrizo y Renato Salvador Zóccali, por los que
Ferreyra sí fue condenado por sus privaciones ilegales de la

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libertad.
En primer término, cabe destacar que resulta de
aplicación lo analizado al tratar la responsabilidad de Sierra
con relación a la configuración del delito previsto en el art.
144 ter del CP, en torno a los padecimientos sufridos por las
víctimas alojadas en el Batallón de Comunicaciones 181.
Así entonces, en base a lo ya señalado en aquel
apartado, se advierte que asiste razón al representante de la
vindicta pública en torno a que, a partir de los testimonios
producidos durante el debate se ha podido acreditar que las
circunstancias que rodearon los secuestros de las víctimas y
las graves condiciones de alojamiento a las que fueron
sometidas en aquel predio, permiten tener por configurados los
elementos típicos exigidos para la configuración del tipo
penal pretendido por el acusador público también en estas
hipótesis.
En el particular, además no puede soslayarse que, tal
como señaló el impugnante, Eduardo Gustavo Roth (caso 55) fue
ingresado al Batallón de Comunicaciones 181 luego de su
secuestro en su domicilio por personas vestidas de civil y su
traslado encapuchado hasta la “La Escuelita” donde permaneció
privado de su libertad durante veinte días, período durante el
cual fue sometido a severos interrogatorios bajo la aplicación
de corriente eléctrica en su cuerpo y estuvo inconsciente
durante varios días, sometido a constantes golpes y escasa
alimentación.
A su vez, similares padecimientos sufrieron Carlos
Carrizo y Renato Salvador Zoccali (casos 50 y 57), quienes al
momento de los hechos poseían 16 y 17 años. A la vez, tal como
destaca el acusador público, “con relación a este último el
estado de incertidumbre sobre su destino era aún mayor, en
virtud de que ya había permanecido cautivo en el Batallón de
Comunicaciones y, tras afirmarle que sería liberado, fue

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trasladado al CCDyT ‘La Escuelita’”.


En este sendero, resulta elocuente también la
declaración prestada por Carrizo en el debate llevado a cabo
en la causa “Bayón”, incorporada en registro audiovisual a
este proceso, quien describió la finalidad del traslado al
Batallón de Comunicaciones 181 en los siguientes términos:
“Nos llevaron al Ejército y nos atendieron allí, antes de
entregarnos a nuestros padres, porque dos chicos estaban muy
lastimados y el resto estábamos medio locos. […] El tema de
estar 31 días en esta situación, fuera de mi casa… bueno,
psicológicamente estábamos mal. Yo estaba golpeado, con marcas
de gomazos en los brazos. Entero físicamente pero
psicológicamente no. No sabía de otros compañeros
secuestrados, antes de que me llevaran […] Estaba Zoccali que
era compañero del último año. No me acuerdo otros apellidos.
Se veía a simple vista que habíamos sido maltratados: teníamos
marcas, estábamos sucios, Petersen estaba muy lastimado. Lo
llevaban al hospital todos los días y después lo siguieron
atendiendo en la habitación donde estábamos alojados”.
A su vez, Zóccali, describió el traslado entre ambas
sedes y afirmó: “Una noche pensé que iba a pasar eso [ser
fusilado] nos subieron a un vehículo y nos tiraron en un
campo. Nos dieron varias vueltas y nos tiraron ahí, en un
paredón del cementerio. Jugaron con nosotros, diciéndonos que
nos íbamos a morir”.
En estas condiciones, tal como adujo el recurrente
tanto en su libelo impugnaticio como durante los alegatos
finales (art. 393, CPPN), se evidencia el modo en que la
prolongación del cautiverio de estas víctimas en el Batallón
de Comunicaciones 181 “tuvo la finalidad de ocultar los signos

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de las aberrantes torturas físicas de las víctimas (menores de
edad) antes de ser entregadas a los padres, como mecanismo
para garantizar la impunidad”.
Así, pues, no cabe duda alguna de que “…el
procedimiento a través del cual fueron trasladados de una sede
hacia otra (ubicada a escasos metros), implicó un operativo de
simulación de liberación, que sólo se puede explicar en virtud
de la continuidad señalada. En el caso de FERREYRA, no debe
perderse de vista que el fundamento de su responsabilidad en
el caso, reside en la participación en dicho operativo de
simulación y traslado, que en sí mismo constituyó un acto de
tormento sobre las víctimas”.
Es que, en definitiva, en este mismo sentido se
pronunció el órgano jurisdiccional al atribuir responsabilidad
penal a Ferreyra con relación a los estudiantes de la ENET
secuestrados y trasladados desde el centro clandestino de
detención “La Escuelita”, entre los que se encontraban estas
tres víctimas.
Al respecto, resaltó el a quo que: “fueron sacados de
ese lugar, trasladados hasta las inmediaciones del cementerio
de esta ciudad donde en un contexto de amenazas y violencias
(atados, vendados) se simuló liberarlos, siendo inmediatamente
detenidos (nuevamente) y trasladados al Batallón de
Comunicaciones 181 (ver CASOS de Aragón, Carrizo, López,
Petersen, Roth y Zóccali)”.
En este contexto, aseveró el órgano jurisdiccional:
“Se ha demostrado a su vez que esta simulación en la
interrupción de la detención y cambio de lugar de secuestro,
es decir, desde ‘La Escuelita’ al Batallón de Comunicaciones
181, se realizó luego de ‘tres semanas’, ‘más de veinte días’
o alrededor del ‘13 de enero’ según los testimonios que se han
valorado en cada caso. En otras palabras, el traslado se
produjo una vez que el acusado había pasado a cumplir

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funciones en el Equipo de Combate del Quinto Cuerpo”.


Continuó asimismo resaltando: “Esta forma de proceder,
que involucró a la unidad operacional, obliga a ponderar el
aporte directo del acusado en relación a dicho traslado (el
cambio de lugar de cautiverio), y en este sentido, a la
continuidad de la privación ilegal de la libertad de ese grupo
de víctimas” y aclaró también que: “Sobre la intervención
específica del Equipo de Combate, no sólo se funda en la
metodología y en el hecho de que era la fuerza de tareas a la
que de acuerdo a la prueba de los casos y por definición
(reglamentaria) le correspondía este tipo de operativos, sino
que a su vez, se corroboró la intervención en ese traslado del
Oficial Méndez y, por otro lado, por las declaraciones de
Gustavo Darío López y la de Néstor Hugo Etcheverry
(declaración del 14 de febrero de 2012, Causa N° 93000982),
quienes dieron cuenta de esa intervención, el primero en
calidad de víctima y el segundo atento a que cumplía con el
Servicio Militar Obligatorio destinado en el equipo de combate
y declaró haber participado de ese traslado”.
En efecto, en su declaración testimonial, Etcheverry
identificó que “el Equipo de Combate realizó un operativo
cerca del cementerio donde se ‘levantó’ a unos muchachos que
se encontraban vendados (ENET)”. Expresó que “eran chicos,
ayudó a uno de ellos (que estaban vendados) a subir a la
ambulancia”, a la vez que agregó que una de las víctimas le
dijo en ese momento: “nos dejaron ellos y ellos mismos nos
vienen a buscar”.
Adunó también este testigo que “desde ese lugar los
trasladaron nuevamente al Quinto Cuerpo de Ejército y los
bajaron en el Hospital. Al ser preguntado por las partes

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querellantes, respondió que estaban todos vendados y no
recordó si también se encontraban atados”.
Frente a este cuadro probatorio el tribunal coligió
que: “la intervención del acusado se corrobora a partir de
dicho traslado hacia el Batallón de Comunicaciones 181, y por
lo tanto, deberá responder por este tramo de la ejecución de
los hechos de los que fueron víctimas Aragón, Carrizo, López,
Petersen, Roth y Zóccali (VER CASOS 48, 50, 52, 54, 55 Y 57)”.
Más allá de esta aseveración, el tribunal si bien con
relación a algunos de los jóvenes víctimas de aquel traslado
sí condenó a Ferreyra como coautor por las privaciones
ilegales de la libertad y también por la imposición de
tormentos agravados; en las hipótesis de Carrizo, Roth y
Zóccali omitió -sin fundamentación- incluir esta última
calificación legal, por la que sí había sido acusado.
A resultas de lo expuesto, la contradicción
evidenciada se traduce en un palmario apartamiento de las
reglas de la sana crítica racional que impone la
descalificación del pronunciamiento como acto jurisdiccional
válido, conforme la doctrina del tribunal cimero en materia de
arbitrariedad (Fallos: 311:1438; 312:1150, entre otros).
Así las cosas, las circunstancias fácticas ya
mencionadas vinculadas no solo al contexto en el que se
ejecutó aquel traslado durante el cual el grupo de estudiantes
fue sometido a un simulacro de fusilamiento; las condiciones
de detención en las que luego permanecieron alojados en el
Batallón de Comunicaciones 181, agravadas también por los
severos tratos infringidos con anterioridad y, también, la
incertidumbre respecto de cuál sería su destino final,
permiten responsabilizar a Ferreyra en esta instancia, de
acuerdo a su rol dentro del plan criminal, por los tormentos
sufridos también por Roth, Zoccali y Carrizo.
En definitiva, corresponde hacer lugar al recurso de

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casación deducido por el representante del Ministerio Público


Fiscal, anular parcialmente el punto dispositivo 26 en cuanto
condena a Ferreyra sólo por la privación ilegal de la libertad
agravada con relación a Eduardo Gustavo Roth, Carlos Carrizo y
Renato Salvador Zoccali y condenarlo -sin reenvío- también por
resultar coautor penalmente responsable del delito de
imposición de tormentos agravados por ser las víctimas
perseguidas políticas, reiterados en tres oportunidades que
deberá concurrir de forma real con los demás delitos por los
que fue condenado (arts. 45, 55 y 144 ter, segundo párrafo del
CP).
31º) Responsabilidad de Miguel Ángel Chiesa, Jorge Ho-
racio Rojas y Miguel Ángel Nilos
Que, siguiendo el orden expositivo escogido por el
tribunal a quo, a continuación, se abordarán de modo conjunto
las responsabilidades de Chiesa, Rojas y Nilos, quienes al
momento de los hechos cumplían funciones “en comisión” en el
Comando Quinto Cuerpo de Ejército, provenientes del
Destacamento de Exploración de Caballería de Montaña.
De acuerdo a lo establecido en la sentencia “se les
achaca un rol y aporte similar en torno a los secuestros y
torturas de los que fueron víctimas Julio Ruiz, Rubén Ruiz y
Pablo Victorio Bohoslavsky (CASO 32)”.
A fin de enmarcar su actuación, el tribunal de juicio
resaltó en primer término que de los legajos personales de los
imputados surgía que “…Jorge Horacio Rojas, el 14 de junio de
1976, con el grado de Subteniente de Caballería llegó en
comisión al Comando Quinto Cuerpo de Ejército. En su unidad de
origen, el Destacamento de Exploración de Caballería de
Montaña 181 de Esquel, cumplía las funciones de Jefe de

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Sección en el Escuadrón ‘A’” y que al momento de declarar
durante el debate el encausado “…confirmó que durante 1975
tuvo como destino […] el ‘operativo independencia’ […] y que
en ese lugar se desempeñaba como Jefe de Sección de la Fuerza
de Tareas ‘Fronterita’, actuando en lo que denominó
‘enfrentamientos clásicos”.
Por otro lado, explicó que “…su superior en el Quinto
Cuerpo de Ejército, quien le daba las órdenes, era el Teniente
Coronel Palau, quien revestía el cargo de Ayudante General del
Cuerpo, dependiente del Jefe del Estado Mayor (General Vilas).
Es importante aclarar que de esta ayudantía dependía
directamente la Compañía Comando y Servicios”.
A su vez, los magistrados hicieron hincapié en que
“[e]n cuanto a la extensión de su comisión en el Quinto
Cuerpo, de su legajo personal surge que habría terminado el 22
de diciembre de 1976, mientras que el alta en el nuevo destino
se registra el 6 de enero de 1977” y puntualizaron que “…el
principio de ejecución de los hechos es holgadamente anterior
a esa fecha, siendo que al 22 de diciembre las víctimas ya
habían incluso sido sometidas al Consejo de Guerra (y pasado
previamente por ‘La Escuelita’ y el Batallón de Comunicaciones
181)”.
Finalmente, los judicantes entendieron que “…más allá
del rol que le correspondía al acusado dentro del Quinto
Cuerpo, […] lo cierto es que tuvo la formación de un Jefe de
Sección, y en esa calidad cumplió tareas en el ‘Operativo
Independencia’ y en Esquel, en los años anteriores a ser
comisionado a Bahía Blanca”.
Por otra parte, respecto al incusado Miguel Ángel
Chiesa, valoraron que de su legajo personal surgía que al
igual que el encausado Rojas “…provenía del Destacamento de
Exploración de Caballería de Montaña de Esquel, destino en el
que ejercía el cargo de Jefe de Sección del Escuadrón Comando

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y Servicio, con el grado de subteniente de Caballería. Desde


el 16 de octubre de 1976 estuvo asignado ‘en comisión’ al
Comando Quinto Cuerpo de Ejército de [esa] ciudad, hasta el 22
de diciembre de ese año, fecha en la que pasó a cumplir
funciones en Concordia”.
Aunado a ello, destacaron que el propio imputado –
Chiesa- durante su declaración personal había reconocido que
“…estuvo designado en comisión en esta localidad, pero explicó
que se desempeñó en la `Compañía Comando y Servicios´ del
Quinto Cuerpo”.
En este punto, en la sentencia se aclaró que “Sobre
esa compañía, se ha comprobado durante el debate que sus
integrantes podían ser o no asignados a los operativos
(conforme declaración de Emilio Ibarra). Es el caso personal
de Mario Carlos Antonio Méndez, coimputado en estas
actuaciones (fallecido), […] por haberse comprobado que, como
integrante de Comando y Servicios participaba de los
operativos realizados por el Equipo de Combate, incluso en
ocasiones se encontraba a cargo de ellos”, y que ello también
había sido corroborado por los dichos de Vilas, comandante de
la Subzona, quien “…al mencionar las unidades del comando se
refiere textualmente a ‘la Agrupación Tropas (Compañía Comando
y Servicios del Quinto Cuerpo)’”.
De tal suerte, relevaron los dichos del testigo Mario
Méndez quien indicó que el encausado Rojas se encontraba bajo
el mando del Mayor Emilio Ibarra y también el testimonio de
Horacio Raúl Cianci quien declaró que “…realizó el servicio
militar obligatorio a partir del 24 de abril de 1976 en el
Comando Quinto Cuerpo de Ejército, particularmente, en lo que
definió como el grupo ‘antiguerrilla al mando del Mayor

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Ibarra’. Recordó que dentro de ese grupo circulaban ‘el
Subteniente Santamaría, El Teniente Primero Fox, el Sargento
Cáceres, el Teniente o Subteniente Rojas […]’ Explicó que fue
chofer particular del Mayor Ibarra y que pudo observar en dos
oportunidades cómo se realizaban los procedimientos
‘antisubversivos’”.
En consecuencia, el tribunal concluyó que “[la]
responsabilidad [de los imputados Chiesa y Rojas] se encuentra
fundada en la prueba directa de su participación en el
secuestro de las víctimas, circunstancia que debe ser
analizada según las consideraciones genéricas respecto del rol
y el cargo de los acusados…”.
En otro orden de ideas, con relación a Miguel Ángel
Nilos, los judicantes destacaron que “…se ha probado que
integró la Agrupación Tropas, pero con un grado de suboficial
subalterno (Cabo Primero de Caballería)” y que de su legajo
personal surgía que “…fue comisionado al Comando Quinto Cuerpo
de Ejército (a partir del 29 de marzo de 1975), proveniente
del Destacamento de Exploración de Caballería de Montaña de
Esquel, esto es, el mismo lugar de origen que sus coimputados
[Rojas y Chiesa]”.
Además, explicaron que “…fue calificado, entre el 16
de octubre de 1976 y el 15 de octubre de 1977, por el Jefe del
Equipo de Combate contra la Subversión, Mayor Emilio Ibarra y
por el entonces (1977) segundo jefe del Departamento III
Operaciones, Coronel Eloy Martín. El 10 de enero de 1977 dejó
de prestar servicios ‘en comisión’ y pasó a cumplir funciones
de modo efectivo en el Quinto Cuerpo”, y que “[d]urante el año
1977 adquirió el carácter de Jefe de Grupo, dentro del Equipo
de Combate […y que] las licencias que allí se consignan
durante los años 1976 y 1977, no se superponen con la
ejecución de los hechos de los que se lo acusó”.

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Por otro lado, remarcaron que se habían tenido por


acreditadas las circunstancias de cómo acaecieron los hechos
que damnificaron a Julio y Rubén Ruiz y Pablo Bohoslavsky al
analizar el “caso 32”, y que además “[a] partir del sumario
del Consejo de Guerra […], se registra […], la intervención
del Comando de la Subzona 51 y de su estructura operativa […y
que] el primer elemento que se registra en ese legajo es el
‘PARTE CIRCUNSTANCIADO’ firmado por el Jefe de la Agrupación
Tropas y dirigido al jefe del Departamento III Operaciones del
Comando, que […] da cuenta de la intervención de esa fuerza de
tareas y de efectivos que operaron bajo su control”.
Destacaron que allí se había consignado que
“completado el operativo por otros efectivos, se pudo
materializar las detenciones de los mencionados Ruiz y
Bohoslavsky… Los detenidos se encuentran a disposición de las
autoridades militares del Comando de Subzona de Defensa 51”, y
relevaron el “Acta De Allanamiento Y Secuestro De Material”,
donde constaba que “…en cumplimiento de una orden recibida a
través del Centro de Operaciones Táctico de efectuar una
investigación relacionada con acción propagandística de
elementos subversivos, [se constituyó] en el domicilio de la
calle Córdoba sesenta y siete de esta ciudad, a los efectos de
proceder a su allanamiento. Dadas las características del
operativo, y en la presunción de encontrar resistencia armada,
recabé como testigos de este operativo, AL SUBTENIENTE DON
JORGE HORACIO ROJAS y al CABO PRIMERO MIGUEL ÁNGEL NILOS…
pertenecientes ambos al Destacamento de Exploración de
Caballería de Montaña Ciento Ochenta y Uno, en comisión en
este Comando de Cuerpo” y describieron el procedimiento
seguido para realizar el allanamiento.

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De la referida prueba documental, concluyeron los
magistrados que “…el acta da cuenta de la intervención de la
Agrupación Tropas, siempre bajo la cadena de mando del
Departamento III Operaciones, y en este caso puntual, que se
designó a los acusados (Rojas y Nilos) para intervenir en el
operativo como parte de esa unidad” y adelantaron que la misma
resultaba falsa, en cuanto a que “…todos los testigos de cargo
del caso han declarado algo distinto a lo que allí se informa
(en particular se falsea el secuestro de Pablo Victorio
Bohoslavsky)”.
Asimismo, valoraron que en el documento referenciado
se dispuso que “…dadas las características del material
hallado y su implicancia subversiva, procedí a dejar una
custodia a cargo del Subteniente DON MIGUEL ÁNGEL CHIESA y
cuatro Soldados Conscriptos pertenecientes a la Agrupación
Tropas de este Comando de Cuerpo, hasta tanto lo dispongan las
autoridades que ordenaron el presente operativo, y a trasladar
el material secuestrado hasta el Departamento II- ICIA para su
inteligencia técnica por personal especializado en el mismo”.
En este sentido, explicaron los jueces que en el acta
se había afirmado que “…instalada la guardia, retirados los
efectivos militares que ejecutaran el operativo, y mientras se
preparaba el material secuestrado para su traslado, se
apersonó en la vivienda mencionada un individuo que al ser
interrogado por el suscripto y el personal del guardia que se
encontraba no visible en el interior de la vivienda, no pudo
justificar su presencia, y habiendo sido demorado en la misma
e indagado telefónicamente al Departamento II resultó ser
RUBÉN ALBERTO RUIZ (a) ‘Lucas’…., integrante con el titular
del inmueble y otros más de una célula del Peronismo de Base
(FAP), por lo que se procedió a su detención y su traslado al
Cuartel del Comando del Quinto Cuerpo de Ejército”, y que al
pie de la misma se encontraban las firmas de “’EMILIO IBARRA,

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MAYOR – JEFE DEL OPERATIVO’ y como ‘testigos’, ‘JORGE HORACIO


ROJAS, SUBTENIENTE y ‘MIGUEL ÁNGEL NILOS – CABO PRIMERO’,
ambos del ‘DESTACAMENTO EXPLORACIÓN DE CABALLERÍA DE MONTAÑA,
EN COMISIÓN EN EL COMANDO QUINTO CUERPO DE EJÉRCITO’”.
Sumado a ello, advirtieron que la intervención Chiesa
y “…el rol que se le otorgó en dicho accionar, estar a cargo
de una pequeña fracción de soldados para custodiar el inmueble
que se había allanado y donde se produjeron los secuestros”, y
que “…tal como expresamente lo registra el acta y ha sido
corroborado por los testimonios, allí se produce la retención
de Rubén Ruiz. Lo que no se expresa es que se lo mantuvo dos
días en el domicilio para luego ser trasladado al centro
clandestino de detención ‘La Escuelita’”.
En síntesis, el a quo concluyó que “…la intervención
de los acusados en los hechos constituye entonces el
fundamento de su responsabilidad. Si bien no se ha podido
demostrar que Miguel Chiesa y Jorge Rojas revistaran en la
Agrupación Tropas de manera permanente o que integraran la
multiplicidad de operativos que ella llevó adelante durante la
época de los hechos, lo cierto es que en este caso concreto,
en que secuestró a las víctimas y se las trasladó al centro de
detención clandestino donde fueron torturadas, ambos
participaron bajo las órdenes del jefe de esa unidad” y que “…
la actuación de esta fuerza de tareas en el caso fue
ratificada durante el trámite del consejo de guerra, cuyos
integrantes pertenecían a esa unidad y al Departamento III
Operaciones (vale recordar que el Presidente del Consejo fue
Osvaldo Bernardino Páez)”.
Aunado a ello, los judicantes destacaron que tanto
Rojas como Nilos prestaron declaración durante el consejo de

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Guerra y que Rojas “…expresó que participó en dicho operativo
en calidad de testigo por orden del Mayor Ibarra y que
‘observó durante dicho procedimiento… a una ocupante
acompañada de menores en evidente estado de alteración
nerviosa y que en el registro de dos habitaciones ubicadas en
el fondos y separada del resto de la casa se descubrió un
fogón en cuyo piso se hallaba un recipiente de fibrocemento.
En el interior del mismo se hallaron panfletos…’” y que “…
atribuyó el estado de alteración nerviosa de la ocupante al
comentario de que su esposo habría sido llevado por terceros o
la posibilidad de haber huido con ellos…”.
Además, el tribunal de juicio sentenció que “[l]o
consignado en estos documentos se contradice con todos los
elementos de prueba del caso, principalmente con los
testimonios de las personas involucradas […y que] el estado de
nervios que Haydee Gentile confirmó haber tenido se debía no
sólo al allanamiento ilegal de su domicilio, sino al hecho de
que se encontraba embarazada (lo que nos muestra su mayor
grado de vulnerabilidad durante el suceso), que se encontraban
en el lugar sus hijos menores de edad y particularmente, que
fue secuestrado Pablo Bohovslavsky (su esposo)”.
De tal suerte, explicaron que el incuso Nilos “…
durante el trámite que [han] referido se le recibió
declaración […] quien ratificó el contenido del acta de
allanamiento de la calle Córdoba 67…” y que a pesar de los
cuestionamientos por parte del imputado de las firmas del acta
“[l]a pericia caligráfica ratificó la intervención de Miguel
Ángel Nilos”.
Por todo ello, los jueces a quo concluyeron que “…a
los elementos indiciarios que vinculaban a los acusados a la
Agrupación Tropas, al hecho de que los tres provenían de la
misma unidad de origen, se agrega que se ha comprobado que
participaron del allanamiento realizado en el domicilio de

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Pablo Bohoslavsky procediendo primero a su secuestro y luego,


al de Rubén Ruiz”.
En otro orden de ideas, relevaron que “…el Ministerio
Público Fiscal ha propuesto que su responsabilidad no se agota
en la intervención de este procedimiento sino que debe
extenderse al realizado unas horas antes en el domicilio de
Cacique Venancio 631 (Julio Ruiz)”, fundamentado en “…lo que
denominó unidad de procedimiento, […] que se trató de un único
despliegue de la agrupación tropas, que terminó con el
secuestro de las tres víctimas y su reclusión en el centro
clandestino de detención”, ya que se había comprobado que “…
luego de ejecutado el operativo en el domicilio de Julio Ruiz
que terminó con su secuestro, se dejó guardia en el lugar y se
trasladaron al de Pablo Bohoslavsky, donde también se
secuestró a Rubén Ruiz”.
En este marco, valoraron el testimonio brindado por
Julio Ruiz quien “…describió a dos militares con las
características físicas de Rojas y Nilos lo que apoyaría de
manera indiciaria la tesis de que los acusados estuvieron en
ambos domicilios”, y que “…por los hechos que se realizaron en
esa jornada deben responder todos aquellos que intervinieron
en el despliegue de esa fuerza de tareas”.
Respecto a las declaraciones de los encausados, el
tribunal detalló que el imputado Rojas postuló la falsedad de
la documentación con la que “…se integró el trámite del
Consejo de Guerra”, pero que “…se ha demostrado que las actas
de allanamiento son falsas pero no en su totalidad puesto que
de acuerdo a los testimonios y los restantes elementos de
prueba se ha comprobado que el allanamiento existió, que fue
ese día y en las horas que se registran en el acta, que se

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dejó una guardia en el domicilio, que el operativo fue
dirigido por el Jefe de la Agrupación Tropas, que la
metodología del operativo respondió a la que utilizaba, que el
destino que se les marca a los acusados en las firmas se
corresponde con el de sus legajos y que la firma de Miguel
Nilos se corresponde con la de su legajo personal”.
Además, los magistrados actuantes señalaron que había
cierta contradicción entre la declaración durante la
investigación y la realizada durante el debate, habiendo
reconocido en ambas haber cumplido funciones en la “…defensa
del cuartel, es decir, que ese sería el objetivo por el cual
se lo comisionó en Bahía Blanca”, pero que durante la primera
oportunidad “…indicó que esa tarea constituía una de las
funciones primordiales del Equipo de Combate contra la
Subversión[…], reconoce haber firmado el acta de allanamiento,
pero dice haberla suscripto dentro del cuartel, esto es,
dentro del comando”, siendo las circunstancias referenciadas
opuestas a lo declarado durante el debate por parte del
encausado.
Así, afirmaron que “[t]eniendo a la vista las firmas
del legajo […de Rojas] y las del acta de allanamiento y
declaración del Consejo de Guerra, [ese] Tribunal advierte que
son visiblemente idénticas”, y que se trata “…en síntesis de
una serie de contradicciones centrales, pues se refieren al
acto de firmar el documento y a las funciones que desempeñó
dentro del Quinto Cuerpo, circunstancias sobre las que el
acusado no ha sido claro, al margen de que no encuentran
elementos de prueba independientes para verificar su postura”.
Por otra parte, los judicantes puntualizaron que “…la
intervención en un operativo de este tenor guarda relación y
se corresponde con las funciones que el acusado [Rojas] había
desempeñado en sus destinos anteriores”, ya que de su legajo
personal y su declaración demostraban que fue Jefe de Sección

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“…en una fuerza de tareas durante el ‘Operativo Independencia’


en Tucumán y también que fue Jefe de Sección de un Escuadrón
en el Destacamento de Exploración de Caballería de Montaña de
Esquel” por lo que “[s]u pertenencia al comando, su formación
y actividad previa, los indicios valorados por el Ministerio
Público Fiscal en orden a las tareas que cumplieron quienes
vinieron como subtenientes desde otras unidades de la Zona 5 y
especialmente, la firma del acta de allanamiento ilegal de la
calle Córdoba N° 67 junto con el testimonio prestado durante
el Consejo de Guerra, constituyen a [su] entender un conjunto
de hechos probados que permiten inferir que Jorge Horacio
Rojas participó de la ejecución del operativo en el que se
secuestró a las víctimas”.
En otro extremo, refirieron que durante su
declaración, Miguel Ángel Chiesa “[c]oncluyó que no participó
de actividades antisubversivas ni en detenciones ni ingresos a
domicilios de ciudadanos” pero que “…la función que el acta le
adjudica haber llevado adelante se corresponde, formalmente,
con su cargo, y materialmente, con las funciones que tenían
los subtenientes dentro de la Agrupación Tropas. Además, se ha
comprobado en [ese] juicio oral que algunos de los oficiales y
suboficiales de la Compañía Comando y Servicios participaban
de los operativos que ejecutaba la Agrupación Tropas como
elementos asignados por la comandancia o la secretaría general
(v.gr. declaración personal de Julián Corres, declaración
testimonial de Emilio Ibarra y declaración indagatoria de
Vilas, que confirman esta dinámica)” y citaron al efecto que
“[l]a responsabilidad penal de Mario Méndez, quien pertenecía
formalmente a Comando y Servicios y que participaba de los
operativos antisubversivos, circunstancia que se tuvo por

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acreditada en la sentencia dictada en la Causa N°
93000982/2009/TO1 ‘Bayón’, corrobora a su vez este extremo”.
En cuanto a los cuestionamientos de la defensa de
Nilos respecto de la responsabilidad penal de su asistido en
orden a los tormentos de los que fueron víctimas Julio Ruiz,
Rubén Ruiz y Bohoslavsky, los sentenciantes afirmaron que “…la
participación en la privación ilegal de la libertad de las
víctimas acarrea la responsabilidad de Nilos por todo el
hecho, teniendo en cuenta su indivisibilidad…”, y que “…[l]a
participación en la ejecución de la etapa inicial (secuestro)
no puede aislarse en este caso de los actos posteriores
(traslado, alojamiento en un centro clandestino de detención y
tormentos) pues implicaría desconocer la metodología de
realización de los hechos y sobre todo que se ejecutaron en
virtud de un reparto de tareas guiado por un plan común”.
En base a lo expuesto precedentemente, concluyeron que
por los hechos imputados debían responder en calidad de
autores (art. 45 del CP), ya que “…Chiesa, Rojas y Nilos
tomaron parte en la ejecución del hecho, y si bien, como lo ha
postulado las defensas su intervención se limitaría a la etapa
inicial del iter criminis, por el modus operandi de los hechos
objeto de debate, esa intervención no puede entenderse de
manera aislada sino como uno de los aportes imprescindibles en
la división de tareas para la consumación del hecho delictivo
que damnificó a Julio Ruiz, Rubén Ruiz y Pablo Victorio
Bohoslavsky”.
Finalmente, explicaron que “…se le atribuyó a Jorge
Rojas haber suscripto el acta de allanamiento ilegal de calle
Córdoba 67 (Pablo Bohoslavsky), actuando como falso testigo
del mismo, instrumentos que fueron utilizados durante el
Consejo de Guerra Especial Estable – de carácter simulado –
mediante el cual se dio continuidad a la privación ilegal de
la libertad”, y que “[s]obre este punto [se habían] expedido

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al analizar la responsabilidad de Pedro Ángel Cáceres, a quien


se le achacaba una conducta idéntica al firmar el acta de
allanamiento del otro domicilio perteneciente al mismo caso
(Cacique Venancio), donde residía Julio Ruiz”.
De esta forma, sentenciaron que habida cuenta que “…se
comprobó la falsedad del acta, que el acusado procedió a su
rúbrica habiendo previamente participado del operativo de
secuestro y luego la ratificó durante el Consejo de Guerra,
prueba que sirvió para condenar a las víctimas y mantenerlas
privadas de la libertad”, debía responder “…en calidad de
partícipe necesario (art. 45 CP), por no cumplir los
requisitos del tipo objetivo para ser autor”.
Ahora bien; conforme se relevó a lo largo de esta
exposición, el caso de los coimputados Chiesa y Rojas el
tribunal a lo largo del juicio logro acreditar su intervención
directa en los sucesos que damnificaron a las víctimas y por
los que fueron condenados a través de las actas rubricadas,
los legajos personales y los diferentes testimonios
referenciados, entre otros medios de prueba relevantes, a la
luz de lo cual, los cuestionamientos de la defensa en relación
a los puntos referenciados se revelan como insustanciales no
logrando demostrar el agravio que invoca.
Por otro lado, en el caso del encausado Nilos, el
tribunal logro acreditar la pertenencia del imputado a la
estructura represiva, más precisamente a la “Agrupación
Tropas”, y si intervención directa en los hechos por los que
fue condenado, sin que los cuestionamientos respecto a la
orfandad probatoria y la ajenidad del encausado en los hechos
postulado por la defensa logre conmover el razonamiento
cuestionado.

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Ad finem, corresponde rechazar los recursos de las
defensas por los coimputados Rojas, Nilos y Chiesa.
32º) Responsabilidad penal de Raúl Artemio Domínguez.
Que, el tribunal de juicio al momento de analizar la
responsabilidad penal de Raúl Artemio Domínguez, tuvo por
acreditado que según surgía de su legajo personal “…ingresó al
Ejército Argentino el 31 de diciembre de 1974, como Cabo ‘en
comisión’ Baqueano, siendo destinado a prestar servicios al
Regimiento de Infantería de Montaña 26 (RIM) con sede en Junín
de los Andes, unidad dependiente del Comando de la Brigada de
Infantería de Montaña VI, con sede en Neuquén […]” y que “…
nació el 26 de junio de 1940 en la provincia de Mendoza, y se
lo describe como de tez trigueña, cabellos castaños, ojos
negros y 1,78 m. de estatura”.
Además, valoraron que durante los años 1975 y 1976 se
desempeñó como “…Cabo ‘en comisión’ de la Segunda Sección de
Baqueanos del Regimiento de Infantería de Montaña 26 (RIM 26)
de Junín de los Andes, provincia de Neuquén” y que “[c]on
fecha 24 de marzo de 1976, se registró en el legajo ‘Sale a
operaciones con la unidad (ODR 56/76)’, indicándose como
destino la ciudad de Bahía Blanca, regresando a Junín de los
Andes el 14 de abril de ese año (ODR 92/76). Nuevamente el 29
de junio de 1976 se registró otra comisión a esta ciudad bajo
la ODR 121/76, la que se extendió hasta el 2 de septiembre de
ese mismo año (ODR 165/76)”.
Destacaron los magistrados que el encausado recibió
elogiosas calificaciones de sus superiores, siendo promovido
también de Cabo a Cabo Primero, y que “…ha quedado probado que
el encausado, durante los años 1976, 1977 y 1978, se
encontraba cumpliendo diferentes comisiones en Bahía Blanca al
tiempo en que las víctimas permanecieron cautivas en el centro
clandestino de detención ‘La Escuelita’, y que, durante el año

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“González Chipont, Guillermo Julio y
otros s/recurso de casación”

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1976 fue calificado por el subteniente Fernando Videla, […]


jefe de los guardias del centro clandestino de detención…”.
Con este marco, explicaron que resultaba “…ilustrativo
el análisis de los legajos personales de otros integrantes de
la Segunda Sección Baqueanos, en tanto las comisiones
asentadas en los legajos personales dan cuenta del modus
operandi de trabajo conjunto del condenado con otros
integrantes del RIM 26, en el marco de un plan criminal para
‘aniquilar la subversión’”.
Así, destacaron que en el “Libro histórico del Rim 26”
estaban asentadas “…las actividades desarrolladas por la
unidad en Bahía Blanca. Allí se detalla la nómina de
integrantes del regimiento entre los que figuraban Fernando
Antonio Videla (quien calificara al encausado), Bernardo
Artemio Cabezón, Felipe Ayala, Gabriel Cañicul, Arsenio
Lavallen (sic), Andrés D. González, Raúl Artemio Domínguez y
José María Martínez…”.
En este orden, en la sentencia se hizo especial
hincapié en que “…del examen de los legajos personales resulta
que Raúl Artemio Domínguez, Arsenio Lavayén y Desiderio
González, junto con Bernardo Artemio Cabezón y Fernando Videla
(condenados en la causa FBB 93001067/2011/TO1 ‘Stricker’)
salieron ‘con la unidad a operaciones’ desde la Brigada de
Infantería de Montaña VI (BRIM) con destino a Bahía Blanca, el
24 de marzo de 1976, regresando a Junín de los Andes los días
11 de abril, Lavayén y González y el 14 del mismo mes y año
Domínguez”.
De otra banda, el tribunal de juicio remarcó que
acreditaba también la intervención personal del acusado dentro
del centro clandestino de detención numerosa prueba

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testimonial, citando al efecto los dichos de Noemí Fiorito
Labrune y Diego Martínez, quienes refirieron que el imputado
era conocido con el apodo de “el abuelo”, y que ello también
se encontraba respaldado por “…el informe presentado el 27 de
marzo de 1998 por la Asamblea por los Derechos Humanos de
Neuquén en el que aparece el nombre de Domínguez, con el alias
‘el abuelo’ entre el personal del RIM 26 que cumplía funciones
de vigilancia en el Centro Clandestino de Detención ‘La
Escuelita’”.
Sumado a ello, tuvo en cuenta el órgano de juicio los
testimonios de “…Gustavo Florencio Monforte, ex conscripto del
Batallón de Comunicaciones 181, y Héctor Miguel Negrete cuyas
declaraciones fueron valoradas al tratar la generalidad de los
guardias, y que confirman la presencia de personal del RIM 26
operando en el centro clandestino ‘La Escuelita’”.
A partir de las declaraciones referenciadas ut supra,
el a quo afirmó que el imputado “…[era] la persona
individualizada con el alias ‘Abuelo’ [y que existían] una
serie de testimonios brindados en el marco del debate de la
causa FBB 93000982/2009/TO1 ‘Bayón’ que [daban] cuenta de que
‘el abuelo’ era uno de los guardias del lugar…”. A la vez,
hizo referencia a que otros testimonios como los de Jorge
Antonio Abel, Mario Rodolfo Juan Crespo en el marco de los
“Juicios por la verdad” en el año 2000 y los de “…Eduardo
Mario Chironi en su declaración en la causa 105/85 y Alicia
Mabel Partnoy (declaración de fs. 185/202 en la causa 94 de la
CFABB, ratificada a fs. 203/207 el 9 de agosto de 1984 ante el
Juzgado Federal nro. 1 de esta ciudad)”, también daban cuenta
del mencionado apodo.
En base al análisis conglobado de la prueba agregada
en la causa, el a quo consideró que “…se ha comprobado que el
acusado formó parte de la sección del RIM 26 que a partir del
24 de marzo de 1976 fue comisionada periódicamente al Quinto

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Causa FBB
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“González Chipont, Guillermo Julio y
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Cuerpo de Ejército a fin de realizar la custodia y el control


de las personas secuestradas en el centro clandestino de
detención ‘La Escuelita’, utilizando el alias de ‘abuelo’”.
Respecto de los cuestionamientos defensistas con
relación a la atribución del apodo “Abuelo” al encausado, los
magistrados determinaron que “…una de las víctimas que
permaneció cautiva en el centro clandestino de detención ‘La
Escuelita’, Alicia Partnoy, describe a la persona que
utilizaba el alias ‘abuelo’ como de ‘Unos 35 años’. Por lo que
es evidente que la asignación del apodo no guardaba relación
con la edad de quien lo utilizaba” y que además “…la presencia
del encausado en el lugar de detención ha sido acreditada a
partir de su legajo personal además de haber sido advertida
por algunas de las personas que pasaron por el centro
clandestino”.
Finalmente, respecto de los agravios vinculados a los
criterios de atribución de responsabilidad penal, el órgano
jurisdiccional sentenció que Domínguez “…deberá responder como
coautor de los hechos que se le imputan por entender que
existía un acuerdo común para cometer el hecho de forma tal
que su aporte obedeció a una distribución de funciones o
roles, que permite considerarlo autor de la totalidad de los
hechos aún sin haber participado en todas las etapas de su
ejecución”.
En consecuencia, determinó que “…luego de valorar las
citadas declaraciones, el legajo personal del condenado y de
otros integrantes del RIM 26, así como el libro histórico de
dicha unidad, podemos concluir que Raúl Artemio Domínguez se
desempeñó como guardia del centro clandestino ‘La Escuelita’”,
y debía responder penalmente “…de acuerdo al grado de

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intervención que asumió, en calidad de coautor (art. 45 CP),
por los delitos de los que fueron víctimas Carlos Carrizo,
Sergio Ricardo Mengatto, Gustavo Fabián Aragón, Gustavo Darío
López, Emilio Rubén Villalba, Manuel Vera Navas, Vilma Diana
Rial, Daniel Osvaldo Esquivel, Patricia Irene Chabat, María
Cristina Pedersen, Héctor Juan Ayala, José María Petersen,
Eduardo Gustavo Roth, Renato Salvador Zoccali, Sergio Andrés
Voitzuk, Néstor Daniel Bambozzi, Oscar José Meilán, Jorge
Antonio Abel, Orlando Luis Stirneman, Mirna Edith Aberasturi,
Héctor Osvaldo González, José Luis Gon, Eduardo Alberto
Hidalgo (HECHO II), Pablo Victorio Bohoslavsky, Julio Alberto
Ruiz, Rubén Alberto Ruiz, Mario Rodolfo Crespo, Juan Carlos
Monge, Luis Miguel García Sierra, Carlos Samuel Sanabria,
Alicia Mabel Partnoy, Rudy Omar Saiz, Estrella Marina Menna,
Nélida Esther Deluchi, Eduardo Mario Chironi, Carlos Roberto
Rivera, María Elena Romero, Cesar Antonio Giordano, Zulma
Araceli Izurieta, Stella Maris Ianarelli, Carlos Mario
Ilacqua, Andrés Oscar Lofvall, Gustavo Marcelo Yotti, Darío
José Rossi, Nancy Griselda Cereijo, María Angélica Ferrari,
Elisabet Frers, Susana Elba Traverso, Alberto Ricardo
Garralda, Juan Carlos Castillo, Pablo Francisco Fornasari,
Roberto Adolfo Lorenzo, Zulma Raquel Matzkin, Manuel Mario
Tarchitzky, Dora Rita Mercero, Luis Alberto Sotuyo, Raúl
Ferreri, Fernando Jara, María Graciela Izurieta, María Eugenia
González, Néstor Oscar Junquera, Graciela Alicia Romero,
Néstor Alejandro Bossi y los hijos nacidos en cautiverio de
María Graciela Izurieta y de Graciela Alicia Romero”.
Ahora bien; de lo relevado supra, se desprende que los
agravios de la defensa con relación a la incorporación de
cierta prueba al proceso, la orfandad probatoria para
demostrar el aporte concreto de su defendido y su
identificación, no logran conmover los argumentos expuestos
por el tribunal de juicio al tener por acreditada la

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participación del imputado en los hechos por los que fue


condenado y sólo se revelan como meras discrepancias con la
correcta evaluación realizada a partir de los numerosos
elementos probatorios relevados en la sentencia en crisis y
analizados en el presente pronunciamiento.
Es así que el a quo realizó un pormenorizado análisis
de la prueba incorporada para concluir en la responsabilidad
del Domínguez, repasando las diferentes comisiones que
figuraban en su Legajo Personal a las que fue encomendado, los
testimonios que daban cuenta de que se desempeñaba dentro del
centro clandestino y que incluso resultaban concluyentes
respecto del apodo “el abuelo” con el que era identificado el
encausado entre otros numerosos medios probatorios, todo lo
que daba cuenta a criterio del tribunal cual había sido el
despliegue del accionar del encausado.
Por último, vale remarcar que los planteos de la
defensa no sólo omiten demostrar presupuestos objetivos que
abonen a su hipótesis de invalidez, sino que, además, las
probanzas criticadas no fueron las únicas con las que contaron
los sentenciantes para arribar a un pronunciamiento
condenatorio, por lo que corresponde rechazar el recurso de la
defensa en los puntos señalados.
Por todo lo expuesto, corresponde rechazar el recurso
de la defensa en los puntos señalados precedentemente.
33º) Responsabilidad penal de Arsenio Lavayén.
Que ingresando al análisis de la responsabilidad penal
de Arsenio Lavayén, en la sentencia recurrida se repasó la
carrera militar del encausado previamente a los hechos que se
le imputan y relevaron que había sido descripto como “…de piel

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trigueña, cabello negro, ojos pardos y 1,75 metros de
estatura”.
Así, los magistrados explicaron que del mencionado
documento surgía que “[e]l 14 de diciembre de 1974, ya con el
grado de Cabo pasó a continuar sus servicios en la Segunda
Sección Baqueanos del Regimiento de Infantería de Montaña 26
con sede en Junín de los Andes, unidad dependiente del Comando
de la Brigada de Infantería de Montaña VI…”, y que fue
calificado favorablemente por sus superiores y ascendido al
cargo de Sargento.
Puntualmente se valoró en la sentencia que “[e]l 24 de
marzo de 1976 se registró en su legajo ‘sale con la unidad a
operaciones (ODR 56/76)’, indicándose como destino la ciudad
de Bahía Blanca, regresando a Junín de los Andes el 11 de
abril de ese año (ODR 70/76)”.
Finalmente, los judicantes detallaron que “[e]l 16 de
enero de 1981 se dispuso su retiro obligatorio, atento haber
sido considerado inútil para todo servicio y haberle
diagnosticado que padece de ‘Alcoholismo crónico’”.
En base al análisis del legajo mencionado, el tribunal
tuvo por acreditado que el encausado “…durante los años 1976 y
1977, se encontraba cumpliendo diferentes comisiones en Bahía
Blanca al tiempo en que las víctimas permanecieron cautivas en
el centro clandestino de detención ‘La Escuelita’, y que fue
calificado por el subteniente Fernando Videla, condenado en la
causa Stricker por su actuación como jefe de los guardias del
centro clandestino de detención, responsabilidad que fuera
confirmada por la Sala II de la Cámara Federal de Casación
Penal”.
En este sentido, al igual que al analizar la
responsabilidad del coimputado Domínguez, el a quo resaltó los
legajos personales del resto de los integrantes de la Segunda
Sección Baqueanos y, en particular, el “Libro Histórico” del

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Rim 26, donde constaban las actividades desarrolladas por la


unidad en Bahía Blanca y sus integrantes, entre los que
figuraba el incusado Lavayén.
En este orden, los magistrados resaltaron que “…del
examen de los legajos personales resulta que Arsenio Lavayén,
Raúl Artemio Domínguez y Desiderio González, junto con
Bernardo Artemio Cabezón y Fernando Videla (condenados en la
causa FBB 93001067/2011/TO1 ‘Stricker’), salieron ‘con la
unidad a operaciones’, el 24 de marzo de 1976, desde la
Brigada de Infantería de Montaña VI (BRIM) con destino a Bahía
Blanca”, finalizando para el acusado “…esta primera comisión
[…] el 11 de abril…”.
Por otro extremo, valoraron que “…el fundamento de la
responsabilidad penal de Lavayén [radicaba] en que ejerció el
control directo de las personas que permanecieron cautivas en
el centro clandestino de detención ‘La Escuelita’ en el
período que cumplió comisiones allí como parte de la Segunda
Sección Baqueanos del RIM 26”.
Sumado a ello, señalaron que además de la copiosa
prueba documental e informativa, había testimonios que
confirmaban la intervención personal dentro del centro
clandestino, como el de Alicia Mabel Partnoy, quien “…al
hablar de los guardias menciona a ‘Heriberto Labayén (alias
Zorzal o Vasco), de 33 años, que mediría alrededor de 1,75
metros de estatura, cabello oscuro, lacio, ojos marrones y que
usaba bigote. Su madre vivía en Niñiguau (o similar),
población pequeña cercana a San Martín de los Andes.
Suboficial de Gendarmería’.
También en la pieza sentencial hicieron referencia a
los dichos de Nélida Esther Deluchi en su declaración en el

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Juicio por la Verdad el 07 de julio del 2000, dio las
características físicas del imputado apodado “Zorzal”,
mencionando en este sentido que “…era un hombre morrudo, con
la nariz colorada como de alcohólico, la cara blanca pero
colorada como de alcohólico, un hombre con pelo negro, no muy
alto […] tendría 35/38 años, vestía de gente, la voz era una
voz un poco gruesa, era un hombre que también se dirigía
dulcemente… esa voz de gente que fuma o que toma, lo que no
tenía ese olor a alcohol como tenía siempre ‘jabalí’, también
era uno de los que cuidaba, guardias frecuentes, como que eran
permanentes”, y que en “…su testimonio obrante a fs. 4 del
expediente 86 (21) indicó que a fines del año 1976 el acusado
la visitó en su casa junto con ‘Chamamé’ […] un día antes de
fin de año llegan […] con una botella de AstiGancia para
brindar, porque “Zorzal” se iba a la casa, que estaba ubicada
en Bariloche y no volvía más a Bahía Blanca. Y que le dice que
si quiere escribirle que lo haga a nombre de ‘Pepe’, que era
su hermano, al correo de Bariloche, que allí se lo
entregarían, ya que el tal ‘Pepe’ trabajaba en el correo de
esa ciudad”, hecho que fuera confirmado por la hija de la
víctima Claudia Guerín.
En base a lo expuesto, el a quo estimó que “[l]as
descripciones realizadas por Partnoy y Deluchi de quien en el
centro clandestino de detención se desempeñaba bajo el alias
‘Zorzal’ son concluyentes para atribuirle este alias a Arsenio
Lavayén, en primer lugar porque las características físicas
reseñadas por ambas, altura, color de cabello y edad
aproximada coinciden con las que se encuentran consignadas en
el legajo personal de Lavayén, y con las que este Tribunal ha
podido apreciar en las audiencias de debate y además Alicia
Partnoy indicó el apellido (Lavayén) asociado a ese alias
(Zorzal)”.

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otros s/recurso de casación”

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Así, los magistrados explicaron que “[a] raíz de estos


testimonios se le recibió declaración (en el marco de la causa
N° 86(21) el 20 de febrero de 1987) a José Lavayén,
funcionario de Correos de San Carlos de Bariloche, […] ‘en el
año 1976/77 tenía un familiar (Hno) ARSENIO LAVAYEN, que
revestía como Sub-oficial en el Ejército Argentino, con
prestación de servicios en la Unidad Militar de JUNÍN DE LOS
ANDES, de la vecina provincia de Neuquén. Que sabe viajó dos o
tres veces por razones de servicio a la ciudad de Bahía
Blanca, en esos años. Que actualmente se encuentra retirado
por razones de salud, y se encuentra radicado en la localidad
de Plottier, en proximidades de la Ciudad de Neuquén
(Capital). Sabe es casado, y tiene familia a su cargo. Sabes
que su retiro de la Fuerza Militar lo fue a fines del año 1978
o principio del año 1979, por problema de salud (afectado
mentalmente). Que su hermano posee en la actualidad 41 años’”.
En este contexto, concluyeron que “…la declaración del
hermano de Lavayén corroboró los datos que habían brindado
Alicia Partnoy y Nélida Deluchi en sus testimonios, los que
junto a la prueba documental antes valorada (su legajo
personal, sus calificaciones y comisiones) nos permiten
afirmar la hipótesis fiscal”.
Por otro lado, los jueces intervinientes repasaron las
declaraciones testimoniales de Noemí Fiorito y Diego Martínez,
cuyas exclusiones habían sido rechazadas por el tribunal de
juicio, y aclararon que “…el valor de estas declaraciones es
complementario de las pruebas antes valoradas”.
Al efecto, destacaron que ambos testigos habían
relatado sus encuentros con el encausado, y que por su parte
Fiorito había manifestado que “…Lavayén, un hombre de

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ascendencia mapuche, nacido y criado en zona de cordillera,
había sido baqueano. Después del tema este del centro
clandestino, él tuvo un episodio de locura, con un episodio
agudo de alcoholismo, estuvo en tratamiento, el ejército le
dio rápidamente de baja. Cuando yo lo entrevisté él se estaba
reponiendo de todo eso, estaba retomando su vida normal, su
vida familiar, ya había pasado la convalecencia y él me dijo
yo era baqueano del Ejército Argentino, y que cuando los
animales fueron reemplazados por Jeep, a él lo usaron para ser
guardián en los centros y mire lo que hizo de mí el ejército.
Él se acordaba del parto, se acordaba de Graciela cuando la
hacían caminar, pero no supo qué pasó con el hijo… A Lavayén
le decían ‘zorzal’, no tengo idea porque lo llamaban así pero
ellos reconocieron que así los llamaban. Cuándo fui a verlo a
Lavayén, que fui a verlo varias veces, […] y me reconocieron
los apodos, no eran apodos secretos o para ocultar su
identidad, así lo llamaban los compañeros”.
Sumado a ello, también tuvieron consideración los
testimonios de “…Gustavo Florencio Monforte, ex conscripto del
Batallón de Comunicaciones 181, Héctor Miguel Negrete y
Eduardo Guillermo Buamscha, cuyas declaraciones fueron
valoradas al tratar la generalidad de los guardias y que
confirman la presencia de personal del RIM 26 operando en el
centro clandestino ‘La Escuelita’”.
A partir de toda la prueba producida durante el
proceso y relevada por el tribunal en el instrumento
sentencial, el tribunal de juicio tuvo por acreditado que el
encausado “…es la persona individualizada con el alias
‘Zorzal’ […y que] existen una serie de testimonios brindados
en el marco del debate de la causa FBB 93000982/2009/TO1
‘Bayón’ que dan cuenta de que ‘zorzal’ era uno de los guardias
del lugar”, entre los que se encontraban los de “…Juan Carlos
Monge […],Oscar José Meilán […], Sergio Andrés Voitzuk […],

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Gustavo Darío López […], Alicia Mabel Partnoy […], Carlos


Samuel Sanabria […], Nélida Isabel Trípodi […], José Luis
Robinson […], María Eugenia Flores Riquelme […] y Julio Oscar
Lede…”.
Finalmente, los judicantes destacaron que “…la función
que el acusado cumplió como guardia del centro clandestino de
detención fue corroborada a partir del reconocimiento que
realizó [el imputado] en oportunidad de pronunciar las últimas
palabras en este juicio (conforme art. 393 in fine CPPN),
cuando expresamente contó acerca de su presencia y sus
funciones en el mencionado centro clandestino de detención”, y
transcribieron al efecto la mencionada declaración.
En conclusión, y en base a un análisis de todos los
elementos agregados durante el desarrollo del proceso, el
tribunal de juicio consideró que se encontraba probado “…que
el acusado formó parte de la sección del RIM 26 que a partir
del 24 de marzo de 1976 fue comisionada periódicamente al
Quinto Cuerpo de Ejército a fin de realizar la custodia y el
control de las personas secuestradas en el centro clandestino
de detención ‘La Escuelita’, utilizando el alias de ‘zorzal’”.
En otro extremo, en cuanto a el agravio de la defensa
respecto del rechazo de la exclusión probatoria de los
testimonios de Noemí Fiorito y Diego Martínez, reclamo por el
cual insiste en esta instancia, los judicantes habían
considerado que “…los elementos probatorios fueron, una vez
más, incorporados legítimamente a la causa, respetando el
contradictorio y no recibiendo ningún embate y cuestionamiento
luego de su incorporación mediante el proveído de prueba de
fecha 06 de octubre de 2016, el cual fue debidamente
notificado a la defensa oficial” y que “…las declaraciones

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testimoniales de Fiorito y Martínez prestadas en las causas
referidas fueron realizadas en presencia del representante de
la Defensa Oficial en respeto de todas las garantías
constitucionales para el contralor de esa prueba”.
Sumado a ello, destacaron que “…los datos revelados
por los testigos durante las declaraciones no resultan la
piedra basal sobre la que se estructura la responsabilidad
penal de Arsenio Lavayén […] sino que aparecen como
circunstancias que ameritan ser ponderadas armoniosamente con
las restantes pruebas producidas a instancia de las partes
para tenerlas por comprobadas o refutadas”.
Concretamente, en cuanto al contenido de las
mencionadas declaraciones y en el contexto en el que se habían
dado, el órgano de juicio concluyó que “…los dichos del
acusado fueron realizados en el marco de una conversación
entre particulares en la que asume el riesgo que esas
expresiones sean posteriormente reproducidos a terceros pues
la expectativa de confidencialidad no es esperable en tal caso
como sí podría serlo en otro ámbito […por lo que] la
circunstancia alegada por la defensa en cuanto a que las
manifestaciones fueron realizadas por el acusado en un
supuesto estado de ebriedad resulta incomprobable y no
ameritan ser ni siquiera rebatidas por [ese] Tribunal…”.
Además, respecto a la garantía que veda la
autoincriminación forzosa, los magistrados refirieron que “…el
Alto Tribunal desde hace tiempo ha sostenido el principio de
que lo prohibido por la ley fundamental es compeler física o
moralmente a una persona con el fin de obtener comunicaciones
o expresiones que deberían provenir de su libre voluntad
(Fallos 255:18) como así también que los datos aportados por
un imputado -incluso detenido- en forma espontánea resultan en
principio válidos, salvo que fueren producto de una coacción
(Fallos 315:2505; 317:241, entre otros)”.

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otros s/recurso de casación”

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Por todo lo expuesto, al momento de analizar la


responsabilidad penal del imputado, explicaron que “…si bien
se ha rechazado la solicitud de exclusión probatoria postulada
por la defensa, no [pueden] dejar de señalar que teniendo en
cuenta la totalidad de las pruebas producidas en este juicio
oral existe un cauce de información independiente del que se
pretendía excluir, que nos permite acreditar que el nombrado
se desempeñó como guardia en ‘La Escuelita’”.
En definitiva, de lo expuesto in extenso en los
párrafos precedentes se advierte que el tribunal de juicio dio
adecuado tratamiento a los argumentos expuestos por la
defensa, por lo que se advierte que, las alegaciones que
formula en esta instancia son meras reediciones de aquellas
que fueron debidamente abordadas durante el juicio oral, por
lo que corresponde rechazar en este punto el recurso de la
defensa.
De otra banda, en cuanto al agravio de la orfandad
probatoria en la atribución del apodo “zorzal” al imputado, el
tribunal en la sentencia recurrida remarcó que “…los
testimonios de Partnoy y Deluchi resultan concluyentes para
atribuirle este alias a Arsenio Lavayén”.
En consecuencia, determinaron que “…[podían] concluir
que Arsenio Lavayén se desempeñó como guardia del centro
clandestino de detención ‘La Escuelita’, […]ejerciendo el
control, la custodia y sobre todo, interviniendo de manera
efectiva en el aseguramiento de la privación ilegal de la
libertad de las víctimas, dentro de un lugar de cautiverio
donde fueron sometidas a graves tormentos y donde en muchos
casos se decidió su destino final (desaparición u homicidio)”,
por lo que debía responder penalmente “…de acuerdo al grado de

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intervención que asumió, en calidad de coautor (art. 45 CP),
por los delitos de los que fueron víctimas Carlos Carrizo,
Sergio Ricardo Mengatto, Gustavo Fabián Aragón, Gustavo Darío
López, Emilio Rubén Villalba, Manuel Vera Navas, Vilma Diana
Rial, Daniel Osvaldo Esquivel, Patricia Irene Chabat, Héctor
Juan Ayala, José María Petersen, Eduardo Gustavo Roth, Renato
Salvador Zoccali, Sergio Andrés Voitzuk, Néstor Daniel
Bambozzi, Oscar José Meilán, Jorge Antonio Abel, Orlando Luis
Stirneman, Mirna Edith Aberasturi, Héctor Osvaldo González,
José Luis Gon, Eduardo Alberto Hidalgo (HECHO II), Pablo
Victorio Bohoslavsky, Julio Alberto Ruiz, Rubén Alberto Ruiz,
Mario Rodolfo Crespo, Juan Carlos Monge, Luis Miguel García
Sierra, Carlos Samuel Sanabria, Alicia Mabel Partnoy, Eduardo
Mario Chironi, Carlos Roberto Rivera, María Elena Romero,
Cesar Antonio Giordano, Zulma Araceli Izurieta, Stella Maris
Ianarelli, Andrés Oscar Lofvall, Gustavo Marcelo Yotti, Darío
José Rossi, Nancy Griselda Cereijo, María Angélica Ferrari,
Elisabet Frers, Susana Elba Traverso, Dora Rita Mercero, Raúl
Ferreri, Fernando Jara, María Graciela Izurieta, María Eugenia
González, Néstor Oscar Junquera, Graciela Alicia Romero,
Néstor Alejandro Bossi y los hijos nacidos en cautiverio de
María Graciela Izurieta y de Graciela Alicia Romero”.
Sentado cuanto precede, corresponde desestimar los
planteos interpuestos de la parte recurrente en relación a la
identificación de su asistido como guardia del centro
clandestino de detención, la omisión de valoración de prueba
dirimente, la ponderación de ciertos testimonios y el rechazo
de la exclusión probatoria de las declaraciones brindadas por
el encausado por presunta violación a la garantía de
autoincriminación pues, tal como fue expuesto en los párrafos
anteriores, el tribunal sentenciante repasó los diferentes
elementos de prueba y como ellos fueron incorporados al
proceso, por lo que las alegaciones defensistas no logran

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Causa FBB
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“González Chipont, Guillermo Julio y
otros s/recurso de casación”

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conmover los argumentos expuestos por el a quo al tener por


acreditada la participación del imputado en los hechos por los
que fue condenado, constituyendo meras discrepancias con la
correcta evaluación realizada a partir de los numerosos
elementos probatorios relevados en la sentencia en crisis y
analizados en el presente pronunciamiento.
Ad finem, y tal como destacó el a quo en la sentencia,
las probanzas criticadas no fueron las únicas con las que
contaron para arribar a un pronunciamiento condenatorio, sino
que del análisis conglobado de toda la prueba incriminatoria
podía concluirse respecto de la responsabilidad penal del
imputado Lavayén.
En consecuencia, conforme lo expuesto corresponde
rechazar el recurso en los puntos mencionados.
34º) Responsabilidad penal de Desiderio Andrés Gonzá-
lez.
Que vinculado a la participación de Desiderio Andrés
González en los hechos por los que fuera condenado, el
tribunal de juicio relevó que conforme surgía de su legajo
personal “…ingresó al Ejército Argentino el 5 de julio de
1966, como Cabo ‘en comisión’ Baqueano, siendo destinado a
prestar servicios al Regimiento de Infantería de Montaña 26
(RIM) con sede en Junín de los Andes, unidad dependiente del
Comando de la Brigada de Infantería de Montaña VI, con sede en
Neuquén”, y que “…se indica que Desiderio González nació el 4
de mayo de 1944 en la provincia del Neuquén, y se lo describe
como de tez blanca, cabellos negros, ojos pardos y 1,62 m. de
estatura”.
De seguido, los magistrados explicaron que recibió
elogiosas calificaciones de sus superiores, siendo promovido,

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y que luego del análisis de su legajo personal “…ha quedado
probado que el encausado, durante los años 1976, 1977 y 1978,
se encontraba cumpliendo diferentes comisiones en Bahía Blanca
al tiempo en que las víctimas permanecieron cautivas en el
centro clandestino de detención ‘La Escuelita’”.
Con este marco, y tal como fue expuesto al analizar la
responsabilidad penal de los coimputados Domínguez y Lavayén,
los magistrados actuantes relevaron el análisis de los legajos
personales de otros de los integrantes de la Segunda Sección
Baqueanos y la información que surgía del “Libro Histórico”
del RIM 26, donde aparecía nombrado el encausado González -
entre otros- y las actividades desarrolladas por la Unidad en
Bahía Blanca; hasta regresar junto a Lavayén el 11 de abril a
Junín de los Andes.
Asimismo, respecto de la intervención personal del
acusado dentro del centro clandestino los judicantes tuvieron
en cuenta no sólo las probanzas citadas precedentemente, sino
también una serie de testimonios que ubicaban al imputado en
el centro clandestino de detención, a saber, Eduardo Guillermo
Buamscha y Raúl Héctor González.
Sumado a ello, el a quo refirió en la sentencia que “…
como elementos de prueba independientes de los antes referidos
se incorporó el informe presentado el 27 de marzo de 1998 por
la Asamblea por los Derechos Humanos de Neuquén en el que
aparece el nombre de González, con el alias ‘el perro’ entre
el personal del RIM 26 que cumplía funciones de vigilancia en
el Centro Clandestino de Detención ‘La Escuelita’ (fs. 111 del
expediente 56.882) y la declaración de Diego Martínez quién
también aportó información sobre el apodo utilizado por el
condenado…”.
De esta forma, los jueces intervinientes tuvieron en
cuenta los testimonios de “…Gustavo Florencio Monforte, ex
conscripto del Batallón de Comunicaciones 181, y Héctor Miguel

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Negrete cuyas declaraciones fueron valoradas al tratar la


generalidad de los guardias, y que confirman la presencia de
personal del RIM 26 operando en el centro clandestino ‘La
Escuelita’”.
Con relación a las mencionadas declaraciones,
relevaron que se tuvo “…por acreditado que el condenado es la
persona individualizada con el alias ‘perro’. Asimismo,
existen una serie de testimonios brindados en el marco del
debate de la causa FBB 93000982/2009/TO1 ‘Bayón’ que dan
cuenta de que ‘perro’ era uno de los guardias del lugar”,
destacando al efecto los dichos de Juan Carlos Monge, Patricia
Irene Chabat, Manuel Vera Navas, José Luis Gon, Luis Miguel
García Sierra, Sergio Andrés Voitzuk, Gustavo Darío López,
Carlos Samuel Sanabria, Nélida Isabel Trípodi y Carlos Raúl
Principi. Sumados a estos testimonios, dieron cuenta de dicho
alias Jorge Antonio Abel y Mario Rodolfo Juan Crespo en el
marco de las audiencias por los “Juicios de la Verdad” en el
año 2000.
Por lo expuesto, el tribunal a quo concluyó que “…se
ha comprobado que el acusado formó parte de la sección del RIM
26 que a partir del 24 de marzo de 1976 fue comisionada
periódicamente al Quinto Cuerpo de Ejército a fin de realizar
la custodia y el control de las personas secuestradas en el
centro clandestino de detención ‘La Escuelita’ utilizando el
alias ‘perro’”.
A su vez, con relación a los planteos defensistas en
torno a los criterios de atribución de responsabilidad, los
magistrados refirieron que “…González deberá responder como
coautor de los hechos que se le imputan por entender que
existía un acuerdo común para cometer el hecho de forma tal

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que su aporte obedeció a una distribución de funciones o
roles, que permite considerarlo autor de la totalidad de los
hechos aún sin haber participado en todas las etapas de su
ejecución (ver CFCP, Sala II, FBB 93000982/2009/TO1/41/CFC10,
resuelta el 23/03/2017)”.
De otro lado, en cuanto a los cuestionamientos de la
asistencia técnica en relación la identificación del imputado
bajo el apodo de “perro”, explicaron que “…si bien el Tribunal
consideró acreditado el uso de ese apodo, aun cuando no se
hubiera arribado a una tal conclusión, la presencia del
encausado en el centro clandestino de detención ha sido
acreditada a partir de su legajo personal, y los demás
elementos de prueba que hemos desarrollado a lo largo del
presente exordio”, y que la defensa no aportó una hipótesis de
investigación distinta de la que allí se había sostenido.
En base a lo expuesto, el tribunal actuante puntualizó
que “…luego de analizar la totalidad de los elementos que las
partes introdujeron al debate en torno a esta responsabilidad,
[consideraron] que existen elementos suficientes para tener
por acreditado que Desiderio Andrés González se desempeñó como
guardia del centro clandestino ‘La Escuelita’, ejerciendo el
control, la custodia y sobre todo, interviniendo de manera
efectiva en el aseguramiento de la privación ilegal de la
libertad de las víctimas, dentro de un lugar de cautiverio
donde fueron sometidas a graves tormentos y donde en muchos
casos se decidió su destino final (desaparición y homicidio)”,
por lo que debía responder “…de acuerdo al grado de
intervención que asumió, en calidad de coautor (art. 45 CP),
por los delitos de los que fueron víctimas Carlos Carrizo,
Sergio Ricardo Mengatto, Gustavo Fabián Aragón, Gustavo Darío
López, Emilio Rubén Villalba, Manuel Vera Navas, Vilma Diana
Rial, Patricia Irene Chabat, Héctor Juan Ayala, José María
Petersen, Eduardo Gustavo Roth, Renato Salvador Zoccali,

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otros s/recurso de casación”

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Sergio Andrés Voitzuk, Néstor Daniel Bambozzi, Oscar José


Meilán, Jorge Antonio Abel, Orlando Luis Stirneman, Mirna
Edith Aberasturi, Héctor Osvaldo González, José Luis Gon,
Eduardo Alberto Hidalgo (HECHO II), Pablo Victorio
Bohoslavsky, Julio Alberto Ruiz, Rubén Alberto Ruiz, Mario
Rodolfo Crespo, Juan Carlos Monge, Luis Miguel García Sierra,
Carlos Samuel Sanabria, Alicia Mabel Partnoy, Eduardo Mario
Chironi, Carlos Roberto Rivera, María Elena Romero, Cesar
Antonio Giordano, Zulma Araceli Izurieta, Stella Maris
Ianarelli, Carlos Mario Ilacqua, Andrés Oscar Lofvall, Gustavo
Marcelo Yotti, Darío José Rossi, Nancy Griselda Cereijo, María
Angélica Ferrari, Elisabet Frers, Raúl Ferreri, Fernando Jara,
María Graciela Izurieta, María Eugenia González, Néstor Oscar
Junquera, Graciela Alicia Romero y los hijos nacidos en
cautiverio de María Graciela Izurieta y de Graciela Alicia
Romero”.
Ahora bien; de lo expuesto en los párrafos precedentes
se desprende que los agravios defensistas con relación a la
incorporación de algunas pruebas, la orfandad probatoria para
demostrar el aporte concreto de su defendido y su
identificación, no logran conmover lo sostenido por el
tribunal de juicio para demostrar su participación y sólo se
traducen en una mera discrepancia con la correcta evaluación
realizada a partir de los numerosos elementos probatorios
relevados en la sentencia en crisis y analizados en el
presente pronunciamiento.
En consecuencia, los planteos de la defensa no sólo
omiten demostrar presupuestos objetivos que abonen a su
hipótesis de invalidez, sino que, además, las probanzas
criticadas no fueron las únicas pruebas con las que contaron

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los sentenciantes para arribar a un pronunciamiento
condenatorio.
Por todo lo reseñado, corresponde rechazar el recurso
de la defensa en los puntos señalados precedentemente.
35º) Responsabilidad penal de Alejandro Lawless
a) Que, a los efectos de dar respuesta a los cuestio-
namientos de la defensa del imputado Alejandro Lawless, co-
rresponde destacar que el tribunal de juicio hizo un repaso de
los diferentes cargos detentados por el encausado. En particu-
lar, se resaltó que “El 17 de marzo de 1976, con el grado de
Teniente, el imputado asumió la jefatura de la Compañía Comu-
nicaciones y Comando de esa unidad, cargo que ejerció hasta el
27 de enero de 1977, cuando pasó a la Compañía Comando y Ser-
vicios, como Jefe de la Sección Arsenales”.
En lo atingente a estos cargos, puntualizaron que fue
calificado por las máximas autoridades del Batallón de
Comunicaciones 181, Teniente Coronel Argentino Cipriano Tauber
y Mayor Carlos Andrés Stricker y por el Teniente Coronel Jorge
Enrique Mansueto Swendsen y el Mayor Alejandro Osvaldo
Marjanov, recibiendo las puntuaciones máximas.
En este punto, el tribunal de juicio explicitó que “…
la responsabilidad penal de Alejandro Lawless se fundamenta en
haber intervenido, como Jefe de la Compañía Comunicaciones y
Comando, en operativos militares en los que se materializaban
secuestros de personas sindicadas como ‘elementos subversivos’
en el Área 511” y que además “…también había tenido a su cargo
la custodia de las víctimas mientras permanecieron cautivas en
los Centros Clandestinos que funcionaron en jurisdicción del
Batallón de Comunicaciones 181”.
Aunado a ello, los judicantes consideraron que la
prueba testimonial resultaba concluyente y citaron, al efecto,
los relatos de los ex conscriptos Rubén Alberto Miceli y el ya
referido Gustavo Florencio Monforte. A la vez, resaltaron que

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del “Libro Histórico Del Batallón De Comunicaciones De Comando


181” surgía que “…se podía ubicar a Alejandro Lawless dentro
de la nómina de Jefes y Oficiales del año 1976, conforme a su
jerarquía y antigüedad, ocupando el número de orden octavo,
como Teniente de Comunicaciones…”.
Destacaron también que “…la estructura de la unidad,
el acusado se encontraba subordinado a Carlos Stricker y Raúl
Otero. Como Jefe de la Compañía ‘Comunicaciones y Comando’
participó en operativos y aseguró la custodia de los lugares
de detención, pues se ha demostrado que personal dependiente
del acusado realizó esas guardias. Incluso él mismo participó
personalmente de las guardias…”, citando al efecto la
reglamentación militar.
En este sentido, señalaron que debía entenderse el
funcionamiento de las unidades y de los oficiales teniendo en
cuenta que “…las órdenes bajaban desde el Jefe de la Unidad
(Tauber o Mansueto Swendsen), pasaban por el Segundo Jefe
(Stricker o Marjanov) hacia los miembros de la plana mayor
[…], y eran ejecutadas por el Jefe de Compañía (Lawless) a
través de las secciones a su cargo”.
Frente al orden de mando descripto, los judicantes
sostuvieron que el incusado “…dirigió su subunidad, los
recursos humanos y materiales que estuvieron bajo su
dependencia funcional, a fin de llevar adelante los operativos
militares en que se materializaban secuestros dentro del Área
511 de la Subzona 51, así como para asegurar el control y la
custodia de los detenidos ubicados en las instalaciones del
Batallón 181” estableciendo “…las guardias en los centros
clandestinos donde fueron colocadas las víctimas”.

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En cuanto al testimonio de Gustavo Florencio Monforte,
el a quo resaltó que había realizado el servicio militar
obligatorio en el Batallón de Comunicaciones 181 desde el 16
de marzo de 1976 hasta mayo de 1977, quien había confirmado
que diferentes compañías del Batallón de Comunicaciones 181
intervinieron en operativos afectados contra la “lucha contra
la subversión” y además que había “…visto personas privadas de
la libertad dentro del Batallón, confirmando no sólo la
existencia de los centros clandestinos, sino también probando
que un simple conscripto podía tener acceso”.
A su vez, de modo conteste el referido Miceli
manifestó que como conscripto ingresó en el Batallón de
Comunicaciones el 19 de marzo de 1976 y describió que “…
primero [estuvo] en la compañía A de combate, luego [lo]
pasaron a la B y [formaron] equipos que ellos le decían
retenes y [hacían] operativos”.
Asimismo, señalaron que el mencionado testigo también
dio cuenta de “…la existencia de personas detenidas dentro del
Batallón”, ya que “…en su calidad de conscripto de la compañía
dirigida por Lawless, se encargó de custodiar a personas que
permanecían secuestradas en el gimnasio, llegando a tomar
contacto personal con ellas. Refirió que a algunas las conocía
de Punta Alta”.
Así, citaron la declaración de Héctor Daniel Mitre que
había ingresado la conscripción en el Batallón el 19 de marzo
de 1976, siendo asignado a la Compañía de Comunicaciones,
quien se expidió en similar sentido a los dos testimonios
analizados precedentemente.
Por otra parte, en la sentencia recurrida se valoraron
in extenso los testimonios de Jorge Hugo Griskan y Liliana
Beatriz Griskan quienes coincidieron al identificar al
encausado durante su cautiverio, describiendo diferentes

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momentos de interacción con éste y mencionaron a otras


víctimas que también estuvieron bajo la órbita del encausado.
Además, los judicantes destacaron que Liliana Beatriz
Griskan realizó “…una descripción física del acusado,
recordando haber mantenido una conversación ‘en inglés’ con
aquel: ‘era una persona de mediana estatura, rellenito, en ese
momento de cabello castaño oscuro, lo que no recuerdo si en
ese momento usaba bigote o no… el señor Lawless que era
Lawless porque lo identificaron luego Oficiales y soldados, no
tengo la menor duda que era él’”.
A raíz de los testimonios supra referenciados, el
tribunal de juicio concluyó que le permitían también acreditar
que el imputado “…intervino en los llamados ‘operativos
antisubversivos’, que tuvo contacto directo con personas que
permanecían detenidas dentro del Batallón de Comunicaciones, y
que como Jefe de la compañía ‘Comunicaciones y Comando’ ordenó
hacer efectivas las guardias que permitieron mantener a las
víctimas privadas de la libertad”.
En este contexto, frente a las alegaciones de la
defensa, los judicantes aclararon que “…el hecho de que
algunas víctimas prestaran declaración en los debates
anteriores, identificando al condenado, se debe a
fragmentaciones procesales que no deben [impedir] valorar el
cuadro probatorio completo, pues dichos elementos de prueba se
han incorporado respetando las reglas procesales y la acordada
1/12 de la CFCP”.
En otro orden, se expidieron respecto de los hechos
ilícitos cometidos en perjuicio de las víctimas por los que el
imputado fue condenado, señalando en primer lugar que “[e]n lo
que respecta a Liliana Beatriz Griskan, Jorge Hugo Griskan y

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Raúl Griskan (caso 30), el acusado intervino en el operativo
de secuestro de los nombrados, asegurando su custodia mientras
permanecieron alojados en dependencias del Batallón de
Comunicaciones 181”.
De seguido, explicaron que “[e]n relación a los
alumnos de la ENET (casos 48, 50, 52, 54, 55 y 57) […] al
pasar de ‘La Escuelita’ al Batallón de Comunicaciones 181, a
las víctimas se les retiraron las vendas y ataduras, se les
practicaron curaciones […] y fueron alojadas en un calabozo.
[…por lo que] Lawless debe responder por mantener la privación
ilegal de la libertad de las víctimas en los casos de Carrizo
y Roth (casos 50 y 55); concurriendo aquel delito con el de
tormentos agravados en los casos de Aragón, López y Petersen
(casos 48, 52 y 54)”.
En cuanto al hecho que damnificase a Renato Zoccali,
el a quo refirió que “…el encausado debe responder por la
privación ilegal de la libertad en concurso real con tormentos
agravados. […] ha quedado acreditado que el secuestro de la
víctima fue realizado por personal militar que la trasladó al
Batallón de Comunicaciones para una supuesta averiguación de
antecedentes. Asimismo, en el momento que le anunciaron sería
liberado, se lo encapuchó y condujo al centro clandestino ‘La
Escuelita’. […] mientras permanecía en la unidad en la que
revistaba el encausado, encontrándose bajo su custodia
funcional, fue introducida al mencionado centro clandestino
donde padeció distintos tipos de torturas. En ese contexto,
Lawless sí debe responder por los tormentos que Zoccali
padeció en ‘La Escuelita’, puesto que el Batallón ofició en
este caso como puerta de entrada al centro clandestino. […] y
que] que este último funcionaba a una distancia muy corta del
lugar y en terrenos de dicha unidad…”.
En similar sentido, los magistrados actuantes se
pronunciaron respecto a “…las víctimas Carlos Samuel Sanabria

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y Alicia Mabel Partnoy (caso 63), quienes fueron secuestradas


por personal militar y llevadas al Batallón de Comunicaciones
181, para luego ser ingresados a ‘La Escuelita’”.
Por otra parte, destacaron que “…con relación a Pablo
Victorio Bohoslavsky, Julio Alberto Ruíz y Rubén Alberto Ruíz
(caso 32), al igual que los alumnos de la ENET, los nombrados
fueron ingresados al Batallón luego de haber permanecido
secuestrados dentro del centro clandestino ‘La Escuelita’”.
En esta misma línea, remarcaron que en cuanto a “…los
hechos ilícitos cometidos en perjuicio de Castillo, Fornasari
y Del Río (caso 14 y 25) […] el acusado deberá responder por
la privación ilegal de la libertad, tormentos y homicidio de
aquellos, conforme al mismo estándar al que [han] hecho
referencia al [ocuparse] del caso de Renato Zoccali”, ya que
según el tribunal se encontraba acreditado que “…Fornasari y
Castillo fueron detenidos en el marco de un retén de ruta
realizado por personal militar entre los que se encontraba el
Capitán Otero, Oficial de la plana mayor del Batallón de
Comunicaciones 181. Ambas víctimas fueron luego trasladadas a
esa unidad y mantenidas detenidas en un calabozo, del cual se
llevaron inicialmente a Castillo. Ello resulta acreditado con
la misiva que Fornasari remite a su pareja haciéndole saber
todo lo acontecido, solicitándole que la mayor cantidad de
familiares posibles se hicieran presentes en el Batallón para
que todos supieran que estaba allí. Los dos fueron ingresados
a ‘La Escuelita’, para aparecer asesinados en un
enfrentamiento fraguado con el Ejército los primeros días de
septiembre de 1976”, por lo que se podía apreciar como “…
personal del Batallón de Comunicaciones 181 realiza el
secuestro de Castillo y Fornasari, quienes son colocados en el

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ámbito de custodia funcional de Lawless, para pasar después al
mencionado centro clandestino”.
Por último, en cuanto a “…Ricardo Gabriel Del Río
(caso 25), [ese] Tribunal considera aplicable el mismo
estándar explicado [aplicado en los casos que damnificaron a
Fornasari y Castillo…], puesto que la víctima permaneció
detenida en el gimnasio del Batallón 181, dejando de ser
advertida en el lugar, para finalmente aparecer asesinada
mediante la misma modalidad de enfrentamiento fraguado con el
Ejército, junto a Carlos Roberto Rivera, quien se encontraba
secuestrado en ‘La Escuelita’ (ver caso 31)”.
Sentado cuanto precede, respecto al agravio defensista
en torno a la ajenidad de su asistido en la “lucha contra la
subversión”, se expuso en la sentencia que “…la unidad no sólo
no era ajena al plan criminal sistemático, sino que sus
distintas compañías tanto en 1976 como 1977, intervinieron en
operativos ‘antisubversivos’, de acuerdo a lo prescripto por
las Directivas Militares de la época (ver Directiva 1/75,
404/75)”, y además que no existían elementos probatorios que
“…[les] permitan determinar qué función tenía asignada cada
una de ellas en ese contexto”.
En esta línea argumental, los jueces explicaron que “…
a partir de los testimonios de los conscriptos [han] visto que
el Batallón de Comunicaciones recibía nóminas de personas
buscadas con pedido de captura por estar vinculadas a la
‘subversión’, y de qué manera esas detenciones en algunas
oportunidades eran realizadas en el marco de los operativos
referenciados, y en otros casos como aconteció con Hugo
Washington Bárzola, en horas de la noche, con notas típicas de
clandestinidad…”, por lo que los testimonios sumados al resto
de los elementos probatorios, según el tribunal actuante,
permitían descartar el planteo de la defensa respecto a la
ajenidad del Batallón al plan criminal.

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De esta forma, destacaron que “…la responsabilidad de


Lawless se funda en su pertenencia a una estructura militar
con comprobada participación en los hechos ilícitos juzgados.
El nombrado se desempeñaba como Jefe de la compañía más
importante del Batallón, según lo estableciera el Teniente
Coronel Tauber al momento de calificar al Capitán Otero (ver
informe de calificación 1974/1975, legajo personal de Otero)”.
En suma, los magistrados concluyeron que el imputado
debía responder penalmente en calidad de coautor por los
hechos que fuera acusado, lo que implicaba que “…en el ámbito
de la estructura de poder en la que se encontraba inserto, en
su carácter de Jefe de compañía, en los eslabones de la cadena
de mando, el acusado se encontraba más cerca de la máxima
autoridad del Batallón que de quien ejecutaba personalmente
los actos de secuestro, torturas u homicidios”, y que “[e]sto
último explica que no siempre el imputado estuviera presente
en todos los operativos, pues para ello se contaba con
oficiales y suboficiales que estaban por debajo de él. Es en
razón de ello que el conscripto Monforte recuerda haberlo
visto en algún operativo sin poder individualizarlo en alguno
en particular”.
Con este marco, aclararon que resultaba “…absurdo
pensar que un Oficial del Ejército, Jefe de la compañía más
importante del Batallón, que contaba al menos con dos
secciones a su cargo, no pudiera tener acceso a los
prisioneros, si dos simples conscriptos como Monforte y Miceli
pudieron tener contacto personal con ellos”, y que no había “…
ningún elemento que [les] permita aseverar aún de manera
preliminar o probable que aquel no se encontraba en el lugar y

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por tanto permaneciera ajeno a lo que sucedía con los
prisioneros”.
Así, afirmaron que “…Lawless se encargó de armar las
guardias (llamadas ‘imaginarias’), para custodiar los centros
clandestinos donde permanecieron detenidas las víctimas. Fue
el testigo Miceli, integrante de la compañía de
‘Comunicaciones y Comando’, quien relató cómo tomó a su cargo
la custodia del gimnasio, reconociendo algunas personas por
estar vinculadas a la política, en la localidad de Punta
Alta”.
En base a ello, en la sentencia se consignó que “…el
encausado tomó parte en la ejecución y su aporte [había] sido
determinante en los hechos de los que se lo acusa,
circunstancia por la que deberá responder como coautor
(conforme art. 45 del CP) […por] los secuestros, tormentos y
homicidios que tuvieron como víctimas a Jorge Hugo Griskan,
Raúl Griskan, Liliana Beatriz Griskan, María Cristina Jessene,
María Felicitas Baliña, Héctor Furia, Braulio Raúl Laurencena,
Estrella Marina Menna, Hugo Washington Barzola, Simón León
Dejter, Carlos Carrizo, Gustavo Fabián Aragón, Gustavo Darío
López, Pablo Victorio Bohoslavsky, Julio Alberto Ruíz, Rubén
Alberto Ruíz, José María Petersen, Eduardo Gustavo Roth,
Renato Salvador Zoccali, Carlos Samuel Sanabria, Alicia Mabel
Partnoy, Ricardo Gabriel Del Rio, Juan Carlos Castillo, Pablo
Francisco Fornasari.
Así entonces, la hipótesis desincriminatoria que
plantea la asistencia técnica, parte de un análisis
descontextualizado, apartado de las circunstancias comprobadas
de la causa que soslaya las declaraciones de numerosos
testigos, no solo los conscriptos, sino víctimas que lo
identificaron directamente durante los hechos que los
damnificaron. Las impugnaciones sobre las que insiste la
defensa en esta instancia han recibido debida respuesta en el

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“González Chipont, Guillermo Julio y
otros s/recurso de casación”

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instrumento sentencial, por lo que se impone el rechazo del


recurso de casación en este punto.
b) Que, en lo que respecta a los agravios traídos por
el representante del Ministerio Público Fiscal contra la
omisión del a quo de condenar a Lawless como coautor del
delito de imposición de tormentos agravados, en perjuicio de
Jorge Hugo Griskan, Raúl Griskan, Liliana Beatriz Griskan,
Eduardo Gustavo Roth, Carlos Carrizo, Pablo Victorio
Bohoslavsky, Julio Alberto Ruíz y Rubén Alberto Ruíz, resultan
aplicables las consideraciones vertidas al tratar idénticas
impugnaciones con relación a Sierra y Ferreyra.
Es que los hechos reprochados al incusado con relación
a estas víctimas se circunscriben a los cautiverios sufridos,
total o parcialmente, dentro del Batallón de Comunicaciones
181.
En estas condiciones, sumado a cuanto ya se ha
referenciado en los apartados vinculados a los coimputados
Sierra –con relación a los tormentos sufridos por los
integrantes de la familia Griskan- y Ferreyra –por Roth y
Carrizo-; también en lo que respecta a Bohoslavsy, Julio
Alberto y Rubén Alberto Ruiz (caso 32), el a quo deslindó de
responsabilidad a Lawless al sostener el ya derribado
argumento vinculado a la diferenciación de tratamiento entre
ambos centros clandestinos de detención.
Ahora bien; tal como resaltó el impugnante, al igual
que en las demás hipótesis ya analizadas, estas tres víctimas
también “fueron objeto de un procedimiento de falsa liberación
y traslados al Batallón de Comunicaciones 181” y, con
posterioridad, fueron sometidas a un Consejo de Guerra “que
constituyó un procedimiento de operación psicológica”.

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Es que la responsabilidad de Lawless no se
circunscribe a los sometimientos físicos y psíquicos sufridos
por estas víctimas en el centro clandestino de detención “La
Escuelita”, sino a lo acontecido aun luego de aquel
sometimiento al ser trasladados al Batallón de Comunicaciones
181.
Así entonces, la extensión del cautiverio de todas
estas víctimas provenientes del centro clandestino de
detención “La Escuelita” en las penosas condiciones ya
detalladas y su permanencia en el Batallón de Comunicaciones
181 en las graves condiciones de cautiverio, permiten colegir
el grado de intervención y conocimiento de Lawless, como
Oficial Jefe de Compañía, de acuerdo al comprobado rol en los
operativos “antisubversivos” y en la custodia de los detenidos
de acuerdo a lo analizado supra.
Puede colegirse también con relación a este imputado
que el tribunal actuante omitió valorar circunstancias
fácticas conducentes y dirimentes acreditadas en el debate que
permiten concluir que se configuró el delito previsto en el
art. 144 ter del CP con relación a los hechos cometidos en
perjuicio de estas víctimas.
De todo ello, se deriva que la sentencia en crisis
también en esta hipótesis ha partido de un análisis parcial
del acervo probatorio producido durante el debate,
especialmente en lo que refiere al rol específico de Lawless
dentro del plan criminal pergeñado, lo que evidencia entonces
la arbitrariedad alegada por el acusador público en su
impugnación (Fallos: 311:1438; 312:1150, entre otros).
En definitiva, corresponde hacer lugar al recurso de
casación deducido por el representante del Ministerio Público
Fiscal, anular parcialmente el punto dispositivo 29 en cuanto
condena a Alejando Lawless sólo por la privación ilegal de la
libertad agravada con relación a Jorge Hugo Griskan, Raúl

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Griskan, Liliana Beatriz Griskan, Pablo Victorio Bohoslavsky,


Julio Alberto Ruíz, Rubén Alberto Ruíz, Eduardo Gustavo Roth y
Carlos Carrizo, y condenarlo también por resultar coautor
penalmente responsable del delito de imposición de tormentos
agravados por ser las víctimas perseguidas políticas,
reiterados en ocho oportunidades, que deberá concurrir de
forma real con los demás delitos por los que fue condenado
(arts. 45, 55 y 144 ter, segundo párrafo del CP).
36º) Responsabilidad penal de Héctor Luis Selaya.
a) Que, al momento de analizar la responsabilidad
penal de Héctor Luis Selaya, el tribunal actuante destacó que
según se desprendía de su legajo personal, el encausado “…fue
designado Jefe de la Unidad Penal N° 4 de Bahía Blanca […el]
24 de noviembre de 1975. Desempeñó este cargo hasta los
primeros días de enero de 1977, siendo reemplazado por Andrés
Reynaldo Miraglia, asumiendo su nuevo destino como Jefe de la
Unidad Penal N° 1 de Olmos, cargo en el que fuera designado […
el] 30 de noviembre de 1976”.
Asimismo, los magistrados señalaron que “…la
responsabilidad penal de Selaya, se fundamenta en haber tenido
a su cargo, la custodia de las víctimas que permanecieron
detenidas en la Unidad Penal N° 4 de Bahía Blanca” y que “…
siendo el encausado la máxima autoridad del citado
correccional, se encargó no sólo de mantener la privación
ilegal de la libertad, sino también de cumplimentar las tareas
de inteligencia que desarrollaban las Fuerzas Armadas. Ello
podemos verlo plasmado en los informes que más adelante se
analizan, en los cuales se hacía saber el ingreso y egreso de
los detenidos denominados ‘subversivos’”.

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Con este marco, explicaron que respecto de los hechos
que se le imputan “…Sifuentes fue secuestrada el 12/06/76 en
el domicilio de sus padres en la ciudad de Neuquén, por
personal policial uniformado de la provincia y del ejército,
mientras que Gladis Sepúlveda fue detenida el 14 de junio de
ese año al presentarse en la comisaría N° 24 de Cipolletti.
Ambas fueron ingresadas en la Unidad Penal N° 9 de Neuquén, y
el 15/06/1976 se las trasladó vía aérea a Bahía Blanca, atadas
y vendadas junto con otras personas, permaneciendo
secuestradas en el centro clandestino de detención ‘La
Escuelita’ de [esa] ciudad, donde fueron torturadas” y que
“[f]inalmente las víctimas fueron ingresadas a la cárcel de
Villa Floresta el 25 de junio de 1976, donde permanecieron
hasta el 14 de diciembre de ese año, cuando fueron trasladadas
a la Unidad Penal N° 2 de Villa Devoto”.
En otro extremo, en cuanto a los elementos
probatorios, el a quo destacó que “…la nota del ejército de
fecha 25/06/1976 suscripta por el Jefe de División Enlace y
Registro del Comando Quinto Cuerpo, Mayor Arturo Ricardo
Palmieri, que lleva por objeto ‘ordenar internación’, dirigida
al Jefe de la Unidad Carcelaria 4 de Bahía Blanca,
consignándose: ‘De orden del Comandante de la Subzona 51
procederá a alojar en esa Unidad, en calidad de detenidas, a
las siguientes delincuentes subversivas: 1. SEPULVEDA GLADYS.
2. SIFUENTES ELIDA NOEMI’…” y que “[d]icha comunicación
constituye la materialización del procedimiento
específicamente reglamentado en el P.O.N. 24/75 […] referido a
la ‘Clasificación legal de los detenidos’, inciso b), cuarto
párrafo se consigna: ‘la tramitación de puesta a disposición
del PEN y las comunicaciones a establecimientos policiales o
carcelarios serán cursadas por el G1’”.
En consecuencia, los magistrados actuantes concluyeron
que ello demostraba el grado de compromiso del encausado en la

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estructura represiva de la Zona de Defensa 5, y citaron al


efecto “…la declaración indagatoria del fallecido Leonardo
Luís Núñez […] resulta acreditado el contacto directo y
cotidiano que existía entre Suaiter (Jefe del Departamento I
del Quinto Cuerpo de Ejército) y Selaya, para coordinar el
traslado de detenidos desde los centros clandestinos que
funcionaban bajo jurisdicción del Ejército, hacia la Unidad
Penal N° 4 de ‘Villa Floresta’…”.
En esta línea, hicieron hincapié en “…la declaración
indagatoria de quien fuera Oficial Adjutor del Servicio
Penitenciario Bonaerense, y se desempeñara en el citado
correccional al tiempo de los hechos, resulta fundamental para
acreditar cómo se efectivizaban los traslados de las personas
que eran puestas a disposición del PEN”, y que “…el indagado
refirió que ‘era oficial de traslado de detenidos tanto para
la provincia, federales y -involuntariamente- para el
Ejército’. De sus dichos resulta cómo personas con los ojos
vendados, eran esposadas y recogidas en la oficina de guardia
del Batallón de Comunicaciones 181 y en el centro clandestino
‘La Escuelita’”.
Además, los jueces refirieron que en el mencionado
testimonio se había explicitado detalladamente la metodología
de traslado de los detenidos, y aclararon que “[e]l hecho de
que se les colocara una venda a las víctimas para obstruirles
la visión, respondía a una medida de contrainteligencia de las
Fuerzas Armadas, para evitar que aquellas pudieran identificar
el lugar donde se encontraban”, y que “[c]omo resulta de la
declaración indagatoria referenciada, personal de la Unidad
Penal N° 4 tenía acceso al centro clandestino ‘La Escuelita’

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donde permanecieron secuestradas y fueron torturadas Elida
Noemí Sifuentes y Gladis Sepúlveda”.
Por último, respecto de los dichos de Núñez relevaron
que “[a]l ingresar a la cárcel, […] los ‘presos PEN’ eran
ubicados en el ‘pabellón 5 y 6 nuevos […] Los internos
referidos dependían directamente del jefe de la Unidad,
vigilancia y tratamiento’”, y que el jefe de la Unidad Penal
era visitado en su despacho por autoridades militares “…lo
cual confirma el contacto directo para asegurar la custodia de
aquellas personas que eran sindicadas como ‘elementos
subversivos’” y reforzaron este argumentos citando la
ampliación de la declaración indagatoria del incusado.
Aunado a ello, se hizo referencia en la sentencia en
crisis al testimonio de María Emilia Salto, quien había
manifestado “…cómo fue trasladada junto con el resto de las
‘presas políticas’, entre las que se encontraban Sifuentes y
Sepúlveda, a la Unidad Penal N° 2 de Villa Devoto…” y el de
Gladis Sepúlveda quien había descripto el traslado aéreo a la
Unidad Penal N° 2 “…fue muy violento, también. [tenían] que ir
con la cabeza gacha, corriendo, [las] empujaban y golpeaban.
[subieron] al avión corriendo, [estaban] dobladas en dos. No
[iban] vendadas pero no [podían] levantar la cabeza […iban]
las presas políticas…”, citando al efecto documentación que
acreditaba dicho traslado.
En cuanto al aporte del imputado al plan sistemático,
los judicantes puntualizaron que “…no sólo se limitó a renovar
la privación ilegal de la libertad sino que consistió en
mantener informados a los servicios de inteligencia, sobre el
ingreso o egreso a la cárcel de aquellas personas que eran
señaladas como ‘elementos subversivos’” y señalaron en este
sentido que existían “…oficios remitidos al Jefe Regional de
la SIDE, del Destacamento de Inteligencia 181, del Servicio de
Inteligencia de la Prefectura Marítima Zona Sud y al

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Comandante del Quinto Cuerpo de Ejército, suscriptos por el


condenado el mismo día en que las víctimas ingresaron a la
unidad, poniéndolos en conocimiento de ello…” y que “…el
Memorándum 8687 – IFI N° 126 “ESC”/76 de fecha 16/12/1976”
daba cuenta de la interacción entre el encausado y los
servicios de inteligencia.
Además, remarcaron que en el memorándum citado
precedentemente aparecían individualizados los nombres de las
víctimas “…quedando acreditada así la participación del
condenado en el iter criminis, asegurando y manteniendo las
privaciones de libertad, y cumplimentando las tareas de
inteligencia de las Fuerzas Armadas” por lo que quedaba
demostrado que “…Héctor Luís Selaya, como Jefe de la Unidad
Penal N° 4, utilizó todos los recursos materiales y humanos
que se encontraban bajo su órbita funcional para asegurar el
cumplimiento de las órdenes impartidas por las autoridades
militares”.
Por todo ello, y en base a un profuso análisis de la
totalidad de la prueba producida a lo largo del proceso, los
magistrados actuantes concluyeron que el encausado “…recibió a
las personas provenientes del centro clandestino ‘La
Escuelita’, las mantuvo detenidas, y a sabiendas de la
existencia del plan criminal sistemático para ‘aniquilar la
subversión’, cumplió nuevamente con las directivas inválidas
de las autoridades militares, entregándolas luego para su
traslado aéreo con destino a la Unidad Penal N° 2 de Villa
Devoto” y que “…la afectación al bien jurídico protegido no
presenta la liviandad que pareciera desprenderse del planteo
de la defensa, en tanto Sepúlveda permaneció privada de la
libertad hasta que se le permitió ejercer el derecho de

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opción, abandonando el país en agosto de 1979, y Sifuentes
finalmente pudo acceder a un régimen de libertad vigilada en
diciembre de 1981 (lo que puede corroborarse en el análisis de
los casos)”.
En este contexto, el tribunal de juicio sentenció que
“…[contaba] con elementos suficientes para tener por
acreditado que Héctor Luís Selaya intervino en su carácter de
Jefe de la Unidad Penal N° 4 de Bahía Blanca en la privación
ilegal de la libertad de Elida Noemí Sifuentes y Gladis
Sepúlveda (caso 13) por lo que deberá responder en calidad de
coautor (art. 45 CP)”.
Ahora, sentado cuanto precede, corresponde advertir
que los agravios defensistas con relación a la responsabilidad
penal del encausado y a su participación en el plan criminal
deberán ser rechazados, toda vez que puede colegirse que la
decisión impugnada se encuentra debidamente fundada también
sobre estos aspectos, sin que las censuras traídas por la
defensa demuestren más que un mero disenso con el criterio
definido fundadamente por los sentenciantes.
Así, con relación a los agravios de la defensa
respecto a que su asistido habría obrado al amparo de una
causa de justificación de acuerdo al art. 34 del CP, el
tribunal de juicio consideró que “…Selaya no era un simple
‘funcionario administrativo’ ni un ‘hombre medio’, sino el
jefe de un establecimiento penitenciario. La jerarquía de su
cargo le imponía el deber de verificar si la orden que recibía
se adecuaba o no al ordenamiento jurídico, fundamentalmente a
la Constitución Nacional, independientemente de su ‘apariencia
de legalidad’” y que “…el defecto del planteo de la Defensa
Oficial, radica en sostener que un gobierno de facto pueda
declarar el estado de sitio, toda vez que la Constitución
Nacional no reconoce la legitimidad de aquel, y menos aún su

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competencia para tomar ese curso de acción, usurpando


atribuciones de un gobierno de iure”.
En efecto; los judicantes explicaron que el encartado
Selaya “…no cumplía con deber legal alguno cuando tomó
conocimiento del secuestro que Sifuentes y Sepúlveda sufrían
en un centro de detención bajo la jurisdicción del Ejército y
las recibió y mantuvo en la Unidad Penal N° 4”, toda vez que
éste “…cumplía órdenes impartidas por las autoridades
militares que carecían de total validez, entendida en un
sentido amplio, como existencia, pertenencia a un sistema
jurídico y fuerza obligatoria, consideramos que no se ha
configurado la causa de justificación alegada”.
También justipreciaron que “[m]al puede hablarse de
‘apariencia de legalidad’, cuando el condenado recogía a los
detenidos a disposición del Poder Ejecutivo Nacional en
centros clandestinos, los cuales, en muchas oportunidades,
eran entregados en pésimas condiciones de salud e higiene, y
hasta con signos de haber padecido torturas. Asimismo, de
acuerdo a las directivas militares, los llamados ‘delincuentes
subversivos’ debían ser trasladados con los ojos vendados, y
recién dentro de la cárcel podían quitárseles las vendas.
Dicho modus operandi se constató en el testimonio de las
víctimas: Sepúlveda refirió haber ingresado a la cárcel
vendada, mientras Sifuentes manifestó que entró a la unidad
atada y vendada (VER CASO 13)” y que a los presos políticos
les era dispensado otro trato, tales como “…las visitas que
recibían eran informadas a las Fuerzas Armadas por el propio
Selaya, no sucediendo lo mismo con los ‘presos comunes’”.
Efectivamente, las manifestaciones efectuadas al
respecto por la defensa prescinden del carácter

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ostensiblemente ilegal tanto de las órdenes dadas como de las
conductas que en sí mismas se imputan. En esta línea, se ha
dicho que “existe, pues, un límite, absoluto, que no deja
espacio para una consideración subjetiva, teniendo en cuenta
el objetivo orden de valores (de Derecho Internacional), en
determinadas actividades delictivas se parte del
reconocimiento de la ilegalidad de la orden, y también se
atribuye a todo destinatario de la orden la capacidad de
efectuar tal reconocimiento” (Ambos, Kai, “La Corte Penal
Internacional”, p. 209, Ed. Rubinzal Culzoni, 2007 -remite a
Zaffaroni (comp.) “Sistemas penales y Derechos Humanos en
América Latina”, 1986, p. 272, y otros-).
En este punto, no puede perderse de vista que las
conductas atribuidas al encartado Selaya implican los
tormentos y la mantención de las privaciones ilegítimas de la
libertad, por su presunta filiación política o ideológica, en
el marco de un ataque generalizado y sistemático contra la
población, circunstancia que caracteriza a las imputaciones
como delitos de lesa humanidad.
Es decir, no debe soslayarse que los hechos juzgados
en la presente han sucedido en un marco de ejecución “en forma
generalizada y por un medio particularmente deleznable cual es
el aprovechamiento clandestino del aparato estatal. Ese modo
de comisión favoreció la impunidad, supuso extender el daño
directamente causado a las víctimas, a sus familiares y
allegados, totalmente ajenos a las actividades que se
atribuían e importó un grave menoscabo al orden jurídico y a
las instituciones creadas por él” (cfr. Fallos: 309:33).
Por ello, y considerando además el grado de
instrucción y jerarquía del imputado, tampoco se advierte una
circunstancia que permita presumir que éste haya perpetrado
los graves hechos que se le imputa en la falsa creencia de un
supuesto de validación normativa por vía de justificación.

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En este sentido, y en orden a la pertenencia a la


estructura vertical de las fuerzas armadas, cabe afirmar que
la manifiesta antijuridicidad de las órdenes que se pudieron
haber impartido desde mandos superiores, se traducen para el
análisis, en otro indicio contundente del conocimiento de su
ilegalidad.
Como bien se advierte en el Derecho penal
internacional, en casos que involucran hechos como los que se
juzgan en la especie, se descarta la eximente. En estos casos,
se parte de la “presunción de la antijuridicidad manifiesta de
la orden, de modo tal que se desvirtúa la posibilidad de un
error de prohibición inevitable y permite atribuirle al
subordinado el hecho” (cfr. Ambos, Kai, “Impunidad y Derecho
Penal Internacional, 2da. edición actualizada, ed. Ad Hoc,
Buenos Aires, 1999, p. 258).
Asimismo, se indica que “[e]l principio de la
obediencia y disciplina dentro de las organizaciones
jerárquicas militares, que sirve de base a una causa de
exclusión de la punibilidad fundada en una orden, debe
encontrar un límite allí donde la ejecución de la orden
conduce a la lesión de bienes jurídicos fundamentales, como
los que se protegen con los tipos penales del ECPI. Pues no se
puede fundamentar convincentemente por qué el deber de
obediencia del subordinado […] existente en la relación
interna, debería facultarlo en la relación externa a
intervenir en los bienes jurídicos fundamentales de los
ciudadanos” (cfr. Ambos, Kai, “La parte general del Derecho
Penal Internacional. Bases para una elaboración dogmática”,
Konrad-Adenauer-Stiftung E.V., Temis, Duncker & Humblot,
Montevideo, 2004, p. 462).

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A su vez, ya el Estatuto del tribunal de Nüremberg
estableció que la circunstancia que el acusado actuara
obedeciendo órdenes de su gobierno o de un superior no le
exonerará de responsabilidad (art. 8.12). Este criterio había
sido sostenido en los distintos juicios llevados a cabo en ese
marco y más tarde también en el caso “Eichmann”. Así, los
argumentos del tenor de los que plantean las defensas, en los
que la idea de excluir la punición mostrando al agente como un
sujeto obediente que lleva a cabo las órdenes injustas que le
trasmiten desde la cúpula del régimen totalitario, no son
aceptables en ningún estado del mundo que se sustente en el
estado de derecho, y la defensa de obediencia debida es
improcedente cuando se trata de órdenes cuya ilicitud es
manifiesta (cfr. District Court in Jerusalem, caso 40/61,
“State of Israel v. Adolf Eichmann”, sentencia del 12 de
diciembre de 1961, parág. 216).
Sentado ello, no puede dejar de señalarse que es
principio en materia recursiva que los planteos que articulen
las partes no pueden ser meras disconformidades contra
decisiones adversas a su pretensión, sino que deben exponerse
con indicación de los motivos fácticos y jurídicos que
demuestren tanto el yerro de la decisión que se pretende
conmover, como el interés o perjuicio concreto que se
derivaría de la misma, requisito que se vincula con la
fundamentación autónoma que deben tener los recursos en orden
a su procedencia (Fallos: 332:2397, 332:1124 y 331:810, entre
otros), circunstancias que no se advierten en la especie.
De tal suerte, corresponde rechazar los agravios
esbozados al respecto.
Por lo demás, la hipótesis desincriminatoria que
plantea la asistencia técnica, parte de un análisis
descontextualizado, apartado de las circunstancias comprobadas
de la causa y resulta una reedición de aquellas alegaciones ya

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formuladas durante el debate y que han recibido debida


respuesta en el instrumento sentencial, por lo que se impone
el rechazo del recurso de casación en este punto.
b) Que, sin embargo, sí habrá de accederse a la
impugnación formulada por el acusador público en torno a su
pretensión de condenar a Selaya como coautor penalmente
responsable del delito de imposición de tormentos agravados en
perjuicio de Gladis Sepúlveda y Élida Noemí Sifuentes.
Así es; se evidencia que al momento de analizar la
responsabilidad penal de este imputado, como Director de la
Unidad Penal Nº 4 del Servicio Penitenciario Bonaerense, el
tribunal a quo si bien consideró acreditadas las privaciones
ilegales de la libertad, entendió que no correspondía
responsabilizarlo por el delito de tormentos, al entender que
había existido “una disminución del riesgo” respecto de la
integridad física y la vida de las víctimas, al pasar “de un
centro de detención clandestino a una unidad penitenciaria,
con el decreto que ‘blanqueaba’ su detención”.
Empero, el acusador público durante sus alegatos
finales –y también en su impugnación- resaltó diversos
testimonios que fueron analizados de modo fragmentado por el a
quo, que daban cuenta de las condiciones en las que llegaban -
y permanecían- las víctimas en la unidad carcelaria que Selaya
dirigía, a la vez que confirmaban que éste remitía
constantemente información a las distintas fuerzas del
Ejército y la Policía y que existía un pabellón especial para
“presos políticos”.
En este contexto, el impugnante hizo referencia a
aquellas circunstancias vinculadas a las irregulares
condiciones de detención de las víctimas y la incertidumbre

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sobre su destino final originado en lo vivenciado durante sus
ilegales secuestros y sus extensos cautiverios. Esos extremos,
analizados de forma contextualizada, permiten tener por
configurado el delito de imposición de tormentos por el que
Selaya ha sido oportunamente acusado.
Asimismo, cabe adunar que en el libelo recursivo en
trato se resaltó que durante su alegato expuso “una serie de
elementos probatorios que demostraban cómo esas condiciones
generales se particularizaban en las privaciones ilegales de
la libertad desarrolladas en el establecimiento carcelario a
cargo de Selaya y que daban cuenta de que las víctimas
ingresaban en grave estado de salud física y mental y, en
algunos casos, eran sometidas a interrogatorios, incluso por
parte de personal militar”; extremos que fueron omitidos por
el tribunal al momento de pronunciarse respecto de la
responsabilidad del incusado.
Entre los testimonios resaltados por el acusador
público, hizo referencia a los relatos de Graciela Iris Juliá,
Pedro Roberto Miramonte, Haydeé Cristina Gentilli, Carlos
Oscar Muller, Armando Lauretiti, Oscar Amílcar Bermúdez, Julio
Alberto Ruiz, Pablo Victorio Boholslavsky, Jorge Antonio Abel
y Eduardo Mario Chironi.
A partir de este acervo probatorio, ninguna duda cabe
de que efectivamente, tal como señaló el impugnante, “el
contexto en que se producían las privaciones ilegales de la
libertad de las víctimas del terrorismo de Estado, no se
alteraban en lo sustancial en aquellas que se desarrollaban en
la Unidad Penal Nº 4”.
Es que esta circunstancia, además, fue reconocida por
el propio tribunal al analizar el rol de este establecimiento
carcelario dentro de la “Estructura Orgánica de la Zona de
Defensa 5”.
Al respecto, el órgano jurisdiccional actuante dio

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cuenta de las condiciones en las que se encontraban las


personas ilegalmente detenidas en aquella unidad
penitenciaria, en particular en aquel pabellón, remarcando al
efecto que “…se ha comprobado que el destino de las víctimas
tenía tres alternativas: la liberación desde el centro
clandestino de detención; el fusilamiento bajo un falso
enfrentamiento o la desaparición forzada; y el traslado a una
Unidad Penal conocida vulgarmente como ‘blanqueamiento’, que
significaba salir de la clandestinidad para continuar la
detención en un centro carcelario bajo una apariencia de
legalidad. Fue en este último tramo del plan criminal de
persecución y exterminio que cumplieron un rol fundamental las
Unidades Carcelarias, como fue la Unidad Penal Nro. 4 de Villa
Floresta”.
En este sentido, el tribunal a quo detalló que la
unidad penitenciaria “…fue el lugar al que, por decisión de la
(ilegítima) ‘autoridad militar’, fueron trasladados, desde los
centros clandestinos de detención, aquellos prisioneros cuyos
destinos signados no fueron la muerte, la desaparición o la
liberación directa. Lejos de ser el Penal un espacio de
legalidad, los allí alojados a lo máximo que podían aspirar
era a permanecer, por un tiempo indeterminado, a disposición
del PEN como expresión de un blanqueamiento de su detención” y
que “…sus situaciones no mejoraron de manera significativa ya
que fueron objeto de violentos traslados hacia y desde la UP4;
no recibieron la atención médica adecuada al deteriorado
estado de salud que tenían al llegar; a veces, a modo de
castigo, fueron sometidos a períodos de aislamiento;
recibieron la clasificación de detenidos ‘especiales’ que
significó, por ejemplo, que se continuaran ejerciendo

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actividades de inteligencia sobre ellos y sobre las visitas
que recibían, de manera que los datos que se obtenían
circulaban dentro de la comunidad informativa; debieron
soportar violentas requisas y nuevos interrogatorios,
inclusive por los mismos torturadores de ‘La Escuelita’” (el
resaltado no obra en el original).
En estas condiciones, puede afirmarse, sin hesitación,
que la acusación por los tormentos sufridos por estas dos
víctimas –por la que Selaya debe responder en calidad de
coautor- no estaba ceñida a los padecimientos por ellas
sufridos en el centro clandestino de detención “La Escuelita”
–como argumenta el tribunal para arribar a su desvinculación-,
sino por haber mantenido las graves condiciones de detención
de aquellas personas que permanecían -ilegalmente detenidas-
bajo su órbita de control en la unidad penitenciaria que él
dirigía.
Así entonces, la omisión de condenar al imputado por
las aflicciones físicas y psíquicas a las que continuaron
siendo sometidas estas víctimas al ingresar en ese
establecimiento, se revela en este extremo incluso
contradictoria con los propios argumentos desarrollados por el
órgano sentenciante a la hora de describir las condiciones de
alojamiento en aquel establecimiento.
Al efecto, y conforme surge de la sentencia en crisis,
ambas víctimas eran estudiantes de servicio social de la
Universidad Nacional del Comahue y luego de sus secuestros en
el mes de junio de 1976, sus traslados vía aérea a Bahía
Blanca el 15 de junio de 1976 “atadas y vendadas junto con
otras personas e ingresadas al centro clandestino de detención
‘La Escuelita’”, el 25 de junio de ese año “fueron ingresadas
a la cárcel de Villa Floresta, donde permanecieron hasta el 14
de diciembre de 1976, cuando fueron trasladadas a la Unidad
Penal N° 2 de Villa Devoto”.

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Causa FBB
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“González Chipont, Guillermo Julio y
otros s/recurso de casación”

Cámara Federal de Casación Penal

En lo atingente a su alojamiento en la unidad


penitenciaria bahiense, Élida Noemí Sifuentes declaró que “…
fue sacada del centro clandestino atada y vendada, siendo
ingresada en tales condiciones a la Unidad Penal N° 4 de Villa
Floresta, donde fue sometida a una requisa de tacto vaginal,
informándosele que se encontraba a disposición del Poder
Ejecutivo Nacional”. Al respecto, detalló también: “Me
subieron al auto, me bajaron al frente o a la entrada.
Caminando un trecho muy corto me llevaron al pabellón de
mujeres… me llevaron atada y vendada hasta la oficina de
ingreso ya en el pabellón de mujeres […] Estaba tremendamente
atemorizada y sucia, me habían detenido el 12 de junio. Tenía
el pelo enmarañado, con los ojos totalmente infectados. Creo
que vino una enfermera y nos limpió. Luego vino un médico y
nos revisaron. Nos tomaron los datos […] El que nos hizo tacto
vaginal era un médico porque tenía guardapolvo blanco […] Sé
que estuvimos juntas con Gladys Sepúlveda y en la cárcel
comprobamos que habíamos estado juntas en el lugar de
detención… a los dos o tres días de estar en la cárcel me
notificaron que a partir del 21/6/76 estaba a disposición del
PEN, sin acusación concreta”.
Por su parte, el relato de Gladis Sepúlveda resultó
conteste con lo declarado por Sifuentes y agregó que “…cuando
bajamos en la Floresta, reconozco a Élida Sifuentes. No sé si
fueron más personas, pero las dos quedamos ahí hasta diciembre
del ’76, hasta que concentran a las presas políticas en
Devoto”.
Así, cabe insistir en que circunstancias como el
secuestro, traslado y alojamiento de personas por las fuerzas
estatales en los diferentes centros clandestinos de detención

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–de los que esta unidad carcelaria no fue una excepción-, la
incertidumbre sobre su destino, en un contexto en el cual era
conocido que otros compañeros habían sido secuestrados,
desaparecidos y asesinados, la falta de atención médica
adecuada –agravada por la graves condiciones de detención a su
ingreso- y las condiciones de alojamiento en las que
permanecieron detenidas, resultan suficientes para tener por
configurado el delito de imposición de tormentos, por el que
Selaya deberá responder en calidad de coautor, a la luz de lo
establecido por el órgano decisor con relación a su rol como
Director de aquel establecimiento.
En definitiva, puede colegirse que la sentencia en
crisis ha partido en este punto de un análisis parcializado y
contradictorio del acervo probatorio producido durante el
debate, especialmente en lo que refiere al aporte rol
específico de Selaya dentro del plan criminal pergeñado, lo
que evidencia entonces un palmario apartamiento de las reglas
de la sana crítica racional e imponen la descalificación del
pronunciamiento como acto jurisdiccional válido, conforme la
doctrina del tribunal cimero en materia de arbitrariedad
(Fallos: 311:1438; 312:1150, entre otros).
En estas condiciones, se impone la anulación parcial
del pronunciamiento definitivo en este extremo y, en las
particulares circunstancias de la especie, el dictado de una
sentencia condenatoria en esta instancia -sin reenvío- con
relación a Selaya, a la imposición de tormentos cometidos en
perjuicio de estas víctimas, tal como reclama el acusador
público.
En consecuencia, cabe hacer lugar al recurso de
casación deducido por el representante del Ministerio Público
Fiscal en este punto, anular parcialmente el punto dispositivo
35 en cuanto condena a Héctor Luis Selaya sólo por la
privación ilegal de la libertad agravada con relación a Gladis

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Sepúlveda y Elida Noemí Sifuentes, y condenarlo también por


resultar coautor penalmente responsable del delito de
imposición de tormentos agravados por ser las víctimas
perseguidas políticas, reiterado en dos oportunidades que
deberá concurrir de forma real con los demás delitos por los
que fue condenado (arts. 45, 55 y 144 ter, segundo párrafo del
CP).
37º) Responsabilidad penal de Oscar Lorenzo Reinhold.
Que, vinculado a la participación del imputado Oscar
Lorenzo Reinhold, el tribunal de juicio tuvo en cuenta que
“[l]a responsabilidad penal [del imputado…] se funda en
haberse desempeñado como la máxima autoridad de inteligencia
de la Subzona 52 y en ese carácter funcional haber participado
en operativos, disponer sobre las personas secuestradas, estar
presente en el centro clandestino de detención de esa
jurisdicción y sobre todo ser el nexo entre el comando y la
comunidad informativa”.
En este sentido, los jueces actuantes explicaron que
del análisis de su legajo personal surgía que “…una vez
egresado como subteniente de infantería comenzó sus estudios
en inteligencia con el grado de teniente primero (1965).
Posteriormente, con el grado de capitán integró el
Destacamento de Inteligencia II de Paraná…”, y que “[e]n el
año 1972 se le otorgó […] la ‘APTITUD ESPECIAL DE
INTELIGENCIA’ […]. A su vez, del informe de calificación
1973/1974 surge que aprobó el curso de Comando de Estado Mayor
y que se le otorgó el título de oficial de Estado Mayor. En
1973 es trasladado a la Brigada de Infantería de Montaña VI de
Neuquén donde cumple servicio como auxiliar de la División III
Operaciones, cargo que mantuvo hasta el 14 de enero de 1976.

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Al momento de los hechos se desempeñó como Jefe de la División
II – Inteligencia (G2) de esa brigada. Desempeñó ese cargo con
el grado de Mayor…”.
Además, se valoró en la sentencia que “[c]on fecha 16
de octubre de 1976 […] se desempeñaba como Jefe de la División
mencionada y que desde el 31 de diciembre de 1976 ascendió al
grado de Teniente Coronel” por lo que “…desde el punto de
vista funcional es que al momento de los hechos el acusado era
el JEFE DE LA DIVISIÓN DE INTELIGENCIA DEL COMANDO DE BRIGADA
DE INFANTERÍA DE MONTAÑA VI, en otras palabras, la máxima
autoridad en inteligencia de la SUBZONA 5.2, lo que se conoce
como G-2” y destacaron al efecto que ello se encontraba
sustentado por las manifestaciones realizadas por el propio
imputado y por las de Laurella Crippa y en el Libro Histórico
de la brigada.
A su vez, se tuvo en cuenta el testimonio de Carlos
Galván, quien había expuesto que “…en su calidad de
periodista, concurrió el 24 de marzo de 1976 al Comando de la
Brigada VI a una reunión de la que participaron distintos
colegas y medios en la que se les presentó al acusado como el
Jefe de Inteligencia…”.
De seguido, los judicantes refirieron que “…del Libro
Histórico de esa brigada, correspondiente a 1976, surge que
Reinhold está incluido dentro del listado del personal
superior como Jefe de la División 2 y Laurella como Jefe de la
Policía de la Provincia” y resaltaron que “…el acusado
desempeñaba el cargo más alto vinculado a inteligencia dentro
de la Subzona 52 con un grado de oficial (Mayor y Teniente
Coronel), y dependía de forma directa del Comandante de la
Brigada VI (Sexton) que se encontraba subordinado de manera
directa al Comandante del Quinto Cuerpo de Ejército (zona 5)”.
En este marco, explicaron que “…el cargo desempeñado
es un elemento central para achacarle responsabilidad […] son

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las funciones que como jefe de inteligencia desempeñó lo que


constituye un argumento para sostener su responsabilidad
penal”, y que el imputado “…tenía control de toda la
estructura de inteligencia, y es en este marco en el que debe
interpretarse el ‘asesoramiento’ que el acusado ha reconocido
otorgarle al comandante. Se ha corroborado que lo que los
acusados llaman asesorar se vinculaba con tareas tales como
marcar el blanco, recolectar información, procesarla y de esa
manera decidir cuál era el mejor destino para un detenido,
participar en el tramo operativo (secuestro), en el momento
del cautiverio (extrayendo información), en los traslados y en
la decisión final respecto de las personas secuestradas”.
Por ello, los magistrados intervinientes concluyeron
que “…la actividad de inteligencia, más aún cuando hablamos
del nexo (G2) entre toda la comunidad informativa y el
comandante, atravesaba todas las etapas del plan sistemático:
secuestro, cautiverio y destino final. […] son los propios
reglamentos y planes del ejército los que implementaron esta
metodología de actuación”, y citaron para ejemplificar la
Directiva N° 404/75 “…donde se estableció que uno de los
cuatro medios centrales para el aniquilamiento de la
subversión estaba constituido por las ‘actividades de
inteligencia’ y en este sentido, que el Ejército era quien
debía conducir lo que se ha denominado comunidad informativa”.
De seguido, hicieron referencia a la declaración
realizada por el propio imputado respecto a sus funciones, y
en base a ella sentenciaron que “[u]na vez que se analiza y
confronta la declaración del acusado con los hechos por los
que se lo acusa, su contenido cobra otro sentido, pues esta
idea de funciones burocráticas y vacías de contenido se

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enmarca en el contexto del plan sistemático criminal. Esa
información era sobre personas, que fueron buscadas,
secuestradas, sometidas a cautiverio en distintos lugares de
detención (desde centros clandestinos a unidades
penitenciarias) y en algunos casos desaparecidas o asesinadas”
y citaron al efecto los arts. 3005 y 3006 del RC 3-30
“Organización y Funcionamiento de los Estados Mayores”.
Esta tarea de asesoramiento del encausado fue
reconocida por el Jefe de la Brigada de Infantería de Montaña
VI, José Luis Sexton quien “…al declarar ante la Cámara
Federal de Apelaciones de esta jurisdicción reconoció que en
las reuniones de la comunidad informativa participaba el G2
(Reinhold) en calidad de asesor y que a partir de esa
información se elaboraba el plan de operaciones”.
En este punto, el tribunal de juicio destacó que “[s]e
ha comprobado […] que el acusado ha dado órdenes de traslado
de detenidos, que se ha entrevistado con familiares de
víctimas secuestradas y que ha acudido personalmente a
sesiones de interrogatorios en el centro clandestino que
funcionó bajo la órbita de la Brigada VI. Esta intervención en
las etapas del iter criminis surge de las pruebas producidas
durante la audiencia de debate” y citó documentación al
efecto.
Sumado a ello, relevó el testimonio de Noemí Fiorito
de Labrune, quien relató que “…se entrevistó, durante la época
de los hechos con el acusado, en varias oportunidades.
Confirmó el cargo que el nombrado desempeñaba dentro de la
brigada y que su designación fue consecuencia de la
designación de Laurella Crippa en la policía. Explicó que el
acusado recibía a algunos de los familiares de las personas
secuestradas, que durante las entrevistas se jactaba del
dominio que tenía sobre el destino de dichas personas (‘a ese
no lo vamos a largar’); también explicó la conexión que

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existía entre el jefe de inteligencia y los distintos


elementos (Destacamento de Inteligencia 182), dando cuenta de
que el acusado estaba al corriente de los operativos. Concluyó
recordando que participó personalmente en los secuestros de
Cutral-có puesto la participación del acusado fue corroborada
a través de un ‘fotofit’” (audiencia del 02 de noviembre de
2016).
Por otro lado, los jueces citaron las declaraciones de
Héctor González, Antonio Teixeido, Eduardo Guillermo Buamscha
y David Leopoldo Lugones, quienes fueron contestes al
identificar al encausado en diferentes momentos tanto cuando
eran sometidos a torturas, como cuando fueron secuestrados,
entre otros, lo que, aunado a la prueba con anterioridad
referenciada, contribuye a establecer la responsabilidad de
Reinhold en las diferentes etapas del plan represivo.
Como otro elemento de prueba, en la sentencia
recurrida se analizó la nota titulada “‘Subzona De Defensa 52.
Organización Del Prt-Erp De Neuquén Y Zonas De Influencia’
donde se describe una extensa (ciento once) nómina de persona
que se señalan como integrantes del PRT-ERP en esa
jurisdicción. En ese listado se consignan los nombres de
Gladis Sepúlveda, Elida Noemí Sifuentes, Graciela Alicia
Romero, Eugenio Raúl Metz y Raúl Ferreri, todos secuestrados
en la jurisdicción bajo la influencia del acusado y
trasladados luego de un período de secuestra allí a Bahía
Blanca”.
En conclusión, los judicantes destacaron que “…a
partir de los elementos valorados hasta aquí se ha dado cuenta
de la jerarquía funcional del acusado, del rol que cumplió
como el máximo responsable de la inteligencia de la Subzona 52

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en las distintas etapas que integraron la cadena represiva del
plan sistemático”.
Ello no obstante, la defensa insiste en esta instancia
en cuanto a que la división a cargo del encausado no poseía
los medios para las tareas y funciones que se le atribuyen,
que el Batallón de Ingenieros en Construcciones 181 de Neuquén
era quien ejercía el control del centro clandestino de
detención “La escuelita” de Neuquén y por último que la
responsabilidad de las acciones “contrasubversivas” realizadas
en la Subzona 52 sólo podían ser imputables al Comandante de
esa estructura General de Brigada José Luis Sexton, y que no
se había comprobado que haya existido delegación de autoridad
o de responsabilidad en cabeza del acusado Reinhold.
En cuanto al primer agravio referenciado, éste fue
debidamente abordado en la sentencia recurrida donde se
consignó que la defensa “…analizan la división de inteligencia
fuera de contexto y le asignan una función aislada de la
estructura militar a la que pertenecía, es decir, como si no
hubiera estado conectada con el Destacamento de Inteligencia
182 y con toda una serie de elementos que el propio acusado
reconoció intervenían en la recolección de información
(Policía provincial, Federal y Gendarmería) […]. En este
sentido, no hay dudas de que quien asesoraba al Comandante en
inteligencia fue el acusado y esto se debe a que poseía la
máxima jerarquía de toda la Subzona 52 para cumplir con esa
tarea”.
Respecto al segundo extremo de censura, el tribunal de
juicio destaco que la defensa presentaba dicha crítica como si
“…este argumento constituyera un eximente de responsabilidad
del acusado, que dirigía la inteligencia de la Subzona 52, rol
que dentro de esa estructura fuera corroborado en tres
oportunidades en las sentencias del Tribunal de Neuquén
[citadas en la sentencia recurrida]”.

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En este sentido, evocaron que “…‘la clandestinidad e


ilegalidad aplicada para la ejecución del plan sistemático de
represión, ha comprometido de forma evidente la adquisición de
pruebas directas en contra del enjuiciado. No obstante ello,
este extremo bajo ningún punto de vista puede dispensarlo de
los hechos que se endilgan, y menos aún resultar un elemento
que comprometa las aseveraciones de los damnificados y
testigos del caso en su contra, afirmaciones estas sostenidas
a través de las instancias y los años sin mayores diferencias,
y que siempre lo han colocado en el mismo papel’ (Causa N°
731, caratulada ‘LUERA, José Ricardo y otros s/ delitos c/la
libertad y otros’)”.
Por otro lado, en cuanto al tercer agravio mencionado
supra los magistrados hicieron hincapié en que si bien “…la
defensa ha sostenido que la responsabilidad de las acciones
‘contrasubversivas’ realizadas en la Subzona 52 sólo pueden
ser imputables al Comandante de esa estructura (General de
Brigada José Luis Sexton)”, lo cierto es que “…no logra
refutar los elementos de prueba que se han valorado en [ese]
acápite para tener por acreditada la intervención del
acusado”, toda vez que “…descontextualiza y vacía de contenido
la extensa cantidad de elementos probatorios que se han tenido
en cuenta para demostrar que los hechos que aquí se juzgan
ponían en funcionamiento una extensa y compleja estructura que
operó en la ‘lucha antisubversiva’”.
Detallaron que el propio General Sexton había
explicado que “…todas las decisiones las tomaba previa reunión
con los jefes de división (entre ellos el G2) […y que] señaló
que se reunían cada quince días y delineaban las tareas a
realizar”, lo que según el tribunal a quo implicaba “…la

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participación efectiva del acusado y a su vez, confirma que
estaba a cargo de una parte de la estructura, concretamente,
la que se refería a las actividades de inteligencia. Todas
estas circunstancias encuentran respaldo en las pruebas
valoradas y en el reglamento RC 3-30 ‘Organización y
Funcionamiento de los Estados Mayores’”.
En otro extremo, en cuanto a la prueba testimonial,
manifestaron que “…no constituyen una reedición de los hechos
por los que ha sido juzgado anteriormente el acusado sino que
son el efecto de la complejidad de este tipo de
investigaciones que se han ido realizando con acusaciones
parciales, debido a la complejidad y sobre todo, a la escala y
magnitud de los hechos (cientos de víctimas en diferentes
jurisdicciones) lo que desborda la realización de un único
juicio oral […y] que constituyen pruebas directas de las
funciones que cumplía el acusado”.
De otra banda, con relación a las críticas de la
defensa vinculados a que al constar en su legajo personal el
tiempo que estuvo en Bahía Blanca designado no daba cuenta del
accionar clandestino que se le imputaba, los magistrados
refirieron que “…no constituyen una prueba central de su
responsabilidad sino que se han incorporado como un elemento
más para fundar la jerarquía funcional del acusado” y citaron
al efecto lo manifestado por el Ministerio Público Fiscal en
cuanto a que “…esas comisiones muestran […el] circuito de
cautiverio de muchas víctimas, que pasaban desde Neuquén a
Bahía Blanca, tal como acaeció en los casos por los que se
juzga al acusado. En el mismo sentido, la circulación
implicaba no sólo a las víctimas sino a la información
(inteligencia) a los efectos de la ejecución de la lucha
antisubversiva”.
Por último, los judicantes explicaron que la
responsabilidad funcional del acusado se fundamentaba en que

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las víctimas “…permanecieron detenidas en lugares de


cautiverio que dependían de la Subzona 52, de la que el
acusado era el máximo oficial de inteligencia. Su
participación queda fundada a partir de los elementos ya
explicados aun cuando no exista un testimonio en el caso
concreto que acredite su presencia física en la comisión de
los hechos”.
De seguido, se abocaron al tratamiento de los hechos
en los que resultaron damnificados Gladis Sepúlveda, Elida
Noemí Sifuentes, Graciela Alicia Romero y Raúl Metz,
reiterando en este sentido que “…las funciones de inteligencia
que de acuerdo al cargo (G2 de la Subzona 52) ejerció el
encausado, permiten atribuirle responsabilidad penal en los
secuestros y torturas de estas cuatro víctimas por lo menos en
esta primera etapa de los hechos, es decir, desde su
secuestro, pasando por el cautiverio en el centro de detención
clandestino de esa Subzona. A este podríamos llamar tiempo I
de los hechos de los que fueron víctimas. El tiempo II estaría
marcado por su traslado y cautiverio en ‘La Escuelita’ de
Bahía Blanca”.
Además, hicieron hincapié en que resultaba absurdo “…
afirmar que se hubieran podido desplegar una serie de
secuestros en Cipolleti, Neuquén y Cultral-có, es decir, en la
Subzona 52 sin la intervención del jefe máximo de inteligencia
en el planeamiento previo (declaración de Sexton) y en su
ejecución y que como paso siguiente, se haya trasladado a esas
víctimas a lugares de reunión de detenidos que operaron bajo
su control (Unidad N° 9 y Escuelita), donde especialmente
Romero y Metz fueron sometidos a graves tormentos”.

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En base a ello, los magistrados consideraron que Oscar
Lorenzo Reinhold debía responder penalmente “…en calidad de
coautor (art. 45 CP) por haber tenido el dominio de los hechos
durante los secuestros y la aplicación de los tormentos de los
que fueron víctimas Gladis Sepúlveda, Élida Noemí Sifuentes,
Raúl Eugenio Metz y Graciela Alicia Romero (tiempo I)”.
Ahora bien; sentado cuanto precede corresponde afirmar
que los extremos señalados por el tribunal en la sentencia en
crisis llevaron a que el a quo concluyera que debía
descartarse la alegada ajenidad y desconocimiento del acusado
respecto de los hechos que se le imputan, toda vez que tal y
como fue expuesto precedentemente su grado jerárquico y su
accionar dentro de la estructura clandestina evidenciaban el
compromiso con el plan represivo.
Por todo ello, lo argumentado por la defensa en cuanto
a la falta de elementos que permitan tener por acreditada la
intervención del imputado Reinhold en las prácticas
analizadas, no alcanza a confutar lo sostenido por los
magistrados actuantes para demostrar su participación y sólo
se traduce en una mera discrepancia con la correcta valoración
realizada a partir de la abundante prueba relevada por el a
quo, en su correlato con el resto de los elementos
probatorios.
En razón de lo expuesto, corresponde rechazar en este
punto el recurso de la defensa.
b) Que, por último, con relación al incusado Reinhold
deberán abordarse aquí los agravios formulados por el
Ministerio Público Fiscal fundados en la arbitrariedad de la
sentencia derivada de la omisión del a quo de pronunciarse
expresamente respecto de la intervención del incusado en los
homicidios de Raúl Eugenio Metz y Graciela Alicia Romero, por
los que había sido acusado; como así también las objeciones
erigidas contra su absolución por la sustracción del hijo de

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la pareja nacido en cautiverio y también por los hechos de los


que fuera víctima Raúl Ferreri.
En primer lugar, cabe destacar que el órgano
jurisdiccional al momento de describir los acontecimientos que
tuvieron como víctimas a Graciela Alicia Romero, Raúl Eugenio
Metz y su hijo nacido en cautiverio, entendió que aquellos
acontecimientos debían quedar subsumidos bajo “…el tipo penal
de privación ilegal de la libertad, agravada por haber sido
cometida por un funcionario público con abuso de sus funciones
o sin las formalidades prescriptas por la ley, por mediar
violencias o amenazas y por su duración mayor a un mes, en
concurso real con imposición de tormentos agravados por ser la
víctima perseguida política en concurso real con homicidio
agravado por alevosía y por el concurso premeditado de dos o
más personas y con el fin de lograr impunidad. En relación al
hijo de ambos nacido en cautiverio la conducta queda
encuadrada en el delito de sustracción de un menor”.
Sin embargo, en el acápite dedicado a la
responsabilidad penal del encartado Reihnold, el a quo sostuvo
que “…las funciones de inteligencia que de acuerdo al cargo
(G2 de la Subzona 52) ejerció el encausado, permiten
atribuirle responsabilidad penal en los secuestros y torturas
de […Romero y Metz] por lo menos en esta primera etapa de los
hechos, es decir, desde su secuestro, pasando por el
cautiverio en el centro de detención clandestino de esa
Subzona. A este podríamos llamar tiempo I de los hechos de los
que fueron víctimas. El tiempo II estaría marcado por su
traslado y cautiverio en ‘La Escuelita’ de Bahía Blanca”.
A la vez, continuó sosteniendo que resultaba “…absurdo
afirmar que se hubieran podido desplegar una serie de

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secuestros en Cipolleti, Neuquén y Cultral-có, es decir, en la
Subzona 52 sin la intervención del jefe máximo de inteligencia
en el planeamiento previo (declaración de Sexton) y en su
ejecución y que como paso siguiente, se haya trasladado a esas
víctimas a lugares de reunión de detenidos que operaron bajo
su control (Unidad N° 9 y Escuelita), donde especialmente
Romero y Metz fueron sometidos a graves tormentos”.
Sumado a ello, los magistrados mencionaron que “…el
fundamento para deslindar de responsabilidad al acusado por la
sustracción del hijo de Graciela Alicia Romero, que se ha
constatado nació alrededor de abril de 1977 (recordemos a esos
fines que fue trasladada a Bahía Blanca en diciembre de 1976)
y de los hechos de los que fue víctima Raúl Ferreri, es
justamente que al estar recluidos en el centro clandestino de
detención correspondiente a la Subzona 51 (Vilas) el acusado
había perdido cualquier poder de disposición o capacidad de
incidencia sobre los hechos de los que se los acusa”.
Ello no obstante, en el mismo instrumento sentencial,
y a los efectos de descartar ciertos cuestionamientos de la
defensa, el tribunal actuante consideró que la participación
del referido Reinhold se fundaba en haber sido la máxima
autoridad de inteligencia en la Subzona 52, su jerarquía
funcional y el conocimiento del encausado de las diferentes
etapas de la cadena represiva dentro del plan sistemático.
En estas condiciones, asiste razón al acusador público
cuando señaló que “…en la parte dispositiva nada se resuelve
respecto a los homicidios de Raúl Eugenio METZ y de Graciela
Alicia ROMERO, sin que su condena por las privaciones ilegales
de la libertad y los tormentos sufridos por las mismas, supla
esa omisión” y puntualizó que “[ese] Ministerio Público Fiscal
imputó todos esos hechos en concurso real (art. 55 del Código
Penal) y la propia sentencia no desconoció la existencia de
tales hechos ni la manera de concurrencia señalada, por lo que

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no se trata de una mera discrepancia en torno a la


calificación legal de un suceso fáctico determinado (que
explicaría la omisión de pronunciamiento)”.
Acertadamente el fiscal advirtió una contradicción
lógica entre los propios argumentos de los magistrados
actuantes, toda vez que tuvieron por acreditados los hechos
sufridos por las víctimas y los subsumieron bajo las
calificaciones pretendidas por esa parte, y sin embargo
argumentan la falta de dominio de hecho para restarle
responsabilidad respecto de los hechos siguientes sufridos por
ellas, utilizando el argumento contrario.
En este sentido, la circunstancia de que estas
personas hayan sido trasladadas posteriormente “de una zona a
la otra” no permite descartar que el aporte realizado por el
encausado, de acuerdo a su rol dentro de la estructura
jerárquica, resultara relevante únicamente en el desarrollo
del tramo que el tribunal identificó como “Tiempo I”. Es que,
de acuerdo a lo ya reseñado a lo largo de esta sentencia, se
ha comprobado un acuerdo de voluntades entre los
intervinientes dentro del plan criminal general del cual
Reinhold no resultaba ajeno.
Con este marco, corresponde concluir que el encausado
por el rol que ocupaba dentro de la estructura clandestina,
conocía todos los aspectos del plan criminal, lo que implicaba
que sabía lo que sucedía a las personas que eran trasladadas
por fuera de la Subzona bajo su mando a otros centros
clandestinos de detención o dependencias militares y
policiales, donde les aguardaba el interrogatorio bajo tortura
e incluso la muerte, y en el caso del hijo de Graciela Alicia

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Romero, un nacimiento en la clandestinidad y la posterior
sustracción.
Estos elementos, a la luz del rol de Reinhold, debían
ser atendidos por el tribunal oral a la hora de definir hasta
dónde su accionar resultaba jurídicamente relevante respecto
del acontecer posterior al traslado de estas víctimas y su
niño nacido en cautiverio.
De igual modo, respecto del hecho que tuvo como
víctima a Raúl Ferreri, los jueces concluyeron que
correspondía encuadrarlo en “…el tipo penal de privación
ilegal de la libertad, agravada por haber sido cometida por un
funcionario público con abuso de sus funciones o sin las
formalidades prescriptas por la ley, por mediar violencias o
amenazas y por su duración mayor a un mes, en concurso real
con imposición de tormentos agravados por ser la víctima
perseguida política en concurso real con homicidio agravado
por alevosía y por el concurso premeditado de dos o más
personas y con el fin de lograr impunidad”.
A su vez, en cuanto a Reinhold, los judicantes
refirieron que “[e]n el caso de Raúl Ferreri esta ruptura de
la responsabilidad se constata a partir de la ausencia de
elementos para demostrar quienes intervinieron en su
secuestro, cómo fue trasladado y que circunstancias acaecieron
previo a que sea trasladado a ‘La Escuelita’ de Bahía Blanca
(ver CASO 36)”.
Cabe destacar que se tuvo por probado en el
instrumento jurisdiccional impugnado que esta víctima fue
secuestrada en Neuquén y, más allá de que no se conocen los
pormenores del operativo de secuestro, lo cual no resulta
extraño dentro del contexto de clandestinidad e ilegalidad que
se estaba desarrollando en esa época, lo cierto es que aquel
procedimiento se ejecutó bajo la órbita de Reinhold.

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Sala II
Causa FBB
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“González Chipont, Guillermo Julio y
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Cámara Federal de Casación Penal

Incluso en el exordio de la propia sentencia, al


describir la Subzona de Defensa Nº 52, el tribunal estableció
que “[e]n lo que respecta a las estructuras orgánicas del
Ejército y de las Fuerzas de Seguridad de la Subzona 52 que
tuvieron activa participación en la implementación del plan
clandestino de represión […] En la presente causa se analiza
la implicación de aquéllas estructuras en los casos de
víctimas que fueron secuestradas en jurisdicción de la Subzona
52 –e incluso sufrieron cautiverio en centros clandestinos de
detención de dicha subzona- y luego fueron trasladadas a Bahía
Blanca para continuar detenidas clandestinamente en
jurisdicción de la Subzona 51 (casos de Sifuentes, Sepúlveda,
Ferreri, Metz, Romero de Metz, e hijo de Romero de Metz)”.
En definitiva asiste razón al impugnante, en torno a
la arbitrariedad denunciada, en tanto, no funda adecuadamente
el motivo por el cual limita la responsabilidad de Reinhold,
quien a la fecha de los hechos se desempeñaba como Jefe de la
División II –Inteligencia (G2) de la Brigada de Infantería de
Montaña VI de Neuquén, con el grado de Mayor, a lo sucedido en
aquella provincia, soslayando que su aporte, en definitiva,
resultó indispensable para el destino final de la familia
Romero-Metz y de Ferreri.
El tribunal, debía entonces realizar un profuso
análisis de los elementos de pruebas recabados, de las
circunstancias que rodearon todo el iter criminis que tuvo por
víctimas a Raúl Eugenio Metz y Graciela Romero –que de acuerdo
lo comprobado se conocía ab initio que estaba embarazada- y
también de Raúl Ferrari, todo ello de acuerdo al cargo
jerárquico que ostentaba Reinhold dentro del plan criminal,

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para así dar respuesta a las alegaciones de la parte
acusadora.
Así entonces, la omisión de tratamiento de estos
argumentos conducentes (Fallos: 311:1438; 312:1150) como así
también la ausencia de pronunciamiento expreso con relación a
la acusación formulada por el Fiscal con relación a los
homicidios de los integrantes de la pareja, demuestran la
arbitrariedad denunciada.
En estas condiciones, entonces, se impone hacer lugar
al recurso de casación interpuesto por el Fiscal en este
extremo, anular parcialmente el punto dispositivo 40.a) en
cuanto condena al encausado Reinhold únicamente por las
privaciones ilegítimas de la libertad de Raúl Eugenio Metz y
Graciela Alicia Romero; y el punto dispositivo 40.b) en cuanto
lo absuelve por la sustracción del hijo de Graciela Alicia
Romero y de los hechos de los que resultó víctima Raúl
Ferreri. Finalmente, en tanto, la anulación dispuesta exige
una nueva ponderación de los elementos de cargo, con los
alcances aquí delineados, corresponde remitir las presentes
actuaciones al a quo, a fin de que, por quien corresponda y
previa sustanciación, se dicte un nuevo pronunciamiento.
38º) Responsabilidad penal de Antonio Alberto
Camarelli.
a) Que del análisis de los agravios traídos por la de-
fensa de Antonio Alberto Camarelli, corresponde destacar que
el tribunal oral tuvo por acreditado que el nombrado “…llegó a
[ese] juicio acusado por los hechos de los que fue víctima
Gladis Sepúlveda…”.
En este sentido, los magistrados recordaron que “…fue
detenida el 14 de junio de 1976 al presentarse en la Comisaría
N° 24 de Cipolletti como consecuencia de la previa detención
de sus familiares. Desde ese lugar fue trasladada al día
siguiente a la Unidad Penal N° 9 de Neuquén. Con posterioridad

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“González Chipont, Guillermo Julio y
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fue trasladada vía aérea a Bahía Blanca el 15 de junio de


1976, atada y vendada junto con otras personas e ingresadas al
centro clandestino de detención ‘La Escuelita’”.
Relevaron que de su Legajo Personal de la Policía de
la Provincia de Río Negro se desprendía que el imputado “…
ingresó a esa fuerza el día 1 de marzo de 1961. Fue ascendido
al cargo de Comisario el 1 de enero de 1973. El día 25 de
julio de 1975 fue designado como Jefe de la Unidad 24a. de
Cipolletti. El 1 de enero de 1976 fue promovido al cargo de
Comisario Principal y continuó al frente de esa Unidad hasta
el 21 de diciembre de 1976 que fue destinado como Director de
la Escuela de Cadetes. El día 11 de diciembre de 1983, con el
grado de Comisario General, fue designado como Jefe de la
Policía de la Provincia de Río Negro”.
En base a ello, los judicantes destacaron que “…al
momento de cometido el hecho, Antonio Alberto Camarelli estaba
al frente de la Seccional 24 de la Policía de la Provincia de
Río Negro, con asiento en la ciudad de Cipolletti. Esa
Seccional se encontraba bajo el mando de las fuerzas militares
del Comando Quinto Cuerpo de Ejército, estando la ciudad de
Cipoletti comprendida en la Subzona 52 dependiente de la
Brigada de Infantería de Montaña VI, actuando preferentemente
las fuerzas policiales contra ‘las acciones clandestinas’ y
‘fijación de blancos’”.
En consecuencia, concluyeron que “[e]l cargo y la
jerarquía que poseía lo sitúan como uno de los responsables
principales dentro del ámbito de su función, esto es, de lo
que dentro de esa dependencia acontecía” y que “[s]u rol, el
hecho de que fuera el responsable de las funciones que cumplía
el personal a su cargo, organizando procedimientos y

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disponiendo de los recursos de la dependencia a fin de
materializar detenciones y traslados de los cautivos en un
contexto de participación directa dentro de la Subzona 52,
constituyen razones que justifican su responsabilidad penal”.
De otra banda, en la sentencia se hizo referencia al
rol que cumplía la comisaría bajo el mando de Camarelli en la
“lucha contra la subversión”, y se destacaron al efecto las
manifestaciones vertidas por el General José Luis Sexton,
Comandante de la Brigada de Infantería de Montaña VI (Neuquén)
quien había explicitado que “…en la Subzona prácticamente el
60 o 70% de las personas detenidas lo fue por orden del
Comando de Zona 5 y el lugar de alojamiento, si no le fue
ordenado, lo dispuso a propuesta del Jefe 1 Personal[…y que] a
tales efectos disponía de dos seccionales de Policía en
Neuquén, de una Delegación de la Policía Federal en Neuquén de
la Unidad Penal nro. 9 de Neuquén, de una seccional de Policía
en Cipolletti…”.
Por ello, el tribunal sentenció que “…Camarelli
ostentaba el puesto jerárquico y de organización más alto en
una Seccional policial estratégica para la materialización de
las órdenes emanadas por el Ejército, encontrándose al frente
de la totalidad del personal que allí revistaba resultando ser
el responsable de fijar los lineamientos de las acciones que
se ejecutaban, por lo que concluimos era el titular de todas
las prerrogativas que dicha circunstancia implicaba,
ordenando, dirigiendo y coordinando cada una de las maniobras
clandestinas llevadas a cabo en el ámbito de esa dependencia,
siendo éste el argumento central donde se fundamenta su
responsabilidad en el hecho enrostrado”.
Además, los magistrados consideraron que “[e]ntre las
maniobras que organizó y condujo se encuentra el operativo
realizado días antes que se concrete la detención de Gladis,
por la Policía de la Provincia de Río Negro, en el domicilio

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de sus padres donde concurrió personal de esa fuerza que operó


bajo sus directivas para detenerla y al no encontrarla
interrogaron a la familia para dar con su paradero.
Seguidamente, continuaron con el raid clandestino en la
escuela donde trabajaba para lograr el cometido pero tampoco
fue ubicada pues ese día solicitó licencia. Este fastuoso
despliegue demuestra que Camarelli utilizó todos los recursos
de la Seccional a su cargo para asegurar la detención de la
víctima habiendo irrumpido violentamente en dos lugares donde
probablemente podría ubicarla además de interrogar a su
familia respecto de su paradero”.
De seguido, se destacó en el instrumento recurrido que
“[e]l operativo a priori infructuoso, pero luego determinante
para motivar la entrega de Gladis ante la autoridad policial,
tiene una característica propia y distintiva que radica en que
fue realizado por personal subalterno de la Seccional referida
que se encontraba a cargo de Camarelli, siendo él mismo quien
lo organizó, ordenó su despliegue y lo condujo, sin la
necesidad de haberlo materializado en forma personal”.
Con este marco, los jueces rechazaron los argumentos
expuestos por la defensa del encausado con relación a que éste
sólo cumplía tareas de prevención e investigación de delitos
por que la Comisaría a su cargo se encontraba “tomada” por el
Ejército, y señalaron además que el mencionado operativo “…
logró doblegar la voluntad de la víctima generando ciertamente
un pánico de semejante magnitud que motivó su entrega ante
autoridad policial por pedido expreso de su familia frente al
temor real de nuevos despliegues, lo que ocurrió unos días más
tarde en la Seccional a cargo de Camarelli donde efectivamente
quedó detenida. El hecho de haber sido detenida en el asiento

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de la Comisaría luego de dirigirse personalmente no resulta
óbice para determinar que esa voluntad de acercarse se
encontraba viciada pues adviértase que su concurrencia se
produjo a las pocas horas de aquel violento operativo policial
desplegado en el domicilio donde residía con su familia (la
que fue interrogada) y en su lugar de trabajo, lo cual género
en la persona de Gladis un temor cierto a sufrir un mal mayor
si se mantenía oculta de las fuerzas policiales o bien que se
tomen represalias peores contra su familia, todo lo cual
termina por agravar la privación de libertad sufrida por
haberse realizado mediante el empleo de violencia o amenazas”.
Al efecto, el a quo ultimó que la responsabilidad del
acusado en el hecho que se le imputa, resultaba “…
incuestionable pues fue el personal a su mando el que la
materializó en la sede de la Comisaría en la que cumplía
funciones revistando un cargo de jerarquía (Comisario
Principal) que lo ubica como la máxima autoridad. Ello sin
perjuicio de que el accionar desplegado haya respondido a una
orden de captura proveniente del Quinto Cuerpo del Ejército
tal como le fue informado a la víctima en ese mismo momento”,
por lo que “…se ve plasmado el actuar subordinado y bajo
control operacional que las policías llevaron adelante durante
el proceso militar, formando parte de la estructura
represiva”.
Luego de lo relevado anteriormente, en la sentencia se
expidieron concretamente respecto de los agravios defensistas
con relación a que la conducta del encausado Camarelli no
había sido “ilegal”, sino que “…obra ajustada a las normas
vigentes en la época”, destacando que ello “…se [contraponía]
con el propio lineamiento en cuanto a que las únicas tareas
que continuó dirigiendo Camarelli luego de la ‘toma’ de la
Comisaría eran las propias de prevención e investigación de
delitos […y que] detener a una persona sin orden judicial y

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sin conocer injusto alguno que englobe un determinado hecho


que haya cometido, no resulta ser una tarea propia de
prevención e investigación de delitos”.
Además, los jueces agregaron que “…la detención de
Sepúlveda se ejecutó en el marco de un gobierno de facto, por
disposición de autoridad militar y sin intervención judicial,
en otras palabras, que constituía un acto ilegal”, cuestión
que un funcionario de la jerarquía de Camarelli no podría
desconocer, por lo que correspondía rechazar los argumentos
expuestos por la defensa en cuanto a la supuesta “legalidad”
de la orden de detención, remitiéndose al efecto a los
argumentos expuestos al analizar la responsabilidad del
coimputado Selaya.
En otro andarivel, valoraron numerosos testimonios que
“…[ubicaban] al acusado desempeñando un rol determinante en la
organización y conducción de la Seccional 24 de Cipolletti en
la llamada ‘lucha contra la subversión’ y de activa
participación en forma conjunta con las fuerzas militares que
operaban en el lugar”, mencionando al efecto los dichos de los
testigos Labrune, Pailos, López, Genga y Liberatore, y
destacaron que “…la Sra. Labrune aportó un dato que no resulta
menor, y es la proximidad de la vivienda del nombrado con
relación a dicha Seccional (a escasos metros frente a ella),
lo cual destierra la ajenidad a lo que sucedía en ese ámbito”.
Sumado a ello, en el instrumento sentencial también se
tuvo en cuenta como elemento probatorio “[el] nombramiento
efectuado en favor de Camarelli como ‘Jefe de Operaciones
Especiales (DOE) en la Subzona 5.212 con asiento en
Cipolletti’”, la que le fue concedida “…el mismo día que operó
el golpe de estado que quebrantó la vida institucional del

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país y se encuentra asentada en su legajo personal en el
acápite ‘otros antecedentes’: ‘24 de marzo 1976. Designase
Jefe de Operaciones Especiales (DOE) en la Subzona N° 5212 con
asiento en Cipolletti y actuará con las facultades propias de
los Jefes Militares, dentro de las leyes y reglamentos
policiales y con jurisdicción operativa dentro del área
asignada’”.
Llegado este punto del análisis, corresponde afirmar
que la sentencia se encuentra debidamente fundada, habiendo
alcanzado el grado de certeza exigido para esta etapa
procesal, a partir de un razonamiento lógico derivado del
estudio de todos los elementos probatorios incorporados a la
causa y producidos durante el debate oral y público.
Con este marco, habrán de desestimarse los planteos
que involucran un disenso en la valoración de la prueba y la
ajenidad del encausado de los hechos que se le imputan
formulados por la defensa en su impugnación, toda vez que
ellos ya fueron debidamente abordados por los judicantes en la
sentencia recurrida.
De otra banda, la defensa insiste en esta instancia,
remitiéndose a lo expuesto por el coimputado Selaya- en el
planteo de que su asistido había obrado en la creencia de que
acataba una orden legal ajustada a las normas de la época.
Así, conforme se expuso al analizar la responsabilidad
de coencausado Selaya a cuyos fundamentos me remito brevitatis
causae, toda vez que no puede soslayarse que las conductas
atribuidas al incusado Camarelli implican los tormentos y la
mantención de las privaciones ilegítimas de la libertad, por
su presunta filiación política o ideológica, en el marco de un
ataque generalizado y sistemático contra la población,
circunstancia que caracteriza a las imputaciones como delitos
de lesa humanidad, por lo que corresponde rechazar el recurso
de la defensa en este punto.

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En otro orden, en cuanto al rechazo de la exclusión


probatoria del documento mencionado supra, en cuanto designa
al encausado al frente de la comisaria, el tribunal a quo
remarco que “…ese instrumento (la nota) fue incorporada a la
causa por dos formas independientes: el primero de ellos, a
través de la remisión digitalizada del Legajo Personal de
Camarelli efectuada por el Tribunal Oral en lo Criminal
Federal de Neuquén a solicitud de este Tribunal en el marco
del incidente de instrucción suplementaria FBB
93000001/2012/TO1/136 y, por otro lado, se encuentra agregada
entre la documentación acercada por el propio acusado como
consecuencia de su declaración personal por intermedio de su
Defensa Oficial, solicitando expresamente que este Tribunal
valore todo lo allí adjunto al momento de resolver su
situación procesal”.
A mayor abundamiento, los judicantes mencionaron que
“…en los fundamentos de la causa caratulada ‘LUERA Y OTROS’
del registro del Tribunal Oral en lo Criminal Federal de
Neuquén se valoró ese mismo documento como uno de los tantos
elemento probatorios para tener por acreditada la
responsabilidad de Camarelli en los hechos allí juzgados, la
cual tuvo especial ponderación por parte de los magistrados de
la Sala IV de la Cámara Federal de Casación Penal a la hora de
confirmar esa responsabilidad (ver C° 731 F°82 Año 2010 TOCF
Neuquén y C° 647/2013 Reg. 325.15.4 Sala IV CFCP)”.
Así, el tribunal de juicio destacó que el imputado
realizó un aporte como autoridad de la Seccional ya que “…
luego de su detención en la Seccional 24 de Cipolletti, Gladis
Sepúlveda fue trasladada por personal policial a la Unidad
Penal N° 9 del Servicio Penitenciario Federal”, lo que

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implicaba que “…no sólo personal sino también los vehículo
oficiales de la dependencia a su cargo para asegurar el
traslado de la víctima hacia la Unidad Penal mencionada”, lo
que fue corroborado por la propia víctima y en “…los datos
consignados en el libro de registro de entrada y salida de
detenidos de la Unidad donde aparece identificada con el
número de orden ‘206’, con sus datos personales, detallándose
como autoridad que dispuso su detención “Policía de Cipolletti
RN”, con fecha de ingreso 15/06/76 a las 12:00 horas y egreso
en mismo día a las 19:30 horas por orden del Comando Sexta
Brigada de Montaña de Neuquén”.
En base a ello, los magistrados tuvieron por
acreditado que el encausado “…tuvo en el tramo inicial iter
criminis, esto es, en el grado de intervención funcional y
personal en el secuestro y traslado de la víctima a la Unidad
Penal N° 9 consideramos que deberá responder como coautor
penalmente responsable de la privación ilegal de la libertad
agravada de Gladis Sepúlveda”.
Además, remarcaron que “…de la comisaría de Cipolletti
la víctima pasó primero por la Unidad N° 9 de Neuquén (tiempo
II) y luego, fue trasladada por la policía de Neuquén al
aeropuerto de la ciudad desde el que se la llevó por orden del
Comando Quinto Cuerpo de Ejército a la Escuelita de Bahía
Blanca (tiempo III)”, por lo que advirtieron “…un corte en el
nexo causal de la privación ilegítima de la libertad de
Sepúlveda en lo que respecta a la intervención de Camarelli,
pues a partir del momento de la efectiva entrega de la víctima
a las autoridades del Servicio Penitenciario Federal y más aún
durante su permanencia en la Unidad Penal N° 9, el poder de
disposición que el acusado poseía sobre el hecho perdió
virtualidad”.
En este sentido, explicaron que “[d]urante la
permanencia de Gladis en la Seccional 24, en ningún momento

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fue vendada ni sometida a golpes, aplicación de picana


eléctrica u otros medios de tortura utilizados asiduamente en
la época, como así tampoco durante su traslado y alojamiento
en la Unidad Penal N° 9”, por lo que “…[entendieron] que sólo
debe responder por la privación ilegal de la libertad agravada
de la víctima”.
Ad finem, los jueces actuantes consideraron que
correspondía atribuirle a “…Antonio Alberto Camarelli
responsabilidad penal por el hecho calificado como privación
ilegal de la libertad agravada por haber sido cometida por un
funcionario público con abuso de sus funciones o sin las
formalidades prescriptas por la ley agravada por mediar
violencia o amenazas en perjuicio de Gladis Sepúlveda”.
Ahora bien; luego del profuso análisis realizado en
los párrafos precedentes, se advierte que se ha dado adecuado
tratamiento a las cuestiones traídas por la defensa respecto a
la valoración de las pruebas y la intervención del encausado
en los delitos que se le reprochan, por lo que el recurso no
tendrá favorable acogida. Todo ello, en la medida que el
recurrente no ha confutado estos argumentos, sino que se ha
limitado únicamente a reeditar los planteos originales, ya
respondidos debidamente en el pronunciamiento criticado, por
lo que corresponde el recurso de casación en este punto
b) Que, en lo que respecta a los agravios traídos por
el representante del Ministerio Público Fiscal contra la
decisión del tribunal a quo que descartó la responsabilidad
penal del incusado Camarelli por la imposición de tormentos
agravados por ser la víctima perseguida política en perjuicio
de Gladis Beatriz Sepúlveda, al condenarlo sólo por la
privación ilegal de su libertad, corresponde adelantar que

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tendrán favorable acogida.
Ello pues, asiste razón al recurrente en cuanto
entendió arbitraria la aseveración del órgano decisor que, por
un lado, sostuvo que el trato que recibió la víctima hasta ser
trasladada a la Unidad Penal Nº 9 de Neuquén “no permite
vislumbrar que se haya materializado elemento alguno del tipo
penal de imposición de tormentos” y que, por otro lado, en lo
que respecta a los hechos acaecidos luego de que la víctima
fuera retirada de la comisaría a cargo del imputado, “el
acusado aparece ya remotamente alejado del dominio del hecho,
pues una vez que aseguró su detención y materializó su
traslado hasta la Unidad Penal neuquina, su aporte en el hecho
cesó”.
Ahora bien; tal como se expuso al analizar la
responsabilidad penal del coimputado Sierra –entre otros-,
circunstancias como el secuestro, traslado y alojamiento de
personas por las fuerzas estatales y su incertidumbre sobre su
destino final, en un contexto en el cual era conocido que
compañeros y familiares habían sido secuestrados,
desaparecidos y asesinados, resultan suficientes para tener
por configurado el delito de imposición de tormentos.
Sobre el particular, no puede perderse de vista –tal
como destacó el acusador público, que “…en la comisaría a
cargo de Camarelli, Sepúlveda tomó conocimiento de que su
captura respondía a una orden del Comando Vto. Cuerpo, de modo
que era consciente de la gravedad de la detención y de podría
ser trasladada a esa ciudad”. Este riesgo inminente padecido
por la víctima, permite per se, tener por configurado el
delito de “torturas psicológicas” (Corte IDH, caso “Maritza
Urrutia vs. Guatemala”, Fondo, Reparaciones y Costas,
Sentencia de 27/11/03, Serie C N° 103, párrs. 92 y 93, entre
otros).
A mayor abundamiento, fueron numerosos los testigos

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que compartieron cautiverio con esta víctima en esa comisaría


y que confirmaron que se llevaban a cabo torturas físicas y
psicológicas sobre quienes permanecieron allí detenidos (Vrg.
Declaraciones de Julio Eduardo Pailos, Roberto Aurelio
Liberatore y Luis Alberto Genga).
Pero, además, del estudio de la propia sentencia y de
acuerdo a como ha sido reconstruido el rol de Camarelli dentro
del plan general pergeñado, al frente de la Seccional 24 de la
Policía de la Provincia de Río Negro, en la ciudad de
Cipoletti, esta dependencia se encontraba al mando de las
fuerzas militares del Comando del Quinto Cuerpo del Ejército,
comprendida en la Subzona 52, que, a su vez, dependía de la
Brigada de Infantería de Montaña VI. Por lo que, de lo
acreditado en el sub lite el incusado ostentó el puesto
jerárquico más alto en la seccional, fue responsable de las
funciones que realizaba el personal a su cargo, organizó
procedimientos y dispuso de los recursos de la dependencia
para detener y trasladar a los detenidos.
De este modo, desde el momento del secuestro ilegal d
la víctima en la seccional a cargo del acusado, se aseguró la
continuidad de su cautiverio. Esta circunstancia, sin
dubitación alguna, fue conocida por la víctima generando la
aflicción psicológica suficiente para tener por configurado el
delito en juego, y también por el imputado que con su aporte
concreto –de acuerdo a su rol jerárquico- permitió la
prosecución del iter criminis en perjuicio de Sepúlveda.
Todas estas circunstancias fueron soslayadas por el
órgano sentenciante, que de modo descontextualizado y a partir
de un análisis fragmentario, limitó arbitrariamente la
responsabilidad de Camarelli en el destino de esta víctima.

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Por todo ello, puede colegirse que la sentencia en
crisis ha partido en este punto de un análisis parcial del
acervo probatorio producido durante el debate y de la
atribución de responsabilidad de Camarelli en los hechos
cometidos en perjuicio de esta víctima, lo que evidencia
entonces un palmario apartamiento de las reglas de la sana
crítica racional e impone la descalificación del
pronunciamiento como acto jurisdiccional válido, conforme la
doctrina del tribunal cimero en materia de arbitrariedad
(Fallos: 311:1438; 312:1150, entre otros).
En estas condiciones, se impone la anulación parcial
del pronunciamiento definitivo en este extremo por resultar
contrario a derecho y, en las particulares circunstancias de
la especie, el dictado de una sentencia condenatoria en esta
instancia -sin reenvío- con relación a la imposición de
tormentos agravados por ser perseguida política en perjuicio
de Gladis Beatriz Sepúlveda, tal como reclama el acusador
público.
Ad finem, en virtud de lo hasta aquí propuesto
corresponde remitir las actuaciones a su origen a fin de que,
por quien corresponda y previa audiencia de visu y con todas
las partes, dicte una nueva pena (arts. 470, 471, 530 y 531
del CPPN).
-VII-
39º) Sentado cuanto precede, corresponde abordar la
dosimetría punitiva impuesta a los encartados, como así
también las críticas efectuadas en este extremo por las
defensas y el acusador público.
a) En primer lugar, en tanto se ha propuesto al acuer-
do anular parcialmente la sentencia y condenar en esta instan-
cia a Héctor Luis Selaya, Oscar Lorenzo Reinhold y Antonio Al-
berto Camarelli como coautores del delito de imposición de
tormentos agravado (reiterado) que concurren realmente con los

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demás delitos por los que ya habían sido responsabilizados, se


ha postulado el reenvío a fin de que, por quien corresponda,
se dicte una nueva pena. En estas condiciones, no corresponde
atender ahora los agravios traídos por las defensas con rela-
ción a las sanciones de 6, 14 y 3 años de prisión -respectiva-
mente- oportunamente impuestas a los nombrados (Cfr. conside-
randos 36º, b; 38º, b; y 39 b).
Magüer lo aquí expuesto, distinta es la solución en lo
que respecta a Osvaldo Bernardino Páez, Osvaldo Lucio Sierra,
Carlos Alberto Ferreyra y Alejandro Lawless, pues si bien se
ha postulado sus condenas como coautores del delito de
imposición de tormentos reiterado, en concurso real con los
demás ilícitos por los que ya habían sido responsabilizados,
lo cierto es que en tanto se ha impuesto a su respecto la
sanción máxima prevista legalmente (pena de prisión perpetua),
resultaría infructuoso un reenvío para el dictado de una nueva
pena cuando además la inclusión de nuevos hechos agrava el
reproche. Así entonces, en estas hipótesis, deberá mantenerse
las penas a prisión perpetua impuestas, en tanto, como se verá
a continuación, los agravios de las defensas no podrán tener
favorable acogida.
b) Ingresando ahora en el análisis de las críticas
traídas por las defensas contra las sanciones impuestas, co-
rresponde desestimar los planteos de inconstitucionalidad y
falta de fundamentación del pronunciamiento en crisis en torno
a la imposición de la pena de prisión perpetua.
Al respecto, el a quo impuso la pena de prisión
perpetua prevista en el art. 80 incs. 2 y 6 del CP, explicitó
las circunstancias valoradas en los términos de los artículos
40 y 41 del CP.

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En particular ponderó la naturaleza y gravedad de las
acciones cometidas y de los medios empleados para ejecutarlas;
y la extensión del daño causado tanto a las víctimas y sus
familiares -producto de la violencia ejercida y la
incertidumbre y temor por el destino de sus seres queridos-,
como así también “hacia toda la comunidad”, con efectos que se
extienden hasta la actualidad.
En este sentido, detalló: “…estamos en presencia del
juzgamiento de crímenes contra la humanidad (cometidos en el
marco de un genocidio, según la interpretación de la mayoría
de este Tribunal). Es decir, nos enfrentamos a graves
violaciones a los Derechos Humanos cometidas contra un sector
de la población civil desde las estructuras del Estado. Se
trata de los más graves delitos que se pueden juzgar. Es así
que habiendo probado en autos la materialidad de tales hechos
e individualizado a sus responsables, la imposición de penas
deviene no sólo obligatoria sino también necesaria, con el
objetivo de reafirmar los valores esenciales de la vida en
sociedad y los principios democráticos que fueron arrasados
con la ejecución del plan criminal. El castigo implica también
una reparación del daño generado a las víctimas y a toda la
sociedad afectada por esta clase de delitos; la construcción
de memoria colectiva y una advertencia de no impunidad
tendiente a evitar la repetición de crímenes de este tipo.”
Además, remarcó que “…en principio podrían ser
aplicables las penas más graves previstas en el ordenamiento
jurídico” y que “…respecto de quienes se comprobó la
participación en homicidios triplemente agravados ejecutados
todos por funcionarios públicos, a los que se sumó siempre el
concurso de otros delitos (privación ilegal de la libertad
agravada y tormentos agravados), sin lugar a dudas la pena
aplicable será la prisión perpetua porque así lo establece el

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tipo penal correspondiente y las reglas del concurso real


(arts. 80 y 56 primer párrafo del CP)”.
En consecuencia, la alegación referida a la pretendida
inconstitucionalidad de la mentada pena pierde todo asidero a
poco que se observa, tal como lo señaló el a quo que “…la
prisión perpetua, en el código argentino no es tal, pues goza
de la libertad condicional a los veinte años, y antes de esta
posibilidad, del régimen de salidas transitorias y de
semilibertad previstos en la ley 24.660, que puede obtenerse a
los quince años (…) En cualquier caso la carencia de un límite
legalmente establecido en forma expresa en la ley, obliga a
deducirlo por imperio constitucional. Sin perjuicio de
analizar casa uno de los supuestos en el momento oportuno,
puede señalarse que el general principio según el cual siempre
debe quedar abierta la posibilidad de rehabilitación jurídica
plena, exige que a falta de indicación concreta o de
posibilidad de deducir una solución diferente, debe atenderse
un límite máximo de encierro total de 20 años previsto por el
art. 13 (o 15 años según el régimen de semilibertad previsto
en la ley 24660)”. De esta forma, “la prisión perpetua del
código vigente no es inconstitucional en sí, dado que no es
perpetua en sentido estricto, sino relativamente
indeterminada, pero determinable, pues tiene un tiempo límite
si el condenado cumple con los recaudos de la libertad
condicional” (Zaffaroni, E. Raúl, et. al., “Derecho Penal.
Parte General”, Ediar, Bs. As., 2000, pág. 790)”.
De este modo, habiendo brindado el a quo adecuada
respuesta a los extremos esgrimidos en este punto por las
defensas, cabe tan sólo recordar que es doctrina inveterada de
la Corte Suprema de Justicia de la Nación aquella según la

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cual “la declaración de inconstitucionalidad de una
disposición legal es un acto de suma gravedad institucional,
pues las leyes dictadas de acuerdo a los mecanismos previstos
en la Carta Fundamental gozan de una presunción de legitimidad
que opera plenamente, y obliga a ejercer dicha atribución con
la sobriedad y prudencia, únicamente cuando la repugnancia de
la norma con la cláusula constitucional sea manifiesta, clara
e indudable” (Fallos: 314:424; 319:178; 266:688; 248:73;
300:241), y de “incompatibilidad inconciliable” (Fallos:
322:842; y 322:919); y cuando no exista la posibilidad de
otorgarle una interpretación que se compadezca con los
principios y garantías de la Constitución Nacional (Fallos:
310:500, 310:1799, 315:1958, entre otros). Razones que
conllevan a considerarla como ultima ratio del orden jurídico
(Fallos: 312:122; 312:1437; 314:407; y 316:2624), es decir,
procedente “cuando no existe otro modo de salvaguardar algún
derecho o garantía amparado por la Constitución” (Fallos:
316:2624).
En particular, con relación a la pena aludida, se ha
dicho que: “no es inconstitucional en sí, dado que no es
perpetua en sentido estricto, sino relativamente
indeterminada, pero determinable” en el marco del régimen de
progresividad en la ejecución de la pena; y “[t]ampoco es
inconstitucional como pena fija, siempre que en el caso
concreto no viole la regla de irracionalidad mínima, pues
guarda cierta relación de proporcionalidad con la magnitud del
injusto y de la culpabilidad” (Zaffaroni, E. Raúl, et al.,
“Derecho Penal. Parte General”, 2° edición, Buenos Aires,
Ediar, 2002, p. 946; en igual sentido esta Sala in re:
“Riveros, Santiago Omar s/recurso de casación”, causa N°
11.515, supra cit., entre tantos otros).
A este respecto, también desestimar aquellas críticas
relativas a la inconstitucionalidad de la pena perpetua en

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razón de la edad de los incusados. En este sentido, se


advierte que este cuestionamiento no encuentra apoyo en el
ordenamiento jurídico actual, en el cual el sistema de
ejecución de la pena previsto en la ley N° 24.660 se
desarrolla a partir de un régimen de progresividad que
permitiría al condenado recuperar su libertad anticipada, a
partir de diversos institutos.
En tal sentido, el tribunal de juicio remarcó que “…
huelga señalar que ese requisito es uno los previstos en la
citada norma y valorados por este Tribunal al momento de
conceder la prisión domiciliaria que tiene como fin último el
resguardo del principio de humanidad consagrado en el art. 18
de la Constitución Nacional…”.
Además, los judicantes explicaron que “…teniendo en
cuenta la magnitud del injusto, dada por la naturaleza y
gravedad de los hechos, y el contexto en que se sucedieron […]
tratándose en todos los casos de gravísimas violaciones a los
derechos humanos; así como el grado de culpabilidad que le
cupo a cada uno de los imputados no advertimos que la
penalidad establecida resulte desproporcionada por lo que
tampoco se sostiene el argumento de la defensa en este
aspecto…”.
A tal efecto y con relación al universo delictual
objeto de reproche en el marco de la presente causa, menester
es recordar que “…en atención a la regla de proporcionalidad,
los Estados deben asegurar, en el ejercicio de su deber de
persecución de [las] graves violaciones [a los derechos
humanos], que las penas impuestas y su ejecución no se
constituyan en factores de impunidad, tomando en cuenta varios
aspectos como las características del delito y la

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participación y culpabilidad del acusado. En efecto, existe un
marco normativo internacional que establece que los delitos
que tipifican hechos constitutivos de graves violaciones a los
derechos humanos deben contemplar penas adecuadas en relación
con la gravedad de los mismos” (Corte IDH; Caso “Manuel Cepeda
Vargas Vs. Colombia”; Excepciones Preliminares, Fondo,
Reparaciones y Costas. Sentencia de 26 de Mayo de 2010; Serie
C No. 213; parág. 150).
En esa dirección, dentro del ámbito de las Naciones
Unidas, la Convención contra la Tortura y Otros Tratos o Penas
Crueles, Inhumanos o Degradantes, en su Preámbulo se menciona
de manera expresa "…la obligación que incumbe a los estados en
virtud de la Carta [de las Naciones Unidas], en particular del
artículo 55, de promover el respeto universal y la observancia
de los derechos humanos y libertades fundamentales, y en su
articulado impone a los estados el deber de perseguir esa
clase de delitos e imponer penas adecuadas”.
Bajo esa misma hermenéutica, aunque referido a un
concreto grupo de conductas criminales, el Comité contra la
Tortura se ha expedido en contra de las medidas de impunidad
en la Argentina (Comunicaciones 1/1988; 2/1988; 3/1988), y en
sus precedentes ha recordado su jurisprudencia según la cual
los Estados Partes tienen la obligación de sancionar a las
personas consideradas responsables de la comisión de actos de
tortura, y que la imposición de penas menos severas y la
concesión del indulto son incompatibles con la obligación de
imponer penas adecuadas ("Sr. Kepa Urra Guridi v. Spain",
Comunicación N° 212/2002, U.N. Doc. CAT/C/34/D/212/2002
[2005]).
A su vez, cabe adunar que frente a la naturaleza de
algunas de las hipótesis juzgadas en el sub lite, en tanto las
víctimas resultaron mujeres, no puede dejar de memorarse lo
señalado en numerosas oportunidades, en cuanto a que: “se

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congrega a las obligaciones del estado Argentino de


investigar, juzgar y sancionar a los responsables por crímenes
de lesa humanidad el compromiso internacional asumido a través
de la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y
Erradicar la violencia contra la Mujer -Convención Belém do
Pará-”, para destacar que “es difícil encontrar exposiciones
más dramáticas de la desprotección y la vulnerabilidad que
aquellas que genera la violencia ejercida brutalmente en sus
cuerpos, en tanto representan su condición sexual, su
identidad de género y su posibilidad de descendencia” (cfr. mi
voto en causa Nº 9.125, caratulada: “K., S. N. y otro s/
recurso de casación” reg. N° 50/2013 de la Sala II, rta.
21/2/2013, con sus citas y, así también, mutatis mutandis la
causa FSM 27004012/2003/TO14/CFC199, caratulada: “Apa, Jorge
Norberto y otro s/ recurso de casación”, rta. el 8/8/23, reg.
N° 860/23).
Por lo demás, y con estos mismo alcances, los agravios
traídos por las defensas en sus libelos recursivos y en esta
instancia en torno a las penas divisibles impuestas a los
nocentes Nilos, Chiesa y Rojas (condenados a la pena de 9 años
de prisión); sumado a la exigua fundamentación en sus
planteos, tampoco serán de recibo por cuanto no expresan más
que un mero disenso con lo resuelto por el tribunal a quo.
Así entonces, del examen del pronunciamiento
criticado, se colige que las sanciones impuestas a los
encartados, con los alcances de los recursos a estudio, se
ajustan a los parámetros de graduación que establecen los
artículos 40 y 41 del CP; por lo que se impone rechazar las
alegaciones de las defensas al respecto.

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40º) Que, de otra banda, corresponde precisar que
tampoco tendrán favorable acogida los planteos defensistas con
relación a la inconstitucionalidad de los arts. 12 y 19.4 del
CP, toda vez que se advierte que -con ajuste a las
particularidades de la especie- no logran demostrar los
impugnantes el agravio actual y concreto que determine la
existencia de las especiales circunstancias que tornan
aplicable la legislación excepcional en análisis, elemento que
resulta ser requisito inexcusable para aplicar un acto de tal
gravedad institucional como es la declaración de
inconstitucionalidad de una norma (Fallos: 302:1149; 303:1708,
entre muchos otros).
En consecuencia, se impone reenviar a las
consideraciones expuestas al sufragar in re “Obregón, Juan
Carlos y otros s/ recurso de casación”, causa Nº 14900, rta.
el 19/2/2016, reg. Nº 81/16; Nº 73000764/2008/TO1/2/CFC4 y
también “Guzmán, Mari Isabel y otros s/ recurso de casación”,
causa FCB 23025/2015/TO1/CFC1, rta. el 15/08/2018, reg. Nº
1165/18, en función del precedente del cimero tribunal in re
“González Castillo, Cristian Maximiliano y otro s/robo con
arma de fuego”, causa CSJ 3341/2015/RH1, rta. 11/5/2017; FRO
85000124/2010/11/CFC6, caratulada: “Nast, Lucio César y otros
s/ recurso de casación”, rta. el 27/12/2018, reg. N° 2443/18;
como así también lo resuelto por el cimero tribunal in re
“Menéndez” (Fallos: 344:391), de acuerdo a lo sufragado in re
(“Albornoz, Roberto Heriberto y otros s/recurso de casación”,
Sala III, causa FTU 81810029/2009/TO1/3/1/1/CFC4, rta. el
13/9/21, reg. Nº 1613/21).
41º) Que, de otro lado, con relación a las críticas de
las defensas tendientes a impugnar los puntos dispositivos 52º
y 53º de la sentencia en derredor a “ordenar la baja” en ser-
vicio, cabe destacar que, más allá de los términos en que fue
redactado tal extremo en el pronunciamiento en crisis, esa

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disposición se trata más bien de una comunicación efectuada


por el tribunal de juicio a los distintos organismos del esta-
do en el marco de la normativa invocada en la sentencia. Ello,
en razón de que el propio órgano decisor explicitó que aque-
llas disposiciones resultan “de índole administrativa”.
A todo evento, resultan de aplicación mutatis
mutandis las consideraciones expuestas al dar respuesta a
idénticos planteos in re “Bayón” y “Stricker”, a las que habré
de remitirme, en razón de brevedad.
Así, entonces, no advirtiéndose perjuicio alguno
actual y concreto que permita revisar la comunicación
dispuesta por el tribunal de juicio, en tanto se traduce
además como un agravio potencial que queda supeditado a que la
sentencia adquiera autoridad de cosa juzgada, las alegaciones
de la defensa sobre estos extremos deben ser desestimadas.
42º) Que, finalmente, en cuanto atañe a los agravios
formulados por el representante del Ministerio Público Fiscal
contra el rechazo de la revocación de las prisiones
domiciliarias de los encausados que, en oportunidad del
dictado de la sentencia definitiva, se encontraban bajo
aquella modalidad cautelar, el tribunal a quo señaló, inter
alia, que aquellos planteos “resultan materia de tratamiento
por vía incidental en los Legajos de arresto domiciliario de
cada uno de los acusados y no, como aquí se pretende, como un
requerimiento genérico motivado únicamente en el dictado de la
sentencia condenatoria”.
En estas condiciones, atendiendo al tiempo
transcurrido, los sucesivos planteos ya resueltos por esta
Sala con relación a la mayoría de los incusados y la
inveterada doctrina relativa a que las cuestiones que se

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suscitan en las causas deben resolverse teniendo en cuenta las
circunstancias presentes al momento de la deliberación y no
las que imperaban al tiempo de su interposición (cfr. Corte
Suprema de Justicia de la Nación, Fallos 285:353; 310:819;
315:584, entre otros), más aún frente al dinamismo propio que
involucra la materia en trato, resulta insustancial el planteo
en esta oportunidad.
-VIII-
43º) Que, ad finem, corresponde adelantar que serán de
recibo los cuestionamientos formulados por el representante
del Ministerio Público Fiscal contra la absolución de Alberto
Magno Nieva.
En efecto, el a quo absolvió por el principio de la
duda a Alberto Magno Nieva por los hechos por los que había
sido acusado, al sostener que por el rango en la jerarquía
militar que ostentaba “no poseía capacidad de mando y
decisión” y que, los testimonios producidos no permitían
acreditar su pertenencia a la “Agrupación Tropa” ni certeza
sobre el origen de su herida en la pierna.
Frente a ello, el impugnante señaló que la decisión se
aparta de las constancias probatorias de la causa al omitir
valorar elementos conducentes y dirimentes que sustentaban la
imputación de Nieva en el sub lite.
Así, el acusador público se ocupó de refutar los
argumentos expuestos por el tribunal y resaltó que la
contradicción señalada por el a quo entre el legajo del
encausado y el testimonio de Norberto Carlos Cevedio “…recae
sobre un punto ajeno a lo que resulta pertinente a la
acusación. Esto es así porque la imputación se fundaba -entre
otros elementos probatorios– en la afirmación de Cevedio, en
el sentido de que Nieva le aseveró que había participado en
los hechos en perjuicio de Luis Alberto Sotuyo, con la
expresión ‘a ese lo boleteé yo’” y que “…no hay elemento que

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contradiga la aseveración de Nieva de haber tomado parte en el


asesinato de Sotuyo, aspecto que tampoco es explicado en la
sentencia”.
Sumado a ello, el recurrente explicó que “…la
contradicción, como se dijo, es sólo parcial, ya que -tal como
señaló Cevedio- Nieva presentaba efectivamente una herida en
una de sus piernas, lo que refuerza que el conocimiento y el
trato del testigo hacia el imputado existieron como tales” y
que “…esta contradicción no pertenece a las afirmaciones del
testigo, sino que –en todo caso– correspondería a lo que el
imputado le manifestó, de modo que no reviste ninguna entidad
para concluir, como lo hacen los jueces, en la ‘falta de
fiabilidad’ del testimonio”.
Además, denunció que “…al no ubicarse en el contexto
temporal de los hechos, la sentencia omitió una circunstancia
que resultaba sumamente relevante para la cuestión a
discernir: al manifestar –como hizo NIEVA– ‘a ése lo boleteé
yo’, el imputado demostró conocer un dato que, si bien hoy
resulta una conclusión objetiva e indiscutible (como parte de
la sistematicidad criminal reconstruida), al momento de los
eventos distaba de ser una circunstancia de conocimiento
común, o –más aún– formaba parte de los designios criminales
estrictamente secretos y ejecutados en clandestinidad: que
SOTUYO, quien para sus familiares se encontraba detenido y era
objeto de búsqueda, había sido físicamente eliminado”.
Concluyó este argumento resaltando que “…el testimonio
de CEVEDIO se apoya mutuamente con los demás elementos
probatorios valorados en la acusación […]. Este carácter
esencial –también omitido– se presenta con claridad, puesto
que se trata de dos vías probatorias independientes, que

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conducen de manera autónoma a dos planos fácticos conectados.
En efecto, por un lado, el testimonio de CEVEDIO por sí mismo
lo expone a NIEVA asumiendo como propia la actividad criminal
de asesinar una persona, y por el otro, un conjunto de
testimonios y documentos coinciden en demostrar que NIEVA
formaba parte del grupo operativo que realizaba ese tipo de
procedimientos criminales”.
De otra banda, se agravió en orden a que “…la
sentencia emitió una conclusión sobre la falta de
participación de NIEVA en el hecho de SOTUYO, sin haber
ingresado a analizar, en lo más mínimo, su pertenencia al
grupo operativo que realizaba los procedimientos de secuestro
y ultimación”, y refirió que los judicantes habían realizado
una valoración segmentada sobre los elementos probatorios
esenciales.
En este sentido, luego de repasar los diferentes
argumentos utilizados por el tribunal de juicio, el fiscal
actuante destacó que “…el conocimiento sobre el destino final
de la víctima Luis Alberto Sotuyo que el imputado Alberto
Magno Nieva expuso al testigo Norberto Carlos Cevedio, guarda
plena consonancia con la pertenencia a la Agrupación Tropas
señalada por el testigo José Luis Capozio y con la regularidad
con que los cuadros de la Compañía Comando y Servicios fueron
incorporados a ese grupo operativo, que –conforme lo consideró
acreditado la misma sentencia– ejecutó los procedimientos en
perjuicio de las tres víctimas por las cuales se encuentra
imputado el encausado” y solicitó que se deje sin efecto la
absolución del incusado.
Sentado cuanto precede, se evidencia que,
efectivamente, los extremos señalados por el recurrente al
sostener las acusaciones antedichas durante el debate y
también en esta instancia, no fueron debidamente sopesados en
la sentencia, advirtiéndose de la lectura del mencionado

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instrumento que los argumentos utilizados por los judicantes,


responden a una valoración parcializada y descontextualizada
del acervo probatorio.
En este marco, la evidente falta de fundamentación en
los términos exigidos por las previsiones del artículo 123 del
ritual impone la anulación del pronunciamiento recurrido, con
los alcances de lo que aquí se analizó.
A su vez, corresponde insistir en que la exigencia de
fundamentación sirve no sólo a la publicidad y control
republicano, sino que también persigue la exclusión de
decisiones irregulares o arbitrarias, y pone límite a la libre
discrecionalidad del juez (cfr. de esta Sala, in re “Acosta,
Jorge Eduardo s/ rec. de casación”, supra cit. y “Guerrero,
Pedro César s/ recurso de casación”, causa Nº 15191, rta. el
23/12/14, reg. Nº 2664/14, entre otras).
En estas condiciones, si bien es sabido, tal como ya
se expuso, que los jueces no están obligados a seguir a las
partes en todas sus alegaciones y argumentos, existe el deber
de pronunciarse expresamente sobre los puntos propuestos en
cuanto sean decisivos o relevantes en el pleito, puesto que la
falta de pronunciamiento con respecto a estos puntos trae
aparejada la nulidad de lo decidido por falta de
fundamentación (Fallos: 228:279; 221:237, entre otros).
Por lo expuesto, ante la arbitrariedad revelada,
corresponde hacer lugar al recurso de casación traído por el
acusador público en este extremo y anular el punto dispositivo
44) del pronunciamiento recurrido en cuanto dispuso la
absolución del referido Nieva. En consecuencia, deberá
remitirse al tribunal a quo a fin de que, por quien

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corresponda y previa sustanciación, se dicte un nuevo
pronunciamiento de acuerdo a lo aquí establecido.
-IX-
44º) Que, finalmente, frente al avanzado estadío pro-
cesal de la litis, teniendo en cuenta también que se trata del
tercer tramo de la mega causa rotulada “V Cuerpo de Ejército”,
no puede soslayarse el voluminoso y complejo acervo probatorio
que conforma este proceso y el valor significativo que invis-
ten no solo las piezas originales que a la fecha se encuentran
reservadas en la dependencia del tribunal oral, sino también
los registros fílmicos y, en particular, los testimonios de
los sobrevivientes brindados durante las extensas audiencias
desarrolladas en los juicios.
A cuenta de ello, fue el propio representante del
Ministerio Público Fiscal quien en esta instancia advirtió
sobre la complejidad que plantea la ausencia o destrucción del
material probatorio (Vid. dictamen presentado en la
oportunidad prevista en el art. 466 del CPPN, p. 32).
De tal suerte, se impone memorar aquí las directrices
delineadas en las Reglas Prácticas dictadas por esta Cámara en
las Acordadas Nº 1/12 y Nº 2/22, que específicamente, en su
Regla Cuarta, encomienda la “conservación de la prueba”.
Es que, el resguardo de aquel material, en definitiva,
emana de la ineludible obligación internacional asumida por el
estado argentino de garantizar el derecho a la verdad de las
víctimas de graves violaciones a los derechos humanos, sus
familiares y la sociedad en su conjunto.
Así, cabe remarcar que la Corte IDH ha sostenido que
“el conocimiento de la verdad de lo ocurrido en violaciones de
derechos humanos […], es un derecho inalienable y un medio
importante de reparación para la víctima y en su caso, para
sus familiares y es una forma de esclarecimiento fundamental
para que la sociedad pueda desarrollar mecanismos propios de

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otros s/recurso de casación”

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reproche y prevención de violaciones como esas en el futuro…”


(Cfr. Caso Ximenes Lopes vs. Brasil, Serie C No. 149,
párra.245; Baldeón García, Serie C No. 147, párr.196; Masacre
de Pueblo Bello, Serie C No. 140, párra.266; y Caso Gómez
Palomino, Serie C No. 136, párr.78).
Ello por cuanto, resulta imprescindible también para
“preservar la memoria de las violaciones ocurridas, de
proporcionar satisfacción (un sentido de realización de la
justicia) a los familiares de la víctima, y de contribuir a
garantizar la no-repetición de dichas violaciones…” (Corte
IDH, Caso Myrna Mack Chang Vs. Guatemala. Sentencia del 25 de
noviembre de 2003. Serie C Nº 101; voto razonado del Juez A.
A. Cançado Trindade; párr. 50).
Al respecto, el derecho a la verdad en una de sus
aristas, incluye el derecho de la sociedad a ser informada de
todo lo sucedido con relación a las graves violaciones a los
derechos humanos. Para cumplir con ese imperativo, el Estado
debe implementar mecanismos adecuados de acceso a la
correspondiente información y debe realizar, de buena fe, un
esfuerzo sustantivo y aportar todos los recursos necesarios
para reconstruir –y poner a disposición- la información (cfr.
CIDH, Relatoría Especial para la Libertad de Expresión,
Informe sobre “Acceso a la información sobre violaciones de
derechos humanos”, 2010, párrs. 6 y 19).
Resulta menester valorar en esa línea, también, lo
expresado por el Relator Especial sobre la promoción de la
verdad, la justicia, la reparación y las garantías de no
repetición, Fabián Salvioli, en cuanto a que “El conjunto de
principios actualizado para la protección y la promoción de
los derechos humanos mediante la lucha contra la impunidad

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establece que los Estados tienen la responsabilidad de
preservar y transmitir la memoria relativa a las violaciones
de los derechos humanos” y que esa responsabilidad “…se deriva
del deber de los Estados de garantizar el derecho inalienable
de todas las personas a conocer la verdad sobre tales
violaciones y el deber de preservar los archivos y otras
pruebas relativas a esas violaciones, con miras a preservar
del olvido la memoria colectiva” (Informe del 10/07/2023,
titulado “Estándares jurídicos internacionales que sustentan
los pilares de la justicia transicional”, A/HRC/54/24, párr.
57).
En estas condiciones y en cumplimiento de las
mencionadas “Reglas Prácticas”, se impone exhortar al tribunal
oral a que arbitre los medios necesarios con el objeto de
preservar las pruebas producidas e incorporadas a esta causa,
no solo a través de su digitalización y resguardo, sino
también procurando el acceso eficaz y eficiente al material
para su reutilización y su difusión. A tal fin, deberá
establecer criterios protocolizados respecto del inventario de
estos elementos, de su custodia, guarda y publicidad, aún
luego de culminados estos procesos, optimizando los recursos
tecnológicos disponibles y articulando con las autoridades y
entidades pertinentes.
-X-
45º) Que, en virtud de lo hasta aquí desarrollado,
propongo al acuerdo, 1º) RECHAZAR los recursos de casación
interpuestos por las defensas oficiales de Víctor Raúl
Aguirre, Antonio Alberto Camarelli, Norberto Eduardo Condal,
Enrique José Del Pino, Carlos Alberto Ferreyra, Guillermo
Julio González Chipont, Jorge Horacio Granada, Arsenio
Lavayén, Osvaldo Bernardino Páez, Oscar Lorenzo Reinhold,
Héctor Luis Selaya, Osvaldo Lucio Sierra y Carlos Alberto
Taffarel, sin costas, y las defensas particulares de Miguel

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Sala II
Causa FBB
93000001/2012/TO1/180/CFC172
“González Chipont, Guillermo Julio y
otros s/recurso de casación”

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Ángel Chiesa, Raúl Artemio Domínguez, Miguel Ángel Nilos,


Desiderio Andrés González, Jorge Horacio Rojas y Alejandro
Lawless, con costas (arts. 470 y 471, a contrario sensu, 530 y
531 del CPPN).
A su vez, 2º) HACER LUGAR al recurso de casación
concedido al Ministerio Público Fiscal, y en consecuencia,
ANULAR parcialmente el punto dispositivo 14.h) de la sentencia
en cuanto absuelve a Osvaldo Bernardino Páez en orden al
delito de asociación ilícita; ANULAR parcialmente el punto
dispositivo 40.a) en cuanto condena al encausado Oscar Lorenzo
Reinhold únicamente por la privación ilegítima de la libertad
de Raúl Eugenio Metz y Graciela Alicia Romero y el punto
dispositivo 40.b) en cuanto lo absuelve por la sustracción del
hijo de Graciela Alicia Romero y por el hecho del que resultó
víctima Raúl Ferreri; y el punto dispositivo 44º de la
sentencia en crisis en cuanto dispuso absolver a Alberto Magno
Nieva.
En consecuencia, REMITIR al tribunal a quo a fin de
que, por quien corresponda y previa sustanciación, se dicte un
nuevo pronunciamiento de acuerdo a lo establecido en los
considerandos 22º, b); 38º, b) y 41º, respectivamente (arts.
456, inc. 2, 470, 471, 530 y cctes. del CPPN).
Por otro lado, ANULAR parcialmente el punto
dispositivo 16º, en cuanto condena a Osvaldo Lucio Sierra sólo
por la privación ilegal de la libertad agravada con relación a
Jorge Hugo Griskan, Raúl Griskan y Liliana Beatriz Griskan y,
en consecuencia, condenarlo también por resultar coautor
penalmente responsable del delito de imposición de tormentos
agravado, reiterado en tres oportunidades, en perjuicio de
esas tres víctimas, que deberá concurrir de forma real con los

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demás delitos por los que fue condenado (arts. 45, 55 y 144
ter del CP); ANULAR parcialmente el punto dispositivo 26º en
cuanto condena a Carlos Alberto Ferreyra sólo por la privación
ilegal de la libertad agravada con relación a Eduardo Gustavo
Roth, Carlos Carrizo y Renato Salvador Zoccali y condenarlo
también por resultar coautor penalmente responsable del delito
de imposición de tormentos agravado, reiterado en tres
oportunidades en perjuicio de esas víctimas, que deberán
concurrir realmente con los demás delitos por los que fue
condenado (arts. 45, 55 y 144 ter del CP); ANULAR parcialmente
el punto dispositivo 29º en cuanto condena a Alejando LAWLESS
sólo por la privación ilegal de la libertad agravada con
relación a Jorge Hugo Griskan, Raúl Griskan, Liliana Beatriz
Griskan, Pablo Victorio Bohoslavsky, Julio Alberto Ruíz, Rubén
Alberto Ruíz, Eduardo Gustavo Roth y Carlos Carrizo y
condenarlo también por resultar coautor penalmente responsable
del delito de imposición de tormentos agravado reiterado en
ocho oportunidades, en perjuicio de estas víctimas, que
deberán concurrir de forma real con los demás delitos por los
que fue condenado (arts. 45, 55 y 144 ter del CP); ANULAR
parcialmente el punto dispositivo 35º de la sentencia
recurrida, en cuanto condena a Héctor Luis Selaya sólo por la
privación ilegal de la libertad agravada con relación a Gladis
Sepúlveda y Elida Noemí Sifuentes, y condenarlo también por
resultar coautor penalmente responsable del delito de
imposición de tormentos agravado, reiterado en dos
oportunidades en perjuicio de estas víctimas que deberá
concurrir de forma real con los demás delitos por los que fue
condenado (arts. 45, 55 y 144 ter del CP); ANULAR parcialmente
el punto dispositivo 42º de la sentencia recurrida, en cuanto
condena a Antonio Alberto Camarelli sólo por la privación
ilegal de la libertad agravada con relación a Gladis
Sepúlveda, y condenarlo también por resultar coautor

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“González Chipont, Guillermo Julio y
otros s/recurso de casación”

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penalmente responsable del delito de imposición de tormentos


agravado en perjuicio de esta víctima que deberá concurrir de
forma real con los demás delitos por los que fue condenado
(arts. 45, 55 y 144 ter del CP; arts. 456, inc. 2, 470, 471,
530 y cctes. del CPPN).
En virtud de lo aquí propuesto, con relación a los
encartados Camarelli y Selaya remitir las actuaciones a su
origen a fin de que, por quien corresponda y previa audiencia
de visu y con todas las partes, se dicte una nueva pena (arts.
456, inc. 2, 470, 471, 530 y cctes. del CPPN).
Ad finem, y en cumplimiento de las mencionadas “Reglas
Prácticas”, se impone EXHORTAR al tribunal oral a que arbitre
los medios necesarios con el objeto de preservar las pruebas
producidas e incorporadas a esta causa, no solo a través de su
digitalización y resguardo, sino también procurando el acceso
eficaz y eficiente al material para su reutilización y su
difusión. A tal fin, deberá establecer criterios
protocolizados respecto del inventario de estos elementos, de
su custodia, guarda y publicidad, aún luego de culminados
estos procesos, optimizando los recursos tecnológicos
disponibles y articulando con las autoridades y entidades
pertinentes (Acordadas CFCP Nº 1/12 y 2/22).
Tal, mi voto.
La señora jueza Angela Ester Ledesma dijo:
1º) Tal como han sido contestados los agravios
introducidos por las defensas en el voto que encabeza la
decisión, solamente formularé algunas observaciones y reservas
de opinión. Aclaro que, por lo demás, coincido, en esencia,
con la solución a la que arriba el juez Slokar en lo que

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respecta a los remedios procesales deducidos por las
asistencias técnicas de los acusados.
A) En primer lugar, con relación a los
cuestionamientos relativos a la categorización de los hechos
juzgados como crímenes de lesa humanidad, al rechazo de los
planteos de extinción de la acción penal por prescripción,
violación al principio de legalidad, inconstitucionalidad de
la ley N° 25779 e infracción a la garantía de plazo razonable;
por compartir los fundamentos de mi colega preopinante, habré
de remitirme sin más a lo expresado al votar en las causas CFP
14217/2003/TO1/CFC140, “Acosta, Jorge Eduardo y otros /
recurso de casación”, rta. el 15/5/23, reg. N° 457/23; N°
12314, “Brusa, Víctor Hermes y otros s/ recurso de casación”,
rta. 18/05/2012, reg. N° 19959; FRO 88000021/2010/TO1/CFC1,
“Sambuelli, Danilo Alberto y otros s/recurso de casación”,
rta. 06/04/17, Reg. nº 511/17 todas del registro de esta Sala
II, como así también, en la causa FMP 13000001/2007/TO1/CFC71,
“Isasmendi Sola, Eduardo Carlos y otros s/ recurso de
casación”, rta. el 26/8/22, reg. N° 1116/22.4 de la Sala IV de
este cuerpo.
En particular, en cuanto a las críticas de la defensa
vinculadas a que, en el pronunciamiento a estudio, por
mayoría, el tribunal declaró que los hechos bajo estudio
“fueron perpetrados en el marco del genocidio sufrido en
nuestro país durante la última dictadura cívico-militar”; solo
habré de señalar que el planteo resulta insustancial por
cuanto no se ha demostrado el perjuicio concreto que provoca
aquella mención.
En efecto, más allá de esa declaración, los hechos
fueron subsumidos en tipos penales previstos en el sistema
legal, enmarcados a la vez como crímenes de lesa humanidad y,
por tanto, imprescriptibles, de acuerdo a lo ya analizado. En
ese orden, no se advierte cuál sería la solución distinta a la

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“González Chipont, Guillermo Julio y
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que se habría arribado si el voto mayoritario no hubiese


avanzado en tal sentido.
Al respecto, debe recordarse que es principio en
materia recursiva que las pretensiones que articulen las
partes deben ser expuestas con indicación de los motivos
fácticos y jurídicos que demuestren tanto el yerro de la
decisión que se pretende conmover, como el interés o perjuicio
concreto que se derivaría de ella, requisito que se vincula
con la fundamentación autónoma que deben tener los recursos en
orden a su procedencia (Fallos: 332:2397, 332:1124 y 331:810,
entre otros).
Efectivamente, en la medida que el interés sustancial
requerido por la ley demanda que la materia controvertida
pueda tener especial incidencia en el resultado del
pronunciamiento, la circunstancia de no haberse demostrado esa
virtualidad afecta en el punto la fundamentación de los
recursos y conduce a la desestimación del planteo (cfr. causa
N° 13733 del registro de esta sala II, caratulada: “Dupuy,
Abel David y otros s/ recurso de casación”, reg. Nº 2663/14,
rta. 23/12/14 y “Acosta”, ya citada).
B) Por otro lado, he de compartir -en lo sustancial-
el voto que antecede en lo que refiere al rechazo de los
agravios vinculados a la integración del tribunal frente al
alegado temor de parcialidad y la invocada vulneración a la
garantía del juez natural, derivada del trámite que se
imprimió al presente proceso (ley N° 23.984).
Es que, en los términos que han sido erigidos sus
planteamientos por estas defensas, no se ha fundado
debidamente la vulneración de una garantía constitucional,
como así tampoco la arbitrariedad del pronunciamiento

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impugnado, ni los recurrentes han acompañado elemento alguno
que demuestre que los jueces hayan anticipado juicio respecto
a la responsabilidad de los imputados por los hechos
investigados en esta causa, lo que impide acceder a sus
pretensiones.
C) En la misma línea argumental, no pueden ser de
recibo las objeciones de las defensas vinculadas a la alegada
infracción al principio constitucional que proscribe la doble
persecución penal (ne bis in idem) con relación a Osvaldo
Bernardino Páez y Oscar Lorenzo Reinhold; pues ante las
particulares y excepcionales circunstancias del caso, resulta
de aplicación, entre otros, lo resuelto por el alto tribunal
en “Mazzeo” –Fallos: 328:2056- y “Menéndez” –Fallos: 278:85-;
como así también numerosa jurisprudencia de los tribunales
internacionales de derechos humanos citados por el magistrado
que inaugura el acuerdo.
D) Por otro lado, coincido con el juez Slokar en que
las críticas de la defensa en torno a la valoración del acervo
convictivo incriminatorio que permitió a los judicantes tener
por acreditados los hechos juzgados y la intervención en ellos
de los acusadores no superan más que un mero disenso con lo
decidido en el instrumento sentencial, sin lograr fundar la
arbitrariedad alegada.
Tal como ha sido reseñado por mi colega, se debe
destacar que los magistrados han evaluado un vasto y complejo
plexo probatorio constituido, entre otros elementos, por
numerosos testimonios brindados durante el transcurso del
extenso debate oral y público, prueba documental e informativa
introducida al proceso y otras declaraciones producidas con
anterioridad e incorporadas por lectura, cuyo valor convictivo
-por su naturaleza- debe analizarse de forma conglobada con el
resto del cuadro incriminatorio.
Entre otros cuestionamientos, las defensas han

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impugnado la ponderación de ciertos elementos que -a su


entender- deberían haber sido excluidos como prueba de cargo.
Entre ellos: la incorporación al proceso de la documentación
de la ex DIPPBA; los testimonios brindados en el marco de los
“Juicios por la Verdad” –entre ellos el del Mayor Emilio
Ibarra-; la nota presentada por González Chipont en el marco
de un reclamo administrativo promovido por el propio acusado
el expediente N° U-10-0993/94.
Lo cierto es que no sólo la parte impugnante no ha
explicitado fundadamente en dónde radicaría el perjuicio
concreto de su apreciación jurisdiccional, sino que ninguno de
esos elementos ha resultado dirimente o exclusivo para definir
la atribución de responsabilidad de los encausados. Sino que
en todas las hipótesis se contó con otros elementos de prueba
-especialmente testimonial y documental- que permitieron
confirmar con sustento la hipótesis incriminatoria.
Así entonces, habré de compartir el sufragio que
antecede, en tanto los judicantes valoraron adecuadamente el
marco probatorio que les permitió tener por acreditado el rol
Osvaldo Bernardino Páez, Osvaldo Lucio Sierra, Guillermo Julio
González Chipont, Jorge Horacio Granada, Norberto Eduardo
Condal, Carlos Alberto Taffarel, Víctor Raúl Aguirre, Enrique
José Del Pino, Miguel Ángel Chiesa, Jorge Horacio Rojas,
Miguel Ángel Nilos, Carlos Alberto Ferreyra, Raúl Artemio
Domínguez, Alejandro Lawless, Arsenio Lavayén, Desiderio
Andrés González, Héctor Luis Selaya, Oscar Lorenzo Reinhold y
Antonio Alberto Camarelli en los sucesos imputados, de acuerdo
al ámbito de atribución delimitado por su competencia
funcional en el esquema represivo, todo ello de conformidad al
temperamento asumido en forma coherente y razonada por el

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tribunal de juicio en la estructura lógica del fallo
examinado.
E) Por otro lado, en torno a los agravios traídos por
las defensas contra los montos punitivos establecidos por el
tribunal, habré de adherir a las consideraciones vertidas en
el sufragio que antecede; por cuanto se advierte que el
tribunal oral –con relación a todos los imputados- fundó
adecuadamente las sanciones impuestas, según los principios
constitucionales que rigen en la materia y lo establecido en
los arts. 40 y 41 del CP y arts. 123 y 404 inc. 2 del CPPN,
conforme a los lineamientos que he sentado al votar en las
causas n 4833, “Luján, Marco Antonio s/rec. de casación”, reg.
n 229/04, de fecha 3 de mayo de 2004; n 4906, “Cristaldo,
Marcos Matías s/rec. de casación”, reg. n 445/04, del 25 de
agosto de 2004; n 5075, “González Robles, Rogelio Vicente y
otros s/rec. de casación”, reg. n 831/04, de fecha 20 de
diciembre de 2004; n 7342, “Oviedo, Jorge Darío s/rec. de
casación”, reg. n 83/07, del 12 de febrero de 2007; todas de
la Sala III, entre muchas otras -a cuyas consideraciones me
remito en honor a la brevedad-.
En efecto, conforme surge del voto del colega
preopinante, se han meritado la naturaleza y gravedad de los
hechos, en particular en el contexto del ataque generalizado y
sistemático contra seres humanos que los caracterizó; el modo
de intervención de cada uno de los acusados, la situación de
vulnerabilidad en la cual se encontraban las víctimas y los
daños que les originaron.
F) Por último, me interesa puntualizar, en lo que
respecta a la inconstitucionalidad postulada por la defensa en
torno a los arts. 12 y 19, inciso 4° del CP, también en este
punto habré de adherir a la solución propuesta por el juez que
inaugura el acuerdo, en virtud de lo expuesto, mutatis

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mutandis en la causa FMP 13000001/2007/TO1/CFC71, caratulada:


“Isasmendi Sola, Eduardo Carlos y otros s/ recurso de
casación” del registro de la Sala IV (rta. el 26/08/2022, reg.
N° 1116/22).
Ello así, pues se advierte que los magistrados han
resuelto el punto de conformidad con la doctrina sentada por
la Corte Suprema de Justicia de la Nación en los fallos
“González Castillo, Cristian Maximiliano y otro s/ robo con
arma de fuego” (causa 3341/2015/RH1, rta. el 11/05/2017) y
“Menéndez, Luciano Benjamín y otros s/legajo de casación”
(causa FTU 81810029/2009/TO1/3/1/1/RH1, rta. el 23/03/2021) y
dado que aquí no se incorporaron argumentos novedosos que
habiliten un nuevo examen de las cuestiones, las objeciones
incoadas contra lo decidido no pueden prosperar. Ello, sin
perjuicio de dejar a salvo mi opinión vertida, entre otros, en
las causas N° 7403, caratulada: “Castro, Juan Carlos s/
recurso de inconstitucionalidad”, rta. el 28/5/07, reg. N°
606/07 de la Sala III y N° 14900, caratulada: “Obregón, Juan
Antonio y otros s/re- curso de casación”, rta. el 19/02/16,
reg. 81/16 de esta Sala II).
2º) Finalmente, al adentrarme ahora al estudio del
recurso de casación incoado por el representante del
Ministerio Público Fiscal, adelanto mi posición disidente, en
tanto entiendo que, por los motivos que a continuación
expondré, corresponde rechazar este remedio procesal.
A) En primer término, deben desestimarse los agravios
formulados contra la absolución del encausado Páez por el
delito de asociación ilícita por cuanto los magistrados
fundaron adecuadamente su decisión.
Para así decidir el tribunal actuante explicitó que “…

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la imputación resulta defectuosa toda vez que el Fiscal –en un
análisis disociado– no logró explicar de qué manera las
exigencias típicas se condicen con los hechos investigados que
había descripto anteriormente” y que “…ni las constancias
probatorias incorporadas al presente proceso, ni su valoración
conjunta permiten tener acreditado, con la certeza positiva
requerida en esta instancia de juicio, la configuración del
delito de asociación ilícita”.
De tal suerte, y en orden a los extremos mencionados,
cabe advertir que no se encuentran reunidos en el sub examen
los elementos del tipo penal por el cual el fiscal solicita
que sea condenado el imputado Páez y, en consecuencia, el
remedio casatorio no logra demostrar la arbitrariedad alegada,
sino, más bien, sólo evidencia un mero disenso con la
valoración probatoria efectuada por el tribunal de juicio
(cfr. mi voto en Sala II causa Nº FBB
93001067/2011/TO1/4/CFC4, caratulada: “Stricker, Carlos Andrés
y otros s/ recurso de casación”, reg. Nº 279/17, rta.
23/3/2017).
Sobre el particular, interesa recordar que la doctrina
de la arbitrariedad no tiene por objeto corregir sentencias
equivocadas o que la parte recurrente estime tales según su
criterio divergente, sino que atiende sólo a supuestos en los
que se verifica un apartamiento palmario de la solución
prevista por la ley o una absoluta carencia de fundamentación
(Fallos: 293:344; 274:462; 308:914; 313:62; 315:575), lo que
no se advierte en el caso.
En definitiva, corresponde rechazar el recurso de
casación incoado por el Ministerio Público Fiscal en este
punto.
B) De igual modo, en cuanto a los agravios de la parte
acusadora vinculados a Reinhold, cabe precisar que tampoco en
esta hipótesis el recurrente logra demostrar la arbitrariedad

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alegada.
En primer lugar, en cuanto a la falta de condena del
imputado por los homicidios de Graciela Alicia Romero y Raúl
Metz, el tribunal de juicio realizó un profuso análisis de la
actuación del encausado en los hechos y recordó que “…el
secuestro de Graciela Alicia Romero y Raúl Metz fue realizado
en Cutral-co, lugar desde donde fueron trasladados a ‘La
Escuelita’ de Neuquén bajo control de la Subzona 52. En ese
lugar se comprobó que fueron torturados, y aproximadamente
luego de quince días trasladados a Bahía Blanca”.
En cuanto al grado de participación de Reinhold, los
magistrados concluyeron que “…las funciones de inteligencia
que de acuerdo al cargo (G2 de la Subzona 52) ejerció el
encausado, permiten atribuirle responsabilidad penal en los
secuestros y torturas de estas cuatro víctimas por lo menos en
esta primera etapa de los hechos, es decir, desde su
secuestro, pasando por el cautiverio en el centro de detención
clandestino de esa Subzona. A este podríamos llamar tiempo I
de los hechos de los que fueron víctimas. El tiempo II estaría
marcado por su traslado y cautiverio en ‘La Escuelita’ de
Bahía Blanca” por lo que consideraron que debía responder el
encausado “…en calidad de coautor (art. 45 CP) por haber
tenido el dominio de los hechos durante los secuestros y la
aplicación de los tormentos de los que fueron víctimas Gladis
Sepúlveda, Élida Noemí Sifuentes, Raúl Eugenio Metz y Graciela
Alicia Romero (tiempo I)”.
De lo expuesto precedentemente se puede colegir que el
tribunal fundó adecuadamente su decisión respecto de porque
debían responder por los secuestros y torturas impuestos a las
víctimas Romero y Metz, toda vez que consideraron que la

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actuación del encausado podía circunscribirse únicamente al
denominado “tiempo I”, habiendo sucedido los homicidios de
ambas víctimas por fuera de su dominio en el “tiempo II”.
Por otro lado, en base a la desincriminación del
imputado por “…la sustracción del hijo de Graciela Alicia
Romero, que se ha constatado nació alrededor de abril de 1977
(recordemos a esos fines que fue trasladada a Bahía Blanca en
diciembre de 1976) y de los hechos de los que fue víctima Raúl
Ferreri, es justamente que al estar recluidos en el centro
clandestino de detención correspondiente a la Subzona 51
(Vilas) el acusado había perdido cualquier poder de
disposición o capacidad de incidencia sobre los hechos de los
que se los acusa”.
En este sentido, destacaron que el cambio de Subzona
de la 52 a la 51 implicaba “…el deslinde de responsabilidad
del acusado por lo que sucedió con posterioridad a su
intervención, es decir, en lo que se ha denominado más arriba
tiempo II”, tal y como fue expuesto con anterioridad.
Particularmente, en el caso de Ferrari puntualizaron
que la “ruptura de la responsabilidad se constata a partir de
la ausencia de elementos para demostrar quienes intervinieron
en su secuestro, cómo fue trasladado y que circunstancias
acaecieron previo a que sea trasladado a ‘La Escuelita’ de
Bahía Blanca” y que además a ello se sumaban “…dos
consideraciones, la primera, que se incorporó un memorándum
que materializa que las actividades de inteligencia sobre su
búsqueda estaban siendo realizadas por el Destacamento de
Inteligencia 181 y por el Departamento II de Inteligencia
(Subzona 51) del Comando del Quinto Cuerpo, a quienes se les
ha atribuido responsabilidad por este caso, y en segundo
lugar, que fue visto por varios testigos durante su cautiverio
en ‘La Escuelita’ de Bahía Blanca, donde este Tribunal
interpreta se decidió su desaparición forzada”.

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En función de lo hasta aquí expuesto, y tal como fue


expresado con anterioridad en mi voto respecto a la doctrina
de la arbitrariedad, considero que el recurrente limita la
expresión de sus agravios a meros juicios discrepantes con el
decisorio cuya impugnación postula, todo lo cual no alcanza
para desvirtuar el razonamiento que sobre el particular
realizó el tribunal y cuyos fundamentos no logra rebatir.
En efecto, no se advierten defectos de logicidad del
decisorio ni transgresiones al correcto razonamiento que
pudieran dar sustento a los argumentos invocados. La
resolución ha sido sustentada razonablemente y los agravios
del recurrente sólo evidencian una opinión diversa sobre la
cuestión debatida y resuelta (CSJN, Fallos: 302:284; 304:415;
entre otros); resolutorio que, en lo que ha sido revisado,
cuenta con los fundamentos jurídicos mínimos, necesarios y
suficientes, que impiden su descalificación como acto
jurisdiccional válido (Fallos: 293:294; 299:226; 300:92;
301:449; 303:888, entre muchísimos otros), todo lo que
conlleva al rechazo de estos agravios.
C) Por los mismos argumentos, también corresponde
rechazar las alegaciones del acusador público en lo que
refiere a la pretendida imputación a Antonio Alberto Camarelli
por los tormentos sufridos por Gladis Sepúlveda luego de que
fuera trasladada de la comisaría a su cargo.
Es que tampoco en este caso el impugnante trae
argumentos a esta instancia que permitan conmover lo resuelto
por el tribunal respecto de la ruptura del nexo causal en lo
que respecta a las aflicciones físicas y psíquicas sufridas
por esta víctima bajo la órbita de custodia de otras
autoridades, en los sucesivos establecimientos donde

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permaneció cautiva luego de ser trasladada fuera de la
dependencia policial que Camarelli dirigía.
Puede colegirse entonces, que en esta hipótesis la
sentencia también se encuentra debidamente fundada.
En síntesis, entiendo, tal como se anticipó en los
aspectos analizados en este punto, no contiene defectos de
logicidad, ni transgresiones a las reglas de la sana crítica
racional que, eventualmente, pudieran conducir a la
descalificación de lo decidido como acto jurisdiccional
válido; de modo que la resolución de estas aristas, han sido
sustentados razonablemente y los agravios de los querellantes
en tal sentido, sólo evidencian una opinión diversa sobre la
cuestión debatida y resuelta (CSJN Fallos: 302:284; 304:415;
entre otros).
D) A su vez, y en similares términos, corresponde
también desestimar el recurso fiscal respecto de la absolución
de Alberto Magno Nieva, en tanto la decisión se encuentra
debidamente fundada y la parte no logra demostrar la
arbitrariedad denunciada.
Así, al momento de descartar la responsabilidad penal
del encausado se consignó en el instrumento sentencial que “…
la imprecisión de los elementos de prueba analizados en torno
a sindicar concretamente al acusado y a las funciones que
realizaba impiden a nuestro entender afirmar con el grado de
certeza que requiere esta etapa procesal que pertenecía a la
Agrupación Tropas” y que “…no se ha comprobado su
participación en los hechos concretos que se le achacan ni
siquiera existen elementos de prueba que permitan
racionalmente hacernos concluir que Nieva cumplía un rol
funcional vinculado con la metodología represiva que se montó
desde el Quinto Cuerpo de Ejército. Tampoco es un caso que
pudiera justificarse desde la autoría mediata, en tanto el
acusado revestía el cargo de Sargento al momento de los

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hechos. En otras palabras, no se ha demostrado que Alberto


Magno Nieva formara parte de la Agrupación Tropas ni que
hubiera intervenido en el operativo de secuestro ni en el
homicidio de las víctimas”.
De tal suerte, el órgano decisor arribó a la decisión
desincriminante frente a la ausencia de elementos de prueba
demostrativos de que el imputado hubiera participado en los
hechos por los que fue acusado.
A su vez, como es sabido, todo pronunciamiento de
condena requiere convicción, como irrefutable corolario de que
las cosas sólo han podido ocurrir de una manera y de la
actuación que en tal hecho le cupo al imputado. La existencia
de cualquier margen de duda sobre estos tópicos impone, por
imperativo de lo dispuesto en el artículo 3 del código de
rito, la absolución del acusado.
De esta manera, el tema se reduce a un supuesto de
ausencia de pruebas de cargo para sostener la imputación
efectuada -actividad ésta que le compete exclusiva y
excluyentemente a los acusadores-, en la cual rige el
principio in dubio pro reo -art. 3 del CPPN- (cfr. Donna,
Edgardo A.: La imputación objetiva, Editorial de Belgrano, Bs.
As., 1997, pág. 35 y Kaufmann, Armin: Tipicidad y causación en
el procedimiento Contergan. Consecuencias para el derecho en
vigor y la legislación, en Nuevo Pensamiento Penal, 1973, Ed.
Depalma, Bs. As, pág. 20 y ss.).
Sobre este punto, cabe resaltar que “no se trata de
duda, sino de otro fenómeno: la falta de pruebas. Cuando se
dice in dubio pro reo se está diciendo que, a falta de
pruebas, hay que absolver al reo; y esto parece que no
necesita justificación. El juez no duda cuando absuelve. Está

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firmemente seguro, tiene la plena certeza: ¿de qué? De que le
faltan pruebas para condenar” (Sentis Melendo, In dubio Pro
Reo, Pag. 158, Ediciones Jurídicas Europa – América, 1971).
En conclusión, el tribunal ponderó adecuadamente los
elementos de prueba y la actuación del imputado para arribar a
su absolución, por lo que corresponde rechazar en este punto
el recurso fiscal.
E) En otro orden, resta analizar la pretensión del
Ministerio Público Fiscal de que Osvaldo Lucio Sierra,
Alejandro Lawless, Carlos Alberto Ferreyra y Héctor Luis
Selaya sean condenados también como coautores del delito de
imposición de tormentos agravados respecto de Jorge Hugo
Griskan, Raúl Griskan y Liliana Beatriz Griskan (el encausado
Sierra); Eduardo Gustavo Roth, Carlos Carrizo y Renato
Salvador Zoccali (Ferreyra); Jorge Hugo Griskan, Raúl Griskan,
Liliana Beatriz Griskan, Pablo Victorio Bohoslavsky, Julio
Alberto Ruíz, Rubén Alberto Ruíz, Eduardo Gustavo Roth y
Carlos Carrizo (Lawless) y Gladis Sepúlveda y Elida Noemí
Sifuentes (Selaya).
En todas estas hipótesis, el acusador público pretende
que las conductas que el tribunal oral subsumió únicamente
bajo la figura de privación ilegal de la libertad, sean
categorizadas también como imposición de tormentos agravados
en tanto adujo que se encontraban configurados los elementos
típicos de aquella figura legal.
En este marco situacional, sin perder de vista las
circunstancias fácticas apuntadas en la impugnación vinculadas
a las aplicaciones físicas y psíquicas sufridas por las
víctimas en todos los establecimientos en los permanecieron
alojadas, lo cierto es que, del modo en que han sido
introducidos los cuestionamientos en el remedio incoado, no
aporta la parte recurrente elementos suficientes que permitan
sostener, con el grado de certeza exigido para esta etapa

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procesal, la intervención criminal de estos imputados en


aquellos hechos.
F) Por último, con relación al agravio del fiscal
contra el rechazo de la revocación de las prisiones
domiciliarias, sólo habré de manifestar mi criterio en punto a
que, al no existir una cuestión federal que habilite la
intervención de esta instancia, la vía intentada no puede
prosperar (cfr. mi voto en las causas Nº 5996, caratulada:
"Chabán, Omar Emir s/ recurso de casación", rta. el
24/11/2005, reg. Nº 1047.05.3 y nº 6161, caratulada:
“Albornoz, Roberto Eriberto s/ recurso de casación”, rta. el
24/08/2008, reg. nº 1182.07, ambas de la Sala III de esta
Cámara; entre muchas otras).
Por lo demás, también se observa que los agravios
expuestos en el recurso en este punto no expresan más que un
mero disenso con lo resuelto por el tribunal actuante, por lo
que los mismos no serán de recibo.
3º) En definitiva, precisadas ciertas cuestiones
precedentemente y compartiendo, en lo demás, lo desarrollado
por el colega en su sufragio, propongo al acuerdo entonces,
rechazar los recursos de casación formulados por la defensa
oficial -sin costas- y las defensas particulares –con costas-,
como así también el remedio procesal deducido por el Fiscal
General -sin costas- (arts. 456, 470 a contrario sensu, 530 y
cc. CPPN).
Finalmente, adhiero también a la exhortación propuesta
por el juez Slokar en su sufragio.
Así voto.
El señor juez Guillermo J. Yacobucci dijo:
1º) En primer lugar, en lo que respecta a los recursos

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de casación deducidos por las defensas de los encausados, en
las particulares circunstancias del caso, adhiero, en lo
sustancial, a las consideraciones vertidas por mis colegas, en
cuanto rechazan los remedios procesales en estudio.
Ello, con excepción de aquellos agravios vinculados a
la categorización de los delitos juzgados bajo la figura de
genocidio y a la aplicación del art. 19.4 del CP.
a) Así, en torno a la decisión del tribunal a quo que,
por mayoría, declaró que los ilícitos endilgados “…fueron per-
petrados en el marco del genocidio sufrido en nuestro país du-
rante la última dictadura cívico-militar…”, he de disentir con
lo propuesto en el voto que lidera el acuerdo en torno a la
operatividad de tal calificación respecto de los hechos com-
probados.
Más allá de las relativas consecuencias operativas en
punto a la condena impuesta, el uso de títulos de imputación
que resultan ajenos a la hermenéutica normativa de los sucesos
crea confusión y, por lo tanto, la intervención de este órgano
revisor no puede dejar de lado el análisis crítico de esa
decisión. En consecuencia, sellada que se encuentra la suerte
de este planteo y en razón de brevedad, entiendo aplicables
las consideraciones vertidas al entender en la causa FLP
17/2012/TO1/29/CFC12, “Vañek, Antonio y otros s/ recurso de
casación” (rta. el 11/6/22, reg. N° 880/22).
De este modo, corresponde hacer lugar al recurso de la
defensa y desestimarse tal título imputativo; subsistiendo,
claro está, la adecuada subsunción bajo la denominación
convencional de crímenes de lesa humanidad, encuadre que ha
sido debidamente fundado en la sentencia a la luz de la
doctrina del más alto tribunal en la materia (Fallos: 327:3312
y 318:2148).
b) Por otro lado, también dejo asentada mi posición
divergente en lo atinente a los cuestionamientos vinculados a

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la imposición de la pena de inhabilitación prevista en el art.


19, inc. 4 del CP, traídos por las defensas de Víctor Raúl
Aguirre, Antonio Alberto Camarelli, Norberto Eduardo Condal,
Enrique José Del Pino, Carlos Alberto Ferreyra, Guillermo Ju-
lio González Chipont, Jorge Horacio Granada, Arsenio Lavayén,
Osvaldo Bernardino Páez, Oscar Lorenzo Reinhold, Héctor Luis
Selaya, Osvaldo Lucio Sierra, Carlos Alberto Taffarel y Andrés
Desiderio González.
Al respecto cabe aclarar, en primer lugar, que
comparto las consideraciones expuestas en el voto del juez
Slokar -al que adhiere la jueza Ledesma- en torno al rechazo
del planteo de inconstitucionalidad de aquella norma.
En efecto, no se ha demostrado un agravio
constitucional debidamente fundado en los derechos a la
seguridad social, a la subsistencia mínima, a una vejez digna
y a la salud que las partes invocan, por cuanto resultan
resguardados, en principio, por el propio Estado en tanto los
condenados estén sujetos a su tutela –en prisión- y, en lo que
trascienda a esos aspectos, son los familiares con derecho a
pensión quienes tienen con los condenados deberes como
garante. Esto surge de la consideración sobre la
interpretación del art. 12 del Código Penal que se muestra
como medio idóneo para proveer las limitaciones fácticas del
condenado en el manejo de ciertos derechos.
Sin embargo, advierto que esa sanción accesoria
restringe el derecho de propiedad sobre un patrimonio que ha
sido configurado a través del descuento forzoso a la
retribución de los condenados durante la etapa laboral -previa
al delito y sin relación con éste-. La eventual remisión a
quienes tienen derecho a pensión no salva la cuestión, pues

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quita injustificadamente el derecho reconocido legalmente en
cabeza del titular.
Es en función de ello que, en la medida que la
jubilación, pensión o retiro no tienen en este caso naturaleza
graciable, sino que es consecuencia de lo trabajado
previamente por los nombrados, sin relación concreta con los
delitos, procede atender a los argumentos de los impugnantes
en este punto y disponer que no resulta aplicable a los casos
el art. 19 inc. 4 del CP.
Esta interpretación por lo demás, respeta, a mi
entender, los criterios sentados por la Corte Suprema en el
fallo “Menéndez” (causa FTU 81810029/2009/TO1/3/1/1/RH1, rta.
el 23/03/2021), oportunidad en que el máximo tribunal -con
remisión al dictamen fiscal- se expidió en favor de la
constitucionalidad de la norma (cfr. mutatis mutandis, mi voto
en las causas FSM 27004012/2003/TO14/CFC199, caratulada: “Apa,
Jorge Norberto y otro s/ recurso de casación”, rta. el
08/08/2023, reg. N° 860/23 y FRO 82000149/10/CFC15,
caratulada: “Saint Amant, Manuel Fernando y otros s/ recurso
de casación”, rta. 09/09/2019, reg. N° 1689/19).
Por lo demás, se advierte que si bien las defensas de
los imputados Alejandro Lawless, Jorge Horacio Rojas, Miguel
Ángel Chiesa, Miguel Ángel Nilos, Raúl Artemio Domínguez y
Arsenio Lavayén no formularon objeciones en torno al artículo
mencionado, lo cierto es que la no aplicabilidad de este
precepto legal no se basa en motivos exclusivamente
personales, sino en función del tipo de cumplimiento de pena,
y, en consecuencia, corresponde hacer extensiva la decisión a
los nombrados (art. 441 CPPN).
2º) Por otro lado, con relación al recurso de casación
interpuesto por el representante del Ministerio Público Fiscal
adelanto que habré de adherir a la solución -de rechazo-
propuesta por la jueza Angela Ledesma.

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a) En efecto, en torno a los cuestionamientos vincula-


dos a la absolución del imputado Osvaldo Bernardino Páez por
el delito de asociación ilícita, advierto que el tribunal de
origen brindó una respuesta razonada y se ajustó a argumentos
que construyen una lógica acorde con la naturaleza de los he-
chos, lo cual deriva en una correcta fundamentación de la sen-
tencia (art. 123 del CPPN).
Sobre este tópico llevo dicho que la mera integración
burocrática no implicaría el formar parte de una asociación
ilícita, por el solo hecho de conformar la estructura de esas
instituciones. Aspecto que, por cierto, colisionaría con las
exigencias de la responsabilidad individual reclamadas incluso
en este tipo de crímenes, conforme lo establecido en la
legislación positiva pero también en la costumbre
internacional –v.gr. Joint Criminal Enterprise y sus tres
niveles de atribución o el art. 25, apartados 2 y 3 del
Estatuto de Roma para la Corte Penal Internacional, entre
otros-.
Así, corresponde precisar que para caracterizar las
relaciones, vínculos y fines bajo estudio desde el punto de
vista de la asociación ilícita deben considerarse aquellos
puntos que pudieran trascender el marco natural de
planificación estatal administrativa. Esto es, identificar
lazos o concurrencia de voluntades que se ordenen y expliquen
sólo por el aseguramiento de los ilícitos llevados a cabo
desde el ámbito estatal y que permiten su consideración como
crímenes de lesa humanidad.
En consecuencia, se advierte que el recurrente no
logra demostrar la arbitrariedad denunciada, por lo que
corresponde rechazar este punto de agravio.

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b) En otro orden, con relación a la pretensión del
acusador público de condenar a Oscar Lorenzo Reinhold por los
homicidios de Raúl Eugenio Metz y Graciela Alicia Romero y la
sustracción del hijo de la pareja nacido en cautiverio; el
pronunciamiento en crisis se encuentra debidamente fundado y
el impugnante no ha aportado elemento de juicio alguno que
acredite que el acusado haya desplegado conductas reprochables
penalmente respecto de los sucesos que damnificaron a estas
víctimas luego de que dejaran de estar bajo su órbita de com-
petencia, en la Subzona 52.
En esa dirección, el acusador no ha invocado
circunstancias concretas que permitan sostener, con el grado
de certeza exigido para esta etapa procesal, que la situación
de las víctimas en el tramo del iter criminis identificado por
el tribunal a quo como “Tiempo II” estuviera a cargo del
acusado, ya sea de modo directo o a través de posiciones de
garantía, competencias residuales o ubicaciones de dominio
social o institucional emergentes de su comprensión de los
hechos aquí imputados.
En estas condiciones, si se aceptasen los agravios
expuestos por la parte acusadora, supondrían una arbitraria
consideración de la estructura de competencias por la cual
cada persona es llamada a responder; máxime cuando la
evidencia colectada en pos de acreditar su intervención arroja
dudas para opacar los extremos de la acusación.
De esta forma, se considera debidamente fundada la
decisión del a quo de condenar a Reinhold únicamente por las
privaciones ilegales de la libertad agravadas y la imposición
de tormentos cometidas en perjuicio de Raúl Eugenio Metz y
Graciela Alicia Romero (“tiempo I”) y no así, por los
homicidios de la pareja ocurridos luego del traslado de las
víctimas a la Subzona 51.

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En igual sentido, resulta ajustado el temperamento


desincriminatorio en lo que respecta a la sustracción del hijo
de la pareja, luego de que Romero diera a luz en “La
Escuelita”, “entre el 16 y el 17 de abril de 1977”. También
aquí la absolución resulta adecuada, por cuanto Reinhold no
puede responder por el destino del niño nacido meses después
del traslado de su madre a aquel centro clandestino fuera de
la órbita de competencia del imputado.
Sobre estas víctimas, el acusador público tampoco ha
traído argumentos que permitan evidenciar que el destino fatal
del matrimonio y la sustracción del niño hubiera sido parte
del plan criminal acordado previamente.
En definitiva, como autoridad máxima de inteligencia
de la Subzona 52, la responsabilidad de Reinhold quedó
circunscripta a los sucesos ocurridos bajo su órbita de
competencia, por lo que los agravios formulados a su respecto
por la parte recurrente, constituyen un mero disenso con la
cuestión debatida y resuelta, no logrando acreditar la
arbitrariedad denunciada, por lo que corresponde rechazar el
recurso de casación en este punto.
De igual modo, tampoco se advierte un yerro en la
argumentación lógica del a quo en torno a su absolución por
los hechos cometidos en perjuicio de Raúl Ferreri, quien fue
secuestrado en Neuquén en noviembre de 1976 y trasladado a
Bahía Blanca con posterioridad. Tal como señaló fundadamente
el órgano decisor, la “…ruptura de la responsabilidad se
constata a partir de la ausencia de elementos para demostrar
quiénes intervinieron en su secuestro, cómo fue trasladado y
qué circunstancias acaecieron previo a que sea trasladado a
‘La Escuelita’ de Bahía Blanca (ver CASO 36)”.

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c) En esta misma línea argumental, corresponde deses-
timar también los agravios del impugnante en lo que refiere a
la pretendida extensión de responsabilidad penal de Antonio
Alberto Camarelli por la imposición de tormentos sufridos por
Gladis Beatriz Sepúlveda luego de que esta víctima saliera del
ámbito de custodia de la Comisaría 24 de Cipoletti, a cargo de
este imputado.
Es que, al respecto, se encuentra debidamente fundada
la sentencia en cuanto considera que, si bien por su
competencia jerárquica sí resulta responsable por la privación
ilegal de la libertad de esta víctima en aquella dependencia
policial (tramo del iter criminis identificado en la sentencia
como “tiempo I”), existió “un corte del nexo causal” en lo que
respecta a la intervención criminal de Camarelli luego de que
fuera entregada en el Unidad Nº 9 de Neuquén (“tiempo II”) y
desde allí trasladada al aeropuerto de aquella ciudad para ser
derivada, por orden del Comando Quinto Cuerpo de Ejército, a
“La Escuelita” en Bahía Blanca (“tiempo III”).
En este sentido, el a quo aseveró -con razón- que “el
acusado aparece ya remotamente alejado del dominio del hecho,
pues una vez que aseguró su detención y materializó su
traslado hasta la Unidad Penal neuquina, su aporte en el hecho
cesó”.
A la vez, el sentenciante aclaró que “durante la
permanencia de Gladis en la Seccional 24, en ningún momento
fue vendada ni sometida a golpes, aplicación de picana
eléctrica u otros medios de tortura utilizados asiduamente en
la época, como así tampoco durante su traslado y alojamiento
en la Unidad Penal N° 9”. Asimismo, puntualizó en pos de su
temperamento desvinculatorio que esta imputación “se debilita
aún más al ser ubicada en el centro clandestino aquí en Bahía
Blanca, pues la ruptura de su dominio sobre los hechos se
apoya en el cambio de Subzona (desde la 52 a la 51), a la que

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ni siquiera pertenecía la fuerza policial que dirigió”.


En estas condiciones se colige que la sentencia se
encuentra debidamente fundada y los agravios de la parte
recurrente sobre estos extremos no logran demostrar la
arbitrariedad alegada (Fallos: 301:449 y 303:888, entre
otros).
d) De igual modo, debe desestimarse la pretensión del
Fiscal de que Osvaldo Lucio Sierra, Carlos Alberto Ferreyra y
Alejandro Lawless sean condenados como coautores del delito de
imposición de tormentos agravados respecto de aquellas vícti-
mas por las que sí fueron responsabilizados penalmente por los
hechos calificados como privación ilegítima de la libertad.
Esto es: Sierra con relación a Jorge Hugo Griskan, Raúl
Griskan y Liliana Beatriz Griskan; Lawless con relación a las
referidas víctimas y también Pablo Victorio Bohoslavsky, Julio
Alberto Ruíz, Rubén Alberto Ruíz, Eduardo Gustavo Roth y Car-
los Carrizo; y, finalmente, Ferreyra en lo que respecta a esos
dos últimos y Renato Salvador Zóccali.
El fiscal en su presentación recursiva se limita a
cuestionar los argumentos del tribunal a quo que distinguió el
penoso tratamiento sufrido de las víctimas dentro del centro
clandestino de detención “La Escuelita” de aquel vivenciado
luego de su traslado al Batallón de Comunicaciones 181.
Pero del análisis del recurso no se advierte elemento
alguno que permita, en definitiva, responsabilizar a estos
imputados por aquellos acontecimientos. Es que, no surge de su
presentación argumentos que vinculen las situaciones a las que
las víctimas habrían sido sometidas y la intervención criminal
de estos imputados en ellas, de acuerdo al ámbito normativo de
competencia.

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Tal como ya se ha resaltado previamente, no todo es
asunto de todos, ni cualquier rol se muestra como garante de
otros, ni posee un dominio social ilimitado. La simple mención
del cargo que ostentaba cada uno de estos imputados no permite
tener por acreditada su responsabilidad penal.
Ciertamente, en estos escenarios, en resguardo del
principio de culpabilidad, la exigibilidad penal requiere de
una ponderación especial, teniendo en cuenta el marco normati-
vo, el rango de integración del sujeto en la organización re-
presiva, su consiguiente dominio normativo –en términos de im-
putación objetiva y subjetiva- y, a la postre, su competencia
por los acontecimientos y resultados ilícitos.
En este orden de ideas, con relación al imputado Sie-
rra, de acuerdo a como ha sido comprobado en la sentencia, du-
rante la época de los hechos aquí analizados revistaba en el
Destacamento 181, subordinado funcionalmente al Departamento
II y actuaba como enlace entre ambos.
Así entonces, a la luz de la estructura orgánica, su
alejamiento normativo de acuerdo a su ámbito de competencia
impide sostener su intervención criminal por los hechos aquí
objeto de imputación, tal como pretende el acusador. Es que,
tampoco ejerció de forma directa ningún mando de jerarquía
dentro del Batallón de Comunicaciones 181 que supusiera tener
bajo su esfera de custodia, influencia y responsabilidad el
destino de las víctimas en aquel predio.
Como colofón, entonces, el titular de la acción
pública dedicó su profusa impugnación a analizar las
circunstancias que –a su entender- permitían tener por
configurado el delito de tormentos respecto de los hechos
ocurridos en el Batallón de Comunicaciones 181, pero de modo
alguno trajo elementos que permitieran acreditar debidamente
el dominio funcional de Sierra en ellos.

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Sobre este aspecto cabe insistir en cuanto a que una


de las consecuencias básicas del principio de culpabilidad es
la responsabilidad personal. Esto es, que cada persona respon-
de por aquello que forma parte de su competencia, entendiendo,
por tal, el ámbito en el que jurídicamente desenvuelve su li-
bertad, derechos, obligaciones y atribuciones frente a los
terceros.
En igual sentido, en lo que respecta a las imputacio-
nes por imposición de tormentos en perjuicio de las víctimas
ya referidas con relación a Lawless (en ese entonces, Teniente
de Comunicaciones) y Ferreyra (Subteniente de Caballería); el
acusador público tampoco ha logrado fundar adecuadamente la
intervención criminal de ambos, de acuerdo a su competencia
funcional dentro de la estructura orgánica de la unidad.
En estas hipótesis el obrar exigible a estos imputados
debe analizarse –y circunscribirse- de acuerdo a los cargos
medios que ostentaban, donde su desempeño quedó delimitado por
el control de funcionarios de mayores rangos que, en definiti-
va, corrían con la competencia para tomar las decisiones que
el impugnante pretende exigir a los imputados.
En estas condiciones, la omisión por parte del recu-
rrente de invocar elementos certeros sobre su intervención di-
recta –empírica- en los sucesos aquí endilgados o en base a su
competencia, impone sostener también en estos casos el pronun-
ciamiento liberatorio dispuesto por el tribunal a quo.
e) Finalmente, en esta misma línea argumental, con re-
lación a Héctor Luis Selaya respecto de la acusación por impo-
sición de tormentos en perjuicio de Gladis Sepúlveda y Élida
Noemí Sifuentes, tal como ha señalado la jueza Ledesma en su
sufragio, el recurso de casación deducido tampoco se encuentra

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debidamente fundado, en tanto no logra demostrar la arbitra-
riedad de la sentencia que alega.
Sobre esta imputación, el órgano decisor sostuvo que
el imputado “nunca pud[o] haber tenido el control o dominio –
ni directo ni mediato– sobre hechos pretéritos ocurridos antes
del traslado de las víctimas a la unidad”.
De esta forma, tal como fue analizado en el sufragio
que inaugura el acuerdo, resultó adecuado el razonamiento de
tribunal oral que sí imputó a Selaya, como director de aquella
unidad, la privación ilegal de la libertad de estas víctimas,
provenientes del centro clandestino “La Escuelita”, a quienes
“mantuvo detenidas, y a sabiendas de la existencia del plan
criminal sistemático para ‘aniquilar la subversión’”. Pero
seguidamente, el a quo entendió que concurría una “disminución
del riesgo” en lo que respecta a la integridad física y la
vida de estas personas, al sostener que al “pasar de un centro
de detención clandestino a una unidad penitenciaria, con el
decreto que ‘blanqueaba’ su detención, sí puede medirse desde
el punto de vista típico (desvalor de acto y desvalor de
resultado), específicamente, para absolver al acusado por los
tormentos de los que se lo acusa”.
Así las cosas, en los términos que han sido descritas
en el recurso de casación, las circunstancias que -a entender
del acusador- habrían configurado el delito de imposición de
tormentos a víctimas por las condiciones en las que ingresaron
a la Unidad Penitenciaria Nº 4 del SPB; no resultan
suficientes para tener por acreditada la responsabilidad penal
de Selaya, como director de aquel establecimiento. Es que,
como ya se ha señalado previamente, especialmente a analizar
los agravios de esta misma parte con relación a Reinhold, su
responsabilidad no puede sustentarse tan solo en su cargo
directivo (responsabilidad objetiva) y menos aún en

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“González Chipont, Guillermo Julio y
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circunstancias que sucedieron fuera de su ámbito de


competencia; de acuerdo a su rol jerárquico.
En estas condiciones se evidencia que las alegaciones
del impugnante se traducen en un mero disenso con el
pronunciamiento desvinculatorio del tribunal sin demostrarse
arbitrariedad o inconsistencias en la decisión.
En suma, las conclusiones alcanzadas por los
magistrados de la anterior instancia no se muestran
arbitrarias, antojadizas o carentes de racionalidad y los
argumentos esgrimidos por el recurrente no son idóneos para
atacar los criterios asumidos por el tribunal de mérito para
desvincular a los imputados.
Así entonces, contrariamente a lo argüido por el
acusador, entiendo que el pronunciamiento dispuesto en el
fallo atacado también en estos extremos supera el test de
fundamentación a tenor de los arts. 123 y 404 inc. 2 del
Código Procesal Penal de la Nación y los argumentos esgrimidos
en su impugnación solo exponen su discrepancia con la
solución.
f) Por otro lado, adhiero al voto que antecede en
torno al rechazo de remedio casación del fiscal contra la ab-
solución de Alberto Magno Nieva, por aplicación del principio
de duda.
Es que, en lo que respecta al pronunciamiento
desvinculatorio de Nieva, el impugnante tampoco ha aportado
elemento de juicio alguno que permita conmover lo resuelto por
el a quo; en tanto la prueba producida e incorporada durante
el trámite de la causa no ha logrado un grado de objetividad
que genere convicción, superando la probabilidad, de que el

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encartado fuera responsable penalmente de los delitos por los
que ha sido acusado.
No es ocioso señalar que los principios y garantías
constitucionales operan, por cierto, aún frente a gravísimos
delitos como los aquí tratados y la legitimación
jurisdiccional para la condena de esos sucesos surge del
respeto de criterios básicos como la presunción de inocencia y
la operatividad del principio de culpabilidad. El tribunal de
juicio ha mostrado que no existe en el presente caso certeza
respecto de la intervención del justiciable en la comisión de
los hechos delictivos aquí juzgados, dando lugar a la duda.
Aquella se pone de manifiesto razonablemente, en la sentencia,
por la existencia de motivos que conducen tanto a presumir
como a negar la participación del nombrado en los hechos que
se le enrostran.
En suma, de acuerdo a lo analizado por la jueza
Ledesma en su sufragio, las conclusiones alcanzadas por los
magistrados de la anterior instancia no se muestran
arbitrarias y los cuestionamientos del acusador público
nuevamente se evidencian tan solo un mero disenso con los
criterios asumidos por el tribunal de mérito al arribar a su
absolución.
g) Por último, en torno a los agravios formulados por
el representante del Ministerio Público Fiscal contra el re-
chazo del pedido de revocación de las prisiones domiciliarias,
adhiero a en este punto a la solución de la jueza Ledesma, por
cuanto la imprecisión y falta de fundamentación de la impugna-
ción –tanto en la presentación recursiva original, como en
esta instancia- impone su desestimación.
Así voto.
En mérito del acuerdo que antecede, el tribunal, por
mayoría, RESUELVE:

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otros s/recurso de casación”

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I. RECHAZAR el recurso de casación interpuesto por la


defensa oficial de Carlos Alberto Ferreyra, Osvaldo Bernardino
Páez, Arsenio Lavayén, Enrique José del Pino, Oscar Lorenzo
Reinhold, Miguel Ángel Nilos, Antonio Alberto Camarelli y
Héctor Luis Selaya, sin costas, y los recursos de casación
deducidos por las defensas particulares de Miguel Ángel
Chiesa, Raúl Artemio Domínguez, Jorge Horacio Rojas, a Andrés
Desiderio González, Norberto Eduardo Condal, Guillermo Julio
González Chipont, Jorge Horacio Granada, Víctor Raúl Aguirre,
Carlos Alberto Taffarel, Alejandro Lawless y Osvaldo Lucio
Sierra, con costas (arts. 456, 470 y 471 a contrario sensu,
530 y ccdts. CPPN).
II. RECHAZAR el recurso de casación deducido por el
representante del Ministerio Público Fiscal, sin costas (arts.
456, 470 y 471, a contrario sensu, 530 y ccdts. del CPPN).
III.- EXHORTAR al Tribunal Oral en lo Criminal Federal
de Bahía Blanca a que arbitre los medios necesarios con el
objeto de preservar las pruebas producidas e incorporadas a
esta causa, no solo a través de su digitalización y resguardo,
sino también procurando el acceso eficaz y eficiente al
material para su reutilización y su difusión. A tal fin,
deberá establecer criterios protocolizados respecto del
inventario de estos elementos, de su custodia, guarda y
publicidad, aún luego de culminados estos procesos,
optimizando los recursos tecnológicos disponibles y
articulando con las autoridades y entidades pertinentes
(Acordadas CFCP Nº 1/12 y 2/22).
Regístrese, publíquese, notifíquese y hágase saber a
la Dirección de Comunicación y Gobierno Abierto de la Corte
Suprema de Justicia de la Nación (Acordadas Nº 42/15 y 6/19,

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CSJN). Cumplido, remítanse las presentes actuaciones mediante
pase digital al Tribunal Oral en lo Criminal Federal de Bahía
Blanca, quien deberá practicar las comunicaciones pertinentes
y notificar personalmente a los imputados. Hágase saber lo
resuelto a aquel órgano vía correo electrónico y oficio DEO, y
oportunamente remítanse las piezas procesales reservadas en
Secretaría.
Sirva la presente de atenta nota de envío.
FDO. ALEJANDRO W. SLOKAR –en disidencia parcial-, ANGELA E. LEDESMA y GUILLERMO J.
YACOBUCCI –en disidencia parcial- (JUECES DE CÁMARA).
ANTE MÍ: MARIA XIMENA PERICHON (SECRETARIA DE CÁMARA).

Signature Not Verified Signature Not Verified Signature Not Verified Signature Not Verified
Digitally signed by GUILLERMO Digitally signed by ALEJANDRO Digitally signed by ANGELA Digitally signed by MARIA
JORGE YACOBUCCI WALTER SLOKAR ESTER LEDESMA XIMENA PERICHON
Date: 2024.03.20 13:17:16416
ART Date: 2024.03.20 13:31:41 ART Date: 2024.03.20 13:58:10 ART Date: 2024.03.20 14:09:41 ART

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