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BrainTraining No.

47 /26-11-2020
Scientific Dissemination ISBN: 553-859-211-121-6

ESTIMULACIÓN COGNITIVA DE LA FUNCIÓN EJECUTIVA EN EL ADULTO


MAYOR DESDE UNA PERSPECTIVA ECOLÓGICA

MSc. Osvaldo León Bravo. Laboratorio para el estudio y entrenamiento del


cerebro. Universidad Agraria de La Habana. osvaldo@unah.edu.cu

Resumen

El rápido crecimiento del número de personas mayores está creando una revolución
demográfica global, donde el principal objetivo en la asistencia del adulto mayor es el
aumento de la expectativa de vida activa y libre de discapacidad. Debido a esta
tendencia, ha surgido el interés por el entrenamiento cognitivo y otras intervenciones
que puedan disminuir estos cambios degenerativos en la capacidad ejecutiva de los
adultos mayores. Sin embargo, se dirigen más las investigaciones al contexto clínico,
y en menor medida en poblaciones sanas de adultos mayores. Esta perspectiva
exige, en la actualidad, la elaboración de programas de aprendizajes, donde el adulto
mayor no solo entrena los componentes que integran la función ejecutiva, sino
además aprende a autorregularse en situaciones de desempeño prácticos. El
presente artículo se propone argumentar los principales aspectos teóricos que
permiten un acercamiento al trabajo de la función ejecutiva del adulto mayor desde un
enfoque ecológico.
Palabras Clave: Neuropsicología del adulto mayor, función ejecutiva, enfoque
ecológico.

Introducción
Envejecer es un proceso inherente a la naturaleza humana, todos los hombres de todas
las épocas y culturas, transitan y seguirán transitando por el envejecimiento. Pero se
debe señalar que este proceso es altamente diferencial y asincrónico en sus
manifestaciones. Existe una gran variación entre individuos, cada persona envejece de
modo diferente en dependencia de las características físicas y fisiológicas, por su
estructura de personalidad e historia de vida, y por el contexto socioeconómico en el que
se desarrolla (Cornachione, Larrinaga, 1999).
Para Fernández-Ballesteros (2004), este deterioro no se manifiesta de forma global ni
generalizado, existen funciones que van declinando de forma lenta y progresiva durante
toda la vida adulta, otras se mantienen hasta etapas muy tardías y finalmente existen
algunas que no solo no se deterioran, sino que incluso mejoran con el paso del tiempo.
En la actualidad cobra cada vez mayor importancia el estudio de las modificaciones que
el envejecer provoca en el funcionamiento cognitivo, especialmente aquellas que se
producen en las funciones cognitivas más complejas. Estos cambios se manifiestan a
grandes rasgos en un enlentecimiento en el procesamiento de la información, una
disminución de la capacidad atencional, un declive en algunos aspectos de la memoria y
en las denominadas funciones ejecutivas.

El funcionamiento ejecutivo incluye habilidades vinculadas a la planificación, flexibilidad,


monitorización, inhibición, autorregulación, fluencia verbal y habilidades visuoespaciales
(Basuela, 2007). Estas actividades se corresponden neuropsicológicamente con los
lóbulos frontales, específicamente, con las áreas prefrontales, y sus conexiones
recíprocas con otras zonas del cortex cerebral y otras estructuras subcorticales.

En la actualidad las alteraciones ejecutivas constituyen uno de los objetivos esenciales


de los programas sobre estimulación cognitiva y de atención al adulto mayor. El declive
de ciertas funciones cognitivas puede ser compensado mediante intervenciones
psicológicas, que están sustentadas en la posibilidad de estimular la plasticidad cerebral,
la cual disminuye durante el proceso de envejecimiento, si se tiene en cuenta que en
esta etapa el adulto mayor responde de modo menos adaptativo a los estímulos
psicológicos y ambientales.

Son estas evidencias las que explican la disminución de la plasticidad durante el proceso
de envejecimiento, etapa en la que aparecen los síntomas de las enfermedades
neurodegenerativas. Si bien esta capacidad generadora y reparadora se encuentra
disminuida en el adulto mayor, se produce al mismo tiempo un incremento de las
ramificaciones y las sinapsis de la corteza cerebral. Esto funciona como un mecanismo
de plasticidad compensatoria de la muerte de neuronas, ocurrida durante las etapas
anteriores del ciclo vital y que continúa en la tercera edad. “Se ha demostrado que las
arborizaciones dendríticas de las neuronas de la corteza cerebral son unos 25 % más
largas en adultos mayores sanos de 80 años que en sujetos de 50 años” (De Felipe,
2005; citado por Pérez, 2014, en Temas de Psicogerontología, Fraíz, 2014). Este
mecanismo de compensación, solo puede ser logrado con cierta eficiencia si el adulto
mayor mantiene cierta praxis e interacción social.

Para mantener al adulto mayor activo, se hace necesario enfrentarlo a aprendizajes de


situaciones nuevas que lo alejen de la rutina y lo desafíen constantemente. De este
modo, constituye un requisito importante involucrarse en actividades que supongan
esfuerzos cognitivos. Sin embargo, en la actualidad, los programas de estimulación
cognitiva dirigidos hacia la función ejecutiva, carecen de una atención epistémica
adecuada. En primer lugar, la mayoría de las intervenciones están dirigidas hacia el
contexto clínico en el tratamiento de deterioros cognitivos leves y severos, en cambio,
los individuos sanos no han recibido el mismo interés investigativo. En segundo lugar,
los programas hacia las personas sanas no intencionan una concepción de
entrenamiento a partir de sus leyes y principios reguladores.

Otros factores que condicionan la carencia de suficientes estudios de función ejecutiva


en individuos sanos, se deben a los sesgos que acompañan la medición de la función
ejecutiva en condiciones de laboratorio (Wong, 2012) y a la dificultad para generar
soluciones a la paradoja laboratorio - vida real, que garanticen la validez ecológica de las
medidas (Wong y col., 2012).

La influencia ambiental en la función ejecutiva es otro de los sectores de estudio que no


ha sido muy explorado en el empleo efectivo de los programas de estimulación cognitiva
de la función ejecutiva en personas sanas. Una serie reciente de programas de
intervención indica que es posible potenciar la función ejecutiva, en diferentes edades, a
través de entrenamientos con distintos grados de especificidad (Diamond, 2013;
Diamond y Lee, 2011; Duda, Sweet, 2019; Bier, Mellah, Belleville, 2017) Desde tareas
cognitivas hasta sistemas de ejercicios físicos, comienzan a mostrar que las actividades
de perfil ejecutivo amplio propician transferencias, de los beneficios neurocognitivos a
desempeños ejecutivos diversos asociados a la vida real de las personas. Sin embargo,
la manera en que las prácticas culturales, que propicien un aprendizaje, pueden modular
la función ejecutiva en el adulto mayor, cuando se realizan en formato de entrenamiento,
apenas comienza a investigarse.
Desarrollo

1. Alteraciones neuropsicológicas durante el envejecimiento

En torno a las perdidas cognitivas del adulto mayor, han surgidos dos teorías que
explican el enlentecimiento del funcionamiento cognitivo durante la vejez. La primera es
la teoría de la disminución de la velocidad de procesamiento, que ocurre como
consecuencia de una disminución en la codificación afectiva de los estímulos y por la
limitación en la ejecución de algunas operaciones de una tarea, debido a la mayor
cantidad de tiempo que se emplea (Eckert, 2011; Baghel, SinghP, Thakur, 2017;
Lipowski, Kozłowska, Lipowska, Kortas, Antosiewicz, Je, Falcioni, Ewa, 2019). Dicha
disminución sirve como fuerte predictor del envejecimiento cognitivo. La disminución de
la velocidad de procesamiento durante la vejez se asocia a los cambios degenerativos
de la sustancia blanca del cerebro (Lu et al., 2013; Camargo-Hernández, Jaimes,
Elveny Laguado, 2017).

La segunda teoría que intenta comprender el déficit cognitivo asociado a la edad, es la


hipótesis del envejecimiento frontal –ejecutivo-, el cual señala que la corteza frontal es
la estructura más vulnerable a los efectos de la vejez. Los procesos cognitivos que
dependen de esta estructura, disminuyen con el paso de los años. Varios de estos
procesos se agrupan bajo la denominación de funciones ejecutivas, e incluyen, por
ejemplo, memoria de trabajo, control inhibitorio, planificación, y solución de problemas,
dichas funciones, localizadas dentro de una extensa red de conexiones neuronales
prefrontales que conectan con otras regiones del cerebro, tanto corticales como
subcorticales (Sambataro et al., 2012; Anderson, Craik, 2017).

En una investigación realizada por Albinet, Boucard, Bouquet, audiffren (2012), con el
objetivo de evaluar ambas teorías a través de una batería de pruebas neuropsicológica,
la cual se aplicó a personas jóvenes entre 18 y 32 años de edad, y mayores en el rango
de 65 a 80 años de edad. Las pruebas midieron tres componentes de las funciones
ejecutivas (inhibición, actualización y cambio) y tres velocidades de procesamiento. Se
encontró que, a pesar de que ambas funciones estaban afectadas de manera
independiente según los rangos de edad, parecía un efecto más desfavorable
relacionado con la edad en la velocidad de procesamiento que en funciones ejecutivas.
Las medidas de ambas funciones no son mutuamente excluyentes, debido a que
comparten una varianza mutua. Por lo que se sugiere que es necesario controlar la
relación mutua de ambos procesos cognitivos antes de considerar una explicación
única del deterioro cognitivo asociado a la vejez.

En otra investigación, Kennedy, Raz (2009), del Instituto de Gerontología de Detroit


(USA), emplearon neuroimágenes por tensor de difusión para examinar una muestra de
personas sanas entre 19 a 81 años, se valoró la relación de sustancia blanca en varias
regiones cerebrales y el rendimiento de algunas funciones cognitivas sensibles durante
la vejez, como, por ejemplo, la velocidad de procesamiento, funciones ejecutivas
(memoria de trabajo, inhibición, y cambio de la secuencia de tareas) y memoria
episódica. Se encontró que, efectivamente, la etapa de la vejez se asocia con el
deterioro de las funciones cognitivas evaluadas y además dichas disminuciones no
derivan de regiones cerebrales específicas, sino más bien de varios sustratos
neuroanatómicos. Por ellos se concluye, que el déficit asociado al envejecimiento es
difícil relacionarlo con una sola causa.

Han surgido varios estudios con neuroimagen funcional apoyando la idea de que
procesos cognitivos como atención, memoria y funciones ejecutivas, están fuertemente
afectados durante la vejez. Entre ellos, Podell et al., (2012), en un estudio de
resonancia magnética funcional (RMF) investigaron las diferencias cognitivas en un
grupo de adultos jóvenes y mayores principalmente en tres áreas diferentes: memoria
de trabajo, atención visual y recuperación episódica. Los resultados evidenciaron que
los adultos mayores mostraron menor actividad occipital, aspecto que puede estar
relacionado con el declive sensorial, y una mayor actividad prefrontal y parietal que los
adultos jóvenes, lo que puede reflejar una compensación funcional durante la vejez.
Los adultos mayores mostraron más patrones de actividad bilateral en el área
prefrontal, durante las tareas de memoria de trabajo y atención visual.

Esto puede guardar relación con la reducción de la asimetría hemisférica en los adultos
mayores. Por último, se encontró una disociación en los resultados de dos regiones
mediales del lóbulo temporal. Por una parte, en la formación hipocampal, el grupo de
mayores en comparación con los jóvenes, mostró una menor actividad en las tres
tareas: memoria de trabajo, atención visual y recuperación episódica. En cambio,
manifestaron una mejor actividad del hipocampo durante la tarea de recuperación
episódica. Según estos autores, sugieren que el déficit de la primera estructura puede
estar más relacionada con un efecto global de la cognición, en cambio, una mejor
funcionalidad del hipocampo, puede señalar que el reconocimiento, permanece más
bien intacto, basado en la familiaridad de los elementos (Baizan, Arias, Mendez, 2019)

Turner, Spreng, (2012), realizaron un complejo experimento para determinar patrones


disociales de la actividad cerebral para medir el funcionamiento de personas mayores y
adultos en tareas de función ejecutiva (memoria de trabajo y control inhibitorio). Los
adultos mayores mostraron una mayor activación de interferencia en la circunvolución
frontal inferior izquierda, es decir, mientras mayor actividad en esta zona más errores
en el desempeño. El número de áreas reclutadas por los adultos mayores, superaba la
de los adultos, aspecto que atenta contra la modulación cognitiva en el desempeño
eficiente de la tarea.

Estos cambios pueden reflejar un aumento de la modulación de la corteza prefrontal


(PFC) en respuestas a señales ruidosas, respecto a las operaciones de procesamiento
en las cortezas posteriores. El aumento de la actividad lateral de PFC también puede
reflejar mayores demandas de control ejecutivo a medida que las operaciones
cognitivas se vuelven menos automatizadas con la edad, o como circuitos neuronales
se vuelve cada vez más ineficiente producto de la compensación neuronal (Reuter-
Lorenz y Cappell, 2008; Morcom, Johnson, 2015).

Según autores como Langenecker, Noelson, y Rao (2004) las personas longevas,
tienden a utilizar mayor cantidad de áreas frontales que los jóvenes. Por otra parte, las
personas de mediana edad también muestran mayor activación en varias regiones
relacionadas con la tarea Stroop, sobre todo en el área de unión frontal inferior y el
área motora suplementaria. Esto indica una fuerte dependencia de estrategias
compensatorias, que se utilizan con el paso de los años, fundamentalmente en las
personas que asumen un envejecimiento activo.

2. Determinación conceptual del constructo función ejecutiva

Durante muchos años se ha demostrado que los lóbulos frontales se hallan implicados
en la secuenciación de los actos motores requeridos para ejecutar eficazmente una
acción. Sin embargo, en las dos últimas décadas se profundiza en el papel que juegan
los lóbulos frontales y cómo su función se extiende hacia el control de los procesos
cognitivos. Se ha demostrado que esta región cerebral, como estructura, se halla
implicada en la ejecución de operaciones cognitivas específicas, tales como la
memorización, la metacognición, el aprendizaje y el razonamiento (Addis, Musicaro,
Pan, Schacter; 2010). De esta relación se infiere que los lóbulos frontales se encargan
del control ejecutivo y de la supervisión de la conducta. Sin embargo, esta definición
resulta en ocasiones imprecisa, ya que no logra correlacionar los procesos mentales y
el funcionamiento cerebral, al no precisar cómo las funciones ejecutivas operan sobre
contenidos cognitivos.

En este sentido, el constructo funciones ejecutivas no se puede considerar bien


definido, aunque se intenta sistematizar el concepto, a partir de autores como Tirapu,
Muñoz-Céspedes y Pelegrín (2002), hasta el presente no se ha logrado construir y
probar a plenitud un modelo teórico integrador (Diamond, 2013). Entre los procesos
que suelen asociarse a las FE se encuentran la anticipación, la elección de objetivos, la
planificación, la selección de la conducta, la autorregulación, el autocontrol y el uso de
la retroalimentación (feedbacks) (Tirapu-Ustárroz, Pérez, Sayes, Erekatxo-Bilbao, &
Pelegrín-Valero, 2007). Otros autores proponen que dicho constructo hace referencia a
la capacidad de encontrar soluciones a situaciones novedosas, llevando a cabo
predicciones sobre los riesgos de nuestras acciones a través de la anticipación de las
consecuencias. Un elemento sobre el cual existe un consenso es que este grupo de
procesos son fruto de la operación coordinada de los mecanismos cognitivos que
permiten afrontar las situaciones de manera más flexible, ajustando el comportamiento
a las características de la demanda (Goldberg y col, 2002; Karr, Areshenkoff, Rast, et
al., 2018; Zhang et al., 2019).

Luria (1974) fue el primer autor que, sin nombrar el término, conceptualizó las
funciones ejecutivas como una serie de trastornos en la iniciativa, en la motivación, en
la formulación de metas y planes de acción y en la autorregulación de la conducta
asociada a lesiones frontales. La definición de Luria (1974, 1982) sobre las tres
unidades funcionales del cerebro propuso a los lóbulos frontales como la tercera de
ellas y se destaca la corteza prefrontal, como superestructura que permite la
programación, regulación y verificación de la actividad mental y la conducta (Luria,
1974, 1982). Posteriormente, el término ‘funciones ejecutivas’ fue acuñado por Lezak
(1983), quien las define como las capacidades mentales esenciales para llevar a cabo
una conducta eficaz, creativa y aceptada socialmente.
Burin, Drake y Harris (2007) retoman los aportes de Drake y Torralva (2007) para
relacionar a las funciones ejecutivas como un conjunto de habilidades cognitivas que
controlan y regulan otras capacidades más básicas (como la atención, la memoria y las
habilidades motoras), y que están al servicio del logro de conductas dirigidas hacia un
objetivo o de resolución de problemas. Para estos autores, la función principal de estos
procesos, es facilitar la adaptación del sujeto a situaciones nuevas y poco habituales,
particularmente cuando las rutinas de acción no son suficientes para realizar la tarea.

De manera más concreta, estas funciones pueden agruparse en torno a una serie de
componentes, como son las capacidades implicadas en la formulación de metas, las
facultades empleadas en la planificación de los procesos y las estrategias para lograr
los objetivos, y las aptitudes para llevar a cabo esas actividades de una forma eficaz.

Autores como Wong y colaboradores (2012) resumen la definición en uso, entendiendo


por función ejecutiva un conjunto diverso de operaciones neurocognitivas complejas,
evolutivamente relevantes, cuya integración posibilita efectuar conductas dirigidas a
meta, monitoreando esfuerzos (Rueda, Posner y Rothbart, 2005) en condiciones no
rutinarias (Norman y Shallice, 1986). Determinadas por factores genéticos (Baune y
col., 2010) y ambientales (Diamond y Lee, 2011), estas operaciones facilitan la
producción de conductas autorreguladas, de acuerdo con las oportunidades y
restricciones del contexto (Posner, 2008). Ellas permiten la definición de objetivos, la
anticipación de acciones para alcanzarlos, la realización coordinada de esas acciones y
su ajuste adaptativo (Cummings y Miller, 2007), por lo que contribuyen de modo
decisivo a delimitar el carácter específico del desempeño humano (Ardila, 2008).
Procesos que asocian ideas, movimientos y acciones simples y los orientan a la
resolución de conductas complejas (Shallice, 1988).

Para autores como Sholberg y Mateer, (1989), las funciones ejecutivas abarcan una
serie de procesos cognitivos, entre los que destacan la anticipación, elección de
objetivos, planificación, selección de la conducta, autorregulación, automonitorización y
uso de feedback. Refieren los siguientes componentes de la función ejecutiva:
dirección de la atención, reconocimiento de los patrones de prioridad, formulación de la
intención, plan de consecución o logro, ejecución del plan y reconocimiento del logro.
En la actualidad no existe un consenso sobre los procesos que integran el constructo
funcione ejecutiva (Packwood, et al., 2011), numerosos autores coinciden en el criterio
de que cualquier intento de clasificación debe considerar la inclusión de la memoria de
trabajo, la flexibilidad mental, el control inhibitorio, la planificación y la toma de
decisiones (Packwood, et al., 2011; Zhang, et al., 2019; Karr, Areshenkoff, Philippe, et
al., 2018).

3. Aproximación al enfoque ecológico para el abordaje de la función ejecutiva


en el adulto mayor

El epígrafe anterior mostró la descripción de múltiples modelos, que presentan una


variedad de posiciones teóricas, en las que resulta difícil alcanzar un consenso teórico.
Sin embargo, a pesar de esta variedad, existe un grupo de elementos que resultan
comunes a todas las teorías y modelos anteriormente expuestos. En primer lugar, debe
señalarse que las funciones ejecutivas no hacen referencia a una categoría unitaria,
sino a un complejo grupo de interacciones entre procesos cognitivos de distintos
grados de complejidad, lo cual es consistente con el principio de la organización
sistémica de las funciones psicológicas superiores (Luria, 1982). En segundo lugar, se
destaca la existencia de un grupo de funciones nucleares, como por ejemplo la
memoria de trabajo, la flexibilidad mental, los procesos de iniciación, el control
inhibitorio y la selección de alternativas ante una tarea. En este caso, se ha demostrado
la variabilidad en cuanto a la existencia de funciones se debe más a un problema
semántico que teórico, caracterizado por la redundancia a la hora de nombrar un
mismo proceso (p. ej. control inhibitorio, inhibición de conductas, control de la
interferencia, etc.) (Packwood, Hodgetts, & Tremblay, 2011), citado por Pérez, 2016).

El otro elemento a considerar en la investigación, es que la mayoría de las


investigaciones, evaluaciones y espacios de entrenamiento de la función ejecutiva se
realizan en contextos de laboratorio. Cada operación se evalúa por el rendimiento del
participante en una o varias pruebas. Estas consisten en la mayoría de los casos, en la
presentación de estímulos audiovisuales con baja saturación cultural (la menor
dependencia posible de aprendizajes y experiencias previas, con sistemas de
significados y reglas particulares), que requieren la emisión de respuestas. El
participante recibe de antemano instrucciones sobre la tarea que debe ejecutar, para
lograr un resultado satisfactorio. La configuración de los estímulos, su cantidad,
tiempos de exposición y ocultamiento, así como el grado de descripción en las
instrucciones, varían con la dificultad de la tarea. (Wong, 2012).

La situación de laboratorio supone el desempeño individual voluntario de quien se


evalúa en un ambiente neutral, bajo observación, sin interrupción por factores
contextuales (Wong, 2012). De igual forma, los entrenamientos en contextos de
laboratorio, se reducen a los enfoques metodológicos de las pruebas y no a la dinámica
cognitiva en las que se fundamentan cada una de ellas, por ejemplo, la prueba de
stroop, ofrece múltiples escenarios para el entrenamiento del control inhibitorio, y la
tolerancia a la interferencia atencional; para la evaluación de la velocidad de
procesamiento, se han propuesto pruebas como el WAIS, búsqueda de símbolos
dígitos, y el Trial Making Test A y B, a su vez el sentido de estas pruebas, facilita la
confección de múltiples medios de entrenamiento, los cuales refuerzan las variables
que desde el punto de vista cognitivo dan sentido a las pruebas.

De manera análoga a la tendencia del empleo del laboratorio como contexto de estudio
de la función ejecutiva, se buscan opciones lo más cercana a la vida real, con un
margen de certeza en que puedan emplearse los resultados de laboratorio, en la
confección de programas que se verifiquen en condiciones de desempeño fuera del
laboratorio. Al respecto, en los esfuerzos por esclarecer la validez ecológica del
desempeño ejecutivo, se han delineado dos vertientes. (Wong y col., 2012). Una
explora correlaciones entre pruebas de laboratorio diseñadas de antemano y
desempeños en la vida real. En la que se busca establecer el horizonte razonable, para
la generalización de los resultados que se obtienen con tareas sencillas en ambientes
controlados, a la conducta emergente en situaciones sociales complejas. Este
“enfoque de verificabilidad” (Burgess y col, 2000; Poletti, 2010) contempla hallazgos
que apuntan en distintas direcciones, difíciles de sintetizar por la disparidad
metodológica entre los estudios. Puede tomarse como ejemplo la predicción de
problemas para planificar acciones en la vida cotidiana, a partir del rendimiento en la
prueba de laboratorio Six Element Test (Alderman, Burgess, Knight y Henman, 2003).

La segunda vertiente es el enfoque de verosimilitud (Burgess y col, 2000; Poletti,


2010; Wong y col., 2012). Aquí el planteo epistemológico es inverso. Se comienza por
la observación de conductas ejecutivas en condiciones naturalistas. Esas conductas se
someten a análisis para identificar las operaciones neurocognitivas que las constituyen
y los materiales culturales procesados en estas (signos, sistemas de significados y
reglas para su uso, etc.). Los materiales culturales se emplean, luego, en el diseño ad
hoc de pruebas que evalúen las operaciones neurocognitivas previamente
identificadas, mediante situaciones - tarea análogas a las que los evaluados afrontan
en la vida cotidiana. Un ejemplo del enfoque de verosimilitud, desde la evaluación de
la función ejecutiva y no desde el entrenamiento de esta, es el Multiple Errands Test
(Alderman, Burgess, Knight y Henman, 2003). Este instrumento y otros de su clase,
revelan cuánto el esclarecimiento de la validez ecológica necesita el examen de las
circunstancias antropológicas en que se producen las conductas ejecutivas.

Asociado al enfoque de verosimilitud, se maneja el concepto de multitarea


(Burgess, 2000; Bombín-González, Igor; Cifuentes-Rodríguez, Alicia; Climent-Martínez,
Gema; Luna-Lario, Pilar; Cardas-Ibáñez, Jaione; Tirapu-Ustárroz, Javier; Díaz-Orueta,
Unai. (2014).) este surge como posible solución a algunos de los problemas de
entrenamiento y evaluación planteados anteriormente, ya que ofrece una oportunidad
única de ver los subprocesos de las funciones ejecutivas en interacción en situaciones
similares a la vida real, o escenarios aprendizajes y desempeño prácticos donde se
ponen de manifiestos los componentes de la función ejecutiva. De acuerdo con estos
autores, las funciones cognitivas sobre las que se sustenta la capacidad del ser
humano para realizar actividades complejas son fundamentales las que se realizan en
condiciones naturales o ecológicas. La ejecución de estas actividades de desempeño
práctico de carácter complejo implica, fundamentalmente, la capacidad de priorización,
organización y ejecución de un número variable y sub-tareas en un tiempo y espacio
definido.

En este enfoque, el entorno y las tareas que componen el escenario de entrenamiento


y aprendizaje han de ser lo suficientemente complejas como para demandar recursos
cognitivos del sujeto especialmente ligados al funcionamiento ejecutivo, y a la vez lo
suficientemente prácticos para predecir independencia funcional y dotar a la tarea de
significado para el adulto mayor, demostrando así su validez ecológica.

Si el enfoque de verificabilidad apuesta por contemporizar la tradición de laboratorio


con el debate acerca de sus límites respecto al encargo predictivo de la ciencia, el
enfoque de verosimilitud promueve la construcción de nuevas herramientas que
incorporen el carácter situado y la mediación cultural de la función ejecutiva (Wong,
(2013).

Sin embargo, un programa para potenciar la función ejecutiva, desde la concepción de


verosimilitud desde un enfoque ecológico, sin un aporte teórico-práctico que tribute al
desarrollo humano, puede constituir un modelo vano, víctima de la verificabilidad. La
investigación que se presenta sigue como recurso el primero de los enfoques, y toma
además como principal referente teórico el modelo planteado por Bronfenbrenner
(1979), principal exponente del modelo ecológico.

Para autores como Andrade,Romero, Solís, y col., (2018), el modelo ecológico,


elaborado por Bronfenbrenner (1979), surge como una crítica radical hacia la
investigación tradicional, realizada en situaciones clínicas muy controladas y contextos
de laboratorio, investigaciones que carecían en gran medida de validez, pues no
reflejaban necesariamente las reacciones y comportamientos del mismo sujeto en
situaciones de la vida real. Constituye una visión integral, sistémica y naturalista del
desarrollo psicológico entendido como un proceso complejo, que responde a la
influencia de una multiplicidad de factores estrechamente ligados al ambiente o entorno
ecológico en el que dicho desarrollo tiene lugar, en este caso nos referimos a la
diversidad psicológica que caracteriza al adulto mayor.

El primer hecho a favor de la aplicación de este modelo a la psicogerontología es que


los postulados del mismo hacen fundamentalmente referencia al desarrollo psicológico
y han sido, por tanto, aplicados básicamente por disciplinas como la psicología
evolutiva o la psicología de la educación.

El postulado básico de Bronfenbrenner (1979), es que los ambientes naturales son la


principal fuente de influencia sobre la conducta humana, con lo cual la observación en
ambientes de laboratorio o situaciones clínicas nos ofrecen poco de la realidad
humana. (Andrade,Romero, Solís, y col., 2018). Afirmar que el funcionamiento
psicológico de las personas está, en gran medida, en función de la interacción de ésta
con el ambiente o entorno que le rodea. Esto lleva al autor a considerar el desarrollo
humano como una progresiva acomodación entre un ser humano activo y sus entornos
inmediatos (también cambiantes). Pero este proceso, además, se ve influenciado por
las relaciones que se establecen entre estos entornos y por contextos de mayor
alcance en los que están incluidos esos entornos.

Para Bronfenbrenner (1979), el ambiente ecológico se concibe como un conjunto de


estructuras seriadas, (Mc Guckin & Minton, 2014), como microsistemas se describen
los círculos de influencia, se refieren a aquellos compuestos en primer lugar por la
familia, los amigos y demás agentes de relación; en el siguiente nivel, mesosistema, se
encuentran la comunidad, el vecindario, el trabajo, y la iglesia. Por último, el
macrosistema, se encuentra la cultura, la economía y la política.

Conclusiones

El abordaje de la función ejecutiva desde una perspectiva ecológica, crea un escenario


de aprendizaje y entrenamiento que favorecer el desempeño ejecutivo del adulto mayor
en cada uno de sus niveles (microsistema, mesosistema y macrosistema). Se parte de
un enfoque de verosimilitud, el cual es una alternativa que permite convertir los
actuales programas de función ejecutiva en un escenario de aprendizaje para la vida.

En primer lugar, favorece la optimización, vista como la elaboración de conductas para


enriquecer y aumentar las reservas de aprendizajes del adulto mayor, beneficiando el
funcionamiento de la inteligencia cristalizada y fluida. Es decir, considera el desarrollo
humano, como parte de esa optimización, como un cambio positivo en capacidad
adaptativa hacia un grupo de resultados deseables (metas), y que requiere incremento
de conocimientos culturales, estado físico, compromiso hacia objetivos de vida, práctica
y esfuerzo.

En segundo lugar, facilita la compensación, la cual es el resultado de restricciones en el


intervalo de plasticidad o potencial adaptativo y opera cuando las capacidades
conductuales específicas se pierden o se reducen más allá de lo que se requiere para
un adecuado funcionamiento, y por tanto se necesitan nuevos medios como estrategias
de compensación para regular el comportamiento ante las exigencias de la vida
cotidiana.
Es a partir de la integración de cada uno de estos elementos, como la persona puede
conseguir las tres principales metas evolutivas: el crecimiento, el mantenimiento del
funcionamiento y la regulación de la pérdida propias del envejecimiento.

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