Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
47 /26-11-2020
Scientific Dissemination ISBN: 553-859-211-121-6
Resumen
El rápido crecimiento del número de personas mayores está creando una revolución
demográfica global, donde el principal objetivo en la asistencia del adulto mayor es el
aumento de la expectativa de vida activa y libre de discapacidad. Debido a esta
tendencia, ha surgido el interés por el entrenamiento cognitivo y otras intervenciones
que puedan disminuir estos cambios degenerativos en la capacidad ejecutiva de los
adultos mayores. Sin embargo, se dirigen más las investigaciones al contexto clínico,
y en menor medida en poblaciones sanas de adultos mayores. Esta perspectiva
exige, en la actualidad, la elaboración de programas de aprendizajes, donde el adulto
mayor no solo entrena los componentes que integran la función ejecutiva, sino
además aprende a autorregularse en situaciones de desempeño prácticos. El
presente artículo se propone argumentar los principales aspectos teóricos que
permiten un acercamiento al trabajo de la función ejecutiva del adulto mayor desde un
enfoque ecológico.
Palabras Clave: Neuropsicología del adulto mayor, función ejecutiva, enfoque
ecológico.
Introducción
Envejecer es un proceso inherente a la naturaleza humana, todos los hombres de todas
las épocas y culturas, transitan y seguirán transitando por el envejecimiento. Pero se
debe señalar que este proceso es altamente diferencial y asincrónico en sus
manifestaciones. Existe una gran variación entre individuos, cada persona envejece de
modo diferente en dependencia de las características físicas y fisiológicas, por su
estructura de personalidad e historia de vida, y por el contexto socioeconómico en el que
se desarrolla (Cornachione, Larrinaga, 1999).
Para Fernández-Ballesteros (2004), este deterioro no se manifiesta de forma global ni
generalizado, existen funciones que van declinando de forma lenta y progresiva durante
toda la vida adulta, otras se mantienen hasta etapas muy tardías y finalmente existen
algunas que no solo no se deterioran, sino que incluso mejoran con el paso del tiempo.
En la actualidad cobra cada vez mayor importancia el estudio de las modificaciones que
el envejecer provoca en el funcionamiento cognitivo, especialmente aquellas que se
producen en las funciones cognitivas más complejas. Estos cambios se manifiestan a
grandes rasgos en un enlentecimiento en el procesamiento de la información, una
disminución de la capacidad atencional, un declive en algunos aspectos de la memoria y
en las denominadas funciones ejecutivas.
Son estas evidencias las que explican la disminución de la plasticidad durante el proceso
de envejecimiento, etapa en la que aparecen los síntomas de las enfermedades
neurodegenerativas. Si bien esta capacidad generadora y reparadora se encuentra
disminuida en el adulto mayor, se produce al mismo tiempo un incremento de las
ramificaciones y las sinapsis de la corteza cerebral. Esto funciona como un mecanismo
de plasticidad compensatoria de la muerte de neuronas, ocurrida durante las etapas
anteriores del ciclo vital y que continúa en la tercera edad. “Se ha demostrado que las
arborizaciones dendríticas de las neuronas de la corteza cerebral son unos 25 % más
largas en adultos mayores sanos de 80 años que en sujetos de 50 años” (De Felipe,
2005; citado por Pérez, 2014, en Temas de Psicogerontología, Fraíz, 2014). Este
mecanismo de compensación, solo puede ser logrado con cierta eficiencia si el adulto
mayor mantiene cierta praxis e interacción social.
En torno a las perdidas cognitivas del adulto mayor, han surgidos dos teorías que
explican el enlentecimiento del funcionamiento cognitivo durante la vejez. La primera es
la teoría de la disminución de la velocidad de procesamiento, que ocurre como
consecuencia de una disminución en la codificación afectiva de los estímulos y por la
limitación en la ejecución de algunas operaciones de una tarea, debido a la mayor
cantidad de tiempo que se emplea (Eckert, 2011; Baghel, SinghP, Thakur, 2017;
Lipowski, Kozłowska, Lipowska, Kortas, Antosiewicz, Je, Falcioni, Ewa, 2019). Dicha
disminución sirve como fuerte predictor del envejecimiento cognitivo. La disminución de
la velocidad de procesamiento durante la vejez se asocia a los cambios degenerativos
de la sustancia blanca del cerebro (Lu et al., 2013; Camargo-Hernández, Jaimes,
Elveny Laguado, 2017).
En una investigación realizada por Albinet, Boucard, Bouquet, audiffren (2012), con el
objetivo de evaluar ambas teorías a través de una batería de pruebas neuropsicológica,
la cual se aplicó a personas jóvenes entre 18 y 32 años de edad, y mayores en el rango
de 65 a 80 años de edad. Las pruebas midieron tres componentes de las funciones
ejecutivas (inhibición, actualización y cambio) y tres velocidades de procesamiento. Se
encontró que, a pesar de que ambas funciones estaban afectadas de manera
independiente según los rangos de edad, parecía un efecto más desfavorable
relacionado con la edad en la velocidad de procesamiento que en funciones ejecutivas.
Las medidas de ambas funciones no son mutuamente excluyentes, debido a que
comparten una varianza mutua. Por lo que se sugiere que es necesario controlar la
relación mutua de ambos procesos cognitivos antes de considerar una explicación
única del deterioro cognitivo asociado a la vejez.
Han surgido varios estudios con neuroimagen funcional apoyando la idea de que
procesos cognitivos como atención, memoria y funciones ejecutivas, están fuertemente
afectados durante la vejez. Entre ellos, Podell et al., (2012), en un estudio de
resonancia magnética funcional (RMF) investigaron las diferencias cognitivas en un
grupo de adultos jóvenes y mayores principalmente en tres áreas diferentes: memoria
de trabajo, atención visual y recuperación episódica. Los resultados evidenciaron que
los adultos mayores mostraron menor actividad occipital, aspecto que puede estar
relacionado con el declive sensorial, y una mayor actividad prefrontal y parietal que los
adultos jóvenes, lo que puede reflejar una compensación funcional durante la vejez.
Los adultos mayores mostraron más patrones de actividad bilateral en el área
prefrontal, durante las tareas de memoria de trabajo y atención visual.
Esto puede guardar relación con la reducción de la asimetría hemisférica en los adultos
mayores. Por último, se encontró una disociación en los resultados de dos regiones
mediales del lóbulo temporal. Por una parte, en la formación hipocampal, el grupo de
mayores en comparación con los jóvenes, mostró una menor actividad en las tres
tareas: memoria de trabajo, atención visual y recuperación episódica. En cambio,
manifestaron una mejor actividad del hipocampo durante la tarea de recuperación
episódica. Según estos autores, sugieren que el déficit de la primera estructura puede
estar más relacionada con un efecto global de la cognición, en cambio, una mejor
funcionalidad del hipocampo, puede señalar que el reconocimiento, permanece más
bien intacto, basado en la familiaridad de los elementos (Baizan, Arias, Mendez, 2019)
Según autores como Langenecker, Noelson, y Rao (2004) las personas longevas,
tienden a utilizar mayor cantidad de áreas frontales que los jóvenes. Por otra parte, las
personas de mediana edad también muestran mayor activación en varias regiones
relacionadas con la tarea Stroop, sobre todo en el área de unión frontal inferior y el
área motora suplementaria. Esto indica una fuerte dependencia de estrategias
compensatorias, que se utilizan con el paso de los años, fundamentalmente en las
personas que asumen un envejecimiento activo.
Durante muchos años se ha demostrado que los lóbulos frontales se hallan implicados
en la secuenciación de los actos motores requeridos para ejecutar eficazmente una
acción. Sin embargo, en las dos últimas décadas se profundiza en el papel que juegan
los lóbulos frontales y cómo su función se extiende hacia el control de los procesos
cognitivos. Se ha demostrado que esta región cerebral, como estructura, se halla
implicada en la ejecución de operaciones cognitivas específicas, tales como la
memorización, la metacognición, el aprendizaje y el razonamiento (Addis, Musicaro,
Pan, Schacter; 2010). De esta relación se infiere que los lóbulos frontales se encargan
del control ejecutivo y de la supervisión de la conducta. Sin embargo, esta definición
resulta en ocasiones imprecisa, ya que no logra correlacionar los procesos mentales y
el funcionamiento cerebral, al no precisar cómo las funciones ejecutivas operan sobre
contenidos cognitivos.
Luria (1974) fue el primer autor que, sin nombrar el término, conceptualizó las
funciones ejecutivas como una serie de trastornos en la iniciativa, en la motivación, en
la formulación de metas y planes de acción y en la autorregulación de la conducta
asociada a lesiones frontales. La definición de Luria (1974, 1982) sobre las tres
unidades funcionales del cerebro propuso a los lóbulos frontales como la tercera de
ellas y se destaca la corteza prefrontal, como superestructura que permite la
programación, regulación y verificación de la actividad mental y la conducta (Luria,
1974, 1982). Posteriormente, el término ‘funciones ejecutivas’ fue acuñado por Lezak
(1983), quien las define como las capacidades mentales esenciales para llevar a cabo
una conducta eficaz, creativa y aceptada socialmente.
Burin, Drake y Harris (2007) retoman los aportes de Drake y Torralva (2007) para
relacionar a las funciones ejecutivas como un conjunto de habilidades cognitivas que
controlan y regulan otras capacidades más básicas (como la atención, la memoria y las
habilidades motoras), y que están al servicio del logro de conductas dirigidas hacia un
objetivo o de resolución de problemas. Para estos autores, la función principal de estos
procesos, es facilitar la adaptación del sujeto a situaciones nuevas y poco habituales,
particularmente cuando las rutinas de acción no son suficientes para realizar la tarea.
De manera más concreta, estas funciones pueden agruparse en torno a una serie de
componentes, como son las capacidades implicadas en la formulación de metas, las
facultades empleadas en la planificación de los procesos y las estrategias para lograr
los objetivos, y las aptitudes para llevar a cabo esas actividades de una forma eficaz.
Para autores como Sholberg y Mateer, (1989), las funciones ejecutivas abarcan una
serie de procesos cognitivos, entre los que destacan la anticipación, elección de
objetivos, planificación, selección de la conducta, autorregulación, automonitorización y
uso de feedback. Refieren los siguientes componentes de la función ejecutiva:
dirección de la atención, reconocimiento de los patrones de prioridad, formulación de la
intención, plan de consecución o logro, ejecución del plan y reconocimiento del logro.
En la actualidad no existe un consenso sobre los procesos que integran el constructo
funcione ejecutiva (Packwood, et al., 2011), numerosos autores coinciden en el criterio
de que cualquier intento de clasificación debe considerar la inclusión de la memoria de
trabajo, la flexibilidad mental, el control inhibitorio, la planificación y la toma de
decisiones (Packwood, et al., 2011; Zhang, et al., 2019; Karr, Areshenkoff, Philippe, et
al., 2018).
De manera análoga a la tendencia del empleo del laboratorio como contexto de estudio
de la función ejecutiva, se buscan opciones lo más cercana a la vida real, con un
margen de certeza en que puedan emplearse los resultados de laboratorio, en la
confección de programas que se verifiquen en condiciones de desempeño fuera del
laboratorio. Al respecto, en los esfuerzos por esclarecer la validez ecológica del
desempeño ejecutivo, se han delineado dos vertientes. (Wong y col., 2012). Una
explora correlaciones entre pruebas de laboratorio diseñadas de antemano y
desempeños en la vida real. En la que se busca establecer el horizonte razonable, para
la generalización de los resultados que se obtienen con tareas sencillas en ambientes
controlados, a la conducta emergente en situaciones sociales complejas. Este
“enfoque de verificabilidad” (Burgess y col, 2000; Poletti, 2010) contempla hallazgos
que apuntan en distintas direcciones, difíciles de sintetizar por la disparidad
metodológica entre los estudios. Puede tomarse como ejemplo la predicción de
problemas para planificar acciones en la vida cotidiana, a partir del rendimiento en la
prueba de laboratorio Six Element Test (Alderman, Burgess, Knight y Henman, 2003).
Conclusiones
Bibliografía
1. Addis, D.R.; Musicaro, R.; Pan,L.; Schacter,D.L. (2010). Episodic
simulation of past and future events in older advidence from an experimental
recombination task. Psychology and Aging, 25 (2), 369-376.