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Hacia una definición de la pedagogía libertaria.

Los problemas de la definición

Definir un objeto es sencillo. Solo basta con describir cuáles son sus partes, para qué se utiliza
o qué características le son propias. Así, una mesa, una silla o un animal ofrecen escasos
problemas de definición, a nada que se pueda usar el lenguaje con cierta precisión.

Sin embargo, a la hora de encarar la definición de un proceso la cosa se vuelve más


complicada. Podemos optar por una que recoja lo que hay, que describa la situación tal y como
se está dando, o por otra que recoja aquello que ha sido y que se espera que sea, por ejemplo.

De esta forma, la definición de pedagogía libertaria puede contener una serie de


características más bien basadas en las teorizaciones que sobre ella se han hecho a lo largo del
tiempo, incluyendo el momento actual, o fijarse más bien en las prácticas existentes, que
pueden recoger, o no, esas características ideales. Por ejemplo, si la pedagogía libertaria tiene
hoy como característica el acoger alumnado cuyas familias están compuestas, en general, por
gente con estudios superiores, podríamos tomar este rasgo como definitorio de la misma, lo
que sería un error claro, pues no tiene vocación de ser así. Lo contrario, el decir que la
pedagogía libertaria es solamente una aspiración cuyas particularidades no se cumplen en la
actualidad, nos situaría en un idealismo bastante alejado de la habitual defensa del
materialismo anarquista.

En este artículo vamos a encarar la definición de pedagogía libertaria intentando partiendo de


ambas posibilidades: desde aquello que se ha señalado como propio y desde las prácticas
actuales que han ido conformándola hasta llegar a la situación actual.

¿Nombrar o no nombrar?

Antes de meternos en el lío de caracterizar la pedagogía libertaria, vamos a constatar aún


algún debate que influye claramente en tal definición. Quizá uno inevitable es el de si es
pedagogía libertaria aquella que se autodenomina como tal o pudieran existir pedagogías
libertarias (el del plural es otro debate) que no recurran a la etiqueta.

No parece que autodenominarse anarquista o libertaria sea de gran ayuda para una escuela.
Una parte significativa de la población huye en general de toda pedagogía que lleve un
apellido, entendiendo que significa, en todo caso, manipulación o adoctrinamiento. Hay cierta
valentía en autodenominarse anarquista, que puede que solamente tenga como
contraprestación un apoyo más explícito del difuso movimiento anarquista (si bien este apoyo,
en general, no es demasiado fuerte para el quehacer cotidiano). Por tanto, y teniendo en
cuenta además que es imposible repartir carnés de anarquista, quienes se denominan escuela
libertaria, tendrían en principio el beneficio de la duda o, directamente, amplias posibilidades
de serlo.

¿Y quienes no se autodenominan libertarias? Volvemos al tema de la dificultad de definir.


Definir siempre es acotar, restringir significados, limitar. Ni es bueno ni es malo. Sencillamente,
forma parte de la tarea de la definición. Lo negativo puede ser usar una definición como
método para hacer taxonomías, que otorgue calificaciones, que reparta marchamos.
Entendemos que, en ese sentido, las razones que puedan llevar a una escuela a denominarse
de diferentes maneras, es, y esto resulta una obviedad, fruto del trabajo y la reflexión interna
de cada colectivo. Dicho de otro modo, es evidente que pueden existir experiencias libertarias
que no se autotitulen como tales. Bien es verdad que quienes sí lo hacen cumplen objetivos
nada desdeñables, que pasan por la visibilidad de las prácticas libertarias y que llegan hasta las
posibilidades de descubrimiento por gentes sin contacto con el mundo anarquista local.

Rasgos de la pedagogía libertaria

Si decimos que definir es acotar, de alguna forma hay que hacerlo. Nadie que compare una
escuela libertaria con una estatal (propiedad del Estado o de una entidad privada) dejará de
percibir ciertas diferencias. Entre ellas, pueden señalarse:

- La autogestión: las escuelas libertarias tienen como objetivo lograr la autogestión en


dos planos. El primero sería el financiero, no dependiendo del Estado (en forma de
subvenciones o conciertos, por ejemplo) ni del Capital (en forma de empresa
patrocinadora, por ejemplo). La búsqueda de recursos económicos para mantenerse
es un quebradero de cabeza habitual para las escuelas anarquistas, a pesar de lo cual
existe un principio moral insoslayable en no claudicar ante los posibles apoyos de las
instituciones citadas. Por otro lado, hay un interés de la escuela libertaria en lograr la
autonomía, en darse a sí mismas los principios de funcionamiento, en regular su día a
día con una participación horizontal de quienes intervienen directamente en ellas.
Aunque también es cierto que en este aspecto se encuentran divergencias sobre
quiénes son partes activas en la escuela, sobre todo en torno a si las familias deben
participar en la gestión y en qué grado.
- Antiautoritarismo: recorre la pedagogía libertaria una crítica al autoritarismo, un
señalar que el objetivo de la educación es liberar al ser humano del mando
permanente e innecesario de otros seres humanos. Dentro de este antiautoritarismo
hay un abanico amplio, sin embargo, que lleva desde posturas no directivas hasta
intervenciones adultas decisivas sobre todo en los primeros años. Pueden señalarse
dos líneas tradicionales (con todas las mezclas que se puedan hacer, por supuesto):
una entendería la libertad vinculada a la responsabilidad, defendiendo que tal libertad
es una capacidad que se va desplegando a medida que el ser humano crece y que debe
conquistarse, de forma social, según se vayan sumando responsabilidad. Sería un
camino desde la no libertad de la infancia hasta la libertad adulta. La otra línea, sin
embargo, entendería la libertad como un presupuesto necesario, como parte del
camino que lleva a más libertad. Se trataría de iniciarse en la libertad desde el
principio, para ir ampliándola y profundizando en sus posibilidades.
- Coeducación: la propuesta libertaria ha considerado tradicionalmente que la
coeducación de géneros es una práctica para terminar con las diferencias sociales de
estos, rasgo que, naturalmente, continúa en toda escuela libertaria actual. Al tiempo,
ha defendido la coeducación de clases sociales, para poner de relieve que la
convivencia y el análisis de los fenómenos sociales de manera compartida puede crear
condiciones para la destrucción de las injusticias derivadas de la educación aislada de
las clases poseedoras. Este rasgo tiene que ver con la concepción libertaria que, aun
haciendo hincapié en el sistema de clases sociales existente, se aleja de la búsqueda de
un sujeto revolucionario entendido exclusivamente en tales términos.
- Aprendizaje integral: derivado inmediatamente del rasgo anterior, este supondría la
integración de trabajo manual e intelectual. Se trataría de integrar tareas no
intelectuales en el quehacer escolar, que pasan por el cuidado del espacio y pueden
llegar al uso habitual de herramientas para construir, inventar o arreglar artefactos de
todo tipo.
- El apoyo mutuo: la solidaridad en la escuela libertaria, el apoyo entre iguales ante las
diferentes circunstancias de la vida, recorre el discurso y las prácticas de las escuelas
anarquistas. A diferencia de las pedagogías que mantienen una visión individualista del
ser humano, apostando por el despliegue de las propias capacidades incluso por
encima del bienestar común, desde el anarquismo se entiende que ese despliegue
tiene como factor evolutivo la existencia de un tejido social al que también debe
remitirse, por lo que, en principio, se cuida de que las relaciones que puedan
establecerse entre todas las personas que componen la comunidad escolar sean de
reciprocidad, primando incluso esa dimensión colectiva si es necesario.
- Paidocentrismo: la escuela libertaria, en su despliegue inicial, tuvo como eje de su
discurso el que la infancia pudiera ser protagonista de sus aprendizajes. Bien es verdad
que en las escuelas ferrerianas esto era más bien un supuesto que, en la realidad
cotidiana estaba más que matizado. En las escuelas libertarias actuales, las prácticas
van mucho más orientadas a que quienes van a una escuela anarquista tengan un
margen de maniobra altísimo para decidir sus aprendizajes, en contraposición a todo
sistema educativo, que marca qué se ha de aprender y en qué momento. La escuela
anarquista puede secuenciar aprendizajes, pero trata de dejar en manos del alumnado
las decisiones sobre qué aprender y cuándo.

El problema de estos rasgos, examinados desde el auge de las llamadas pedagogías


alternativas, es muy claro. ¿Qué distingue una escuela libertaria de una escuela libre en la que
las familias soportan el peso económico, el alumnado vive en libertad sus aprendizajes y hay
ciertos valores éticos, como el respeto?

Difícil cuestión que, desde sesudos análisis pueden llevar a la confusión y la eterna discusión
terminológica, pero que desde la sabiduría popular (si es que esta existe), ofrece menos dudas:
una escuela anarquista es aquella que fomenta prácticas, discursos y valores anarquistas con la
intención de llegar por medio de la educación a la transformación social. Es decir, una escuela
libertaria es aquella en la que tiene presencia lo libertario como parte del contenido, de la
vivencia y de la proyección exterior.

Una escuela libertaria querría que el alumnado saliente fuera anarquista, transformase el
mundo en sentido anarquista, practicase unos principios éticos libertarios, viviese en la escuela
de manera prefigurativa el comunismo libertario.

¿Manipulamos, adoctrinamos…?

Dicho así, pareciera que el alumnado de una escuela libertaria debe empezar la mañana
cantando a coro A las barricadas ante la imagen de Bakunin, Louise Michel y Durruti. Bueno, si
lo deciden así, estupendo, pero no se trata de eso.

Entendemos que la neutralidad es una imposibilidad tan enorme como la no directividad


absoluta, por lo que los mensajes explícitos pueden obviarse, pero los implícitos, el llamado
curriculum oculto, lanza mensajes continuamente, en forma de decisiones, rutinas, prácticas,
etc.

Si el debate sobre la difusión de discursos anarquistas es tan habitual, es posible que se trate
de un contagio social sobre lo minoritario, lo menos común, como extraño. Es decir, a
prácticamente ninguna escuela se le ocurre decir hoy que no pretende educar en el
feminismo, en valores feministas y en prácticas feministas que acaben con los privilegios que
genera el machismo. Esto es porque el trabajo feminista ha hecho del mismo movimiento algo
generalizado y se ve como un valor común, extendido. Dado que con el anarquismo no ha
ocurrido lo mismo, sino al contrario (su carácter minoritario es un hecho, doloroso, pero
hecho), pareciera que lanzar un discurso claro contra la dominación fuera someter a las
criaturas a una vida de marginación sectaria.

Por otro lado, el adoctrinamiento se produce cuando hay doctrina y doctrina es,
fundamentalmente, un conjunto de creencias inamovibles. El anarquismo no es exactamente
eso, sino un conjunto de principios que, en permanente construcción, admiten, sobre la base
de la supresión de la autoridad, el debate abierto y las opiniones diversas. El llamado
pensamiento crítico es una obligación (quizá otro rasgo distintivo) de las pedagogías
libertarias, entendido como la capacidad de analizar el contexto que nos rodea intentando
salvar las apariencias espectaculares para ahondar en lo que subyace.

Se ha añadido habitualmente, desde alguna escuela libertaria, que la contramanipulación es


un deber si no queremos que solo ocurra la manipulación que el sistema lleva a cabo
permanentemente. Probablemente el término no sea el más adecuado para pronunciarlo
entre personas desconocedoras del lenguaje libertario, así que podríamos explicar la acción de
las escuelas libertarias como un politizar. Cuando ocurre un hecho en una escuela y quienes
acompañan nombran ese hecho (imaginemos que lo nombran como agresión) ya están
utilizando categorías políticas que contribuyen a que exista en el espacio una serie de
conceptos que politizan la realidad o que, más bien, ponen de manifiesto la politización ya
dada.

Esa tarea de desvelar las relaciones de poder y de capitalismo es lo que podemos considerar
una clave de la pedagogía libertaria, que no comparte con otras, pues si bien se puede esperar,
por ejemplo de una posible escuela marxista que politizara, raro sería que lo hiciera mostrando
la dimensión poder en todo su despliegue, sino más bien las categorías marxianas (alienación,
clase social o las que fueran).

En esa función social de la pedagogía es en donde pueden reconocerse los diferentes caminos
por los que transitan las pedagogías libertarias, a no ser que quieran, sencillamente, apostar
por un modelo meramente metodológico.

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