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Definir un objeto es sencillo. Solo basta con describir cuáles son sus partes, para qué se utiliza
o qué características le son propias. Así, una mesa, una silla o un animal ofrecen escasos
problemas de definición, a nada que se pueda usar el lenguaje con cierta precisión.
¿Nombrar o no nombrar?
No parece que autodenominarse anarquista o libertaria sea de gran ayuda para una escuela.
Una parte significativa de la población huye en general de toda pedagogía que lleve un
apellido, entendiendo que significa, en todo caso, manipulación o adoctrinamiento. Hay cierta
valentía en autodenominarse anarquista, que puede que solamente tenga como
contraprestación un apoyo más explícito del difuso movimiento anarquista (si bien este apoyo,
en general, no es demasiado fuerte para el quehacer cotidiano). Por tanto, y teniendo en
cuenta además que es imposible repartir carnés de anarquista, quienes se denominan escuela
libertaria, tendrían en principio el beneficio de la duda o, directamente, amplias posibilidades
de serlo.
Si decimos que definir es acotar, de alguna forma hay que hacerlo. Nadie que compare una
escuela libertaria con una estatal (propiedad del Estado o de una entidad privada) dejará de
percibir ciertas diferencias. Entre ellas, pueden señalarse:
Difícil cuestión que, desde sesudos análisis pueden llevar a la confusión y la eterna discusión
terminológica, pero que desde la sabiduría popular (si es que esta existe), ofrece menos dudas:
una escuela anarquista es aquella que fomenta prácticas, discursos y valores anarquistas con la
intención de llegar por medio de la educación a la transformación social. Es decir, una escuela
libertaria es aquella en la que tiene presencia lo libertario como parte del contenido, de la
vivencia y de la proyección exterior.
Una escuela libertaria querría que el alumnado saliente fuera anarquista, transformase el
mundo en sentido anarquista, practicase unos principios éticos libertarios, viviese en la escuela
de manera prefigurativa el comunismo libertario.
¿Manipulamos, adoctrinamos…?
Dicho así, pareciera que el alumnado de una escuela libertaria debe empezar la mañana
cantando a coro A las barricadas ante la imagen de Bakunin, Louise Michel y Durruti. Bueno, si
lo deciden así, estupendo, pero no se trata de eso.
Si el debate sobre la difusión de discursos anarquistas es tan habitual, es posible que se trate
de un contagio social sobre lo minoritario, lo menos común, como extraño. Es decir, a
prácticamente ninguna escuela se le ocurre decir hoy que no pretende educar en el
feminismo, en valores feministas y en prácticas feministas que acaben con los privilegios que
genera el machismo. Esto es porque el trabajo feminista ha hecho del mismo movimiento algo
generalizado y se ve como un valor común, extendido. Dado que con el anarquismo no ha
ocurrido lo mismo, sino al contrario (su carácter minoritario es un hecho, doloroso, pero
hecho), pareciera que lanzar un discurso claro contra la dominación fuera someter a las
criaturas a una vida de marginación sectaria.
Por otro lado, el adoctrinamiento se produce cuando hay doctrina y doctrina es,
fundamentalmente, un conjunto de creencias inamovibles. El anarquismo no es exactamente
eso, sino un conjunto de principios que, en permanente construcción, admiten, sobre la base
de la supresión de la autoridad, el debate abierto y las opiniones diversas. El llamado
pensamiento crítico es una obligación (quizá otro rasgo distintivo) de las pedagogías
libertarias, entendido como la capacidad de analizar el contexto que nos rodea intentando
salvar las apariencias espectaculares para ahondar en lo que subyace.
Esa tarea de desvelar las relaciones de poder y de capitalismo es lo que podemos considerar
una clave de la pedagogía libertaria, que no comparte con otras, pues si bien se puede esperar,
por ejemplo de una posible escuela marxista que politizara, raro sería que lo hiciera mostrando
la dimensión poder en todo su despliegue, sino más bien las categorías marxianas (alienación,
clase social o las que fueran).
En esa función social de la pedagogía es en donde pueden reconocerse los diferentes caminos
por los que transitan las pedagogías libertarias, a no ser que quieran, sencillamente, apostar
por un modelo meramente metodológico.