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Cien escritos que cualquiera puede leer o plagiar

INTRODUCCIÓN
Admitámoslo: hay novios que tienen un buen trabajo, otros que son cariñosos, algún otro que
tiene un arte innato para bailar el tango… pero no existe ni existirá jamás el hombre perfecto.
Precisamente porque alguno habrá por ahí que tenga carencias a la hora de escribir, que
delante de una hoja en blanco pase tantos apuros como yo frente a un sudoku o frente a una
división con decimales; he recopilado estas cartas que le escribí a mi novia a lo largo del 2006.
Compartir es algo bueno, por naturaleza, y por ello quiero poner al servicio de todos los
hombres incapaces de escribir una carta de amor, estos cien textos: para que los plagien, para
que se inspiren, para que tomen ideas o para que les prendan fuego. Del mismo modo, si
alguien siempre soñó con recibir una carta de amor de alguien que no tiene excesiva querencia
a redactar misivas (o que se encuentra lejos en el tiempo o en el espacio), también puede abrir
al azar alguna de las páginas de este volumen y leer atentamente lo que en ellas está impreso,
poniendo lo escrito en boca de quien se desee escucharlas.

El amor es una fuerza cósmica, el mayor de todos los dones. Nadie jamás ha podido
escribir una sola carta capaz de transmitir la centésima parte de la fuerza que posee un beso
recibido de alguien a quien se ama. Yo lo he intentado de todas las formas posibles: con
humor, con poesía, con melancolía y en algunos casos también con rabia. Sin embargo, y como
no podía ser de otro modo, también yo he fracasado. La conclusión parece clara: en el amor, la
teoría sirve de bien poco y las palabras, aún de menos. En cualquier caso, valórenme el
esfuerzo: he hecho todo lo que he podido para decir algo válido sobre el amor, y si de algo
puede servirles, me doy por satisfecho.

¡Una última cosa! Si algún novio hace suyo alguno de los textos que a continuación
incluyo, que no se olvide de cambiar el nombre de la destinataria. La mía es Aida Fonseca, pero
cada cual tendrá una diferente. ¡Vamos, digo yo! Bueno… o eso espero. Como no sea así,
ambos tendremos un problema.

1
Acá abajo hace frío. Me parto la voz, me asomo a las claraboyas resecas, a los tules ocres, a
donde anidan las tarántulas trémulas y a las cúspides de tos. ¿Ves? ¡Ya se me fue! Pierdo tu
sombra a cada paso por culpa de anaqueles, alcantarillas, antorchas... ¿Y tú? Tú te me vas
entre las dunas, entre cada blusa añil, cada terciopelo de mezcolanzas disipadas. Entre tantas
acacias, que han rodado ya sin motivo. ¿Y tú? Tú te me vas entre las teclas, tan despacio que
noto ya tu tacto a menta; tan despacio.

En ocasiones la voz me aguanta mientras tú te quedas cerca. Golpeo goznes de jazmín


y las doce luminarias más grandes derogan mis latidos. En ocasiones termino por recordar
vaivenes secretos y las palabras dejan de valer porque te vas de mi lado. Es entonces. Entonces
es. Sucede siempre cuando me da por hablar de cuentas perdidas. Cuando, por tal motivo, se
me esfuma la hiedra de las manos y me pongo a balbucir cosas sin tino. ¿Ves? Cosas sin
sentido... ¡como ahora! Hablo sin sentido porque te quiero... porque el silencio me provoca
tantos desmanes que prefiero seguir enlazando versículos romos, que quedar callado y
añorarte.

Jamás te olvido. Sevilla me quema. Extraño quebrantar tantos letargos y dulzuras.


Olvido que Madrid me pierde, me pide paso, me quema vivo. ¿Y ves? ¡Eso está claro! ¡Ya
vuelvo a decir tonterías! Lo hago porque te quiero. No encuentro la forma correcta de matar el
espacio; de bordear el estío. Sin ti.

Bésame, y quedaré callado.

2.

Me levanto temprano para estudiar, como cada mañana. Me arremolino sobre el móvil y me
prometo a mí mismo parar las sirenas antes que nadie. Alarmo el despertador a las siete
menos un minuto para ganarle por los pelos ese duelo a la mañana. Lo detengo y prendo la
ropa sobre mí para salir más tarde a la calle, recordando aquello que Neruda me confesara
algún otoño "el día lunes arde como el petróleo cuando me ve llegar con su cara de cárcel", y
yo recorro panaderías, kioscos, farolas... hasta perder mi vista en aquellas vallas de publicidad
que son devoradas por el frío.

Sacudo los zapatos junto al alquitrán y recuerdo que allá donde estudié, en aquel
edificio, Carmen lió cigarros, llevaron tesoros, prendieron maleantes hasta donde me examiné
mil veces de asignaturas que ya no recuerdo. ¡Quinientos años tiene mi universidad y todos
ellos me los siento dentro esta mañana! Parezco viejo y envejecido, y por ello me aterra ver
que las peluquerías abren, mientras las casas de empeño, mientras el empeño de las casas las
abre, mientras los grandes van al negocio y los niños a la escuela. Entre todos ellos, yo sigo
caminando.
Se me va la mañana. Doblo esquinas y retiro los escombros de la luna en algún zaguán
en proceso de derrumbe. Sevilla me ladra improperios y yo me arrojo a los subterráneos del
metro. ¿Los viste? Dicen que estará construido en dos años, pero yo me echo a llorar de golpe,
pensando que en Madrid sí recorrí aquellos túneles contigo. El metro de Sevilla no existe
todavía... pero yo es ahora cuando no dejo de pensar en ti (y el mundo me castiga privándome
de encontrarte en la línea exacta).

Las tiendas de zapatos, los kioscos, las farolas, los inexistentes túneles del metro y el olor a
napolitana de la calle de abajo. Cuanto más lo intento, más me derrumbo en esa certeza: todo
me recuerda a ti y lo peor de todo es que adoro que el mundo al completo se haya puesto de
acuerdo para hablarme siempre de lo mismo.

3.

De haberlo sabido, no habría salido a la calle. Si hubiera sabido lo cruel que habría de ser el
desenlace, me hubiera quedado en la cama. De todas formas, sé que algún que otro graciosillo
me dirá, si le confieso lo que hice, que era previsible todo lo que pasó y que, por tanto, toda la
responsabilidad es exclusivamente mía. Sin embargo, ahora que no nos oye nadie, he de
confesarte que llevé a cabo mi plan porque pensé que no me afectaría tanto. Sabía lo que iba a
suceder, sabía que no estaba bien, sabía que era más que seguro que los remordimientos me
llegaran a la postre, que la soledad posterior terminara por abroncarme... ¡pero estaba tan
convencido de que podría vencerlo, que nada consiguió detenerme!

Pero... ¡ya ves!, ¡al menos admito que me equivoqué! No superé el dolor ni la
vergüenza, y no sé cuánto tiempo tardaré en lograrlo. Al fin y al cabo, mi víctima solo era un
niño. Y, además, antes tuve que verlo jugar, reír, mirar al cielo esperanzado... ¡con tanta vida!
¿Cómo no sentirme mal tras lo que hice si era tan gracioso? Quizá, si hubiera atacado a un
adulto, me hubiera costado menos trabajo llegar hasta el final. Tal vez, sin tanta luz...

¡Ya no puedo esperar más! ¡Lo confieso todo! ¡Fui yo! Jamás podré olvidar que era ya
de noche cuando lo vi. Sentí que había llegado el momento y también que no era capaz de
aguantarme más. Supe que aquel era el instante, que aquel era el niño, que no se me resistiría
porque no parecía demasiado hábil, porque era pequeño y porque tengo bastante más fuerza
física. ¡No debía costarme agarrarlo! De todas formas, pienses lo que pienses, no cambiaré de
opinión: ¡lo hice por ti y aunque haya sido terrible, sé que volvería a hacerlo! ¿Quieres
escuchar cómo lo hice? ¿Consientes pasar a ser cómplice? Si es así, sigue leyendo y estaremos
juntos en esto.

Finalmente, escuché un golpe, lo vi caer al suelo y entonces... ¡zas! ¡Fue tan sencillo
como quitarle un caramelo a un niño!
De haberlo sabido, no habría salido a la calle. Hoy los Magos de Oriente cruzaron
Sevilla. A decir verdad, todo era previsible y por tanto toda la responsabilidad es mía, pero
¿qué elección me quedaba?, ¿cómo iba a saber que te echaría tanto de menos? Ya lo sé: ¡estos
son los gajes de amar a alguien que está lejos! Al fin y al cabo, toda mi infancia la pasé
recogiendo caramelos frente al Cortejo y era inevitable que fuera a morirme de ganas de
compartirlo contigo, si iba a verlo estando yo solo. Toda mi infancia se resume contemplando
esas luchas por el suelo para obtener golosinas. ¿Viste? ¡Me siento tan culpable y tan
nostálgico...! ¡Pero volvería a hacerlo! Al fin y al cabo, hoy quería entregarte esta carta de
amor y también un caramelo de menta. Tal vez, si lo comes mientras piensas en mí, si sonríes
imaginando cómo lo conseguí, tal vez llegues a sentirme tan cerca como si realmente hubieras
tomado mi mano mientras veíamos los Reyes en la calle Tetuán.

4.

Hace mucho frío y tengo las manos heladas. Es complicado escribir así, porque me duelen los
dedos al pulsar las teclas. Sin embargo, hace ya algún tiempo aprendí que es mucho peor no
percibir nada que sentir dolor. Aprendí que el dolor ayuda a crecer, que solo aquello que
cuesta trabajo nos vale la pena.

De niño se metían conmigo porque estaba gordo y porque jamás salía los fines de
semana a beber ni a bailar. Pasaba las madrugadas enteras escribiendo y leía libros extraños,
hasta que amanecía. La gente, mis compañeros, me miraban con altivez y me llamaban "raro"
por hacer todo eso. Afortunadamente, tanto lo hicieron, tanto me llamaron "raro", que en una
ocasión me dio por buscar en el diccionario el significado real de aquel (aparente) insulto,
llevándome con ello la mejor sorpresa de toda mi vida. Ser raro significa ser 'extraño, tener
gran valor' (consulta el DRAE si no te lo crees y verás que las cuatro primeras acepciones
provocan ganas de sonreír). Y yo, que siempre he tratado de mantener vigentes los halagos
que recibo, desde aquel día, me he esforzado de forma continuada por ser tan raro como me
sea posible.

A diario tú y yo luchamos por no mirar la misma luna que otros sueñan. Cuando esté
de moda mirar al sol, porque haya un eclipse en el cielo, para llevar la contraria a todo el
mundo, a ti y a mí nos dará por mirar la luna. Cuando lo popular sea salir de los coches para
ver la luna, nosotros miraremos juntos hacia los coches, contemplaremos las lunas de estos,
sonriendo juntos por ver los asientos, por imaginar sobre ellos un millón de viajes y de besos
apasionados.

¿Viste? ¡Me encanta que seamos tan raros! ¡Me encanta serlo, vivirlo y sobrevivirlo
contigo! Adoro cada imperfección tuya, cada cambio de humor, cada sorpresa y cada gota de
agua que nos recorre el cuerpo cuando estamos juntos (porque todas son distintas, como los
días que nos vendrán, como las ilusiones que ya poseemos).
Si te quedas a mi lado, cada día será un gran lago de estaño. ¡No quiero hablar, quiero
besarte! Millones de personas se besan en este instante, pero yo creo que tú y yo sí sabremos
hacerlo de forma diferente. Si somos tan raros como la gente dice, seguro que encontraremos
algún modo nuevo, alguna forma rara, (escasa, de gran valor) de rozar nuestros labios entre sí
y de sentirnos totalmente felices por ello.

¿Aceptas el reto?

5.

Llevo todo el día dándole vueltas a lo mucho que me apetece escribirte para decirte que te
quiero y que te echo de menos. El problema es que me he propuesto encontrar palabras
nuevas y escribir la carta más original de todos los tiempos y, por eso, desde que sentí esa
necesidad, recorro la casa arrugando papeles sin encontrar ninguna frase bonita que no esté
ya "cogida".

Es que verás, me apetecía decirte que sin ti "la noche está estrellada, y tiritan, azules,
los astros a lo lejos", pero me temo que se me ha adelantado Neruda... ¡y por eso tuve que
romper la primera hoja! Tomé otra después y me di cuenta de que no estar a tu lado es como
si "le arrancaran a los días azules el gozo de amar". No obstante, eso tampoco puedo decírtelo
porque esa frase ya la usó Dámaso Alonso y por tanto tampoco me sirve para lo que yo quiero
(¡otra hoja de papel que se va al suelo!). De todas formas, como soy muy perseverante, he
tomado otro folio para entregarte con él "colinas plateadas, grises alcores, cárdenas roquedas"
(¡pero como eso ya lo ofreció Antonio Machado, y por tanto no sería original, me he enfadado
mucho y he arrugado otra hoja! Eso sí, lo peor de todo es que tras intentar pensar durante
otro buen rato, me he dado cuenta de que tampoco está a mi disposición "la luz, la vida, el
mar", porque todos ellos le pertenecen a Pedro Salinas).

¡Y así he seguido arrugando más y más cuartillas! Desde mi Andalucía el Sur se vería sin
ti como "un desierto que llora mientras canta", si no fuera porque eso ya se lo dijo Cernuda a
algún amante, en esta misma tierra. Y tampoco puedo contarte que por aquí "el sol, capitán
redondo, lleva un chaleco de raso" (porque Lorca se dio cuenta antes que yo... ¡y me pisó el
comentario!).

Si no me decido pronto, voy a nadar entre hojas de papel arrugadas, y para más
deshonra me toca mientras "ser y no saber nada y ser sin rumbo cierto" (Rubén Darío)... ¡y
más folios siguen cayendo al suelo de mi habitación mientras yo te busco "en los ecos del
órgano, o en el rumor del viento" (Rosalía de Castro), mientras rompen las olas gigantes en las
playas desiertas y remotas (Bécquer), mientras les pido que me lleven con ellas, por no
tenerte!
Ya ves... aún ahora, en mi habitación sigo. "Pasaban, sueños pálidos, antojos de la
ilusión" (Zorrilla) y yo me doy cuenta de que todo lo bello ha sido dicho ya. Supongo que por
eso simplemente deseo que "gocemos de la cristalina esfera" (Espronceda) sin necesidad de
buscar más palabras porque "sobre tus aras mis ofrendas pongo" (Cadalso) porque "en mi vida
me he visto en tal aprieto" (Lope) y "se adormecen al son del llanto mío" (Quevedo) "en tierra,
en humo, en polvo, en sombra, en nada" (Góngora) cada porción de este día para "verme
morir entre memorias tristes".

¡He roto todos mis folios y no he conseguido escribir la carta original que te mereces!
El mundo no necesita otra carta de amor porque ya demasiada gente ha dicho cosas bonitas.
No obstante, como "no es cordura querer curar la pasión" (Cervantes) aún así, aunque el
mundo no lo necesite, quería mandarte este pequeño boceto, estas hojas desperdigadas por el
suelo de mi cuarto, porque yo sí necesito escribir una carta de amor para ti, y sobre todo
porque "volvería a nacer para amarte para siempre".

6.

Querida Aida:

Cuando recorro los senderos que hemos encarado juntos, busco siluetas en la noche, migas de
pan quebrando la baranda o algún rescoldo de ti que me siga humedeciendo los labios por más
tiempo. Se deslizan un millar de luceros silvestres a mi vera, mientras juego a recortar violetas,
abedules, acequias y sortijas. Entre tú y mi mundo existe siempre una distancia tan pequeña
que sin ti todo cae como cenizas en la brisa. Miro, contemplo y desordeno los rincones que
anduviste a mi lado. Creo verte porque estás, aunque no estés. Creo sentirte porque bajo tu
pecho mi voz, a pesar del frío, saltará a la comba durante toda la noche.

Pero, a veces, las huellas de tus pies sí las encuentro quebradas por el peso de tanta
vigilia. A veces se me olvida dar muerte a la pena, se me olvida quererte en dosis adecuadas y
fenecer de pie y sin pegar gritos. Es entonces cuando me dejo morir entre tus brazos porque
estás lejos, porque no evito parir mil lagunas de llanto, de pura rabia, de soslayo... por no
poder contar esta noche estrellas en tu vientre.

Ocurre a veces que olvido las alas, y se me nubla el paso. Acá, junto a mis manos,
persiste la siembra que tus mejillas hendieron. Agonizan susurros turbios, mi paz rojiza sin
lamentos, meandros, cantos de alacrán y guirnaldas de plata. Ya ves: en ocasiones se me va
mudando poco a poco la espera y torna en grito, en pura sordidez, en calima de estrellas (¡ni
siquiera tenerte calma mi sed!).

Te quiero. Te quiero a secas y en silencio. Confuso, aletargado, al albor de reseñas


tibias, me adormezco en ti. En un par de minutos quedaré dormido, pero permanezco antes
sobre el teclado todavía. Eso sí, me voy quedando ya medio dormido y por tanto he dejado de
saber si escribo, si sueño, si estas letras son reales, difusas o banales. Mis párpados acechan ya
su cierre y yo a penas logro seguir pulsando las teclas. Ácimo, heráldico y frondoso: poco a
poco me suenan a lo mismo porque me quedo dormido. Soy feliz porque en breve estarás a mi
lado. Tengo sueño, se me cierran los ojos... y por tanto te veré pronto.

7.

Estaba pensando que mientras lees esto, mientras recibes mis palabras, mientras lees estos
discordantes rubros que caen sobre el papel, en el parque seguirán creciendo los árboles, la
luna correteará al otro lado de la Tierra y los mendigos habitarán cajeros mientras se firman
contratos abusivos, se contaminan los mares con residuos peligrosos, muere un niño de
hambre cada tres segundos y prosiguen medio centenar de guerras.

Las deudas externas siguen creciendo y las madres de Mayo redactan nuevas
pancartas para el jueves. América arde por culpa de dictadores desalmados (y no desarmados),
de gente ruin que determina la esclavitud de sus pueblos, buscando más dinero para ciertas
petroleras. Crecerá el desierto, se gestarán nuevos tornados y tifones brotarán por culpa de la
polución, del cambio climático, mientras en algún otro poblado muchos niños andarán, entre
minas, decenas de millas para extraer agua de algún pozo sucio, ajenos a cuanto acontece en
Internet, a la prostitución infantil y a los abusos cometidos contra la infancia por lograr un
quince por ciento más de beneficios y para obtener una producción mayor de muñecas que
haga más felices a los niños (juguetes hechos por niños y para niños).

Mientras lees estas líneas, arderá una parte importante de Australia, y el mayor
productor mundial de juguetes, que es una empresa de restaurantes, seguirá talando árboles,
aumentando la obesidad de los que más dinero tienen, recibiendo odios de parte de
integristas que, paralelamente, discuten y reabren heridas en Oriente Medio, tratando de
ganarse una porción de tierra, enfrentándose al Talión, encarando un problema que hoy por
hoy no tiene solución alguna.

Mientras lees estas líneas, Marco seguirá buscando a su madre en los burdeles de
Portovelo y Heidi rezará en silencio para no contemplar cómo clonan a sus ovejas, cómo tratan
(en secreto) de crear una nueva especie que llore menos, que sea menos humana, que no
entorpezca la venta de armas, el tráfico de drogas, el trato de blancas y el maltrato de blancas
y de negras. Paralelamente muchos, mientras Mafalda padece anorexia, seguirán fomentando
el racismo y la inmigración ilegal.

Cada mañana tomo el periódico y encuentro mil motivos para perder la fe en el ser
humano. Sin embargo, cada mañana pienso en ti (también), en lo mucho que te quiero, en
volver a abrazarte... y es entonces cuando recuerdo, de pronto, que el verdadero motor del
mundo es el amor y no el dinero, que aquellos que obran por amor sí llegan a ser felices y que,
para arreglar todo lo demás, bastará con seguir luchando juntos.

8.

Tomamos la mochila y partimos. De aquel comienzo echo de menos besarte mientras


contemplamos juntos las hadas amorosas, que bajo la estatua de Peter Pan, en pleno corazón
de Hyde Park, se daban también un beso. Fue bonito recorrer contigo alguna calle próxima a la
Torre de James Joyce, mientras a nuestro lado una mujer de hojalata hacía la estatua y nos
lanzaba besos a cambio de monedas. Ya ves: si me das a elegir de entre todos los lugares del
mundo, ahora mismo elegiría volver a abrazarme a ti, como cuando antes lo hacíamos y a lo
lejos crepitaba el candoroso susurro de las ollas exprés, guisando al son del alentejo, esa
mezcla densa de fado, pollo y lágrima ocre.

Mientras escribíamos un millón de postales sobre fotos de Coyoacán o de la Plaza


Mayor de Lima, me puse a llorar recordando a los héroes de Rancas, pero tú me dirigiste un
"te quiero" que logró que se me pasara el berrinche. Más tarde, lloré por otro motivo bien
distinto: mis pies ardían al caminar descalzo sobre tierra santa. Lloré de puro odio y tú me
explicaste que aquella era una tierra de fuego y que por eso debía ponerme zapatos. No
obstante, y a pesar del susto inicial de ver mis pies en llamas, no nos detuvimos allí y gracias a
eso pudimos avistar tierra. Te abracé muy fuerte cuando logramos al fin llegar a nado hasta el
Puerto de Sydney. Me sentí muy feliz porque habíamos logrado emular a David Meca y a
Cristóbal Colón, en una misma travesía.

Admito que cuando llegué hasta allí tenía un poco de hambre, porque no es nada fácil
sortear los tiburones, ni las sirenas y mucho menos bordear las Azores. Por todo ello tú, que
eres muy buena, tomaste mi mano y me invitaste a un kebab en un puesto, de cuyo nombre
no sabría acordarme, que se encontraba en pleno corazón de Marrakech. De todas formas, y
dado que soy bastante quejica, protesté porque estaba muy amargo, y prometimos comparar
su sabor con algún otro del Barrio Judío de París. Puesto que aún nos quedaba algo de hambre,
y para certificar la comparación, nos pusimos en camino y descubrimos que allí también le
ponen a la carne ensalada amarga, pero que no usan los mismos ingredientes.

¡Pero ya se acabó! Hemos regresado a casa. Ahora estoy un poco cansado, pero me
alegro de haber recorrido contigo las Ramblas, para llegar hasta Perales del Río de un modo
solemne (previo paso, ¡claro está!, por Villaverde). ¿Ves? ¡Ya hemos llegado! ¡Ya se acabó!
Ahora estoy en tu portal contigo y me da por mirarte a los ojos (¡estás preciosa!) del mismo
modo en que llevo haciéndolo todo el día. Es ahora cuando me doy cuenta de la cantidad de
cosas que hemos hecho juntos en pocas horas y de que todavía el sol permanece sobre
nuestros hombros (¿nos dará tiempo de tomar un café en Gran Vía "antes del atardecer"?).
Hemos dado la vuelta al mundo para que este día juntos dure lo más posible y me siento muy
orgulloso de haber logrado el reto de Phileas Fogg. ¿Te habrá merecido a ti la pena tanto como
a mí?

Mañana tendré agujetas de haber nadado tanto. Sin embargo, por vivir contigo tantas
cosas, siento que estarán bien empleadas. Al fin y al cabo, a pesar del cansancio, sigo con
ganas de repetirlo mañana. Si quieres, lo decidimos ahora tomando café, mientras dejamos
morir el día (¡esta vez sí!) en los Jardines de Sabitini. (Allí te daré un último beso de buenas
noches y te confesaré cuantísimo te quiero).

9.

La luna estaba mediocre cuando me levanté. Asustado, descubrí que las sábanas estaban
empapadas en sudor. Dicho y hecho: a la postre resultó que he enfermado y que durante todo
el día habrían de acompañarme unas incómodas décimas de fiebre. Ya en la calle, y con el
abrigo con un nuevo agujero, me percaté de que me había dejado las llaves en casa. Sin
remisión, opté por no maldecir a nada ni a nadie y por tomar el autobús con tan mala suerte
de que mi abono estaba consumado. Además, por culpa de tal eventualidad y por tener que
acercarme al kiosco, terminé perdiendo el único vehículo capaz de llevarme a mi destino en los
plazos correctos.

Una chica arrojó, por accidente, un pesado bolsón sobre mi pie con tan mala suerte de
que al agacharse para recogerlo, impactó con su codo en mis costillas. Es lo de menos: cuando
el autobús paró en seco, me hice más daño al perder el equilibrio y aterrizar sin tino sobre la
acera. No obstante, la cojera no me afectó tanto como descubrir de pronto que las costuras
más íntimas de mi pantalón habían dado de sí por culpa del tropezón y que, por tanto y a
consecuencia de dicho accidente, una parte importante de mi ser quedaba desguarnecida
frente al frío de la calle y frente a las miradas lascivas de mis conciudadanos.

En el Instituto no di pie con bola en relación con mis elecciones dialécticas y para
colmo mis alumnos no dejaban de mirar el descosido existente en mi atuendo. Entre tanto, el
trabajo informático que tantas horas me llevó realizar se fue al traste a consecuencia de un
virus. Eso sí, para virus el que yo tenía dentro y que terminó por enrojecerme la nariz a medio
día. Ya con más fuerza, y llegada la tarde, el ataque de mi tos se llevó mi ánimo por delante e
hizo impracticable mi supervivencia sobre la faz de la Tierra.

Un yogur en mal estado colmó mis ansias gástricas y para colmo, cuando traté de sacar
de la cartera la factura para impugnar la venta, un aspirante a delincuente se apoderó de mis
emolumentos, privándome de cartera, de recuerdos y de una forma digna de regresar a casa
(¿quién me mandaría a mí comprar hoy una nueva tarjeta para el transporte público?).
Desilusionado, confuso y con bastante frío, tuve que pasear mi deleznable trasero magullado
por media ciudad. A la postre resultó ser una anécdota graciosa en comparación con la
desazón producida en mí por el cartel que me encontré sobre la puerta de mi casa al llegar a
esta: "no has perdido las llaves, las tenemos nosotros".

Seguramente mañana tendré un día bastante mejor que hoy. De todas formas, admito
que este que acaba ha sido plenamente satisfactorio dado que en plena crisis culinaria,
alrededor del medio día, tú me llamaste por teléfono y estuvimos hablando durante cinco
minutos. Ese breve lapso de tiempo fue suficiente para dar sentido a un buen puñado más de
semanas como esta. En fin, te escribo por eso, para darte las gracias por alumbrar mi vida, por
darle sentido, porque sé que tú no te hubieras reído de mí de haberme visto pasear en
calzoncillos por mitad de la calle.

10.

Hoy Mamá me ha llevado al Cole muy temprano. Hemos estado jugando con plastilina y
haciendo dibujos de fútbol. Después he comido tortilla da patatas y he bebido una coca-cola.
Yo quería beber otra también, pero Mamá no me ha dejado porque decía que me iba a poner
malo. Por la tarde volví al Cole y estuve coloreando con témpera una cartulina, para el
cumpleaños de la Seño. Me he puesto los dedos muy sucios y he tenido que lavarme las
manos.

Después del Cole he estado viendo la Tele. Los Reyes me han traído un coche de
bomberos. Después de ver La Banda del Sur he merendado. Hace frío y Mamá me ha obligado
a ponerme unos calcetines muy gordos, que son del Betis. Me he puesto muy contento porque
Tete ha venido y me ha traído gominolas. He comido gominolas y he hecho los deberes.

He estado haciendo multiplicaciones, pero me he equivocado muchas veces y me he


puesto triste porque se me da muy mal. He hecho muchos tachones y Mamá me ha dicho que
me va a quedar el cuaderno muy feo. Yo lo he borrado muy bien, pero la goma del lápiz era
muy mala y ha quedado un poco mal. Mañana la Seño me va a echar una bulla porque dice
que soy muy desordenado.

Ahora vamos a cenar. Después iré a la cama. Te escribo porque me han regalado un
cuaderno nuevo y quería estrenarlo ya. Hoy estabas muy guapa. La camiseta rosa era muy
chula. Creo que me gustas. ¿Quieres ser mi novia?

Mi Mamá me llama para que ponga el mantel y tengo que ir. Te mando un besito muy
fuerte. Mañana iré temprano al Cole. ¡Tengo muy mala letra! ¡Perdóname también por los
tachones!

11.
Hace frío y, sin embargo, siempre que me voy a la cama tengo una manta que me abriga. A
pesar de que muchos sangran y mueren, yo vivo tranquilo en un lugar hermoso. Ya ves: con
frecuencia a demasiados se les quiebra la voz y dejan de ser tenidos en cuenta, mientras a mí
se me escucha demasiado. Los hospitales están repletos, otros duermen en la calle... ¡y yo
jamás los visito! Al fin y al cabo, mientras las ambulancias crepitan, se precipitan y se deslizan
en torno a mi calma, yo miro la tele y me quejo del tedio.

Muchos sufren, pelean, escupen y odian sin motivo. Sin embargo, mi país es libre,
visitado y apreciado por gentes de todo el mundo. A pesar de lo cual, yo jamás lo valoro y
recorro las calles sin separar la vista del suelo. Por todo eso, y por muchas otras cosas, quería
darte las gracias hoy. Por todas esas, por aquellas que jamás descubriré que tengo (pero que
las disfruto cada día), por todo lo que paso por alto, por las cosas que considero pequeñas,
pero sin las cuales todo sería distinto.

Te doy las gracias por mi familia, por tener amigos y por tener adversarios, que me
ayudan a aprender a amar. Te doy las gracias por las tiendas de golosinas, por los albornoces
que huelen a suavizante y por las cadenetas que cuelgan de los soportales, durante los días de
fiestas. También por el pan de gambas de los restaurantes chinos y por la gran gama de colores
que posee el cielo, cuando está cayendo la noche.

Te escribo porque tengo demasiado, porque me amas y me haces amar. Te escribo


porque estoy feliz de tenerla a mi lado: porque llena mis días de luz y me hace valorar el resto
de cosas. Tú lo hiciste así: cuando tienes alguien especial a tu lado, las gracias por el olor a pan
recién hecho, por el sol y sus cuidados, han de ser dobles. ¡Dobles gracias te doy, por tanto,
por los peluches, las aceras, las guirnaldas y las rutas secundarias!

Entrego sobre este altar mi esfuerzo, las ojeras, el sudor de mis pesares y las fuerzas
que llevo encomendadas. ¡Te doy las gracias por darme tantas cosas por las que puedo dar
gracias y por darme tan pocos motivos para estar triste! Y sobre todo, de entre todas, esta
noche quería darte las gracias en especial por entregármela a ella. Prometo renovar el calor de
mi alegría con cada amanecer y jamás enterrar los frutos, sino las semillas. Prometo llorar y
reír a partes iguales, porque estoy agradecido de estar vivo, por todos los dones que me has
reportado, por los días tristes que están por venir y que suponen un reto. Te doy, Padre, en
suma, las gracias por las sonrisas de los niños, por los aguaceros, las estrellas fugaces y los
armadillos. Gracias por darme palabras, miradas y estrellas fugaces. ¡Amén!

12.

Gentil doncella:

Le escribo esta breve misiva para poner en conocimiento de vuestra merced los sentimientos
que en mí produce su contemplación. Acostumbro, pues en gracia deseo conservar mi alma, a
acudir a los oficios y fiestas de guardar que en el pueblo son llevados a cabo en actitud pía y
siempre venturosa. Durante el tránsito hasta la Capilla, que realizo cabalmente todos los
domingos, la he observado en innumerables ocasiones, acompañada de sus padres y del resto
de sus familiares y amigos más allegados. Sepa su hermosura que he estado tentado muchas
veces de emprender una conversación con vuestra merced para ponerla al tanto de cuanto me
lleva a sentir. Sin embargo, y dado que su condición despierta en mí mis mayores respetos, he
creído oportuno no transgredir el trasiego mesurado de los acontecimientos, pues no quería
importunarla.

Sepa vuestra merced que cada mañana la recuerdo y sonrío en memoria de sus
blancas manos, sus nacarados dientes, su graciosa dulzura y de la candidez que trasluce el
vaporoso vestido blanco con el que tantos domingos he tenido la enorme gracia de
contemplarla. Como quiera Dios que sus mejillas producen en mí desvelos que nunca antes
había sentido, he creído conveniente hacérselo saber, aun a riesgo de importunarla con estas
torpes palabras.

Comprenda que ansío llegar algún día a ser su más fiel servidor y amoroso vasallo, para
rendirle un tributo justo, el que merece a cambio del primoroso regalo que recibo de usted
cada vez que la contemplo. A pesar de lo cual, comprendo que mi anuncio la sorprenda por lo
precipitado del modo y, sobre todo, por lo desaliñado del tenor. No obstante, confío sepa
perdonarme, dado que no he logrado retener por más tiempo cuanto ansiaba hacerle saber.

Reciba las más sinceras bendiciones de alguien que la estima y la tiene en gran
consideración.

Don Fernando

13.

Esta mañana me levanté con ganas de escribirte una carta. Salí de debajo del edredón, me
acerqué hasta uno de los cajones pequeños de la salita y tomé un gran cargamento de ellas
para llevar a cabo mi deseo. Ya ves: llevaban demasiado tiempo sin ser usadas y el desorden se
había apoderado de todo su hábitat. Recordé de golpe viejas timbas caseras con garbanzos y
lentejas de por medio. Recordé mi infancia en patios cálidos y ventiladores viejos. Recordé un
millón de manos y de hazañas... y sentí que, a pesar de todo, quería escribirte una carta.

Finalmente, tomé el taco y lo abrí al azar. ¡El siete de oros! Supuse que había sido solo
una animosa broma por cuenta del destino para recordarme que estoy sin un duro. Sin
embargo, no me importó en absoluto: gustosamente te escribiría esa carta porque quiero
compartirlo contigo todo, porque me recuerda a las arras que algún día pondremos en común.
No obstante, quise volver a intentarlo, pero el resultado, aunque fue totalmente diferente
(tanto que me llevó a pensar que el cajón estaba más desordenado de lo que yo pensaba), no
fue más satisfactorio. Entre mis dedos tenía el "cuatro de diamantes" y pensé en la película, en
llevarte el desayuno a la cama y en regalarte diamantes de vez en cuando, aunque para ello
tenga que hipotecar hasta la caseta del perro. ¿Por qué me salen tantas cosas materiales si lo
que yo quiero escribirte en la carta no tiene nada que ver con eso?

Al azar volví a realizar otro corte para obtener una carta del palo de espadas, luego
otra de bastos... ¡y me enfadé mucho porque yo ya no sabía cómo apañármelas para que me
saliera "al azar" alguna que fuera de corazones! Finalmente, y tras pensar que una carta de
bastos no está tan mal porque representa todos los esfuerzos que quiero entregarte, agarré la
baraja (o conjunto de barajas) y me puse cuidadosamente a ver, uno por uno, sus integrantes.
Sin embargo, ¡ninguna carta de corazones habitaba allí!

Cuando ya iba a desistir, pensé en Tamariz, porque era uno de mis grandes ídolos en la
infancia. Acto seguido, dije las primeras palabras mágicas que se me vinieron a la mente
("Aida, te quiero") y descubrí que en el bolsillo de la camisa, ese mismo que está a la altura del
corazón, había estado durante todo ese tiempo el as de corazones. Muy contento por el
milagro, mientras tocaba un violín imaginario, así un rotulador permanente y me aventuré (al
fin) a escribirte sobre la carta: "buenos días princesa, haré magia, poemas y hasta la
declaración de la renta, tan solo para hacerte sonreír".

14.

Pienso en ellas, pero me ponen triste. Allá, tan distantes las unas de las otras, mirándonos
desde lo alto, se rezan letargos. ¿Tú crees que está bien visto en el mundo de los astros eso de
dejar la órbita adecuada durante un rato y dar un beso o un abrazo a alguna compañera? Ya
ves: el universo es una enorme y gigantesca partida de sudoku donde nadie hace lo que debe y
donde, paradójicamente, aquellas que siempre son puestas como modelo de lo que es devenir
con singular pasión, son precisamente las que más complicado lo tienen para salirse del
esquema.

Y yo te miro, te abrazo, recorro tus manos con las yemas de mis dedos y busco en lo
más hondo de mí un verdadero buen motivo para no besar todo tu cuerpo, para no latir con
toda mi pasión junto a tu pecho. Al fin y al cabo, las estrellas nos miran, nos sonríen desde lo
alto... y sienten envidia porque en su mundo, lejos de estar apalabrado, la cercanía es un bien
escaso que requiere excesiva mediación.

Late un verdadero espíritu común que recorre las palomas del parque ("que ya no hablan
conmigo"), las azucenas del pueblo, la tul rosa de cualquier heroína de la Casa de Campo.
Sobre todos ellos, cariacontecidas por tenerse lejos, las estrellas trazan a ritmo de compás y
estraza un millón de delirios, que juegan al ajedrez con nuestras musas, con las pupilas de
águila que del tute aprenden a tutear los aleteos de mis manos, aquellos que me permiten
llegar desde tus pies hasta la frágil quietud de tus caderas.

Las estrellas nos miran. Sucederá acá, bajo la más grande de todas. Por todo ello, no olvides las
ganas que tengo de hacerte el amor por vez primera... y seguro que así, si lo imaginas, te será
más fácil sentirlo nuestro ya desde ahora. Tarde lo que tarde en acaecer, sí sé que entonces,
para aquel entonces, el cielo ya habrá sido capaz de inventar un tamiz distinto, realmente
inusual, imprevisible para el seso y sensible solo para el corazón ("solo lo esencial es invisible a
los ojos"), seguro que entonces, y solo durante un instante llamado a pertenecernos para
siempre, las estrellas tendrán licencia para sentirse cerca las unas de las otras. ¡Suéñalo
conmigo...!

15.

Los billetes de autobús acaban siempre por formar pequeñas pelotitas de papel que se
almacenan sobre el suelo de la guagua. A decir verdad, y como nota conflictiva, me gusta ver
cómo contrasta su color con el tenue brillo del botón que sirve para seleccionar la parada.
Anido mis manos en las tuyas y me planteo si eso será también arte, al igual que lo es el tejido
beige que recubre las botas de la ejecutiva que viste de rosa. En ellas, en las botas, una
enorme maraña de flecos se entrecruzan tejiendo un alud incandescente de crisantemos de
fibra.

Allá afuera, más allá del cristal, mientras cae la lluvia y el vaho tira pellizcos sobre mis
manos, contemplo los grafitis secos que alguien sembró anoche. En uno un bebé fuma un
enorme cigarrillo de hojas puntiagudas, pero poco a poco. Acolchado entre las aristas de la
cesta, otro neonato se adormece dentro de un carro de la compra frente a un monopatín de
aluminio. A decir verdad, mi vista cambia rauda de destino y paso luego a tratar de decidir si
me parecen más hermosos los pantalones remangados que lleva aquel empresario o los
faldones empapados de la niña del uniforme de cuadros. A ella alguien le echará una bronca
cuando llegue a casa, pero me resulta estimulante el barniz que el barro le confiere a su tela,
por mediación de los charcos que se generan en la acera.

En esa joyería de la Plaza Grande, una chica toma ideas para hacerse un tatuaje,
mientras otro conductor de autobús saluda al nuestro, con cuatro dedos extendidos. Mientras
tanto, y a su lado, un albañil reinventa un piropo, pero no llegará jamás a pronunciarlo porque
no lo halla suficientemente bueno esta vez, porque acaba de encontrar a la mujer de su vida.
Escupe en la acera después, porque le molesta ver cómo dos jóvenes se dan un beso y yo me
muestro conforme ante su aplomo, porque parece haber aceptado la derrota con bastante
deportividad. Él la mira, le dice que la quiere desde siempre, y yo me planteo por qué "el amor
es (siempre) para siempre mientras dura". Entre tanto, acepto que mentí tantísimas veces
antes de llegar a conocerte.
Pulso el botón y una pequeña luz se ilumina. El recuadro no queda encendido por
completo y me permito preguntarme si sería más lindo si todo funcionara correctamente o si
le da cierta personalidad añadida a nuestro vehículo que uno de sus pilotos del rótulo se
encuentre afónico. En ocasiones, lo imperfecto posee mucha más fuerza y así lo corroboran los
nudos de corbata a medio apretar, las faltas de ortografía, las pequeñas excepciones y aquel
tronco de un árbol donde alguien se permitió escribir dentro de un corazón un nombre de
chico y dos de chicas.

Tantas cosas continúan pasando mientras tomo la mano... pero el autobús se detiene.
A mi lado tú permaneces ojeando una revista, y descubro que en estos cinco minutos que llevo
sin mirarte aún te has puesto más guapa. Me pregunto por qué soy capaz siempre de pensar
en tantas cosas en tan solo una parada y por qué, en el fondo y aunque te suene a excusa,
siempre termino por dar con tu mano y por sentir que ese inmenso universo inagotable te
pertenece, pues sin duda y sin ti, nada de eso tendría sentido.

El autobús se para y nosotros descendemos a la calle. En Sevilla hace frío, pero no me


importa esta vez, porque tú estás a mi lado.

16.

Das por supuesto que siempre encuentro una palabra nueva, que no me cuesta trabajo labrar
un uso distinto, único, que exprese de forma precisa lo que necesito comunicar, los motivos
que encuentro para echarme a bajo las rodillas o para domeñar el miedo a llorar en público.
Sin embargo, con demasiada frecuencia, se me olvida que la búsqueda de la palabra exacta
sirve para algo. Al fin y al cabo, ¿de qué me sirve hallar la forma exacta de decir las cosas, si no
te tengo? En tiempos creía que eso ayudaba, que te hace sentir mejor, que relaja el alma y te
libera de tanta pena. Ya he crecido. Perdí la calma. Ahora sé que te quiero, que te echo de
menos... ¡y que no te echaré menos de menos por redactar una carta bonita!

Tomaste el autobús y regresaste a tu tierra. Me da por pensar en Doña Inés, en lo


grande y puro que puede llegar a ser el amor y en cómo este logra que la vida de los demás sea
más bella. Sin embargo, y aunque no me faltan argumentos para retener la calma un instante
más, acabo de caer en la cuenta de que la existencia de motivos alegres ya no me sirve. Antes
pensaba que teniendo un buen argumento, que encontrando una buena excusa, todo era más
fácil. Sin embargo, ahora que he crecido, descubro que el dolor de no tenerte no lo mitiga la
certeza de que volverás pronto.

Ya no me sirve encontrar la palabra. Ya no me sirve encontrar excusas. Ni siquiera me


sirve mirar cómo en la pared de mi habitación una foto nuestra, de ayer, me recuerda que
estuvimos juntos. No me vale gritar. De nada sirve llorar. Vagar es tontería. Estudiar es
imposible. ¡La sed de ti, solo la calmas tú, pues solo tú me sirves, pues solo a ti necesito! De
nada sirve el agua, la tierra, contar estrellas o echar al aire cometas. Te extraño y eso se
mantendrá igual, hasta que encuentres de nuevo el camino de regreso. Te echaré igual de
menos, hasta que vuelva a besarte, pues eres la única cura que tiene para mí la nostalgia.

17.

Pienso en Sevilla. Acá la nieve nunca visita nuestras calles. La primera vez que vi caer los copos
fue en Granada. El Albayzin nevado es un anaquel de luciérnagas en almíbar, pero a mí me
hace llorar. Allá, entre los risco de Sierra Nevada, cerca del Mulacén y de la carretera de más
altitud de Europa, que sube hasta el Veleta, existe un pueblo cuyo origen siempre me ha
fascinado: debe su nombre al día en el que el gran Boabdil perdió los papeles por el mismo
motivo por el que yo los perderé esta noche.

"Y llora como una mujer lo que no supiste defender como un hombre", le dijo su
madre. El municipio se llama "Íllora", desde entonces, y el día que escuché la leyenda, por
primera vez, también lloré en honor al sabio Boabdil. En común tenemos que ambos amamos
demasiado Granada. Él se fue para no luchar sobre ella (y para no destruirla, por tanto) y yo
lucho por ella, me destruya o no. Al fin y al cabo, las cosas que nos importan demasiado
tienden a hacernos daño y hay que optar por dejarlas atrás o por dejarlas adelante, pero es
preciso reconocer que no es posible ignorarlas.

Lloro con él. Yo también lloro. Justo ahora. Como te dije, tenemos demasiado en
común. Él lloró por dejarla atrás. Yo lloro por tenerla delante, todavía. Él lloro porque ya no
volvería a Granada y yo lloro porque no estoy en ella aún. En realidad, lo comprendo: acepto
mi destino y tomo con calma mis pasos. Sin embargo, y a pesar de que mi madre no me
reprocha mi actitud, cuando me da por pensar en ti, pierdo los papeles por todo aquello que
todavía no hemos vivido.

Echo de menos nuestro futuro. Echo de menos cruzar de tu mano la Puerta de la


Justicia o adueñarme de tu cintura en pleno corazón de Las Batallas. Allá será. Hoy no es
mañana todavía, pero sé que llegará pronto... No obstante, y hasta entonces, prometo soñarlo
contigo en cada madrugada. Seguro que logro sentir, al menos, la nieve en nuestras manos, si
aprieto fuerte el recuerdo, antes de quedarme dormido. Seguro que así, y después de toda una
infancia deseándolo, mi cama amanecerá recubierta de nieve.

18.

"De primero tienen consomé con tropezones y caldo al Jerez (vino de la tierra, que aporta al
plato un fantástico aroma), revueltos de espárrago, puntillitas, chocos fritos y ortoguillas, que
son un tipo de marisco propio del pueblo. También hay croquetas, berzas y ensalada.

Escoger el segundo plato es más complicado: hay pescado y hay carne (¿qué te apetece
tomar hoy?). Dentro de los platos de pescado destacan el pez espada, el filete de rape, las
brochetas de mero y el lenguado al ajillo. Existe también un gran surtido de carnes. Hay filete
de cerdo y de ternera, presa ibérica y chuletas de cordero. Destaca de entre todos el solomillo a
la pimienta, que es el plato estrella de la Peña, y otro al que llama Completo y que hace honor
a su nombre puesto que lleva carne, huevos fritos, patatas y tomate natural cortado en
rodajas.

Los postres son también deliciosos. Puedes pedirte una porción estándar de tarta
helada, nata con nueces (está muy bueno, pero te advierto de que casi todas las nueces están
en la parte de arriba y que la segunda mitad del postre se hace un poco aburrida), flan de la
casa, la Copa Betis, que tiene bolas de helado verdes y blancas, y también una cajita con
bombones helados (son diez en total, pero si falta alguno, cuando te la sirvan, no te asustes: el
camarero también tiene que comer)."

¡Vale, que sí, que lo entiendo! Sé que mucha gente no pensará que esta es una carta de
amor... ¡pero si piensan eso es porque no nos vieron darnos la mano por debajo del mantel,
mientras comíamos! Es una carta de amor, porque la compartí contigo. Es una carta de amor
porque comimos juntos, y porque nos queremos.

19.

Nací, me pegaron un cachete en el culo para que llorara (como si fuera necesario hacer algo
para conseguirlo) y el médico cortó el cordón. Desde entonces, y hasta el día en que te conocí,
no hice nada realmente interesante. Estudié en un Colegio que estaba en la acera de enfrente
de mi calle, pasé los veranos en la playa y di algún que otro beso a personas equivocadas.
¿Viste? Hasta que te conocí, no pasó nada importante. Jugué al ajedrez un montón de partidas
y gané alguna que otra. Escribí poemas, vi películas de dibujitos animados en el cine, aprendí a
nadar, a andar y a competir al parchís, con más pena que gloria.

Un buen día, todo eso cambió. Al igual que con esa primera torta en el culo, me
adentré en el mundo, con un gesto tuyo, saludándome con la mano: te tuve delante y me
dijiste "hola", trayéndome de golpe hasta un nuevo horizonte. Aquel día lo cambió todo
porque tenía al fin lo que tanto tiempo pasé buscando. Dejé de hacer cosas sin sustancia, dejé
de fundir las estrellas al apagar la luz del cuarto y mi vida por fin se pobló de cenas exentas de
sed, pues los viajes ahora son odiseas y cada mensaje en mi móvil se ha convertido en un
pequeño gran poema épico. Por vez primera puedo admitir y afirmar con todas mis fuerzas
que estoy vivo.

Nací, me pegaron un cachete en el culo para que llorara... y pensé en ti. Pensé en
encontrarte algún día, pensé en que no te tenía todavía, y me eché a llorar. Pensé en aquel
"hola" que algún día me dirías y en cómo me daría por llorar cuando te encontrara, a partir de
entonces, por ser feliz y no por la torta. Siento que entonces lloré por el mismo motivo por el
que lloro ahora, porque te tenía cerca, porque te echaba de menos. Ya ves: tú naciste antes, tú
me fuiste preparando el mundo hasta que yo llegué. Lo pusiste bonito para hacerme sonreír,
para que recorriera las escaleras de casa y fuera al Cole, con ilusión, con entusiasmo. Al fin y al
cabo, tú eres mi mundo y solo era cuestión de tiempo que llegara a encontrarte. ¡Gracias por
adelantarte a mí, pues gracias a eso lograste alumbrar cada mañana, desde el principio de los
tiempos!

Gracias por darme voz y luz. Gracias por nacer y por hacerme nacer. Gracias por ser mi
primer motivo para llorar y también mi primera sonrisa. Gracias por hacerme desear nacer de
nuevo, para amarte desde siempre. Aún ahora. Sobre todo, ahora. Te quiero...

20.

Voy surcando los mares, sobre este pequeño barquito de papel. Me agarro bien fuerte a la vela
y pienso en ti, en volver a verte, en encontrarte tumbada sobre aquella cama. Al fin y al cabo,
allá donde estás, en aquella habitación, tu vestido de lentejuelas, tu mirada tierna de niña, tu
forma de besarme y de tomar mis manos me lleva a recorrer medio mundo por ti; me
recuerdan las ganas que tengo de volver a verte, de tenerte a mi lado, de bailar contigo o
simplemente de verte bailar, querida bailarina.

Pienso en ti y mi cuerpo parece querer arder y prenderse al tuyo. Cuando te siento


lejos aún son más fuertes las ganas de unirme para siempre contigo, de lograr que nada ni
nadie logre separarnos, de tenerte tan tan cerca, que ni siquiera el viento rompa nuestro
abrazo, ni siquiera ese viento que ahora mismo determina el rumbo de mi barco, ese viento
que parece querer apartarme de ti...

Hay peces grandes que amenazan con comerme. En ocasiones creo ver alcantarillas
que me piden que me acerque a ellas... y en esos momentos siento mucho miedo y es cuando
más necesito recordarte, cuando con más fuerza necesito tu recuerdo, cuando me es más útil
pensar en tus piruetas junto a mí, en tu vestido de bailarina, en tus labios suaves o en los mil y
un motivos que he encontrado para ir a la guerra para obtener una tierra libre donde poder
criar a nuestros hijos.

En esos momentos en los que tantas cosas me asustan me da por pensar que si algo
malo me ocurriese, sin duda mi corazón siempre estaría contigo, pues nunca jamás nadie
podrá separarlo de tus lentejuelas. Al fin y al cabo, hay cosas más poderosas que las
alcantarillas, que los pescados, que la lumbre que hace morir a los troncos de la chimenea, allá
en la casa.
Volveré junto a ti, lo prometo. Mientras tanto, tomo esta nota y la arrojo al mar en una
pequeña botella. Ojalá te llegue. Ojalá sientas que estoy bien, que no te olvido, que te
encontraré pronto. Necesito que tú también me recuerdes, que estés bien, que me eches de
menos, pero sobre todo, necesito que tú también sepas que voy a encontrarte... ¡porque te
amo!

21.

Debo un buen puñado de odas a la oscuridad porque me ampara, porque me entrega su


compañía en noches como esta. Acá, junto al despertador, una pequeña parte de mí se
adormece y se concede, mientras, en el alero carmesí de las contemplaciones vaporosas, el
inmenso fruto de los sortilegios letárgicos, de los sentidos crispados, de las manecillas que
tiran pellizcos a los quebrantos de otros días.

Debo un buen puñado de hadas a la oscuridad por complacer mi deseos, por


concentrar mis desaires, por darme a luz milhojas de arena, hacinadas en cuencos de lluvia
hacia donde es más fácil encontrarte, besarte, partir en varios centenares de luciérnagas
eternos ramos de tul. Ya ves: debo un buen puñado de flores a la oscuridad a cambio del gran
regalo que me concede esta noche. Si se funden las débiles cenefas que enhebré con mis
manos propias sobre tus cabellos, a base de caricias, al menos la oscuridad a buen seguro
volverá a traerte a mi lado.

La oscuridad te trae y te atrapa a mi vera y por eso le debo un buen puñado de soles,
de estrellas, de olas y de odas. La oscuridad te atrapa en mí y yo sonrío, porque te extraño,
porque sin ti mis regazos son dunas blancas, cadenas sin fantasmas, armónicas roncas de
granito surco y miserable tino. Empero la noche lo troca todo: te abajo a mí, te sueño conmigo
y renace al completo un miserere galáctico que deviene ajeno a cualquier jerarquía.

Le debo un buen puñado de rezos a la falta de luz. Le debo mi oración a la oscuridad y


a las noches. Le debo a Dios mi último gran secreto: la jarana es vida si caen las sombras sobre
los pastos agrestes; acá (entre mis manos y bajo el edredón), se hace de día si te aclaro, pues
vuelvo a sentir tus besos... y eso me quema.

22.

Retrato tu mirada, entrada en la nostalgia de veranos perdidos. Acá, junto al salón, dormito la
mano encallada, ensamblada en callos, druida del surco, ángel del tretis que se encaja entre
cuadros y tules, entre carbón y frambuesa, adargo cálido en voz rendida. ¿Rendido a qué?
Rendida a cuenta del prurito algodón, arrebol de legumbres al anís que en las cañas de Siena
jugaban al tiovivo.
¡Aida, te quiero! Y retrato tu mirada, entrada la noche. Y descubro que te quiero
mientras me duele ya la mano de tanto soportar mi cabeza con vistas a la tuya: dirigió por
exceso mi mirada para contemplar la tuya. Me duele la mano de tratar con voz confusa y letra
clara de reflejar cómo ausente e infinita es tu mirada de paz, que habita en tantos
resplandores, la que puebla mi existencia. Allá, tú lo sabes bien, se encallan las manos en mi
amanecer; mi escarcha se hace mil jirones.

¡Y yo te quiero! Por eso trazo en el lienzo tu mirada... Repaso confuso el cómputo total
de estaciones disociadas: camino atrás y adelante, con la pasión desguarnecida, descorchada
mi voz, próspera cal que acalla la tísica tormenta que se arremolina en mis manos. Así te
aguardo: sobre mi tez perdida. Mientras, te contemplo contemplar. Mientras, te miro mirar.
Mientras te quiero querer... y lo consigo.

Pasa el tiempo y envejezco. Acá la niebla cubre de improviso la llama. La dársena rosa
de los decrépitos mistrales se va descalza a conversar con la aurora. Se apabulla mi bula gris,
mientras florezco. Detúvose mi tiempo al verte ver, prohíbo a mi corazón que se cambiara de
lado. Sin tus manos. Te quiero y te miro ver. Retrato tu voz, entrada la nostalgia. Se me
adormece el miedo... y siento frío.

23.

Evoco el somni imago mortis y termino por esbozar una invocatio musarum que me lleva a
entablar contigo nuestro propio foedus amoris a fin de dar fin a la dulce herida provocada por
nuestra militia amoris, los efectos del amor. ¡Vanita vanitatum!, es gratuito no llorar y reír, no
sentirte conmigo: siento mi vita tan quam somnis, nostálgico a cuenta de la precariedad a la
que me encamina el carpe diem, la clara voz, estar sin ti, la huida.

Furor amoris: cantar y llorar hasta perder la huella. Regresa a mí la cordura, el miedo, la
constante entrega: latet anguis in herba, se mantiene constante el miedo. Te llevo a enarbolar
la bandera del ignis amoris, de la remedia amoris, del mundo retorsum: detenerlo, hacerlo
girar mar adentro, experimentando juntos el tempus fugit en algún locus amoenus que nos
haga disfrutar y padecer vencer el vulnus amoris.

En todos los lugares de encuentro hacia donde la leyenda nos llama, paseo mi ofrenda
de homo viator. Nihil novum sub sole, mas cada beso será diferente, cada mirada tuya será en
mí un brote de fuego. El mundo se compadece de mí, pues soy praecptor amoris, pero estoy
triste en tu ausencia. Termino, finalmente, por recorrer todos los lugares perdidos: la reja, la
Iglesia, la parte de atrás de la casa... ¡pero no llego nunca a descubrir el trazo de tus huellas en
ellos!

En un manual leí una vez que emplear tópicos latinos lleva al poeta a quedar menos
triste, y a la dama a caer enamorada. Al principio me pareció un tanto burdo, pero luego me lo
planteé de nuevo: ¿y si funciona? ¿Y si ciertas cosas siguieran sin cambiar? En realidad, me
pone triste tenerte lejos y por ello hoy he tratado de juntar todos los latinajos que he podido
en esta carta, porque en otro tiempo a los amantes les servían para sentir más cerca a sus
amadas, y yo necesito sentirte cerca, porque tú eres la mía. De todas formas, admito que
preferiría pegarle una buena patada a todas esas frases tan pedantes y darte un abrazo a ti...
pero como estás todavía lejos, algo tendré que hacer para matar el tiempo, mientras te
espero.

24.

Cada noche de domingo arranco a correr en la misma esquina. Es una tradición familiar: mi
hermano me espera con los zapatos de deporte puestos y cuando yo llego a casa, tras ver el
partido del Betis, recorremos juntos unos ocho kilómetros. En esta ocasión me siento cansado:
me duelen las piernas y avanzo torpemente. De todas formas, eso carece de importancia. Lo
que realmente quiero contarte es que todo me recuerda a ti y por ello te entrego en cada paso
una gota de mi cuerpo; de cada esfuerzo, un pensamiento que se va en mi deseo por llegar
lejos en la vida, en la carrera, en todo. Se van a tu lado mis ganas de compartirlo contigo todo,
de lograr para mí un trozo de tu orgullo.

En las paradas de autobús esta semana toca que haya una pareja dándose un beso a
fin de promocionar una película de moda (¡yo prefiero besarte por amor!). En cada parada
echo de menos no ser yo ese chico, echo de menos besarte igual que se besan ellos. En cada
árbol del camino, recuerdo esos corazones que la gente arañaba cuando les daba por amar a la
antigua usanza. Extraño labrar uno para ti, al igual que tú te has grabado sobre mi pecho, tu
nombre y tus entrañas. ¿Ves? ¡Todo me recuerda a ti! Las aceras me hacen recordarte porque
las compartí contigo en otro tiempo. Los restaurantes me hacen soñar con ese futuro próximo
en el que yo quemaré la comida, a causa de mi torpeza, y terminaremos por tomar a la postre
(que no de postre) una hamburguesa y por reírnos un rato.

Así. Recorro. Mis pies rebotan sobre el suelo y yo escucho el golpe que produzco en
cada paso. De pronto siento ganas de dar zancadas cada vez más grandes, de botar más y más
alto. Tal vez logre llegar hasta donde tú estás, si consigo hacerlo con todo mi esfuerzo. Jamás
he realizado una zancada tan amplia... pero merece la pena intentarlo.

Son ocho kilómetros y en cada paso, en cada latido de mi corazón, tú vas conmigo,
porque tú estás en mí. Eres el motor y motivo por el que mi sangre se toma tan en serio su
trabajo, dentro de mi cuerpo. ¡Ya queda poco! Mis pasos se vienen a bajo, mi cabeza reposa,
mis zancadas cesan: he llegado a casa, y te quiero más aún que antes de comenzar a correr.
Gracias por adentrarte en cada rincón de mis ocho kilómetros de hoy…
25.

Tomo el periódico y lo abro al azar:

"Piso céntrico, en Santa Paula. Es una casa en pleno centro de Sevilla. Tiene dos salones, uno de
ellos con techo artesonado, un comedor, baño, dos aseos, dos cocinas y dos consolas de aire
acondicionado. Está bien amueblado y es luminoso. Posee también chimenea, y una azotea
muy espaciosa. Los interesados deben llamar al 555546262"

Visto esto, tú me mirarás y te echarás a reír. Te imagino aquí, diciéndome que cada día estoy
peor de la cabeza y que te escribo unas cartas de amor que son lamentables. Quizá, y para
meterte conmigo, me acuses de haber abierto al azar el periódico y de haber copiado el primer
anuncio frente al que se ha encontrado mi dedo. No te culpo: si me acusas de dicho cargo,
estarás demostrando que eres una gran mujer y que tu conocimiento del mundo es
ciertamente amplio.

Sin embargo, y a pesar de que te doy la razón respecto de lo del azar, debo reafirmar
mi tesis, pues esta es una carta de amor en toda regla, te pongas como te pongas. Es cierto
que aquí simplemente se anuncia un piso que, más que probablemente, no está tampoco al
alcance de nuestro bolsillo. Además, reconozco que es un texto frío y que me mueve bastante
poco el ánimo. A pesar de todo eso, y viéndolo bien, me sigue pareciendo la carta de amor más
hermosa de la historia, porque no dejo de imaginarnos en ese comedor, en ese salón
artesonado, bajo esa consola de aire acondicionado, exentos del calor de Sevilla. ¿Sabes una
cosa? Quizá llame yo mañana al periódico y escriba un nuevo anuncio, que será también una
carta de amor:

"Busco piso. Requisito: poder compartirlo con mi novia. Me basta con una habitación y no me
importa que sea feo o caluroso. Si ella está conmigo, me parecerá el palacio más hermoso, esté
situado donde esté"

26.

Me da por preguntarte esta noche cuántas habitaciones de hotel habrá en el mundo. Es


posible que me haya dado este ataque estadístico simplemente porque tengo en mis manos
uno de los botecitos de jabón que robé la última vez que compartí contigo una habitación de
hotel. Sin embargo, también me producen cierta nostalgia. Cuando era pequeño, me fascinaba
viajar y dormir en lugares nuevos. Era una forma mágica de encarar la vida: si cerrabas la
puerta, la cama se hacía y los botecitos de jabón volvían al baño. En realidad, llegué a
tomármelo muy en serio y salía al pasillo un instante para volver luego a abrir la puerta... ¡y
siempre me llevaba una enorme decepción cuando mis mantas continuaban tiradas por el
suelo y los botes no habían sido depositados todavía! Eso sí, cuando cerraba la puerta y pasado
un rato volvía a abrirla (tal vez el secreto estaba en que era necesario desayunar), los botecitos
de jabón sí aparecían de nuevo. Tiene que ser eso, ¡será que es un premio por desayunar bien!
Cuando eso sucedía, tenía siempre la sensación de que los Reyes Magos habían regresado, de
forma extraordinaria, en la época del año en la que nos encontráramos.

Ahora tengo menos fe en el ser humano y he tenido que asumir, a base de ver el ritual
repetido, que los botecitos de jabón no surgen por arte de magia. Sin embargo, y a pesar de
que ahora tengo por tanto una visión más descarnada de la vida, siguen haciéndome ilusión
este tipo de peines, bolígrafos, hojitas timbradas y demás material robado clandestinamente y
que a día de hoy rodea mi habitación y configura mi cosmos próximo.

Te he contado todo esto para darte tiempo para pensar la pregunta con la que se
iniciaba esta carta. Quizá pensaste por un instante que era retórica... ¡pero no es así! Espero
que tengas una buena respuesta y que el número de habitaciones que hay en el mundo sea
muy alto. Espero también que me lo cuentes antes de irme a la cama, para tener algo lindo con
lo que soñar (o donde soñar). Si mañana amaneces a mi lado, te susurraré por qué deseaba
con tanta pasión conocer el dato. Eso sí, creo que puedes hacerte una idea: si piensas mal,
acertarás. Juntos podemos hacer muchas cosas en las habitaciones de hotel de medio mundo.
Lo haremos muchas veces, de mil formas distintas: con frenesí, con delicadeza y con
movimientos sutiles y en ocasiones un tanto indecorosos. Al fin y al cabo, seguro que en toda
una vida juntos seremos capaces de robar muchísimos botecitos de jabón de mil formas y
colores diferentes.

27.

¿Por qué no te quedas a mi lado? Aunque parezca que no, me duelen. Son un surco, tenso, de
color sonrosado. El paso de un manantial ha demacrado mi sonrisa y me dio a nacer una vía
pecuaria a colación de tanta lágrima. Tú te marchas, en cada amanecer, y yo me echo a llorar
mientras arrojo gases densos sobre los dardos de calma. Al fin y al cabo, me vuelvo un niño y
no encuentro ya palabras duras ni durezas en mis palmas. Al fin y al cabo, soy un niño y me
duelen los kilómetros hendidos en los tobillos, en las hileras de dientes de león
ensangrentados, de magnolias tristes, de dársenas color vainilla y sabor a endorfinas
rebozadas que me topo a mi paso.

No me calma. No me calma saber que volverás. Te marchas cada mañana y me duelen,


aunque parezca que no, los surcos producidos por tanta lágrimas, los aguaceros de hiel que me
infectan las tripas, que le dan de beber a mis luciérnagas el dulce helado que las aves de paso
dan a sus crías. No me va la calma si te marchas: no me calma saber que volverás y por eso
lloran los llantos mis mejillas; merecen respeto, anticiclones y misericordias, de vez en cuando.

Se marcha. Agota. Prende. Se me rinden las liras, las musas, las heridas y las chanclas
que acribillan mi corcho. ¡Ten piedad y seca mis lágrimas! Tus cabellos dan de beber la paz que
mis surcos necesitan. No veo estrellas. No dibujo esmeraldas. Las dársenas pierden sus
milagros, se escampan las sierpes y yo me echo a temblar, como un niño que ha perdido en la
bruma un enorme rabo de nubes. Mi arena, la calma.

Aunque parezca que no, me duelen. Son un surco denso, que humilla mis fuerzas y se aprende
a fuego el camino que me lleva lejos de ti. Pues no soy capaz de evitarlo, quédate conmigo. No
marches nunca, o agotarás todas mis fuerzas...

28.

En ocasiones, me sobran las palabras. En ocasiones trato de explicarte cuánto te quiero y se


me estremece la voz, se me quiebran las tripas y me quedo en silencio. Sin embargo, sucede a
veces que las palabras simplemente me sobran. A veces no encuentro ninguna y en otros
momentos, como hoy, se me vienen a la mente demasiadas, y no sé bien cuál escoger, porque
todas me dan igual.

Te iba a decir que antes vi una foto tuya, tomada este verano, en la que me parecías
especialmente guapa. Sin embargo, no estoy contento con eso porque no me parece exacto.
En realidad, te vi guapa, bella, hermosa, lucida, fastuosa, radiante, espléndida, dadivosa... y
tras repasar en mi cabeza un buen número de palabras, al final me quedé sin saber con
demasiada exactitud cuál de entre todas merecías escuchar.

Llega la noche y, al tratar de encontrarte entre mis sábanas, termino por admitir que te
echo de menos. De todas formas, el problema más grande de todos surge cuando te echo de
menos, te extraño, te añoro, te recuerdo, te rememoro y también es conflictivo que todo eso
lo hago (al mismo tiempo) porque tú eres mi ilusión, mi sueño, mi delirio, mi visión, mi
entelequia, mi fantasía o mi quimera, y sigo sin saber qué términos escoger de entre todas
estas listas.

Y así termino por acumular un cesto enorme de palabras y ninguna de ellas me acerca
a ti, ninguna me aproxima a ti, ninguna me arrima a ti, ninguna me allega; nos adosa, ninguna
salva las distancia. Ya lo ves: ninguna palabra me sirve para explicar cuánto te quiero, cuánto
te amo, cuánto te pretendo, cuánto te ansío... y no. No lo consigo. En ocasiones, me sobran las
palabras. En ocasiones, encuentro demasiadas y ninguna me llega, y lo que es peor: ninguna te
llega.

Cierra mis labios y bésame. Hoy quiero sentirte a mi lado. Me sobran las palabras y me
faltas tú...

29.
Siempre he pensado que Superman es una película de terror. Paralelamente, lograba también
ponerme triste. En realidad, casi todo me parecía normal en ella: no me extrañaba que llevara
los calzoncillos por fuera del pantalón y tampoco que la gente lo idolatrara por ello. Llegué a
asumir que la parada novia que se buscó en la ciudad, a pesar de ser universitaria y una
periodista responsable, no era capaz de reconocerlo cuando se quitaba las gafas. Ahora bien,
¿qué clase de periodista se acuesta cada noche con la noticia frente a sus sábanas sin ser capaz
de advertirla?

Eso no me horrorizaba. Tampoco me horrorizaba que cada dos por tres los malos
quisieran cargarse nuestro planeta y que siempre estuviera tan cerca nuestra muerte. Admití
que en realidad la nuestra fuera una especie subnormal, respecto de los portentos ancestrales
que habitan la galaxia. Todo lo admito. Todo lo asumo. En realidad, lo único que me dejaba sin
sueño por las noches era que el fenómeno ese fuera capaz de levantar a pulso un coche de
bomberos y que no lograra enfrentarse con solvencia a un trozo de piedra traída de su lugar de
procedencia. ¿Por qué Superman le tiene tanto miedo a su pasado si es un adulto hecho y
derecho? ¿Por qué no es capaz de contemplar conmovido un trozo de su patria, de su
bandera, de aquello que lo trajo al mundo y al Mundo? ¿Por qué no siente más fuerzas al
recordar su pasado y, por el contrario, se viene siempre abajo cuando lo tiene delante?

Cada mañana despierto con la estantería repleta de papeles viejos y siento siempre
una incipiente obligación de dedicar una tarde completa a ordenarlo todo. Del mismo modo,
se acumula el polvo sobre viejas fotografías y reliquias de tiempos anteriores, que almaceno
en un arcano cajón. En ellos se amontonan momentos en los que tú aún no estabas, en los que
yo no era yo, y donde las cosas era demasiado diferentes. En tiempos, yo me mostraba
vulnerable ante esos objetos. En tiempos, sucumbía a su influjo, a sus duelos y a sus
quebrantos. No obstante, ahora comprendo con satisfacción que es tu voz la única capaz de
vencer mi criptonita, que destronas mi pasado. Ahora comprendo que me haces perderle el
miedo a la llovizna que en otro tiempo ataba mis pies a la bruma. Ahora te tengo, y soy feliz.

30.

El Patito Feo miró su reflejo en el estanque y se echó a llorar al descubrir que era un cisne.
Moriría. Muchos cisnes estaban muriendo y él había dejado de estar a salvo. Los patos feos no
pierden la vida, pero los cisnes sí tienen los días contados. Allá adonde fuera, huyera o no, si se
acercaba a todos aquellos que eran como él, su vida no duraría demasiado. Estar solo y morir,
no son actividades tan distintas. Lo habían insultado, escupido, habían dicho de él cosas
horribles y a pesar de que era un cisne hermoso, prefería estar solo que ser un cisne.

La puesta de sol es ocre cuando se contempla desde el lugar adecuado. Allá,


chapoteando cansado, el Patito contaba razones y motivos para seguir nadando. Allá sucedió.
Los milagros surgen cuando uno está distraído, cuando tu fe se tambalea. Cuando tenemos
menos esperanza, nos aferramos con mucha más fuerza a todas aquellas certezas que sí
conservamos, a la fe verdadera y esencial, a nuestras esperanzas no combustibles.

-"¿Por qué no me acompañas? Estoy buscando un mundo nuevo. Seguro habrá algún
lugar donde podamos regresar al comienzo, donde los cisnes no mueran y nos espere un hogar
que podamos compartir. ¡Vente conmigo! Si me acompañas, me siento con fuerzas y con vida
suficientes para llegar hasta el final. Me siento capaz de recorrer los mares completos y de no
separarme de ti nunca".

Frente al Pato Feo había un pata hermosa. “Empatía” (todo el mundo sabe que viene
de pato) es sentir aquello mismo que siente quien te está hablando. El universo entero regresa
a su origen cuando dos cisnes se enamoran, cuando olvidan que muchas aves mueren, que
otras matan a otras, que no siempre se hace fácil seguir adelante. El universo al completo nos
abraza de nuevo cuando dos patos con empatía, comienzan su camino juntos…y en cada
instante, afortunadamente, hay un nuevo comienzo siempre.

31.

En la televisión la madre de Raquel le lanza improperios a unos periodistas. Un millón de


cámaras rodean a la ex de un torero y a mí me da por pensar cuán efímera es la fama y cómo
todo es relativo. Al fin y al cabo, el universo es enorme. El nuestro es un miserable grano de
entre todos los puñados de arena que componen una playa. Sin embargo, a más de uno se nos
va el ego más allá de las cubetas, las palas y de los rastrillos. Nos creemos alguien, a pesar de
que solo somos insignificantes. No es importante. No es importante que José tiene nueva
novia. No me alegra ni me afecta que los ricos también lloren, que los famosos también se
mueren. Los ilustres también lo pasan mal, pero eso me trae sin cuidado.

El mundo es enorme y yo soy pequeño. No hablan de mí en las noticias y ha dejado de


ser una primicia que tú y yo estamos juntos. Jamás he descubierto periodistas esperándome
en la puerta de clase y ninguna revista abrió su portada con mi foto saliendo de ningún
examen importante. El mundo es enorme y yo soy muy pequeño. Mientras en la televisión la
madre de Raquel lanza improperios contra unos periodistas, yo estoy solo. Mi mundo se
reduce a este teclado, a las gotas de lluvia que se precipitan desde lo alto del cielo (¡imagina si
es pequeño mi mundo!)... y mi ausencia de ti no es noticia, aunque yo no logre quitármela de
la cabeza.

Poco o nada tiene que ver el mundo que se muestra en la tele con lo que yo siento.
Hoy llueve. Hoy te echo de menos. Hoy me siento pequeño y estoy solo. El mundo se muestra
ajeno y lejano. Mientras la madre de Raquel lanza improperios contra unos periodistas, yo me
canso de ser mundo, de tenerte lejos, de ver estos programas y de no verte aún a ti a mi lado.

32.
Veo en un trozo de papel que anda por aquí cerca que una empresa alemana desea comprar
otra de acá. Leo entre líneas que es lo de menos si suministran el producto los unos o los otros
y que tampoco importa la nacionalidad del que paga. A fin de cuentas, parece ser que todo
responde a una cuestión política, a los intereses de unos y de otros. Las alianzas y los pactos
desde siempre se llevan a cabo por dinero, pues este a fin de cuentas viene a ser el verdadero
motor de las sociedades occidentales. Todo es un pretexto: en un precario momento del
camino los argumentos se convirtieron en excusas y desde ese entonces y hasta hoy, hemos
pasado a estar perdidos. Estamos perdidos porque estar perdido significa estar condenado.
Estamos perdidos porque eso supone perder el rumbo. Perdemos el rumbo porque deciden
por nuestra luz, porque a nadie le importa qué hacemos con ella y sí a quién se la pagamos. Al
fin y al cabo, de cada aspecto nos vienen siempre a preguntar por los matices más
impertinentes y por las cosas esenciales. A nadie le interesa cuánto, cómo y dónde amamos
(en las facturas de la luz deberían de especificarse su uso y no la cantidad gastada). Por
descontado, amar es gratis... y la gratuidad no está de moda allá donde las necesidades
generan ganancias y nos llevan a ser dependientes. Si gastamos, debemos. Si debemos,
perdemos el control sobre nuestras vidas y pasamos a entregarle nuestra libertad a los bancos,
que son a su vez los que compran y venden luz, los que se compran entre sí, los que pactan
nuestro precio y los que a la postre siempre terminan por beneficiarse de nuestros hábitos
amorosos.

Ojalá quiebren todas las empresas y el mundo se quede a oscuras. Ojalá triunfen de
golpe todas las opas y se cierren las bolsas y los bancos. Ojalá las luces caigan y durante al
menos una noche sea imposible ver ninguna luz que no proceda de nuestras almas. En ese
caso, sabría encontrarte. En ese caso, recorreré contigo la calle, en plena oscuridad, y
hallaremos el amor allá donde nos plazca. Si quiebran las empresas, las cajas, las ventas de gas
y los cables de luz, podremos recorrer Sevilla al completo y dejará de ser cierto que el dinero
es el motor del mundo, pues me será posible amarte de todas las formas y maneras posibles,
sin que nadie nos moleste y en cualquier lugar.

33.

Si el mundo fuera a acabarse mañana, a buen seguro millones de personas poblarían las
iglesias. Si todos tuviéramos la certeza de que acabará nuestro mundo, un millón de personas
visitarían lugares que jamás han visto antes y confesarían sentimientos que conservaban
demasiado dentro. Si el mundo llegara a su fin, las secretarias recibirían besos sinceros de
parte de sus jefes, las aduanas retirarían las barreras y a las tiendas todo el mundo iría para
recoger lo necesario para comer, sin que nadie pusiera pegas.

Si el mundo concluyera dentro de unas cuantas horas, nadie guardaría nada para sí,
nadie tendría miedo a pensar, a sentir o a vivir todo lo que siempre soñó. Si hoy fuera el último
día del planeta, muchos buscarían rincones nuevos para amar, para compartir besos no dados,
harían el amor como antes no lo hicieron, con quien antes no lo hicieron, poniendo la pasión
que jamás osaron entregar, simplemente por ser esta la última oportunidad. Si el mundo
estuviera abocado a su término, esta sería la noche de mayor número de fiestas de toda la
historia: todo el mundo perdería el miedo a perder y a ganar: chapotear en los charcos estaría
permitido, saltar sobre los muelles de la cama sería bueno, ir desnudos por mitad de la calle o
llorar sin ningún motivo no sería raro. Todos haríamos aquello que realmente llevamos la vida
entera soñando con hacer y para lo que nunca antes habíamos encontrado el valor suficiente.

Sin embargo, si mañana el mundo fuera a llegar a su fin, yo te abrazaría con la misma
ternura de siempre, y no haría nada extraordinario. No te amaría de forma distinta ni
recorrería la ciudad en busca de regalos caros ni de montañas de azafrán para sazonar la
comida. Si el mundo estuviera a punto de finalizar, no pondría más pasión de la habitual, ni
siquiera cuando quedaran pocos minutos para el fin: no iría contigo a lugares remotos, ni te
diría nada que no me hubieras escuchado ya cualquier otra semana. Y es que, si el mundo
acabara mañana, tan solo te abrazaría y me quedaría a tu lado para decirte, simplemente, que
te quiero mucho y que siempre voy a quererte. Al fin y al cabo, todos los momentos que
pasamos juntos tienen la mayor intensidad que puedo imaginar y nada ni nadie puede hacer
que los viva aún más, ni que eche de menos nada de lo que vivimos juntos a diario.

34.

Si estuvieras a mi lado, te quitaría toda la ropa pues me muero de ganas de llorar sobre tu
pecho. Si estuvieras a mi lado, abrazaría cada rincón de ti. Si estuvieras a mi lado, no dejaría
ningún deseo sin concederte, no dejaría ningún camino sin tomar, no perdería ningún minuto
mirando el reloj, pues cada instante contigo sería un reto, un regalo, un enorme vendaval de
diamantes.

No oigo el jaleo que produce el mundo porque todo se olvida cuando se ama. No
escucho el paso de las estaciones, ni el rumor del metro, ni las hojas caer sobre las velas de
plata. No escucho la voz queda, que adormece la siembra, que bendice mis pies y aletarga
estrellas. No. No puedo escuchar. Si estuvieras a mi lado, te quitaría de encima toda prenda,
toda nostalgia, toda ventura. Nada se escucha cuando se ama. Añoro tu sudor en mi nuca, tus
lágrimas en mi hombro. Nunca se seca en mi piel tu huella, porque eres el jaleo que no calla, el
rumor que no cesa, el péndulo de hojas que no es posible aletargar. Nunca dejo de pensar en
ti, y menos esta noche.

He apagado todas las luces. La habitación entera aguarda un nuevo día. Yo, como en
cada madrugada, me quedo quieto y miro a la baranda. Allá, entre las brumas, pierdo miradas
en tu espera. Pierdo mi paz, buscando compartir tus luchas y tus duchas. Pierdo mi calma
soñando que volverás pronto a estar a mi lado y termino por ansiar quitar tu ropa y volver a
llorar sobre tu pecho desnudo.

No quiero evitarlo: me gusta el sabor de tu piel. Te amo, y siento de veras que un


dique se quiebra, que lo invades todo. Me estoy enamorando de ti... y prometo no hacer nada
esta vez por evitarlo.

35.

A mi lado duermes. Invoco un millón de credos y de ansias diversas y contemplo con ello y con
suspense cómo mis ojos se abrieron antes que los tuyos. Entre tanto, tus caderas trazan miles
de kilómetros en sus giros, embelesan las tropelías de sierpes, de imperios y de hazañas. Arden
sobre tus párpados un millón de suspiros, de tiovivos, de anaqueles que contienen hambre y
paz. A mi lado duermes y yo suspiro dándole gracias a Dios por abrir mis ojos antes que los
tuyos. Agradezco el gran regalo de tenerte conmigo, de tenerte dormida, de aguardarte a mi
lado y de hacerte brillar. Ya ves, sonrío por el honor de contemplar cómo duermes, con cuánta
vida tus manos agarran fuerte la almohada, mientras mis ojos se empañan de orgullo.

Ese cuerpo, el que late junto al mío, aquel que duerme, pertenece a una chica que me
hace sentir, reír, enfadar... y que en la totalidad más rutilante de mis días, logra siempre
hacerme feliz. Cuando despiertes, tus ojos volverán a quemar mi mirada. Cuando abras los
ojos, mis manos volverán a tomar tus manos y podré así y, sin miedo a hacerte despertar,
acariciar tu cintura: sin miedo a quebrar el paso primoroso de tus sueños, de aquellos que
tienen cabida justo ahora, aquellos que conciertan el privilegio de contar con tu conciencia.

Duermes y yo contemplo cómo tu pelo acaricia tus mejillas mientras sueño con emular
su roce y besar de paso tu frente. Aún no. Tú duermes y yo deseo seguir contemplándote. Más
tarde sí sonará el despertador y tú abrirás un poco más de la cuenta los ojos... ¡para volver a
cerrarlos inmediatamente! Te abrazarás a las sábanas luego, y harás pucheros para lograr que
no encienda la luz todavía.

Quiero susurrarte mis sueños, contarte los países que quiero descubrir contigo. Quiero
decirte que te amo, que te ansío, que no logro en ningún momento apartarme de tu lado. Ya
ves: soy como un niño. Te escribo esta carta mientras duermes y a pesar de disfrutar tanto
viendo a tu cuerpo reposar en paz, susurro todo mi arsenal de palabras con la bella esperanza
de que estés aquí tumbada, escuchando cada nota y cada trazo del papel, haciéndote sin más
la dormida, mientras trato de dibujarte sobre un bloc de propaganda del hotel y mientras yo
me voy muriendo de ganas de volver a besarte.

36.

Muchos tratan de escribir cartas de amor amontonando una serie limitada de palabras. Para
muchos, toda carta de amor ha de hablar de “besos” y de “abrazos” que llevan a enarbolar
“ilusiones” y “esperanzas”, que alcanzan las “estrellas” de las “noches” durante muchos
“años”. Para todos ellos es imposible a veces escribir lo que se siente sin el verbo “añorar”, sin
“echar de menos”, sin “extrañar” y más aún sin “amar”, sin “sentir” o sin “querer”.
Sin embargo, las cartas de amor que más me gusta escribirte son aquellas que hablan
del tráfico, de problemas laborales; las que me sirven para defenderme de tus acusaciones por
no saber cocinar, y todas aquellas en las que nos contamos los horarios del Ave o cuánto tardó
el autobús en reanudar la travesía tras pasar por Guarromán.

Viste: todos los que escriben de amor hablan de la Torre metálica de París, del
riachuelo que pasa por Londres y de las postrimerías del Albayzin. Sin embargo, para mí la
puerta de la Academia, la Avenida aquella que tantos coches tiene y los parquímetros que han
instalado cerca de Legazpi son los más ardientes páramos de amor que existe sobre la Tierra,
porque tú los has compartido conmigo.

Cortar el precinto de alguna botella de agua, regar las plantas, jugar al billar y meter la
bola negra donde no corresponde. Pienso en amor y recuerdo la vieja Peña y su solomillo a la
pimienta. Pienso en amor y recuerdo tu cabeza sobre mi hombro en alguna estación de metro.
Pienso en encontrar alguna muestra de amor y en vez de pensar en pétalos de rosa muriendo
en el alfeizar te imagino a ti en el baño, dejándome notas en el cristal que has empañado por
utilizar agua demasiado caliente para desenjabonar tu cuerpo.

Amar, sentir, besar y abrazar son cosas hermosas. Añoro besarte. Echo de menos
abrazarte. Sin embargo, siento cierta lástima por aquellos que han olvidado que se besa un
uno por ciento del tiempo y que el resto del día, mientras se hacen otras cosas, también puede
amarse con la misma intensidad. Gracias por enseñarme amar. ¡Gracias por aportarle para mí
valor a las cosas sencillas!

37.

Lo que carecería de sentido es un mundo sin ti. Todo lo demás es posible:

El cielo es verde. La lluvia sale de los charcos y roza el cielo. Las tazas de té se usan para contar
las monedas que arrojan los delfines en las hormigoneras. Los equipos de fútbol juegan al
baloncesto y los tenistas son profesionales de la crianza de cochinos. Los guardas forestales
prenden fuego a las encinas y las Fallas a cambio se llevan a cabo con figuras de mazapán, que
son comidas entre todos.

Las marionetas mueven a sus dueños y se ríen de ellos en prisiones donde quedan
confinados los alguaciles y los panaderos. Las suegras alzan estatuas en el centro de las
ciudades de todo el mundo en honor de los yernos Inspectores de Hacienda. Al fin y al cabo,
estos son especialistas en cortar el césped y compilan preciosos compactos de música, con
bandas sonoras de atascos: en ellos se escuchan sirenas, tubos de escape y también violines,
pues por ley es obligatorio tener en la guantera algún instrumento de música que sirva para
aliviar la tensión en esos momentos de crisis.

Las mandarinas tienen diamantes de regalo y hay que comerlas con cuidado porque te
puedes pinchar. Además de eso, las regalan los ministros en las aduanas, donde se da la
bienvenida a todo aquel que llega con ganas de trabajar: “bienvenido al país, y suerte con tu
mandarina”. Allí los granjeros nos cobran un recargo por conducir los taxis, aunque les da igual
que esté nevando en Sevilla, porque a nadie le importa llenarse el abrigo de algodón dulce,
porque hace calor, porque resulta refrescante.

Salgo a la calle y la gente sonríe. Los abogados reparten lirios y los andamios están
hechos de carne picada y salsa de arándanos. Dentro de un autobús una chica se quita la ropa
y en vez de mirarla, los escolares se turban y le prestan sus abrigos. Allá un hombre parte un
billete premiado en la lotería porque desea seguir siendo pobre, porque no quiere que su
mujer lo quiera por su dinero sino porque es calvo. Mientras tanto, tú te adormeces en el sofá
beige y yo me subo en una jirafa violeta para reencontrarme contigo, para permitir que una
película nos vea, para contar estrellas en tu vientre y darle de comer empanada a los patos.

38.

Echarte de menos es el peor problema del mundo para mí. Cuando tengo hambre, la comida
me sacia. Si tengo sed, basta con acercarme a una fuente cercana y rozar con los labios el
afluente que surge del grifo. Cuando hace frío, me abrigo y adhiero mi cuerpo a una
temperatura adecuada. Si estoy cansado, duermo. Si necesito vacaciones, me fugo muy lejos. Si
el sol no brilla, espero a que termine la noche y todo vuelve a comenzar de nuevo. Ya ves, casi
todo tiene solución. Sin embargo, si te echo de menos, nada me vale. Si te echo de menos, el
agua no sacia mi sed y la comida no me sana. Si te echo de menos, el frío me llega más adentro
de la cuenta y las prendas de ropa se quedan lejos de mí. Tú eres mi sueño y sin ti no sueño y el
sueño a secas no se seca y por tanto las vacaciones no me sirven para nada. Sin ti el sol no
brilla, aunque brille, y si me pongo triste, nada me basta.

Quiero formar contigo una familia y que des a luz junto a mí nuevas vidas. Quiero
tener una casa con jardín y corretear desnudos por la playa en otoño. Quiero encontrar lugares
que nadie antes haya pisado y convertirlos en nuestros. Eso sí, tan solo hay una cosa que no
quiero hacer más: echarte de menos. Por todo ello, no olvido ni un solo instante que algún día
despertarás a mi lado, que llegará el día en que no será preciso añorarte y en que por tanto el
frío y el sueño serán un pretexto para amodorrarnos juntos bajo un edredón del sofá, y la sed y
el hambre nos servirán para conocer nuevos restaurantes, para adueñarnos de mil países y
traspasar un número ilimitado de fronteras.

Descubrí que echarte de menos es el peor inconveniente que tiene mundo para mí.
Por tanto, he tomado la determinación de no alejarme jamás de tu lado. Al fin y al cabo, me
siento feliz porque he encontrado al fin a la mujer de mi vida. Aunque tú me llames tonto por
repetirlo con frecuencia, lo cierto es que estoy convencido de que eres la mejor novia de
Europa y que por tanto nunca jamás te dejaré escapar.

39.

Contemplo en una fotografía que he pegado en un cristal que tienes unos labios preciosos. Ha
caído la noche y por definición cuando esta llega, siento miedo. Los fantasmas dejan su
habitual escondite en las "posetillas" de la calle y la luz se refugia de ellos en el frigorífico, en el
fondo más tedioso y frío de toda la casa. Esa será siempre mi definición de noche: hay
fantasmas y la luz queda en el frigorífico. Precisamente porque esa definición infunde pavor es
por lo que ahora, que es cuando más lo necesito, miro tu fotografía, inmerso en mis
fantasmas, a medio velar por la penumbra, con el reflejo de la pantalla sobre el cristal,
ansiando tus labios.

No siempre fueron míos. Son unos labios preciosos y no siempre te tuve en mi vida. En
otro tiempo otros los besaron y yo andaba en otras sendas, tirando piedras a la luna. En otro
tiempo, esos mismos labios besaron con pasión a otros labios. Por aquel entonces, yo hacía
sombras chinescas cuando pasaban los coches. En otro tiempo, en otras noches como esta,
soñaste con otros labios, ansiaste otros labios, contaste otras miradas mientras yo ladraba
goles a las faldas y dejaba una mano libre siempre para contar estrellas bajo el edredón.

Aunque a veces me parece injusto y lloro, y tiro piedras, y ladro goles y hago sombras
chinescas. Aunque a veces me despierto y grito, y pierdo la fe, y me vuelvo loco. Aunque a
veces recuerdo que hubo otro tiempo en que otros te besaron... siempre termino de golpe por
recordar que la vida comenzó de nuevo el día en que cruzaste tu camino con el mío. Besaste a
otros con pasión, pero aquello no importa porque sucedió en otra vida. ¿O sí? Quizá sí
importe. Quizá sí me moleste de un modo tan dañino que trato de esquivar ese pensamiento
por ello…

Tal vez las sombras chinescas que tracé sí fueran tu cintura (¿o no?), tal vez las piedras
arrojadas sí tuvieran que ver contigo (¿o no?), a lo mejor la mano libre que siempre dejaba en
mi paso, sí estuviera siempre pidiéndole auxilio a la tuya (¿tal vez?).

No siempre te tuve. Los fantasmas me recuerdan que amaste, que reíste, que besaste
sin mí. Sin embargo, a pesar de la noche, jamás tardo más de la cuenta en quedar dormido y,
siempre que eso ocurre, te avienes a mi encuentro. Arde la noche sin ti, pero siempre regresas.
El día en que te conocí, comenzó una vida nueva y por ello lo demás dejó de importar... ¡Vale,
lo retiro! Esto último no me lo creo ni yo…
40.

¡Ni hablar! ¿Qué es eso de que podría haberme enamorado de cualquier otra? Yo no soy así, y
tú ya deberías saberlo: nada ocurre por casualidad, y menos aún en relación con las cosas
realmente importantes. Y mucho más: si mis manos tienen exactamente la misma forma que
tu cintura, será por algo... ¿o va a ser eso también casualidad? Teniendo en cuenta que
siempre busqué a alguien como tú, y teniendo en cuenta del mismo modo que tú eres la
persona más parecida a ti que existe, no podría reemplazarte, ni imaginar a otra en tu lugar.

Además, no puede ser casualidad que sea tu voz la única capaz de despertarme con
una sonrisa por las mañanas. Lo he intentado con la de mi madre, con la de mis hermanos e
incluso con la voz de Federico Jiménez Losantos... ¡y ninguno lo consigue! Pero tú, sí: tú logras
siempre que me despierte con una sonrisa. ¿Cómo va a ser posible entonces que me hubiera
enamorado de otra? ¿Cómo voy a creerme eso si de entre todas las personas del mundo he
ido a topar precisamente con la única capaz de hacerme despertar alegre? ¡Ni hablar! ¡Nada
de eso! ¡Estás muy equivocada!

Supongo que si lo has dicho será porque no eres consciente de cuánto te quiero.
Vamos, digo yo: ¡esa es la única explicación posible! Si supieras bien cuánto te quiero, te darías
cuenta de que no es materialmente posible querer más a alguien de lo que yo te quiero. ¿Ves?
¡Esa es la prueba! A cada persona se la quiere con una intensidad diferente y no puedo querer
más de lo que te quiero a ti. Por tanto, ¿cómo iba a enamorarme de alguien a quien quisiera
menos que a ti? ¡No es lógico! ¡No tiene sentido! Si a ti te quiero hasta el tope, no podría
enamorarme de otra persona, porque siempre estaría pensando en ti, y mi vida sería un
desastre.

¡Ea! ¡Pues ya te he dicho todo lo que te tenía que decir! Y espero que no vuelvas a
dudarlo, ¿de acuerdo? Y como te dé por no creértelo, volveré a escribirte y te daré la brasa
otra vez con mis argumentaciones plasta....

41.

De mi tierra he aprendido que la vida es fiesta, que cada instante merece un brindis y que es
fácil encontrar motivos para sonreír, porque todos los días son soleados, si acudimos al lugar
adecuado. Del Colegio aprendí que los amigos son un fruto inmenso, que hacen más agradable
el resto de sentidos, que es más lindo ver la vida desde varias personas y que compartir las
cosas hace que luego los abrazos curen, cuando estamos tristes.

De mi madre aprendí que el trabajo nos hace más libres, que todos somos el fruto de
nuestro esfuerzo y que el amor produce la vida y se vuelve un todo indivisible con ella. De mi
padre aprendí que es posible sonreír a quien te hace daño, que hay opciones de hacer las
cosas bien, de amar a todos sin excepción. De mis hermanos aprendí que es necesario jugar,
soñar, creer y crecer junto a personas que son de tu sangre, que sienten contigo, que te
conocen y que por ello no dudan en decirte las cosas a la cara.

Del mar aprendí la importancia del sol. Del sol aprendí la importancia de la luz. De la
luz aprendí la importancia que tiene ver las piedras. Al ver las piedras descubrí que los caminos
llevan tan lejos como nuestras fuerzas alcanzan a ver. De las fuerzas aprendí que a veces
existen, que llegan siempre los días buenos después de los malos, que lo bueno da sentido a lo
malo, porque los días buenos no tendrían valor sin los instantes aciagos.

Del hombre aprendí que la felicidad es un fruto tardío del amor. Al amar, aprendí a
vivir. Y finalmente, al aprender a vivir, te encontré... y fue entonces cuando descubrí cuánto
había aprendido. Fue entonces cuando entendí de verdad mi tierra, la fiesta, los días soleados,
la amistad, el mar y sus reflejos. Al encontrarte entendí el sentido de mis cambios, las fuerzas
que me llevan por ellos, el valor de los instantes pesados... Y ahora, todo eso queda en mi
mochila. Delante de mí, tan solo un camino. En ti todo adquiere sentido y por ello si lo recorres
conmigo, confío en seguir aprendiendo juntos muchos millones de cosas.

42.

De El Principito a su Rosa,
desde el Séptimo Planeta

Aquí tan solo amanece una vez cada día. Mírame: decidí marcharme y solo encontré por el
camino a gente que no he llegado a comprender. Había un hombre avaro que contaba estrellas
y también jugué con otro que malgastaba sus fuerzas reinando sobre un planeta vacío. Hay
gente que trata de huir y que nunca se atreve. Otros le hacen daño a otros seres, que están
todavía más perdidos. A cambio de todas las cosas malas tan solo he encontrado a un zorro,
que no me permite domesticarlo, y a un aviador, que responde a mis preguntas. Ahora
comprendo que el tiempo que hemos pasado juntos es lo que hace que te quiera tanto, que
desee pasar más tiempo a tu lado. El tiempo que hemos pasado juntos es lo que hace que
trate de encontrar un bozal para mi cordero, por ti. El tiempo que vamos a pasar juntos es lo
que me hace querer regresar, lo que me hace hablar con la serpiente, a pesar de que el
Aviador no quiere que lo haga, y no me cuenta de por qué.

Hay arena y cosas muy grandes, y yo tengo muchas preguntas, pero casi nunca me
responden. Cuando hace frío recuerdo lo cascarrabias que eres, lo cabezota que eres cuando
te pones tonta, y la lata que me has dado siempre pidiendo que te cuide más, exigiendo que
no me aparte jamás de tu lado. Ahora no estoy y me pregunto si estas letras que estoy
escribiendo sobre el estanque de este oasis llegarás a verlas. Me pregunto si me echarás de
menos. Me pregunto por qué cuesta tanto decirle a alguien que lo quieres, si eso es lo más
sencillo del mundo, porque todo el universo está compuesto de amor.
Un rayo junto a mi tobillo, y volveré a tu lado. He aprendido que los amigos pasan, que
los planetas giran más y menos rápido. He comprendido que todo se marcha y que las letras
escritas sobre el lago, cicatrizan muy pronto. Sin embargo, acabo de perder el miedo a marchar
muy lejos, a regresar a Nuestro Planeta para seguir desatascando muchos más cráteres. Al fin y
al cabo, lo único que sí permanece a las estaciones es el amor, porque es invisible a los ojos,
como las cosas importantes, porque me recuerdan que te quiero y me hace saber seguro que
tú también escucharás las estrellas agitando cascabeles, en mi ausencia.

43.

No comprendo a esta primavera. Ayer comenzó a hacer calor y todas las chicas llevan menos
ropa por ello. Como consecuencia, los chicos se vuelven toscos y miran a todo trapo que se
mueve. Lanzan improperios similares a los que una vez alguien destapó junto a mí frente al
paso de la Virgen Macarena. Todos se ponen nerviosos. Pero yo no lo comprendo. A esta
primavera no la comprendo. ¿No se dan cuenta de que tú no estás? No comprendo a los chicos
que se tumban en la hierba y sonríen. No comprendo que les queden fuerzas para perseguir
otras mochilas con más curvas, para tumbarse en el césped en espera de nuevas palabras. Los
besos, los abrazos, todos los gestos de amor deberían estar de luto. Deberían prohibirse los "te
quiero" dichos en directos, mientras estés lejos. ¿No se da cuenta mi ciudad de que le falta
algo? ¿No se da cuenta esta primavera que tú no la compartes conmigo?

A tu lado las estaciones pasan tan rápido como paradas de metro. A tu lado las paradas
se quiebran a ratos: se hacen eternos los susurros y las noches se escapan volando. Entre
tanto, en el azahar que se desnuda impúdico e indecoroso, veo la mano de una primavera
injusta y terca, que no sabe bien cómo más recordarme que estás lejos, ingrata por no guardar
mi duelo, que no se derrama sobre nuestros cuerpos, que no me permite abrazarte tan fuerte
como los clavos a la mesa.

A lo lejos, añoro aguaceros. Añoro las estaciones del tedio y la melancolía. Añoro
poder llorar y que los charcos disimulen mi tristeza. Añoro salir a la calle y ver personas tristes.
Cuando el mundo latía despacio, tuve siempre la sensación de que era capaz de
comprenderme. Pero no. Ya no es invierno. Ya llegó la primavera y realmente, no logro
comprenderla. Ya no sé cómo pedirle más recato, porque no es justo que dentro de mí haya
tanta tristeza y que en la calle haga tanto calor...

44.

Entre las manos, se abre un inmenso abismo que engendra nubes de algodón, que desliza
pomadas sobre el tocador y auxilia mis gritos, cuando parto los confines de mi garganta a fin
de dejar cautivas a las hebras del Genil. En ocasiones, el pelo amanece turquesa y me quedo
atento al tránsito débil de los gatos sobre la luna. Con frecuencia me olvido de la paz y de los
cuellos de cisne, del rumor mortecino de las ínsulas de plata. Sucede a veces que de un mundo
nuevo yo produzco un odre a punto de quebrarse, y es entonces cuando las estrellas se ponen
tristes y la galaxia entera comprende lo duro que es tenerte tan lejos.

Ansío abrazarte y deslizar mis manos más allá de tu rebeca. Arden mis sienes mientras
olvido la lluvia asida al radiador, mientras ensucio con mis legañas la bandeja destinada a
llevarte al alba el desayuno. Acá, si estuvieras, olvidaría este mundo a medio derruir y me
confirmaría de nuevo en tu voz. Pediría un bautismo de escarcha sobre mis hombros para
iniciarme desde siempre en ti. Pediría el consuelo último, andando por entre tus venas y
sembrando en ellas racimos de rosas. Comulgaría contigo y por ti, para ser juntos un único
aguacero que permita pedirle perdón a mi edredón por ahogarlo en lágrimas, cuando
despierto solo.

Ya ves: me ordenaría en tu causa, para ser estandarte de ti, para hablar por ti por todo
el mundo, desposados juntos en la misma fe, con la misma maleta a todo trapo: a medio paso
entre Londres y París. No estarás sola. La vida turba las sendas grises y por eso, si todos los
caminos llevan a Roma, yo quiero recorrer tan solo la mitad de mi camino para amanecer en
Madrid y decirte que te quiero. Porque te quiero. Porque te quiero con todas mis fuerzas.

45.

Nunca he cambiado un pañal y no tengo nada claro que vaya a dárseme bien. Albergo muchas
dudas sobre mi capacidad para calentar biberones y ya es oficial que me quedaré dormido y
que llegaré tarde al trabajo si lloran o si no se están quietos en toda la noche. Probablemente
yo me manche mucho más comiendo que ellos y necesitaré un babero de mi talla para hacerle
compañía a los de ellos. Es casi seguro que tardaré mucho tiempo en aprender a cogerlos y
apuesto la mitad de mi sueldo a que si les da por jugar con las llaves de tu coche, estas
acabarán en remojo, y para colmo tú te enfadarás conmigo, a pesar de que sean ellos los que
las arrojen dentro del agua.

Me temo que pintaré las paredes de la casa y que aguantaré más horas que ellos
jugando al arcano juego del “ta; no ta”. Dormiré una buena siesta y si se ponen pesados, no
dudaré en acabarme yo los potitos... y si me los como, seguro que luego se ponen a llorar de
envidia, a consecuencia de lo cual, yo lloraré también y se sentirán confundidos. Seguro que
acabarán por consolarme ellos a mí: los nuestros serán los primeros bebés del mundo que
consolarán a su papá, que le darán de comer sus potitos, capaces de enseñarme que en las
paredes no se pinta, cómo hay que cogerles la cabeza o qué ha de hacerse para pegar el
adhesivo de un pañal, sin que este se despegue a los dos minutos.

No puedo asegurarte que vaya a ser un buen padre y de hecho es bastante probable
que llegues a pensar que soy inútil. Sin embargo, hay una cosa que quiero que sepas y que
espero compense todas estas calamidades. Yo te quiero, y si algún día llegamos a tener hijos,
como espero y deseo, los querré tanto como te quiero a ti. Todavía no han nacido y ya los
quiero. Sin embargo, no puedo asegurar que vaya a ser un buen padre, aunque seguro estoy
de que tú sí lo harás muy bien. Nuestros hijos serán muy felices porque tendrán una Mamá
fantástica, y porque su Papá... ¡lo hará lo mejor que pueda!

46.

Las nubes tienen contornos redondeados y todo el mundo las considera entrañables. Las
bombonas de butano y los bombones. Las pompas de jabón y las patas de jamón. Los
caramelos de café y las carambolas de billar. Casi todo lo bueno en la vida tiene la forma que
tenía mi zona abdominal, hace algún tiempo. Por el contrario, tan solo los gofres poseen la
apolínea cuadrícula que los maromos de la tele presentan bajo sus camisetas. Pese a todo, a
pesar de que las curvas son lo único entretenido de los circuitos; a pesar de que los cánones de
belleza los crearon personas con muy mala uva, opté por apuntarme al gimnasio que hay
debajo de mi casa, para que me encontrarme más apuesto y distinguido para ti. Nota mental:
debo dejar claro que lo hice por voluntad propia, porque realmente tú esta vez no me
coaccionaste para que lo hiciera.

Los primeros diez minutos de cada sesión son de calentamiento y comienzo siempre a
ascender escalones en una máquina metálica situada al fondo del antro. Me hace gracia
realizar este ejercicio porque comienza siempre a faltarme el aire como cuando tú estás
“demasiado” cerca de mí y porque pienso que en no mucho, cuando vivamos juntos, como no
tendremos mucho dinero, me tocará siempre subir escaleras de verdad, porque dudo mucho
que tengamos ascensor, y porque me mandarás a bajar la basura todas las noches. Más tarde,
la encargada de mi preparación física, me encomienda que eleve mancuernas de centenares
de kilos, y yo pienso en todo momento que es inútil levantar peso sin una finalidad concreta:
¡suficientes bolsas de la compra me tocará cargar a mí los días en que a ti te toque cocinar! La
máquina de los dorsales semeja en mucho a una tabla de la plancha, y me acuerdo de la
cantidad de faldas y camisas que me tocará estirar, cuando compartamos piso. ¡No puede ser!
¡Las piernas, también! La máquina de las piernas me la sustituirá el movimiento exigido para
sacar la ropa del tambor, de dentro de la lavadora, y mis bíceps aumentarán su volumen
cuando me pongas a fregar el suelo, cuando haya terminado la colada.

¡Y yo que voy al gimnasio para ejercitar mi cuerpo y al final resulta que cuando viva
contigo y me impongas una cuota paritaria de labores domésticas, el gimnasio será mi
descanso físico, porque en casa haré mucho más ejercicio! Así pues, mis hombros ganarán
masa muscular al cambiar las cortinas, las piernas al ordenar las estanterías y los brazos se me
forjarán a base de hacer la cama.

¡Ostras! ¿Y los abdominales? ¡Eso se te ha olvidado! ¡Tus labores domésticas no podrán con
mis abdominales! Ninguna labor casera encomendada por ti sustituirá a una buena serie de
ejercicios sobre el banco oblicuo, ¡porque no existe ninguna labor del hogar que los ejercite!
De todas formas, y a pesar de que la Humanidad completa lleva un largo trayecto ocupándose
de sus respectivas casas, seguro que tú sí serás capaz de inventarte alguna nueva misión
inédita capaz de castigarme a mí, y a mis abdominales en pro de una casa bien limpia y aseada.
No obstante, conste que todo esto lo haré con gusto: son los gajes de amar a otra persona.

47.

No siempre se gana. Alguien me vino a susurrar al oído que de todo lo malo se aprende y yo lo
mandé a recoger caracolas de entre las enaguas de su heredad. No siempre se gana, pero hay
veces en las que me canso del mundo tanto como él de mí, y no me cuesta trabajo entonces
rechazar los consejos y los consuelos, ni pedir bofetadas, ni llorar sin risa y sin resuello. Al fin y
al cabo, en todo momento hay que mantenerle al mundo un odio necesario y suficiente. Al fin
y al cabo, todos somos animales nacidos para no morir, con instintos y furia, con el alma
taladrada por balas de granito. A veces, nos duelen las heridas y los duendes juegan a
rompernos latas en las entrañas. Créeme: eso hace daño...

En esos días me da por gritar y le pido al mundo que me odie conmigo, porque no es
sensato odiar de forma aislada, ni ser odiado por quien no te ama. No es sano odiar si nadie te
odia y, por eso, suplico compasión. No es sano pegar patadas a las latas, si estas no pueden
defenderse. El mundo escucha mi voz y me abraza por ello, susurrándome cosas terribles que
me recuerdan que no siempre se gana, que debo hacerme daño para aprender demasiadas
verdades. Por ellas me habla de la guerra sin tapujos, me cuenta viñetas que sueño falsas y
ensarta bruces remojadas contra las bocas de metro.

En esos días en los que pierdo la conciencia, la dulzura y la cordura, la grava es grave.
En la playa la madreselva calcina los esturiones y el caviar se sirve en lonchas grises de uranio.
Todo es poco: la yerba cunde y los olivos se hinchan. Explotan los globos, las ánimas y los rifles.
Siempre es de noche, y yo un idiota.

A veces tú y yo nos peleamos, y es entonces cuando siento tantas ganas de llorar, de


perder los nervios y de quebrar los cielos. A veces peleamos y olvido que no siempre se gana.
Pasado un rato, la calma vuelve: te abrazo de nuevo y rindo contigo.

48.

Estas líneas tienen por objeto informarle de las ventajas exclusivas que nuestro producto
puede reportarle. Sin lugar a dudas, los cinco minutos que tardará en informarse acerca de
nuestros servicios llegarán a serle muy provechosos, pues los beneficios que ponemos a su
alcance exceden con creces las brevísimas inversiones de tiempo y de esfuerzo que nuestro
producto requiere.
Tanto nosotros como usted, con frecuencia nos levantamos apesadumbrados y con el
desánimo a flor de piel. En esos momentos, pensamos en lo obsoleto que han quedado ya los
complejos vitamínicos que infringen a nuestro organismo un fuerte aporte calórico y que no
reportan a corto plazo la dosis de energía que necesitamos en momentos como ese. El
mercado está repleto también de productos estimulantes que provocan un efecto, en
ocasiones, contrario al deseado: no solo no logramos con ellos el ímpetu que la sociedad
moderna nos exige, sino que además con su uso nos vemos abocados a soportar incómodos
estados de nerviosismo.

Si utiliza nuestro producto podrá levantarse de buen humor todas las mañanas y su
temple será a buen seguro admirado y envidiado por el resto de personas que habitan en su
entorno: estimarán su vitalidad y la confianza que transmitirá usted en todos sus gestos y
actos. A buen seguro, nuestro producto podrá reportarle, debido a este cambio de actitud, un
cuantioso aumento en su productividad profesional, llevándolo a medio a plazo a recibir
mejores ofertas laborales y, por tanto, un aumento en sus ganancias.

El producto que le ofrecemos se llama AMOR y se administra en pequeños


comprimidos elaborados a base de sustancias totalmente naturales. De hecho, nuestro cuerpo
genera de forma espontánea dichos nutrientes, pero con frecuencia la sociedad moderna nos
hace requerir una dosis algo superior. Con AMOR todos sus objetivos personales y laborales se
verán satisfechos obteniendo, con ello, un estado vital plenamente satisfactorio.

49.

A Propp le escuché decir en una ocasión que todos los cuentos hablan poco más o menos de lo
mismo, y que todos somos el resultado de las fábulas que escuchamos de niños. A decir
verdad, no acierto a recordar demasiadas historias y además de eso es posible que el tiempo
que ha pasado me provoque cierta imprecisión en los datos concretos. Sin embargo, la clave
última de que te ame también arranca en mi infancia: sé que a ti, como al resto de niñas,
también te contaban cuentos en los que tú eras la protagonista. Sin embargo, en esta ocasión,
lo que sorprende es que tú también fueras el personaje principal de todos los cuentos que me
contaban a mí.

Estaba escrito que llegarías a dar conmigo, pero no por ello dejé en ningún momento
de imaginarte sobre un almohadón almidonado, esperando un beso para regresar a la vida.
Recogieras o no flores alrededor del único camino capaz de llevarte hasta tu abuela, lo cierto
es que siempre terminabas por ser la cazadora capaz de mandar a Juicio al lobo más
despiadado, a pesar de que los demás habitantes cercanos no te creyeran por tus bromas
anteriores ("que sí, Aida, que viste un lobo, ¿seguro que es cierto? ¡Eso ya nos lo has dicho
varias veces antes!"). Pero sí, era verdad y afortunadamente los enanos que seguían siempre
tu estela, así lo corroboraron en todo momento. Te ahorraste una querella criminal por
calumnias e injurias y pudiste llevarle al fin las flores a tu abuelita.
En espera de otro príncipe capaz de entender que no necesitas ser defendida, dejabas
siempre las manzanas sin morder para bañarte en el mar e imitar a las sirenas. En aquellos
momentos, ya desde entonces, soñaba yo con encontrarte: yo que siempre fui bestia,
rebuscaba entre la espuma de las olas del mar una pizca de tu belleza que me sirviera al menos
para lavar mi rostro, en espera de encontrarte. Mientras tanto, varios millones de deseos te
fueron concedidos tras encontrar en el fondo del mar un cofre muy grande.

Ni los gnomos, ni los duendes, ni las hadas lo lograron. No nos separaron ni los orcos,
ni los guisantes mágicos. Tampoco el mismísimo Barba Azul, en pleno ataque de celos, puedo
interponerse. En todos mis cuentos, siempre lograbas encontrarme, trayéndome de nuevo a
mi estado habitual. Dejaba por tus besos en todo momento de ser rana y, por tu intercesión,
las perdices sabían más ricas que las que hace mi madre, pues (tras ellas) terminábamos
siempre por jugar en la selva con muchos nuevos amigos.

50.

Esto es una carta de Amor:

No podrás separarte de mí. Si corres, yo correré contigo. Si huyes, huiré contigo. No podrás
escapar de mí, porque me fascina tu intimidad. No te haré caso si me pides que marche,
porque será siempre mi misión seguirte allá donde vayas. No hay acantilado suficientemente
pronunciado, ni montaña inexpugnable para mí. Allá donde llegues, llegaré yo. Allá donde
habites, residiré. No podrás separarte de mí, pues sé dónde duermes, pues almuerzo contigo,
pues conozco todos los caminos sobre los que te desplazas, para llegar temprano al trabajo.
Pero te haré retrasarte: he aprendido tu ruta del metro, y me cuelo a escondidas cada mañana
tras la mampara azul que recubre tu ducha.

Te haré llorar cuando haga frío, y en los días de calor, ninguna piscina podrá rescatarte
del fuego con que pienso incendiarte: me pego a tu piel, y te infundo aquello que más
detestas: el miedo. Te haré temblar y sudar. Tu sangre arderá en plena primavera, para lograr
de tu otoño un velatorio perenne. Te haré llorar cuando haga frío y sudarás por mí en los días
de calor. Viajaré contigo. Gritarás conmigo. Derribarás fronteras y los días de fiesta serán
pasión y tormento, misericordia y ventura. Lograré que te pierdas entrada la noche y no darás
nunca más con el camino correcto. Haré de tu cama un charco de lluvia, y las estrellas te
hablarán de mí en cada madrugada, pero tú no las sentirás.

Haré de tu vida un infierno soportable. Querrás morir y vivir. Sentirás dolor y me


pedirás que me marche, tras cada puesta de sol. Pero no lo haré porque tú no quieres. No me
marcharé. Ya conoces el trato: si me pides que entre, no me marcharé jamás. Me tendrás
dentro y seré en ti una bala de plata capaz de sembrar escarcha y barro, espuma y nostalgia.
Si sellamos este pacto, las garras del tiempo serán afiladas. Sin embargo, si me pides
que entre, todos tus amaneceres tendrán sentido. ¿Aceptas el reto?

Tu amigo y enemigo, el Amor

51.

En mitad de la noche, la miopía me hace tropezar y aporrear los filos de los muebles con mis
espinillas. A pesar del frío y de que afuera llueve, recorro la casa insomne, en pro de algún
alarde mítico que me haga quedar en estado de buena somnolencia para poder así, llegado el
nuevo día, ser un opositor responsable y bien comprometido con su sociedad.

En espera de que entren en mi hogar las fantásticas y fanáticas bonanzas de la


televisión digital terrestre, prosigo postrado ante los cuatro o cinco carnales canales de
siempre. Con la esperanza de que repitan algún documental sobre mosquitos capaces de
robarme el halo de ser humano consciente, enciendo el monitor pulsando uno de los botones
más gordos del mando. A pesar de la precisión de mi acto, recibo una respuesta inesperada: mi
televisor se puebla de barras verticales de muchos colores, acompañadas de un impetuoso
pitido.

No sé bien qué canal ha sido el culpable pero además, como de niño me enseñaron
que no está bien ser "acusica", me he prometido no delatarlo, ni siquiera si logro enterarme. A
estas alturas de siglo, en mitad de la noche, hay quien sigue poniendo cartas de ajuste para no
repetir emisiones. Por culpa de tal aberración, me quedo absorto, ensimismado. A mis sábanas
le faltas tú y en realidad, mis espinillas topaban con los filos de los muebles, buscándote... pero
en tu lugar, he encontrado una carta repleta de barras de colores.

Me acurruco en el sofá y me echo encima la manta. Contemplo la carta de amor que


me muestra la tele. Imagino tus ojos entre el marrón y el verde, y el rojo me atrae hasta tus
besos. En el azul de la esquina, el mar nos encuentra juntos hasta que llega la noche
(escondida en el negro). Entre susurro y susurro, entre color y color, nuestra carta me
consiente dormir para poder así encontrarte a mi lado compartiendo la manta y el sueño.

52.

Salí del Badulaque con un perrito al estilo tejano: con pimiento, maíz, tomate... ¡Gggggr...!
¡Delicioso! Debía ir a trabajar, pero ya sabes que estoy tratando de boicotear la Central
Nuclear y por eso me fui al Bar de Moe a tomarme unas birras con Lenny y Carl. Allí nos
pusimos a conversar sobre metafísica y física cuántica... ¡Vale, sí! ¡Lo admito! Salí de allí
trompa, pero no es culpa mía: ¡la cerveza está tan rica! Es culpa de Dios por haberle dado ese
sabor tan sabroso a la cebada.

Lo reconozco: me dirigía al Colegio de Primaria a recoger a Lisa y no tenía muy buen


aspecto porque me estaba comiendo una hamburguesa del Krusty Burguer y me manché con
la salsa... ¡Gggggr! ¡Salsa de hamburguesa! ¡Ggggggr! Pero eso no le daba derecho al Jefe
Wiggum a pararme ni a retirarme el carné. ¿Detiene acaso al resto de coches? Pero claro, ¿qué
culpa tengo yo de que las carreteras las hagan rectas y no con forma de eses? Es que estaba
leyendo la Guía de la tele mientras me bebía un fresisuí, y por eso me salí del carril, y acabé
estampándome contra el coche del Director Skinner (que, por cierto, me dijo que quería hablar
con nosotros porque Bart le ha prendido fuego a un satélite ruso, jugando con Milhause con
un tirachinas). Pues eso, ¡me pidió que le diera el carné del coche, y me lo rompió con sus
regordetes dedos! ¿Tú crees que eso es justo?

Cuando íbamos hacia la comisaría me puse a hablar con Lou sobre el pueblo y tuve la
mala suerte de decirle que había sido yo el que provoqué la fisión del núcleo que ha tenido
como consecuencia que los pollos de Springfield tengan seis alas y que al menos una de ellas
sea verde. Yo le dije que era el sueño de todo americano: ¡un pollo con seis muslos! ¡Ggggggr!
Pero él no estaba de acuerdo, supongo que porque será vegetariano como Lisa, o porque
algún familiar suyo será un pollo. ¡Un americano al que no le gusta el pollo! ¡Y yo que pensaba
que la nuestra es una gran nación! ¡Al final todos los verdaderos patriotas acabamos en la
cárcel! Como yo, o como el tipo ese al que metieron en la cárcel...

Marge, te escribo desde la cárcel. Hice mi llamada, pero no me cogiste el teléfono. ¡No
lo cogiste, Marge! ¡No lo cogiste! Supongo que estarías cambiándole los pañales a Maggie,
dando de comer a Aprendiz de Santa Claus... ¡o con cualquiera de esas cosas que tú haces
cuando no estoy! No me dejan llamar otra vez, aquí huele mal y el tipo que tengo enfrente me
mira raro, ¡creo que me encuentra atractivo! Por favor, ¡ven por mí! ¡Te quiero, Marge! ¡Ven a
salvarme! ¡Ah, y tráete un abogado! ¡Y también algo de postre, que no he comido desde hace
mucho tiempo! ¡Ven por mí, por favor! ¡Y tráete una caja de rosquillas! ¡Ros-qui-llas!
¡Gggggggr! ¡Te quiero, Marge! ¡Ven por mí!

53.

Homenaje a Julio Cortázar


(a imitación de la técnica empleada por él en uno
de los pasajes más conocidos de “Rayuela”)

Finera Aida:

Esta praga la surtro única y exclusivamente para truyarte que te roso. Cada treso que resarto
es un treso en ti. Cada niefo te ruma. Me enoro a cada sarto, irremediablemente: y si es sitero
lo es porque no enoro antar, porque solo en ti me enibro tan feliz y más en rasa que cuando
estoy en rasa. Después de pasar mi hárito ruto buscando grota como luda, he llegado a la loda
de tricar las polibrosas en ti, que rubico. Por ello, surtro con grastir juntos cada sontero, cada
fribo de sul, y todo lo que preta a troscar entre cambos rosos.

En la anida mi escuta friga se rona porque se tice eloso, y yo rancono la orinda


anisisbando todas las pragas que te llevo oridas y cómo en ninguna de rogas he logrado
rocarte de veras lo que aviro. Polibroso, así lo anguidan: a trisca pisco, tan solo esine el rocibo
aduco entre asitas de prata, en las chocas del Carinto, me sirve para crestar el cosillo que me
renibo en el lucho, cuando grusteo en ti. Orife arrogaso entre gásitas de tora es tu sisgón y tu
abina, es mi rangre en la basata, cuando quedo torto.

Te trisco esta praga única y exclusivamente para asetir que te gona. Sobran las
chiribas. Sobra toda cartunia graja o seriba, crapente o subira. Sobra todo, porque lo sinteral
es lucho e “inrosetable a los orijos”: el suento me lima de ti, las sunas me las yambla por ti, la
quimia recime mi lota, pero no la cusa nunca: te aflino y me anundo en ti. Me arinco y me
arronco. Me azogo y me auribo. Se hace de move en ti y, por tanto, siempre gajo. Siempre
serás casteriso: una leguña, mi frasilar de rogos.

No hay camiros, ni vesteros que no te arrumbren. Te achubo esta praga única y


exclusivamente para sintarte que te roso, que lo demás no printa. Te roso a ti. Te roso ahora.
El junido no importa y el frungir no arruma sin ti. El fugoro eres tú, y mi viadra es tuya:
termidré que canela mi suntiro y que ya no prague mi vahor. Lo rego. Te roso. Te roso en cada
ruga del ter y en los azones truños que sorten el leso. Te roso, y me sibre todo: las ortuña, la
vestura y los cincelos. Rosar va más rujo: tortá en todo, tortá en mí, y socaya la sendidura.

54.

Querida Aida:

Esta carta la escribo única y exclusivamente para decirte que te amo. Cada día que vivo es un
día en ti. Cada sueño te engloba. Me enamoro a cada paso, irremediablemente: y si es
irremisible lo es porque no quiero, porque no quiero despertar, porque solo en ti me
encuentro tan feliz y más en casa que cuando estoy en casa. Después de pasar mi vida entera
buscando alguien como tú, he llegado a la conclusión de que tú eres la persona más parecida a
ti que conozco. Por ello, sueño con compartir juntos cada amanecer, cada puesta de sol, y todo
lo que venga a acontecer entre ambos polos.

En la bañera mi patito amarillo se fuga porque se pone celoso, y yo recorro la plaza


grande recordando todas las cartas que te llevo escritas y cómo en ninguna de ellas he logrado
mostrarte de veras lo que siento. Inefable, así lo formulan: a decir verdad, tan solo contemplar
el arroz derramado entre pétalos de rosa, en las puertas del Ayuntamiento, me sirve para
explicar el cosquilleo que me noto en el pecho, cuando pienso en ti. Arroz arrojado entre
pétalos de rosas es tu sabor y tu aroma, es mi sangre en la garganta, cuando quedo ronco. La
afonía me sobreviene por gritar tu nombre contra el viento, cuando este crispa el mar. Antes
bien, vale la pena quedar sin voz. Vale la pena, si es por ti.

Te escribo esta carta única y exclusivamente para decirte que te amo. Sobran las
palabras. Sobra toda referencia cutre o cultista, crujiente o cruda. Sobra todo, porque lo
esencial es claro e “invisible a los ojos”: el viento me habla de ti, las manos me tiemblan por ti,
la lluvia reclama mi sed, pero no la vence jamás: te añoro y me arramblo en ti. Me asomo y me
asombro. Me azoro y me auxilio. Se hace de noche en ti y, por tanto, siempre será de noche.
Siempre serás manantial: una lisonja, mi acción de gracias.

No hay caminos, ni veredas que no te encuentren. Te escribo esta carta única y


exclusivamente para decirte que te amo, que lo demás no importa. Te quiero a ti. Te quiero
ahora. El pasado no importa y el futuro no existe sin ti. El futuro eres tú, y mi tierra es tuya:
demostraré que existe un futuro y que ya no existe el pasado. Lo dejo. Te amo. Te amo en cada
arruga del papel y en toda esquirla dorada que cubre el monte. Te amo, y me sobra todo: las
palabras, la ropa y los sentidos. Amarte va más allá: está en todo, estás en mí, y cesa la lluvia.

55.

Logroño sabe a esos polvorones que mi hermano llamaba de pequeño "pastorcitas". Están
buenos, pero ni son demasiado dulces ni demasiado suaves. No le cambian la vida a nadie,
pero están bien: ni más ni menos. Algo parecido pasaba con la delegada de mi clase cuando yo
estaba en COU: estaba buena, pero tampoco me decía nada. Vamos, no me decía nada porque
estaba buena… pero tampoco me decía nada porque el físico es lo de menos.

Logroño me recuerda a esos días grises que se quedan a escasos gramos de cambiar
algo. No lloran y no sueñan. Tampoco sonríen y la voz se transluce ocre. Logroño son días sin
entrañas, pero también sin densidades que quemen. Allá voy: a las sendas intermedias,
adonde al fin y a la postre sucede todo. Logroño es la cesta de la compra que se llena de atún y
de papas que han de ser fritas. Ni levante, ni poniente. Ni cruz, ni guía. Logroño es tambor en
cuerdas densas, pero sin zurrón ni nada. Logroño es la sed que queda tras el agua que no sacia:
sed que no es sed, pero tampoco lluvia. Logroño es el lápiz borrado, la clara sombra, la
penumbra que adormece, el gato mediano, que no tiene ni muchas pecas ni estrellas tatuadas
sobre el vientre.

Logroño es la tierra media, el frío de entretiempo y las canciones que comienzan en


adagio y se quedan en piano: soprano, llovizna que no llega a calar ni a los bobos, que no
siembra charcos ni campos. Logroño es la vela encendida que roza con su cera el suelo, que no
la inunda, que se queda en pequeños grumos en el cerco. Logroño es vida que se queda en el
borde, castañas entre las rejillas de la plancha, guirnaldas que amanecen por su fragilidad, por
estar a ciertos instantes del prurito y de la quebrazón. Labios a medias. Logroño es la piel que
extraña lecho, que pierde la vigilia y se queda entre dos días. Logroño es… nuestro mayor
secreto.

Logroño es amor. Ser o estar. Logroño es la plenitud que aflige a medias, que calma mis
venas. Logroño eres tú.

56.

¿Puedo escribir los versos más tristes esta noche? No, no puedo. ¿Puedo escribir la canción
más hermosa del mundo? No puedo. ¿Puedo sentir la lluvia cayendo sobre mis manos? No
llueve aquí. ¿Puedo rendir un millón de defensas y marcar cientos de goles? No, imposible.
¿Puedo robar el Grito y profanar pirámides selladas? No, en absoluto. ¿Puedo tallar con mis
propias manos un grano de sal que lleve tu rostro? No seré yo, eso es imposible, no puedo.

¿Seré capaz de escribir los versos más tristes esta noche? No, jamás. ¿Puedo aprender
los nombres de todos los reyes que poblaron la tierra? No, ni en un millón de años. ¿Me es
posible comprar acciones, domar yeguas, cambiar bombillas situadas a cientos de metros
sobre el suelo? No, no sabría hacer ninguna de esas cosas.

¿Sabré recortar los versos más tristes esta noche? No. ¿Encontraré las respuestas a los
problemas que dejó Arquímedes en sus borradores? No me lo planteo, no sé química ni
matemáticas. ¿Puedo ordenar los códices que yacen amontonados en el subterráneo del
British? No, no soy archivero. ¿Puedo tejer ropas, bufandas o banderas? No, jamás. ¿Alcanzaré
el autobús si me echo a correr ahora? No es posible, no estoy entrenado para correr tan
rápido. ¿Existe una luna que pueda capturar, un fotio, una centella? No.

No sé si lograré escribir los versos más tristes esta noche… pero sí tengo claro que no
consigo olvidarte. Según parece, soy un fracaso constante.

57.

Noto la arena en mis pies y comienzo a correr con todas mis fuerzas. Que no, que esto no va.
Algo se ha jodido en el mundo y todavía no he llegado a repararlo. ¿De qué me sirve? ¿De qué
me sirve ese cielo tan enorme y tan lleno de estrellas? ¿De qué me sirve tener los pulmones
amplios, que el aire sea tan puro y limpio, de qué me sirve si tú no estás a mi lado? ¿De qué
me sirve el roce de las estrellas en los pies y tener el agua cerca, frente a mis ojos? ¿De qué me
sirve sentir las olas chasqueando tirabuzones, si no puedo compartirlo contigo?

Y sí, es bonito. Admito que está lindo la forma en que los barcos hacen cola en el
horizonte mientras la luna actúa como guía, como traba y barrera demarcadora. Está bonito el
paso de las mareas y que estas determinen el nacimiento de los niños, las primaveras, las
menstruaciones y los estados de ánimos. Los vientos, las golondrinas, las sirenas. ¿De qué
diablos me sirven aunque sean bonitos? ¿De qué me sirve verlo tan lindo y tan hermoso si no
estás conmigo? ¿De qué diablos sirve que nada se escuche aquí, que el silencio sea hermoso,
que la playa se me cierre dentro si tú no estás para leer sus surcos?

¿De qué me sirve que las huellas siempre marquen de dónde venimos, que nos
recuerden qué fuimos, el camino desde el cual hemos llegado a amar y a despedirnos tantas
veces? ¿De qué sirve? ¿A santo de qué la luna, el mar, las estrellas, esta arena que corta en mis
venas la madrugada? ¿A qué viene que las estrellas me toquen con tanta desazón, las bolas, de
fuego rodeando la galaxia? ¿A qué? ¿Para qué?

Por mí que se borren, que se queden quietos. Por mí, que se pudra el mar, que ardan
todas, que se manchen de ceniza allá arriba. Ni la luna, ni las estrellas, ni la arena, ni el espesor
del mar. Que se vayan todos a la mierda… porque no te tengo.

58.

Me queman los ojos. A decir verdad, me lo pienso con propósito de enmienda. Tal vez no sea
exacto. Tal vez tú me quemes los ojos. Tal vez mis pupilas anden ya quedándose sin tino
porque te tengo lejos. Cuando tú estás conmigo, nunca me quedo sin fuerzas. Cuando tú estás
conmigo, nunca me agoto: siempre tengo más vitalidad que exprimir, una gota más delante
por la que esforzarme. Siempre que tú estás conmigo salgo adelante y venzo los retos y los
riesgos. Por el contrario, ahora me queman los ojos. A decir verdad, tal vez me quemes tú los
ojos. No obstante, queda feo: no se debe decir que la persona a la que amas te quema los ojos
porque eso es altamente malinterpretable.

Tengo sueño. Se me cierran los ojos. O no. Tal vez no tenga sueño y sea más correcto
decir que tú eres mi sueño. Tal vez no se me cierren los ojos, sino que tú me los cierras. A decir
verdad, mis manos pasan y pesan, pero cuando te acarician, siempre sacan de sí mismas un
millón de motivos extra para seguir agotando la cuenta, el cómputo, los cúmulos de tus
pómulos que orbitan enredador de tus manos, de tus ingles, de las maneras que tienes de
hacerme sonreír. Cuando tú estás a mi lado siempre mis manos crepitan y devienen. Sin ti la
lisonja es milonga. Tal vez no sea cansancio. Contigo el cansancio no es una excusa. Tal vez
aquello a lo que la gente llama cansancio se llama en realidad distancia. Tal vez estemos
cansados solo cuando tenemos el amor lejos. Hay quien vive toda su vida en perenne
cansancio… y a mí me pasa solo cuando tú estás lejos. Ley de vida.

Te quiero. Estoy cansando, pero sigo escribiendo. Al fin y al cabo, cuando logro imaginar
que estás a mi lado, de golpe todas las partes de mi cuerpo se despiertan. Mi tesis se
corrobora por tanto. Sin ti, me pongo triste. Contigo, no.

59.

El azúcar queda ahí, sobre los estantes, esperando a que alguien la recoja. Naves que arden, de
camino a Orión. Cáñamos con los que alguien trazó una verja. Llueven hombres y las manos se
adormecen mientras yo no consigo dar dos pasos en línea recta. Pétreos goznes me separan
de mí: me mareo y mi cabeza parece más grande. Yo, que de nada me precio, me arrodillo en
las esquinas. Me arrodillo y canturreo sin mucho sentido cosas como estas. Nudillos oxidados
son los míos tratando de quebrar una puerta que no es la mía. Cármenes que parecen bosques
y aquelarres que son anaqueles: ¡me he perdido! Llorad, mientras pueda. ¿Soy uno o varios?
Soy legión, eso hago. Lloro mientras puedo porque la fe se estanca. Fe, estaca. Derrito mis
bridas mientras me voy derrotando en todos los poyos. Gimo y me anclo ampollas de voz que
tiro desde arriba, que crucifico sin clavos: me voy rozando con todos los zócalos, barriendo con
mis pantalones la obra del viento. Se me da mal explicar cómo me siento y lo hago a destajo, a
todo el que pasa.

No atino. La llave no se introduce. Pasos que se quiebran en la baranda me hacen


entrar. El alcohol, las manos que tiemblan. Trato de llegar a casa y lo consigo a la tercera. Me
esfuerzo por introducirme en la cama, pero no hay suerte. El alcohol en mí, da vueltas, y eso
no ayuda. Quien diseñó esta casa, debió de andarse con más ojo: no la hizo pensando en
amantes despechados, ni en amantes que la tienen lejos. ¡Fue un cretino insensible!

Me río sin poder detenerlo, me tambaleo, apoyo mis hombros sobre la puerta del
baño y me abalanzo sobre el váter. Cruzo el pasillo sintiéndome solo, sintiéndome un despojo
de pellejos y fluidos que atasca mi alma en el proceso de llegar hasta el colchón del modo más
dignamente posible. No llegaré muy lejos en mi estado, ¿y unos metros más? Veo colores,
paredes que cambian de sitio, miradas de gente que no está, mientras no comprendo aún
cómo verdaderamente he llegado hasta mi casa sin ayuda. ¿Me habré equivocado de portal?

Aquel que se inventó aquello de "beber para olvidar" era un inconsciente. No ayuda: me
siento más tonto, y no te siento más cerca. Y encima, ¡verás tú mañana la resaca que tengo!
Tendré resaca… y tú seguirás lejos.

60.

Sí. Me he acordado. Llevas todo el año poniéndolo en duda, pero lo he hecho. De hecho, y
para ser más exactos, estabas convencida de que no sería capaz de recordar esa fecha y te has
equivocado. No ha sido así. Me he acordado. Me he acordado porque sé que es un momento
importante para los dos, muy importante. Ya, que sí: ahora me dirás que siempre pensaste que
me acordaría, que no lo ponías en duda de forma sincera. Pero no es verdad. En realidad sí que
lo dudabas. Y además con cierta razón. Al fin y al cabo, soy despistado por naturaleza y con
mucha frecuencia se me van las cosas y no recuerdo lo que tengo que hacer y que decir. Hoy
no. Lo he tenido presente a lo largo de todo el día, pero he esperado a que llegara la noche
para escribirte esto porque aquello sucedió de noche y de noche hay que recordarlo. Vamos,
que fuiste tú la que lo provocó. Tú te fijaste en mí… y gracias a una noche exactamente igual a
esta, de hace justo un año, nos conocimos.

No puedo creer lo inmenso que es el tiempo y, pese a eso, lo rápido que se pasa todo.
Este último año se me ha esfumado muy rápido porque ha sido hermoso. No puedo creer que
se cumpla ya un año de aquella noche, pero lo cierto es que lo estamos celebrando justo
ahora, aunque estemos separados por un puñado. Me acordé, que conste. Tú pensabas que
no… pero me acordé. Eso sí, carece de mérito. ¿Cómo no acordarme de una noche que cambió
mi vida? ¿Cómo no acordarme de ese momento si le doy gracias a Dios cada día por haber
podido vivirlo?

Tal noche como esta, hace un año, tú entraste en mi vida. Desde entonces, hemos
vivido de todo. Ahora tú eres abogada, yo soy profesor. Este es el año que cambió nuestras
vidas… y lo iniciamos juntos, una madrugada como esta, hace justo un año. ¿Lo recuerdas?
¡Claro que lo recuerdas! Seguro que lo recuerdas tan bien como yo. Al fin y al cabo, y como
tantas otras veces, fuiste tú la que dio el primer paso…

Estaba pensando que el eco tiene la terrible virtud de repetirlo todo. Si lo insultas, te insulta. Si
le lanzas un piropo, te lo devuelve. Si te da por increparlo, él te lo hace con más fuerza. Eso sí,
el eco tiene también una propiedad incómoda y es que todo se lo toma a la tremenda. Si lo
insultas de broma, te insulta. Si lo piropeas de broma, le sale de dentro una fuerza enorme que
te lleva a escuchar lo mismo, desde las entrañas de la tierra, y con toda su maldad. Todo se lo
toma a la trema y por ventura repite las enseñanzas con pasión, cuenta las historias poniendo
énfasis en cada palabra y en ningún momento le pierde la cara a su trabajo… aunque en
determinadas ocasiones se lo tome todo demasiado en serio. Eso sí, siempre se esfuerza: sea
sincero, creativo, arrogante o indigno, el eco repite las palabras de igual modo, sin prestar un
menor esfuerzo a aquellas palabras que tienen menos importancia. El eco siempre hace bien
su trabajo, aunque no le apetezca.

El lado malo es que el eco nunca inventa nada. Pone pasión, se esfuerza, pero jamás
inventa ninguna palabra, jamás concibe una forma única de sorprendernos. Si te digo la
verdad, eso me hace daño de verdad porque no puedo evitar recordar que nosotros somos
eco. Lo que decimos, lo que soñamos, lo que compartimos, fue soñado antes por muchos
millones de personas. Queremos vivir juntos, casarnos, tener una casa y muchos hijos. Somos
eco: soñamos con los sueños de otros y repetimos con énfasis los anhelos que otros ya dejaron
enfriar, luchamos a rabiar por sentimientos que no nos pertenecen porque fueron la vida de
muchos otros.

Sin embargo, a veces siento que eso es lo de menos. Somos eco… pero cada palabra a tu
lado, cada puesta de sol, parece hecha expresamente para nosotros. Tal vez marquemos con
nuestra gota un surco en la Gran Fuente que solo es posible porque muchos otros estamparon
su agua justo contra el mismo rincón. Sí, es posible. Es posible que no seamos diferentes, que
no supongamos nada para el mundo. Sin embargo, también me siento orgulloso de contribuir
a esa gran creación, de compartir la misma vida de muchos otros antes. Y además, y teniendo
en cuenta las cosas tan originales que nos inventamos a diario, ¿no es cierto que siempre
encontramos en el mundo situaciones que pueden llevarse a cabo y que a otros no se les
ocurrieron antes? Somos únicos, pero me gusta saber que en el fondo también repetimos las
aspiraciones de nuestros abuelos, bisabuelos… y todos aquellos que poblaron la tierra desde
siempre.

61.

Por ti lucharé. Al fin y al cabo, ¿a dónde me llevan estos caminos si tú no me alumbras? La


magia, los duendes, las esquirlas que se enredan en el pelo y los tonos ocres que dan de beber
amaneceres al cielo. Nada. Por ti lucharé porque nada me basta. Acá, donde la fiebre me hace
morder el viento, grito contra la almohada y el llanto se vuelve más y más profundo. Carraspeo
desde las tripas, apuro las letanías, prendo fuego a tanto dolor como llevo acarreado. Me
duele. Por ti lucharé porque me duele. Me duele tenerte lejos. Me duele no saber encararte
cada noche. A tu lado, entre tanto, las primaveras se hacen bosques. Los aquelarres condenan
legumbres anejas a ti, alejadas de tanto frenesí como llevo encima. El dolor me quema. Me
quema la grupa de las sienes rotas. Por ti lucharé porque, al fin y al cabo, ¿a dónde me llevan
esos caminos que no alumbras tú?

En el Instituto los niños venden vientos agrestes. La clara luz la tempestad serena y los
sermones se agrietan, se me pierden entre los dedos tenazas beige que de nada me sirven. Te
extraño. Lucho por ti y las mañanas se me adhieren a las sienes. Pasos y pasos prorrogan mis
gritos. Ahogo la almohada en pro de mis marañas. Se me empina la cenicienta pasión y siento
miedo porque los fulgores son planetas y las lechuzas veredas: lucho por ti y las quimeras se
vuelven grutas, los veleros son gladiolos, las fatigas se pegan a las tripas… y de mis entrañas
emana fuego.

Hoy, como cada lunes, vuelvo al trabajo. Pierdo la fe, como cada lunes. Me siento torpe
y no soy capaz de enseñarle las lecciones a mis alumnos. Estoy perdido y me voy a garete (que
es la expresión que los árabes inventaron para los barcos que se salen de madre y se van muy
lejos). Y yo, entre tanto, canto en la ducha y me prometo luchar por ti… aunque los que
mueren en la calle, aunque los que mueren en el frente, son siempre los primeros que
decidieron luchar.

62.

¡Cáspitas! Y yo que pensaba que era por ti por lo que salía el sol y ahora resulta que en los
libros de física y química dice que es otro el motivo. Ha faltado el profesor de turno y a mí me
ha tocado cubrir una clase que no era mi típica lengua y literatura. Como siempre, los alumnos
me han preguntado sus dudas sobre esa materia y yo he hecho lo que he podido, teniendo en
cuenta que soy especialista en lo mío, pero no en lo demás. "Niño, ¿que por qué sale el sol?
Pues por mi novia, que es muy guapa".

Pero no ha colado. Los niños se han reído y yo les he puesto unos cuantos partes
disciplinarios a cada uno por la ofensa. Lo peor de todo es que la tragedia se ha repetido más
adelante cuando me tocó suplir a la profesora de música. ¿Qué es eso de que el Canon de
Pechebel no se compuso pensando en ti? Y lo he repasado y he descubierto que todos los
libros del Instituto están mal porque ninguno habla de ti, porque a ninguno se le ocurre citarte
a la hora de explicar las cosas cotidianas del mundo: ¿por qué sale el agua de la fuente? ¿Por
qué las medusas pican? ¿Por qué hace más calor en verano que en invierno? ¡Por Aida! ¿Por
qué si no? ¡Esa es la verdad!

Pero no ha colado. Los niños no me han hecho caso y he tenido que castigar a unos
cuantos contra la pared. Eso sí, si han actuado así es sin duda por dos motivos bien sencillos,
pero también bien estúpidos. Son niños de la ESO (motivo uno) y por tanto no se enteran de
nada, pero sobre todo (motivo dos) no se han creído que tú eres el motivo de todo porque los
alumnos del Instituto Caepionis no te conocen todavía. ¡Has de venir ya a visitarlos! El sistema
educativo te necesita aquí… y yo aún más.

63.

En el año dos mil trescientos la súperpoblación de la tierra llevó a que los principales gobiernos
tomaran una medida extrema. Dado que la faz de la tierra no permitía que todos los seres
humanos poblaran las calles al mismo tiempo, las personas comenzaron a ser marcadas en
función de si habrían de ser "nocturnas" o "diurnas". Los seres humanos "diurnos" solo tenéis
derecho a salir a la calle cuando el sol está en lo alto. Los nocturnos estamos condenados a
respirar entre luces de neón, dejando nuestros párpados cada vez más castigados por el influjo
de la luna. En realidad, siempre he llevado bien eso de ser un hombre de luna, pero ya no
aprecio mi condición porque te he visto. Justo antes de irme a la cama, eché un vistazo a la
calle el otro día, acotándose el día con sus primeros rayos, dorando tu pelo. Acabáramos: tú
ahí abajo paseabas un perro, mostrando que los diurnos que madrugáis en exceso transgredís
nuestras fronteras, dando motivos a aquellos que piensan que es posible el amor entre unos y
otros.

Desde entonces sueño con contemplar contigo el sol, con pasear bajo los continentes.
Más allá: sueño con mostrarte las sombras de mi noche, con ver amanecer juntos y amainar en
nuestros regazos ecos de días que no se agoten. No sé qué hacer: no logro quitarte de mi
cabeza, pero soy consciente también de que no hay manera de transgredir el tino. Tú eres de
día, yo soy de noche. ¿Qué podemos tener que ver si nuestros mundos han sido sesgados con
tanta precisión? Pero yo te añoro. Yo te amo, porque eres la niña que encarna ese sol que
tantos años ya hace que no disfruto. Te añoro y planifico en secreto una fuga más allá de mis
confines. Y si me pillan, que me pillen. Diré que fue amor el motivo y habrán de entenderme.

Te extraño. Es extraño este mundo en el que nos obligan a estar separados. Tú de día,
yo de noche. ¿Y si tú también me amaras? En ocasiones, cuando me asomo a la ventana a ver
de nuevo cómo paseas al perro, justo antes de dormirme en la cama, creo ver cómo me miras,
cómo adentras tus pupilas en mi lecho, tan arriba. No sé… estoy hecho un lío. Lamento
molestarte. ¿Tú crees que tenemos algo que hacer?

64.

El otro día alguien me contó que en los pueblos las relaciones afectivas son mucho más fuertes
que en la ciudad. Hay menos gente y menos posibilidades. Lo único que tienen es los unos a los
otros. No hay cine, prácticamente no pasa nada en la calle y las horas son más largas. Se miran
mucho: cada instante es un instante juntos. No sé yo cómo se explica, pero es así: en los
pueblos se ama fuerte, sin medida. En los pueblos las historias de toda la vida siempre llegan a
buen puerto. En los puertos solo se consiente amar una vez de verdad, pero necesariamente
con todas las fuerzas. Lo demás, son tonterías.

Pensaba yo que todavía no hemos encontrado un pueblo para ambos, pero que en
algún lugar ha de esperarnos. Estoy seguro: estoy seguro de que nos envidiarán entonces
todas las viejas y podremos pasear por la plaza y por la calle mayor. Estoy seguro de que tarde
o temprano encontraremos nuestro pueblo y en él, en alguna casa de cal y tejas gordas,
podremos escuchar los trozos de carbón trazando sendas entre las maderas de la chimenea.
Llegará. Nos llegará nuestro pueblo y la escarcha en los cristales nos verá al amanecer, camino
de la iglesia vieja. Una y no más: un amor es bastante para colmar todos los años de dicha.
Comeremos perdices en la tasca del Manué. Usaremos bastón cuando nos entren en las tripas
los años y me comprarás una boina para que llegue sin muchos problemas hasta la mercería
donde se venden los botones, junto a donde compran también los guirlaches para los nietos.
Tomaremos té sobre una mesa enorme de madera y te amaré siempre, como solo se ama en
los pueblos: se parará el tiempo y las estaciones me encontrarán perenne a tu lado.

Pienso en ese pueblo. No sé cómo se llama, pero estoy seguro de que algún día se
presentará frente a nosotros porque existe. Porque existe, el universo entero se replegará
sobre sí y me dará cobijo frente a tus rodillas para siempre. Seremos muy felices y no nos
importará hacernos viejitos porque estaremos juntos.

65.

No temas. Aguaceros derrumban los susurros francos. No temas porque el mar jamás
sobrepasa en exceso el rompeolas. Las gárgolas granotas que hacen las veces de fresnos, en
patios que se abren hacia fuera, jamás encallan. No temas. Las tempestades, los luceros que se
tiñen rojos, las manos con falanges romas. No temas, que el óxido no derriba las estatuas de
santos. No temas a las músicas sin don mayor. No temas a las anacondas ni a las lianas que
penden frágiles. No temas. Los puentes de paja nunca se derrumban y los ladridos son llantos.
Querubines con flechas repletas de moho: no los temas. Osanapios, madrigueras de chacal y
comadrejas. No temas que la temeridad se aclara con un bramido, que las derrotas se
terminan, que los guijarros no hacen sangre. No temas. No temas nunca.
Si las mariposas amanecen con uranio en las entrañas, no temas. Si las musarañas se
transforman en migrañas, no temas. Si la cal acampa en los fregaderos y germinan geranios de
los posos del café, no temas. Si la manada se vuelve marabunta y los nudillos se deslizan
dentro de sí, no temas porque las ovejas tal vez generen dientes retorcidos y las guirnaldas nos
ataquen como plantas en celo, con ansias de sangre, pero nada de eso debe darnos miedo. No
temas a las minas, a los pozos de excavación, a los calamiceos ni a los senderos que carecen de
luz. No temas a los tonos ocres, a la gangrena, ni a las gaviotas de Pájaros… porque nosotros
estamos muy por encima. Ni los valles que carecen de montañas cerca, ni los matones,
matorrales; no temas a los violadores ni a los altos precios de las hipotecas.

No temas ni al mal ni a los malos. Yo estoy contigo y jamás me retiraré de tu vera. Si


sientes miedo, si las jefas te dan miedo, siénteme a tu lado y recuerda que Dios no permitirá
que nadie ponga en peligro el futuro que tú y yo estamos condenados a representar juntos. No
temas. No temas nunca.

66.

Estimado Luzbel:

Desde tiempos inmemoriales los amantes le venden sus almas para volver a ver a sus amadas.
Las amandas, por el contrario, venden sus almas para que sus amantes las encuentren. Yo eso
lo he constatado: a no pocas parejas las ha ayudado usted a estar juntos y no entiendo bien
por qué. No obstante, ¿dónde está la gracia de amar si se entrega el alma? Si voy más allá le
reconozco que no entiendo cómo puede ayudar al amor si usted es el mayor defensor del mal.
Una de dos, o no es tan malo o esos amores no son tan buenos como parece.

El amor por definición no puede ser una fuerza llamada a acercar a nadie a usted. Si
acerca a usted, no es amor. Además, ningún amante verdadero puede ofrecerle el alma si está
enamorado realmente. Estar enamorado es presentar una hipoteca del alma. La pones en
posesión de otra persona y por tanto pierdes la pertenencia de ella. Es posible, y de hecho me
consta que ha habido casos, que alguien se enamore de usted y que por tanto le ofrezca su
alma realmente, pero no veo ni justo, ni lógico, ni posible que alguien ame a otra persona y
que sea a usted a quien entregue su alma.

No comprendo su rol en todo esto: no sé si es usted capaz de amar, ni si en puridad


admite que otros amen. No sé si usted defiende un amor diferente, pero que anima a un
desgarro mayor y que, por tanto, termina por desencadenar todo tipo de males. Desconozco si
usted ha amado antes (salvo a sí mismo, eso por descontado) o si en todas las ocasiones en la
historia de la literatura en que se ha hablado de la relación entre "amor" y "demonio" se han
cometido anacronismos graves. Como estudioso de la literatura y como estudioso del amor,
me gustaría que me respondiera a estos enigmas, si es posible. Eso sí, solo si puede hacerlo de
forma gratuita porque yo no pienso ofrecerle, como el Doctor Fausto hizo, mi alma en
concepto de emolumentos por sus servicios.

Estimado señor Lucifer, mi vida sentimental está más que bien y no deseo su ayuda para
nada en ese ámbito. Eso sí, por cuestiones puramente académicas, me gustaría respondiera a
todas estas preguntas. Gracias de antemano…

Atentamente, ferNANDO
67.

Ahí estabas. Frente al mostrador, frente a un ordenador, frente a mí. ¿Cómo iba a saber yo que
varios años después terminaría por enamorarme de ti? En ese instante eras tan solo una chica
guapa, que vendía billetes de avión en Barajas. Yo me disponía a zarpar y tú me atendiste. Si
hubiera sabido lo que después nos depararía la vida, no hubiera llegado a coger jamás ese
vuelo. Te habría pedido que tomaras café conmigo, te hubiera hablado de nuestro futuro
juntos, de todo lo que habría de pasar más tarde. Si volviera a nacer, aprovecharía ese
instante, no me hubiera contentado con un billete de avión. "¿Qué desea?", me hubieras
dicho. Y yo te habría contestado: "a ti a mi lado durante toda la vida". Seguramente no es lo
más normal porque a las azafatas de tierra de Iberia casi nadie las trata con cariño. La
diferencia es que tú no eras una azafata de Iberia. Tú eras y eres la mujer de mi vida.

Millones de pasajeros pasaban frente a tus ojos. En su día, yo fui uno. Me tuviste cerca,
pero me marché. Ahora he regresado. Es cierto que tu taquilla ahora la habitan otros, que
existe una Terminal cuarta y que poco o nada queda del chico que facturó en aquel lugar.
Desde entonces han pasado muchos años. ¿Imaginas cuántos aviones se habrán marchado en
este tiempo? Yo en realidad ese dato ni siquiera me lo planteo porque estoy tranquilo por
saber que yo tomé el único avión que no podía dejar escapar. El avión que estaba llamado a
llevarme a entrar en tu vida no se me escapó.

Fuiste la azafata más guapa de Iberia. Sin embargo, ahora de aquello queda poco. Un
pato de porcelana que un cliente adinerado te regaló y alguna que otra anécdota sobre gente
a la que vendiste billetes. Yo pasé cerca. De eso tú no te acuerdas y yo tampoco. Sin embargo,
ahora estamos juntos y muchas cosas se han agotado. De ahora en adelante los aviones los
tomaremos juntos. Me tranquiliza y me alegra…

68.

No estás en un buen momento, pero aún así estás hermosa. Recuerdo los ardientes colores de
Chueca, el glamour incontestable de Gran Vía y cómo me embarga siempre la marcha
cadenciosa del metro. Entre parada y parada, echo un ojo afuera y pienso que bajo tanta obra
hay una ciudad a la que amo profundamente. Largas avenidas, edificios gigantes, contrastan
con gente humilde que en la periferia "hace lo que puede". Crisol de culturas y gente que viene
de todas partes para tratar de vivir, eso es Madrid. Con la mirada perdida de un niño que
desea llegar a ser Raúl, en las tiendas que pasea una estudiante de ESO en su muñeca repleta
de bolsas, por los parquímetros que otro golpeó y tiñó con espray celeste, recuerdo que es
posible luchar, que todos los que pueblan la capital son gente guerrera que encara su mundo y
sale airoso siempre, a pesar de lo complicado que llega a hacerse respirar en este mundo.

En el Retiro las barcas me recuerdan que sigue siendo posible soñar. Tomamos un
bocata de calamares y la Plaza Mayor me habla de ese tiempo en el que todavía la villa era una
villa. Hay tantos lugares hermosos, pero es cierto: Madrid no vive un buen momento. No
obstante, al ver la entrada de Atocha, cuando llega el ave y pierdo de vista al revisor, algo me
invade siempre, un profundo golpe de alegría. Cierto es que los taxistas jamás sonríen y que
hablan de fútbol ex cátedra, pero me encanta tomar un refresco y unas tapas y pasear luego
por Sabatini. Porque en Madrid hay de todo y para todos: ansío visitar la sede de la Real
Academia, volver al Prado, cambiar las leyendas de Malasaña apaciguando las borracheras de
otros para por fin echar un vistazo a la obra de los Austrias y darme cuenta de cuánto han
amado Madrid muchos otros que nos precedieron. Vale, lo admito. Madrid no vive un buen
momento, pero Madrid siempre será una ciudad encantadora.
Se dice que Madrid no apasiona. No es Granada y ni siquiera Sevilla. A Madrid le falta el
encanto de Oriente, las viejas en la plaza y el flamenco. Sin embargo, Madrid es Madrid y eso
es suficiente. Más aún, de entre todos los motivos, ¿sabes qué es lo que más me gusta de
Madrid?

Sin lugar a dudas que tú vives en ella…

69.

No puedo más. Lloro y me da por pedirle al tren que me pase por encima. El dolor se me clava
dentro y siento una llama de amor vivo que me pinza muy dentro. La sal en las heridas duele
menos, las uñas arrancadas con unas tenazas son un chiste, el limón en los ojos no pica y ni
siquiera un golpe fuerte en la rótula, de esos que me pega cada noche el filón saliente que
posee la cómoda, ese que está colocado en un lugar estratégico que siempre consigue purgar
mis pecados, ni siquiera ese me produce dolor.

Recuerdo esa patada que se llevó un futbolista del Betis y no me parece ya tan dolorosa.
Un parto, una vela que derrama su sangre sobre mi mano. Una lentilla rota, un dolor de
muelas y ni siquiera un clavo clavado sobre la yema del dedo. Pienso en una resaca
compensada con la radio del vecino a plena potencia. Pienso en una hernia, piedras en el
riñón, en la cremallera de la bragueta que alguien se enredó en cierta zona sensible en una
película, en el chichón de mi cabeza cuando me comí un cristal que mi madre había limpiado
demasiado. Pienso en una bola que debía lanzar contra los bolos, pero que aterrizó sobre mis
pies… ¡y no me duele ni siquiera recordarlo! Una vez tragué ácido y no me dolió nada y
tampoco la depilación a la cera que tú planeas llevar a cabo sobre mi espalda.

¿Un tren por encima? ¿Un primer día de gimnasio? ¿Entrar en primero C? ¿Las garras de
la gata de Rocío atravesando mi piel? ¿La pedrada que recibí una vez en el puente de la
Expiración por estar haciendo algo indebido? ¿Llevar la mochila grande durante cien
kilómetros del Camino de Santiago?

¡Nada de eso! ¡Todo esto son tonterías! Lo que más me duele en esta vida es tenerte
lejos. El concepto "dolor" ha perdido toda su vigencia para el resto de cosas.

70.

[La carta que debí escribirte desde el Camino de Santiago]

Las vieras marcan el camino. He descubierto también que un camino cerrado es también una
muestra de cuál es el camino correcto. En esos casos, cuando hay dos caminos y se indica cuál
es el malo, en realidad te están indicando también cuál es el bueno también. He de seguir
caminando. Esta carta será corta y en ella no podré contarte prácticamente nada de lo que
estoy viviendo. Aquí siempre llueve, pero lo hace de una forma diferente. La niebla oculta las
vieras, pero aún así las encontramos siempre. Casi nunca nos perdemos porque está todo
repleto de flechas amarillas. Tanto hablar del camino de las baldosas amarillas y al final resulta
que recorre toda Galicia… y desde aquí, toda Europa.

Somos peregrinos. Busco a Dios, como siempre, pero él me ilumina, como siempre.
Estoy feliz porque su presencia lo colma todo. Ninguna flor crece desamparada y para todo
pequeño bicho existe una misión, un destino prefijado. Más que nada, eso es un gran acicate:
¿cuánto más habrá para nosotros escrito en el camino de las estrellas? Compostela es el
campo de las estrellas. El por qué del nombre lo descubres cada noche. Cuando te toca dormir
al raso, un millón de perforaciones del gran manto nos hacen recordar que millones de almas
han derramado su sangre y su sudor sobre estas mismas tierras. Te sientes terriblemente
pequeño: cuánto amor, cuánta rabia. ¿Qué puedo yo dejar sobre este surco que sea nuevo? Yo
he dejado mi marca sobre el camino, lo estoy haciendo, pero el camino obrará una señal
mucho mayor sobre mí. Aquí el tiempo se derriba y todo re-comienza. Un nuevo amanecer es
una nueva creación. Todo se valora como si existiera tan solo desde hace unos instantes. Las
marcas de los pies en la arena, el rocío de la mañana y la brisa que roza mis mejillas cuando
logro salir del saco.

Me duele todo. La semilla si no muere, no germina. Siempre he pensado que las grandes
verdades se esconden bajo un pequeño gran manto de dolor para que seamos capaces de
apreciar su importancia. Por cierto, ¿sabes que he escrito algo en mi viera? Llevo escritas a
lápiz unas palabras que jamás te revelaré. Cuando llegue a Santiago mi viera se quedará con el
Apostol y con él mi secreto.

Debo volver a caminar. Te amo. Pienso en ti a cada paso. Espero que no lo olvides…

71.

Toda la mañana la paso apostado frente en un tubo enorme. Merece la pena. Sé de sobra que
muchos me llamarán loco, pero por verte, por recibir un beso tuyo, me sale a cuenta pasar
toda la noche aplastado entorno a otros como yo, sentir sus cuerpos cortándome el paso y el
aliento. Vale la pena: después se me echa encima la mañana y con ella tú te me acercas. Noto
tu respiración cruzando el pasillo y agradezco al cielo el don de aparecer justo en el lugar
adecuado. He de ser el primero justo entonces, estar liderando la cola, abriendo el fuego,
dispuesto para ti, en el momento exacto.

Cuando te acercas demasiado el calor me agrieta. Lo siento tan dentro que me corta,
que me abrasa, que me abraza a tu vera. Pero no. No muero ahí: mi pasión aumenta cuando lo
siento dentro. Ha valido la pena: toda la noche, la vida entera. Por verte ya sobre mí, por sentir
tus manos en mi cintura, por ver cómo tus labios se me acercan para robar mi calor. Sucede.
Siempre sucede. Sucede porque el cielo lo ha dispuesto así, porque soy afortunado, porque
supe estar en el lugar exacto.

No se habla de otra cosa. En el despacho tú eres el único tema. Hablamos de ti, de quién
será el afortunado. Ciertamente, no soy tu único admirador, pero sí me considero el más
ardiente… y el más afortunado. El más afortunado hoy, porque he ganado. Dicen que nuestro
amor no es posible, que tú me utilizas y que me arrojas luego a la papelera, tras haberte
bebido mi calor. A mí no me importa: vale la pena compartir contigo esos instantes, aunque
luego te alejes. Una vida entera esperándote, lo compensa todo. Sentirte dentro es volver a
nacer. Algún día naceré de nuevo y volveré a encontrarte.

Diez de la mañana. Máquina de café. Arrojas una moneda dentro y desciende un


capuchino dulce. Un vaso recibe las caricias de tus manos. Se le ve feliz, y yo lo envidio. Es un
vaso afortunado.

72.
¡Y tú tan lejos! ¡Maldita sea! Este es el mejor momento de todo el año para estar juntos y sin
embargo me ha pillado solo, en mi habitación, alejado de ti por un montón de kilómetros. El
lado bueno es que esta noche es mágica y que afortunadamente tiene también la virtud de
que se repite cada año. ¿Podremos vivir este fenómeno el próximo año, al menos? Yo espero
que sí. Espero que en el próximo estés conmigo porque me parece una pena desaprovechar
oportunidades como esta. ¡Qué lástima! ¿Qué mejor motivo para creer en la magia que cosas
como las que están pasando justo ahora?

Se para el tiempo. Justo ahora. Esta hora no será eterna, pero casi. Sucede una vez cada
año y sería ideal compartirlo juntos porque los besos podrían ser dobles. Los abrazos serían
dobles y es una lástima porque siempre que estamos juntos pedimos al cielo que el tiempo se
detenga y en este preciso instante tenemos la oportunidad de que nuestro mayor deseo sí se
haga realidad. Desafortunadamente, me pillas lejos. Estoy lejos de ti y maldigo la distancia y el
paso desigual de las horas. Tantas horas normales tiene el año y esta, que es especial, que es
única, que es la más larga de todas, debo vivirla solo: ¿te parece normal? No dejo de pensar en
ti, en lo que estamos perdiéndonos un millón de caricias.

Son las tres de la mañana. La noche se ha cerrado sobre mí. Vuelve el reloj hacia atrás y
son las dos. Otra hora. Se detienen todos los relojes del país durante un instante y mientras
tanto estás dormida en la otra punta del país. Anhelo despertarte y susurrarte que ya que nos
han regalado una nueva hora la quiero pasar junto a tu piel, dándote besos o paseando de la
mano por Gran Vía. Por cosas así creo en la magia: porque existes y porque hay horas que no
son eternas, pero que sí son muy largas, que transgreden el cauce natural, el devenir pétreo, la
cadencia armoniosa de las horas.

73.

Esta carta tiene por objeto acompañar una bandeja con la que te llevaré el desayuno. Lo he
preparado para ti y voy a llevártelo a la cama en los próximos minutos. Vamos, que no es gran
cosa, pero como le he puesto mucho cariño, me hace ilusión que al menos esta carta constate
que una vez sí lo hice, que cociné para ti. Ya sabes: la vida arrastra muy rápido y quizá algún
día tengamos churumbeles por todas partes y miles de problemas laborales que nos impidan
desayunar en la cama. Entonces será complicado dedicar tiempo a momentos como este. ¿O
tal vez sí? Supongo que también entonces seguirán existiendo las mañanas de domingo. En
ellas ya sabes que todo sucede con más calma. Las horas se van despacio y no me costará
trabajo levantarme un poco antes que tú [aclaración: siempre me levanto antes que tú] y sacar
del armario una buena bandeja.

Cereales, tostadas, zumo de naranja. Café y leche fría y caliente. Me planteo también
colocar algo de chocolate con almendras, pero soy consciente de que eso engorda mucho.
Hombre, también podemos comer chocolate y después quemar esas calorías de algún otro
modo. Al fin y al cabo, los domingos nos aportan un buen puñado de horas de libre
configuración. No temas desayunar fuerte: el día será intenso y nos deparará un millón de
sorpresas y actividades de índole diversa.

Recorriendo el pasillo haré ruiditos con la cuchara sobre el borde de la taza. Al igual que
el camión de los helados aplica a nuestros oídos su reclamo, yo trato de encandilarte con el
mío. Falta ya muy poco para que desayunemos juntos. Me meteré contigo bajo el edredón y
haremos manitas mientras decides por qué plato comenzar. Me encanta verte así, tan cerca y
tan temprano. Despertar contigo es un sueño. Vale, matizo: sueño y después despierto
contigo. Sueño contigo y después descubro que despertar contigo también es un sueño. Eso sí,
no me queda claro cuál de las dos cosas me gusta más.

74.

Hay una bandeja enorme repleta de canapés sobre la mesa y yo no dejo de pensar en tus
macarrones con tomate. Hay mucha gente vestida de etiqueta y los escucho hablar de cosas
sin sentido, mientras me pido perdón a mí mismo por no estar compartiendo contigo pijama y
sofá, con unas galletas. Se pelean sobre asuntos inanes, entorno a las verdaderas intenciones
de Kafka o a las deficiencias expresivas de Vargas Llosa, pero yo me muero más bien por
decirte que en la tele Belén Esteban cada vez se ve más demacrada y más vieja. Yo, la verdad,
entre tanto intelectual, me planteo hasta qué punto la comunicación a esos niveles sirve para
algo. Conste que soy el primero que se empecina muchas veces en poner las cosas difíciles, en
decirlo todo del modo más raro, en maltratar lo obvio para tirarle pellizcos a las palabras
planas. Pues eso, hasta yo tengo un límite, hasta yo me siento ridículo en momentos así. De
hecho, tú también eres una intelectual, una jurista consolidada… pero tú y yo no nos
dedicamos a hablar de cosas tan estúpidas.

Extrapolando las relaciones de permisividad amatoria de la antigua divinidad persa,


todo suena más sofisticado. ¿Tú crees que estos tipejos de corbatas extravagantes se
escandalizarán mucho si les digo que tengo novia y que la quiero? Se lo diría así de sencillo, sin
dar rodeos y sin historias raras de divas ni de ninfas. ¿Y se saco una foto tuya de la cartera y se
la enseño? ¿Tú crees que me perderán el respeto? Me muero de gansa de hablarles de tus
macarrones, de cómo es ese pijama tuyo ese de los ositos, de lo mucho que nos gusta
desayunar callados cuando los dos tenemos demasiado sueño.

Ya lo dejo. Los canapés tienen una pinta deliciosa, pero te echo demasiado de menos.
Voy a irme de aquí y lo haré rápido. Voy a irme contigo y dejaré a esta gente hablando sobre
cosas que no merecen la pena. ¡Que les den! Sí, que les den canapés. Que se los den todos a
ellos para que los degusten en cócteles de té perfumado. Que me dejen en paz porque yo
prefiero el zumbido del microondas contigo. Demasiado sofisticado para mí es todo esto y
demasiado duro se me hace no tenerte. Renuncio a la vida snob porque la única vida que
tengo la quiero pasar a tu lado. Y contarla de forma sencilla porque todo esto verdaderamente
no vale la pena.

75.

¿Y si balbuceo? A falta de palabras, porque el pecho me aprieta y me derrumba, un buen


puñado de babas no han de ser tan ilegibles. El don de quedar callado no lo heredé del bombo
de los dones, pero rara vez sí alcanzo a disparar un momento sublime, uno de esos que no es
posible disipar ni explicar. En ocasiones sí me pasa que la quietud me asoma, me zozobra, me
pide que siga clavando los nudillos a la pared y que me redima de las derrotas que llevo
aparejadas, que son mi disturbio vital, la tiniebla que me azota en cada lance, en cada lazo al
cuello, en cada lance de dados, en los azares que siembran y arrumban mis manos, que las
hacen temblar, que me piden que balbucee tu nombre a pesar de que nunca se me dio muy
bien eso de quedar callado.

Te pediría que me dijeras que existes, que estás a mi vera, que todo pasó porque fue un
mal sueño. Te pediría que volvieras a susurrar mi nombre como antes, como cuando las
veredas florecían con otra misericordia. Corruptas, carcomidas concomitan mis fuerzas hacia la
válvula del cielo. ¿Y qué te digo? ¿Y qué te digo si me da por quedar callado? ¿Y qué te digo si
es cierto que en ocasiones se me consume el rollo y hasta mi voz se apaga? Pasa a veces, en
esos momentos que definen una vida por completo, cuando me obra de ti una mirada la acera.
Reboto a punto de cruz, a punto de llorar, a punta de lanza apunto contra la hoguera todos los
insultos que jamás has escuchado. Me abalanzo contra mi cruz y pego mis puños contra los
clavos. Y me desclavo solo, y me siento dentro de las legumbres para poder florecer, para que
mi llanto sea rocío. Para que me sieguen. Ansío ver cortar mi tallo hacia abajo, volver a
germinar, nacer de nuevo, y en derredor de levaduras traídas de fuera y de furia, exportadas
para mí, venidas de fuera y de furia porque lo merezco, porque no es normal que la hoz haya
atajado mi cuello si no es para llegar muy lejos, para dar a luz y por siempre. Una vida.

Envío mis manos a mis ojos y les pido perdón a todas las teclas que no he pulsado
todavía. Apuro el tiempo y me siento osco al saber que he de irme. No me queda más y las
arenas del reloj me pide tregua con cierto tino. Pido la vez y relajo la frente. No vale la pena
perder el autobús y por eso tomo la determinación de marcharme.

76.

Te amo. Te lo dije con el viento que furioso da de beber palabras a las grutas. Te amo y te lo
digo con las puestas de sol que hicieron germinar semillas de roble en cada roce del cielo. Te
amo y te lo dije con el cuerpo incandescente de los astro que dormitan en el día, que ponen
brillo a nuestros ojos, cuando juntos los contemplamos desde el monte. Te amo y te lo he
dicho en el grito quebrado de los torrentes de agua, en las siluetas de los ríos, en los descensos
suaves de los manantiales en otoño. Te amo y te lo dicho en las banderas que cuelgan tristes,
que te recuerdan que te tengo lejos, que penden a medio latir durante todo el año. Te amo y
te lo digo en cada giro primoroso del metro, que acerca a la gente hasta sus sueños, que cobija
a los amantes y que disipa sus descuidos.

Te amo y te lo he dicho en el pendular cadencioso de la ropa que pende de las cuerdas.


En la cisterna del váter una gota florece de forma clara y constante te dice que te amo. Las
amapolas que un cigarro prendió dieron la vida para decirte que te amo. Las sirenas que
adornan las tiendas de muebles renunciaron a sus piernas para decirte que te amo. Las
cadenas que atan los bolis a las mesas de correo, renunciaron a su vida y libertad para firmar
las cartas en las que digo "te amo", al igual que las teclas que crujen, que me acercan a ti, que
están escribiendo justo ahora que te amo.

La clara luz. La tempestad. Los niños. Te amo. La primavera. La flor de pascua. Las
golondrinas. Te amo. La guerra que tras años terminó. Las viejas que arrojan pan a los gatos.
Los cogollos que adornan la ensalada. Te amo. Germen de luz y de voz. Te amo. Años de tela y
abril. Te amo. Las cadenetas y las dunas. Las velas y las cenefas. Te amo

Te amo y te lo he dicho en las puestas de voz y en las mareas, en el viento que furioso
dora las palabras que rugen en la gruta. Te amo, y te lo he dicho con las centellas apagadas y
en el viento. Te sigo amando. Te amo también cuando mi voz se apaga, se queda rota de tanto
gritar. Te amo.

77.

He visto a un perro ladrarle a la luna y me ha dado por preguntarme si esta le responderá


algún día. Tal parece la lluvia sobre la acera: parece un río, el parto libre del temporal, de la
quietud corrompida. En las legañas del sol, las esquirlas de un mudo amanecer me sonríen
firmes. No hay razón para tener miedo, a pesar de que las heridas jamás cicatrizan sin dejar
cicatriz. Cirro y cigarro son los brazos del mar, los brazos de amar, la clara boya que siembra de
surcos los rompeolas, las escarchas plata, los embarazos de luz que aterran, alternan,
altercados grises, válvulas de sien para los gorriones a los que atrapan las redes.

Veo nubes que la penumbra turbó. Añejo al ron de estaño beige sobre la colcha que te
atrapa. Atajo las sobras que me desnudan los llantos. Recorro mondas de alacrán, carcomidas
en la bañera por restos de jabón que nunca flotan, por el marinero que naufragó entre tanto
plomo, sediento azul de lentejuelas y de bailes. La araña de la alfombra no lo detuvo, pero sí lo
pararon sus miedos. Terco y frágil el día siempre se agota y nos agota. A veces no se llega al
lugar que se busca, al valle de plata que de repente reprende a los luceros que se desdicen
tenuemente, en busca de zarpullidos para las insondables estepas de otoño.

Cruz y luz apenas distan. Las aristas de mis sañas se ahondan en mentiras que semejan
al perro que ladra a la luna y al que esta nunca escucha. Tal parece la lluvia que mis aristas me
cortan, que finjo terciopelos para mis legañas. Esquirlas de un mundo que se prende son mis
días. Me siento solo. Te añoro.

78.

Un desafío interesante. Acabas de entrar en el baño para ducharte y me pregunto si seré capaz
de escribirte una carta en el tiempo que tardas en ducharte y vestirte. A decir verdad, soy
optimista. Aunque te cabrees conmigo, aunque me llames machista, lo cierto es que las chicas,
por término medio, sois más lentas que nosotros, y generalmente os tomáis con cierta
parsimonia eso de los preparativos para encarar el día. No obstante, me parece entrañable
estar aquí contigo y hacer guardia en la habitación mientras tú te duchas. Cierto es que no me
han faltado ganas de meterme ahí contigo, pero el lugar en el que nos encontramos requiere
ciertos escrúpulos morales y estéticos que acato de buen grado.

¿El jabón? Yo creo que sí; ahora mismo creo que te estás enjabonando porque he
dejado de escuchar el grifo. Si no me equivoco, de aquí a un par de minutos, volveré a
escuchar el torrente de agua sobre tu cuerpo. Vale, voy a perderme también el placer de
enjabonarte… pero ya tendré esa oportunidad en otro momento, ahora mismo me toca
escribir. Y sí, he de darme prisa porque como ya oigo de nuevo el grifo correr, significa que en
breve comenzarás a secarte (eso tampoco podré hacerlo yo y también me quedaré con las
ganas) y te vestirás con las prendas que has introducido en el cuarto de baño. Ciertamente,
voy bien. Esta carta de amor tiene por objeto decirte que te quiero y eso ya lo he hecho, así
que el tiempo que tardes en peinarte frente al espejo lo podré gastar en corregir la puntuación
de lo que llevo escrito y también cerciorarme de que no se me ha ido ninguna tilde. Es lo que
tienen las prisas: debo acabar antes que tú salgas y para lograrlo todos los segundos cuentan.

79.

No me negarás que se está a gusto junto a una mesa camilla. Acá, junto al cristal, las gaviotas
arrojan bobinas de estaño en su revuelo. Ahí. Justo ahí las lumbres de miles de hogares, las
chimeneas que penden frágiles, me recuerdan que la lumbre nunca dejará de brillar si tú estás
a mi vera. Andalucía profunda, sed de otoño: las llamas abrazan y abrasan, con seseo y son
entraña. El tiempo del diente de león queda preso en las telas de araña: no se escape, que no
corra ni crezca. No quepan las nubes entre los dedos ni halla allá hacia donde los pasos se
quiebren.

No me negarás que la voz suena más fuerte cuando se está cerca. Cuando te tengo cerca las
margaritas siempre penden en números impares. No me negarás que todo es más bello, que
las tardes requieren menos miradas y menos minutos para quedar repletas. Se copa y colma la
tez de la tarde con más vigencia cuando estamos juntos, cuando compartes conmigo esta
mesa camilla. Tarde andaluza, tarde de invierno. Tú y yo bajo la escarcha contando las horas
hasta que recomience el alba. El alma, en espera del rocío, apaga las ansias y todo se respira
bajito. Se disipan, se adueñan de mí los llantos, las uñas con que dibujamos sobre el cristal
nuestros nombres. Las sombras se alargan y yo me pierdo entre ellas, muy cerquita de ti.

No me negarás que así, sí. Sueño cumplido: tarde de domingo habitada por pasos que no
suenan. De camino al frigorífico, con algo de cena y devuelta a una película que casi no se ve
acurrucado entre tus brazos. Tarde de inverno, bajo tus brazos y junto a la copa. Copa de tinto
suave. Copa de los árboles a lo lejos. Copa junto a nuestros pies, compartiendo con nosotros
su calor, su lumbre.

80.

Carta abierta a la imagen de ti que se marcha cada noche. Más que nada, es una carta abierta,
porque como sé que vas a marcharte, te concedo la libertad de marchar también de esta carta.
Podría titularla así: carta cerrada para la imagen de ti que se va cada noche. Pero no. De
haberlo hecho así, sería "carta cerrada posteriormente abierta por la imagen de ti que se va
cada noche". Y no. Cachondeos los justos: la imagen de ti que se va cada noche no merece una
carta cerrada porque si mis dedos no la agarran, no la retienen, tampoco mis palabras han de
confinarla aquí, en una barra de papel.

Escribo formalmente esta queja diurna para maldecir los prontos que a mi destierro
incitan a la imagen de ti que cada noche me embarga. Sueño y en ti sueño. Marchas luego,
dejándome cautivo de un millón de temores, tumores que son para la vigilia, las marcas del
sueño. No, no voy a llorar: querría con todas mis fuerzas retenerte. Si te tengo conmigo
cuando sueño, ¿por qué te marchas? ¿Por qué amanezco siempre con algo de fiebre y contigo
lejos? No voy a llorar porque de nada sirve. Ya lo he probado. Así me va: muchas lágrimas y
migrañas vagas, que ni me duelen ni me salvan. No me da nada bueno la marcha que produce
en mí la imagen que de ti cada noche me visita. Le escribo por ello esta carta abierta de amor,
porque no puedo escribirle una carta cerrada. ¿Qué sería de mí si tratara de retenerla? ¿Qué
sería de mí si una noche me encadeno a ti y me arriesgo a asegurar que no volveré? Tal vez me
quede. Tal vez me quede con la imagen de ti que me visita cada noche. ¿Y qué? ¿Qué sería de
mí si no despierto? Si alguna noche no despierto, me habré quedado con la imagen de ti que
me visita cada noche. No habré muerto, habré dejado mi conciencia con la imagen de ti que
me visita cada noche. A falta de fuerzas para dejarte partir, me he partido yo, por no retenerte
me he perdido.

Escribo para quejarme formalmente a ti, imagen bella que te marchas en cada
amanecer, en cada alba. ¿Por qué marchaste? Me duele todo… y siento frío.

81.
¿Si me dieran diez palabras? "Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo." Diez, lo he clavado.
¿Y si me dieran once? Supongo que tendría que meter algún pronombre para llenar la que me
falta. Quedaría así: "Yo te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo." Pero eso la verdad es que
da pena porque me habrá llevado a malgastar hablando de mí una palabra que hubiera sido
medio "te amo" en otras circunstancias. Nota mental: si me piden que te escriba once
palabras, he describir diez y pedir que me envuelvan para regalo la undécima para que cuando
robe otra, tenga la frase completa. Hombre, podría emplearla en poner tu nombre para que
quede claro a quien se lo digo. En tal caso, sería así. "Aida, te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te
amo." Redundante, a más no poder: ¿a quién iba a decírselo si no? Lo dicho, si alguien me dice
que tengo que escribirte una carta de once palabras me habré metido en un buen lío. Otra
opción sería gastarlas de otra forma distinta, utilizando más palabras diferentes. Sería una
lástima, porque decirte que te quiero es lo que más me gusta, pero entiendo que a ti te
parezca poco creativo y por tanto. ¿Improviso algo?

"No podría vivir sin ti y por ello, no lo intentaré" (justo: ¡suman once!). "Ni por todo el
oro del mundo me olvidaría de besarte" (de nuevo, suman once). "He perdido una estrella y
sospecho que está en tu regazo" (¿mejor?). No te quejes. He resuelto el dilema. Si he de
escribirte, a palabras pares, sentimientos a palo seco. Palabras impares, improviso un poco. En
ambos casos, hablaré de ti. No me queda más remedio. Estoy enamorado…

82.

Un hechizo te dejó como muerta sobre la cama. Una rueca fue la asesina a tiempo parcial.
Asesina en parte, porque no estás muerta. Más bien, dormida. Asesina a tiempo parcial porque
yo aún puedo rescatarte y con tal objeto he cruzado mares, he escalado montañas y logré
incluso desembarazarme del cobrador del frac que quería que le pagara el préstamo del dinero
que gasté en material para escalar las montañas y para comprar la barca que necesité para
cruzar los mares. Ya quedan lejos las dificultades, los cobradores y también esa banda de
piratas que me persiguieron por media Internet. Ya, no. He sobrevivido y ahora maldigo a la
rueca que te dejó sin hálito, como rito iniciático hacia el comienzo de la redención. Primero
maldigo a los que te tienen dormida y luego te beso. Más vale que funcione, porque si no, me
veo llamando al Dr. House: mujer blanca, de veintiséis años, que apareció tendida sobre una
cama con un pinchazo en el pulgar, y en coma selectivo. Caso de película… o de cuento. Más
de cuento que de película porque en las películas aparecen las actrices y tú más que una actriz
eres una princesa. Una princesa de cuento.

Terapia: un beso. No sé si el Dr. House estaría de acuerdo o no, pero me parece el mejor
tratamiento. No sé qué medicamento suele dársele a las bellas que duermen, pero yo sí tengo
claro que en todo el mundo que crucé por ti no he podido encontrar ninguna medicina más
fiable. ¡Y eso que estuve en las tiendas del aeropuerto y pregunté también allí! Y nada.
"¿Tienen ustedes algo para despertar a una docella muy guapa que se quedó dormida
profundamente al pincharse con una rueca envenenada? Y no. No me dijeron nada y por eso
seguí mi camino. Ya: no es muy romántico eso de que el príncipe tome un avión para ver a su
princesa, pero teniendo en cuenta que yo iba a viajar de inicio con AIR MADRID, la peripecia
llegó a ser fascinante. Y para colmo después me perdí en la T4 de Barajas, así que tú me dirás:
una mierda, con perdón. Pero he llegado, que es lo importante. Y ahora te tengo delante,
frente a mí, agotados el resto de diagnósticos y sin otra cosa que pueda hacer salvo besarte.

Vamos allá. Yo te doy un beso, con todas mis fuerzas y si esto no te reanima, ya pensaré
en otra cosa. Yo, por lo pronto, te escribo esta carta por si me lo pegas, por si finalmente logro
despertarme, pero me quedo a cambio yo catatónico. No sé. Yo de medicina no entiendo casi
nada… pero al menos sí sé dar buenos besos. ¡Vamos allá!

83.

Mal rollo. Pierdo entre los apuntes la paciencia y me da por criticar a todo lo que se mueve.
Por defecto, todos los jefes del mundo son cabrones y todos los novatos somos insurrectos. Así
me va: en todas las esquinas trazo emboscadas, maldigo al ser que engendró para mí una
tutoría con catorce repetidores y, entre tanto, y a medio plazo y distando horrores de la
quiebra, pienso en ti y se me serenan los humos. Tú eres mi paz. Paz del cielo que calma mis
desvelos, que enerva mi apatía y merma mis enfados. Tú, la diosa inmortal de los pétalos de
nácar, que me hace respirar desde dentro, tragar al jefe, seguir luchando por hacer las cosas
bien en mi trabajo.

Nuevos días y el año se marcha. No hay fuerza humana que me haga con tanta eficacia como
tú salir de la cama. Leiv motiv, sentido último. Araño el edredón y desde las más profundas
vísceras prendo un poco más de furia, recobro la pasión por ser profesor, por alcanzar el sueño
que para mí soñé desde pequeño. Sin ti, los días empezarían a las once y las clases se
prepararían solas. Sin fe. Sin vida. Tú eres la gota de fuego que inflama mis ganas de parir un
nuevo sendero.

A decir verdad, de nada serviría ese sueldo, esas preciosas notas que he puesto. Solo tú, que
das sentido, que compartes conmigo la vida y consigues luchar a mi vera, para que todos los
días sean especiales. Y lo logras. Y ganamos: ganamos el futuro que poco a poco tenemos
labrado. Tú, mi desacato al vaho; mi objeción de conciencia para todas las tardes grises,
porque das de beber a mis jilgueros ron de Cuba, inflamas los albatros con un cariz añil, con
una nueva bocanada de fiebre. Mi vida, mi esperanza: te imploro que temples mis nervios… y
que serenes mi alma frente al jefe.

84.

"Mi vida, no hay derecho a salir con miedo a la calle". Nos amenazan con pegarnos, con rajar
las llantas del coche, con encontrar nuestras casas y quemarnos vivos. Entre tanto, una raya
amenaza con sesgar de golpe sus vidas, con convertir sus motos en motosierras. La vida en la
calle se recrudece y solo los fuertes y los malos sobreviven. O en caer más tarde. Los malos
tontos son los primeros en caer y suelen llevarse por delante a los buenos tontos. Los malos
listos van después, pero ni siquiera los buenos listos se salvan. Todos caen. Renuncian a la vida
y la juventud acaba por perderse. A mis veinticuatro años, con el cuarto de siglo pisándome los
talones, me sorprende el sentirme tan lejos. Aquí tener una ambición es ser de otro planeta. Lo
normal es no querer a nada ni a nadie. Dejarse la vida en una caja de condones para gastar con
la moto, en algún parque. No más. De eso va sus vidas y por medio, nos amenazan con
rajarnos, con un corte de navaja que sesgue las cadenas que nos atan al mundo. No son
humanos, sino bestias. Alguno avanza, pero en la calle todos se vuelven fieras. Más les vale.
Queman contenedores y lo rocían todo con spray de colores. No hay derecho. Miro a las otras
aceras y descubro que no hay cambio de acera, que no se puede cambiar de acera porque
todas son malas. Los miedos. Los alborotos que cada noche a lo lejos riegan de cristales rotos
la plaza del pueblo. Ciudad sin ley, de borrachos y de gente de droga: viven de eso, escucho
pinchazos y tras el recreo los ojos rojos de alguno me amenazan con partirme algún hueso. Eso
pasará de noche. Siempre sucede de noche.
Las ciudades están pobladas de bandas. Tu Madrid, llegada la noche, lejos de inspirar
nostalgias y desvelos, nos hace correr. Pequeña urbe que agita las pisadas de todos los
hombres de bien. De nada vale. Ocultarse no sirve y ser un "bueno listo", tampoco. No hay
derecho a salir con miedo a la calle… pero me alegro de que tú tengas también miedo. El
miedo nos hace más cuidadosos y eso es bueno. Ten cuidado del mundo. Si te pasa algo, los
mato a todos.

85.

Me siento pequeño esta noche. La palabra clave para explicarlo es "inefable". Hay cosas que
no pueden ser nombradas y que en momentos clave de mi vida me han resultado
apabullantes. En algunos momentos sí he sentido que poseo la capacidad para aproximarme,
para dar palabras cercanas al sentimiento, al instinto íntimo que lo recorre todo. Otras veces,
no. Otras veces se me nubla la vista, la conciencia y la capacidad para poner en orden mis
pensamientos. Hoy es así. Hoy me quedo en blanco en mi empeño por contarte lo que me
haces sentir, el daño que la distancia produce sobre mi alma. No hay palabras ni forma. Miento
más: las palabras existen porque hay palabras para todo, pero soy yo el que no sabe
escogerlas. Tal vez, si fuera más listo o más sabio. Pero no. Tal vez debí leer mucho más
cuando aún estaba a tiempo. Ya no. Ya no puedo prepararme para este instante, para
encontrar esas palabras que no sé seleccionar. Me rindo.

Recuerdo un viejo proverbio, una fábula muy antigua que un maestro cincuentón me
relató en cierta ocasión. Él me previno. Èl me explicó que en muchos momentos de mi vida me
quedaría sin palabras. Ahora sé que no mentía. No obstante, su consejo era mucho mejor, no
se quedaba ahí, y por eso me he inquirido a mí mismo que va siendo hora de aplicar las cosas
que me dicen. O eso me temo. La desobediencia es divertida, pero también terriblemente
improductiva. Ahí voy: a seguir su retahíla, su secreto para los momentos de bloqueo mental,
de nudo en la garganta o de inexistencia de léxico. Así me dijo él: "si quieres decirle a alguien
que lo amas y no encuentras las palabras, pídele perdón a esa persona por tu torpeza y
suplícale que entienda lo que sientes sin necesidad de armar las palabras. A cambio, por no
tener palabras, ofrécele al menos todas tus letras. Y si no lo comprende, sintiéndolo mucho,
mirándolo a los ojos, con las lágrimas a punto de brotar, comienza a suplicarle: a, b, c, d, e, f, g,
h, i, j, k, l, m, n, ñ, o, p, q, r, s, t, u, v, w, x, y, z".

86.

Declaración de principios. Pese a todo, soy un hombre. Eso significa que no pienso más de la
cuenta. Generalmente quiero lo obvio: nunca pido lo contrario de lo que quiero y mostraré
fidelidad por defecto, sin que ello deba ser puesto en duda ni alabado. Del mismo modo,
mostraré una visión de los hechos absolutamente plana. El verde, será verde. Si es azul, será
azul. No entenderé por lo general ningún otro tono: no acepto las cosas que se ve verdes, pero
que en realidad nos hacen sentir azules, porque todo lo que está relacionado con la
combinación de colores o con la combinación de sentimientos no está a mi alcance.

Me enamoro de una única mujer y por tanto, mientras esté enamorado, cualquier tipo
de celos de mi pareja acerca de otra persona, será considerado una estupidez por mi parte. Del
mismo modo, y teniendo en cuenta que quiero a una sola persona, no me será necesario
recordarlo a cada rato y tampoco preguntar cada dos por tres por cómo le va todo pues, si algo
le interesa, bastará con que me lo cuente pues para eso hay confianza. Del mismo modo, si
algo me preocupa, lo contaré yo, sin esperar a que me pregunten. Si algo no me preocupa, me
lo callaré porque no hace falta hablar de todo.

Me gusta el fútbol. Es un espectáculo muy masculino y todas las manifestaciones


próximas a dicho evento merecen ser vistas. En la dicotomía "novia"-"fútbol" optaré por
respuestas evasivas del tipo: "ambas", "hay momentos para todo" o "no tiene gracia lo uno sin
lo otro" porque no sé responder y porque no entiendo por qué las mujeres formulan ese tipo
de preguntas. Del mismo modo, yo no me siento imprescindible y por eso no me comparo con
otras actividades femeninas. En el universo masculino concebir una dicotomía "novio-
compras" carece de lógica. Querer a una persona no exige exclusividad. Hay una vida paralela y
eso en ningún caso supone un menosprecio hacia la otra persona… Si mi pareja opta por
cualquier otra actividad, me dedico a jugar al ordenador o a la consola.

87.

Si me obligas a escribir una carta sin mentir, terminaría por quedar en silencio. Me dirás que
soy un criminal de la sinceridad y yo me sentiré francamente ofendido. Casi todos los lingüistas
coinciden en que el código lingüístico habitual está tan desgastado que no vale para mostrar
sentimientos de forma eficaz. Por ello, para expresar amor a una persona, es necesario recurrir
al lenguaje literario y este, en puridad, está basado en la metáfora. Asimismo, la metáfora, en
sí misma, es una forma de mentira. De hecho, si el ser humano no fuera capaz de mentir, no
pudiera concebir mensajes inexactos o, en muchos casos, absolutamente falaces, no existiría la
poesía. Llegamos por todo ello a la conclusión de que el lenguaje literario está basado en la
mentira y que es imprescindible utilizar mentiras para expresarnos poéticamente.

La ausencia de verdad indica cierta tendencia hacia la función poética. En suma, la


mentira termina por convertirse en el rasgo distintivo más característico de los idiolectos de
los enamorados. Dado que ellos tratan de romper las convenciones lingüísticas, recurren a
"mentiras" (metáforas) para explicar la realidad de un modo reelaborado, más disparejo de la
inmanencia habitual, más bello. Por todo ello,
un alto grado de mentiras implique una elevada carga poética y consecuentemente también
cariño o amor. En conclusión, a mayor número de mentiras, mayor propensión a la función
poética y por tanto, más fuerte se da la presencia de lenguaje amoroso, más presente está el
amor.

Todo esto te lo he contado para explicarte que cuando el otro día te dije que estaba en
el gimnasio, en realidad estaba tumbado en el sofá comiéndome un dónut. Valóramelo: mentí
para demostrarte con ello que te quiero mucho.

88.

Sospecho que algo va mal porque no alcanzo hasta la mesa. Si no fuera porque eso es
estúpido, porque pensarás que estoy loco, te diría que algo o alguien con muy mala leche, me
ha encogido. Más que nada, porque no alcanzo hasta la mesa y eso no suele pasarme. No es
una reflexión muy madura (¡lo sé!), pero me voy a matar si tengo que saltar desde la silla hasta
el suelo. Debe de haber medio metro… ¡y eso es más del triple de lo que han de medir mis
piernas! Lo dicho: algo va mal. Desde mi actual disposición, me siento un ratoncito, un
pequeño cómplice de los gorriones, un desvalido animalito. ¿Quién me ha hecho esto? ¿Qué
sucede?
Me arrojo contra el suelo y mis piernecitas logran parar el golpe sin agenciarme por ello
un esguince. Comienzo a andar en busca de un médico, pero nadie escucha mis gritos.
Supongo que ahora tengo que destruirme el tímpano para que al resto de los humanos les
parezca que he emitido un susurro. Por momentos dudo incluso de si he cambiado de especie,
pero constato pronto que no es así. El problema no es la especie, sino el tamaño. Lo
compruebo en un espejo que hay cerca y llego a la conclusión de que he de ir personalmente a
la Seguridad Social para consultar mi caso. He de decir que va a costarme sortear los coches,
que cualquiera se atreve a pasar un paso de cebra estando los conductores como están, medio
borrachos casi todos por culpa de las cenas de empresa. Y claro: yo me acuerdo de Gregorio
Samsa y sospecho que lo más factible es que yo no acabe bien en mi peripecia.

Lo único bueno de ser pequeñito es que pienso colarme en la cola del galeno. Esas
señoras con el entrecejo fruncido por defecto y la colección de bolsos grandes más exhaustiva
de Europa no me retendrán. Ahora bien, ¿qué espero que el médico me diga? Supongo que me
examinará y llegará a las dos conclusiones que yo ya sé. La primera es que me siento
chiquitito… y la segunda es que eso me pasa cuando estoy contigo, cuando te miro, cuando me
doy cuenta de la gran mujer que eres.

89.

Te imagino sentada sobre la cama, imbuida en una reflexión tan íntima que se apega en exceso
al universo quedando, por tanto, la comunicación queda truncada de forma irreversible. Te
dicen todos que no recuerdas, que los huecos que deja el paso del bisturí sobre la película que
recubre la memoria son cada vez más hondos, pero a mí no me engañas. Sí que recuerdas: en
algún lugar de ti, todo germina, hollando una habitación verde, un cuarto donde jugar a las
muñecas que tus padres te entregaron en tu Andalucía, cuando aún eras más joven que ahora,
cuando la Roda era aún un lugar inexperto para el hombre urbano. Belleza de facciones
amplias, de gestos expresivos, de carácter penetrante capaz de hacer caer las grupas de un
millón de ejércitos.

Me niego a recordarte quién eres, a hablar de la música de tu tiempo, a explicarte las


películas que antaño te hicieron llorar o proferir insultos. Adentro de ti, un pequeño cofre lo
agrupa todo. Caja negra: captor de recuerdos y transcriptor notarial de herraduras hendidas.
Nada de hacinar en ti el sello quejumbroso de listas que no acaban, de vivencias que anidan en
ti. Carmen: poema y jardín, los dos sentidos de tu nombre revelan el verdadero secreto que
aguardas. En ti un laberinto de setos, que esconde una razón demasiado precisa. Solo para ti:
el poema tuyo solo resuena contigo en orden. Ni falta que les hace: te mereces entenderte
solo tú, conservar solo para ti los recuerdos. Si tú te entiendes y tú te recuerdas, que los demás
se fastidien. Te has ganado descansar del mundo: pasar por delante y aguardarte para ti tus
secretos más profundos. Convencido estoy que desde allá arriba sigues con fructífera
profusión los designios de tu sangre, los pasos de baile con que tu nieta regala al cristal. Más
allá del espejo, todo se entiende. Algún día podremos comprender tu secreto y se nos caerán
al alma uno a uno los sentimientos como cuentas del rosario. Por el momento, permanecemos
lejanos a tu altura.

90.

Si nada de lo que ha pasado en los últimos años estuviera sobre el telar de lo vivido, ahora
estaría en Madrid, recorriendo las calles cerca de las cuales vives, próximo al trabajo o
estudiando quizá un postgrado. Quién sabe qué habría de pasar, si en algún parque te viera,
tomando un sadwich del Rodilla, con la mirada ausente, trajinando una demanda llamada a
destronar de sus laureles a un traficante de laurel. No. De eso nada. Yo te vería tan guapa y tan
cercana. Me fijaría en ti y pensaría durante pocos instantes si quizá tú eres alguien con quien
yo debo cruzar palabra. "¿Y si le digo algo?", pensaría. "¿Y si me presento, tal vez?". Pero no.
Devolvería al pan mis miradas y proseguiría comiendo porque jamás se me dio bien decir la
primera frase.

Si no te dijera nada, te vería en el mercado. Me cruzaría contigo en la charcutería y


tendría una segunda oportunidad del destino para entablar una conversación. A buen seguro,
terminaría por suceder que no me atrevo. En tal caso, el destino volvería a darme paseo al
compartir ambos el mismo videoclub. La misma película nos daría una excusa para hablar y
espero aprovecharla entonces. Si no es así, estoy convencido de que volveríamos a
encontrarnos en el gimnasio: tú haciendo danza árabe y yo una tabla de pesas. O en un
bulevar. O en un restaurante chino. Otra oportunidad. Seguro que entonces sí buscaría
encarecidamente una excusa para hablarte. Eso sí, no descarto que la cobardía me venciera
también entonces. Poliandria: de entre lo hombres trataría de colarme para recoger para ti un
pañuelo que se te cayó en la calle. Y si no, en la tienda de muebles, en un probador de ropa,
compartiendo un ascensor, en la cola del médico y hasta en las taquillas del metro.

Conspirador. El universo estoy seguro de que me hubiera retado. Sí, de acuerdo, si no te


conociera, te vería desde fuera como una rubia imponente y seguiría por ello pensando que no
tengo opciones contigo, que eres una chica demasiado guapa como para hacerme caso. Me
retaría el destino un millón más de veces y estoy seguro de que al final me daría por encontrar
una frase ingeniosa. O no. Tal vez no. Quizá fueras tú la que no desperdiciara su ocasión.
Seguro que tú lo consigues a la primera.

¿Me invitarías a ver una película en el cine si ambos tomamos una hamburguesa en
mesas contiguas, pero separadas, si vamos solos y nadie nos mira?

91.

No quiero perder cada día un día. Me gustaría ganar cada día un día. No quiero que cada hora
reste una menos para que acabe todo. Quiero que cada hora sea un regalo más, una posesión,
un caudal que almaceno, que ganamos, que pasa a ser nuestro. No me gustan las estaciones
que pasan, sino las que hemos recorrido. Me gusta ser, no perder. Me gusta ganar y no perder.
Me gusta sumar, que todo vaya al saco de las cosas ganadas y que nada se quede atrás,
obsoleto, sino ganado.

No he podido nunca perder la vista del retrovisor, pero ahora tengo claro que es más
productivo fijar la vista en la luna de delante. Y en la de arriba. Mirar la luna con cariño, para
pensar en todo lo que queda por vivir, pero también en lo que ya nos pertenece. Lograr que el
tiempo nos pertenezca, que esté ganado, que sea una parte inefable e infinita de nuestro
bagaje. No una lección, no una renuncia: que nuestra vida sea el tránsito denso de un sueño
consumado, de lo ansiado desde siempre. No perder el tiempo, sino gastarlo. Sino: ganarlo.
Destino: ganarlo. El destino será un abrigo que compartir juntos, orgullosos de todo lo
encontrado.

Te siento dentro y las llagas se suturan y un millón de geranios dan sombra a mis
entrañas. Ganar es vivir hacia adentro, hacer acopio de momentos que han de ser nuestros,
que contaremos como críos cuando tengamos críos. Llorar y ser felices porque ni rosco de
arrepentimiento nos asoma, porque todo está en su sitio, porque el tiempo lo hemos
adiestrado en las posesiones más profusas, más fructíferas. De sí: dar a la garganta un nuevo
quiebro. Nada de manchas. No vale perder. Echar las cuentas hacia un lado y darnos un abrazo
sincero.

92.

Cuando entras, no te vas. Terrible gusanito que carcomes las entrañas y crispas los sentidos.
Llevas a sospechar de todo, a dudar de cada palabra, a matar a todo aquel que se encuentre
situado en el lugar menos apropiado. No es para tanto, pero en su momento no te das cuenta
por tu cuenta. Tu cuenta nos lastra cerca, nos costra y nos castra, nos deja sin vigilia y produce
urticaria y ortiguillas bajo la piel. No dejas vivir, no dejas sentir. Aniquilas el amor y tiñes ocre
la piel de todos los que te sufrimos.

Ganas dan de pegarse un tiro con una palabra. Ganas dan de saltar desde lo más alto de
un rascacielos y planear en ambos sentidos durante la caída. ¿Hacia dónde caer? ¿Hacia dónde
ir? Si tú llegas, se agota la paz y la sangre hierve. Contraes las ganas de creer, la fe se adiestra
entre tus garras y se bosqueja una derrota incompatible con todo. Si tú llegas, lo demás se va.
Dejas de brillar el cielo. Dejas la yerba de susurrar cochinadas, se arriesga al fin la fiebre a
sesgar los músculos. Si tú llegas, se corrompe la glucosa, atacan los leucocitos a los pobres
hematíes y dentro del cuerpo nada se queda en su sitio. Cuando entras, no te vas. Terrible
gusanito que carcomes las entrañas y crispas los sentidos. Vivir contigo es no vivir. Dormir
contigo es imposible.

A muchos los has enterrado. Paloma negra que trae virus letales. Floreros vacíos que en
su adentro conlleva ganas de no perder. Al final, siempre se pierde. Al final todos perdemos
cuando tú estás dentro. Tipo especial de cáncer, que no acepta tratamiento, que lo aniquilas
todo, que me obligas a sentir hacia dentro, a infringirme heridas, a partirme a tiras la piel,
penetrando algún órgano.

Celos, me casé de pasarte. Es terrible. De entre todas las caras del amor, tal vez seas tú
la más destructiva.

93.

Cayendo de un rascacielos, planeé. ¿Qué habrá que pueda yo ya peder si estoy a punto de
estamparme contra el mundo? Opté por tomármelo con deportividad. Lo primero, y teniendo
en cuenta que aún me quedaba un ratito, sería no perder el tiempo reprochándome el
tropiezo. Lo segundo, sin duda, pensar en ti. Caí en la cuenta del incomprensible error que
cometí al estar allí y no contigo. Pero ya poco importaba. Cayendo del rascacielos, planeé. ¿Tal
vez una cena de reconciliación? ¿Tal vez hacerme el encontradizo contigo, en algún punto
estratégico? Y alguna de esas frases que uno siempre planea y que nunca utiliza: "buenos días,
jamás dejé de amarte". "Buenas tardes… lo son porque estás aquí conmigo". "Rompería el
silencio con una frase de saludo, pero estoy aterrado porque no quiero volver a perderte".
Peculiar eso de planear una conversación cuando estás a punto de matarte. Sin tapujos y sin
desvelos. ¿Por qué tenerte miedo? ¿Por qué huí de ti? ¿Por qué marché?

Si no me mato, a lo mejor vienes a verme al hospital. En tal caso, me sería muchísimo


más fácil encontrar una frase de recibimiento. "Me levantaría para darte un abrazo, pero si lo
hago, dejarás de creerte que estoy herido y te marcharás". "Yo quiero levantarme, pero los
médicos no me dejan porque temen que les robe a sus esposas". Podría entonces hablar
contigo, si no me mato. Pero lo malo de caer de un rascacielos es que generalmente te matas.
Son los gajes de la física. Y claro: si te matas, se apaga todo y las frases ingeniosas pasan a un
segundo plano. A pesar de lo cual, siempre es útil. A lo mejor en tu recibiendo al cielo, dentro
de muchos años, me encargan preparar un discurso… pero me niego a pesar qué te diré
entonces porque antes de eso tendré mucho tiempo.

Ya. Lo tengo. Voy a golpear con todas las fuerzas contra el edificio con mis pies y a lo
Súperman, planearé. Entonces, cambiaré de dirección y caeré en una piscina que hay a unos
cien metros de aquí. Si lo logro, saldré en las noticias. Cuando te vea, cuando estés a mi lado y
me abraces, cuando nos enfoquen todas las cámaras del mundo, yo me pondré serio, te miraré
a los ojos y susurraré "salté por vos", y si alguien lo duda, volveré a saltar.

94.

No es preciso que me des la mano. No necesito un colchón. No es seguro que las entrañas de
la tierra me den su sombra, pero tampoco descarto que la suma de todo no dé un número
pequeño. No es preciso, pero no lo descarto. No imagino un lugar de adopción, pero no lo
descarto. No entiendo el por qué de ese mundo que imagino, pero que nadie nunca encuentra.
Hablar, sin decir. Dar besos y que los ojos permanezcan cerrados. Escribo sobre los días que no
pasan. Escribo para echarte fuera las tripas, para que sientas que no es preciso que me des la
mano, porque te siento dentro. No necesito un colchón porque tengo el tuyo. No es seguro
que las entrañas de la tierra me acojan porque es en ti donde la fuerza de la vida me arremete,
desde donde el auxilio se transforma en vórtice de campanas y estrellas, senderos y rocíos.
Música de Dios.

Dispongo de pocas palabras para acabar la carta. Dispongo de todas mis sandalias,
colocadas en orden junto a la puerta. Marcharé, echaré a correr, ganaré los kilómetros que
faltan y me asiré a ti. ¿Quién será entonces capaz de separarnos? ¿Quién reparará las
distancias? ¿Quién reparará en que jamás nos separamos? ¿Quién tendrá entonces vigilias, si
nos tiene cerca? ¿Desde dónde la luz llegará ya para siempre? Sin gripes dispersas, en común
hasta las gotas de los ojos. Colirios y cirios. Velas y pastos. La pasta: la que se come, la que
engendra comida. Hablar, sin decir nada. Porque ya no escribiré para echar fuera lo que siento.
Lo dejaré dentro. Concebiré contigo. Surgirán un millón de atardeceres y alegatos, de puestas
de sol y reproches. Mítico y mágico ventanal.

Per se. Dar sentido. Gritar.

95.

Se me ha perdido. Era muy hermosa. En ella te hablaba de amor, te decía que te quería con
todas mis fuerzas, pero se ha escapado el archivo. Sé que no te sirve de nada que te diga que
encontré un buen puñado de adjetivos que no uso nunca y que todos ellos me sirvieron para
explicar lo que siento por ti. Sé que no sirve de nada y que se me va a quedar mellada la
cuenta, el saco de cartas que estoy tratando de entregarte. Pero al menos, créeme: era
hermosa, era una carta repleta de pasión, portadora de la furia de todas las ansias, de la mayor
inspiración que jamás he poseído. Pero no la tengo ya. Se perdió. El archivo colapsó la
capacidad del disco duro o yo qué sé… y tendría que empezar de nuevo, si pudiera.

Bueno, tú te la imaginas. ¿Te parece bien? Imagina en tu cabeza una carta perfecta, sin
aristas, con todo en su sitio, sin nada que rompa la telúrica armonía de todo. Perfecta, la
mejor: sin fisuras y sin entrañas sucias. Para ti. Esa carta existió y fue escrita para ti. Porque te
amo, porque te siento lejos, porque te mereces la mejor carta del mundo y durante un periodo
efímero de nuestras vidas sí fui capaz de engendrarla.

Supongo que esa es la clave. La perfección la rompe la impresora. En la cabeza, sobre la


pantalla aún, cuando no lo ha leído ningún ser humano, todo lo escrito alcanza la categoría de
ideal. Supongo que por eso se marchó. Era una carta tan buena que se ha suicidado. Era una
carta tan perfecta que no estaba el mundo preparado todavía para ella, que no lo estábamos
nosotros, que habrá de esperar a que llegue el momento. De todas formas, conste que yo no
fui el culpable. Yo no la escribí. Fue por ti. Yo solo me dejé guiar y salió sola. La escribiste tú.

Se fue. ¿Ya qué importa? Nos quedamos sin carta… Volveré a intentar rescatarla de
dentro de mí dentro de unos años.

96.

"Carta a mi amada, desde El Paraíso:

Junto al Árbol Prohibido, y sobre el caparazón de una tortuga, te escribo mientras te imagino
allí, recostada entre plantas de belleza virginal y primigenia. Mientras tú terminas la siesta, yo
preparo el trabajo de la tarde. Al fin y al cabo, ambos somos funcionarios y debemos ponerle
nombre a todos los animales y plantas existentes, misión para la cual todo segundo es
importante (aunque tengamos la eternidad entera, según se rumorea).

Aunque todo el trabajo lo hacemos siempre a medias, los nombres de las flores son mi
regalo de cumpleaños para ti: petunias, jazmines, azucenas, orquídeas, rosas... ¡Es precioso
escoger un nombre para cada una de ellas, porque todas me recuerdan lo buena que eres
conmigo! Las rosas... ¡les puse ese nombre en honor a tus mejillas! Para el alelí escogí una
palabra que sonara linda, que te hiciera sonreír (porque me gusta tu risa). La Dama de Noche
es un homenaje a lo bonita que estás cuando se pone el sol y te quedas a mi lado, y los Mimos
son aquellas flores que habitan cerca del lugar donde tú y yo nos abrazamos por las noches,
justo donde acaricio tus mejillas mientras sueñas.

Como ves, esta vez te escribo desde lejos. He aprovechado una mañana de asueto, de
día séptimo, para hacer una pequeña excursión. He venido junto al Árbol Prohibido para
contemplarlo un poco y ponerle también un nombre. De paso, me estaba preguntando si sería
capaz de tomar un fruto de él, si tú me lo pidieras. Me preguntaba si te amo tanto como para
comer lo indebido, obligándome con ello a compartir contigo el dolor, la pena, la Ira de Dios o
las fracturas de luz... ¿Lo haría por amor? ¿Lo haría por ti? La verdad es que yo creo que sí,
pero estoy seguro de que eso no va a suceder nunca porque tú eres demasiado buena como
para tentarme. De hecho, veo mucho más probable que sea yo quien llegue a ponerte a
prueba a ti, porque el Creador me ha hecho inseguro, cuando me pones ojos tiernos".
¿Viste, Aida? ¡Hoy he querido escribirte desde El Paraíso! ¡Vale!, sé que es una analogía un
tanto cursi, pero ¿sabes por qué la he elegido? ¿Sabes por qué me apetecía tanto ponerle a
cada flor un nombre que me hablase de ti? ¿Sabes por qué volvería a morder la manzana por
amor? Pues bien, he descubierto que entregaría otra costilla o el cuerpo entero, si tú me lo
pidieras, por dos grandes motivos: el primero es que cuando tú estás conmigo siento que
compartimos el Paraíso. El otro, aún más bello, es que para mí también eres la única mujer de
la Tierra.

97.

La niña se acercó despacio hasta la pared. La ponía triste saber que salir de allí no era una
opción al alcance de su mano. Al fin y al cabo, el gran daño que provoca estar encerrado es
precisamente ese: saber que no puedes contemplar el tránsito de los días, ni los devenires de
las damas de noche, que el viento acaricia y desprende por todo el jardín, allá en los confines
de la Ciudad del Viento, por donde ella había conminado su infancia; infancia tardía que la
llevó más tarde a estar presa en aquella habitación.

La niña se echó a llorar echando en falta barrotes. La niña se echó a llorar por no tener
una luna hacia donde gritar. La niña miró de pronto la ranura por donde cada mañana y cada
noche entraba la comida. Rezó una pequeña letanía y pensó que ella era la niña más triste y
desdichada de toda la tierra porque jamás entraba nada desde afuera que realmente le
aportara aquello que tanto necesitaba.

De pronto, descubrió que la pared estaba recubierta de papel de colores. Sin lugar a
dudas, millones de veces antes habría puesto sus miradas en aquellas acacias dibujadas, en
aquel prado tedioso, en aquellos cerbatillos tullidos. Era papel: tosco y feo. Frente a ella, una
mariposa amarilla. Miró la niebla que cubría sus ojos y puso toda su fe en aquella mariposa
dibujada en el papel.

De pronto, casi sin entender por qué, se acercó muy cerca de ella, de la mariposa, con
tacto y, por tanto, con miedo. Desplegó su candor sobre aquella mirada y partió su aliento
alrededor del dibujo. "Si la toco, echará a volar...", se dijo, ¡y así sucedió! La mariposa de papel
levantó el vuelo y buscó presurosa un nuevo rincón de luz, un pequeño resquicio por donde
regresar a la vida, desde donde fuera posible volver a sentir algo bello, ajeno a toda aquella
niebla, anejo a las damas de noche de la Ciudad del Viento.

Gracias por encontrar el único rincón que permite traerme de vuelta al mundo. Gracias, Aida,
por enseñarme a amar de nuevo. Gracias por devolverme la fe, por hacerme feliz, por inventar
para mí un mundo capaz de valerme la pena...

98.

En estos instantes recorres España. Te has marchado de mi lado y yo me pongo triste. Me


duele estar sin ti y me duele también estar contigo, porque siempre siento que vas a
marcharte y por eso cada instante de encuentro es también, en cierto modo, un momento de
despedida. A pesar de eso, eres a día de hoy lo que más feliz logra hacerme: tenerte a mi lado,
besarte de nuevo, volver a encontrarte. Cuando te vas lloro los escalones de la Estación y me
siento en el alfeizar para buscar otras miradas, para encontrar que el mundo no solo habla de
ti, pero no lo logro. Finalmente, dejo de estar sentado en el suelo, mientras tú encuentras tu
asiento en el tren.

Veo a mi alrededor parejas tomadas de la mano y me pongo triste. Mi mano estará


siempre esperando a la tuya porque de vez en cuando han de separarse, y eso me aterra. Sé
que volverás. Sé que volveré a recorrer España entera para enterrarme en tus brazos, para
volver a nacer, para cambiar la luz que brota del Sur y que frota tus labios alrededor de mis
sueños.

Te quiero. Ahora toca llorar. En otro momento, tocarán los abrazos. A tu vuelta, tocaré
tus mejillas, cambiaré versos por facturas de luz y volverán a sembrarse entre tus dedos cada
una de las sonrisas a las que juntos daremos vida. Hoy te vas y yo me quedo: solo quiero
encontrarte a ti en mis amaneceres, en las entrañas del día, cuando la tinta roce los periódicos
y la masa del pan eleve sus medidas. Cuando la noche acribille los pasos y las melodías
apaguen sus desvelos, no estarás sola… o eso deseo.

Hoy te vas. El tren recorre la piel de toro donde nuestros abuelos y padres hallaron sus
primeras caricias. Sucede desde siempre: cuando dos almas se encuentran, el mundo arranca
de nuevo y las distancias se arrancan. No estarás sola, porque yo estaré la vida entera a tu
lado. Volveremos a vernos pronto…o eso espero.

99.

Querida Aida, te escribo esta carta porque albergo una peculiar teoría. Sostengo que todo lo
que ocurre en el universo tiene algo que ver contigo. Sé que es difícil de creer y mucho más
aún de demostrar, pero voy a tratar de hacerlo porque te quiero. Conste en acta que sé de
antemano que a ti no te va a gustar mucho este razonamiento porque eres una mujer sencilla
y no te gusta sentirte el eje de todo. Sin embargo, creo que no debo mantener mi tesis en
secreto por más tiempo porque afecta a demasiada gente.

Todo se puede descomponer en relaciones causa-efecto. En estos instantes abro la


ventana y contemplo al vecino paseando al perro. Lo está paseando porque no está bien que
haga sus necesidades en casa. No está bien que haga sus necesidades en casa porque eso va
contra las normas de higiene. Las normas de higiene fueron dictadas para que la gente viviera
con más salud. Si era necesario una mayor salud será porque antes la gente no vivía de forma
saludable. Si la gente no vivía de forma saludable, a buen seguro morirían muchas más
personas. Si morían muchos más, serían necesarios también nuevos nacimientos. Gracias a la
necesidad de nuevos nacimientos, nacieron tus bisabuelos y tus tatarabuelos. A consecuencia
del nacimiento de tus abuelos nacieron tus padres. Gracias a que nacieron tus padres, naciste
tú. Dado que tu nacimiento fue anterior a que mi vecino sacara el perro, es bastante posible
que tú seas la causa última de que él esté ahora mismo andando sobre la acera.

Por si te quedan dudas, voy a plantearte un nuevo experimento sobre otra misma
afirmación: las pantallas se llenan de letras. Es pulsar las teclas lo que hace que estas
aparezcan en la pantalla. En estos instantes soy el causante de que las teclas sean pulsadas, y
las pulso porque tengo algo en la cabeza. Tengo algo en la cabeza porque necesito decirte algo
y necesito decir algo porque tú no estás a mi lado. Ahora bien, sé que no estás a mi lado
porque lo has estado en otros momentos y has estado en otros momentos a mi lado porque
existes. Demostrado queda: tu existencia es también en última instancia el motivo por el que
las pantallas se llenan de letras.

Según todo lo expuesto, queda demostrado con creces que tú eres el motor de todo
mi mundo. Seguiré investigando, lo prometo... pero por el momento estoy muy satisfecho con
los resultados de mi estudio y con que las cosas sean como son.

100.

Por ser la única mujer a la que he amado quiero ahorrarte esta carta de despedida…

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