Está en la página 1de 4

I.

CAMBIOS EN EL GLOBO 1

Querríais que la historia antigua hubiese sido es­


crita por filósofos, porque queréis leerla como filó­
sofo . No buscáis sino verdades útiles, y apenas ha­
béis encontrado, me decís, poco más que inútiles
errores. Intentemos esclarecernos juntos; tratemos
de desenterrar algunos monumentos preciosos bajo
las ruinas de los siglos.
Comencemos por examinar si el globo que habi­
tamos era antaño tal como es hoy.
Es posible que nuestro mundo haya sufrido tan­
tos cambios como revoluciones han soportado los
Estados. Parece probado que el mar cubría territo­
rios inmensos, hoy cargados de grandes ciudades y

1 La edición princeps de 1765 comportaba la siguiente dedica­


toria: «A la muy alta y muy augusta princesa Catalina Segunda,
emperatriz de todas las Rusias, protectriz de las artes y de las cien­
cias, digna por su espíritu de juzgar a las antiguas naciones como
es digna de gobernar la suya. Ofrecido muy humildemente por el
sobrino del autor.» La emperatriz fue corresponsal y protectora
de Voltaire; a su muerte, compró por un precio exorbitante los
siete mil volúmenes de su biblioteca, que se conserva actualmen­
te en Leningrado.
2 Esta segunda persona se refiere, según el autor en textos
posteriores, a Madame de Chátelet (ver nota de Voltaire en el
«Prólogo» al Ensayo sobre las costumbres..., p. 1). Sin embargo,
Mme. de Chátelet, amante de Voltaire, había muerto en 1749,
antes de la primera edición de este texto.

P)
4 VOLTAIRE

ricas cosechas. No hay orilla que el tiempo no haya


alejado o acercado al mar 3.
Las arenas movedizas del África septentrional,
y de las fronteras de Siria y Egipto, ¿qué pueden
ser sino arenas del mar que quedaron amontonadas
cuando el mar se retiró poco a poco? Herodoto’,
que no siempre miente, nos dice sin duda una gran
verdad cuando cuenta que, según el relato de los
sacerdotes de Egipto, el delta no siempre había sido
tierra firme 4. ¿No podemos decir otro tanto de los
paisajes arenosos que bordean el mar Báltico? ¿Las
Cicladas no son testimonio evidente, por los bajíos
que las rodean, por la vegetación que se descubre
fácilmente bajo las aguas que las bañan, de que es­
tas islas formaron parte del continente?
El estrecho de Sicilia, ese antiguo abismo de Es­
tila y Caribdis, aún hoy peligroso para las barcas,
¿no parece enseñarnos que Sicilia estuvo antaño
unida a la Apulia, como la Antigüedad siempre lo
creyó 5. El monte Vesubio y el monte Etna tienen
los mismos cimientos bajo el mar que los separa. El
Vesubio sólo comenzó a ser un volcán peligroso
cuando el Etna dejó de serlo; uno de los dos cráte­
res aún echa llamas cuando el otro está tranquilo:
un violento terremoto destruyó la parte de esta
montaña que unía Nápoles a Sicilia.
Toda Europa sabe que el mar ha devorado la
mitad de Frisia. Yo he visto, hace cuarenta años,

5 En la edición princeps, en lugar de esta última frase: «Ya


sabéis que esos profundos lechos de conchillas que se encuentran
en Turena y en otros sitios sólo pueden haber sido depositados
muy lentamente por el flujo del mar a través de una larga sucesión
de siglos. Turena, Bretaña, Normandía, las tierras contiguas, fue­
ron parte del océano mucho más largamente que provincias de
Francia y de las Gañas.»
4 Los nueve libros de la Historia, lib. II, cap. X.
5 Lo dice Diodoro de Sicilia en su Historia universal, 1, IV,
85. (P)
FILOSOFÍA DE LA HISTORIA 5

los campanarios de dieciocho pueblos cercanos a


Mordick que se elevaban aún por encima de las
inundaciones, y que luego cedieron al efecto de las
olas. Es notorio que el mar abandona en poco tiem­
po sus antiguas orillas. Pensad en Aigues-Mortes,
Fréjus, Ravena, que fueron puertos y ya no lo son;
pensad en Damieta, donde desembarcamos en tiem­
pos de las Cruzadas, que está actualmente a diez
millas de la costa; el mar se retira todos los días de
Roseta. La naturaleza da por doquier testimonio de
estas revoluciones; y, si se han perdido estrellas en
la inmensidad del espacio, si la séptima Pléyade ha
desaparecido hace mucho tiempo, si otras muchas
estrellas se han desvanecido en la Vía Láctea, ¿de­
bemos sorprendernos de que nuestro pequeño glo­
bo sufra continuos cambios?
No pretendo asegurar que el mar haya formado
o incluso flanqueado todas las montañas de la Tie­
rra. Las conchas encontradas cerca de esas monta­
ñas pueden haber sido la morada de pequeños testá­
ceos que habitaran en los lagos; y esos lagos, que
han desaparecido por temblores de tierra, se ha­
brían precipitado en otros lagos inferiores. Los
cuernos de Amón, las piedras estrelladas, las lenti-
culadas, las judaicas, las glosopctras, me han pareci­
do fósiles terrestres. Nunca me atreví a pensar que
esas glosopetras pudieran ser lenguas de perro mari­
no, y comparto la opinión de quien dice 6 que tanto
daría creer que millares de mujeres fueron a deposi­
tar sus conchas Veneris en la orilla, como creer que
millares de perros marinos fueron allí a dejar sus
lenguas. [Se ha osado decir 7 que mares sin reflujo,
y mares cuyo reflujo es de siete u ocho pies, han*1

4 El propio Voltaire, en su Dissertation sur les changements


arrivés dans notre globe, 1746. (B)
1 Buffon, en su Théoríe de la Terre, 1749, art. IX, «Sur la
formation des montagnes». (P)
6 VOLTAIRE

formado montañas de cuatrocientas a quinientas


toesas de alto; que todo el globo fue incendiado;
que se volvió una bola de vidrio: estas imaginacio­
nes deshonran a la física; tal charlatanería es indig­
na de la historia.]
Guardémonos de mezclar lo dudoso con lo cier­
to, y lo quimérico con lo verdadero 8: tenemos sufi­
cientes pruebas de grandes revoluciones en el glo­
bo, sin necesidad de buscar otras nuevas.
La mayor de todas esas revoluciones sería la pér­
dida de la tierra atlántica, si fuese verdad que esta
parte del mundo ha existido. Es verosímil que esta
tierra no fuera más que la isla de Madeira, descu­
bierta quizá por los fenicios, los más audaces nave­
gantes de la antigüedad, luego olvidada y finalmen­
te reencontrada a comienzos del siglo xv de nuestra
era vulgar.
En fin, parece evidente, por los accidentes de
todas las tierras que baña el océano, por esos golfos
que han formado las irrupciones del mar, por esos
archipiélagos sembrados en medio de las aguas, que
los dos hemisferios han perdido más de dos mil le­
guas de terreno de un lado, y lo recuperaron del
otro; [pero el mar no puede haber cubierto durante
siglos los Alpes y las Pirámides: tal idea contraría
todas las leyes de la gravitación y de la hidrostática].

8 Edición princeps: «... lo falso con lo verdadero...

También podría gustarte