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Sobre el pluralismo
Constantemente vemos cómo artistas, periodistas e intelectuales se marchan por la
sensación de asfixia que les genera el corsé secesionista. Una de las últimas
personalidades que se vio obligado a salir fue el reconocido pintor Sean Scully, quien a
finales de agosto hizo pública su decisión. Por otro lado, y, como consecuencia de haber
estrechado y apretado las tuercas a aquellos herejes del procés, se sujeta a obediencia a
quienes salen del redil con reprimendas y amenazas.
"Las tertulias en TV3 son bochornosas, una competición por ver quién tiene las
credenciales de independentista del año", explica Víctor Amela. "La entrevista es un
género que está en decadencia porque no se hacen entrevistas, se hacen felaciones, es
todo como un carril en el que ya sabes como oyente o como telespectador lo que va a
preguntar uno y lo que va a responder el otro, ¡apasionante!", dice con sarcasmo.
A veces, para maquillar esta situación contratan a un pésimo orador, un tonto útil, que
hace las veces de representante del constitucionalismo. No hay discusión más que por
el nivel de fanatismo que estila uno u otro. Si se es capaz de “sujetar a la obediencia”
es porque en la relación de fuerzas hay quien tiene la sartén por el mango: “Claro que
puede haber un peaje personal” reconoce Amela “y en Cataluña, efectivamente, las
personas con las que yo disiento más son personas que tienen poder, tienen el poder ni
más ni menos que de 30 mil millones de euros al año, que es el presupuesto de la
Generalitat”, señala.
Sobre la cultura
La utopía debe ser unicelular. En esto el aparato mediático y educativo juegan un papel
central. En Cataluña, explica Francesc de Carreras “la embestida a la cultura empezó
como mínimo en 1980, con el primer gobierno Pujol y con el consejero de Cultura Max
Cahner, un nacionalista dogmático. Sólo se protegía desde la Generalitat la cultura en
catalán y en los sectores no literarios a las personas o entidades nacionalistas. Ello ha
empobrecido enormemente el mundo cultural de Cataluña, mucho más rico en los años
sesenta y setenta”, recuerda.
Sobre la democracia
¿Qué queda de la democracia en Cataluña y cuál es su relación con el orillamiento, la
reducción y la fagocitación? En agosto de 2020, Elisenda Paluzie tuvo el descaro de
declarar con total impunidad que “no tenemos que permitir rectorados unionistas en la
Universidad de Barcelona y ni en la la Universidad Autonóma de Barcelona”. En una
sociedad sana, estas declaraciones habrían sido motivo de cese en sus funciones como
presidenta de la Asamblea Nacional Catalana (ANC).
El filósofo Miguel Candel se lamenta: “En la ‘universidad catalana’, el adjetivo se está
comiendo a marchas forzadas al sustantivo. Los rectores y sus equipos se han convertido,
creo, sin excepción en palanganeros del ‘procés’. Por suerte para mí, ya no vivo de la
institución, por lo que me siento libre para denunciar esa deriva, y compadezco a los
antiguos compañeros que deben seguir navegando en tales aguas”. Todos los
entrevistados, de un modo u otro, ponen el acento en la construcción sistemática de una
ciudadanía que viaja en primera clase y otra que se siente turista en su propio territorio.
Juan Soto Ivars habla del “tabú más potente” del independentismo: “los tabúes dentro de
la trinchera del ‘procés’ tienen que ver con la mitad no independentista de los catalanes.
No se puede pensar en ellos, se omiten o ridiculizan, se mantienen en la sombra. Así,
cuando hablan de ‘el pueblo de Cataluña’ o ‘los catalanes’ se refieren solo a una parte”.
Portadores de una verdad histórica -del “mandat del poble de Catalunya”- como Estados
Unidos en su conquista hacia el Oeste, han callado, invisibilizado y laminado a más de
la mitad de la ciudadanía catalana, cargándose el factor “pueblo” de la fórmula
democrática. A esto de toda la vida de Dios se le llama despotismo.