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BLACK LIVES MATTER: ¿ACTIVISMO

STARTUP?
Por Yesurún Moreno

Querido lector, prométeme una cosa: si a partir de este artículo no se me acusa de ser un
blanco que tiene miedo de “perder sus privilegios”, de ahora en adelante no vuelvas a
leerme. Sólo un mensaje de ese estilo puede ser el sello de calidad que la policía twittera
adjudica a aquellos mensajes incómodos cargados de verdad.

Desde que el 25 de mayo del pasado año un policía de Mineápolis asesinara a George
Floyd parece -a simple vista- que los Panteras Negras, movimiento político que fundó
Bobby Seale junto con Huey Percy Newton, hubieran vuelto para quedarse. Pero ¿qué
sucedería si en realidad estuviéramos frente a un “simulacro”? El sociólogo y crítico
cultural Jean Braudrillard, en Cultura y simulacro escribía que en las sociedades
posmodernas existe “una forma hiperreal, un simulacro que nos domina a todos y reduce
cualquier evento al nivel de escenografía efímera, transformando la vida que se nos
concede en supervivencia, en una apuesta sin apuesta”. Esa “apuesta sin apuesta”, es el
espíritu decrépito de lo que antaño fue el poder negro. Tal y como sugería el francés, la
autenticidad ha sido reemplazada por la copia (dejándonos en ese proceso un mero
sucedáneo), nada es Real, y lo perverso es que los involucrados en esta ilusión son
incapaces de advertirlo.

En efecto, asistimos a un simulacro llamado Black Lives Matter. Se trata de un


movimiento ideológico en su sentido peyorativo, en que, siguiendo de nuevo al francés,
“la finalidad del análisis ideológico siempre es restituir el proceso objetivo, y siempre
será un falso problema el querer restituir la verdad bajo el simulacro”. El proceso objetivo
es único e incontrovertido, Estados Unidos es una sociedad rota que tiene un serio
problema con las armas, la desigualdad y el racismo. El problema llega cuando dicho
proceso objetivo trata de sustituirse de forma simulada.

Por descontado, este no es un rasgo exclusivo del activismo negro contemporáneo (que
trata de reescribir la Historia, cancelar la cultura e imponer un relato victimista), sino un
rasgo compartido por todas las formas actuales de activismo que, al invocar una
reivindicación legítima con base en aspectos objetivos, ya la está traicionando. Pasa con
el ecologismo, pasa con el feminismo, pasa con el decolonialismo y con todos aquellos -
ismos- que se te pasen por la cabeza.

Entonces ¿qué hay de nuevo en el #BlackLivesMatter? En 2013, a raíz de la absolución


de un guardia de seguridad que había tiroteado por la noche al joven adolescente Trayvon
Martin, de 17 años, hasta matarlo en una zona residencial de Stanford, se cruzaron las
vidas de tres activistas afroamericanas: Alicia Garza quien posteó en Facebook un
mensaje que se viralizó: “Gente negra. Los amo. Nos amo. Nuestras vidas importan. Las
vidas negras importan”, Patrisse Cullors, quien añadió al post el hashtag
#blacklivesmatter y Opal Tometi, que rápidamente se puso en contacto con las anteriores
al quedar consternada y emocionada con sus mensajes.

Resulta muy llamativo que dos de las tres iniciadoras del movimiento se autodefinan
como “queer”. Garza, en 2002 se había licenciado en la University of California (UCLA)
y en 2008 se casó con un activista trans; Cullors, becaria Fulbright, casualmente también
licenciada por la misma universidad que, dicho sea de paso, actualmente ocupa el 15º
lugar mundial en el prestigioso ranking ShanghaiRanking Consultancy; y Opal Tometi
que en 2005 se licenciaba en Historia por la Universidad de Arizona, pero acabaría
iniciando su carrera laboral en el mundo del marketing. Es decir, un movimiento
impulsado a partir de las redes sociales, por tres activistas afroamericanas, todas ellas
universitarias, dos autoidentificadas como “queer” y una vinculada al mundo del
marketing empresarial. Dicho así parece que la comunidad negra no tenga derecho a ir a
la universidad. Técnicamente es así cuando las tasas de abandono escolar en
afroamericanos es 4 veces superior a la de los blancos, el poder adquisitivo es 10 veces
inferior en las familias negras que en las blancas, y tan sólo un 26 por ciento de los
estudiantes negros en EEUU llegan a la universidad. Pero, no prejuzguemos, démosle
chance.

Alicia Garza explicaba “Patrisse en esa época trabajaba en lo suyo, la Dignity and Power
Now. Estaba empezando a despegar. Y todo esto entró en una suerte de sinergia. Yo
conocía artistas y diseñadores en la Bay Area que querían ayudar, y me decían: ‘¿Qué
podemos hacer?’ Esa es un poco la génesis de todo esto”. Quizá sea yo el único que
advierta cierto tufillo “entrepreneur” en las palabras de Garza. No me imagino a Malcolm
X en sus discursos pronunciando las palabras “despegar”, “sinergia” y “artistas y
diseñadores” para referirse al poder negro, pero qué sabré yo…

Por otro lado, Opal Tometi, sí, la que provenía laboralmente del marketing diría: “Cuando
vi que los noticieros mostraban claramente nuestras imágenes y eslóganes acerca de
desfinanciar la policía, me emocionó ver que la gente entendía el mensaje”. Aquí hay tela
que cortar, porque no contenta con destilar de sus palabras cierto tono empresarial,
“nuestras imágenes y eslóganes”, parece sorprenderse de que sus hermanos de los barrios
ghetto no fueran tan subnormales como creía. Condescendencia, por otro lado, típica del
universitario californiano hecho a sí mismo.

Patrisse Cullors definiría el movimiento como "un ejemplo tangible de autodeterminación


frente a la violencia antinegros por parte de los residentes de Ferguson". Como si las
palabras “tangible” y “autodeterminación” no fueran antitéticas, o mejor aún, como si en
el acto mismo de la autodeterminación se pudiera transformar la realidad material que
azota históricamente a su comunidad. Las desigualdades estructurales y tangibles son
independientes de la voluntad de uno.

Y lo cierto es que el Black Panther Party también nace impulsado por estudiantes
universitarios, pero con un irrenunciable discurso de clase, de partido-movimiento
organizado que salía a la cancha “a ganar”. Muy lejos de ese vocabulario más propio de
Sillicon Valley y Stanford. Y es que la sensación que transmite el BLM es ser una copia
hipernormalizada de The Wire, una sobreactuación de personas negras con
preocupaciones de blancos. O quizá de un modo más ilustrativo, un “activismo startup”.
Un activismo basado en el mismo mantra que ese tipo de empresas orientadas a conseguir
un negocio para crecer muy rápido y, que se apoya en la tecnología y las redes sociales.

Como decía, el BLM no es la excepción, sino la tónica dominante en el activismo del


siglo XXI. Cosa que me remite a la pertinente pregunta: ¿Pueden hablar los subalternos?

Esta pregunta dio lugar al título homónimo del interesantísimo ensayo de la escritora y
crítica literaria india Gayatri Spivak, texto tremendamente complicado a la par que
sugerente. En él, la autora hace un análisis de la subalternidad de la mujer tomando como
punto de referencia el cruento rito sati hindú en el cual se obliga socialmente a la mujer
a inmolarse en la pira funeraria de su recién fallecido marido. Un rito que hunde sus raíces
en el medioevo y que por desgracia (aunque de forma minoritaria) se sigue practicando
en la actualidad. La pregunta central de dicha obra es “¿Con qué voz-conciencia pueden
hablar los subalternos?” ¿Acaso les han hurtado lo único que les queda, su voz? A lo que
nosotros debemos preguntarnos: ¿Son las formas de este “activismo startup” un modo de
amordazar la conciencia de los afligidos? ¿Es legítimo que activistas profesionalizadas
con intereses totalmente alejados de la clase trabajadora negra sean sus portavoces?
A todas luces, esta clase de movimientos tratan de “simular” una realidad social desde la
mera performatividad del lenguaje, borrando todo aquello que constituye al sujeto
histórico del que se reclaman parte. En particular, un movimiento que sustituye los fusiles
de asalto por la bandera LGTB, la conciencia de clase por la autodeterminación
individual, las asambleas de partido por los grupos de WhatsApp o Telegram, la
organización de manifestaciones con mensajes nítidos y contundentes por juergas con
eslóganes vacíos, en definitiva, la exposición racional de los agravios padecidos
estructuralmente por el discurso victimista. Y es que el clickactivism es el principal virus
troyano que se cuela en toda lucha legítima para desactivarla.

Para ir acabando pondré un par de ejemplos claramente representativos de cómo hemos


pasado de la lucha por los derechos sociales y políticos al conformismo de los derechos
civiles y las “identity politics”.

En primer lugar, el brusco viraje de la reputada líder marxista Ángela Davis, activista en
su juventud vinculada al Partido Comunista de los Estados Unidos y también, de forma
indirecta, a los Panteras Negras. Filósofa y profesora del Departamento de Historia de la
Conciencia en la Universidad de California en Santa Cruz. Autora de obras
imprescindibles como Mujeres, raza y clase. En ella vemos claramente una evolución
desde posiciones abiertamente proletarias a posturas identitarias, al punto de abrazar ese
lenguaje clasista y de moralina que presenta a la clase trabajadora estadounidense como
machista y heteropatriarcal. Davis ha pasado de ser todo un emblema de la lucha por los
derechos de la comunidad negra a una caricatura de sí misma, a una académica más
apoltronada en su torre de marfil, más cercana a las Ted Talks y a exposiciones y
ponencias como las del CCCB de Barcelona que a sus mítines de juventud. Vamos,
discursos metabolizables por cualquier corporación “ecofriendly”.

En segundo lugar, la transformación experimentada por Spike Lee, reconocido director


de cine, guionista y productor originario de Atlanta y uno de los artistas más
comprometidos con la situación de los negros en EEUU. Desde luego, un autor
beligerante y fresco que viene denunciando ya desde su primer largometraje las
condiciones de vida de esta comunidad: She's Gotta Have It (que sería la primera entrega
de la saga conocida como Crónicas de Brooklyn), obra con la que se le llegó a comparar
con Woody Allen. A lo largo de su dilatada carrera ha habido un interés ininterrumpido
por la justicia social, pienso en sus títulos Do the Right Thing, el afamado biopic Malcolm
X o su comedia satírica BlacKkKlansman. Empleando el lenguaje cinematográfico
diríamos que su arco como personaje en la vida real apunta, al igual que el BLM y Ángela
Davis a ser un pálido reflejo de lo que antaño fue, un “simulacro” que se pliega a los
intereses del capital financiero. Prueba de ello es su última intervención, al dirigir y
protagonizar “un spot para la compañía de bitcoins Coin Cloud, en el que habla de cómo
desde siempre el dinero (impreso, en papel) ha separado y marginado a la sociedad y de
cómo la criptomoneda está a punto de cambiar todo eso”. Pieza que ha hecho arder las
redes y que parece más una oda a la orgía capitalista que una crítica real. Quizá debamos
ir aceptando, con resignación, que todo el mundo tiene un precio y que todo movimiento
legítimo es susceptible de ser cooptado por intereses que callan a sus verdaderas víctimas
mediante la suplantación de privilegiados que se las dan de subalternos.

Black Lives Matter ejemplifica a la perfección esta “novedosa” forma de “activismo


startup”, un lucrativo negocio por explotar. Y es que la imagen más icónica de este
movimiento es a la vez su propia sepultura, la perfecta imagen de una simulación “made
in China”. Me refiero por supuesto a esa genuflexión con el puño en alto que se ha
popularizado en los medios de comunicación, en los actos deportivos como la NBA o la
Eurocopa y que ha hecho sentir culpable al que no se arrodillaba. Pero querido lector,
todo esto no debería sorprenderte pues el BLM es el negativo absoluto de aquellas
célebres palabras que se le atribuyen al Che Guevara: “Prefiero morir de pie a vivir de
rodillas”. Esta es la actitud a la que la izquierda ha renunciado y ese puño en alto es la
sombra en la pared de todos aquellos que se partieron literalmente la cara para que ahora
activistas como Garza, Cullers y Tometi echen por tierra su legado.

@Yesu_1995

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