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EL IMPACTO PSICOSOCIAL DE ENFERMEDAD QUE AMENAZA

LA VIDA EN EL PACIENTE Y LA FAMILIA

Conceptos de muerte en la historia y cultura extraídos del libro

“La muerte en Occidente” de Philippe Ariès


Philippe Ariès en su obra “La muerte en Occidente” resume
historiográficamente las actitudes básicas que se han dado en Occidente acerca
de muerte; estas actitudes Ariès las denomina correlativamente "la muerte
amaestrada", "la muerte propia", "la muerte ajena" y "la muerte prohibida". 

Acerca de la muerte amaestrada

Los testimonios literarios que repasa Ariès coinciden todos en el hecho de que los
personajes tienen el presentimiento –exacto, por lo demás- de que la muerte los
acecha. Todos están seguros del momento en que la muerte los merodea y, por
ello, organizan, sin patetismo excesivo, todo lo que debe hacerse hasta el instante
de la defunción e, incluso, después. Como paradigma de una buena
muerte basada en tal actitud, Ariès recoge la del protagonista de la Canción de
Rolando, una composición escrita probablemente en los primeros años del siglo
XII: en primer lugar, Rolando hace una evocación de los momentos bellos que le
han tocado vivir; en segundo lugar, los numerosos asistentes pasan a su vera y le
piden perdón; en tercer lugar, habiéndose dado la reconciliación con el pasado y
los presentes de este mundo, el moribundo orienta su atención hacia Dios a través
de la plegaria, la cual se divide en la culpa (la expresión de su reconocimiento) y lo
que se denominaba la recomendación del alma (una petición de salvación). Es con
posterioridad a estas acciones que se produce la intervención del sacerdote dando
la absolución.

La confirmación de esta idea la encontramos en las conclusiones que extrae Ariès


primeramente, el espacio: la muerte se aguarda en la cama, padeciendo
enfermedad; en segundo lugar, el modo como se la aguarda: se trata de una
ceremonia organizada y de carácter público; y, por último, la manera con la que se
afronta: con sencillez. Es fundamentalmente mediante esta última idea que puede
argumentarse la validez de la expresión “muerte amaestrada”, pues la tranquilidad
con la que se asumía cotidianamente el hecho de la muerte reproducía la
conciencia de su inserción en el orden inmutable de las cosas, frente al cual los
individuos se reconocen impotentes, y conformaba una suerte de control o
domesticación del hecho que, pese a su carácter radical, diluía sus efectos más
terribles; subsumida en el círculo inacabable de los procesos naturales. Otro de
los aspectos que, para Ariès, contribuyeron a la conciencia de la muerte
amaestrada fue la coexistencia de los vivos y los muertos. A partir de la baja Edad
Media, comienza a extenderse una nueva práctica de emplazamiento de
sepulturas que tiene que ver con el culto de los mártires y que el Cristianismo hizo

 Acerca de la muerte propia

Una serie de alteraciones de esta concepción de la muerte como gran destino


colectivo –el reunirse con la mayoría, como sostenían los latinos cultos-, que Ariès
detecta en los fenómenos de la representación del Juicio final, en el hecho de que
éste se experimente como algo privativo del sujeto en el momento de su
fallecimiento, en el interés por los temas macabros sugeridos por las imágenes de
la descomposición del cuerpo y en el abandono de la costumbre del entierro en la
fosa común para pasar a sepulturas individuales e identificativas de su ocupante,
remarcan una modulación en la vivencia de la muerte que pone de manifiesto una
mayor relevancia de la subjetividad. A partir de este momento, podrá decirse, no
que se ha abandonado la actitud anterior, sino que comienza a apuntarse otra
paralela: la idea de la muerte propia, es decir, la idea de que la única experiencia
accesible es la de que el yo –mi yo- cesa, y que este fenómeno aparece
separadamente de aquel destino colectivo en el que ya se apuntan rasgos de
abstracción.
La iconografía nos ofrece la división entre los salvados o justos y los condenados,
las imágenes de tribunales. Los hombres comenzarán a asociar a su muerte,
ahora que ya empiezan a ser capaces de sentirse mínimamente independientes
de los ciclos naturales, con un orden moral; la muerte se vinculará con un
significado moral que consistirá básicamente en una rendición de cuentas, en un
deseo de establecer la paz con los demás –y, así también, con uno mismo- antes
de la despedida, todo lo cual supone un ensanchamiento de la subjetividad
individual no concebible anteriormente. A inicios del siglo XIII, reaparecen las
inscripciones en el caso de las sepulturas de personajes ilustres. Y esta tendencia
se reproduce en clases sociales menos pudientes cuando en este mismo siglo
empieza a menudear la costumbre de poner una lápida para perpetuar el recuerdo
(no era necesario que la colocación de la lápida, por cierto, respondiera al lugar
exacto donde yaciese el muerto). Lo relevante en esta generalización de la
práctica es que refleja la instauración paulatina de una nueva autoconcepción del
hombre a partir de la idea de la muerte que, a su vez, condiciona su
enfrentamiento con ella.

Acerca de la muerte ajena

El reconocimiento de una interioridad que se expande no comporta, sin embargo,


una preocupación desmesurada por la muerte propia sino que, por el contrario, el
desvelo comienza a dirigirse hacia los otros. Esta autoconciencia que se enriquece
empieza a admitir que sólo puede contemplar la muerte en los otros, que la muerte
que uno experimenta es primariamente la ajena, en particular la de aquellos a los
que uno estima. El lazo sentimental que progresivamente se refuerza entre los
miembros de la familia, es decir, el nacimiento de la familia moderna como plexo
sentimental y de socialización, es lo que determina que la muerte aparezca como
un acontecimiento que, genera ondas de aflicción a lo largo de todo el espectro
familiar. La muerte empieza a ser algo intolerable porque quebranta tal lazo. No es
extraño, por tanto, que a partir de un cierto momento aparezca como transgresión
o ruptura, mientras que antaño se limitaba a significar lo contrario: la reintegración
en el ciclo natural tras el privilegio de la existencia. El cambio de actitud del
moribundo con respecto a la familia se trasluce con claridad en la documentación
testamentaria. El testamento era un escrito de carácter personal donde se hacían
constar las disposiciones que se organizaban o solicitaban para que uno fuera
recordado; el carácter de especificación del reparto de los bienes era de segundo
orden con relación a esta primera función del testamento que, a menudo, también
servía de escrito confesional. A partir del siglo XVIII, el testamento pasa a ser
simplemente el documento que determina la distribución de los bienes entre los
allegados. También cambia la actitud de los allegados con respecto al moribundo.
El duelo, que tenía una función social clara de resistencia compartida a la pena,
ahora alcanza un “despliegue ostentoso”, una emotividad desatada, que refleja
una intolerancia reciente históricamente en relación con el hecho ineludible de
tener que superar el dolor de la pérdida. Es por ello que la muerte que se tiene en
cuenta principalmente no es la de uno, que sólo representa un motivo limitado de
preocupación, sino la ajena. El culto a los muertos y a las tumbas que se generó al
socaire de estas transformaciones en las mentalidades durante el siglo XIX ha
dejado como secuelas la visita anual a los cementerios o la devoción hacia los
caídos por la patria

Acerca de la muerte prohibida

Lo que sorprende sobremanera en la actitud general contemporánea hacia la


muerte es, no tanto el hecho de que sea objeto de una interdicción en el discurso y
en la cotidianeidad de los vivos –aspecto que, al fin y al cabo podemos conectar
con el despliegue moderno del sentimiento familiar y el carácter intolerablemente
afectivo que desde el siglo XVIII presenta toda pérdida-, sino en especial la
rapidez con la que se ha instalado esta prohibición en las sociedades
industrializadas. Ariès puede concretar esta transformación en un período de 20
años, entre 1930 y 1950, y la vincula con un factor importante, que ha contribuido
a menguar la solemnidad del momento de la muerte, en relación con un cambio de
lugar: el espacio de la muerte ya no es la propia casa sino el hospital. El hospital
moderno no es un escenario propicio para que el moribundo, consciente de que se
acerca el fin, se deje ir; más bien, al menos según la visión de Ariès, representa el
teatro de la lucha por la vida y en el que los médicos, paladines en este combate
peculiar, determinan cuándo y cómo es conveniente que el paciente deba  dejarse
ir a través de una interrupción de las asistencias. Se puede ver en ello una
muestra de encarnizamiento terapéutico, Ariès le otorga a esto un significado
simbólico: al moribundo se le priva de la posibilidad de una decisión El hospital
moderno ha eliminado también la solemnidad ritual del momento de la muerte y
procura diferir la descarga emotiva que genera en los allegados mediante la
ocultación de la verdad al enfermo (que tranquiliza a aquellos), la prolongación no
siempre deliberada de la agonía y, en fin, el traslado del cadáver a la sala
velatoria.
La muerte se vuelve insoportable, de aquí que se la desee invisible o inexistente,
al mismo tiempo que se generan y fortalecen los lazos sentimentales en la familia.
El duelo, el cual siempre había representado una necesidad de manifestación
pública del dolor, está hoy prohibido. Esto no significa, como se apresura a
apuntar Ariès, que exista en la época contemporánea un desprecio o una
indiferencia hacia los muertos; por el contrario, la desaparición de los seres
queridos provoca tal vez más que nunca una pena desmedida, pero lo que ocurre
es que la nueva convención social estipula rigurosamente la ocultación de esta
pena.

La aparición de una enfermedad terminal en alguno de los miembros de la familia


puede representar un serio problema tanto en su funcionamiento como en su
composición. Podría considerarse como una crisis, dada la desorganización que
se produce y que impacta en cada uno de sus miembros.
Para adaptarse a esta nueva situación, la familia pone en marcha mecanismos de
autorregulación que le permite seguir funcionando, de tal manera que se generan
cambios en las interacciones familiares que tienen un propósito específico,
consciente o inconsciente, y que pueden llevar a la familia a situaciones complejas
de equilibrio o desequilibrio, poniendo en riesgo el bienestar y manejo del paciente
enfermo, así como la funcionalidad del sistema familiar.

Factores que condicionan el impacto de la enfermedad en la familia

Etapa del ciclo vital. Debe investigarse el momento del ciclo vital familiar en que
la enfermedad sorprende a la familia, el grado de consecución de las tareas
propias de esa etapa y la posición de cada uno de sus miembros en sus roles.
Flexibilidad o rigidez de roles familiares. La enfermedad crónica, y más aún la
terminal, supone una profunda crisis familiar a la que las familias podrán
responder mejor cuanto más flexibles puedan ser. En el momento que aparece la
enfermedad puede ocurrir que ésta afecte la distribución de roles, pues
inmediatamente después tendrá que negociar cada uno de ellos y en muchas
ocasiones compartirlos.
Cultura familiar. Resulta difícil hablar del impacto de la enfermedad en las
familias sin considerar un aspecto tan fundamental como es la cultura familiar.
Este conjunto de valores, costumbres y creencias que comparten los miembros,
intervienen en la evolución y desenlace de una enfermedad. Debemos buscar en
todos los casos de enfermedad crónica o terminal, cuál es la interpretación que la
familia hace de este proceso, ya que eso permite no sólo gozar de la confianza del
grupo, sino además considerar sus costumbres y creencias para abordar la
enfermedad de la manera más adecuada; en el momento que el paciente y su
familia perciban rechazo a la interpretación que hacen de la enfermedad
simplemente se retirarán.
Nivel socioeconómico. No es lo mismo que la enfermedad aparezca en una
familia de escasos recursos económicos a que ocurra en una económicamente
estable.
Comunicación familiar. En general, en la cultura de Latinoamérica existe una
fuerte tendencia por ocultar al enfermo que va a morir, convirtiendo el asunto en
algo prohibido o negado, conocido como “pacto de silencio” o “cerco de silencio”.
Tipo de respuesta familiar. El tipo de respuesta que presentan las familias como
efecto de la enfermedad, se refiere a los cambios que se generan en las
interacciones de cada uno de los miembros en función del paciente enfermo.
Capacidad del grupo familiar para la resolución de conflictos. La capacidad
de respuesta familiar a los conflictos es un indicador pronóstico del impacto que
tendrá la enfermedad en el grupo.
Principales síntomas familiares de desajuste por enfermedad. Para la
enfermedad terminal no existe ninguna edad apropiada, cada etapa de la vida
tiene lo suyo y está integrada por eventos igualmente importantes.
Aislamiento y abandono. Durante el proceso de enfermedad, la familia busca
aislarse para poder manejarla de la mejor manera posible, por lo que limita sus
relaciones sociales al cuidado del enfermo.
Conflicto de roles y límites. Cuando la familia no negocia adecuadamente los
nuevos roles que deberán asumirse durante esta nueva etapa en la vida familiar,
existen dificultades de rigidez, o se presentarán serios problemas de adaptación
en el manejo de la crisis familiar, lo que podrá hacerse visible a través de las
luchas internas por el poder, falta de respeto, culpa, chantaje, pérdida de la
jerarquía, alianzas entre los miembros, coaliciones.
Conflictos de pareja. En algunas familias ocurre que el paciente, la enfermedad y
el tratamiento son utilizados por los padres para agredirse mutuamente y que el
resultado sea la dificultad e ineficiencia para tomar decisiones y llevar a cabo las
acciones necesarias para el tratamiento.
Problemas económicos. Como se ha mencionado, las familias con un enfermo
con enfermedad grave entran en una situación de desgaste económico cada vez
más serio aunque al principio de la enfermedad pareciera no ser tan intenso sin
embargo al paso del tiempo, tienen cada vez más dificultad para mantener los
gastos ocasionados por la enfermedad; incluso es motivo en muchos de los casos
de abandono de tratamiento.
Síndrome del cuidador. Este síndrome se caracteriza por problemas
osteoarticulares y dolor crónico, alteraciones del ritmo del sueño, cefalea y
astenia. En la esfera psíquica destacan la ansiedad y la depresión, producidas
como si se tratara de una verdadera transferencia depresiva por parte del
enfermo. A las alteraciones psicofísicas se añaden problemas como el aislamiento
social, los problemas familiares desatados a partir de que el cuidador sólo se
ocupa del enfermo Por otra parte el cuidador comienza a dejar de preocuparse
por su arreglo personal, que pudiera estar ligado con un sentimiento de culpa si
acaso llegara a pensar en él mismo antes que en el enfermo.
Ambivalencia afectiva. Se trata de la presencia simultánea de sentimientos
encontrados en los miembros de la familia, mientras que por un lado desean que
el paciente mejore y viva más tiempo, por el otro desean que ya todo termine con
la muerte del enfermo “que ya deje de sufrir”. Se trata de un síntoma que es
sistemáticamente abolido por la familia por ser moralmente inaceptable. Sin
embargo, la represión del síntoma y todo el estrés crónico pueden generar
reacciones emocionales intensas, tales como crisis de ansiedad, culpa y
depresión; o bien llevar a la elaboración de un duelo patológico.

Las  etapas del duelo según Elisabeth Kübler-Ross.

Las  etapas del duelo según la psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross* es una de las


descripciones más conocidas sobre el tema.   Estas etapas del duelo fueron
propuestas por primera vez por Kübler-Ross en su libro de 1969 “On Death and
Dying” donde, basado en su trabajo con pacientes en fase terminal, esta autora
afirmó que luego de la muerte se inicia un proceso por el cual la gente lidia con
esta pérdida. Las etapas no suceden en orden sino que vamos y venimos de ellas
hasta finalmente aceptar la muerte como un hecho inevitable de la vida, la clave
de estas etapas es comprender cómo se produce este proceso de duelo.
Primera Etapa: Negación consiste en e rechazo consciente o inconsciente de los
hechos o la realidad de la situación. Este mecanismo de defensa busca amortiguar
el shock que produce la nueva realidad para sólo dejar entrar en nosotros el dolor
que estamos preparados para soportar.
Segunda Etapa: Ira Si bien los sentimientos de enojo estarán presentes con
distinta intensidad durante todo el proceso de duelo, es en esta etapa donde la ira
toma el protagonismo dirigiéndose este enojo al ser querido fallecido, a nosotros
mismos, a amigos, familiares, objetos inanimados e inclusive a personas extrañas.
Tercera Etapa: Negociación puede ocurrir antes de la pérdida, en caso de tener a
una familiar con enfermedad terminal, o bien después de la muerte para intentar
negociar el dolor que produce esta distancia. En secreto el doliente busca hacer
un trato con Dios u otro poder superior para que su ser querido fallecido regrese a
cambio de un estilo de vida reformado, lo maravillosa que sería la vida si éste ser
querido estuviera con nosotros.
Cuarta Etapa: Depresión Se siente tristeza, miedo e incertidumbre ante lo que
vendrá. Sentimos que nos preocupamos mucho por cosas que no tienen
demasiada importancia mientras que levantarse cada día de la cama se siente
como una tarea realmente complicada. Estos sentimientos muestran que el
doliente ha comenzado a aceptar la situación. La frase que contiene la esencia de
esta etapa es “Extraño a mi ser querido, ¿por qué seguir?”
Quinta Etapa: Aceptación El doliente llega a un acuerdo con este acontecimiento
gracias a la experiencia de la depresión. Esta etapa no significa que estamos de
acuerdo con esta muerte sino que la pérdida siempre será una parte de nosotros.
Este proceso nos permite reflexionar sobre el sentido de la vida así como lo que
queremos de la vida a partir de ahora.

Atención a los familiares:

 Cuidados del cuidador principal


El cuidador familiar primario o principal está sometido a
una carga física y psicoafectiva derivada de las responsabilidades y actividades
del cuidado, de la vivencia continua del sufrimiento del enfermo, de los
sentimientos propios respecto a la pérdida y de lo que ello representa para su
vida futura. Estas cargas, más o menos intensas, constituyen el síndrome del
cuidador, en el que trastornos como la ansiedad y la depresión son muy
prevalentes y pueden originar una situación de claudicación familiar.

.
La valoración del cuidador principal debería ser exquisita para detectar la situación
de sobrecarga y poder influir en ella. Especialmente importante es intervenir
cuando el cuidador principal es una persona mayor, o un elemento familiar
cuyas opiniones no son consideradas trascendentes por los demás.

Miedos más comunes en los familiares

 Que el enfermo no vaya a recibir la atención adecuada


 Hablar de la enfermedad
 Que el enfermo sepa que va a morir
 Que ellos mismos traicionen el cerco de silencio
 A estar solos con el enfermo en el momento de la muerte
 A no estar presentes cuando muera
 A no saber identificar la muerte
 A la soledad después de la muerte

 La claudicación familiar
La claudicación familiar es expresión de la elevada sobrecarga afectiva a la que
está sometida la familia y consiste, básicamente, en una fuerte crisis emocional
con una rendición respecto a los cuidados
Cuando acontece, la familia solicita de forma reiterada el ingreso del paciente a
una institución para transferir la responsabilidad y ejecución de los cuidados al
sistema sanitario. Entre sus desencadenantes destacan la persistencia de las
dudas y miedos no resueltos y el agotamiento físico del cuidador. La
claudicación de la familia puede ser episódica-temporal o definitiva (esta última
puede ser expresión de conflictos familiares previos que conducen a los
cuidadores al abandono del enfermo, o expresión de una imposibilidad real de
cuidado en el domicilio por la ausencia de recursos).
La intervención ideal sobre la claudicación familiar es la prevención. El apoyo
continuado de los profesionales y el compartirlas responsabilidades en la toma de
decisiones contribuyen a disminuir la sobrecarga afectiva. La actitud del
profesional debería ser de comprensión y desculpabilización.

El cerco de silencio

Es una alteración frecuente de la comunicación familiar producto de patrones


culturales que pretenden la protección del enfermo del sufrimiento derivado
de conocer la realidad.
Es la materialización en la familia de una actitud social evasiva ante la muerte; se
elude el tema, pues no hablar de la muerte hace que ésta no exista de
forma determinada y concreta en esa situación. La presencia del cerco de
silencio origina una dificultad importante en la relación de la familia, y en la
relación de ésta con los profesionales (es tensa bajo la necesidad de un
autocontrol continuo para evitar dar información).
El «pacto o cerco de silencio» consiste en excluir la naturaleza y el desarrollo de la
enfermedad como elemento de análisis por presión de la familia para evitar la
información del paciente. Provoca una situación en la que los familiares, el
paciente y los profesionales de la salud pueden hablar del día a día, de los hechos
más inmediatos, pero en ningún caso están autorizados a interrogarse o
comentar el nombre del padecimiento o su pronóstico; es aparentar que la
vida sigue con normalidad.
La modificación del cerco de silencio para mejorar los patrones de comunicación
intrafamiliares precisa de intervenciones específicas, continuadas y delicadas. La
imposición brusca a la familia de la necesidad profesional de romper el pacto de
silencio en relación con los imperativos éticos y legales no provoca siempre el
resultado deseado, los cuidadores no modifican su actitud y puede alterarse el
pacto terapéutico paciente-familia-profesional. Por otro lado, los componentes
de la familia tienen que aceptar claramente la apertura de la comunicación, para
evitar el sufrimiento adicional derivado de estar sometidos a un nivel de
comunicación al que no están acostumbrados. Este sufrimiento puede persistir en
el tiempo dificultando la elaboración del duelo.

Seguimiento en duelo

Una vez fallecida la persona es necesario continuar con el apoyo a la familia en el


proceso de duelo que transcurre de forma individual aunque pueden estar
condicionados por la interacción de múltiples factores unos propios del doliente,
de la relación y de la forma de la muerte, así como otros de tipo social y fisiológico.
Definición El duelo (del latín “dolor”, dolor) es la respuesta a una pérdida o
separación. El duelo es una respuesta normal y natural ante el dolor que nos
produce la ausencia de la persona querida o amada. Se sufre porque se ama. El
duelo es, por tanto, algo personal y único, y cada persona lo elabora y lo
experimenta personalmente. Pero todo duelo produce reacciones humanas
comunes, como son:
• Repercusiones físicas: náuseas, palpitaciones, opresión en el tórax y garganta,
dolor en la nuca, dolor de cabeza, pérdida de apetito, dificultad para tragar,
insomnio, fatiga, sensación de falta de aire, dolor de espalda, visión borrosa.
• Repercusiones psíquicas: llanto, tristeza, ansiedad, angustia, falta de
concentración, pesadillas, inapetencia, pasividad, pensamiento absorto.

Tipos de duelo:

El duelo anticipado

El deterioro progresivo de la enfermedad da tiempo a las familias para que se


adapten a los cambios y participen en su cuidado lo que les hace acercarse más a
sus enfermos, compartir sus preocupaciones, intentar buscar una solución que les
tranquilice y mostrarles su afecto. El duelo empieza en el momento que se hace el
diagnóstico. La percepción de la cercanía de la muerte y la vivencia de las
pérdidas producen por lo general un profundo sentimiento de pesar que se
describe como duelo anticipatorio que sirve a los enfermos para prepararse a
enfrentarse a la muerte y a las familias para adaptarse a la próxima pérdida de su
ser querido y a continuar viviendo. Puede tomar la forma de tristeza, ansiedad,
intentos de reconciliarse y deseos de reconstituir o fortalecer los lazos familiares.
La posibilidad de la muerte cercana da a los que le rodean una oportunidad para
prepararse psicológicamente e intervenir en su cuidado lo que facilita su
adaptación al duelo posterior. Esta etapa permite incorporar la muerte a la vida y si
se consigue que el enfermo fallezca sin síntomas molestos y bien acompañado, se
cumple con uno de los dos objetivos de las medicina en el Siglo XXI, que es
conseguir una muerte digna cuando ya no se puede luchar contra la enfermedad.

El duelo complicado o patológico

Diversos estudios señalan que, alrededor de un 20-25% de las personas que


sufren la pérdida de un ser querido van a manifestar dificultades notables en su
ajuste posterior incluso durante años. Algunos autores han tratado de definir las
características que diferencian un duelo normal de uno patológico y todos ellos
coinciden en que hay dos variables que lo definen, la intensidad y la duración del
duelo. Según Bowlby los criterios que distinguen más claramente las formas
saludables de las formas disfuncionales de duelo son: el tiempo que duran los
procesos defensivos (fundamentalmente la negación) y en qué medida influyen, si
sólo en una parte del funcionamiento mental o si llegan a dominarlo por completo.
El modo como se produce la muerte puede ser un factor importante que influencia
el curso del ajuste al duelo y así, si ésta se debe a una causa traumática o al
terrorismo, es más difícil de procesar, demostrando en los afectados por este tipo
de duelo altos niveles de incredulidad e ira y bajos niveles de aceptación, con una
mayor dificultad para encontrar un sentido a la pérdida. Representa en el fondo un
trastorno del apego con un sentido de inestabilidad interior y de inseguridad. El
duelo complicado se define por la persistencia de por lo menos 6 meses de
añoranza asociada con cuatro de estos 8 síntomas:

• Dificultad para moverse

• Desapego

• Amargura

• Sentimiento de que la vida está vacía

• Problemas para aceptar la muerte

• Sentir que el futuro no tiene sentido

• Estar al límite o agitado

• Dificultad para confiar en los otros desde la pérdida

Otros indicadores del duelo complicado incluyen: el retiro social y la dificultad para
retomar la vida habitual. Los síntomas del duelo complicado a los 6 meses son
altamente predictivos de alteraciones y complicaciones a los 13 y 24 meses
postpérdida con reducción de la calidad de vida.

Bibliografía:

Bibliografía extraída de Aproximaciones de la muerte en Occidente. Pla Vargas,


Luis. Universidad de Barcelona. Mayo, 2001.

Fernández Ortega, M.A. El impacto de la enfermedad en la familia. Revista


Facultad de Medicina UNAM. Vol 477, Nº 6.México.2004.

Carnevaro, A. Un modelo de ficha clínica familiar. Terapia Familiar Nº 2.Buenos


Aires.1978.

Edher. El desarrollo del proceso del duelo. Fundación Eurotransplant Leiden.1990.

Astudillo, W, Pérez, M, Ispizua, A, Orbegozo, A. Acompañamiento en el duelo y


medicina paliativa. Sociedad Vasca De Cuidados Paliativos. España. 2007.

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