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GONZALEZ Firmado digitalmente

por GONZALEZ
LOPEZ JUAN LOPEZ JUAN JAVIER -
Juan Javier González López – Derecho Constitucional – 1º CPAP – curso 2020/2021 JAVIER - 70963440E
Fecha: 2021.05.21

Práctica Lectura de Libro 70963440E 12:21:04 +02'00'

Resumen de Esencia y Valor de la democracia:


El autor expone el constante respeto a la forma de Estado democrática en las diversas
ideologías que entran en conflicto en la segunda mitad del s. XX, que a pesar de impugnar un
aspecto u otro de su forma concuerdan ulteriormente en que la forma del Estado ha de ser
democrática. Tras la Iª Guerra Mundial, se erigen como ella dos ideologías, una de vertiente
bolchevista y otra de vertiente fascista, que se oponen frontalmente a los postulados de una y otra
ideología. Por ello, Kelsen se propone buscar los elementos sustanciales de la democracia que la
constituyen frente a otras ideologías.

I. La libertad: La libertad surge como aspiración negativa de la imposición coactiva de una


voluntad ajena, que deriva en la máxima de que nadie debe dominar ni ser dominado. Aun así, no
puede devenir en la negación absoluta de cualquier tipo de dominio o autoridad, sino en la
búsqueda de que este sea ejercido autónoma y no heterónomamente. Para ello, es necesario
transformar el ‘sentimiento de libertad’ como reacción del individuo ante la Sociedad, anárquico;
en una aspiración del individuo a una situación justa y libre en el inevitable marco de una sociedad,
una transformación de la ‘libertad anarquista’ en la ‘libertad democrática’.
Plantea Kelsen el problema de la preservación de esta libertad en un régimen representativo
en que la verdadera voluntad del individuo solo es otorgada al Estado en el momento mismo de
elección del representante (apelando a la previa formulación de la cuestión por parte de Rousseau).
Estima que esta cuestión supone que la idea de libertad no es una máxima constante y omnipresente
de la democracia, en que cada voluntad puede ejercerse de forma absoluta en todo momento, pues
esto imposibilitaría la creación misma de una sociedad, sino un terminus ad quem ideal que permite
establecer cauces más justos y libres, pero que es al fin y al cabo limitado. Dentro de este marco, la
búsqueda de conformación de mayorías supone una mejor aproximación al ideal, pues moviéndose
el individuo en un marco social ya dado, es a través del alineamiento de su voluntad con la del
máximo de ciudadanos posible que puede modificar ese marco preexistente de forma más acorde a
su libertad. Por tanto, el principio democrático de mayorías no deriva de la aplicación del principio
de igualdad como isovalencia de cada voto sino como la aplicación realista del ideal de libertad en
busca de que el mayor número posible de voluntades puede ejercer su voluntad a través de este.
Esta transubstanciación de la voluntad individual en una mayoría a que se inviste de
capacidad operatoria para dominar a la totalidad de los individuos se sustenta sobre un formalismo
abstracto que convierte al poder estatal en una manifestación orgánica de la soberanía popular,
contra la idea autocrática del dominio de un solo individuo claramente discernible sobre sus
súbditos.
II. El pueblo: Expone ahora el autor que el concepto de pueblo sobre el que se sustenta la
democracia desde su propia etimología debe ser analizado como síntesis dialéctica entre dos
conceptos casi opuestos: el ideal de demos (como grupo uniforme que se une en una Nación con
igual voluntad, en ‘plebiscito cotidiano’ de que habla Renan) y la realidad del conjunto de
individuos sometidos a un determinado Estado (con intereses, condiciones, realidades, creencias,
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voluntades, &c. extremadamente diversas), que en síntesis resultan en una unidad jurídico-formal
que está sujeta a un Estado en condición objetivo; en su condición subjetiva, el pueblo es el conjunto
de titulares de derechos políticos, atribuidos a la totalidad de ciudadanos – pues no se puede hacer
lo propio con el ejercicio del poder – para modular este ejercicio de forma más acorde con su
voluntad (si bien estos derechos políticos se limitan en virtud de ciertas ‘deficiencias’ como la edad
u otras incapacitaciones que se establezcan).
Kelsen divide ahora entre los que ejercen estos derechos políticos de forma casual o bajo
influencia ajena y los que toman iniciativas para que estos sean orientados hacia fines socio-político-
económicos determinados, agrupados en los partidos políticos, que se convierten en los órganos
sociales de creación de la voluntad estatal (aunque esto cambiaría con las décadas) y
consecuentemente constitucionalizados. Frente a la imposibilidad de construcción de esta voluntad
estatal por individuos aislados sin un órgano intermedio, el autor postula que solo dentro del marco
de un Estado de partidos es posible la democracia. Impugna las tesis que definen a los partidos
como defensores de intereses particulares frente a un Estado defensor del interés colectivo, pues
este ‘interés colectivo’ sería una ficción metapolítica de aquellos que han conseguido arrojarse el
poder estatal, siempre en detrimento de otros, y ocultaría la lucha real de intereses que alberga toda
sociedad; serían los partidos pues una forma de agrupar a los individuos de la masa social amorfa
en grupos mediadores que manifieste en el poder estatal el conflicto de intereses realmente
existentes en toda sociedad, y así el único mecanismo que puede elaborar una voluntad popular
uniforme (y por ello más cercana al ideal de ‘interés colectivo’) en el seno de un pueblo pluriforme.

III. El Parlamento:
El parlamentarismo fue el principal objetivo de las luchas decimonónicas contra la autocracia.
Con todo, acusa Kelsen que el escepticismo o rechazo hacia esta forma política estaba en alza en el
momento de la escritura del libro. Estima que la importancia del Parlamento en marco democrático
es dar respuesta a la pregunta de si este resuelve adecuadamente las necesidades sociales que en
ella se den.
Y ello porque es a través del Parlamento que se ejerce la representación que convierte las
aglutinaciones de voluntades particulares en una voluntad popular, siendo por tanto clave para el
desarrollo de una vida política democrática. Ahora bien, esta representación de la voluntad del
pueblo no puede ejercerse por medio del mandato imperativo, que la mayoría de Constituciones
prohíben, y que resultaría en una ‘hipertrofia democrática’. Este distanciamiento es visto por los
que se oponen al parlamentarismo como esencia de un engaño de las democracias, que tras el
principio de representación ocultan una ausencia de verdadera soberanía popular.
Asimismo, Kelsen apunta que es parte inherente del desarrollo de una sociedad y del Estado
que lo rige que se formen corporaciones orientadas a asesorar la actividad gubernamental, sea el
Consejo de Estado de las monarquías constitucionales, sea el Parlamento de las democracias.
Es por ello que Kelsen señala como espurias las intenciones de determinadas ideologías a él
contemporáneas de desechar el Parlamento como mero instrumento de dominación, por el que los
regímenes democráticos establecen una ficción de representatividad sin que pueda participar
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verdaderamente el pueblo en la creación de normas o de una voluntad general. Para él, como hecho
inherente a las sociedades complejas que es la necesidad de un órgano consultivo que facilite la
elaboración de unas líneas de acción legislativa y gubernamental, la eliminación del Parlamento
supondría una mera reforma del mismo con matices ideológicos.

IV. La reforma del parlamentarismo:


Plantea ahora la posibilidad de una reforma del Parlamento para intensificar su componente
democrático.
El principal mecanismo para favorecer la participación ciudadana en los procesos estatales
es la del plebiscito, aunque Kelsen propone que se sometan a referéndum solo los acuerdos
parlamentarios, y no las leyes ya consumadas, pues un rechazo a estas últimas supondría una
deslegitimación del Parlamento.
Propone también la facilitación de las iniciativas legislativas populares haciendo que solo se
requiera para estas la presentación de unas líneas generales de un proyecto, y no un Proyecto de
Ley perfectamente elaborado.
Frente a la imposibilidad de restituir directamente el mandato imperativo, propone formas
de ampliar la responsabilidad de los parlamentarios de los partidos sobre su base electoral y así
evitar el desafecto de esta: restringir o suprimir la inmunidad jurídica de los diputados, que solo
tenía sentido en las luchas decimonónicas entre Gobierno y Parlamento, y deja de tenerlo en el
parlamentarismo democrático en que el Gobierno emana del propio Parlamento y no tendría
sentido que lo enjuiciase arbitrariamente. Otro mecanismo para reducir la irresponsabilidad es la
posibilidad de pérdida del escaño en caso de separación o expulsión del partido por que designado.
Otro de los grandes problemas de que se acusa al parlamentarismo no es tanto su adecuación
al principio democrático, sino su especialización técnica, y Kelsen plantea la posibilidad de designar
numerosos Parlamentos con miembros especializados en diversas áreas de la vida pública y acción
estatal. La vertiente más preponderante en su tiempo es la de la formación de un Parlamento
económico formado por representantes de intereses de diferentes sectores socioeconómicos
designados directamente por ellos.

V. La representación profesional:
Ahora bien, constituir Parlamentos organizados en virtud de la filiación profesional es
problemática en primer lugar porque este aspecto de la vida humana no es suficiente para
representar todos los factores – culturales, religiosos, étnicos, &c. – que determinan las decisiones
de un individuo, y en muchas materias ni siquiera está entre los más importantes.
En segundo lugar, la organización orgánica de la vida parlamentaria conllevaría divisiones
muy fuertes, y agrupaciones muy frágiles e impredecibles, al no saberse nunca si en torno a
determinada cuestión habría una alianza clara entre obreros y patronos de una misma profesión o
entre obreros de diversas profesiones contra los patronos, y viceversa.
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Además, sería muy difícil determinar qué grupos tendrían siquiera cabida en el Parlamento,
cuáles tendrían mayor relevancia, qué grupos eventualmente deberían ser admitidos y cuáles no,
&c. Estas decisiones se remitirían en último término a una instancia externa, limitando en mucha
mayor medida la autonomía de estos Parlamentos orgánicos respecto de los Parlamentos
democráticos.
Además, la clara tendencia de solidaridad entre obreros y obreros y patronos y patronos en
la sociedad del momento hacía ver a Kelsen que este organicismo solo podría ser consumado a
través de la instauración de una autocracia que asegurase la supremacía de uno de los dos grupos
sobre el otro.

VI. El principio de la mayoría:


Es un principio fundamental no solo para la conformación de una voluntad lo más cercana
posible a la voluntad general, sino por posibilitar la diferenciación entre decisiones puramente
mayoritarias y decisiones que requieran un apoyo mucho mayor, en general relativas a todo aquello
tocante a los derechos fundamentales y a los principios más elementales del ordenamiento jurídico
constitucional.
Ahora bien, para lograr que el principio de mayoría no devenga en mera imposición
arbitraria de un grupo fuerte, que obtenga una mayoría claramente hegemónica en detrimento de
todos los demás, se hace necesario lo que Kelsen denomina el ‘principio de mayoría y minoría’, es
decir, la fragmentación del Parlamento en grupos claros de intereses contrapuestos, que no tienen
que reflejar una fractura de la sociedad en dos mitades antagónicas, sino en la de un grupo de
partidos que posean el poder y de otro que se oponga a él, pero con el cual sea menester llegar a
acuerdos, transigir, para que el grupo mayoritario pueda legislar, y con esto entronca el sistema de
elección proporcional. Se critica a este sistema que resulta en la atomización de la sociedad en
numerosos partidos políticos, pero esto estima Kelsen como beneficioso al ser la base de mayorías
parlamentarias formadas no en base a la victoria de un único partido sino a la yuxtaposición de
intereses de grupos parlamentarios diversos.

VII. La Administración:
Tras haber analizado la primera vertiente de conformación de voluntad general en el Estado,
la legislativa, encargada de elaborar preceptos generales aplicables a diversas circunstancias,
analiza ahora su otra faceta, la ejecutiva, encargada de aplicar esos preceptos y normativas y de
resolver situaciones concretas y específicas. El principal medio para la sujeción de este poder a la
democracia es el principio de legalidad.
Analiza cómo, en una configuración estatal descentralizada, pueden darse conflictos entre la
Administración central y otras instancias territoriales de la misma, sobre todo cuando esta
representa a una composición parlamentaria muy distinta de la de aquella. Ahora bien, para la
democratización de la Administración conviene esta descentralización del poder al situar las
administraciones más cerca de los ciudadanos con los que debe interactuar.
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La sujeción de la Administración al principio de legalidad implica, por otro lado,


burocratización, la cual no conculca, prima facie, los principios democráticos. Antes bien, acerca a
ella porque permite que todos los escalafones del poder se sometan a unos principios comunes, aun
con márgenes propios de operatividad, y no devengan arbitrarios.
También se establece como mecanismo para afianzar el principio de legalidad e imponer
autorrestricciones al poder la posibilidad de apelación ante un Tribunal Constitucional.
Por otro lado, el reconocimiento constitucional de los partidos políticos y la delimitación de
sus márgenes de actuación contribuye también a la consolidación de este principio.

VIII. La selección de dirigentes:


Frente a la realidad que muchas veces se contrapone a los ideales democráticos de la política
de caudillaje, que casi naturalmente se acaba manifestando en todas las sociedades humanas, el
principio de mayoría y legalidad no son los únicos que ayudan a evitar que los líderes electos actúen
con total libertad gracias a un determinado carisma u oratoria. La separación de poderes es la
principal técnica que evita que un gobernante actúe con total arbitrio y pueda legislar la ley que
aplicará, pues el juego parlamentario exige una búsqueda de mayorías, transacciones, &c. que
limitan enormemente esta posibilidad. Y esto no solo por evitar extralimitaciones arbitrarias del
poder, sino por despojarle de toda capacidad legislativa.
Para la legitimación democrática del ejecutivo es también claramente la elección, que permite
a cierto individuo alzarse de entre el pueblo y ser considerado un respetable ‘caudillo’ entre ellos.
Lo que diferencia este caudillaje del autocrático es que las dictaduras suelen investir a sus caudillos
de un matiz suprahumano, de un carácter conformador y anterior a la sociedad política; mientras
que en la democracia el caudillo es un igual a sus ciudadanos que meramente ha ascendido al poder
y no transciende a la sociedad, sino que la agrupa y aglutina, siendo mutable en virtud de su mayor
o menor consecución de aquello que sea favorable para sus ciudadanos.
Por otro lado, rechaza las críticas que se hacen a la democracia de favorecer la llegada al
poder de caudillos charlatanes y demagógicos, pues si bien se da esta posibilidad, la democracia
permite deponer a los líderes y la autocracia no, además de dar publicidad a los asuntos de la cosa
pública, facilitando el conocimiento de los aciertos y desaciertos gubernamentales, que en un
régimen autocrático suelen estar sepultados bajo firme silencio.

IX. Democracia formal y social:


Para finalizar, impugna las tesis marxistas que rechazan la democracia sustentada sobre el
principio de libertad al considerarlas ‘democracias burguesas’, y buscan sustituirla por una
‘verdadera’ democracia social. Para Kelsen, el principio de libertad es mucho más importante como
base de la democracia que el de igualdad – que solo opera en tanto concreción del principio de
libertad – ya que esta se puede conseguir en un régimen autocrático, y aquella no, lo que demuestra
una consustancialidad mucho mayor entre libertad y democracia que entre igualdad y democracia.

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