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LA «NUEVA» HISTORIA

CULTURAL: LA INFLUENCIA
DEL POSTESTRUCTURALISMO
Y EL AUGE DE LA
INTERDISCIPLINARY) AD

Dirigido por:
IG N A C IO O LÁBARRI
y FRANCISCO JA V IE R CASPISTEGUI
SUMARIO

Introducción .................................................................................................. 9
Agradecimientos ...................................................................................... 13
Sobre los autores ..................................................................................... 15

Primera parte
CO NFERENCIAS

«Roger Chartier
La historia hoy en día: dudas, desafíos, propuestas ...................... 19

^D onald R. K elley
El giro cultural en la investigación histórica ................................. 35

F. R. A nkersmit
La verdad en laliteratura y enla historia ...................................... 49

L ucían H olscher
Los fundamentos teóricos de la historia de los conceptos ( Begriffs-
geschichte) .................................................................................... 69

José M anuel Sánchez Ron


Ciencia e historia: el caso de la física ............................................. 83

A Peter Burke
Historia cultural ehistoria total ......................................................... 115

Santiago Sebastián
Nueva lectura de Las Meninas: un retrato emblemático y pedagó­
gico 123
SUMARIO

I gnacio Olábarri
La resurrección de Mnemósine: historia, memoria, identidad ...... 145

José A ndrés-Gallego
Historia cultural e historia religiosa ............................................... 175

Segunda parte
MESAS REDONDAS

D onald R. K elley , Roger Chartier , Peter Burke , José


Andrés-Gallego y D aniel I nnerarity
El «pueblo» y su cultura ................................................................ 191

Peter Burke , Jon Juaristi, D onald R. K elley y D aniel I nne ­


rarity
La tradición ...................................................................................... 217

L ucían H olscher, Jon Juaristi, Juan M aría Sánchez -Prieto


y F. R. ANKERSMIT
Utopía, mitos e imaginarios sociales ............................................. 233

Roger Chartier , F rancisco Javier Caspistegui, A ntonio M o­


rales M oya
Las formas de expresión (el habla, la escritura, el gesto) ........... 271

Apéndice
Z ília O sório de Castro
La historia cultural en Portugal .................................................... 303
Introducción

Si en los años cincuenta los campos historiográficos más atractivos para


los jóvenes investigadores fueron la historia económica y la historia demográfi­
ca, y ocurrió lo mismo en los sesenta y los setenta con la historia social,
durante los últimos quince años, la historia cultural (en el sentido más amplio
del término) es el territorio, si no más cultivado, sí más influyente en nuestra
disciplina.
Lo que en 1989 Lynn H unt llamó la «nueva historia cultural» tiene mucho
que ver con la recepción entre los fnstorialores deT^ghWlmguMíco^
post^ruEtumTísiwofJiJ5sctfo^ comoClif-
forcTUeertz, historiadores de la cultura popular y cfiTsiTpap^^
de ltls^étaséTtraI¡a]^orafcom ol^aíalJé~Z7TTaviYYWTecientemente fallecido
E. PTTTvómpson. o «intellectual historians» tan originales y discutidos a la vez
como Havden V. White v Dominick LaCapra.
El propio desarrollo de estas nuevas líneas de investigación ha obligado,
por tanto, al historiador —mucho más que en las décadas anteriores— a la
aproximación interdisciplinar a sus objetos de estudio; una vía común a auto­
res como los ya citados y a quienes, manteniendo sus reservas respecto al
postestructuralismo, han renovado la historia cultural.
Una historia cultural en el más amplio sentido del término, decíamos,
porque, en efecto, uno de sus dos rasgos más sobresalientes es la voluntad de
integración en un solo relato de todas las «historias de» (la literatura, el arte,
el pensamiento, la ciencia, que se denominan y relacionan, además, como es
bien sabido, de muy diferentes maneras en distintos países con distintas tradi­
ciones intelectuales) en lo que quizá podríamos llamar una «historia cultural
integrada».
El segundo rasgo de la «nueva» historia cultural que debe destacarse —y
que lleva a Roger Chartier a preferir la expresión «historia sociocultural»— es
la decisión operativa de sus cultivadores de ño olvidar nunca que no existen
«productos culturales» sin hombres o mujeres que los produzcan y que los
«productores de cultura» (que son, además, otras muchas cosas que en cada
investigación concreta no se pueden olvidar) son miembros «agentes activos y
Los fundamentos teóricos de la historia
de los conceptos (Begríffsgeschichte)

LUCIAN HÓLSCHER
Universidad de Bochum

En las últimas dos décadas observamos un rápido cambio en la investi­


gación histórica: nuevos campos de interés como la historia de la vida
privada y la historia de las mentalidades han causado una explosión de las
investigaciones y de los materiales históricos. Anteriores provincias de la
ciencia histórica como la historia económica, la historia social, la historia
del lenguaje, la historia del arte y otras ya no están separadas de la historia
general del modo en que lo estaban a finales del siglo x ix y principios del XX.
Pero, al mismo tiempo, el centro tradicional de la investigación histórica en
torno a los conceptos de «política» y «nación» no puede ya integrar el exten­
so campo de la historia. Como consecuencia, estamos buscando nuevas apro­
ximaciones sistemáticas a la historia, y lo hacemos en dos niveles diferentes:
En primer lugar, necesitamos nuevas teorías y métodos de investigación
con el fin de conseguir respuestas para nuestras nuevas preguntas: por
ejemplo, usamos la teoría del psicoanálisis para el nuevo campo de la
psicohistoria: la reconstrucción de la identidad individual o colectiva en el
pasado. O utilizamos hipótesis y métodos antropológicos para la investiga­
ción de objetos históricos como la infancia y la muerte, la amistad y la
hostilidad, el honor y la piedad, etc. Esto es, necesitamos nuevas teorías
para construir nuestro objeto particular en la historia misma.
En segundo lugar, necesitamos nuevos conceptos de la historia en gene­
ral o como un todo. En el siglo x ix era la historia política; hoy, no hay
duda, el concepto más importante, con mucho, es el de «historia social» o,
como algunos especialistas la denominan, la «historia de la sociedad» ( Ge-
sellschaftsgeschichte). En década anteriores la historia social no era más que
un sector de la disciplina referido principalmente a la historia de las clases
70 L U C IA N HOLSCHER

sociales; hoy es mucho más: incluye la historia de las ideas tanto como la de
las instituciones políticas, los aspectos privados de la vida familiar tanto
; como los aspectos públicos de la cultura nacional. De hecho, parece no
haber objeto que no pueda ser tratado según orientaciones y categorías
sociológicas. Una bibliografía moderna de la historia social alemana, que
abarca sólo los dos últimos siglos, contiene no menos de 73 capítulos, y
pretende recoger únicamente los títulos más importantes en más de 400
páginas. Otra bibliografía reciente sobre el movimiento obrero alemán en el
período 1863-1914, más detallada, contiene más de 20.000 referencias publi­
cadas entre 1945 y 19751.
La investigación sobre los aspectos sociales de las colectividades históricas
es todavía la forma más estimulante de investigación histórica: apenas puede
imaginarse que una futura concepción de la historia no tenga en cuenta los
modelos del análisis cuantitativo y la autoexplicación teórica, niveles que
fueron establecidos por la historia social. Pero también hay fallos y puntos
débiles en el concepto de historia social. Uno de ellos es la sorprendente
tendencia a dividir la historia en pedazos, un sinnúmero de objetos separados
tales como la historia de los obreros, de las clases medias (incluyendo sus
diferentes profesiones), de la nobleza, de los sindicatos, de los grupos de
presión burgueses y de los partidos políticos; del gobierno, de la burocracia y
del ejército; de las iglesias y del sistema educativo, de las naciones y de las
minorías étnicas, de los hombres y de las mujeres, de los viejos y de los jó ­
venes, etc. Los historiadores sociales — hablo de la media, no de una peque­
ña elite— están muy ocupados en distribuir el material histórico en estuches
ya dispuestos, cada uno de ellos etiquetado con una de esas categorías. Pero
j no se preocupan demasiado por los fenómenos históricos que no encajan en
I esos estuches o que pertenecen a varios a la vez o que deben ser tratados en
j diferentes niveles teóricos, fin muchos aspectos la investigación histórica se ha
l vuelto «chata», simple, bajo el influjo de los historiadores sociales.
Es esta carencia o déficit lo que nos conduce a la historia cultural, un
campo de la historia que ha sido descuidado en la Gesellschaftsgeschichte
durante décadas (por ejemplo, en la historia religiosa del siglo xix, de la que
yo me ocupo, no ha existido un trabajo completo y moderno al menos
durante 40 años, desde finales de la década de 1930 hasta principios de la
década de 19801 2). Para mí, que provengo de una escuela de tradición
alemana, el concepto de historia cultural ( Kulturgeschichte) evoca algunas
asociaciones extrañas: a finales del siglo, xix la Kulturgeschichte fue concebi­
da por el historiador alemán Karl Lamprecht como una alternativa teórica
a la historia política, que era el concepto dominante en aquel tiempo.

1 Hans-Ulrich Wehler, Bibliographic zur mueren deutschen Sozialgeschichte, Munich, 1993;


Gerhard A. Ritter, Klaus Tenfelde, Bibliographic zur Geschichte der deutschen Arbeiterschaft
und Arbeiterbewegung 1863-1914 (1945-1975), Bonn, 1981.
2 Franz Schnabel, Deutsche Geschichte im 19. Jahrhunder.4: Die religiosen Krafte, Friburgo,
1936; Thomas Nipperdey, Deutsche Geschichte 1806-1918, Munich, 1983-1992.
LOS FUNDAMENTOS TEÓRICOS DE LA HISTORIA DE LOS CONCEPTOS 71

Lamprecht arremetió contra el concepto de individualidad e idea histórica


eri favor de un enfoque de la historia estrictamente empírico y positivista.
Por aquel entonces Kulturgeschichte tenía más o menos el mismo significa­
do que la «historia social» en la década de 1960.
Hoy, sin embargo, bien puede ocurrir que la historia cultural se convier-
ta, en el nuevo «sector de vanguardia» de la investigación histórica, cómo
antes lo fueron la filología o la historia económica. Porque el concepto de
historia cultural parece reunir todos aquellos aspectos de la investigación
histórica que son abandonados por la historia social tradicional; por ejem­
plo, el nuevo interés por la estructura mental de la sociedad en lugar de por
sus bases materiales y por las instituciones sociales y políticas. Muchos de
estos nuevos intereses han sido impulsados por los especialistas franceses de
la llamada «Escuela de Annales» en los años sesenta y setenta, como
Jacques Le Goff, George Duby o Michel Vovelle. Tuvieron éxito a la hora
de conseguir un nuevo y público interés por la historia, fueron más atrevi­
dos al extender el campo de esta ciencia y más innovadores al explorar
nuevos métodos de investigación científica. En mi opinión, en gran parte
gracias a ellos podemos hablar hoy de una «nueva historia cultural».
Una parte de esta revolución de la teoría, métodos e intereses históricos es
la historia de los conceptos, la Begrijfsgeschichte. Pertenece a un espectro más
amplio de investigaciones sobre la relación histórica entre e! lenguaje y las
disposiciones mentales de la sociedad, lo mismo que la «historia intelectual»
en Estados Unidos, la «historia de las mentalidades» en Francia, el «análisis
del discurso» de Michel Foucault y, por supuesto, la antigua «historia de las
ideas». Todas ellas están todavía en estado experimental y de ningún modo
«acabadas» en sus normas teóricas e instrumentos metodológicos. La gran
atención que hoy despiertan en las ciencias históricas ha hecho que algunos
observadores hablen de un «giro lingüístico» en la historia, lo que significa,
bien un nuevo interés de los historiadores por el lenguaje y los fenómenos
semánticos (ésta es la versión más modesta), bien el desplazamiento del sector
vanguardista de la investigación histórica de la historia económica y social
hacia la historia de las mentalidades (en una versión más audaz). En mi
opinión, esta última tesis resulta demasiado pretenciosa. Otros campos de la
historia cultural, como la antropología histórica y la microhistoria, no son
menos dinámicos. Pero es cierto que el interés lingüístico y semántico perte­
nece hoy a los campos de mayor interés en la investigación histórica. Y
especialmente la historia de los conceptos merece examinarse más de cerca
puesto que parece tener su fundamento teórico más elaborado.1

1. Raíces históricas de la historia de los conceptos

La historia de los conceptos no es única e igual en todos los países. Esto


se debe a que sus fundamentos teóricos fueron establecidos sobre la base de
12 L U C IA N HÓLSCHER

tradiciones intelectuales diferentes. En Inglaterra, én Estados Unidos y en


Australia todavía encontramos la antigua historia de las ideas políticas; la
postura teórica más avanzada parece ser la de la llamada «escuela de
Cambridge», cuyos especialistas más famosos son John Pocock y Quentin
Skinner, junto a Terence Ball, John Dunn y otros3. Este tipo de historia de
los conceptos todavía está estrechamente vinculado con la teoría política y
la filosofía en su metodología, basada sobre todo en tradiciones filológicas,
y en su teoría, a menudo construida sobre enfoques sistemáticos y normati­
vos. En. Alemania encontramos en la actualidad dos versiones diferentes de
la historia de los conceptos: la más antigua está estrechamente ligada a la
historia social; la más reciente, al análisis del discurso francés. En Francia el
análisis cuantitativo de los vocabularios en ciertos tipo de fuentes históricas
ha conducido a una rama técnicamente avanzada de la investigación infor­
matizada.
Además de esta última, todas las ramas o «escuelas» de la historia
conceptual tienen sus raíces comunes en la historia de las ideas, una concep­
ción de la historia extendida a finales del siglo XIX. Pero el concepto de
«ideas» fue adoptado después de la primera guerra mundial en diferentes
páíscs de muy distintas maneras: en la tradición alemana del hislorieisino
todavía tenía un gran sustrato metafísica), concebido por el historiador
Friedrich Mcinecke y otros como sujeto propio de la historia. En Inglaterra
y Estados Unidos fue adoptado por estudiosos como Arthur Lovcjoy en un
sentido más positivo, como sistema o discurso filosófico4. Esto puede expli­
car por qué la investigación histórica comenzó muy pronto a centrarse en
«conceptos», no en frases y otras unidades lingüísticas.
Ya a finales de la década de 1920 encontramos interés por la historia de
los conceptos en el trabajo de historiadores tan diferentes como Marc Bloch
y Lucicn Fcbvre, los «padres» de la Escuela de Anuales en Francia, y Otto
Brunner en Alemania. Procedentes de tradiciones intelectuales y políticas
muy diferentes, tenían una cosa en común: su interés por la estructura de las
sociedades tardo-medievales y modernas. Fue la distancia crítica de las
sociedades modernas lo que agudizó su atención hacia el lenguaje de sus
fuentes, al situarse lo bastante lejos como para darse cuenta de lo extraño
del modo de vida en aquellas sociedades y lo bastante cerca como para no
pasar por alto su familiaridad con nuestra propio modo de vida. Otros
estudiosos como Johan Huizinga o Bernhard Groethuysen señalaron lo
mismo en la década de los veinte5. Pero lo que Brunner, Bloch y Febvre
tenían de peculiar era su concentración en el lenguaje.

3 Una obra representativa de sus trabajos sobre historia conceptual es Terence Ball, James
Farr Russell, L. Hanson (eds,), Political innovation and conceptual change, Cambridge, 1989.
4 Cf. Friedrich Meinecke, Die idee der Staatsmson in der neueren Geschichte, Munich, 1924;
A rthur Lovejoy, The Great Chain o f Being, Cambridge (Mass.), 1936.
5 Johan Huizinga, Herbst des M ittelalters, Harlem, 1919; Bernhard Groethuysen, Die
Entstehung der biirgerlichen Welt- und Lebensanschauung in Frankreich, Halle/Saale, 1927.
LOS FUNDAMENTOS TEÓRICOS DE LA HISTORIA DE LOS CONCEPTOS 73

Al principio se trataba de un interés muy pragmático, puesto que, para


el lector, el lenguaje de las fuentes medievales y de la temprana Hdad £
Moderna resultaba extraño y familiar al mismo tiempo: a veces creía enten­
der de qué hablaban esas fuentes, a qué se referían los términos utilizados en
ellas; pero en muchos casos esto era engañoso. Por ejemplo, en las socieda­
des medieval y moderna la palabra «libertad» no designaba un derecho
universal del hombre, como uno podría pensar, sino que se refería a ciertos
privilegios bien definidos de una persona, ciudad o corporación. La palabra [
«nación» no representaba a un pueblo unido cultural y políticamente, sino1
qutTsignfficaba un grupo de estudiantes universitarios que vivían juntos en ;
residencias, hablaban el mismo idioma y procedían del mismo país. En las j
fuentes medievales o modernas, los términos a menudo tenían otro significa- 1
do y — esto es crucial— el lector moderno involuntariamente los malinter-
pretaba, usándolos en otro sentido, en función del cual creía entender a qué
se referían.
Por eso nació en Alemania la idea de elaborar un diccionario que
explicara esas expresiones cuyo significado ha cambiado en los úllimos
siglos. Joachim F.islcr lo hizo ya en la década de 1920 ( Woríerbiu h der
Phílosophischen Begriffe), seguido por Joachim Ritter con el Historisches
Wdrterbuch der Philosophie. Otto Brunner, Reinhart Koselleck y Werner ¡
Conze añadieron el diccionario histórico de conceptos políticos y sociales j
Geschichtliche Grundbegriffe, en las décadas de 1970 y 19806.
Pero antes de analizar sus enfoques les recordaré intereses históricos \
similares en la historiografía alemana de entreguerras y en la primera etapa ¡
de la revista Anuales, de Marc Bloch y inicien Febvre: su propósito era j
recoger, en una amplia sucesión de artículos, términos cuyo significado se ,<
había perdido para el lector moderno, pero que eran significativos para / ' f
estudiar el pensamiento de las sociedades pre-modernas. El enfoque alemán í
y el francés eran diferentes, pero tenían algo en común: explicar tales téfmi- \
nos debería incluir más que una pura traducción semántica, como se suele, 1
encontrar en los diccionarios ordinarios. Debería decir a la gente algo de la
propia sociedad que los utilizó.
Por citar dos ejemplos: cuando Lucien Febvre, en su ensayo Le probléme
de l ’incroyance au XVIe siécle (1942), afirmaba que Rabelais, el famoso
autor de Gargantua (1532), no era ateo, probaba que el término «ateo» no
sólo no tenía un significado específico en el siglo X V I, sino que era el fruto
únicamente de una muy vaga polémica contra las ideas religiosas de alguien.
Rabelais no pudo ser ateo, argüía Febvre, dado que en su tiempo no existía
el concepto de ateo en el sentido moderno. De una manera muy parecida, el ¡
especialista alemán en historia social y constitucional Otto Brunner — en su

6 O. Brunner, W. Conze y R. Koselleck (eds.), Geschichtliche Grundbegriffe. Historisches


Lexikonzur politisch-sozialen Sprache in Deutschland, 1 vols., Stuttgart, 1978-1992. Aún no se ha
publicado el último volumen, que recogerá un completo conjunto de índices del diccionario.
74 L U C IA N HOLSCHER

libro Land und Herrschaft, publicado en la década de 1930— argüía contra


la idea de «Estado» a finales de la Edad Media y principios de la Edad
Moderna en Austria, demostrando que el término «Estado» no adquirió su
significado moderno antes del siglo xvm . Fuentes contemporáneas hablan
de Land (país) y Herrschaft (gobierno, dominium, imperium), términos todos
que significaban en mayor o menor medida «Estado». Siguiendo a Brunner,
el uso de tales términos era más que una mera cuestión de definiciones
apropiadas: el cambio de conceptos, sostenía, probaba que el objeto, lo que
.era designado por ellos, había cambiado también.
/ Una idea común y extendida entre los especialistas en aquellos inicios de
/ la Begriffsgeschichte era que el pasado podía ser descrito correctamente sólo
\ mediante el uso de conceptos contemporáneos. Algunos de estos conceptos
artificiales han sobrevivido hasta nuestros días en la terminología incluso de
los historiadores sociales: por ejemplo, el concepto aristotélico de oikos
( «das ganze Haus») para el núcleo social de la Edad Moderna, que abarca
, mucho más que nuestros términos «familia» u «hogar».
¡ Esta estrategia de investigación histórica tenía un enojoso antecedente
en la filosofía idealista alemana. Pero la idea de que el lenguaje irepresentába
el mundo, de que las cosas reales sólo existían por medio de sus nombres
reales, se remontaba hasta el nominalismo medieval e incluso hasta Platón.
Y en el período de la Ilustración era una idea extendida por toda Europa
/ que él desarrollo del lenguaje, su niveau de claridad, mostraba el progreso
1 del desarrollo cultural en general. Todos estos argumentos filosóficos coinci-
| den en una cosa: la idea de que los conceptos (Begriffe) representan,? el
s mundo. Pero a esta hipótesis hicieron frente, con serias dudas y objeciones,
las ciencias sociales después de la Segunda Guerra Mundial:

1. En un nivel más pragmático, difícilmente se podría negar que mu­


chas fuentes históricas cerradas o escondidas a la vista de los contempo­
ráneos (por ejemplo, los archivos de Estado) están hoy abiertas a la investi­
gación histórica. Los conceptos contemporáneos, se argumentaba, no podían
*1
5* expresar lo que se descubrió sólo mediante una investigación posterior.
*3
<2. En un nivel más filosófico, se afirmaba que el pasado era más que un
«presente perdido»; en consecuencia los historiadores no podían simple­
mente reanimar, «re-presentar» el pasado mediante su trabajo. En cierta
forma el historiador parecía estar en una posición mejor que cualquier
observador contemporáneo: mirando atrás desde el presente actual podía
juzgar cosas pasadas, a la luz de su propio futuro. Porque lo que una vez fue
futuro incierto, ahora se había convertido en un pasado cierto. Yagas
suposiciones podían ser sustituidas por experiencias ciertas.
3. Finalmente se afirmaba que la investigación histórica nunca debe­
ría desatender los conceptos, experiencias y teorías modernos, porque, en
historia, comprender sólo era posible mediante la comparación de las
fuentes con el «prejuicio» moderno. Era una ilusión creer que el pasado
LOS FUNDAMENTOS TEÓRICOS DE LA HISTORIA DE LOS CONCEPTOS 75

podía ser reconstruido en su «forma objetiva» anterior. Lo que sabemos


del pasado nunca es más que una construcción histórica. Por tanto, el
lenguaje de las fuentes era insuficiente para expresar la «perspectiva»
moderna del pasado.

2. La teoría de la Begriffsgeschichte de Koselleck

Admitiendo la razón de estos argumentos, la moderna historia de los


conceptos nació a finales de la década de 1950. Encontró su forma «clásica»
en Alemania, en el enfoque «estructural» de Werner Conze y en la teoría
semántica de Reinhart Koselleck, el cual concibió el ya citado diccionario
Geschichtliche Grundbegriffe. Éste no fue el único intento de hacer un diccio­
nario histórico de conceptos políticos y sociales. Rolf Reichardt, Heinz-
Dieter Lüsebrink y otros estudiosos comenzaron a publicar una obra simi­
lar sobre el vocabulario francés ente 1680 y 1820 con presupuestos teóricos
diferentes7. Siguiendo la línea del «análisis del discurso» de Michel Fou­
cault, restringieron su investigación a un período de tiempo limitado, y a
ciertos tipos de fuentes históricas, pero intentaron utilizar métodos cuantita­
tivos para definir la popularidad de un concepto. Sin embargo, en mi
exposición me centraré en el enfoque de Reinhart Koselleck, puesto que me
parece el enfoque más estimulante y práctico para los historiadores.
Entre 1972 y 1992 se publicaron los Geschichtliche Grundbegriffe en siete
tomos, que recogían 120 artículos y casi 7.000 páginas; esto es, como media,
cada artículo ocupaba 57 páginas. Es hasta ahora la obra más elaborada
sobre la historia de los conceptos en el mundo, un instrumento indispensa­
ble para la investigation sobre la historia cultural. Cóiñbina una enciclope­
dia de conocimientos históricos con un diccionario del lenguaje político y
social. Pero, por supuesto, incluso una obra tan gigantesca tiene sus lim ita­
ciones: tras comenzar con la tradición clásica griega y romana de los
conceptos (como «democracia», «libertad», «anarquía», etc.) y atravesar los
siglos medievales a grandes pasos, como una especie de «pre-historia» de la
historia moderna, el diccionario se ocupa sobre todo del giro lingüístico de
nuestro lenguaje político y social en el período de la Ilustración, esto es,
entre mediados del siglo xvm y mediados del siglo xix. Centrado en el
vocabulario alemán con amplias perspectivas hacia el francés, inglés y latín
—muy raramente hacia el español, italiano o las lenguas escandinavas y de
Europa del Este— , es mucho menos que un diccionario europeo. Pero,
dentro de estos límites, es una sorprendente muestra de trabajo, sólo com­
parable con la Encyclopédie de Diderot y d’Alembert en las décadas de 1750
y 60. Comprende al mismo tiempo una teoría de la historia y un método de

7 R. Reichardt et a l, Handbuch politisch-sozialer Grundbegriffe in Frankreich 1680-1820, 3


76 L U C IA N HÓLSCHER

investigación, la Begriffsgeschichte. Intentemos abordar algunos de sus ras­


gos más importantes.
Si me preguntaran qué clase o tipo de teoría.esJa.BegriffsgeschicMe, yo
la llamaría una «teoría de la diferencia». Porque el rasgo más característico
de la Begriffsgeschichte es que no fija propiamente su objeto: más bien lo
diluye en una serie de diferenciales teóricos ( Differenziale). También se
podría describir cómo una teoría del «entre»:
■ 1. Uno de esos diferenciales es la relación entre «palabra» y «objeto».
El primer paso del argumento teórico es muy simple: podemos decir que
sabemos poco de los objetos históricos (acontecimientos, instituciones, etc.)
si no tenemos palabras para designarlos. Algunas de estas palabras tienen
significados muy complejos, como «Estado», o «nación», o «democracia», o
«partido», o «política», etc. Las llamamos «conceptos» — la diferencia entre
; «palabras» y «conceptos» la explicaré más adelante— . Tales conceptos se
! «ciñen» a ciertas constelaciones históricas, tienen sentido sólo en ciertos
í; períodos de la historia. En tales casos es evidente que la palabra y lo que
representa en la historia se corresponden. La unidad entre ambas es diferen­
te de lo que la teoría lingüística de Saussure describe como la unidad de
í «signifiant» y «signifié», porque tales palabras están ligadas de una manera
^j^esp ecífica a las constelaciones históricas o sociales a las que se refieren.
Pero esto es sólo una verdad a medias: porque los significados de las
«palabras» y los «objetos» también pueden diferir, la relación entre ambos
no es estable y cierta: -las palabras pueden tener distintos significados y los
x objetos pueden ser llamados con palabras diferentes. Daré algunos ejemplos
de ambos casos:1
1. Las palabras pueden tener significados diferentes en distintos mo­
mentos o en el mismo momento. En los siglos XVII y XVIII, el concepto
«revolución» se usaba sobre todo para el movimiento circular de las estre­
llas, en el siglo x ix significaba un cambio violento de las constituciones
políticas. «Burgués», a principios del siglo xix, se llamaba al habitante
privilegiado de una ciudad, pero también al próspero empresario de la clase
industrial. En el primer caso, «revolución», la diferencia de significado
apunta a un interesante cambio del discurso; en el segundo caso, «burgués»,
a la presencia sincrónica de una secuencia diacrónica del status social.
2. Se pueden ver ejemplos de palabras distintas que representan el
mismo objeto, en expresiones como' «liberty» y «freedom», «piedad» y
«devoción», «trabajador» y «empleado», «campesino» y «labrador». A veces
podemos encontrar una ligera variación en el significado, pero en otros
casos las palabras sólo son utilizadas en diferentes contextos, por grupos
sociales distintos, en momentos diferentes. En cada uno de los casos de su
uso — en el nivel de la «parole», en la terminología de Saussure— la palabra
se ciñe a su objeto, pero en general — en el nivel del «langage»— muy a
menudo difieren. Así pues, ¿qué hace la identidad de un «concepto»: la
LOS FUNDAMENTOS TEÓRICOS DE LA HISTORIA DE LOS CONCEPTOS 77

identidad de la palabra o la identidad del objeto? De hecho, en la teoría de


la Begriffsgeschichte es algo entre ambos.
A menudo los lingüistas nos acusan de no ser claros en la definición de
nuestros presupuestos teóricos. Pero — como explicaré más adelante— el \
significado de un concepto histórico no puede ser definido, tiene que ser j,
contado como una narración. Los lingüistas no son historiadores, normal- \
mente no se ocupan de los cambios históricos de las sociedades, como*
hacemos nosotros. En consecuencia, lo que puede ser definido correcta­
mente en una teoría sistemática puede no ser adecuado para la explicación
histórica. Si los lingüistas encuentran que un concepto ha cambiado su
significado en el tiempo, hablan de otro concepto. Lo que les interesa es
tener unidades de lenguaje claramente separadas. Pero para el historiador el
cambio de un concepto no es cuestión de definición arbitraria, sino más bien
una señal importante para investigaciones posteriores.
A veces el historiador encuentra que una nueva palabra, o un nuevo
significado de una palabra, también revelan una nueva situación histórica.
Las revoluciones inglesas del siglo xvu y la Revolución Francesa de 1789 no
fueron las primeras revoluciones de la historia, pero fueron las primeras
llamadas «revolución» por sus contemporáneos. El cambio de conceptos
— de «tumulto», «levantamiento», «insurrección», etc., a «revolución»—
indica una nueva experiencia: la experiencia de que la revolución en curso
no restauraría un estado de justicia anterior, sino que conduciría a un
período de la historia absolutamente nuevo. Podemos llamar a esto una
perspectiva ideológica de la historia y demostrar que la Revolución France­
sa tuvo muchas cosas en común con revoluciones anteriores, pero la propia
ideología parece haber sido un hecho nuevo en aquellos días. En consecuen­
cia, se puede decir que el concepto «revolución» también fue expresión de
una nueva mentalidad.
A veces encontramos que una nueva institución o un nuevo estado de
cosas aparecen con un nuevo concepto, como es el caso de «proletariado».
Pero en otros casos no es fácil demostrar que las cosas cambiaron cuando
surgió un concepto nuevo. Nadie afirmaría que la secularización comenzó
con la aparición del concepto en la segunda mitad del siglo xix, y aún
menos que la industrialización empezó hacia 1900, cuando se creó la pala­
bra. Es cierto que deberíamos echar un vistazo a los cambios de la sociedad
tan pronto como un nuevo concepto se esté haciendo popular. Pero los
cambios de expresión, en el vocabulario político y social, no son más que
indicios de posibles cambios en la estructura de la política y la sociedad; no
garantizan que tales cambios hayan ocurrido realmente.
Para decirlo de manera más general: el cambio lingüístico y el cambio
social no van juntos necesariamente; las leyes del cambio no son las mismas
en un caso y en otro. Y una vez más debemos admitir que el cambio
histórico no puede ser descrito de una única forma, el cambio del.lenguaje o
el cambio de las instituciones sociales. El cambio histórico es algo entre
78 L U C IA N HOLSCHER

ambos, participa del cambio del lenguaje y del catfibio social. Como ejem­
plo, una referencia al concepto «industrialización»: lo que desde nuestro
punto de vista parece ser un proceso continuo de desarrollo a lo largo de los
siglos xix y xx, resulta ser una nueva perspectiva sobre el cambio social
, cuando nos fijamos en la historia del concepto. Hasta 1900 la gente no se
percató más que de un aumento del trabajo industrial y de la expansión del
comercio de productos industriales. Su filosofía económica era que lo que se
ganaba en la industria se perdería en otros sectores de la economía, espe­
cialmente en la agricultura. Para ellos, lo que ocurría ante sus ojos —prime­
ro en Inglaterra, después en Francia, Alemania y Estados Unidos— era un
desarrollo desequilibrado de la economía. E incluso crearon una expresión
para designar los peligros sociales resultantes de dicho crecimiento desequi­
librado de la industria: el concepto de «industrialismo».
Pero hacia 1900 algunos economistas comenzaron a reconsiderar sus
experiencias económicas: los modos industriales de producción, ¿estaban
limitados a ciertos sectores? ¿No podían ser utilizados en la agricultura de
la misma manera que en la industria? ¿Era una consecuencia necesaria que
la economía perdiera en otros sectores lo que ganaba en la industria? Los
que contestaban negativamente a esta última pregunta popularizaron el
concepto de «industrialización». Esperaban que los métodos industriales de
producción se extendieran a otros sectores de la economía e incluso al
conjunto de la sociedad. Por eso se hizo común en las dos primeras décadas
i de nuestro siglo hablar de la «industrialización» de la agricultura, del
¡\ comercio, de la cultura, de todo. La «industrialización» se convirtió en una
parte esencial de la modernización. Y sólo entonces la gente se dio cuenta de
que la industrialización había empezado muy pronto, en los siglos xvm y
xix, mucho antes de que se creara el concepto y se descubriera el proceso.
1 Permítanme aprovechar este ejemplo para una tesis más general. La
diferencia de los conceptos utilizados en la descripción histórica está moti­
vada. mu\ a menudo por el retraso temporal entre dos perspectivas distintas
de un mismo objeto histórico, la perspectiva de los contemporáneos y la
perspectiva de los observadores actuales. Ambas perspectivas son importan­
tes y posibles, pero difieren en que el objeto observado significa algo distinto
para ellas. En la epistemología de las ciencias históricas, la diferencia se
atribuyó una vez al progreso del conocimiento: se suponía que cada estadio
del conocimiento reemplazaba a los estadios anteriores. Pero la verdad de
esta teoría es muy limitada. Es cierto', que el paso del tiempo nos abre los
ojos a las consecuencias de los acontecimientos. Cuanto más remoto en el
tiempo es un suceso, más sabemos acerca de lo que resultó de él — si es que
tales cosas pueden concluirse en historia— .
Pero esta teoría también tiene muchos fallos y puntos débiles, porque en
historia el recuerdo es contrarrestado por el olvido. Los testigos mueren, las
fuentes son destruidas, la gente ya no se preocupa por cosas muy discutidas
en su propio tiempo. E incluso lo que llamamos un «suceso» en historia
LOS FUNDAMENTOS TEÓRICOS DE LA HISTORIA DE LOS CONCEPTOS 79

puede cambiar su carácter. Para la mayoría de los trabajadores industriales


de toda Europa la Revolución Rusa de 1917 pareció señalar la liberación
final del proletariado en todo el mundo. Hoy nadie estaría de acuerdo con
tal opinión. Hoy la Revolución Rusa será descrita en unos términos y bajo
unas perspectivas totalmente distintas en comparación con los años poste­
riores a 1917. De hecho, hoy es otro acontencimiento.
Lo que ocurre en la historia nunca se puede definir propiamente con
frases «objetivas», eternas. Tiene que ser examinado de nuevo; el propio
suceso debe ser considerado también como una proyección mental. El sig­
nificado de los conceptos históricos cambia en el tiempo de acuerdo con lo
que nos parece importante en ellos. En consecuencia, pueden ustedes pre­
guntar de nuevo: el acontecimiento histórico, conceptualizado en una pala­
bra, ¿es algo objetivo o subjetivo? De hecho, es ambas cosas, o algo entre
ambas, como diría la teoría de la Begriffsgeschichte. Los conceptos pueden
ser considerados como «indicadores» de los acontecimientos y procesos
históricos, como hemos visto hasta ahora. Pero también pueden considerar­
se como factores reales del cambio político y de la influencia social en la
historia. En otras palabras: los conceptos no sólo representan la realidad,
sino que ellos mismos son realidad. Quizás les resulte familiar el concepto
lingüístico de «el acto de habla». Viene a decir que el hablar puede ser
considerado como una clase de acto social. Las palabras son partes del acto
de habla. Al utilizar términos políticos en una discusión hacemos algo, y a-
menudo cambiamos las cosas realmente. /í
Eh ciertos casos incluso es importante qué clase de palabras usamos. Les
daré dos ejemplos particularmente gráficos: después de la Segunda Guerra
Mundial, para los políticos alemanes era importante llamar Vertriebene
(exiliados) y no Flüchtlinge (refugiados) a los alemanes que abandonaron la
parte oriental de Alemania, hoy perteneciente a Polonia, señalando así que
era injusto desalojarlos y esperando que pudieran regresar en el futuro.
Otro ejemplo: cuando en la década de 1960 algunos pacifistas tuvieron la
idea de reducir los crecientes costos de los ejércitos de toda Europa, la
creación del concepto de Abrüstung (desarme) fue un progreso extraordina­
rio, porque el existente concepto de desmovilización tenía la connotación
negativa de derrota. Para los orgullosos oficiales y estadistas nunca podría
ser una buena idea desmovilizar sus tropas. Pero el desarme se podía imagi­
nar — al menos por algunos— como un ideal político, si todos los países
estuvieran de acuerdo en un sistema político de seguridad común.
Los conceptos pueden ser analizados por el historiador de los mismos en
ambos sentidos: en cuanto que representan la realidad y en cuanto que
actúan sobre ella. El problema es que ambos aspectos se ensamblan, pero
nos encontramos en diferentes niveles, considerándolos en uno u otro senti­
do. En cuanto que partes de actos de habla, analizamos los conceptos de
una manera muy similar a otras formas de actuaciones históricas: César
cruzó él Rubicon, violó las fronteras dé" Roma al mantener sus tropas
80 L U C IA N HOLSCHER

consigo, y convenció al Senado (de hecho sólo a parte de él) de que él tenía
que hacer todo eso por la libertad del pueblo romano y por su propio
honor. El discurso de César en el Senado se puede considerar como un
elemento en una sucesión de actos de diferente tipo: cruzar el río, marchar
hacia Roma, hablar al Senado romano. Pero ese discurso tenía también
otro carácter: describía, dibujaba la realidad al interpretar la situación políti­
ca de Roma en los últimos diez o veinte años. Describir la realidad y actuar
sobre ella no eran más que dos caras de la misma moneda — y el Senado fue
víctima de esa ambigüedad— .
3. Permítanme pasar a un tercer y último punto: ¿a qué se llama
«concepto» en la teoría de la Begriffsgeschichte ? La definición lingüística de
un concepto es muy simple: el Begriff (concepto) es definido como «el
significado de una palabra», refiriéndose a algo «fuera» del lenguaje, lo que
en otras épocas se denominaba «cosa» u «objeto», y hoy, más bien, «referen­
cia», ya que para el lingüista el mundo exterior es algo de lo que puede
hablarse sólo desde dentro del lenguaje mismo. No quisiera profundizar
demasiado en esta compleja cuestión. Prefiero tratarla a un nivel más
pragmático.
A l buscar el significado de las palabras en las fuentes históricas, dispone­
mos de dos instrumentos para obtener información. Podemos consultar un
vocabulario antiguo un diccionario histórico, en los que los artículos siguen
la cronología histórica. El Oxford English Dictionary, el Dictionnaire de
I ’Academic Frangaise. y el Deutsche Worterbuch son diccionarios de este
tipo. Debajo de cada lema o encabezamiento se encuentra normalmente una
serie de definiciones, cada una correspondiente a un «significado» de la
palabra. La definición puede combinarse con frases-ejemplo o expresiones
compuestas, e información sobre unos y otros hallazgos.
Esta es una de las clases de diccionarios que se pueden utilizar. La otra
son las enciclopedias, como la Encyclopedia Brittanica o la Brockhaus ale­
mana. Las enciclopedias no describen el significado o el empleo de las
palabras, sino el asunto al que éstas se refieren. La palabra del encabeza­
miento no es más que el acceso al artículo, una especie de ventana lingüísti­
ca al mundo de los hechos y relaciones «detrás» del lenguaje. Los lingüistas
suelen sentirse incómodos con las enciclopedias. Son demasiado complejas
para ellos, están demasiado relacionadas con el mundo exterior. Y es cierto
que, desde el punto de vista lingüístico, el concepto de enciclopedia parece
ser simple por una parte y sobrecarg'ado de metafísica por otra.
Para los lingüistas es importante apoyarse en definiciones claras. Para el
historiador esto no es de gran ayuda. Para él es un hecho importante el que
las palabras se refieran a muchas cosas a la vez, bien sea en el mismo o en
diferente contexto. Permítanme volver a referirme a un ejemplo: ¿qué es un
nación? Un «plebiscito diario», contestó Ernest Renan en 1871; un pueblo
unido por «la tierra y la muerte», respondió Charles Maurras, el político
nacionalista, 30 años después. La gente no está de acuerdo acerca de los
LOS FUNDAMENTOS TEÓRICOS DE LA HISTORIA DE LOS CONCEPTOS 81

conceptos, pero no discrepan acerca del significado, en el sentido de defini­


ción apropiada, sino acerca del objeto en sí. En lo que a definiciones se
refiere, ¿encontramos una larga tradición de diferencia acerca de cuáles son
los criterios más importantes para definir una nación? ¿Son un Estado y
una constitución comunes, o un lenguaje y una cultura comunes? La mane­
ra en que la gente define los conceptos depende de su experiencia y su
interés. Algunas naciones (como la francesa y la inglesa) vuelven la vista a
una larga tradición de Estado nacional; para otras, la nación aún es una
utopía de armonía y libertad futuras.
El significado de un concepto es diferente en contextos distintos, pero
hay elementos y argumentos en nuestro discurso acerca de las naciones que
se repiten una y otra vez. Para el historiador, los conceptos no son fenóme­
nos bien definidos sino más bien has finite ambiguos. Pueden ser considera­
dos como piedras angulares de las argumentaciones o bien como símbolos
de todo un argumento. Pero incluso explicar conceptos por medio de
discursos no resulta muy claro, porque nunca se puede definir exactamente
dónde «termina» un discurso y qué es lo que está definitivamente excluido
de él. Los discursos están abiertos a muchos aspectos y cambian en el
tiempo. Eso es lo que tienen en común con los conceptos.
Los conceptos cambian su significado de acuerdo con el discurso que
incluyen. Pero también se pueden referir a varios discursos, como ocurre
con el concepto «revolución», referido al discurso astronómico acerca del
movimiento circular de las estrellas y al político de cambio constitucional.
Esto es exactamente lo que los hace tan importantes en la historia y la
política. Líjense en cualquier controversia política, y encontrarán que las
dos partes se apoyan en los mismos conceptos, pero discuten con objetivos
diferentes, luchando en favor de intereses distintos. O el caso contrario:
ambas partes utilizan conceptos diferentes considerando la misma cuestión
desde distintos puntos de vista. Lo que desde el punto de vista lingüístico
parece confuso, es esencial para las partes enfrentadas. Nunca se podría
resolver un conflicto político por medio de la definición del significado j
exacto de un concepto. Lo que interesa al historiador de los conceptos es el [
conflicto y cómo éste es manejado madiante conceptos. \
Esa es la razón por la que tenemos que distinguir entre «palabras» y
«conceptos». Reinhart Koselleck ha señalado la diferencia: «Una palabra
puede tener muchos significados en general, pero no tiene más que un
significado en cada contexto o situación. Por contraste, un concepto debe
permanecer ambiguo,.en cualquier contexto para ser un concepto. Una
palabra se convierte en concepto tan pronto como la abundancia de un
contexto político-social existente, en el cual y para el cual se usa una
palabra, se introduce completamente dentro de la misma».
Permítanme sacar una conclusión, comenzando con un resumen de mis
argumentos. Se han discutido tres elementos fundamentales de la teoría de
los conceptos históricos:
82 L U C IA N HOLSCHER

I jí La relación semántica entre palabras y cosas queda fijada en cual­


quier acto de habla, pero cambia en el tiempo. La transformación semántica
de los conceptos políticos y sociales no es congruente con la transformación
de las estructuras políticas y sociales. Descubrir cuál es la relación específica
entre lenguaje y realidad histórica es algo abierto a la investigación his­
tórica.
2. Es erróneo buscar una única descripción exacta y correcta del pasa­
do. En la medida en que su estructura semántica está implicada, el pasado
representa dos caras: al reconstruir el significado de los conceptos en el
lenguaje de las fuentes, aprendemos acerca del punto de vista contempo­
ráneo; al utilizar nuestra terminología moderna, subsumimos el pasado bajo
nuestras propias categorías e intereses. Ambas perspectivas son igualmente
necesarias para entender el pasado: el lenguaje contemporáneo, para la
reconstrucción de las disposiciones mentales y de las posibilidades de actua­
ción; el lenguaje moderno, para emplear el pasado en nuestro propio cono­
cimiento del mundo.
3. Los conceptos son al mismo tiempo indicadores y factores de la
realidad histórica. Describen y representan el mundo, y actúan en el mundo.
En términos de análisis filosófico, hacen esto en niveles teóricos diferentes,
pero en términos de análisis histórico esos niveles están mezclados.
. Ustedes pueden preguntar si la historia de los conceptos es adecuada
para reconstruir la verdad y la realidad históricas. Es cierto que la historia
de los conceptos sólo ofrece instrumentos para analizar fuentes históricas. A
nivel teórico diluye la realidad histórica en una serie de «diferenciales», es
una teoría del «entre», como ya he señalado. Pero en todo ello es terrible­
mente pragmática. Permite analizar las situaciones y los cambios históricos
de la forma más multidimensional. Nos guía tanto hasta los «actos duros»
como hasta sus «débiles» representaciones mentales, hacia el pasado y hacia
el presente al mismo tiempo. Y ayuda a entender la coherencia del pasado y
del presente en la historia. En esto, la historia de los conceptos ofrece una
concepción de la historia cultural cuya esencia sería una teoría de los
tiempos históricos.
Traducción de D avid Carradini.

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