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Evaluación de los Aprendizajes

Decreto 67/2018

Yo vendo, pero no compran


(Miguel Ángel Santos)

Los procesos de aprendizaje que se producen en las instituciones dedicadas a la


enseñanza tienen una complejidad extrema. No sólo por la naturaleza de dichos
aprendizajes sino porque cada alumno o alumna es único (a), irrepetible, irreemplazable
y tiene un peculiar estilo cognitivo. La psicología demuestra que cada persona tiene
unas capacidades, unas expectativas, unas actitudes, unos ritmos de aprendizaje
peculiares. Sin embargo el quehacer de la escuela hace que todos tiempos y lugares, a
través de idéntica metodología y que la evaluación se lleve a cabo en el mismo
momento y por métodos idénticos.
Añádase a esta complejidad intrínseca, la que se deriva de las condiciones en las que se
realizan esos procesos de aprendizaje en el seno de una organización concreta: relación
deprofesor/alumnos, espacios para la enseñanza, medios didácticos disponibles...
La comprobación de que el aprendizaje se ha producido es también un fenómeno
complejo.
¿Cómo saber que se han conseguido lo que se pretendía? ¿Cómo tener la seguridad de
que se ha aprendido lo deseable? Según algunas investigaciones (y esta es una cuestión
menor) para que haya cierto rigor en la corrección de exámenes de ciencias hacen falta
más de diez correctores. Y más de cien para los de letras. Pero existe otro problema. Y
éste también crucial. ¿Por qué no aprenden los alumnos y las alumnas? Parece ser que
sólo a ellos es atribuible el fracaso. Son torpes, son vagos, están desmotivados, no se
esfuerzan, tienen poca base, reciben influencias nefastas, sus familias no les ayudan, la
televisión les distrae de sus deberes académicos... ¿Y la institución? ¿Y el profesor?
El profesor (también, y quizá sobre todo, el de Universidad) se parece a un comerciante
que, ante el fracaso de ventas, explica la situación de esta curiosa manera: Yo vendo, lo
que pasa es que no compran.
Alguna reflexión podría hacer sobre la importancia y calidad de los materiales que tiene
a la venta, sobre el precio que ha colocado a los artículos, sobre el lugar donde tiene la
mercancía, acaso sobre el prestigio que ha acumulado. La tienda, quizás sobre las
relaciones que establece con los clientes o sobre la competencia que ofrece los mismos
productos a precios significatívamente más baratos...
Acabo de leer en un libro que se publicará en breve y que llevará el título “El ego
docente', esta significativa historia: «En un Congreso sobre Educación Superior, un
ponente brasileño empezó su discurso comunicando al auditorio un logro impresionante:
He enseñado a hablar a mi perro, y lo tengo ahí fuera. Los asistentes murmuraban, ante
la originalidad de la propuesta y la importancia de la cuestión.
Todos tenían deseos de ver lo que parecía imposible: Le enseñé a hablar, y está
esperando fuera, reiteraba el comunicante, muy seguro de sí mismo. Finalmente, salió
de la estancia, y entró inmediatamente con un perro. El ponente colocó sobre una mesa
al animal, visiblemente asustado.
Rodeándole, decenas de expresiones asombradas, esperaban que dijese algo. Las
miradas humanas y las del animal se cruzaban. Del perro no salía una palabra. Ahora las
miradas se dirigían al ponente quien, inmediatamente, apostilló: Yo le enseñé, pero él
no aprendió». Parece que el sistema educativo organiza su actividad de forma que lo
importante no sea que el alumno aprenda sino que el profesor enseñe. De hecho, a los
docentes se nos paga por las horas de clase que hemos dado, no por los conocimientos
que los estudiantes hayan adquirido.
Evaluación de los Aprendizajes
Decreto 67/2018

He pensado muchas veces en la curiosa repetición que las azafatas de vuelos aéreos, de
manera tan mecánica como inútil, hacen de las instrucciones de salvamento. La
situación es pintoresca. Me recuerda algunas clases impartidas por profesores
despreocupados. La azafata (o el azafato) se coloca delante de los pasajeros sin que
éstos le hayan preguntado nada. Muchos de ellos ni miran. Otros contemplan con
embeleso las atractivas facciones del improvisado profesor (o profesora).
Algunos leen distraídamente el periódico, otros charlan con los compañeros de viaje,
hay quien mira por la ventanilla e, incluso, quien coloca su equipaje de mano debajo del
asiento.
Ella (él) explica con gestos idénticos para todos, como si todos estuviéramos igualmente
interesados, sin importar que entre los pasajeros esté un piloto o un analfabeto. Da igual
que haya personas sordomudas o ciegos de nacimiento. El mensaje es el mismo para
todos. Da igual que haya niños o personas adultas. El mensaje (y la fortuna de
transmitirlo) es el mismo. Para colmo, al terminar, muestra un folleto y sugiere que en el
respaldo del asiento el pasajero tiene otro igual en el que puede consultar aquello que no
haya entendido. Nunca he visto a nadie echar mano al manual de instrucciones. ¿Qué
sucedería si, al final, exigiesen a los pasajeros que demostrasen el resultado del
aprendizaje como requisito para continuar en el avión?
Si le preguntamos a la azafata, qué piensa de lo que han aprendido los pasajeros,
probablemente dirá que no lo sabe. Es más, que ni siquiera le importa. A ella le pagan
por repetir su lección.
Lo que los pasajeros entiendan no es cosa suya. ¿Cuántas veces nos han explicado cómo
ha de colocarse el salvavidas en caso de accidente aéreo? ¿Cuántos lo sabríamos colocar
adecuadamente llegado el caso de intentarlo? ¿Por qué este fracaso reiterado?
Otra cosa muy distinta sería que cada uno manejase su chaleco e hiciese prácticas con
él, colocándolo y quitándolo aunque sólo fuera un par de veces. Otra cosa es que la
azafata se acercase al que tuviera alguna duda o alguna dificultad. Otra cosa sería si los
que sabe ayudan a los que no saben. Lo que pasa es que lo más importante es que la
azafata explique, no la pagan por dar la explicación, independientemente de su utilidad
y de la repercusión real en el aprendizaje.
Algunos docentes pueden entender estas reflexiones como un ataque a la profesión. No
lo son. Tratan sencillamente de avivar la reflexión sobre un proceso tan decisivo como
complejo.
Sé que la mayoría de los docentes aman su profesión, se dedican con responsabilidad a
ella y reflexionan con rigor sobre su práctica. Por eso las someten a la crítica y al
análisis. Por eso solicitan y admiten las críticas ajenas que les ayudan a entender lo que
sucede. El peligro está en las actitudes de quienes creen que son perfectos y que todo el
fracaso se debe a los alumnos y a las alumnas. Es el caso del médico (permítame el
lector una tercera metáfora) que, ante el reiterado desastre de sus operaciones, explica el
fracaso diciendo que los pacientes son cada día más endebles, que no saben aplicar el
tratamiento, que el quirófano está mal montado o que el ministro del ramo es un
perfecto inútil. ¿Podrá mejorar alguna vez lo que hace?
Evaluación de los Aprendizajes
Decreto 67/2018

PARA REFLEXIONAR, DISCUTIR Y PROPONER….

Instrucciones:

Lean el texto “Yo vendo, pero no compran” de Miguel Ángel Santos Guerra”
1. ¿Cuál es la problemática central que define el autor a través de sus ejemplos?

2. La explicación de un bajo rendimiento académico de los estudiantes podemos


encontrar en el contexto en el que ustedes trabajan.

3. Considerando las cualidades y/o experiencia docente, del contexto en el que trabajan
¿cuál es tu principal fortaleza para lograr aprendizajes en los estudiantes?

4. Considerando el desafío de “mejorar los aprendizajes de todos nuestros


estudiantes”, ¿Cuáles son las principales problemáticas que se deben abordar con los
profesores?

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