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Decreto 67/2018
He pensado muchas veces en la curiosa repetición que las azafatas de vuelos aéreos, de
manera tan mecánica como inútil, hacen de las instrucciones de salvamento. La
situación es pintoresca. Me recuerda algunas clases impartidas por profesores
despreocupados. La azafata (o el azafato) se coloca delante de los pasajeros sin que
éstos le hayan preguntado nada. Muchos de ellos ni miran. Otros contemplan con
embeleso las atractivas facciones del improvisado profesor (o profesora).
Algunos leen distraídamente el periódico, otros charlan con los compañeros de viaje,
hay quien mira por la ventanilla e, incluso, quien coloca su equipaje de mano debajo del
asiento.
Ella (él) explica con gestos idénticos para todos, como si todos estuviéramos igualmente
interesados, sin importar que entre los pasajeros esté un piloto o un analfabeto. Da igual
que haya personas sordomudas o ciegos de nacimiento. El mensaje es el mismo para
todos. Da igual que haya niños o personas adultas. El mensaje (y la fortuna de
transmitirlo) es el mismo. Para colmo, al terminar, muestra un folleto y sugiere que en el
respaldo del asiento el pasajero tiene otro igual en el que puede consultar aquello que no
haya entendido. Nunca he visto a nadie echar mano al manual de instrucciones. ¿Qué
sucedería si, al final, exigiesen a los pasajeros que demostrasen el resultado del
aprendizaje como requisito para continuar en el avión?
Si le preguntamos a la azafata, qué piensa de lo que han aprendido los pasajeros,
probablemente dirá que no lo sabe. Es más, que ni siquiera le importa. A ella le pagan
por repetir su lección.
Lo que los pasajeros entiendan no es cosa suya. ¿Cuántas veces nos han explicado cómo
ha de colocarse el salvavidas en caso de accidente aéreo? ¿Cuántos lo sabríamos colocar
adecuadamente llegado el caso de intentarlo? ¿Por qué este fracaso reiterado?
Otra cosa muy distinta sería que cada uno manejase su chaleco e hiciese prácticas con
él, colocándolo y quitándolo aunque sólo fuera un par de veces. Otra cosa es que la
azafata se acercase al que tuviera alguna duda o alguna dificultad. Otra cosa sería si los
que sabe ayudan a los que no saben. Lo que pasa es que lo más importante es que la
azafata explique, no la pagan por dar la explicación, independientemente de su utilidad
y de la repercusión real en el aprendizaje.
Algunos docentes pueden entender estas reflexiones como un ataque a la profesión. No
lo son. Tratan sencillamente de avivar la reflexión sobre un proceso tan decisivo como
complejo.
Sé que la mayoría de los docentes aman su profesión, se dedican con responsabilidad a
ella y reflexionan con rigor sobre su práctica. Por eso las someten a la crítica y al
análisis. Por eso solicitan y admiten las críticas ajenas que les ayudan a entender lo que
sucede. El peligro está en las actitudes de quienes creen que son perfectos y que todo el
fracaso se debe a los alumnos y a las alumnas. Es el caso del médico (permítame el
lector una tercera metáfora) que, ante el reiterado desastre de sus operaciones, explica el
fracaso diciendo que los pacientes son cada día más endebles, que no saben aplicar el
tratamiento, que el quirófano está mal montado o que el ministro del ramo es un
perfecto inútil. ¿Podrá mejorar alguna vez lo que hace?
Evaluación de los Aprendizajes
Decreto 67/2018
Instrucciones:
Lean el texto “Yo vendo, pero no compran” de Miguel Ángel Santos Guerra”
1. ¿Cuál es la problemática central que define el autor a través de sus ejemplos?
3. Considerando las cualidades y/o experiencia docente, del contexto en el que trabajan
¿cuál es tu principal fortaleza para lograr aprendizajes en los estudiantes?